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Las mujeres y la sociedad patriarcal en tres cuentos de Pilar Dughi

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Abstract

El artículo examina tres cuentos publicados por la escritora peruana Pilar Dughi (1956-2006) a lo largo de su trayectoria como narradora: “Conciliación”, “Futuro prometido” y “Los guiños del destino”. El análisis y la interpretación abordan la representación de sus protagonistas mujeres desde una perspectiva de género tomando en cuenta los roles, identidades y posiciones que el orden patriarcal les asigna tanto en el ámbito privado como en el público. La tesis central del artículo reside en que las protagonistas, a través de la aceptación o negociación en sus relaciones con el sexo opuesto —sea dentro o fuera del vínculo matrimonial—, representan la complejidad del “ser mujer” en una sociedad en la que coexisten diversos y contradictorios discursos sobre la identidad de género femenino.
e-ISSN 2223-3768
https://doi.org/10.18800/lexis.202401.014
Lexis Vol. XLVIII (1) 2024: 416-446
Las mujeres y la sociedad patriarcal en tres cuentos de
Pilar Dughi*
Alejandro Susti
https://orcid.org/0000-0003-4489-8273
Universidad de Lima
asusti@ulima.edu.pe
Resumen
El artículo examina tres cuentos publicados por la escritora peruana Pilar
Dughi (1956-2006) a lo largo de su trayectoria como narradora: “Conci-
liación”, “Futuro prometido” y “Los guiños del destino”. El análisis y
la interpretación abordan la representación de sus protagonistas mujeres
desde una perspectiva de género tomando en cuenta los roles, identidades
y posiciones que el orden patriarcal les asigna tanto en el ámbito privado
como en el público. La tesis central del artículo reside en que las protago-
nistas, a través de la aceptación o negociación en sus relaciones con el sexo
opuesto —sea dentro o fuera del vínculo matrimonial—, representan la
complejidad del “ser mujer” en una sociedad en la que coexisten diversos y
contradictorios discursos sobre la identidad de género femenino.
Palabras clave: narrativa peruana del siglo XX, Pilar Dughi, literatura y
patriarcado, femineidades
* Esta investigación se enmarca en el proyecto “Escritura y acción: narradoras peruanas
hoy”, nanciado por el Instituto de Investigación Cientíca de la Universidad de Lima
(IDIC).
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Susti • Las mujeres y la sociedad patriarcal en tres cuentos de Pilar Dughi
Women and Patriarchal Society in Three Stories of Pilar Dughi
AbstRAct
The article examines three stories published by Peruvian writer Pilar
Dughi (1956-2006) throughout her career as a storyteller: “Conciliación”,
“Futuro prometido” and “Los guiños del destino”. The analysis and the
interpretation address the representation of their female protagonists from
a gender perspective, taking into account the roles, identities and posi-
tions that the patriarchal order assigns to them, both in the private and
public spheres. The central thesis of the article is that the protagonists,
through acceptance or negotiation in their relationships with the opposite
sex —whether within or outside of marriage —, represent the complexity
of “being a woman” in a society in which diverse and contradictory
discourses on female gender identity coexist.
Keywords: Peruvian narrative of the 20th century, Pilar Dughi, literature
and patriarchy, femininities
Autora de tres colecciones de cuentos y una novela1, la breve trayec-
toria de la escritora peruana Pilar Dughi (1956-2006) se desarrolla a
lo largo de los años ochenta y noventa del siglo pasado y comienzos
del presente. Aun cuando sus primeros textos acusan la experimen-
tación de diversas estrategias narrativas y registros lingüísticos,
entre ellos ya aparece representada la situación de personajes feme-
ninos que deben asumir los roles, identidades y funciones que la
sociedad patriarcal asigna a las mujeres, preocupación que Dughi
compartió con otras escritoras peruanas de la época, tanto poetas
como narradoras2. La representación de estos personajes y escena-
rios, sin embargo, no se realiza a través de una mirada exclusivamente
1 La narrativa de Dughi incluye las colecciones de cuentos La premeditación y el azar
(1989); Ave de la noche, ganadora del III Concurso Nacional de Cuento de la Asociación
Peruano Japonesa en 1996; la novela Puñales escondidos, Premio de Novela Corta del
Banco Central del Perú, 1997; y La horda primitiva (2008), editado póstumamente con
cuentos inéditos y otros publicados previamente. En 2017, se publica el volumen Todos
los cuentos, editado por Campo Letrado Editores.
2 Las narradoras exploran “la situación femenina en el Perú desde los linderos de la
cotidianidad: Mariella Sala, Aída Balta, Teresa Ruiz Rosas, entre otras” (Rodríguez
Barreno 2019: 2).
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femenina; para Rodríguez Barreno (2019), por ejemplo, “a pesar de
que su obra se encuentra poblada —en su mayoría— por mujeres,
su rol como creadora no pretendía reproducir únicamente voces
femeninas, sino más bien narrar desde una «posición andrógina»
que pudiese retratar tanto personajes masculinos como femeninos”
(2019: 2)3. En ese sentido, la escritura versátil de Dughi transcurre
a través del uso de recursos muy variados: el manejo de fuentes y
referentes culturales que aluden a espacios y tiempos históricos de
diverso origen, la alternancia de modos narrativos entre los que se
incluyen lo fantástico y el realismo, la incorporación de registros
lingüísticos vinculados a diversos ámbitos y disciplinas (el jurídico,
médico, psicológico, entre otros), todo ello en una época en que el
campo literario peruano permanecía dominado por los hombres.
Este recorrido puede ser entendido en los términos planteados por
Luna (1996):
Si ser mujer es culturalmente aceptar un destino de mujer, recha-
zarlo, rechazar ese pensamiento circular, signica sin remedio
empeñarse en la búsqueda de otro, llamémoslo así, destino, iden-
tidad, personalidad o estilo, lo cual lleva inevitablemente a una
búsqueda de lenguaje. Aprendemos a ser mujer como aprendemos el
lenguaje. En nuestro aprendizaje (y pensemos en el modelo lingüís-
tico) solemos iniciarnos con una primera fase imitativa, repetitiva
que va construyendo un sistema de analogías y marcas diferenciales
clasicatorias para nuestro teatro de la memoria (16).
En la obra de Dughi, la búsqueda de ese otro destino o identidad
como escritora atraviesa una “primera fase imitativa” que abarca las
dos primeras colecciones de cuentos que publica, La premeditación
y el azar (1989) y Ave de la noche (1996), algunos de cuyos textos
están marcados por la inuencia de la obra de Jorge Luis Borges,
3 Sobre la “posición andrógina”, escribe Virginia Woolf: “[…] en cada uno de nosotros
presiden dos poderes, uno macho y otro hembra; y en el cerebro del hombre predo-
mina el hombre sobre la mujer y en el cerebro de la mujer predomina la mujer sobre el
hombre. El estado de ser normal y confortable es aquel en que los dos viven juntos en
armonía, cooperando espiritualmente” (Woolf 2015: 133). Esta posición será revisada
más adelante por la escritora.
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Julio Cortázar y Augusto Monterroso a través del tratamiento del
tiempo y el espacio, el empleo de la ironía y la construcción de los
personajes. Sin embargo, en el curso de este diálogo con la tradición
cuentística latinoamericana, dentro de otra vertiente más original y
contemporánea, los cuentos de Dughi problematizan la identidad de
las mujeres en la sociedad peruana —ya sea en el ámbito privado o
en el público—, cuyos roles, actitudes y representaciones se regulan
de acuerdo al patriarcado, un orden jerárquico que regula las rela-
ciones de género, según Segato (2003), “una estructura inconsciente
que conduce los afectos y distribuye valores entre los personajes
del escenario social” (14). Para otras autoras —marxistas, en parti-
cular—, el patriarcado se articula con las relaciones de opresión y
explotación de la sociedad, como plantea Eisenstein (1980):
[...] para entender la opresión de la mujer es necesario examinar las
estructuras de poder que existen en nuestra sociedad. Estas son: la
estructura de clases capitalista, el orden jerárquico de los mundos
masculino y femenino del patriarcado y la división racial del trabajo
que se practica en una forma muy particular dentro del capitalismo
pero que tiene raíces precapitalistas en la esclavitud (en Lagarde y
de los Ríos 2005: 89).
