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145Andamios
DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v22i57.1148
Lucaz González*
. Este artículo plantea que los jóvenes de Legua Emergen-
cia, uno de los barrios más estigmatizados de Chile, confrontan la
violencia y el estigma territorial mediante expresiones artísticas en el
espacio público. Dichas manifestaciones buscan recrear un sentido
de comunidad e identidad para confrontar los efectos sociales que
el narcotráfico y los estigmas territoriales tienen en la vida de sus
vecinos. A través del estudio etnográfico de una batucada, se argu-
menta que ese tipo de instancias, habitualmente invisibilizadas por
enfoques sociológicos normativos basados en modelos deliberativos
y racionales, constituyen formas de subjetivación y politización
para los jóvenes a partir de experiencias afectivas que experimentan
en el espacio público y que permiten disputar el sentido de las re-
presentaciones estigmatizantes y reivindicar la identidad de Legua
Emergencia ante la comunidad política más amplia.
. Espacio público; estigma territorial; jóvenes,
batucada; Legua Emergencia.
* Antropólogo social y magíster en Desarrollo Urbano. Profesor colaborador, Universidad
Alberto Hurtado. Correo electrónico: Lucazge@hotmail.com
Volumen 22, número 57, enero-abril de 2025, pp. 145-176
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. This article proposes that the youth of Legua Emergen-
cia one of the most stigmatised neighbourhoods in Chile. Confront
violence and territorial stigma through public artistic performances.
Such expressions seek to recreate a sense of community and iden-
tity in order to confront the social impact of drug trafficking and
territorial stigma on the lives of their neighbours. Through the eth-
nographic study of a ‘batucada’, it is argued that their performances
in the neighbourhood constitute forms of subjectivation and
politicization for young people based on the affective experiences
they have in public space, although they may be overlooked by nor-
mative sociological approaches based on deliberative and rational
models. The performances of the ‘batucada’ contest the meaning
of stigmatising representations and defend the identity of Legua
Emergencia before the wider political community.
. Public space; territorial stigma; youth; batucada;
Legua Emergencia.
Los jóvenes en Chile han sido uno de los principales protagonistas de las
manifestaciones políticas durante las últimas décadas, como lo comprueba el
movimiento estudiantil que en 2005 y en 2011 impulsó movilizaciones que
convocaron a cientos de miles de personas en las calles para exigir una edu-
cación gratuita y de calidad, obligando a los gobiernos de Bachelet y Piñera,
respectivamente, a hacer importantes reformas en el sistema educacional. En
2019, el llamado “estallido social”, en que millones de personas a lo largo de
Chile participaron en intensas protestas que desembocaron en un proceso
constituyente, tuvo una importante participación juvenil ya que el 55% de la
gente que participó al menos una vez en alguna de las protestas tenía entre 18
y 24 años y el 37% tenía entre 25 y 34 años (González y Morán, 2020). Ello
le valió al “estallido social” ser calificado por una de las voces públicas más
reconocidas en Chile como una “cuestión generacional” que careció de una
orientación ideológica debido a que los jóvenes eran “presas de sus pulsiones”,
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Resistencias al estigma territorial
su “subjetividad”, su “fervor” e “intensidad de sus creencias” (Peña, 2019).
Aun con críticas, este contexto catapultó a Gabriel Boric, cuya carrera
política se granjeó a partir de su rol como dirigente universitario, a ser el
presidente más joven que alguna vez ha tenido Chile. A pesar de ser el líder
del Frente Amplio, que comenzó como una coalición de movimientos de
izquierda entre los cuales había sectores que se definan como una izquier-
da extraparlamentaria, su programa de gobierno se ha visto fuertemente
condicionado por una agenda pública basada en el orden y la seguridad pú-
blica. Así lo confirma la cuenta pública más reciente del propio presidente,
afirmando que “la delincuencia y la criminalidad son hoy nuestra principal
amenaza”, siendo fundamental evitar que “el crimen se expanda y penetre en
las comunidades, los barrios, los jóvenes” (Gobierno de Chile, 2024). En un
intento por evitar enfoques punitivos, el gobierno ha enfatizado iniciativas
preventivas asociadas al deporte, la cultura y la ciencia, dirigidas a los “jóve-
nes de barrios amenazados por la criminalidad” (Gobierno de Chile, 2024).
Estas preocupaciones y discursos probablemente resuenen en la juven-
tud, ya que el 44% de los jóvenes señala la delincuencia como el principal
problema que los afecta, siendo la situación particularmente grave para
quienes viven en poblaciones de menos ingresos (Feedback y Universidad
Diego Portales, 2024). Aun así, entre 2012 y 2022 se observa un aumento
de jóvenes que dicen estar interesados o muy interesados en la política,
ascendiendo del 19% al 29%, el porcentaje de interés más alto durante los
últimos diez años (INJUV, 2022). La aparición abrupta e intempestiva de
los jóvenes en el espacio público, que en el lapso de unos lustros pasaron a
ser representados como los próximos dirigentes del país a las víctimas del
narcotráfico, fueron procesos que germinaron paulatinamente.
Desde fines de la década del dos mil varias investigaciones en Chile
advertían los peligros de una posible “guetización” de los barrios populares
(Sabatini et al., 2013; Salcedo, 2008; Lunecke, 2016), que en el contexto de
una economía neoliberal que ensalza el consumo y la riqueza como fuente
de prestigio, haría particularmente proclive a los jóvenes a sentirse atraídos
por el narcotráfico como mecanismo de movilidad social (Salcedo y Rasse,
2012). Sin embargo, es necesario matizar este tipo de visiones ya que, a pesar
del aumento del estigma y la violencia con que viven los jóvenes, siguen ma-
nifestando apego e identificación por los lugares en que viven, aunque sea
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de forma conflictiva (Ropert y Di Masso, 2020; Ropert, González, Sharim y
De Tezanos, 2021). Además, se ha señalado que los jóvenes chilenos tienen
importantes instancias de politización gracias a organizaciones comunita-
rias y artísticas que tienen claras connotaciones contraculturales (Angelcos,
Roca y Cuadros, 2020).
Precisamente, este artículo busca contribuir al entendimiento de formas
alternativas de politicidad que han caracterizado a los jóvenes de sectores
populares, muchas veces fundadas en experiencias afectivas e identitarias
vividas en el espacio público y que son fundamentales para su subjetividad.
Por medio del caso de la batucada Furia Leguina, en Legua Emergencia, se
argumenta que las instancias comunitarias y artísticas constituyen uno de
los principales espacios de subjetivación y socialización política entre los jó-
venes que buscan reafirmar las relaciones sociales y el sentido comunitario
de barrios estigmatizados y violentados. De este modo, se plantean matices a
algunos de los efectos del estigma territorial, particularmente los que dicen
relación con la desmoralización de las personas que socava su solidaridad
social local (Wacquant, 2010a, p. 138-142) y produce la alienación espacial
y la disolución del sentido de lugar (Wacquant, Slater y Pereira, 2014, p.
1272). Este artículo sostiene que los usos del espacio público permiten
comprender que las performances artísticas y comunitarias realizadas por
los jóvenes de Legua Emergencia expresan una resistencia al estigma territo-
rial en tanto: 1) reivindican la identidad de la población y generan un senti-
do de comunidad entre sus vecinos; y 2) tienen un rol político que disputa
ante la comunidad política más amplia las representaciones e imaginarios
que estigmatizan a Legua Emergencia. El material y los resultados de este
artículo son el producto de una investigación etnográfica realizada entre
los años 2016 y 2018. Durante todo ese lapso se realizaron entrevistas en
profundidad y observación participante en una batucada conformada por
jóvenes de Legua Emergencia.
