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La relación esencial entre la ecología integral y la antropología evolutiva como factor fundamental en el proceso evolutivo del género Homo

Authors:

Abstract

El análisis de nuestra filogenia, basado esencialmente en los registros fósiles y arqueológicos, nos ofrece información crucial sobre la trayectoria evolutiva del género Homo. Sin embargo, el problema radica es la escasez de muestras para un análisis concluyente, ya que la diversidad de especies en muchos casos se infiere a partir de unos pocos individuos o fragmentos óseos distribuidos en amplias zonas geográficas. No obstante, el notable éxito evolutivo de nuestro género no se atribuye únicamente al incremento en la capacidad cerebral -desde Australopithecus, con un volumen cerebral aproximado de 500 cm3 a Homo sapiens entre 1500-1700 cm3- o a las variaciones genómicas. También deben considerarse otros factores, como los culturales, sociales y ecológicos. La interacción entre las distintas especies y su entorno en un ecosistema es fundamental en cualquier proceso evolutivo. Todo ajuste, regulación o interacción en el mismo, como indica Margalef, determinará el equilibrio necesario hacia la supervivencia o el declive del sistema. Para establecer un diálogo interdisciplinar entre la ecología integral y la antropología evolutiva, hemos considerado incluir las teorías cognitivas modernas como la Teoría del Compromiso Material (MET), la ciencia cognitiva (CS) y la biología cognitiva (BC). Estas teorías resaltan la importancia de considerar la cognición no solo como un proceso interno, sino como algo que está profundamente arraigado en el contexto material y social. Este artículo examina cómo el ambiente pudo influir en la evolución del género Homo y viceversa, proponiendo un análisis interdisciplinario que integra ecología ambiental, económica, social y cultural, o lo que el papa Francisco denominó ecología integral, con la antropología evolutiva.
ESTUDIO
STUDY
No 11
2024
ISSN: 2386-2912
AceptAdo / Acepted
Recibido / Received
9 de diciembre de 2024
9 de julio de 2024
El análisis de nuestra logenia, basado esencialmente en los registros fósiles y arqueológi-
cos, nos ofrece información crucial sobre la trayectoria evolutiva del género Homo. Sin
embargo, el problema radica en la escasez de muestras para un análisis concluyente, ya que
en muchos casos la diversidad de especies se inere a partir de unos pocos individuos o
fragmentos óseos distribuidos en amplias zonas geográcas. No obstante, el notable éxito
evolutivo de nuestro género no se atribuye únicamente al incremento en la capacidad cere-
bral ―desde Australopithecus, con un volumen cerebral aproximado de 500 cm3, hasta Homo
sapiens, con 1500-1700 cm3― o a las variaciones genómicas. También deben considerarse
otros factores, como los culturales, sociales y ecológicos. La interacción entre las especies
y su entorno en un ecosistema es fundamental en cualquier proceso evolutivo. Todo ajuste,
regulación o interacción en este, como indica Margalef, determinará el equilibrio necesario
para la supervivencia o el declive del sistema. Para establecer un diálogo interdisciplinar
entre la ecología integral y la antropología evolutiva, hemos considerado incluir las teorías
cognitivas modernas, como la teoría del compromiso material (MET, por sus siglas en inglés
de material engagement theory), la ciencia cognitiva (CS, por sus siglas en inglés) y la biolo-
Autor / Author
ARROYO PASTOR, Beatriz
Universidad Francisco de Vitoria
La relación esencial entre la ecología
integral y la antropología evolutiva
como factor fundamental en el
proceso evolutivo del género
Homo
The essential relationship between
integral ecology and evolutionary
anthropology as a fundamental factor
in the evolutionary process
of the genus Homo
2386-2912
páginAs / pAges
issn / issn
De la 41 a la 55
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evolutiva como factor fundamental en el proceso evolutivo del género Homo».
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gía cognitiva (BC). Estas teorías resaltan la importancia de considerar la cognición no solo
como un proceso interno, sino como algo que está profundamente arraigado en el contexto
material y social. Este artículo examina cómo el ambiente pudo inuir en la evolución del
género Homo y viceversa, proponiendo un análisis interdisciplinario que integra ecología
ambiental, económica, social y cultural, o lo que el papa Francisco denominó ecología inte-
gral, con la antropología evolutiva.
#logenia humana, #ecología integral, #ecosistema, #teorías cognitivas, #ecología cultu-
ral, #antropología evolutiva.
The study of our evolutionary history, mostly based on fossil and archaeological evidence,
provides essential information about how the genus Homo developed over time. However,
the challenge is that there are not enough samples to analyze species diversity, in many cases
inferred from only a few individuals or scattered bone fragments found across large
geographical areas. The success of our genus in evolution is not solely due to the increase in
brain size ―from Australopithecus with a brain volume of around 500 cm3 to modern Homo
sapiens with a brain volume of 1500-1700 cm3― or genetic variations. Other cultural, social,
and ecological factors also played a crucial role. The interaction between varied species and
their environment within an ecosystem is fundamental in any evolutionary process. Any
adjustments, regulations, or interactions in the ecosystem will determine whether the system
survives or declines, as Margalef suggests. To create an interdisciplinary dialogue between
integral ecology and evolutionary anthropology, modern cognitive theories such as Material
Engagement theory (MET), cognitive science (CS), and cognitive biology (CB) are considered.
These theories emphasize the importance of understanding cognition as an internal process
deeply embedded in the material and social context. This article explores how the environment
may have influenced the evolution of the genus Homo and vice versa, proposing an
interdisciplinary analysis that integrates environmental, economic, social, and cultural
ecology, consistent with Pope Francis’s vision of integral ecology.