En los cuentos que se examinan en este trabajo —“Concilia-
ción”, “Futuro prometido” y “Los guiños del destino”—, uno de
los rasgos que mejor caracteriza a sus protagonistas es la continua
reexión acerca de sus relaciones con el sexo opuesto —sea dentro
o fuera del vínculo matrimonial— y “las tensiones que se generan
a partir del entorno social” (Espinoza 2022: 102). En ese sentido,
sus personajes no solo se ven en la disyuntiva de adecuarse o no
a los roles que el patriarcado les asigna, sino que construyen sus
identidades día a día, reajustándolas de acuerdo con las circunstan-
cias que cotidianamente enfrentan4. De este modo, sus dilemas y
conictos ante las jerarquías de género responden a una dinámica
4 Para Fuller (1998), “la identidad no es un dato estable derivado de las actividades del
sujeto, sino que debe ser creada cotidianamente y sustentada por la actividad reexiva del
actor” (16).
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que las coloca ya sea en una posición de aceptación pasiva, o de
agencia y cuestionamiento.
La extracción social de los personajes femeninos de los cuentos
de Dughi, por lo general, corresponde a una clase media cuya situa-
ción económica se ve precarizada por la inestabilidad económica y la
violencia política de los años en que la autora publica su obra5. Entre
sus protagonistas, algunas han tenido acceso a una educación supe-
rior y gozan de la posibilidad de desarrollarse profesionalmente6;
otras, en cambio, deben sobreponerse al fracaso de sus relaciones de
pareja7, se enfrentan a la soledad8 o bien se hacen cargo de familiares
dependientes (maridos, hijos/as, entre otros)9. Los cuentos que
analizaré muestran la complejidad del “ser mujer” en una sociedad
en la que coexisten diversos y contradictorios discursos sobre la
identidad de género femenino, así como representaciones (y auto-
rrepresentaciones) que dan cuenta de la construcción social de esa
identidad (Fuller 1998: 19).
1. “concIlIAcIón
1.1. Máscaras y engaños
La protagonista del cuento “Conciliación”, parte de la colección
Ave de la noche, una mujer de aproximadamente cincuenta años,
se desempeña como Jueza del Niño y del Adolescente en el Minis-
terio de Justicia; es, además, esposa y madre de familia, aun cuando
para cumplir con ese rol requiere de los servicios de una empleada
5 En “Los días y las horas”, “Tomando sol en el club” y “El cazador” se percibe, por
ejemplo, el impacto del Conicto Armado Interno (1980-2000) en sus personajes (Ver
De Lima 2018, Gutiérrez 2007, entre otros).
6 Es el caso de las protagonistas de “Las chicas de la yogurtería”, “Futuro prometido”
y “Los guiños del destino”.
7 Ver los cuentos “A mí no me importa” o “El desayuno”.
8 Rodríguez Barreno (2019) examina el tema de la soledad en la cuentística de Dughi en
“Dime sí” y “Las chicas de la yogurtería”.
9 En este grupo, se ubicarían cuentos como “Futuro prometido”, “Hay que lavar” y
“¿Alguna novedad?”.
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doméstica10. Su condición de mujer que ocupa un cargo público
para el cual ha tenido que satisfacer una serie de requerimientos11 la
coloca, en principio, en una posición privilegiada con respecto a sus
congéneres. Su desarrollo profesional, sin embargo, contrasta con
la incapacidad de su esposo de generar ingresos y aportar econó-
micamente en los gastos de la familia. A ello, se añade la negativa
de este último a colaborar en las tareas domésticas (26). Este desba-
lance en las obligaciones y responsabilidades conyugales genera una
situación de permanente tensión, lo cual contribuye al deterioro de
los lazos afectivos entre ambos después de una relación de treinta
años (36). En ese sentido, los logros de la trayectoria profesional de
la jueza contrastan con el fracaso de su matrimonio, constatación
frente a la cual no encuentra otra solución que “conciliar” y resig-
narse a su destino (27).
En lo que respecta a su trabajo, la jueza está encargada de un
caso de divorcio y maltrato que involucra a una mujer, la señora
Pellegrini, quien despierta sus sospechas, pues de ella cree tener un
recuerdo que se remonta a su propio pasado:
Cuando era estudiante universitaria, sus padres solían hablar de
unos ancianos que habían vivido en la casa de al lado. La hija de
aquel matrimonio se había dedicado a vender nichos en un cemen-
terio, y luego se marchó del hogar paterno. Los ancianos murieron
y la casa fue demolida. Nunca más volvió a saber de la hija, hasta
aquella mañana, en que revisó el expediente Pellegrini. Era un caso
delicado, porque se trataba de decidir cuál de los padres se haría
cargo de las [dos] hijas de un matrimonio en proceso de divorcio.
Inicialmente, la tenencia, por mutuo acuerdo, había sido entregada
a la madre. Ahora el padre la reclamaba para sí, aduciendo que las
10 Según Fuller (1998), la necesidad de contratar a una empleada que ayude con las tareas
domésticas, paradójicamente, contribuye a no revisar la división sexual del trabajo en la
familia “ya que es posible que una tercera persona asuma esta parte de las labores domés-
ticas, evitando así las posibles fricciones que surgirían si las esposas exigiesen una mayor
cooperación de sus maridos” (41).
11 “Para llegar a jueza, había tenido que someterse a numerosas evaluaciones. Uno de
los requisitos […] era que la candidata fuera casada. No se aceptaban ni divorciadas ni
solteras” (26).
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niñas habían sido severamente maltratadas por la mujer. Esta negaba
los cargos y declaraba que el maltratador había sido el padre, y que
lo único que éste deseaba era retirarle la pensión de alimentos (24).
El cuento, por lo tanto, desarrolla dos historias estrechamente
conectadas —una escenicada en el dominio privado de la casa
familiar y la segunda, en el público—: la complejidad de la trama se
ahonda incluso más por el hecho de que la protagonista se encuentra
en una posición de vulnerabilidad, dado que una de las condiciones
que le permiten ejercer su cargo es estar casada y haber formado
una familia. Es decir, su estabilidad profesional depende del mante-
nimiento del vínculo conyugal con una pareja a la cual ya no la
une ningún lazo afectivo. Así, el divorcio o la separación no son
salidas viables, pues, en el marco de la sociedad patriarcal, ello no
solo implicaría una deslegitimación de su rol como mujer —esposa
y madre— y la ruptura de los vínculos contractuales que el matri-
monio impone sobre los cónyuges, sino su destitución como jueza.
Para ella, por lo tanto, no existe la posibilidad de romper el pacto
sexual-social que implica el matrimonio, fundado en “un pacto
originario [que] es tanto un pacto sexual como un contrato social,
es sexual en el sentido de que es patriarcal —es decir, el contrato
establece el derecho político de los varones sobre las mujeres— y
también es sexual en el sentido de que establece un orden de acceso
de los varones al cuerpo de las mujeres” (Pateman 1995: 11).
La situación entre la pareja pronto adquiere un nuevo perl; una
noche, el marido llega muy tarde a la casa y cuando se desviste, su
esposa advierte algo inusual: “De pronto, ella reparó que el calzon-
cillo de su marido no era de los que tenían borde elástico con rayas
azules, que conocía tan bien porque ella misma se los compraba.
El calzoncillo era totalmente blanco y tenía un pequeño sesgo que
parecía de encaje a nivel de la cintura” (34). La escena activa en ella
la sospecha de que su marido la engaña: a partir de ese momento,
cada uno de sus gestos, acciones y palabras despiertan su atención:
No se atrevió a decir nada, su marido ya había entrado al baño. Él se
estaba duchando. Recorrió con la mirada el espacio y no encontró
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la prenda. ¿Dónde lo [sic] había puesto? Sintió que el corazón le
palpitaba intensamente. Sin hacer ruido repitió los movimientos
que él había hecho antes de comenzar a bañarse, pero el calzoncillo
no estaba ni debajo de los muebles ni en otro lugar visible. Ella no
recordaba que él hubiera abierto cajones o la puerta del ropero. Se
sentó en el sofá del dormitorio, perpleja. Un calzón de mujer. Eran
los únicos que tenían encaje en los bordes elásticos (34).
