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DESAFECCIÓN POLÍTICA: UNA
PROPUESTA DE RECONCEPTUALIZACIÓN
POLITICAL DISAFFECTION: A RECONCEPTUALIZATION
PROPOSAL
Adrián Megías
Universidad de Almería, Almería, España
amegias@ual.es
Cristina Moreno
Universidad de Murcia, Murcia, España
cmoreno@um.es
F. Ramón Villaplana
Universidades de Murcia y de Valencia, España
rvillaplana@um.es
Recibido: septiembre de 2024
Aceptado: octubre de 2024
Palabras clave: desafección política; actitudes políticas; cambio actitudinal; cultura política; teoría política
Keywords: political disaffection; political attitudes; attitudinal change; political culture; political theory
Resumen: La desafección política ha emergido como un fenómeno central en
el panorama político contemporáneo, requiriendo una reevaluación exhaustiva
y sistemática. En este contexto, este estudio propone una reconceptualización
del término, abordando aspectos teóricos y metodológicos cruciales identifica-
dos a través de un análisis exhaustivo de la literatura reciente. Reflexionamos
sobre la configuración multidimensional de la desafección política y cómo las
emociones podrían desempeñar un papel fundamental en la configuración de
esta actitud, arrojando luz sobre otros fenómenos, como la creciente polariza-
ción política. Nuestro estudio destaca la necesidad de integrar diversos ele-
mentos en la medición y análisis de la desafección política, aportando así una
visión más completa y matizada de este fenómeno crucial en la ciencia política
contemporánea.
Abstract: Political disaffection has emerged as a central phenomenon in the
contemporary political landscape, requiring a comprehensive and systematic
reassessment. In this context, this study proposes a reconceptualization
of the term, addressing crucial theoretical and methodological aspects
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1. Introducción
La desafección política se ha convertido
en uno de los nudos gordianos de la po-
lítica actual y de su estudio, por lo que,
en tanto que actitud de rechazo y aleja-
miento hacia la misma, merece tanto una
revisión, como un replanteamiento siste-
mático.
En este sentido, la desafección se ha
concebido como una de las actitudes ne-
gativas hacia la política más extendidas.
Entendida como el sentimiento negativo
hacia los políticos, la política y sus proce-
sos, y hacia un sistema incapaz de hacer
frente a las demandas y necesidades de
los ciudadanos, la desafección sería una
actitud cuyo resurgir respondería al actual
clima en el que el funcionamiento de las
democracias se encuentra en entredicho.
Al periodo de euforia democrática capita-
lista le siguió una percepción generaliza-
da de que las instituciones democráticas
no estarían cumpliendo con los resultados
esperados, ni atendiendo a las necesida-
des, intereses y demandas de la ciuda-
danía, a lo que cabría sumar uno de los
aspectos más controvertidos de las ac-
tuales democracias: el alejamiento entre
ciudadanía y clase política (Megías, 2018,
2020a; Megías y Moreno, 2022)
Sin embargo, estos sentimientos de des-
confianza y alejamiento hacia la política
y sus representantes no son algo nuevo,
ni como objeto de investigación, ni como
rasgos característicos en la cultura políti-
ca de las sociedades occidentales. Si bien
los primeros estudios datan de los años
cincuenta del siglo pasado (Gamson,
1968), lo que realmente resulta novedoso
es la utilización habitual de la desafección
política como un tópico conversacional.
Nos referimos a la utilización del término
en el ámbito cotidiano como si fuera uní-
voco y no precisara de análisis.
El análisis de los medios de comunica-
ción, ya sea a través de la lectura de pe-
riódicos, la consulta de sus secciones de
opinión, la visualización de informativos y
programas de debate, o la participación
en redes sociales y conversaciones coti-
dianas, revela una creciente distancia de
la ciudadanía respecto a la clase política.
Este distanciamiento se manifiesta en ac-
titudes que combinan un creciente males-
tar y hostilidad, junto con una percepción
generalizada de que el sistema político es
incapaz de atender de manera eficaz las
demandas y necesidades de la población.
Las movilizaciones del 15M1 en España,
Occupy Wall Street en EE.UU, los “indig-
1 Las movilizaciones del 15M no solo fueron
únicas de los indignados, sino que “data record-
ed among general population in Spain, between
identified through an exhaustive analysis of recent literature. We reflect on
the multidimensional configuration of political disaffection and how emotions
could play a fundamental role in shaping this attitude, shedding light on other
phenomena, such as growing political polarization. Our study highlights the
need to integrate various elements in the measurement and analysis of political
disaffection, thus providing a more complete and nuanced vision of this crucial
phenomenon in contemporary political science.
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nados” en Grecia, pero también en Roma,
Londres, Berlín o, más recientemente, los
“chalecos amarillos” en Francia, no son
sino ejemplos de este distanciamiento tra-
ducido en incomprensión, incluso en un
sentimiento de lo que se percibe como
utilización electoral de la ciudadanía en
periodos de elecciones.
En este contexto, la presente investi-
gación busca no solo clarificar qué se
entiende por desafección política, sino
también ofrecer un marco renovado y ex-
haustivo para su comprensión. Partiendo
de un riguroso recorrido teórico (donde se
hará hincapié en las distintas explicacio-
nes que se ha dado al fenómeno y a sus
dimensiones), se desarrollará una pro-
puesta de reconceptualización que aspira
a redefinir su estudio. Se hará especial
énfasis en los aspectos teóricos y metodo-
lógicos que, a la luz de los avances más
recientes en la investigación, resultan fun-
damentales para una medición y análisis
más precisas del fenómeno.
2. Cambio actitudinal
Cualquier acercamiento que se haga so-
bre actitudes y, consecuentemente, sobre
las percepciones subjetivas sobre la polí-
tica (Galais, 2008), hace necesario un re-
torno sobre los estudios de cultura política
y el cambio actitudinal, en cuanto ante-
cedente teórico básico de la desafección.
2011 and 2013, conrm a wide support for the
15-M: three out of every four citizens sympathize
with its arguments and one in every two agree
with its protest strategies (…)In a restricted view,
the 15-M functions as a vehicle to confront spe-
cic problems derived from the economic crisis
or political corruption” (Sampedro y Lobera,
2014: 15).
Desarrollado en origen por Almond y Ver-
ba (1989, 1970), el concepto de cultura
política hace referencia al conjunto de ac-
titudes, creencias, pautas y valores com-
partidos ampliamente en una sociedad,
estableciendo, a su vez, modelos y límites
a la conducta de los ciudadanos.