#human phylogeny, #integral ecology, #ecosystem, #cognitive theories, #cultural ecology,
#evolutionary anthropology
1. La importancia de los ecosistemas
en la filogenia humana
Según Margalef (1993), un ecosistema se dene como un conjunto de procesos dinámicos
relacionados con el ajuste, la regulación y la interacción, determinados por el equilibrio entre
nacimientos y muertes o el intercambio energético, cuyo n es la supervivencia o el declive del
sistema. El papa Francisco (2015), en su encíclica Laudato si’, destaca una serie de síntomas
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contemporáneos que indican profundos desequilibrios, tales como «la degradación del
ambiente, la angustia, la pérdida del sentido de la vida y de la convivencia» (p. 110). Estos
problemas reejan una creciente desconexión entre el ser humano y la naturaleza, y este
advierte de que estos desajustes no solo son señales de una crisis ecológica, sino también de
un desajuste social y espiritual. La visión del papa subraya la necesidad de una conversión
ecológica que reconozca la interdependencia de todos los seres vivos y promueva un desarro-
llo sostenible que respete tanto la naturaleza como la dignidad humana. Los efectos nocivos
de la actuación humana actual contrastan con la relación que nuestros ancestros establecieron
con la naturaleza, utilizando los recursos de manera respetuosa. Esta estrecha conexión per-
mitió un desarrollo extraordinario de nuestra especie. Quizá, los últimos vestigios de comuni-
dades aborígenes sean quienes puedan recordarnos cómo es posible convivir en espacios
naturales sin perjudicar al conjunto de seres vivos que habitan nuestra casa común, como
dene el papa Francisco a nuestro planeta (ibíd., p. 138).
En la encíclica Laudato si’ (papa Francisco, 1975), se enfatiza la necesidad de una ecología
integral que abarque no solo la dimensión ecológica tradicional, sino también la humana y la
social. El papa subraya que la evolución biológica, en un entorno equilibrado, implica necesaria-
mente una interrelación indisoluble entre la naturaleza y la sociedad. Además, destaca la extraor-
dinaria conexión entre el ser humano y su entorno, a la que describe como una interfaz dinámica.
A lo largo de nuestra logenia, el género Homo ha mantenido una relación muy estrecha con
la naturaleza. El éxito de nuestra especie se basa, principalmente, en la combinación de tres
factores clave: los recursos naturales, el desarrollo de capacidades cognitivas asociado a un
creciente proceso de encefalización y el establecimiento de relaciones sociales intra- e intergru-
pales, cruciales para la supervivencia de la progenie. Ni el frío glaciar, ni la sequedad extrema,
ni la búsqueda de alimentos representaron obstáculos insuperables.
Según la teoría de Gehlen (1987), la capacidad del ser humano para superar adversidades
puede explicarse por su inespecialización biológica. Esta singularidad evolutiva ha conferido a
la especie humana una exibilidad adaptativa singular, permitiéndole colonizar una amplia
diversidad de nichos biológicos. A diferencia de otras especies, cuya existencia está ligada a
hábitats especícos y únicos, el ser humano ha podido prosperar en varios entornos, desde
tundras árticas hasta desiertos áridos y selvas tropicales. Esta inespecialización biológica, que
podría haber supuesto una desventaja evolutiva, extinguiéndonos, como ha ocurrido con otras
muchas especies, se transformó en el resorte fundamental que posibilitó el surgimiento de
características tan extraordinarias como la bipedestación, la estructura del aparato locomotor, la
manipulación manual avanzada y, especialmente, la plasticidad cognitiva y social. Estas singula-
ridades no solo han facilitado la supervivencia en condiciones ambientales diversas, sino que
también han permitido el desarrollo de estructuras sociales, tecnológicas y culturales comple-
jas. Un ejemplo de esta capacidad adaptativa se observa en el intervalo temporal comprendido
entre hace 5 Ma y 2,8 Ma,1 periodo caracterizado por un cambio geológico y biológico notable
1 Ma: millones de años.
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que condujo a la pérdida progresiva de árboles en África oriental (Ilustración 1). Este fenómeno
presentó un desafío signicativo para el género Australopithecus, que, incapaz de adaptarse a
estas modicaciones ambientales, se encaminó hacia su extinción. Este periodo coincide tem-
poralmente con la aparición de una nueva especie, el Homo habilis,2 que marcó el comienzo de
un proceso signicativo de encefalización, caracterizado por el inicio de la industria lítica como
clave evolutiva de gran relevancia. Bermúdez de Castro (2021) relaciona nuestra complejidad
cerebral con una complejidad cultural, aunque señala que un cerebro grande no garantizó
siempre nuestra supervivencia. La encefalización implicó una reorganización signicativa de los
lóbulos frontal y temporal y destaca la aparición de las áreas de Broca y Wernicke, las cuales
están relacionadas con el lenguaje. Además, se produjo una expansión de ciertas regiones del
lóbulo parietal, especícamente el área parietal posterior, que mejoró su capacidad para inte-
grar de manera cognitiva el cerebro, el cuerpo y el entorno, permitiendo así la formación de una
percepción coherente del medio.
Estudios recientes (Will et al., 2021) relacionan las uctuaciones de la temperatura media
anual con el tamaño corporal de los neandertales y Homo sapiens. Basándose en la hipótesis
del estrés ambiental,4 el que los homínidos más corpulentos viviesen en las regiones más
frías estaba en línea con la regla biogeográca de Bergmann5 y estudios previos sobre homí-
nidos y otros animales (Ru, 1994; 2002; González-Forero y Gardner, 2018). Según esta
hipótesis, el estrés térmico derivado de las temperaturas frías fue mitigado por la adaptación
fenotípica: el cuerpo cada vez era más grande a causa de la selección natural, la plasticidad
o ambas.
