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El presente libro titulado Diálogos Contemporáneos en Psicología Comunitaria: Escenarios, Problemas y Aprendizajes tiene como propósito registrar y compartir algunos de los valiosos entramados teóricos y prácticos que se configuraron en el intercambio de experiencias y perspectivas durante la 7ma Conferencia Internacional en Psicología Comunitaria.
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ESCENARIOS, PROBLEMAS
Y APRENDIZAJES
DIÁLOGOS
CONTEMPORÁNEOS
EN PSICOLOGÍA
COMUNITARIA

Jaime Alfaro Inzunza
Bárbara Olivares Espinoza
Ma. Verónica Monreal Álvarez
Paris Gamonal Corbalán
Francisco Jeannerett Birth
DIÁLOGOS
CONTEMPORÁNEOS
EN PSICOLOGÍA
COMUNITARIA

Escenarios, problemas y aprendizajes.
Santiago de Chile, 2020
ISBN: 978-956-09538-0-3

Jaime Alfaro Inzunza
Bárbara Olivares Espinoza
Ma. Verónica Monreal Álvarez
Paris Gamonal Corbalán
Francisco Jeannerett Birth

Paris Gamonal Corbalán

Astrolabio Ediciones
ESCENARIOS, PROBLEMAS
Y APRENDIZAJES

Jaime Alfaro Inzunza
Bárbara Olivares Espinoza
Ma. Verónica Monreal Álvarez
Paris Gamonal Corbalán
Francisco Jeannerett Birth
DIÁLOGOS
CONTEMPORÁNEOS
EN PSICOLOGÍA
COMUNITARIA
Agradecemos muy sinceramente a Universidad Alberto
Hurtado, Universidad Diego Portales, Universidad de
Chile, Universidad del Desarrollo, Pontificia Universidad
Católica de Chile, Magíster en Psicología Comunitaria
Universidad de la Frontera, Pontificia Universidad
Católica de Valparaíso y Universidad de Concepción
por haber patrocinado y confiado en este proyecto
colectivo, que permite desplegar los principales debates
de la psicología comunitaria hoy, fruto del esfuerzo
que la comunidad científica hace cada dos años, con la
realización de la Conferencia Internacional de Psicología
Comunitaria, que el año 2018, tuvo lugar en Chile.
Agradecemos, por tanto, también a todos quienes
hicieron posible ese evento que congregó a más de
700 expositores, provenientes de distintos países. Y
de manera especial agradecemos el compromiso y la
responsabilidad asumida por la Sociedad Chilena de
Psicología Comunitaria, que se enfrentó al desafío de
organizar y conducir la 7ma Conferencia Internacional de
Psicología Comunitaria.
ÍNDICE

Solidez y Compromiso: El Futuro de la Psicología Comunitaria
/ Strength and Commitment: The Future of Community
Psychology
Irma Serrano-García | p.14 / p.20
PRESENTACIÓN | p.27
PRIMER EJE | Lo ético y lo político en el trabajo con comunidades
Presentación | p.40
African-diaspora in Australia Narrating Stories of Belonging
through Community Theatre: Enacting Decolonial Aesthetics
toward Epistemic Justice
Rama Agung-Igusti – Christopher C. Sonn | p.44
Los Derechos Humanos, la Violencia Institucional y la Acción
Social en México
Eduardo Almeida Acosta | p.72
La Intervención Comunitaria con Pueblos Indígenas: Desafíos
y Apuestas desde la Psicología Comunitaria
Terry Mitchell – Gonzalo Bustamante-Rivera | p.86
SEGUNDO EJE | Políticas públicas y psicología comunitaria
Presentación | p.116
Posibilidades y Tensiones en la Relación entre Psicología
Comunitaria y Políticas Sociales
Jaime Alfaro Inzunza | p.120
La Política de las Políticas: La Posición de los/as Psicólogos/as
Comunitarios/as frente al Quehacer Gubernamental
María Isabel Reyes Espejo – Bárbara Olivares Espinoza | p.146
Public Policy Training, Research and Practice for Community
Psychologists in the .
Douglas D. Perkins | p.171
Psicología Ambiental Comunitaria y Desarrollo Sostenible: El
Caso de la Gran Misión Vivienda Venezuela ()
Esther Wiesenfeld – Stefany Larrota | p.192
TERCER EJE | Salud mental y psicología comunitaria
Presentación | p.230
El Lugar de la Comunidad en las Políticas de Salud Mental
Ma. Verónica Monreal Álvarez | p.234
Salud Mental y Bienestar Socio-Comunitario en el Sur del
Brasil
Jorge Castellá-Sarriera | p.252
La Vertiente de la Salud Mental en la Psicología Comunitaria
Enrique Saforcada | p.265
CUARTO EJE | Exclusión social y psicología comunitaria
Presentación | p.286
El Problema de la Intervención Sociocomunitaria en
Contextos de Exclusión Social
Ma. Verónica Monreal Álvarez | p.290
Community Activity: A Mediator of the Work in Communities
in Northeastern Brazil
Verônica Morais Ximenes – James Ferreira Moura Jr. – Elívia
Camurça Cidade – Bárbara Barbosa Nepomuceno | p.310
Comunidad, Exclusión Social y Dignidad Humana: Apuntes
para la Conversación
Benito Baranda Ferrán | p.333
ÍNDICE
QUINTO EJE | Formación profesional, ética y psicología comunitaria
Presentación | p.344
Perspectiva de Género y (Auto) Cuidado: Dos Pilares en el
Proceso de Formación y Actividad Profesional
Leonor María Cantera Espinosa | p.348
La Ética Psicosocial como Promoción de las Opciones Vitales
Alipio Sánchez Vidal | p.362
Construyendo Formación en Psicología Comunitaria:
Reflexiones desde la Praxis en la Región de la Araucanía
Alba Zambrano Constanzo – Daniel Henríquez Fernández | p.385
EDITORAS Y EDITORES | p.405
AUTORAS Y AUTORES | p.409

14
Solidez y Compromiso: El Futuro
de la Psicología Comunitaria
Irma Serrano-García
En 1981 redacté un artículo sobre el futuro de la Psicología Co-
munitaria. La tesis que expuse fue que la disciplina se encon-
traba en una encrucijada entre la supervivencia y el compromiso.
 -
durar haciendo las transacciones que le requiere el ambiente que

luchar por los objetivos que sirvieron de base a la creación del
sistema, aunque esa lucha pueda implicar su destrucción”. Añadí

tanto [...] no son mutuamente excluyentes, [lo cual] se demues-
tra cuando notamos que la mayoría de los sistemas tratarán de
sobrevivir mientras logran sus objetivos”. (Serrano-García, 1981,
p.25). En ese momento, construía el futuro de la Psicología Comu-
nitaria desde el pesimismo, preocupada de que para sostenernos
como disciplina académica estábamos alejándonos de los valo-
res fundacionales (por ejemplo, compromiso con las personas
desventaja das, respeto y valoración de la cultura, fortalecimien-
to), y de nuestros objetivos de cambio y justicia social.
Han pasado casi 40 años, y en ese tiempo la disciplina ha creci-


15
Existen programas académicos en todos los continentes menos
Antártida, organizaciones de Psicología Comunitaria en las Amé-
ricas, Europa, África y Asia; publicaciones en español, inglés, por-
tugués, alemán, italiano, japonés, entre otros idiomas. Más allá
del trabajo local o nacional se realizan esfuerzos colaborativos
        
siete conferencias internacionales que se han celebrado y, como
ejemplo de esfuerzos recientes, en múltiples iniciativas transna-
cionales en respuesta a la pandemia del -191.
En este libro se presenta evidencia de otros procesos que forta-
lecen la disciplina. Los autores y autoras profundizan en diversos
conceptos conocidos e introducen nuevas conceptualizaciones.
Ejemplo de esto son los análisis de la colonialidad y los enfoques
decoloniales (Agung-Igusti y Sonn; Mitchell y Bustamante-Rive-
ra). Mitchell y Bustamante-Rivera también plantean una recon-
ceptualización teórica de la interculturalidad y el plurinacionalis-
mo. Dos escritos sobre políticas sociales nos retan a pensar en la
integración de modelos participativos y colectivos de abajo hacia
-
tizar los conceptos de ciudadanía y democracia (Alfaro; Reyes y
Olivares). Almeida desmenuza la violencia institucional y propo-
ne una Psicología Comunitaria Crítica para atajarla. Los trabajos
sobre salud mental comunitaria retoman y elaboran los concep-
tos de salud y prevención (Monreal; Castellá-Sarriera; Saforcada).
 
exclusión social y Morais, Ferreira, Camurça y Barbosa nos hacen
reconceptualizar los elementos de la pobreza.

llama ética psicológica de orientación social, ni sobre la forma-
1 http://www.ecpa-online.
com/new-bank/; https://
sipsych.org/sip-bulletin-co-
vid-19/; http://www.scra27.
org/resources/covid-19/

16
ción. Cantera recalca la importancia de incorporar una perspecti-
va de género y una mirada al autocuidado del o de la profesional
en los currículos. Zambrano y Henríquez nos proveen la histo-
ria de un programa académico que ha logrado crecer pese a los
embates del neoliberalismo. Los ejemplos anteriores muestran
cómo nuestra disciplina tiene una base conceptual cada día más
fuerte y capaz de continuar en evolución a la cual este libro ha he-
cho una contribución sustantiva.
Los autores y autoras también presentan nuevos procesos, ins-
trumentos de investigación y modelos de trabajo comunitario.
Estos pueden verse en el trabajo de Mitchell y Bustamante-Ri-
vera que exponen un enfoque relacional de investigación para

dos perspectivas” y en el de Agung-Igusti y Sonn que adaptan el

el cambio social”. Wiesenfeld y Larrota presentan un ejemplo de
evaluación de políticas sociales notable no solo por la calidad del
estudio sino por la capacidad de quienes escriben de hacer un
análisis capaz de reconocer tanto fortalezas como debilidades
en un proceso cargadamente político. Perkins abunda sobre la
importancia de utilizar investigación para la formulación de po-
líticas públicas mientras apunta a la necesidad de conocer dónde
la intervención será más efectiva si a nivel legislativo, judicial o
ejecutivo. Provee además, ejemplos de cómo las organizaciones
profesionales pueden fortalecer la formación de las psicólogas y
psicólogos comunitarios para realizar trabajo de política social
lo cual todos los autores y autoras de esta sección consideran
necesario. Los capítulos de Castellá-Sarriera; Morais, Ferreira,
Camurça y Barbosa, y el de Baranda dan ejemplos de actividades
institucionales o comunitarias cónsonas con nuestros valores de
17
las cuales se puede aprender para implantarlas o adaptarlas a
otros contextos. Este libro muestra el desarrollo sólido, amplio,
inter y multidisciplinario de lo que es ahora la Psicología Comu-
nitaria. Ya no hay que preocuparse por sobrevivir.
Por otro lado, la lectura de este libro ha atenuado mis preocu-
paciones sobre el compromiso. Digo atenuado, porque nunca nos
debemos dejar de preocupar por mantener y fortalecer nuestra
base valorativa y nuestros objetivos. Dicho eso, en este volumen
-
cólogas y psicólogos comunitarios preocupados por los grupos
menos afortunados y oprimidos, por el logro del desarrollo hu-
mano y el bienestar, por la defensa de la cultura, por la liberación
de la opresión y del colonialismo. Ejemplos de esto son los tra-
bajos de Agung-Igusti y Sonn y de Mitchell y Bustamante-Rivera
con los pueblos originarios y el profundo análisis de Almeida so-
bre el impacto de la violencia, las políticas estatales y la globali-
zación sobre los poblados oprimidos de México. Los artículos de
Monreal; Morais, Ferreira, Camurça y Barbosa, y de Baranda son
ejemplos vívidos de esfuerzos comprometidos con la eliminación
de la pobreza y la exclusión. Los trabajos sobre políticas sociales
de Alfaro, Reyes y Olivares, Perkins, y de Wiesenfeld y Larrota
nos ilustran el impacto dañino de las políticas asistencialistas y
cómo estas se constituyen en barreras para que las comunidades

genera el mantener el compromiso dentro de este nivel de inter-
vención. En el área de salud mental comunitaria, partiendo de
teorizaciones nuevas, se sostienen reclamos cuyo origen parte de
las décadas de los ‘70 y ‘80. Esta situación, a mi parecer, demues-
tra que las personas con enfermedades mentales siguen siendo
uno de los grupos más excluídos y estigmatizados de nuestras so-

18
ciedades y que quienes luchan por ellas enfrentan la escasez de
recursos y la ausencia de voluntad de los sistemas que les rodean.
Es un área necesitada de nuestro apoyo, conocimiento, destrezas
y solidaridad. El trabajo con la formación y la ética también nutre
el compromiso. Pensar sobre la ética es mantener vivo lo que nos
guía valorativamente y profundizar en los avatares de la forma-
ción es esencial para mantener la disciplina fuerte y continuar el
desarrollo de generaciones de psicólogas y psicólogos comunita-
rios comprometidos.
¿Que queda trabajo por hacer? Claro. Hay que continuar desa-
rrollando conceptos y teorías, inventando nuevas formas de in-
vestigar cónsonas con nuestros valores y los de las poblaciones
con las que trabajamos. También es necesario fortalecer nues-
tras organizaciones profesionales y, en aquellos países donde
no existan, crearlas. Debemos colaborar activamente con la Red
Latinoamericana de Formación en Psicología Comunitaria2 que
nutre nuestros programas de estudio. Podemos fomentar el de-
sarrollo de intercambios estudiantiles y de docentes entre insti-
tuciones de diversos países. Se puede generar un banco de recur-
sos internacionales para apoyar proyectos de acción comunitaria.

medida de lo posible crear nuevas publicaciones en la disciplina.
Conozco solo una revista profesional especializada en psicolo-
gía comunitaria en América Latina (Psicología Social-Comunitaria
que se publica en México). Se han desarrollado dos revistas de
psicología comunitaria internacional que publican en más de un
idioma (Global Journal of Community Psycholgy Practice; Community
Psychology in Global Perspective) pero, en términos generales, esta
es un área en la que falta mucho desarrollo. Ese vacío lo llenan
los libros de la Comisión de Psicología Comunitaria de la Sociedad In-
2 https://red.pucp.edu.pe/
psicologia-comunitaria/
19
teramericana de Psicología, los libros de las Conferencias Internacio-
nales de Psicología como este, y los Resúmenes de Presentaciones de
la Asociación Europea de Psicología Comunitaria. Por último, hay que
seguir auspiciando y apoyando las conferencias internacionales
que han dado nueva vida a la disciplina, fortaleciendo el inter-
cambio y las relaciones personales entre las psicólogas y psicólo-
gos comunitarios del mundo entero.

conceptual e instrumental de la psicología comunitaria interna-
cional, me ha señalado caminos por recorrer y me ha demostrado
que nuestro compromiso sigue vivo gracias al trabajo de todas
las personas que componen esta comunidad, a las críticas y per-
sistencia de aquellos y aquellas que nos mantienen en rumbo, al
reclamo de verticalidad del estudiantado y a las aportaciones que
hacen las personas con quien y para quién trabajamos, creamos y
nos esforzamos en la búsqueda de un mundo más solidario y más
justo. Solo queda agradecer el trabajo de los y las colegas chile-
nos que nos han regalado esta obra para mantener la disciplina
en crecimiento, los lazos de hermandad fortalecidos y la mirada
puesta en un futuro esperanzador.
Referencias
Serrano-García, I. (1981). El futuro de la psicología de comunidad: Superviven-
cia versus compromiso. Revista Puertorriqueña de Psicología, 1, 25-30.

20

Future of Community Psychology
Irma Serrano-García
In 1981, I wrote an article about the future of community psycho-
logy. The thesis I put forward was that discipline was at a cross-
     

required by the surrounding environment” and commitment
          -
ves that served as the basis for the creation of the system, even

two phenomena are the poles of a continuum and therefore [...]
are not mutually exclusive, [which is] demonstrated by the fact
that most systems will try to survive while achieving their goals”
(Serrano-García, 1981, p.25). At that time, I had a pessimistic view
of the future of community psychology, and was concerned that
to maintain ourselves as an academic discipline we were moving
away from our foundational values (for example, commitment to
disadvantaged peoples; respect and appreciation of culture, em-
powerment), and our goals for change and social justice.
Almost 40 years have passed, and in that time the discipline has
grown, matured and expanded across our globe. There are aca-

21
demic programs on all continents except Antarctica, communi-
ty psychology organizations in the Americas, Europe, Africa and
Asia; publications in Spanish, English, Portuguese, German, Ita-
lian, Japanese, among other languages. Beyond local or national

which are manifested, among other ways, in the seven interna-
tional conferences that have been held and, as an example of

the -19 pandemic1.
Evidence of other processes that strengthen the discipline are
presented in this book. The authors delve into various known
concepts and introduce new conceptualizations. Examples of
these are analyzes of coloniality and decolonial approaches
(Agung-Igusti and Sonn; Mitchell and Bustamante-Rivera). Mit-
chell and Bustamante-Rivera also propose a theoretical recon-
ceptualization of interculturality and plurinationalism. Two
writings on social policies challenge us to think about the inte-
gration of participatory and collective models from the bottom
  
the concepts of citizenship and democracy (Alfaro; Reyes y Oliva-
res). Almeida breaks down institutional violence and proposes a
critical community psychology to tackle it. The works on commu-
nity mental health take up and elaborate the concepts of health
and prevention (Monreal; Castellá-Sarriera; Saforcada). In her se-

and Morais, Ferreira and Camurça make us reconceptualize the
elements of poverty.
-
chological ethics, or on training, could not be missing. Cantera
1 http://www.ecpa-online.
com/new-bank/; https://
sipsych.org/sip-bulletin-co-
vid-19/; http://www.scra27.
org/resources/covid-19/

22
stresses the importance of incorporating a gender perspective
and a look at the self-care of professionals in the curricula. Zam-
brano and Henríquez provide us with the story of an academic
program that has managed to grow despite the onslaught of neo-
liberalism. The previous examples show how our discipline has
an ever stronger and continually evolving conceptual foundation
to which this book has made a substantial contribution.
The authors also present new processes, research instruments
and community work models. These can be seen in the work of
Mitchell and Bustamante-Rivera that expose a relational re-
search approach to work with indigenous peoples known as

Sonn who adapt the Boal Forum Theater method to what they

an example of social policy evaluation notable not only for the
quality of the study but also for the ability of those who write
to make an analysis capable of recognizing both strengths and
weaknesses in a highly political process. Perkins abounds on
the importance of using research for the formulation of public
policies while pointing to the need to know where the interven-

or executive level. It also provides examples of how professio-
nal organizations can strengthen the training of community
psychologists to carry out social policy work, which all the au-
thors of this section consider necessary. The chapters of Caste-
llá-Sarriera; Morais, Ferreira, Camurça and Barbosa, and that of
Baranda give examples of institutional or community activities
in harmony with our values from which you can learn so as to
implement or adapt them to other contexts. This book shows
the solid, broad, inter and multidisciplinary development of
23
what is now community psychology. We no longer have to wo-
rry about surviving.
On the other hand, reading this book has allayed my concerns
about engagement. I say allayed, because we should never stop
worrying about maintaining and strengthening our value base
and our objectives. That said, there is more than enough eviden-
ce in this volume that there are still many community psycholo-
gists concerned with the less fortunate and oppressed groups,
with achieving human development and well-being, with the
defense of culture, and with liberation from oppression and colo-
nialism. Examples of this are the works of Agung-Igusti and Sonn
and Mitchell and Bustamante-Rivera with indigenous peoples
and Almeida’s in-depth analysis of the impact of violence, sta-
te policies and globalization on the oppressed towns of Mexico.
The articles by Monreal; Morais, Ferreira, Camurça and Barbosa,

elimination of poverty and exclusion. The works on social policies
by Alfaro, Reyes y Olivares, Perkins, and Wiesenfeld and Larrota
illustrate the damaging impact of welfare policies and how these
constitute barriers for communities to develop. We are also faced
-
ment to our goals within this level of intervention. In the area of
community mental health, based on new theorizations, claims
that originate from the 1970s and 1980s are sustained. It is mani-
fest, that people with mental illnesses continue to be one of the
most excluded and stigmatized groups in our societies and that

of will of the systems that surround them to change the situation.
It is an area in need of our support, knowledge, skills and solidari-
ty. Working with training and ethics also nurtures commitment.

24
Thinking about ethics keeps our values alive and delving into the
vicissitudes of training is essential to maintain a strong discipli-
ne and continue the development of generations of committed
community psychologists.
What work remains to be done? We must continue develo-
ping concepts and theories, inventing new ways of investiga-
ting in harmony with our values and those of the populations
with which we work. It is also necessary to strengthen our pro-
fessional organizations and, in those countries where they do
not exist, create them. We must actively collaborate with the
Latin American Network for Training in Community Psychology2
that nurtures our study programs. We should encourage the
development of student and teacher exchanges between ins-

be created to support community action projects. We must
-
sible, create new publications. I know of only one professional
journal specialized in community psychology in Latin America
(Revista de Psicología Social-Comunitaria published in Mexico).
Two international community psychology journals have been
developed that publish in more than one language (Global
Journal of Community Psycholgy Practice; Community Psychology in
Global Perspective) but, generally speaking, this is an area where
  
of the Commission on Community Psychology of the Inter-American
Society of Psychology, the books of International Psychology Con-
ferences like this one, and the Proceedings of presentations of
the European Community Psychology Association. Lastly, we
must continue to sponsor and support the international confe-
rences that have given new life to the discipline, strengthening
2 https://red.pucp.edu.pe/
psicologia-comunitaria/
25
the exchange and personal relationships between community
psychologists from around the world.
   
and instrumental solidity of international community psycholo-
gy, has pointed out new paths and has shown me that our com-
mitment lives on thanks to the work of all the people who make
up this community, to the criticism and persistence of those who
keep us on track, the demand of verticality from students and
the contributions made by people with whom and for whom we
work, create and strive in the search for a more caring and just
world. I must conclude by thanking our Chilean colleagues who
have given us this book to maintain the discipline’s growth, stren-
gthen our fraternal ties and look ahead to a hopeful future.
References
Serrano-García, I. (1981). El futuro de la psicología de comunidad: Superviven-
cia versus compromiso. Revista Puertorriqueña de Psicología, 1, 25-30.

PRESENTACIÓN
28
Durante los días 5, 6 y 7 de octubre del año 2018 se celebró en
Santiago de Chile la 7ma Conferencia Internacional en Psicología
Comunitaria, instancia que congregó a más de 700 personas de
diferentes países del mundo1 y de los más diversos campos de ac-
-
ron un entramado invaluable de experiencias, saberes, prácticas
-
munitaria. Este hito, junto a las seis conferencias internacionales
que le anteceden: San Juan, Puerto Rico (2006); Lisboa, Portugal
(2008); Puebla, México (2010); Barcelona, España (2012); Forta-
leza, Brasil (2014); y Durban, Sudáfrica (2016), demarcan una im-
portante trayectoria para la historia de la Psicología Comunitaria,
expresando en estos 12 años de realización, ya no solo su auge,
desarrollo y asentamiento, sino que también su heterogeneidad,
complejidad e integridad, propia de una disciplina que –ya ma-
dura– busca estar a la altura de las posibilidades y desafíos de las
sociedades contemporáneas.
Esta 7ma Conferencia Internacional en Psicología Comunitaria no hu-
biera sido posible sin el trabajo colectivo que durante dos años
sostuvieron las/os miembros de la Sociedad Chilena en Psicolo-
gía Comunitaria, red que congrega y articula a profesionales, aca-
démicas y académicos de la Psicología Comunitaria a nivel país,
y que en su conjunto representan a 17 universidades chilenas. A
todas/os ellas/os, nuestros más sinceros agradecimientos.
La 7ma Conferencia Internacional en Psicología Comunitaria contó
con un total de 560 trabajos, los cuales fueron distribuidos en
seis ejes pensados de forma tal que pudieran dar cuenta de la
amplitud y diversidad que caracteriza actualmente al quehacer
académico, profesional y/o ciudadano en el ámbito comunitario,
1 De acuerdo al registro de la
organización, los países repre-
sentados en este encuentro
fueron:Argentina, Australia,
Brasil, Canadá, Colombia,
Costa Rica, Alemania, Ecuador,
España, Reino Unido, Hungría,
Indonesia, Irlanda, Italia,
Japón, Corea del Sur, México,
Noruega, Nueva Zelanda, Perú,
Puerto Rico, Portugal, Suecia,
Estados Unidos, Uruguay,
Venezuela, Sudáfrica y Cuba.

29

a saber: Políticas públicas, intervención y acción comunitaria (145
trabajos); Metodologías, prácticas de acción y trabajo multidisci-
plinario (131 trabajos); Formación e investigación asociadas a la
praxis profesional (98 trabajos); Perspectivas comunitarias de la
convivencia y justicia social (82 trabajos); Sujetos y movimien-
tos sociales, gobernanza y ciudadanía (55 trabajos); Vínculos
socioespaciales, transformaciones ambientales y respuestas des-
de lo comunitario (49 trabajos). A su vez, se previeron distintas
modalidades para la presentación de trabajos como un modo de
garantizar diversos espacios y formas de encuentro, diálogo y re-
-
tores comunitarios, 22 presentaciones de metodologías innova-
doras, 293 ponencias libres, 65 presentaciones de experiencias, 19
presentaciones de libros, 10 simposios nacionales, 28 simposios
internacionales y 64 carteles.
El eje central de la conferencia se compuso, por un lado, de dos
conferencias centrales, brindadas por la psicóloga estadouniden-
se Brinton Lykes, titulada Contesting the Global North’s Priorities:
Transforming Psychosocial Well-being Through Critical Community
Psychology, Feminist Anti-racist Participatory y Action Research, and
Grassroots and Grasstops Activism   
Dardot, titulada Lo común como principio político. Por otro lado, se
invitaron a 25 académicas y académicos, nacionales e internacio-
nales, con vasta trayectoria en el ámbito comunitario, para parti-
cipar de 12 mesas de diálogo en torno a temas de gran relevancia,
no solo para la Psicología Comunitaria, sino que también para las
Ciencias Sociales en general. El título de estas 11 mesas de diálo-
go fueron: Migración y racismo; La evidencia como recurso para
el fortalecimiento de las comunidades; Salud mental comunita-
ria; Relación entre políticas públicas, Psicología Comunitaria e
30
intervención social; Derechos humanos, violencia institucional y
acción social; La política de las políticas: la posición de las/os psi-
cólogas/os comunitarias/os frente al quehacer gubernamental;
Formación para el ejercicio investigativo y profesional de la/el psi-
cóloga/o comunitaria/o en la actualidad; Conocimientos, agentes
y articulaciones estratégicas: La Psicología Comunitaria y la trans-
ferencia de conocimiento; Lo común, la política y lo político; Pro-
puestas y aportes de la Psicología Comunitaria al abordaje de la
pobreza y exclusión social; La intervención comunitaria con pue-
blos originarios: desafíos y apuestas desde la Psicología Comuni-
taria; Vínculos socioespaciales y transformaciones ambientales:
Contribuciones desde la Psicología Ambiental Comunitaria.
El presente libro titulado Diálogos Contemporáneos en Psico-
logía Comunitaria: Escenarios, Problemas y Aprendizajes tiene
como propósito registrar y compartir algunos de los valiosos en-
-
bio de experiencias y perspectivas durante las mesas de diálogo
anteriormente mencionadas. Para ello, se convocó a las/os parti-
cipantes de estas mesas de diálogo a enviar un trabajo por escrito
en referencia a su presentación, considerando (en lo posible) el
modo en cómo estas se vieron corregidas, tensionadas y/o com-
plementadas en el diálogo con sus pares. Cabe destacar que para
quienes respondieron, se establecieron ciertas normas de pu-
blicación, que permitieran dar un mínimo de uniformidad a los
trabajos, los que, a su vez, fueron reagrupados en cinco ejes ge-
nerales, manteniendo como referencia el grado de amplitud y di-
versidad con el cual fueron pensadas las mesas de diálogo en un
inicio, a saber: Lo ético y lo político en el trabajo con comunidades;
Políticas Públicas y Psicología Comunitaria; Salud mental y Psico-
logía Comunitaria; Psicología Comunitaria y exclusión social; For-
31

mación profesional, ética y Psicología Comunitaria. Así también,
se decidió no traducir los trabajos y publicarlos en el idioma en
el que originalmente fueron escritos (español o inglés), evitando
homologar sus valiosas diferencias y persistir en el carácter inter-
cultural que tuvieron las mesas de diálogo. En esta misma línea,
hemos optado por indicar hipervínculos en todas las referencias
posibles, de este modo, ofrecer una herramienta que facilite el
acceso a producciones académicas, saberes y experiencias, que se
han originado en diversas latitudes, promoviendo el encuentro e
intercambio internacional, tan necesario en el mundo global que
hoy habitamos. Este esfuerzo está principalmente destinado a
estudiantes que inician su formación, a psicólogas y a psicólogos
especializadas/os en el área.
El primer eje titulado Lo ético y lo político en el trabajo con comu-
nidades está compuesto por los trabajos de Rama Agung-Igusti,
Christopher C. Sonn, Eduardo Almeida, Terry Mitchell y Gonzalo
Bustamante-Rivera. En su conjunto, y de modo general, los tra-
bajos de estas/os autoras/es invitan a volcar críticamente la mi-
rada sobre la Psicología Comunitaria y sus supuestos epistemo-

ciertas virtudes y posibilidades, pero también ciertos vicios, va-
-
tóricas como actuales de opresión. En esta línea, las/os autoras/
es coinciden en proponer un trabajo de (de)construcción, tanto
hacia adentro como hacia afuera de la disciplina, que le permita
a la Psicología Comunitaria comprender y afrontar íntegramente
estos escenarios, tan viejos como nuevos, de opresión. Esto, me-
diante la consideración y articulación de propuestas teóricas y/o
prácticas provenientes de otros campos del pensamiento y la ac-
ción. Por un lado, se propone reconocer y solventar (mediante el
32
desarrollo de una praxis descolonizadora) la herencia occidental
moderna de la Psicología Comunitaria en referencia al trabajo
con comunidades indígenas, en cuanto a que (de forma tácita) se
podría estar reproduciendo, en la teorización, investigación y/o
intervención, determinadas lógicas de opresión. Por otro lado, se
propone robustecer el carácter crítico de la Psicología Comunita-
ria, mediante una Psicología Comunitaria Crítica que, en referen-
cia a la macro y micro-violencia que histórica y sistemáticamente
inviste a determinados sectores de la sociedad, considere de for-
ma íntegra dimensiones y variables históricas, económicas, polí-
ticas y culturales, tanto en la comprensión como abordaje de los
problemas psicosociales.
El segundo eje está compuesto por los trabajos de Jaime Alfa-
ro, María Isabel Reyes, Bárbara Olivares, Douglas Perkins, Esther
Wiensefeld y Stefany Larrota, quienes se sitúan en la cada vez
más evidente relación entre Políticas Públicas y Psicología Comu-
nitaria para analizarla en distintos niveles y desde distintas pers-
pectivas; perspectivas que, si bien son distintas, coinciden en re-
conocer esta relación como una relación dinámica y compleja, en
la que participan de forma interdependiente múltiples variables
a nivel estructural, institucional, organizacional y territorial. De

de complementariedad y tensión entre las Políticas Públicas y la
Psicología Comunitaria; a partir de ello, se sugiere la corrección,
consideración y/o creación de determinados saberes y prácticas.
Al respecto, y de forma transversal, las/os autoras/es coinciden,
por un lado, en reconocer un grado de tensión importante en esta
relación dado el contraste que existe entre el tipo de gobernanza
que está a la base, y media la formulación y ejecución de la Polí-
tica Pública con los valores éticos-políticos que orientan la inves-
33

tigación, diagnóstico e intervención en Psicología Comunitaria.

Pública a operar mediante lógicas centralizadas, verticales y pres-
criptivas (top-down), reduciendo la comprensión de los problemas
psicosociales a variables individuales y/o micro-sistémicas, ofre-

funcionales. Esto, se contrapone con la importancia que le otorga
la Psicología Comunitaria a la participación directa, horizontal y
transversal de la comunidad en el diseño e implementación de
proyectos sociales, en correspondencia a una comprensión críti-
ca, compleja e íntegra de los problemas psicosociales, que va de
la mano con una intervención orientada hacia la transformación
de las condiciones, tanto a nivel micro como macro, que estarían
(re)produciendo dichos problemas. Por otro lado, se vislumbran
ciertas complementariedades de la cual ambas partes de la rela-
-
cia por parte de la Psicología Comunitaria hacia la Política Pública
que podrían (al mediano y corto plazo) distender la tensión ante-

ambas partes.
El tercer eje titulado Salud mental y Psicología Comunitaria
está compuesto por los trabajos de Ma. Verónica Monreal, Jorge
Castellá-Sarriera y Enrique Saforcada, quienes presentan dife-
rentes perspectivas críticas respecto a las formas y contenidos
hegemónicos e institucionalizados de comprender y abordar la
salud mental, dado a sus tendencias biologicistas, individualis-
tas, normativas, prescriptivas, paternalistas y paliativas, entre
otras. Esto (sostienen las/os autoras/es) oblitera la complejidad
de dimensiones y variables, tanto históricas como contextuales,
que de forma interdependiente inciden en las condiciones sub-
34
jetivas de la población. Así también, oblitera el valor que tiene la
participación y fortalecimiento en y para el bienestar subjetivo y
colectivo de los sujetos, sus familias y las comunidades. Frente a
este diagnóstico compartido, las/os autoras/es encuentran en el
andamiaje teórico-práctico de la Psicología Comunitaria posibili-
dades de transformación en los modos de comprender, investigar
y/o abordar la salud mental, ya sea a nivel académico, institucio-

praxis crítica, compleja e íntegra, preventiva y promocional, hori-

El cuarto eje titulado Psicología Comunitaria y exclusión social
está compuesto por los trabajos de Ma. Verónica Monreal, Verô-
nica Morais, James Ferreira, Elívia Camurça, Bárbara Barbosa y
Benito Baranda, quienes nos ofrecen distintas formas de com-
        
de investigación e intervención con personas y comunidades en
condición de pobreza o extrema pobreza. De manera transversal,
las/os autoras/es coinciden en una interpretación de la pobreza
o extrema pobreza como un fenómeno psicosocial en el que se
conjugan dimensiones y variables estructurales, institucionales,
organizacionales, comunitarias y subjetivas. Un fenómeno que,
por ende, exige formas complejas e íntegras de comprensión y
abordaje, ya sea en el ámbito de la academia, de la política pú-
blica, del quehacer profesional y/o de la organización territorial.
-

Comunitaria) comprendemos el fenómeno de la pobreza, en
cuanto a que, de alguna u otra forma, incide en el modo en cómo
nos aproximamos, relacionamos y trabajamos con las personas
y comunidades que viven en dicha condición; y para lo cual es fun-
35

     
encuentro y la singularidad del otro, así como el potencial de trans-
formación y auto-determinación de cada persona y comunidad.
En el quinto y último eje del libro, Formación profesional, Ética y
Psicología Comunitaria, compuesto por los trabajos de Leonor Ma-
ría Cantera, Alipio Sánchez, Alba Zambrano y Daniel Henríquez, se
-
tigación y formación universitaria en Psicología Comunitaria. En

-
sideradas y/o desarrolladas en el ámbito académico y profesional
de la Psicología Comunitaria, tales como: perspectiva de género,
ética psicosocial y auto-cuidado. Frente a ello, las/os autoras/es pro-
ponen lineamientos generales de acción para compensar dichas
-

de la Psicología Comunitaria en el ámbito académico y cómo este
proceso ha corrido en paralelo (con grados mayores y menores
de tensión) a la neoliberalización de la universidad, proceso por

-
llo investigativo y formativo en Psicología Comunitaria. A partir de
este escenario, se describen ciertos procesos y prácticas que (de al-
guna manera) han sobrellevado y/o solventado esta tensión.
En su conjunto, el presente libro da cuenta de la actual diversi-
dad, complejidad e integridad (constitutiva y constituyente) de
       
para el cual el encuentro y el intercambio, no solo intra, inter y
trans-disciplinar, sino que también intercultural, tienen un valor
36
primordial, y cada vez más considerando las posibilidades y de-
safíos de las sociedades contemporáneas. Una Psicología Comu-
nitaria que, orientada hacia la promoción del desarrollo humano
y a la transformación de las condiciones que obstaculizan y/o im-
piden dicho desarrollo, apuesta por situarse en la relación entre
partes concebidas tradicionalmente como separadas, distintas e
inclusive opuestas: Entre lo general y lo particular, entre la teoría
y la práctica, entre lo institucional y lo territorial, entre lo social, lo
colectivo y lo individual, entre la tradición y la innovación, entre
lo viejo y lo nuevo. Un tránsito permanente, por ende, comple-
jo, que exige a todas y a todos una actitud de cautela y sospecha
frente a aquello que se presenta como único e inequívoco; que
-
tivas de transformación; que exige (en referencia a la consigna
que nos convocó durante esta 7ma Conferencia Internacional en Psico-
logía Comunitaria) una comunidad en movimiento.
No podemos dejar de mencionar que este libro lo editamos
desde Chile, donde hemos tenido nuestros propios movimientos,

os. Primero fue la revuelta de Octubre, con toda la urgencia de
cambio y transformación, que nos tiene aún con una potente
agenda política y social por delante, que invita a la ciudadanía a
participar e implicarse en los procesos deliberativos desde lógicas
de colaboración y horizontalidad, que habían estado aplacadas
por décadas de avance neoliberal. El país se volcó así a las calles,
levantando banderas de cambio que buscan sentar las bases de
un nuevo pacto social, donde las comunidades accedan a dere-
chos y construyan un camino sin exclusiones.
Un segundo movimiento, aún en desarrollo, es la pandemia,
37
que nos tiene escribiendo estas últimas palabras desde el en-
cierro, con una cuarentena que no cesa y con un panorama cada
vez más sombrío, sobre todo, para aquellos sectores que se en-
cuentran sin garantías mínimas para la atención en salud. En esta
oportunidad, el rol de las comunidades ha sido producir respues-
tas colaborativas, descentralizadas, solidarias que posibilitan
re-pensar los modos en que hemos acordado vivir y re-politizar
las decisiones que implican a unos y otros, asumiendo como prin-
cipio, que todos los cuerpos debieran importar lo mismo.
Tal y como planteamos en la 7ma Conferencia que dio origen a
este libro, somos parte de una comunidad en movimiento, en-
tonces, lo interesante ahora es pensar cómo mutamos (como el
virus) hacia otro horizonte, donde dibujemos nuevas rutas que
antepongan la solidaridad y el cuidado mutuo, ante la fragilidad

libro emprenden esta búsqueda y nos muestran cómo se trans-
forman los distintos escenarios, cuando asumimos la necesidad
de generar rutas que se abran a partir de trazos colectivos, múlti-
ples y heterogéneos.


Lo Ético y lo Político en el
Trabajo con Comunidades
40
La Psicología Comunitaria se caracteriza por una praxis que

de autodeterminación de los sujetos y las comunidades. Para
ello, trabaja de manera conjunta con las comunidades en la
comprensión, abordaje y transformación de las condiciones
que obstaculizan y/o impiden dicho desarrollo.

las posibilidades y limitaciones de la praxis comunitaria
respecto al encuentro, diálogo y trabajo conjunto con
comunidades de distintos territorios: la diáspora africana en
Australia, pueblos indígenas de Canadá y Chile, comunidades
en condiciones de vulneración en México.
El trabajo que presentan los australianos Rama Agung-
Igusti y Christopher C. Sonn constituye un aporte interesante
para conocer una experiencia de intervención donde la
psicología comunitaria y el arte se articulan y cobran fuerza
para enfrentar el racismo y los discursos esencializantes,
proponiendo una salida desde la praxis decolonial y la
justicia epistémica. Los autores señalan que el racismo es
una expresión histórica de desigualdad y es constitutivo del
sistema global actual, encontrándose a la base del origen
de las sociedades que construyeron su organización de
manera binaria, dividiendo al mundo en torno a blancos
y no blancos, consolidando así el colonialismo presente
Presentación

41
en todo el mundo. Para hacer frente a ese escenario, los
autores proponen la adopción de enfoques decoloniales,
que usen herramientas y marcos conceptuales desde
fuera de la disciplina, privilegiando formas alternativas de
conocer, hacer y ser. Allí, destacan metodologías narrativas
y participativas, como el teatro, donde las comunidades
pueden conceptualizar y recrear de manera colectiva, los
relatos en torno a las identidades y a los proyectos presentes
 como un
proyecto artístico que permite abordar la diáspora africana
en Australia. 
El segundo trabajo que compone este eje está hecho a
dos voces. Allí dialogan dos experiencias que muestran el
trabajo con comunidades indígenas en el norte y el sur de
América. Primero, la canadiense Terry Mitchell relata lo

hegemónica y descendiente de colonos, trabajar con
comunidades originarias de Canadá, profundizando en
las implicancias que este trabajo ha tenido en términos
conceptuales, epistemológicos, éticos y políticos. Al mismo
tiempo, y como una voz que hace eco del relato de Mitchell,
encontramos el texto de Gonzalo Bustamante-Rivera,
académico chileno, que ha desarrollado un trabajo de
larga data con comunidades del sur de Chile y de Canadá,
acompañando el trabajo de la misma Mitchell.
Ambos, despliegan un relato que nos va mostrando
cómo sus trayectorias académicas se van articulando con
biografías que van buscando situarse respetuosamente
en espacios Otros, evitando comprender e intervenir a esa

42
otredad desde marcos de referencia coloniales. En ese
esfuerzo, logran mostrarnos cómo la Psicología Comunitaria
tensiona los saberes originarios de esas comunidades, en
tanto expresión de una episteme occidental moderna. A
modo de respuesta, también nos advierten sobre los riesgos
  
      
saberes, asumiendo los diversos puntos de vista que se
ponen en juego cuando se participa como agente externo
de un proceso de intervención comunitaria.
Finalmente, el trabajo de Eduardo Almeida se orienta
a revisar la situación actual de su país México a partir de
distintos indicadores que dan cuenta de la gravedad y
complejidad del problema de la violencia en sus distintas
manifestaciones. Como contrapunto a la violencia, Almeida
se detiene en la propuesta que denomina Psicología Social
Comunitaria Crítica y releva tres experiencias mexicanas
que, a su juicio, contienen elementos centrales del proyecto
comunitario de resistencia. Se trata de la experiencia de San
Miguel Tzinacapan, las Normales Rurales y la experiencia de
los Zapatistas en Chiapas.
43
44
African-diaspora in Australia
Narrating Stories of Belonging

Enacting Decolonial Aesthetics
toward Epistemic Justice
Rama Agung-Igusti
Christopher C. Sonn
C    -
ty-based interventions and pedagogies and forms of cultural
production that can play a role in projects of social change. Critical
scholars have in recent times advocated the need for community
psychology to take a decolonial standpoint and transgress disci-
plinary boundaries to draw on alternate conceptual tools, frame-
works and methodologies, as well as centre epistemological jus-
tice (Carolissen & Duckett, 2018; Dutta, 2018; Maldonado-Torres,
2015; Reyes Cruz & Sonn, 2015). Creative practices are integral
to meaning-making and the surfacing of knowledge from the
periphery and are thus entwined within the present decolonial
turn, and equally, critical theories can sharpen our analyses of
how creative practices may resist and challenge the hegemonic
institutions produced by the historical and material conditions of
colonialism (Sonn et al., 2015a, 2015b).

45
This article will examine a community arts project called 
that was informed by decolonial attitude and necessitated by
a desire to (re)create narratives from the African-diaspora in
Naarm/Birraranga1 (Melbourne), Australia, that centres them as
the originators of their stories. Beneba Clarke (2019) noted that:
African-diaspora Australians are settlers, albeit black-bodied, on
black land -Aboriginal land- of which sovereignty has never been
ceded. For all the other and discrimination faced by African-dias-
pora Australians in the current climate, there is no escaping the
perhaps uncomfortable reality that we, the colonised are some-
times also the colonisers (p. 10).
The focus of the article is on the conceptual tools of witnessing
-
ly positioned audience members engaged with a performance,
and the shaping of complex subjectivities, and creating opportu-
nities for solidarities and recognition. The research project that
accompanied this performance is part of a body of community
engaged-research at Victoria University, that seeks to examine
race and racism from within the Australian context, mapping the
myriad ways racialised migrant and First Nations communities
create important spaces to revitalise their communities and en-
act self-determination and self-representation in the face of co-
loniality (Sonn, 2018).

Social relations within Australia are inherently racialised and
premised on the dispossession of First Nations people and the
ongoing project of colonisation. In the founding of Australia as
1 These are Wurundjeri and
Boon Wurrung names for the
area around Port Phillip bay
and for the area of Melbourne.

46
   
of a racialised other was enacted, whilst constructing the myth of
a national white identity that has become engrained and repro-
duced institutionally and culturally (Moreton-Robinson, 2015).
These racialised systems have structured the experience of mi-
gration to Australia, and discourses of belonging and identity.
Just as Indigenous sovereignty has been imagined away through
the myth of Terra Nullius, the legal doctrine that declared the con-
tinent uninhabited and enabling the white possession of land, so
to have the presences of non-White migrants been erased from
Australia’s history sustaining this imagined White nation (Smith
et al., in press). The establishment of immigration policies that
restricted non-European migration, know as the White Australia
policy, ensured this vision until the 1970s when multiculturalism
was adopted, diversifying Australia’s ethnic make-up (Stratton,
2011). However, as Ghassan Hage (1998) argues, Australian mul-
ticulturalism is predicated on the maintenance of the imagined
White nation, which centres White culture as the dominant
mode. Further, contemporary conceptualisations of multicultur-
alism have been dependent on assimilationist discourses and
policies championed by the centre right government under John
Howard from the late 1990’s (Stratton, 2011), and reinvigorated
under the recent governments (Crowe, 2019; Remeikis, 2018).
The racialisation has been largely echoed within national dis-
courses. The Challenging Racism Project (Blair et al., 2017) report-
ed that most participants showed strong support for multicultur-
alism and diversity within Australia, yet also strongly supported
assimilation. Almost half of the respondents asserted that peo-
ple from racial, ethnic, cultural and religious minority groups
       
47

sticking to their old ways. Furthermore, Muslim, Middle Eastern,

      
most positive responses normalising White identity and belong-
ing within Australia. Largely, the construction of the hegemonic
White identity in Australia is problematic for multiculturalism,
alongside the continued fostering of the fear of the racialized
other, and the reproduction of unequal power relations (Mansou-
ri et al., 2017). However, this is simply representative of the foun-
dational and ongoing racial hierarchy imbricated in whiteness
and coloniality and manifest in everyday and systemic racisms
(Stratton, 2011).
Overwhelmingly, the experience of being within Australia is
structured by racism for people of colour. According to the Chal-
lenging Racism Report-

respondents had experienced racism in an educational setting,
         
        
the Scanlon Mapping Social Cohesion Report (Markus, 2017) found
-
   


for those born in South Sudan. These reports not only show the
pervasiveness of racism and discrimination within Australia, but
also that it is largely experienced by non-White migrants, and Af-
rican-Australians in particular.

48
The experience of the African diaspora in Australia has high-
lighted the practices of othering that continue to marginalise
communities and reinforce Australia’s imagined White national
identity (Udah, 2018). Within Australia people of African heritage
continue to be constructed as dysfunctional and dirty, perpetual
refugees and culturally incompatible (Majavu, 2018), legitimis-
ing their misrecognition through practices of everyday racism
-
courses have been perpetrated by powerful mainstream media
institutions (Han & Budarick, 2018; Horyniak et al., 2016; Nolan
et al., 2011), as well as political rhetoric (Nunn, 2010). Most re-
cently, a federal MP widely criticised for the use of fear-monger-
ing and criminalisation of African communities was appointed

discourses sustain and reproduce unequal power relations and
disadvantage, whether through institutional encounters such

settings (Baak, 2018), representation amongst power holders
(Leading for Change Blueprint, 2018), or the health costs of rac-
ism (Paradies et al., 2015; Priest et al., 2013).

      
and frameworks to understand and respond to racism and racial-
isation, such as supporting empowerment, fostering resilience,
organising and mobilising communities and working towards
projects of social change and social justice (Christens, 2012; Dutta
et al., 2016; Maton, 2008; Sonn & Baker, 2016; Speer et al., 2014),
however, there have also been calls for more critical approaches
to community psychology that foreground systems of oppression
49
and the need for transformative structural change over ame-
liorative change at the level of the individual, and the need to
re-politicise the discipline (Evans et al., 2017); as well as the im-
portance of transdisciplinarity for Community Psychology to be

longer lens that understands the historical roots of race and rac-
ism in colonial histories of empires.

Racism is a global hierarchy of superiority and inferiority [...]
that have been politically, culturally and economically produced
and reproduced for centuries by the institutions of the capitalist/
patriarchal western-centric/Christian-centric modern/colonial
world system (p. 10).
 -
sions of racism and is useful when contextualising racism within
the present moment. Quijano (2000) writes of the colonial ma-
trix of power which, through hegemonic institutions, governs
dimensions of social existence: labour, sexuality, authority and
subjectivity. Race and racial hierarchies are the central governing
principle of coloniality, and racism is therefore constitutive rather
than derivative of the present global system. This is perpetrated
through symbolic violence, which normalises and legitimate the
positions inhabited along these axes of power. It is through lan-
guage and symbolic systems of communication that dominant
and subordinate positions are created and reproduced. This set of
relations is maintained by both dominant and subordinate alike
through process of misrecognition. Subjective misrecognition


50
structures which produce them, legitimating these practices and
sustaining taken for granted assumptions (Bourdieu, 1989).

         
their humanity as human beings and, thus, [enjoying] access to
rights (human rights, civil rights, women’s rights, and/or labour
rights), material resources, and social recognition to their sub-
jectivities, identities, epistemologies and spiritualities” (p. 10).
Those below the line are seen as non-human, and thus undeserv-
ing of the same rights, resources and recognition. Stevens (2018)
argues that race has been historically central to how humanity
and non-humanity has been constructed. When those who have
been placed below the line reimagine the very idea of humani-
ty, rather than seek to re-assert their own humanity, possibilities
arise to move beyond black/white binaries.
Such frameworks for understanding race and racism have been
part of a decolonial turn that has shaped calls for epistemic jus-
tice, cultural production, and the emergence of social movements
and political action. As Maldonado-Torres (2016) argues this turn
involves epistemic, aesthetic, erotic, spiritual and activist turns
premised on decoloniality as a collective project. It is imperative
that these elements work in concert towards challenging the
coloniality of knowledge, power and being. Creative practice is
one important site where these elements can meet, where sub-
jectivities can be reimagined, taken for granted meanings unset-
 
part of the decolonial project of social change. There have been
increased calls more broadly for the decolonisation of psycholo-
gy (Adams et al., 2015; Dudgeon & Walker, 2015), as well as calls
51
from within critical community psychology (Carolissen & Duck-
ett, 2018; Dutta, 2018; Reyes Cruz & Sonn, 2015), which have ad-
vocated for the unsettling of key ideologies and concepts, as well
as the adoption of decolonial approaches across theory, practice
and pedagogy. Such approaches highlight the need for epistemic
justice and the importance of drawing on conceptual tools and
frameworks from outside the discipline, unsettling hegemonic
knowledge production practices and discourses of the other and
privileging alternate ways of knowing, doing and being.

Community arts and cultural development () encompasses
arts practice that is grounded within communities.  can take
many shapes, yet it is inherently community-based and is predi-
cated on community collaboration and a desire to enact change
for individuals, groups and communities (Australian Council of
the Arts, n.d.). Whilst,  draws on diverse artistic forms, the-
atre can be particularly powerful modality for multiple levels of
social change. Positive outcomes for individuals participating
within theatre projects, include developing positive social iden-
tities, processes of empowerment and constructing belonging
(Hammock, 2011; Madyaningrum & Sonn, 2011; Wernick et al.,
2014). Theatre can be an important form of community peda-
gogy that has transformative potential within and across com-
munities (Sonn & Baker, 2015). Particular approaches conceptu-
alise theatre as instrumental within change processes. Applied
theatre refers to performances within educational, institutional
and community contexts with a focus on social or personal ben-

2011). Applied theatre is a wide-reaching term that encompasses

52
various forms of educational and community-based theatre, such
as political theatre, social justice theatre and community theatre
(Prendergast & Saxon, 2009). Examples that highlight the way
applied theatre seeks to enact change can be found in perfor-
mance methodologies that have stemmed from Augusto Boal’s
(1979) Theatre of the Oppressed. Boal’s Theatre of the Oppressed was
   
 -
enced the development of participatory theatre forms such as
playback and forum theatre (Nicholson, 2011). Central to these
theatre methodologies are the telling of stories grounded in
the experiences of the actors, and the engagement of audiences

Within the academy there has also been a call for performative
social science, which has seen the emergence of arts-based re-
search as part of the research process (Gergen & Gergen, 2011).
         
    
(Bleuer et al., 2018; Harte, 2017), it allows audiences to connect
with stories, themes, and experiences at an emotional level that
sits outside the conventions of academic discourse; pivotal to its
         
and beliefs, to hone our ability to empathize, and to understand
our connections to the larger world” (Howard, 2004, p. 220). Proj-
   
be dialogical and include opportunities for audience interaction,
and similarly to approaches such as Theatre of the Oppressed, the
experience of storytelling as truthful and authentic greatly con-
tributes to how audiences engage with the stories (Radbourne et

53
through arts-based methods adopt an aesthetic of objectivity,
which constructs the theatre experience as primarily educative
rather than an aesthetic experience (Black & Lipscomb, 2017).
Theatre, as a form of , can also emerge from within com-
munities to preserve, surface, and (re)create important and
meaningful narratives. Drawing on embodied memories and
oral histories it can anchor to collective histories whilst reimagin-
ing the present and the future. Narratives draw on the social and
cultural elements of human experience and provide a frame for
human action (Hiles & Cermak, 2011). At the level of the individ-
ual, identity can be conceptualised as being constructed from the
stories we tell about ourselves. These stories represent an indi-
vidual’s selective interpretation of their history and experience,
and it is a process of meaning making that changes and evolves
as one transitions through life events (McAdams, 2001). However,
shared narratives also exist for groups and communities, creating
an interplay between the personal identity making narratives,
collective narratives, and the dominant cultural narratives that
infuse day to day life. This community pedagogy  -
namics of power and privilege and fosters the development of
social and symbolic resources necessary for the construction of
-
tities, [and] foster new relations based on new ways of being, and
alternative modes of knowledge production” (Sonn & Baker, 2015,
p. 220).
Whilst there is growing research that maps communi-
ty-based theatre projects, its impacts on participants and
communities, and its capacities for communicating knowl-
edge and raising consciousness, there are fewer examples that

54
examine the processes at play as differently positioned audi-
ences engage in witnessing.

The relationship between audience and performance can be un-
derstood as that of the audience as witness. Wake (2009), review-
ing understandings of this relationship within theatre and per-
formance studies, situates these nuanced understandings within
a framework of trauma studies to elucidate where the witness sits
within relation, as primary or secondary witness, to what the per-
formance recounts. Audiences as secondary witnesses, using the
metaphor of an accident, are witness to the account rather than
the accident itself, which was ultimately witnessed by the artist.
-
ables audiences to work through rather than act out. Scholarship
     
transformative potential of witnessing. Transformative witness-
ing illuminates the space between performer and the diverse
subjectivities of the audience, facilitating individual transforma-
tion in attitudes, beliefs and behaviours, and creating opportu-
nities for solidarity, and projects for change outside the theatre
setting (Sajnani, 2010). The performance of lived experience can

transformational learning. Lived experience is key to a state of
resonance for the audience, and the symbolic representation of
-
tance needed for potential transformation (Wood, 2017).
55

Aesthetic distance describes the extent to which the audience is

their own reality. Within the realm of performance, the term can

2017, p.23) and exists on a continuum of complete immersion to
the audience as an observer that exists apart. Theorists alternate-
ly propose that transformation occurs through the elimination of
this distance, through a prolonged emotional assault as the audi-
ence bears witness to a form of testimony; a reduction and main-
tenance of distance, where the emotional experience must be
intense and impactful, but not overwhelming. This maintained
distance is a form of psychological protection, whilst still allow-
ing for resonance between audience and the performed stories;
lastly, maximum distance posits that increased distance allows

can be emotionally overwhelming, and space needs to be made

of cognition and emotion, through aesthetic distance, mediated
by the use of theatre techniques such as metaphors and symbols,
  
witness.

However, audiences are not homogenous and occupy varied po-
sitionalities, and thus the distance evoked by performances can

al., 2018), resulting in a diverse set of experiences, engagements


56
Harte (2017) explored research-based theatre as an alternative
mode of research representation and audience engagement.
Post-performance audience evaluations showed the various
-
formance. For audience members who were of Irish descent but
       
diasporic identities, the performance validated personal and
communal belonging and illuminated shared feelings of in-be-
tweeness
members from other ethnic backgrounds for whom the stories
resonated with their own experiences, diasporic consciousness
 
them as racialized objects. For Irish-born audience members an
awareness of, and empathic connection was cultivated for those
with Irish heritage that were born abroad. Collectively the audi-
ence experiences indicated that the performance was a powerful
pedagogical tool that communicated new knowledge, spoke to
existing knowledge and challenged prejudices.

validation for similarly positioned audience members, authen-
ticity and sense of powerfulness in the stories are deeply con-

member’s own lived experiences (Black & Lipscomb, 2017). How-
ever, when the power and privilege of audience members posi-
tionings are challenged by the performed stories, the aesthetic
-

of theatre for knowledge mobilisation Bleuer et al. (2018) com-

witnessing a performance of research-based theatre centred on
57
immigrant employment and labour market exclusion. Whilst

of students, academics, immigrants and social service provid-
ers, of which found the performance to be resonant, truthful and
connecting with their own experiences; the second performance
occurred at a conference with an audience of  professionals,
employers, service providers, activists, academics, politicians and
immigrants. Whilst many within this audience describe the per-
formance as engaging and diverse, some expressed feelings of
discomfort and became defensive. These responses related to a
particular scene that implicated many of these audience mem-
bers, in the roles they inhabited, within the very systems that ex-
cluded skilled immigrants from the labour market. Whilst, there
is risk of under distancing of aesthetic distance, and disengage-
ment by audience members, discomfort can also be an important
pedagogical process.

