La presencia de las mujeres en todos los espacios sociales ha desafiado los roles tradicionales de la división sexual del trabajo, incluso muestra como las mujeres en busca de nuevas identidades han roto con el imaginario de que la inteligencia, la fuerza y el poder son exclusivos de los hombres. Ellas se esfuerzan por romper con el mito de que el espacio privado es donde encuentran su realización como amas de casa, esposas y madres, para plantearse la posibilidad de desarrollarse en el espacio público como profesionistas exitosas. No obstante, las responsabilidades familiares, la falta de calificación e incluso las restricciones culturales se presentan como un obstáculo para que las mujeres tengan acceso a un empleo asalariado que les permita un desarrollo profesional y un crecimiento económico.
En las últimas décadas el trabajo autónomo se ha cristalizado como una alternativa de generación de ingresos para las mujeres, les permite convertirse no solo en mujeres independientes, sino, que en algunos casos además en mujeres empresarias, generadoras de fuentes de empleo.
Durante la segunda mitad del siglo XX la participación de la mujer en el mercado de trabajo se visualizó como una alternativa para alcanzar los objetivos de desarrollo y crecimiento económico sostenido de las naciones, a principios del año 2000 en el Global Entrepreurship Monitor 1999, Reynodls, Hay y Camp concluyeron que un mayor y más rápido crecimiento en la creación de nuevas empresas puede lograrse aumentando la participación de las mujeres en el proceso empresarial, lo que podría disminuir en dos terceras partes las diferencias de la actividad empresarial entre países.
Estudios realizados han demostrado que la incursión femenina al sector empresarial se ha incrementado de manera notable en las últimas décadas. Según la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE, 2004) en Europa existen más de 10 millones de mujeres autoempleadas, mientras que en Estados Unidos se registran 6.4 millones. En
América Latina la situación no es diferente, en la última década la participación de las mujeres como empresarias incrementó del 2.5% al 3.8% (Heller, 2010), mientras que en México, de 1970 al 2010 la participación de las mujeres en la actividad empresarial presentó un incremento del 17% (Zabludovsky, 2013).
El incremento de la participación de las mujeres como propietarias de empresa, se puede explicar a través de los años de recesión y de reestructuración económica que desde la década de los setenta se viven en México. Algunos autores aseguran que ellas incursionan a este ámbito laboral como actores económicos emergentes, que reaccionan ante la necesidad económica que tienen en determinada etapa de su vida de colaborar con el ingreso y sustento de los hogares, mientras que otros investigadores las presentan como mujeres autónomas, visionarias y emprendedoras que ven en sus negocios propios una oportunidad de proyección profesional.
A este respecto, Zabludovsky (2002), señala que las empresas de mujeres constituyen entre una tercera y cuarta parte de los negocios en México en donde más del 68% de las unidades económicas propiedad del género femenino se ubican en el sector servicios (Cerda, 2008).
Si bien es cierto, se identifican mujeres empresarias en gran parte de las ramas económicas, su mayor concentración es en el sector servicios ya que este sector se ha vuelto una alternativa de empleo tanto para la fuerza de trabajo desplazada de la manufactura como para la creación de nuevas fuentes de empleo (García, 2005). Además de que el acceso de las mujeres a este sector económico se facilita no solo a través de financiamientos para la creación de micro y pequeñas empresas, sino que también
se asocia con los atributos femeninos y con sus roles tradicionales (maternidad, cuidados, educación, afecto, comprensión, delicadeza, entre otros).
Además, Zabludovsky (2013) señala que este fenómeno se observa principalmente
en las zonas urbanas, donde la contribución de las mujeres en el sector rebasa en número las empresas que son propiedad de hombres.
En México la mayor participación de mujeres propietarias de negocios del sector terciario se localizan dentro de las 55 zonas metropolitanas del país (INEGI, 2004). En el caso de la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG), el grueso de empresas femeninas dentro del sector terciario, se localiza en los municipios de Guadalajara y Zapopan, cuyas principales actividades económicas son: escuelas, hospitales, ventas al menudeo, galerías, cafés y restaurantes (Barajas, 2010), siendo estos últimos donde se identifica mayor participación de las empresarias.
Las cafeterías y restaurantes, forman parte de la rama restaurantera del sector terciario, que hasta el año 2010 contaba con 392,242 establecimientos denominados restaurantes o con servicios de alimentos, con una participación del 4.5% en el Producto Interno Bruto (PIB) (Censos Económicos 2009, 2010). Los estados que se caracterizan por tener un sector restaurantero dinámico y en constante expansión son el Distrito Federal,
Jalisco, Veracruz, Puebla y el Estado de México (INEGI, 2010). En el caso del Estado de Jalisco al 2010 se contabilizan 27,637 establecimientos de preparación y venta de alimentos, de los cuales el 52% se encuentran concentrados en la ZMG (SEIJAL, 2010).
Cabe destacar que el incremento de la inserción de mujeres al mundo empresarial no solo se limita a la generación de empleo y a su aportación económica, sino que además contribuye con el ámbito empresarial a través de reconocer las diferencias que se presentan entre hombres y mujeres, durante el proceso administrativo que implica la operación y dirección de una empresa como responsables de una estructura organizacional que a su vez lleva la carga moral de quienes laboran y económicamente
dependen de su capacidad de gestión empresarial. Por lo tanto, a mediados de la década de los ochenta se dio inicio a una serie de investigaciones en torno a la participación de las mujeres en el ámbito empresarial.