2 Este particular homínido representó un salto evolutivo importante, aunque no todos los investigadores
estén de acuerdo en incluirlo como nuestro primer ancestro (Wood y Collard, 1999).
3 Imagen original de Dragons ight, cuyos datos están basados en la gura 4 de Lisiecki y Raymo (2005).
4 La hipótesis del estrés ambiental hace referencia a aquellos factores que alteran el bienestar personal,
incluyendo aspectos emocionales, de conducta o siológicos. A nivel evolutivo, las condiciones ambientales,
climatológicas o geológicas fueron elementos que pudieron ejercer estrés en la línea evolutiva humana.
5 La regla de Bergmann (1847) relaciona la temperatura del medio con la masa corporal.
Ilustración 1. Temperature estimates during the last ve million years, extrapolated
from deep-sea core data (2005). Lower temperatures and increased temperature
oscillations start at 2,6 million years ago. Glacial/interglacial cycles during the early
part of the epoch are shorter, each averaging about 41 000 years. Credit: Five Myr
Climate Change by Dragons ight (Robert A. Rohde), based on data from Lisiecki
and Raymo (2005), is under a CC BY-SA 3.0 License.3
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Antes del Neolítico, la supervivencia individual era prioritaria. Durante el Pleistoceno inferior,
hace aproximadamente tres millones de años, los cambios climáticos sucesivos, la transición
a la sabana y el declive de los bosques, junto con las fuertes precipitaciones, crearon hábitats
muy singulares y adversos. Aunque disponían de abundantes recursos vegetales, la carne se
convirtió en un elemento esencial de la dieta de los primeros homínidos. Sin embargo, su con-
sumo supuso un reto no exento de peligros. Coexistían con depredadores mucho más grandes,
veloces y agresivos que también dependían de la carne como principal fuente de alimentación.
Los homínidos, debido su constitución física relativamente frágil, no eran capaces de enfren-
tarse directamente a estos carnívoros. En consecuencia, tuvieron que desarrollar estrategias
sosticadas para lograr cazar alguna presa ocasional. Es probable que la selección natural
favoreciera a los individuos capaces de superar estas condiciones adversas desarrollando
habilidades cognitivas avanzadas. Esto condujo a un incremento signicativo del volumen
cerebral, aproximadamente un 60 % superior al de sus antecesores, los Australopithecus, mar-
cando un camino evolutivo trascendental en nuestra logenia hacia Homo sapiens, única espe-
cie viva de nuestro género.
El uso y dominio del fuego se asocia al Homo sapiens hace unos doscientos cincuenta o
trescientos mil años. Hay evidencias arqueológicas que sugieren un uso incluso anterior por
parte de otras especies de homínidos. Se han localizado pruebas de su utilización en varios
yacimientos arqueológicos distribuidos en todo el mundo. Por ejemplo, en el yacimiento de
Wonderwerk Cave (Sudáfrica), se han encontrado indicios que datan de hace aproximadamente
un millón de años; en el yacimiento de Gesher Benot Ya’aqov (Corredor Levantino), hay pruebas
de su utilización hace unos ochocientos mil años; en Europa, es posible remontarse hasta hace
unos cuatrocientos mil años en Terra Amata (Francia) y Beeches Pit (Reino Unido), entre otros.
Su utilización y control no solo ofreció protección contra las bajas temperaturas, sino que tam-
bién se convirtió en una herramienta ecaz para ahuyentar a los depredadores. Asimismo, la
capacidad de cocinar los alimentos probablemente tuvo un impacto signicativo en la evolución
humana, facilitando una dieta más variada y nutritiva, mejorando la digestión y reduciendo la
necesidad de un aparato masticatorio robusto (Ungar, 2006). La práctica pudo tener un impacto
en el desarrollo de rasgos anatómicos y siológicos, como una disminución del tamaño de los
dientes y la mandíbula y una menor dependencia de una dieta basada en alimentos crudos y
duros. El control del fuego también tuvo un gran impacto en la evolución cultural y social de los
humanos: proporcionó un punto focal alrededor del cual las comunidades podían reunirse,
fomentando la cohesión social y la transmisión de conocimientos y habilidades. Además, el uso
del fuego para cocinar podría haber incrementado la eciencia en la obtención de energía de los
alimentos, facilitando el desarrollo de un cerebro más grande y complejo.
La búsqueda de nuevos recursos, junto con la creciente presión demográca, obligó a
nuestra especie a conquistar otras tierras donde asentarse ―hace unos cien mil años―: es la
denominada migración out of Africa. Dado que somos omnívoros, como el resto de los prima-
tes, esta ventaja evolutiva nos permitió sobrevivir en territorios imposibles para otras especies.
No fuimos los únicos homínidos que emigramos de África. Una hipótesis bastante acertada fue
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que el Homo ergaster, hace casi dos millones de años, salió de este continente hacia Asia.
Descubrimientos de fósiles de homínidos en la Isla de Flores ―Homo oresiensiso en Dmanisi
(Georgia) ―Homo erectus― informan sobre la extraordinaria dispersión de nuestro linaje y su
adaptación a los diferentes hábitats. Algunas de las rutas propuestas para nuestra especie con
base en los restos arqueológicos y fósiles son:
I. El estrecho de Bab el-Mandeb pudo haber servido como un corredor migratorio entre
África y la península arábiga. La reducción del nivel del mar, resultado de las glaciacio-
nes en el hemisferio norte o de cambios orográcos, podría haber facilitado este pasaje
hacia el suroeste asiático. Los hábitats de esta región eran favorables y ricos en recur-
sos, propicios para el asentamiento de poblaciones humanas tempranas (Timmermann
y Friedrich, 2016). También se aventuraron hacia China (Wu et al., 2015).
