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Síntesis
La compleja y ambivalente relación de Australia con Asia nos
puede ofrecer una perspectiva fascinante de las tensiones
contradictorias asociadas a la progresiva disgregación de la
hegemonía occidental que se está produciendo actualmen-
te. En particular, me centraré en los complejos retos y obs-
táculos culturales a los que se enfrenta Australia en su in -
tento por integrarse en Asia, en convertirse –como dice la
gente en Australia– en “parte de Asia”. Durante los años en
que se forjó como nación moderna, la identidad geopolítica
de Australia estuvo ligada a su concepción de “puesto de
avanzada remoto de Europa”. Sin embargo, y debido a los
procesos de regionalización, y a la progresiva vinculación de
Gran Bretaña a la Unión Europea, hemos asistido a un pro-
ceso histórico lento, desigual y multifacético de “asianiza-
ción” de Australia, que significa una transformación bastan-
te trascendental en la manera cómo este Estado-nación ha
definido tradicionalmente su papel y su lugar en el mundo.
En las últimas dos décadas la economía australiana se ha
vinculado cada vez más a la de sus vecinos asiáticos. Pese a
que inicialmente las políticas migratorias de este país de
in migrantes se basaban en el principio de “una Australia
blanca”, los preceptos racistas fueron abolidos y el país se
abrió (aunque con reservas). Actualmente los inmigrantes de
diversos países asiáticos representan más de una tercera
parte de las personas que llegan a Australia cada año. Sin
embargo, es preciso preguntarse: ¿qué es Asia? ¿Quiénes
son asiáticos? Y con ello, ¿pueden ser asiáticos los australia-
nos (blancos)? Estas preguntas van mucho más allá de la
práctica del regionalismo comercial y económico, y adquie-
ren una profundidad especial cuando nos centramos en la
dificultad que tiene “Asia” para funcionar como término
pa ra referirse a una identidad común. Como entidad geo-
gráfica, Asia es una construcción artificial con unas fronteras
inciertas y en la que Australia padece de problemas similares
a los que padece Turquía en su relación con Europa. A una
distancia mayor culturalmente de lo que dista geográfica-
mente, y cuestionando permanentemente la propia defi-
nición identitaria (también difusa) que sirve de motor al
re gionalismo, y conteniendo en su lugar, la semilla de la
alteridad (Occidente en Australia, para los asiáticos; Oriente
en Turquía, para los europeos). En este contexto, destaca la
llegada de un nuevo primer ministro Kevin Rudd al frente del
país, capaz de desplegar una relación privilegiada con China
y jugar un papel clave en el encaje de su país en la región.
Introducción
Muchos observadores internacionales han pronosticado
que, en las próximas décadas, el equilibrio de fuerzas global
se transformará como resultado del crecimiento de las eco-
nomías asiáticas, en particular de China e India. Este cambio
está llamado a tener un impacto significativo en todo el
mundo occidental, pero es ya una realidad en Australia,
donde se está viviendo con un enorme interés. En las últi-
mas dos décadas la economía australiana se ha vinculado
cada vez más a la de sus vecinos asiáticos. De hecho, el ex -
traordinario auge económico de Australia, que se prolongó
a lo largo de los noventa hasta la crisis financiera mundial
de 2008, estuvo unido a la insaciable demanda china de
recursos naturales como carbón o mineral de hierro, muy
abundantes en el país. Hasta el punto que a principios de
2008 un importante economista declaró muy convencido
en el periódico The Australian: “Australia estará bien mien-
tras China esté bien, y en 2008, China está bien”.1
Sin embargo, cuando empezó la crisis financiera en Estados
Unidos y se extendió a todo el mundo en la segunda mitad
del año, los principales empresarios comenzaron a preocu-
parse por si afectaba también a la economía china, lo que
tendría unas consecuencias nefastas para la economía aus-
traliana. En octubre de 2008, Heather Ridout, presidente
del Australian Industry Group, dijo: “Australia está en el
bo te salvavidas chino y existen algunas preocupaciones de
que pudiera estar empezando a hacer aguas”.2 Enseguida
quedó claro que el crecimiento económico chino estaba
disminuyendo drásticamente como consecuencia del des-
censo de la demanda estadounidense, lo que a su vez ponía
fin al boom de Australia.
Para los países de Europa Occidental, acostumbrados a ocu-
par las primeras posiciones en la escala del poder y el bien-
Australia y la región de Asia-Pacífico:
de la distancia cultural
a la proximidad estratégica
Ien Ang
Investigadora y profesora del Australian Research Council, profesora de estudios culturales
y Directora Fundadora del Centre for Cultural Research de la University of Western Sydney
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estar global, resulta algo irónico que un país avanzado y
de sarrollado como Australia tenga que confiar tanto en un
gigante no occidental de rápido crecimiento como China
para su prosperidad económica. Ahora bien, el de Australia
puede ser fácilmente el destino de muchas economías occi-
dentales en los próximos años, si China –y en menor me-
dida, India– llega a dominar la
economía mundial. Por eso es
especialmente interesante exa-
minar el caso de Australia.
Como Estado-nación occiden-
tal situado más cerca de Asia,
Australia es un lugar excelente
para observar este proceso de
cambio global sin precedentes.
La compleja y ambivalente rela-
ción de Australia con Asia nos
puede ofrecer una perspectiva fascinante de las tensiones
contradictorias asociadas a la progresiva disgregación de la
hegemonía occidental que se está produciendo actualmen-
te. En particular, me centraré en los complejos retos y obs-
táculos culturales a los que se enfrenta Australia en su in -
tento por integrarse en Asia, en convertirse –como dice la
gente en Australia– en “parte de Asia”.
