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e-ISSN: 2215-4078 • Revista Nuevo Humanismo
Licencia Creative Commons
Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional
[pp. 1-24]
Vol. 12 (2), Julio-Diciembre, 2024
https://doi.org/10.15359/rnh.12-2.20289
Recibido: 03/07/2024
Revisado: 29/11/2024
Aceptado: 03/12/2024
Resumen
Introducción. En la actualidad, los movimientos sociales son considerados
actores primordiales en el desarrollo de la política en el nivel mundial. La
aparición repentina, en este ámbito, evidencia la emergencia de nuevas
formas alternativas y necesarias de organización social. Su intervención está
marcada por un aura de cambios y restitución de derechos. En Latinoamérica,
estos colectivos surgen del descontento popular y como contrapeso frente a
los partidos políticos, lo que evidencia una brecha estructural en las
denominadas democracias representativas. Objetivo. En este
contexto, el estudio busca analizar la importancia de los
movimientos sociales en la construcción de sistemas ético-
políticos modernos. Metodología. La investigación
tiene un enfoque cualitativo fundamentado en la
revisión bibliográca a partir de una base conceptual
y categorial. Los conceptos abordados
Participación, representatividad y
democracia. Los movimientos sociales en
la construcción de sistemas ético-políticos
modernos en Latinoamérica
Participation, representativeness and democracy.
Social movements in the construction of modern
ethical and political systems in Latin America
Participação, representatividade e democracia.
Movimentos sociais na construção de sistemas
éticos e políticos modernos na América Latina
M.Phil. Iván Patricio Ríos Sangucho
Investigador independiente
Unidad Educativa scal 24 de Mayo
Quito, Ecuador
ivan.rios@educacion.gob.ec
https://orcid.org/0000-0001-6953-1553
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incluyen sistemas políticos, crisis de representación y pluralidad de identidades,
mientras que las categorías abarcan la democratización del poder, la pérdida de
legitimidad de las estructuras políticas tradicionales y el reconocimiento de la
diversidad. Resultados. Los movimientos sociales han contribuido a recongurar
las relaciones de poder, promoviendo una mayor inclusión, justicia y sostenibilidad
democrática, esto, como consecuencia de una desconanza en las instituciones y
estructuras de gobierno. Conclusiones. Se concluye que los movimientos sociales
son pieza clave en el desarrollo de las denominadas democracias modernas en
Latinoamérica, ya que su participación genera espacios de representatividad y
agenciamiento de los grupos social e históricamente excluidos en América Latina.
Palabras clave: ética, movimientos sociales, partidos políticos, sistema político.
Abstract
Introduction. Today, social movements are considered to be key actors in
the development of politics worldwide. Their sudden appearance in this eld
is evidence of the emergence of new, alternative and necessary forms of social
organization. Their intervention is marked by an aura of change and restitution
of rights. In Latin America, these collectives arise from popular discontent and as
a counterweight to political parties, evidencing a structural gap in the so-called
representative democracies. Objective. In this context, the study seeks to analyze
the importance of social movements in the construction of modern ethical-political
systems. Methodology. The research has a qualitative approach based on a
literature review from a conceptual and categorical basis. The concepts addressed
include political systems, crisis of representation and plurality of identities, while
the categories include democratization of power, loss of legitimacy of traditional
political structures and recognition of diversity. Results. Social movements have
contributed to reconguring power relations, promoting greater inclusion, justice
and democratic sustainability, this as a consequence of a distrust in institutions and
governance structures. Conclusions. It is concluded that social movements are
a key element in the development of the so-called modern democracies in Latin
America, since their participation generates spaces of representation and agency
for socially and historically excluded groups in Latin America.
Keywords: ethics, political parties, political system, social movements.
Resumo
Introdução. Atualmente, os movimentos sociais são vistos como atores-chave no
desenvolvimento da política global. Seu surgimento repentino nessa esfera é uma
evidência do surgimento de formas novas, alternativas e necessárias de organiza-
ção social. Sua intervenção é marcada por uma aura de mudança e restituição de
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direitos. Na América Latina, esses coletivos surgem do descontentamento popular
e como um contrapeso aos partidos políticos, revelando uma lacuna estrutural nas
chamadas democracias representativas. Objetivo. Nesse contexto, o estudo busca
analisar a importância dos movimentos sociais na construção de sistemas ético-
-políticos modernos. Metodologia. A pesquisa tem uma abordagem qualitativa
baseada em uma revisão da literatura a partir de uma base conceitual e categóri-
ca. Os conceitos abordados incluem sistemas políticos, crise de representação e
pluralidade de identidades, enquanto as categorias incluem a democratização do
poder, a perda de legitimidade das estruturas políticas tradicionais e o reconhe-
cimento da diversidade. Resultados. Os movimentos sociais contribuíram para a
reconguração das relações de poder, promovendo maior inclusão, justiça e sus-
tentabilidade democrática, como consequência da desconança nas instituições e
nas estruturas de governança. Conclusões. Conclui-se que os movimentos sociais
são um elemento-chave no desenvolvimento das chamadas democracias modernas
na América Latina, pois sua participação gera espaços de representação e agência
para grupos social e historicamente excluídos na América Latina.
Palavras-chave: ética, movimentos sociais, partidos políticos, sistema político.
1. Introducción
En la actualidad, la emergencia de los movimientos sociales está profundamente
vinculada y afectada por los principios del humanismo1, ya que ambos promueven
la dignidad y el bienestar del ser humano como centro de sus reivindicaciones. En
este sentido, ambos buscan alcanzar la justicia social, la libertad y el respeto por el
otro, en un marco de derechos humanos desde el cual los diversos actores sociales
puedan legitimar sus demandas. Esta relación permite la construcción de sistemas
ético-políticos que buscan, entre otros aspectos, transformar las estructuras opre-
sivas y promover un orden más justo e inclusivo. De esta manera, los colectivos,
agrupaciones, redes de activismo no solo son una alternativa para enfrentar las
1 Este estudio se alinea bajo el enfoque ético-losóco del humanismo del siglo XXI que rompe con la tra-
dición antropocéntrica que erigía al ser humano como la cúspide de la evolución. En este sentido, esboza
una profunda relación entre las necesidades humanas y su encuentro con la naturaleza a partir de una pers-
pectiva crítica que pone en jaque prácticas individualistas fundamentadas en la conciencia mercantil y la
desvalorización de todo aquello que está fuera del centro hegemónico (Baraona, Guzmán & Muñoz, 2020).