II. El Corredor Levantino. Desde el este de África hacia el Levante (la región oriental del
Mediterráneo), atravesando la península del Sinaí hacia Eurasia (Hershkovitz et al.,
2018). En estos lugares, tuvieron enfrentamientos con los neandertales que ya ocupa-
ban esta zona ―una de las poblaciones― desde hace unos ciento treinta mil años.
III. Ruta del norte. Desde el desierto del Sáhara hacia Europa. Yacimientos como la cueva
de Dordoña, en Francia. Hace unos cuarenta o cincuenta mil años (Posth et al., 2016).
A pesar de las duras condiciones climáticas, por el frío glacial en el hemisferio norte,
incluso pudieron alcanzar latitudes de 50º N o superiores.
IV. Ruta del océano Índico. Un conjunto de herramientas datadas en sesenta y cinco mil
años descubiertas en el yacimiento de Madjedbebe, en el norte de Australia, muestran
la posible presencia de nuestra especie en ese continente (Bergström et al., 2016).
Hace unos diez o doce mil años, en el Neolítico, la llegada de la agricultura y la ganadería
marcó un punto de inexión crucial en la historia de la humanidad. Este desarrollo permitió a
nuestros antepasados abandonar el estilo de vida nómada de cazadores-recolectores y esta-
blecerse permanentemente en asentamientos jos. La domesticación de plantas y animales
(Serpell, 1995; Jones, 2001; Haak et al., 2005; Zeder, 2006, 2008; Larson et al., 2014; Rodrigue,
2015; Vonholdt y Driscoll, 2016; Sánchez-Villagra, 2022) aseguró una fuente más estable y
predecible de alimentos, lo que contribuyó signicativamente a la seguridad alimentaria.6 Ade-
más, la capacidad de producir excedentes agrícolas no solo facilitó el almacenamiento de ali-
mentos para periodos de escasez, sino que también permitió el surgimiento de especializacio-
nes laborales y el desarrollo de estructuras sociales y económicas complejas. Esta
sobreproducción alimentaria fue un factor clave en el aumento demográco, ya que mejoró la
6 Según investigaciones indicadas en el texto, el Homo sapiens fue la única especie relacionada con la
domesticación avanzada de animales. Aunque otras especies de nuestro género (Homo erectus u Homo
neanderthalensis, por ejemplo) probablemente se relacionaran con animales salvajes, no hay evidencias de
que fuera con el objetivo de domesticarlos.
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nutrición y redujo la mortalidad. La estabilización y el crecimiento de la población impulsaron
la formación de comunidades más grandes y organizadas, lo que condujo al desarrollo de las
primeras civilizaciones. Sin embargo, el inicio de la agricultura también marcó el comienzo de
la deforestación, un proceso que continúa hoy en día, intensicado por los altos índices demo-
grácos de nuestro planeta. En este periodo de la prehistoria, como hemos indicado, se pro-
dujo un proceso de coevolución del Homo sapiens con ciertas especies animales. Determinada
fauna silvestre comenzó a acercarse y compartir el ecosistema con nuestro género. Los estu-
dios basados en genética (Geigl y Grange, 2012; Fuller, 2007; Shipman, 2015; Linderholm y
Larson, 2013; Zanella et al., 2019; Zeder, 2012) postulan que pudo haber una selección positiva
de los genes relacionada con esta domesticación, lo que permitió suavizar características
externas y reducir el tamaño del cerebro, los dientes y las orejas en ciertas especies. De este
modo, nuestra especie pudo aprovechar la docilidad de algunos animales, obteniendo bene-
cios como la producción de leche, el acceso a la carne sin necesidad de cazar y otros recursos,
lo cual redundó en un aumento del número de nacimientos y en el establecimiento de tribus
más grandes.7 Investigaciones como las de Zeder (2015) han revelado una serie de rasgos
dentro de nuestro género detectados únicamente en poblaciones de Homo sapiens, los cuales
se designan síndrome de domesticación humana. Thomas y Kirby (2018) plantean que, en
nuestra especie, podrían haber promovido una mayor cooperación social, el desarrollo del
lenguaje y una mejora en el intercambio de conocimientos. Como primates sociales, no nos resultó
difícil formar estas agrupaciones, lo que mejoró nuestra supervivencia. Kruska (1988) observó que,
durante el proceso de domesticación, la corteza límbica disminuyó de tamaño, lo que derivó en un
comportamiento menos agresivo y en relaciones sociales más armoniosas. Sin embargo, Barger et
al. (2014) resaltan que nuestras estructuras límbicas, como la corteza orbitofrontal, el hipocampo y
la amígdala, son relativamente más grandes en comparación con las de los simios vivos. El desafío
radica en que estas estructuras no se fosilizan, lo que diculta su estudio.
A lo largo de la evolución, los seres humanos hemos demostrado una capacidad extraordi-
naria para adaptarnos a los diferentes cambios climáticos. Sin embargo, los próximos cin-
cuenta años presentan un desafío sin precedentes. Los climatólogos pronostican que la
temperatura global aumentará de tal manera que un tercio de la población mundial se verá
obligado a adaptarse a condiciones similares a las del desierto del Sahara. Este drástico cam-
bio traerá consigo un dramático décit de alimentos y recursos naturales. Las acciones como
la deforestación, la contaminación atmosférica y acuática, así como la consecuente pérdida
de la biodiversidad, amenazan hoy lo que nuestros antepasados percibieron en la naturaleza
como fuente de vida y supervivencia. Estos procesos están enmascarando nuestro progreso
evolutivo como especie y afectan al conjunto de seres vivos. En la actualidad, muchos de estos
recursos, que antes considerábamos abundantes y renovables, están siendo sobrexplotados
7 Esta convivencia con animales también implicó la exposición a enfermedades, favoreciendo el desarrollo
progresivo de nuestro sistema inmune, aunque sin olvidar el riesgo que supuso la transmisión de
enfermedades zoonóticas.
