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Spanish / Español
Texto traducido automáticamente y revisado por Pedro Jiménez-Mejías, Manuel Borja
Morales Prieto y Carlos Luis Leopardi Verde.
La protección de sistemas estables de nomenclatura biológica permite la comunicación
universal: un llamamiento colectivo e internacional
Resumen:
El valor fundamental de los sistemas universales de nomenclatura en biología es que
permiten una comunicación científica inequívoca. Sin embargo, la sostenibilidad de estos
sistemas se ve amenazada por los recientes debates que demandan nombres más justos, lo
que plantea la posibilidad de revisiones masivas de ciertos nombres que se determinaran
como "inapropiados". Evidentemente, tales sugerencias surgen de sentimientos profundos,
pero mostramos cómo pueden dañar irreparablemente el sistema de comunicación
biológica y, a su vez, las ciencias que de él dependen. Hay cuatro implicaciones básicas de
los códigos de nomenclatura objetiva: universalidad, estabilidad, neutralidad y
transculturalidad. De este modo, estos códigos proporcionan pautas justas e imparciales
para regir la nomenclatura biológica, y permitir así una comunicación global inequívoca. En
consecuencia, no se debe permitir que ninguna sugerencia basada en apreciaciones
subjetivas los socave.
Texto principal:
La taxonomía es la ciencia que tiene como objetivo clasificar y describir la
biodiversidad del planeta. Como tal, la taxonomía proporciona una base necesaria para otras
ciencias: conocer la biodiversidad es el primer paso necesario para que se desarrolle
cualquier disciplina o servicio basado en la biología. Los nombres taxonómicos se transmiten
al resto de la comunidad científica a través de protocolos regulados y acordados
internacionalmente: los sistemas de nomenclatura. La nomenclatura biológica permite así
que dentro del ámbito de la ciencia, y entre ésta y la sociedad, se aplique un mismo nombre,
compartido e inequívoco, para referirse a una determinada especie (u otros táxones).
El valor fundamental de los sistemas de nomenclatura universal en biología, y la clave
de su éxito, es que han permitido una comunicación científica inequívoca entre diferentes
culturas. Estos sistemas binomiales/binominales (en adelante sistemas de nomenclatura)
están codificados en conjuntos de reglas para zoología (ICZN 1999), botánica (ICN, Turland
et al. 2018) y otras ramas de la biología (p. ej., ICSP, Oren et al. 2023). Estos sistemas han
contribuido al avance de la investigación biológica (incluida la paleontología) durante más
de 250 años. Sin embargo, los propios principios y convenciones fundamentales de la
nomenclatura biológica están siendo hoy día cuestionados, viéndose comprometida su
estabilidad. Debates y discusiones recientes sobre la nomenclatura biológica piden una
nomenclatura científica más justa e inclusiva para las especies y demás taxones, con el
potencial objetivo colectivo de sanar heridas que el colonialismo, el sexismo, el racismo, los
sistemas de castas y otras formas de discriminación han infligido históricamente en
comunidades de todo el planeta (p. ej., Hammer & Thiele 2021, Smith et al. 2022, Thiele et
al. 2022, Tracy 2022, Wright & Gillman 2022, Harris & Xavier, 2023, Guedes et al. 2023,
Mabele et al. 2023, Roksandic et al. 2023, Sanderson 2024) . Estos debates también han
llevado a la sugerencia de que se deberían realizar revisiones masivas de nombres para
eliminar aquellos que se identifiquen como "inapropiados", como epónimos dedicados a
personas controvertidas o palabras percibidas como ofensivas en ciertos idiomas o regiones.
Es evidente que tales argumentos provienen de sentimientos profundos, pero no está claro
si se ha reflexionado con cuidado sobre algunas de las consecuencias de estas propuestas, o
si se ha considerado que el bien que se pretende con esos cambios compensa los posibles
efectos negativos. Teniendo en cuenta el diverso origen social y geográfico de los defensores
de tales cambios nomenclaturales, el número de nombres afectados con el tiempo podría
fácilmente ascender a cientos de miles (Ceríaco et al. 2023), incluidos epónimos, topónimos,
insultos raciales, nombres que reflejan el colonialismo, etcétera.
Quienes reclaman una “justicia nomenclatural” han trasladado algunas
preocupaciones sociales legítimas, aunque no científicas, al ámbito de la ciencia, donde
deberían prevalecer otras consideraciones en aras de un entendimiento intercultural e
internacional. Si bien estas intenciones son indudablemente buenas y su objetivo es loable,
la mayoría de estos autores revisionistas parecen no darse cuenta de que sus propuestas
intentan abordar supuestos problemas construidos en su mayoría sobre premisas post hoc
y atacan los cimientos sobre los que se construye la nomenclatura biológica. Esencialmente,
estas propuestas ignoran que los sistemas de nomenclatura actuales están destinados a
permitir la comunicación transcultural a través de un sistema compartido y
operativamente neutral de nombres científicos que sea estable en el espacio y el tiempo y
que así ya sirva como vehículo de justicia social. Es posible que estos beneficios no se vayan
a mantener si los esfuerzos para abordar estas injusticias desestabilizan los sistemas de
nomenclatura y socavan los pilares de la comunicación científica universal y el
entendimiento mutuo, función primaria de la nomenclatura biológica.