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crisis sociales que afectan a la humanidad actual, sino también, motores de una
ética y política que humaniza la vida pública y el ejercicio democrático.
Es así como la emergencia de los colectivos sociales ha transformado la
idea clásica de gobernar. El acceso a los derechos, a una vida digna, a vivir en
equidad, igualdad y justicia social son los principios que embanderan su lucha
social. En Latinoamérica la reexión sobre la necesidad de gestionar los asuntos
públicos, una que surja desde las bases sociales, es necesaria e imperiosa, toman-
do en cuenta que la falta de participación y representatividad de los grupos social
e históricamente excluidos en la contienda política ha puesto en jaque la congu-
ración de los Estados democráticos modernos.
En un contexto, en el cual el capitalismo, a través del neoliberalismo, se ha
enquistado en las estructuras sociales, culturales, económicas y políticas de las
sociedades democráticas de Occidente, a partir de la implementación de fronteras
discursivas, epistémicas, ontológicas, axiológicas y deontológicas, permeando el
“tejido” social, se hace necesaria la irrupción de estos colectivos en la escena
política. Esta necesidad tiene como propósito articular la diversidad de identida-
des mediante un agenciamiento holístico que sobrepase los objetivos particulares
de cada sector o actor político, con una mirada reexiva que entienda a los mo-
vimientos sociales desde la participación, la colectividad, la socialización y la
redistribución del poder de forma equitativa e igualitaria.
En este sentido, los movimientos sociales (p. ej., ecologistas, feministas,
agrupaciones de estudiantes, entre otros), como antítesis de los partidos políticos
tradicionales, son agrupaciones no formales2, de la misma forma que: “estructu-
ras de acción colectiva que se reproducen desde la base, capaces de producir las
metas autónomas de movilización, la asociación y la representación simbólica de
2 Según Castells (1998), el concepto de agrupaciones no formales se reere a colectivos o grupos de personas
que se instauran de manera espontánea y descentralizada para promover cambios sociales, culturales o po-
líticos, sin seguir las estructuras jerárquicas o rígidas propias de los partidos políticos tradicionales o de las
organizaciones institucionalizadas. Estos grupos suelen tener una organización exible, con una estructura
de liderazgo horizontal.
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tipo económica, política y cultural” (De Sousa, 2001, como se cita en Brito, 2017,
p. 56) y que, desde mediados del siglo XX han transformado la vida política en el
nivel global (Pleyers, 2018).
En este marco, la investigación adopta un enfoque cualitativo, sustentado
en el análisis bibliográco. Los conceptos abordados incluyen sistemas políticos,
crisis de representación y pluralidad de identidades, mientras que las categorías
abarcan la democratización del poder, la pérdida de legitimidad de las estructuras
políticas tradicionales y el reconocimiento de la diversidad. En cuanto al objeti-
vo, se planteó analizar la importancia de los movimientos sociales en la construc-
ción de sistemas ético políticos modernos, con el n de identicar nuevas formas
de agenciamiento.
Con respecto a los criterios de inclusión, se consideraron investigaciones
con alta relevancia teórica y metodológica, enfocadas en América Latina, publi-
cadas en los últimos 30 años y redactadas en español o inglés. Por otro lado, se
excluyeron estudios que no correspondieran al área geográca de América Latina
o que no abordaran los temas clave del análisis.
Los buscadores seleccionados fueron Redalyc, Scielo, Scopus y Google
scholar. Se utilizaron ecuaciones conceptuales, tanto en español como en inglés.
Estas permitieron explorar investigaciones centradas en los fenómenos políticos
y sociales de la región, asegurando la inclusión desde una perspectiva amplia del
problema de estudio y un enfoque interpretativo en la revisión bibliográca.
Para facilitar la organización de los datos recopilados, se denieron ele-
mentos clave para la sistematización, incluyendo: autor, año, título, resumen, tipo
de estudio y conclusiones. Estos componentes estructuran la información rele-
vante, facilitando su análisis y comparación.
Se priorizó la integración de un respaldo bibliográco equilibrado, garan-
tizando la solidez teórica y metodológica del trabajo. Asimismo, se llevó a cabo
una revisión exhaustiva del texto para asegurar coherencia, claridad y consisten-
cia en la presentación de las ideas (véase Tabla 1).
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Tabla 1
Pasos para el proceso de revisión y sistematización de información
Pasos Categoría Descriptor Descripción
1Denición del
tema y objetivo
Tema Participación, representatividad y
democracia. Los movimientos sociales
en la construcción de sistemas ético
políticos modernos en Latinoamérica
Objetivo Analizar la importancia de los movi-
mientos sociales en la construcción de
sistemas ético políticos modernos, con
el n de identicar nuevas formas de
agenciamiento
2 Criterios de
inclusión y
exclusión
Criterios de
inclusión
Relevancia teórica y metodológica;
área geográca: América Latina; fecha:
últimos 30 años; idiomas: español e
inglés
Criterios de
exclusión
Estudios fuera de América Latina o que
no aborden los temas clave
3 Utilización de
buscadores
académicos
Buscadores Redalyc, Scielo, Scopus, Google
scholar
Ecuaciones concep-
tuales en español
“Movimientos sociales”, “partidos po-
líticos”, “democracia moderna”, “mo-
delos políticos”, “sistemas políticos”,
“democracia en América Latina”
Ecuaciones con-
ceptuales en inglés
“Social movements”, ‘political parties’,
‘modern democracy’, ‘political mo-
dels’, ‘political systems’, ‘democracy
in Latin America’
4 Lectura crítica y
sistematización
Elementos para la
sistematización
Autor, año, título, resumen, tipo de
estudio, conclusiones.