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y degradados debido a la actividad humana, y el cambio climático es una de las muchas con-
secuencias.
Hace tres mil años, la estimación de la población mundial era de unos 300 millones. Hace
menos de trescientos años, esa cifra aumentó a aproximadamente 790 millones (Wagler, 2011).
En la actualidad, se ha alcanzado los 6900 millones, lo que demuestra una tasa de crecimiento
demográco que contrasta con los recursos limitados que nuestro mundo tiene para ofrecer.
Las predicciones para 2050 son cercanas a los 9300 millones de personas (Ocina del Censo
de Estados Unidos, 2010). El rápido crecimiento de la población está generando un impacto
geofísico a nivel medioambiental (Lewis, 2006; Steen et al., 2007; Wilkinson, 2005). Nuestra
actividad antropogénica de los últimos doscientos años está acelerando la extinción masiva de
especies (Waal, 1997) y la deforestación, lo que ha derivado en una deserticación y otros
muchas consecuencias negativas (Mace et al., 2005; Pimm et al., 1995; Rockström et al., 2009).
Las generaciones futuras experimentarán, inevitablemente, los efectos negativos de nuestra
irracional relación con la naturaleza. Así como nuestros ancestros migraron a zonas donde la
abundancia de recursos facilitó su avance evolutivo, hoy debemos preguntarnos: ¿existe algún
lugar en el planeta con sucientes recursos para garantizar nuestra supervivencia sin causar
nuestra propia extinción? ¿Acaso la Tierra ha dejado de ser un entorno idóneo para la supervi-
vencia de nuestra especie y del resto de los seres vivos?
2. El desarrollo de la cognición humana
y su relación con la ecología integral
Las teorías cognitivas modernas, como la teoría del compromiso material (MET, por sus
siglas en inglés de material engagement theory), la ciencia cognitiva (CS, por sus siglas en
inglés) y la biología cognitiva (BC), destacan que los procesos mentales de cognición no supo-
nen únicamente un desarrollo interno, sino que están profundamente arraigados en los contex-
tos material, social y ecológico. Estas teorías subrayan la coevolución entre la mente, el cuerpo
y el entorno, sugiriendo que el desarrollo cognitivo es un producto y, simultáneamente, un
motor de nuestro entorno. Esta perspectiva se conecta profundamente con el concepto de
ecología integral que el papa Francisco promueve en su encíclica Laudato si’. Se presentan las
relaciones clave entre estas teorías y la ecología integral:
2.1. Cognición corporizada y ecología integral
La cognición corporizada (CE, por sus siglas en inglés de embodied cognition) se reere a
un conjunto de teorías dentro de la CS que subrayan la importancia de los sistemas sensorio-
motores en la cognición: «The body intrinsically constrains, regulates, and shapes the nature of
mental activity. Call this view the embodiment thesis about cognition» (Foglia y Wilson, 2019,
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p. 219). Borghi y Cimatti (2010) amplían esta idea al señalar que, dentro del marco de la CE, es
posible relacionar la percepción de elementos corporales externos (las manos, por ejemplo)
con la activación motora personal. Igualmente, resaltan la relación directa entre la activación
motora con el lenguaje, especialmente las frases que denotan acción. Esto muestra que el
cuerpo inuye en nuestros procesos cognitivos y en la forma de relacionarnos con el entorno.
Para Borghi y Cimatti (2010), además de la acción, es importante incorporar tanto la cultura
como el lenguaje en la manera en que el cuerpo construye una imagen personal. El lenguaje
interno contribuye a la percepción del cuerpo como una unidad, permitiendo la ubicación en
un espacio y tiempo especícos y actuando como entidades independientes y autónomas
(Damasio, 1994; Vygotsky, 1934). Clark (1998) considera las palabras herramientas fundamen-
tales que amplían nuestro espacio personal, facilitando no solo la interacción con el entorno
inmediato, sino también con contextos distantes mediante el uso del lenguaje.
El ambiente juega un papel crucial para la funcionalidad óptima del sistema nervioso y las
capacidades cognitivas. Mientras que los animales utilizan objetos para aumentar sus habili-
dades, solo el ser humano emplea herramientas de manera que fomenta y moldea la cultura.
Nuestra especie es única en su capacidad para expandir sus límites, aprovechando la plastici-
dad neuronal y delegando funciones cada vez más complejas y elaboradas en elementos exter-
nos al cuerpo.
Una de las consecuencias de reconocer el papel del cuerpo en el conocimiento es el surgi-
miento de teorías más radicales, como la de la mente extendida (Clark y Chalmers, 1998).
Según esta teoría, debido al papel activo del entorno en nuestros procesos mentales, se esta-
blece un sistema acoplado bidireccional en el que la mente y el entorno no pueden operar de
manera independiente. La interacción continua y mutua es esencial; sin ella, nuestras habilida-
des conductuales se verían considerablemente reducidas.
La ecología integral y la mente extendida coinciden en enfatizar que la mente no es inde-
pendiente del cuerpo ni del ambiente y subrayan la importancia de las experiencias sensorio-
motoras en el desarrollo cognitivo. Además, ambas promueven una visión holística en la que
los seres humanos son parte de una red interdependiente que incluye el entorno natural.