Al margen de su utilidad para entender las
actitudes ciudadanas hacia el sistema po-
lítico, la construcción teórica de la cultura
política pronto afrontó problemas a la hora
de explicar el cambio actitudinal. Fruto de
los procesos de socialización primaria,
las actitudes/cultura se aprenden y que-
dan enraizadas en la conciencia de los
individuos de forma temprana, primando
sobre experiencias posteriores, lo que las
haría resistentes al cambio. Debido a su
concepción intrínsecamente estática, es-
tas teorías derivadas del funcionalismo se
mostraron incapaces de explicar los cam-
bios en las actitudes en el corto y medio
plazo (Eckstein, 1988; Galais, 2008). Se
trata, en consecuencia, de un modelo que
se ha denominado culturalista, dado que
la cultura política se convierte en una va-
riable independiente a la hora de explicar
tanto los cambios de actitudes, como la
estabilidad de las democracias2. Frente
a esta posición del enfoque culturalista3,
2 A este respecto destaca Putnam (2011), para
quien las causas de la cultura política residen en
la tradición histórica de las sociedades. De he-
cho, en su teoría del capital social explica que
las diferencias de este capital son el resultado de
trayectorias históricas divergentes entre las re-
giones del Norte y Sur de Italia.
3 Debido a las dicultades que este enfoque
presentaba para explicar los cambios, Eckstein
(1988) desarrolló en Una teoría culturalista del
cambio político, una explicación congruente con
los postulados culturalistas. Eckstein considera-
ba dos tipos de cambios culturales: los que sur-
gen de un modo natural por cambios en las situa-
ciones estructurales, y los resultantes de intentos
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se contraponen las teorías de la elección
racional, según las cuales los individuos,
maximizando su utilidad, reducirían sus
decisiones a un cálculo coste-beneficio
de modo que la cultura quedaría relegada
a una posición secundaria al tratar de ex-
plicar cualquier comportamiento político
(Downs y Merino, 1973). En otras pala-
bras, se ha transitado de una perspectiva
teórica en la que la cultura se concebía
como un elemento primordial de origen
histórico, caracterizado por su estabilidad
y resistencia al cambio, hacia una explica-
ción teórica que otorga un peso desmesu-
rado a la influencia del interés individual
y su cálculo racional, determinado por las
circunstancias en las que se desenvuelve
la ciudadanía.
Ambos enfoques —culturalista y racio-
nal— han sido objeto de críticas. El pri-
mero, por sus debilidades al dar cuenta
de los cambios que se producen en las
actitudes y la cultura política de un país;
el segundo, por su relativismo a la hora
de construir explicaciones ad hoc para los
cambios en los comportamientos. Queda-
ba por tanto pendiente explicar cómo y
por qué se producían el cambio de actitu-
des y de cultura.
Esta labor fue abordada por las teorías in-
termedias del racionalismo cultural (Wil-
davsky, 1987), las cuales proporcionaron
un enfoque pluralista sobre el cambio
actitudinal. Dado que las actitudes están
influenciadas por las evaluaciones del en-
torno político y las experiencias participa-
tivas, o dicho de otro modo, en tanto que
los cambios actitudinales se producen en
un contexto político, social y económico
deliberados por cambiar los comportamientos
políticos. Su tesis del cambio se basó en la posi-
bilidad de los cambios mediante la socialización
acumulativa.
marcado por la inestabilidad y la crisis, se
generarían simultáneamente procesos de
resocialización en la vida adulta y nuevos
cálculos de utilidad. Estos factores condu-
cirían a transformaciones en las actitudes
y, en el caso que nos ocupa, en la des-
afección política —manifestándose, por
ejemplo, en la reevaluación de los costes
de interesarse y participar en la política,
así como en un aumento de la implicación
política.
3. Marco teórico clásico
La recurrente utilización del concepto de
desafección por parte de múltiples acto-
res e investigadores, así como el hecho
de que la desafección política más que
ser una definición de una actitud, consti-
tuye un conjunto de medidas, ha creado
un espacio difuso, de indefinición, que
obliga a trabajar en una conceptualiza-
ción clara del mismo. Utilizando un símil
médico, podría decirse que el concepto
de desafección política es semejante al
de salud. Al igual que para el campo de
la medicina resulta difícil establecer una
definición sobre lo que es la salud, y por
ello se han establecido una serie de indi-
cadores y pruebas que facilitan su medi-
ción, en el ámbito de la ciencia política se
han utilizado parámetros para identificar
un fenómeno de apatía, falta de confianza
y alejamiento político.
Concretamente, en el caso de la desafec-
ción política, el concepto remite tanto a la
cultura política almondiana, a la que se
ha hecho referencia, como a los estudios
de actitudes ciudadanas hacia diversos
objetos políticos4. Mención especial en
4 La cultura política es un fenómeno multidi-
mensional. Pese a ello, los vínculos existentes
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este punto requiere Easton. La publica-
ción de A systems analysism of social life
(Easton, 1965) dio inicio al estudio de un
fenómeno conocido a partir de entonces
como apoyo político —“la forma en la que
un individuo se orienta evaluativamente
hacia un objeto a través de sus actitu-
des o su comportamiento”(Easton, 1975:
436)—. Easton distinguió este concepto
en dos dimensiones: apoyo específico y
apoyo difuso. El apoyo específico se basa
en la satisfacción de los ciudadanos res-
pecto al cumplimiento de sus expectati-
vas por parte de las autoridades, mientras
que el apoyo difuso es una tendencia que
se consolida a lo largo del tiempo y está
profundamente arraigada en la estructura
valorativa de una sociedad. Este último re-
fleja, en términos de Easton (1975: 444),
una “reserva de actitudes favorables” ha-
cia el sistema, independientemente de la
evaluación positiva o negativa de las au-
toridades. A grandes rasgos, detrás del
apoyo difuso estaría el concepto de legi-
timidad del sistema, mientras que detrás
del apoyo específico estaría el concepto
de “performance” o resultados del siste-
ma político5.
entre sus distintas dimensiones no han recibido
la atención que merecen. La mayoría de los estu-
dios sobre este tema ha señalado, siguiendo a Al-
mond y Verba (1963) implícita o explícitamente,
que los diferentes conjuntos de actitudes deben
seguir pautas coherentes y consistentes. Esta pre-
misa ha tenido importantes consecuencias para
nuestra comprensión de la cultura política en
general, y más particularmente de las actitudes
hacia el sistema político (Montero et al., 1998).
