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Diego Chapinal-Heras, La voz de los dioses. Los oráculos y la adivinación en el mundo griego, Barcelona, Ático de los Libros, 2023, 313 pp. [ISBN: 9-788419-703019]

Authors:
Gerión. Revista de Historia Antigua
ISSN: 0213-0181
RESEÑAS
219Gerión, 42(1), 2024: 217-275
https://dx.doi.org/10.5209/geri.94996
Lucía Díez Rodríguez
Universidad Complutense de Madrid
lucdiez@ucm.es
Diego Chapinal-Heras, La voz de los dioses. Los
oráculos y la adivinación en el mundo griego, Barcelona,
Ático de los Libros, 2023, 313 pp. [ISBN: 9-788419-
703019]
La obra del helenista Diego Chapinal-Heras, La voz de los dioses. Los oráculos y la adivinación
en el mundo griego, es el resultado de una extensa investigación sobre la religión y la mántica
en la Hélade; un estudio multidisciplinar que aúna saberes hermanados como la Historia, la
Arqueología y la Filología junto con la Antropología o la Sociología. El autor consigue, con su
narrativa fresca y fluida, acercarse a lectores no especializados, al mismo tiempo que nutre de
información a los estudiosos de Grecia sobre los centros oraculares y sus repercusiones sociales,
culturales y políticas.
Tras un apoyo cartográfico básico de la Hélade con las principales poleis y sedes oraculares,
se observa cómo, desde la Introducción, la obra pretende mostrar una visión diferente de la
publicación científica convencional: transporta al lector directamente a la experiencia de la
consulta a través de la breve historia de Fecilo, un hombre griego que acude al santuario oracular
de Dodona, describiendo todo aquello que ve y a las personas con las que se encuentra. A través
de este relato de aparente ficción histórica, Chapinal traduce los hallazgos arqueológicos –en
concreto una placa de bronce donde se recoge la pregunta de Fecilo– en una narración más
o menos cercana de aquello que pudo ocurrir. Este inicio de la obra es una muestra del interés
del autor en la interpretación histórica de corte antropológico, rechazando así la creencia del
historiador y del arqueólogo como meros acumuladores de datos: la importancia de acercarse a
“lo que pudo ocurrir” está presente a lo largo de todo el libro, con especial relevancia en la parte
final, donde Chapinal reutiliza la fórmula de la narración en tercera persona para ejemplificar tres
consultas atestiguadas arqueológicamente a través de las tablillas.
El grueso de la monografía da comienzo con un recorrido acerca de la figura de la polis,
las relaciones entre dichas ciudades-estado y otros tipos de ordenamientos políticos como la
confederación –koinon–. La introducción a las formas organizativas básicas del mundo griego
se conforma como un recurso que fomenta la comprensión del capítulo, situando al lector –
especialmente al no experto– dentro del marco geopolítico a analizar. Tras dicho preámbulo, de
los doscientos centros oraculares testimoniados por fuentes escritas y arqueológicas, el autor
escoge aquellos cuya fama y afluencia los hizo alzarse como los oráculos principales de Grecia.
Chapinal presenta entonces los diversos santuarios a partir de las divinidades tutelares de los
mismos: se encontrarían los apolíneos de Delfos, Delos, Claros o Tebas; con Zeus como protector,
el de Dodona –junto con Díone–, Olimpia, Dídima o Siwa –en este último, asimilado como Amón–;
también las sedes oraculares de Asclepio en Epidauro, del héroe Anfiarao en Oropo o el oráculo
de los muertos, el nekromanteion de Trofonio en Lebadea. En todos ellos, según señala, eran
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realizadas las consultas que requerían una resolución, ya fuera para conocer el futuro o el pasado,
resolver enfermedades o dar explicación a problemas cotidianos. Con respecto a los métodos
de adivinación, el autor muestra la ingente variedad de modos en los que se podía vislumbrar
la voz de los dioses: desde aquellos más conocidos, como por boca de la Pitia, como también
a través del movimiento de los peces –ictiomancia–, hidromancia –lectura a través del agua–,
bibliomancia –con pasajes de obras–, con tabas, a partir de sonidos –como el de los calderos
de Delfos–, entrañas animales o a partir de la primera frase que el consultante escuchase al salir
del recinto sacro. La mántica fue, por tanto, tomada como una mantike techne que, como señala
Chapinal, podría tener dos vertientes, o la inductiva –análisis de señales– o aquella inspirada –a
través de una comunicación con la divinidad–.