2.2. Cognición situada y ecología integral
La teoría de la cognición situada postula que el organismo y su entorno constituyen un bloque
unitario tanto en su origen como en su dinámica uida. Esto implica que la actividad cognitiva no
está condicionada exclusivamente por la mente, sino que depende de lo que el entorno propor-
ciona. La hipótesis del exocerebro (Bartra, 2014) como una evolución complementaria a la bioló-
gica surgió para superar las limitaciones neurobiológicas del Homo sapiens. La cultura ha
generado nuevas redes neuronales que expanden los circuitos cognitivos a través de elementos
externos. De este modo, el cerebro no es el único responsable de la cognición; gracias al exoce-
rebro, el Homo sapiens ha pensado y sentido a través de estas estructuras culturales, generando
una dependencia de ellas. Nuestro sistema cognitivo, por lo tanto, podría concebirse como una
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especie de nube donde el cuerpo, el cerebro y el entorno se interrelacionan en un continuo. La
naturaleza de esta relación y el nivel de compromiso en un contexto particular son fundamentales
para los procesos mentales. Postulan que el conocimiento surge de las interacciones entre los
organismos y sus entornos. Por otro lado, la ecología integral deende una comprensión de la
vida humana que no separa el contexto natural del social. Desde esta perspectiva, se refuerza la idea
de que, para comprender plenamente la mente humana, es necesario considerar el entorno en el
que opera. Además, la teoría de la mente extendida es consistente con la ecología integral,
ya que reconoce que el entorno proporciona un medio apropiado para desarrollar habilidades
cognitivas; por ejemplo, toda la industria lítica de nuestros ancestros.
2.3. Teoría del compromiso material y ecología integral
Malafouris (2008) desarrolló el modelo MET, dentro de la arqueología cognitiva, que adopta
una perspectiva ecológica-enactiva según la cual las acciones del cuerpo y los objetos cooperan
para generar procesos de pensamiento. El autor cuestiona la posibilidad de identicar la auto-
consciencia en los registros arqueológicos apoyándose en las nociones del yo extendido (que
supera los límites del cerebro) y la consciencia tectonoética.8 Este yo extendido debe entenderse
como una propiedad emergente del yo: la mente se maniesta a través del acto de encarnar,
operando de manera continua entre el entorno, los objetos, el cuerpo y el cerebro. Esto implica
que la mente no puede ser reducida a ninguno de estos elementos de forma aislada. En conse-
cuencia, la siología cerebral se fundamenta en experiencias integradas tanto a nivel individual
como social. Las adaptaciones cognitivas surgen de la interacción con el entorno. La expresión
neurociencia cultural, según Malafouris, resalta la inuencia mutua entre la cultura y el cerebro
humano, lo que abre nuevas vías para la colaboración interdisciplinaria entre la arqueología y la
antropología. La interfaz cerebro-artefacto (BAI, por sus siglas en inglés de brain-artifact inter-
face), por su parte, se entiende como un vínculo entre la teoría de la mente extendida y la gran
plasticidad neuronal del cerebro humano. Esta interfaz permite que elementos no biológicos de
la cultura, como la arqueología y las prácticas culturales, conguren una red amplia que inuye
en nuestro mapa cognitivo humano. Las ventajas de esta interfaz incluirían (Malafouris, 2010):
El máximo aprovechamiento de todos los recursos del entorno. Sin ellos, no sería posible
alcanzar la expansión de las capacidades mentales y cerebrales (enactive prosthetic
enhancement).
Se favorece un dinamismo activo con el entorno (co-evolutionary material engagement).
Papel en la coordinación de procesos que se extienden a lo largo del tiempo (temporal
anchoring and binding).
8 Según Malafouris, la consciencia tectonoética se reere a la interacción continua y bidireccional entre el
medio externo y el sistema nervioso. Este destaca que la conciencia y la cognición son producto de una
relación dinámica y constante entre el organismo y su entorno.
ARROYO PASTOR, Beatriz «La relación esencial entre la ecología integral y la antropología
evolutiva como factor fundamental en el proceso evolutivo del género Homo».
Relectiones. 2024, nº 11, pp. 41-55
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Potencia la plasticidad neuronal (eective connectivity).
Incrementa la intencionalidad, el aprendizaje compartido y la reorganización siológica
neuronal (extended reorganization).
Esta visión coevolutiva implica una coconstitución de la materia y la mente, descrita en la
MET como «thinging» (Malafouris, 2021, p. 110). Esta perspectiva diere del concepto tradicio-
nal de la adecuación del organismo al medio mediante la selección natural. En cambio, la mente
humana se entiende como un proceso no nalizado, en constante evolución: «In contrast,
human intelligence, seen as a mode of becoming, remains actively and creatively incom-
plete. Cognitive evolution and transformation are on going» (ídem). Considerando que la inteli-
gencia tiene un signicado distinto al enfoque clásico de la evolución que separa individuo y
entorno, la MET propone una dirección transaccional de la inteligencia con relación al entorno.
Esta interpretación implica una cocreación de mente y entorno, conocida como «thinging crea-
tivo» (ibíd., p. 112). En este contexto, los límites entre percepción, cognición y acción se difu-
minan, al concebir la creación de herramientas como una acción multimodal que involucra
intencionalidad, eciencia, optimización, retroalimentación, predicción de resultados, elabora-
ción de juicios y recompensa nal. Tradicionalmente, el tallado de herramientas durante la
evolución humana se ha estudiado centrado únicamente en los aspectos mentales, Sin embargo,
según la MET (Malafouris, 2021), las acciones mentales como la planicación, intención o imagi-
nación están íntimamente ligadas a la acción de tallar. De esta manera, una vez que la piedra ha
sido tallada, representa esa intencionalidad. Esto sugiere que la mente no está limitada al cerebro,
sino que incorpora los objetos como extensiones cognitivas del cuerpo en su ecuación cognitiva.