5 Cada vez es más común en las democracias
occidentales encontrar ciudadanos que, pese a
presentar altos niveles de apoyo al sistema políti-
co, se muestran críticos con los resultados de di-
cho sistema o con las autoridades que ocupan los
puestos de gobierno. Estos ciudadanos son, en
términos de Klingemann (1998: 5) los “dissatis-
Como todo estudio de ciencia política —y
la desafección no constituye una excep-
ción— estamos ante fenómenos multi-
causales y multidimensionales. La mul-
tidimensionalidad del “political support”
obliga a situarlo en relación a objetos
concretos, especificando cuál es el objeto
de la actitud que buscamos medir en un
momento concreto (Abad Cisneros y Trak,
2013). Dicho de otro modo, el apoyo polí-
tico, en tanto que actitud hacia la política,
se subdivide en varias dimensiones (más
o menos según cada autor) y, cada di-
mensión, en sub-dimensiones. Para Mon-
tero et al. (1998), por ejemplo, el apoyo a
la democracia se divide en tres dimensio-
nes: legitimidad, descontento y desafec-
ción. A raíz de este estudio se comienza a
considerar la desafección como un com-
ponente diferenciado y separado de otras
dimensiones actitudinales, tales como la
legitimidad, el apoyo y la confianza hacia
la democracia. La principal hipótesis que
mantenían estos autores era que la legi-
timidad democrática, el descontento y la
desafección políticas eran dimensiones
conceptual y empíricamente distintas. A
través de un análisis factorial en el que se
incluyeron indicadores para cada una de
estas dimensiones, comprobaron cómo,
efectivamente, las tres dimensiones eran
diferentes.
También Norris (1999) prestaría atención
al estudio de actitudes políticas, centrán-
dose en el apoyo político. Si bien parece
que las dimensiones actitudinales de No-
rris (1999) por una parte, y las de Mon-
ed democrats” o, en términos de Norris (2011)
los “critical citizens”. La forma de combinar y
entender las actitudes de la ciudadanía, hacia su
sistema político, así como sus implicaciones,
consecuencias y determinantes, se sitúan en el
punto central del apoyo político como objeto de
estudio.
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tero et al. (1998) por otra, son dispares,
una atención más detallada a sus investi-
gaciones revela una propuesta de estudio
semejante. Estas investigaciones dieron
inicio a una sucesión de estudios sobre
la desafección política que apuntan a la
importancia de este fenómeno para la de-
mocracia. La desafección se relacionaría
así con una serie de actitudes negativas
focalizadas hacia el sistema político; o
como diría Di Palma (1970), se manifies-
ta en un cierto alejamiento o desapego de
la ciudadanía con respecto a su sistema
político, suponiendo un “sensible aleja-
miento de los ciudadanos respecto a sus
representantes, el desasosiego y la deses-
peranza en torno al futuro y, seguramen-
te, la puesta en cuestión de algunas con-
vicciones y valores sociales(…)” (Ortiz y
Embid, 2010: 7, en Megías, 2018: 43).
Por lo tanto, estas actitudes afectivas o
evaluativas, de apego o desapego, pue-
den dirigir nuestros estudios hacia aque-
llos aspectos que determinan en qué me-
dida la ciudadanía muestra interés en la
política, ya sea en sus valoraciones sobre
las instituciones, la labor del gobierno,
los actores políticos, o el grado en que
los individuos perciben ser tomados en
cuenta. A su vez, estas actitudes revelan
cuánto se sienten los ciudadanos parte
del proceso y si tienen una predisposición
a participar en él. De esta forma, cuan-
do en una sociedad prevalecen actitudes
negativas hacia la política, se suele em-
plear el término “desafección política”.
Concretamente, por desafección política
entendemos el sentimiento subjetivo de
ineficacia, cinismo y falta de confianza
en el proceso político, los políticos y las
instituciones democráticas, pero sin que
ello implique cuestionar la legitimidad del
régimen político (Torcal, 2000). O lo que
es lo mismo, una valoración negativa de
los políticos y las instituciones, pero bajo
el convencimiento de que la democracia
—y sus procesos— son insuficientes,
bastante mejorables, confirmando aquello
de que la democracia es un mal sistema
de gobierno, pero el mejor inventado has-
ta la fecha. La misma idea se desprende
de otras definiciones que hablan de “la
existencia de un apoyo mayoritario de los
ciudadanos a sus regímenes democráti-
cos (…) junto con una falta de confianza
en las instituciones, un alejamiento de la
política, un sentimiento de incapacidad
de poder influir en el sistema y de que el
sistema, a su vez, responda a las deman-
das de los ciudadanos” (Torcal, 2000: 1).
Si nos fijamos con detalle en la definición
anterior, se observan, en términos de
Almond y Verba, dos dimensiones: una
afectiva con un fuerte contenido psicoló-
gico, y otra evaluativa. Por ello este cons-
tructo teórico ha sido operacionalizado
tradicionalmente a través de dos dimen-
siones: desafección institucional y desa-
pego político (Torcal y Montero, 2006). La
primera hace referencia a los sentimientos
de desconfianza hacia los representantes
políticos y las instituciones, así como a
su capacidad de respuesta. La segunda
se refiere al distanciamiento, cansancio,
hastío y falta de interés de la ciudadanía
en la política, sin olvidar la propia autoe-
valuación de los individuos como actores
políticos. Cada una de ellas se divide a su
vez en dos subdimensiones. La Tabla 1
recoge la configuración de las mismas.
Vista su composición, quedarían pen-
dientes sus principales variables explica-
tivas. El abanico de explicaciones sobre
la desafección política puede agruparse
en torno a tres grandes grupos teóricos:
teorías económicas, políticas y sociocultu-
rales (Nye, Zelikow, y King, 1997; Torcal,
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2006). Las teorías económicas establecen
una relación entre los logros económicos
del gobierno y el desarrollo económico
del país con los distintos niveles de desa-
fección política. Por otro lado, las teorías
políticas vinculan el desempeño guber-
namental con los factores institucionales.
Finalmente, las teorías socioculturales
buscan explicar la desafección política
en función del grado de desarrollo social
alcanzado. El cuadro 1 presenta un resu-
men de las teorías, junto con sus princi-
pales autores de referencia.
