Los últimos cincuenta años de teoría política fueron testigos de un llamativo cambio de posiciones y objetivos, si se asume que la expectativa tradicional era que las teorías de
corte marxista se dedicaran a las dimensiones productivas y económicas y las liberales se dedicaran a la protección de esferas de acción individual. Por un lado, las posiciones de teoría crítica, herederas de la teoría marxista, pasaron a ocuparse fundamentalmente de cómo las valoraciones sociales y culturales producían grupos oprimidos y subordinados; por el otro lado, las teorías liberales se centraron en tratar de hallar y fundamentar patrones de distribución que fueran consistentes con una idea de cooperación equitativa.
Frente a esta transformación de expectativas típicas, la teoría política intentó construir posiciones que o bien intentaran mostrar la necesidad de incluir otras consideraciones,
o bien pretendieran mostrar la reducibilidad de un tipo de razones a otras; en definitiva, el problema residía en cuán reduccionista podía ser una teoría de la justicia social.
Dos de las concepciones que reaccionaron, desde presupuestos teóricos diferentes, a esa transformación de paradigma fueron el igualitarismo relacional y la reformulación
de la teoría crítica realizada por Nancy Fraser. La primera concepción reaccionó a las derivas de la discusión de la justicia distributiva posrawlsiana, postulando que las sociedades igualitaristas deberían preocuparse fundamentalmente por cómo se estructuran las relaciones entre individuos y entre estos y las instituciones, fomentando las relaciones construidas sobre normas de respeto y preocupación mutua
y desmantelando las normas que requieren la estigmatización, la opresión y la humillación de algunos sectores poblacionales.
La segunda concepción, heredera de la tradición crítica, sostuvo que una sociedad justa exige unos acuerdos sociales en los que cada individuo pueda participar como un
igual y que esto implicaba tanto la satisfacción de condiciones económicas como de condiciones de reconocimiento.
El objetivo de este trabajo es poner en diálogo ambas concepciones para analizar la plausibilidad de estos intentos de resistir el llamativo cambio de posiciones registrado
en la teoría política. Si bien este diálogo no ha sido, a nuestro conocimiento, desarrollado, hay razones para pensar que puede ser prolífico. El igualitarismo relacional ha sido presentado, en algunas formulaciones, como un intento
por reincorporar los problemas de respeto y valoración social en la discusión igualitarista liberal, colonizada por un paradigma redistributivo (Anderson, 1999: 314). Este objetivo pareciera acercarlo, pero también alejarlo de la teoría fraseriana: por un lado, descuidaría las cuestiones distributivas de la producción de bienes y recursos, pero, al mismo tiempo, incluiría la necesidad de construir una teoría de la igualdad basada en un valor más amplio, como el de las relaciones igualitarias, lo cual la asemejaría a la capacidad integradora que Fraser exige a la teoría crítica. A su vez, la
teoría fraseriana hace depender la justificación normativa de un reclamo de justicia de un ideal de participación paritaria, el cual podría pensarse que exige que las relaciones
entre individuos no estén articuladas en torno a la estigmatización, la dominación o la opresión. Como intentaremos mostrar, este diálogo permitirá profundizar en las razones por las cuales tanto las demandas de reconocimiento como de redistribución son valiosas para una sociedad democrática y en si es posible establecer algún tipo de prioridad normativa en la satisfacción de esas demandas.