5 Redacción, revi-
sión y ajuste del
texto
Redacción del
informe nal
Revisión y ajuste del texto para lograr
coherencia, claridad y consistencia
Nota. En la Tabla 1 se muestran los pasos realizados para la revisión, sistematización de
la información documental y bibliográca y la realización del trabajo nal.
Finalmente, la estructura del artículo de revisión bibliográca está dividida
en tres acápites: el primero, hace un acercamiento conceptual sobre las nocio-
nes de sistemas políticos, el segundo, muestra a los movimientos sociales en el
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contexto capitalista y, el tercero, presenta la emergencia de estas agrupaciones no
formales en la construcción de sistemas ético políticos en la actualidad.
2. La noción de política y sistemas políticos
La historia de la humanidad, especícamente, según la cual el ser humano es un
animal político, ha sido una idea fundamental para el desarrollo del pensamiento
eurocéntrico y de aquello que se entiende como losofía política. Dicha idea tiene
su génesis en el principio de tipo antropocéntrico del eubios planteado por Aristó-
teles (1988) que privilegiaba al individuo como sustrato básico para el desarrollo
de la sociedad.
Esta visión está encarnada, actualmente, en la noción de hacer política
por parte de los partidos tradicionales que responden a intereses particulares. En
esos contextos, dicha idea se ha comprendido como eje central para el progreso
y constitución de las sociedades pertenecientes al centro hegemónico. Por tal
motivo, ha sido necesario robustecerla de un marco conceptual que le permita
dar sentido a la lógica civilizatoria. Constructos como ciudad-Estado, gobierno,
democracia, libertad, justicia, entre otros, han sido parte del aparataje conceptual
que revisten de un aura de luminosidad a la política.
Desde su génesis, la política, como constructo histórico discursivo tiene su
origen en el vocablo griego polis (ciudad) que deviene en Politeia, cuyo signi-
cado para los helénicos apelaba a la organización de las polis (ciudades-Estados).
En este sentido, la teoría de las polis, Politeia, estaba íntimamente relacionada
con los asuntos ciudadanos. Ahora bien, esta idea para los lósofos griegos se
relacionaba con la justicia y permitía entender el vínculo existente entre el indi-
viduo, lo social y lo público. Así lo dene Aristóteles en el libro tercero, Capítulo
VII Continuación de la teoría de la soberanía en su libro La Política: “El bien en
política es la justicia; en otros términos, la utilidad general. Se cree, comúnmen-
te, que la justicia es una especie de igualdad […] y se conviene también en que
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la igualdad debe reinar necesariamente entre iguales” (Aristóteles, 1988, p. 68).
En aquel momento histórico, el signicante iguales hacía referencia a los ciu-
dadanos, aquellas personas dotadas de ciertos derechos y privilegios, como, por
ejemplo, el ocupar cargos administrativos y políticos en esas polis. Por lo tanto,
hablar de política era hablar de libertad, igualdad y justicia.
No obstante, la participación en los ámbitos públicos estaba destinada para
ciertos grupos, debido a que no todas las personas eran consideradas ciudadanos
(libres, iguales y justos), por ejemplo, prostitutas, esclavos, extranjeros, mujeres,
entre otros, fueron sujetos de exclusión de aquellas sociedades. Ahora bien, esta
idea, que pareciera estar bastante alejada de la actualidad contemporánea de Oc-
cidente, aún se presenta en ciertas sociedades democráticas.
En el caso especíco latinoamericano desde la conformación de los Esta-
dos “independizados” o repúblicas poscoloniales, dicha cuestión relacionada a la
cosa pública3 ha estado designada a ciertos grupos de poder que han hegemoniza-
do la política y que, a partir del despliegue de sistemas políticos, cuyas ideologías
subyacentes se encontraban alejadas de la realidad local, han sumido a la igno-
minia a ciertos grupos sociales e históricamente excluidos, quitándoles cualquier
rastro de representatividad y participación en los procesos democráticos.
Según Jaguaribe (1967), la realidad sociopolítica actual ha limitado el ac-
ceso de ciertos individuos y grupos humanos a los asuntos públicos de la ciudad.
Esta exclusión se debe a tres obstáculos que dicultan la planeación de proyectos
sociopolíticos, capaces de considerar las condiciones de posibilidad, tanto ob-
jetivas como subjetivas, de cada sociedad. Estos son la viabilidad nacional, el
régimen de participación y la representatividad política.
El primer obstáculo hace referencia a los recursos, tanto humanos como
tecnológicos, con los que cuenta cada Estado y cómo estos, a su vez, determinan
su grado de dependencia, ya sea económica o política frente a las sociedades
3 Para Platón (1988) es aquella comunidad organizada en clases sociales y dividida en gobernantes (lóso-
fos-reyes), guardianes (guerreros) y productores (comerciantes y artesanos), en la cual, cada uno cumple un
rol para garantizar la justicia y el orden en el Estado.
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industrializadas que han homogenizado estos ámbitos en una época especíca.
Dicha variable histórica ha creado fronteras ontológicas como centro y periferia,
urbano y rural, ciudad y pueblo, civilización y barbarie, entre otros, situando a los
países latinoamericanos fuera del centro hegemónico (países en vías de desarro-
llo), pues su progreso ha sido denido, como lo señalan Lander (1993), Quijano
(1993) y Grosfoguel (2014) por la matriz colonial del poder que actúa en las
dimensiones epistémicas, discursivas y ontológicas.