Esta “asianización” de Australia es un proceso histórico
lento, desigual y multifacético, y significa una transforma-
ción bastante trascendental en la manera cómo este Estado-
nación ha definido tradicionalmente su papel y su lugar en
el mundo. La Australia moderna se fundó como una colo-
nia de blancos y, como tal, se estableció explícitamente
como nación blanca cuando se independizó en 1901, en un
período en que el colonialismo y el imperialismo europeo
se encontraban en su máximo
apogeo. Durante los años en
que se forjó como nación mo -
derna, la identidad geopolítica
de Australia estuvo ligada a su
concepción de “puesto de avan-
zada remoto de Europa”. Aun-
que la inmigración siempre ha
sido el enfoque principal del Go -
bierno para poblar un país que,
después de todo, ocupa un te -
rritorio enorme y casi vacío (la población indígena original
enseguida fue relegada a un estatus marginal cuando los
británicos colonizaron la zona), Australia ha mantenido du -
rante mucho tiempo una política de una Australia blanca, lo
que significa que los no europeos no podían migrar al
país.
Sin embargo, a medida que avanzaba el siglo XX, este fla-
grante racismo oficial se hizo cada vez más inaceptable en
un contexto internacional que estaba cambiando rápida-
mente tras la Segunda Guerra Mundial y la descolonización
del tercer mundo, que implicó a varias naciones asiáticas
que limitan al norte con Australia (como Indonesia, Ma-
lasia y Filipinas). A principios de los setenta, la política de
una Australia blanca fue oficialmente abolida, lo que abrió
las puertas a un aumento masi-
vo de la inmigración proceden-
te de los países asiáticos. Por
ejemplo, cuando estalló la gue-
rra de Vietnam, se permitió la
entrada al país de miles de re-
fugiados indochinos, y después
de Tiananmen en junio de 1989
en China, el Gobierno consintió
que 40.000 estudiantes chinos
se quedaran en el país y obtu-
vieran la ciudadanía australia-
na. En términos generales, actualmente los inmigrantes de
diversos países asiáticos representan más de una tercera
parte de las personas que llegan a Australia cada año.
Pero esta asianización gradual del panorama étnico austra-
liano fue sólo una parte de la transformación que se estaba
llevando a cabo. Tanto en términos económicos como polí-
ticos, los líderes gubernamentales y empresariales empeza-
ron a creer que para salvaguardar su prosperidad y su se -
guridad, Australia tenía que reforzar sus vínculos con las
dinámicas economías de Asia Oriental. Además, se puso de
manifiesto que, cuando los británicos se alinearon con la
Unión Europea, Australia ya no podía confiar en su vínculo
original con la Madre Patria, Gran Bretaña, como ancla para
amarrar su lugar en el mundo. En resumen, en lugar de
aferrarse a sus lazos coloniales históricos, el país tuvo que
sacar partido de su ubicación
geográfica regional. La geogra-
fía, y no la historia, marcaba su
destino.
Este movimiento geopolítico
era una respuesta a la tenden-
cia creciente del mundo glo-
balizado a organizarse en tér-
minos de bloques regionales
trans nacionales, especialmente
para finalidades económicas. De este modo, mientras Eu -
ropa se iba integrando cada vez más en la Unión Europea,
Australia sintió la necesidad urgente de acercarse a Asia en
lugar de apartarse, como había hecho en el pasado.
La idea de que Australia tenía un futuro asiático se fomentó
de forma particularmente entusiasta a principios de los no -
venta. El entonces primer ministro Paul Keating, quien se gún
el periodista Greg Sheridan empujó a Australia hacia Asia
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Cultura
“Para los países de Europa Occidental (...)
resulta algo irónico que (...) Australia tenga
que confiar tanto en un gigante no
occidental de rápido crecimiento como
China para su prosperidad económica. Ahora
bien, el de Australia puede fácilmente ser
también el destino de muchas economías
occidentales en los próximos años, si China
–y en menor medida, India– llegan
a dominar la economía mundial.”
“Cuando los británicos se alinearon con la
Unión Europea, Australia ya no podía confiar
en su vínculo original con la Madre Patria,
Gran Bretaña, como ancla para amarrar su
lugar en el mundo. (...) En lugar de aferrarse
a sus lazos coloniales históricos, el país tuvo
que sacar partido de su ubicación geográfica
regional. La geografía, y no la historia,
marcaba su destino.”
más que ningún otro primer ministro anterior, declaró que en
el siglo XXI Australia debería ser un país en el que “nuestra
cultura nacional se desarrolle gracias a las culturas que nos
rodean, y contribuya asimismo a desarrollarlas”.3 El discurso
público en la era Keating (1991-1996) estaba re pleto de
referencias a la necesidad de Australia de “involucrarse”,
“integrarse” y “comprometerse” con Asia: de lo con trario, se
advertía a los australianos, el país quedaría completamente
rezagado en la economía global y se convertiría en un reduc-
to provinciano dentro de la sociedad mundial. Para evitar que
esto sucediera, Keating proyectó estupendamente la ima-
gen cosmopolita de Australia como “nación multicultural en
Asia”, y las políticas nacionales se desarrollaron conforme a
esto. El multiculturalismo se convirtió en una faceta arraigada
a la política pública australiana. La política educativa subrayó
la importancia de enseñar lenguas asiáticas en las escuelas, y
se intensificaron los intercambios culturales con una amplia
variedad de países del Sudeste
Asiático y Asia Oriental con el fin
de incrementar lo que se deno-
minó “alfabetismo asiático”.
Pero estos intentos febriles de
reorientar Australia hacia sus
ve cinos asiáticos no podían es -
conder las paradojas de lo que
el teórico en relaciones interna-
cionales James Rosenau denomina “proximidad distante”:
la composición racial, cultural e histórica radicalmente dis-
tinta de Australia siempre había llevado a mantener una
distancia psicológica en lugar de un acercamiento a Asia.
Según Rosenau, las proximidades distantes son valoraciones
subjetivas, no evaluaciones objetivas de la realidad: se pre-
ocupan poco por lo que sienten o piensan las personas, y lo
que piensan o sienten está al alcance de la mano.4 El acer-
camiento de Australia a Asia, que en un principio estuvo
motivado por razones geopolíticas, económicas y de seguri-
dad, exigía nada menos que un cambio cultural radical –y,
como es bien sabido, resulta difícil provocar un cambio
cultural y su ejecución es lenta. Lo que necesitaba Australia
para reorientarse hacia la región asiática era nada menos
que una reconfiguración radical de la identidad nacional:
tenía que despojarse del legado colonial, eurocéntrico, se -
gún el cual Asia era percibida como el “Lejano Oriente”
–existente todavía residualmente en la cultura aus traliana
en general– y aceptar el hecho de que para Australia, Asia
es el “Próximo Norte”.