Pocos días después, llega a la conclusión de que su marido la
engaña con la empleada (41-42); para comprobarlo, realiza una
pesquisa en el dormitorio de esta última, en donde nalmente halla
la prueba denitiva: “una foto pequeña, tipo carnet, en blanco y
negro de su marido. Estaba dedicada” (42-43). Desde ese momento,
para la jueza, “[l]as piezas de un rompecabezas [fueron] colocán-
dose en el lugar adecuado” (42). Las consecuencias son previsibles:
la empleada es despedida inmediatamente ante la perplejidad del
marido. Para la jueza, el desenmascaramiento del engaño —llevado
a cabo en los términos de una pesquisa policial12—, sin embargo,
no conlleva las consecuencias que debería tener. La jueza sabe, por
experiencia, que “en las leyes las palabras o los objetos sólo tenían
valor en la medida en que estuvieran organizados en el discurso de
los procedimientos legales” (34); es decir, conoce muy bien “los
secretos de la lógica de los procedimientos legales” (35). A ello,
se agrega el hecho de que, en una sociedad patriarcal, los hombres
gozan de mayores libertades sexuales en lo que se reere a la dispo-
nibilidad del cuerpo de otras mujeres. El desenmascaramiento, por
lo tanto, no se traduce en una sanción moral o legal del transgresor:
se diría, más bien, que la jueza “hace justicia” para salvaguardar su
propia dignidad e imagen ante la sociedad13. Por lo demás, también
reexiona acerca de las inconveniencias del divorcio:
12 Un año después de la publicación de Ave de la noche, en 1997, Dughi obtuvo el
Premio BCRP de novela corta con Puñales escondidos, texto en el que utiliza algunos de
los procedimientos y características del género policial. Al respecto, ver Susti (2024).
13 “Se imaginó los comentarios, las miradas burlonas, las envidias y los cuchicheos de
sus colegas, siempre a la expectativa de descubrir debilidades en el prójimo” (41).
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Se imaginó rápidamente el siguiente procedimiento. El divorcio.
¿Sería capaz de pedirle ella el divorcio? ¿Y la tenencia de los chicos?
El mayor tenía quince años. A él le convenía dejárselos porque
no podría mantenerlos. Le saldría más caro mudarse de la casa.
Entonces podría solicitar la tenencia y pedirle a ella que se fuera.
No era lo tradicional, pero en aquellos casos tenía que anticiparse a
cualquier situación. Pero ella no podría permitir el divorcio. Si no,
perdería el cargo (36).
La jueza reconoce que, a pesar de su conocimiento de “la lógica
de los procedimientos legales”, se encuentra denitivamente en una
posición de desventaja frente a su esposo. En el fondo, su situación
es similar a la de cualquier mujer, profesional o no: su cargo público
no la empodera ni faculta para liberarse de las cargas que el orden
patriarcal ha colocado sobre las mujeres. Paradójicamente, como
jueza, está al servicio de una “justicia” que, en apariencia, deende
los derechos de las mujeres, pero que no por ello las convierte en
legítimas ciudadanas.
Por otra parte, la situación de la empleada coincide en algunos
aspectos con la de la jueza si nos atenemos a la relación de poder
que establece con su amante, el esposo. Evidentemente, la suya
es mucho más precaria, pues ocupa una posición subalterna en
términos sociales, económicos e, incluso, raciales, y puede ser
entendida como una forma de violencia simbólica en los términos
planteados por Bourdieu (1997):
Una de las consecuencias de la violencia simbólica consiste en la
transguración de las relaciones de dominación y de sumisión en
relaciones afectivas, en la transformación del poder en carisma
o en el encanto adecuado para suscitar una fascinación afectiva
(por ejemplo en las relaciones entre jefes y secretarias). El reco-
nocimiento de deuda se convierte en agradecimiento, sentimiento
duradero respecto al autor del acto generoso, que puede llegar hasta
el afecto, el amor, como resulta particularmente maniesto en las
relaciones entre generaciones (167).
La empleada, como amante del esposo, se convierte en un sujeto
estigmatizado moral y socialmente, a lo cual se agrega el hecho de
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Susti • Las mujeres y la sociedad patriarcal en tres cuentos de Pilar Dughi
que su comportamiento interere en el funcionamiento normado
del contrato social y sexual entre los esposos. Al descubrir el
engaño, incluso, la jueza actúa a sabiendas de que, con su reacción
violenta, trasgrede los derechos laborales de la empleada:
Sin preámbulos le dijo que recogiera sus cosas y que se fuera.
—¿Por qué señora? —preguntó ella sorprendida.
—Más vale que ni preguntes —contestó con violencia contenida.
La mujer le dirigió una mirada penetrante.
—No me puedo ir así no más, señora.
—¿Qué dice?
—Me tiene que pagar mis benecios sociales.
—¡Sinvergüenza! ¡Cómo te atreves!
—Si usted no me paga, me voy a quejar.
—¡Quéjate donde quieras! ¡Vete ahora mismo! (43).
Dentro del mundo de la casa familiar representado en el cuento,
por lo tanto, se reproducen las relaciones de poder que rigen la
sociedad en su conjunto: los más fuertes —los hombres, princi-
palmente— pueden ejercer su poder sobre las mujeres sin siquiera
cumplir la obligación de proveer a sus familias —como ocurre en el
relato—. El papel de la jueza como representante de la ley es una
concesión que la sociedad patriarcal les hace a aquellas mujeres que
han alcanzado un grado de educación superior, en este caso, un
título universitario; ello, sin embargo, no redunda en benecio de
sus derechos como ciudadanas frente a los hombres, o las ayuda a
liberarse de los estereotipos y roles que les han sido impuestos.
Por otra parte, la indelidad del esposo opera como una
respuesta a los logros profesionales de su esposa: amenazado por
el debilitamiento de su posición jerárquica/económica dentro de la
familia, seduce a la empleada para legitimar, de paso, su virilidad. El
affaire se produce, además, en una sociedad fuertemente racializada
en la que la empleada —una muchacha que se ha desplazado de la
sierra a la capital en busca de mejores oportunidades (28)— ocupa
una posición racial “inferior” a la suya; a su vez, su disponibilidad
sexual puede ser interpretada como una estrategia para lograr algún
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tipo de retribución material o simbólica por parte del esposo, algo
que evidentemente no obtiene al nal del relato.
Una vez despedida la empleada, las tareas de la protagonista
inmediatamente se multiplican: “¿Cómo voy a cocinar todos los
días para cinco personas? Cuando salió de la cocina recogió los
periódicos que estaban sobre los muebles de la sala. Limpió los
restos del desayuno en el comedor. Sacó la basura a la calle. Subió al
segundo piso, hizo las camas de los chicos, abrió las ventanas de los
dormitorios y secó el piso del baño […]” (44-45). Paradójicamente,
el desenmascaramiento de la indelidad de su esposo no produce
en ella ningún tipo de alivio o solución, sino todo lo contrario:
ansiedad, angustia y estrés. A ello se añade la falta de empatía del
esposo, quien al nal del relato sugiere que sean los hijos quienes
ayuden en las tareas domésticas, pues ni ella ni él pueden hacerlo
porque ambos trabajan; sus últimas palabras parecen esconder
una venganza contra su esposa y conrmar que, en realidad, le
fue inel con la empleada: “Pero bueno —exclamó retador—, no
estaría mal que te ocupes un poco más de la casa. Ella no contestó,
pero lo miró con odio” (45-46).
1.2. El “caso Pellegrini”
Una segunda historia transcurre paralelamente a aquella que tiene
por escenario la casa familiar. En esta, la jueza está a cargo del
“expediente Pellegrini”, como se ha mencionado anteriormente. La
hija mayor del matrimonio presenta signos de maltrato —“fracturas
antiguas en diferentes grados de consolidación” (27)—. El problema
reside, sin embargo, en que no se puede demostrar cuál de los
esposos es el causante del maltrato. El señor Pellegrini, por su parte,
ha formado otra familia y aduce que le “resulta caro mantener dos
hogares simultáneamente” (27). El informe psicológico que se les
hace a los dos esposos revela que el marido tiene “una personalidad
autoritaria y rígida”, mientras que la madre es “más bien pasiva, con
baja autoestima y con manifestaciones de comportamiento inade-
cuado” (25). Ninguno de los dos presenta antecedentes de violencia.
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La jueza sospecha que las acusaciones de violencia contra el
señor Pellegrini, tanto de la señora Pellegrini como de sus hijas, son
falsas (29). Sus sospechas se basan en recuerdos fragmentados de
su infancia, tiempo en que la casa de la señora colindaba con la de
su familia: “La magistrada trató de hacer memoria y recordó a la
muchacha, entonces de su edad, caminando apresuradamente por
una calle de su barrio” (25). Más adelante, a este recuerdo se añade
otro: “Recordó a un gato y a unas niñas jugando con él. Se vio de
pequeña corriendo por un parque” (29). A continuación, evoca la
casa de “al lado”, en la que habitaban “unos ancianos” y “la hija de
aquel matrimonio [que] se había dedicado a vender nichos en un
cementerio, y luego se marchó del hogar paterno” (24); nalmente,
una vez más, recuerda la casa de los vecinos: “[…] un sentimiento
extraño la invadía cuando evocaba la vieja casita que estaba al lado
de la de sus padres. Recordaba que de pequeña se escondía en la
azotea y saltaba hacia la casa de al lado. Podía ver la sala de los
vecinos a través de un tragaluz de vidrio. Y aquella casa estaba
siempre a oscuras” (33).