El segundo obstáculo relacionado con la participación, según el pensador
brasileño Jaguaribe (1967), se ha asociado a la limitada redistribución cualitati-
va y cuantitativa de lo que Laclau (2005) denomina diversidad de identidades,
es decir, la compleja estructura compuesta por multiplicidad de identidades que
hace difícil el ejercicio de participación de “estos”, entendidos como los sujetos
subalternos, marginalizados o aquellos, cuyas singularidades se encuentran en los
márgenes del discurso hegemónico. A saber, los grupos cuya voz ha sido, históri-
camente, silenciada o subordinada y que, en la construcción del espacio público,
luchan por emerger como actores legítimos y visibles en un campo político do-
minado por estructuras excluyentes en los sistemas políticos latinoamericanos.
Ahora bien, este rompecabezas se debe a que:
En la actualidad, los países subdesarrollados son, en su mayoría, sociedades com-
plejas en la cual existe, con movilidad social insuciente, una gran diferencia en
el régimen de participación de sus miembros, hasta cierto punto aceptado por las
prácticas sancionadas del día, […] pero esenciales, del status quo existente. (Ja-
guaribe, 1967, p. 334)
Dicho status quo que mantenía a las élites en el poder y que se funda-
mentaba en la correlación entre obligaciones y derechos hizo que las capas más
sensibles y afectadas económica y políticamente empiecen a manifestarse. Aquí
se fragua el surgimiento de los movimientos sociales, agrupaciones de personas
que buscan reivindicar derechos que hasta aquel momento les fueron negados.
Sin embargo, según Jaguaribe (1967), esta correlación permitió la emergencia de
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la lucha social. Además, evidenció que la gran mayoría se encontraba afín con los
planes y programas impuestos por las élites. Dando como resultado, el surgimien-
to de grupos extremistas en algunos países de la región y el fracaso de los planes
de desarrollo implementados en los países latinoamericanos.
El tercer obstáculo, según Jaguaribe (1967), está vinculado al grado de
representatividad que tienen los individuos y grupos sociales en la contienda polí-
tica. Si bien es cierto, la participación constituye uno de los elementos fundamen-
tales de este modelo presente en cualquier sociedad, el poder y su administración
en las sociedades latinoamericanas se han focalizado en ciertas élites sociales que
han monopolizado los asuntos públicos y las instituciones estatales.
Esta cooptación del poder está vinculada a la estructura patriarcal de las
instituciones de control. Aunque se han creado sistemas democráticos, la repre-
sentación pública, materializada en la legitimación de los intereses del Estado y
el sufragio universal, se ha otorgado en función de la meritocracia y, en muchas
ocasiones, mediante prácticas corruptas por parte de los líderes. Esto ha generado
desconanza en la ciudadanía hacia el sistema de gobierno vigente. Por ello, es
necesario replantear el ejercicio del poder desde una perspectiva que apunte a la
construcción de un sistema ético y moderno.
Los sistemas de gobierno contemporáneos, en teoría, han intentado desa-
rrollar procesos de participación para los movimientos sociales, sin embargo, han
pagado un alto precio al distanciarse de los mecanismos y procesos de represen-
tación institucionalizados y reconocidos por el Estado. Este fenómeno se debe,
en parte, a la incapacidad de las clases, sectores y grupos sociales para articular
sus demandas en objetivos comunes y recíprocos (Jaguaribe, 1967). Este hecho
acentúa la dicotomía masas-élites, surgida durante el desarrollo de los Estados
nacionales y privilegia a las élites con benecios y reconocimientos por parte de
los países con poder económico y político.
Esta desconexión entre lo teórico y lo práctico se maniesta con particular
claridad en la implementación de modelos políticos que, aunque diseñados bajo
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principios teóricos coherentes, enfrentan dicultades al ser llevados a la práctica.
En este sentido, Jaguaribe (1967) identica tres sistemas políticos aplicados en
América Latina, los cuales ilustran cómo la teoría, frecuentemente diverge, de la
realidad política y social de la región: el nacionalista, el nacional capitalista y el
socialista desarrollista4. Todas estas estructuras se han enfocado en el desarrollo
de los Estados nación. No obstante, el pensador brasileño admite que, debido a
la complejidad de las sociedades latinoamericanas, la aplicación pura de cada
uno de estos sistemas ha sido imposible. Este factor ha permitido la dependencia
política y económica de los pueblos del sur frente a las potencias económicas del
norte y ha impedido la autonomía en la toma de decisiones internas, resultando en
una imitación, sin sentido, de modelos políticos ajenos a la realidad latinoameri-
cana (Jaguaribe, Ferrer, Wionczek & Dos Santos, 2017).
Ahora bien, la planeación de un modelo autónomo que reeje la realidad
de los pueblos latinoamericanos es una tarea pendiente por parte de todos los
actores políticos que conforman la sociedad, ya que es imposible consolidar so-
ciedades individuales, en las cuales las personas busquen objetivos particulares.
Como lo señala Echeverría (2003):
El concepto de sistema político está estrechamente ligado a la teoría de la moder-
nidad […] lo político hace necesariamente referencia a esta búsqueda de integra-
ción o de orden colectivo. Las unidades aisladas ya no pueden reproducirse por sí
solas, sino que empiezan a depender de su entorno o de su ambiente, de aquello
que se presenta como diferencia. (pp. 83-84)
De esto se deduce que la vida social tiene que ver con la vinculación del
individuo con el otro. Su aporte le permite desplegar diversas maneras de ser y
estar en el mundo, de asociarse, dando sentido a la reproducción social, desde una
4 Para Jaguaribe (1967) cada uno de estos sistemas responde a justicar interés políticos y económicos que,
en teoría, van encaminados al desarrollo de América Latina. Así, el primero promueve una alianza entre
burguesía, clase media progresista y masas, combinando capitalismo con intervención estatal. El segundo,
se fundamenta en la movilización de sectores modernos de la clase media, que buscan integrar a las masas
y utilizar al Estado como motor del desarrollo socioeconómico. El tercero, sostiene una revolución liderada
por la contra-élite, centralizando funciones sociales en el Estado y movilizando a las masas mediante un
partido revolucionario para un cambio estructural.