La MET se interrelaciona con la ecología integral, al subrayar que la cultura y los objetos del
entorno son componentes esenciales de nuestro conocimiento. Ambas perspectivas destacan la
profunda interconexión e interdependencia entre el entorno y la mente. En Laudato si’, el papa
presenta una visión holística que borra solo las fronteras tradicionales entre la naturaleza y el ser
humano, promoviendo igualmente una comprensión integrada entre el propio individuo y el grupo
social. Así, toda acción que comprometa el bienestar del conjunto de seres vivos se verá irremedia-
blemente reejada en profundas crisis ecológicas, culturales, económicas, sociales y espirituales:
Hoy advertimos que nuestra casa común también se está deteriorando. Espe-
ramos que nuestros desequilibrios sociales y económicos, los desequilibrios
ecológicos, y la globalización que nos presenta muchos benecios también
pueda ser la globalización de la justicia, de la equidad, del respeto al planeta.
Porque todo está conectado (papa Francisco, 2015, p. 138).
3. Conclusión
Este artículo subraya la importancia de considerar que los registros fósiles y arqueológicos
representan solo el punto de partida en la investigación de la trayectoria evolutiva del género
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evolutiva como factor fundamental en el proceso evolutivo del género Homo».
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Homo. Si bien estos estudios son importantes para formular hipótesis sobre nuestro linaje, no
proporcionan una comprensión completa de la naturaleza humana. Para un estudio más pro-
fundo de nuestra identidad, se requiere un diálogo multidisciplinar. La ecología integral desem-
peña un papel crucial en este análisis, enfatizando la importancia de comprender los orígenes
de la humanidad y nuestras interacciones con el medioambiente, reconociendo la fuerte corre-
lación entre ambos. Igualmente, las teorías cognitivas modernas, como MET, CS y BC, consi-
deran los procesos mentales profundamente arraigados en el contexto medioambiental y
social. Nuestra capacidad de adaptación y desarrollo ha sido el resultado tanto de modica-
ciones anatómicas o mutaciones genéticas como de nuestra interconexión con los diferentes
ecosistemas. Tanto la ecología integral como la antropología evolutiva nos invitan a reexionar
sobre las complejidades de la existencia humana en un mundo interconectado, en el que nues-
tras acciones pueden tener consecuencias de cualquier tipo tanto en los demás como en el
mundo en que vivimos. Somos herederos de un planeta que fue cuidado y respetado por
nuestros antepasados. La sobrexplotación desmedida de los recursos naturales supone una
amenaza al conjunto de la biodiversidad, poniendo igualmente en peligro a nuestra propia
especie. Nos corresponde a nosotros la tarea fundamental de desarrollar soluciones que sean
sostenibles y equitativas para abordar los desafíos contemporáneos. Nuestro linaje, junto con
el conjunto de seres vivos, no debe desaparecer por un uso irracional y desmedido de los
recursos de nuestra casa común, como señala el papa Francisco en Laudato si’ (2015, p. 138).
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Article
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Increasing body and brain size constitutes a key macro-evolutionary pattern in the hominin lineage, yet the mechanisms behind these changes remain debated. Hypothesized drivers include environmental, demographic, social, dietary, and technological factors. Here we test the influence of environmental factors on the evolution of body and brain size in the genus Homo over the last one million years using a large fossil dataset combined with global paleoclimatic reconstructions and formalized hypotheses tested in a quantitative statistical framework. We identify temperature as a major predictor of body size variation within Homo, in accordance with Bergmann’s rule. In contrast, net primary productivity of environments and long-term variability in precipitation correlate with brain size but explain low amounts of the observed variation. These associations are likely due to an indirect environmental influence on cognitive abilities and extinction probabilities. Most environmental factors that we test do not correspond with body and brain size evolution, pointing towards complex scenarios which underlie the evolution of key biological characteristics in later Homo.
Article
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How the boundaries of the mind should be drawn with respect to action and the material world is a core research question that cognitive archaeology shares with contemporary cognitive sciences. The study of hominin technical thinking, as in the case of stone tool making, is a good way to bring that question to the fore. This article argues that archaeologists who study lithic artefacts and their transformations over the course of human evolution are uniquely well positioned to contribute to the ongoing debate about the marks of the mental. Adopting the material engagement approach, I propose to replace the internalist vision of mentality, that is, the vision of a brain-bound mind that is using the body to execute and externalise preconceived mental plan through the stone, with an ecological-enactive vision of participatory mentality where bodily acts and materials act together to generate rather than merely execute thought processes. I argue that the latter participatory view changes the geography of the cognitive and offers a better description for the continuity of mind and matter that we see in the lithic record.
Article
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We undertook a functional dissection of chromatin remodeler BAZ1B in neural crest (NC) stem cells (NCSCs) from a uniquely informative cohort of typical and atypical patients harboring 7q11.23 copy number variants. Our results reveal a key contribution of BAZ1B to NCSC in vitro induction and migration, coupled with a crucial involvement in NC-specific transcriptional circuits and distal regulation. By intersecting our experimental data with new paleogenetic analyses comparing modern and archaic humans, we found a modern-specific enrichment for regulatory changes both in BAZ1B and its experimentally defined downstream targets, thereby providing the first empirical validation of the human self-domestication hypothesis and positioning BAZ1B as a master regulator of the modern human face. In so doing, we provide experimental evidence that the craniofacial and cognitive/behavioral phenotypes caused by alterations of the Williams-Beuren syndrome critical region can serve as a powerful entry point into the evolution of the modern human face and prosociality.