Estas imágenes conguran una suerte de rompecabezas cuyas
piezas permanecen dispersas a lo largo del relato, pero luego
comienzan a articularse y adquirir un sentido pleno. El recurso es
empleado con maestría por Dughi, pues reproduce la manera en
que se almacenan las imágenes del pasado en el subconsciente de la
jueza y surgen involuntariamente como si hubiesen estado repri-
midas por largo tiempo14. El desenlace siniestro de esta “otra”
historia, oculta tras el telón del juicio, se revela en el momento en
que la jueza se cruza con la señora Pellegrini en uno de los pasillos
del Palacio de Justicia:
Al caminar por el pasillo, tropezó con una mujer que marchaba
apurada. Cuando le vio el rostro, la reconoció inmediatamente. Era
la señora Pellegrini […]. La misma, pero ahora tenía la piel ajada y
el cabello liso. Habían pasado más de cuarenta años desde entonces.
14 Es de presumir que en este proceso ha de haber inuido la propia experiencia de
Dughi como psiquiatra.
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Caminó rápidamente hacia la puerta principal y tomó un taxi para
ir a su casa. El gato, las imágenes se agolpaban en su mente, inconte-
nibles. Ha matado a los gatitos, mamá. La niña lloraba. Mamá, ella
lo ha hecho. Su madre la tranquilizaba, es una niña muy mala, muy
mala hijita, no quiero que te acerques a ella […]. Es una chica muy
rara, su pobre madre no sabe qué hacer con ella. ¿Cómo pudo meter
los gatitos en la lavadora? Su madre había gritado en el patio. El
horror estaba dibujado en su rostro. No te acerques, le había dicho,
no mires. Ella no llegó a mirar nunca. Pero la tapa de la lavadora
estaba empapada en sangre. Desde entonces, la vecina no volvió a
su casa y ella nunca más tuvo animales. La niña que había colocado
a los gatitos en la lavadora era la señora Pellegrini (40).
La perversidad y crueldad de la señora Pellegrini aparecen
representadas en el pasaje en sus verdaderas dimensiones: para la
jueza, son una prueba incuestionable de los trastornos mentales que
sufre y de que, en el presente de la narración, ha estado mintiendo
y manipulando a sus hijas para acusar a su exesposo de maltrato
contra ellas. La jueza intuye que, de ser absuelta, las hijas conti-
nuarán siendo maltratadas por su madre —y acaso asesinadas, como
lo fueron los gatos que tuvo a su cargo cuando era pequeña—.
El hecho de que la casa de los Pellegrini estuviese siempre “a
oscuras” o de que, en su juventud, la hija se hubiera dedicado a
vender “nichos en el cementerio” son también indicios cuyo signi-
cado permanece encriptado en el cuento15. Así, el relato adquiere una
complejidad mayor en la medida en que la jueza debe desentrañar
una red de signicados escondidos tras un hecho aparentemente
cotidiano, pues no se trata de un caso más de divorcio o de las incom-
patibilidades que la mayoría de los matrimonios tienen tras años de
convivencia. El expediente Pellegrini le ofrece a la jueza la posibi-
lidad de revelar la identidad de “el” o “la” verdadera responsable de
la violencia ejercida sobre las hijas de los Pellegrini y, así, al menos
15 “El indicio, entendido como efecto de una causa, ocupará un lugar central en la
reconstrucción de la historia del crimen aquella que antecede a la narración misma
integrado a un sistema o cadena causal dentro del cual adquiere un funcionamiento y una
signicación” (Susti y Güich 2022: 32).
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por una vez, hacer justicia en un mundo infestado de mentiras e
injusticias. Por ello, cuando cree tener los argumentos para dar un
nuevo giro al caso —la certeza de que la señora Pellegrini sufre de
trastornos mentales, aun cuando de estos no hay prueba ni por
el informe psicológico del caso ni las entrevistas—, decide hacer
observaciones al expediente: “—Vicios procesales—exclamó fría-
mente señalando el fólder del caso Pellegrini—. Volvemos a fojas
cero” (44).
El cuento, a través de sus dos historias, no solo expone los dilemas
que enfrenta la protagonista ante las desigualdades de género dentro
y fuera de su matrimonio, sino la necesidad de reajustar su iden-
tidad de género —en los términos planteados por Fuller (1998)— a
las tensiones que surgen en el entorno social. El título del cuento,
“Conciliación”, alude a la etapa previa de un proceso de divorcio en
el cual la jueza debe asumir el papel de promotora de un acuerdo
entre las partes16. En ese caso, se le presenta una disyuntiva: o bien
tomar partido por su congénere, la señora Pellegrini —como lo
ha hecho la scal (31)—, o bien ejercer la justicia imparcialmente
haciendo recaer todo el peso de la ley sobre aquella. Esto último,
sin embargo, jurídicamente resulta impracticable, pues, como se
señaló anteriormente, la jueza sabe que “en las leyes las palabras
o los objetos sólo [tienen] valor en la medida en que [estén] orga-
nizados en el discurso de los procedimientos legales” (34) y, por
lo demás, dentro del marco temporal del cuento, no hay pruebas
que demuestren clínicamente que la señora Pellegrini sufre de tras-
tornos psicológicos.
En cualquier caso, la jueza es también una víctima a causa de
la indelidad de su esposo, es decir, ha sufrido en carne propia
aquello que Galtung (2016) reconoce como “violencia estructural”
—opuesta a la “violencia directa”—, en la que no se reconoce a un
agente o actor que cometa la violencia, sino que esta se perpetúa
16 “La conciliación es una institución que se constituye como un mecanismo alternativo
para la solución de conictos, por el cual las partes acuden ante un Centro de Concilia-
ción o al Juzgado de Paz Letrado a n de que se les asista en la búsqueda de una solución
consensual al conicto” (Ley de Conciliación n° 26872, capítulo II, art. 5).
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contra quienes ocupan una posición inferior en el orden social —en
este caso, las mujeres— a través de un discurso inserto en la cultura:
“La cultura predica, enseña, advierte, incita, y hasta embota nues-
tras mentes para hacernos ver la explotación y/o la represión como
algo normal y natural, o posibilita la alienación para vivir aparen-
tando que no se sienten sus consecuencias” (Galtung 2016: 155).
El sentido del título del cuento, por lo tanto, se relaciona no
solo con el discurso jurídico, sino con la identidad de género de la
protagonista; paradójicamente, la jueza se encuentra atrapada entre
dos campos de fuerza en los que ocupa posiciones antagónicas: en el
primero de estos, está facultada a ejercer el poder de la ley sobre los
esposos Pellegrini a través de la justicia; en el segundo, debe some-
terse o rebelarse contra el poder que ejerce sobre ella la sociedad
patriarcal a través de la violencia estructural. Lo último, evidente-
mente, implicaría la pérdida de las prerrogativas de su cargo. Estos
dos dominios, como se ha visto, se encuentran estrechamente entre-
lazados y, en el marco de la narración, la protagonista no llega a
tomar ninguna decisión con respecto a ello.
2. “Futuro prometido”: el acoso de la pobreza
En el cuento “Futuro prometido”, también incluido en Ave de la
noche, la protagonista, Herminia, una maestra de escuela, vive con su
hija, Victoria. El padre, un hombre alcohólico, es “un agente viajero,
[que] un día se fue a Arequipa y nunca regresó” (51), cuando Victoria
era apenas una niña, sin haber cumplido con el compromiso de apoyar
a la madre en los gastos de mantenimiento de su hija. Herminia es,
en ese sentido, una “madre-sola”, en los términos planteados por
Lagarde y de los Ríos (2005): “El hombre no asume ni la relación
con ellas ni su responsabilidad con el hijo. Esas mujeres inician el
camino de madres-solas, llamadas signicativamente madres solteras,
y lo son. […] la maternidad la enfrentan sin paternidad; […] hay que
decir también que hay casadas que son en realidad madres-solas, por
la ausencia real y simbólica del varón” (410).