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mirada contemporánea, para superar la construcción jerárquica, donde unos he-
gemonizan el poder y otros se someten. Asimismo, la teoría política y la política5
como constructos socio históricos deben articularse sobre una base construida, a
partir del reconocimiento del otro “permitiendo la coexistencia de realidades di-
ferenciadas, garantizando de esta manera que éstas escapen de la indeterminación
de su destino como entidades autárquicas o aisladas” (Echeverría, 2003, p. 86).
Por lo tanto, la vida social y política debe centrarse en la vinculación del indivi-
duo con el otro, superando dichas estructuras jerárquicas, con el n de reconocer
la alteridad irreductible de los conictos como sustento de la sociedad.
En este contexto, emergen los movimientos sociales, revestidos de un aura
de movilización, lucha social y restitución de derechos. Estas luchas surgen de la
interrelación y agenciamiento progresivo de las personas en colectivos humanos,
o sea, aquel proceso mediante el cual las acciones, decisiones y capacidades de
los individuos se articulan y convergen para formar una acción colectiva organi-
zada y, cuyos objetivos superan las expectativas personales, características pro-
pias de las sociedades capitalistas.
3. La emergencia de los movimientos sociales en el
contexto capitalista
El agotamiento de los sistemas políticos en Latinoamérica ha sido, de cierta ma-
nera, producto del debilitamiento de las democracias. Según Borón (2007), el
capitalismo ha buscado enemigos que faciliten su intervención en los Estados
latinoamericanos; el populismo o el socialismo han sido, según dicha mirada, las
fronteras que han limitado el desarrollo de los países tercermundistas, sumién-
dose, entre otros, en una corrupción estructural presente en el aparato estatal:
“la democracia en el capitalismo es el pacto por el cual las clases subalternas
5 Arendt (1997) dene la teoría política como un elemento constitutivo de las sociedades modernas, fun-
damentado en la acción, la pluralidad y la libertad de los individuos que coexisten y dan signicado a su
mundo común, a través del diálogo y la cooperación. En este sentido, la política no se reduce al gobierno o
al poder coercitivo, sino, que es, esencialmente, el espacio de la acción concertada y del discurso público.
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renuncian a la revolución a cambio de negociar las condiciones de su propia ex-
plotación” (Quijano, 1993, como se citó en Borón, 2007, p.15). En otras palabras,
en el ámbito político, cuando un grupo o clase decide abandonar la lucha social y
revolucionaria contribuye, indirectamente, a la consolidación y perpetuación del
sistema capitalista que, por un lado, fortalece las bases de poder y explotación
y, por otro, benecia a las élites económicas. Así, la decisión de no cuestionar o
transformar el sistema refuerza las bases sobre las cuales se sostiene el capitalis-
mo, perpetuando a las capas históricamente excluidas a la ignominia.
A continuación, se presentan los resultados sobre los niveles de corrupción
en América Latina, los cuales ponen de maniesto la fragilidad de los sistemas
políticos en la región. Estos datos reejan cómo la corrupción afecta la goberna-
bilidad, la conanza ciudadana y el desarrollo institucional en diversos países.
Estas cifras permiten analizar los factores que contribuyen a la vulnerabilidad de
las democracias latinoamericanas, evidenciando la necesidad de reformas profun-
das que fortalezcan la transparencia y la rendición de cuentas en el ejercicio del
poder (véase Tabla 2).
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Tabla 2
Indicador de corrupción para América Latina
País
Índice de
corrupción
CESLA 2024
Cambio en
el Índice
CESLA
Nivel de corrupción
Uruguay 25 -1 Nivel moderado de corrupción y adecuada política anticorrupción.
Chile 33 N/A Nivel moderado de corrupción y adecuada política anticorrupción.
Costa Rica 43 +1 Nivel preocupante de corrupción y política anticorrupción laxa.
Colombia 63 N/A Nivel alto de corrupción y debilidad extrema en política anticorrupción.
Argentina 64 N/A Nivel alto de corrupción y debilidad extrema en política anticorrupción.
Brasil 66 +2 Nivel alto de corrupción y debilidad extrema en política anticorrupción.
Cuba 66 N/A Nivel alto de corrupción y debilidad extrema en política anticorrupción.
Panamá 67 N/A Nivel alto de corrupción y debilidad extrema en política anticorrupción.
República
Dominicana 67 -6 Nivel alto de corrupción y debilidad extrema en política anticorrupción.
Ecuador 68 N/A Nivel alto de corrupción y debilidad extrema en política anticorrupción.
LATAM
(promedio) 68.7 N/A Nivel alto de corrupción y debilidad extrema en política anticorrupción.
Perú 70 +3 Nivel alto de corrupción y debilidad extrema en política anticorrupción.
Bolivia 73 -1 Nivel alto de corrupción y debilidad extrema en política anticorrupción.
El Salvador 76 +4 Nivel alto de corrupción y debilidad extrema en política anticorrupción.
Paraguay 76 +1 Nivel alto de corrupción y debilidad extrema en política anticorrupción.
México 76 -1 Nivel alto de corrupción y debilidad extrema en política anticorrupción.
Honduras 81 -2 Nivel alarmante de corrupción y pésimo control.
Guatemala 84 N/A Nivel alarmante de corrupción y pésimo control.
Nicaragua 81 N/A Nivel alarmante de corrupción y pésimo control.
Haití 90 +1 Nivel alarmante de corrupción y pésimo control.
Venezuela 97 -1 Nivel alarmante de corrupción y pésimo control.
Nota: En la Tabla 2 se muestra el nivel de corrupción y su correlación con la política
anticorrupción aplicada en cada país en América Latina. A partir de los 41 puntos se
presentan como alarmantes los niveles de corrupción y el débil o pésimo manejo de la
política anticorrupción. Tomado, textualmente, del Círculo de Estudios Latinoamerica-
nos (CESLA). Indicador de corrupción para América Latina (CESLA). Junio-20246.