-
ter of the experience of the African diaspora in Australia through
multiple art-forms. It is an engagement of decolonial aesthetics,
decoloniality and interculturality through creative projects that


of modernity, post-modernity and now altermodernity […] [it is]
the celebration by border dwellers of being together in and be-
yond the border” (Mignolo, n.d.).  was Produced by cohealth
Arts Generator, a participatory arts space that mobilises arts-based
programs and opportunities to increase agency and improve
wellbeing for young people from diverse social and cultural back-

58
grounds and created by a collective of multi-disciplinary artists
with African heritage. The production explored identity, dispos-
-
rience, and was performed publicly over two nights at the Arts
Centre, a renowned and prestigious arts institution in the .
The performance combined poetry, music, dance, theatre and
projection through a series of individual and ensemble pieces
that interpret stories of the African diaspora in Naarm/Birraranga

For me it was a platform for myself and others to represent our-
selves the way we needed and wanted it to be in our own way. Be-
ing able to re-centre the African narrative in a way that created
    
continuing the same narrative of the African diaspora that is
seen here in Australia, which is underrepresented on many pla-
tforms, spoken about out of context, and usually given a single
narrative (Geskeva).
The creative team shaped the project through a democratic pro-
cess grounded in a decolonising approach to self and governance.
The principles and values at the core of this process were self-de-
termination, self-representation, and asserting self as knowers
and creators. To create an authentic representation of them-
selves the artists needed to have autonomy of their stories with
how they wanted to tell their stories and in what way. To do this
they had to consciously locate themselves, their relationship with
the coloniality and whiteness in Australia and re-centre the plu-
rality of African narratives. It also included de-centering aspects
of whiteness, Eurocentric ideas and processes, and having them
at hand as peripheral tools, resources and support. The commit-
59
ment to these values fuelled a lot of the important changes to the
project. The ideas that precipitated these changes grew from con-
versation about the fact that the actioning of self-determination
and self-representation from the perspective of people of colour
(), does not have a framework within the containment of the
Australian context (Sonn et al., 2018).


has an emphasis of urgency and frankness when articulated. This
was something that the collective felt was important in capturing
all of the themes within the project processes and creative out-
comes. To create an authentic representation of themselves the
artists needed to have complete autonomy of their stories in how
they wanted to tell their stories and in what way. To do this they
had to consciously locate themselves, their relationship with the
coloniality of Australian society and re-centre the African narra-
tive (Sonn et al., 2018).
 
to contribute to critical discussions about race and whiteness, and
moved through various roles as mentor, critical friend, evaluator
researcher, and co-researcher (Sonn, 2018). This informed the
basis of a collaborative and participatory research project, which
also encompassed an Honours and Masters thesis, to document
the  project and inform evaluation. As part of this research a
16-item survey was created to capture audience member’s expe-
riences of the performance2. Below we will describe and discuss

2 The evaluation report
Theatre for Change: Witness and
performer responses to African
stories of identity, belonging and
community (Sonn, Agung-Igusti
& Komba, 2018) can be accessed
at http://vuir.vu.edu.au/38486/.

60

Witnessing Complexity
Whilst the purpose of  was to (re)surface and (re)create
stories from the African diaspora in Melbourne, for the African
diaspora in Melbourne, the performance would ultimately be
viewed by a diverse audience. The decision for  to be shown
at the Arts Centre stemmed from a desire to claim space within
what was seen as a powerful mainstream, upper class and white
arts institution, and to centre these narratives within that space.
Many of the audience members came from the performer’s own
friends and networks, other creative practitioners or colleagues
 -
ates between two types of audiences, accidental audiences, made
up of the general population who come independently to see the
show; and integral audiences, who may share relationships with
the performers or are in some way an important part of the show
itself, and their presence is necessary for the show itself. The au-
dience of  was an integral audience across its diverse posi-
tionings, importantly the performance was made for the African
diaspora, whose presence the show was necessitated on, yet the
audience also encompassed a range of members situated out-
side of this diaspora.
In completing the survey, audience members were able to
self-identify, enabling sensitivity to the diverse ways audience
members described their identities. Many used hyphenated cul-

-
pore borne”, some described themselves as being black or white,
while some included other social/cultural identities such as les-
61
bian and feminist to describe themselves, and others recognised
indigenous sovereignty and their positions as settlers through
their description of being born on Wurundjeri land. The audience
thus represented a diverse range of identities, prior knowledge,
social locations, and relationships that extended beyond the Afri-
can diaspora, and as such the performed narratives also reached
beyond their intended audience. Each audience member’s in-
dividual subjectivities shaped the way they engaged with the
content and themes as they witnessed each story from their own
unique positions. This was evident in the way audience members
who described themselves as white, Anglo-Australian or Europe-
an spoke of a burgeoning awareness of their need and desire to
learn more about, not only the experiences of the African diaspo-
ra in Australia, but their own privileges and prejudices. Through
witnessing these stories, their own positioning in relation to the
African diaspora is made apparent and seeming taken for granted
norms critiqued rather than enshrined. As one audience member
wrote, they had learnt from the performance:

norm’ in society how much is so easy for me. But that this is not
always a good thing, in ignoring our own culture, ancestry and
history we’re muting our own understanding of ourselves and the
world and limiting our connection with others (Ango-Celtic).
For many other audience members, their engagement with
       
within the African diaspora in Melbourne and saw themselves
represented in the stories of in-betweenity, one audience mem-

unique, not fully South Sudanese nor Australian. But both. It’s

62
        
equally rewarding” (South Sudanese).
Whilst, other audience members recognised the narratives of
their own diasporic communities within the stories told, speak-
ing to a set of shared experiences for racialized diasporic and mi-
   -
mance] taught me that Africans are just as humble as Islanders.
Being told to wait, be patient, be calm. But my brother, they’ve
been waiting, been patient, been calm” (Samoan).

 as a performance was a way of sharing community knowl-
edges and histories grounded in creative approaches that privi-
lege aesthetics. While it was not as dialogical as forum theatre,
 enacted community pedagogies that fostered potentiali-
ties for intercultural dialogues and solidarities. The use of met-
aphor and symbolism, through using devices such as masks and


    
One of the Sudanese proverbs used in the performance states:

root; the other is wings”.
    -
        
-
deed defensive when it implicates the identities which they hold
(Bleuer et al., 2018). Whilst many of the audience members were
63
there to support the performers, and thus may have been more
receptive to  
and learning that audience members could carry beyond the
 -
ings of belonging and the African diaspora woven through the
performed narratives.
The 
becoming that moved past essentialised categories of existence,
and embraced the contradictions, hybridity and nuance of the
complex subjectivities within the African diaspora in Australia. In

yet imagining new futures or connecting to blackness yet not be-

race theorising being caught between contesting race and its nat-
uralisation as an organising frame within our social world, yet in
doing so reifying and reinstituting race and its concomitant raced
binaries. Thus, it is important to surface the complexity of sub-
jects, and so to recognise the complex subjecthood of audienc-
es. Speaking back, or constructing identity against whiteness or
coloniality, tethers identities to binaries of race and oppression,
perpetuating the racialised structures these identities seek to re-
sist. To be, to create space, to give meaning, to create new forms
and understandings that draws on roots and simultaneously
looks to an imagined future provides opportunities of existing
unbounded to the oppressor. For words and action to exist re-
lationally to oppressive systems ascribes a sustaining and actu-
alising power that cements discrete social categories. To make
visible complex subjectivities and the instability of seemingly
immutable categories, asserts a right to agency, and imagines a
future beyond the status quo.

64

Creative practice in the form of theatre can be a powerful tool
that connects with audiences and creates spaces for inter-subjec-
tive meaning making and possibilities of transformative social
change.  was enacted at a particular social, historical and
political nexus, within a broader context of scholarly, political
and creative work that seeks to build solidarities, and create al-
ternate spaces and meanings from within the colonial project of
Australia, whilst connecting to global discourses and events. Sto-
ries of migration and displacement, of identities and belonging,
must engage with Indigenous sovereignties; and understandings
of racism and racialisation cannot be divorced from colonial logic
that has underpinned the ongoing dispossession of Indigenous
peoples from their land.
 speaks to the multi-faceted nature of theatre and creative
practice, that builds capacities of individuals, builds solidarities
within and across communities, and can also be engaged as an-
ti-racist pedagogy predicated on the recognition of power, privi-

may not translate to action, it may not be the impetus for people
to challenge systems or alter their own practices, and for some

as the declaration of guilt becomes in itself the anti-racist end-
point (Ahmed, 2006). We must be careful that recognition does
not become a stand-in for forms of redistributive justice (Fraser,
1998), nor that creative practices and community arts, nor critical
scholarship, relegate decolonisation to the metaphorical (Tuck
& Yang, 2012). Decoloniality is a collective project that requires

65
together in various forms of community [we] can seek to disrupt
the coloniality of knowledge, power and being and change the
world. Decolonisation is therefore not a past event, but a project
in the making” (Maldonado-Torres, 2016, p. 29). , through
its process and its purpose, applied decolonial thinking and ap-
proaches. It facilitated the creation of collective knowledge, that
sat beyond and pushed the boundaries of whiteness, drawn from
the global and local histories of the African diaspora, in dialogue
with the colonial histories of Australia, and grounded in the lived
experience of the performance originators. We have drawn on
concepts of witnessing and aesthetic distance to understand how
this knowledge engages and is engaged with, and the complexi-
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we have been bringing together, and our commitments to border
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Decolonizing “multicul-
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Social en México
Eduardo Almeida Acosta

La comprensión de la relación entre los Derechos Humanos, la
violencia institucional y la acción social exige, en primer lugar,
tomar en cuenta que hay que superar el nacionalismo metodoló-
gico, tal como señalaba hace años Ulrich Beck (1999).
La llamada globalización se ha caracterizado por la multiloca-
lización, no solamente del intercambio, sino que también de la
producción de mercancías, que ha tejido andamiajes transnacio-
nales en los que las grandes corporaciones han llegado a contro-
lar la vida: el agua (Nestlé, Coca Cola), la energía (Shell, Exxon),
los alimentos (Cargill), la salud (Bayer, Novartis). Se ha caracteri-

llevado a crisis profundas como la del año 2008; y por la utiliza-
ción de las nuevas tecnologías, que han transformado de manera
-
dad, la corporeidad, el tiempo y el espacio.
Esta globalización, que se va transformando en dinámicas


73
dinámicas políticas, en realidad, está inmersa en un resquebra-
jamiento civilizatorio inédito por sus dimensiones planetarias,

Los Estados y los Derechos Humanos
Los Estados-Nación dejaron de ser esas entidades que se fueron



el que se construyó la base del Estado moderno, centrado en la in-
tegridad territorial y la soberanía nacional. Todavía en la década
de 1980, los Estados lograban regular los antagonismos de clase
característicos de las sociedades industriales y, de alguna for-
ma, buscaban (a través del llamado Estado de Bienestar) incluir
-

 
         
Guerra Fría, desencadenó una de las fases económicas más bru-
tales de la época moderna, en términos de concentración y de
expulsión” (Sassen, 2015, p. 29).
La vinculación estructural entre Estado Moderno y Derechos
Humanos se rompe. Y en este contexto, las políticas sociales se
vuelven simuladoras, como en el caso de México. Un ejemplo de
-
dad de derechos humanos, que se vuelve inviable ante un Esta-
do que ha cooptado el discurso de los derechos humanos para
violarlos de manera sistemática. Otro caso ilustrativo es el de la
llamada Ley Bala, que se aprobó en Puebla en el año 2014, y que
se llamaba Ley para Proteger los Derechos Humanos y que Regula el

74
Uso Legítimo de la Fuerza por Parte de los Elementos de las Institucio-
nes Policiales del Estado. Dicha ley, que acaba de ser derogada con
el nuevo Congreso, permitía el uso de armas letales para detener
una manifestación pública.
En definitiva, esta dificultad para exigir el respeto de los
derechos humanos frente al Estado, ha obligado a las organi-
zaciones e instituciones a recurrir, de manera permanente, a
instancias internacionales como la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos ().


México concentra múltiples episodios de violencia, que han mar-
cado (de manera sostenida) la trayectoria del país en las últimas
décadas, agudizando desigualdades y mostrando que las políti-
cas sociales y de seguridad han fracasado de manera sistemática.
Ayotzinapa
El caso de Ayotzinapa resulta emblemático para comprender el
núcleo del funcionamiento del Estado Mexicano. Se trata de un
episodio reciente, que ha trascendido fronteras, movilizando a
múltiples organismos internacionales para denunciar el actuar
de policías y del propio Estado. En resumen, se trata del ataque
de la policía a estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro
Burgos, ocurrido en la madrugada del 27 de septiembre de 2014,
en el que fallecieron 9 personas, fueron heridas 27, y desapare-
cieron 43 estudiantes. Este terrible hecho, ha dejado a cientos de
familiares y amigos, sin respuesta y a la deriva, sin que ninguna
institución pública pueda responder por lo sucedido. Ayotzinapa
75
representa la forma en cómo el poder se ha ido tejiendo en las
-
nes, que refuerzan el poder detrás de estas acciones.
La violencia de lo ocurrido en Ayotzinapa, vuelve visible algunos
asuntos que es importante destacar: lo primero es la vinculación
del Ejército, la policía y el gobierno, con los carteles de la droga
y las transnacionales mineras. Por otro lado, llama la atención la
profundización del racismo histórico y la discriminación hacia co-
munidades indígenas y campesinas, que se agrava con las serias


para los Derechos Humanos, 2007). Al mismo tiempo, Ayotzina-
-
cionarios públicos involucrados en los distintos momentos del
proceso, desde que se descubren los hechos hasta la actualidad,
debido justamente, a que, no solo no han sido juzgados, sino que
se mantienen en puestos públicos. Un caso que llama la atención,
es el de Tomás Zerón de Lucio, que era el titular de la Agencia de
Investigación Criminal de la Procuraduría General de la Repúbli-
ca (), que pertenece al Poder Ejecutivo y que, presuntamente,
sembró evidencias en el Río San Juan, como lo muestra el trabajo
realizado por el destacado Grupo Interdisciplinario de Expertos
Internacionales (
que señala que los cuerpos fueron quemados la misma noche en
el basurero de Cocula, Guerrero. Resulta alarmante constatar en-
tonces que Tomás Zerón de Lucio es actualmente Secretario Téc-
nico del Consejo de Seguridad Nacional.
En concreto, los datos que acabamos de revisar nos permiten
concluir que Ayotzinapa presenta un cierto patrón de gobernan-

76
za y que, además, nos muestra cómo las violencias históricas y las
nuevas violencias, se articulan. En síntesis, Ayotzinapa es el caso
emblemático de México como Estado punitivo (Álvarez, 2013).
Violencias Históricas
México cuenta con cifras que alarman desde hace décadas y que
mantienen enquistada la violencia en el seno de la sociedad. Una
primera violencia histórica es la inequidad: en el año 2019, Méxi-
co ocupa el número 76 en el Índice de Desarrollo Humano (entre
un total de 189 países), lo que expresa, fundamentalmente, serias

-
,
2019).
Las Nuevas Violencias
Se consideran nuevas violencias al carácter generalizado de la
violencia y a su expresión inédita de crueldad, que se expresa en
las siguientes cifras:
Homicidios: el año 2019 se han registrado 25.890 homici-
dios en México, según cifras del Secretariado Ejecutivo del
Sistema Nacional de Seguridad Pública (, 2019). Las
estadísticas muestran que el año 2019 es el más violento en
la historia del país del que se tenga registro, pues en pro-
medio se cometieron 95 asesinatos por día.
Personas desaparecidas: hay 31.069 personas desapareci-

200.000 según datos de Fuerzas Unidas por Nuestros
Desaparecidos en México (, 2018), organización
77
compuesta por familiares de personas desaparecidas en
México y organizaciones de la sociedad civil que acompa-
ñan el proceso.
Fosas clandestinas: entre los años 2007 y 2016 se encontra-
ron 1.075 fosas clandestinas con 2014 cuerpos en 19 lugares
distintos del país (González et al. 2019).
Feminicidios: en el año 2019 se reportaron 2.825 asesinatos
a mujeres en todo el país, de los cuáles 1.006 casos fueron
      
información del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacio-
nal de Seguridad Pública (2019).
Desplazados por violencia: entre los años 2011 y 2017, un to-
tal de 8.726.375 personas en México abandonaron en algún
momento sus viviendas o lugares de residencia, por miedo
a la inseguridad (Pérez et al. 2018).
Estas nuevas violencias se relacionan con viejos y nuevos pro-
blemas que las agudizan, entre los cuáles podrían señalarse los
siguientes: el despojo territorial vinculado a la geopolítica global
-
cesionado a empresas mineras, siendo un gran número de ellas
canadienses); las llamadas Zonas Económicas Especiales y el Pro-
yecto Transístmico, que corresponden a la lógica de lo que antes
-
te, a las grandes transnacionales y al comercio de Estados Unidos

su estrecha vinculación con la economía formal, y que es uno de
los problemas más difíciles de enfrentar; la mayor visibilización

78
del racismo que históricamente ha estado escondido en la iden-
tidad nacional; una situación psicosocial de pérdida de sentido.
       

La Psicología Comunitaria se enfrenta a estos desafíos. En este
texto se proponen pistas para crear bases estructurales de for-
taleza, el valor de verdad en las luchas por la dignidad perso-
nal y colectiva, y la audacia para crear núcleos cohesionados
de amistad y de apoyo.
La propuesta es la Psicología Social Comunitaria Crítica como

Por lo mismo, contrahegemónica, en movimiento, involucrante,
peregrinante, más allá del progreso y la revolución. Su lugar onto-
lógico es la realidad social comunitaria como relatividad, sujeta
al devenir, atenta a los desgarramientos sociales, en lo negativo y
-
temológico es el conocimiento de lo social comunitario, como
forma de conciencia sujeta al acontecimiento, relativa, conscien-
te de los impactos de los desgarramientos sociales en lo negativo

Los rasgos distintivos de esta Psicología Social Comunitaria
Crítica son:
Es una praxis que valora más a la gente que a la ciencia
hegemónica.
Es un estudio de la realidad en proceso continuo de
emergencia, anclada en lo territorial, itinerante o virtual.
79
Se vale de conceptos en perspectiva sociocultural, con
posibilidades de geopolítica emergente inédita.
Se opone a las relaciones sociales actuales de racionali-
dad y consumo con efectos de dominación.
Considera los condicionamientos biológicos de lo hu-
mano dentro de lo cultural y colectivo.
Aborda la realidad desde los sentipensamientos como
formas de conciencia, táctiles, proximales, lentas antes
que visuales, distales y rápidas; como formas inéditas
de abordar el resentimiento y la venganza.
Es una praxis cultural que abre la puerta a discursos,
-
cidental, abierta a las incertidumbres.
Es una praxis interpretativa, más que un conjunto de
saberes y de normas a aplicar, atenta a las subjetivida-
des e intersubjetividades.

Frente a la visión desoladora, que los pocos privilegiados de la
tierra no quieren ver, o que tratan de negar; de la que la gran
mayoría de la población es inconsciente, abrumada por las ur-
gencias cotidianas de supervivencia o narcotizada por los men-
sajes repetitivos y deslumbrantes distribuidos por las variadas y
controladas tecnologías de la información y de la comunicación;
y que una minoría lúcida y activa trata de hacer patente para to-
dos, surge la pregunta: ¿existe hacia dónde mirar en búsqueda
de experiencias sociales, por pequeñas que sean, que permitan
replantearse la posibilidad de un mundo de libertad, igualdad y
fraternidad?

80
Se proponen tres experiencias como concretización de lo ante-
rior, asumiendo que:

posible; de que los excluidos tienen un papel fundamental en este
esfuerzo, sin excluir a los no excluidos; de que es posible un creci-
miento humano para todos, ajeno a los imaginarios de felicidad
mercantilistas, y de que hay semillas ya sembradas para todo esto
a lo ancho y largo del mundo (Almeida y Sánchez, 2014, p.10).
Las tres experiencias a las que nos referimos son: la que he com-
partido durante 40 años en la Sierra Norte de Puebla (México), la
de las normales rurales de México y la de los Zapatistas.
La Experiencia de San Miguel Tzinacapan
Esta experiencia de dinamización de la cultura indígena Nahuat,
empieza en 1973 con la llegada a Tzinacapan de una socióloga,
María Eugenia Sánchez. A ella se le unen varias amigas, y luego,
-
formación de un equipo de vida y trabajo que, junto con miem-
bros de la población, dan inicio a una experiencia que continúa
hasta nuestros días (Almeida y Sánchez, 2014).
En este mito comunitario, las personas han sido más importantes
que la ciencia hegemónica, las acciones se han ido adaptando a
realidades emergentes y los conceptos claves han ido evolucio-
nando. Las relaciones sociales han tenido que ser de austeridad y
supervivencia digna, la afectividad ha sido tomada muy en cuen-
ta y se han construido intersubjetividades. Han sido veredas de
incertidumbre.
81
Las Normales Rurales
          
prácticas de vida y desarrollo comunitario fueron realizadas por
maestros rurales. Tres cuartas partes de los 15 millones de habi-
tantes que tenía México en 1920, se radicaban en el medio rural
(Loyo Bravo, 1985).
Las Normales Rurales fueron creadas como una opción para que
los campesinos pudieran acceder a la educación. Han subsistido
gracias a la proactividad, solidaridad y compromiso de los y las
estudiantes con su realidad social. Se han distinguido por sus lu-
chas a favor de las mejores causas sociales, lo que ha provocado
intentos de parte de las autoridades civiles y militares, respalda-
das por sectores conservadores, por acabar con ellos y ellas como
ha sucedido recientemente en Chilpancingo (2012) y en Igua-
la (2014). Se han construido fuertes intersubjetividades entre
maestros/as, alumnos/as y familiares.
La Experiencia de los Zapatistas
La vitalidad actual del Ejército Zapatista de Liberación Nacional
(EZLN) se manifestó en la marcha de 50.000 zapatistas en cinco
municipios de Chiapas el año 2012, como metáfora de su concep-
ción del poder. La Escuelita Zapatista sobre la libertad el año 2014
fue una lección de ciencia no hegemónica. El seminario El Pensa-
miento Crítico frente a la hidra capitalista el año 2016 fue un gran es-
fuerzo de creación teórico-conceptual (, 2016).
Sus logros en salud, educación y producción, son el fruto de su
proactividad, superando controles que se les han querido impo-
ner. Ahí están y ahí siguen por su resiliencia, que les ha permi-
tido superar todos los ataques del gobierno. Su organización en

82
Caracoles favorece la resistencia política ante fuertes adversarios
que sueñan con humillarlos/as. El  es el mejor ejemplo de
autonomía política que frustra al sistema político que quisiera
extinguirlo.
Elementos en Común de las Tres Experiencias
La propuesta de trabajar una Psicología Social Comunitaria de


de lo aprendido en la propia práctica comunitaria de amplia du-
ración, en la participación en siete conferencias internacionales
       
de lo que tienen en común las tres experiencias anteriormente
descritas. Y no está de más hacer notar que las tres han surgido y

violencias a las que se ha hecho también referencia. Las tres sub-
sisten en medio de sociedades enfermas de desarrollo, buscando
(no sin errores y desviaciones) justicia y reconocimiento (Bau-
man, 2007) en sus prácticas sociales y comunitarias, para ellas, y
para lo que pueden ofrecer a sus entornos sociales.
La acción de las tres va más allá de las fronteras culturales-nacio-
nales, en construcción de identidades inéditas. Las tres enfrentan
el absurdo de la desigualdad y los atentados a la diversidad. La
ruptura de la norma heterosexual se viene dando en medio de
entornos sociales muy patriarcales y habría que documentar es-
tos aspectos de cómo van ocurriendo en la Sierra Norte de Puebla,
en la Zona Zapatista, y en las Escuelas Normales Rurales (Millán,
2014). Frente a la incertidumbre de los tiempos y a la desorien-
tación ética profunda (cinismo, corrupción, luchas de poder), en
las tres experiencias aparecen destellos de lo que Edgar Morin
83

a la crueldad del mundo. En el fondo lo que está en juego es la
vida humana (Montaigne, 2003).

84
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-
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Referencias
85

86
La Intervención Comunitaria
con Pueblos Indígenas: Desafíos
y Apuestas desde la Psicología
Comunitaria
Terry Mitchell
Gonzalo Bustamante-Rivera
En el mundo existen entre 370 y 500 millones de personas in-
dígenas, de aproximadamente 5.000 culturas distintas, los
       
pueblos indígenas sufren de pobreza, desposesión de sus tie-
rras, desplazamientos forzados, problemas de salud, amenazas
a sus lenguas y culturas y diversas formas de inequidad (,
2019) y de violaciones a sus derechos (, 2018). A pesar de
los problemas enfrentados por los pueblos indígenas al interior
de las sociedades modernas neocoloniales y de la pretensión de
la Psicología Comunitaria desde sus inicios de colaborar con las
luchas y necesidades de los sectores subordinados de la socie-
dad, la literatura sobre el trabajo de la Psicología Comunitaria
con comunidades indígenas es más bien reciente, en algunos
casos incorporando sus categorías culturales o adaptando las
metodologías (Reich et al., 2007), destacando en esto especial-
mente el desarrollo de la Psicología Comunitaria en Camerún

87
(A Bame Nsamenang et al., 2007) y en Nueva Zelanda/Aotearoa
(Robertson y Masters-Awatere, 2007).
En los últimos años hemos podido constatar una progresiva

Psicología Comunitaria en colaboración con las comunidades in-
dígenas en diversas regiones del mundo, las cuales son presenta-
das en conferencias nacionales e internacionales y en publicacio-
nes especializadas. Es así como en el año 2019, la American Journal
of Community Psychology lanzó un número especial sobre pueblos
indígenas, y en el año anterior, en 2018, uno sobre la perspectiva
decolonial, la cual resulta muy pertinente para analizar los fenó-
menos ligados a la colonización como las prácticas de descoloni-
zación de grupos sociales subalternizados.
Las/os autoras/es de estos números especiales, coinciden en de-
sarrollar una mirada crítica hacia la propia Psicología Comunita-
ria, especialmente hacia su potencial colonial al ser portadora de
miradas eurocéntricas hegemónicas (Carolissen y Duckett, 2018),
como las que se encuentran a la base de conceptos tales como co-
munidad (Dutta, 2018; Thomson-Guerin y Mohatt, 2019) o empo-
deramiento (Mitchell et al., 2018).
Estas miradas coloniales de la Psicología Comunitaria pueden
ser enfrentadas mediante el ejercicio activo e intencional de des-
colonización a través de la implementación de la educación des-
colonizadora (Carolissen y Duckett, 2018; Mitchell et al., 2018), la
indigenización de la Psicología Comunitaria vía la incorporación
de conocimientos tradicionales, de metodologías y de personas
sabias indígenas en procesos colaborativos entre investigadoras/
es y comunidades indígenas que cuenten con el involucramiento

88
de estas últimas (McNamara y Naepi, 2018; Mitchell et al., 2018;
       
todo lo cual genera transformaciones que pueden contribuir a las
luchas indígenas por su autodeterminación (Thompson-Guerin y
Mohatt, 2019).

publicaciones sobre el trabajo de la Psicología Comunitaria con
comunidades indígenas han recibido un fuerte impulso a partir
de la realización del 1er Coloquio Internacional de Psicología So-
cial Comunitaria en Nuestra América en el año 2013, promovido
       
se han venido realizando anualmente hasta la fecha y que han
congregado la participación de psicólogas/os comunitarias/os y
representantes de otras disciplinas de diversos países de América
Latina.
Al igual que el trabajo reseñado que se ha venido desarro-
llando en Canadá, Estados Unidos, Nueva Zelanda y Australia,
el aporte latinoamericano adopta un carácter situado que re-
conoce su lugar de enunciación en América Latina o Nuestra
América; aporte, cuyos rasgos centrales son el progresivo desa-
rrollo de una propuesta inscrita en un proyecto político y ético
comprometido con las luchas de los pueblos indígenas por su
autodeterminación y con la creación de nuevos Estados pluri-
culturales (Herazo, 2015), lo que involucra un ejercicio de des-
colonización mental de las concepciones eurocéntricas (Almei-
da, 2015), la problematización de las teorías y de los conceptos
de la Psicología Comunitaria como los conceptos de comunidad
y sentido de comunidad (Herazo, 2018)1, la incorporación de
conocimientos ancestrales indígenas (Barbosa, 2015) y en al-
1 Por ejemplo, a cambio
del concepto de comunidad,
Katherine Herazo propone el
concepto de comunalidad, el
cual se basa en perspectivas
indígenas mesoamericanas..
89
gunos casos la adopción de una perspectiva teórica decolonial
(Bravo, 2018).
Este desarrollo nuestroamericano ha implicado además la nece-
sidad de revisar las categorías sociales bajo las cuales en la región
han sido denominados los pueblos indígenas, es así como la au-
      
de pueblos originarios en lugar de indígenas para dar cuenta de las
propias formas de reconocimiento de los pueblos que han sobre-
vivido a la brutal historia de colonización española.
En el diálogo principal que está a la base de este artículo, dos
psicólogas/os comunitarias/os de dos regiones distintas del mun-
do (una en Canadá y el otro en Chile) hemos podido conocernos,
  
hemos asumido el desafío de transmitir nuestros aprendizajes y
   
etnicidad y género) de estas, con la esperanza de que aporten en
el trabajo de colegas de diversas regiones del mundo y aporten
al debate teórico, metodológico, ético y político de la Psicología
Comunitaria.


Terry Mitchell
En Canadá, existen aproximadamente 1,5 millones de personas

Naciones y Mestizos. Los pueblos indígenas en Canadá tienen
la población de crecimiento más rápido y también más joven,
-

90
te de la población vive en una de las más de 600 comunidades
-
da, 2019).
El desplazamiento de los pueblos indígenas de sus territorios
ancestrales al interior de Canadá y la ruptura de su conexión
cultural y de sus formas de vida tradicionales ha tenido como
resultado profundos impactos sociales y sobre la salud, que se
relacionan con pérdida cultural, alienación y disrupción identi-

Miller, 2004; Mitchell y Maracle, 2005; Morrissette, 1994; Nelson
y Wilson, 2017; Waldram, 1997). El trauma colonial resultante
de las políticas nacionales de apropiación de las tierras y de asi-
milación han afectado a múltiples generaciones de maneras
complejas, continuas, colectivas y acumulativas (Mitchell et al.,
2019). James Anaya, ex Relator Especial de Naciones Unidas so-
bre los Derechos de los Pueblos Indígenas, describió la situación
actual de los pueblos indígenas en Canadá como una crisis en la
cual las comunidades indígenas viven en condiciones como del
tercer mundo (Anaya, 2014).
En esta oportunidad, proponemos una discusión de las mane-
ras a través de las cuales se han relacionado las teorías y prác-
ticas de la Psicología Comunitaria con los valores indígenas, en
un esfuerzo por descolonizar la práctica de investigación y con-
tribuir en un cambio transformador. El enfoque de investigación


al., 2012; Hovey et al., 2017), el trenzado o tejido de diferentes

  -
91
pum de Dos Hileras”] , derivado del Tratado del Wampum de

(Latulippe, 2015).
Figura 1 | Wampum de Dos Hileras
El Wampum de Dos Hileras-
tado de Paz y Amistad, se trata de un cinturón wampum hecho
con cuentas, que describe las relaciones del acuerdo entre dos
pueblos (indígenas y colonos) en sus respectivos botes, el barco

que está simbolizado por las líneas con cuentas blancas, mien-
tras que las líneas de cuentas púrpura son las aguas de la vida
sobre las cuales viajan ambos grupos. En este tratado, hay un
acuerdo para vivir en paralelo sin interferir el uno con el otro.
Sin embargo, en los últimos 500 años los gobiernos coloniales
han producido grandes interferencias sobre los pueblos indí-
genas, los que han producido daños coloniales tan profundos
  -
ca de nuestras relaciones como psicólogas/os comunitarias/os
y los pueblos signatarios de tratados (Poelzer y Coates, 2015),
enfocándonos en las oportunidades actuales y en los desafíos
a nivel de la investigación, la reconciliación y la coexistencia al
interior de Canadá.

92
Experiencia
Como canadiense no indígena, con colonos como ancestros, mi
relación con las Primeras Naciones comenzó tempranamente en
mi vida cuando en 1974 viajaba de la metrópolis de Toronto, la
ciudad más grande de Canadá, al Territorio de Yukón, una remo-
ta región del noroeste de Canadá. Fue en este primer momento
que visité y viví, por primera vez, en reservas de Primeras Nacio-
nes y desarrollé una amistad con jóvenes de Primeras Naciones
mientras yo terminaba la secundaria en Yukon. En ese entonces,
se puede decir que yo era muy poco consciente de las políticas
racistas y coloniales de Canadá, tal y como la mayoría de las/os
canadienses lo están aún en la actualidad. Desde una edad muy
      
las Primeras Naciones. Años después regresé a Yukon en múlti-
ples ocasiones, incluyendo en 1991 durante mi trabajo doctoral
en Psicología Comunitaria, momento en que fui invitada a vivir
y trabajar durante seis meses con dos comunidades de Primeras
Naciones. Estas experiencias de estar y relacionarme con comu-
nidades indígenas, sentaron las bases de mis perspectivas, valo-
res y esfuerzos de evolucionar hacia una práctica de investigación
descolonizadora y liberadora (Lykes y Malona, 2008).
Práctica
En mis programas de investigación, hacemos el esfuerzo de que
nuestro trabajo se base en conocimiento indígena, en el abordaje
del conocimiento indígena, las cosmovisiones y las prioridades,
lo que da forma a un enfoque intercultural de la investigación ac-
ción. Esto implica, el respeto por las cosmovisiones indígenas y el
compromiso de involucrarnos con las comunidades en una rela-
ción de colaboración en la producción de conocimientos (Cochran
et al., 2008; Davidson-Hunt y O’Flaherty, 2007; Louis, 2007; Si-
93
monds y Christopher, 2013). En esta investigación colaborativa, es
crucial el aprendizaje intercultural adaptativo (Davidson-Hunt,
2006), en el cual el diálogo se produce de manera horizontal en-
tre sistemas de conocimientos occidentales e indígenas. Como
psicólogas/os comunitarias/os, mis estudiantes, coinvestigado-
ras/es y colaboradoras/es, nos esforzamos por avanzar en nuestra
propia descolonización y en la de nuestra relación con los Pueblos

mismas/os, reexaminar y dar nuevas formas a nuestras relaciones
y a las maneras en que trabajamos juntas/os. Comprendemos que
la lucha indígena por las tierras, territorios, cultura, seguridad y
dignidad son más una lucha común hacia una coexistencia justa,
un medioambiente sustentable y un futuro para todos y todas,
más que un proyecto para un/a psicóloga/o comunitaria/o u otro
agente social de la cultura dominante. Lila Watson, una artista,
académica y activista indígena de Australia, señaló de manera
potente hace unos años la naturaleza del enfoque relacional de la

estás perdiendo tu tiempo. Pero si viniste porque tu liberación
está unida a la mía, entonces trabajemos juntos” (Watson, 1985).
Figura 2 | Letrero relativo al Wampum de Dos Hileras2
2 “El cinturón Wampum
de Dos Hileras, “ustedes se
quedan en su canoa, nosotros
nos quedamos en la nues-
tra”, reconocido aún hoy día”.
Traducción de la autora.

94
En mis esfuerzos por desarrollar e involucrarme en una prácti-
ca de investigación relacional descolonizadora estoy basándome
cada vez más en las cosmovisiones y valores indígenas y del Tra-
tado de Dos Wampum, el que nos recuerda la necesidad de un en-

desde dos perspectivas”, desarrolla un trabajo conjunto respetuo-
so, aprovechando las fortalezas tanto del conocimiento indígena

sustentado en dos perspectivas diferentes con un compromiso de
no interferencia respetuosa es muy difícil. Un enfoque relacional

constante y una autocrítica sostenida. Involucrarse en las relacio-
nes con pueblos indígenas desde un enfoque de Dos Wampum,
requiere la voluntad de sentirse fuera de nuestra zona de confort,
al momento que nuestras convenciones culturales occidentales
y las de la academia, con las que estamos familiarizadas/os, son
cuestionadas por constituir el fundamento de las perspectivas
dominantes, en tanto, en las relaciones de investigación que de-
safían los procesos coloniales inconscientes y las concepciones
indígenas, se constituyen en nuestra guía.
En el trabajo de mi grupo de investigación estamos avanzan-
do en un enfoque relacional para descolonizar los espacios aca-
démicos y la investigación, para lo cual nos basamos en cuatro
principios: a) la investigación debe estar incrustada en y ali-
mentada por las perspectivas y cosmovisiones indígenas; b) el
proceso de investigación y sus resultados deben esforzarse por
interrumpir las dinámicas de poder colonial; c) la investigación
emplea análisis multiniveles para contribuir en la transforma-
ción de las instituciones, políticas y prácticas opresoras; d) la in-
vestigación colaborativa debe hacer avanzar los procesos indivi-
95
duales e institucionales desde la concientización hacia la acción
(Mitchell et al., 2018, p. 351).
El Enfoque del Wampum de Dos Hileras
En el esfuerzo de compartir mis prácticas de investigación basa-
das en la Psicología Comunitaria Crítica y en las cosmovisiones,
valores y procesos indígenas he elaborado un ejemplo de cómo
  -
vas” en la investigación. En la búsqueda de privilegiar las perspec-
tivas indígenas y también las contribuciones del conocimiento no
indígena, comencé con la Medicine Wheel
permite ilustrar cómo las dos perspectivas (conocimiento indige-
na y no indígena) pueden trabajar concertadamente.

Mente - Teoría

Cuerpo - Práctica

Espíritu -
Protocolo

Emociones-
Sanación



Figura 3 | La Rueda de la Medicina
La Rueda de la Medicina, está organizada en torno a las cua-
tro direcciones, representando la interconexión de la mente, el
espíritu, las emociones y el cuerpo. Al mantener este marco ho-
lístico, las/os investigadoras/es y colaboradoras/es no indígenas

96
podemos ser guiados para comprometernos con relaciones co-
laborativas de investigación, dando una mayor importancia a
sustentar enfoques teóricos críticos, a los protocolos indígenas,
a reconocer la necesidad de apoyar la sanación del trauma co-
lonial y al compromiso con el trabajo cuyas acciones sean de-

podemos recurrir a teorías del poder y de la agencia, podemos
aprender acerca de los enfoques relacionales indígenas sobre
el trabajo conjunto y podemos ser guiadas/os por protocolos
culturales indígenas locales, dando importancia a la sanación
del trauma colonial y al compromiso de desarrollar políticas y
acciones sociales descolonizadoras, acordes con los objetivos

La  a continuación relaciona los cuadrantes de la Rueda
de la Medicina y los valores indígenas en interconexión con las
teorías occidentales. Atender la Mente con conciencia y respeto
de los protocolos culturales, en relación al valor cultural del Es-
píritu. También, en consideración del impacto intergeneracional
del trauma colonial, la necesidad de sanar a nivel de la Emoción,
y el compromiso en apoyar los procesos transformativos, enrai-
zados en las maneras indígenas de hacer las cosas en relación al
Cuerpo. La complementariedad de estos valores indígenas con
las contribuciones occidentales relativas a la teoría, al respeto de
los protocolos, a la sanación y a la acción, se basa principalmente
en la teoría y práctica de la Psicología Comunitaria: en la justicia
social, en el respeto por la diversidad cultural y en las prácticas
de involucramiento comunitario que, enfocadas en la prevención
y basadas en las fortalezas de la comunidad, están orientadas a
apoyar al cambio transformativo de primer orden.
97
  

 Teoría:
- Marco de Derechos Indí-
genas (p.e. Declaración de
Naciones Unidas sobre los
Derechos de los Pueblos In-
genas).
- Derecho C onsuetudinario.
- Trauma Colonial.
- Descolonización..
- Basado en v alores.
- Niveles ecológicos de
análisis.
- Empodera miento.
- Teoría Crítica.
- Análisis del poder.
- Just icia Social..
 Protocolo:
 
autoridad tradicional identi-

- Reconocer el territorio;
Agradecer a la comunidad
indígena..
- Reconocer y apoyar las cere-
monias de los en cuentros.
- Considerar las costumbres
locales de preparación de té,
alimentación y regalos.
- Respeto por la diversidad
cultural.
- Foco en las relaciones.
 Sanación:
- Sanar el trauma colonial.
- Foco en la lengua, tierra, cul-
tura y lo colectivo.
- Foco en la prevención y
en la promoción de la sa-
lud.
- Bienestar comunitario.
 Prác tica:
- Conciencia del tiempo ne-
cesario para un enfoque re-
lacional.
- Reconocer y brindar apoyo a
lenguas indígenas.
- Atención a la inclusión de los
mayores, mujeres y jóvenes.
- Focalizado en las forta-
lezas.
- Involucramiento comu-
nitario.
- Cambio transformativo
de prime r orden.
- Desarrollo comunitario
basado en los recursos de
la comunid ad.
Tabla 1 | Rueda de la Medicina, Teoría Occidental y
Psicología Comunitaria
La Rueda de la Medicina es una herramienta útil para colaborar
de una manera respetuosa y que sea consistente con los conoci-

98
mientos y valores indígenas. Ni la teoría, ni los protocolos, ni la

La consideración de todos estos cuatro factores combinados en-
tre sí puede, sin embargo, contribuir a desarrollar maneras más
sólidas y respetuosas de compromiso con el cambio transforma-
tivo. El Asset Based Community Development3 () es un enfoque
de desarrollo comunitario consistente con las teorías en Psicolo-
gía Comunitaria que se centran en las fortalezas y en el empode-
ramiento comunitario, destacando las virtudes, dones, talentos
         
 apoyan a las comuni-
dades en la movilización y construcción de sus capacidades para
el desarrollo sustentable y autodeterminado. Esta práctica meto-
dológica es consistente con la teoría racial crítica, con las teorías
del empoderamiento y con los marcos de derechos indígenas, en
combinación con el respeto a los protocolos culturales y con la
atención de las formas culturales indígenas para sanar colectiva-
mente las heridas intergeneracionales del trauma colonial. De
esta manera, la investigación colaborativa puede ser progresi-
vamente guiada por protocolos y teorías indígenas, vinculándo-
se con los objetivos metodológicos y resultados esperados de
una práctica en Psicología Comunitaria crítica orientada hacia
la justicia social.
Reflexiones desde la Acción Comunitaria
Desde un enfoque de fortalezas y capacidades, en ocasiones la
mayor contribución que podemos hacer en el desarrollo del lide-
razgo indígena y en la reapropiación de sus procesos comunita-
rios es el no intervenir; el reconocer el conocimiento, las capaci-
dades y el liderazgo que está latente u oculto en las comunidades
y que ha sido desplazado por profesionales de la cultura domi-
3 Desarrollo Comunitario
Basado en Fortalezas
99
nante. Como grupo de investigación buscamos aumentar el ac-
ceso a la información sobre derechos indígenas: derechos inhe-
rentes, derechos domésticos y derechos internacionales. Esto, en
relación a nuestro propio conocimiento y al conocimiento de las
comunidades indígenas al respecto.

un sitio web y una aplicación para celulares acerca del derecho a
consentimiento previo, libre e informado. Desarrollamos posters,
-

hablantes indígenas de varias comunidades en Canadá y de Amé-
rica para que hablen entre sí, y hemos alentado la realización de
foros públicos para resaltar las voces de los líderes indígenas. En
la actualidad, mi programa de investigación está apoyando a la
educación post-secundaria en ciencias hídricas a través de la ma-
 -
das desde dos perspectivas”, con el propósito de apoyar la ciencia

apoyando, a su vez, a la articulación indígena en torno a sus dere-
chos inherentes sobre la tierra y la protección del agua.
Las/os psicólogas/os comunitarias/os se orientan a trabajar
con individuos, grupos y comunidades oprimidas y margina-
lizadas para comprender cómo las estructuras de la sociedad
impactan en las comunidades y para buscar ser contrapartes
en colaboraciones empoderadoras, involucrarse así en el cam-
bio transformativo estructural y sistémico (Nelson et al., 2001).
Como psicólogas/os comunitarias/os, también podemos ser
parte del desafío de contribuir, en alianza con los Pueblos In-
dígenas, en la transformación positiva de la sociedad que pro-

100
mueve, en el sabio marco de Lila Watson, la liberación tanto del
colonizador como de la/el colonizada/o.
Nos hemos propuesto trabajar concertadamente con estu-
diantes, colegas y contrapartes comunitarias para desarrollar
un modelo relacional crítico de trabajo conjunto, de esta mane-
   
que existe al interior de la sociedad colonizadora, que naturali-
  
consolidando el status quo. Reconocemos el riesgo inherente de
-

el enfoque de Wampum de Dos Hileras, a la vez que intentamos
involucrarnos mediante maneras respetuosas que reconozcan y
comiencen a abordar los desequilibrios de poder que sostienen
nuestro privilegio al momento de trabajar en conjunto con co-
munidades indígenas. De esta forma, avanzar hacia un enfoque
basado en conocimiento indígena, para trabajar juntas/os o sa-
narnos juntas/os y a nuestro planeta.



Gonzalo Bustamante-Rivera
    

pueblo Mapuche. En la región en que he desarrollado la mayor
-
puche (, 2018), la cual comparte las desigualdades y violacio-
101
nes a sus derechos que sufren la mayoría de los pueblos indígenas
en el mundo. Por otro lado, en los últimos años mis experiencias
en contexto indígena se han enriquecido con un trabajo de cola-
boración con comunidades de la nación Anishinabeg-Algonquin
y de la nación Innu en Canadá, desarrollado en el marco de mis
estudios de doctorado.
A pesar de que en América Latina aproximadamente 45 millo-
nes de habitantes son indígenas, la literatura sobre el trabajo de
la Psicología Comunitaria con estas comunidades es más bien
reciente y poco numeroso. Incluso, en los textos que recogen su
historia en la región la referencia al trabajo con sujetos indígenas
está más bien ausente. Solo en los últimos 10 años han comenza-
do a ser publicadas obras colectivas en que aparecen menciona-
dos trabajos con comunidades indígenas en Bolivia (Mendoza y
Zerda, 2007), Guatemala (Duque et al., 2007), Honduras (Artiles,

de Chile, algunas de las publicaciones más antiguas son de Bus-
tamante (2007), Navarrete (2012) y Vivallo (2012). El hecho que la
bibliografía latinoamericana sea más bien reciente (y cuyo más
reciente desarrollo se produjo en momentos que yo estaba en Ca-

como psicólogo comunitario mestizo, masculino y chileno que
por mucho tiempo he venido desarrollando una perspectiva de
Psicología Comunitaria con comunidades indígenas4, que no he
tenido mucha posibilidad de dialogar con colegas, pero en cam-
bio he podido dialogarlo largamente con otras disciplinas y con
personas, comunidades y organizaciones Mapuche.
En el plano de lo teórico, una primera formulación de mi apren-
dizaje y propuesta acerca de la acción comunitaria en contexto in-
4 Principalmente, al inicio en
iniciativas de reconstrucción
autónoma de la organización so-
ciopolítica tradicional Mapuche,
también en el campo de la salud
intercultural y de la intervención
psicosocial intercultural, hoy en
día en el campo de las relaciones
de entre comunidades indíge-
nas y proyectos extractivos.

102
dígena fue publicada en el año 2005. Sin embargo, en estos años
he experimentado un desplazamiento conceptual importante
que ha ido de una perspectiva sobre la diversidad cultural muy

interculturalidad crítica (Walsh, 2008) y de una perspectiva teóri-
ca crítica (de la escuela de Frankfurt y de la antropología crítica) a
una de tipo postestructuralista foucaultiana.
El desplazamiento desde una perspectiva multiculturalista a
una de interculturalidad crítica y de plurinacionalidad, se rela-
ciona con que he ido progresivamente abandonando el uso de
categorías como tolerancia, acomodos culturales, diversidad cultural,
-
laciones de interculturalidad latinoamericana de los ‘90, por una
mayor atención a los debates latinoamericanos de los últimos 15
años sobre interculturalidad crítica y plurinacionalidad (Walsh,
2008, 2009). Esto conlleva un desplazamiento teórico más pro-
fundo respecto de la crítica a la Modernidad que se ha trasladado
de la crítica de aquellos aspectos de la Modernidad que impiden
la emancipación humana, pero sin abandonar el proyecto mo-


intrínsecamente, constituida por el proyecto colonial y por una
matriz más amplia de dominaciones (la colonialidad).
Así, si la cuestión en la teoría crítica es cómo develar las formas
de dominación de la Modernidad para devolverla a su promesa
original de emancipación humana, en el giro decolonial la cuestión
se orienta a cómo salir de la Modernidad para producir una so-
ciedad Otra. Esto en contextos indígenas es de gran importancia,
porque sitúa a la Psicología Comunitaria en un proyecto de cons-
103
trucción de una sociedad Otra que sea producto de la participa-
ción directa de los pueblos indígenas como sujetos colectivos que
den forma a esta nueva sociedad, en lugar de un proyecto que no
cuestiona el predominio de la racionalidad moderna, pero que
ofrece adaptarse en algunos aspectos a las características de las
sociedades indígenas.
En base a este posicionamiento de una Psicología Comunitaria
de perspectiva de interculturalidad crítica, se deriva entonces, su
contribución a la descolonización de los pueblos indígenas. Esta
descolonización sugiero que implica un proceso hacia adentro de
la Psicología Comunitaria y otro hacia los pueblos indígenas y la
sociedad dominante. La descolonización hacia el interior impli-
ca una radicalización de las posturas adoptadas desde los inicios
      
las propuestas de Orlando Fals-Borda y de Ignacio Martín-Baró,
que es la de generar teoría desde la realidad latinoamericana y
adoptar teorías de otras regiones del mundo solo después de so-
   
conceptos, teorías y metodologías que utilizamos en relación a su
adecuación a las realidades indígenas.
Algunos desplazamientos conceptuales que conlleva esta des-
colonización interna de la Psicología Comunitaria son el paso del
uso del concepto de comunidad-
cen como un resultado de la evolución histórica de la modernidad
europea, pero que no necesariamente corresponde a otras cul-
turas) a otros conceptos más acordes a las formas de vida social
indígenas. Por ejemplo, Herazo (2018) propone recientemente
el uso de la categoría de comunalidad (que es de origen indígena)
o de sentido de nosotros, los que pueden ser más adecuados a las

104
realidades indígenas. Me parece que estas conceptualizaciones o
bien las propias categorías indígenas son más adecuadas, siendo
importante no imponer características de otras culturas ni tam-
poco categorías que esencialicen a las comunidades indígenas,
ya que estas son muy diversas incluso al interior de un mismo
pueblo indígena.
Otro desplazamiento conceptual que he experimentado, es el
paso de conceptos como empoderamiento o fortalecimiento comuni-
tario por el de autodeterminación o autogobierno o autonomía indíge-
na, o bien el propio concepto indígena (por ejemplo, en el contexto
Mapuche ellos usan el término kizugünezuam). Este desplaza-
miento conceptual implica acercarse más a las propias propues-
tas y experiencias indígenas y a los debates de Naciones Unidas,
estos últimos incorporados en los instrumentos de derecho como
la Declaración de Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pue-
blos Indígenas, pese a que en esta última, la autodeterminación
indígena tiene límites, que es el de la posibilidad de reivindicar
una secesión del Estado.
Otros desplazamientos conceptuales posibles, pero sin pre-
tender agotar las posibilidades de descolonización de las cate-
gorías de la Psicología Comunitaria, son el uso de las categorías
indígenas respecto del territorio (en iniciativas de desarrollo lo-
cal), o al menos conceptualizar el territorio de maneras que se
cuestione la distinción binaria moderno occidental de Hombre/
Naturaleza, o los conceptos de persona (en iniciativas de inter-
vención en individuos o colectivos) y de familia (en iniciativas de
intervención familiar como los programas de violencia intrafa-
miliar o de maltrato infantil).
105
El segundo componente de la descolonización consiste en mi
aprendizaje (en realidad era mi hipótesis desde el inicio de mi
trabajo con comunidades indígenas) de que la Psicología Co-
munitaria debe contribuir en la descolonización de los pueblos
indígenas y de las sociedades dominantes. Esto implica un cier-
to desplazamiento en el uso de las nociones de concientización
y de problematización de Paulo Freire y de Orlando Fals-Borda,
-
nes sociales a la base de la exclusión o posición subordinada en
la sociedad, hacia la noción de descolonización de la subjetivi-
dad del sujeto indígena. En este desplazamiento cobran especial
importancia los aportes del pensamiento postcolonial de Franz
Fanon (la internalización de las categorías del colonizador por el
colonizado), de Edward Said (el Orientalismo, a través del cual el
colonizador produce un discurso sobre el colonizado que legiti-
ma su subordinación), del pensamiento decolonial latinoame-

dominación en que la Modernidad impone su episteme, cuya
expresión máxima es la ciencia), de Bonaventura de Santos Sou-
za sobre las Epistemologías del Sur y en especial de las propias re-
  
Mapuche (Nahuelpán et al., 2013) o de Arthur Manuel (Manuel
y Derrickson, 2017).
En mi experiencia, esta incorporación de la descolonización
como uno de los ejes estructurantes de una Psicología Comuni-
taria intercultural crítica, conlleva otro componente, el de la in-
digenización de las teorías y metodologías de la Psicología Co-
munitaria. Por indigenización de la Psicología Comunitaria me

la incorporación de conceptos y prácticas indígenas. En la práctica

106
en mi trabajo con comunidades indígenas, utilizo sus propias ca-
tegorías respecto del territorio, forma de vida social, valores, au-
toridades sociales y espirituales, etc. A su vez, esta indigenización
de la Psicología Comunitaria implica un aspecto que me parece
esencial, aun cuando en muchos contextos sea difícil de practicar,
que es el de la utilización de las lenguas indígenas. En numerosas
ocasiones, el trabajar usando la lengua mapuche me ha permi-
tido constatar que hablar de un tema en lengua mapuche lleva

En mi trabajo de colaboración con comunidades indígenas en
Canadá, si bien no logré avanzar mucho en el aprendizaje de la
lengua Innu (con quienes he tenido hasta el día de hoy una rela-
ción más estrecha), al menos el poder dirigirme en su lengua en
los saludos y en el uso de sus propias categorías sobre el territorio,
las personas, la cultura y especialmente la espiritualidad, ha sido
valorado por ellos como algo no habitual desde los agentes occi-
dentales. Al respecto, me parece necesario aclarar que no es algo
que yo hago para facilitar mi acceso a las comunidades, sino que
porque para mí es un valor importante el reconocer y valorar las
lenguas de las comunidades y sus cosmovisiones. Además, hacer
esto me ha transformado profundamente a nivel personal.
Asumir la descolonización, la autodeterminación, la indigeni-
zación como componentes de mi propia perspectiva de Psicolo-
gía Comunitaria en contextos indígenas, se articulan con otro de
mis ejes estructurantes de mis prácticas: la de asumir la acción
comunitaria como un proceso de diálogo interepistémico. En esta
-
logo de saberes”, asumo que incluso en su versión más descolo-
nizada, la Psicología Comunitaria es portadora de la episteme
occidental moderna. La acción comunitaria consiste entonces en
107
un proceso de diálogo en que hacemos explícitas nuestras episte-
mes para ponerlas a dialogar con las indígenas para acordar ma-
neras de comprender y de hacer que puedan contribuir al proceso
de la comunidad u organización indígena. Por ejemplo, en nues-
tros diálogos con una organización Mapuche de salud en los que
me han invitado para desarrollar espacios para problematizar las
 -
mos sobre la distinción cartesiana entre mente y cuerpo y cómo
esta está en tensión con la concepción de salud/enfermedad de la
 
de las vías posibles para proponer mejores prácticas de los pro-
gramas de salud mental de los servicios de salud pública.

Dos académicas/os no indígenas, en dos regiones distintas del
continente americano, una en Canadá y el otro en Chile, hemos
querido compartir nuestras experiencias y aprendizajes en el
trabajo comprometido con las luchas de las comunidades indí-
genas desde la Psicología Comunitaria. Nuestros aprendizajes se
nutren de nuestro trabajo de colaboración con comunidades in-
dígenas y relaciones en las que, con toda seguridad, ha sido más
lo que nosotras/os hemos aprendido de ellas que lo que ellas han
aprendido de nosotras/os.
Nuestros respectivos caminos nos han llevado a converger en
varios puntos centrales y nuestras divergencias son más bien re-
-
cicio disciplinar. Entre nuestras convergencias, se encuentran lo
que se ha llamado la indigenización de la Psicología Comunitaria


108
Thompson-Guerin y Mohatt, 2019; McNamara y Naepi, 2018), la
  

de Dos Hileras y el uso de la Rueda de la Medicina, todos ellos
provenientes de conocimientos de diversos pueblos indígenas.
En el caso de Gonzalo Bustamante-Rivera, esta indigenización de
la psicología comunitaria ha implicado el uso de conceptos y de
las lenguas indígenas, especialmente en relación a los conceptos
propios con que el pueblo Mapuche y el pueblo Innu conocen sus
territorios, en el uso de metodologías indígenas como las propias
formas de producir conocimiento colectivo a través de la conver-
sación.
Ambas/os autoras/es reconocemos que el quehacer de la Psico-
logía Comunitaria conlleva un imprescindible ejercicio de desco-
lonización en múltiples niveles, lo cual ha sido reconocido por au-
tores como Mitchell, Thomas y Smith (2018), Carlissen y Duckett
(2018), Herazo (2015), Almeida (2015) y Bravo (2018) y que nues-
tro trabajo solo puede realizarse desde un compromiso político
con las luchas indígenas por su autodeterminación y de sanación
del trauma colonial.
Con las comunidades indígenas hemos aprendido a cuestio-
nar nuestras lógicas modernas que enfatizan la construcción del
conocimiento individual. Compartimos estas experiencias y re-
-
das y todos, de una Psicología Comunitaria que dialogue y apren-

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. Evanston, Ill.: Cen-
        
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       
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
112
Morrissette, P. J. (1994).
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P., Cárcamo-Huechante, L., Mora, M., Quidel, J., Antileo, E., Curivil, F.
y Huenul, S., Millalén, J., Calfío, M., Pichinao, J., Paillán, E. y Cuyul, A.
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desde el país mapuche. Ediciones Comunidad de Historia Mapuche.
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       
Zambrano y H. Berroeta (eds.), Teoría y Práctica de la Acción Comunitaria:
Aportes desde la Psicología Comunitaria. RIL Editores.
The mental health of Indigenous peoples in
Canada: A critical review of research. Social Science and Medicine, 176, 93-
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        Building value-based
partnerships: Toward solidarity with oppressed groups. American Journal
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 Working together to advance indigenous
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From treaty peoples to treaty nation: A road map
for all Canadians. UBC Press.
International Com-
munity Psychology: History and Theories. Springer.
  Community Psychology in Aotea-
roa / New Zealand: Me Tiro Whakamuri â Kiâ Hangai Whakamua. In S.
Reich, M. Reimer, I. Prilleltensky & M. Montero (eds.), International Com-
munity Psychology: History and Theories. Springer.
Adapting western research methods
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yond—Lessons learned for sustainability. Current Opinion in Environmen-
tal Sustainability, (26–27), 17–25.
113
Community Psychology and Indi-
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 The way of the pipe: Aboriginal spirituality and symbolic hea-
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Interculturalidad, Plurinacionalidad y Decolonialidad: las in-
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 Quote attributed to a speech given by Lila Watson at the Uni-
ted Nations Decade for Women Conference, Nairobi.