Resulta complejo, añade, recabar información sobre el proceso adivinatorio, dentro del cual
se incluyen acciones tales como la llegada al santuario o el ritual previo a la consulta: el principal
problema reside en la oralidad, ya que esta fue la característica más importante de los oráculos.
Su pervivencia en el imaginario colectivo a través del boca a boca provocó, paralelamente, una
distorsión de la información. No obstante, sí que se tiene constancia de que estos procedimientos
fueron volubles y tenían a su alrededor un halo de misterio que favorecía, a su vez, lo que
Chapinal denomina efecto multisensorial: se buscaba que el oráculo llegase a los consultantes
a través de los sentidos –oído, olfato, tacto– creándose así una atmósfera sibilina llena de
simbolismo. Valiéndose del ejemplo de la Pitia délfica y de la oscuridad acerca de su método
de adivinación o, incluso, si a través de ella se interpretó la voz divina –también se señalan el
roble, los calderos y las palomas como oráculos–, el autor reflexiona acerca de los componentes
místicos y mistéricos de los oráculos, tomando una perspectiva antropológica al desgranar cómo
los mecanismos mentales podían analizar tanto el proceso previo de la consulta –rituales–, el
durante –escenografías e inmersión del sujeto en lo que sucedía– o el después –interpretación
de los designios–.
Con el foco aún en el consultante, Chapinal observa el tipo de preguntas realizadas, así como
la diversidad de clases sociales que acudían a los centros oraculares. Por suerte, cuenta con un
repertorio extraordinario de tablillas donde aparecen las preocupaciones inscritas de los que allí
acudieron, conformando un importantísimo documento social de la Grecia antigua. Los textos,
hallados en las excavaciones de Dodona, aportan datos sobre la procedencia de los peregrinos
–a través de los dialectos– y sus problemáticas –lo que facilita su catalogación por temática–
y si estas eran cuestiones públicas o privadas. Sin embargo, advierte sobre la importancia de
diferenciar los oráculos reales de aquellos llamados “míticos”: estos últimos, fueron analizados
en profundidad por J. Fontenrose (1978; 1988) con relación a las respuestas de Apolo Pitio y,
más tarde, de Zeus en el santuario de Dídima. Fontenrose desarrolló su investigación de cara
a certificar la historicidad y fiabilidad de la literatura oracular, encontrando un gran número de
oráculos míticos elaborados posteriormente, así como una generosa cantidad de aquellos que
calificó como verdaderos. Chapinal también infiere en la supuesta ambigüedad de los textos,
pues esta no se cumpliría en todos los casos al existir testimonios de respuestas dicotómicas.
No obstante, dicha indeterminación resulta frecuente, y es fruto de la tradición literaria, pero,
sobre todo, de la oral, como se ha explicado anteriormente. Asimismo, resultan frecuentes la
reinterpretación o la distorsión de dichos oráculos por diversos motivos y fines –como políticos o
moralizantes–, sin que ello afectara a su credibilidad.
En cuanto a las motivaciones de consulta, el autor recalca una gran variedad, desde preguntas
terrenales de carácter privado –fertilidad, trabajo– hasta públicas –a qué divinidad dirigir los rituales,
cuestiones coloniales o declaraciones de guerra–. También dedica el final del cuarto capítulo “He
aquí mi duda: ¿qué me aconsejarán los dioses?” (pp. 144-198) a la visibilización de dos grandes
colectivos continuamente olvidados por la historiografía y que también frecuentaron este tipo de
santuarios: las mujeres y los esclavos. Las consultas femeninas son abundantes, aunque resultan
desiguales respecto a las masculinas; a pesar de su número dentro del cómputo global, Chapinal
incide en tomarlas como pruebas que certificarían los intentos de las mujeres por controlar sus
propias vidas, así como, en el caso de Dodona, mostraría una alta alfabetización –fruto, quizás, de
su estatus–. Con respecto a las consultas de esclavos, de nuevo el oráculo de Dodona es el único
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con evidencias arqueológicas: prácticamente en su totalidad, las preguntas estaban dirigidas a
la obtención de libertad. Sin duda alguna, la necesidad de respuestas llevó a los consultantes a
realizar largas travesías en su busca. Dichos viajes debieron de planificarse concienzudamente,
pues los oráculos no se encontraban en funcionamiento durante todo el año, sino que abrían
en fechas específicas que se explicaban a través de los mitos –salida de la divinidad a otras
tierras o la conmemoración de su nacimiento–. Con respecto al desarrollo y el auge o declive
de los oráculos (pp. 199-233), Chapinal observa que tanto los centros como los rituales no se
mantuvieron inalterados históricamente, ya que la reestructuración espacial, la edificación o la
incorporación de nuevos ritos fueron hechos frecuentes, muestras del dinamismo de lo sacro.