Este cambio nunca iba a ser fácil. El poder de los gobiernos
para dirigir una revisión completa y profunda en el imagina-
rio nacional siempre sería limitado. En 1996, la corriente
había cambiado. El nuevo Gobierno liberal (conservador) de
John Howard subió al poder (donde permanecería hasta
2007) después de una violenta respuesta populista contra la
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Australia y la región de Asia-Pacífico: de la distancia cultural a la proximidad estratégica
agenda de Keating. La política de derechas Pauline Hanson
consiguió entrar en el Parlamento con una fuerte agenda
antiasiática y antimulticultural, entre otras cosas. “Creo que
corremos el peligro de vernos desbordados por los asiáti-
cos”, declaró. “Tienen su propia cultura y religión, forman
guetos y no se integran”.5 El propio primer ministro Ho -
ward, que ya había expresado sus reticencias a la rápida
inmigración asiática de los ochenta, fue explícitamente crí-
tico con la idea de que Australia se convirtiera en una parte
de Asia. Hablando sobre uno de sus logros como líder de la
nación en 1999, alegó: “Hemos dejado de preocuparnos
por si somos asiáticos, estamos en Asia, vinculados a Asia o
formamos parte de un mítico hemisferio de Asia Oriental.
Hemos seguido con la tarea de ser nosotros mismos en la
región”.6 Howard orientó decididamente la política exterior
australiana hacia la creación de una alianza con Estados
Unidos, y Australia se convirtió en miembro activo de la
“coalición de la voluntad” del
presidente George W. Bush en
la invasión de Irak.
La influencia del Gobierno de
Howard no significó el final de
las relaciones de Australia con
Asia. Al contrario, durante su
largo mandato de once años,
las relaciones económicas entre
Australia y los países asiáticos continuaron creciendo, en un
momento en que la región experimentó una fuerte trans-
formación social y política, que Australia simplemente no
podía ignorar. Hacia finales de su mandato, Howard intentó
subrayar la sólida relación de Australia con Asia, destacan-
do que la emergencia de una enorme clase media en países
como India y China indicaba un cambio en el equilibrio de
las fuerzas económicas de Europa y Norteamérica hacia la
región. Según Howard, esto beneficiaba naturalmente a
Australia.
Sin embargo, los once años de Gobierno de Howard supu-
sieron un claro recorte en la agenda de asianización, espe-
cialmente en términos culturales. Por ejemplo, poco des-
pués de asumir el cargo, Howard dejó de subvencionar la
enseñanza de lenguas asiáticas en las escuelas, y redujo
considerablemente el compromiso del Gobierno con el
mul ticulturalismo. Sólo ahora, con la influencia del nuevo
Gobierno laborista del primer ministro Kevin Rudd, que
llegó al poder a finales de 2007, se ha vuelto a generalizar
e impulsar el interés por el compromiso con Asia.
Pero, ¿acaso Asia quiere a Australia?
Pero, ¿qué es Asia? ¿Quiénes son asiáticos? ¿Cómo se
pueden distinguir de los no asiáticos? ¿Pueden ser asiáticos
“Lo que necesitaba Australia para
reorientarse hacia la región asiática era nada
menos que una reconfiguración radical de la
identidad nacional: tenía que despojarse del
legado colonial, eurocéntrico, según el cual
Asia era percibida como el ‘Lejano Oriente’
(...) y aceptar el hecho de que para Australia,
Asia es el ‘Próximo Norte’”.
los australianos (blancos)? Estas preguntas van mucho más
allá de la práctica del regionalismo comercial y económico, y
adquieren una profundidad especial cuando nos centramos
en la dificultad que tiene “Asia” para funcionar como térmi-
no para referirse a una identidad común. Como entidad
geográfica, Asia es una construcción artificial con unas fron-
teras inciertas, en particular en su frente occidental, donde
su límite con Europa nunca se ha acabado de determinar de
forma clara. Un buen ejemplo de ello es la discutida ubica-
ción de Turquía en el imaginario regional de Europa, todavía
debatida actualmente con la controversia sobre la posible
adhesión del país a la Unión Europea. No deja de ser signifi-
cativo que, lo que en su momento se llamó “Asia Occidental”
y fue para los orientalistas del
siglo XIX la quintaesencia de
Oriente, haya pasado a denomi-
narse Oriente Medio y, por mo -
tivos complejos, sea tratada
actualmente como una región
separada y no como parte de
una “Asia” más amplia.
En la actualidad, “Asia” se aso-
cia sobre todo a los países del
Este, el Sudeste y el Sur de Asia.
Pero, en comparación con Euro-
pa, Asia es una región mucho más dispar y frag mentada.
Abarca algunos países muy ricos y po de rosos, así como
otros de los más pobres del mundo, desgarrados por la
guerra y la violencia. Los habitantes de esta región tienen
múltiples tradiciones religiosas y espirituales, hablan cientos
de lenguas distintas y pertenecen a innumerables comuni-
dades y grupos étnicos. A la vista de esto, es imposible de -
terminar de forma clara qué significa “Asia” y “asiáticos”.
El antiguo primer ministro de Singapur, Lee Kuan Yew, que
a menudo se ha referido con desconcierto a los esfuerzos
de Australia por convertirse en parte de Asia, ha desaconse-
jado que los australianos puedan y deban considerarse
asiáticos. En una entrevista para la televisión australiana,
comentó: “Acercarse a Asia no significa convertirse en asiá-
ticos o traer a asiáticos a Australia, simplemente significa
entender a los asiáticos, ser capaz de llevarse bien y hacer
negocios con los asiáticos, hacer que se sientan cómodos
y estar cómodos con ellos”.7
Puso como ejemplo a Gareth Evans, ministro de Asuntos
Exteriores del Gobierno de Keating a principios de los no -
venta, que, según Lee, tenía buenas relaciones personales
con los líderes asiáticos. “Lo que quiero decir es que Evans
solía jugar al golf y rodear con los brazos los hombros de
otros ministros de Exteriores, y en mi opinión estaba apren-
diendo las costumbres asiáticas, pero eso no le convertía en
asiático”, observó Lee.