Políticas Públicas y
Psicología Comunitaria
116
En el marco del creciente vínculo académico y profesional
de la Psicología Comunitaria con las políticas públicas
y sociales, en los trabajos expuestos en este eje se discute
respecto de la complejidad, grados de complementariedad
y/o contrariedad, aportes y/o riesgos de este vínculo. Con
        
de los límites y posibilidades de cambio de las políticas
públicas y sociales, desde el andamiaje teórico, práctico,
ético y político de la Psicología Comunitaria, se ahonda y
reconocen tensiones y controversias, se proponen y debaten
alternativas conceptuales, se revisan condiciones formativas
y se analizan casos de intervención y sus resultados.
Cada uno de los trabajos incluidos en este eje contribuyen
al análisis respecto a los efectos disciplinares de esta relación
y a los caminos posibles para su abordaje y transformación.
Para ello, se consideran planos conceptuales, analíticos,
así como operacionales, vinculados al estudio y análisis
de la política, a la formación de las/os psicólogas/os
comunitarias/os para el quehacer profesional en ellas,
así como a experiencias de trabajo y sus resultados. En
su conjunto, los trabajos incluidos abordan preguntas
como: ¿Es posible trabajar desde marcos de referencia
comunitarios al interior de las políticas y programas sociales
gubernamentales? ¿Qué problemas surgen y qué caminos
son posibles para asumir y transformar esta relación, tanto
Presentación

políticas públicas y psicología comunitaria
117
a nivel de los modelos o conceptos referenciales, así como a
nivel técnico, formativo y práctico?
       
en la relación entre Psicología Comunitaria y políticas
       
en planos técnicos y éticos, orientados a dar cuenta de la

especialmente, sobre la función social que se le asigna a las
políticas sociales. Destacando que no es posible asumir una
única noción y, sobre todo, una sola función de las políticas
sociales, siendo estas múltiples y dependientes del modelo
de Estado vigente en cada contexto y de la óptica conceptual
e ideológica desde la que nos aproximemos. Propone
abordar la relación entre Psicología Comunitaria y políticas
sociales teniendo en cuenta los procesos de interpretación,
negociación y generación de conocimientos, vinculados a

general, teniendo en cuenta las ideas y las formas en que

su actuación. Destacando que este aspecto técnico, teórico,
político e ideológico de las políticas sociales, es sustantivo
para pensar en las posibilidades de crear, transformar o
hacer aportaciones al desarrollo y cambio de las políticas
sociales desde la Psicología Comunitaria.

la posición de las/os psicólogas/os comunitarias/os frente
      
desafíos que instala el campo de las políticas públicas para
el quehacer de las psicólogas y los psicólogos comunitarios
118
desde lo gubernamental y la gubernamentalidad, poniendo
el foco analítico en los escenarios económicos, sociales
        

medio de lo anterior, los nudos críticos y las posibilidades
para el trabajo comunitario. Destaca en el análisis la crítica al
modelo de gestión de políticas hegemónico, anteponiendo
una perspectiva de gestión y dirección democrática con
una lógica de gobernanza colaborativa, que sitúa a las/os
ciudadanas/os y a las/os empleadas/os públicos de base en
el centro del proceso político mediante la introducción de
mecanismos participativos en la formulación, prestación
y evaluación de los servicios públicos. Discutiendo y
analizando los efectos de todo lo anterior sobre las/os
profesionales de la intervención.

Practice for Community Psychologists in the 
sobre la formación profesional y de posgrado para el trabajo
en políticas, la teoría y la investigación sobre temas de políticas
y participación, y el análisis de prácticas que inciden en el
cambio de políticas. A su vez, se expone una breve historia de
la participación de las/os psicólogas/os comunitarias/os en
las políticas públicas en los Estados Unidos, para luego, poner
el foco central en la presentación y análisis de las formas en
que las/os psicólogas/os comunitarias/os son entrenadas/
os en la conceptualización, investigación y/o intervención
en política, de cara a impactar y generar cambios en las
políticas gubernamentales en todos los niveles: local, estatal,
nacional e internacional. Describiendo ejemplos de prácticas
concretas de incidencia al respecto.
políticas públicas y psicología comunitaria
119
     
Comunitaria y Desarrollo Sostenible: El caso de la Gran
Misión Vivienda Venezuela (   
discute resultados de la Gran Misión Vivienda Venezuela
en tanto política pública, desde la Psicología Ambiental
Comunitaria. El análisis de este caso de vínculo entre políticas
públicas y Psicología Comunitaria se hizo en base al Modelo
      
de logros, limitaciones, retos y recomendaciones en cada
una de las dimensiones que conforman dicho modelo. Se
concluye que el involucramiento de la disciplina en asuntos
de políticas públicas, además de abrir desafíos concretos
para el trabajo institucional y comunitario, también
      
investigaciones sistemáticas que permitan dilucidar de
qué manera van evolucionando los diversos proyectos y
programas gubernamentales orientados por una intención
de transformación social, económica, política y ambiental,
lo cual contribuiría al análisis del avance o estancamiento
de las políticas y a la detección de limitaciones para alcanzar
sus objetivos y aportar a las estrategias de desarrollo.
120
Posibilidades y Tensiones en
la Relación entre Psicología
Comunitaria y Políticas Sociales
Jaime Alfaro Inzunza
Este trabajo tiene como objetivo contribuir al debate y re-

Psicología Comunitaria y políticas sociales. Para ello, se recogen
y presentan antecedentes analíticos y técnicos, desarrollados en
distintas regiones, desde la Psicología Comunitaria y desde las
políticas sociales.
Para desarrollar el análisis, en un primer nivel, se revisan ante-
cedentes respecto a la relación entre Psicología Comunitaria y
programas de políticas sociales, en planos técnicos y éticos, dis-
cutidos desde distintos colectivos académicos, poniendo énfasis
en las tensiones y desencuentros entre las orientaciones que se
derivan desde el acumulado de la Psicología Comunitaria y las
orientaciones de los programas de políticas sociales. En un se-
gundo nivel, se presentan antecedentes orientados a dar cuenta,
de manera general, de la pluralidad de nociones y concepciones

se le asigna a las políticas sociales. Argumentando que no es posi-

las políticas sociales, siendo estas múltiples y dependientes del
modelo de Estado vigente en cada contexto y de la óptica concep-

políticas públicas y psicología comunitaria
121
tual e ideológica desde la que nos aproximemos. Lo cual, mirado
desde la Psicología Comunitaria, nos sitúa ante aproximaciones
de las políticas sociales con las cuales se dan importantes distan-
cias, pero también se visualizan aproximaciones de las políticas
sociales claramente complementarias. Un ejemplo de estas últi-
mas, son las perspectivas que abordan las políticas sociales desde
la óptica de los derechos sociales, y que por lo mismo expondre-
mos con algo más de extensión.
En un tercer nivel, se presentan fundamentos para relevar la
importancia que tienen los procesos de debate y negociación
entre agentes técnicos, políticos y académicos en la generación
de políticas sociales; el rol primordial que en ello juegan las re-

(ideologías, valores, conocimientos y técnicas vinculadas a cada
ámbito de actuación). En particular, se ahonda en cómo ocupan
un espacio crucial en las políticas sociales los procesos de inter-
pretación, negociación y generación de conocimientos, vincula-

-
cados compartidos que motivan y orientan su actuación. Se expo-
ne este aspecto técnico, teórico, político e ideológico de las políti-
cas sociales, ya que en lo sustantivo, en él se juegan posibilidades
de crear, transformar o hacer aportaciones al desarrollo y cambio
de las políticas sociales desde la Psicología Comunitaria.
 

El propósito de este apartado es, como señalábamos, exponer
antecedentes que dan cuenta de diversas posiciones y posturas
122
existentes en la Psicología Comunitaria sobre las políticas socia-
      
desencuentro, y potenciales vinculaciones, en términos éticos, es
decir, en referencia a los valores subyacentes a las intervenciones,
así como en términos técnicos, es decir, en referencia a las estra-
tegias de intervención y modelos de trabajo.
En opinión de Sánchez (2007), la implicación del Estado en el
abordaje psicosocial de los problemas sociales genera necesaria-

políticas sociales, estructurada desde una racionalidad técnica
por sobre una racionalidad comunitaria de base. Esto daría cuen-
ta de que, en los procesos de institucionalización o de inserción
institucional de las prácticas de intervención psicosocial y comu-
nitaria, se generan tensiones entre esta racionalidad y lógica y los
énfasis propios del trabajo comunitario, que centran su foco en
-
de abajo”. Lo anterior exigiría encontrar formas de compatibilizar
ambas lógicas, sin que se olviden las bases éticas y políticas inelu-

la gente y transformar dinámicas y realidades sociales, integrán-
dolas junto con –y no sustituyendo a– las dimensiones técnicas y
estrategias centrales que constituyen la acción interventiva de las
políticas sociales (Sánchez, 2007).
Complementariamente a lo anterior, Sandoval (2007) señala
que en las políticas sociales las demandas o preguntas que orien-
tan la práctica interventiva en el repertorio discursivo de la ética
y la política, giran hacia el repertorio discursivo de la técnica y la
evaluación, lo que obliga, como dilema central, a la búsqueda
de un esquema de integración de ambos repertorios discursivos.
políticas públicas y psicología comunitaria
123
Esto, hace necesario –según el autor– el desarrollo de mode-
 
técnica y profesional que demandan las políticas sociales, con la
maduración de un punto de vista ético y político propio de una
disciplina que no pretenda renunciar al ejercicio de una mirada
crítica sobre sus propias prácticas.
Respecto al nivel de las estrategias, vemos cómo en Chile, parti-
cularmente desde la mitad de la década de los noventa en adelan-
te, y articuladas desde un modelo de Estado y de política social de
corte neoliberal (aún vigente), se han generado prácticas inter-
ventivas que se distancian de las orientaciones comunitarias de-
sarrolladas en el ámbito académico. Se observa así, durante estos
  
paradigmas y modelos interventivos sobre los cuales se ha fun-
damentado el desarrollo de la Psicología Comunitaria en el país,
y las técnicas usadas en los programas sociales, centradas –fun-
damentalmente– en encuadres no participativos de intervención
individual y alejadas, por tanto, de estrategias que buscan actuar
en procesos colectivos, participativos, orientados al desarrollo de
capacidades y a la actorización de los sujetos (Alfaro, 2004).
Según se recoge del debate académico relacionado con las po-
líticas sociales, se constata que, en las orientaciones que predo-
minan en la política social, no se consideran ni utilizan, por lo
general, estrategias participativas que valoren el desarrollo de la
autonomía ni los derechos ciudadanos, con lo cual los componen-
tes comunitarios –de participación y acción colectiva– son exclui-
dos de la generalidad de los programas sociales, no logrando pro-

su sentido asistencial, así como el estigma de la pasividad, falta
124
de autonomía y dependencia de sus destinatarios/as. El compo-
nente de participación comunitaria se conforma solo como una
-
cos que no llegan a difundirse al conjunto de las políticas. De esta
forma, solo algunos programas logran trascender la estrategia
de intervención individual, incorporando elementos parciales de
una estrategia colectiva y participativa.
En este mismo sentido, Rodríguez (2009) da cuenta de cómo,
no obstante, en las últimas décadas han emergido convocatorias,
formulaciones e incluso implementaciones de políticas en refe-
rencia a nociones tales como fortalecimiento de la sociedad civil,
desarrollo comunitario y desarrollo local, participación comuni-
taria y participación ciudadana, descentralización, redes socia-
les, etc; sin embargo, estas intenciones tienden a transformarse
en programas de intervención social con un carácter compensa-
torio respecto a las necesidades insatisfechas de los sectores en
condiciones de pobreza, cumpliendo de este modo una función
de control social y de mantención del estatus quo, más que de
fortalecimiento de la participación social. Incluso, se observa un
debilitamiento de la participación en este tipo de programas de
intervención social. De esta forma, se despolitizan en su esencia
las nociones anteriormente señaladas, generando dudas respec-
to a la contribución de la política a la producción de cambios ge-
nuinos de promoción humana y construcción de ciudadanía.
Un punto particularmente interesante lo pone Giorgi (2005), al
ahondar en el efecto e implicancia de estas estrategias sobre la
constitución de sujeto. Desde su planteamiento, las políticas so-
ciales tienen efectos en la producción de subjetividad, por medio
de la diagramación de la vida cotidiana que generan, condicio-
políticas públicas y psicología comunitaria
125
 -
yendo lugares en el universo simbólico de la sociedad. Por tanto,
la política social afecta la constitución de sujetos en cuanto a que:
  
través de una dinámica de adjudicación-asunción de diferentes
lugares en el universo simbólico de la sociedad, que involucra
tanto a quienes generan como a quienes reciben el efecto de estas
políticas, lo cual incide en las prácticas concretas. (pp. 278-279)
-
   
la carencia, favorecen la producción de imaginarios sociales que
-
ciendo sujetos tutelados y funcionales a un proyecto social que
les es esencialmente ajeno. Señala, además, la necesidad de que
las políticas sociales se desarrollen en base al reconocimiento de
las capacidades, competencias y recursos de los sujetos y las co-
munidades, promoviendo su participación y autonomía, posibi-
litando de esta manera la constitución o restitución del carácter
de sujeto de derecho a los/las participantes de las intervenciones.
Es particularmente relevante para el presente análisis señalar
que, como precisa Giorgi (2005), la conformación y forma de sub-
jetividad y sujetos presentes en la política social guardan relación
o, más bien, expresan las disputas de poder que se dan entre los
diversos agentes y actores participantes en las dinámicas de una
política social. Cobrando de esta manera crucial relevancia los
-

de cada componente de las estructuras y estrategias programá-
126
ticas de una política, adjudicando lugares y funciones, interpre-
tando y jerarquizando necesidades y prescribiendo ciertas insti-
tuciones, responsabilidades y cometidos.
Por otra parte, Musitu y Castillo (1992) también cuestionan las
-
camente que estas políticas requieren estrategias integrales que
consideren el conjunto de dimensiones económicas, materiales y
socio afectivas, relacionadas con las problemáticas que abordan.
Estas políticas no debieran circunscribirse solo a la provisión de
servicios y acceso a recursos, sin considerar acciones orientadas
a producir cambios en las dimensiones relacionales y sociales,
sin considerar procesos de potenciación de capacidades y desa-
rrollo humano desde aproximaciones participativas, tal cual le es
propio a las estrategias de intervención comunitaria. Esta misma
observación se encuentra en Huerta (1993) al señalar que las polí-
ticas sociales requieren desarrollar enfoques de trabajo conside-
rando las potencialidades de las personas y los recursos de la co-
munidad, evitando de esta manera reducir los servicios sociales a
un sistema de prestaciones orientado solo a compensar estados
de necesidad. Se requiere así que las estrategias de las políticas
sociales: permitan una atención integral basada en el refuerzo
de la autodeterminación y potenciación de los propios recursos y
los del entorno familiar y comunitario; permitan y promuevan la
participación de la población en el conocimiento y resolución de
sus problemas; generen sistemas de coordinación de los servicios
y recursos de un área determinada, de manera que permitan ase-
gurar bienestar social e integración comunitaria.
En consecuencia, las políticas sociales enfrentan una disyunti-
va básica entre dos orientaciones o modelos de intervención; por
políticas públicas y psicología comunitaria
127
un lado, un abordaje restrictivo o compensatorio y, por otro lado,
un abordaje comunitario transformador o emancipatorio (Rodrí-
guez, 2007). Aquellos proyectos que desarrollan políticas sociales
en un sentido restrictivo o compensatorio, se caracterizarían por:
promover cambios en los individuos interviniendo en el entorno
-
nos familiares o barriales, prescindiendo de la problematización
de las condiciones que generan desigualdad social; estar focali-
zadas en la reparación o prevención del daño, pero sin vincularse

respecto; entender el fortalecimiento básicamente en un nivel
individual (autovaloración, autoestima, desarrollo de capacida-

noción de resiliencia, reforzando la búsqueda de salidas indivi-
duales a problemas que son colectivos; considerar la interven-
ción grupal solo como alternativa a la intervención individual,
como una forma de ahorrar recursos, asumiéndose además las
redes de organizaciones como sistemas de derivación y/o como
vínculos o soportes afectivos y de ayuda mutua; entender la au-
togestión como la resolución de los problemas que enfrentan las
personas mediante el empleo de recursos propios, y entender la
participación como colaboración, retribución de servicios y/o in-
-
  
de actividades puntuales, asociadas por lo general a la genera-
ción de recursos para mejorar el propio servicio; entender que los
 
concebidos/as como destinatarios/as de las acciones y aunque –
ocasionalmente– puedan adoptar un rol activo, su alcance es con-

problematizar críticamente el marco político-institucional desde
128
el cual se interviene y, por lo tanto, de las intencionalidades que
le subyacen (Rodríguez, 2007).
En cambio, aquellas políticas sociales con un sentido transfor-
mador o emancipatorio, se caracterizarían por: situar las inter-
venciones en el entorno inmediato de los sujetos, poniendo el
 -
yendo la problematización de los factores macro estructurales, la
exclusión y la naturalización de los problemas; asumir y enfrentar
los aspectos estructurales como contexto y también como texto
de las intervenciones, incluyendo sus efectos en la subjetividad;
entender la idea de fortalecimiento en términos individuales y
colectivos, integrando en ella las relaciones de poder, apuntando
a la autodeterminación y a la búsqueda de igualdad social; con-
siderar las redes como relación entre actores colectivos, trascen-
diendo la mera coordinación de recursos; impulsar la conciencia
crítica y el ejercicio de los derechos frente a los organismos e ins-
tituciones relacionadas; asumir la participación como un derecho
y considerar la toma de las decisiones; asumir a los sujetos como
actores y basar las relaciones en el diálogo; analizar de forma per-
manente el lugar del equipo en la comunidad y el tipo de vínculo
que establece, ubicándose en un lugar de no neutralidad, de in-
tencionalidad y de vigilancia ética respecto a la práctica (Rodrí-
guez, 2007).
En igual sentido, Alfaro (2007a, 2007b) por su parte sostiene
que en el marco de las políticas sociales desarrolladas desde la
década de los noventa en adelante, existe una permanente ten-
sión entre distintos modelos de trabajo, los cuáles se generan
desde condiciones muy disímiles respecto a los modelos de la
Psicología Comunitaria. Señala que básicamente se han dado las
políticas públicas y psicología comunitaria
129
condiciones de posibilidad para el desarrollo de intervenciones
basadas en modelos de desarrollo de competencias psicosociales
(Alfaro, 2000), referidas y ordenadas desde nociones como estrés
psicosocial o resiliencia, pero no se han dado iguales condiciones
para la implementación de modelos con orientación sistémica,
como la tradición de intervención en red, o de modelos orienta-

sociocultural. De tal forma que las intervenciones en el marco de
la política social han utilizado privilegiadamente una noción
de objeto de intervención que apela a relaciones de equilibrio y
ajuste entre sujeto y entorno social, en donde se consideran solo
dimensiones micro sociales del medio inmediato. Implicando,
en consecuencia, una concepción de problema social, donde la
normalidad es entendida como un estado de equilibrio o ajuste
del sujeto individual con el medio, sin referencias a los planos cul-
turales ni de relaciones sociales. De esta manera, las estrategias
han estado orientadas a optimizar las destrezas, habilidades y re-
cursos personales, con especial atención hacia aquellos sectores
de la población que presentan mayor grado de vulnerabilidad. Y,
por otra parte, han sido dirigidas hacia los soportes sociales natu-
rales y al sistema de apoyo profesional en sus funciones de ayuda
para el ajuste y cuidado individual (Alfaro, 2007b).
    

A continuación, se presentan y revisan antecedentes respec-
to del análisis de modelos de políticas sociales desarrollados en
este campo, para facilitar la comprensión del desencuentro an-
teriormente descrito, ayudando también a dimensionar y acotar
límites y, sobretodo, respecto de las alternativas de avance en el
130
proyecto de debate, diálogo técnico y contribución disciplinar de
la Psicología Comunitaria en el desarrollo de políticas sociales.
Los/as autores/as Adelantado, Noguera y Rambla (2000) distin-
guen tres formas de entender las dinámicas básicas del origen y
desarrollo de las políticas sociales. En primer lugar, la noción de-
sarrollada dentro de la tradición marxista (o neo marxista), des-
de la cual las políticas sociales han sido concebidas básicamente
como instrumento al servicio de la reproducción del modo de
producción capitalista. O bien, complementariamente, como
instrumento o espacio de lucha de clases, resultado de los esfuer-
zos de la clase trabajadora y del creciente poder de presión, de
manera que desde este ángulo son las relaciones de producción
capitalista y la contradicción capital/trabajo las que explicarían la
emergencia de los Estados del Bienestar, las funciones y natura-
leza de sus políticas sociales.
En segundo lugar, las nociones desarrolladas desde las diversas
tradiciones estructuralistas–funcionalistas, weberianas y posi-
tivistas, que han orientado sus análisis en una dirección empiri-
cista, buscando el desarrollo de modelos explicativos o causales
-
ciales (y del surgimiento de los Estados del Bienestar), centrados
  -
dustrialización, presencia de partidos de izquierda en el gobier-
no, desarrollo de las burocracias estatales modernas o de los de-
rechos de la ciudadanía, entre otras.
-
nales de la década de los ochenta, instalada y desarrollada fun-
damentalmente sobre la base del planteamiento de G. Esping-
políticas públicas y psicología comunitaria
131
Andersen, desde donde las políticas sociales son entendidas en
relación a los grados de desmercantilización, que ocurre como
efecto de que los Estados aseguren derechos sociales que per-
miten, a través de políticas universales, que los/as ciudadanos/as
resuelvan ámbitos de necesidad fuera de la esfera del mercado.
Desde un ángulo distinto, aunque complementario a lo propues-
to por Adelantado, Noguera y Rambla (2000), Rodríguez-Cabrero
(1992), que sigue históricamente la teorización sobre las políticas
sociales asociadas a los Estados de Bienestar, señala que, aunque
la política social es concebida en términos generales como un ins-
trumento autónomo de reforma o cambio social, en su desarrollo
histórico se entrelazan posiciones o corrientes diversas, entre las
que se pueden distinguir tres. Primero, los enfoques pragmatis-
tas, en los cuales las políticas sociales son un modo de gestión de
la reforma social, y de enfrentamiento de problemas y riesgos so-
ciales, más que una concepción de Estado y sociedad. Segundo,
los enfoques modernizadores, que consideran la política social
como un recurso compensatorio frente a los costes del crecimien-
to, siendo básicamente un instrumento y vía de integración de las
clases trabajadoras en las sociedades industriales y, por tanto, de
gestión institucional de la fuerza de trabajo. Tercero, los enfoques
societaristas, que conciben la política social como expansión de
derechos sociales, y como complemento y evolución desde los
derechos civiles y políticos a los sociales.
Avanzando más hacia la distinción de las funciones de las po-
líticas sociales, encontramos el planteamiento de Herrera y Cas-
tón (2003), según el cual las políticas sociales han sido y pueden
ser entendidas de maneras diversas, y hasta contradictorias, de
acuerdo a qué orientación de las señaladas se ocupe para tomar
132
posición al respecto. En este sentido, es posible enfatizar en la
política social su función de asistencialidad, control social, repro-
ducción de la fuerza de trabajo y/o aseguramiento de derechos
sociales.
En la lógica del asistencialismo, las políticas sociales serían
entendidas como protección social dirigida a los sectores más
vulnerados, enfermos o a quienes no pueden satisfacer sus ne-
cesidades en el mercado. Desde esta función, las políticas socia-
les se estructurarían en torno a necesidades, y no a derechos, no
asignando relevancia a la generación de cambios en las estruc-
turas sociales o económicas, de manera que las políticas sociales
tienen un rol básicamente paliativo frente al Mercado, estando
subordinadas a este.
En la lógica de control social, las políticas sociales se entende-
rían en función de la generación de cohesión o de pertenencia a
una comunidad sociopolítica, operando básicamente como ins-
trumento encaminado a regular las condiciones de vida de la po-
blación para asegurar el orden, la gobernabilidad y la integración

la promoción del bienestar, donde el Estado tiene la tarea básica
de asegurar las formas de integración y cohesión social.
En la concepción de la política social como forma de reproduc-
ción de la fuerza de trabajo, las políticas sociales tienen como
función asegurar el desarrollo del capital humano necesario para
el funcionamiento del todo social, a través de la promoción del
bienestar. Garantizando la disposición de fuerzas productivas
adecuadas a las necesidades del crecimiento económico.
políticas públicas y psicología comunitaria
133
Finalmente, en la concepción de la política social como realiza-
ción de los derechos sociales, estos estarían estructurados como
complemento y continuidad de los derechos civiles (libertad in-
dividual y colectiva) y los derechos políticos (electorales y de re-
presentación política). Representarían el propósito social básico
hacia el cual apuntan la realización de derechos económicos y
sociales, materializados en el principio de igualdad de oportu-
nidades, y que de acuerdo al modo en cómo han operado his-
tórica y progresivamente, han ido adquiriendo un carácter cada
vez más universal, considerando, no obstante, la diferenciación
de género, protección de la infancia, participación social, entre
otros; orientándose, en términos generales, a una política de los
derechos humanos.
Así, según señalan Herrera y Castón (2003), podemos entender
que en el marco de las sociedades actuales, entendidas como
sociedades complejas, la política social deberá concebirse como
parte del conjunto más o menos coherente de principios y accio-
nes; en donde, dependiendo del encuadre general del Estado y de
la orientación que en él prime, las políticas sociales cumplen fun-
ciones que combinan, según arreglos diversos, elementos tanto
de protección asistencial de bienestar, de cohesión social, como
de ciudadanía basada en el reconocimiento de derechos sociales,
combinando además lógicas sectoriales y programáticas.
Dicho esto, y asumiendo que, desde la noción de políticas socia-
les proveniente de la óptica de derechos sociales es desde donde
con más claridad se vislumbra complementariedad entre la Psi-
cología Comunitaria y las políticas sociales, a continuación ahon-
daremos especialmente en esta aproximación y en esta noción
de funciones de las políticas sociales.
134
Siguiendo a Herrera y Gastón (2003), la relevancia de esta
perspectiva de políticas sociales se relacionaría con que en las
sociedades modernas, de creciente complejidad, se transita - de
formas diversas de acuerdo a distintas realidades locales - hacia
formas y modelos de Estado de Bienestar basados en una con-
cepción de ciudadanía, en donde esta no radica principalmente
en la pertenencia del individuo al Estado, sino que más bien se
entiende como resultado de un complejo de derechos-deberes
-
res colectivos (entendidos estos últimos como formaciones so-
ciales intermedias).
De esta manera, la gestión de la ciudadanía no emana desde
el ente público, sino que surge desde una concertación entre el
Estado, la pluralidad de actores sociales, el mercado y las diver-
sas asociaciones del mundo de la sociedad civil. Así, las políticas
sociales - desde esta concepción - se entienden como expresión
de una lucha y negociación de poder, de la cual hace parte un nú-
mero mayor y cualitativamente diverso de actores, provenientes
tanto de la esfera estatal, de la esfera del mercado, como también
de la esfera de la sociedad civil. Haciendo imposible, por ende,
que las políticas sociales se entiendan exclusivamente como de-
rivadas de la acción estatal (Herrera y Castón, 2003).
Desde esta aproximación, las políticas sociales no tendrían una
función meramente asistencial, basada en un sentido de carencia

ingreso y, conforme a ello, en la protección social de sectores en
condiciones de vulneración o riesgo social, desde lógicas com-
pensatorias y subsidiarias en relación al protagonismo del Merca-
do, sino que, en cambio, desde esta aproximación se avanza hacia
políticas públicas y psicología comunitaria
135
orientaciones de la política social en donde el bienestar social ad-
quiere condición de exigibilidad en función de derechos legales y
socialmente constituidos (Abramovich, 2006; , 2006).
Como señala la propuesta de  (2006), desarrollar políticas
sociales cuya orientación normativa sea el enfoque de derechos
y – particularmente - los derechos económicos, sociales y cultu-
rales, implica impulsar políticas universalizadoras. Lo que se jus-

en cuanto a que todas las personas tienen los mismos derechos
y no deben ser discriminadas. Por tanto, hay un fortalecimiento
del rol del Estado, que debe garantizar el cumplimiento de esos
derechos para todos/as, así como una nueva articulación entre
los proveedores del bienestar: el Estado, el mercado y las perso-
nas, sus familias y los agentes comunitarios.  (2006) plantea
que impulsar políticas universalizadoras no implica suprimir las
políticas focalizadas y selectivas, pues estas permiten el ejercicio
de derechos de las personas que viven en condiciones de mayor
vulneración y generan, a su vez, mecanismos de redistribución de
los recursos.
Se establecen así, nuevos mecanismos de regulación de la in-
tervención estatal que contempla tres dimensiones: una dimen-
sión ética, basada en los principios plasmados en los derechos
humanos de carácter vinculante; una dimensión procesal, que
consiste en mecanismos instituidos que facilitan y dan soporte
al diálogo entre actores sociales y políticos, y permiten – a su vez
- traducir los acuerdos logrados en instrumentos normativos y
estos instrumentos en políticas; una dimensión de contenidos, re-
lativos a la protección social, que oriente acciones concretas en
los campos donde la población se sienta más desprotegida y/o
136
vulnerada, como la salud, la educación, la seguridad social, en-
tre otros.
A la base de estas propuestas, existe un cuestionamiento a los
resultados de las políticas sociales aplicadas en América Latina.
Se diagnostica que la falta de reconocimiento de derechos actúa
en desmedro, no solo de la ciudadanía, sino que también de la
institucionalización de los sistemas de políticas sociales, hacien-
do necesario el desarrollo de una relación distinta entre los/as
     -

(Abramovich, 2006; , 2006).
El enfoque de derechos, al establecer los principios de univer-
salidad, de igualdad, de no discriminación y de participación, ge-
neran un sentido de pertenencia, de comunidad, que fortalece la
integración y cohesión social, que es un objetivo básico, histórica-
mente reconocido, para las políticas sociales (Abramovich, 2006).
Se establece así una relación consustancial entre enfoque de de-
rechos, políticas sociales, derechos de igualdad y de participación;
en referencia a la cual se puede advertir que la garantía de derechos
está altamente relacionada con los principios de inclusión, partici-
pación y responsabilidad que sustentan las políticas sociales.
Desde esta perspectiva, la participación social cobra un rol
central en las políticas sociales, considerando que los derechos
  
constitucionales, siendo parte integrante de los derechos socia-
les. La participación se constituye en sí misma en una forma de
relación diferente entre Estado y ciudadanía, y en general, en
políticas públicas y psicología comunitaria
137
una relación distinta entre el/la ciudadano/a y su mundo social.
Ello engarza con ciertas orientaciones para el desarrollo de me-
canismos que regulen la relación ciudadano-Estado, siendo esen-
cial para mecanismos reguladores tales como los de políticas de
transparencia y los cambios en pro de una mayor democratiza-
-
ción de las políticas, los servicios públicos y las acciones, tanto de
los gobiernos como de los demás actores sociales involucrados en
las estrategias de desarrollo (Abramovich, 2006).
Podemos resumir las contribuciones del enfoque de derechos
en políticas sociales de la siguiente manera: la protección social
es considerada un derecho y no una cuestión de mero asisten-
cialismo; coloca obligaciones jurídicas claras de parte de los Es-
tados para garantizar la protección social; vincula los estándares
internacionales de derechos humanos como fundamento y como
-
guridad social como en el conjunto de derechos humanos); per-
mite integrar, como marco del diseño de políticas de bienestar,
elementos sustanciales como el tema de la igualdad, la no discri-
minación, la participación y la rendición de cuentas; coloca en el
centro de las políticas de bienestar a la ciudadanía, y la importan-
-
cación y provisión de servicios de protección social (Piron, 2004).
Así, un efectivo tratamiento de las políticas sociales desde el
enfoque de derechos implica asignar a estas funciones –relativas
a la creación e implementación de la política social– de un siste-
ma que combine bienestar, protección, inclusión y participación,
en donde el eje de la protección social debe empalmar con el eje
del bienestar y de la ciudadanía (Piron, 2004).
138
    


Para el debate de la Psicología Comunitaria respecto a su rela-
ción con la política social, y sobretodo, para diseñar un progra-

relevancia recoger planteamientos como el de Braun (1999) y
Fisher (2003), desde donde se establece que no podemos ana-
lizar las políticas sociales de acuerdo a modelos de elección ra-
cional, que enfatizan la existencia de un agente de decisión ob-

sino que es necesario considerar, de manera principal, que en
los procesos de constitución de estas políticas tienen un papel
-
ples agentes involucrados. De manera que, como señala Stone
(2002), la generación y desarrollo de ideas, los procesos de cons-

no solo operan como condicionantes contextuales y técnicos de
las políticas sociales, sino que se sitúan como componentes in-
dependientes con capacidad de incidencia en el proceso de las
políticas públicas y sociales.
    
política se estructura y organiza sobre la base de marcos de inter-

como principios de organización que transforman la información
fragmentada de una realidad o fenómeno social, en un problema
-
ta o explícitamente– una solución, estructurando la comprensión
de la misma, y reestructurando, a su vez, las posiciones y discur-
políticas públicas y psicología comunitaria
139
sos de los actores sociales y políticos que negocian sobre la iden-
-
dio de los procesos comunicativos desarrollados (Verloo, citado
en Bustelo y Lombardo, 2005). Así, las políticas sociales deben ser
entendidas como sistemas de interpretación y de negociación de
sentidos, en el seno de las cuales los distintos actores públicos y
privados se posicionan y sitúan sus acciones.
Además, siguiendo a Muller (2000), se debe tener en considera-
ción también que, en la medida que las políticas públicas constru-
yen un modelo de lo real y una respuesta normativa sobre la base
de interpretaciones que implican múltiples procesos de interac-
ción y negociación entre actores, resulta simplista entender que
entre problemas públicos y acciones públicas hay una relación
directa y lineal, y que las políticas, en este sentido, son simple-
mente un instrumento para mejorar la resolución de problemas.
Las políticas sociales no se pueden entender como mecanismos
de respuesta a problemas que existen objetivamente, sino que
más bien hacen parte central de los procesos de construcción de
problemas y sus soluciones, mediante procesos de atribución de
sentidos (Fischer, 2003; Muller y Surel 1998). Por tanto, debemos
tener en cuenta que, las dinámicas que participan en la genera-

que se involucra, entre otros, a los agentes sociales, las ideologías

de intereses (sociales, políticos, gremiales, corporativos, etc.), los
arreglos institucionales, los conocimientos y técnicas de actua-
ción propios a cada sector. De esta manera, las políticas sociales,
y las públicas en general, son el resultado de un intrincado pro-
ceso de negociación entre agentes de gobierno, técnicos y polí-
140
ticos, agentes semi-públicos y agentes de la sociedad civil, tanto

que incluyen actores individuales o colectivos relacionados en el
marco de procesos de negociación sobre problemas sociales, sus
soluciones y los valores subyacentes a estos (Majone, 2001).
Las políticas públicas, y con ello las sociales, surgen de una
-
ción de problemas, la interpretación subjetiva de experiencias
comunes, el marco conceptual en el que se encuadran los pro-

    
actuación (Fischer y Forester, 1993).
Así, para el análisis de los procesos de generación y cambio en po-
líticas sociales debemos tener en cuenta dos procesos básicos. Un
primer proceso de lucha de poder, implicado en la construcción de

el foco principal en los procesos de negociación entre agentes y ac-
tores hacedores de políticas, entre administradores/as, técnicos/as
sectoriales y colectivos sociales de interés, dentro de la arena polí-
tica (Braun, 1999). Un segundo proceso de construcción de marcos

desarrollan en los espacios de generación de sentidos, donde se
dirimen controversias que conciernen a la sociedad, tales como
el mundo académico, la arena legislativa, los partidos políticos, la
prensa, las agrupaciones profesionales, etcétera (Braun, 1999).

Desde lo expuesto en este trabajo podemos básicamente fun-
políticas públicas y psicología comunitaria
141
damentar dos conclusiones. En primer lugar, establecemos que
las políticas sociales son un ámbito que ocupa un espacio de in-
terés y preocupación para y en la Psicología Comunitaria. Se han
-
tica y proposición, que dan base a un campo de contribución. Al
respecto, es particularmente relevante resaltar que los análisis,
-
dos desde la Psicología Comunitaria, se complementan con de-
bates, desarrollos y propuestas surgidas desde el mundo técnico
y académico de las políticas sociales.
Es posible, en esa dirección, distinguir diversos asuntos que son
de manera compartida, focos de debate y de preocupación tanto
en el mundo de las políticas sociales como en el de la Psicología
Comunitaria. Entre ellos, cabe mencionar el asistencialismo, la
necesidad y falta de participación social, y las orientaciones de
construcción de ciudadanía. Asuntos y focos que permiten puen-
tes de vinculación y contribución desde la Psicología Comunitaria
hacia las políticas sociales.
Basado en estos antecedentes, se vislumbra concretamente
que la Psicología Comunitaria, desde su acumulado, tendría el
potencial de aportar en la resolución de límites que se enfrentan
y debaten en políticas sociales. En donde adquiere especial rele-
vancia la construcción de ciudadanía desde perspectivas basadas
en derechos en diversas áreas y sectores de necesidades y de pro-
blemas sociales.
En segundo lugar, podemos concluir que las políticas no pue-
den ser asumidas como un todo monolítico y unitario, que está al
margen, y no expresa debates, tensiones ideológicas, valorativas,
142
políticas, conceptuales y técnicas. Dejar fuera de las políticas
sociales estos múltiples procesos de interacción y negociación
        
como lo tendría asumirlas como un campo solo técnico donde
prima la racionalidad y que se ordena neutralmente tras el bien
social general.
Debemos por tanto trabajar con una noción de políticas sociales
que considere los siguientes elementos: que en su conformación,
tienen gran relevancia los modelos de referencia desde donde se
formulan; en particular, que las funciones sociales que priman en

de bienestar que prevalecen en cada realidad nacional o regional;
que integran combinaciones diversas entre lógicas de asistencia
y protección, lógicas de cohesión y control social, y lógicas de de-
rechos sociales y constitución de ciudadanía; que para enfrentar
los desafíos que surgen de la relación entre Psicología Comuni-
taria y política social, hay que tener en cuenta la centralidad de
los procesos de interacción y negociación entre actores, ideas y
representaciones sociales participantes.
De esta manera, podemos asumir que las políticas sociales son
una construcción social, en la que los espacios de negociación téc-
nica, teórica, ideológica y política son cruciales, y donde la Psico-
logía Comunitaria, y sus actores, tanto técnicos, profesionales y
académicos/as, tienen un campo donde explorar y participar. Las
políticas sociales se vislumbran como un área particularmente
relevante para trabajar en relación a las formas de conciliar me-
jor los temas de la participación, empoderamiento y desarrollo
de autonomía individual y colectiva, con los espacios de los dere-
chos y la constitución de ciudadanía, que son puestos en el centro
políticas públicas y psicología comunitaria
143
de las políticas sociales desde la óptica de derechos sociales.
Asumir esta relación supone atender y enfocar el trabajo, tan-
to en el campo de construcción teórica, análisis de problemas,
diseño y observación de políticas, como también en el campo de
análisis de los discursos y marcos interpretativos desde donde se
-
cas. Es decir, se necesita que estas sean abordadas trascendiendo
la sola referencia a apreciaciones meramente conceptuales, con-
siderando los contextos concretos de construcción, que integran

formativos, institucionales y del campo social en general.
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   Mainstream de género y análisis de los
‘marcos interpretativos’ de las políticas de igualdad en Europa: el pro-
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lidaridad. .
The Argumentative turn in policy analysis and plan-
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Revue française de science politique. 50
(2), 189 – 208.
Politiques et ma-
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La Política de las Políticas: La
Posición de los/as Psicólogos/as
Comunitarios/as frente al Quehacer
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María Isabel Reyes Espejo
Bárbara Olivares Espinoza
E-
vos desafíos que instala el campo de las políticas públicas
para el quehacer de las psicólogas y los psicólogos comunitarios
en nuestro país.


En las últimas décadas estamos siendo testigos de un insondable
cambio cultural que, de la mano de los procesos de globalización
a nivel mundial, han terminado por consolidar el neoliberalismo
como un modelo civilizatorio anclado en la vida social contempo-
ránea (Harvey, 2014). En este sentido, se plantea la emergencia
de una nueva racionalidad que opera desde la propia subjetivi-
dad de las personas, consolidándose como una forma de vida/
existencia que atraviesa todas las esferas de relación y acción

* Este capítulo presenta
resultados del PROYECTO:
039.447/2020: La política
pública interpelada: Comu-
nidad y Género como ejes de
articulación de la acción pública

la Vicerrectoría de Investiga-
ción y Estudios Avanzados

Católica de Valparaíso.
políticas públicas y psicología comunitaria
147
      -
cia” (Laval y Dardot, 2013, p.15). Competir, es el núcleo de la razón
contemporánea, instituyéndose a través de la hegemonía de un

-
ver el bienestar del ser humano consiste en no restringir el libre
desarrollo de las capacidades y libertades empresariales del indi-
viduo” (Harvey, 2015, p.6).
En esta perspectiva, comprendemos el proyecto neoliberal en
términos de Gubernamentalidad, reconociendo que se trata de
una racionalidad que, como muchos/as autores/as advierten, ex-
cede los marcos de acción del Estado y el mercado. De este modo,
incide en la construcción de las formas de vida bajo una lógica de
competencia en la que la situación de los individuos y sus con-
diciones de vida, dependen solo de sus capacidades subjetivas y
personales (Laval y Dardot, 2013). Con ello, los valores y principios
          
vuelven incompatibles con la promoción y defensa de la libertad
y de los derechos individuales (Harvey, 2015).
El reconocimiento del neoliberalismo como una racionalidad
gubernamental a nivel global, nos permite atender a la forma en
que se organizan y estructuran las acciones del Estado, sirviendo
de contexto para aproximarnos a las políticas públicas recono-
ciéndolas como un vehículo que materializa su proyecto, organi-
zando situacionalmente las relaciones entre Estado, Mercado y
Sociedad (Ortiz, 2014). En esta perspectiva, las políticas sociales
entendidas como un subconjunto de las políticas públicas orien-
tadas a la distribución de los bienes públicos y al abordaje de
la cuestión social (Giraldo, 2013), adquieren un papel relevante
148
como instrumento para amortiguar los costos del modelo neoli-
beral, introduciendo el concepto de bienestar como objetivo de
su accionar (Giraldo, 2013; Montagut, 2014). Sus efectos pueden
ser vistos en el contexto de su ejecución, en tanto las políticas
sociales estructuran formas de control social que sostienen y re-
producen un determinado ordenamiento sociocultural (Coutant
y Eideliman, 2013; Donzelot, 2007).
En un contexto en que el Estado evita hacerse cargo del gasto
social y de crear condiciones para el desarrollo y bienestar ciuda-
dano, los grupos sociales y, principalmente los individuos, deben
encargarse de las responsabilidades que le corresponden a los
gobiernos de turno, lo que se muestra consistente con plantea-
mientos recientes en diversas latitudes (Brady et al., 2014; De la
Maza, 2011; Fuenmayor, 2014; Hasenfeld y Garrow, 2012; Hernan-
do y Blanco, 2016; Ortiz, 2014; Schram et al., 2010; Speer y Han,
2018; Vitus, 2018). En este sentido, podemos entender a las polí-
ticas sociales como una técnica de gobernabilidad, de acuerdo con
la cual se promueve o performa un tipo de subjetividad que es
funcional para el modelo neoliberal (Ortiz, 2014).
María Guadalupe Ortiz (2014) resalta que uno de los campos en
los que ha sido posible reconocer la preeminencia de las ideas
neoliberales es el de las políticas públicas relativas al desarrollo
social. A partir del estudio de los programas de gobierno dirigidos
a las poblaciones indígenas en Chile y México (Ortiz, 2013; 2014),
observó una tendencia a la homogeneización de las políticas pú-
blicas de desarrollo, ancladas en un discurso común que tendía a
reproducir una cultura de autogestión para el desarrollo (en adelante

adquisición y habilitación de capacidades para enfrentar sus pro-
políticas públicas y psicología comunitaria
149
pios problemas y opciones de crecimiento. Así, desde el Estado se
busca capacitar a los grupos con menos recursos y poder para lo-
grar su ingreso a un entorno competitivo y donde el concepto de


-
producción del sistema neoliberal que, obliterando la capacidad
ciudadana para alterar las estructuras jerárquicas de poder, tam-
bién crea una estructura jurídico-legal que le permite marginar
o criminalizar a los grupos que intentan hacer de la autogestión
una opción transformadora (Ortiz, 2014).
En un sentido similar, Nikolas Rose (2019) ha señalado cómo
en sociedades capitalistas avanzadas, las estrategias orientadas

de modos emergentes por los cuales el sujeto es gobernado por
-
na una cadena de reglas de conducta asociadas a la existencia
social: energía, ambición, cálculo y responsabilidad individual,
todo ello, se articula a la maximización del capital humano y la
   
mismo” es quien opera según reglas éticas acerca de la mejor
versión de sí, individual, ajustado a las expectativas interpues-
tas por un mercado social y material: el buen gobierno se basa
en las formas que las personas se gobiernan a sí mismas, es de-
cir, se autogestionan (Rose, 2019).

La noción de ‘gobernanza’ describe los modos de gobierno emer-
gentes en el mundo contemporáneo que implican una imbricada
150
interconexión entre diversos agentes más allá del Estado para ge-
nerar gobierno (Oliver-Mora y Íñiguez-Rueda, 2015). A nivel políti-
co, esta conceptualización reemplaza a la burocracia en términos
clásicos, alineándose con modelos de gestión pública basados en
criterios empresariales emanados de una ideología managerial
para la optimización y control de sus procesos operativos (Parker,
2002; Ramírez-Aluja, 2013).
El Nuevo Managment Público [] se impone como una tácti-
ca de gobierno que opera ‘de arriba hacia abajo’, imprimiendo en
los servicios públicos un enfoque de trabajo orientado por el mer-
cado y el sector empresarial-privado (Yañez-Urbina y Reyes-Es-
pejo, 2019). Así, en lugar de centrarse en la gestión de personas
y programas públicos, los gobiernos se focalizan en la adminis-
tración y organización de los recursos, logrando capturar fuentes


de evaluación y de gestión, gobierno digital, rendición de cuen-
tas, son parte de la nomenclatura que empieza a colonizar los
espacios en que sucede la acción de los/as trabajadores/as del
sector público no estatal (Salamon et al., 2000).
En este escenario, surge como alternativa crítica al modelo ante-
rior, la propuesta del denominado ‘Nuevo Servicio Público’ []
(Denhardt y Denhardt, 2000) que busca avanzar hacia un nuevo
modelo de gestión y dirección más democrático, considerando las
necesidades sociales de la población en una lógica de gobernanza
colaborativa (Conejero, 2016; García y Pastor, 2011; Oliver-Mora y

situar a los ciudadanos y a los empleados públicos de base en el
centro del proceso político mediante la introducción de mecanis-
políticas públicas y psicología comunitaria
151
mos participativos en la formulación, prestación y evaluación de
los servicios públicos” (Oliver-Mora y Íñiguez-Rueda, 2015 p. 381).
En este contexto, el fortalecimiento de la participación ciuda-
dana contribuye a producir procesos de transformación social
mediante la construcción de políticas públicas de mayor calidad
 -
nejero, 2016). Lo anterior, daría garantías para la implementación
de políticas más cercanas, integrales e incluyentes, entendiendo
que la ciudadanía estaría familiarizada con ellas, al participar en
su elaboración. En este sentido, las prácticas de gobernanza cola-
borativas surgen como una respuesta contingente a una pronun-
ciada crisis de participación política de la ciudadanía, sumado a
 
ciudadanía adquiere rol de control sobre la política pública a par-
tir de la información que tiene disponible (Welp, 2008).
      

A nivel internacional, la idea de la vinculación histórica entre la
Psicología Comunitaria [] y políticas públicas [] ya tiene rai-
gambre y tradición (Alfaro, 2012, 2013; Alfaro y Martin, 2015; Bi-
shop et al., 2009; Montero, 2010; Ornelas et al., 2012; Rodríguez,
2009; Shinn, 2007; Winkler et al., 2014). Asimismo, su mutua in-
-
formas de los sistemas de salud mental (en la década de los 60’s)
y, más recientemente, en el campo de la intervención social (Alfa-
ro y Martin, 2015; Nelson, 2013). Muy tempranamente también,
se ha planteado que la existencia misma del campo comunitario
se ve afectada por el espacio que las  le han otorgado en el tiem-
152
po (Burton et al., 2007; Texeira et al., 2012). Así, las estrategias de
desarrollo de cada país promueven orientaciones a las  que po-
drían implementar en la comunidad, lo que es especialmente re-
levante en los componentes psicosociales, afectando el quehacer
profesional (Alfaro y Martin, 2015; Prilleltensky y Nelson, 2013).
La transferencia de conocimientos y técnicas desde la  a las 
se ha descrito en las distintas fases del ciclo de la política pública,
en la incorporación de los modelos y estrategias de la perspectiva
ecológica, en las nociones de empoderamiento y participación y,
más ampliamente, en el desarrollo de diversas metodologías (Al-
faro y Martin, 2015; Burton, et. al., 2007; Ornelas, et. al., 2012; Nel-
son, 2013). Desde las  a la , se ha señalado su incidencia en
tres aspectos: el marco de orientación de las diversas prácticas de
intervención social (Shinn, 2007); los campos del quehacer profe-
sional (Ornelas, et al., 2012) y la institucionalización universitaria
de las distintas áreas de la intervención social en psicología que
impactan en su investigación y desarrollo (Alfaro, 2012; Shinn,
2007; Alfaro y Martin, 2015).
Desde estas perspectivas, se recogen oportunidades, caminos
por los que es posible seguir avanzando y espacios en los que,
desde la teoría y práctica, los y las psicólogas comunitarias po-
demos contribuir en la política pública. Sin embargo, esta rela-
 
y desencantos (Montero, 2010; Nelson, 2013; Prilleltensky y Nel-
son, 2013; Winkler et al., 2009). De este modo, se plantea que los
principios de competencia e individualismo del neoliberalismo
son contrarios a los valores del fortalecimiento colectivo y la jus-
ticia social de la  (Nelson, 2013; Prilleltensky y Nelson, 2013).
Las políticas públicas neoliberales se han caracterizado por incor-
políticas públicas y psicología comunitaria
153
 
o compensatorias que derivan de concepciones subsidiarias del
rol del estado” (Alfaro y Martin, 2015, p. 1350), señalando que una
     
de las prácticas. En este sentido, a nivel interdisciplinar se han
documentado lógicas contradictorias entre las propuestas de in-
tervención y organización comunitarias y la construcción de po-
líticas sociales neoliberales (Brady et al., 2014; De la Maza, 2011;
Fuenmayor, 2014; Gray et al., 2015; Hasenfeld y Garrow, 2012; Or-
tiz, 2014; Schram et al., 2010).
Por una parte, se ha detectado su impacto en la organización
comunitaria a través de tres tendencias: (a) la promoción de una
práctica basada en la evidencia como un proceso dominante para
guiar la acción profesional en el tercer sector (Brady et al., 2014;
Mulally, 2007; Speer y Han, 2018); (b) la atención disminuida y
la tergiversación de los movimientos sociales en el contexto teó-
rico-práctico de la educación de las comunidades (Brady et al.,
2014; Choudry y Shragge, 2011; Pyles, 2009); y (c) la creciente pro-
fesionalización de la organización comunitaria en el marco de los
profesionales que intervienen y de sus líderes y representantes
(Schram et al., 2010; Speer y Han, 2018; Vitus, 2018).
En este contexto, la organización comunitaria ha tendido a depen-

‘objetivas’ de conocimiento que se traducen en intervenciones de
corte positivista/cuantitativo, que propenden al status quo a través
de la promoción de reformas menores y fortalecen el individualis-
mo neoliberal, convirtiendo a cada persona en la única responsable
de dar solución a las situaciones que la afectan (Brady et al., 2014;
Gray et al., 2015; Schram et al., 2010; Speer y Han, 2018; Vitus, 2018).
154
Pese a lo anterior, es importante señalar, que la investigación
en  puede aportar a la toma de decisiones en políticas socia-
les y que los procesos de intervención comunitaria pueden con-
tribuir al diseño de políticas públicas más pertinentes a las ne-
cesidades de las comunidades. En este contexto, también se ha
observado que la participación de las comunidades mejora el
sentido y sostenibilidad de las acciones implementadas desde
la política pública (Fuster, 2016), posibilitando la emergencia de
experiencias respetuosas con los grupos intervenidos, donde se
integran saberes y se avanza en autonomía para sumar los recur-
sos comunitarios a la toma de decisiones, fortaleciendo el tejido
social para asegurar la mantención de dichas acciones (Olivares y
Reyes, 2016). El reconocimiento de los saberes y culturas locales,
así como de las instituciones y sus trabajadores, parece relevan-
te desde la lectura del proceso anterior, pero ¿cómo se traducen
estos antecedentes en la historia de la  y su vinculación con los
programas sociales en Chile?

Como se revisará a continuación, el proceso chileno sigue un cur-
so similar a lo descrito previamente. La incidencia que han tenido
las políticas públicas en el desarrollo de la 
et al., 2011) y, tanto así, que se ha llegado a plantear que la acción
gubernamental ha delimitado su quehacer y sus prácticas (Reyes,
2007; Alfaro, 2012, 2013). La revisión de la literatura en el campo
señala que la incorporación de la  en el diseño de la política pú-

vinculación explícita y directa con la llegada de la democracia (Al-

90’ se plantea como un período clave, en el que la consolidación
políticas públicas y psicología comunitaria
155
de la disciplina se produce a partir de su incorporación en la pla-

a la superación de la pobreza y desigualdad en el país (Alfaro,
2012, 2013).
-
foque de habilitación individual en el abordaje de los problemas
y la integración social, dejando en segundo plano las iniciativas
de tipo territorial (Reyes et al., 2015). A la base de este fenóme-
no estaría la institucionalización disciplinar que distancia sus
prácticas de las tradiciones fundantes y transformadoras de la 
(Alfaro y Zambrano, 2009; Reyes, 2007). Así, la realidad chilena
no dista de la situación general de la disciplina que se reporta en
otras latitudes; se producen numerosas acciones centradas en el
‘mejoramiento’ de las condiciones de vida y bienestar de las co-
munidades, y pocas intervenciones orientadas a la facilitación de
procesos de asociatividad y organización en pro de la disminu-
ción de desigualdad (Speer y Han, 2018). En este sentido, es posi-
ble plantear que las prácticas de la  en Chile forman parte de la
cuestionada primacía en la disciplina de acciones centradas en la
asistencia y prevención de problemas que dejan intactas las con-
diciones estructurales que los generan, las que resultan ser más
paliativas que transformadoras (Prilleltensky y Nelson, 2013).
El papel de los/as psicólogos/as comunitarios/as en la ejecución
de las políticas públicas ha sido un tema de interés creciente en el
campo de la Psicología Comunitaria a nivel global, reconociendo
a estas últimas como espacios relevantes donde se despliega el
ejercicio de la profesión y se desarrollan sus aportes teórico-prác-
ticos. Frente a una narrativa disciplinar contextual que apuesta
por la convergencia entre las orientaciones y principios de la 
156
y la construcción e implementación de una política pública sen-
sible y comprometida con la idea de generar cambios sociales,
un sector de la Psicología Comunitaria chilena, ha desplegado
importantes esfuerzos por interrogar y cuestionar la relación
producida entre el discurso y las prácticas. A modo de ejemplo,
estudios recientes han formulado un interesante análisis de la
   
analizando las propuestas focalizadas en el ámbito comunita-
rio (Berroeta et al., en prensa; Olivares y Reyes, 2016; Olivares et
al., 2018; Reyes et al., 2015; Yáñez-Urbina y Reyes-Espejo, 2019;
Reyes et al., en evaluación).
Los resultados son reveladores. De los 101 programas públicos
analizados durante el año 2013, solo cinco resultaron ser comu-
nitarios (Reyes et al., 2015), mientras que de los 739 programas
públicos analizados el año 2016, se encontraron 21 apuestas co-
munitarias (Reyes et al., en evaluación). Promisoriamente fue
posible observar que la incidencia de la  en la construcción de
programas públicos aparecía a nivel técnico-metodológico, es
decir, se expresaba a través de la ejecución de diseños participati-
vos que recogían el valor de la identidad local y el fortalecimiento
de las comunidades y de los líderes en sus territorios (Reyes et al.,
2015; Reyes et al., en evaluación). Sin embargo, vimos estos resul-
tados con cautela: ¿Se trataba de un legítimo reconocimiento y
valoración de la participación de las comunidades en la construc-
ción y ejecución de políticas públicas?
Pues bien, lo que hemos podido evidenciar, cada vez con mayor
certeza, es que existe una escasa incidencia de la  en la cons-
trucción y ejecución de políticas sociales en la actualidad, deve-
lando un escenario de alta complejidad y donde la articulación de
políticas públicas y psicología comunitaria
157
la acción comunitaria parece mantenerse al servicio de un siste-
ma neoliberal que instrumentaliza y socava su participación, en
lugar de potenciar procesos de desarrollo y transformación social
(Olivares y Reyes, 2016; Olivares et al., 2018; Reyes et al., 2015; Re-
yes et al., en evaluación).
Observamos que la inclusión de algunos conceptos y prácticas
de la -
-
ción ciudadana, pero en la práctica, se ponen al servicio de formar


sí mismo” (Berroeta et al., en prensa; Yáñez-Urbina y Reyes-Espe-
   -
-
minantes en la administración del Estado, sirviéndose de ellos/as
para cumplir con metas y compromisos autoimpuestos; optando
-
ta, centradas en las personas (y no en la comunidad) y orientadas
a la satisfacción de necesidades básicas.” (Reyes et al., 2015, p. 42)
Esto resulta consistente con observaciones realizadas al desa-
rrollo de las políticas sociales del último período en Chile que, a
partir de la implantación de un sistema socioeconómico de libre
mercado, circunscribe la responsabilidad pública a programas fo-
calizados en grupos vulnerables, enfatiza intervenciones a nivel
individual o familiar, elaboradas sin participación de la comuni-
-
siones de ciudadanía y bienestar social (Alfaro y Zambrano, 2009;
Winkler et al., 2014). En este contexto, es posible señalar, que la
implementación de la política pública que se desarrolla actual-
158
mente en Chile, no busca transformar la sociedad, sino que gene-
ra ajustes para que aquellos sectores que se encuentran en des-
ventaja social, puedan integrarse a las dinámicas económicas y
sociales dominantes, no sólo en Chile, sino que en toda la región.
Los diseños presentes en la política pública, declaran objetivos
comunitarios, mientras que en la práctica, se presenta un enfo-
que asistencialista e individualista, que resulta administrado y
gestionado por ejecutores/as (los/as propios/as psicólogos/as co-
munitarios/as) que lo refuerzan, sin muchas veces advertir, que
se constituyen en pieza clave de la consolidación de este modelo.
 