A las dicultades propias de ser una “madre-sola”, se suma el
hecho de que su hija no muestra ningún interés en colaborar en las
431
Susti • Las mujeres y la sociedad patriarcal en tres cuentos de Pilar Dughi
tareas domésticas o conseguir un trabajo para apoyar en los gastos
de la casa; más bien, pasa la mayor del tiempo viendo televisión o
yendo al cine. El resto de la familia también parece desentenderse
de la situación de la madre y la hija: después de explorar la posi-
bilidad de mudarse a otros lugares —la casa de un primo lejano
de quien sabe que maltrata a su esposa e hijos, o la del pequeño
departamento en donde vive una colega soltera sumamente avara—,
la maestra concluye que la única salida ante la situación en la que se
encuentran es encontrarle un marido a su hija (51). Si, como señala
Lagarde y de los Ríos (2005), “el cuerpo histórico de la mujer está
formado por los cuerpos de las mujeres y por todos aquéllos que
las ocupan. Así, a lo largo del ciclo de la vida —y no sólo durante
el embarazo o durante el coito, sino permanentemente— el cuerpo
femenino es un cuerpo-ocupado” (212); así, el de Victoria, por su
dependencia total de la madre y la falta de un impulso que la motive
a liberarse de ella, simbólicamente “forma parte aún” del cuerpo de
Herminia. Aparentemente, lo que más angustia a esta última es el
hecho de que la hija, quien está punto de convertirse en una mujer
adulta, aún no haya tomado conciencia de su situación, de allí que
Herminia evoque la relación con su propio padre y la idealice en
comparación con la situación que le ha tocado vivir: “Él también
había sido maestro y su sueldo les había alcanzado para vivir cómo-
damente. Así ella había podido estudiar en la universidad. Entonces
pensaba que también podría vivir igual que lo habían hecho sus
padres, pero las cosas cambiaron mucho en el transcurso de los
años” (58). Por oposición a la gura paterna, la madre de Herminia
está prácticamente ausente en el relato. El padre, por lo tanto, se
constituye como el modelo a seguir en su juventud, del cual precisa-
mente carece Victoria, su hija. De ahí que la única solución viable es
“desprenderse” del cuerpo de su hija encontrando un hombre que
pueda reemplazarla en el rol de mantenerla.
A pesar de ser una trabajadora independiente, Herminia repre-
senta el estereotipo de aquellas mujeres cuyas vidas adquieren
pleno sentido solo a través del matrimonio. Por ello, el abandono
o ausencia del esposo constituye un hecho frente al cual no parece
432 Lexis Vol. XLVIII (1) 2024
encontrar respuestas: podría decirse que, simbólicamente, su cuerpo
sigue aún “ocupado” por él en el sentido que plantea Lagarde y de
los Ríos. Por ello, su relación con el mundo externo —el mundo
situado más allá de los límites de la casa que tanto teme perder, aun
a pesar de no pertenecerle— está marcada por el miedo y la angustia.
Para ella, el futuro, metaforizado por el entorno social que la rodea,
está plagado de seres malévolos y de violencia, encarnaciones
amenazantes representadas por las imágenes que contempla en el
televisor de su casa: “Cuando veía esas imágenes por televisión, a
la gente desahuciada llorando sobre las pertenencias en medio de la
calle, muchas veces se había imaginado que terminaría así. Y ahora
esa profecía se iba a cumplir. ¿Cómo daría la cara después? ¿Qué
comentarían los alumnos o sus colegas?” (58). Como ocurre con la
protagonista del cuento “Conciliación”, Herminia teme ser estig-
matizada por su entorno una vez que pierda su estatus social, con la
diferencia de que en su caso se trata más bien de la pauperización de
su situación económica y no del engaño de su esposo.
La “ausencia real y simbólica” del esposo de Herminia consti-
tuye también una forma de violencia estructural: si bien Herminia
ha logrado la meta de culminar una carrera y conseguir un trabajo
como profesora en la escuela del barrio, el matrimonio, el embarazo
y el posterior abandono del esposo desmantelan la posibilidad de
liberarse de las ataduras que se ciernen sobre ella como mujer. Así,
deposita todas sus expectativas, infructuosamente, en un aumento
de sueldo que pueda aliviar, al menos en parte, su situación como
una forma de compensación por todo el sufrimiento por el que ha
tenido que pasar: “No recordaba dónde lo había escuchado, pero
siempre a nes de mes alguna persona decía que había leído la
noticia en el periódico o que otro colega lo había asegurado. Al nal
el cheque permanecía inalterable” (49). La esperanza, sin embargo,
se desvanece rápidamente, pues, como resulta evidente, Herminia
se empeña sistemáticamente cada n de mes en dar crédito a los
rumores y falsas noticias que circulan a su alrededor, lo cual no hace
más que acrecentar la sensación de fragilidad y angustia en que vive.
433
Susti • Las mujeres y la sociedad patriarcal en tres cuentos de Pilar Dughi
Conforme se va acercando el nal del último año escolar, la madre
decide nalmente encarar a su hija: “—¿Qué va a ser de tu vida?
—le preguntaba algún sábado por la tarde—. Si no quieres estu-
diar, tendrás que casarte. Pero su hija era arisca y tenía sus propios
planes. —Voy a estudiar secretariado” (51). Herminia le sugiere a
su hija primero estudiar, o escoger una ocupación o profesión que
le permita alcanzar una cierta independencia económica para, de esa
manera, no quedar expuesta a la total dependencia de un marido
en el futuro. En ese sentido, se puede decir que sus palabras repro-
ducen la lógica del discurso de su propio padre y lo que ella misma
planeó desde que Victoria ingresó a la secundaria, años antes: “[...]
cuando Victoria ingresó a la secundaria y comenzó a demandar ropa
nueva todos los meses, su madre sintió que no podría seguir con el
mismo presupuesto. Entonces fue pensando que si la educaba bien
y lograba que estudiase, algún día Victoria podría trabajar y ayudar
en la manutención de la casa. Pero la muchacha no era amante del
estudio y con mucho esfuerzo lograba pasar los cursos” (51).
Herminia aún está convencida de que la fórmula paterna puede
tener vigencia en el caso de su hija; sin embargo, las respuestas de
esta última no se corresponden con la situación ni con las expecta-
tivas de la madre, es más, esta se ve obligada a “pedir un préstamo en
una cooperativa para costear los gastos de la esta de graduación del
colegio” (51-52). Victoria, identicándose con la gura de su padre
ausente, tampoco cumple con compromiso alguno —buscar una
academia de secretariado, carrera que, por lo demás, se le presenta
como una solución relativamente viable, pues no exige la inversión
de tiempo y dedicación de una carrera universitaria—.
La muchacha, “[s]in ser guapa, era bastante atractiva y la madre
veía como [sic] los chicos se volteaban en la calle para mirarla”
(50-51). Como es de esperar, la atracción física que la hija provoca en
los hombres constituye otro motivo de angustia para la madre, quien
no ve candidatos idóneos en el entorno en el que viven, pues todos
son “pobres o vagos”. Al resignarse a la idea de que su hija pasará a
formar parte de las las de las mujeres mantenidas, Herminia intenta,
al menos, encontrarle una pareja que le permita vivir decentemente
434 Lexis Vol. XLVIII (1) 2024
y, por extensión, a ella misma en el futuro. En un inicio, la madre
reacciona negativamente ante la propuesta de don Héctor, un comer-
ciante de sesenta años, dueño de una bodega muy cerca de la casa
(52). El bodeguero poco a poco intenta ganarse la conanza de la
madre ofreciéndole obsequios y facilidades en el pago de los víveres.
Un día, nalmente, se niega a cobrarle unas provisiones: “—Tómelo
como un regalo para Victoria” (53). Herminia reacciona convencida
de que el bodeguero tiene “cara de fauno” y de que es un perver-
tido; entonces, ordena a su hija no ir por ningún motivo a la bodega,
sugiriendo que los hombres “pueden ser malcriados con las mucha-
chas” (53). Así, nuevamente se constata que, en el mapa mental de
Herminia, la ciudad es el espacio del acoso y el de la “cultura de la
violación”, como sostiene Kern (2020):
Los mitos de la violación (una pieza clave de lo que ahora llamamos
la «cultura de la violación») tienen también una geografía, que se
inscribe en el mapa mental de seguridad y peligro que cada mujer
lleva en la cabeza. “¿Qué hacías en ese barrio? ¿En ese bar? ¿Sola
en la calle? ¿Volviendo a casa de noche?”. “¿Por qué tomaste ese
atajo?”. Nos anticipamos a este tipo de preguntas. Moldean nues-
tros mapas mentales tanto como cualquier peligro real (20).