Esta anécdota ejemplifica una percepción generalizada en
toda Asia: que Australia, como país occidental, no puede
reivindicar ser asiática. Desde esta perspectiva, “Asia” y
“Occidente” son categorías que se excluyen mutuamente.
Sin embargo, lo que se puede refutar aquí es que Lee Kuan
Yew parece estar demasiado seguro de lo que es “Asia” y
los “asiáticos”. Después de todo, como ya hemos indicado
anteriormente, Asia no es solamente la región más gran-
de sino también la más diversificada del mundo, caracteri-
zada tanto por las diferencias y los conflictos internos como
por los aspectos comunes. Existen tantos pueblos y cultu-
ras distintas dentro de lo que llamamos “Asia” que resul-
ta di fícil, por no decir engañoso, hablar con precisión de
“costumbres asiáticas”, “valo-
res asiá ticos” o incluso “asiáti-
cos”.
No obstante, esto no significa
que “Asia” no funcione como
una poderosa aunque contro-
vertida categoría de identifica-
ción co lectiva a lo largo de la
región, y esto acentúa el pro-
blema de que Australia perte-
nezca (o no) a ella. Esto queda
especialmente claro cuando ob -
servamos las tensiones geopolíticas asociadas a los distintos
modelos que se plantean a la hora de construir una región
transnacional, que han cobrado más fuerza en las últimas
décadas.
En 1989, Australia fue una de las impulsoras del estableci-
miento del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico
(APEC) para promover una cooperación económica más
eficaz en Asia y en la costa del Pacífico. Actualmente el
APEC tiene 21 miembros, incluidos la mayoría de países que
tienen litoral en el océano Pacífico. Incluye no sólo China,
Japón, Corea del Sur, y los diez países del Sudeste Asiático
pertenecientes a la Asociación de Naciones del Sudeste
Asiático -ASEAN- (Indonesia, Singapur, Malasia, Tailandia,
Filipinas, Brunei, Camboya, Laos y Myanmar), sino también,
y muy importante, Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda
y la propia Australia (con otros países como México, Chile,
Federación Rusa y Papúa Nueva Guinea que se han añadido
por el camino). En términos culturales, el APEC consiguió
institucionalizar con éxito una idea muy amplia de “Asia”,
catalogada aquí como “Asia-Pacífico”, y eliminar las refe-
rencias más particularistas, nociones no blancas y no occi-
dentales de la “asianidad”. Las famosas fotos de grupo de
los líderes del APEC vestidos con el traje nacional del país
anfitrión en las cumbres periódicas son una imagen muy
elocuente: subrayan la uniformidad por encima de las dife-
rencias obvias, una unidad en la diversidad que minimiza las
historias, los intereses y el poder enormemente divergentes
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Cultura
“¿Qué es Asia? ¿Quiénes son asiáticos? (...)
¿Pueden ser asiáticos los australianos
(blancos)? Estas preguntas van mucho más
allá de la práctica del regionalismo comercial
y económico, y adquieren una profundidad
especial cuando nos centramos en la
dificultad que tiene ‘Asia’ para funcionar
como término para referirse a una identidad
común. Como entidad geográfica, Asia
es una construcción artificial con unas
fronteras inciertas”
ahora en las cumbres. Pero las críticas de Mahathir resuenan
en la desconfianza y la hostilidad persistentes hacia la hege-
monía de Occidente en el mundo no occidental. Las quejas
sobre la supremacía blanca y la arrogancia occidental, y en
el caso australiano, los ecos de la política de una Australia
blanca, no se han extinguido. Alimentan los sentimientos de
“nosotros” (asiáticos) frente a “ellos” (occidentales) que
pueden resucitar siempre que los eventos globales invitan a
una respuesta local.
Un ejemplo es la cobertura que dieron los periódicos inter-
nacionales a los enfrentamientos entre manifestantes pro-
Tíbet y pro-China durante el relevo de la antorcha olímpica
en abril de 2008. Una lectura a fondo de algunos periódicos
asiáticos como The Straits Times (Singapur), The Bangkok
Post (Tailandia) y The Times of India (India) pone de mani-
fiesto que todos comentaban el tema teniendo muy en
cuenta a las distintas partes. Pero también se criticaba lo
que se consideró de forma bastante generalizada como un
prejuicio de los medios occidentales contra China. Estos
países se posicionaron firmemente como naciones asiáticas
dentro de la región asiática, a menudo destacando la nece-
sidad de mantener buenas relaciones con sus vecinos asiá-
ticos y cuestionando la autoridad moral occidental para
aleccionar al resto del mundo, incluida China, sobre dere-
chos humanos. En esta cobertura, se establecía una clara
línea divisoria entre Asia y Occidente.
En cambio, los medios australianos no dudaron en comuni-
car la noticia desde un punto de vista occidental, y estaban
preocupados con los abusos chinos de los derechos huma-
nos en Tíbet y la supuesta implicación del Gobierno chino
en agitar el patriotismo pro-chino entre los chinos en el
extranjero para defender el relevo de la antorcha. La cober-
tura que se hizo en Australia de las noticias relacionadas
con este tema se caracterizó por una profunda desconfian-
za de China, en la línea de los medios occidentales domi-
nantes de todo el mundo. Molesto, el ex primer ministro
Keating, defensor del compromiso de Australia con Asia en
los noventa, lanzó una crítica devastadora, observando que
la prensa liberal occidental tendía a considerar el relevo de
la antorcha y las preparaciones para los Juegos Olímpicos de
Beijing “casi exclusivamente a través del prisma de Tíbet”.
Apuntó directamente al legado del sentimiento occidental
de superioridad: “La crítica occidental siente que el epicen-
tro del mundo está cambiando pero no le gusta nada, por
eso intenta sofocar estas enormes sociedades argumentan-
do que sus sistemas políticos y de valores no se adaptan a
los suyos”, exclamó en un discurso.13 En este caso, China se
posicionaba como el otro, el malo, representante de una
“Asia” que definitivamente no éramos “nosotros”.
Pero con una China cada vez más poderosa y tan esencial
ahora para su economía, Australia debe tener cuidado de
de sus integrantes, especialmente entre los socios occiden-
tales y no occidentales.