Como ya mencionamos, la política pública que se implemen-
ta en la actualidad, opera a partir de focos de vulnerabilidad
 
el marco de la gestión del , son intervenidos por organis-
mos ejecutores que forman parte de la sociedad civil. En este
contexto de gobernanza, la sociedad civil articulada con en-
tidades privadas, abandona su rol de vigilante crítico de la
acción estatal y asume un rol de colaborador, ubicándose en
el lugar de tercero organizado para llevar a cabo la ejecución
de los programas. Se produce, entonces, una especie de exten-
sión del Estado que pluraliza y diversifica las posibilidades de
ejecución, cooptando al tercer sector que, en este proceso de
sobrevivencia para su accionar, va tras la búsqueda de recur-
sos públicos que operan con un encuadre técnico definido. Así,
la competencia se instala como un proceso más del quehacer
institucional que incide fuertemente en el sentido del trabajo
y condiciones de precariedad que mediatiza la participación
políticas públicas y psicología comunitaria
159
de profesionales y técnicos en los programas de la política pú-
blica (Morales, 2017; Pavés, 2018).
Por esta razón, es que quienes ejecutan programas públicos, se
encuentran en una situación particularmente difícil. Los efectos
del modelo subsidiario existente en la actualidad, establecen
        -
ducida en el pago por la acción debidamente ejecutada, deja a
los equipos sometidos a una serie de mecanismos de gestión que
los distancian de las necesidades sentidas de las comunidades,
generando prácticas que transgreden derechos que se deberían
garantizar (Morales, 2017; Olivares et al., 2018; Pavés, 2018). Las
políticas sociales altamente focalizadas, construyen un sujeto ca-
rente y que, como efecto de la intervención, se siente agradecido
de la acción recibida (Astete y Vaccari, 2017). El equipo interven-
tor, por su parte, queda instalado en un lugar de ayuda, despoliti-
zado, y con escasa capacidad para incidir en el mejoramiento de
la vida de las comunidades atendidas (Montenegro et al., 2014),
volviéndose impotente ante las tensiones y paradojas reconoci-
das en las políticas públicas.

os ejecutoras/es de programas públicos, deriva en un estado de

espectador”, volviendo imposible el desarrollo de estrategias que
permitan romper con la lógica institucional instalada (Zelmano-
vich y Minnicelli, 2012). Así, en el marco de una precariedad ins-
titucional, laboral y epistémica, los/as trabajadores/as del área
social en Chile, se desenvuelven en un contexto de constante

 
160
proyecto vital (Pavés, 2018). En este escenario, trabajadores y tra-
bajadoras, ejecutores/as de programas públicos, quedan inmer-
sos en contradicciones sociales, que enfrentan sin los recursos

da el marco a su accionar.
Las discrepancias son vividas como responsabilidades perso-
nales, experimentando un fuerte desgaste que agudiza la sensa-
ción de impotencia y que está a la base de la alta rotación, alta
demanda, recarga laboral y creciente precarización que afecta a
los equipos en la actualidad y que constituye un problema éti-
co y político relevante (Winkler et al., 2014). De este modo, los/
as agentes sociales deben desplegar esfuerzos para ponderar
ciertas condiciones y así representarse un escenario abordable e
inteligible, una suerte de meta-narrativa que organice las prác-
ticas, sucesos, sujetos e instituciones en una lógica aprehensible
para la intervención social que suele estar inscrita en contextos
altamente complejos y heterogéneos (Barna, 2014). Allí el rela-
to que pueda ofrecer la Psicología Comunitaria en la perspectiva
de aproximarse críticamente al contexto actual, puede abrir una
oportunidad para recuperar la coherencia del proyecto de la Psi-
cología Comunitaria (Wiesenfeld, 2014).
Muchas veces, los ejecutores deben apelar, como único recurso,
al compromiso como sentido clave para la solución de un conjun-
-
tico o social, lo que, sin duda, guarda relación con el discurso de
la Psicología Comunitaria, que refuerza valores y principios vin-
culados al respeto y al compromiso con sectores excluidos (Mon-
tero, 2004). Un aspecto para problematizar en este sentido, es el
riesgo de producir una privatización de lo público, pues, en el marco
políticas públicas y psicología comunitaria
161
cotidiano de la ejecución programática, los problemas técnicos y
políticos se solucionarían a través de atributos o recursos perso-
nales más que a través de responsabilidades organizacionales o
estatales (Llobet, 2010), reforzando liderazgos individualistas y
poco democráticos y produciendo desgastes que quedan invisibi-
lizados tras el semblante de buen trabajador.
Derivado de lo anterior, opera como telón de fondo un modelo
de responsabilización individual que vinculado con las subjetivi-
dades del self empresarial previamente descritas, permiten en-
tender cómo los sujetos sociales se sienten responsables de todo
lo que acontece para bien y para mal. Es él y solo él, el garante de
su bienestar en el contexto laboral y personal, por lo que debe
desplegar su iniciativa, adaptación y maniobra para enfrentar
cada problema y vicisitud a sortear. Se trata de una experiencia
de exigencia generalizada de implicación de los individuos en la
vida social que los obliga a interiorizar, bajo la forma de una falta
personal, su situación de fracaso (Martuccelli, 2007). Para quie-
nes trabajan en la ejecución de políticas públicas, dicho fracaso se
relaciona con la imposibilidad de conseguir y permanecer en los
trabajos, pero también, con el hecho que la mayoría de estos/as
ejecutores/as, se encuentran trabajando sin contratos de trabajo

baja remuneración, sin derechos laborales garantizados y con
tiempos de ejecución acotados a la duración de proyectos espe-

Además, la subordinación política (Morales, 2017) se constituye
en una exigencia constante de los/las trabajadores/as que ope-
ran en el sector público-estatal (especialmente en período de
elecciones). En este contexto, la organización sindical y colectiva
162
quedan como posibilidades obliteradas por el sistema, tendien-
do a recurrir a la clandestinidad (Abal, 2014) o al disfraz político
para organizarse (Scott, 1990). En este sentido, la solidaridad se
subsume en prácticas de corte individual-grupal, donde el tra-

-
nales) y contractuales (honorarios) que permiten construir redes
-
nexión a nivel social.
En síntesis, el quehacer profesional se vuelve complejo, im-
pactando de manera profunda en la calidad de las intervencio-
nes comunitarias; los/as profesionales cumplen una función
compensatoria y estabilizadora del orden social y económico,
produciendo marcos de actuación que tienen un fuerte com-


los diseños de la política social, pero que se vive como desgaste
para quienes se encuentran en contacto cotidiano con las co-
munidades. Estamos convencidas de que psicólogas y psicólo-
gos comunitarios/as deben jugar un rol estratégico, que haga
posible la construcción de nuevas políticas y programas, donde

una lógica programática en sintonía con las comunidades, sus
necesidades y demandas. Esto se traduce en reelaborar algunas

tanto a las comunidades, como a los/as propios/as psicólogos/
as comunitarios/as, permitiendo el despliegue de agencias y
moviendo el límite de posibilidades para la acción transforma-
dora en los contextos de política pública actual.
políticas públicas y psicología comunitaria
163
Pero también necesitamos avanzar en cambios más estructura-
les. Como mencionamos previamente, el modelo del  busca
avanzar hacia un nuevo modelo de gestión y dirección más de-
mocrático considerando las necesidades sociales de la población
en una lógica de gobernanza colaborativa (Conejero, 2016; García
y Pastor, 2011; Oliver-Mora y Íñiguez-Rueda, 2015). En este senti-
do, los/as profesionales requieren tomar conciencia de su papel
central en los procesos políticos que implica la puesta en práctica
      
otros, los conceptos de ciudadanía y democracia. Así, la necesi-
dad de introducir mecanismos participativos –formales e infor-
males– en la formulación, prestación y evaluación de los servicios
públicos, debiera impactar en el fortalecimiento de la participa-
ción ciudadana, contribuyendo a producir procesos de transfor-
mación social mediante la construcción de políticas públicas de

públicas (Conejero, 2016).
En línea con lo anterior, resulta interesante remitir a la idea de

principio político que proviene de una praxis instituyente agen-
ciada por un colectivo que busca recuperar el sentido democráti-
co actualmente debilitado en el proyecto neoliberal (que se redu-
ce a la democracia representativa, la que se critica directamente),
reivindicando la cooperación y la colaboración mutua por sobre
la competencia (Laval y Dardot, 2015). Se señala, que existe una
proliferación de nuevas instituciones que dan lugar a estrategias
muy diferentes que no son solo defensivas, sino que permiten re-
pensar la ofensiva antineoliberal en términos de formas econó-

se vuelve central, pues cualquiera sea el lugar donde se encuen-
164
tre un individuo, siempre hay que apostar por la capacidad de los
sujetos de inventar y de instituir nuevas formas prácticas, lo que

las instituciones existentes en distintas direcciones, produciendo
nuevas prácticas de participación y organización para la vida en
comunidad (Dardot y Laval, 2019; Dardot, 2019).
En concreto, estas nuevas aproximaciones abren un camino in-
-
nes sobre la noción de lo común y las distintas formas de movi-
mientos sociales y colaborativos, se trasluce un espacio para la
praxis, que reconoce procesos de complejidad relacional, a partir
de redes de interacciones donde la participación y construcción
de lo común, aparece como un campo de re-articulación de las
vinculaciones con el Estado y el mercado (Martin et al., 2019).
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no (eds.), 
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introducción de nuevas tecnologías para la mejora de la democracia y el
gobierno. Revista del  Reforma y Democracia, 41, 173-192.
   La Psicología Social Comunitaria en América Latina:
¿Consolidación o crisis? Psicoperspectivas, 13(2), 6-18
170
 Autonomía versus De-
pendencia. Quehacer comunitario y Políticas Públicas. Universidad de San-
tiago de Chile.
Psicología Comu-
nitaria hoy: Orientaciones éticas para la acción. Psicoperspectivas, 14(2),
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Zelmanovich, P. y Minnicelli, M. (2012). Instituciones de infancia y prácticas

simbólica. Propuesta Educativa, 21(37), 39-50.

políticas públicas y psicología comunitaria
171
Public Policy Training, Research
and Practice for Community
Psychologists in the *
Douglas D. Perkins
In this paper, I will provide a brief history of community psychol-
ogists’ involvement in public policy in the  
describe my own personal history and engagement with policy
work as an example. The focus of the rest of the paper will be on
some of the ways community psychologists are trained and work
in the . in the policy arena and how the Society for Communi-
ty Research and Action () and other American Psychological
Association () divisions are addressing the challenges of psy-
chologists having an impact on government policies at all levels:
local, state, national, and international. I will focus on graduate
and professional training for policy work, theory and research on
policy issues and engagement, and examples of advocacy prac-
tice or interventions for policy change.


Community Psychology has been involved in important public
policy decisions in the -
cially began (Perkins, 1988). That may come as a surprise to many
who know that, while the  and the Society for the Psycholog-
* The Main Dialog on “La política
de las políticas: La posición
de los psicólogos/as comuni-
tarios/as frente al quehacer
gubernamental” (The policy
of the policies: The position
of community psychologists
in regards to government
work) at the 2018 International
Conference on Community
Psychology in Santiago, Chile,
follows similar ones held at the
fourth International Conference
on Community Psychology in
Barcelona, Spain, in 2012 and

-
ters). Each of those led to special
issues of the Global Journal of
Community Psychology Practice
on international policy work
(edited by Maton, 2013; Perkins,
Garcia-Ramirez, Menezes, Serra-
no-Garcia and Strompolis, 2016).
172
ical Study of Social Issues (:  Division 9) have lobbied for
various government funding and other policies for many decades,
until approximately 2008,  largely avoided direct, organized
policy advocacy. That is why it is important to remind people of
the critical role played in the 1950s and 1960s, by researchers who
would later call themselves community psychologists, in the early
use of courts to enforce racial desegregation of schools and other
public institutions. Those early community/social psychologists
included Isidor Chein, who started the community psychology
program where I was trained at New York University, and Stuart
W. Cook, who founded the Research Center for Human Relations
at  (Perkins, 1988). With famed developmental psychologist
 
cited in an opinion of the Supreme Court of the  in its most
impactful landmark case of the 20th century in the : Brown v.
Board of Education (1954). That brief outlined the best empirical
knowledge available at that time on the psychological damage
and impaired self-images/self-esteem caused by racial segre-
gation and challenged the inherent inferiority of African-Amer-
icans. The 9-0 unanimous judicial decision outlawed almost 60

basis of race) as inherently unequal and held that racial discrim-
ination in public education (and ultimately in employment and
all settings open to the public) is un-Constitutional based on the
14th amendment.
Brown was not only a landmark legal case with immense social
implications, and both hailed and viewed by Conservatives as
-
shalled by those early community psychologists also marked a
greater role for social research in government decisions, includ-
políticas públicas y psicología comunitaria
173
ing the courts. While that was and still is generally a good thing,
we as public scholars and potential advocates must pay close at-
tention to both political cycles and which branch of government
–legislative, executive, and judicial– will be most receptive to our
research, solutions, and other ideas at any given time and place.
Community research involvement in public policy can have the

swings. Historically, social science theories and applications have
vacillated from one side to the other, according to the political
tenor of the times (Levine and Levine, 1970). Because judges are
         
change, judicial opinion either lags behind or is only loosely re-
lated to political trends. The implication of these two points for
community psychologists doing policy-relevant research is that,
         

decisions, as happened in 1954 with racial desegregation. But we
must be very careful– currently in the , just a few thousand

in the Supreme Court becoming solidly Liberal to now the most
Conservative it has been in almost a century. Thus, planned social

consequences, as in the Plessy vs. Ferguson (1896) court decision
 
decided without any attention to social research, but it would not
-
ble and strategic in applying our data and knowledge to policy
change.
The relevance of that policy issue to community psycholo-
gy should now be clear, especially to community psychologists
174
throughout Latin America, who always emphasized applying so-
cial psychology for the goals of social justice and political change.
But in the , where most of community psychology engaged in
more gradual, ameliorative systems change and even individu-
al-level change from the 1970s through at least the 1990s, we had
to be reminded that racial desegregation and social justice policy
change generally are, from a community psychology perspective,
simply examples of planned social interventions whose purpose
was to solve complex community moral, social, economic and


change within existing systems to second-order change of com-
munity conditions, institutional systems, and societal structures,
representing the ultimate community psychological goal.
1
It may help the reader to ask yourself the above question and
about your own past and current interest in social change through
better government policies and politics. In your life and career,
    -
terize the relationship between the two?
for me: I come from a long line of scholars. My grandfather had
a Ph.D. in education. My father was working on his dissertation
for his third doctorate when he died; like him, my older brothers
have Ph.D. in psychology and our mother and both sisters were
teachers. But I did not take my studies very seriously until my ju-
nior year of college and by then, growing up near Washington,
DC, in the 1960s and early 1970s with marches on Washington
and university campuses; and President Nixon’s Watergate polit-
ical scandal; and having four older siblings made me interested
1 The questions and my
responses in this section come
from a Scholar-Activist Panel
I spoke at for the Society for
Theoretical and Philosophi-
cal Psychology [ Div. 24]
meeting held at Vanderbilt
University on March 1, 2019.
políticas públicas y psicología comunitaria
175
in politics and activism. I donated my newspaper delivery money
to the 1972 McGovern Democratic Presidential campaign before
I was even old enough to vote! So I think activism interested me
more than scholarship until around age 20, when at Swarthmore
College, I started to focus my choices of major, minor, thesis, and
graduate school on the opportunity to combine scholarship with
activism. It is also why in 2000, I helped create and directed the
Ph.D. Program in Community Research and Action at Vanderbilt
to replace one of the oldest programs in community psychology2.
I believe scholarship and activism are, or should be, mutually re-
inforcing: scholarship should be applied to improve society; and
-
geted, organized, and evaluated, which are all aided by research.

the saying, “There is nothing more practical than a good theory.” Do you
agree? If so, how so, and what theory or theories have you found most
useful in your activist work? If not, what if any role does theory play in
your work? Much of my research has focused on citizen participa-
tion in various grassroots community voluntary organizations. So
social ecological theories, measurement, and analysis of psycho-
logical sense of community, place attachment, sociopolitical de-
velopment, civic engagement, neighboring and communitarian
behavior, and empowerment; and outside of psychology: social
capital and social movements are all relevant to both my research
and my local political work.
Describe a practical outcome of your activism that would not have
been possible except in connection with your scholarly work. I will
        
Commission, which is the government agency responsible for
2 
“Community Psychology”
taught anywhere in the world
was at Peabody College (now
part of Vanderbilt) in 1959.
176
providing housing and services for the city’s homeless popu-
lation, was a direct result of a Task Force that Nashville’s Mayor
asked me to facilitate, which allowed me to hire my graduate stu-
dents to help with research, a participatory planning process, and
a report with recommendations to the city council, (2) similar,
though not quite as direct, examples also occurred when, along
with colleague Paul Speer and several of our students, I worked
-
fordable Housing Trust Fund and Equitable Development poli-
cies, (3) while teaching at the University of Utah, Barbara Brown
and I received a research grant to evaluate a new housing policy
and we convinced Salt Lake City government to institute a sub-
sidized home-improvement loan program for lower-income resi-

In the course of your work, can you identify a moment of your activist
engagement in the real world that most shook up, transformed, or in-
formed your research and theory? Possibly the grassroots organizing
training retreat, run by the Midwest Academy, I participated in as
a graduate student interested in hands-on experiential knowl-
edge about grassroots, power-based community organizing. For
 

Midwest Academy was started by organizers of the two most im-
portant student political organizations in the United States in
the 1960s –the Student Nonviolent Coordinating Committee and

Civil Rights, anti-war, and women’s movements. They also creat-
ed the national grassroots organization Citizen Action.
políticas públicas y psicología comunitaria
177
Is there a particular philosophy or philosopher, in the area(s) of epis-
temology, ontology, and ethics, that you have found most valuable for
your scholar-activist work? This is unfortunately not my forte. Both
my scholarship and my activism are unabashedly practical in ori-
entation. But the motivating ethical and philosophical side of it
for me and many of those I have worked with would be religious,
spiritual and moral, but for me, from a broadly ecumenical, or in-
terfaith, perspective, which is what drew me to anti-Islamaphobia

faith-based organizing. The writings of American Pragmatist phi-
-
ential not only for me, but for all of Peabody College of Education
and Human Development at Vanderbilt, especially our whole
academic department’s strong emphasis on experiential learn-
ing that is transformative for students, professors, academia, the
communities where we live and work, and for a more democratic
society (see examples in Barnes et al., 2016).
In what forms of activism are you engaged (for example, direct ser-
vice or other forms of practice, policy advocacy, supporting students and
other scholars through education and training)? I engage in activism
for policy change individually and with students on issues such

youth violence prevention, and over the past several years, Is-
lamaphobia and religious discrimination. I serve on the advisory
council of, and as evaluation researcher for, the Faith and Culture
Center and its Our Muslim Neighbor initiative. I also supervise
undergraduates and doctoral students who have helped that
organization with practical research, analysis and reporting. A
more direct-action example of that work was my family hosting
a moderated interfaith dinner discussion in our home in which
178

focus of complaints for arresting undocumented immigrants.

which one of my students evaluated for her Honors thesis.
       

The Community Psychology division (27) of the American Psy-
-
fessional society (). Although based in the , it includes
international members and its Biennial Conference and journals
(American Journal of Community Psychology,  and the Communi-
ty Psychologist, ) include a wide array of work by community
psychologists from all over the world. Many of its members want
 to become, not only more interdisciplinary and more in-
  
    Public Policy

through advocacy, collaboration, capacity building and develop-
ment.
In recent years, the Committee has developed a number of new
methods to spread the reach of policy work (Maryman et al.,
2016). Through the creation of Rapid Response Procedures for ur-
gent matters and Policy Position Statements for larger, ongoing
societal problems, the committee is able to facilitate broadcast
political calls to action and communicate ’s perspective on
pressing social issues and matters of public health and well-be-
ing. The Committee’s activities center around policy or issue ad-
vocacy through:
políticas públicas y psicología comunitaria
179
1. Policy Position Statements which are in-depth position state-
ments on important policy matters that are formally reviewed
and approved by both the Policy Committee and  Execu-
       
and accumulated knowledge from practice accompanied by
recommendations to policy makers and the general public, and
less-time-sensitive applications of community psychology schol-
arship to policy issues. These are published in summary form in
 newsletter and in complete form in the American Journal of
Community Psychology and  website, and a detailed advoca-
cy campaign plan is also required to try to get the recommenda-
tions enacted. Recent examples include policy statements on: (a)
 Immigration Policies and Practices (in collaboration with 20

Deportation and Forced Separation on Immigrants, their Families
and Communities, (c) Incarceration of Undocumented Migrant
Families, (d) the Role of Recovery Residences in Promoting Long-
term Addiction Recovery, and (e) several more in development,
including: mass incarceration and criminal justice reform, juve-
nile justice reform, community health workers, and addressing

2. Rapid Response Process for urgent support of timely policy de-
cisions, usually at the national level, but sometimes at the provin-
cial/state or local level (more could and should be done to address
foreign and international policies, including reducing militarism
and better focusing foreign aid to support local indigenous orga-
-
cert with other organizations such as  and disciplines out-
side of psychology. The issue must still have some relevance to
community psychology, but it may be more tangential than what
180
we would publish a position statement on. Recent examples of
Rapid Response Actions include: (a) Gun control in response to
recent school and other mass shootings, (b) collaboration with
Psychologists for Social Responsibility (sy) on a Call to Action
on Unaccompanied Children and Youth Coming to , (c) a call-
to-action statement on the abducted Nigerian school girls.
3. Public Policy Mini-Grants Program: One way organization-
al and human capital capacity for policy advocacy is being built
is through annual -funded small grants for policy research
and/or advocacy work by community psychologists, which is
open to applicants outside the , usually with a deadline for
proposals in September. The grants program builds capacity by
creating an avenue for funding, research and practice relating to
policy. Examples of recent awards include: (a) 
Act: Policy education, mobilization, and evaluation (Neil Boyd), (b) In-

communication with legislators and stakeholders (Melissa Strompo-
lis and Megan Branham), (c) Alternative spaces: Examining alterna-
tive learning centers impact and policy implications on out-of-school
suspension (Dawn Henderson), and (d) Participatory action research
study of a grassroots political movement to stop environmental health
risk from fracking for underground gas extraction in Bulgaria (Nikolay
Mihaylov).
4. Dissemination of policy work through sponsoring books, spe-
cial issues of journals, and a regular Public Policy column in .
Examples include Maton’s (2017) book based on his interviews
-
encing social policy. The Policy Committee has sponsored at least
one panel session and business meeting at most Biennial 
políticas públicas y psicología comunitaria
181
and International Community Psychology conference. And it has
organized multiple special issues on policy work of the free on-
line Global Journal of Community Psychology Practice (Maryman et
al., 2016; Maton, 2013; Perkins et al., 2016).
5. Student Policy Practicum. The Committee created a practicum
program in policy work for graduate student members of .
The practicum goals are: (a) to provide opportunities for students

competencies in public policy analysis, development and advoca-
cy, and (c) to develop a template that could be adopted and used
by faculty of community psychology training programs to en-
hance policy experience. The need for such a tool was illustrated
by a survey of graduate programs that found Public Policy train-
 
graduate programs. The Committee is developing resources de-
-
ent contexts and these resources are being made available to stu-
dents, faculty, professionals, and the public on the  website.
6. Advocacy training may well be the Policy Committee activity
with the greatest, longest-lasting impact on community psychol-
 For many years,
the Committee has partnered with  to conduct an annual


actually lobbying  representatives on policy issues of interest
to participants. The Committee has explored additional ways to
 and its over-100,000
members!
182

 on training for
policy work is the just completed manual Community Advocacy: A
Psychologist’s Toolkit for State and Local Advocacy (Banks et al. 2019;
see link in References), coauthored by community psychologist
 divisions: Div.
17: Society of Counseling Psychology, Div. 27: Society for Commu-
nity Research and Action, Div. 35: Society for the Psychology of
Women, Div. 45: Society for the Psychological Study of Culture,
-
-
ent forms of advocacy strategies to inform policy at the state and
local levels and to build a community of grassroots psychologist
advocates that can intervene to promote well-being in the com-
munities in which they reside... The purpose of this document is
       
well as governmental, institutional, and organizational policies…
We have learned from and built upon the foundation set by (oth-
er advocacy) toolkits and see them as companions. Some focus
solely on federal advocacy3 for psychologists4; some highlight hu-
man-rights based5 approaches and the importance of evaluation6;
others focus on children7; others, still, focus on community8 based
advocacy. These and other tools are important resources for psy-
chologists engaging in advocacy. This current toolkit is distinctive
-
cacy and its coverage of advocacy across all branches (legislative,
executive, judicial) of government” (p. 7).
The advocacy Toolkit was guided by the values of broad and di-
 -
3 http://www.apa.org/advo-
cacy/guide/federal-guide.pdf
4 https://www.cpa.ca/docu-
ments/advocacy_toc.html
5 https://www.unicef.

Advocacy_Toolkit.pdf
6 https://www.unicef.org/
-
cy_Toolkit_Companion.pdf
7 https://www.aap.org/
en-us/advocacy-and-policy/
state-advocacy/Documents/
AdvocacyGuide.pdf
8 https://ctb.ku.edu/en
políticas públicas y psicología comunitaria
183
vocacy…in partnership with communities rather than for or on
behalf of them” (p. 8). The authors hoped that, by helping psy-
chologists engage in advocacy for policy change, the free man-
ual might also aid in a core  mission–applying psychological

and improve people’s lives.
Included are brief chapters on psychologists’ skills for successful
advocacy, policy arena basics, getting started in advocacy, strate-

advocacy, institutional and organizational advocacy. Also covered
are internal and external challenges to advocacy work and the

critical challenge and necessity), and ethical considerations. Fig-
ure 1 from the Toolkit outlines the typical advocacy process, start-
-
lems or policy issues in light of one’s research and/or professional
expertise, researching the problem and related issues, deciding
on a government level to target, the type of involvement that
-
-
er stakeholders, allies, opponents, decision-makers, doing more


The graduate program in Community Research and Action which
I direct requires a full semester course on Public Policy Develop-
ment and Advocacy. It was developed by Marybeth Shinn, who
has extensive research and policy experience related to solving
problems related to homelessness. The future plan is to team
184

       
courses that include substantial readings and discussion of policy
issues and processes. But this course helps masters and Ph.D. stu-

in-depth policy analysis position statements (similar to those
described in the  Policy Committee section #1 above). Stu-
Figure 1 | 
et al. 2019)
políticas públicas y psicología comunitaria
185
-
ion article for news media) and create and deliver an oral policy
presentation, including a supportive memo or handout. The
largest work product in the course is an advocacy strategy plan,
which must address each of these questions: Based on the prob-
lem statement and policy analysis, who will be targeted? How?
What communication and other tactics will you use? When?
What groups and individuals are your allies? How will you work
with them? What are the contingency (backup) plans, including
organized direct actions?
An excellent published summary of the challenges facing psychol-
ogists and other social scientists who hope to bring research to bear
on public policy is by Shinn (2007) in the Journal of Social Issues. Social

do well to work with executive branch agencies, especially at state
and local levels. Agency administrators are ready to use social sci-
ence theories and evidence if the social science is brought to them.
She likens the required dance between scholars and policy-mak-

working on social policy issues with executive branch agencies in
particular, especially at the local and state levels. I have already
        
and legislative branches. But executive agency administrators
-
ment of laws and policies and so need support and guidance from
social science theories and research evidence.

and readers can consider how each of these applies to their own
186
policy issues of interest: (1) individual leaders matter (some will be
more receptive to research in general and your knowledge and
recommended solutions in particular; others may ignore neg-
        
have committed); (2) timing matters (when budgets are austere or
friendly policy-makers are out of power, either wait or seek anoth-

(3) ideas matter [in the absence of ideas and valid evidence, policies
will be based on people’s biased assumptions; on the other hand,
    -
gests innovative ideas, can contribute to new directions for policy,
and can identify the politician or program director as a creative
leader” (Phillips, 2000, p. 405)]; (4) costs matter 
pressures constitute a particularly salient boundary within which
policies at all levels are considered. Proposals that can claim
  
cuts take precedence” (Phillips, 2000, p. 401)]; (5) government is
not monolithic -
ently, so identify the level and branch that will be most receptive

negative consequences, on the state and local levels without ad-
dressing those problems or how issues and conditions may vary
-
portunities or behaviors rather than improving community or so-
cietal-level conditions and opportunities. All of that is to say that
  
level and that research on existing policies should determine the

state vs. national)]; (6) data use cannot be controlled [Policymakers
see black and white, while researches see in shades of gray. Thus,
        
políticas públicas y psicología comunitaria
187
     
  
authoritative legal pronouncement” (Perkins, 1988, pp. 467-468).
 -
ing hypotheses, and the values that guide their interpretation
with policymakers to ensure that their data cannot be used to dis-
credit the research and policymaker (Phillips, 2000, p. 411)].

with many key questions still which I encourage the reader to
consider and try to answer: (1) How can we move the focus of
policy as intervention from the individual level of encouraging
community researchers to get involved to a more systemic level
of analysis/intervention? (2) How can we move from the process
raising awareness with an issue to creating policy and systemic
change? (3) How can we inform policymakers about our research
in a way that they can digest it without losing the validity and
-
ers at the mercy of the policymakers’ wants or needs?


At the risk of sounding like an old dog who can no longer learn

-
national Conference on Community Psychology in Puerto Rico in
2006 and later published (Christens and Perkins, 2008; Perkins,

ideally, places (multiple levels, contexts, issues, and stages of the
process) in this framework. What are the sources of oppression at
188
Figure 2 | Transdisciplinary, multilevel action research to enhance ecological and
psycho-political validity (Perkins, 2009)
políticas públicas y psicología comunitaria
189
each level in your society, communities, groups, and individuals,
-
turally, physically, economically, and politically? And what are the
       
address each of those sources at each level? And toward what
     
community, groups and family?

I conclude with several questions for readers to ponder and po-
tentially use as a guide for their own professional development

are the policy needs in your country? Your city or region? Your lo-
cal community? What is the development of training and imple-
mentation of policy work (both policy research training and polit-
ical and advocacy process training) by community psychologists
in your country? In your university or organization? With what
other research disciplines and government sectors (e.g., educa-
tion, health/mental health, urban planning, environmental de-
sign, environmental quality, criminal justice, child/family/social
welfare, arts and cultural diversity) do you currently, or could.
190
Banks, K.H., Beachy, S., Ferguson, A., Gobin, R.L., Ho, I., Liang, C.T.H., Maton,
K.I., Miles-McLean, H.A., and Toporek, R.L. (2019). Community Advocacy:
 . American Psychologi-
cal Association.

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     A social history of helping services: Clinic, court,
school, and community.
Principles of Community Psychology:
Perspectives and Applications (3rd ed.). Oxford University Press.
The SCRA Pu-
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192
Psicología Ambiental Comunitaria
y Desarrollo Sostenible: El Caso de
la Gran Misión Vivienda Venezuela
()
Esther Wiesenfeld
Stefany Larrota
Las mesas de diálogo comunitario representan una herra-
mienta de trabajo potente en el quehacer psicosocial comu-
nitario. Se trata de poner en práctica principios epistemológicos
de la Psicología Social Comunitaria (), en tanto proponen,
entre otros, la incorporación de las voces de todos los individuos
y sectores involucrados en cualquier proyecto focalizado en el
ámbito de las comunidades, a través de intercambios comuni-
cativos y construcción conjunta de acciones y saberes. Todo ello
enmarcado en los valores de respeto, equidad, justicia y demo-
cracia, y en procesos de participación, negociación, fortaleci-
miento, emancipación, etc.
Este formato de actividad constituyó precisamente una de las
modalidades de trabajos centrales llevados a cabo en la 7ma Con-
ferencia Internacional de Psicología Comunitaria, los primeros
días de octubre, en Santiago–Chile. En nuestro caso, correspon-

políticas públicas y psicología comunitaria
193
dió a los/as doctores/as Héctor Berroeta (Chile), Andrés Di Masso
(España) y Esther Wiesenfeld (Venezuela), debatir y confrontar
entre ponentes y asistentes los diversos puntos de vista en torno

Contribuciones Desde La Psicología Ambiental Comunitaria”, en

que además guarda relación con uno de los ejes temáticos que
       
partir de la ilustración y análisis de casos y sus sustentos teóricos
y metodológicos, las complejas relaciones humano-ambientales
en diferentes entornos.
En primer lugar, presentamos la perspectiva disciplinar que
orientó esta mesa de diálogo comunitario: la Psicología Am-
biental Comunitaria (), sus aportes al modelo de Desarrollo
Sostenible, particularmente en sus componentes ambiental, so-
cial-comunitario, económico y político, tomando como referencia
   
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (), de la
Organización de las Naciones Unidas (). Finalmente, se ilus-
tra las posibilidades de diálogo entre la  y el Desarrollo Sos-
tenible, mediante el caso de la Gran Misión Vivienda Venezuela
().
      
)
La  es una disciplina psicosocial que aspira a la comprensión
y solución de la temática humana, social y ambiental de manera
holística, contextualizada, inter y transdisciplinaria, y reivindica
la dimensión social en las transacciones humano - ambientales,
194
particularmente en entornos comunitarios. Así mismo, destaca el
protagonismo de los actores como intérpretes de sus situaciones,
requerimientos y acciones, y como co-gestores de los cambios ne-
cesarios para el buen vivir (Wiesenfeld y Sánchez, 2011).
Entre sus premisas, la  contempla que (a) las personas no pue-
den pensarse al margen de los ambientes, y estos no tienen sen-
tido sin la presencia y actividades humanas; b) las comunidades
pobres comparten, entre otros, serios problemas ambientales; (c)
los procesos comunitarios facilitan el tratamiento colectivo de pro-
blemas, entre ellos, los ambientales (Wiesenfeld y Sánchez, 2012).
El construccionismo crítico (Wiesenfeld, 2000), paradigma que
enfatiza el carácter relativo y complejo de la realidad contextua-
lizada (en este caso, la ambiental – comunitaria), y cuyo accionar

la pluralidad de visiones sobre temas de interés común a través
de metodologías hermenéutico-dialécticas, es el que se adecúa
de manera idónea a los objetivos de la .
Las características y valores de la  coinciden con los del mo-
delo de Desarrollo Sostenible () en tanto enfatizan la dimen-
sión ambiental, esencial en dicho modelo, además de la econó-
mica, y priorizan la dimensión psicosocial en el abordaje de las
comunidades pobres, cuya problemática atenta directamente
contra la sostenibilidad. En este orden de ideas, el modelo de De-
sarrollo Sostenible () tiene como propósitos evitar el impacto
negativo de las actividades humanas sobre el ambiente, erradicar
-
bles y promover la participación de todos los sectores de la pobla-
ción (Wiesenfeld y Sánchez, 2011).
políticas públicas y psicología comunitaria
195
En coherencia con los propósitos del , podemos inferir que en
la medida que existan sectores de la población que no puedan
alimentarse adecuadamente, no tengan acceso a la educación,
no cuenten con un lugar y condiciones dignas donde vivir, no es-
tarán dadas las condiciones para la sostenibilidad. En este orden
de ideas, la participación comunitaria se erige como herramienta
y proceso fundamental para el tratamiento de situaciones que
atañen a colectivos, toda vez que su ocurrencia coadyuva a im-
pulsar otros procesos psicosociales comunitarios, necesarios para
el desarrollo del componente social del , como son el fortale-
cimiento, la identidad social, el sentimiento de pertenencia a la
comunidad, el arraigo, entre otros (Wiesenfeld, 2003).
A pesar de la relevancia que las diferentes Cumbres Internacio-
nales centradas en el tema del  han asignado al proceso par-
ticipativo, el mismo ha sido relegado a un nivel de deseabilidad
social, sin que se considere el encuadre paradigmático, metodo-
lógico y pedagógico que merece su investidura, como veremos
más adelante.

-
se entre el crecimiento económico y la degeneración ambiental,
en 1972 es celebrada la Conferencia de las Naciones Unidas sobre
el Medio Ambiente Humano, en Estocolmo, Suecia (Dietz et al.,
2008). Con ello se marcaría el inicio de una serie de eventos inter-
-
ción humana en el planeta, movimiento que a su vez conduciría a
concretar las bases para plantear nuevas formas de progreso que
no implicasen un serio compromiso de los recursos disponibles.
196
Más adelante, en 1983, bajo el patrocinio de la Organización de
las Naciones Unidas () se realizó la primera reunión de la Co-
misión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (),

o Informe Brundtland, como también es conocido, donde se de-
terminarían los tres objetivos del Desarrollo Sostenible que has-
ta nuestros días siguen estando vigentes: consolidar la seguridad
económica, la integridad ecológica y la equidad social.
El impacto generado por este informe, sumado a los productos
derivados de los distintos encuentros y reuniones de trabajo im-
pulsados por organizaciones internacionales y de interés a nivel
mundial, además de los aportes generados desde la academia,
gobiernos y sociedad civil, lograron legitimar un discurso a fa-
vor de unir esfuerzos para la consolidación del  (Sheddon et
al., 2006). Ello ha calado en diversos sectores de la colectividad
hasta tal punto, que resulta políticamente conveniente que sus
objetivos centrales se vean incluidos en cualquier propuesta de

(Pol, 2002). Así, el concepto de  es empleado en los diferentes
-
ma manera en la que se le utiliza en sectores gubernamentales y

esfera pública en general.
Una de las consecuencias de la difusión del modelo del  en

adoptado y que en consecuencia generan maneras variadas de
interpretarlo y abordarlo. Los principales encuentros internacio-
nales han tenido una alta cuota de responsabilidad en ello, dos
de los más destacados para efectos de la  han sido las Cum-
políticas públicas y psicología comunitaria
197
bres de la Tierra y de Hábitat realizadas por la Organización de
las Naciones Unidas (), y de manera más reciente, la procla-
mación de los Objetivos del Desarrollo Sostenible también de la
mano de la misma organización.
Cumbre de la Tierra Uno de los grandes logros del Informe Brun-
dtland fue la importancia otorgada al componente ambiental
dentro de la estructuración del modelo de . En el caso de la
Cumbre de Río (también conocida como Cumbre de la Tierra)
celebrada por primera vez en 1992, resultó un avance importante
reconocer el componente social como un elemento crucial para
la consecución de dicho modelo. Con esto en mente, los partici-
pantes del evento acordaron priorizar: (1) La lucha contra la po-
breza, la salud pública y la dinámica de la población; (2) atención
a grupos vulnerables (mujeres, niños, población indígena y asen-
tamientos humanos precarios); y (3) la aplicación de un modelo
basado en la educación, la concientización y la organización de
los involucrados (Wiesenfeld y Sánchez, 2011). Para ello, en esta
primera cumbre se incorporó la participación como proceso cen-
tral; en la segunda, se legitimó la importancia del impulso del
-
to que todos estos acuerdos realmente no fueron cumplidos de la
manera que se esperaba.
Figura 1 | Cumbres de la Tierra realizadas hasta la actualidad
Si bien dentro de los acuerdos de la primera Cumbre de Río la
  
1992 + 10 + 20
198
participación se erigió como proceso fundamental para el alcan-
 -
rrencia natural, sin proponer estrategias concretas orientadas a
promoverla y mantenerla. Seguidamente, en la cumbre de Río
+ 10 (2002) se reconoció la importancia de los contextos locales,
-
to global. De allí que se propuso rescatar el microcontexto sin

-
cal), con miras a avanzar en dirección al .
A pesar de los acuerdos alcanzados en estos encuentros, en la

para enfrentar los problemas de países en desarrollo, sin un trata-
miento local y profundo de los mismos (Naciones Unidas, 2012).
De hecho, resulta llamativo que siendo estos países los más afec-
tados por los problemas hacia cuya solución apunta el , tan
  
ciudades y los Asentamientos Humanos sean inclusivos, seguros,
resilientes y sostenibles” (Naciones Unidas, 2019a).

A diferencia de las cumbres de la tierra inicialmente enfocadas
en la globalización, las conferencias denominadas Hábitat se
centraron desde un principio en espacios delimitados. A tales
efectos, en la primera de dichas conferencias - celebrada en 1976
en Vancouver, Canadá - se planteó el reconocimiento por parte
de los gobiernos de la necesidad de fomentar urbanizaciones y
asentamientos humanos sostenibles.
políticas públicas y psicología comunitaria
199
Figura 2 | Conferencias Hábitat realizadas hasta la actualidad
Más adelante, el       
Cumbre de Hábitat II realizada en Estambul, Turquía (1996), al
ponerse sobre el tapete la importancia de superar las problemá-
ticas de vivienda y hábitat de los residentes de Asentamientos
Humanos Precarios y asumir dicho asunto como prioritario, a la
par que se consentía en crear propuestas dirigidas a erradicar la
pobreza; de igual forma, se reconoció como fundamental para
el alcance del  los procesos de participación, capacitación y
fortalecimiento de los sectores de la población más vulnera-
bles. Así, de las conclusiones más importantes de este encuen-
tro destaca la idea de que en tanto la mayoría de la sociedad se
encuentre en condiciones precarias respecto a su acceso a una
educación, alimentación y vivienda adecuadas, se hace imposi-
ble consolidar una verdadera sostenibilidad en cualquier nivel
(Wiesenfeld y Sánchez, 2011).
Dicha conferencia concluyó con la adopción del programa Hábi-
tat como un plan de acción global de vivienda digna para todos/
as, y de Asentamientos Humanos Sostenibles () como moto-
res de desarrollo en un mundo urbanizado, desde el nivel micro
privado (vivienda), hasta el nivel macro público (ciudad).

1976

1996

2016
200
Posteriormente en la última Cumbre Hábitat III celebrada en
la ciudad de Quito, Ecuador (2016), se evidenció una delimita-
ción de los tipos de localidades que se venían priorizando para
la implementación y desarrollo de los procesos y elementos has-
ta ahora legitimados como claves para la consolidación del .
En esta oportunidad, se privilegia la urbanización como fuente
endógena de desarrollo sostenible y, a su vez, como herramien-
ta predilecta para la integración social y la equidad (Naciones
Unidas, 2019b). En función de ello, los compromisos adquiridos
se contextualizan en las ciudades, siguiendo con los objetivos
primordiales del  más los principales retos que presentan las
problemáticas sociales, en tanto comprometen las condiciones
para el alcance de la sostenibilidad.

Las principales críticas realizadas a la última de las Cumbres de Río
han sido bien recogidas por el equipo de Greenpeace encargado
-
-
ron concretarse ninguna de las propuestas que dieran respuesta a
las problemáticas centrales que amenazan el alcance del ; más
aún, según lo expuesto por esta organización, ni siquiera se llegó
a algún acuerdo que correspondiera a sus objetivos primordiales:
seguridad económica, integridad ecológica y equidad social. En
conclusión, no hubo mayor adquisición de compromisos por par-
-
cas para resguardar los ecosistemas más vulnerables, apostar a la
ampliación del uso de las energías renovables, continuar la lucha
contra la pobreza, entre otros. (Greenpeace, 2012).
políticas públicas y psicología comunitaria
201
Por otro lado, los señalamientos de mayor relevancia respecto
a la más reciente Cumbre de Hábitat están relacionados con la
generalidad incipiente de sus objetivos, que omiten las parti-
cularidades de cada contexto regional y nacional, y al hecho de
volver a colocar a los organismos gubernamentales, empresas,
sectores consolidados, etc., como los principales agentes de las
transformaciones dirigidas a la sostenibilidad (Linde, 2016). Así,
se les otorga la responsabilidad de una participación mayorita-
ria en la dirección de los esfuerzos hacia la consolidación del ,
dejando en segundo plano el trabajo de organización y fortale-
cimiento de las localidades y contextos micro. De esta manera,
se ubica la participación ciudadana como una meta a la que se
aspira, más que como un medio efectivo para el alcance del De-
sarrollo Urbano Sostenible.
Desde las cumbres anteriormente reseñadas se entiende el 

su propio lugar de poder, sea gubernamental, académico, relati-
vo a organizaciones internacionales, u otros. Son dichos actores
quienes prescriben las necesidades de la comunidad, los medios
para satisfacerlas y la forma de relacionarse con ellas y otros sec-
tores importantes para el éxito del programa.
)
Una tercera instancia internacional desde la cual se han creado
propuestas para el alcance del , ha sido el Programa de las Na-
ciones Unidad para el Desarrollo. En el marco de las labores del
Grupo de Trabajo Abierto de la Asamblea General durante el año
2015 para la formulación de estrategias en esa dirección, se han
creado los llamados 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, que a
202

uno de ellos. Estos surgen como resultado de la restructuración
y ampliación de los conocidos Objetivos del Milenio, a los cuales
se han sumado las problemáticas cuyo auge viene marcando el
transcurrir de los últimos años. El análisis actualizado de estos

modos de implementación y gestión de los mismos, con el pro-
pósito de dar con los procedimientos pertinentes que permitan
concretar el alcance del  en un período de tiempo determinado
(Asamblea General de las Naciones Unidas, 2016).
Para efectos del tema que nos concierne, cabe destacar el Obje-
tivo número 11 relativo a la creación de Ciudades y Comunidades

esfuerzos para conducir la inminente urbanización de los asenta-
mientos humanos en el mundo, a la construcción de ciudades con
       
que aseguren una vida digna a sus habitantes sin provocar mayo-
res estragos en el ambiente, a la vez que impulsen una actividad
productiva de carácter fructífero.
Las estadísticas respecto a la cantidad de personas que se en-
contrarían viviendo en las grandes urbes en unos 30 años más,

la población mundial (4,5 mil millones de personas) a ser las dos
terceras partes de la misma (6,5 mil millones de personas), según
cifras del  (Naciones Unidas, 2019a). A su vez, la estimación
de aquellos que viven en zonas marginales a las ciudades ascien-
de a 828 millones de personas y contando. Se hace importante en
este punto examinar las condiciones que generan estos cambios
en los modos de vida de las personas y que a su vez reorganizan
políticas públicas y psicología comunitaria
203


se ha observado en la región latinoamericana, como consecuen-
-
llo”. Esta caracterización propuesta en las Perspectivas Económi-
cas de América Latina, Desarrollo en Transición (, 2019), da
cuenta de los efectos que el impulso económico ha tenido en la
esfera social, en tanto ha permitido que sectores desfavorecidos
tengan acceso a productos y servicios de los que antes carecían,
  -
te sólidas para escapar de la vulnerabilidad en la que se encuen-
tran. Es así como nos enfrentamos a la aparente paradoja entre
la disminución de desigualdad en los ingresos y el aumento de la
desigualdad social en la región, que complejiza la expresión de la
pobreza en la misma.
 -
caciones urbanas que tomen en cuenta las diversas problemáti-
cas sociales, económicas y políticas que originan estos cambios,
sino además la importancia de que las mismas atiendan a las
particularidades de cada contexto regional, nacional y local para
su formulación y ejecución. Sobre el particular, se hace valioso el
reconocimiento de los diversos sectores y ámbitos de acción que
toman los Objetivos del Desarrollo Sostenible para su implemen-
tación, ya que en ello se asume la co-responsabilidad implícita
entre las agencias internacionales, los gobiernos y los diversos

civil en general. Esto invita entonces a preguntarse por aquello
que acontece a nivel local en las áreas referidas a nuestro tema
central de estudio: la vivienda y hábitat en Venezuela.
204

La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (),
promulgada en 1999 durante el mandato de Hugo Chávez, colo-
có a la participación como eje transversal de todo su articulado
y como proceso central para el ejercicio de ciudadanía, bajo la
-
cimiento del poder popular se erigió como el mecanismo por ex-
celencia para incorporar a la sociedad civil en general y a los sec-
tores tradicionalmente excluidos del acceso a los distintos tipos
de poder, en la toma de decisiones referente a asuntos públicos
de su incumbencia.
El abordaje de dichos asuntos en la constitución se ve orientado
por las metas del  en sus dimensiones ambiental, económica y
social, incorporando para su consecución a la participación como
un mecanismo fundamental; esto a su vez converge con temas y
procesos que también resultan centrales para la  y el mismo
modelo de  discutido en los distintos encuentros internaciona-
les realizados. A respecto, la  (1999) plantea:
Es un derecho y un deber de cada generación proteger y man-
   -

participación de la sociedad, garantizar que la población se des-
envuelva en un ambiente libre de contaminación, en donde el
aire, el agua, los suelos, las costas, el clima, la capa de ozono, las
especies vivas, sean especialmente protegidos, de conformidad
con la ley. (Artículo 127, Capítulo . de los Derechos Ambien-
tales, p. 42-43)
políticas públicas y psicología comunitaria
205
El estado desarrollará una política de ordenación del territorio
-
les, sociales, culturales, económicas, políticas, de acuerdo con las
premisas del desarrollo sustentable que incluya la información,
consulta y participación ciudadana. (Artículo 128, Capítulo . de
los Derechos Ambientales, p. 43)
En lo referente a la vivienda y hábitat, tema que nos concierne,
este último constituye el entorno natural en el que el individuo
habita y desarrolla sus principales actividades. La transformación
de este hábitat a través del mejoramiento de sus características
propias, naturales o adquiridas, su saneamiento, la optimización
de sus potenciales y el respeto a sus restricciones, es un compro-
miso del estado en todos sus niveles. En ese sentido, se establece:
Toda persona tiene derecho a acceder a una vivienda y hábitat
-
te el cumplimiento de las condiciones mínimas necesarias para
garantizar la satisfacción de sus necesidades, atendiendo a las
particularidades sociales, culturales, locales y cumplimiento de
requisitos mínimos de habitabilidad. (Ley del Régimen Prestacio-
nal de Vivienda y Hábitat, 2008, Artículo 2)
El artículo precedente asemeja al ideal de vivienda y hábitat
    , sin embargo, a pesar de las dis-
tintas políticas, programas y proyectos que en la materia se han
desarrollado en las últimas décadas, la problemática residencial
continúa siendo uno de los más apremiantes desafíos del país,
sobre todo para las poblaciones económicamente desfavoreci-
das; de allí que las condiciones de inhabitabilidad estén presen-
tes especialmente en contextos de pobreza.
206
Si tomamos en cuenta los índices de pobreza registrados en los

precariedad habitacional de un elevado porcentaje poblacional.
Las siguientes cifras caracterizan el panorama en ese sentido:
Figura 3 | Cifras de pobreza por nivel de ingreso presentadas por
 entre 2014- 2017

Países
Alrededor de 2005 Alrededor de 2012 2014 2017
Pobreza Indigencia Pobreza Indigencia
Ordinal

pobreza
 Pobreza
Venezuela 37,1 15,9 25,4 7,1 12 0,76 82,0
Figura 4 | Cifras de pobreza presentadas por CEPAL en 2018

país de los niveles de pobreza durante los últimos 8 años apro-
ximadamente, ya sea medida en términos de ingreso o recursos
mínimos para poder vivir. Se nota con preocupación cómo las ci-
fras más altas corresponden a la pobreza extrema, condición que
políticas públicas y psicología comunitaria
207
resulta más difícil de atacar y en igual medida amenazadora para
el alcance de los objetivos del  en general.
Dentro de los indicadores que se toman en cuenta para hablar
de pobreza a nivel mundial, la vivienda y hábitat resultan de los
-
rededor del cual las personas se desarrollan, y a su vez, el punto de
partida para establecer vínculos con otras realidades. Compren-
diendo esto, es importante mencionar que, a la vulnerabilidad
existente respecto a los niveles de pobreza y el acceso a viviendas
dignas, se suman dos contingencias acaecidas en los años 1999 y
2010 respectivamente, conocidas como vaguadas.
Estas dejaron numerosas pérdidas humanas y materiales, así
como también un saldo de aproximadamente 100.000 personas
   
complejo camino hacia el alcance del  en el país.
Pasemos a ver entonces cómo el Estado venezolano se ha pro-
puesto atender este tema, desde un amplio marco de acción pú-
blica dirigido a superar las diversas problemáticas sociales impe-
rantes en el territorio nacional.
)
A partir del año 2003 se constituyen en Venezuela las Misiones
Sociales como una modalidad de política pública gestada en pa-
ralelo a las instituciones burocráticas tradicionales, con la inten-
ción de garantizar el ejercicio de los derechos sociales asentados
en la  de 1999. Su objetivo fundamental reside en la posibili-
dad de resarcir la deuda social que se ha venido acumulando du-
208
rante administraciones estatales anteriores, en las áreas de salud,
educación, alimentación, vivienda, entre otros, fundamentadas
-
cionalismo, interdependencia de derechos, corresponsabilidad,
     

Las grandes misiones son:
Conjunto concentrado de políticas públicas y recursos destinados
a la resolución masiva, acelerada y progresiva de problemas es-
tructurales que limitan o impiden el ejercicio de derechos socia-
les de toda o parte de la población, los cuales requieren un tra-
   
2014)
De manera particular, la  se creó en el año 2011 con la in-
-
nas que no la tengan, con la satisfacción plena de las necesidades
fundamentales” (Observatorio Misiones, 2018). Así, se asume el
gran reto de dar respuesta a la creciente demanda habitacional
en el país entendida como una deuda social histórica que se ha
complejizado a partir de la ocurrencia de diversas emergen-
cias naturales que dejaron a miles de venezolanos/as sin hogar
          
3.000.000 (, 2013). En este ánimo y orientados por el propósi-
-
no se ha planteado esta ardua tarea a través del uso de recursos
disponibles y métodos de trabajo que a su vez consigan democra-
tizar los espacios de la ciudad, apostando a una transformación
socioterritorial que permita la inclusión de aquellos sectores so-
ciales que han sido mantenidos al margen de la misma.
políticas públicas y psicología comunitaria
209
Para ello, se plantea un abordaje integral que privilegia tres
dimensiones cuya atención resulta vital en función de alcanzar
las metas mencionadas, estas son: la dimensión político-orga-
nizativa, la dimensión social y la dimensión socio-productiva.
  -
des cuyos procesos de organización y participación puedan
verse consolidados; la segunda compete a la acción directa del
Estado en el fortalecimiento de la inclusión social; y la tercera
comprende el desarrollo de una economía comunal que sea so-
lidaria y esté basada en principios de sustentabilidad. La ejecu-
ción del trabajo planteado por la  está llamado a atender
todos estos aspectos tomando en cuenta las particularidades de
las nuevas comunidades que se forman a través de la incorpo-
ración de personas de diferente procedencia en los urbanismos
construidos, y las zonas en las que dichos complejos han sido
ubicados.
La aplicación de estos planteamientos supone además un es-
fuerzo por desarticular el monopolio de la construcción de vivien-
das en el país que por mucho tiempo había estado concentrado
en sectores sociales determinados; por establecer nuevos puen-
tes de diálogo y coordinación entre los diferentes actores invo-
-
nales; por democratizar diversas zonas de Caracas en particular,
con el objetivo de incluir a quienes históricamente han estado
relegados a la periferia en el uso y disfrute la ciudad, y por incluir
-
ceso de creación de las nuevas residencias. Hasta ahora, se repor-

las construidas entre los años 2011 y 2012 fueron ejecutadas por
los miembros de las comunidades que luego las habitarían (,
210
2013); esto da los primeros atisbos de lo que ha sido la implemen-
tación de una política pública de tan amplias expectativas.
La 
Seguidamente presentamos los resultados de tres estudios lleva-
dos a cabo en Caracas Metropolitana, dos de ellos centrados en
la dimensión psicosocial en urbanismos de la , a saber, una
tesis de Licenciatura en Psicología, Opción Psicología Social de la
Universidad Central de Venezuela () (Trejo, 2016), y una tesis
de Maestría en Psicología Social– (Ángel, 2018); en ambos
casos se empleó la metodología cualitativa y el procesamiento
de la información se basó en la teoría fundamentada. El tercero,
realizado por el Centro de Estudios del Desarrollo () – ,
analiza la  en tanto política socio-territorial de vivienda,
(Cariola et al., 2015).
En el caso de Trejo (2016), el objetivo consistió en comprender la
dimensión psicosocial presente en las diferentes etapas de reubi-
cación en el urbanismo Nuevo Barrio Macarao, integrado por 21
torres culminadas y 5 en proceso de construcción; cada una es-
taba conformada por 12 pisos más una azotea y 6 apartamentos
por piso. La recolección de información se realizó a través de dos
entrevistas grupales con 3 y 6 personas respectivamente y 9 en-
trevistas individuales, a residentes del urbanismo pertenecientes
a los Comités Multifamiliar de Gestión (15 mujeres y 3 hombres).
Por su parte, Ángel (2018), se planteó como objetivo compren-
     
voceros/as de organizaciones comunitarias pertenecientes al Ur-
banismo Cacique Tiuna. Este urbanismo consta de 4 etapas y la
políticas públicas y psicología comunitaria
211

Popular para las Comunas y Protección Social, 2019), da cuenta de

para un total de 440 viviendas solo en la primera etapa. Contem-
pla además espacios para ofrecer servicios de educación, alimen-
tación, deporte, salud y para actividades socio-productivas (car-
pintería, procesadora de plásticos, huertos hidropónicos, etc). La
información se obtuvo mediante 9 entrevistas en profundidad (8
mujeres y 1 hombre), y dos grupos focales con 10 personas (8 mu-
jeres y 2 hombres) y 7 personas (6 mujeres y 1 hombre) respectiva-
mente, todos/as ellos/as voceros/as comunales residenciados en
distintas etapas del urbanismo.
Finalmente, la investigación de Cariola et al. (2015) analizó la
 en tanto política de Estado orientada a la transformación
socio-territorial, la democratización del suelo urbano y la inclu-
sión social. La información analizada provino de un análisis do-

las políticas de vivienda en Venezuela, literatura especializada en
vivienda y segregación urbana en América Latina), 20 entrevis-
, tanto a nivel
institucional como del movimiento popular, así como a algunos
académicos y voceros de organizaciones no gubernamentales crí-
ticos a esta política” (p. 11); y visitas a urbanismos.