El artículo comienza con una discusión de la literatura sobre estigma
territorial y espacio público, enfatizando algunos puntos en común para
relevar formas alternativas de politicidad. Posteriormente, se caracteriza el
barrio de Legua Emergencia, seguido de una descripción de la metodolo-
gía empleada. En cuarto lugar, se exponen los resultados de investigación,
detallando cómo los jóvenes ocupan el espacio público para enfrentar los
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estigmas. Por último, se ofrecen conclusiones sobre cómo los jóvenes logran
disputar las representaciones estigmatizantes de sus barrios a partir de rei-
vindicaciones comunitarias e identitarias.
El concepto de estigma territorial plantea la necesidad de describir los efectos
que tienen las estructuras simbólicas y las representaciones colectivas en la
vida de las personas (Wacquant, Slater y Pereira, 2015). El estigma territorial
sería un rasgo característico de la marginalidad avanzada (Wacquant, 2010a;
2010b), junto a la precarización laboral y el aumento de las desigualdades
sociales al interior de los países a pesar del crecimiento de sus indicadores
económicos. La novedad del estigma territorial radica en su relativa auto-
nomía de otras formas de estigma (raza, clase, religión, etc.) y su prolife-
ración en todas las capas de la sociedad, desde políticos y periodistas hasta
las personas más pobres. Entre sus múltiples efectos se puede reconocer la
corrosión del self, sentimientos de temor e ira entre los estigmatizados, el
deterioro del sentimiento de pertenencia con los barrios sobre los que recae
el estigma, la pérdida de redes sociales y capacidad de acción colectiva de las
personas que viven en estos sectores, entre otros. Wacquant (2010a;2010b)
ha descrito cuatro mecanismos con los cuales las personas responden a los
estigmas territoriales, a saber: 1) el distanciamiento mutuo y la elaboración
de micro-diferencias entre vecinos; 2) la denigración lateral, que reproduce
y aplica etiquetas estigmatizantes entre pares; 3) el retiro de la gente a la es-
fera privada en busca de un refugio y; 4) la emigración de los barrios apenas
se tenga la oportunidad.
Si bien muchas investigaciones reconocen la proliferación del estigma
territorial, los supuestos efectos que tendría suelen ser cuestionados. En
primer lugar, se ha reprochado que su idea de estigma territorial utiliza una
retórica pesimista que sobredimensiona algunas de las aristas más negati-
vas de la marginalidad (Patillo, 2009), subestimando las posibilidades de
agencia política de las personas que viven en barrios marginales (Caldeira,
2009; Gilbert, 2010; Patillo, 2009). Las explicaciones de estas carencias han
sido atribuidas a distintos factores, como una añoranza por los modelos de
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acción colectiva usados por la clase obrera en las economías fordistas (Cal-
deira, 2009); o una proclividad a magnificar los efectos del poder simbólico
a costa de las estrategias individuales utilizadas por las personas (Jensen y
Christensen, 2012). También se ha llamado la atención sobre una concep-
ción de los espacios como si fueran contenedores u homogéneos (Gilbert,
2010). En esa línea algunos autores señalan que las personas, aunque reco-
nozcan los estigmas que los afectan, no necesariamente están insatisfechos
con los lugares en que viven (Jensen y Christensen, 2012)
Aunque muchas de estas críticas hayan sido parcialmente corregidas
posteriormente por Wacquant, Slater y Pereira (2014) al incorporar nuevas
estrategias de resistencia, como la defensa del barrio o la apropiación del
estigma, el trabajo de Wacquant suele enfocarse casi exclusivamente en las
estrategias sumisas (Slater, 2015). Por ello es de especial interés considerar
marcos analíticos más flexibles, que puedan considerar cómo la resistencia y
la dominación en la práctica no ocurren de forma totalmente opuesta, sino
que muchas veces implica una internalización y negociación constante y
ambivalente de las representaciones simbólicas que imponen los actores ex-
ternos a los sectores subalternos (Garbin y Millington, 2012). Precisamente
en esa línea, es necesario reconocer que la producción cultural de los barrios
de bajos ingresos puede articular una importante crítica social y ofrecer un
lenguaje para expresar la desesperación y la frustración que experimentan
los jóvenes (Caldeira, 2015).
Aquí es donde la idea del espacio público cobra especial importancia
para comprender cómo se ha erigido en un concepto con fuertes compo-
nentes normativos que definen un modo de acción política privilegiada,
invisibilizando las formas de politicidad que se desvían de los modelos
universales y racionales. Una de las exponentes más reconocidas de los
enfoques normativos es Hannah Arendt (2009), quien a partir del ejemplo
de la polis griega plantea que el espacio público es un lugar para los igua-
les, en oposición al espacio del hogar y la familia, porque trasciende los
intereses individuales y pone en común distintas perspectivas. De modo
semejante, para Jürgen Habermas el espacio público es la piedra angular
del “principio organizativo del Estado liberal de derecho” (1981, p. 140),
puesto que está constituido por un público con raciocinio suficiente para
deliberar en función del interés general y el bienestar de la sociedad. Sin
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embargo, ambos autores advierten cómo el espacio público es corroído por
los procesos de modernización. Arendt (2009) crítica que lo político se asi-
mile a lo social debido a la que relevancia pública queda sujeta únicamente
a las necesidades y actividades de subsistencia. Habermas (1981), con un
tono similar, advierte el carácter manipulativo que adquiere la publicidad
(publicness) debido a las presiones y contrapresiones entre el electorado y
sus representantes políticos en el contexto de la masificación de los medios
de comunicación y el surgimiento de los Estado de bienestar. Queda claro,
entonces, que para ambos autores lo político debe trascender los intereses y
afectos subjetivos, ya que sólo de ese modo se podría alcanzar un acuerdo en
función de una voluntad general.
Sin embargo, los principales cuestionamientos a estos enfoques norma-
tivos apuntan a un modelo abstracto y universal de la acción política, sin
considerar su desarrollo histórico (Delgado, 2011; Fraser, 1990) o las con-
diciones materiales del espacio público, como el espacio físico (Low, 1997;
2005; 2015; Mitchell, 2003) y el cuerpo de las personas (Butler, 2015).
Desde una perspectiva proveniente de la filosofía política y el feminismo,
Fraser (1990) critica a Habermas por omitir los aspectos históricos de los
procesos de formación de clase que subyacen a su modelo de la esfera pú-
blica. Como señala, los protocolos y expectativas de comportamientos en
la esfera pública siguieron los modelos culturales de los hombres burgueses
del siglo XVIII, que fueron utilizados como una estrategia de distinción
para relegar a las mujeres y a las clases populares al ámbito privado (Fraser,
1990). En un sentido similar, Butler (2015) cuestiona que Arendt, debido
a su estricta escisión entre lo público y lo privado, invisibiliza las formas de
agencia política al margen de las estructuras instituidas y legitimadas como
si fueran expresiones prepolíticas o extrapolíticas. Por el contrario, existe
una clara interdependencia entre las relaciones sociales y las instituciones
que sustentan la vida, de modo que la esfera política no puede ser desemba-
razada de la supervivencia y la necesidad (Butler, 2015).