Pero la propuesta inicial para el APEC fue rechazada por los
países de la ASEAN, en particular por el ex primer ministro
malayo Mahathir, que en su lugar propuso la creación de
una Reunión Económica de Asia Oriental, que sólo estuviera
abierta a los países “realmente” asiáticos y excluyera a los
considerados no asiáticos. El plan recibió una fuerte oposi-
ción y fue muy criticado como una “reunión sin blancos”
por parte de Estados Unidos, que quería minimizar cual-
quier grieta entre Asia y Occidente en la construcción de la
región.8
Aunque a principios de los noventa el formato de “sólo
asiáticos” que planteó Mahathir para la región perdió frente
al APEC dirigido por occidentales, desde la crisis económica
que vivió Asia en 1997, que afectó a muchas economías
na cionales de la región, la idea de un regionalismo más
específicamente asiático-oriental ha cobrado fuerza, y se ha
institucionalizado claramente en el llamado foro ASEAN+3
(que reúne a los 10 países de la ASEAN más China, Japón y
Corea del Sur).
Es interesante que el énfasis creciente en “Asia Oriental”
como denominador común para el desarrollo de la coope-
ración regional se viera motivado por un deseo de reducir la
dependencia asiática de las instituciones financieras domi-
nadas por Occidente, como el Fondo Monetario Inter na-
cional, y por la ineficiencia percibida del APEC. De hecho, a
nadie se le escapa que uno de los motivos principales de
este giro hacia un regionalismo de Asia Oriental fue un
sentimiento compartido de humillación y resentimiento an -
te la tibia respuesta de Occidente a la crisis económica de
1997.9 En cambio, China ofreció un generoso apoyo finan-
ciero a Tailandia e Indonesia durante la crisis, mejorando su
imagen como modelo de estabilidad económica y liderazgo
responsable.10 Como observó la economista y ministra de
Comercio indonesia Mari Pangestu en 2004: “El crecimien-
to de China llevó a una mayor concienciación de que la
región podía formar un gran bloque económico dinámico…
y buscar una voz más eficaz en el panorama global hasta
ahora dominado por los intereses occidentales”.11
Asia Oriental es ahora una poderosa marca para la creación
de una identidad regional, basada en parte en la reproduc-
ción de la división principal de “Asia” y “Occidente”. En
esta dicotomía, Australia está situada firmemente dentro
del segundo grupo. Cuando Australia solicitó la participa-
ción en la Cumbre de Asia Oriental de 2005, Mahathir, que
se había retirado como primer ministro de Malasia en 2003,
repitió sus duras posiciones antiaustralianas, arguyendo que
Australia es “una especie de transplante de otra región”.12
Al final, la diplomacia salió victoriosa y Australia participa
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Australia y la región de Asia-Pacífico: de la distancia cultural a la proximidad estratégica
no contrariarla demasiado. Entre los derechos humanos y la
prosperidad económica, ¿en qué posición se encuentra
Australia? ¿Y cómo puede superar Australia su relación
contradictoria con Asia en general? Es aquí donde el papel
del nuevo primer ministro, Kevin Rudd, ha sido tan intere-
sante.
Lu Kewen
El aspecto más fascinante de Kevin Rudd es que es el primer
y el único líder occidental que habla chino con fluidez. Es
licenciado en historia china y era diplomático en Beijing
antes de convertirse en político. Incluso antes de ser elegi-
do primer ministro, eclipsó a su predecesor, John Howard,
hablando en un mandarín perfecto con el presidente de
la República Popular China, Hu
Jintao, durante la reunión del
APEC de septiembre de 2007
en Sydney, suscitando la admi-
ración de la delegación chi-
na. En China, se le pasó a co -
nocer por su nombre chino, Lu
Kewen.
La primera gira mundial de
Rudd como nuevo líder austra-
liano, a principios de abril de
2008, coincidió con el levanta-
miento en Tíbet. Como el tema
de los derechos humanos y la
posibilidad de un boicot de los
Juegos Olímpicos de Beijing se
estaba comentando entre los líderes occidentales, muchos
se preguntaron si Rudd incluiría el Tíbet en la agenda duran-
te su visita a China.
Rudd tuvo que hacer malabarismos diplomáticos y, a decir
de todos, salió airoso. Su mayor triunfo público fue un dis-
curso, pronunciado en mandarín, a los estudiantes de la
Beida University de Beijing, en el que dijo: “Algunos han
reclamado un boicot de los Juegos Olímpicos de Beijing...
No estoy de acuerdo. Pero también creemos que es necesa-
rio reconocer que hay problemas importantes con los dere-
chos humanos en el Tíbet. Como amigo de China desde
hace mucho tiempo, tengo la intención de mantener una
charla abierta con los líderes chinos al respecto.” Apro-
vechando su gran conocimiento de la lengua y la historia
chinas, Rudd utilizó la palabra china zhengyou, poderosa y
cargada de significado, para describirse a sí mismo. Como
explica el experto en China, Geremie Barmé, un zhengyou
es un auténtico amigo que se atreve a discrepar, “un com-
pañero que ve, más allá del beneficio inmediato, una base
firme y amplia para una amistad profunda, sincera y du -
radera”.14 Rudd entendió que dirigirse a los chinos como un
zhengyou era una manera culturalmente sensible y diplo-
mática de expresar sus propios puntos de vista, y por lo
tanto era más probable que le escucharan.