3.1. Desafección y desempeño
político
Las teorías políticas sobre el origen de la
desafección hacen hincapié en los llama-
dos factores institucionales. Según estos
estudios, el aumento de la desafección se
puede atribuir a la naturaleza del sistema
de partidos, a la inestabilidad de los go-
biernos, al tipo de sistema institucional, el
grado de desarrollo de los derechos civiles
y libertades, o la falta de rotación de los
Desapego Político
Interés por la Política Nivel de curiosidad que la política suscita
en los ciudadanos.
Ecacia Política
Interna
Constituye el grado en que el ciudada-
no siente que entiende la política y, en
última instancia, puede inuir o participar
en ella.
Desafección Institucional
Conanza en las Insti-
tuciones
Grado en que los individuos confían en
una serie de instituciones políticas.
Ecacia Política
Externa
Hace referencia a la percepción de
receptividad, capacidad de respuesta
o sensibilidad de los políticos y de las
instituciones respecto de las demandas
ciudadanas.
Tabla 1. Dimensiones y subdimensiones de la desafección política. Fuente: Elaboración Propia,
a partir de Torcal y Montero (2006).
Autores principales
Teorías sociales y culturales Torcal (2006); Inglehart (1977); Lerner (1958); Lipset
(1960)
Teorías políticas, de desempeño
gubernamental
Norris (1999); Morlino y Tarchi (1996); Pharr y Putnam
(2000); Del-Castillo-Feito, Cachón-Rodríguez, y Paz-Gil,
2022
Teorías económicas Clarke, Dutt, y Kornberg (1993); Catterberg y Moreno
(2006); Polavieja (2013)
Cuadro 1. Principales teoríasd y autores acerca del origen de la desafección política. Fuente:
Elaboración Propia.
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partidos en el gobierno (Torcal, 2006). En
definitiva, se atribuyen a aquellos elemen-
tos que componen los distintos modelos
de democracia (Lijphart, 2000) y que
ayudarían a explicar los distintos niveles
de desafección observada entre países.
La desafección política presente en cada
nación diferirá en función de sus carac-
terísticas particulares, desde los mode-
los mayoritarios o consensuales, hasta el
sistema electoral, pasando por la división
de poderes en función del contraste fe-
deral-unitario, o del modelo centralizado-
descentralizado. Con todo, estas explica-
ciones políticas se mostrarían incapaces
de explicar la desafección política en el
tiempo, salvo que se produjesen cambios
continuos en los sistemas políticos de los
diferentes países.
Junto a las teorías políticas, las teorías
de desempeño del gobierno hacen refe-
rencia a la disparidad o brecha entre las
expectativas políticas de los ciudadanos
y los objetivos y logros alcanzados por
el gobierno6. Cuanto más se expande el
rol del Estado en el fomento y prestación
de bienestar, mayores son las demandas
ciudadanas hacia los estados, y mayores
dificultades tienen éstos para conocer las
mismas, produciéndose una privación re-
lativa y una brecha entre las expectativas
de unos y la satisfacción que ofrecen los
otros.
Aun teniendo en cuenta lo anterior, otro
factor que podría explicar el incremento
de la desafección no es tanto el incremen-
to de las demandas ciudadanas hacia el
Estado, sino la consecuencia de ideolo-
gías neoliberales que emplean como ex-
6 Susan J Pharr (2000) distinguía dos dimen-
siones del liderazgo: el desempeño político y la
conducta en el cargo.
cusatio la crisis económica para el des-
mantelamiento del estado de bienestar.
En relación con esto último, no podemos
olvidar las teorías que relacionan la desa-
fección con el incremento de los casos de
corrupción. El rendimiento político se ve
afectado por la corrupción y, en especial,
por la consiguiente quiebra de fidelidad
entre representantes y representados,
pues estos últimos evalúan a los primeros
de acuerdo con su desempeño, siendo la
corrupción y la emergencia de escándalos
políticos el reflejo de una baja eficiencia,
eficacia y una pésima administración de
los recursos públicos; lo que explicaría en
gran medida la desafección y la falta de
confianza (Villoria, 2006; Jiménez, 2016).
Pero la desafección no solo se explicaría
políticamente por el desempeño de los
gobiernos o su conducta en el cargo, sino
por las teorías relacionadas con la polari-
zación y el etiquetaje. Un ejemplo lo ilus-
tra la teoría de King (1997), para quien
la Guerra Fría fue “una especie de pega-
mento que mantuvo a la opinión pública
junta”, de modo que al final de la misma
y al no tener un enemigo contra el que
identificarse, la ciudadanía dejó de pres-
tar su apoyo a los gobiernos, decayendo
su confianza en los mismos —algo que se
identifica con la teoría amigo-enemigo de
Carl Schmitt y del etiquetaje de Tajtfel7—.
Este mismo autor también sostiene que
7 Carl Schmitt explicitó la idea amigo-enemigo
en 1932, en su obra El concepto de lo político.
Para Tajfel el sentimiento de pertenencia de un
individuo al grupo afecta a la posterior interpre-
tación de situaciones intergrupales. Este senti-
miento provoca que el individuo actúe motivado
por la promoción del propio grupo y, además, la
ideología del grupo justica comportamientos
agresivos de sus miembros orientados a bene-
ciar a su grupo (Tajfel, 1984; Tajfel y Turner,
1986).
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la desafección se encontraría en estrecha
relación con la polarización política, en
tanto en cuanto la política de la polariza-
ción es una política de desconfianza. Cier-
tamente, porque los partidos al polarizar-
se se alejan de la mayoría de los votantes
—que se sitúa en gran medida en el cen-
tro de la escala ideológica—, olvidándose
de sus preocupaciones.
3.2. Economía y desafección
La literatura sobre las posibles causas de
la desafección política está plagada de
teorías que ponen el foco sobre la econo-
mía, pero también está llena de afirma-
ciones que las contradicen, especialmen-
te porque estas teorías serían incapaces
de explicar por qué en periodos de creci-
miento económico la confianza política, el
interés o la eficacia no mejoran en parale-
lo a la mejora de la economía.