Precisamente, la idea de espacio público desarrollada por puntos de vista
normativos ha sido puesta en tela de juicio por proyectar una coexistencia
armoniosa entre los individuos, ocultando las contradicciones propias de
una sociedad de clases (Delgado, 2011). Este legado liberal lleva a creer que
las instituciones políticas se pueden desenvolver con independencia de su
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contexto social (Fraser, 1990). Sin embargo, en oposición al modelo haber-
masiano que supone la necesidad de poner entre paréntesis las diferencias
sociales y los intereses particulares en favor del interés general, varios autores
contemporáneos han señalado la importancia de que las reivindicaciones de
las minorías sociales sean manifestadas públicamente para ampliar los prin-
cipios de la democracia y subsanar situaciones de exclusión (Fraser, 1990;
Melucci y Avritzer, 2000). En este sentido, la ocupación física del espacio
público ha sido clave para que los grupos subalternos puedan obtener visibi-
lidad y plantear sus reivindicaciones (Borja y Muxí, 2003; Cassegard, 2014;
Fraser, 1990; Quiroz-Becerra, 2014), como lo han hecho los movimientos
sociales que funcionan con una lógica de pertenencia cultural y grupal que
es irreductible al sistema político representativo (Melucci y Avritzer, 2000).
En este sentido, Butler (2017) propone que el espacio público más que
un lugar en sí, es un punto de encuentro entre los manifestantes. Pero no
se trata de una abstracción, sino de acciones concretas que son soportadas
por la materialidad de los cuerpos y las plazas, calles, etc. En este sentido,
la acción y la presencia siempre es ante otros y ocurre entre las personas,
que forman una alianza y constituyen un poder performativo al ejercer sus
derechos mediante un reclamo público que no está siendo recogido por
la ley. La cuestión relevante de notar es que mediante esa argumentación
Butler abre las puertas para considerar las resistencias que se generan en
el marco de la dominación, abriendo la posibilidad de pensar la exclusión
como parte de la política misma. La presencia de los cuerpos en el espacio
público significa “una forma de ser para el otro, que aparece en formas
que no podemos ver ni oír; es decir, que corporalmente estamos presentes
para otro cuya perspectiva no podemos anticipar ni controlar del todo. De
manera que (…) me encuentro constituido y desposeído de la perspectiva de
los demás” (Butler, 2017, p. 81).
Aquí es donde el concepto de espacio público presenta semejanzas con el
de estigma territorial y se justifica complementarlos para entender las nuevas
formas de agencia política que emergen desde los sectores populares y mar-
ginalizados. Cuando se toma en cuenta el efecto ideológico que los enfoques
normativos tienen en la delimitación de lo que se percibe como lo posible
o lo adecuado en el espacio público, resulta muy similar a la idea del poder
simbólico planteada por Pierre Bourdieu y rescatada por Löic Wacquant
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para referirse a cómo ciertas representaciones construyen la realidad debido
a que se las da por verdaderas (Wacquant, Slater y Pereira, 2014). En este
sentido, resulta necesario preguntarse por los modos que tienen los sujetos
marginalizados para responder a este tipo de representaciones sin imponer
analíticamente un tipo de acción política privilegiada por sobre otras.
Habiendo reseñado brevemente el concepto de espacio público se opta
por resaltar algunas dimensiones específicas para proceder con el análisis
de los resultados. En primer lugar, se entiende que el espacio público está
constituido por los soportes materiales y las performances de los cuerpos
que aseguran la subsistencia y atienden las necesidades de los sujetos mar-
ginados por el orden hegemónico (Butler, 2015). El proceso mediante el
cual se constituyen y se (re)presentan las personas en los espacios públicos
está permeado por ideologías dominantes (Low, 1997; 2005), pero también
por aspectos sensoriales y afectivos que movilizan a las personas a disputar
las representaciones hegemónicas que definen los criterios de inclusión/
exclusión que los aqueja (Goonewardena, 2005; Frers y Meier, 2017). En
este sentido, el espacio público comprende aspectos materiales, simbólicos y
políticos (Cassegard, 2014; Goodsell, 2003) en tanto es un terreno donde se
disputan los significados de inclusión al interior de una comunidad política
a través de apropiaciones que reivindican identidades, recrean sentidos de
comunidad y elaboran nuevas representaciones colectivas que cuestionan
las ideologías dominantes y sus lógicas de exclusión (Quiroz Becerra, 2014).
Estas ideas permiten analizar las políticas del espacio (politics of space),
entendiendo que el espacio tiene un carácter relacional y dinámico, de
modo que los cambios en las relaciones sociales requieren modificaciones
espaciales que impliquen nuevos modos de relacionamiento con los entor-
nos materiales y las personas (Dhaliwal, 2012). En este sentido, el espacio
adquiere un rol catalizador para la acción política de los grupos situados en
los márgenes del poder ya que les permite crear espacios alternativos de re-
sistencia (Staheli, 1994), particularmente entre aquellas personas que no se
sienten representados por partidos políticos o instituciones estatales debido
que los excluyen simbólicamente (Dhaliwal, 2012). Este tipo de acciones
tienen un carácter contencioso en tanto personas posicionadas diferencial-
mente se reúnen para desafiar los sistemas de autoridad dominantes para
promover y representar imaginarios alternativos (Leitner, Sheppard y Sziar-
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to, 2008), efectuando un rechazo activo a la subordinación y las representa-
ciones espaciales concebidas por los grupos dominantes (Dhaliwal, 2012).
El análisis planteado por este artículo puede inscribirse dentro de lo que
se entiende como the politics of place (Leitner, Sheppard y Sziarto, 2008),
ya que el lugar es el sitio donde las organizaciones locales y las personas ob-
servan cotidianamente los efectos de procesos económicos y políticos más
amplios, donándolos de significados, identidades, y disposiciones políticas
específicas (Agnew, 1987; Nichols, Miller y Beaumont, 2013). De particu-
lar relevancia son las relaciones de proximidad que permiten crear ambien-
tes de estabilidad y vínculos fuertes entre las personas marginalizadas para
disminuir los riesgos que podrían implicar participar en acciones políticas
que se oponen al poder (Nichols y Beaumont, 2013). Además, los lugares
son espacios imbuidos de significados que pueden subvertir los imaginarios
dominantes y renegociar las relaciones de poder mediante de las prácticas de
las personas en escalas locales (Leitner, Sheppard y Sziarto, 2008).
Legua Emergencia es un sector de la población La Legua, ubicada en la
municipalidad de San Joaquín, un municipio pericéntrico de la ciudad de
Santiago. La Legua es un barrio con una larga historia, que fue poblándose
en sucesivas etapas, albergando a tres poblaciones diferenciadas a partir de
su historia y respectivas identidades. Entre la década de 1920 y 1930 llegaron
los primeros habitantes a Legua Vieja, obreros provenientes de las minas
salitreras del norte de Chile (Álvarez, 2010). Posteriormente, en 1947 nació
Nueva La Legua, cuyos habitantes provenían de las conocidas poblaciones
callampas que se emplazaban en las riberas del Zanjón de la Aguada y de la
primera toma de terreno realizada en Chile: la toma de Zañartu (Gárces,
2002; Ganter, 2010). La última población en ser fundada fue Legua Emer-
gencia. Su nombre se debe a que los hogares que componen la zona fueron
concebidos como viviendas temporales para las familias damnificadas por
la pérdida de sus hogares en las poblaciones callampas (Álvarez, 2010). La
Legua Emergencia se pobló en dos etapas distintas. En 1949 se pobló el
sector I, ubicado en el límite poniente de la comuna; en 1953 comenzó a ser
habitado el sector II (Álvarez, 2010).