Las respuestas en Australia y alrededor del mundo fueron
de admiración total. Algunos comentaristas incluso sugirie-
ron que con Rudd, Australia estaba bien situada “para
reafirmar su papel genuino de intermediario [entre las dos
naciones más poderosas del mundo, China y Estados Uni-
dos], considerando el respeto que se le tenía en Beijing y en
Washington”.15
Sin embargo, no debemos sobreestimar la capacidad de
Australia para influir en los negocios mundiales. Por ejem-
plo, mientras que las críticas de Rudd al historial de dere-
chos humanos de China enca-
bezaron los titulares en todo el
mundo, dentro de China hubo
pocas reacciones. Y lo que es
aún más importante, la actua-
ción de Rudd en China no fue
tan bien recibida en otras par-
tes de Asia. A los japoneses les
preocupó que China pudiera
pasar a convertirse en la priori-
dad de la política exterior aus-
traliana a expensas de Japón,
y un analista indio, hablando
sobre la poca atención que
Australia había prestado al otro
prometedor gigante, India, con-
cluyó: “China, China, China,
Chi na y más China fue el tema recurrente de sus discursos”.16
El comentarista político Greg Sheridan todavía fue más
claro, sugiriendo que la preocupación de Rudd por China
era excesiva y un error garrafal: “En general, Rudd es una
persona respetada en toda la región. Pero el debate austra-
liano a menudo no entiende que China no es Asia y que
Asia no sólo es China. Hablar mandarín es muy bonito en
Beijing, pero no impresiona en absoluto en Nueva Delhi,
Tokyo, Yakarta o Bangkok”.17 Las delicadas relaciones con
Japón e Indonesia, en particular, exigían un poco más de
atención diplomática y Rudd se vio obligado a visitar estos
dos países enseguida para evitar dar una imagen de parcia-
lidad a favor de China.
Esto pone de relieve las enormes complejidades que escon-
de el proceso de creación de una región transnacional, y
el complicado papel de Australia dentro de este proceso.
Los esfuerzos geopolíticos de Australia para convertirse en
“par te de Asia” suponen un reto increíble, que debe supe-
rar grandes barreras locales, nacionales y regionales, y exi-
gen una inteligente sensibilidad cultural y política, y una
458
Cultura
"La primera gira mundial de Rudd como
nuevo líder australiano, a principios de abril
de 2008, coincidió con el levantamiento en
Tíbet. (...) Rudd tuvo que hacer
malabarismos diplomáticos y, a decir de
todos, salió airoso. (...) Aprovechando su
gran conocimiento de la lengua y la historia
chinas, Rudd utilizó la palabra china
zhengyou (...) para describirse a sí mismo.
(...) Entendió que dirigirse a los chinos como
[‘un amigo sincero’] era una manera
culturalmente sensible y diplomática de
expresar sus propios puntos de vista, y por lo
tanto era más probable que le escucharan."
gran habilidad diplomática. Queda por ver si los líderes aus-
tralianos serán siempre capaces de aceptar este complejo
reto.
Flujos culturales regionales
Podemos arrojar una luz distinta a estos asuntos yendo más
allá del mundo oficial de las instituciones regionales y los
gobiernos nacionales. Igual de significativos para la emer-
gencia de “Asia” como entidad regional son los procesos
más informales de flujo transnacional que materializan las
interacciones sociales y las interconexiones culturales en
toda la región. Si Australia forma parte de Asia o no, y de
qué manera, no es una cuestión de decreto gubernamen
tal, ni se conseguirá solamente con el aumento de los in-
tercambios económicos y las relaciones comerciales. En un
sentido más amplio, saldrá de la compleja red de conexio-
nes reales, cruzadas y solapa-
das, entre Australia y las distin-
tas partes de Asia a través de la
miríada de interacciones huma-
nas que hacen que funcionen
las sociedades: del comercio a
la educación, del turismo a las
colaboraciones en investiga-
ción, de los intercambios artísti-
cos al activismo social, etcéte-
ra. Y, en este sentido, la perte-
nencia o no de Australia a Asia
es como mucho irregular y muy
parcial.
Un ejemplo que ilustra muy
bien esto es la circulación de la
cultura pop asiática. Desde principios de los años noventa,
los jóvenes de toda Asia Oriental han adoptado con fervor
la cultura pop japonesa (manga, dibujos animados, moda,
series de televisión). Más recientemente, Asia Oriental se
ha visto invadida por una Ola Coreana (hallyu) como se la
ha de nominado de entusiasmo por la cultura pop coreana
(culebrones, películas, juegos de internet, moda y música
popular); hasta el punto que ahora el Gobierno surcoreano
y la Organización Nacional de Turismo de Corea del Sur
explotan el hallyu para promocionar Corea del Sur como “el
centro de la cultura y el turismo asiáticos”. Incluso Japón,
que ha sido exportador de cultura popular a Asia a lo largo
de los noventa, se ha visto atrapado por la fiebre del hallyu,
y también en China la cultura pop surcoreana ha alcanzado
una popularidad increíble en los últimos años. Como obser-
va el catedrático Jian Cai de la Fudan University: “Con el
desarrollo de la globalización y el aumento de los intercam-
bios culturales, Asia ya no está dominada por la cultura
popular americana. Los asiáticos optan por cosas más simi-
lares culturalmente. Se decantan por el ocio coreano porque
encierra los valores y los sentimientos asiáticos”.18
Estos hechos sugieren que se está produciendo un proceso
de regionalización panasiática a nivel de la cultura popular,
que articula un mayor sentimiento compartido del estilo, el
gusto y la conciencia regional (aunque el mundo cultural de
Asia Meridional, dominado por India y expresado a través
del cine de Bollywood, permanece bastante desconectado
de Asia Oriental y el Sudeste Asiático). En To kyo, Seúl, Bei-
jing, Shanghai, Hong Kong, Singapur, Bangkok o Taipei, in -
cluso en partes de Yakarta y Kuala Lumpur, la cultura pop
asiática crea una esfera cultural para toda la región, en pos
de un sentimiento común de identidad asiática po pular,
urbana y muy moderna. Lo que se articula en esta cul tura
popular tan dinámica, vibrante y enérgica es una experiencia
híbrida de modernidad urbana que es a la vez igual y distin-
ta de la modernidad occidental, que combina los elementos
culturales lo cales y globales en
mezclas inno vadoras.19
Sin embargo, en general esta
cultura popular asiática no lle-
ga a Australia. Los culebrones
surcoreanos no se ven en la te -
levisión australiana, y la música
pop asiática nunca alcanza la
fama. Naturalmente, en Aus-
tralia hay fans del manga japo-
nés o de las películas de kung-
fu de Hong Kong, por ejemplo,
pero la cultura pop asiática
nunca va más allá de un peque-
ño nicho de mercado subcultu-
ral. Un ejemplo fue la visita del
popular artista y cantante de hip hop coreano Rain (su ver-
dadero nombre es Jeong Ji Hoon) a Sydney en 2007. Rain,
que se ha esforzado por extender su éxito panasiático a
Occidente mediante una gira mundial que incluyó concier-
tos en Australia y América, atrajo a una abrumadora canti-
dad de asiáticos a su concierto, en su mayoría mujeres jó -
venes de origen asiático, pero apenas consiguió llenar el
estadio a pesar de la agresiva campaña de promoción. Co -
mo se comentaba en un blog del Sydney Morning Herald:
“Si no fuera por la multitud de jovencitas que esperaban
ansiosas fuera del Stamford Hotel en Double Bay ayer, los
habitantes de Sydney probablemente ni siquiera hubieran
reparado en la megaestrella coreana Rain. A pesar de ser
una de las estrellas más famosas de Asia, y por lo tanto del
mundo, el cantante de hip hop Rain… parece pasar des-
apercibido para la mayoría de nosotros”.20
Así pues, en lo que a cultura popular se refiere, hay una
gran desconexión entre Australia y Asia: pertenecen a dos
459
Australia y la región de Asia-Pacífico: de la distancia cultural a la proximidad estratégica
“Si Australia forma parte de Asia o no, y de
qué manera, no es una cuestión de decreto
gubernamental, ni se conseguirá solamente
con el aumento de los intercambios
económicos y las relaciones comerciales.