6 Actualmente, los altos niveles de corrupción en los sistemas políticos de América Latina ponen de manies-
to la lamentable inestabilidad que enfrentan los países del Sur. No obstante, como se evidencia en la Tabla
2, solo dos países con sistemas políticos denidos, como de tendencia ideológica socialista desarrollista
y otro capitalista, son los que se encuentran por la media establecida en la percepción sobre los niveles
de corrupción, el resto de los países, independientemente, del tipo de sistema político que los represente,
evidencian, de forma alarmante, fracturas en el manejo de la política anticorrupción. Se evidencia que el
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Complementando la idea anterior, si dicha armación, planteada por Qui-
jano (1993), es cierta, los sistemas democráticos han buscado posicionar a ciertos
grupos de poder y alejar del ejercicio de participación y representación a otros
sectores, cuya presencia incomoda la estabilidad de las democracias. Como es
conocido por la mayoría, los sistemas políticos han insistido en el ejercicio de
procesos democráticos que legitimen tal o cual propuesta. En dicho contexto, los
partidos políticos han asumido el rol de ser los interlocutores entre las demandas
de los ciudadanos y las obligaciones estatales. No obstante, el papel de estos
intermediarios y de la democracia como sistema paradigmático ha quedado des-
plazado y deslegitimado en la región.
Así tenemos, en la actualidad, que constructos como política, democracia,
libertad o justicia han perdido contenido y signicación. Según Laclau (2005),
debido a la resignicación y saturación amañada que se da a estos conceptos, por
parte de las élites, que administran los asuntos públicos en una especie de sobre
signicación mesiánica que han permitido vaciarlos de su contenido original. Di-
chos signicantes vacíos han quedado desprovistos de cualquier valor: moral,
ético, axiológico o discursivo; de este modo, al ser emitidos por los grupos hege-
mónicos que gobiernan un país especíco, estos mensajes resultan insucientes y
sin autoridad alguna para la ciudadanía.
No obstante, dicha situación ha permitido que las fuerzas sociales irrumpan
en el panorama político. Su emergencia responde al descontento social, debido a
la precaria situación sociopolítica y económica por la que atraviesan las grandes
mayorías: “la segregación, explotación y exclusión, sentida a nivel individual,
se vuelva a un sentido colectivo, pues comprenden de manera primigenia que
alto nivel de corrupción en los países latinoamericanos responde, más bien, a problemas estructurales de
tipo multicausales. La escasa representatividad que tienen las organizaciones políticas en las contiendas
electorales deja en claro la falta de cohesión entre los partidos y movimientos sociales, lo cual se reeja en
la cantidad de nuevas agrupaciones que han surgido en los países latinoamericanos. En el caso del Ecuador
esto ha motivado a que, en las últimas décadas, haya incrementado un número signicativo de organiza-
ciones políticas en las contiendas electorales, desde el 2014 hasta el 2022, el intervalo de participación de
organizaciones y movimientos políticos ha sido de 124 a 264, tomando una curva que va en ascenso para
estas nuevas elecciones.
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sólo la articulación desde la colectividad puede colocar y exigir mayor justicia e
igualdad de derechos” (Mejía & Suárez, 2015, p.159). En este sentido, la capaci-
dad de agenciamiento, tanto individual como colectivo, resulta fundamental para
la lucha social, ya que fortalece la cohesión de fuerzas sociales, legitimando los
movimientos y aumentando las posibilidades de transformación de la sociedad.
La transición del agenciamiento individual al colectivo permite la for-
mación de movimientos organizados y efectivos que pueden enfrentar desafíos
sociales y políticos, ya que históricamente, dichas fuerzas colectivas han sido
situadas en la periferia. Capitalismo, liberalismo y neoliberalismo han sido los
constructos que han hegemonizado el ámbito sociopolítico y económico en la
región. La libertad individual, ideología de corte utilitarista, la idea de bienestar y
calidad de vida han dominado la realidad nacional de los países latinoamericanos
a partir de propuestas mesiánicas que prometían, entre otras razones, mejorar las
condiciones de vida de la ciudadanía de este lado del mundo.
Ahora bien, según Houtart (2006) y Mejía y Suárez (2015), los movimien-
tos sociales son considerados como una “contradicción esencial” frente al sistema
político hegemónico imperante, ya que el Estado no ha logrado sanear las deman-
das básicas de las mayorías, porque se encuentran sujetas a las leyes del mercado.
Los movimientos sociales “nacen y actúan en el contexto de una cultura política
especíca, que contribuye a darles forma, pero que también es recompuesta por
ellos” (Aquín, 2005, como se cita en Mejía & Suárez, 2015, p. 162). Por lo tanto,
buscan recongurar la estructura tradicional, a partir de una cultura que permita
la participación de las masas.
En este sentido, de acuerdo con Revilla (1996), la nalidad de dichas or-
ganizaciones no formales es la participación, no así la representatividad. Esta
última idea le pertenece, de manera exclusiva, a los partidos políticos, ya que el
movimiento social es un constructo que se entiende: “como deseo de constitución
de certidumbres propias […] como proceso de (re)constitución de una identi-
dad colectiva, fuera del ámbito de la política institucional, por el cual se dota de
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sentido (certidumbre) a la acción individual y colectiva” (p. 15). En este contex-
to, no se puede hablar de movimientos sociales, por su complejidad, en plural o
en un sentido general, en el cual se aglutina la diversidad de identidades, por el
contrario, colectivo tiene una característica ajena a la otra, eso sí, cimentada en el
principio de participación.