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Fuente: Elaboración propia
Legua Emergencia ha sido históricamente el sector más marginalizado de
uno de los barrios más vulnerables en Chile. Sólo para proveer algunos da-
tos que dan cuenta de esta situación, en 2019 se identificaron 1,724 hogares
hacinados, en un sector con 1,139 viviendas (Harrison, 2021). En efecto,
la densidad habitacional de Legua Emergencia, con 328 habitantes por
hectárea, triplica a la de Legua Vieja (101 hab/Ha), según Larenas, Fuster y
Gómez (2018). La precariedad habitacional también se refleja en la calidad
constructiva de las viviendas, como lo dejan ver su tamaño de 3,6 metros de
ancho por 9 metros de largo (Lin, 2012). Además, la tabiquería de las casas
no cuenta con cortafuegos, siendo muy fácil que se propague el fuego cada
vez que se produce un incendio (Lin, 2012).
A los hechos mencionados cabe añadir otro importante factor de exclu-
sión: la exposición a distintas situaciones de violencia a lo largo de la historia
de Legua Emergencia. A partir de la Dictadura Militar se comienzan a
observar varios abusos por parte del Estado, como los rumores esparcidos
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por militares sobre un supuesto bombardeo a la población; o una razzia
ejercida por militares que identificaron y ejecutaron públicamente a todas
las personas con antecedentes penales (Álvarez, 2010). También durante el
periodo de la Dictadura Militar el perfil y las actividades de los habitantes
de Legua Emergencia cambió significativamente. Debido a la pobreza de
sus habitantes era frecuente que varios de ellos se dedicaran a actividades
delictivas asociados a pequeños hurtos, conocidos como choros, pero con
el agravamiento de la crisis económica durante la Dictadura el narcotráfico
adquirió más preponderancia (Álvarez, 2010).
A fines de la década de los noventa, ya en democracia, murieron un par
de carabineros durante un allanamiento. La gravedad de la situación pro-
vocó que en 2001 fuera implementado el programa Barrio Seguro, cuyos
objetivos se enfocaron en superar la pobreza, el narcotráfico, mejorar el con-
trol del espacio público y fortalecer tejido social (Frühling y Terán, 2012).
Luego de que en 2004 se pusiera fin al programa, en 2011 comenzó a ser
implementado la Iniciativa Legua, bajo la dependencia de la Subsecretaría
de Prevención del Delito del Ministerio del Interior. La meta de la iniciativa
consistió en coordinar el trabajo de los gobiernos locales con la comunidad
y el gobierno central para disminuir la delincuencia y facilitar la labor de
Carabineros (Larenas, Fuster y Gómez, 2018; Lin, 2012). Se realizaron
intervenciones urbanísticas, como la ampliación de calles y la apertura de
algunos pasajes sin salida; e intervenciones sociales, destinadas a financiar
algunas organizaciones sociales y la construcción de viviendas sociales en
paños industriales expropiados.
La producción de los datos de esta investigación se enmarcó en un enfoque
cualitativo, con el propósito de situarse en el marco de referencia de las
personas investigadas, adoptando lógicas inductivas e interpretaciones ho-
lísticas (Taylor y Bogdan, 1987). Más específicamente, se adoptó el método
etnográfico para evitar tener preconcepciones sobre el tema estudiado; ex-
trañar lo familiar, contextualizar el fenómeno indagado; y encauzar las ob-
servaciones según el conocimiento teórico (Jociles, 1999). Dado el contexto
urbano de la investigación, en lugar de residir por un tiempo extendido con
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la comunidad que se estudió, como suelen hacer los etnógrafos, en este caso
se produjo un “ir y venir” constante en la ciudad (Bazán, 2002). A partir de
las diferencias percibidas y experimentadas en esos desplazamientos fue po-
sible construir y reflexionar sobre la otredad que se experimenta en la urbe.
Las técnicas empleadas consistieron en entrevistas en profundidad, con
el propósito de comprender el punto de vista de las personas a las que se
entrevistó con el cuidado de no imponer puntos de vista ajenos (Gaínza,
2006). Las entrevistas fueron realizadas a 12 personas siguiendo un muestreo
estratificado, de modo que se entrevistó a individuos de diferente género,
edad, sector de residencia, y vínculo con organizaciones sociales. Además,
se realizó observación participante junto a la batucada Furia Leguina, con
la meta de poner a disposición la reflexividad del investigador para vincular
distintos universos de sentidos, requiriendo la disposición y capacidad de
desplegar acciones en los términos nativos de los sujetos de estudio (Gu-
ber, 2001). La observación participante se prolongó por ocho meses, entre
septiembre de 2017 y marzo de 2018. En dicho periodo se asistió una o
más veces a la semana a los ensayos, además de participar ocasionalmente en
algunos pasacalles y carnavales. La batucada estaba compuesta por jóvenes
de entre 7 y 27 años, la mayoría de los cuales eran habitantes de alguno de
los sectores de La Legua.
Finalmente, para analizar la información se procedió con los princi-
pios propuestos por la teoría fundamentada (Strauss y Corbin, 2002). Se
comenzó con una codificación abierta para identificar temas emergentes
con distintas categorías y códigos de análisis. Posteriormente se aplicó una
codificación axial con el objetivo de sistematizar y establecer relaciones y
tendencias entre las categorías. Es necesario consignar que por motivos de
confidencialidad el nombre con el que se refiere a las personas entrevistadas
son seudónimos.
Los efectos del estigma territorial en la comunidad
El estigma territorial, a pesar de su origen simbólico, es experimentado de
forma muy material y concreta por las personas que viven en Legua Emer-
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gencia, particularmente porque la mayoría de sus habitantes han admitido
que se enfrentan cotidianamente al problema de que las personas prove-
nientes de otras partes de la ciudad eviten acercarse al barrio o les imputen
la categoría de delincuentes. En muchos casos esta situación afecta direc-
tamente la posibilidad de los residentes de Legua Emergencia de mejorar
sus ingresos económicos, al ser discriminados en sus entrevistas de trabajo
o porque sea difícil conseguir una clientela para los negocios que se ubican
dentro del barrio.
La clientela que tengo de los colegios es de otra comuna. Al principio
fue difícil que ellos vinieran acá. Era difícil tener mi taller dentro de
la población. A los clientes les da miedo. Uno entiende que les de
miedo si ha tenido tanta mala fama la población. Los medios mues-
tran sólo lo malo. (…) Las noticias positivas aquí en Chile no venden,
en cambio sí muestran el narcotráfico para que venda (Josefina,
costurera, 57 años)
Muchas veces se cierran las puertas por lo que se oye de esta pobla-
ción. Al momento de buscar trabajo me preguntaban de dónde era.