En un sentido más amplio, saldrá de la
compleja red de conexiones reales, cruzadas
y solapadas, entre Australia y las distintas
partes de Asia a través de la miríada de
interacciones humanas que hacen que
funcionen las sociedades (...) Y, en este
sentido, la pertenencia o no de Australia
a Asia es como mucho irregular
y muy parcial.”
esferas culturales distintas. Mientras que los jóvenes en
Asia Oriental cada vez está más interconectados a través de
la proximidad cultural de una cultura popular compartida,
la cultura popular en Australia en general se mantiene ale-
jada de las aportaciones asiáticas, y se obstina en centrar su
mi rada exterior en las celebridades de las grandes ciudades
occidentales (Londres y Hollywood).
Un ejemplo distinto pero igualmente destacable de esta
desconexión cultural se puede encontrar en las estrategias
de marketing de la cerveza Tiger de Singapur, una de las
principales marcas panasiáticas. En los países asiáticos, la
cerveza Tiger se comercializa como una marca decidida-
mente moderna, urbana y global, una marca para la Asia
próspera y cosmopolita de nuestros días. En cambio, en los
países occidentales la cerveza Tiger generalmente se pro-
mociona como “la cerveza del Lejano Oriente”, con un Le -
jano Oriente representado como exótico, misterioso y tradi-
cional. Esta estrategia orientalista también predomina en
Australia, donde la cerveza Tiger se describe como “una
cerveza premium asiática”. En la página web australiana de
la cerveza Tiger, por ejemplo, se puede consultar un horós-
copo oriental-occidental, dando a entender la capacidad de
esta marca de franquear la división Oriente-Occidente.21 Lo
que se construye aquí es un sentimiento cultural de asiani-
dad como categóricamente no occidental, ni australiana,
perpetuando así la dicotomía de dos categorías mutuamen-
te excluyentes y que explotan creativamente los estereoti-
pos existentes.
Pero la cosa no se reduce exclusivamente a una desconexión
cul tural. La realidad sobre el terreno es más compleja y
múltiple, impulsada por los crecientes flujos de personas
que circulan entre Australia y los países asiáticos. En este
punto podemos volver al tema de la migración asiática a
Australia. Cuando líderes asiáticos como Lee Kuan Yew y
Mahathir se atreven a decir tan seguros de sí mismos que
los australianos no pueden ser asiáticos, sin duda tienen en
mente la imagen dominante de la Australia blanca. De
hecho, a pesar del multiculturalismo oficial de Australia, que
recalca y elogia la diversidad cultural y étnica de la nación,
Australia sigue siendo un país eminentemente anglosajón,
con Inglaterra y Nueva Zelanda a la cabeza de los países que
aportan más migrantes nuevos año tras año. Sin embargo,
teniendo en cuenta las políticas activas de inmigración de
Australia desde la Segunda Guerra Mundial, la diversidad
racial, étnica y cultural de la población australiana ha au -
mentado sustancialmente, en particular en las últimas déca-
das. La proporción de la población residente en Aus tralia de
origen asiático pasó del 1,1% en 1976 al 5,5% en 2001 y,
según el censo de 2006, casi 1,7 millones o cerca del 8%
de la población australiana tiene antepasados asiáticos (lo
que incluye a las personas de origen asiático nacidas en
Australia).
460
Cultura
AUSTRALIA
SYDNEY
Italiano - 1,6%
Griego - 1,3%
Cantonés - 1,2%
Árabe - 1,2%
Mandarín - 1,1%
Vietnamita - 0,9%
Otros idiomas
Solamente inglés: 78,5%
Solamente inglés: 64%
Á
rabe - 3,9%
Cantonés - 3%
Mandarín - 2,3%
Griego - 1,9%
Vietnamita - 1,8%
Italianio - 1,7%
Otros idiomas
GRÁFICO 1.
Las 6 principales lenguas habladas en el hogar
Nota: el número total de idiomas registrados es de 280.
Elaboración propia. Fuente: Australian Bureau of Statistics,
censo de 2006.