Herminia solo reconoce la violencia que se cierne sobre las
mujeres en el espacio de la calle —una violencia que podría clasi-
carse como directa si es que asumimos el riesgo inminente del acoso
y la violación— sin percatarse de que la violencia tiene formas de
manifestarse mucho más sutiles que las que ella imagina y que,
nalmente, inuyen en su propia visión del mundo.
Más adelante, el bodeguero expresa nuevamente su interés
en Victoria y le conesa a Herminia sus verdaderas intenciones,
basadas en la estabilidad económica que ha logrado gracias al éxito
de su negocio, lo cual, según él, lo convierte en un candidato idóneo
para su hija. La madre, en principio, se opone a esa posibilidad, pero
luego cambia de opinión: “[…] estuvo pensando en el asunto y llegó
a la conclusión de que no convenía despreciar la generosidad del
bodeguero. Tal vez pudieran llegar a cultivar una buena amistad,
435
Susti • Las mujeres y la sociedad patriarcal en tres cuentos de Pilar Dughi
que no signicara necesariamente el enamoramiento” (55). Al
hacerlo, implícitamente la madre acepta los términos de una rela-
ción dispar en la que la diferencia de edad entre ambos —la del
bodeguero y la de Victoria— es similar a la que separa a un padre de
su hija: aparentemente la madre, al aceptar “la amistad” entre ambos
—que pronto podría convertirse en una relación matrimonial—,
reproduce el patrón de dependencia entre su hija y ella, e imagi-
nariamente “restaura” la ausencia de su propio esposo —esta vez
encarnado en la gura del bodeguero—, quien ahora sí será capaz
de “cumplir sus promesas”, con lo que contribuiría al sostenimiento
de la familia y la salvaría de la miseria. Al n y al cabo, a través
de ese acuerdo, en cierta medida perverso, el cuerpo de Victoria
se convierte en el instrumento que hace posible el restablecimiento
del estatus social de la madre; es decir, la muchacha es sacricada a
cambio del “futuro prometido” anunciado en el título del cuento.
En el proceso de esa transacción, pues de eso se trata nalmente, no
resulta extraño que el candidato elegido sea un hombre que se ha
enriquecido a través del comercio y venta de mercancías: Victoria
habrá de convertirse en el más “preciado bien” del bodeguero una
vez que ella acepte su “amistad”.
Una vez que llega la orden de desahucio, Victoria, a diferencia de
su madre, no tiene reparos en sugerirle que acepte un préstamo que
don Héctor le ofrece para contratar a un abogado:
—Pídele prestado a alguien.
— ¿A quién?
—Pues a don Héctor.
Herminia sintió de pronto un nudo en la garganta. Estaba avergonzada.
—No me parece.
—Mamá, a él le encanta decir que tiene dinero (56).
Herminia, a pesar de todo, guarda ciertas reticencias basadas en un
prejuicio racista propio de los limeños: el bodeguero es un migrante
que ha logrado hacer fortuna en la capital. Más adelante, don Héctor
le ofrece encontrar un abogado que las deenda en el juicio por
desahucio, pero esta vez exige una retribución a cambio de ello:
436 Lexis Vol. XLVIII (1) 2024
—Me gustaría que Victoria me lo agradeciera alguna vez.
Herminia se sintió de pronto ofendida.
—Esto sólo se lo pido por amistad.
—Claro —dijo él—, pero yo estoy enamorado de su hija.
No le gustó la cara que puso el tendero. La miraba de reojo.
¿Qué pretendía aquel hombre? Aquello le pareció una vejación.
—Esto es un chantaje —dijo ella con el rostro enrojecido.
Don Héctor movió la cabeza de un lado al otro.
—No piense mal, doña Herminia (56).
La madre concluye que el bodeguero es “como todos los
hombres. Un interesado. Había estado cortejando a su hija por unas
miserables latas de comida. Y lo peor de todo es que Herminia se
había prestado a ello. Podía ser su abuelo. ¿Por qué un hombre tan
mayor buscaba una mujer tan joven?” (57). A estas alturas, resulta
poco verosímil que, para la madre, la conducta del bodeguero sea
“vergonzosa”, pues, en parte, ella misma ha reconocido la conve-
niencia del acuerdo al que están a punto de llegar. Finalmente, es la
propia Victoria quien toma la decisión de presentarse ante el bode-
guero para solicitarle el préstamo que necesitan ambas, vestida con
“una chompa escotada en el busto y un pantalón ajustado” (58).
Así, el cuento se cierra con la imagen de Victoria —cuyo nombre
suena ciertamente irónico— encaminándose a la tienda del bode-
guero seductoramente vestida, es decir, representándose a sí misma
como el objeto del deseo del bodeguero.
3. “Los guiños del destino”: la infelicidad como destino
Publicado en La horda primitiva (2008), “Los guiños del destino” es
uno de los seis cuentos que habían permanecido inéditos hasta esa
fecha. Constituye, además, una excepción por el hecho de que la voz
narrativa emplea la primera persona del singular, que podría inter-
pretarse como el hecho de que la protagonista tiene una voz propia
y es dueña de sus propias decisiones —a diferencia de las protago-
nistas de los anteriores cuentos—, lo cual la faculta a emitir juicios
acerca de las conductas y roles de otras mujeres. Se trata de una
mujer madura y divorciada dos veces, que, durante sus vacaciones,
437
Susti • Las mujeres y la sociedad patriarcal en tres cuentos de Pilar Dughi
se instala en un hotel en Punta Sal, Tumbes, a redactar un ensayo
sobre el lósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860). La
narradora se autorrepresenta como una mujer que está alcanzando
la vejez y que ha ido acumulando a lo largo de su vida un conjunto
de saberes que le permiten una mejor comprensión mejor del mundo
que la rodea; así, intercala reexiones y observaciones muchas veces
irónicas acerca del paisaje del balneario, la naturaleza de los seres
humanos, las relaciones de pareja, los estereotipos de género, las
costumbres de los peruanos y, sobre todo, la infelicidad de aquellos
que la rodean: “Quizás porque la vejez me ha vuelto más prudente
o menos temeraria y las dudas son tan frecuentes como sinuosos los
meandros de la memoria” (77); “Avanzo hacia el tramo nal de la
vida y ahora me sorprende lo que antes ni siquiera veía: un balneario
abandonado tiene una belleza desnuda que alcanza la perfección”
(83); “Ya no tengo edad para creer en demasiadas cosas” (86). Esta
“expansión del yo” de una narradora que parece haber acumulado
un saber de la conducta humana y, sobre todo, de las relaciones de
pareja es el reejo de una mujer que, a diferencia de la gran mayoría
de las protagonistas de los cuentos de Dughi, disfruta plenamente de
su soledad, es decir, no requiere de la presencia de un hombre a su
lado para sentirse completa y satisfecha consigo misma.
El lenguaje acusa también marcadas diferencias con respecto de
los dos anteriores cuentos analizados, principalmente por el uso de
expresiones y frases que, como se ha dicho, por momentos rayan
en la ironía: “escuálidas efemérides” —al referirse a aquellos pocos
acontecimientos que quiebran la tranquilidad del paisaje marí-
timo—; “seres providenciales” —al caracterizar las diligencias y
cuidados de la señora Brondi para con su esposo, “una mujer que
despedía dotes organizadoras por los poros de su piel” (78)—:
Su atención solícita hacia el marido era evidente y su humanidad
ocupaba completamente el espacio que podría atribuirse a una pareja.
“Coloca las maletas aquí, ¿quieres que movamos la cama?” “¿Dónde
la preeres?” “¿No necesitamos una silla más?” “Deja que yo desem-
paque la ropa para que no se arrugue”. Era de ese tipo de mujer que
suele ocuparse de los asuntos operativos con bastante diligencia (78).