El origen de la desafección se encontra-
ría, desde esta perspectiva, en factores
relacionados con la economía, de forma
que la popularidad de los gobiernos de-
pendería de variables macroeconómicas
básicas como el crecimiento de los ingre-
sos, el desempleo y la inflación (Alesina
y Wacziarg, 2000). En cierto sentido, se
relacionan con las anteriores teorías del
rendimiento gubernamental, pero con la
salvedad de que ahora hacen referencia
al desempeño y consecución de logros
económicos por parte del gobierno. Ya
en 1999 Miller y Listhaug compararon
la relación entre confianza institucional
y desempeño económico del gobierno
—con base en varios indicadores como
inflación, desempleo y déficit— y con-
cluyeron que el único indicador de des-
empeño que vinculaba la relación era el
déficit gubernamental medido como por-
centaje del PIB, considerando al gobier-
no como el responsable del estado de la
economía (Alesina; Wacziarg, 2000). Esto
es lo que algunos autores llaman culpa
(blame). Así, se suele buscar en otros
—fundamentalmente el gobierno, los ri-
cos, los pobres o los inmigrantes— a los
culpables de la situación. En este caso,
se ve al gobierno como responsable del
bajo crecimiento y del incremento de la
desigualdad y, como resultado, se le con-
sidera parte del problema, en lugar de ha-
cerlo de la solución. Por consiguiente, es
probable que la economía tenga algo que
decir sobre la desafección política. Sin
embargo, “este grupo de explicaciones
económicas no es ampliamente acepta-
do. La correlación existente entre facto-
res socioeconómicos y la evolución de la
confianza institucional no sólo es cuestio-
nable, o al menos empíricamente discuti-
ble (McAllister, 1999: 201; Clarke, Dutt y
Kornberg, 1993: 1015), sino que además
parece claro que los decrecientes niveles
de confianza en los países industrializa-
dos no se corresponde en el tiempo con
el periodo de deterioro económico de los
años setenta y ochenta (Lawrence, 1997:
113)” (en Torcal, 2006: 8). Pareciera por
tanto que la desafección política, en gene-
ral, es estable en el tiempo, y la confianza
en particular, un fenómeno generalizado
(Lawrence, 1997). Sin embargo, como ve-
remos más adelante, difícilmente puede
hablarse de un fenómeno estable y gene-
ralizado.
3.3. El enfoque social y cultural
de la desafección
Dentro de este grupo de teorías se con-
jugan dos tipos de hipótesis, una propia
del mundo sociológico, y otra de la teoría
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política: la teoría de la modernización, y la
teoría de la nueva política (conocida como
nueva cultura política) cuyos marcos in-
terpretativos se desarrollan en el contexto
de la modernidad y del cambio de valores.
De manera esencial estas teorías encuen-
tran su base en la dicotomía tradicional-
moderno de las sociedades, donde las
segundas se definen por contraposición a
las primeras8.
La postmodernización ha supuesto un
declive de la confianza en el gobierno y
una quiebra de la autoridad tradicional,
un paso de la racionalidad instrumental
propia de un sistema de escasez y de la
modernidad, a un énfasis más profundo
en lo inmaterial, los valores y actitudes de-
mocráticos, participativos, de redistribu-
ción, una defensa de mayores derechos
y, finalmente, un énfasis en la calidad de
vida (Catterberg y Moreno, 2006; Ingle-
hart y Welzel, 2006). Todo ello tiene su
forma característica de conjugarse con la
desafección política. El cambio de valores
que se produce con el paso de la moder-
nidad a la posmodernidad lleva aparejado
un cambio en las actitudes hacia la polí-
tica —relacionado con el paso de valores
de supervivencia a valores centrados en
la calidad de vida—. Aquí entran en esce-
na tanto el incremento de las demandas
hacia el sistema, como la quiebra de la
autoridad tradicional, que se encuentran
intrínsecamente relacionadas.
Por un lado, el cambio cultural produce un
paso de lo material —fruto de la preocu-
pación material por la supervivencia— a lo
inmaterial —toda vez que la supervivencia
está garantizada. Los valores postmate-
rialistas enfatizan objetivos-valores como
libertad individual, calidad de vida, liber-
8 Véase, en general, los trabajos de Weber y Par-
sons, sin olvidar Habermas (1994).
tad de elección, mayor auto-expresión y
mayores demandas de participación, todo
lo cual tiene implicaciones para el sistema
político9. El postmaterialismo representa
claramente una crítica al orden político
establecido. Los postmaterialistas y sus
defensores han señalado las tendencias
corporativistas de las estructuras políticas
contemporáneas, así como la falta de re-
presentación de minorías y grupos alter-
nativos. Como resultado, existe un con-
senso general en que los postmaterialistas
tienden a mostrar menor confianza en los
políticos y en el gobierno (Dalton, 2000).
De esta forma, los jóvenes más educados
y poseedores de valores postmodernos
demandan a sus gobiernos políticas dife-
rentes a las tradicionales: derechos de las
minorías, mayor participación, protección
del medio ambiente o elección de estilos
de vida (Inglehart y Welzel, 2006). Así, los
cambios de valores expanden los límites
de la política provocando en los Estados
una sobrecarga como consecuencia de la
tarea de provisión de nuevos derechos y
medios materiales para su ejecución; lo
cual conecta con la brecha entre repre-
sentantes y representados en lo referen-
te a la evaluación del desempeño de los
gobiernos, existiendo en muchos casos
una disparidad entre lo que se espera y
lo que se obtiene, siendo la consecuencia
última un descenso de la confianza o de
la eficacia política externa. No obstante,
también hay quien como Dalton (2000:
266)10 rechaza estas afirmaciones soste-
9 Pero también se están produciendo cambios en
otros aspectos de la vida que van desde la orien-
tación sexual, pasando por la religión, e incluso
el divorcio, como consecuencia del surgimiento
de nuevos valores y estilos de vida (Inglehart,
1991, 1998, 1971, 2005).
10 Dalton (2000: 265) arma especícamente
que lo que debe debatirse no es el incremento
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niendo que el cambio de valores es eso,
un cambio de preferencias y/o expecta-
tivas, y que en ningún caso supone una
presión para que los Estados expandan su
actividad.
Por otro lado, si bien las explicaciones da-
das recaen con bastante fuerza sobre la
cuestión del rendimiento, estas son solo
una parte de la historia (Inglehart y Wel-
zel, 2006a). Algunos como Orren (1997)
e Inglehart y Welzel (2006) ya afirmaban
que, si bien el desempeño político influye
en las evaluaciones de la ciudadanía, no
debe perderse de vista que el desempeño
siempre se evalúa de acuerdo a unos es-
tándares interiorizados.