[Yo decía] “La Legua”, y de repente tenían esa estigmatización, como
si dijeran “Es de La Legua, ¿será delincuente?” (Tomás, estudiante
universitario, 21 años)
Si bien Josefina empatiza con el temor que podrían tener las personas al
visitar Legua Emergencia, ello no implica una completa internalización
del estigma territorial. Aunque sufra sus efectos es capaz de identificar
que se trata de una representación colectiva impuesta arbitrariamente por
agentes externos. Su crítica al funcionamiento inescrupuloso de los medios
de comunicación pone en evidencia la violencia simbólica que afecta a
las personas de los estratos más bajos de la sociedad, siendo víctimas de la
desposesión simbólica al carecer del control de las representaciones sobre
su identidad colectiva (Wacquant, 2010a). Sin embargo, esta crítica al rol
ejercido por los medios de comunicación no impide que otras estrategias
sumisas sean empleadas para lidiar con el estigma territorial, particular-
mente bajo la forma de la denigración lateral (Wacquant, 2010a;2010b;
Wacquant, Slater y Pereira, 2015). Como indica Wacquant “lo que desde
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Resistencias al estigma territorial
afuera parece un conjunto monolítico es visto por sus miembros como un
cúmulo sutilmente diferenciado de “microrealidades” (2010a, p. 131), po-
sible por el uso diestro que se hace de la estigmatización para desprestigiar a
determinados vecinos y disociarse del estigma territorial. Precisamente eso
es lo que sucede en La Legua, perjudicando particularmente al sector de
Legua Emergencia. Incluso algunos de los niños que integraban la batucada
en la que participé comentaron con un tono burlesco que les iba a llegar un
balazo o que no iban a salir vivos una vez que ingresamos al sector de Legua
Emergencia a tocar con nuestras percusiones.
Las diferenciaciones parecieran reproducirse continuamente en escalas
cada vez más pequeñas, pues al interior de la propia Legua Emergencia las
personas distinguen y discriminan la supuesta peligrosidad del lugar a partir
de ciertas calles. Específicamente el sector II de Legua Emergencia, entre las
calles San Gregorio y Venecia, suele ser percibido como relativamente segu-
ro. Aunque en este caso vale la pena matizar que tales distinciones obedecen
a motivos históricos, mucho antes de que el crimen organizado comenzara a
operar en la población, por lo que más que corresponder a las dinámicas del
estigma territorial podría ser producto de las distinciones entre establecidos
y marginados (Elias, 1998). De acuerdo con Elias (1998), la convivencia con
un grupo forastero suele ser percibida como una amenaza a su vida comuni-
taria y tradiciones. Marta comentó sobre su niñez en los setenta, viviendo en
el sector II: “Yo máximo conocía dos calles más para allá, era todo lo que se
nos permitía a nosotros, porque la población siempre ha sido conflictiva”.
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Fuente: Elaboración propia.
Otro grupo de vecinos estigmatizados corresponde a las personas de más re-
ciente llegada al barrio o los sujetos más jóvenes, aunque en este caso parece
haber algo más que sólo una confrontación entre establecidos y marginados,
pues son personas vinculadas con el narcotráfico y el crimen organizado.
Lo que se cuestiona en particular es la carencia de interés por el bienestar
de la comunidad y la realización de actos violentos al interior del barrio. Si
bien Legua Emergencia ha sido históricamente una población marginal en
la que han convivido obreros manufactureros con personas provenientes
del hampa (Álvarez, 2010), particularmente entre la primera mitad del siglo
XX y principios de la década de los setenta, la delincuencia hasta entonces
no eran más que algunos robos y atracos realizados fuera del barrio. Sin
embargo, lo que las personas cuestionan, y que pareciera ser un síntoma de
una creciente despacificación de la vida cotidiana (Wacquant, 2010a), es la
prevalencia que adquiere el narcotráfico en las relaciones sociales.
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Resistencias al estigma territorial
Los niños van creciendo, ven que el entorno que va cambiando con
las generaciones nuevas que van tomando el control de la delincuen-
cia, del tráfico, a partir de las mismas costumbres familiares. Enton-
ces se va como heredando todo eso. (Claudio, electricista, 36 años)
A pesar de la extendida reproducción de estigmas entre distintos grupos
de vecinos, las personas reconocen y son enfáticas al acusar la ineficacia del
Estado, particularmente de las policías. En este sentido, la mayoría de las
personas señalan que el aumento de la delincuencia y la criminalidad ha
sido el resultado de décadas de incapacidad del Estado. Marta indica: “Es
que el Estado en realidad no ha hecho nada”. Claudio manifiesta de modo
similar que “El Estado es poco y nada lo que hace acá”. Es más, en muchos
casos las personas denuncian que las policías actúan de forma completa-
mente arbitraria e ineficaz, discriminando y actuando en contra de jóvenes
que participan en instancias comunitarias mientras ignoran a personas
que reconociblemente están portando drogas, acentuando la sensación de
exclusión y estigmatización hacia la juventud (Garbin y Millington, 2012).
Íbamos a hacer el taller [de batucada]. Íbamos en un carrito chico
con 10 tambores, el Seba iba con dos tambores e iba un cabro pasan-
do que iba cargado [con drogas] y a él no le hicieron nada. Otros pa-
saban fumando marihuana al lado de los carabineros y no les decían
nada. Y a nosotros que nos vieron saliendo del centro comunitario
nos querían revisar. El Seba se enojó y les dijo que cómo hacían eso,
si estaban viendo que vamos a hacer un taller, que estamos tratando
de salvar a los cabros de Legua Emergencia y el carabinero le dijo:
“Puta, si no te gusta que te controlen, si no te gusta el país, mejor
ándate. ¡Resentido!”. (Cristián, comerciante informal, 23 años)
Por el contrario, una necesidad e interés sentido por varios jóvenes y po-
bladores de Legua Emergencia es fomentar la participación y organización
comunitaria. Si bien se reconoce a las intervenciones en el espacio público
mediante la construcción o renovación de infraestructura pública, hace
falta preocuparse por el bienestar de los jóvenes en un sentido integral, que
contemple formas que puedan mejorar la convivencia comunitaria.
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Aquí la Iniciativa Legua es un proyecto que es útil, pero son co-
sas que no son realmente necesarias para la sociedad. Porque aquí
cuando vienen dicen: “¿Qué necesitan? Una cancha.” Está bien,
la cancha puede llegar a ser algo productivo, pero qué pasa con los
mismos niños a los que no le gusta jugar fútbol. En realidad no hay
un proyecto detrás que [implique] organizar a la gente. (Tomás,
estudiante universitario, 21 años)
Los soportes materiales y los afectos del espacio público
Muchos de los espacios comunitarios que hay en Legua Emergencia fueron
lugares que cayeron en desuso y que posteriormente fueron reapropiados
por los vecinos. De este modo se pone en evidencia la importancia que ad-
quieren los soportes materiales para hacer posible la vida de los sectores ex-
cluidos (Butler, 2015), sin por ello reducirlo a una cuestión exclusivamente
fisiológica, pues hay elementos sensoriales y afectivos fundamentales para
explicar la emergencia de nuevas formas de agenciamiento (Goonewardena,
2005; Frers y Meier, 2017). Así ocurrió con el actual centro comunitario
que hay en la Legua, que previamente había funcionado como una escuela
y un Centro de Salud Familiar (Cesfam). Cuando la infraestructura fue
abandonada, miembros de un colectivo artístico cultural comenzaron a
darle un nuevo uso con la colaboración de otras pocas organizaciones del
barrio. A pesar de que el centro comunitario alberga a organizaciones como
la Radio Experimental La Ventana, Legua Televisión, y la Batucada Furia
Leguina, su funcionamiento no está exento de suspicacias y disputas. Con
la llegada de Iniciativa Legua, también se abrió la oportunidad de obtener
financiamiento para otras iniciativas. Pedro, dirigente y administrador del
centro comunitario, exigió que se realizaran reparaciones al espacio porque
desconfiaba de que los fondos no fuesen invertidos en la población, lo que
le mereció recibir epítetos como “traidor”, “vendido” y “amarillo” por
parte de otras organizaciones. Aun así, Pedro dice que independiente de
la propiedad de la infraestructura, lo fundamental para el funcionamiento
del centro comunitario es la activa participación y apropiación por parte de
habitantes de Legua Emergencia.