Hemos organizado los resultados con base en las tres dimensio-
nes principales del modelo del  (ambiental, social y económi-
co), y en la dimensión política por la referencia a la misma en los
casos reportados, y por su incorporación en el enunciado de la
212
política. En cada una de ellas referimos logros, limitaciones, retos
y recomendaciones, advirtiendo la relatividad de estas catego-
rías dada la heterogeneidad de los urbanismos estudiados (ubi-
cación, densidad, procedencia de los residentes, organizaciones
comunitarias previas a la mudanza, dotación y funcionamiento
de servicios y equipamiento), y su permeabilidad en cuanto a las
dimensiones que representan, ya que las mismas no siempre son
excluyentes entre sí.
Dimensión Ambiental

del entorno residencial. En la medida que estos aspectos sean
favorables al entorno ambiental, podremos garantizar su per-
durabilidad y con ello, sus recursos (vivienda y áreas comunes en

equipamientos y servicios residenciales y urbanísticos, la locali-
zación de los urbanismos y su accesibilidad, entre otros).

la obtención de una vivienda formal, el agrado y apropiación de
sus espacios privados y de su ubicación en urbanismos valorados
como ‘buenos lugares para vivir y estéticamente agradables’. Tre-
  
marca el inicio de una nueva etapa, una etapa diferente. Es el sue-

se anhelaba dentro del refugio, incluso desde antes” (2016). En
el caso de urbanismos céntricos, las familias provenientes de la
periferia de la ciudad expresan satisfacción con las facilidades y
movilidad que los mismos ofrecen.
políticas públicas y psicología comunitaria
213
Otro logro ambiental con matiz político y que trasciende los lí-
  -
-
blamiento de áreas subutilizadas” de la ciudad, lo que sugiere la
equidad en el acceso a este tipo de recursos (Cariola et al., 2015).
-
can actividades socio-productivas tales como huertos hidropó-
nicos y proyectos agroecológicos, a cuyo potencial económico se
 
actividades incluye la construcción de espacios propicios para la
realización de las mismas, además de locales comerciales.
Por otro lado, pasar a la ocupación de los nuevos complejos
construidos por la  no estuvo exento de limitaciones am-
bientales. Entre ellas, el evidente hecho de cambiar de un forma-
to de vivienda horizontal a uno vertical ameritaba la necesidad
(incumplida) de pasar por una etapa de familiarización con los
nuevos espacios que permitiera a sus usuarios comprender el
funcionamiento y tareas propios de los mismos. Así mismo, se
advierte cómo no han podido cumplirse las expectativas respecto
a los proyectos socio-productivos comunitarios, siendo cataloga-
dos estos como poco exitosos en la mayoría de los casos (Cariola
et al., 2015).
Dimensión Social
-
cesos psicosociales comunitarios (identidad, apego, arraigo, apro-
piación) que estimulen la participación comunitaria, fortalezcan
a sus integrantes como colectivo cohesionado con capacidad de
co-gestionar, junto a otros actores responsables, la satisfacción de
214
sus requerimientos y que paralelamente contribuya a su transfor-
mación personal, residencial y comunitaria. Todo ello en un marco
de equidad, ejercicio de ciudadanía e integración socio-territorial.
La obtención de una vivienda constituye un logro que viene a
subsanar las condiciones de vulnerabilidad o precariedad resi-
dencial de los habitantes de la , aspectos estos inherentes
a las condiciones de pobreza que atentan contra la sostenibili-
dad ambiental y económica. Por otro lado, uno de los principa-
les triunfos que se reportó en las investigaciones de Cariola et
al. (2015) fue el incremento y fortalecimiento de la participación
      
trayectoria de organización e incidencia en los asuntos que les
competían en sus zonas de residencia anteriores.
Así mismo, los/as autores/as señalan que en los casos de los ha-
bitantes que recién se conocían a partir de la adjudicación de las
viviendas, el proceso de organización comunitaria en torno a las
modalidades impulsadas desde la propuesta gubernamental,
mediante los Consejos Comunales y Comités Multifamiliares de
Gestión, fue complicado y poco satisfactorio (Trejo, 2016). Ello,
sumado al incumplimiento de normas de convivencia, uso ina-
propiado de los espacios internos, falta de mantenimiento de los
mismos y la estigmatización entre vecinos/as a quienes se res-

problemáticas que atentan contra el alcance de los Objetivos del
, debido a los terribles modos de relación entre los/as residen-
tes de los urbanismos.
De igual forma, se señala como otra problemática de mucha im-
portancia el ejercicio de poder por parte de voceros/as u otros/as
políticas públicas y psicología comunitaria
215
representantes vecinales, a partir de la restricción del acceso de
información a los/as habitantes del urbanismo, valiéndose de su
cargo para usurpar este y otro tipo de derechos (distribución ali-
mentaria y en general, control de recursos comunitarios). Esto se

los retos que deben asumirse para poder generar y dar continui-
dad a la organización y participación comunitaria (Ángel, 2018).
Ahora, entendiendo estos retos como procesos que pueden
aprenderse y desaprenderse, conviene apuntar que su aparición
no depende solo del conocimiento del instrumento legal que
-
dad que se tenga con el proyecto político que lo promulga. La con-
solidación de la organización y participación comunitaria ameri-
ta una capacitación especial que contemple además mecanismos
para poder sostenerla en el tiempo, de manera que se presenta
como un reto no solo el hecho de alcanzarlas sino también el de
su sostenimiento; para ello, se hacen propuestas tales como un
-
sidentes de los urbanismos orientada por la intención de reivin-
dicar y preservar la autonomía del poder popular (Ángel, 2018).
Adicionalmente, la integración entre los nuevos residentes no
solo implica un trabajo a lo interno del urbanismo, sino también
con los/as vecinos/as de la zona en la que este se construyó. Ello
debido a los prejuicios que se tienen sobre quienes comienzan
a habitarlos, particularmente en las zonas de clase media en las
que los han ubicado (Cariola et al., 2015).
Dimensión Económica
Esta dimensión representa tanto el retorno de capital a la 
216
a efectos de su continuidad, como a la generación colectiva de
bienes de producción y consumo que satisfagan los requeri-
mientos personales y comunitarios con criterios ecológicos y
orientados a la integración socio-territorial y al fortalecimiento
del poder popular.
       
urbanismos de la  cumplen con criterios de sostenibilidad
tanto ambiental como social y económica; es el caso de los huer-
tos y espacios comunes previstos para proyectos agroecológicos.
Ello considerando que dichas actividades son ecológicamente
amigables, promueven el trabajo vecinal en equipo y, por ende,
la organización y participación comunitaria, y se anticipa un lucro
económico derivado de las mismas. Además, los locales comer-

otra posibilidad de desarrollo económico para los residentes del
urbanismo (Cariola et al., 2015).
Sin embargo, las limitaciones en esta dimensión se centran
principalmente en los obstáculos para la puesta en práctica de los
-
zación y la eventual reproducción de patrones de informalidad

la que los locales comerciales, por ejemplo, fueron pensados en
primer lugar (Cariola et al., 2015).
Dimensión Política
La política pública consiste en un conjunto de lineamientos
orientados a prevenir, subsanar o resolver situaciones problemá-
ticas que atañen a la sociedad o a sectores de la misma. Se puede
desagregar en programas, proyectos u otros, cuyos contenidos,
políticas públicas y psicología comunitaria
217
estrategias y acciones para ejecutarlos, son coordinados desde el
Estado con la incorporación de sus instituciones, así como la de
otros entes (privados, , sociedad civil, comunidades), los cua-
les se espera que se involucren en todas sus etapas.
La  al igual que otras políticas públicas recientes se inscri-
be dentro de un proyecto revolucionario que tiñe a dicha política
de un conjunto de expectativas con respecto a los posicionamien-
    
acuerdo a la  aprobada en 1999, se establece la ‘participación
del pueblo’ en todas las fases de una política, lo cual progresiva-
mente redundará en el fortalecimiento del poder popular con el
consiguiente establecimiento de un Estado comunal; todo ello
enmarcado dentro de una democracia participativa y protagóni-
ca guiada por los principios de equidad y justicia social.
Entre los principales logros políticos de la  destaca la de-
mocratización del suelo urbano y una visión más amplia de vi-
vienda y hábitat que incorpora a sectores populares en territorios
tradicionalmente inaccesibles para ellos. Con esto se pretende
atender uno de los problemas más apremiantes y crónicos del
-
tinadas a sectores económica y socialmente desfavorecidos, y la
ubicación de gran parte de estos en terrenos vulnerables, gene-
ralmente ubicados lejos del centro de la ciudad y de los recursos
que ella ofrece.

de instituciones y organizaciones comunitarias, así como entre
instituciones-organizaciones comunitarias, instituciones-co-
munidades y organizaciones comunitarias-comunidades (Án-
218
gel, 2018; Cariola et al., 2015; Trejo, 2016):
Interinstitucionales:-
tre instituciones, lo cual asumimos obedece a la multi-
plicidad y complejidad de las mismas.
Entre organizaciones comunitarias: se reconoce que
algunos de los problemas que se presentan sobrepasan
las capacidades de las organizaciones comunitarias.
Entre instituciones y organizaciones comunitarias:
bajo estas circunstancias se cuestiona la instrumenta-
lización de la participación comunitaria, así como el re-

Entre instituciones y comunidad: en primer lugar, se
señala la falta de presencia y acompañamiento por par-
te de la institución, su poca receptividad e involucra-
miento ante las problemáticas comunitarias expuestas
y las fallas en la organización temprana que redundan
en una falta de motivación para la organización, escasa
participación y mala convivencia; en segundo lugar, se
advierte la presencia institucional en los urbanismos
-
bernamentales.
Entre organizaciones comunitarias y comunidades: los

Comunal y miembros de la comunidad, obedecen a la
aspiración de los primeros a su continuidad en el car-
go, al acaparamiento de información de interés común,
entre otros, lo cual resiente la comunidad; paradójica-
mente, algunos/as voceros/as reportan cansancio por
su permanencia en el cargo, debido a la falta de volun-
tad de relevo por parte de otros/as residentes.
políticas públicas y psicología comunitaria
219
Como se desprende del análisis de los casos revisados con base
en las dimensiones del , se advierte en cada una de ellas el do-
minio de la ideología gubernamental, la cual –sin desmerecer
algunos logros de la 
 
participación del pueblo, ya sea mediante la cooptación e instru-
mentalización de la misma, presión a líderes o voceros comuna-
les para avalar o implementar acciones adversas a los intereses
del colectivo, intimidando a opositores al gobierno; todo lo cual
atenta contra la sostenibilidad en su conjunto. En palabras de
-
nitarias en detrimento de su participación y autonomía, puede
-
tural como lo es la construcción de la democracia participativa y
protagónica” (p. 145)

La entrega de viviendas a personas que adolecían de este bien,
habitaban en sectores vulnerables, vivían arrimados o habían
perdido sus viviendas debido a desastres naturales, constituye
un logro importante de la . Así mismo, la localización de
una parte de estas viviendas en urbanismos en zonas céntricas de
la ciudad, ha implicado un giro en la ‘democratización del suelo
urbano’ dentro de las políticas públicas dirigidas a viviendas de
interés social, porque convocan a la inclusión y la equidad.
Dicha democratización del suelo urbano representa un punto
de partida hacia la meta de integración socio-territorial que a su
vez aspira a la creación de un Estado comunal, tal como establece
el proyecto bolivariano. Esta transición que va del nivel micro (vi-
220
vienda y urbanismos), hasta el macro (Estado comunal) no está
exenta de profundas limitaciones y retos que a nuestro juicio obs-
taculizan el camino de la  hacia la sostenibilidad, en sus res-
pectivas dimensiones, tanto de manera fragmentada (si es que
esto fuera posible) como integral.
Sin embargo, la satisfacción por tener una vivienda valorada en-
tre otras, por su ‘estética, comodidad y privacidad’, está emplaza-

punto de vista ambiental, social, económico y político.
En lo ambiental, el descuido de las áreas y servicios comunes,
-
nismos asentados en zonas céntricas no previstas para ello, o su
contraparte, urbanismos en zonas periféricas sin acceso a fuentes
de abastecimiento y de servicios, sin medios de transporte ade-
cuados, atentan contra la meta de integración socio-territorial y
sostenibilidad del proyecto habitacional.
En lo social se advierte la frecuente reubicación masiva sin un
análisis previo sobre la procedencia y características socio-de-
mográficas y culturales de las familias, así como la desaten-
ción a sus organizaciones comunitarias preexistentes; la falta
de espacios destinados a la familiarización de los residentes
entre sí y con su futuro entorno; la precaria inducción y con-
cientización en torno a la vida en vertical y las normas de con-
vivencia que ello amerita; entre otros. Los conflictos derivados
de tales vacíos son incompatibles con la cohesión vecinal, la
identidad y el sentido de pertenencia con el lugar y sus resi-
dentes, además de una adecuada organización, activa parti-
cipación y empoderamiento comunitario, necesarios para el
políticas públicas y psicología comunitaria
221
bienestar de la comunidad. Estas condiciones devienen en tra-
bas antes que facilitadoras para la consecución de la sostenibi-
lidad social en la .
Las tensiones sociales referidas inciden directamente en el lo-
gro de las actividades socio-productivas previstas en la , ya
que demandan un trabajo colectivo bien articulado en cuya au-
sencia resulta difícil alcanzar la sostenibilidad económica. Si bien
las condiciones estructurales de los urbanismos pueden estar da-
das para el desarrollo de producciones comerciales que estén en
sintonía con el cuidado y protección del ambiente, la utilización
de dichos espacios puede terminar por desviarse hacia prácticas
de economía informal que los nuevos residentes aún no se han
cuestionado, y por ende, siguen reproduciendo desde que habi-
taban sus residencias anteriores.
En cuanto a la dimensión política, se observa que siguen preva-


como lo es la . Desde los círculos de poder más importantes
a los que aparentemente lo son en menor medida, esta dinámi-
ca es reproducida causando malestar en todos los niveles. Ello no
   
proponen con la calidad que se estima, sino que implica un aban-

falta de voluntad para participar de manera activa en las gestio-
nes pertinentes a su entorno residencial.
Ahora, si bien el modelo de  se ha desagregado según sus di-
mensiones relevantes para efectos del presente análisis, los resul-
tados del mismo las muestran tal como se presentan en la :
222
cada una impregnando a las demás toda vez que se impregnan
de ellas. Ello supone que en tanto se encuentran imbricadas en
cada etapa de la implementación de esta política pública, el cur-
so inadecuado de alguna afecta de manera directa a las demás; es
decir, si en alguna de ellas fallan los mecanismos propuestos para
el alcance de la sostenibilidad en su ámbito particular, el gran
objetivo de conseguirlo en términos de vivienda y hábitat se verá

-
lidad para la  una meta viable o una cualidad en los modos
de llevar a cabo este proyecto de política pública? Los resulta-
dos de las investigaciones revisadas se inclinan hacia la primera
-
timación de las condiciones necesarias para que ello ocurra. El
aspecto más relevante en ese sentido es la subestimación de la
dimensión social. Al parecer, no se comprende todavía que se
precisan una serie de experiencias de familiarización, capaci-
tación y puesta en marcha de iniciativas por parte de la propia
comunidad, para que procesos como el liderazgo, organización
y participación se originen y continúen de una manera sólida y

los urbanismos construidos.
Sobran los ejemplos en los que se demuestra que dichos pro-
cesos no son consecuencia del conocimiento de una ley que los
promulga, o la adscripción política a alguna corriente que los in-
corpore de manera insistente en su discurso. Muy por el contrario,
son aquellas comunidades que ya venían con alguna experiencia
en estos asuntos las que logran adaptarse a los modos de articu-
lación vecinal propuestos para el buen uso y mantenimiento de
políticas públicas y psicología comunitaria
223
las nuevas viviendas. Así mismo, esta situación se complejiza
cuando se hace evidente que dichos procesos no solo son ne-
cesarios para el funcionamiento adecuado de la gerencia de la
comunidad y los asuntos que le conciernen, sino que se hace
absolutamente necesaria también a lo interno de las institucio-
nes encargadas de velar por el correcto desarrollo de las tareas
encomendadas a la .
En este punto corresponde rescatar las bondades que presenta
la Psicología Ambiental Comunitaria para el tratamiento de es-
tas problemáticas. El necesario cuestionamiento de las dinámi-
cas relativas a la implementación de políticas públicas tal como
se ha naturalizado a través de los años; el reconocimiento de la
importancia que tiene contextualizar las diversas problemáti-
cas presentes en cada entorno, tomando en cuenta la singula-
ridad de sus recursos; la valoración del saber, las capacidades
y aportes de los cuales los miembros de la comunidad pueden
hacer uso para mejorar sus condiciones, además del respeto a
los/as mismos/as y sus nociones de buen vivir, son cualidades en
la aproximación particular de la que se vale la  para impul-
sar procesos de organización, participación y fortalecimiento en
cualquier tipo de comunidad.

a los/as residentes de los nuevos urbanismos mientras van con-
formándose como comunidad, sino también enriquecería a los
actores institucionales involucrados en las tareas de acompa-
ñamiento y supervisión a lo largo de la ejecución de cada etapa
contemplada en la , para llegar a su meta de solventar el
problema habitacional en el país. Esto además cobra un sentido
especial al comprender que la disciplina apuesta por los mismos
224
valores que según las leyes, son los que se pretenden impulsar
desde la  como gran política pública, y la  1999 como
carta magna en materia legislativa.
El involucramiento de la disciplina en asuntos de políticas pú-
blicas, además de ofrecer propuestas concretas para el trabajo
institucional y comunitario, también abre una brecha para la
producción de investigaciones sistemáticas que permitan dilu-
cidar de qué manera van evolucionando los diversos proyectos
y programas gubernamentales orientados por una intención de
transformación social, económica, política y ambiental. Las ven-
tajas de tal monitoreo del avance o estancamiento de las políticas
redunda en la posibilidad de detectar aquellas situaciones que se
presentan como limitaciones para alcanzar sus objetivos, abrien-
-
cerlo para continuar el camino dirigido al alcance del .
políticas públicas y psicología comunitaria
225
-
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        
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La Psicología Ambiental y el desarrollo sostenible. ¿Cuál
psicología ambiental? ¿Cuál desarrollo sostenible? Estudos de Psicologia,
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   Community sustainability: orientations
and implications from environmental community psychology. En V. Co-
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shers
Participación, Pobreza y Políticas Públicas:
3P que Desafían la Psicología Ambiental Comunitaria (El caso de los
Concejos Comunales de Venezuela). Psychosocial Intervention, 21(3), pp.
225-243.
políticas públicas y psicología comunitaria
227

Salud Mental y
Psicología Comunitaria
230
La salud mental comunitaria ha ocupado un lugar
central en el desarrollo y proyección de la Psicología
Comunitaria. Desde sus inicios, esta disciplina ha estado
preocupada por el bienestar psicosocial de los grupos
vulnerables, poniendo atención crítica a los servicios de
salud mental que reproducían prácticas individualistas,
tardías, emanadas solo de los/as expertos/as y que
generaban etiquetamiento en las personas que sufrían de
algún malestar psíquico o mental. Prontamente, denunció
la atención en salud mental privilegiada que recibían
algunos grupos, en contraste con otros que, por severas
condiciones sociales y de salud, no tenían más alternativas
para recibir algún tipo de servicio que las instituciones
asilares. Por último, para esta disciplina la participación
de la comunidad resulta altamente relevante tanto en
el diseño, gestión como evaluación de los programas de
atención a las personas que sufren de alguna enfermedad
mental. Así también, tiene un rol fundamental en la
implementación de estrategias de promoción y prevención
en salud mental.
A partir de estos enunciados, la autora y autores que
aportan a este capítulo analizan críticamente los alcances
y proyecciones que la disciplina tiene en el campo de la
organización de servicios de psiquiatría y en los valores
que orientan dicho quehacer.
Presentación

231
salud mental y psicología comunitaria
         
sobre la evidencia actual respecto al papel que juegan los
procesos psicológicos comunitarios en las intervenciones


alternativas de articulación conceptual entre los marcos
referenciales de la Psicología Comunitaria y la atención en
salud mental basada en la comunidad formulado por las
actuales políticas públicas. Deteniéndose en el concepto
de empoderamiento, se analizan los aportes que posibilita
este enfoque, especialmente en lo referido a las dinámicas
de organización y participación de las agrupaciones de
usuarios/as y familiares de servicios de salud mental. Un
apartado especial merece la orientación a la recuperación
(Recovery), que experimenta una creciente valoración en
los programas de salud mental comunitarios.
En segundo lugar, el trabajo de Castellá-Sarriera titulado


mental y de bienestar en un centro de referencia, sostiene
que el bienestar subjetivo se construye en los contextos
de vida de las personas, los cuales están conformados
tanto por recursos materiales, psicológicos como sociales.
       
comunidad al ser activa y responsable de sus procesos
de salud, lo que asegura, a su vez, la actualización del
movimiento de desinstitucionalización. Aquí también
se tiene la oportunidad de relevar las teorías de
empoderamiento, situándolas de manera paradigmática
en la transformación social. Se presentan los modelos de

232
bienestar social y comunitario aspirando a lograr en el
futuro una propuesta más integral.
En tercer y último lugar, el trabajo de Saforcada
 
      
de vulnerabilidad cuando se trata de salud mental,

      
la acción de las corporaciones químico-farmacéuticas,
la inequidad en la distribución del conocimiento y la
medicalización de la sociedad. En este sentido, el autor
–que adopta la mirada de la expropiación de la salud–
rescata el rol de la Psicología Comunitaria en los procesos
de restitución de poder y ciudadanía.
233
salud mental y psicología comunitaria
234
El Lugar de la Comunidad en las
Políticas de Salud Mental
Ma. Verónica Monreal Álvarez
En la Región de las Américas y el Caribe, uno de cada cuatro
personas sufre de algún trastorno mental o por uso de sustan-
cias durante su vida. Entre los/as adultos/as que sufren trastornos
afectivos, severos/moderados, de ansiedad y por uso de sustan-

-
to de salud es asignado a la salud mental. En los presupuestos de

psiquiátricos, en lugar de desarrollar servicios de salud mental a
nivel comunitario orientados a que las personas que sufren una
enfermedad mental ejerzan su derecho a vivir y trabajar en la co-
munidad. Si bien, en la Región, solo seis países carecen de políti-
cas o planes de salud mental, solo ocho países de América Latina

mental (, 2013).
En este escenario, la Organización Panamericana de la Salud
() ha elaborado un Plan de Acción sobre Salud Mental 2015

trastornos mentales y por uso de sustancias, ofrecer atención, in-


235
salud mental y psicología comunitaria
los derechos humanos de las personas con trastornos mentales
y por uso de sustancias para reducir la morbilidad, discapacidad
y mortalidad. Entre sus líneas de acción este plan considera la
implementación de Servicios de Salud Mental basados en la Co-
munidad, a través de: el incremento de la cobertura de servicios
de salud mental de tipo ambulatorio; la reducción del papel de
los hospitales psiquiátricos; y la integración del componente de
salud mental en la atención primaria.
  
la implementación de los Servicios de Salud Mental? ¿Cuál es el
rol que cumple la comunidad en el diseño de políticas en salud
mental? ¿Cuáles son los potenciales aportes disciplinares de la
Psicología Comunitaria que propenderían al cumplimiento de los
objetivos planteados?
El presente trabajo busca resaltar el aporte de la Psicología Co-
munitaria a la incorporación del modelo comunitario en salud
mental, dando cuenta de las prioridades del Plan de Acción 
y revisando las experiencias internacionales en el diseño, imple-
mentación y evaluación de los planes y políticas en salud mental.

En nuestro país, el modelo comunitario de atención en salud
mental implementado, aspira a mejorar la calidad de los servi-
cios de psiquiatría considerando tanto los aspectos biomédicos
como psicosociales de los trastornos mentales. Un elemento fun-

       
tanto al espacio social como institucional (Monreal, 2010)
236
Este modelo orienta la organización de servicios de acuerdo a
los principios de: responsabilidad sobre una población, represen-
tada por la atención a todos los grupos sociales aun no habiendo
solicitado la asistencia espontáneamente; territorialización de la
atención, así facilitar la accesibilidad del paciente a los recursos
de salud mental;  de los distintos niveles de atención
en una red asistencial; enfoque multidisciplinario, que promueva
intervenciones biopsicosociales, múltiples y variadas; continuidad
de los cuidados para evitar la fragmentación de la atención, man-
teniendo los objetivos del tratamiento; participación y responsabi-
lidad de la comunidad en la asistencia psiquiátrica (Caplan, 1980;
García, 1997; Madariaga, 2005; Ministerio de Salud, 2006). Esto
   -
mar las necesidades al equipo, facilitar la comunicación entre las
partes, favorecer un cambio en las actitudes de la población hacia
quien padece una enfermedad mental y una mayor sensibilidad
de los/as profesionales hacia los problemas de la población (De la
Hera et al., 2008).
Si bien los primeros cincos principios dan cuenta básicamente
de una lógica de organización, objetivos y funciones de un mode-
lo comunitario, la participación y responsabilidad de la comunidad en
la asistencia psiquiátrica correspondería a un valor central para
este tipo de modelo de intervención, según lo señalado por la Psi-
cología Comunitaria, que es la disciplina de las ciencias sociales
que ha realizado relevantes desarrollos teóricos en los ámbitos
de la comprensión de los procesos sociales y de la intervención en
comunidad (Montero, 2008). Más adelante se profundizará res-
pecto al aporte de esta disciplina al diseño y evaluación de estas
intervenciones en la atención de salud mental.
237
salud mental y psicología comunitaria
Por último, y de acuerdo a lo señalado por Minoletti et al.
(2018), la participación social ha sido incluida en los tres planes
nacionales de salud mental (1993, 2000 y 2017). El plan del año

participación en la gestión de salud, destaca la necesidad de crear
instancias que promuevan la intervención de la comunidad en los
distintos niveles de organización de la asistencia sanitaria. Por su
parte, el plan del año 2000 pone énfasis en el protagonismo de
las agrupaciones de usuarios/as y familiares tanto en la gestión
de la red como en aspectos de diseño de la atención. Finalmente,
el plan del año 2017 apunta al cuerpo normativo que apoye a los
equipos de salud y a las organizaciones de usuarios/as y familia-
res a desarrollar acciones tendientes a la colaboración mutua y al
fortalecimiento de la asociatividad (Minoletti et al., 2018)
  

El Informe sobre la evaluación de los sistemas de salud mental
(Minoletti et al., 2014) da cuenta que si bien se han realizado im-
portantes esfuerzos por estimular y propiciar la asociación y orga-
nización entre usuarios/as y familiares, se aprecian bajos niveles
        
        -
     
  
-
ban acciones permanentes con este tipo de agrupaciones y otras
organizaciones comunitarias (Minoletti et al., 2018).
238
Situaciones como las descritas, así como la necesidad de pro-
fundizar el modelo comunitario propuesto por los planes de sa-
lud mental en nuestro país, requieren de miradas disciplinares
que aporten al análisis de los fenómenos comunitarios y formu-
len estrategias que resulten efectivas para la promoción de las
organizaciones y la participación social.
De allí que resulta de alto interés revisar los planteamientos de la
Psicología Comunitaria (), disciplina para la cual la intervención
comunitaria está basada en tres ejes centrales (Martínez, 1998):
(a) el respeto por la diversidad de las personas y las comunidades
y el valor en la promoción de la autogestión; (b) la ubicación del
locus de control y del poder en la comunidad; (c) la unión insepa-

De acuerdo a estos ejes, un modelo de intervención comunita-

los procesos que promueve, tales como: el cambio social, desa-
rrollo humano y comunitario, sentido de comunidad, empodera-
miento, participación, competencia psicosocial, redes y apoyo so-
cial, autoayuda, bienestar psicosocial, comunidades prosociales,

Martínez, 1998; Martínez, 2006; Montero, 2008; Sánchez, 1996).
La destaca la importancia del contexto social y utiliza una
perspectiva ecológica que considera el ajuste entre el individuo y
el medio ambiente (Rappaport, 1984), lo que es particularmente
relevante para la comprensión de los aspectos relacionados con
la salud mental y el bienestar psicosocial, ocupando en ello un rol
fundamental el apoyo social informal y el apoyo entre pares (Mu-
239
salud mental y psicología comunitaria
ñoz-Rodríguez y Basco, 2016; Saegert y Carpiano, 2017).
Por otra parte, un concepto paradigmático de la es el de em-

o fortalecimiento ha sido señalada como una de las vías funda-
mentales para alcanzar el desarrollo y la transformación de las
comunidades, donde se centra la atención en la comunidad, en
la organización de sus miembros y en su desarrollo, enfatizando
la participación de las personas y el fomento de sus capacidades.
Es decir, en el fortalecimiento de los individuos y grupos para que
logren por sí mismos transformaciones positivas que mejoren su
calidad de vida y su acceso a bienes y servicios (Montero, 2006).
 se ha pretendido,
sin imponer desde afuera, el desarrollo, la promoción y man-
tención del control y el poder en las personas que forman una
comunidad. De esta manera, la actividad, control, participación
y decisión son planteados como conductas fundamentales para
lograr las transformaciones deseadas y estas exigen un proceso
de fortalecimiento (Montero, 2006).
El empoderamiento persigue el desarrollo de comunidades que
enfrentan y resuelven sus problemas, que participan y se involu-
cran en la toma de decisiones para transformar sus condiciones
materiales y sociales. Su accionar implica un quiebre de la condi-
-
se y Jaramillo, 1998).
Según Rappaport (1984), el empoderamiento abandona la con-
cepción de las personas consideradas como niños/as con nece-
sidades, o simples ciudadanos/as con derechos que deben ser
240
defendidos por un agente externo. Se adopta una visión de ser
humano integral capaz de resolver problemas paradojales y mul-
tifacéticos en mayor medida que los/as expertos/as externos/as
que aplican políticas y programas de forma centralizada, ya que
una diversidad de personas encuentra una variedad de solucio-
nes. Para el autor, empoderamiento es entendido como un proce-
so mediante el cual las personas, organizaciones y comunidades
adquieren o potencian la capacidad de controlar o dominar sus
propias vidas, o el manejo de asuntos y temas de su interés.
El grupo de empoderamiento de Cornell (1989) describe este
constructo como un proceso intencional, continuo, centrado en

cuidado y participación grupal, a través del cual las personas ca-
rentes de un compartir equitativo de recursos valorados ganan
mayor acceso y control sobre ellos.
Por su parte, Montero (2006) utiliza el concepto de fortaleci-
-
bros de una comunidad (individuos interesados y grupos organi-
zados) desarrollan conjuntamente capacidades y recursos para
controlar su situación de vida, actuando de manera comprome-
tida, consciente y crítica, para lograr la transformación de su en-
torno según sus necesidades y aspiraciones, transformándose al
mismo tiempo a sí mismos/as. Según la autora, los elementos
fundamentales que permiten describir un proceso de fortaleci-
miento son los siguientes: (a) participación, es decir, acción desa-
rrollada por los miembros de la comunidad en función de objeti-
vos generados a partir de las necesidades sentidas y de acuerdo
 
solidaridad y apoyo social; (b) consciencia, es decir, procesos de
241
salud mental y psicología comunitaria
concientización que implican desideologización, desalineación,
desarrollo de la crítica y comprensión histórica de los fenómenos
comunitarios; (c) control, desde las personas y sobre circunstan-

poder social que puede ejercer una comunidad; (e) politización,

se expresa en la autonomía de las acciones y la toma de decisiones
-
nización de la comunidad, en cuanto a que, en la medida en que
las acciones comunitarias producen efectos deseados o contribu-
-
mos/as y el sentimiento de seguridad como ciudadanos/as; (g)
compromiso, es decir, el sentimiento ético de apego y obligación
para y con la comunidad, que lleva al involucramiento en accio-

desarrollo y expresión concreta de capacidades individuales, es
decir, formas de orientación cognoscitivas positivas con respecto
a las acciones e intereses comunitarios, mediante el desarrollo de
recursos hasta ahora no utilizados, el manejo de la tensión social,
el sentido de competencia y la capacidad para plantear estrate-
gias y soluciones.
Por otro lado, en las últimas décadas se han desarrollado diver-
sos estudios que indican la asociación entre procesos psicológi-
cos comunitarios y resultados de salud mental. Por ejemplo, en
la investigación de Nelson et al. (2001) sobre usuarios/as de servi-
cios de psiquiatría, se encontró que los siguientes valores guiaron
el proceso de cambio: (a) participación y empoderamiento de las
partes interesadas; (b) apoyo e integración de la comunidad; (c)
justicia social y acceso a recursos valiosos. Por su parte, Elstad y
Eide (2009) dan cuenta cómo los servicios comunitarios de salud
242
 -
lidades de apoyo y desafíos pueden mejorar la participación y

se une al hecho que las personas con enfermedades mentales
graves informen con frecuencia que la integración comunitaria
no solo es importante para ellos/as, sino que también ayuda a re-
ducir los síntomas y a promover la recuperación (Townley, 2015).
De allí que ciertas investigaciones han tenido por objetivo com-
prender mejor el impacto del apoyo comunitario, denominado
apoyo distal, sobre la integración comunitaria y la recuperación
de la enfermedad mental (Townley et al., 2013), y conocer la aso-
ciación entre sentido de comunidad, participación comunitaria y
salud mental (Terry et al., 2019). Por ejemplo, en el metanálisis de
Talò et al. (2014) se constata que la relación entre participación y
-
te fuerte especialmente en personas con discapacidad mental e
inmigrantes.
Por último, y basados en el movimiento de ayuda mutua que bus-
ca mejorar y fortalecer la función social de quienes padecen enfer-
medades mentales, Ornelas et al. (2010) desarrollan un enfoque
de intervención contextual y ecológica con un enfoque prioritario
en la movilización de los recursos naturales, la expansión de los
apoyos y redes sociales, así promover sistemáticamente oportuni-
dades para la actividad dentro de la comunidad. Inspirados en la
teoría del empoderamiento y basándose en los principios y valores
de la , estos autores proponen el objetivo de la recuperación a
través de la participación social y comunitaria.
A propósito, dirán Ardila-Gómez et al. (2016), el análisis y com-
prensión de los procesos psicológicos comunitarios en los pro-
243
salud mental y psicología comunitaria
cesos de recuperación de las personas con enfermedad mental,
debe tener en cuenta que:
        
afecciones –los hospitales psiquiátricos- contribuyeron durante
mucho tiempo al empobrecimiento relacional de las personas
atendidas, en tanto generaban distanciamiento de los lugares de
origen y aislaban a las personas internadas de espacios cotidianos
de socialización, lo que producía efectos iatrogénicos. A partir de
ello, los movimientos de reforma en salud mental han procurado
-
ción el mejoramiento de los vínculos de las personas con trastorno
mental severo mediante su recuperación, ampliación y fortaleci-
miento. (p.1)
Habiendo expuesto lo anterior, el próximo apartado bosqueja
someramente algunas posibles articulaciones entre la y la
Orientación a la Recuperación (Recovery) en salud mental.
       

Empoderamiento y conectividad son conceptos constitutivos tan-
to en las propuestas teóricas de la como en la orientación a la
Recuperación (Recovery) (Monreal y Campero, 2018). Este aparta-
do plantea que la Recuperación, entendida como el proceso a tra-
vés del cual las personas afectadas por una enfermedad mental
dan sentido a sus existencias en la vinculación con la comunidad
y su entorno, sugiere una relación conceptual con los constructos
teóricos que la ha desarrollado desde sus inicios en la segun-
da mitad del siglo pasado.
244

sobre el desarrollo humano, en el que las barreras a superar para
lograr mayores niveles de inclusión desafían a las ciencias socia-
les en la comprensión de las problemáticas de salud mental.
Un tema presente en la literatura al respecto, es cómo las prác-
ticas orientadas al/a la usuario/a y orientadas a la recuperación
pueden integrarse con prácticas basadas en la evidencia que han

(Davidson et al., 2009; Farkas et al., 2005; Salyers y Tsemberis,
2007; Tew et al., 2012)
En esta línea, diversas publicaciones relacionadas con el estudio
de intervenciones comunitarias en salud mental que incorporan
el enfoque del Recovery 
un papel importante para acoger, incluir y apoyar a personas con
enfermedades mentales, en lugar de depender exclusivamente
de profesionales y servicios, asociando positivamente el enfoque
de capacidades propio de la Psicología Comunitaria al de la Re-
cuperación. Lo anterior da cuenta, por un lado, que los factores
sociales, psicológicos y ambientales ejercen un impacto sobre la
participación comunitaria y la inclusión de personas con disca-
pacidades psiquiátricas y, por otro lado, que recibir atención de
salud mental en la comunidad tiene un impacto positivo en el
manejo de los síntomas (Davis et al. 2013; Economou et al., 2011;

Según Newberry y Strong (2009), los resultados relacionados
-
nes: (a) médica profesional (sintomatología, hospitalización, rein-
cidencia, uso del servicio, cumplimiento de medicación y otros
245
salud mental y psicología comunitaria
comportamientos de salud); (b) rehabilitación psicosocial (calidad
de vida, actividad física, salud general, habilidades para la vida,
resolución de problemas, apoyo social, participación comunita-
ria); (c) empoderamiento (autodeterminación, sentimientos de
empoderamiento, sentido de control, defensa personal y social,
participación ciudadana); (d) recuperación (resultados centrados
en el empoderamiento, esperanza, creencia en sueños persona-
les, creencia de que la recuperación es posible, establecimiento
-
ceso de curación, ir más allá de la etiqueta, sentido de renovación
y espíritu, dignidad y respeto por sí mismo , autorrealización). Se
observa que los marcos centrados en la recuperación y el empo-
deramiento a menudo pueden incluir resultados de tipo de reha-
bilitación psicosocial.
Así entonces, el enfoque de Recuperación (Recovery) en salud
mental se encuentra profundamente imbricando con la cultura
del desarrollo humano (Monreal y Campero, 2018) y la eviden-
cia acumulada respecto a su incorporación en los programas de
salud mental ha descrito una efectividad esperada (Agrest et al.,
2018; Jennings et al., 2007). Por otra parte, si bien el modelo ha
permitido el estudio sociológico de la participación y la moviliza-
ción social en salud mental, aún carga con la cultura anglosajona
desde donde surge, y con un débil desarrollo teórico y empírico
en Latinoamérica (Mascayano y Montenegro, 2017).
Finalmente, se reconoce un encuentro explícito entre los valo-
res nucleares de la y dicho enfoque, tales como: el ejercicio
de los derechos y empoderamiento; la consideración de la comu-
nidad en la organización y participación de servicios y con ello, la
involucración de los directamente afectados e interesados; la ac-
246
titud de los profesionales, que procura la horizontalidad y coope-
ración, promoviendo la autodeterminación; y promoción en sa-
lud mental, en un sentido integral y procesual. Dicho en palabras
de Shepherd, Boardman y Slade (2008):
Las personas no se recuperan solas. El proceso de recuperación
está estrechamente relacionado con los procesos de inclusión so-
cial y con la capacidad de disfrutar de un rol social con sentido y
satisfacción para la persona en el medio comunitario y no en ser-
vicios segregados. (p.1)
Desde esta perspectiva, emerge el cuestionamiento a la croni-
 
salud mental, se promueve el automanejo de la enfermedad y se
enfatizan los procesos de desestigmatización en el contexto de
redes comunitarias, suponiendo entonces, un continuo en salud
articulado entre enfermedad – cuidado.

La Psicología Comunitaria ha venido desarrollando marcos
referenciales teóricos como las conceptualizaciones de sen-
tido de comunidad, empoderamiento/fortalecimiento, parti-
cipación social y enfoque de redes, entre otros. Esto entrega
la posibilidad de campos de intercambio y nutrición con las
propuestas programáticas de salud mental con base en la co-
munidad, así como con la incorporación de la orientación a la
recuperación.
Los procesos psicológicos comunitarios a la base del modelo
propuesto por la actual política de salud mental, tanto a nivel re-
247
salud mental y psicología comunitaria
gional como nacional, requieren de profundización e investiga-
ción, esta tarea bien puede ser asumida disciplinariamente por
la Psicología Comunitaria en colaboración con otros actores rele-
vantes, y con ello, iniciar un camino de construcción de indicado-
res que sirvan a la evaluación de estos procesos con vistas a mejo-
rar el diseño de las intervenciones comunitarias en salud mental.
Este reconocimiento impulsa la búsqueda de articulaciones entre
la disciplina y el modelo.
De esta manera, adquiere preponderancia el rol que se le pue-
de atribuir a la Psicología Comunitaria, especialmente en nuestra
región, que situándose en contextos de severas desigualdades y
exclusiones, aporta una mirada crítica a las visiones dicotómicas
en salud mental, complejizando los fenómenos, e invitando a
eventuales operacionalizaciones del enfoque, así como a su in-
clusión en las políticas públicas.
248

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User participation in community mental heal-
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 Implementing
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ce framework for Patient and Public Involvement (PPI) in collaborative
data analysis of qualitative mental health research: methodology deve-
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Community participation as a
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-
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Global
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Social
   -
dence. The British Journal of Social Work, 42(3), 443-460.
A little goes a long way: The impact
of distal social support on community integration and recovery of indivi-
duals with psychiatric disabilities. American journal of community psycho-
logy, 52(1-2), 84-96.
Townley, G. (2015). “It helps you not feel so bad—feel like you again”: The im-
portance of community for individuals with psychiatric disabilities. Jour-
nal of Psychosocial Rehabilitation and Mental Health, 2(2), 113-124.
252
Salud Mental y Bienestar Socio-
Comunitario en el Sur del Brasil
Jorge Castellá-Sarriera
En este artículo presento una breve trayectoria histórica del
movimiento de desinstitucionalización de la Salud Mental
en el Sur del Brasil que dio origen a la Psicología Comunitaria y
actualmente a la Salud Comunitaria que tiene por base el pro-
tagonismo de la comunidad en los cuidados de la salud y en el
bienestar psicosocial.
Cuando escribimos sobre la historia del desarrollo de la Psi-
cología y de la Salud Comunitaria en el Brasil muchas veces las
referencias solo implican los grandes centros de producción aca-
démica, como San Pablo y Río de Janeiro. Sin embargo, en el Nor-
deste y en el Sur del Brasil los orígenes de la psicología como un

culturales y de la formación de su gente. Imagino que así debe
pasar en otros países de gran extensión territorial.
Es, en este sentido, el Sur del Brasil, especialmente la ciudad
de Porto Alegre como núcleo histórico de referencia académica,
que tomó su propio rumbo en el campo de la Salud Mental y de
la Psicología Comunitaria. Pude acompañar esta evolución como
supervisor del practicum en Psicología Comunitaria en las déca-

253
salud mental y psicología comunitaria
das de 1980 y 1990 y dar continuidad posteriormente a la conso-
lidación del área de Psicología Comunitaria y a los estudios con
grupos vulnerables, focalizado en los/las jóvenes y adolescentes.
Otros estudios, como la tesis doctoral de Helena Scarparo (2005),
recogen la historia de la Psicología Comunitaria en nuestro esta-
do de Río Grande del Sur.
Si tomamos como referencia el año 1975, cuando el Dr. Busnelo
entra en contacto con el incipiente movimiento de desinstitucio-
nalización en Francia y a su vuelta lo introduce en Brasil en el ba-
rrio de Murialdo (contexto de pobreza y de carencias de estructu-
ras higiénicas básicas), cerca del Hospital Psiquiátrico São Pedro
em Porto Alegre, la Medicina Comunitaria va formando equipos
interdisciplinares e iniciando la inmersión comunitaria con el
levantamiento de necesidades para tener un mapeamiento so-

El impacto de la experiencia positiva del Dr. Busnelo y el apoyo
del gobernador del Estado, Jair Soares, médico también, llevó a
la aprobación en 1980 de la Reforma Psiquiátrica por el gobierno
del Estado Río Grande del Sur. Con ello se abrieron las Casas de
-
ciones de inserción social, con la ayuda de los/as profesionales y
de la propia familia, ganaron la libertad y aprendieron habilida-
des de reconocimiento del lugar: calles, vecinos, comercios, ba-
res, etcétera, y recuperaron su identidad y autoestima, siendo un
cambio extraordinario en la política de salud y en los derechos de
los/as enfermos/as como ciudadanos/as.
Se avanzó en la inserción social de los/as pacientes con la vuel-
ta a su casa, en su comunidad y en la creación de los Centros de
254
Atención Psicosocial () de día, con apoyo psicológico y psi-
quiátrico, talleres de terapia ocupacional, actividades junto a la
comunidad, etcétera. Así fue la consolidación del rescate en Sa-
lud Mental, del paso de pacientes depositados en psiquiátricos a
ciudadanos/as en ejercicio de sus derechos y libertades.
Junto al movimiento de desinstitucionalización en Murialdo, se
originó la Psicología Comunitaria en los años 80, cuando psicólo-
gos/as en prácticas de sus cursos en el propio Murialdo iniciaron
un movimiento de creación y de formación en Psicología Comu-
nitaria apoyados/as por la Sociedad de Psicología, donde multi-
plicaron sus conocimientos y su posición de compromiso políti-
co, aún dentro de la época de la dictadura militar en el Brasil que

Durante las décadas de los 80 y 90 adquirieron fuerza extraor-
dinaria los movimientos para instituir un Sistema Único de Salud
en el Brasil () que fuese equitativo para todos/as los/as brasile-
ños/as y accesible a todos/as. Las llamadas Conferencias de Salud
Mental, o reuniones abiertas entre profesionales y ciudadanos/
as, en las diferentes jurisdicciones gubernamentales –municipal,
estatal y federal– fueron avanzando en sus conquistas en la época
de la transición democrática.
La especialización en Salud Colectiva, y posteriormente los
nuevos cursos en Gestión de la Salud en la década de los 90, fue
uno de los grandes logros en el universo universitario, en donde
profesionales de diferentes áreas de la salud se reunieron para
formarse desde una perspectiva amplia en epidemiología, eco-
nomía de la salud, ética en el trabajo de salud, salud de la mujer,
salud del trabajador, etcétera. De esta forma el Brasil llegó al se-
255
salud mental y psicología comunitaria
gundo milenio con un gran avance en el campo de salud mental y
ciudadanía, y en la formación de recursos humanos con el apoyo
de las agencias gubernamentales para investigación y desarrollo.
Este aporte fue incrementado con la presencia del Partido de los
Trabajadores en el gobierno de Brasil (2003 - 2016), para después
entrar en declinación en la segunda década de este milenio.
Los Programas de Postgrado de Psicología en Brasil, master y
doctorado, se reunieron en 1983 para fundar la Asociación Nacio-
nal de Pesquisa y Postgrado en Psicología (). Sus miem-
bros son profesores/as e investigadores/as de los cursos de post-
grado ‘strictu senso’. Se forman grupos de trabajo de docentes de
al menos cuatro universidades y tres estados nacionales diferen-
tes y se articulan en áreas o en temas de interés. Así, iniciamos
el grupo de trabajo () de Psicología Comunitaria en 1996 que
posteriormente se desdobló en el año 2004 generando otro gru-

la salud, y que hasta hoy se convirtió en un  en donde la comu-
nidad es vista como la protagonista de los procesos de su salud
(Saforcada et al., 2015).
Cuando hablamos de Salud Mental, parece que el tema nos con-
duce a un campo determinado que sirve para diferenciar las com-
petencias profesionales y una visión dicotómica entre lo mental
y lo físico del ser humano. Aunque el concepto de salud como un
todo sea el preponderante, aún se mantiene en muchos casos el
término de Salud Mental. Si además añadimos que la salud no
es solo una cuestión individual si no también comunitaria y glo-
bal, puede ser que nos aproximemos a una visión holística y sis-
témica de los múltiples determinantes de la salud. Por eso es que
tratar de salud comunitaria es pensar también en el bienestar de
256
las personas y en su calidad de vida desde una perspectiva de la
promoción y el fortalecimiento de la salud como un todo: física,
mental y social.
La rápida evolución en el campo de la salud –desde entender
que el ser humano no es objeto de depósito y aislamiento cuando
no es ‘normal’, hasta el punto de comprender que los problemas
de salud pasan por lo comunitario y lo ambiental y que la propia
comunidad, con el apoyo de los/as profesionales, convive con las
diferencias de aquellos/as que tienen algún tipo de vulnerabili-
dad– hace surgir nuevos desafíos.
Un primer desafío es tener un referencial teórico que abrace
los diferentes niveles de la acción humana que repercuten en la
persona y en la comunidad: los contextos y subculturas en los
cuales estamos insertos/as, sus interdependencias y sus fuerzas
de cambio en ambas direcciones. Algunos de los modelos más
relevantes son los enfoques de la Psicología Comunitaria (Sa-
forcada y Sarriera, 2019), el enfoque ecológico-contextual de Ja-

de Urie Bronfenbrenner (1966). Estos enfoques teóricos pueden
convertirse en un paradigma ecológico importante en la medida
que aglutinan varias áreas de conocimiento que en su perspecti-
va epistemológica son convergentes (teoría sistémica, psicología
de la salud, comunitaria, de la liberación, ambiental, social, de la
complejidad, etc.).
Los nuevos enfoques de la salud, bienestar y calidad de vida
enfatizan la dinámica e interdependencia de los diferentes siste-
mas y contextos en los cuales las personas viven. Las estrategias
personales, grupales y comunitarias que dentro de cada cultura
257
salud mental y psicología comunitaria
existen para hacer frente a las enfermedades pueden ser genera-
doras de salud dando lugar a la utilización de metodologías parti-
cipativas para trabajar con las comunidades (Safocarda y Sarriera,
2019); metodologías participativas respecto a las cuales, no obs-
tante, aún estamos reticentes.
De esta forma pasamos del campo de la salud mental y de la
desinstitucionalización para el cuidado en y con la comunidad,
lugar privilegiado en donde los/as pacientes/as psiquiátricos en
condiciones de ser seguidos en ambulatorios locales –como los/
as depresivos/as, los/as adictos/as, los/as enfermos/as crónicos/as
y tantas otras vulnerabilidades– pueden encontrar en la comuni-
dad la acogida, el abrazo y las formas de un vivir con calidad de
vida dentro de un contexto de bienestar socio-comunitario.
Para ello proponemos las bases de un modelo explicativo (Sa-
rriera y Bedin, 2016), como una construcción de conocimiento a
través de la investigación en salud comunitaria y una estrategia
en intervenciones grupales o comunitarias para trabajar en el for-
talecimiento de la salud en la comunidad.


Hemos dado el primer paso. Nuestra propuesta ha sido desarrollar
un modelo de bienestar socio-comunitario con base en las inves-
tigaciones que se han hecho con variables psicosociales, sociales y
ambientales relacionadas al bienestar subjetivo. Para establecer el
modelo nos hemos orientado especialmente en función de las inves-
tigaciones que viene haciendo el equipo de investigación en Psicolo-
gía Comunitaria (), con más de 25 años de trabajo continuado.
258
Para evaluar el bienestar en un contexto social, desde una pers-
pectiva ecológica, nos ha parecido muy interesante el trabajo de
     
que representan diferentes niveles de necesidades y que pueden
servir como categorías de análisis:
Necesidades Personales: Autodeterminación, desarrollo per-
sonal y salud (por ejemplo, valores de control y autonomía)
Necesidades Relacionales: Identidad, respeto, aceptación,
responsabilidad mutua. Valores de respeto a la diversidad
humana, participación personal y democrática y las redes
sociales
Necesidades Comunitarias: Sentido de comunidad, segu-
ridad económica, acceso a los servicios sociales y de salud,
inspirados por los valores de la justicia social
    -
dores, que hemos trabajado en el Proyecto Internacional sobre
Indicadores Subjetivos de Bienestar Infantil, de la , con la
participación de más de 35 países de todos los continentes. En su
primera fase con aproximadamente 35.000 niños/as, y con la ex-
periencia anterior de un Proyecto Internacional () junto
con Cataluña, Chile y Argentina, manifestamos nuestro interés
en añadir en la investigación internacional contenidos que tu-
viesen relación con el bienestar comunitario como: condiciones
materiales, sentimiento de seguridad, sentido de comunidad y
ambiente.
Nuestra inquietud se vincula con el impacto de estas variables
psicosociales y sociales en el bienestar de los/as adolescentes y
de los/as niños/as, así como en los/as adultos/as en situación de
259
salud mental y psicología comunitaria
pobreza. Los estudios de la Salud Colectiva y de la epidemiología
-
terminantes sociales de la salud cuando las condiciones de vida
son infrahumanas.
En América Latina, en donde el saneamiento básico, la recolec-
ción de basura, el agua potable, la luz, la casa decente y el trabajo
decente no son requisitos que todos/as poseen y su falta provoca
enfermedades, contaminaciones y muerte, esta realidad amarga
nos plantea las siguientes preguntas: ¿Cómo hablar de bienestar
en medio de tanto malestar? ¿Será que las personas que viven en
situación de pobreza son felices y viven con satisfacción su bien-
estar? ¿Cómo se relacionan las condiciones objetivas con las sub-
jetivas en la evaluación personal y comunitaria de la satisfacción
con la vida?
Un reciente estudio nuestro centrado en la población infantil de
ocho países diferentes, encontró relación entre la percepción de
recursos materiales y el bienestar subjetivo (Sarriera et al. 2015).
De la base de datos de la  se seleccionaron 8 países que tu-
viesen los mismos ítems para el análisis: Uganda, Argelia, África
del Sur, Israel, Brasil, Corea del Sur, España e Inglaterra, partici-
pando un total de 13.953 niños/as, de edades entre 10 y 14 años
(M = 12,05; DP = 0,59). Los recursos materiales fueron medidos a
través de los siguientes ítems: ropas en buenas condiciones para
ir a la escuela, acceso al computador en casa, acceso a internet y
teléfono móvil. El bienestar subjetivo fue medido por medio de la
Escala de Satisfacción con la Vida de Estudiante () (Huebner,
1991). Los resultados obtenidos demuestran que, diferente de lo
que la literatura en el área del bienestar subjetivo dice en cuanto
a que una vez satisfechas las necesidades básicas las condiciones
260
-
ción a aquellos que tienen más recursos materiales, no es precisa-
mente así. En nuestro estudio, no solo las diferencias de recursos
-
bles contextuales, entre ellas las creencias religiosas.
Trabajamos en varias investigaciones para saber si el bienestar
continuaba asociado a los recursos materiales (Sarriera et al.,
2015; Bedin y Sarriera, 2015), recursos psicosociales (Dos Santos
et al., 2018; Sarriera et al., 2015; Sarriera et al., 2016; Schütz et al.,
2014) y recursos ambientales (Galli et al., 2016), tales como po-
breza y bienestar en adultos, recursos materiales y bienestar en
niños/as y adolescentes, medio ambiente y bienestar, sentido
-
das estadísticamente en los diferentes trabajos, citados ante-
riormente, de manera que el bienestar subjetivo está construido
también por nuestros contextos de vida en donde encontramos
los recursos materiales, psicológicos y sociales.
Queremos destacar una de las investigaciones sobre el impacto
psicosocial de la pobreza sobre la salud, donde ya una serie de au-

las actitudes de inferioridad y de pasividad (Cidade et al., 2012;
Martín-Baró, 1998; Moane, 2003; Góis, 2008), aislamiento social
(Avila et al., 2012), daños en las condiciones físicas de salud (Albu-
querque, 2002; Montero, 2004; Rodríguez, 2006), daños en el bien-
estar psicológico (Howell y Howell, 2008; Prilleltensky, 2008).
Nuestros datos de investigación sobre pobreza multidimensio-
nal y bienestar con 731 personas provenientes de los Estados de

261
salud mental y psicología comunitaria
años, encontraron que la situación de pobreza fue un predictor
negativo del Bienestar Personal (BEP), utilizando la variable pri-
vación monetaria (r = -.114, p = 0,01). También, utilizando el Índice
de Pobreza Multidimensional desarrollado por el Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (), la correlación entre
el  y dicho índice también es negativa (r = -.128, p = 0,001). Es-
tos resultados son semejantes con los encontrados por Easterlin
-
nómica y bienestar subjetivo.
El presente escrito tuvo como objetivo ver trayectorias de salud
mental y de bienestar en las cuales la comunidad es el centro de
referencia. El movimiento de desinstitucionalización sería impo-
sible sin una comunidad activa y responsable por la salud de sus
miembros. La base del cambio en las políticas de salud mental se
debe a los nuevos paradigmas de la inserción social, del estudio

empoderamiento y transformación social.
Presentamos los orígenes y fundamentos teóricos sobre los mo-
delos de bienestar social y comunitario, buscando ampliar aún
más el modelo de bienestar social, allanando el camino para una
propuesta más integral de bienestar social y comunitario.

través de la investigación podemos obtener indicadores basados
en la comunidad además de los indicadores sociales más objetivos.
El tema del bienestar en América Latina pasa por las condicio-
nes de pobreza y desigualdad que sufre su gente. Sin embargo,
la riqueza humana de la población latinoamericana a través del
262
sentido de pertenencia a sus comunidades, de sus creencias y co-
nocimientos y sus lazos afectivos, familiares y comunitarios, son
la garantía de las posibilidades de cambio y justicia social para
mejores niveles de bienestar social y comunitario.
263
salud mental y psicología comunitaria
Albuquerque, F. J. B. (2002). Psicología social e formas de vida rural no Brasil.
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Applied Research in Quality of Life,
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
265
salud mental y psicología comunitaria
La Vertiente de la Salud Mental en
la Psicología Comunitaria
Enrique Saforcada
        

         
como la ausencia de enfermedad. En la fecha señalada, Henry
E. Sigerist propone que la salud no es simplemente la ausencia
de enfermedad, sino que es algo positivo, una actitud gozosa y
una aceptación alegre de responsabilidades que la vida impone
     


propone a la comisión interina (de la que formaba parte) que pre-
paró en Ginebra la Conferencia Sanitaria Internacional de Nueva
York, llevada a cabo en 1946 y en la que se fundó la Organización
Mundial de la Salud (-
nición a su Constitución, la cual fue aprobada el 7 de abril de 1948.
 ha sido frecuentemente
criticada, a veces por cometer el error de evaluar la salud fuera
del contexto histórico, cuando en realidad lo criticable es la orga-
nización, que nunca la actualizó durante los más de setenta años
266
transcurridos desde su formulación inicial. No obstante, esta de-
-

concepto salud que hasta un lustro antes era caracterizada como
ausencia de enfermedad, lo cual llevaba a que el objetivo del
quehacer en aras de la salud fuera luchar contra la enfermedad e
impedir que se instale, tarea que asumía la medicina a través de
sus profesionales, investigadoras/es e instituciones de atención
de enfermas/os.
Pero resulta que la enfermedad, siempre con un sustrato bioló-
-
ceso de salud de las personas y de los conglomerados humanos.
-
borada en términos de bienestar.
Este concepto, en su primera acepción del diccionario de la Real
   

por Štampar pasa a ser fundamentalmente económica-política y
ética; cuestiones que la medicina se resiste aceptar desde hace
más de un siglo, cuando Rudolf Wirchow y sus compañeros del
fracasado Movimiento por la Reforma Médica fueron parte del
replanteamiento de la disciplina que permitió pasar de una me-
dicina biologicista a una medicina social y a formular concepcio-
-
cia social y que la política no era más que medicina a gran escala.
El proceso de salud, en tanto proceso, es lo único que se pue-
de tomar en cuenta con respecto a la salud de las personas, dado
que nadie tiene un estado de salud cristalizado, ni siquiera por
267
salud mental y psicología comunitaria
un instante, así como tampoco nadie está totalmente enfermo
ni totalmente sano. Este proceso implica permanentes cambios y
regulaciones; una de ellas (tal vez la más integral) es la homeos-

importancia por Claude Bernard sesenta años antes y conceptua-
lizada por Walter Cannon en el lapso de los estudios que desarro-
lló el siglo pasado, entre la segunda mitad de la década del 20 y la
primera mitad de la década del 30.
Esta homeostasis o autorregulación (esencial para la vida) está
mostrando un permanente oscilar entre equilibrio y desequi-
librio, del mismo modo que el proceso de salud, radicalmente
dependiente de la homeostasis, es un ondular permanente en-
tre daño y compostura, entre enfermedad y salud. La mayoría
de las situaciones de enfermedad podrían curarse solas, esto lo
saben bien las/os buenas/os médicas/os y lo comprueban empí-
ricamente, sobre todo las y los pediatras que centran su accionar
cotidiano en la puericultura y dedican gran parte de su tiempo a
la consulta de la/el niña/o sana/o.
     
concepto de salud es necesario adoptar una perspectiva y toma
de posición holística y contextualista, teniendo presente (de
forma muy preponderante) lo acaecido en el ámbito de la salud
    
(1939-1945) y el rápido desenvolvimiento de un desbocado pro-
yecto imperial de Estados Unidos de Norte América, cuyo prin-
cipal soporte fue y es el complejo industrial-militar, denunciado

segunda presidencia el 17 de enero de 1961) como lo más peligro-
so que quedaba en manos de los controles políticos de la demo-
268
cracia. La democracia estadounidense falló ampliamente en tal
control, si es que alguna vez lo intentó.
Ese complejo industrial-militar involucró e involucra a la gran
mayoría de las grandes corporaciones químico-farmacéuticas
responsables de la producción de remedios, vacunas y otros insu-
mos que dominan el mercado de la enfermedad; corporaciones
cuyo único y excluyente objetivo es el lucro sin el más mínimo


como Peter Gøtzsche (2014, 2016), Robert Whitaker (2015) y Tere-
sa Forcades i Vila (2006), entre muchas/os otras/os.
Este inmenso poder fáctico (la industria químico-farmacéuti-
ca del complejo señalado) es un factor de muy difícil control por
otros poderes, que ha distorsionado absolutamente el campo

la salud, a instituciones universitarias, a los poderes del Estado e
inclusive a los organismos estatales de control de estos insumos

revistas del ramo; también, a los organismos internacionales del
ámbito de la salud como son la Organización Mundial de la Salud
y la Organización Panamericana de la Salud. A qué países se hace
referencia en esta crítica: a todos los que integran Occidente, sin
excepciones; en todo caso, se pueden percibir o detectar diferen-
cias de grado o diferencias en cuanto a las consecuencias negati-
vas de este entramado delincuencial en las sociedades de los di-
ferentes países (tasas de mortalidad y morbilidad generada por
los sistemas de atención de la enfermedad, tasa de prevalencia
de daños graves y muertes generados por remedios prescriptos,
venta autorizada de determinados remedios en ciertos países
269
salud mental y psicología comunitaria
que en otros están prohibidos por sus consecuencias negativas

Hasta acá se ha hecho referencia solo a drogas o remedios, a
esto hay que sumar otros insumos diagnósticos y terapéuticos del
campo de la salud y prácticas profesionales que se administran
con la racionalidad de los mercados y no del salubrismo, produ-
ciendo así efectos totalmente contraproducentes, como es el caso
de la hiperradiación por un uso descontrolado de ciertas técnicas
imaginológicas, acompañado de una elevadísima ignorancia por
parte de la población, vinculado esto con el fenómeno de expro-
piación de la salud, trabajado por Juan Gérvas y Mercedes Pé-
rez-Fernández (2015), que genera una situación social que deja
inerme a la población a expensas de las decisiones médicas, cuyo
soporte de dominación más decisivo es el miedo de la gente al
sufrimiento, el desvalimiento y la muerte. Este poder, si no es su-

de excelencia, junto al desarrollo de una acendrada ética y em-
patía (de cuyo acrecentamiento y consolidación son responsables
la universidad y el hospital como centros de formación práctica)
va incrementando los niveles de iatrogenia negativa en el ámbito
del diagnóstico y la atención de la enfermedad. La otra vía que
permitiría limitar estos desbordes son los procesos de restitución
del poder de decisión sobre su salud a las poblaciones y socieda-
des nacionales, sobre todo, si se los encara con políticas públicas
de salud y de educación desde la escuela primaria.
En estos sentidos las cosas no se han desarrollado adecuada-
mente, a punto tal que la situación ha llevado a la aparición del
concepto y práctica de la prevención cuaternaria (idea y deno-
minación generadas por el médico belga Marc Jamoulle) ac-
270
tualmente apoyada por la Organización Mundial de Médicos de
Familia  (World Organization of National Colleges, Acade-
mies and Academic Associations of General Practitioners/Family
Physicians1). Gérvas Camacho, Gavilán Moral y Jiménez de Gracia

Llamamos prevención cuaternaria al conjunto de actividades que
intentan evitar, reducir y paliar el perjuicio provocado por la in-

social que interesa al conjunto de la población, a sanos y enfer-
mos, especialmente en el actual contexto de creciente medicali-
zación. (p.312)
     
obliga a quienes trabajan en el ámbito de las comunidades y la
salud a empeñar esfuerzos para desmedicalizar y despsicopatologi-
zar a los conglomerados humanos. El camino hacia este objeti-
 
que abra las puertas a la gestión de salud positiva. La Cátedra I
de Salud Pública y Salud Mental de la Facultad de Psicología de la
Universidad de Buenos Aires, que comenzó su actividad en marzo
-
ciones de salud, a saber: la salud es un proceso extremadamente
complejo, de naturaleza ecosistémica, del cual depende el des-
empeño de las personas (entidades bio-psico-espíritu-socio-am-
bientales) en el vivir cotidiano con un relativo bienestar físico,
psíquico, espiritual, social y ambiental (el máximo posible en
cada momento histórico y circunstancia sociocultural determina-
da), debiéndose tener en cuenta que dicha situación es producto
de la interacción permanente y recíprocamente transformadora
entre las personas y sus ambientes (entidades psicosocio-cultu-
1 http://www.global-
familydoctor.com/
271
salud mental y psicología comunitaria
rales, bío-físico-químicas y económico-políticas) comprendiendo
que todos estos componentes integran a su vez el complejo siste-
ma de la trama de la vida.
Lo espiritual es lo que surge en el ámbito humano por el con-
tacto entre el psiquismo, la cultura y el interrogante ¿por qué vi-
vimos? o como señalaba el poeta romántico Novalis (Georg von
Hardenberg), el espíritu reside allí donde el mundo interior y el

que esta expresión o sub-función de la mente es esencial para la
integración armónica del ser humano con el medioambiente, una
integración respetuosa tal como se presenta en la concepción del
buen vivir andino de Nuestra América.