De acuerdo con las tesis de Inglehart, en
la medida en que el desarrollo económico
conduce a altos niveles de seguridad exis-
tencial, se reduce la tendencia a defender
la autoridad, mientras que, al contrario,
las condiciones de inseguridad dan lugar
a una tendencia a la búsqueda de líde-
res autoritarios fuertes. Igualmente, se ha
demostrado que algunos segmentos de
la población están dispuestos a aprobar
el comportamiento autoritario si ello les
reporta beneficios políticos (Saikkonen y
Christensen, 2023). Consecuentemente,
cada vez son más frecuentes —desde la
crisis de 2008— la aparición de fenóme-
nos de reflejo autoritario11 cuya respuesta
de la actividad del estado, que es todo un hecho,
sino la responsabilidad del público para el incre-
mento de las demandas hechas sobre el gobierno,
y especícamente la idea de que los valores post-
materialistas son una fuerza conductora de estos
desarrollos.
11 Inglehart (2000: 49-50) llama reejo auto-
ritario al fenómeno de gran inseguridad que se
produce en las sociedades que experimentan una
crisis histórica. En concreto, en sociedades post-
modernas y seculares la inseguridad llevaría a la
adulación de grandes líderes que puedan dirigir
podría haber culminado en la aparición
de movimientos populistas en una gran
variedad de países occidentales12: Esta-
dos Unidos, Francia, España, Reino Uni-
do, Suiza, Alemania, Dinamarca e Italia.
Finalmente, también hay quienes sostie-
nen que la desafección política también
podría ser fruto de otras explicaciones
socioculturales, en concreto, podía venir
causada por la historia democrática pa-
sada (Torcal, 2006). La herencia cultural
de una sociedad influye en los valores
contemporáneos de la misma (Inglehart,
2005) y no sólo sería producto del desa-
rrollo económico y del cambio de valores
consecutivo. La socialización política y las
experiencias del pasado bajo periodos de
crisis y eventos políticos específicos influ-
ye en la formación de actitudes políticas
y también lo hará en la evaluación ciuda-
dana sobre el desempeño político y sobre
su confianza en las instituciones. Si bien
Torcal (2006) lo vinculaba a la existencia
de diferentes niveles de desafección en-
tre democracias consolidadas y recientes,
nada impide pensar, por ejemplo, que la
experiencia desencadenada por la crisis
económica, social y política en los más jó-
venes tendrá en un futuro algo que decir
acerca de la desafección.
al pueblo a un terreno seguro después del colapso
político y económico.
12 La hipótesis aquí planteada sigue un razona-
miento similar al del posmaterialismo. Uno ad-
quiere valores postmateriales toda vez que tiene
garantizada una seguridad material, por tanto, la
ruptura de dicha seguridad podría desencadenar
un retroceso hacia prioridades materialistas. En
este caso, el colapso de la economía podría con-
ducir a un incremento de movimientos populistas
como consecuencia de la búsqueda de seguridad,
del mismo modo que la recesión económica o la
guerra hacen que la gente otorgue mayor impor-
tancia a los valores de supervivencia.
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4. Cambio en el panorama de
investigación
En el escenario actual, la desafección se
presenta como la reacción social ante las
dificultades que enfrenta la política con-
temporánea, manifestándose como un in-
dicio de una profunda crisis en el sistema
político. Sin embargo, surge una parado-
ja: quienes se muestran críticos e insatis-
fechos con la política son, a la vez, los que
más respuestas y acciones demandan de
ella —véanse las vinculaciones existentes
entre formas de participación online en re-
des sociales y desafección—. El activismo
político utiliza Internet con visión política,
al tiempo que se produce un alejamiento
de la política (Cazorla-Martín, Montabes-
Pereira, y Hernández-Tristán, 2023). De
ahí que la desafección, entendida como el
sentimiento negativo hacia los políticos, la
política y sus procesos, y hacia un sistema
incapaz de hacer frente a las demandas y
necesidades de los ciudadanos, muestre
una disrupción entre lo que podemos lla-
mar sus indicadores personales/internos
y los públicos/externos. Así se ha com-
probado tanto para el caso español como
europeo, recientemente (Megías, 2020;
Megías y Moreno, 2022). Se detecta un
incremento considerable del interés por la
política junto con una mayor implicación
política subjetiva, al tiempo que se está
produciendo un descenso de la confianza
en las instituciones políticas y en la actua-
ción de los políticos en el cargo.
Esta circunstancia parece desafíar las te-
sis culturalistas defendidas por distintos
autores (Montero et al., 1998; Montero y
Torcal, 1990; Pharr y Putnam, 2000; Tor-
cal y Montero, 2006; Torcal, 2006; Torcal
y Magalhães, 2010) —desarrolladas más
arriba—. Algunos de ellos han venido afir-
mando durante décadas que la desafec-
ción política, en tanto que actitud hacia la
política, venía siendo extremadamente es-
table a lo largo del tiempo fruto de los pro-
cesos de socialización. Sin embargo, las
tendencias seguidas por las dimensiones
y los indicadores de desafección —como
señalan las investigaciones recientes—
llevan a replantear las explicaciones de
orientación cultural, dirigiéndonos hacia
un marco racional culturalista de mayor
amplitud. Igualmente, cada vez son más
las voces que dejan de lado las explica-
ciones exclusivamente culturalistas para
dar paso a explicaciones que también
contemplen y combinen, junto al enfoque
clásico, orientaciones racionales y políti-
cas (Fernández y Morán, 2014; Galais,
2008; Megías, 2020a; Megías y Moreno,
2022b; Megias Collado, 2018; Mishler y
Rose, 2001; Morán, 2011; Soler-i-Marti y
Balleste-Isern, 2024).
La eclosión de la crisis económica y finan-
ciera a partir del año 2008 y la manera en
la que afectó a diversos países de la UE,
acabarían cuestionando definitivamente
estos supuestos sobre la naturaleza cul-
tural, la impronta del pasado político y sus
legados históricos (Inglehart, 1991, 1998;
Inglehart y Welzel, 2006; Putnam, 2011)
sobre las actitudes relacionadas con la
desafección. Un elemento fundamental
residió en los incrementos experimenta-
dos por la desafección en diferentes paí-
ses, con independencia de sus niveles de
partida. El rol reciente que parecen haber
jugado la crisis económica y política so-
bre algunos componentes de esta desa-
fección (Van Erkel y Van Der Meer 2016;
Meer 2017; Torcal 2014, 2016b), como
por ejemplo, la tendencia contrapuesta
detectada en España entre desapego po-
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lítico y desafección institucional13, reforzó
el papel explicativo que los contextos es-
pecíficos jugaban en la consideración y
explicación de la desafección política.