Así pues, los partidos tradicionales son el reejo de los sistemas políticos
contemporáneos. Estos, a diferencia de los movimientos sociales, son identida-
des colectivas constituidas institucionalmente, por lo tanto, son reconocidas por
los Estados democráticos. Por el contrario, el movimiento social está vinculado
a la acción individual y colectiva de las capas excluidas. Según Revilla (1996):
“la diferencia radica en que, en el movimiento social, como proceso de identi-
cación y como construcción social, se produce (como resultado) la integración
simbólica de los individuos cuya voz no se recoge en los proyectos existentes
en una sociedad” (p. 11). En este sentido, el papel que juegan los movimientos
sociales en la construcción de democracias consolidadas radica en que buscan
integrar simbólicamente a individuos, cuyas voces no están representadas en las
estructuras existentes. De ahí que, su emergencia sea necesaria para el desarrollo
de la política, ya que visualiza las fronteras de la estructura institucional formal.
Como lo señala Revilla (1996), la irrupción de los movimientos sociales
desvela la “erosión de la legitimidad de los partidos políticos y de los actores que
participan en la conformación de las voluntades colectivas” (p. 11), es decir, la
falta de representatividad y la inaccesibilidad en la toma de decisiones por parte
de los partidos políticos hacen necesaria la emergencia del movimiento social.
Complementando esta idea, Revilla (1996) hace la siguiente puntualización:
Desde esta perspectiva, el partido político y el movimiento social ocupan ámbitos
distintos y siguen lógicas distintas: el movimiento social sigue una lógica de iden-
ticación y participación, mientras que el partido político se rige por la lógica de
la representación. O, dicho de otro modo, en el momento actual de la democracia
representativa, el partido político es imprescindible, fundamental: sin él, no hay
democracia; sin embargo, sin movimientos sociales la democracia sigue existien-
do (p.11).
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No se puede hablar de democracia fuera de la lógica de la representación,
sin previamente haber resuelto el problema de la participación de los grupos, mo-
vimientos y organizaciones que se encuentran fuera del centro hegemónico. Por
lo tanto, la emergencia de los movimientos sociales se hace urgente en la actua-
lidad. La participación de sus miembros busca dar voz a grupos y sectores que, a
menudo, están marginados o ignorados por las estructuras establecidas.
4. Nuevos sujetos políticos en la construcción de
sistemas ético-políticos
Actualmente, estos nuevos movimientos sociales se nutren de aquellos que, a lo
largo del siglo XX, buscaban ser reconocidos como sujetos que sienten, piensan
y construyen sociedad. Fals Borda (1986) señala que los movimientos sociales
en América Latina surgieron a partir de la desconanza política, por parte de las
grandes mayorías, frente a los grupos de poder y los partidos políticos tradicio-
nales. Ese descontento permitió recongurar una nueva forma de pensar desde
Latinoamérica, denominada losofía de la participación.
Fals Borda hace énfasis en la necesidad de instalar en la conciencia latinoa-
mericana dicha losofía, que se presenta como una propuesta contrahegemónica
frente a la retórica, embanderada bajo la lógica del orden y el progreso, implan-
tada por el sistema capitalista, a lo largo del siglo XX, y cuyos discursos han sido
manipulados por una élite política en pro de cumplir y responder con los intereses
del capital. En palabras de Fals Borda (1986) dicha losofía sucede a partir de “la
abolición de la explotación, la dominación y la dependencia en las sociedades a
todo nivel” (p. 82). Por lo tanto, es necesario replantear la relación sujeto-objeto,
en la que el otro ha sido cosicado.
Ahora bien, la visualización del otro como objeto ha permitido que los mo-
vimientos sociales inicien su transitar en la lucha por las demandas sociales, a par-
tir de la exigencia por ser reconocidos como seres que sienten y piensan. Sujetos
políticos que trascienden las estructuras establecidas por las élites tradicionales
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en función de la imposición de sistemas y mecanismos jerarquizados. Así pues,
los movimientos sociales desde su aparecimiento han permitido una lucha polí-
tica simétrica, pues subvierten las ideologías dominantes y homogeneizantes y
proyectan nuevas formas de comprender la cosa pública.
Para Fals Borda (1986), la aplicación de una losofía de la participación
que emerja de Latinoamérica y, cuyo eje articulador se encuentre en los movi-
mientos sociales, tiene que cumplir con los siguientes elementos:
1. Pluralismo: este concepto hace referencia a la capacidad que tienen los mo-
vimientos sociales para resquebrajar el verticalismo presente en las relacio-
nes políticas y sociales, en las cuales se han sumergido los partidos políticos
tradicionales, ya que estos últimos han respondido a intereses particulares,
despreocupándose de las demandas del resto de sectores sociales.
2. Colectivismo: este término también denominado pluralismo colectivista se
reere a la capacidad que tienen los movimientos sociales para articular las
demandas de diferentes grupos, sectores o colectivos sociales y, cuyos funda-
mentos morales y éticos, se encuentran sustentados por los principios de res-
peto y tolerancia frente a la diversidad de convergencias políticas existentes,
mismas que resquebrajan la idea, según la cual la participación está guiada
por líderes indispensables.
3. Socialización del poder: este concepto tiene como objetivo el cuestiona-
miento a las prácticas hegemónicas impuestas por la élite política, a partir de
las autocracias centralistas y apela a la socialización y descentralización del
poder que han sido monopolizadas por el Estado.
Dicho de otra manera, los movimientos sociales son el reejo de la realidad
socioeconómica que viven las sociedades excluidas histórica y socialmente por el
centro hegemónico y que, en un contexto neoliberal, ante la falta de acceso a la
representación y participación, buscan líneas de fuga que les permitan ser partí-
cipes en la lucha política. Con respecto a los sistemas y estructuras tradicionales
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de poder, los movimientos sociales son el síntoma de aquello que Occidente ha
insistido en declarar como el n de las ideologías, idea según la cual es el capi-
talismo, como ideología dominante e imperante en el mundo, la que ha sometido
a lo diferente a la ignominia; no obstante, hay que tomar en cuenta que “los mo-
vimientos nacen de la percepción de objetivos como metas de acción, pero para
existir en el tiempo necesitan un proceso de institucionalización. Se crean roles
indispensables para su reproducción social” (Houtart, 2006, p. 13).