Pero no basta con producir carne humana para que ella viva; al

      
-

haber nacido y de tener que morir. (p.10)
Edward W. Said (1996) en su libro Cultura e Imperialismo hace
una observación cargada de comprensión de la noción de espíri-
tu, al caracterizarlo como una realidad estética, moral, histórica
y, eventualmente, religiosa. Como bien señala Said, el espíritu
puede eventualmente implicar lo religioso, pero por supuesto
que no todo lo vinculado con la religión; también, marca que lo
espiritual es estético y conviene remarcar que no todo lo estético
272
es manifestación del espíritu. Seguro que lo espiritual es total-
mente moral e histórico, siempre; pero es necesario remarcar que
esencialmente lo espiritual es una cuestión de vínculos humanos
promotores de la vida. La ética es esencialmente una cuestión
biológica, lo que promueve la vida en la biosfera es ético, lo que la
obstaculiza es siempre inmoral.
-
dra no es una producción de naturaleza médica, sobre todo por-
que el fenómeno identitario de la medicina actual es la enferme-

Todo grupo u organización cuyos miembros están unidos por
ideas e ideales comunes tiene sus símbolos y rituales distintivos.
Para los cristianos, el símbolo más sagrado es la cruz y el ritual
más reverenciado la misa; para los médicos, existe el grado de
doctor y el diagnóstico de la enfermedad. (p.11)
 -
tencial de salud presente en toda persona, dependiente de
    -
mico-políticas en que vive. Este potencial puede estar favorecido
 
de manifestación y desarrollo, impedimento o impedimentos
que pueden ser removidos al converger, en la determinación de
esas circunstancias de vida, factores económico-políticos y/o so-
   
lineamientos para gestionar la enfermedad, sino para gestionar
la salud con lo cual, sin incidir en la enfermedad, esta se reducirá
o desaparecerá. Es lo que se logra cuando se trabaja en gestión
de salud positiva con comunidades, apoyándose en el paradig-
273
salud mental y psicología comunitaria
ma multidisciplinar de salud comunitaria (Saforcada et al., 2010;
Saforcada et al., 2015).

Cuando se interrelacionan las problemáticas de la salud con las
conceptualizaciones y prácticas de la Psicología Comunitaria se
generan tres disrupciones en el pensamiento salubrista, o tres
disonancias cognitivas cuando los cambios son obstaculizados:
(a) se borra la posibilidad de mantener vigente las concepciones
clínico-reduccionistas que toman a cada ser humano como un
sistema cerrado; (b) obstaculizándose así la alternativa de operar
monodisciplinarmente desde la biología o desde la psicología;
(c) a la vez que se desactiva la contingencia ilusoria de explicar la
situación de salud de las personas sin tener en cuenta los contex-
tos en que transcurren sus vidas.
Si estas disrupciones no promueven y concretan cambios, el
-
  
comunitaria (salud mental comunitaria, profesionales de la sa-
lud comunitarias/os, etcétera) pero son magias del lenguaje que
no denominan nada concreto posible de constatarse a través de



      
término salud deja ver con claridad que el proceso de salud es
el proceso de la vida misma. No se alcanza a vislumbrar o com-
274
prender las razones por las que las sociedades y los gobiernos de
Nuestra América se muestran tan prescindentes en cuanto a con-
siderar, y obrar en consecuencia, que la salud pública es una im-
portante ventana de vulnerabilidad si no se toman los recaudos
adecuados para cerrarla o mantenerla lo más entornada posible.
Nuestra región históricamente ha sido y es escenario continuo
de intentos y concreciones de dominación por parte de potencias
extranjeras, la más preponderante es Estados Unidos de Nortea-

modalidades que pueden agruparse, a grandes rasgos, en tres
categorías: diplomático, bélico (forma tradicional, de baja inten-
sidad, de información, etcétera), industrial-comercial.
En este escrito no se tratarán cuestiones referidas al sujeto de
la instancia injerencial sino a las del objeto de intervención (que
en la perspectiva que acá se pone en juego son los países de la
región) señalando las condiciones y circunstancias que a algunas/
os de ellas/os las/os hacen vulnerables o más vulnerables.
A juicio de quien escribe se las puede agrupar de la siguiente forma:
La formación universitaria ilimitada de médicas/os,
odontólogas/os y psicólogas/os, otorgando además tí-
tulos de graduación habilitantes para la práctica profe-
sional. Esto genera tres consecuencias:
       -
    
de pacientes, como los estudios epidemiológicos
de pesquisaje masivo, que han demostrado su ino-

en Argentina o las estrategias de incremento de la
275
salud mental y psicología comunitaria
hipocondría a través de los medios de comunicación
masiva;

que lleva a sobreprescripciones de estudios, inter-
venciones y remedios junto al incremento de diag-
nósticos equivocados, entre otros problemas;
(c) mayor fragilidad de las/os profesionales ante los
avances corruptores por parte de las corporaciones
del complejo industrial antes mencionado.
La lenidad o ausencia de legislación y reglamentación
que proteja realmente a la población de las ofertas y
estrategias de marketing de este complejo industrial,
que ha alcanzado un nivel delincuencial acompañado

y los estados, tal como ha quedado denunciado por
grandes e incuestionables tratadistas como los men-
cionados anteriormente: Peter Gøtzsche (2014, 2016),
Robert Whitaker (2015) y Teresa Forcades i Vila (2006)
Un ejemplo por demás demostrativo del riesgo que implica la
señalada lenidad: La Administración Nacional de Medicamentos,
Alimentos y Tecnología Médica () del Ministerio de Salud y
Desarrollo Social de la Nación de Argentina, es la responsable de
aprobar o no todos los insumos médicos (incluyendo los de uso
odontológico) y su página web se inicia con el siguiente eslogan:
  
Tecnología Médica protegemos a la población garantizando que

gran mayoría de los medicamentos autorizados por la  lo

su expendio en las farmacias, no obstante, en el país las farmacias
276
venden todos los medicamentos sin exigir la presentación de la
receta (la prescripción facultativa) a excepción solo de los fárma-
cos autorizados bajo receta y decreto y bajo receta archivada, tales
como antidepresivos, sedantes, hipnóticos y anticonvulsivantes.
Quiere decir que hay una gran preponderancia en Argentina a
que la población se autoprescriba los medicamentos que ingiere
y hoy se sabe que todas las drogas activas usadas en estos reme-

en su libro Medicamentos que matan y crimen organizado. Cómo las
grandes farmacéuticas han corrompido el sistema de salud (2014), los
medicamentos son la tercera causa de muerte luego de las enfer-
medades cardiovasculares y el cáncer.
La expansión de los preparados químico-farmacéuti-
cos autorizados para su venta libre en farmacias, dieté-
ticas y supermercados (complejos vitamínicos, produc-
tos para controlar el peso corporal, etcétera), a pesar de
que muchos de sus ingredientes son peligrosos para
ciertas personas, por las características de sus organis-
mos o dolencias que estén transcurriendo, o del daño
potencial vinculado con las dosis ingeridas de forma
exagerada por ignorancia de las limitaciones corres-
pondientes (dependientes, por ejemplo, de la masa
corporal, la edad o las características orgánica particu-
-
matorios, funcionales pueden llegar a ser muy graves.
La acción corruptora o de presión (lobby) llevada ade-
lante por las corporaciones integrantes del complejo
industrial antes mencionado sobre los tres poderes del
Estado, particularmente sobre los organismos estatales
de autorización y control de las drogas usadas en el ám-
277
salud mental y psicología comunitaria
bito médico, que lleva (entre otros problemas) al man-
tenimiento de la vigencia de remedios muy peligrosos
que, incluso, en el país de origen de la casa matriz del
laboratorio que los produce ya están prohibidos desde
tiempo atrás. Tal es el caso de la Novalgina o dipirona
permitida en Argentina y prohibida hace tiempo en 69
países, incluyendo Francia, que es el país sede de la cor-
.
La misma acción corruptora de esas corporaciones,
pero dirigida a las/os profesionales de la salud y hacia
       
 
los ámbitos universitarios (universidades, facultades,
laboratorios, departamentos y profesoras/es), las/os
-
mente, las asociaciones u  en las que se nuclean las
personas o familiares de quienes sufren determinadas
enfermedades.
Este tipo de corrupción incide en la producción, circu-
      -
sa, tanto en los ámbitos de las poblaciones en general
como en los del mundo profesional y los centros acadé-
micos de formación.

lucrativos a gran escala o en épocas de crisis económica
mundial, como la del año 2008, que fue ocasión para
que en el año 2009, con un muy fuerte apoyo de la 
y la , se lograra instalar en el ámbito internacional,
tanto médico como lego, la existencia de una pandemia
de gripe porcina, gripe ocasionada por la cepa  del

278
no sirve, y es muy peligrosa por lo demás, así como el
      
de gripe, tampoco sirve y encierra importantes riesgos.
No obstante, se sometió a la humanidad a un miedo
generalizado, a desequilibrios presupuestarios de las
áreas de la salud de los gobiernos de muchos países
del mundo, y a la administración de insumos (vacuna
  
Argentina fue uno de estos países.
   
de potencias extranjeras o encubiertas con el objetivo
de desestabilizar política o económicamente al país.

Salud Mental
Tratándose de problemas de manifestación preponderadamen-

considerablemente por varias razones que a continuación se enu-
meran:
1. Este tipo de problemas carece de correlato orgánico, de
modo que su determinación queda solo en manos de apre-
ciaciones subjetivas por parte de las/os profesionales de las
ciencias de la salud, habilitados por ley para tal efecto.
2. Es muy discutible la certeza de adjetivar este tipo de al-
teraciones como enfermedades, tal como, entre otras/os
expertas/os, lo manifestó Thomas Szasz en sus libros (1970,
-
ta que ciertas manifestaciones (como la esquizofrenia) no
son enfermedades sino construcciones psicosociocultura-
279
salud mental y psicología comunitaria
les, es hora que no solo no existan instituciones de encierro
para estas seudoenfermedades, sino que deben dejar de
ser pasibles de tratamientos psiquiátricos o psicoterapéu-
ticos y pasar a considerar que son problemas que deben ser
enfocados desde concepciones y prácticas psicosociocultu-
rales, para lo cual la Psicología Comunitaria ha desarrolla-
do abundantes conceptualizaciones, estrategias y herra-
mientas de trabajo.
3. La psiquiatría biológica (o la que apela a la biología para
orientar al menos algunos aspectos o circunstancias del
tratamiento de estas/os pacientes) es el campo del queha-
cer médico en que el nivel delictual de las corporaciones
químico-farmacéuticas es más profundo, sostenido y de
  -
mente autores como Whitaker (2015) y Gøtzsche (2016).
4. Este es el ámbito del enfermar en que, por un lado, el

las poblaciones legas más temen sus consecuencias, todo
lo cual profundiza y expande la expropiación de la salud en
muchos países. Por ejemplo, en Argentina hasta hace poco,
con la decisión de un juez y uno o dos médicas/os, una per-
sona puede ser internada con encierro institucional de por
vida.


Dos relevantes tratadistas de temas de salud, Juan Gérvas y Mer-
cedes Pérez-Fernández (2015), en el Prólogo de su libro La expro-
piación de la salud escriben:
280
Pese a todo el conocimiento acumulado, sabemos poco del
sufrimiento humano, como bien demuestra el campo del
dolor mental. Por ejemplo, no comprendemos lo que su-
cede en el cerebro del paciente con esquizofrenia, ni cómo
actúan los medicamentos que pueden ser útiles en algunos
momentos de su enfermar. Es pensamiento mágico, en otro
-
tidepresivos” a su efecto sobre el cerebro comparándolos

que falta”). Los antidepresivos no son superiores al placebo
en la depresión leve y moderada, y la palabrería pseudo-

en las esquinas y ferias. Son dos ejemplos de la práctica de
una medicina imprudente, sin límites, que centra los pro-
blemas, incluso los mentales, en la simple biología. (p. 15)
Más adelante agregan:
La salud es como la inteligencia o la creatividad, entidades de exis-
-
cia de la salud es lo que se denomina un constructo, una entidad de

mediante la observación de la conducta. Quien está sano tiene una
vivencia profunda que le ayuda a disfrutar de la vida en sus circuns-
tancias personales, familiares, laborales y sociales. Los médicos

normas y estándares que se puedan “medir”, y al aceptarlo se pierde
autonomía personal y capacidad de vivir. Tener salud no es cumplir

la vida. Se acepta la expropiación de la salud cuando se aceptan los
parámetros biológicos médicos para “vivirla. (p.37)
281
salud mental y psicología comunitaria
Antes escriben:
Frente a los problemas de salud, los individuos y las familias de
las sociedades modernas están perdiendo gran parte de su auto-
nomía, de sus habilidades de autocuración y de las capacidades
de valoración del enfermar y de la enfermedad. Por ello se pierde,
por ejemplo, el poder de enfrentarse a los sentimientos de vacío
y desamparo existencial (tan frecuentes en las poblaciones de
los países ricos), al parto (momento trascendente para la madre,

y otros familiares y amigos y la comunidad) y a la muerte (tiem-
  
familiares y amigos).
Tales pérdidas se deben a que los médicos han expropiado amplios
campos del vivir y adquirido el monopolio para determinar qué
es salud, qué es enfermedad, quién está enfermo, qué proceso de
atención es conveniente, el lugar y las intervenciones precisas
ante el parto y la muerte, e incluso cuándo ha llegado la propia
muerte y por qué. (p. 21)
Y para cerrar con estos autores y este apartado:
Los medios de comunicación de masas pueden “contagiar” el mie-
          
con la epidemia de gripe. Además, los medios pueden provocar
      
    
en las embarazadas. En general, los medios están al servicio de
las empresas y sus accionistas, que utilizan a los médicos como
intermediarios. Como hemos dicho, son clave las sociedades cien-

282
tienen algún cargo o posición que da crédito a sus opiniones y que
difunden la “buena nueva” que casi siempre implica un negocio. A
veces se utilizan personajes famosos, como en el caso del diagnós-
tico precoz de la mutación del gen  y el cáncer de mama, “el
efecto Angelina Jolie”, que multiplicó por 3 el uso de los servicios
genéticos en Australia y por 2,5 en el Reino Unido. Lo fundamen-
tal es generar alarma, llamar la atención y conseguir que los pa-
cientes “entren en la rueda” y que acudan a visitar a sus médicos, si

Todo lo transcripto con respecto a la medicalización de la socie-
dad puede ser señalado con respecto a la psicopatologización y la
psicoterapización de la misma por parte de los y las profesionales
de las disciplinas psi: psicopedagogía, psicología, musicoterapia,
etcétera; fenómeno tan notorio en países como Argentina en sus
grandes conglomerados poblacionales metropolitanos, tales
como Buenos Aires, La Plata y Rosario.
Pero también desde estas disciplinas se puede trabajar en pro-
cesos efectivos de restitución del poder de decisión con respecto
a su salud a la ciudadanía y a las comunidades. En esta tarea, el
aporte de la Psicología Comunitaria puede ser decisivo.
283
salud mental y psicología comunitaria
Forcades i Vila, T. (2006). Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas. Edi-
ciones Rondas.
Gérvas Camacho, J., Gavilán Moral, E. y Jiménez de Gracia, L. (2012). Preven-
ción cuaternaria: es posible (y deseable) una asistencia sanitaria menos dañina.
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perspectiva de sus protagonistas: la comunidad. Nuevos Tiempos.
   Psicología y salud pública.
Nuevos aportes desde la perspectiva del factor humano. Paidós.
Cultura e imperialismo. Anagrama.
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 Anatomía de una epidemia. Capitán Swing.
Referencias

Exclusión Social y
Psicología Comunitaria
286
La relación entre exclusión social y Psicología
Comunitaria está presente en el mismo origen de
la disciplina, en tanto su teoría y práctica se orienta
justamente a la comprensión e intervención en y con
comunidades en condiciones de vulneración y opresión. Si
bien, esta ha sido una de las principales orientaciones en el
desarrollo de la disciplina, el proceso no ha estado exento
de contradicciones y complejidades.
El presente eje aborda algunas de estas complejidades,
especialmente aquellas vinculadas a la coherencia entre
los valores y principios de la Psicología Comunitaria y sus
prácticas. Cada una de las propuestas presentadas invitan
         
intervenciones comunitarias y el rol de las/os psicólogas/os
en este campo de acción. En su conjunto, el capítulo ofrece
diversos enfoques para observar y abordar esta relación
entre Psicología Comunitaria y exclusión social, desde el
paradigma de la liberación a la teoría del reconocimiento,
pasando por conceptualizaciones acerca del desarrollo
        
las implicancias de la praxis comunitaria orientada a
transformar las condiciones de exclusión social que aquejan
a gran parte de la población.
En esta línea, y en base a un análisis de datos cualitativos,
Presentación

exclusión social y psicología comunitaria
287
        
intervención sociocomunitaria en contextos de exclusión
        
relatos que tienen tanto ejecutoras/es como usuarias/
os de programas sociocomunitarios dirigidos a personas
en situación de calle () acerca de la exclusión social, a

en contextos de exclusión social entre los diferentes
actores implicados en ella. También, se analizan los
puntos de encuentro entre las trayectorias de vida y las
intervenciones empleadas, intentando comprender cómo
son integrados los programas sociales a las narrativas de
exclusión, tanto de usuarias/os como de ejecutoras/es. Se
concluye problematizando sobre la visión de normativa
presente en los programas sociocomunitarios que trabajan
en estas temáticas y las tensiones que pueden generar en
referencia a las posibilidades de inclusión de las personas
en situación de calle.
Por su parte, el trabajo de Morais, Ferreira, Camurça y
       
       
objetivo abordar la categoría de actividad comunitaria
como mediador del trabajo en comunidades en situación
de pobreza. Primeramente, presenta discusiones teóricas
respecto al paradigma de la liberación y a la Psicología
Comunitaria, atendiendo a su compromiso ético y político
con el cambio social y a la desideologización de la experiencia
cotidiana y el sentido común que orientan su praxis.

de pobreza desde la discusión del concepto de comunidad.
288
Luego, se detiene en la categoría de actividad comunitaria
e introduce el método dialógico experiencial (),
estableciendo relaciones entre ambos elementos en vistas
a comprender los procesos de conciencia y subjetivación.
Finalmente, presenta una experiencia de intervención
centrada en la actividad comunitaria desarrollada desde
1994 en una comunidad rural del municipio de Pentecoste,
estado de Ceará (Brasil).


       

cuenta cómo el contacto y la cercanía con las personas
 
liberación, relevando (a su vez) complejas tensiones entre
    
a la pobreza, se centra en la deconstrucción de la misma a
nivel personal, distinguiendo tres procesos para ello: las
miradas, las relaciones y las prácticas. Deteniéndose en cada
uno de estos procesos, se insta a el/la lector/a a reconocer
la dignidad humana en pos de dotar de mayor coherencia
a la teoría y a la acción en Psicología Comunitaria y, de este
modo, promover la inclusión social.
exclusión social y psicología comunitaria
289
290
El Problema de la Intervención
Sociocomunitaria en Contextos de
Exclusión Social
Ma. Verónica Monreal Álvarez
A
partir del denominado estadillo social ocurrido en Chile
durante los últimos meses del año 2019, el concepto de
normalidad ha sido fuertemente problematizado. Una gran
parte de la población del país tiene condiciones precarias de
vida, considerando sueldos, pensiones, situación de salud, edu-
cación y vivienda, acceso inequitativo a la justicia, entre otras.

y sus representantes, y una fragilidad ecosistémica que ha pues-
to en riesgo recursos naturales propios de nuestra geografía.
Evidentemente, esto no puede ser categorizado como normal.
-
sis en el desierto, provocaron en las chilenas y chilenos un gran
desconcierto, teniendo en cuenta la falta de normalidad en la
que se desarrollan millones de vidas en el país. El estallido se
caracterizó por este enojo expresado desde distintos sectores,
manifestándose en los espacios públicos, redes sociales y otros

en las pancartas, murales y cánticos, y claro, refería a algo que
no era normal.

exclusión social y psicología comunitaria
291
El estallido irrumpió en la cotidianidad marcando esta para-
doja: se nos dice que vivimos en un oasis cuando nuestras vi-
das son indignas. El llamado a la normalidad de las autoridades
sulfuró aún más los ánimos, acrecentando la voluntad de hacer
patente el profundo despertar de muchos y muchas frente a la
persistente injusticia del Estado.
La conciencia de anormalidad se fue expandiendo por diver-
sas partes y regiones del país, el concepto de normalidad ha ad-
quirido otros ribetes interpretativos y ya no da lo mismo enun-
ciarlo en cualquier alocución sin antes precaver la aparición de
un legítimo sentido crítico.
El cuestionamiento al concepto estaba guardado para las dis-
cusiones más bien académicas o conversaciones de círculos que
aprecian ese tipo de ejercicios. Ahora no, ahora se admite que las
precarias condiciones de vida no son normales y que la normali-
dad exige entonces un estándar ético.

en las intervenciones sociales y los programas comunitarios. El
mismo concepto de intervención habla de algo que no está na-
turalmente allí, algo que se entromete, y con cierta acepción de
premeditación, incluso arbitrariedad. Sin embargo, en el campo

idealmente un diagnóstico previo. ¿Qué es entonces lo que se in-
terviene?, ¿por qué y para qué? Sin explayarse en más preguntas
que puedan surgir, respuestas simples orientan a indicar que se
interviene aquello que se advierte como anormal, aquello que no
es esperado o es indeseado. Aquello que, desde una perspectiva
normativa, obviamente, sale de la norma.
292

Muchos programas sociales se desprenden de políticas subsidia-
rias y redistributivas que focalizan su acción en grupos vulnera-
bles o de riesgo biopsicosocial; grupos que por diversas razones
de historia política, hegemonía cultural, estructura social u or-
ganización estatal viven en permanentes condiciones de pre-
cariedad. La intervención, por cierto, no mantiene una relación
distante de las razones señaladas, es más, su diseño está profun-
damente imbricado en ellas.
Estos grupos vulnerables, también llamados vulnerados (por las
razones señaladas en el párrafo anterior) son los que, desde otra
mirada, componen el grupo de las/os excluidas/os. El término ex-
clusión social emerge en Francia donde su uso explícito comienza
a mediados de los años 60. En 1974 René Lenoir publica el libro
Les exclus, que marca un hito en la aparición de este concepto (Es-
tivill, 2003). El libro presenta una lista de grupos vulnerables que
compartirían esta categoría: delincuentes, drogadictas/os, alco-
hólicas/os, asociales, inválidas/os, discapacitadas/os mentales,
familias monoparentales o con múltiples problemas, minorías
étnicas mal integradas como los franceses musulmanes, etcéte-
ra. Estos grupos correspondían a aquellos que habían quedado
marginados en una sociedad que progresaba y crecía económica-
mente (Rojas, 2011).
Dado el origen francés del concepto, para Bachiller (2010), este

        
64). Este autor señala que en el contexto de desempleo sufrido

exclusión social y psicología comunitaria
293
el distanciamiento del mercado formal y con los quiebres de los
lazos sociales de ciertos grupos o sujetos.
De esta forma, Robert Castel (1997) liga el concepto de exclu-
sión a la 
-
lian del Estado y del mercado laboral a propósito de su reestruc-
turación; la exclusión sería entonces el espacio social donde se
ubican los individuos sin recursos económicos, soportes relacio-
nales ni protección social.
El concepto ha recibido diversas críticas, por ejemplo, para
Amartya Sen (2000) el enfoque de exclusión social no ofrece no-
vedad teórica, sino que es útil en tanto le da un papel central a
los fenómenos relacionales en la privación de capacidades y en
la experiencia de la pobreza. Para otros (Bachiller, 2010; Estivill,
2003; Rojas, 2011; Silver, 2007) es un concepto ambiguo, polisé-
mico, que conduce a dar características valorativas y normativas a
los procesos de desventaja social.

y críticas al concepto, la Comisión de las Comunidades Europeas

Es un proceso que relega a algunas personas al margen de la so-
ciedad y les impide participar plenamente debido a su pobreza, a
la falta de competencias básicas y oportunidades de aprendizaje
permanente, o por motivos de discriminación. Esto las aleja de las
oportunidades de empleo, percepción de ingresos y educación, así
como de las redes y actividades de las comunidades. Tienen poco
acceso a los organismos de poder y decisión y, por ello, se sienten
294
indefensos e incapaces de asumir el control de las decisiones que
les afectan en su vida cotidiana. (p. 9)
Entendido lo anterior, la exclusión social también se relaciona
con las subjetividades y la sociabilidad de las/os afectadas/os, por
tanto, no se limita a un plano objetivo, que se circunscriba solo a

entonces, un interés por los procesos históricos. También, se la ca-
racteriza como reversible o diacrónica, es decir, se dan entradas y
salidas sin constituir un estado de exclusión permanente (Saraví,
2006a). Y tiene un carácter acumulativo, donde se combinan los
problemas laborales, políticos, étnicos, etcétera, complejizando
la situación (Rojas, 2011).
Por tanto, considerando que los esfuerzos teóricos por concep-
tualizar la exclusión social han adoptado una mirada relacional,
haciendo énfasis en su carácter procesual, multidimensional, no
 -
lativo (Bachiller, 2010; Jehoel-Gijsbers y Vrooman, 2007; Silver,
2007), surge el interés analítico por la relación entre los progra-
mas comunitarios y los grupos denominados excluidos.

Diversas agencias internacionales, fundaciones y representan-
tes de la academia dedicadas al estudio e intervención social de
esta problemática, han considerado a las Personas en Situación
de Calle o Personas Sin Hogar (expresión preferida en el hemisfe-
rio norte occidental) como el nivel máximo o la situación más
extrema de exclusión social. Para el Ministerio de Desarrollo
Social (), repartición del Estado a cargo del diseño e im-
exclusión social y psicología comunitaria
295
plementación de la política destinada a esta población:

calle es: personas que pernoctan en lugares públicos o privados,
sin contar con una infraestructura que pueda ser caracterizada
como vivienda, aunque esta sea precaria. Esto excluye a las fa-
milias que viven en campamentos, y personas que por carecer

encuentran residencia nocturna –pagando o no por ese servicio-
en lugares dirigidos por entidades públicas, privadas o particu-
lares, que brindan albergue temporal. Pertenecen a este grupo
quienes alojan en residencias y hospederías, solidarias o comer-
ciales. (Ministerio de Desarrollo Social y Universidad Alberto
Hurtado, 2012, p.20)
En Chile, el Ministerio de Desarrollo Social (2012), atendiendo
a la necesidad que tiene un grupo de personas que viven en si-
tuación de calle, propuso una estrategia de intervención que ha
denominado Modelo de Superación.
El modelo supone que la situación de calle es un proceso gra-
dual y agudo de desvinculación social, y aspira a intervenir so-
bre el camino de regreso. Este camino corresponde al tránsito pro-
gresivo y sistemático de personas que pernoctando en lugares
públicos o privados (ni viviendas ni campamentos), van alojan-
do lugares con mejores condiciones de habitabilidad, a la vez
que van viviendo procesos de revinculación social. Estos lugares
son centros de atención y actúan de manera complementaria
con sistemas de prevención, protección y promoción a nivel es-
tatal y privado.
296
El modelo está basado en experiencias norteamericanas que
proponen una escalera de la superación, a través de la cual las per-
sonas van subiendo de peldaño, esto es: de un nivel menor o de
baja complejidad de habitabilidad y apoyo socio-psico-laboral, a
niveles mayores. La atención entonces, se organiza en una oferta
diferenciada de alojamientos temporales que vinculan a las per-
sonas con sus proyectos de vida, además de ofrecer entrenamien-
to en habilidades sociales mediante la vida comunitaria y posibi-

la sociedad. El modelo también toma en cuenta que no todas las
personas pasan por todos los peldaños y pueden darse tanto sal-
tos como retrocesos.


Para comprender la relación entre los programas comunitarios y
los grupos denominados excluidos, se trabajó sobre el concepto
de idea normativa, base ampliamente aplicada por los programas
y que implica esperar que la o el adulta/o consiga tener y luego
amarrar lazos familiares en los cuales apoyarse, al mismo tiem-
po que debe conseguir un trabajo estable y conseguir lazos con la
comunidad. Esta exigencia resulta consistente con las propuestas
teóricas que sostienen que el desarrollo emocional y social del ser
humano se produce en una serie de etapas que todos los indivi-
duos siguen en el mismo orden (Papalia y Wendkos, 1985), orien-
 
os en la sociedad.
El trabajo doctoral Comprendiendo procesos de exclusión desde la
 -
exclusión social y psicología comunitaria
297
ciales, caso situación de calle -
tes y también dolorosas narrativas acerca de la intervención so-
bre la situación de calle entre los diferentes actores implicados,
referidas a lo que se declara como causas de la situación, las ac-


ideal de adulto que implica que un ser adulto posee efectivamen-
te las herramientas fundamentales para hacerle frente a la vida,
principalmente capitales tan importantes como son el trabajo y
las redes familiares.
Pero lo anterior se detiene en lo que le ocurre a individuos rea-
les, que viven en Chile y cuya vida pasa esencialmente en la calle,
por lo tanto en un lugar que no corresponde a la vida que la mayo-
ría de las personas conocen y experimentan. Es decir, que pasan
su existencia fuera de lo que hace a una familia, a los lazos que
se establecen y a las redes que se forman para esta existencia. La
calle parece ser un no lugar donde el ser humano establece y arma
(a pesar de todo) una relación con el mundo.
Es así como estas mismas personas, afectadas por este aban-
          
a su situación denominada de calle, como algo que ellas/os
mismas/
os

se supone deberían ser las responsabilidades que atañen a su
adultez. Se ve entonces que colocan sobre sí mismas/os toda la
-
te quedar atrapadas/os y auto culpabilizadas/os por esta imposi-
bilidad de tejer lazos con el mundo y no poder ser, por ejemplo,
productivas/os laboralmente o demostrar que pueden educar
a sus hijas/os. Las/os interventoras/es dan cuenta de una labor
298
construida y sostenida sobre el propósito de que las personas en
situación de calle muestren de modo efectivo un compromiso
más profundo con el sistema laboral y familiar.
Esta situación también se observa en la descripción de las prácti-
cas respecto al diseño e implementación de los programas socio-
comunitarios para la situación de calle, constatándose que estas
provienen de un enfoque normativo del desarrollo humano dado
en coherencia con los propósitos de programas que mandatan y
producen los discursos de las/os operadoras/es respecto a lo que
se espera de sus prácticas. Es a partir de ellos (los programas) que
se construyen las evaluaciones sobre el desarrollo del individuo y
se proponen objetivos que sirvan a conducir su proyecto de vida.
          
que debe resolverse la dualidad generatividad versus el estan-
camiento (Erikson, 1985), entendiendo que esta etapa, si bien
puede abordarse para ser aplicada a cualquier individuo, para las
personas en situación de calle sólo implicaría detenerse a exami-

-
mente. Esta visión de la adultez sobre las personas en situación
    
asistencialistas descritas en muchos programas, que terminan
viendo y ubicando a las personas como víctimas de sus propios
destinos, sin permitirles desarrollar la posibilidad de decidirlos
ni de manejarlos, pues quedan instaladas/os negativamente en
    
diseñan acciones paliativas que no buscan la restauración de sus
derechos ni de su dignidad.
exclusión social y psicología comunitaria
299
De este modo, la asistencia se organiza en torno a la consecución
de la generatividad, que alude a la procreatividad, la productivi-
dad y la creatividad, y que termina produciendo ideas y proyec-

puesta en quien interviene y que implica un conjunto de acciones

ideas por los que uno ha aprendido a preocuparse” (Erikson, 1985,

          
cuidar o no pueden cuidar”. Al mismo tiempo, se culpabiliza a las
personas de los sectores más excluidos, se los evalúa respecto a lo
que atañe al respeto de las normas y se los responsabiliza por el
hecho de no saber, poder o querer cuidar.
Una idea preponderante en los programas es la corrección de con-
ductas contrarias a la generatividad que implica tener familia y
trabajo, y que opera como las metas que se pueden alcanzar en
-
nente construcción de un discurso que promueva la valoración
activa por parte de las/os usuarias/os cuando consiguen revincu-
larse con la familia de la que se han distanciado y al mismo tiem-
po conseguir un trabajo.
Ambas metas son prácticamente inalcanzables para la mayoría,
pues sus vidas se han forjado en historias traumáticas general-
mente llenas de mucha violencia, provenientes de una vida fami-
liar atravesada por diversos sufrimientos, rupturas e indiferencia
o rechazo de las instituciones. Y en lo que respecta al trabajo, la
idea de insertarlas/os o integrarlas/os resulta de alta comple-
jidad, si se tiene en cuenta que en la actualidad el mercado la-
boral ya está cerrado para muchas/os, en especial para personas
300
adultas que carecen de educación y de formación profesional que
les permita insertarse. Desprovistos del trabajo, como soporte
fundamental para permanecer en el mundo, les resulta prácti-
camente imposible imaginarlo como una meta que les permita
organizar su destino.
Esta normatividad de la adultez propuesta por los programas,
puede resultar una trampa para las instituciones, debido a las
exigencias que conllevan, pues deben enfrentar simultáneamen-

personas alejadas de las normas sociales y los temores que las
personas tienen cuando se trata de entrar en una normalidad que

encontrar trabajo…estoy desesperao [sic]” (frase extraída de los
relatos analizados).
La visión negativa que tiene la sociedad con respecto a las per-
sonas en situación de calle, hace más difícil el proceso de inclu-
sión de estas personas en la comunidad. Esto, a su vez, incide en
que el individuo no quiera integrarse a una comunidad que es vis-

la sociedad. Así, el trabajo en ningún caso opera como un sopor-
te subjetivo en el sentido existencial del que habla Martuccelli
(2007a), sino que opera mucho más como un soporte en cuanto
recurso movilizado, más cercano a la acepción de Castel (1997).
No son cosas por las que quieran salir adelante ni tampoco parece
asociarse a una ética del trabajo.
Desde lo anterior, es que entonces se establece un camino de
permanente frustración, pues el individuo se ve inundado por las

exclusión social y psicología comunitaria
301
sujeto no puede responder como se espera. Visto así, el discur-
so sobre la superación es inviable, pues no considera las reales
condiciones históricas y sociales donde se han desarrollado estas
personas y lo que pueden lograr desde los recursos que poseen.
El proceso de formación de la identidad individual de las per-
sonas en situación de calle, da cuenta cómo las narrativas de un
orden social determinado son reproducidas o repudiadas. Así, en
la situación de calle, el repudio reproducido pone a la/el la excluida/o
dentro de lo que podríamos denominar la asistencia institucionali-
zada. Y desde esta asistencia y sus relaciones con otras instituciones
sociales se construyen culturalmente lo que se entiende y se espera
de un adulto, ya que la edad por sí sola no puede explicar, describir u
organizar estas relaciones. Es en esta comunidad interpretativa donde
surge el acuerdo convencional acerca de una etapa del desarrollo hu-

Hammack (2008), quien explica que el proceso del desarrollo de la
identidad representa la unión entre el sí mismo y la sociedad.
La situación de calle implica un proceso donde se debilitan las
   entendidas como lo normal social-
mente. Cuando un individuo se sale de estas pautas aceptadas
por la sociedad y luego regresa a ellas (al menos en parte), para
admitir la posibilidad de la inserción, se producen múltiples for-
mas de construir la vida, pero cuando esta acción se produce en un
contexto de exclusión y extrema pobreza, donde el estigma de la
calle queda puesto en el cuerpo mismo de un individuo, aun cuan-
do haya aprendizaje y voluntad de enseñar las normas del orden
social, es muy difícil que las acciones que se emprendan consigan
las metas buscadas. Los actores de la calle no han incorporado los
elementos estructurales como subjetivos para construir una vida
302
medianamente normal, a pesar de los deseos o voluntades que las/
os interventoras/es puedan colocar en este proceso.
       -
na en situación de calle tendría para construir la propia vida, lo
que supone también, que la persona tenga al menos las herra-
mientas para que en algún momento pueda hacerse cargo de sí
mismo, lo deja atrapado en un puro deseo de libertad enseñada
por otras/os, que al responsabilizarla/o de una transformación
de su existencia le provocan, al mismo tiempo, una inseguridad
mayor, especialmente cuando en efecto han tomado conciencia
de la posibilidad de un cambio puesta en sus manos. Sin duda, la
persona hará grandes esfuerzos por emprender los cambios que
le podrían llevar a una vida distinta y principalmente fuera de la
calle, sin embargo, la fuerza de la estigmatización, la mirada so-
cial ya construida, como la separación de los lazos que ordenan,
suelen impedir y destrozar los esfuerzos. Se produce mayor vul-
nerabilidad.
El modo en que el individuo se constituye como tal es un proce-
-
supone que tras el individuo no hay nada más que su esfuerzo y
tesón, tal como lo advierte Martuccelli (2007b).
Las personas en situación de calle intentan sobrevivir mediante
pequeños trabajos y acciones que los van individualizando, como
vender carteras recogidas de basureros, cuidar autos estaciona-

-
nes sobre sus vidas que, se supone, los pueden singularizar, lo que
importa realmente son aquellas acciones que día a día inventan
exclusión social y psicología comunitaria
303
para salir de los abismos donde los hunde su pobreza y el estigma
que portan de modo permanente. Podemos aseverar que debido
a los contextos de desigualdad en los que se forjan, surge un nue-
vo tipo de subjetividad que, aún perforada, los hace ser personas
si bien no tienen el reconocimiento social (Saraví, 2006b).
Entonces, el proceso de individuación se difumina, pues las ins-
tituciones han estado ausentes en la conformación de esta sub-
jetividad nueva que no es sino producto del modo en que estas
personas van constituyéndose a contracorriente de lo normativo
para fraguarse un algo que les permita la existencia. Se trata de
un esfuerzo que cuesta encontrar en los discursos debido al des-
conocimiento de esta fuerza de un sí mismo que lucha solo o en
grupo por dar vuelta una existencia condenada por la mirada so-
cial y el abandono de las instituciones respecto a su posibilidad
de una construcción de existencia. Los soportes provienen de
ellas/os mismas/os y no siempre son vistos ni considerados, aun
cuando pueden observarse en los lazos de solidaridad que tejen
y los resguardos que buscan para evitar situaciones de extremo
sufrimiento.
Esto hace pensar que este discurso de la superación, en vez de ser
salga de la situación
de calle, puede llegar a ser iatrogénico, generando sentimientos
de frustración a nivel personal y reproducción de condiciones, al
menos, a nivel microsistémico.

Los programas sociocomunitarios devienen en un actor central
en lo que atañe a la interpretación cultural de la situación de calle y
304
de las personas que se encuentran en dicha situación. Y tal como
lo señala Bronfenbrenner (1987), esta interpretación es difundida
desde las instituciones sociales, afectando los cursos de vida de
estas personas según sus sistemas de valores, creencias y modos
particulares de las organizaciones.
Respecto a las propuestas sobre las teorías del desarrollo huma-
no que involucran un contexto social y cultural particular, y que
-
dad y las instituciones sociales, como elementos muy importan-
tes para atar al individuo con el mundo, autoras/es como Erikson
tendieron a visualizar y a comprender el desarrollo humano en
torno a esos valores. Sin embargo, en períodos posteriores, cuan-
do ha habido importantes transformaciones sociales, aquellos
valores y sistemas que antes otorgaban sentido y orden a los in-
dividuos, ahora dejan de funcionar como verdades universales y
únicas. En este sentido, siguiendo a Lipovetsky (1986), el trabajo,
la familia y el matrimonio dejan de ser referentes para ordenar el
curso de vida de los individuos y en las personas en situación de
calle es esta misma situación que se instala como ordenadora de
su curso de vida, en tanto también exige organizarla respecto a la

se le imponen. En este sentido, el presente análisis contribuye a
la profundización de la comprensión acerca de los cursos de vida
de las personas en la época actual, especialmente aquellas que

El desapego de estas instituciones propicia la proliferación
    
Cuando los individuos se liberaban de las prescripciones y las
      -
exclusión social y psicología comunitaria
305
nir por sí mismos las alternativas y proyectos que consideraban
más importantes y adecuados para sus vidas. Sin embargo, en
contextos de desigualdad, es complejo pensar que una persona
en situación de calle pueda ser vista como un/una trabajador/a,
pues la pobreza extrema en que está sumido/a lo/la caracteriza y

que los lazos sociales que atan a la familia, el trabajo, la escuela
y el barrio no son los referentes principales en la construcción de
sus biografías, pues ya no les brindan horizontes de sentido sig-

una persona al mismo tiempo que su estatus, su rol y el estigma
que presenta la construye negativamente. La calle de cierto modo
deviene su ser y en ella se inscriben, se organizan y se desarrollan
los circuitos que luego narran. De allí se desprenden rutinas y se
focalizan modos de vida que están muy lejos de las vidas de las/
os normales.
Es así como en el presente se mantiene la pregunta sobre el éxi-
to de las intervenciones, y vale a este propósito señalar que una
de las evaluaciones realizada a los programas para la superación
del Ministerio de Desarrollo Social (Dirección de Presupuesto,

un centro, lo abandonan por voluntad propia. ¿Qué ocurre enton-
ces?, ¿a qué se debe esta huida? O bien vale preguntarse por las
medidas críticas esgrimidas frente a este claro fracaso por parte
de las instituciones y de los principales actores que participan en
estas políticas. La evaluación demuestra tajantemente que no
se constatan trayectorias progresivas en los centros, ni sobre el
modo que fueron pensados, sino que más bien se observan cur-
sos erráticos de las personas que asisten a estos programas. Estos
lamentables resultados cuestionan la propuesta de albergues y
306
hospederías al mismo tiempo que cuestionan el modelo de aten-
ción basado en la progresión asistencial.
Se puede concluir que, si los soportes no son pensados en un
contexto particular nacional, y luego regionales e incluso es-
-
tendidos en función de la posición social, se convierten en una
preocupación individual de primer orden y el trabajo de cons-
truirlos y consolidarlos se vuelven una tarea generalizada. Así
se desarrolla en paralelo una representación social que para-
dojalmente no conduce al reconocimiento generalizado de su
existencia e inevitabilidad, sino que, por el contrario, se forma
la imagen de que el verdadero individuo es aquel que logra sos-
tenerse existencial y materialmente prescindiendo de todo so-
porte exterior.
    -
bra la falsa imagen del individuo autónomo, independiente,
autocontrolado y sincero consigo mismo, que relaciona íntima-

adulto, heterosexual, sano de espíritu, trabajador” (Martuccelli,
2007a, p.72), que deja a gran parte de las personas en un lugar
subordinado, debido a la sospecha que se tiene de una suerte
de incapacidad de que no se puedan sostener por carecer de las
cualidades de ímpetu y perseverancia necesarias para hacerlo.
        
normativizar, pero sin embargo cumple la función de ordenar lo

Las trayectorias individuales van mostrando hasta qué punto
-
exclusión social y psicología comunitaria
307

la contradicción entre lo que cabe en ese todo cuando pesan todos
los pesares de una historia de pobreza y miseria anclada a la his-
toria misma de la nación.
308
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310
Community Activity: A Mediator
of the Work in Communities in
Northeastern Brazil
Verônica Morais Ximenes
James Ferreira Moura Jr.
Elívia Camurça Cidade
Bárbara Barbosa Nepomuceno
The choice by Community Psychology to break with pre-estab-
lished workspaces in psychology reiterates its ethical com-
mitment to carry out interventions with peoples in situations of
oppression, having as goal liberation processes. To achieve that
goal, Community Psychology employs mediators that contribute
to facilitate collective and individual changes in communities.
Community activity is one such mediator, consisting of a set of
collective actions based on a dialectical dynamic between activi-
ty and consciousness that empowers community development. It
is important to understand how this activity develops and how it

in each territory.
The goal of this chapter is to discuss the category of community
activity as a mediator of work with communities in situation of
poverty, aiming at liberation of community residents. We discuss

exclusión social y psicología comunitaria
311
the Paradigm of Liberation and its contributions to work with

community activity employed throughout the chapter. The dia-
logical-experiential method () is presented as central to an-
alyze and facilitate community activities. Finally, we describe an
intervention carried out in Northeastern Brazil and the contribu-
tions of community activity as a facilitator of liberation and social
transformation.

The concept of liberation emerged in the 1960s in the context

colonialism, which has up until today spread misery, oppression,
genocide, and ethnocide in Latin America. Amidst this move-

on a proposal to work with persons in situations of poverty. Such
work focused on the concrete experiences of peoples and was
-
ing these ideas, the Theory or Paradigm of Liberation was devel-
-
tion, philosophy, and psychology, all of which are referred here as

Liberation, understood both as a process and a praxis, is the
capacity of a subject who experiences oppression to overcome
the horizon offered by the system and build a new and fair-
er society (Dussel, 1977). In this process, new forms of social
relationships and a new cultural context are collectively built
from the development of a collective identity and the appro-
priation of one’s own history (Martin-Baró, 1998). If, on the one
312
hand, oppression reveals the denial of Latin-American identity
(Góis et al., 2015), liberation entails a constant denouncement
of the forces that perpetuate political and ideological domi-
nation and prevent subjects from recognizing themselves as
belonging to a collectivity.
Martin-Baró (1998) questioned whose interests Psychology,
    
to the theoretical, practical, and ethical needs that emerged in
the Latin-American reality. Community Psychology was born
inspired by this movement of criticism against the distance of
Psychology from the population’s concrete experiences. Góis

Social Psychology of Liberation, in virtue of its goal: to be a prac-
tice that is both ethical and socially committed to the popula-
tion. In this sense, for Community Psychology, the experience of
liberation has a concrete space (community) and subjects (resi-
dents) (Ximenes et al., 2016).
To carry out actions in Community Psychology in consonance
with the premises of liberation implies working within a com-
munity, considering its socio-ideological crossings, its system of
beliefs and values, the way its residents interact with each other,
and the collaborative networks they develop. This requires ac-
knowledging that the community residents are the fundamen-
tal agents that change reality. Psychologists act as facilitators of
psychosocial processes, sensitive to and aware of the existing psy-
cho-ideological structure and the community’s potential.
Regarding the concept of liberation, two important premises
are advocated by Community Psychology: an ethical and politi-
exclusión social y psicología comunitaria
313
cal commitment to social change; and an emphasis on the his-
torical task of de-ideologizing day-to-day experience. Practices
guided by Community Psychology are based on a praxis orient-

to understand subjects’ way of life; an examination of factors
   
personal development (Góis, 2008); and an inquiry about his-
-
ing. Community Psychology proposes to work with the commu-
nity and for the community, with the subjects and their way of
life guiding the work for liberation.
De-ideologization of day-to-day experience and of common
sense is proposed by Martín-Baró (1998) as one of the three press-
ing tasks of Latin-American Psychology, along with the recovery
of peoples’ historical memory and the strengthening of virtues of
the people. De-ideologization requires the suspension of ideo-
logical aspects that contribute to the perpetuation of oppression
as acceptable; that is, recovering the original experience of spe-
      -
tive datum, which allows them to formalize their consciousness
about their own reality (Martín-Baró, 1998). It is not possible to
isolate de-ideologization and critical commitment from one an-
other (Martín-Baró, 2017), since, if psychologists involved in a lib-
eration praxis are tasked with contributing with ways to help the
people take control of their own existence and future, this goal is
achievable only through de-ideologization.
In Community Psychology, actions based on the perspective of
de-ideologization are those that can contribute to genuinely cre-
ative thinking and a departure from presentism. Genuinely cre-
314
ative thinking, for Martín-Baró (2015), incorporates two basic com-
ponents: the capacity for critical thinking (criticism) and originality.
For Martín-Baró, critical analysis must be directed not only at past
and present issues external to the subjects, but also (and mainly)

ideological crossings. In practice, however, when this critical ability
is hindered by contexts of oppression, the processes of develop-
ment and deepening of awareness (Freire, 1979) are severely im-
paired. This leads to a rupture of social bonds, reduction in popular
participation, and feelings of conformism and hopelessness. Con-
versely, originality generates new social processes and changes the
-
tween critical thinking and originality, creative thinking emerges,
which is, fundamentally, dialectical thought: dialectical due to the
 
     
solutions, dialectical due to the tension it creates between past,
present, and future (Martín-Baró, 2015, p. 460).
A dialectical perception of phenomena thus promotes the ex-
amination of false truths spread throughout decades of dom-
ination and oppression experienced by Latin-American peo-
ples. This disrupts intellectual alienation (Martín-Baró, 2015),
conformist thought, and domination (Rodrigues, 2015), which

presentism occurs when subjects transcend concrete and im-
mediate experiences, which are de-naturalized through in-
creased understanding of the multiple factors that compose
that departure. This transformative process implies cognitive


exclusión social y psicología comunitaria
315
For de-ideologization to begin, the foundation for the work of a
community psychologist must consist in the recognition of each
community’s peculiarities; in the importance of recovering the
history of a place from the perspective of its residents; and in an
appreciation of the spaces of resistance and of articulation/coop-
eration already present in the territory. Those three factors con-
stitute the foundation for work that aims to develop community
activity as a tool for intervention. For this to occur, it is important

   

Community Psychology proposes an examination of the con-

According to Sawaia (1996), since the 1970s, the concept of com-
munity in Brazil has been present in the theories and methods of
Community Psychology. The notion of community was linked to
those of utopia, group, homogenizing character, collectivity, de-
nial of individuality, place of residence, shared values, vulnerable
groups, and virtual spaces, among others. From this multiplicity
of associations arose the acknowledgement that a community is
primarily a space where collective issues converge.
-

that support its members in the development and guidance of
actions directed at the place itself, the municipality where it is lo-
cated, and the whole of society (p.61). Hence, a community is un-
derstood as a sociopsychological phenomenon characterized by
geographic, relational, and symbolic aspects that are historically
316
constructed. When someone becomes acquainted with a com-
munity, they enter a space that is physically and geographically
   
A community is formed by distinct ways of life and of sociabili-
ty, expressed in concrete ways of living, structured by conditions
of life. A network of relationships and social exchanges between
-
erative relationships are elements of those social exchanges, but

There is, in the concept of community, a demarcation of the
physical and symbolic space that conforms with the choice to
work with rural and urban communities in situations of poverty,

a theoretical and methodological framework in line with the so-
cial reality of the population. This creates a need for concepts and
methodological tools that consider the history and culture of a
people if Community Psychology aims to have communities as
locus of action.
According to Ximenes et al., (2016), although poor persons are
       
means or possessions, in Community Psychology those individ-
 
Community Psychology emphasizes the potential and means of
coping of the population to endure poverty, exclusion, discrimi-
nation, and oppression.
Working with communities in situation of poverty requires an
ethical and political stance on the part of psychologists, who are
committed personally and professionally to liberation process-
exclusión social y psicología comunitaria
317
       -
  -


        

local agents. Thus, the construction of participative, dialogical,
and cooperative processes is essential for work in Community
Psychology by means of community activities.
      