La contrastación empírica del compor-
tamiento diferencial y disruptivo de las
dimensiones del desapego político y la
desafección institucional, como compo-
nentes de la desafección política, permitió
avanzar a los estudios sobre desafección,
afirmando la existencia de una desafec-
ción política diferencial entre países que
pone en duda que la desafección proce-
da únicamente de un largo proceso de
acumulación cultural, siendo una actitud
estable (Montero et al., 1998: 41; Putnam
2003, 2011; Torcal 2006, 2016a). Corro-
borando así que la desafección es una
actitud cambiante que se ve influida de
forma fundamental por las coyunturas po-
líticas, económicas y sociales en los paí-
ses europeos (Megías y Moreno, 2022a).
5. Reconceptualizando la
desafección
A la luz de los resultados de las investiga-
ciones citadas, observamos la necesidad
de integrar dichos hallazgos en la concep-
tualización de la desafección política, dado
que la previa, de la desafección como una
actitud, no integra dichos resultados. Por
ello, parece pertinente reformular el con-
cepto de desafección política como un fe-
nómeno de naturaleza multidimensional.
El comportamiento diferencial de cada
13 Hasta fechas recientes ambos componentes
presentaban un comportamiento paralelo, au-
mentaban o disminuían a un mismo tiempo. Aho-
ra, en cambio, muestran una disrupción; lo que
lleva a plantear nuevas preguntas de investiga-
ción en el marco de este nuevo contexto.
una de las dimensiones que conformaban
el concepto original —desapego y desa-
fección institucional— y los resultados de
las investigaciones precedentes, por un
lado, además de la importancia del con-
texto político, social y económico contem-
poráneo en su determinación, por otro,
no hacen sino poner de manifiesto que si
quieren abordarse análisis que capturen
en su totalidad el fenómeno de la desa-
fección, su abordaje, estudio, medición y
análisis debe proceder de un modo sepa-
rado, diferencial para cada una de dichas
dimensiones, pero integral al conceptuali-
zarse como un único fenómeno.
Este punto es especialmente relevante,
puesto que, como se ha visto, los resulta-
dos de investigaciones recientes corrobo-
ran que, lejos de tratarse de una actitud
estable, debe analizarse como un fenó-
meno sobre cuyas dimensiones puede
ser importante la influencia del contexto.
Dados estos antecedentes, de cuyo re-
sultado deriva un cambio en la esencia
misma del concepto, esta aproximación al
estudio de la desafección política preten-
de aportar un paso adicional en el estudio
del fenómeno, proponiendo una nueva
conceptualización, y por tanto de opera-
cionalización y medición. Así, el fenóme-
no de la desafección política incluye dis-
tintas dimensiones que deben estudiarse
separadamente. Por un lado, el desapego
político (1) y, por otro, la desafección ins-
titucional (2).
La primera de estas dimensiones (1), se
analizaría a partir de distintos indicadores,
como son el interés por la política y la efi-
cacia política interna. Sin embargo, llega-
dos a este punto, es útil reflexionar sobre
los instrumentos de medición del interés
por la política.
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Tradicionalmente se ha medido a través
de preguntas que, con variaciones, res-
ponden a una formulación semejante a:
“¿En qué medida diría que le interesa la
política? Siendo sus categorías de res-
puesta: mucho, bastante, poco o nada”,
u otro enunciado que responda al grado
de seguimiento de noticias o información
sobre política. No obstante, estudios rela-
cionados con los sesgos de género (Fe-
rrín et al., 2020; Fraile y Sánchez-Vítores,
2020) nos indican efectos mediadores del
género sobre el interés por los asuntos po-
líticos. Así, mientras estas formulaciones
estarían captando la disposición hacia
lo político de los varones, no registrarían
adecuadamente la de las mujeres; ello
debido a que, por el contrario, las muje-
res mostrarían una inclinación a interesar-
se en mayor medida por asuntos políticos
concretos, y no por la política en términos
convencionales o por los aspectos relacio-
nados con la competición electoral (More-
no y Seisdedos, 2024).
Asimismo, otros estudios sobre el otro
componente —la eficacia política inter-
na— también fortalecen nuestra posición
de establecer nuevas formulaciones y
formas de medición para la eficacia inter-
na dada la importante brecha de género
existente en las democracias contempo-
ráneas. Esta brecha tendría su origen en
los patrones de socialización de género,
según los cuales los hombres son más
propensos que las mujeres a ser sociali-
zados de manera que se enfaticen rasgos
psicológicos como la asertividad, la pre-
disposición al riesgo, la competencia o la
autopromoción (Fraile y de Miguel Moyer,
2022: 9). Quienes asumen riesgos o se
auto perciben como más dispuestos a
asumirlos, sintiéndose más competentes,
serían capaces de ejercer un rol más ac-
tivo en política.
En ambos casos, nuestras propuestas su-
brayan la necesidad de considerar en la
investigación social empírica el carácter
masculino de lo político o, en otras pala-
bras, el sesgo de género implícito en la
configuración de los indicadores conven-
cionalmente utilizados para la medición
de estas cuestiones (Moreno y Ruíz Seis-
dedos, 2024).
En cuanto a la desafección institucional
(2), la importancia de los factores políticos
en la determinación de la desafección ins-
titucional, debe llevar a considerar en la
medición que de la confianza en las insti-
tuciones se haga, única y exclusivamente
instituciones vinculadas a los políticos y la
política, tales como parlamentos, partidos
y actores políticos, prescindiendo en su
análisis de instituciones como las fuerzas
armadas, la monarquía —instituciones
no responsables—, o el gobierno, ya que
el color de este último llevaría a conside-
raciones partidistas y evaluaciones que
tendrían implicaciones diferentes de las
del concepto de institución propiamente
dicha. Resultaría muy difícil relativizar,
realizar abstracciones y evaluaciones al
margen del propio posicionamiento políti-
co e ideología (lo que puede corroborarse
mediante un análisis de correlación sim-
ple).