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Resistencias al estigma territorial
Si bien es cierto [que] un lugar como el Centro Comunitario es de
responsabilidad del municipio, eso es en el cincuenta por ciento
solamente, el otro cincuenta por ciento tiene que ver con cómo la
comunidad cuida el espacio. Por lo tanto, hicimos un llamado a la
gente a tratarnos con cariño. No se trata de besos y abrazos, tiene
que ver con ser cariñosos en el hacer, como cuidar los baños, apagar
las luces, botar los desechos a un basurero. (Roberto, administrador
público, 46 años)
La alusión a “tratarnos con cariño”, proyectando un sentido de identidad
a los espacios públicos que son un soporte para la acción de las personas
(Butler, 2015), alude directamente a una dimensión afectiva que es un mo-
tivador constante para la participación y organización comunitaria. En este
sentido, la vida y la esfera pública que se constituye en La Legua adquiere
dimensiones muy concretas, siendo posibilitada precisamente por la ma-
terialidad de los lugares y los servicios prestados por algunas instituciones
(Butler, 2015), que proveen condiciones necesarias para que las personas
puedan desarrollar su vida. Sin embargo, se necesita que ese apoyo también
represente una identidad para los jóvenes, como señaló Sebastián al explicar
el surgimiento de la batucada Furia Leguina.
Nosotros éramos un grupo de amigos que nos juntábamos en La
Caleta [una ONG] a hacer cosas, y en un momento decidimos no
seguir bajo el alero de La Caleta. Era riesgoso, porque teníamos todas
las chances de hacer las cosas que quisiéramos, ir a paseos, seguridad
en el espacio, material, todo. Nos fuimos a otro espacio que estaba
emergiendo en ese entonces, era la Red OLE, y ahí nosotros nos
fuimos a armar este grupo incipiente. También uno necesita tener
su espacio, no estar siempre tan estructurado por una ONG que im-
pone los temas, porque ellos también tienen que cumplir productos,
sus metas a las que tienen que llegar, sus objetivos que les piden los
proyectos. Nosotros queríamos hacer nuestras cosas, queríamos to-
mar nuestra identidad propia. (Sebastián, trabajador social, 31 años)
Los enfoques normativos sobre el espacio público afirman que las acciones
de las personas sólo adquieren un carácter público cuando representan los
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intereses generales de la sociedad, requiriendo que las personas suspendan
sus necesidades más inmediatas que han de ser satisfechas en el ámbito
privado (Arendt, 2009; Habermas, 1981). Si bien lo indicado por Sebastián
puede parecer un deseo particularista que fragmenta lo público, ya que de-
cidió apartarse de una organización de antiguo funcionamiento y gran con-
vocatoria en la población, merece una interpretación alternativa. En primer
lugar, la necesidad que manifiesta Sebastián remite a un deseo colectivo,
dando cuenta que las necesidades no sólo refieren a aspectos físicos o de
subsistencia, sino también a aspectos relacionales y simbólicos. En segundo
lugar, al señalar ciertos condicionamientos de las ONG, asociados general-
mente a mecanismos de transparencia y rendición de cuentas a los que están
sujetos las instituciones financiadas con fondos públicos, está poniendo en
cuestión la publicidad de las organizaciones de la sociedad civil que están
subordinados a la burocratización del Estado y están desacopladas de los
intereses reales de las personas.
Contrariamente a los modelos normativos, vale la pena pensar cómo las
experiencias y afectos involucrados en las interacciones en público pueden
llegar a construir instancias de politización (Cassegard, 2014; Goonewarde-
na, 2005; Frers y Meier, 2017). Esto es lo que explica el surgimiento fortuito
de la batucada Furia Leguina, puesto que comenzaron a tocar percusiones
por petición de los vecinos del barrio para una actividad infantil. A pesar de
la renuencia inicial por causa del nerviosismo, Sebastián comentó que “A la
gente le gustó y siempre pedían ‘¡otra, otra!’”. Entonces fue súper gratifican-
te y ahí partió todo, desde esa actividad le dimos el vamos a la Furia”. Desde
entonces la batucada es reconocida incluso fuera de Legua Emergencia por
organizar el Carnaval 500 Tambores por la Vida y por la Paz, inspirados por
el Carnaval de los Mil Tambores realizado en Valparaíso. En la oportunidad
que asistieron los jóvenes legüinos al carnaval porteño, un dirigente que los
acompaño dijo: “nosotros deberíamos hacer un carnaval igual en La Legua,
no con mil porque son muchos weones, con quinientos y que se llame
Quinientos Tambores”. En honor a aquel vecino, la batucada Furia Leguina
decidió organizar su propio carnaval y bautizarlo en base a aquella anécdota.
La dimensión afectiva que comparten los integrantes de la batucada se
debe en buena medida a que la mayoría de ellos ha llegado por sugerencia de
algún amigo o familiar, de modo que la mayoría se conocen indirectamente.
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Este ambiente de familiaridad e intimidad cumple un papel clave para sus
vidas cotidianas y las posibilidades que tienen de sobrellevar las dificultades
de vivir en un barrio marginalizado, pues les permite aconsejarse y apoyarse.
Por ejemplo, Sebastián una vez comentó su molestia con su amigo Rafael, un
joven integrante de la Furia Leguina que no asistió a un examen que le habría
permitido graduarse de la educación secundaria. Por este motivo Sebastián
le escribió a Rafael por WhatsApp para reprenderlo, logrando que Rafael
se pusiera en contacto con su profesora para volver a rendir el examen. Este
tipo de historias suelen ser comunes entre los jóvenes de la batucada, quienes
expresan que su participación en la batucada fue fundamental para que
pudieran imaginar un mejor futuro para sus vidas y evitar verse involucrado
con el crimen organizado, como muchos de sus familiares lo han hecho.
Me abrieron el espacio, me abrieron la vista. Ir a otra villa, a otras
comunas, a otras poblaciones, ver a otros niños disfrutando, viendo
que realmente no todo es delincuencia, no todo es pleito, sino que
puedes dialogar con otra persona. Me dije “Puedes ser mejor, no es
necesario llegar a la delincuencia para ser alguien, para tener recur-
sos”. (Tomás, estudiante universitario, 21 años)
Yo creo que [aprendí] el respeto hacia mí mismo, ponerme metas. Si
tú no te respetas, nadie te va a respetar. Lo primordial es que [la ba-
tucada Furia Leguina] me hayan enseñado a tener mis metas, a mirar
más allá de lo que ves. (Cristián, comerciante informal, 23 años)
Las referencias visuales aludidas por ambos jóvenes, como “me abrieron
la vista” y “mirar más de lo que ves”, indica la importancia que las expe-
riencias sensoriales en el espacio tiene para la construcción de la ideología
de las personas, es decir, la delimitación de lo que perciben como lo real
y lo posible (Goonewardena, 2005). En el contexto de Legua Emergencia,
donde permean las situaciones de violencia debido al recrudecimiento del
narcotráfico y el crimen organizado, la batucada les brinda a los jóvenes la
oportunidad de conocer otros lugares y extender sus redes interpersonales
más allá de Legua Emergencia. Esto produce un quiebre epistemológico de
la ideología a la que estaban habituados (Goonewardena, 2005), asociada
fuertemente a una cultura callejera que privilegia la violencia como princi-
pal fuente de respeto (Bourgois, 2010).