An important analytical-methodological category of the work
in Community Psychology is community activity. Besides being
a constitutive expression of community life, community activity
is an important mediator of work in contexts of poverty, capable
of stimulating individual and collective processes of liberation,
due to its positive contributions to conscientization and to the
strengthening of subjects and communities.
Community activity happens in the community tissue and com-
prises a complex network of collective actions carried out by com-
munity members. Such activity consists of several actions con-
nected by individual and collective meanings established around
the main activity. Community activity has a collective character
that entails a need for interaction between several community
subjects to achieve a common goal. Thus, community activity
comprises an instrumental and communicational network of so-
cial interactions, focused on the autonomy of residents and the
community itself (Góis, 2005, p. 89).
318
Associations of residents, production groups, local celebrations,
neighborhood meetings, religious groups and cults, community
task forces, community forums, neighborhood conversations,
and social support networks created on a daily basis, among oth-
ers, are examples of community elements whose actions consti-
tute community activity. Those actions are capable of both pro-
moting changes to the objective social reality and engendering
processes of subjectivation.
The Activity Theory of Leontiev (2004) states that there is a re-
lationship between human activity and psychological develop-
ment. According to Leontiev, the emergence of labor (human ac-

the development and use of tools and language, enabled the
   -
velopment of consciousness. According to Duarte (2004), in hu-
man activity, as opposed to the activity of other animals, the im-
mediate connection between motive (that which stimulates the
action) and the object of activity (the actions carried out by the
subjects) disappears, being replaced by another, more complex
structure of activity, as well as another, more complex psycholog-
ical structure (p.53), in which the meaning of collective actions
is the mediating element. Therefore, human activity, due to its
symbolic character, its individual and collective meanings, and

of simultaneously transforming both the social environment and
the subjects of the actions.
Leontiev (2004) highlights an indissociable and dialectical rela-
tionship between human activity and consciousness. For him, con-
sciousness is a historical phenomenon created by activities carried
exclusión social y psicología comunitaria
319
out persons to transform reality, mediated by the use of (physical
and symbolic) tools. In this perspective, individual consciousness
can only exist when there is social consciousness. Thus, social in-
teraction and collective life are essential for human development.
This leads to an understanding of individual and social develop-
ment as occurring simultaneously and dialectically.
Vieira and Ximenes (2012) describe a correlation between pro-
cesses of conscientization and ways of participating in commu-
nity activities. For those authors, active and cooperative partici-
pation of subjects in community actions promotes changes to
consciousness and a more critical perspective on reality. It also
increases subjects’ feelings and perceptions that they are capable
of transforming themselves and their surroundings. Such trans-
formations are the basis for the de-ideologization of day-to-day
experience.
Conscientization, or critical consciousness, according to Freire
(1979), implies overcoming the spontaneous domain of appre-
hension of reality, to reach a critical domain in which reality is
given as a knowable object and the person assumes an epistemo-
logical stance (p.15). For this Brazilian educator, conscientization

    -
struction of an equitable and fair model of society that has liber-
ation as its primary goal. It is also important to stress that there
is no conscientization without activity by the subjects, without a

In Community Psychology, conscientization is a method-process
(Montero, 2016) that can de-naturalize reality and foster a critical
320
and historical perspective on social and community phenomena.
It thus requires the development of actions that strengthen com-
munity activity, focusing on social participation, problematizing
dialogue, cooperation, and bonds between residents and the
community. Collectively, such tools allow subjects to strengthen
themselves and their social and individual identities, in addition
to promoting a change in the subjects’ understanding of them-
selves, seeing themselves as capable of changing the course of
their personal and collective history.
Working to strengthen subjects, in a community perspective,
involves contributing to an increase in the processes through
which community members jointly develop individual and col-
lective tools to cope with adverse life situations, to build dreams
and perspectives for the future, and to overcome presentism. Ac-
cording to Montero (2006), this allows subjects to act in a com-
mitted, conscious, and critical way, to achieve a transformation
of their surroundings in consonance with their needs and aspira-
tions, while simultaneously transforming themselves (p.72).
Therefore, community psychologists work for the development
of subjects and communities, resulting in a transformation of
both. For Ximenes and Moura Jr. (2013), community development
has socioeconomic, political, and psychological aspects, which, in a
dialectical perspective, facilitate individual and collective transfor-
mation. Community psychologists who wish to work to strengthen
community activity must have as foundation the dialogical-experi-
ential method to analyze and develop community activities.
The dialogical-experiential method is conceived as the main
tool for interventions with communities in situations of poverty
exclusión social y psicología comunitaria
321
(Moura Jr. et al., 2016). This method is the basis for insertion, inter-
action, and facilitation of work in Community Psychology focused
on the development of community activities (Góis, 2005). In our
view, for de-ideologization to occur, the community psychologist
  
material universe of the community. This can happen only when
the community psychologist has an existential openness to inter-
act with the reality of the community and its members.

values are necessary for work in Community Psychology, such as

and social commitment. These values contribute to form cer-

and community members (Pacheco et al., 2017). To apprehend
the complexity of the community and its facilitation processes,
technicism and hierarchization of knowledge must be avoided.
Another important factor, highlighted by Góis (2005), is lived ex-
perience (vivência) as the main element for insertion in the living
universe of the community and for bonding between external
agents and community subjects.

bonding between the persons involved in that space, with impli-
cations for practices that beyond the cognitive domain (Rebouças
Jr. & Ximenes, 2010, p. 157). Through lived experience, psycholo-
gists may bond with the community and enter it in an authentic
way, stripping themselves of positions of authority common in
academic and professional knowledge (Góis, 2002). This opens
up possibilities for the analysis of community activity through a

322
the dialogical-experiential method prioritizes not only lived ex-
perience, but also the development of dialogical relationships.
According to Freire (1983), dialogue is a moment of communica-
tion and interaction between distinct worldviews. It is a pathway

-
alogue goes beyond mere verbal exchange, consisting in a mech-
anism for the appropriation of reality and for subjects to express
-
ening awareness for both community residents and community

the community’s reality.
From an operational perspective, acknowledging a communi-
ty demands from the psychologist an openness to apprehend its
 
times of the day, and through the development of relationships
with distinct social actors from a dialogical perspective (Góis,
2012). This makes it possible to develop an analytical picture
of how the symbolic universe that constitutes the community

already developed.
This analytical picture is constructed from a microgenetic per-
spective on the dynamics of the community. The analysis focuses
on how actions, interactions, and social and cultural dynamics are
developed historically and on a daily basis, identifying possible
contradictions, potentialities, processes of domination, and prac-
tices of resistance (Rebouças Jr. & Ximenes, 2010). Microgenetic
analysis allows professionals to familiarize themselves with the
exclusión social y psicología comunitaria
323
community and to become facilitators of community activities
      
(Moura Jr. et al., 2014).
In this way, through lived experience and the development of
problematizing dialogue about reality, it is possible to construct
ethical, fair, and welcoming social relationships, as well as to es-
tablish spaces where existing processes of domination may be
questioned. This preference for problematizing dialogue makes
the  an important tool for de-ideologization. According to
   -
ination of static and established ideas about reality and about

forming horizontal and cooperative relationships.
Development of community activities based on dialogue and
experience promotes new ways to learn about reality and the in-
dividuals in it, acting on the Zone of Proximal Development ()
(Vigotski, 2001). The  is located in the interval between the
actual development level and the level of potential development;
that is, between the capacities and abilities already possessed by
an individual and those that may manifest in the future or that
may be expressed in the present through interactions with other
 
that stimulate the development of actions by subjects, taking
into account the actual conditions to perform certain activities,
but also the capacity to perform others, through mediated ac-
tions” (Rebouças Jr., & Ximenes, 2010).
In this context, community activities function as learning spaces
about reality and about the potential capabilities of community
324
members. Community activities can promote conscientization
and mobilization for social change. They can also help to over-
come collective problems faced daily by the community and to
construct new forms of sociability. Interventions that aim to em-
power communities through community activities demand time
and availability of the community psychologists to solidify modes
of interaction based on experience and dialogue. In the following
section, we describe an experience of intervention in Community
-
periential method to strengthen community activity.
   Fórum de Segurança Já  


The Program of Education in Cooperative Cells (Programa de Edu-
cação em Células Cooperativas) is a project created in 1994
in the municipality of Pentecoste, located in Ceará (Brazil), which
aims to improve the education of young residents of the munici-
pality’s rural area. The actions of  are carried out in multiple
rural communities at Cooperative Popular Schools (Escolas Popu-
lares Cooperativas – ’s) of that municipality. At those schools,
young people gather in study groups with the goal of obtaining
approval in the exam for admission to public (state) schools. Ac-
cording to Avendaño (2008), ’s, like self-managed student or-
ganizations, form a working network for basic education, social
control, governance, and economic development (p.29).
In 2003, The Nucleus of Community Psychology (Núcleo de Psico-
logia Comunitária), a teaching, research, and extension
project of the Psychology Department at the Federal University
exclusión social y psicología comunitaria
325
of Ceará, began a collaboration with  to carry out activities
with young persons at Pentecoste, focusing on community de-
velopment (Ximenes et al., 2008). The activities were conducted
using the . Extension students worked daily in the region, in
a process of progressive opening to the experience of the com-
munity dynamics and of developing dialogical relationships with
residents.
This partnership led to the creation of several work groups com-
prising distinct social actors, such as young persons, farmers,
women, children, and community leaders. One of the groups re-
sulted in a community activity called Fórum de Segurança Já. This
activity was organized with residents of the rural communities
of the Valley of the Canindé River (União das Associações do Vale do
Rio Canindé), at the municipality of Pentecostes, between
the years of 2005 and 2006. That forum was a collective action,
the goal of which was decided according to the demands of the
community (Góis, 2005). One of the main problems reported by
the population, which prompted the community activity, was
  
properties. This problem was aggravated by the fact that many
of those animals and machines had been bought with loans from
a public bank. Consequently, the farmers were indebted to the
banks and lacked the means to earn an income.
This issue was reported in one of the meetings that took place
during the work conducted by  and  with the ,
which assembles rural workers and extension students of -
. Frequent discussions about this issue led to the realization
that what was previously thought a strictly individual problem
was actually a collective community issue. Those meetings were
326
spaces that favored problematizing dialogue and modes of so-

were the norm. This stimulated the participation of residents in
the development of a plan to solve the problem, with the Fórum
de Segurança Já as one of the products.
The meetings were structured in four main steps: (a) explora-
tion of the problem; (b) proposal of collective solutions to cope
with the problem; (c) problematization of the political, social,
and economic aspects involved; and (d) implementation of ac-
tions. We stress that the community activities were conducted in
a planned manner, considering the mediational resources neces-
sary for the development of the subjects and their community.
In the stage of exploration of the problem, the participants col-
lected the existing information about: the historical aspect of
the problem; the social, economic, and cultural factors contrib-


stage of proposal of collective solutions to cope with the problem, the
participants discussed the solutions considered viable by the
  
involved and contribute to the process: government members
(mayor, city secretaries, chief of police, police, judges, and other
authorities), non-governmental organizations, local communi-
ty groups, and the residents themselves. In the stage of prob-
lematization of the political, social, and economic aspects involved,
the residents were questioned about the degree to which the
problem was an expression of a larger series of fragilities histor-

in everyday experience.
exclusión social y psicología comunitaria
327
A product of this latter stage was the realization that the city’s
public security policies did not include rural communities, with
security focusing mainly on city government headquarters. Par-
ticipants also concluded that an atmosphere of insecurity was
present among persons who lived in the region. A debate then
began about the need for a greater involvement of the communi-

potential of the region to build of a network of resistance to com-
munity problems. This prompted a reformulation of the solutions
initially proposed, with emphasis on recognizing the importance
of actions to mobilize the community, a fundamental element of
community activity.
In the stage of implementation of actions, the activities focusing
on the mobilization of the residents was named Fórum de Segu-
rança Já: an initiative that emerged from the community and
was organized by its members. This initiative was responsible
for giving greater visibility to the issue of insecurity and for re-
-
ments experienced by older members. The Fórum de Segurança
Já involved multiple actions: mobilization of other residents
from the communities against the lack of security; integration
with the government; a joint meeting with the population and
administrators of public security policies, which became known
as Great Community Forum (Grande Fórum Comunitário); and the
creation of a Town Security Council. An aspect that needs to be
emphasized is that all activities were directed by the residents,
promoting an appropriation of the problem, and repairing com-
munity bonds that were slowly being weakened due to the so-
cial issues of the community.
328
As a strategy to stimulate debate about the problems, resi-
dents created and distributed posters throughout the commu-
nity, conducted small forums in distinct rural communities, vis-
ited schools, contacted community leaders at associations of
residents and farmers in the region, visited homes and public
institutions to mobilize residents and authorities, prepared the
place where the meetings occurred, and selected the points for
debate, according to how relevant they were for the community.
Organizing the Great Community Forum was important for the
residents, not only due to the large number of people involved,
but fundamentally because it was an event that resulted from the
mobilization of the community itself. In the forum, the issues of
insecurity in the rural communities were discussed, and actions
were planned to solve them. Additionally, a decision was reached
to create the Town Security Council, which became a space of par-
ticipation and popular control of public policies.
In sum, we see that a series of community activities became pro-
gressively more complex. This experience shows how communi-
ty activities are organized collectively with a shared goal. This
involves the development of actions that become progressively
more engaging and lead to a greater integration of the commu-
nity (Vieira & Ximenes, 2012). Similarly, a critical understanding
of reality arises due to a deepening awareness, counteracting the
perception of everyday life as static and promoting communi-

2014). It should be emphasized that conscientization occurs be-
cause activity and awareness are in a dialectical relationship.
   -
cused on strengthening community activity, conceived as a me-
exclusión social y psicología comunitaria
329
diator of individual and collective processes of liberation. The
spaces of problematization of experienced reality and the devel-
opment of actions led to the establishment of a critical perspec-
tive of reality, and an active, solidary, and committed posture in
the face of adversities. Those are relevant elements to develop
awareness of the multicausal network involved in the explana-
tion of the problems experienced in the community. In this way,
-
historical context, in which they can be agents of social change.

    
central for the work in Community Psychology. Through the use
of the dialogical-experiential method, the possibility arises of
promoting community activities that lead to processes of consci-
entization, de-ideologization, and community mobilization for
social change. The focus is on the potential and the capacity of
communities for organization, facilitating the unfolding of real-
ities of oppression and re-positioning community members as
historical agents of social changes in the community. Communi-
ty activity is a powerful tool to transform the oppression experi-
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Psicologia Clínico-Comunitária. Banco do Nordeste.
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        
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Contribuições da Psicologia
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res
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exclusión social y psicología comunitaria
333
Comunidad, Exclusión Social y
Dignidad Humana: Apuntes para la
Conversación
Benito Baranda Ferrán

Me gustaría partir contextualizando mi aporte y decir (breve-


el contacto y la proximidad con las personas excluidas es el ca-
-
sión a la liberación. Gracias al trabajo en barrios marginados (las
poblaciones y campamentos) y las experiencias (en mis primeros
años de universidad) del voluntariado en el hospital psiquiátrico
El Peral de Santiago, se acumularon nuevas imágenes de la reali-

y formación; acompañándose (en aquellos años) con lecturas de
Franco Basaglia, Paulo Freire, Loren Mosher y Martín Baró. El pri-

-
cia verdadera sin compromiso de transformación, ni compromiso
  usualizar y

trabajara por la liberación de los pueblos latinoamericanos”.
334
Más tarde, las lecturas desde la sociología y economía, me abrie-
ron hacia una mirada con mayor carga socio-cultural y económi-
ca, indicando las otras llagas de la marginalidad y el desprecio:
Castel, Bourdieu y Max Neef con su Economía a Escala Humana
(ser – hacer – estar – tener), irrumpieron en mi vida indicándome
otras dimensiones de la exclusión social construidas en medio de
complejos, opresivos e injustos procesos históricos y políticos. Así
mismo, entre otros (Martin Nowak y Humberto Maturana) me
develaron con mayor profundidad la necesidad del otro y las raí-

arquitecto jefe de la evolución es la cooperación. Sin embargo,
esto se da en una constante bi-tensión psicosocial donde la digni-
dad humana se ve amenazada; esta se juega entre la seguridad
   

Fue así como terminé derivando en un trabajo comunitario

la Psicología Comunitaria a la superación de la exclusión social y
de la pobreza. Desde esa mínima experiencia, y siendo tributario
de otras innumerables personas (en especial las más excluidas y
despreciadas con las que me ha tocado convivir) me aventuro a

Transformar la realidad social de injusticia desde y con
el protagonismo de las personas y comunidades exclui-
das. Nociones claves para ello son: conciencia, poder,
bienestar, justicia y dignidad humana;
Generar un cuerpo único, excepcional, de teoría-prácti-
ca, nutrido permanentemente por la realidad;
Construir una interdependencia (comunidad-socie-
exclusión social y psicología comunitaria
335

la salud psíquica y social.
  -
dad a la superación de la pobreza y exclusión? Si efectivamente
la pobreza es una privación de libertad, una denegación de de-
rechos, una usurpación de la dignidad, esto se puede revertir
inicialmente desde dónde se incuba, por lo que en estos apuntes
solo me referiré a la construcción o destrucción de esta centrán-
dola en nosotras/os mismas/os.
El proceso es provocado en la psiquis humana por las imágenes
y miradas que tenemos de quienes están excluidos, esta condi-
ciona nuestro vínculo y modela nuestras prácticas. Permítanme,


Es necesario preguntarse cómo vemos a las personas más exclui-
das y desde dónde se realiza mi actividad profesional en ese con-
texto. En este sentido, para trabajar por la dignidad humana es
fundamental: el reconocimiento de la excepcionalidad de cada
ser humano (Lévinas, 1977; Honneth, 2006); la construcción de

identidades sociales; y revitalizar la experiencia y el conocimien-
to de las personas y realidades diferentes para transformar la mi-
rada.
Por ejemplo, Bauman (2005) nos recordaba la existencia en la
       
-
336
-
cohólicos (Chile).
En el caso de Chile, el Informe Desiguales del  (2017) nos re-
porta que los sentimientos de injusticia prevalecen en la relación



-
lar que el cómo nos miramos es condicionado por el dónde y cómo
vivimos. Con la alta segregación residencial que existe en Chile,
y que implica concentración, homogeneidad y afecta el prestigio
(o estigma) de las personas, se suman malos tratos por el lugar en

La mirada, contaminada por estas imágenes, nos conduce con
-

el desamparado que, al menos en apariencia, no puede devolver
nada bueno a cambio” (p.14)
Esta mirada hacia quienes experimentan la exclusión social nos
habla de un fenómeno multidimensional, ya que no se limita solo
a la falta de ingresos económicos, sino que suma dimensiones so-
cio-biológicas, socio-culturales, socio-políticas y psicológicas. A
su vez, indica que, más que una condición/estado, la exclusión y
pobreza corresponde a un proceso, donde las personas no están
determinadas por siempre, sino que su situación puede cambiar;
dejan de ser víctimas pasivas para pasar a ser protagonistas ac-
tivas/os de dicho cambio. Por lo tanto, la pobreza y exclusión co-
rresponde a un problema societal (y de relaciones sociales) por lo
exclusión social y psicología comunitaria
337
que su superación pasa por un cambio en la naturaleza de las re-


Hay que preguntarse cómo nos involucramos en medio de la ex-
clusión social, qué estilos prevalecen en las relaciones profesio-
nales que construimos, en las metodologías y programas que
implementamos (¿son infantilizantes, dependientes, autorrefe-
rentes, crecedoras, omnipotentes, piramidales, horizontales, et-

personas tienden a tejer sus imágenes del mundo con el hilo de
su experiencia”.
En las acciones públicas y privadas en medio de la pobreza y
exclusión, se pueden establecer relaciones dignas, igualitarias
y decentes, pero también es posible que prevalezca lo contra-
rio, es decir, un vínculo indigno, desigual y humillante (Marga-
lit, 1997). Si entendemos que la calidad de las acciones afecta
(en medio de la exclusión social) a personas y comunidades, y
que además, producto de ella tienden a debilitarse los víncu-
los a nivel personal/familiar, comunitario/barrial y económico/
laboral, no queda otra opción que la de trabajar por reconstruir
(recomponer) la vida comunitaria, permitir a las personas salir
del encierro y alienación.
¿Cómo permitir un mayor control de las personas y comunida-
des sobre su existencia?, ¿cómo transitar de un locus de control
externo a uno interno en medio de acciones que hacen más de-
pendientes a las personas y las limitan en su desarrollo?
338
Una mirada de dignidad inevitablemente condicionará una re-
lación de igualdad, para la cual hay que trabajar intensamente
un proceso de abajamiento (García, 2008). Campo propio de la
-
sonas excluidas socialmente.

La consecuencia natural de llevar adelante una mirada de digni-
dad y un trato igualitario, será una manera justa de proceder, es
decir, aquella que entregue protagonismo a las personas y comu-
nidades excluidas, y que sea capaz de gatillar nuevos niveles de
interdependencia para la conformación de una comunidad que
se construye desde la equidad. Esto es también fruto de la ex-
celencia profesional, es en ese espacio donde pueden incubarse
nuevas estrategias que amplíen las libertades de las personas y
desencadenen procesos colectivos de transformación de la rea-
lidad.
¿Nos interesa y valorizamos la participación?, ¿qué nos despier-
ta?, ¿estamos preparadas/os y tenemos habilidades para reali-
zarla?, ¿qué puesto le damos en nuestras prácticas?, ¿están como
protagonistas efectivos quienes hoy han sido excluidas/os y expe-
rimentan a diario la pobreza?
Una manera de abrir el espacio para prácticas de justicia, es
decir, para que la construcción de estrategias, metodologías,
        
exclusión social y pobreza) partan desde la participación de las
mismas personas que son afectadas por ella, es, inicialmente, la

exclusión social y psicología comunitaria
339
de ello en Voces de la Pobreza (Fundación Superación de la Pobre-

sobre los diálogos ciudadanos en comisiones convocadas por el
Estado (Aguilera, 2009).
La innovación por parte de las organizaciones comunitarias,
los movimientos de base, las organizaciones de la sociedad civil,
etcétera, especialmente ante la ausencia del Estado o la pasivi-
dad de los entes públicos, es una acción urgente y necesaria que
moviliza las voluntades y despierta procesos comunitarios que
 
las personas y comunidades más marginadas. ¿Qué hacemos no-
sotras/os allí con nuestros conocimientos y experiencias desde la
Psicología Comunitaria?
Miradas, relaciones y prácticas, una triada que, encaminada
desde el reconocimiento de la dignidad humana, puede dar ma-
yor coherencia a la Psicología Comunitaria y amarrar la consisten-
cia de la teoría con la acción, del desempeño profesional con los
enunciados más potentes de ella, para que retroceda la exclusión
social y crezca la inclusión liberadora.
340
Aguilera, C. (2009). Un análisis de las comisiones asesoras presidenciales del gobierno
de Michelle Bachelet. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.
Bauman, Z. (2005). Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias. Editorial Pai-
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Fundación Superación de la Pobreza. (2010). -
presentaciones y sentir de personas en situación de pobreza a lo largo de Chile.
Fundación Superación de la Pobreza
García, J. (2008). Globalización y solidaridad. Manuscrito. Universidad de Va-
lencia
Honneth, A. (2006). El reconocimiento como ideología. Isegoría, (35), 129-150.
-
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Referencias
exclusión social y psicología comunitaria
341

Formación Profesional, Ética
y Psicología Comunitaria
344
La formación en psicología es un asunto de gran interés
para quienes trabajamos en la disciplina y desde hace
décadas, existen interrogantes que interpelan a las/os
formadoras/os en su tarea. Qué se enseña, para qué y cómo,
constituyen aspectos permanentemente revisados en las
discusiones que se desarrollan al interior de la disciplina,
sobre todo, cuando la educación superior se ve permeada por
lógicas de mercado, que tensionan las prácticas académicas
en los distintos campos de la psicología.
Para la Psicología Comunitaria, el impacto del modelo
neoliberal se ha centrado en la generación de intervenciones
de corte positivista/cuantitativo, que propenden al status
quo a través de la promoción de reformas menores que
fortalecen el individualismo y la competitividad. Es
precisamente, en este último punto que el texto de Leonor
Cantera resulta relevante, en tanto se propone trabajar, de
   
la formación en Psicología Comunitaria presenta y que se
relacionan con sensibilidades que es necesario reinstalar
en el contexto actual. Por un lado, menciona el género y por
otro, el auto-cuidado. Dos, si se quiere, ausencias derivadas
de un individualismo y competitividad llevadas al extremo
y que impactan los modos en que se construyen relaciones
al interior de una comunidad. Leonor Cantera, en este
sentido, toma posición y se preocupa por advertir que no
Presentación

formación profesional, ética y psicología comunitaria
345
es posible enseñar desde cualquier lugar en la disciplina,
porque no todo vale. En tiempos donde las injusticias
y opresiones se perpetúan y profundizan, quienes nos
desempeñamos como psicólogas/os comunitarias/os
tenemos la responsabilidad de abandonar la neutralidad y
preguntarnos qué conocimientos produzco, cómo lo hago y

enfrentamos al desafío de formar a otras/os en este marco,
la responsabilidad aumenta y nos devuelve la pregunta de
qué enseñamos y cómo. Allí el asunto de las denominadas
competencias se vuelve controversial, sobre todo, cuando se
trata de formar en valores, aptitudes, actitudes, relaciones
con el otro y emociones. Para Cantera, esta dimensión está
ausente en la formación y eso es un problema relevante,
pues existiría el supuesto de que quienes se forman en el
ámbito académico, están por sobre el bien y el mal, lo que
sabemos, ocasiona múltiples riesgos en distintos planos.
Por otro lado, la ausencia del género en los programas
formativos, es otro asunto que preocupa a la autora,
quien señala que perpetuar esta omisión, reproduce
desigualdades e injusticias, proponiendo que para la
formación en Psicología Comunitaria, la ética del cuidado,
 
implicaciones que tiene en la vida de quienes trabajan
        

De manera complementaria a lo propuesto por Leonor
Cantera, el texto de Alipio Sánchez resulta relevante, pues
ofrece, justamente, un conjunto de valores y prácticas

346
como parte de su propuesta de ética psicológica de
orientación social (), que sin lugar a dudas, constituye
una herramienta de gran ayuda a quienes se forman en
Psicología Comunitaria y se preparan para hacerse parte
        
sobre la necesidad de disponer de opciones que se asienten
en procesos colectivos y respeten la singularidad de cada
sujeto. Es decir, ante el llamado de Leonor Cantera, de

Alipio Sánchez entrega un programa formativo detallado,
indicando qué valores es posible introducir en la práctica
de quienes se desarrollan profesionalmente en el campo de
la intervención psicosocial, y que se encuentran referidos
a cualidades esperables para la comunidad, dentro de los
que destacan: la autonomía colectiva, la solidaridad, el
empoderamiento, el desarrollo humano, la justicia social.


y, por el otro, con las opciones sociales. Allí está la tarea
fundamental de quienes participamos de procesos de
intervención psicosocial en el contexto actual.
Finalmente, nos encontramos con un texto que, a
diferencia de sus predecesores, se dispone a mostrar en
términos concretos un caso donde se desarrollan apuestas
formativas que destacan por su pertinencia cultural y
contextual, en una región de Chile que concentra problemas
de gran complejidad, donde los abordajes integrales
que surgen desde el enfoque comunitario han cobrado
legitimidad y fuerza. Si bien el texto de Alba Zambrano y
Daniel Henríquez aborda de manera particular la formación
formación profesional, ética y psicología comunitaria
347
en Psicología Comunitaria que desarrolla una universidad
regional, es de todos modos, un ejercicio que permite
conectar, desde múltiples asuntos, lo local con lo global,
pues se trata de mostrar una trayectoria que está sujeta a
condicionantes de contexto, que facilitan la emergencia
de programas formativos, pero que a ratos, se desarrollan
constreñidos por demandas de mayor productividad y

        
trayectoria de la disciplina en Chile y América Latina.
348
Perspectiva de Género y (Auto)
Cuidado: Dos Pilares en el
Proceso de Formación y Actividad
Profesional
Leonor María Cantera Espinosa
Desde los comienzos de la Psicología Comunitaria, ella se
ha enfrentado a la reflexión continua de su inicio, esencia
y quehacer. Ha debatido, incluso, el cómo llamársele, identifi-
carla y entenderla: si como una Psicología Social Comunitaria,
Psicología Aplicada o una Psicología Comunitaria, a secas; o si
era todo eso y más. Ha estudiado, analizado y reflexionado de
la mano de autoras/es, como Maritza Montero, Irma Serrano,
Alipio Sánchez, Donata Francescato, Ignacio Martín-Baró, Or-
lando Fals Borda, entre otras y otros; sobre su misión, sobre las
líneas que la delimitan, sobre los conceptos que la abanderan,
etc.
En los debates contraídos a lo largo del tiempo, hemos dialoga-

consensuado, sobre la importancia y relevancia de, por ejemplo:
el sentido de comunidad, las relaciones de poder, la ética en nues-

formación profesional, ética y psicología comunitaria
349
tro quehacer, la importancia del empoderamiento, la evaluación
social como metodología de utilidad, etc.
En el ejercicio de pensar y re-pensar el qué, por qué, para qué y
el cómo hacer de la Psicología Comunitaria, hemos hablado de:
nuevas formas de comunidades, cambios políticos, sociales y eco-
nómicos que como ráfaga llevan a situarnos y posicionarnos en la
pregunta y ante esto qué ha de decir la Psicología Comunitaria.
Hemos ido siendo testigo de cómo la Psicología Comunitaria ha
ido dejándose ver y proyectando su relevancia a la hora de enten-
der y actuar a nivel social. No obstante, hay dos ejes que desde mi

han sido incorporadas en la formación para el ejercicio investi-
gativo y profesional de quien aspira a practicar la Psicología Co-
munitaria. Dos ejes relevantes porque sin ellos incorporados en
nuestro curriculum de formación e investigativo, estaríamos has-
ta cierta forma, traicionando nuestro comienzo como disciplina.
Son: la parte que tiene que ver con el cuidado y auto-cuidado de
quienes ejercen la profesión o investigan. Y, la relevancia de in-
cluir en el curriculum la perspectiva de género. Sobre ello se centra
las siguientes líneas.
Para finales de los años ‘80 y principio de la década de los
‘90 el periódico Claridad (prensa de Puerto Rico) tenía un se-
manario llamado En Rojo. En él se publicaron ensayos que al-
canzaron gran éxito entre sus lectoras y lectores. Debido a ese
éxito, la reconocida escritora puertorriqueña Ana Lydia Vega,
los recogió en formato editorial. Entre los ensayos recogidos
   
Correo de San Valentín”.
350
Durante mi formación como psicóloga comunitaria, llegó a mis
-
do, sobre las relaciones de poder entre hombres y mujeres; aún en
    
militantes e igualitarios en contra de la sumisión, subordinación y
desigualdad. El texto trata de una mujer que escribe a la Gurúa un
14 de febrero de 1984, le habla sobre su marido (un estudiante de
derecho y vicepresidente de la juventud ultrarrevolucionaria Bori-
cua) y su relación con él. Relación de la que se desprende, dentro de
y amparado por un discurso revolucionario e igualitario, la vivencia
de desigualdad y sumisión de la protagonista.
La Gurúa le responde y la llama como ella misma se ha autode-
nominado, la Sufrida Desdémona, haciendo, quizás, honores a la

los ojos” y darse cuenta del doble discurso y el alejamiento de las
acciones en relación con los discursos, que mantenía el compa-
ñero de ella, la protagonista. Un año después, vuelve a escribirle
nuestra protagonista a la Gurúa, pero esta vez se despide como
Carmen (exDesdémona) la Gitana.
Ese ensayo me hizo pensar sobre qué faltaba en el espacio acadé-

hoy día, no se tiene como necesario que la asignatura de género
forme parte del curriculum; por qué se da como algo obvio y con-
templado, cuando no es verdad. A nivel investigativo y de los textos
que muchas veces se derivan de ello, solo hace falta ver el índice
para observar la ausencia de los ejes que ocupan este escrito.
Cada vez más los países a nivel internacional resaltan la impor-
tancia de incorporar la perspectiva de género de manera trans-
formación profesional, ética y psicología comunitaria
351
versal en las diferentes estructuras sociales. La academia no es
la excepción a este reclamo presente (sobre todo a partir de 1995
en el encuentro de Beijín) en las agendas internacionales a ni-
vel, ya no solo político y/o político-partidista, sino que también
a nivel social.
Alrededor del tiempo en que tuvo lugar la 7ª Conferencia In-
ternacional de Psicología Comunitaria, en Chile las Universida-
des fueron tomadas por (mayoritariamente) grupos de mujeres
que reclamaban un trato diferente hacia las mujeres. Ha pasado
aproximadamente un año y vuelven las universidades chilenas a
estar en reclamación de una mayor igualdad, logrando llevar su
sentir más allá de las fronteras, gracias a internet y otros medios.
Con ello, lograron y logran hacer visible una carencia en las comu-
nidades académicas en torno al género y a la igualdad entre los
seres humanos.
Por otro lado, en revisión del proceso de formación implemen-
tado en nuestros curriculum de enseñanza, se hace necesario de-
tener la mirada a qué hacemos en cuanto a la ética del cuidado; no
solo con los sujetos de nuestras investigaciones; sino en primera
persona. ¿Qué hacemos y enseñamos a hacer a quienes se forman
para cuidarnos y cuidarse al trabajar con temas que representan
en todo momento problemáticas sociales y por ello con una gran
carga emocional?
La idea, en este espacio, es invitar a pensar conjuntamente y
conversar con quien lee, sobre estos dos aspectos como pilares en
el proceso de una formación que nos prepara para ejercer en la
academia y/o en la práctica profesional comunitaria.
352
Nos encontramos en un momento histórico donde una gran
    
prácticas sutiles y no tan sutiles de una invitación constante o una
-
-
tencias. En pleno siglo , muchos países luchan contra una in-
volución en derechos humanos. La Psicología Comunitaria, como
señalaba Martín-Baró, ha de poder seguir señalando las realida-
des injustas y oprimentes. Ha de mostrar indignación ante las
mismas, porque no todo vale. Ha de continuar con el compromiso
de aspirar a cambiarlas y a no cansarse en la búsqueda y compro-
miso de proyectar líneas de acción que contribuyan a erradicar
esas realidades injustas y oprimentes.
Debemos de seguir siendo conscientes de que las disciplinas
y las acciones no son neutras. Que como profesionales tenemos
una gran responsabilidad y deber de preguntarnos constante-
mente qué conocimientos contribuyo a producir y a traducir en
acciones. Porque todo lo anterior, ayudará a saber a cuáles intere-
ses estoy sirviendo y, por ende, cuáles son las formas de relaciones
sociales a las que contribuyo a reforzar o no. No podemos olvidar,
que nuestro quehacer investigativo y profesional no solo tiene y
tendrá unas consecuencias políticas; sino que es político. Respon-
sabilidad a la que alude Tomás Ibañez al hablarnos del término
enlightenment

como objetiva y neutra, y ello conlleva: racionalidad, objetividad,
distancia emocional y neutralidad. Niega y rechaza todo aquello,
-
cano, próximo, político y social. Esto tiene unas consecuencias ne-
formación profesional, ética y psicología comunitaria
353
fastas en quien trabaja, sobre todo, con problemáticas sociales,
porque cómo trabajar con lo social sin reconocer una sabiduría
popular y partir del reconocimiento y respeto del otro o la otra.
Jorquera (2003) en la reseña del libro de Tomás Ibáñez, Muni-
ciones para disidentes. Realidad-Verdad-Política   
ingenua creencia en la objetividad constituye un dispositivo au-
toritario que dice a las personas la verdad de su ser sin dejar otra
salida que no sea la del acatamiento” (p. 424).
         
Son bien sencillas. La adhesión al mito de la objetividad coloca
al psicólogo en el papel de simple cronista de la realidad desvin-
culándolo de toda responsabilidad y de todo compromiso. No es
él o ella quien construye versiones acerca de la realidad psicoló-
gica, sino que es la ciencia psicológica la que habla por su boca y,
-
nitiva, la propia realidad la que habla directamente por su boca.
La ingenua adhesión al mito de la objetividad produce, de esta
forma, tremendos efectos de poder sobre las personas. El discurso
del psicólogo tan solo puede ser cuestionado si se demuestra que
ha infringido la regla de la objetividad, porque si no lo ha hecho,
entonces dudar de su palabra sería tan absurdo como dudar de la

A pesar de saber lo que implica adoptar la creencia de la ob-
jetividad y señalar que la ciencia no es neutral y objetiva, en la
práctica, muchas veces, nos seguimos escudando en ello, según

-
ticia, has elegido el lado del opresor”.
354
Sigamos con el curriculum de la Psicología Comunitaria. La
academia, con todos los cambios de leyes en relación a la ense-
ñanza, habla de la necesidad de enseñar teniendo en conside-
ración que el alumnado alcance unas competencias. Entendién-

estudiantado será capaz de responder a demandas complejas
y llevar a cabo tareas diversas de forma adecuada. Tres serán
 
a la formación teórica. El segundo, a los instrumentos de estu-
dio, técnicas de acción, etcétera; y el tercero (desde mi punto de
vista, la gran -competencia- olvidada) hace alusión a: valores,
aptitudes y actitudes, convivencia con las/os demás y al manejo
de las emociones. No obstante, ante esta última competencia,
las herramientas y el conocimiento para que el estudiantado
lo obtenga y/o lo consolide no está presente. Se espera que el
estudiantado lo traiga o bien del hogar o bien de la enseñan-
za en la escuela primaria y secundaria; es decir, que ya las haya
obtenido. Cuestión que contradice el hecho contemplado en las
mismas competencias, el carácter de cambio según se avanza
en la formación. Incluso en la formación como la de en psicolo-
gía clínica, donde se presupone el tratar con el dolor humano,
no hay una; ni siquiera una asignatura que enseñe y ayude al
estudiantado a aprender a sostenerse en primera persona, al
tiempo que se sostiene a las/os demás.
Es como si las personas que pasaran por la academia estuvieran
inmunes, por encima del bien y del mal; así como con la distancia
-
tivo y práctico de manera objetiva (incluso y desde el tema-situa-
ción de problemática del cual ocuparse).
formación profesional, ética y psicología comunitaria
355
Si, por otro lado, enfocamos nuestras miradas en el constructo
género, el sistema social que sostiene la construcción y diferen-
ciación del mismo, se ocupa de que se levanten todos los miedos,
     
las/os que entienden que, como en las investigaciones se recoge
lo que piensan las mujeres y los hombres, ya se tiene contempla-
do la perspectiva de género; quienes piensan y actúan en defensa
de los hombres porque lo viven como un ataque de las mujeres
hacia los hombres; quienes siguen pensando que eso es cosa de
          
moda. Así como otras posibilidades. La pregunta es: ¿dónde se
posiciona la Psicología Comunitaria?
En palabras de Botello Hermosa (2012), la perspectiva de género es:

Nos sitúa en determinados ángulos de observación, de contraste
y valoraciones; conducentes al diagnóstico de cada realidad den-
tro de unas coordenadas que no prescinden de las características
que aportan las dinámicas de relación entre hombres y mujeres
(p. 27).
Hablar y tener presente el constructo género, y lo que implica
investigar y actuar desde la perspectiva de género, no es lo mis-
mo que sexo, sino que se trata de un constructo de diferenciación
que cada sociedad adjudica a mujeres y hombres. Hablamos de
algo que se construye de manera social y no biológica, por tanto,
es una categoría relacional y social.
Cuando hablamos de género, no hablamos de asuntos que ata-
ñen solamente a las mujeres, ni se ha de tratar como beneplácito
356
hacia ellas. Estamos hablando de cómo se instala y se mantiene
a lo largo del tiempo las desigualdades. La ciencia, también con-
tribuye a ello.
A propósito, Harding en 1986 postuló:
Los procesos de producción del conocimiento se han basado his-
tóricamente en la ausencia de la visión, saberes e intereses de las
mujeres. Este sesgo produce una ciencia androcéntrica, que toma
las explicaciones y los modelos masculinos como referentes uni-
versales. La ciencia, como otras actividades sociales, no está libre
de intereses, prejuicios, relaciones de poder, estereotipos y su-
puestos ocultos. El principal sesgo androcéntrico es asumir que la
igualdad de género rige tanto en el mundo social como en el mun-

ve afectada por estos sesgos, deviniendo una mala ciencia (Citado
en Ponferrada, 2017, p.8).
Al igual que Ponferrada, estoy convencida que la inclusión de la
perspectiva de género en la academia, es una herramienta más
para la superación de desigualdades. Sobre todo en una sociedad
y en un mundo donde cada vez más el mito de la igualdad sale en
defensa de la no necesidad de incorporar la perspectiva de géne-
ro en la enseñanza.
         
es donde el discurso feminista propone llegar. No obstante, ese
discurso cohabita con la presentación social de la igualdad como
punto de partida. Es decir, todas/os somos iguales, lo dice la Cons-
titución, pero en la práctica esa no es la realidad vivida, al igual
que le pasaba a la protagonista de la Gurúa Talía. Hay un discurso
formación profesional, ética y psicología comunitaria
357
hegemónico que determina cómo y hacia dónde mirar para ver
la igualdad, pero se ha de analizar porqué, bajo el discurso de la
igualdad, se está construyendo la vivencia de la desigualdad. La
academia: ¿desea seguir contribuyendo con ello?
Al respecto, la Comisión Europea (2011), a partir de su Dirección
General de Investigación, nos presenta lo que denomina como el
ciclo de investigación sensible al género. Proponen para cada fase de
investigación las formas en cómo contemplar la perspectiva de
género, y critican el que todavía no se tenga en cuenta en la aca-

En medicina abundan los ejemplos: desde los ensayos clínicos

sobre los efectos de los fármacos en mujeres, hasta el no reconoci-
miento de los síntomas diferentes de las dolencias cardíacas, y el
incremento consecuente de diagnósticos erróneos en mujeres. La
ciencia, como cualquier otro campo de la actividad humana, no
está libre de los condicionantes culturales y sociales de su tiempo:
los estereotipos de género y la menor valoración social de que son
objeto las mujeres se trasladan a menudo a una consideración es-
 
social o de orden biológico, en la investigación. (Comisión Euro-
pea, 2011, p.1)
Es relevante el trabajar y no descuidar el cómo nuestras prácti-
cas profesionales y también las académicas contribuyen a la des-
igualdad, a poner en riesgo a una parte de la población, incluso en
términos de salud. Y esto pasa desde cómo construimos aquello
que será investigado, hasta la forma en que analizamos los datos
de una investigación, o una evaluación realizada en comunidad.
358
La Psicología Comunitaria, a través de su curriculum, ha de
incluir la perspectiva de género, contribuyendo con las herra-
mientas teóricas y metodológicas para la consideración y forta-
lecimiento de una mirada que devele las causas y mecanismos
sociales y culturales que sustentan la desigualdad de género; vi-
sibilizando las interseccionalidades que ocultan las diferencias y
desigualdades construidas y mantenidas en el tiempo, así como

2013; Crenshaw, 1989, 1994).
Por otro lado, todo trabajo comunitario, ya sea académico o
profesional, no puede desprenderse de la ética del cuidado. La
Psicología Comunitaria se preocupa por las problemáticas socia-
les, y al hacerlo, se encuentra con desafíos en un contexto que no
la dejan indiferente. Ese contexto suele invisibilizar, normalizar,

a día. Un contexto que suele individualizar, endemoniar y pato-
logizar todo aquello que cuestione lo hegemónico, colocando las
problemáticas sociales en lo individual, reforzando lo anterior
con barreras epistemológicas y de intervención. El desafío está en
visibilizar lo invisible, nombrar lo que no se nombra, e ir más allá
de la burocratización de la intervención social.
El investigar y/o trabajar directamente con problemáticas socia-
les precisa de (auto) cuidado, el que (a nivel de formación acadé-
 
de las emociones que permiten de manera activa y consciente el
cuidado en primera persona al tiempo que se interviene con el
objetivo de promover el bienestar personal y colectivo” (Cantera
y Cantera, 2014, p.89). Y que (a nivel profesional) ha de estar pre-
sente en el compromiso y responsabilidad de asegurar espacios
formación profesional, ética y psicología comunitaria
359
que permitan ese cuidado, por las implicaciones que tiene en la
-
rán, contribuirán, trabajarán y/o formarán parte de la práctica co-
munitaria (Estévez i Julià y Cantera, 2017; Gomà-Rodríguez et al.,
2018; Pérez-Tarrés et al., 2016)
Englobando todo lo previamente señalado, entiendo que es im-
posible pretender transformar una realidad oprimente, desigual,
si no tomo consciencia de cómo mi quehacer investigativo o pro-
fesional puede contribuir a mantener y/o a no cuestionar aquello
en lo que pretendo incidir. Y, es imposible no tener en cuenta la
perspectiva de género, si estoy en un contexto androcéntrico y
patriarcal; favorecedor y sustentador de desigualdades sociales
entre mujeres y hombres. Es imposible facilitar procesos de cam-
bios, si no tengo en consideración la interseccionalidad, el cuida-
do y auto-cuidado.
Con este escrito no he pretendido negar todas las contribucio-

aquello que quizás creemos que tenemos, pero que la vivencia
nos dice lo contrario.
Como señaló Gloria Steinem, el problema que más tenemos

analizar, etcétera. para saber dónde producir e insertar el cambio.
Detengámonos y pensemos.
360
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  Manual. El género en la
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362
La Ética Psicosocial como
Promoción de las Opciones Vitales
Alipio Sánchez Vidal

En el marco de un diálogo sobre la formación de la/el psicóloga/o
        
los aspectos éticos, con frecuencia postergados (o groseramente
   
que el campo comunitario (psicosocial en general) suele consi-
derar núcleo esencial, por no decir único, de la formación de sus
profesionales. No se trata, ni mucho menos, de desdeñar el papel
de los aspectos técnicos, sino de añadir aquéllos más claramente
valorativos con los que los procedimientos técnicos y las estrate-
gias conviven (e interactúan) en la acción psicosocial.

Aclaro, de entrada y para entendernos, el vocabulario. Como in-
tegración de lo social y lo psicológico (o intermediación entre
uno y otro) la acción psicosocial abarcaría tanto la acción social con
consecuencias psicológicas relevantes, como aquélla centrada en
-
cados y valores humanos, etcétera) o la que usa la agencia o la

formación profesional, ética y psicología comunitaria
363
subjetividad personal como motor del cambio social. La Psicolo-
gía Comunitaria puede ser incluida en la última categoría, siendo
así considerada una forma particular de acción psicosocial. Por
otro lado, visto que mientras la acción psicosocial es éticamen-
te amorfa (carece de valores y orientaciones morales propios), la

-
ra, hablando de ética psicosocial () en general, para referirme
a los temas y valores éticos de una psicología de orientación so-
cial que en realidad corresponde a la Psicología Comunitaria. La
licencia tiene sentido porque, aunque el contenido de esa ética
psicosocial corresponde a la Psicología Comunitaria, su ámbito y
los temas planteados son comunes a las distintas variantes de la
acción (o la intervención, si la miramos desde arriba y asignamos
un papel relevante al profesional externo) psicosocial.
: ¿cuál es la relevan-
cia de los aspectos éticos y valorativos en el ejercicio profesional
de la/el psicóloga/o de lo social? La acción psicosocial conjuga
tres componentes: la técnica, que se ocupa de diseñar y realizar
racionalmente unas acciones destinadas a alcanzar resultados
esperados; la estrategia para hacer realidad el diseño técnico
teniendo en cuenta las características y condiciones sociales
concretas de la comunidad y los medios que disponemos; y los
valores que orientan la actuación y el comportamiento del profe-
sional a partir de criterios de valor moral y político. Así, al selec-
cionar los objetivos de una acción, al realizarla (y al evaluarla) no
solo utiliza criterios técnicos o estratégicos (tasas o indicadores
de problemática, grado de movilización social, etcétera) sino,
también, las prioridades morales (aquello que la comunidad y
la/el psicóloga/o consideran valioso) y criterios políticos (como
364
las prioridades de empoderamiento en función de las desigual-
dades presentes).

La ética cobra relevancia al plantear tres preguntas esenciales
que la/el psicóloga/o de lo social debe responder en general y, es-

Para qué utilizamos los conocimientos y habilidades
técnicas que la sociedad (y la buena disposición de la
comunidad) ponen a nuestro alcance. Es la pregunta
por los objetivos
(de cada área de trabajo y en cada tipo de acción), en
cuya persecución concentramos las energías persona-
les y la pericia socialmente adquirida. La respuesta vie-
ne en gran parte dada por los valores que prioricemos
(igualdad, autonomía, vinculación, empoderamiento,
etcétera) en vista de los problemas y recursos y de las
condiciones del entorno.
Para quién trabajamos, es decir, al servicio de qué gru-
pos o intereses ponemos nuestras energías y capacida-
des. Es la cuestión del destinatario (quién es y con qué
criterios lo seleccionamos) de una acción que enten-
demos intencional (va dirigida a algo o a alguien), des-
cartando dejar, como en la práctica profesional liberal,
 
para quién puede pagarlo sea o no justo).
Cómo debe actuar el profesional en un doble sentido, es
decir, qué evitar (no hacer) y qué hacer ante los dile-

formación profesional, ética y psicología comunitaria
365
la práctica. Aunque esta utilidad sea la más apreciada
por las/os practicantes, debe quedar claro que la ética
tiene en ella un papel más orientativo
corrección del comportamiento profesional depende
tanto de los valores pertinentes para los retos plan-
teados (fomentar la autonomía, favorecer la equidad,
liberar de condiciones opresivas, etcétera) como de las
técnicas y estrategia usadas (diseño de un programa,
evaluación de necesidades, etcétera). La bondad del
comportamiento profesional es, de otro modo, dual:
técnica y moral.
Es preciso, además, recordar que la ética no es un artefacto o téc-

de herramientas”) y devolverla después. Aunque tenga una di-
mensión utilitaria no deja de ser una fabricación humana: un con-
junto de valores y criterios forjados en el trabajo cotidiano que,
aunque facilita la toma de decisiones del profesional, no la evitan
o sustituyen, y que deben ser renovados y perfeccionados por la
puesta en común (o en discusión contrastada) desde la experien-
cia cotidiana. Así entendida, la ética es esencial para el ejercicio
profesional por contribuir decisivamente a:
Vertebrar el rol profesional, que no está solo formado
por funciones técnicas (evaluador/a, facilitador/a de
     
programas, etcétera) sino, también, por conceptos ge-
néricos (justicia, solidaridad, autonomía, etcétera) de
lo que el conjunto de psicólogas/os (u otros profesio-
nales) considera bueno y valioso en un área de acción
dada.
366
Sostener la autoestima profesional en la medida que la/
el practicante actúa moral (pero también técnicamen-
te) bien, y la reputación social de las/os psicólogas/os,
dado que la función profesional es cada vez más impor-
tante en nuestro mundo.
El desarrollo socio-profesional del practicante forjado en
el proceso de asumir la propia responsabilidad per-

aclarar los de la comunidad) y auto-atribuirse parte de
      
que, en el marco de una relación colaborativa, el de-
sarrollo humano de los demás sea compatible (y con-
gruente) con el de la/el propia/o psicóloga/o (lo que di-
fícilmente ocurrirá en un marco relacional antagonista

Por eso el desprecio o minusvaloración de la ética dañará la ac-
tuación de la/el psicóloga/o al generar (sobre todo en los ámbi-
tos más sociales) anomia práctica (carencia de orientaciones para
enfrentarse a los problemas morales y de rol), sentimientos de
desamparo moral (que cualquier supervisor/a avispado/a nota en
los/as estudiantes en prácticas) y, a la larga, una auto-responsa-
bilización excesiva y dañina (la/el psicóloga/o se culpa personal-
mente de fracasos atribuibles a la falta de pericia técnica, medios
estratégicos o criterios morales de actuación) que pueden condu-
cir a la quema (el famoso burn out).

Para proponer una postura ética esencial de la Psicología Comu-
nitaria (que extiendo, según lo indicado, a toda la familia de enfo-
formación profesional, ética y psicología comunitaria
367
ques psicosociales) voy a asumir que su objetivo primordial es el
desarrollo humano, sabiendo que otros proponen como alternati-
va la liberación de la opresión (un objetivo negativo más limitado
aunque comprensible en ciertos contextos). Se trataría de alen-
tar el despliegue de la humanidad y las capacidades personales
y comunitarias desde la interacción personal y con un entorno
material, sociocultural y político-económico que puede facilitar

¿Cuál sería la misión fundamental de una  centrada en ese
objetivo psicológico-comunitario positivo? La promoción del otro
como ser social (vive en comunidad), inherentemente digno y ca-
paz de actuar como agente que busca auto-determinarse. La co-
munidad, el poder compartido, la colaboración y la agencia per-
sonal y colectiva serían así los valores básicos (Prilleltensky, 1997;
Sánchez Vidal, 2016a). Una propuesta tan idealista provoca, sin
embargo, no pocas dudas e interrogantes sobre las capacidades
y recursos reales de los agentes sociales o sobre el grado de co-
munidad y solidaridad existente en un mundo regido por el amor
propio y el egoísmo social. Surge así la cuestión de la viabilidad
práctica de tal mandato moral en el mundo real que retomo más
adelante.

Ya que el diálogo de la Conferencia estuvo referido a la enseñan-
    
a evitar en la transmisión de la 
retórico, despreciar o minusvalorar los aspectos éticos en la for-
mación o limitar esta a la deontología clínica. Estoy asumiendo
que buscamos una ética realizable para la/el practicante común,
368
enfrentado a problemas cotidianos pero diversos según las áreas
temáticas y los contextos sociales.
La ética como , es decir, un catálogo de
grandes valores y principios que se predican en la aca-
demia y las grandes conferencias, pero que son difíciles,
sino imposibles, de realizar en la práctica sin despellejar
psicológicamente a la/el profesional. Entendámonos:
la ética (profesional o de cualquier otra índole) ha de

acciones y relaciones tanto según los valores sostenidos
como según las consecuencias reales de acciones y rela-
ciones. Y esta segunda parte es la clave: el problema de
la grandilocuencia moral (y de la moralina) es el exceso
de grandes valores y buenas intenciones que luego no
se sabe o no se puede traducir en consecuencias efec-

solidaridad pero debemos también examinar los me-
dios (técnicos, psicológicos, sociales) que disponemos
para hacerlos realidad, para mejorar efectivamente la
solidaridad o la equidad de una comunidad. Distinguir
ideales y realidades, utopías y proyectos realizables es
la clave para no engañarnos a nosotras/os mismas/os ni
sembrar expectativas irreales en la comunidad.
Otro error frecuente es despreciar la ética, reduciendo
la formación a la transmisión de unos conocimientos y
-
señar, realizar y evaluar programas y para resolver los
problemas inherentes al correcto ejercicio del papel
psicosocial. La postura tecnocrática (limitar el rol psico-
social a la pericia técnica) es, como cualquier visión re-
formación profesional, ética y psicología comunitaria
369
duccionista o negacionista, engañoso: ni consideramos
las preguntas de para qué y para quién trabajamos, ni,
al no haberlas discutido, tendremos guías para actuar
al respecto y, dado que la asepsia moral no existe, co-
rremos un riesgo cierto de sancionar el estado de cosas
dado al poner nuestros conocimientos y técnicas al ser-
vicio de los más poderosos u organizados o de los me-
jor informados que no son, precisamente, quienes más
los necesitan o merecen.
Reducir la  a la deontología clínica que, al estar pen-
-
-
te (y a veces inapropiada) para abordar las cuestiones
(y contar con los valores) de contenido más social típi-
-
bargo, que la deontología no tenga nada que aportar a
la .

La deontología clínica puede ser un buen punto de partida para la
, por los valores y principios universales que, como cualidades

La ; debemos asegurarnos de que lo qué ha-
cemos (o proponemos) es lo mejor para la comunidad
(la/el destinataria/o en general) en unas circunstancias
y con unos medios dados. El énfasis obsesivo (casi úni-

es errado. La preocupación (prospectiva si se trata de
una propuesta, retrospectiva para aprender en el futu-
370
ro si se ha realizado la acción) primordial debería ser
si lo qué se hizo (y la manera cómo se hizo) fue lo más
-
dría haberse hecho algo distinto o con otro formato de

primero.
La  es un requisito previo para acceder a la
comunidad y para establecer una relación fructífera
con ella (o con la/el destinataria/o de interés). Aunque
concierna a la cualidad de la relación entre dos partes,
 
tiene (o no) en la/el psicóloga/o en base al comporta-
  

profesional, es también un potenciador de los efectos de
-
nicamente, no va a funcionar si los sujetos la rechazan

-
tonomía colectiva o compartida) entre los valores sociales y co-
munitarios pertinentes para abordar los temas y cuestiones psi-
cosociales.

Los valores deontológicos tienen una base personal, son cuali-
  -

que encarnen las cualidades deseables de la comunidad, no
de los individuos, y de una acción psicosocial más compleja y
formación profesional, ética y psicología comunitaria
371
dirigida a promover el desarrollo humano, no la mera emanci-
pación de la opresión. Resumo el sentido de cinco de ellos (Sán-
chez Vidal, 2015).
La autonomía colectiva: puesto que el destinatario de
la acción psicosocial es colectivo (la comunidad o gru-
po-diana), la autonomía debe referirse a la capacidad
de crear y realizar un proyecto compartido o negociado
por el grupo o la comunidad. A diferencia de la indivi-
dual, la autonomía colectiva implica necesariamente
comunicación e interdependencia.
La solidaridad (o comunidad), que permite trascender
los intereses egoístas de parte, compartir problemas y
recursos con los demás y forjar proyectos compartidos.
Este valor va asociado (especialmente en la Psicología
Comunitaria) al reconocimiento de la interdependencia
como forma de vinculación humana más consistente y
sostenible que la autonomía personal.
El empoderamiento, es decir, la adquisición de poder
personal por medio de la conciencia, la interacción y la
acción social efectiva. Como valor instrumental, el em-
poderamiento es un medio para reducir la desigualdad
social y conseguir el desarrollo de las personas.
El desarrollo humano (de personas y comunidades) que,
     
en la autonomía colectiva, la vinculación interpersonal
y el acceso equitativo a los recursos comunes (educa-
ción, seguridad, salud, participación, etcétera).
La justicia social que, más allá del mínimo vital impres-
cindible para sobrevivir, asegure la distribución equita-
tiva del conjunto de bienes materiales y psicosociales
372
que permita a todas las personas desarrollar sus poten-
cialidades y llevar una vida digna y valiosa. Aunque es
un valor amplio cuyo titular es la sociedad en su con-
junto, la/el psicóloga/o tiene una responsabilidad es-
pecial derivada tanto del contacto con las situaciones
de marginación y desigualdad como de su pericia téc-
nica en el empoderamiento psicosocial.

Puesto que, como se ha visto, la postura básica de la  peca de
idealismo altruista, conviene recordar algunas condiciones que
facilitarían su viabilidad social y práctica para evitar que, enfren-
tados a una tarea imposible, las/os practicantes se acaben desilu-
sionando y quemando (Sánchez Vidal, 2016a). Apunto dos requi-
sitos básicos.
Un mínimo apoyo social para los valores implicados (cla-
ramente contrarios a los propios de la cultura producti-
vista dominante). En la medida en que la auto-estima

os profesionales psicosociales a valorarse a sí mismas/
os si la sociedad no valora ni recompensa adecuada-
mente su trabajo? Se precisa, por tanto, un sistema de
recompensas sociales que sostenga (material y simbó-
licamente) la solidaridad, la justicia social y el desa-
rrollo humano aunque contradigan el auto-interés y
egoísmo que, aunque sean económicamente produc-
tivos, resultan psicológica y socialmente destructivos.
Eso complementaría el valioso (pero casi siempre insu-
 
formación profesional, ética y psicología comunitaria
373
con quienes la/el psicóloga/o trabaja (y a los que a me-

cabe exigir a las/os practicantes que se comporten de
forma ética, no podemos esperar que en su día a día
sean héroes ni, desde luego, abiertamente masoquis-
tas.
Admitir, en la parte de la/el psicóloga/o, el auto-interés
-
cio legítimo que, sin negar el principio general de be-

derecho de la/el practicante a no ser usado (más allá de
los límites profesionales legítimamente pactados) por
aquél y el derecho a los medios precisos (materiales y
psicosociales) para conseguir los objetivos pactados.