De ahí que el reto para los movimientos sociales sea subvertir el poder he-
gemónico. Forjar y entablar lazos de hermandad y lealtad en la contienda política
no ha sido la característica de los partidos tradicionales. De hecho, esa falta de
representatividad es lo que ha motivado a la sociedad a autoorganizarse, a crear
situaciones de agenciamiento. Según Deleuze y Guattari (2002), el reto es for-
mar una meseta: “una región continua de intensidades, que vibra sobre sí misma,
y que se desarrolla evitando cualquier orientación hacia un punto culminante o
hacia un n exterior” (p. 26). Por lo tanto, dichos colectivos, lejos de plantear
fronteras epistémicas, discursivas, ontológicas o políticas, tienen la obligación
de entablar procesos de territorialización en los cuales cada movimiento social se
vea afectado por otro y este, a su vez, inuencia a los demás, volviéndose la lucha
social por la igualdad, equidad y justicia social, el objetivo nal.
5. Discusión y conclusiones
La emergencia de los movimientos sociales en América Latina ha sido un fe-
nómeno central en la construcción de sistemas ético-políticos contemporáneos.
Desde distintas perspectivas, autores como Fals Borda (1986), Revilla (1996),
Echeverría (2003) y Mejía y Suárez (2015), entre otros, abordan cómo estos gru-
pos no formales han inuido en la transformación de estructuras políticas y cul-
turales de la sociedad.
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Fals Borda (1986) identica que estos colectivos surgen como respuesta
al descontento y la desconanza en los partidos tradicionales. Este autor sostiene
que la losofía de la participación se convierte en un eje central para recongurar
las estructuras tradicionales de poder hegemónico. Revilla (1996) complemen-
ta esta idea al destacar la crisis de representación, donde la legitimidad de los
partidos se ve erosionada al no poder articular las demandas sociales. Ambos
autores coinciden en que la inecacia del sistema político tradicional impulsa la
búsqueda de nuevas formas de participación, aunque dieren en sus enfoques.
Mientras Fals Borda (1986) enfatiza la abolición de la dependencia y domina-
ción, Revilla (1996) subraya la necesidad de una integración simbólica de las
personas excluidas.
La perspectiva de Mejía y Suárez (2015), apoyada por Houtart (2006), des-
taca que los movimientos sociales son una contradicción esencial frente al siste-
ma político hegemónico. Estas organizaciones, para estos autores, no solo actúan
como resistencia, sino que, también, transforman la cultura política al recongurar
los valores éticos y las prácticas de gobernanza. Por su parte, Fals Borda (1986)
habla de pluralismo colectivista, al señalar que la acción colectiva es fundamental
para romper con el verticalismo político. En cambio, Echeverría (2003) va más
allá, al analizar cómo el sistema político moderno debe integrar la alteridad y los
conictos irreconciliables para garantizar una coexistencia ética. Aquí se observa
una convergencia en la idea de que los colectivos actúan como agentes transfor-
madores, recongurando tanto las estructuras como las prácticas culturales.
Revilla (1996) introduce una distinción crucial entre la lógica de identi-
cación y participación de los movimientos sociales y la lógica de representación
de los partidos políticos. Según este autor, mientras los primeros ofrecen una vía
alternativa, basada en la participación directa, los segundos operan dentro de los
marcos institucionales de la democracia representativa. Esta dicotomía es esen-
cial para entender cómo estas agrupaciones no formales cuestionan las formas
tradicionales de poder y proponen nuevos esquemas de gobernanza. Fals Borda
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(1986) refuerza esta visión al abogar por la socialización del poder, promoviendo
una redistribución del control político hacia las bases.
Un punto de conicto que emerge en el debate es la institucionalización
de los movimientos sociales. Houtart (2006) y Mejía y Suárez (2015) indican
que, para garantizar su sostenibilidad, los movimientos deben adoptar estructuras
organizativas. Sin embargo, esta institucionalización puede diluir su carácter dis-
ruptivo y transformador, un riesgo que Revilla (1996) parece advertir, al diferen-
ciar las lógicas de los movimientos y los partidos. Fals Borda (1986), al proponer
la losofía de la participación, sugiere un equilibrio entre la autonomía de los
movimientos y su capacidad de incidir en la política institucional.
Por otro lado, Echeverría (2003) ofrece un marco más amplio, al discutir
cómo los sistemas políticos deben garantizar la coexistencia ética de realidades
diferenciadas. Esta idea resuena con el pluralismo colectivista de Fals Borda
(1986), quien subraya la necesidad de integrar diversas voces en el proceso polí-
tico. Ambos autores coinciden en que la legitimidad de los sistemas políticos con-
temporáneos depende de su capacidad para reconocer y articular la diversidad.
La discusión entre los autores revela que los movimientos sociales han
jugado un papel clave en la transformación de los sistemas ético-políticos en
América Latina. Desde la desconanza en las instituciones tradicionales hasta la
promoción de nuevas formas de participación y gobernanza, estos movimientos
han contribuido a recongurar las relaciones de poder, promoviendo una mayor
inclusión, justicia y sostenibilidad democrática. Sin embargo, el desafío radica en
equilibrar la institucionalización con la preservación de su carácter transforma-
dor, un dilema central en la evolución de las democracias contemporáneas.
En denitiva, los movimientos sociales en la actualidad son actores deter-
minantes en el ejercicio democrático. Su origen muestra las tensiones internas
que atraviesan los sistemas políticos. Su emergencia permite generar procesos de
participación y de representatividad. Así pues, su intervención se muestra como
una contradicción esencial, ya que, por un lado, permite evidenciar las fronteras
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estructurales por las cuales han transitado los Estados nación y, por otro lado,
invita a pensar en un mundo, donde la pluralidad, la diferencia y la multiplicidad
son el motor del desarrollo de las sociedades.
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