438 Lexis Vol. XLVIII (1) 2024
El matrimonio Brondi, como se hace evidente a través de discu-
siones que la narradora escucha del otro lado del tabique de su
habitación, está atravesando una profunda crisis, lo cual, en parte,
explica la permanente ansiedad de la mujer ante la indiferencia y
desinterés de su esposo por ella (79). Paralelamente a la historia
de los Brondi, el ambiente del balneario también revela los signos
de una “temprana decadencia” reejada en las condiciones en que
viven sus habitantes, particularmente las mujeres. Frente a esas
carencias, los huéspedes del hotel no parecen sufrir los embates de
la crisis económica y social en que parece estar sumida la sociedad
en su conjunto. La narradora, sin embargo, sí se interesa por las
penurias de las mujeres y sus hijos, que son, en última instancia, las
víctimas predilectas de la pobreza reinante. Asimismo, “bañistas de
Lima”, “universitarios mochileros” o estadounidenses que trabajan
en las plantas de petróleo de la zona y turistas que pasan antes por
el “ruidoso balneario de Máncora” recalan en Punta Sal. Entre esos
personajes, también surge “ese tipo de veraneantes peruanos, tan
común en nuestro iletrado país, que jamás llevan un libro en la
mano. A lo más, quizás distraídamente, leen un periódico, tal vez
una revista, pero no un libro” (81-82). Así, la narradora se autorre-
presenta como una mujer letrada que no comparte los hábitos y/o
modos de vida de sus compatriotas y es sumamente crítica con ellos:
“Leer en presencia de un acompañante que no lo hace, se consi-
dera una especie de falta de consideración por el otro. El culpable
puede ser tildado de arrogante o de insociable. Los veraneantes
pasaban horas y horas en actitud de contemplación o llenando los
silencios naturales del contacto humano con extenuantes intercam-
bios verbales. Me observaban con curiosidad detrás de mi ruma
de libros” (82)17. Estas descripciones la distancian desde siempre
de su entorno social, a la vez que subrayan su condición de mujer
17 La situación guarda semejanza con otro cuento de Dughi, “Las chicas de la yogur-
tería”, analizado por Rodríguez Barreno (2019): “[En él], Lucha es retratada como una
mujer intelectual que obtiene placer leyendo y discutiendo sus ideas, muy al margen
de su labor profesional. Sin embargo, la universidad, y en general el campo del conoci-
miento, ha sido también un espacio atribuido a los hombres” (12).
439
Susti • Las mujeres y la sociedad patriarcal en tres cuentos de Pilar Dughi
independiente, lo cual genera evidentes tensiones con los estereo-
tipos de una sociedad patriarcal, como se evidencia en otro episodio
de su pasado que se desarrolla en el espacio de un bar, en donde dos
hombres se arrogan la libertad de abordarla al verla sola:
El mundo no ha cambiado demasiado. En Ayacucho, hace un par
de décadas, me senté en un bar de un céntrico hotel a hacer unos
resúmenes. Entonces, aquel era el único lugar de la ciudad en donde
se gozaba de una vista envidiable de la iglesia de San Domingo,
una de las más hermosas de la zona. Un grupo de comerciantes
tomaba pisco en una mesa cercana. Me enviaron una copa de pisco,
de saludo y como cortesía (así lo entendí yo, en aquella época). A
los cinco minutos tenía a dos de los comerciantes sentados en mi
mesa charlando —sin ambages ni preludio—, intentando irtear
e interrumpiendo mi trabajo. Cuando les pedí, gentilmente, que
abandonaran la mesa para que yo pudiera continuar con mi labor,
se comportaron con grosería. Uno de ellos me dijo: una mujer sola
no se sienta a trabajar en un bar. Tuve que llamar al mozo para que
los echara (82).
Más adelante, llega al hotel de Punta Sal otra pareja, amiga de los
Brondi, conformada por una “mujer joven, algo regordeta, no más
de treinta años, de largo y sedoso cabello negro atado en una cola
de caballo” y un profesor universitario, que “le doblaba la edad”
y era de “cabello cano, alto y delgado” (85). La narradora pronto
descubre que la joven mujer concita toda la atención del señor
Brondi, hecho que no le suscita ninguna sorpresa. La joven, por su
parte, parece aburrirse irremediablemente en “un lugar, no sé, para
gente más tranquila, mayor” (89), como le conesa a la narradora.
Poco después, a través de otra conversación, esta vez con la señora
Brondi, la narradora se entera de que ella y su esposo han viajado a
Punta Sal para celebrar su aniversario de bodas después de “más de
veinte años de casados” (91):
—¿Querían pasárselo bien, no? Tal vez una segunda luna de miel
—dije. Su rostro era tan infeliz que pensé que sería mejor evitar
rodeos.
—Así lo creí —respondió, y se quedó en silencio.
440 Lexis Vol. XLVIII (1) 2024
Ella dudaba. Traducir sus sentimientos en palabras probablemente
implicaba reconocer una derrota aún no aceptada.
—Él se aburre —armó—. ¿Usted es casada?
—Estuve casada dos veces.
—Entonces debe saber de qué hablo. Lo veo de pronto como un
desconocido (91).
El diálogo entre las dos mujeres traduce el hastío y la falta de
comunicación entre los esposos Brondi. Finalmente, la mujer reco-
noce su incapacidad de separarse de su esposo:
—Y sin embargo, no espero nada mejor de él —exclamó, sin escu-
charme—. Es lo único que tengo, no sabría qué hacer estando sola.
— ¿Por qué lo dice? ¿Acaso ha pensado en separarse?
—No, no —contestó casi aterrada.
—Entonces quizás sea una crisis pasajera.
—Es terrible —exclamó—, pero no podría separarme de él (92).
La suya es una situación opuesta a la de la narradora: el contraste
sirve para desenmascarar la total dependencia de aquellas mujeres
que reproducen la “estructura inconsciente que conduce los afectos
y distribuye valores entre los personajes del escenario social” dictada
por el patriarcado, como sostiene Segato (2003). La señora Brondi
es incapaz de separarse de su esposo, pues ello equivaldría a perder
los privilegios del matrimonio estatus social, dependencia econó-
mica, entre otros; después de haber sido madre de dos hijos que ya
no viven con la pareja, su rol reproductivo dentro del matrimonio
se ha cumplido, de ahí que “recuperar” el amor de su esposo se le
impone como un deber. La conclusión a la cual llega la narradora,
después de escuchar sus amargas confesiones, preere reservársela:
“Hubiera querido decirle que ningún amor era cómodo y que sólo
lo hallaría si fuera capaz de aceptarlo, pero no me atreví” (92-93).
El profesor y su joven pareja también están atravesando una
crisis; por momentos, la relación adquiere los visos de una rela-
ción padre-hija (85 y 94). La muchacha fue alumna del profesor y,
según la señora Brondi, tiene la edad de su hija; en el presente de
la narración, trabaja en el estudio de su marido “como asistente en
441
Susti • Las mujeres y la sociedad patriarcal en tres cuentos de Pilar Dughi
mercadeo” (99), lo cual conrma las sospechas de la narradora de
que son amantes. La muchacha, además, dejó sus estudios al casarse
con el profesor. Este parece darse cuenta del amorío entre su esposa
y el señor Brondi; en un momento, le comenta a la narradora el
dolor que sufrió con la muerte de su primera esposa y luego le
conesa que “[h]ay edades en las que uno ya no desea pasar por una
segunda depresión, ya no hay tiempo […]. Pero tampoco se puede
evitar, uno no puede hacer nada. Sólo esperar” (102). La resignación
del profesor se asemeja en parte a la de la señora Brondi: ambos
se sienten irremediablemente solos, aunque el primero acepta su
destino silenciosamente, a diferencia de la segunda, principalmente
por su edad y por haber sufrido la experiencia de la viudez, algo
que a la señora Brondi le resulta totalmente incomprensible, como
sostiene en una de sus discusiones con su esposo:
“Es que me moriría si te pasara algo”. “Y por qué”. “¿Cómo que por
qué? Porque no lo soportaría”, gimoteó ella, “no sabría qué hacer”.
“Ah, encontrarías otra pareja”, repuso él. “¿Cómo puedes decir
eso tan tranquilamente?”. “Vamos, no somos tan indispensables”,
aseguró él. “Para mí nadie sería como tú, claro que eres indispen-
sable, no lo soportaría”, replicó ella con voz temblorosa […] (105).
El entrecruzamiento de parejas dentro de este “cuarteto” —tal
como lo describe la narradora en la parte nal del relato— coloca frente
a frente las contrastantes realidades del amor y el desamor, y, con ello,
las de la vida y la muerte, tema sobre el que constantemente retorna
el profesor en sus reexiones (101-102). La narradora intuye que, en
realidad, la excursión del cuarteto a Punta Sal es un capítulo más de
una larga historia: “El cuarteto había llegado a la cima del clímax o en
todo caso se deslizaban por una amplia meseta. ¿Desde hacía cuánto
tiempo? Supuse que desde antes de haber llegado al hotel” (97). En
ese sentido, una suerte de círculo vicioso parece haberse instalado
entre los cuatro personajes, círculo que los nutre y destruye a la vez,
y que, aparentemente, son incapaces de romper. Aun cuando el señor
Brondi y la joven pareja del profesor parecen adoptar una actitud
más liberal frente a las ataduras que el matrimonio impone sobre los
442 Lexis Vol. XLVIII (1) 2024
cónyuges, también dan la impresión de sentirse cómodos jugando el
doble papel de esposos y amantes a la vez.