Como los inmigrantes intentan establecerse en las grandes
ciudades metropolitanas como Sydney y Melbourne (donde
más del 30% de la población es de origen extranjero), la
presencia de asiáticos es mucho más perceptible allí. Por
ejemplo, mientras que las lenguas chinas (mandarín y can-
tonés) son ahora las segundas más habladas en los hogares
australianos, seguidas por el italiano, el griego y el árabe, las
cifras son relativamente bajas. En Sydney, sin embargo, la
presencia asiática es más pronunciada: más del 5% de
la po blación habla lenguas chinas, casi el 4% árabe, y hay
más personas que hablan vietnamita que italiano, como se
desprende de estas estadísticas:
No obstante, más allá de las estadísticas debemos destacar
el impacto cualitativo que tienen ahora los asiáticos en la
sociedad y la cultura australianas. Diversos tipos de comida
asiática se han convertido en el pan de cada día del pano-
rama culinario australiano. La cocina australiana se suele
describir como un híbrido de sabores, olores y productos
asiáticos, mediterráneos e indígenas, mientras que algunos
de los chefs australianos más prestigiosos son de origen
asiático, como Kylie Kwong y
Tet suya Wakuda. Los asiáticos
están ampliamente representa-
dos en los negocios y profesio-
nes, y suelen destacar por sus
buenos resultados en el sistema
educativo (una tendencia simi-
lar a la de otros países como
Estados Unidos, donde los asiá-
tico-americanos son apodados “la minoría ejemplar”). Los
australianos de descendencia asiática cada vez son más
numerosos y visibles en los altos cargos. Por ejemplo, Penny
Wong, ministro para el Cambio Climático en el actual Go -
bierno de Rudd, es de origen chino-malayo. Se podría decir
que personas como Wong son asiáticos y australianos, que
ejemplifican el efecto de la hibridez como fuerza cultural
que rompe con la percepción dominante según la cual las
dos categorías son mutuamente excluyentes, y en su lugar
destacan la penetración de aspectos de asianidad en la
iden tidad nacional australiana.
Si nos ceñimos a los flujos de personas, las estadísticas de
viajes internacionales también nos pueden proporcionar in -
formación muy reveladora. En general, los flujos de perso-
nas que entran y salen de Australia casi se han duplicado en
la última década (hasta cerca de 5 millones al año en ambas
direcciones en 2006), lo que significa un aumento general
de la movilidad global que forma parte integral de la globa-
lización. Lo más significativo en este contexto es la geogra-
fía de esta movilidad transnacional. Según las cifras del
Australian Bureau of Statistics de 2008, la mayoría de los
4,9 millones de viajes al exterior realizados por australianos
en 2006 fueron a Nueva Zelanda, Estados Unidos y Reino
Unido. Pero después de estos tres, los otros países más
visitados fueron todos asiáticos. Estas cifras indican que
existe una bifurcación geográfica en los destinos preferidos
de los viajeros australianos: en su gran mayoría van o bien
a países anglófonos, culturalmente más próximos, con los
que Australia ha mantenido relaciones históricas y de amis-
tad, o bien a países de Asia, que se encuentran más cerca
geográficamente. Es el caso especialmente del turismo: de
ahí el gran número de australianos que viajan a Tailandia,
Fiji e Indonesia. Los visitantes que viajan a Australia mues-
tran una tendencia similar. Los neozelandeses y los británi-
cos son los que visitan en mayor número el país, pero tam-
bién los visitantes asiáticos, especialmente los japoneses,
chinos y surcoreanos.
Estas cifras muestran que la proximidad geográfica tiene un
efecto real sobre el lugar al que viajan las personas, y es
lógico suponer que la geografía de la movilidad física tam-
bién influye en el sentimiento de las personas sobre su
ubicación en el mundo. Estas estadísticas prueban que los
australianos están cada vez más integrados en la región
asiática, aunque sus viejas rela-
ciones con el mundo anglo-
sajón siguen siendo más fuer-
tes.
Por último, un ejemplo del ám -
bito deportivo. Hoy en día, el
orden mundial imperante hace
que, al tratarse de fútbol, el
deporte mundial dominado por Europa, Australia esté só-
lidamente integrada en Asia. En 2006, Australia se unió
fi nalmente a la Confederación Asiática de Fútbol y ahora
participa en la competición de la Copa Asiática (que en
2007 fue ganada contra todo pronóstico por Irak) y tiene
que obtener el acceso a los campeonatos mundiales de la
FIFA a través del Torneo Asiático de Calificación para el
Mun dial. En el mundo del fútbol, pues, Australia es una
parte irrevocable de Asia.
Conclusión
En el actual mundo globalizado, los estados dependen cada
vez más para su funcionamiento y sustento de sus vínculos
y relaciones con otros estados, especialmente los que se
encuentran en su propia región del mundo. Para Australia,
esto ha significado la necesidad de aceptar su ubicación
geográfica en la región de Asia Pacífico, alejada de sus so -
cios históricos y culturales “naturales” en Europa y Nor-
teamérica. En este sentido, Australia ha tenido que reinven-
tarse como una parte de Asia. Sin embargo, “Asia” es un
espacio regional fluido con unas fronteras inciertas y discu-
tidas. Su unión provisional y en constante evolución como
461
Australia y la región de Asia-Pacífico: de la distancia cultural a la proximidad estratégica
“Según las cifras del Australian Bureau of
Statistics de 2008, la mayoría de los 4,9
millones de viajes al exterior realizados por
australianos en 2006 fueron a Nueva
Zelanda, Estados Unidos y Reino Unido. Pero
después de estos tres, los otros países más
visitados fueron todos asiáticos.”
462
Cultura
MAPA 1.
Salidas de residentes y llegadas de visitantes breves, por destinos y países de origen (2006)
Elaboración propia. Fuente: Australian Bureau of Statistics, Llegadas y salidas del extranjero, Australia (2008).
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Lugares de destino de los turistas australianos
Lugares de origen de los turistas que visitan Australia
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una entidad está formada por muchas capas de flujos trans-
fronterizos e interconexiones culturales múltiples, además
de controvertidos diseños políticos y construcciones insti-
tucionales. Enfrentada a complejos juegos de intereses y
poder, Australia a veces forma ya parte de Asia, y otras
veces no es para nada así, y quizás nunca lo será. A veces
las diferencias raciales, históricas y culturales importan, e
importan mucho, y a veces estas diferencias se superan
fácilmente, erosionando la dicotomía entre “Asia” y “Occi -
dente” de forma lenta pero significativa. En resumen, Aus-
tralia a la vez forma y no forma parte de Asia, al menos por
el momento.
463
Australia y la región de Asia-Pacífico: de la distancia cultural a la proximidad estratégica
1. Chris Richardson, director Access Economics, en Mike Steketee, “Soft Landing”, The Weekend Australian, marzo 29-30 de 2008.
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7. Lee Kuan Yew entrevistado por Kerry O’Brien, ABC 7:30 Report, 20 de noviembre de 2000.
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