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Las disputas por las representaciones en el espacio público
Este carácter ideológico del espacio es aún más evidente al considerar el
estigma territorial que pesa sobre Legua Emergencia, razón por la cual los
jóvenes buscan cambiar su representación a través de performances en el
espacio público que permitan reivindicar la identidad leguina y estrechar
lazos comunitarios, por un lado, y construir nuevas representaciones y
auto-narrativas frente a la comunidad política más amplia, por otro lado.
De este modo, las acciones y apropiaciones que empiezan por el espacio
público se extienden a aquello que se entiende como la esfera pública. Para
explicar esto es fundamental relevar el rol que cumple el carnaval “quinien-
tos tambores por la vida y por la paz”, más conocido como el “Carnaval de
la Legua”, y el propósito con que nació la batucada Furia Leguina.
A pesar de las casualidades que sirvieron como puntapié inicial para
que los jóvenes decidieran formar la batucada, al momento de organizar el
carnaval de La Legua, fueron claros y explícitos sobre sus objetivos e inten-
ciones. Por un lado, la meta fue demostrar su oposición a la situación de
violencia en que viven. Como mencionó Sebastián: “El carnaval nace como
respuesta a estos grupos armados de la población que se están agarrando
a balazos. (…) Por eso el carnaval se llama ‘Carnaval quinientos tambores
por la vida y por la paz’”. Por otro lado, el interés también fue promover
instancias que pudieran fortalecer la organización comunitaria y el sentido
de identidad de Legua Emergencia. Es por eso que varias actividades acom-
pañaban a las performances artísticas, como foros de discusión en los que se
invitó a participar a varias organizaciones que pudieran concientizar sobre
los derechos de los jóvenes. Estas formas de articulación contravienen la su-
puesta pérdida de solidaridad y acción colectiva que afecta a los pobladores
de barrios relegados (Wacquant, 2010).
La Legua necesitaba tener un carnaval, necesitaba tener una expe-
riencia artística fuerte, por eso nacen los 500 Tambores como una
necesidad de la gente que también tiene [derecho a] la oportunidad
y el acceso a tener cultura de calidad en su territorio. (…) Entonces era
como una necesidad que La Legua tiene, la necesidad de tener cultura
y una cultura de calidad y digna. (Sebastián, trabajador social, 31 años)
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Ese interés en tener un acceso igualitario al arte y la cultura es interpretado
como una necesidad, como una búsqueda por fortalecer la dignidad de
las personas de Legua Emergencia, que rompe con las dicotomías entre la
necesidad y la política (Butler, 2015). Las palabras de Sebastián dan cuen-
ta de que la búsqueda de dignidad no sólo se refiere a prácticas sociales
desarrolladas al interior de la esfera privada, sino que también se expresa
a través de reivindicaciones políticas hechas en público (Pérez, 2022). La
alusión de Sebastián a la dignidad no debe ser entendida como parte de un
orden moralista con que se expresarían las manifestaciones culturales de las
periferias urbanas y que serían indicio de su ensimismamiento (Caldeira,
2006), sino que, como plantea Zigon (2014), se trataría más bien de un
imperativo ético que excede lo que puede expresar el vocabulario de los
discursos morales dominantes. En este sentido, la dignidad no refiere a una
cualidad inherente del ser humano, sino que se la concibe como el resultado
de una configuración social particular de políticas y servicios que atiendan
las necesidades que las personas demandan para ser-en-el-mundo (Zigon,
2014). Ese ser-en-el mundo, de acuerdo a Sebastián, también nace como
respuesta al crimen organizado para manifestar que hay otras alternativas de
vida y formas de habitar por medio del carnaval.
Es necesario advertir que los procesos de ocupación del espacio público
no están exentos de disputas y conflictos. La violencia derivada del narco-
tráfico siempre se cierne como una amenaza, lo que quedó de manifiesto
en noviembre del 2017, cuando fallecieron dos personas como resultado
de una balacera a una semana de la realización del carnaval. Los dirigentes
de la batucada, en conjunto con otras organizaciones, optaron por suspen-
der el carnaval ya que no podían garantizar la seguridad de los asistentes y
consideraron pertinente respetar el luto de los hogares que perdieron a sus
familiares. Sin embargo, a comienzos de diciembre se realizó otro carnaval
llamado “A mano y Sin Permiso”, cuyo nombre hace alusión a la autoges-
tión para diferenciarse de las organizaciones que reciben financiamiento
público, a las que acusan de ser cooptadas por el Estado. Sin embargo, uno
de los asistentes al carnaval con los que me reuní dijo que mientras seguía
el pasacalle uno de los organizadores vociferaba con un altoparlante que se
fueran los carabineros de La Legua, lo que provocó que una mujer saliese de
su casa para interpelarlo: “¿Y si se van los pacos [carabineros] tú vai a ir a los
pasajes a hablar con los narcos cuando quede la cagá?”.
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El impasse mencionado da cuenta de la compleja situación que las perso-
nas experimentan en barrios afectados por el narcotráfico y el crimen orga-
nizado. Aunque el actuar de las policías sea objeto de críticas lapidarias, aun
así, la gente teme que no haya ningún tipo de autoridad que pueda contener
la alzada de la violencia. Este tipo de dilemas son parte de las discusiones en-
tre los jóvenes de la batucada, ya que ellos mismos cuestionan la legitimidad
y eficacia del Estado para solucionar la situación de inseguridad en Legua
Emergencia, pero también son conscientes de que no tienen medios a su
disposición para detener el crimen organizado. A pesar del temor y la frustra-
ción, la batucada se erige como un espacio para la discusión y socialización
política de los jóvenes. Frecuentemente, sus integrantes discutían temas de
contingencia política y en algunos casos participaban en manifestaciones
en el centro de Santiago que fueron convocadas por algunos movimientos
sociales, como ocurrió para una marcha por el derecho a la vivienda.