Tampoco la mántica resultó imperturbable al tiempo: su desarrollo durante el arcaísmo y la Época
Clásica se encontró relacionado con la formación de la poleis, entendida como el eje central de
la vida griega. Si bien sufrió variaciones durante la época helenística –existe un descenso de las
consultas en Dodona a la par que una revitalización de Dídima–, realmente el cambio drástico se
vivió en época romana, con la incorporación de Grecia a la organización provincial en el 146 a.C.
Es entonces cuando la integración entre las costumbres griegas y romanas se hace palpable y
donde la forma de concebir la adivinación toma un rumbo diferente que finaliza en época cristiana
con la prohibición de la mántica en el 391 d.C. –si bien anteriormente algunos oráculos habían
sido tomados como herramienta de la propaganda cristiana–.
Hacia el final de su obra, Chapinal presenta el capítulo “En la piel del peregrino: la experiencia
de la consulta” (pp. 234-281), donde el enfoque antropológico es el protagonista. El autor
reflexiona acerca de las vivencias de los consultantes; el espacio y el paisaje de los santuarios
son un gran escenario de simbolismo donde todo se encuentra minuciosamente planificado para
crear un efecto mágico. A través de la arqueología cognitiva, explica que la peregrinación, el viaje
de ida, la estancia y el retorno son, en realidad, un complejo proceso de transformación interna
que conlleva la consecución de un objetivo con un enorme componente emocional. La consulta
al oráculo se conforma entonces como un viaje, físico y espiritual, una experiencia que marca
profundamente al peregrino. De esta manera, intentado desgranar la vivencia de una visita al
santuario en primera persona, Chapinal pone en práctica el ejercicio de narrativa con el que dio
comienzo a su obra, esta vez, con tres personajes diferentes a Fecilo: la consulta grupal de Cirene
a Delfos, la sacerdotisa Alexandra de Mileto en Dídima y la pregunta del esclavo Cito en Dodona
(pp. 264-281).
Con una serie de reflexiones finales (pp. 282-291), Diego Chapinal-Heras acaba su manuscrito
La voz de los dioses, el cual no sólo es un recorrido a través de los principales centros oraculares
de Grecia y sobre la diversidad de formas en que los helenos buscaron la ayuda divina en métodos
de adivinación. Más bien, resulta ser una experiencia donde la interpretación antropológica de
los restos arqueológicos y las fuentes literarias permite acercarse a los sujetos, a sus creencias
y a lo que experimentaron; la importancia de cómo el proceso se entendía y cómo este pudo
ser vivido. Es quizás ese el punto fuerte de esta obra, que deja de lado el manual de Historia
tradicional y se convierte tanto en una fuente de divulgación para todo tipo de públicos como en
una lectura que provoca una reflexión y un acercamiento a la mente de los individuos presentes
–pero invisibilizados– del relato histórico. La temática contribuye a ello; los oráculos griegos,
aunque materializan la esfera de lo sacro y lo divino, a pesar de ser estructuras políticas y
religiosas, no son más que la representación de las preocupaciones, los miedos y deseos de los
seres humanos, sean de la época que sean. Por todo ello, La voz de los dioses se constituye como
lectura obligatoria para aquellos interesados en el ámbito religioso griego y su repercusión en la
sociedad; para quienes quieran acercase a las fuentes desde otro punto de vista y deleitarse con
una investigación divulgada de forma amena, sin que se vea afectada su valor científico.
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