La excursión culmina con el accidente de la señora Brondi,
quien sufre una picadura de raya. Al despedirse de ellos, la narra-
dora conesa sentir un poco de nostalgia por la partida del profesor
—“otra cosa que también suele ocurrir con la edad”— y que “[s]i yo
hubiera sido más joven, me hubiera gustado convertirlo en candi-
dato” (108); la posibilidad, sin embargo, es representada como si se
tratara de uno más de los “guiños del destino”.
ReflexIones fInAles
Los tres cuentos analizados ilustran la complejidad de la situación
de las mujeres en una sociedad en la cual las jerarquías de género
regulan sus roles, tareas y representaciones tanto en el ámbito
doméstico como en el público. La protagonista del primer cuento,
“Conciliación”, Jueza del Niño y del Adolescente que trabaja en el
Ministerio de Justicia, debe lidiar paralelamente con las complejas
realidades que se presentan tanto en el caso del cual está a cargo —el
expediente Pellegrini—, como con las de su propia familia. Como
se hace evidente a lo largo del relato, el hecho de ejercer un cargo de
poder en el dominio público no la coloca en una situación de paridad
en relación con su esposo, quien, tras treinta años de matrimonio,
la engaña con la empleada doméstica y, a pesar de su incapacidad
para generar ingresos y con ello convertirse en una carga más para
su esposa, se niega abiertamente a conseguir un trabajo estable o
colaborar con las tareas domésticas. Esta situación hace evidente la
violencia estructural que atraviesa una sociedad patriarcal dentro
de la cual los hombres conservan ciertas prerrogativas de las cuales
hacen uso —como la disponibilidad del cuerpo de otras mujeres—,
sin por ello merecer una sanción social o moral. En ese sentido,
como mujer, la jueza se ve en la necesidad de “conciliar” con las
restricciones que le han sido impuestas en su condición de madre-
esposa; sin embargo, en el desenlace del cuento, maniesta su
voluntad de sí hacer justicia en el caso que la ocupa.
443
Susti • Las mujeres y la sociedad patriarcal en tres cuentos de Pilar Dughi
Con respecto al cuento “Futuro prometido”, la situación de
Herminia, una madre que trabaja como profesora en una escuela
de barrio y que ha criado sola a su hija Victoria tras el abandono
de su esposo, llega a una situación límite producto de la gradual
disminución de sus ingresos, lo cual la enfrenta a un juicio por
desahucio. Como se ha visto, la única salida a esta coyuntura reside
en “desprenderse” de su hija, Victoria, una adolescente que acaba de
terminar el colegio y que no muestra signos de tomar conciencia de
la crítica situación que atraviesan ambas, ella y su madre, buscando
un trabajo o empezando una carrera como secretaria. Enfrentada
con sus propios prejuicios y reticencias, Herminia debe ceder ante
las demandas del bodeguero don Héctor, un comerciante provin-
ciano exitoso, interesado en la “amistad” de Victoria —y mucho
mayor que esta, al punto de que podría ser su padre y de que, en
cierto modo, lo reemplazará una vez consumada la unión—. La
madre, nalmente, debe también conciliar con la posibilidad de que
su atractiva hija sea destinada a satisfacer el deseo del bodeguero
para salvarla a ella y a su hija de la miseria que las acosa.
Por último, en el cuento “Los guiños del destino”, la narradora
protagonista, una mujer que ya ha pasado por la experiencia de dos
divorcios y que, a diferencia de las protagonistas de los anteriores
relatos, no se ve en la necesidad de mantener un vínculo con un
esposo o pareja y los riesgos que ello implica, encarna el modelo
de una mujer independiente que no teme enfrentarse a los prejui-
cios y estereotipos del patriarcado. En ello, también inuye su
condición de mujer letrada que le permite tomar distancia ante las
trampas que regulan las relaciones entre mujeres y hombres. Esa
posición contrasta signicativamente con la inestabilidad y crisis
que atraviesan los dos matrimonios que conoce en el balneario al
cual se ha desplazado para redactar un ensayo sobre la obra del
lósofo Schopenhauer. El “cuarteto” que forman las dos parejas
—como se reere a ellas la narradora—, dentro del cual el señor
Brondi y la esposa del profesor sostienen una relación extramarital,
es, en el fondo, una manifestación más de las inequidades que se
establecen al interior del matrimonio como institución: la señora
444 Lexis Vol. XLVIII (1) 2024
Brondi, tras una relación de más veinte años de casados en la que
ha tenido dos hijos, es una mujer profundamente infeliz que es
desechada por su esposo a cambio de la joven pareja del profesor, un
hombre también resignado a su destino, pero por razones distintas.
Una vez más, la narrativa de Dughi plasma las disyuntivas que se
les ofrecen a las mujeres en una sociedad que se muestra implacable
con ellas, sin importar cuál sea su condición económica o social.
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Article
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El presente artículo plantea una interpretación de los cuentos “El desayuno” de Pilar Dughi y “Desde el exilio” de Mariella Sala. La hipótesis principal sostiene que, en los textos seleccionados, la casa opera como una matriz simbólica que pone de manifiesto los códigos normativos de los roles de género. Desde esa perspectiva, se analizan los modos de representación y procedimientos narrativos que emplean las autoras para crear una ruptura con los sentidos convencionales del espacio doméstico. Así, se afirma que ambos relatos introducen un extrañamiento en la representación del hogar y la cotidianidad y, de ese modo, evidencian las relaciones de poder que se reproducen en la esfera privada.
Article
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En el presente artículo, se analizan dos cuentos escritos por dos de nuestras más importantes escritoras durante los primeros años de su trayectoria: “El grito”, de Carmen Ollé, y “Los días y las horas”, de Pilar Dughi, ambos publicados en Lima a finales de la década de 1980, los cuales, en consonancia con el hecho de que en sus autoras era ya notoria la puesta de un inteligente y especial énfasis en dotar a su literatura de elementos que el propio país aportaba en el tránsito final de la Guerra Fría, expresan una nueva temática al presentar al sujeto militante senderista femenino y revelar en el discurso el rol político de esta, al mismo tiempo dan testimonio de ello, ponen en relieve y se reapropian del tópico de la memoria, lo que vuelve más tenso el campo de la literatura peruana, que desde nuestro punto de vista se ve afectado y desestabilizado en los aspectos ideológicos y formales del canon literario no solo por la inclusión de un sujeto nuevo que cumple roles políticos controversiales, sino por la forma como estos se relatan.
Article
El artículo examina la novela Puñales escondidos (1998) de la escritora peruana Pilar Dughi (1956-2006), a partir de sus vínculos con el policial, género narrativo signado por un “principio de obsolescencia” (Dubois 2006). En ese sentido, en la novela de Dughi se produce un distanciamiento con respecto al código del policial con respecto a la tipificación de sus principales actores: la figura del detective/investigador –encarnada en la protagonista del relato–, la de los sospechosos/culpables y sus presuntas víctimas. Asimismo, un cuestionamiento de los roles y representaciones que el patriarcado asigna a la mujer, un orden que produce “una estructura inconsciente que conduce los afectos y distribuye valores entre los personajes del escenario social” (Segato 2003).
Asociación Peruano Japonesa/Peisa. dughi, Pilar 1997 Puñales escondidos
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Ave de la noche. Lima: Asociación Peruano Japonesa/Peisa. dughi, Pilar 1997 Puñales escondidos. Lima: BCRP Fondo Editorial.
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Aventuras solitarias: (des)encuentros femeninos en la narrativa de Pilar Dughi
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El contrato sexual. Trad., Luisa Femenías, revisada por Maria-Xosé Agra Romero. Barcelona: Anthropos; México: UAM. rodríguez bArreno, Mariana 2019 "Aventuras solitarias: (des)encuentros femeninos en la narrativa de Pilar Dughi". Red literaria peruana. <https:// redliterariaperuana.com/2019/11/15/aventuras-solitariasdesencuentrosfemeninos-en-la-narrativa-de-pilar-dughipormariana-rodriguez>. Consultado: 26 de diciembre del 2022. segAto, Rita Laura 2003
Narrativa de la guerra I: 1980-2006
  • Miguel Gutiérrez
Aventuras solitarias: (des)encuentros femeninos en la narrativa de Pilar Dughi
  • Mariana Rodríguez Barreno