Durante el tiempo que hice observación participante, hubo otras instan-
cias que permiten argumentar la importancia que tiene la batucada como
un espacio de socialización política. A fines de 2017 se realizaron elecciones
presidenciales en Chile. En ese contexto, cada vez que la batucada se tomaba
una foto grupal, Sebastián señalaba a sus compañeros que indicaran el nú-
mero cinco con los dedos de sus manos, haciendo alusión al número que la
candidata Beatriz Sánchez tenía en la papeleta de sufragio. Beatriz Sánchez
fue la primera candidata presidencial que tuvo el Frente Amplio en Chile,
con un programa que señalaba que en Chile hay un “problema con el poder”
y, en consecuencia, era el “programa de esos muchos y muchas. De quienes
no tenemos ese poder aún, pero queremos tomarlo y distribuirlo” (Frente
Amplio, 2017). Meses después, durante 2018, hubo una importante ola de
manifestaciones que fueron conocidas como parte del llamado “mayo fe-
minista”. En una de las movilizaciones convocadas en el centro de Santiago
muchas mujeres marcharon con sus pechos descubiertos. Tobías reprobó
este tipo de manifestación por encontrarla ofensiva e impúdica, pero sus
compañeras que participaban en la batucada le señalaron que justamente
esa protesta en el espacio público tenía la finalidad de desnaturalizar y cues-
tionar la sexualización que se hace del cuerpo femenino. El joven no pareció
del todo convencido, pero sus opiniones se vieron confrontadas al debate
con sus compañeras de la batucada, permitiéndole ampliar los argumentos
que estaba acostumbrado a oír.
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Estas experiencias de socialización política de los jóvenes sólo son posi-
bles y adquieren sentido en el contexto comunitario de Legua Emergencia.
Como ya fue comentado, es innegable que la violencia y la estigmatización
territorial ha deteriorado las relaciones entre los vecinos del barrio. Sin em-
bargo, esta misma situación es la que impulsa a muchos vecinos y jóvenes a
organizarse para levantar instancias que puedan congregar a las personas en
el espacio público. La poca oferta de servicios e instituciones accesibles para
los habitantes de Legua Emergencia hace del arte un área particularmente
desatendida, pero con un alto poder de convocatoria. Gracias a que los
participantes de la batucada son mayoritariamente jóvenes del propio barrio
concitan el apoyo de la mayoría de sus vecinos. El carnaval, en este sentido,
sirve como una celebración que reúne a los vecinos de Legua Emergencia
bajo una lógica semejante a la idea de communitas, puesto que las diferen-
cias entre las personas pueden ser temporalmente suspendidas mediante la
celebración de ritos colectivos que refuerzan el sentido comunitario (Tur-
ner, 1988). Así, los efectos del estigma asociados a las micro-diferencias,
la denigración lateral y la disolución del lugar (Wacquant, 2010a; 2010b;
Wacquant, Slater y Pereira, 2014) son superados, al menos temporalmente,
en favor de una reivindicación de la identidad y comunidad leguina. En esta
línea Cristián destaca que uno de los principales logros del carnaval ha sido
que Legua Emergencia sea reconocida más allá de los estigmas, gracias al
trabajo y apoyo de las organizaciones y vecinos del barrio.
Yo creo que el trabajo comunitario que tienen [los vecinos de Legua
Emergencia] es fundamental. Trabajar todo el año en un carnaval que
realmente es conocido. Hace poco hablaron en un canal de televisión
del carnaval de los 500 tambores, hay hartos famosos que mandaron
saludos. Yo creo que todas esas cosas se logran a través del trabajo en
conjunto. (…) El trabajo en comunidad que tiene La Legua yo creo
que es un punto a destacar. (Cristián, comerciante informal, 23 años)
Las alusiones a los medios de comunicación dan cuenta de la importancia
que tiene para los participantes de la batucada que el carnaval tenga un
alcance y escala de incidencia que trascienda lo local, pues entienden que
allí es donde se juega la disputa por las representaciones que puedan mo-
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dificar el estigma territorial. Frente a las adversidades ocasionadas por el
narcotráfico, la violencia y el crimen organizado resulta difícil imaginar una
forma de resistencia abiertamente contenciosa. No obstante, la ocupación
del espacio público no carece de politicidad, ya que mediante la realización
de carnavales se forma una auto-narrativa de los vecinos de la población,
que articula la forma en que se observan a sí mismos con el modo en que
son reconocidos por los demás, constituyendo un acto político a través del
cual el grupo se define a sí mismo y el modo en que establecen una relación
con la comunidad política más amplia (Quiroz Becerra, 2014).
Es un importante desafío descifrar el significado e influencia política que
pueden tener los jóvenes en la sociedad chilena, particularmente cuando
provienen de barrios de bajos ingresos que son continuamente marginali-
zados y estigmatizados y en los que hay una obvia desconfianza hacia las
instituciones políticas. Sin embargo, en lugar de pretender que adopten un
comportamiento según los modelos clásicos del liberalismo político (Butler,
2017; Cassegård, 2014; Melluci y Avritzer, 2000) o reivindicaciones y accio-
nes políticas de antiguos movimientos obreros (Caldeira, 2009); resulta más
pertinente contemplar cómo las nuevas formas de manifestación, aunque
sean de carácter artístico y cultural, guardan relación con procesos de subje-
tivación que se mueven de forma ambivalente entre lógicas de dominación
y resistencia (Garbin y Millington, 2012).
Son indesmentibles los efectos negativos que ha tenido el estigma territo-
rial sobre Legua Emergencia, particularmente en lo que dice relación con la
reproducción de estigmatizaciones entre sus propios habitantes (Wacquant,
2010a; 2010b; Wacquant, Slater y Pereira, 2014). Si bien existe una evidente
internalización del estigma, también es necesario reconocer que se fragua
un sentimiento de injusticia y crítica hacia la labor que cumple el Estado, la
policía y los medios de comunicación, de modo que las personas también
son conscientes de las lógicas de dominación y las relaciones de poder que
los subyugan. Precisamente frente a este tipo de situaciones, muchos jóve-
nes de Legua Emergencia perciben la necesidad de organizarse para ofrecer
alternativas de vida a sus vecinos.
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Resistencias al estigma territorial
Resulta completamente lógico que frente a la magnitud del problema
de la violencia los jóvenes se vean imposibilitados de realizar acciones clá-
sicamente contenciosas. Puede que sus formas de resistencia no tengan la
épica que suelen tener las grandes protestas o manifestaciones. Sin embar-
go, en lugar de que las personas se retiren a la privacidad de sus hogares y
disminuyan su solidaridad y acción colectiva como supone la teoría de la
marginalidad avanzada (Wacquant, 2010a; Wacquant, 2010b), la situación
de violencia que los jóvenes viven cotidianamente los impulsa a organizarse
para tratar de interpelar el dominio del crimen organizado. Como ellos
mismos plantean, se trata de una necesidad básica. Es prácticamente una
cuestión de subsistencia, pero no por eso pierde su carácter público ni su
potencial como acción política (Butler, 2017).
Por el contrario, siendo la ocupación del espacio público a través de per-
formances artísticas una de las pocas estrategias disponibles para manifestar
la disconformidad con la situación de violencia que aqueja al barrio, la batu-
cada no sólo constituye una instancia de subjetivación y socialización para
los jóvenes que podrían verse tentados de involucrarse con el narcotráfico,
sino que también es una forma de construir un sentimiento de commu-
nitas que trasciende las diferenciaciones y estigmatizaciones al interior de
la población (Turner, 1988). Lo que podría parecer meramente como una
actividad y demanda identitarista, al considerar la apropiación del espacio
público hecha por los jóvenes para representarse a sí mismos y a la población
Legua Emergencia, reivindica formas de vida más dignas que se resisten al
estigma y buscan disputar las representaciones e ideologías hegemónicas
ante la comunidad política más amplia.
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Fecha de recepción: 1 de agosto de 2024
Fecha de aceptación: 4 de diciembre de 2024
DOI: https://doi.org/10.29092/uacm.v22i57.1148
Volumen 22, número 57, enero-abril de 2025, pp. 145-176