Finalmente, el indicador de eficacia políti-
ca externa, que completa la medición de
la dimensión de desafección institucional
(2) es el que menos cambios experimen-
taría respecto a su modo de medición
actual. Los datos reflejados en estudios
como los de Megías (2020a, 2020b) y
Megías y Moreno (2022b), a través de
análisis factorial confirmatorio, apoyan
la propuesta de mantener su medida a
través de las dos preguntas habituales
acerca del grado de acuerdo con las fra-
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ses “Los políticos no se preocupan por la
gente como yo” “Lo que yo piense no im-
porta” o “¿en qué medida diría Ud. que
el sistema político en España permite a
personas como Ud. tener influencia en la
política?”
La propuesta anterior pone el acento en
que, a la luz de los resultados de las últi-
mas investigaciones, la desafección polí-
tica no se consideraría como una actitud
(ni necesariamente estable), sino como
un fenómeno multidimensional, lo que
no sólo comporta una conceptualización
diferente (que integra los hitos fundamen-
tales de las perspectivas anteriores de in-
vestigación, incluyendo las nuevas apor-
taciones de los últimos estudios), sino que
además requiere, para su medición y aná-
lisis de planteamientos más sofisticados,
en cuanto que resultan más abarcadores,
integrando las distintas dimensiones del
fenómeno.
6. Discusión
Si este estudio propone una nueva con-
ceptualización de la desafección política,
no podemos dejar de referirnos a una
cuestión a cuya relación con la desafec-
ción no se ha prestado atención en las
investigaciones sobre el tema.
Tal y como se ha puesto de manifiesto en
la revisión teórica, la desafección política
se ha estudiado tradicionalmente como
una actitud hacia la política. En este sen-
tido, al igual que con otras actitudes, con-
vencionalmente se ha analizado la des-
afección al margen del impacto que las
emociones tienen sobre ella. De hecho, a
pesar de la importancia de los hallazgos
previos, sabemos relativamente poco de
la intersección entre emociones y actitu-
des políticas. Algunos estudios sí se han
centrado en cómo la comunicación políti-
ca puede facilitar la moralización de acti-
tudes, aumentando la polarización política
(Clifford, 2019), o en cómo las emociones
interfieren en el comportamiento electoral
y el apoyo a partidos populistas (Magni,
2017), pero no en cómo la presencia de
determinadas emociones influye directa e
indirectamente sobre distintas actitudes.
En este sentido, y conectando con la lite-
ratura sobre psicología política, deberían
abordarse cuestiones sobre el papel que
las emociones desempeñan sobre la des-
afección política.
La presencia de sentimientos como la an-
gustia, la ansiedad, la ira o el enfado, es-
pecialmente estos últimos, conduce a la
movilización política (Magni, 2017; Valen-
tino, et al., 2011; Valentino et al., 2009;
Weber, 2013) Este cambio de considera-
ción en la importancia de las emociones
vino de la mano del enfoque conductual,
que argumenta que estas tienen efectos
significativos tanto en los comportamien-
tos de la ciudadanía, como en las deci-
siones políticas (Olumsuz, Kişilerin, Karar,
y Nasil, 2021) y que ha hecho ganar im-
portancia a los estudios empíricos, sobre
todo experimentales (Druckman, Green,
Kuklinski, y Lupia, 2006). También en
este impulso investigador está jugando un
papel significativo la extensión de la pola-
rización política, donde los issues polari-
zantes como el aborto, el nacionalismo o
la inmigración, entre otros, apoyados por
una retórica política que promueve los
cleavages, conectan con emociones que
toman un rol predominante en el compor-
tamiento, la toma de decisiones y el juicio
de los ciudadanos (Erisen, 2017).
Aun así, el papel de las emociones en la
configuración de las actitudes políticas,
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continúa siendo un campo inexplorado,
y es que, como subraya Jenkins (2018),
hay una gran variedad de emociones im-
plicadas en la desafección política que
necesitan una explicación cuidadosa. Si
conectamos las emociones con la litera-
tura sobre desafección arriba expuesta,
observaremos que si bien tradicionalmen-
te se ha venido explicando que las actitu-
des cambian lentamente —resultado de
procesos de acumulación cultural— los
estudios recientes acentúan el peso de
las coyunturas en el cambio de actitudes
(Megías, 2020b, 2020a; Megías y More-
no, 2022). Aunque estos resultados de in-
vestigación no determinan qué elementos
del presente influyen, sí queda claro que
más allá del énfasis en la importancia de
los factores demográficos y estructurales,
debe haber algo que explique el cambio
individual en las actitudes políticas a lo
largo del tiempo.
Para entender estos cambios necesitamos
entender el corto plazo, y ahí es donde las
emociones pueden jugar un papel clave
(Magni, 2017; Valentino et al., 2011), que
las investigaciones sobre actitudes políti-
cas no han solventado hasta la fecha.
7. Conclusiones
Este artículo parte de la necesidad de un
marco conceptual distinto para la desafec-
ción política. Las últimas investigaciones
arrojan resultados que parecen desafiar
algunos de los saberes convencionales
sobre la desafección. No obstante, el reto
consistía en integrar estos nuevos hallaz-
gos con los que constituían el marco teó-
rico anterior. Es decir, que la aportación
fundamental de este estudio consiste en
una propuesta de conceptualización de la
desafección política como un fenómeno
multidimensional, que integra en las di-
ferentes dimensiones de la desafección,
tanto las implicaciones de los resultados
de las investigaciones recientes, como el
saber acumulado en los enfoques y refor-
mulaciones anteriores. En este sentido, la
propuesta pretende actualizar el término,
permitiendo que explique el fenómeno de
forma más completa, más ambiciosa, al
dar cuenta de nuevos aspectos. En de-
finitiva, la nueva conceptualización de
la desafección como fenómeno multidi-
mensional responde a dejar de analizarla
como una actitud, además de estudiarla
como un fenómeno que ya no se presu-
pone necesariamente estable o estructu-
ral. Ambos aspectos implican un cambio
en la esencia misma del concepto, que
precisa de una conceptualización más
abarcadora, con el fin de integrar estas
nuevas cuestiones, y que por supuesto
implica cambios en su operacionalización
y estrategia de análisis.
Por último, en la discusión se abre el de-
bate sobre la inclusión de los efectos me-
diados de las emociones sobre la desa-
fección, con la consecuente potencialidad
explicativa respecto del actual contexto de
polarización.
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