      éticas con
intereses y enfoques diferenciados: las éticas deontológicas, de-
dicadas a promover ciertos principios o valores genéricos como la
autonomía o la justicia; las éticas consecuencialistas, interesadas
en alcanzar las mejores consecuencias
(según algún criterio de bondad). Cabe, sin embargo, proponer
una tercera línea ética dedicada a promover las opciones vitales
(el ingrediente olvidado por las éticas dominantes) que ocuparía
el terreno intermedio entre la abstracción de los grandes princi-
pios y la terrenalidad de las consecuencias observables. Aclaro:
  
ética con vocación práctica (no de mera discusión teórica), los
conceptos de lo bueno y las consecuencias reales de las acciones,

374
o colectivo) en un centro al que valores y consecuencias que-
dan subordinados. La elección humana remite al valor teórico
libertad y la cualidad de sujeto (agente) remite al valor prácti-
co autonomía ambos ligados, a su vez, a una justicia social que
asegure un acceso efectivo a los recursos sociales que hacen po-
sible en el mundo real tanto la libertad genérica como la auto-
nomía vital concreta.
Razones no faltan para traer las opciones al primer plano del
desempeño moral. Ya he alertado de los riesgos que conlleva
absolutizar las nociones abstractas del bien que son los valores:
la historia está regada por la sangre y el sufrimiento que deja la
persecución de utopías irrealizables, ideales de pureza y la crea-

de las/os pobres humanas/os terrenales; y no parece que el rigo-
rismo moral sea la mejor receta vital para criar hijas/os, inter-re-
lacionarse con otras/os o alcanzar la felicidad. Tampoco aporta
el utilitarismo un suelo moral inconmovible: la evaluación bue-
na o mala de las consecuencias remite tanto a algún criterio de
bondad (que vaya preferiblemente más allá del mero bienestar)
como a unos sujetos humanos que hacen esa valoración de la que,
en la acción psicosocial de orientación comunitaria, devienen a la
vez juez y (como protagonistas de la acción) parte.
¿Qué visión tendremos de la ética si en vez de mirarla desde las
perspectivas dominantes de los valores y las consecuencias la mi-
ramos desde las opciones? El cambio de perspectiva supone un
reto interesante que debería humanizar la ética (las opciones son
inexcusablemente humanas), acercándola a una realidad perso-
nal y social de la que pueden alejarla, como hemos visto, los valo-
res y, de otro modo, las consecuencias.
formación profesional, ética y psicología comunitaria
375

¿En qué consistiría la ética en esta nueva perspectiva? En iden-
tificar y promover las opciones humanas, las alternativas que
dispone la comunidad (o la/el destinataria/o seleccionada/o)
en el caso de la . Esta ética pivotaría sobre la libertad (abs-
tracta) y sobre las posibilidades reales de los humanos de
elegir en el corto y largo plazo, y no sobre la correspondencia
de lo que uno hace con ciertos valores. Los valores entran, sin
embargo, más adelante en la ecuación ética: para poder selec-
cionar una opción como mejor (o menos mala) que el resto,
habremos de evaluar las distintas opciones en base a determi-
nados valores o a las consecuencias previstas, con lo que la ta-
rea ética remite, en otro momento y orden, a los ingredientes
mencionados.
Opciones
-
cado; trato de reducirlo a un esquema elemental que me permi-
ta manejar las opciones desde un punto de vista práctico que no
podrá, sin embargo, evitar alguna contradicción o ambigüedad
    
son posibilidades: cursos alternativos de actuación entre las que
los sujetos pueden elegir en un tema y momento dado. Así, en la
acción psicosocial los agentes pueden optar entre: actuar ahora o
esperar un momento más favorable, reunirse a discutir una estra-
tegia común o actuar por su cuenta, aceptar o rechazar una oferta
institucional, etcétera. Se suele asumir que en la práctica:
Siempre hay opciones (aunque algunas sean indesea-
bles o tengan consecuencias dolorosas o dañinas) de
376
forma que el sujeto puede elegir una que es mejor o
menos mala que las demás.
La opción ideal o genéricamente preferida puede no
-
perar pero los otros no están dispuestos; tenemos un
plan contra el maltrato pero no hay medios económicos
o motivación para llevarlo a cabo, etcétera), aunque pue-
de existir (o ser forjada) en el futuro o en otro contexto.
Las opciones (mutuamente excluyentes o no) están a
menudo interconectadas de modo que una primera op-
ción (actuar por su cuenta frente a ponerse de acuerdo
con otros) condicionará las que siguen (la posibilidad
de actuar conjuntamente o de reclamar la representa-
ción de tal o cual sector de un colectivo) y el resultado


Una clave para descubrir la arquitectura de las opciones humanas
y el proceso de su constitución es distinguir opciones individua-
les (que conciernen al ámbito privado de la persona y pueden ser
gestionadas por esta, aunque a veces precise medios externos) y
opciones colectivas, que concerniendo al ámbito de los asuntos
públicos o compartidos (en la familia, la comunidad, el grupo, et-
cétera) demandan planteamientos, y medios, sociales. Qué quie-
ro hacer esta noche, qué carrera voy a estudiar o qué trabajo me
gustaría hacer, son elecciones personales; dónde va a ir la familia,
cómo quiere organizarse una comunidad o gastar sus impuestos
el gobierno , son elecciones que remiten a opciones colectivas.
A su vez, las opciones aludidas se mueven en dos planos existen-
ciales diferenciados:
formación profesional, ética y psicología comunitaria
377
El corto plazo de la acción inmediata, lo que los sujetos
(individuales o colectivos) eligen hacer en un momento
dado (cenar, ir al cine, etcétera).
El proyecto vital (individual o comunitario) de largo pla-
zo, qué clase de persona o comunidad (cómo estructu-
rar su territorio, a qué dedicar sus energías y riqueza,
etcétera) eligen ser a la larga.
Las opciones conciernen, en una palabra, al actuar y al ser per-
sonal o comunitario. Y el proceso de elegir u optar (que, como he
sugerido, concreta operativamente la idea abstracta de libertad)
conjuga dos partes distintas pero entrelazadas dialécticamente:
(a) La elección del sujeto agente basada en preferencias o de-
seos idiosincráticos (lo que a uno le gusta o le llena) y en valo-
res (en lo que se considera mejor/más correcto aquí y ahora).
Al elegir entre varias opciones (ir al cine o a pasear, estudiar
la carrera A o la B; reformar la trama urbana, gastar en ador-

  
de actuar de acuerdo a lo quiere o debe hacer.
(b) Las opciones presentes
condiciones sociales concretas) que posibilitan (y también
limitan) la elección del sujeto en aquellos casos (la gran
mayoría de los que conciernen a las elecciones de largo al-
cance) en que su realización precisa de medios materiales
o simbólicos (sobre todo motivacionales) externos.
Así, pasar la tarde leyendo o ir a pasear es una elección personal
que, en principio, ni depende de otros ni presenta ningún obstá-
culo para ser llevada a cabo (pero no siempre: pasear no será una
378
opción viable si uno vive en un barrio peligroso; cenar o cocinar el
alimento A puede ser imposible si uno no dispone de alimentos o
agua potable; etcétera). Pero son las elecciones de largo alcance

precisar, además, de más medios y condiciones) las que revelan
mejor la relación entre libertad de elección subjetiva y opciones
sociales. En efecto, para poder elegir una forma de vida dada, los
sujetos deben tener acceso a ciertos recursos u opciones básicas
que garanticen la autonomía efectiva. Será, en primer lugar, ne-
cesario acceder a una educación que muestre las posibilidades de
ser, entregando los conocimientos y la cultura desde los que po-
der elegir una profesión y un proyecto de vida (aunque el sujeto no
podrá elegir si los estudios generales o profesionales existen pero
están fuera de su alcance económico). Tampoco podrá realizar-
se personal y profesionalmente el sujeto si no existen puestos de
trabajo (u ofrecen unas condiciones lamentables); ni podrán ele-
gir de verdad si viven en un régimen autocrático o si las opciones
políticas existentes no incluyen el tipo de organización deseado o
descartan el empoderamiento colectivo. En el plano colectivo, si
una comunidad desea mejorar su urbanismo, eliminar el trans-
porte contaminante o instaurar un fondo contra la malnutrición
infantil, pero no tiene los medios económicos (o políticos: quizás
no tiene las competencias o la mayoría parlamentaria necesaria),
esas opciones deseables serán inviables.
¿Qué lecciones podemos extraer de la breve argumentación
precedente?

no a su libertad inicial (nominal) de actuar en uno u otro
sentido. Precisando más: la autonomía real de la persona
formación profesional, ética y psicología comunitaria
379
o la comunidad será la suma de la libertad subjetiva para
elegir y el poder realizador aportado por las opciones (los
medios y condiciones sociales y también personales) pre-
sentes que permiten hacer efectiva la elección del sujeto.
autonomía = libertad personal + poder realiza-
dor (personal y social).
2. Aunque la elección corresponde al sujeto (que debe estar
en condiciones psicológicas de elegir), la opción es en gene-
ral aportada por el entorno social. En la medida en que la rea-
lización de una opción exige medios colectivos (como suele
suceder en la acción psicosocial), la persona o comunidad
solo pueden elegir en un momento dado entre las opciones
existentes; aunque pueden ampliar el rango de elección
creando (en general junto a otras/os nuevas opciones para
las generaciones futuras.
3. Las elecciones personales y colectivas están, por tanto,
mutuamente relacionadas y, aunque conciernan a ámbitos
distintos (personal, grupal, comunitario, etcétera) de deci-
sión, se condicionan recíprocamente de modo que la exis-
tencia de medios colectivos permite la elección personal
pero, a la vez, la forja de esos medios exige la implicación y
el esfuerzo de los/as agentes personales y grupales.
4. Las opciones son (en general) conquistadas histórica-
mente implicando la solidaridad inter-generacional: la reali-
zación efectiva de las elecciones de los individuos y grupos
actuales ha exigido la forja esforzada de opciones socio-psi-

de ferrocarril o carreteras, la conquista de la democracia,
etcétera) por parte de las generaciones anteriores. De lo
que se deduce que, como ha señalado Sen (1990) y otras/os
autoras/es de la línea de las necesidades humanas, el ejer-
380
cicio pleno de la autonomía personal (y el logro del desa-
rrollo humano) reclaman instituciones sociales que garan-
ticen los aportes de salud, educación, participación política
o seguridad pública que la posibiliten. Concretamente, y
según Doyal y Gough (1991), se necesitan instituciones o
sistemas sociales de:
producción y distribución equitativa de satisfactores
de las necesidades humanas básicas;
reproducción biológica y crianza de las/os hijas/os
bajo ciertas condiciones culturales;
comunicación efectiva para la transmisión y renova-
ción cultural y social;
autoridad política que establezca y haga cumplir las
normas que regulan la satisfacción de necesidades,
la reproducción social y la transmisión cultural.
5. Hasta aquí he destacado el papel de los factores socia-

la elección humana; no podemos, sin embargo, desesti-
mar el peso de los factores psicológicos. Hace casi ochen-
ta años Erich Fromm (1941/1965) señaló que el logro de la
libertad positiva (libertad para realizarse como ser humano)
va más allá de la mera liberación (libertad negativa, liber-
tad de), implicando la existencia de un yo fuerte y maduro
que, enfrentado al vértigo de alcanzar la libertad positiva,
evite entregar su libertad a los demás o a caudillos totali-
tarios (un peligro bien real en los actuales tiempos de po-
pulismo). La construcción de un yo fuerte que (sin ceder al
conformismo o a las presiones socializadoras excesivas)
-
torno los medios necesarios, es, por tanto, condición esen-
 
formación profesional, ética y psicología comunitaria
381
desarrollo personal y, junto otros, colectivo. La forja de una
 o dirección vital (resaltada por Charlotte Bühler y
Gordon Allport) y de una voluntad de perseguir los objeti-
vos asociados son (junto al empoderamiento obtenido en
la interacción instrumental con otras/os) pues, las bases
psicológicas que posibilitan la elección humana.

Si, como he argumentado, el objetivo de la  es, desde el parti-
cular punto de vista aquí adoptado, promover el poder de perso-
nas y comunidades de elegir lo que quieren hacer o llegar a ser,
fortaleciendo la capacidad subjetiva de crear un proyecto de vida
valioso y ampliando la gama de opciones sociales pertinentes para
realizarlo, cabe preguntarse: ¿cómo puede la/el psicóloga/o de lo
social alentar esa capacidad en el doble frente de la elección sub-
jetiva y las opciones sociales?, ¿cuál será su papel en esta  tejida
con las opciones vitales? Entiendo que entraña una triple función.
1. Ayudar a personas y comunidades a  las dife-
rentes opciones existentes, evaluando su relevancia para los
objetivos que se hayan marcado (y su congruencia con el
proyecto vital o social mayor) y su viabilidad con los medios
propios (y ajenos) disponibles. La/el psicóloga/o puede ser
de gran ayuda sugiriendo (a partir de su experiencia o sa-
ber profesional) posibilidades y formas de actuación que la
comunidad no contemplaría por mero desconocimiento o
porque, al verlas inalcanzables, descarta de entrada.
2. Ayudar a crear o construir en el futuro opciones-
tivas hoy inexistentes (en los diversos frentes instituciona-
les), pero necesarias para alcanzar las metas de desarrollo
382
humano personal y colectivo establecidas.
3. Fortalecer la capacidad de elección colectiva ayudando a la
-
des, y explorando tanto los medios y motivaciones internas

organizativas que posibiliten el empoderamiento y la ac-

Opciones, de Quién
Asoma así una pregunta, esquivada hasta ahora, pero que por su
relevancia ha de ser, al menos, planteada: ¿Quién es el titular de
las opciones, la/el profesional (individuo o equipo) o la comunidad

complejo, quiero apuntar alguna orientación analítica. La tentación
inmediata es responder que las opciones corresponden a la comuni-
dad o destinataria/o para el que trabaja la/el practicante que son, en
última instancia, sus titulares y que (según el principio de autonomía
colectiva) tienen derecho a gestionar por sí misma/os sus propios
asuntos. La/el psicóloga/o debería, así, limitarse a ayudarles a identi-

su capacidad decisoria. El enfoque auto-gestionado es impecable
  
apoyos y medios (técnicos, económicos o de otra índole) externos.
Si los precisa pasamos de la acción auto-gestionada a alguna forma
de cooperación o intervención en que la/el practicante (o la sociedad
que provee de medios y opciones a la comunidad) deben tener su
-
cos (profesional) o medios supracomunitarios (sociedad) aportados.
Ningún problema si hay coincidencia sobre la mejor opción entre la
comunidad y los agentes externos; pero sí lo hay cuando la primera
formación profesional, ética y psicología comunitaria
383
y los segundos no coinciden, entonces el debate de la titularidad de


o destinatario/a (según criterios X o Y)? Lo dicho, el asunto requiere y
merece una discusión más amplia.
La formación moral de la/el futura/o practicante psicosocial debería,
en función de eso, incluir (además de la teoría sobre el desarrollo hu-
mano y comunitario):
-
ca en la situación social y actoral y el momento interven-
tivo concreto) en casos prácticos reales o construidos con
propósitos didácticos durante los estudios. Esos pueden
-
res, liderazgo comunitario, nutrición, etcétera) o, preferi-
blemente para una formación amplia e integral, provenir
de distintos ámbitos, tratando los distintos temas éticos
relevantes: autonomía, responsabilidad colectiva, efectos
-
ra (ver Sánchez Vidal 2016a).
El acompañamiento y supervisión (personal o en grupo)
de las/os futuras/os profesionales en prácticas que com-
plementan o siguen a la formación académica, suelen re-
sultar muy fructíferos no sólo en términos de aprendizaje

(y de rol) sino, también, de la gestión de la ansiedad y las
-
personales y comunitarios.
384
 A theory of human need. McMillan.
Fromm, E. (1941/1965). Escape from freedom. Avon.
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Human development and the international development strategy for the
1990s. Mcmillan-United Nations

Referencias
formación profesional, ética y psicología comunitaria
385
Construyendo Formación
en Psicología Comunitaria:

Región de la Araucanía
Alba Zambrano Constanzo
Daniel Henríquez Fernández
La labor académica en el campo de la Psicología Comunitaria en
nuestros países latinoamericanos ha cursado diferentes tra-
yectorias, abriéndose paso entre lógicas que son, por una parte,
oportunidades para su desarrollo, al mismo tiempo que tensio-
nan los objetivos, valores y sentido de la disciplina (Serrano et al.,
2017; Zambrano et al., 2007).
En el caso chileno, la formación de pregrado se ha ido institu-
cionalizando a partir de los años 2000, traduciendo necesidades
relevantes en la intervención psicosocial, particularmente de la
política pública. Por su parte, la formación de postgrado, relati-
vamente reciente en el país, se erige como alternativa para res-
ponder a los desafíos de la producción de conocimiento a la vez
que a la especialización de profesionales que se desempeñan en
el amplio campo de la acción psicosocial/comunitaria.
386
Este desarrollo de la Psicología Comunitaria nacional ocurre

operan las universidades, las políticas públicas y por supuesto, las
dinámicas psicosociales que emergen en una sociedad que opera
con un modelo de mercado, que viene tiñendo y determinando
condiciones estructurales de vida y con ello, las relaciones y la
construcción de subjetividades (Brunner, 2015; , 2014).

En Chile, la vigencia de un modelo radical de mercado ha inten-
-
tural adversa para construir comunidad, afectando las relaciones
sociales y el sentido de lo público (García, 2016). Así también, el
giro hacia un gobierno más conservador en lo valórico y liberal en
lo económico, ha estrechado y tensionado el campo del quehacer
comunitario desde las políticas públicas, demandando a la vez
tener mayor presencia y aporte en el ámbito de los movimientos
sociales o iniciativas del tercer sector.
De este modo emergen, para este país, múltiples desafíos en
diversas áreas de la vida social, ubicando a la Psicología Comu-
nitaria en una condición de tensión para su desarrollo, al tiempo
que ofrece un escenario en donde sus aportes profesionales y dis-
ciplinarios son de suma relevancia.

neoliberal en los últimos 30 años, ha transformado radicalmente
a las universidades y el trabajo académico, a tal punto que se han
adoptado lógicas empresariales de calidad y competitividad, que
-
formación profesional, ética y psicología comunitaria
387
dores y métricas que resultan socialmente irrelevantes (Ossa et al.,
2019). De esta forma, el conocimiento ha ido perdiendo gradual-
mente su valor social, pues ha asumido el estatus de mercancía.
En este contexto, la productividad
han impuesto ritmos frenéticos a las/os académicas/os, con el
consiguiente distanciamiento de la realidad. Para quienes han
resuelto mantener vasos vinculantes con el entorno y construir
conocimiento de relevancia social, situado y con incidencia políti-
ca, les ha resultado difícil responder a las exigencias que estable-
ce el modo de operar descrito. Y para el desarrollo de la Psicología
Comunitaria en las universidades, esta situación ha impuesto im-
portantes y contradictorias tareas.
Puesto que la Psicología Comunitaria busca resguardar el estre-
cho vínculo de la teoría y la práctica, al tiempo que construir con
los actores sociales conocimiento relevante para sus vidas, parte
importante de las/os académicas/os que se involucran en la forma-
ción en el área se ven fuertemente tensionados en su quehacer.
En este escenario, la posibilidad de democratizar el conoci-
miento, tarea que debe comenzar en los espacios en que ocurre
la formación, se hace cada vez más difícil. Es por ello, entre otras
razones, que las/os psicólogas/os comunitarias/os chilenas/os
han acudido a la asociatividad para enfrentar (al menos parcial-
mente) las disyuntivas previamente enunciadas.

La naturaleza aplicada de la Psicología Comunitaria ubica a esta
subdisciplina como una ciencia y profesión cuya misión central
388
es desarrollar conocimiento y acción orientada a transformar la
sociedad y mejorar la calidad de vida de la comunidad. Los pro-
blemas sociales son entendidos como carencias en la disponibi-
lidad y acceso a los recursos necesarios en el empoderamiento
y desarrollo de las personas y comunidades, y puesto que estas
carencias son directamente producidas por los modos actuales
de distribución y de acceso a los recursos, la solución de los pro-
blemas sociales pasa necesariamente por un cambio social global
(Le Bossé y Dufort, 2002). Esto implica un énfasis en el estudio de
las relaciones de poder y control sobre las circunstancias de vida
y sus efectos sobre procesos psicosociales. Sus énfasis son la au-
togestión de los sujetos colectivos, el centro del poder puesto en
la comunidad y la unión entre teoría y práctica (Montero, 2012).
En materia de formación, la Psicología Comunitaria latinoame-
ricana, y la chilena en particular, ha demorado en incorporarse en
el plan de formación universitaria, presentando en su desarrollo
heterogeneidad, tanto entre países como entre regiones (Alfaro
et al., 2012; Wiesenfeld, 2016). Los condicionantes sociales y cul-
turales han incidido en la presencia de evoluciones dispares con
la presencia de enfoques también diversos en el continente (Oli-
vares et al., 2016).
La situación en Chile sigue la misma lógica, el entrenamiento
formal en las universidades se incorpora gradualmente a partir
de los años 2000, período en que comienza a gestarse lo que se
  -
munitaria” tanto en el plano de la intervención como en el de la
formación (Alfaro y Zambrano, 2009). En las universidades va
logrando una presencia creciente, aunque muchas veces en una
condición de menor relevancia respecto de las otras formas de
formación profesional, ética y psicología comunitaria
389
psicología impartidas (Olivares et al., 2016). Esto se expresa, en
parte importante de las universidades, en mayor precarización
contractual de las/os académicas/os (honorarios, por horas, con
alta sobrecarga de tareas, etcétera), así como en la falta de armo-
nización con el resto del plan formativo, con asignaturas aisladas
que impiden dar continuidad a una formación que, aunque se
señale como generalista, requiere de competencias que integren
teoría y práctica en una visión situada y compleja de la realidad.
Lo anterior supone como condición la conformación de un equipo
formador estable y con tiempo disponible para acompañar pro-
cesos en el aula al tiempo que en terreno, cuestión que habitual-
mente no se considera en los contratos de las/os formadores/as
(especialmente en las universidades privadas).
Esta incorporación paulatina a los programas de formación, es
propiciada por el incremento de puestos laborales en la política
pública para especialistas en el campo de lo psicosocial, en don-

por la naturaleza compleja de los temas que se abordan (adic-
ciones, violencia, inclusión social, pobreza, etcétera). A esto se
suma, la incorporación de algunas/os psicólogas/os formadas/
os en la perspectiva de la Psicología Comunitaria en espacios de
construcción de la política pública que, entendiendo el aporte
disciplinar, intencionan la inclusión de profesionales con prepa-
ración en el área.
A propósito, análisis realizado por diferentes autores/as en el
país (Alfaro et al., 2012; Alfaro, 2013; Alfaro y Zambrano, 2009;
Reyes et al., 2015), muestran importantes tensiones entre los re-
querimientos establecidos por las políticas públicas y el marco de
posibilidades reales que ellas ofrecen para incorporar los com-
390
ponentes centrales de la Psicología Comunitaria. De este modo,
se evidencia que las políticas públicas implementadas muestran
abordajes limitados en el campo de las dinámicas comunitarias,
-
rigidas o tuteladas con escaso margen real para el protagonismo
de los miembros de la comunidad (Alfaro et al., 2012; Reyes et al.,
2015).
Así también, otros aspectos del funcionamiento del Estado y las
políticas públicas, caracterizado por la falta de coherencia sisté-
mica, de integralidad y continuidad de las intervenciones en el
-
dad limitando la actuación profesional (Avello et al., 2017; Zam-
brano et al., 2015). La tercerización de la ejecución de programas
y proyectos en manos de organismos privados, ha favorecido la
precarización laboral de las/os profesionales por la inestabilidad

Con todo, y gracias al trabajo persistente y comprometido de
muchas/os psicólogas/os, y a pesar de algunos de los obstáculos o

acción y formación que, a pesar de su heterogeneidad, comparte
algunas particularidades.
Alipio Sánchez (2007), en un intento por caracterizar la Psico-
logía Comunitaria chilena señala que existiría un fuerte com-
 
propias del continente (educación popular, teología de la libera-
ción, sociología militante, etcétera) y de otros lugares del mundo
    
entre otros), generando un sincretismo teórico y formativo. Plan-
formación profesional, ética y psicología comunitaria
391
tea además, la tendencia al centramiento en sistemas teóricos
generales y cierto vaciamiento de teorías sustantivamente psico-
sociales dado que, las variables de esta naturaleza, son más bien
abordadas desde teorías sociológicas que desde la propia psico-
logía, manifestando cierta ausencia de teorías que avancen en la
integración micro-macro.
Podríamos sostener a partir de las publicaciones, así como pre-
sentaciones realizadas tanto en el Primer Congreso Nacional de
Psicología Comunitaria y en la Séptima Conferencia Internacio-
nal de Psicología Comunitaria, que el diagnóstico propuesto por
-
sencia de diferentes tradiciones en Psicología Comunitaria, en las
investigaciones como en las prácticas reportadas. Aparecen de
modo complementario un conjunto de aproximaciones latinoa-
mericanas (enfoques decoloniales, feminismo comunitario, por
señalar algunos de ellos), que buscan dar respuesta a temas que
han ido cobrando relevancia en el país, tales como pueblos origi-

Un antecedente relevante para el desarrollo de la Psicología Co-
munitaria en el país es la constitución de una red de formación
en Psicología Comunitaria el año 2007. Esta entidad favorece el

año 2014, a partir de esta red, se constituya la Sociedad Chilena
de Psicología Comunitaria. Esta organización ha contribuido al
desarrollo de la subdisciplina así como a su posicionamiento na-
 -
nes y acciones de incidencia social y política. En ambos espacios,
parte del equipo comunitario del Departamento de Psicología de
la Universidad de La Frontera han participado de modo activo.
392


La Carrera de Psicología se constituyó (el año 1982) como la terce-
ra Escuela de Psicología a nivel nacional y la primera creada fue-
ra de la Región Metropolitana. La orientación formativa siguió
la tendencia de las otras dos escuelas existentes en el país, con
enfoques clásicos lejanos a la realidad latinoamericana y nacio-
nal. La formación de base era clínica o educacional en la primera
etapa en que fue impartida.

la formación de psicólogos comunitarios de la Universidad de La
Frontera” (Pérez-Luco et al., 2007), la incorporación de la Psico-
logía Comunitaria ocurre paulatinamente, a partir de la inquie-
tud de las/os estudiantes, quienes involucradas/os en el trabajo
voluntario en barrios de la ciudad, comienzan a tensionar la for-
mación solicitando enfoques y perspectivas más pertinentes a la
realidad local. Hacia el año 1986 se inician reformulaciones en
asignaturas que comienzan a dar cabida a estas preocupaciones,
particularmente en dirección a atender la situación de la infan-
cia y juventud viviendo en condiciones de pobreza y adversidad
psicosocial. Así, la asignatura Patología Social y electivos como Mo-
delos Alternativos de Educación (), Taller de Investigación-Acción,
Atención Primaria y un Taller de Patología Social, permiten efectuar
trabajo de campo aproximándose a la realidad local, estrechando
el vínculo entre la formación y la acción. A esta primera fase que
        
cuyo desafío consistió en estructurar un campo de intervención

formación profesional, ética y psicología comunitaria
393
Al terminar la década del 80, se incorporan nuevas/os docentes
al equipo puesto que algunas/os de las/os fundadores/as de la
carrera emigran a universidades privadas. Se trata de psicólogas/
os jóvenes, formados en esta carrera, que además de la labor do-
cente, se desempeñan profesionalmente en diferentes entidades
públicas y privadas. Esto permite vincular la academia con dis-
tintos organismos colaboradores del Servicio Nacional de Meno-
res, s de salud mental y derechos humanos y algunos orga-
nismos del Estado que buscan introducir prácticas innovadoras
para abordar los múltiples desafíos pendientes que ha dejado la
dictadura. Temas de preocupación emergente en el escenario de
retorno a la democracia, como pobreza, violencia intrafamiliar,
maltrato infantil, abuso sexual, consumo de drogas, delincuencia
juvenil y resiliencia, comienzan a concitar la atención de profeso-
ras/es y estudiantes, iniciándose una serie de prácticas profesio-
nales, trabajos de tesis, desarrollo de proyectos especializados de

que labora en estos contextos. Se busca en este período articular
una aproximación ecológica de estos problemas, reconociendo
en su génesis condiciones estructurales, con enfoques que permi-
tieran aportar a la prevención, intervención especializada e inclu-
sión social. Prevalece la convicción de la necesidad de contribuir

-
do en la violencia y la desigualdad social.
La demanda creciente de profesionales y técnicas/os que inter-
vienen en estas realidades por obtener nuevas y mejores herra-
mientas para realizar su trabajo, junto con un fuerte énfasis del
nuevo gobierno por el desarrollo de políticas orientadas a la su-
peración de la pobreza, generan las condiciones para que algu-
394
nas/os académicas/os del Departamento de Psicología se involu-
cren en procesos de transferencia de conocimientos en el campo

La formación obtenida por algunas/os de estas/os académicas/
         
tanto por haber trabajado allí como por haberse capacitado en
ellas, hace que se vayan incorporando orientaciones de la educa-
ción popular y sociología militante, así como las comprensiones
surgidas del trauma psicosocial producido por las violaciones de
derechos humanos por parte del Estado en período de dictadura
(Lira y Morales, 2005; Martín-Baro, 1990). En el esfuerzo por en-
contrar referentes en la psicología, se acude a producciones lati-

como Psicología Social Comunitaria.
De este modo, el año 1998, se comienza a impartir la Pre-espe-
cialidad Comunitaria-

os para intervenir en un ámbito de acción cada vez más complejo
que demanda un fuerte vínculo entre la teoría y la acción. Esta
asignatura tiene un carácter electivo en el quinto año de forma-
ción (con una carrera aún de 6 años de duración). Pronto esta
asignatura se transforma en otra, denominada Técnicas de Inter-
vención Psicosocial Comunitaria
del plan de estudios (1999). Con esta inclusión, se formaliza el
espacio para la preparación de Psicólogas/os Comunitarias/os,
constituyendo la expresión de la validación académica lograda
así como permitiendo a las/os estudiantes optar por esta área de
la psicología, pudiendo efectuar la práctica profesional de un año
de duración en ella. Hasta aquí, si bien la presencia de la Psico-
formación profesional, ética y psicología comunitaria
395
logía Comunitaria ha quedado formalizada en el plan de forma-
ción, aún ha mantenido un carácter electivo, por tanto solo algu-
nas/os que han elegido el área se han formado en ella.
 
carrera ahora de cinco años de duración, se resuelve una forma-
ción de psicóloga/o generalista. Se establece, entre otras cosas,
que la formación en Psicología Comunitaria, así como la de las
otras tres áreas de formación en psicología concordadas: psico-
logía clínica, educacional y laboral-organizacional, fueran im-
partidas en carácter obligatorio para todas/os las/os estudian-
tes. Así, en cuarto año se incluyen dos asignaturas: Psicología
Social Comunitaria y luego Intervención en Escenarios Comunitarios.
En quinto año, las/os estudiantes pueden elegir (de las cuatro
áreas) una, para efectuar su práctica profesional. Previamente,
en los primeros tres años de formación, hay asignaturas que
tributan a la formación en Psicología Comunitaria: Bases Socio-
culturales, Disfunciones Psicosociales y Desarrollo, y paulatinamente
Psicología Social y Psicología Social Aplicada.
De esta forma, la Psicología Comunitaria pasa de ser un área
bastante marginal en la formación, a tener una presencia en
igualdad de condiciones a las otras áreas de formación. De ser
elegida como opción por un pequeño grupo de estudiantes, a
ser una formación obligatoria en el penúltimo año de formación
(ahora de cinco años de duración). Sin embargo, se pasa de una
formación electiva, con un pequeño grupo de estudiantes (de 8
a 15) altamente motivadas/os a un grupo masivo (alrededor de
60 estudiantes) con intereses heterogéneos. De un grupo que ve
a la Psicología Social Comunitaria como un enfoque alternativo
a un grupo cuyos intereses suelen ser mucho más pragmáticos,
396
ubicándose la Psicología Comunitaria como un área de mayor
complejidad sin asegurar una inserción laboral en condiciones de
ventaja respecto de las otras. La posibilidad de acompañar proce-
sos formativos con un trabajo de campo anual, tal como ocurría
cuando tenía el carácter de electivo, se restringe a un trabajo aco-
tado durante un semestre sin poder acompañar intervenciones
de mayor alcance.
Los estudios de doctorado del cuerpo académico del área, per-

de preocupación. El ámbito temático se amplía desde los pro-
blemas psicosociales infanto-juveniles y salud mental, a temas
como fortalecimiento comunitario, problemas medioambienta-
les y participación ciudadana, gobernanza indígena, género, mi-
gración, entre otros.
Un hito de relevancia es la aprobación del Magíster y Especiali-
zación en Psicología Comunitaria el año 2011 a propósito de una
demanda explícita de académicas/os y egresadas/os, comenzan-
do a impartirse en el año 2012, con ingresos bianuales. Este es
el tercer programa de postgrado que se imparte en el país en el
área, y el primero que explícitamente integra la formación acadé-
mica y profesional de modo conjunto en Psicología Comunitaria.
Es un programa dirigido a diferentes profesionales que tra-
bajen en el campo de lo público, por ello ha formado a psicólo-
gas/os, sociólogas/os, trabajadoras/es sociales, cientistas polí-
ticas/os, pedagogas/os, terapeutas ocupacionales. Ha recibido
además estudiantes extranjeras/os de Colombia, México, Es-
paña y Alemania.
formación profesional, ética y psicología comunitaria
397
       
capacitadas/os para desarrollar investigación e intervención co-
munitaria especializada y pertinente a los contextos en los cua-
les se desempeñan, considerando los recursos y necesidades de
quienes co-construyen la acción comunitaria. Se busca que las/os
graduadas/s sean profesionales con una visión actualizada de los
temas más relevantes de la Psicología Comunitaria, favoreciendo
el desarrollo de competencias para la investigación básica y eje-
cución de intervenciones psicosociales en grupos y comunidades;
se promueve la formación de un profesional con alta capacidad
para el trabajo en equipo y con habilidades para liderar procesos
de cambio organizacional en sus respectivos lugares de trabajo;
se resguarda la formación en Psicología Comunitaria, metodolo-
gía de la investigación, metodología de la acción comunitaria y
otras asignaturas que permiten comprender y abordar procesos
organizacionales, políticas públicas; se incluyen además, en cali-
dad de electivos, un conjunto variado de temas emergentes y de
relevancia para el área.
Durante los dos años que dura el programa, quienes lo cursan,
efectúan una práctica supervisada que permite ir articulando,
tensionando y aplicando la formación del resto de las asignaturas
del plan de formación.
A modo de balance, es posible valorar positivamente los pro-
cesos que se han diseñado progresivamente desde el pregrado

Comunitaria facilita la entrega de respuestas teórico-prácticas a
las necesidades y proyecciones de la región y el país en el campo
del diseño e intervención de procesos comunitarios y de la políti-
ca pública. En coherencia con los desafíos de la sociedad chilena
398
actual, que requieren favorecer procesos que apunten hacia el
mejoramiento de la calidad de vida, la formación entrega he-
rramientas para la construcción de propuestas innovadoras que

activa, capacidad de organización y acción colectiva, y empode-
ramiento. Podemos constatar que la formación ha impactado
positivamente no solo en la especialización de profesionales y
académicas/os, sino también en la generación de investigación
aplicada y contextualizada a la realidad local, fortaleciendo así la
vinculación con distintas comunidades e instituciones.
  
por parte de las/os estudiantes y académicas/os del área, a pesar
de las condiciones nacionales de centralización del conocimiento
en la capital del país.
Como principales desafíos se encuentran la vinculación interna-
cional, que exige un esfuerzo importante de recursos humanos y

vinculación con distintas instituciones y organizaciones comuni-

y los estudiantes (Informe de Autoevaluación , 2019).
Cabe destacar que el programa ofrece un espacio de formación
disciplinaria y de especialización profesional, dando continuidad
a la formación de pregrado para el caso de estudiantes que han
realizado sus estudios en la Universidad de La Frontera, como
para quienes se han formado como psicólogas/os en otras univer-
sidades o cuentan con otras profesiones de origen y desean enri-
quecer su trabajo en comunidad.
formación profesional, ética y psicología comunitaria
399
En una mirada de conjunto, cabe señalar que se emplea un mo-
delo formativo en cascada, que procura que ex graduadas/os o
estudiantes de magíster puedan apoyar, al menos parcialmente,
su trabajo con el aporte de estudiantes de cuarto o quinto año de
psicología (cursando asignaturas del área comunitaria). De este
modo, es posible contribuir a sostener procesos de mayor alcance
en el tiempo en la comunidad o en instituciones, así como ofre-
cer a quienes se encuentran en formación inicial, una mirada de
proceso más próxima a la complejidad de la acción comunitaria.
Así también, las investigaciones efectuadas por el equipo aca-
démico que desarrolla docencia en el área, busca tributar a
procesos de las comunidades o equipos de la política pública,
ofreciendo evidencia para enriquecer su quehacer y toma de de-
cisiones. Cabe destacar, sin embargo, que este proceso se ve per-
manentemente cruzado por una diversidad de demandas que
deben enfrentar las/os docentes, toda vez que habitualmente se
han visto involucradas/os en cargos de gestión universitaria en
diferentes niveles. Por tanto, sostener la formación de pregrado,
postgrado, construir conocimiento que aporte a la praxis comu-
nitaria ha sido una vocación, pero también ha sobrecargado al
equipo, el que por las demandas habituales de productividad se
ve fuertemente tensionado y exigido.

Podemos concluir que la trayectoria de la Psicología Comunitaria
en la Universidad de La Frontera, ha capitalizado la trayectoria de
una generación de psicólogas/os que, realizando búsquedas al-
ternativas a las ofrecidas por la psicología en tiempo de dictadu-
 
400
y construcción de conocimiento próximo a los temas país y a los
temas relevantes de la comuna y región. Este camino de encuen-
tros, complicidad y creatividad ha contado con el interés de es-
tudiantes y actuales colegas. Si bien muchas/os de ellas/os han
derivado en temas muy diversos, hay una cierta ética y aproxima-
 -
ción recibida en Psicología Comunitaria.
Quienes se han mantenido en el área, han debido enfrentar los
  -
hacer profesional en escenarios precarizados a la vez que aleja-
dos de las lógicas que promueve la subdisciplina. Algunas/os de
ellas/os han logrado avanzar a cargos de gestión, transformando
al menos parcialmente estas condiciones, ayudando a generar
escenarios más favorables para la construcción de comunidad,
justicia social, solidaridad y acción colectiva.
Con las nuevas generaciones, enfrentamos nuevos desafíos for-

abordar un trabajo de terreno complejo con sentido estratégico,
asumiendo los múltiples desafíos presentes en las dinámicas
comunitarias, más aún cuando este trabajo se efectúa desde un
espacio institucional y/o desde alguna política pública particular.
Por todo lo antes expuesto, nos parece que (aunque las condicio-
nes internas a la universidad y las presentes en las comunidades
y programas de la política pública, implican importantes barreras
a salvar) la aproximación que ofrece la Psicología Comunitaria es
hoy más que nunca necesaria para construir contextos más fa-
vorables para una praxis emancipadora. Las contradicciones, así
como también los desafíos y oportunidades, se encuentran aden-
formación profesional, ética y psicología comunitaria
401
tro y están también afuera, y es un desafío central aportar a una

oportunidades para el cambio. Para ello se requiere una forma-
ción crítica, orientada de igual forma a desarrollar herramientas
diversas que favorezcan procesos participativos y de construcción
colectiva en los múltiples niveles en que es posible aportar al de-
sarrollo humano.
Consideramos que hemos aportado a una praxis, favoreciendo
una ida y venida permanente entre y con actores locales diversos,
-
ces los procesos y resultados son frágiles por las razones en las
que hemos abundado respecto de la realidad social, pero han
sido nuestras/os propias/os estudiantes quienes han contribuido
también a sostener estos vasos comunicantes.
Necesitamos, sin embargo, avanzar en la facilitación de espa-
cios de intercambio de saberes, que favorezcan la co-construc-
ción de conocimiento no solo bajo la modalidad de investigación,
consultoría o asesoría técnica, sino un intercambio que propicie
un círculo virtuoso capaz de transformar las lógicas universita-
rias. Esto es, un diálogo entre actores comunitarios y universita-
rios favoreciendo el aprendizaje mutuo, con una universidad que
se piensa así misma como parte de un espacio social común y arti-
cula su quehacer en sintonía con el entorno local y regional.
402
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 Las intermitencias de la participación comunitaria: Am-
bigüedades y retos para su investigación y práctica. Psicología, Conoci-
miento y Sociedad, 5(2), 335-387.
Zambrano, A., Muñoz, J. y Andrade, C. (2015). El desafío de incorporar las re-
des institucionales y comunitarias en la intervención con adolescentes
infractores: una investigación-acción en tres regiones del sur de Chile.
Universitas Psychologica, 14(4), 1371-1386.
Zambrano, A., Rozas, G., Magaña, I., Asún, D. y Pérez-Luco, R. (2007). Psicología
comunitaria en Chile: evolución, perspectivas y proyecciones.  Editores

Jaime Alfaro Inzunza
jalfaro@udd.cl
Doctor en Ciencias Sociales y de la Educación, Universidad de Gi-
rona. Máster en Intervención Psicosocial, Universidad de Barce-

Titular de la Facultad de Psicología, Universidad del Desarrollo.
Director del Centro de Estudios en Bienestar y Convivencia Social
(CEBCS) de la Facultad de Psicología, Universidad del Desarrollo.
Presidente de la  Conferencia Internacional de Psicología Co-
munitaria, realizada en Santiago de Chile en octubre de 2018.
Bárbara Olivares Espinoza
barbara.olivares@udp.cl
Candidata a Doctora en Ciencias Sociales, Universidad de Chile y
Psicóloga Comunitaria. Actualmente es Académica de la Facultad
de Psicología de la Universidad Diego Portales, donde coordina el
Programa Aprendizaje y Ciudadanía. Miembro del Equipo Orga-
nizador y del Comité Académico de la  Conferencia Internacio-
nal de Psicología Comunitaria, realizada en Santiago de Chile en
octubre de 2018.
Ma. Verónica Monreal Álvarez
vmonreaa@uc.cl
Doctora en Ciencias Sociales y Magíster en Salud Pública, men-
ción en Salud Mental, Universidad de Chile. Psicóloga y Académi-

de Chile. Miembro del Equipo Organizador y del Comité académi-
co de la Conferencia Internacional de Psicología Comunitaria.

407

Paris Gamonal Corbalán
pegamona@uc.cl
Magíster en Filosofía, Universidad de Chile. Psicólogo Comunita-
-
tad de Psicología de la Universidad Alberto Hurtado y de la Es-

Miembro del Equipo Organizador de la VII Conferencia Interna-
cional de Psicología Comunitaria, realizada en Santiago de Chile
en octubre de 2018.
Francisco Jeanneret Brith

Doctor en Psicología Social, Universidad Autónoma de Barcelo-
na. Psicólogo, Universidad Diego Portales. Actualmente es Vice-
rrector Académico de la Universidad Academia de Humanismo
Cristiano. Miembro del Equipo organizador de la  Conferencia
Internacional de Psicología Comunitaria, realizada en Santiago
de Chile en octubre de 2018.

410
Rama Agung-Igusti
rama.agung-igusti@live.vu.edu.au
Estudiante de doctorado, Universidad de Victoria, Australia, en
   
también una Licenciatura en Estudios Psicológicos (con honores).
Miembro de la Red de investigación comunitaria, de identidad y
desplazamiento. Sus intereses de investigación se encuentran
dentro de las áreas de identidad y pertenencia de los migrantes,
racismo, movimientos sociales y organización comunitaria. Su
investigación doctoral examina el papel de la práctica creativa
emancipadora en la vida de las diásporas africanas y otras diás-
poras.
Jaime Alfaro Inzunza
jalfaro@udd.cl
Doctor en Ciencias Sociales y de la Educación, Universidad de Gi-
rona. Máster en Intervención Psicosocial, Universidad de Barce-

Titular de la Facultad de Psicología, Universidad del Desarrollo.
Director del Centro de Estudios en Bienestar y Convivencia Social
() de la Facultad de Psicología, Universidad del Desarrollo.
Su trabajo de investigación aborda temáticas relativas a psicolo-
gía comunitaria y políticas sociales, así como al estudio de bien-
estar subjetivo en infancia y adolescencia

411

Eduardo Almeida Acosta
eduardo.almeida@iberopuebla.mx
Doctor en Psicología Social, Universidad de Cornell, en Ithaca,
New York. Actualmente es investigador en el Departamento de
Ciencias de la Salud, Universidad Iberoamericana Puebla, Méxi-
co. Ha sido profesor de Psicología Comunitaria en la Universidad
Nacional Autónoma de México (1979 - 1997), en la Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla (1989 - 1997) y en la Universi-
dad Iberoamericana Puebla. Entre 2004-2006, fue Presidente
del Proyecto de Animación y Desarrollo,  En 1989 junto con
campesinos y promotores sociales fundó la Comisión Takachiua-

de los derechos humanos. Por sus aportes a la Psicología Social
Comunitaria, ha recibido diversos reconocimientos.
Benito Baranda Ferrán
benitobaranda@americasolidaria.org
        
Madrid. Psicólogo Comunitario y Académico de la Escuela de Psi-
-
dido una serie de fundaciones y organizaciones sociales, siendo
conocido por su rol en el Hogar de Cristo, donde ejerció como Di-
rector Nacional Social entre 1991 y 2011. Actualmente es director
internacional de la organización América Solidaria.
412
Bárbara Barbosa Nepomuceno
bbnepomuceno@yahoo.com.br
Doctora en Psicología, Universidad Federal de Ceará. Es Profe-
sora de la Faculdad Ari de Sá (Fortaleza / ) y Miembro del Nú-
cleo de Psicología Comunitaria, Universidad Federal de Ceará. Su
desempeño profesional ha girado en torno a las siguientes áreas:
psicología social, psicología comunitaria, psicología de la salud,
atención psicosocial y salud mental. Desarrolla investigaciones
en psicología social, psicología comunitaria, psicología y pobre-
za, salud mental, psicología y políticas públicas.
Gonzalo Bustamante-Rivera
gonzalo.bustamante@ufrontera.cl
Doctor en Ciencias Sociales Aplicadas, Université du Québec en
Outaouais, Canadá. Psicólogo y Magister en Desarrollo Humano
Local y Regional, Universidad de La Frontera, Chile. Es Profesor
Asistente Adjunto del Departamento de Psicología de la Uni-
versidad de La Frontera, donde es parte del equipo de Psicología
Comunitaria y de Metodologías de Investigación. Coordinador
del Grupo de Trabajo  sobre Pueblos Indígenas y Proyec-
tos Extractivos. Director del Centro de Estudios y Promoción de
los Derechos Humanos, Universidad de La Frontera. Participa del
Núcleo de Ciencias Sociales y Humanidades (). Miembro de
la red  (Centre interuniversitaire d’études et de recherches
autochtones - Centro Interuniversitario de Estudios e Investiga-
ciones Indígenas, Canadá), de la red  (Red Panamericana
de Derechos Indígenas y Gobernanza - Pan-American Indigenous
Rights and Governance Network) sobre Gobernanza de Extrac-
ción de Recursos Naturales en Territorios Indígenas y miembro
413
de la Sociedad Chilena de Psicología Comunitaria. Sus temas de
investigación son: participación de comunidades indígenas en la
gobernanza del territorio, énfasis en proyectos extractivos; dere-
chos de la infancia indígena; desarrollo local
Elívia Camurça Cidade
eliviacidade@yahoo.com.br
Doctora en Psicología, Universidad Federal de Ceará. Es Profesora
de la Facultad Ari de Sá () y Miembro del Núcleo de Psicología
Comunitaria de la Universidad Federal de Ceará. Desarrolla in-
vestigaciones sobre las implicaciones psicosociales de la vida en
condiciones de pobreza, centrándose en los problemas de afron-
tamiento, fatalismo, resiliencia y formas de vida.
Leonor Cantera Espinosa
leonor.cantera@gmail.com
PhD y Psicóloga por la Universidad de Puerto Rico y Dra. en Psi-
cología Social, Premio Extraordinario, Universidad Autónoma de
Barcelona. Es Académica del Departamento de Psicología Social,
Universidad Autónoma de Barcelona. Sus líneas de investigación
son: violencia, género, trabajo y comunidad.
Jorge Castellá-Sarriera
jorgesarriera@gmail.com
Doctor en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid,
post-doctorado en la Universidad de Barcelona en Análisis Mul-
tivariados y en la Universidad de San Francisco en Psicología Co-
munitaria. Actualmente, es académico del Instituto de Psicología

414
de la Universidad Federal del Rio Grande del Sur (UFRGS); inves-
-
gico (CNPq); Coordinador de grupo de investigación en Psicolo-
gía Comunitaria de la UFRGS y miembro del Grupo de Trabajo en
Salud Comunitaria de la Asociación Nacional de Post-graduación
e Investigación en Psicología (ANPEPP) del Brasil. Sus líneas de
investigación comprenden la Psicología Comunitaria, Salud Co-
munitaria, Bienestar en la Infancia y Adolescencia, Tiempo Libre
y Adolescencia, Transición Escuela-Trabajo, Multiculturalismo.
James Ferreira Moura Jr.
jamesferreirajr@gmail.com
Doctor en Psicología y Psicólogo Comunitario, Universidad Fede-
ral de Rio Grande do Sul (). Es Profesor del Instituto de Hu-
manidades de la Universidad de Integración Internacional de la
Lusofonía Afrobrasileña () y el Programa de Posgrado en
Psicología, Universidad Federal de Ceará (). Es Coordinador de
la Red de Estudios y Confrontaciones de Pobreza, Discriminación y
Resistencia (rea) que desarrolla actividades de enseñanza
crítica, investigación y extensión colaborativa. Es investigador co-
laborador del Núcleo de Psicología Comunitaria (), Univer-
sidad Federal de Ceará (). Realiza investigaciones en psicología
social y psicología comunitaria principalmente sobre los siguientes
temas: racismo, clasismo, interseccionalidades, prácticas de discri-
minación, privilegios, autoritarismo, vergüenza / humillación, es-
tudios decoloniales y prácticas de resistencia.
415
Daniel Henríquez Fernández
daniel.henriquez@ufrontera.cl
Magíster en Psicología Comunitaria y Psicólogo, Universidad La
Frontera.
Stefany Larrota
stefanylarrota@gmail.com
Licenciada en Psicología por la Universidad Central de Venezuela.
Psicóloga Clínica con orientación psicoanalítica en el área infantil
y adolescente. Profesora en la Cátedra de Psicología Evolutiva de
la Escuela de Psicología de la Universidad Central de Venezuela.
Terry Mitchell
tmichell@wlu.ca
Doctora en Psicología Comunitaria del Instituto de Estudios de
Educación de Ontario, Universidad de Toronto. Académica de la
Universidad de Wilfrid Laurier. Se desempeñó como Profesora Asis-
tente en el Departamento de Salud y Epidemiología de la Comuni-
dad, Universidad de Dalhousie (1998-2001) y como Investigadora
del Sunnybrook y Women’s College Hospital (2001-2003). Actual-
mente se desempeña como Directora del Grupo de Investigación
de Derechos Indígenas y Justicia Social y es Docente de la Escuela
Balsillie de Asuntos Internacionales, Waterloo, Ontario, Canadá.

416
Ma Verónica Monreal Álvarez
vmonreaa@uc.cl
Doctora en Ciencias Sociales y Magíster en Salud Pública, mención
en Salud Mental, Universidad de Chile. Psicóloga y Académica de la
-
le. Especialista en evaluación de programas gubernamentales. Ac-
tualmente sus líneas de investigación se relacionan con psicología
rural y procesos de contraurbanización.
Verônica Morais Ximenes
vemorais@yahoo.com.br
Doctora en Psicología, Universidad de Barcelona y Pos-doctora,
Universidad Federal de Rio Grande do Sul (). Actualmente es
Profesora del Departamento y del Programa de Posgrado en Psi-
cología de la Universidad Federal de Ceará (). Es Coordinado-
ra del Núcleo de Psicología Comunitaria (), que desarrolla
actividades de enseñanza, investigación y extensión en Psicología
Comunitaria. Fue Presidenta de la 5ª Conferencia Internacional de
Psicología Comunitaria. Es investigadora del CNPq con beca PQ-2.
Sus líneas de investigación se relacionan con: psicología comuni-
taria, implicaciones psicosociales de la pobreza, políticas públicas,
contextos de vulnerabilidad social y otros.
Bárbara Olivares Espinoza
barbara.olivares@udp.cl
Candidata a Doctora en Ciencias Sociales, Universidad de Chile, y
Psicóloga Comunitaria. Actualmente es Académica de la Facultad
de Psicología de la Universidad Diego Portales, donde coordina el
417
Programa Aprendizaje y Ciudadanía. Sus líneas de investigación se
vinculan con la Psicología Comunitaria como marco para la com-
prensión de procesos de transformación social, infancia, políticas
públicas. Es parte del directorio de la Corporación Casa del Cerro,
que trabaja en el ámbito de la salud mental en contextos de exclu-
sión y pobreza.
Douglas D. Perkins
douglas.d.perkins@vanderbilt.edu
Psicólogo Comunitario y Académico de la Universidad de Vander-
bilt. La investigación del Dr. Perkins vincula la psicología social co-
munitaria, ambiental y aplicada con otras disciplinas, al centrarse
en la participación y el empoderamiento en las organizaciones de
base para mejorar la formulación de políticas públicas. Sus temas
de investigación incluyen el desarrollo global de disciplinas de in-
vestigación comunitaria, ecología social, capital social, sentido de
comunidad, apego al lugar, revitalización del vecindario urbano,
prevención de violencia juvenil, crimen, miedo y desorden.
María Isabel Reyes Espejo
maria.reyes@pucv.cl
Doctora en Psicología de la Comunicación, Interacción Social y De-
sarrollo Humano, Universidad Autónoma de Barcelona, España. Psi-
cóloga Comunitaria. Es Académica de la escuela de Psicología de la
-
gación están relacionadas con la Psicología Comunitaria en el marco
de los procesos de organización y desarrollo social, particularmente,
en el ámbito del liderazgo comunitario para la transformación so-
cial, desde un enfoque crítico y vinculado a las políticas públicas

418
Enrique Saforcada
enrique.saforcada@gmail.com
Doctor en Psicología de la Facultad de Psicología, Universidad
de Buenos Aires. Profesor Consulto Titular de Salud Pública y Sa-
lud Mental de la Facultad de Psicología, Universidad de Buenos

Ciencias Humanas y de la Conducta, Universidad Favaloro. Profe-

Comunitaria” de la Maestría en Psicología Social de la Facultad de
Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo.
Alipio Sánchez Vidal
asanchezvi@ub.edu
Doctor en Psicología por la Universidad de Barcelona. Psicólogo
Comunitario y Master of Arts por la Universidad de Minnesota.
Actualmente está retirado de la Universidad de Barcelona, don-
de realizó una destacada trayectoria académica por 33 años. Sus
temas de interés son psicología comunitaria, ética, intervención
psicosocial, desarrollo humano y empoderamiento. Ha publica-
do extensamente libros y artículos y es un académico reconocido
a nivel internacional.
419
Irma Serrano-García
serranogarciairma@gmail.com
Irma Serrano-García es catedrática jubilada del Departamento
de Psicología de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. El
2018 fue reconocida por la American Psychological Association
con el premio Award for Distinguished Contributions to Theory
and Research in Community Psychology. Sus aportes a la psico-
logía comunitaria son variados, destacándose su concepción del
poder relacional, y sus investigaciones e intervenciones para la
prevención del .
Christopher Sonn
christopher.sonn@vu.edu.au
Profesor de psicología comunitaria en la Universidad Victoria,
Melbourne, Australia, en la tierra de los Wurundjeri de la nación
 
la opresión y sus continuidades en diversas formas de violencia
estructural y sus efectos sobre las identidades sociales, las rela-
ciones intergrupales y la pertenencia, junto con la forma en que
las comunidades resisten y promueven el bienestar de sus miem-
bros. Tiene una cátedra visitante en la Universidad de Witwater-
srand, Sudáfrica. Es coeditor de    y
coautor de Social Psychology and Everyday Life. Es editor asociado
de la revista estadounidense American Journal of Community Psy-
chology y de la Community Psychology in Global Perspective.

420
Esther Wiesenfeld
esther.wiesen@gmail.com
Doctora en Psicología y reciente ganadora del Premio Interamerica-
no de Psicología. Psicóloga Comunitaria y Académica de la Universi-
dad Central de Venezuela. En la actualidad ejerce como profesora y
conferencista invitada en distintas universidades iberoamericanas.
Cuenta con una amplia trayectoria en la investigación en Psicología
Comunitaria y en la Psicología Ambiental, y es considerada una de

Alba Zambrano Constanzo
alba.zambrano@ufrontera.cl
Doctora en Psicología Social, Universidad de Barcelona. Acadé-
mica del Departamento de Psicología, Universidad de La Fronte-
ra. Especialista en psicología comunitaria, con especial énfasis en
procesos de fortalecimiento comunitario, políticas sociales, pro-
blemas psicosociales infantojuveniles y prevención comunitaria.
421
ediras/es
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A construção do pensamento e da linguagem, reúne uma série de estudos acerca do pensamento infantil, da aquisição da linguagem e o detalhamento primoroso de todos os processos envolvidos na investigação do desenvolvimento de conceitos científicos pela criança. De um modo geral, o livro destaca as relações inerentes entre o pensamento e a linguagem, o uso específico da palavra e funcional do signo nos processos da formação do conceito.
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El estudio de la pobreza y la exclusión ha sido un tema periférico dentro de la teoría y la investigación de la Psicología Clínica. Tomando como punto de partida algunos aprendizajes obtenidos por la Psicología Cultural, este artículo pretende explorar las dificultades para la sistematización de los conocimientos clínicos en el área...
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RESUMEN El presente artículo describe y analiza el rol que ha jugado la gobernanza en el desarrollo del modelo comunitario de salud mental en Chile. Se describen y analizan cinco dimensiones de la gobernanza: 1) el desarrollo de una serie de estrategias para favorecer la participación de los usuarios de servicios de salud mental ha logrado resultados insuficientes; 2) la implementación de tres planes nacionales de salud mental, que han mantenido la misma visión estratégica a lo largo de tres décadas, han contribuido a aumentar la accesibilidad a la atención comunitaria de las personas con enfermedades mentales y disminuir el rol de los hospitales psiquiátricos; 3) la inexistencia de una ley de salud mental persiste aún como un desafío, aunque haya sido parcialmente compensada por distintas leyes y decretos; 4) las regulaciones en la asignación de los recursos financieros, la formación del recurso humano y las directrices técnicas han contribuido a mejorar el acceso y la calidad de la atención; y 5) la construcción progresiva de un sistema de información en salud mental ha permitido conocer principalmente las tasas de acceso, las brechas de tratamiento y las inequidades geográficas. La experiencia chilena confirma la importancia de aplicar un conjunto de estrategias y mecanismos de gobernanza, para favorecer el desarrollo y el funcionamiento de los servicios de salud mental. El tipo de estrategias y mecanismos de gobernanza podrán variar en los distintos países según los contextos y las ventanas de oportunidades.
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Background Patient and Public Involvement (PPI) in mental health research is increasing, especially in early (pre-funding) stages. PPI is less consistent in later stages, including in analysing qualitative data. The aims of this study were to develop a methodology for involving PPI co-researchers in collaboratively analysing qualitative mental health research data with academic researchers, to pilot and refine this methodology, and to create a best practice framework for collaborative data analysis (CDA) of qualitative mental health research. Methods In the context of the RECOLLECT Study of Recovery Colleges, a critical literature review of collaborative data analysis studies was conducted, to identify approaches and recommendations for successful CDA. A CDA methodology was developed and then piloted in RECOLLECT, followed by refinement and development of a best practice framework. ResultsFrom 10 included publications, four CDA approaches were identified: (1) consultation, (2) development, (3) application and (4) development and application of coding framework. Four characteristics of successful CDA were found: CDA process is co-produced; CDA process is realistic regarding time and resources; demands of the CDA process are manageable for PPI co-researchers; and group expectations and dynamics are effectively managed. A four-meeting CDA process was piloted to co-produce a coding framework based on qualitative data collected in RECOLLECT and to create a mental health service user-defined change model relevant to Recovery Colleges. Formal and informal feedback demonstrated active involvement. The CDA process involved an extra 80 person-days of time (40 from PPI co-researchers, 40 from academic researchers). The process was refined into a best practice framework comprising Preparation, CDA and Application phases. Conclusions This study has developed a typology of approaches to collaborative analysis of qualitative data in mental health research, identified from available evidence the characteristics of successful involvement, and developed, piloted and refined the first best practice framework for collaborative analysis of qualitative data. This framework has the potential to support meaningful PPI in data analysis in the context of qualitative mental health research studies, a previously neglected yet central part of the research cycle.
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Moscovici, S. (Ed.) (1975). Introducción a la psicología social. Barcelona: Editorial Planeta.
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This study aims associating children’s satisfaction to their interpersonal relationships within their main contexts of interaction (family, friends and school) and their satisfaction regarding their subjective well-being, considering the variables age, gender, type of school (public or private) and city of living (capital or not). There were 2.280 children from 9 to 13 years old (M = 10,99; SD = 0,996), being 1.341 from the capital city (58,8%), most of them from public schools (61%) and 55,5% of the amount were girls. The results showed there is no difference between the average satisfaction data and the interpersonal relationships by age and that children living in country towns are more satisfied with their interpersonal relationships. Children who study in private schools are more satisfied with their family relationships and school environment, while students from public schools are more satisfied with their friendships; besides girls are more satisfied with both their school relationships and friends. The subjective well-being decreased as they become older and boys showed an average subjective well-being significantly higher than girls. Considering the interactions among subjective well-being and the variables evaluated, the children who presented higher average of subjective well-being are those who live in country towns and study in public schools and the ones who live in the capital and study at in private schools.
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Subjective well-being concerns an evaluation of one’s life, considering cognitive and affective aspects. Contextual factors, such as family, may influence this process. One of the main development contexts of children is family and aspects of these relationships, such as different settings, might contribute to children’s subjective well-being. The aim of this study was to compare the well-being of children from different family settings (intact, single-parent, stepfamilies, multigenerational). Participants were 2,135 boys and girls, from 9 to 13 years old (M = 10.97, SD = 0.99), students of public and private schools from a Brazilian southern State. Children answered a questionnaire with sociodemographic variables and three well-being scales (PWI-SC, BMSLSS, GDSI). Children were divided in four groups according to whom they live with (intact, single-parent, stepfamilies, multigenerational families). To evaluate differences between groups a Multivariate Analysis of Variance (MANOVA) were performed, considering well-being scales as dependent variables and family setting as independent variable. Results indicated significant differences in the well-being of children in relation to their family setting and age. Children from intact families showed significant positive differences on the well-being from children of other settings (the lowest means were from the children of stepfamilies). It is argued that transitions and instability that children are being subjected to may affect their well-being.