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The human brain is unusually large. It has tripled in size from Australopithecines to modern humans¹ and has become almost six times larger than expected for a placental mammal of human size². Brains incur high metabolic costs³ and accordingly a long-standing question is why the large human brain has evolved⁴. The leading hypotheses propose benefits of improved cognition for overcoming ecological⁵⁻⁷, social⁸⁻¹⁰ or cultural¹¹⁻¹⁴ challenges. However, these hypotheses are typically assessed using correlative analyses, and establishing causes for brain-size evolution remains difficult15,16. Here we introduce a metabolic approach that enables causal assessment of social hypotheses for brain-size evolution. Our approach yields quantitative predictions for brain and body size from formalized social hypotheses given empirical estimates of the metabolic costs of the brain. Our model predicts the evolution of adult Homo sapiens-sized brains and bodies when individuals face a combination of 60% ecological, 30% cooperative and 10% between-group competitive challenges, and suggests that between-individual competition has been unimportant for driving human brain-size evolution. Moreover, our model indicates that brain expansion in Homo was driven by ecological rather than social challenges, and was perhaps strongly promoted by culture. Our metabolic approach thus enables causal assessments that refine, refute and unify hypotheses of brain-size evolution.
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We set out an account of how self-domestication plays a crucial role in the evolution of language. In doing so, we focus on the growing body of work that treats language structure as emerging from the process of cultural transmission. We argue that a full recognition of the importance of cultural transmission fundamentally changes the kind of questions we should be asking regarding the biological basis of language structure. If we think of language structure as reflecting an accumulated set of changes in our genome, then we might ask something like, “What are the genetic bases of language structure and why were they selected?” However, if cultural evolution can account for language structure, then this question no longer applies. Instead, we face the task of accounting for the origin of the traits that enabled that process of structure-creating cultural evolution to get started in the first place. In light of work on cultural evolution, then, the new question for biological evolution becomes, “How did those precursor traits evolve?” We identify two key precursor traits: (1) the transmission of the communication system through learning; and (2) the ability to infer the communicative intent associated with a signal or action. We then describe two comparative case studies—the Bengalese finch and the domestic dog—in which parallel traits can be seen emerging following domestication. Finally, we turn to the role of domestication in human evolution. We argue that the cultural evolution of language structure has its origin in an earlier process of self-domestication.
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Earliest modern humans out of Africa Recent paleoanthropological studies have suggested that modern humans migrated from Africa as early as the beginning of the Late Pleistocene, 120,000 years ago. Hershkovitz et al. now suggest that early modern humans were already present outside of Africa more than 55,000 years earlier (see the Perspective by Stringer and Galway-Witham). During excavations of sediments at Mount Carmel, Israel, they found a fossil of a mouth part, a left hemimaxilla, with almost complete dentition. The sediments contain a series of well-defined hearths and a rich stone-based industry, as well as abundant animal remains. Analysis of the human remains, and dating of the site and the fossil itself, indicate a likely age of at least 177,000 years for the fossil—making it the oldest member of the Homo sapiens clade found outside Africa. Science , this issue p. 456 ; see also p. 389
Book
Across the globe and at different times in the past millennia, the evolutionary history of domesticated animals has been greatly affected by the myriad, complex, and diverse interactions humans have had with the animals closest to them. This book presents a broad synthesis of this subject, from the rich biology behind the initial stages of domestication to how the creation of breeds reflects cultural and societal transformations that have impacted the biosphere. The book draws from a wide range of fields, including evolutionary biology, zooarchaeology, ethnology, genetics, developmental biology, and evolutionary morphology to provide a fresh perspective to this classic topic. Relying on various conceptual and technical tools, it examines the natural history of phenotypes and their developmental origins. The book presents case studies involving mammals, birds, fish, and insect species, and it highlights the importance of domestication for the comprehension of evolution, anatomy, ontogeny, and dozens of fundamental biological processes. Bringing together the most current developments, the book will interest a wide range of readers, from evolutionary biologists, developmental biologists, and geneticists to anthropologists and archaeologists.
Chapter
Word power Of course, words aren't magic. Neither are sextants, compasses, maps, slide rules and all the other paraphernalia which have accreted around the basic biological brains of Homo sapiens. In the case of these other tools and props, however, it is transparently clear that they function so as either to carry out or to facilitate computational operations important to various human projects. The slide rule transforms complex mathematical problems (ones that would baffle or tax the unaided subject) into simple tasks of perceptual recognition. The map provides geographical information in a format well suited to aid complex planning and strategic military operations. The compass gathers and displays a kind of information that (most) unaided human subjects do not seem to command. These various tools and props thus act to generate information, or to store it, or to transform it, or some combination of the three. In so doing, they impact on our individual and collective problem-solving capacities in much the same dramatic ways as various software packages impact the performance of a simple PC. Public language, I shall argue, is just such a tool – it is a species of external artefact whose current adaptive value is partially constituted by its role in re-shaping the kinds of computational space that our biological brains must negotiate in order to solve certain types of problems, or to carry out certain complex projects. This computational role of language has been somewhat neglected (not un-noticed, but not rigorously pursued either) in recent cognitive science, due perhaps to a (quite proper) fascination with and concentration upon, that other obvious dimension: the role of language as an instrument of interpersonal communication.
Book
An account of the different ways in which things have become cognitive extensions of the human body, from prehistory to the present. An increasingly influential school of thought in cognitive science views the mind as embodied, extended, and distributed rather than brain-bound or “all in the head.” This shift in perspective raises important questions about the relationship between cognition and material culture, posing major challenges for philosophy, cognitive science, archaeology, and anthropology. In How Things Shape the Mind, Lambros Malafouris proposes a cross-disciplinary analytical framework for investigating the ways in which things have become cognitive extensions of the human body. Using a variety of examples and case studies, he considers how those ways might have changed from earliest prehistory to the present. Malafouris's Material Engagement Theory definitively adds materiality—the world of things, artifacts, and material signs—into the cognitive equation. His account not only questions conventional intuitions about the boundaries and location of the human mind but also suggests that we rethink classical archaeological assumptions about human cognitive evolution.