El discurso de los críticos está dominado por propuestas, sugerencias y demandas de
cambios amplios en la nomenclatura. Sin embargo, al centrarse estrictamente en facetas
particulares o al sostener perspectivas locales de un panorama mucho más amplio y
complejo, no reconocen la importancia crítica de nuestros sistemas de nomenclatura
actuales a escala global. Si bien la legitimidad de las aspiraciones de los autores es
irreprochable, es paradójico que su impacto relativo en el debate sobre la nomenclatura
biológica se vea amplificado por varias revistas científicas que han permitido que se
desarrollen ciertas apreciaciones subjetivas. Las propuestas para modificar la nomenclatura
actual que se basan en argumentos éticos han encontrado consistentemente resistencia por
parte de los profesionales de la nomenclatura, quienes brindan contraargumentos prácticos
y técnicos (por ejemplo, Mosyakin 2022, 2023b, Ceríaco et al. 2023, Garbino 2023, Katumo
et al. 2023, entre otros). Sin embargo, la atención recibida en la discusión ha sido desigual
hasta ahora. Los artículos que alimentan la controversia reciben cobertura en revistas
transdisciplinarias con un público amplio, mientras que los puntos de vista opuestos y
técnicamente argumentados se publican en gran medida en revistas especializadas con un
público más reducido.
Aquí presentamos una respuesta que aúna voces que comparten una preocupación
muy extendida y que, hasta el momento, ha permanecido en un segundo plano: que la
funcionalidad de la comunicación dentro de la comunidad científica y con toda la sociedad
es la mayor contribución de los sistemas de nomenclatura, y que este beneficio puede verse
comprometido. A muchos de nosotros, investigadores en taxonomía, sistemática, biología
evolutiva y otras ciencias biológicas, nos preocupa que las opiniones bienintencionadas, pero
mal meditadas e irresponsables que se publican sobre el tema puedan dañar
irreparablemente la comunicación biológica que nos une a todos y, con ello, la disciplina
fundamental que subyace y conecta a todas las demás: la taxonomía. A diferencia de
respuestas anteriores, que ya detallaron los múltiples defectos técnicos de las propuestas
bienintencionadas, nos gustaría hacer explícitas cuatro consideraciones esenciales, no
técnicas, que surgen de la razón misma por la que tenemos y necesitamos códigos de
nomenclatura compartidos con reglas objetivas: universalidad, estabilidad, neutralidad y
transculturalidad. Estas consideraciones, implícitas en nuestros sistemas de nomenclatura,
parecen pasar desapercibidas para muchos investigadores no especializados en taxonomía,
quienes sin darse cuenta socavan estos sistemas en un intento de resolver problemas
sociales o políticos generalizados que trascienden el alcance y función de la nomenclatura
biológica.
Los firmantes de este trabajo hacen un llamado a la comunidad científica para
respaldar las consideraciones que enumeramos a continuación con el argumento de que, (i)
proporcionan guías racionales para los principios y práctica actual de la nomenclatura
biológica, y (ii) permiten una comunicación universal inequívoca en biología y disciplinas
afines, así como la transferencia de conocimientos taxonómicos a la sociedad en general. En
consecuencia, ninguna propuesta subjetiva, políticamente motivada o basada en opiniones
debería socavarlos.
1. Universalidad: la nomenclatura biológica debe ser compartida en todo el planeta.
Ésta es la forma más eficaz de garantizar una comunicación universal y transcultural.
Los sistemas de nomenclatura biológica se adoptaron porque evitan el conflicto que
presentan múltiples nombres vernáculos para una comunicación global efectiva. Los
sistemas nomenclaturales actuales se esfuerzan para que cada especie tenga un
desambiguador único y exclusivo de dos palabras como nombre para la especie, el cual será
el que se utilice en el contexto científico en todos los idiomas del planeta. Se trata de un
aspecto práctico desprovisto de cualquier legado colonial, racial, nacional, regional, cultural
o de otro tipo no universal que no sea el origen linneano de facto de los sistemas en Europa.
Para evitar conflictos entre los diferentes nombres científicos posibles que se pudieran
aplicar a un mismo taxon, la nomenclatura biológica recurre al denominado principio de
prioridad nomenclatural: los nombres científicos más antiguos deben prevalecer sobre los
nombres acuñados más recientemente.
El principio de prioridad es una convención concebida para aplicarse a los nombres
científicos dentro de sus contextos regulados, y no para extenderse a los nombres
vernáculos, lo que implicaría una tremenda perturbación en los sistemas nomenclaturales.
Se ha propuesto ampliar el principio de prioridad tanto a nombres vernáculos como
científicos bajo la premisa de que los primeros anteceden en el tiempo a los segundos
(Gillman & Wright, 2020; Wright & Gillman, 2022; Rivas et al. 2024). Reemplazar nombres
científicos existentes con nombres nuevos basados en nombres vernáculos plantea un
problema sin una única solución justa: entre todos los posibles nombres nativos en
competencia para el mismo taxon, ¿cuál debería usarse y en qué idioma? Sobra decir que la
mayoría de las especies no tienen un nombre local y que, cuando hay nombres locales
disponibles, a menudo tenemos varios en diferentes idiomas para una misma especie si su
área de distribución geográfica se extiende a través de la de varias comunidades lingüísticas.
De hecho, la mayoría de los nombres comunes europeos –que son por definición nombres
indígenas– no se utilizan como epíteto genérico o específico para el taxon correspondiente.
Además, ninguna lengua viva debería tener una prioridad objetiva sobre otra cuando se trata
de nombrar taxones.
Todas estas cuestiones ya han sido contempladas por los científicos (ver Mosyakin
2023b) y han sido resueltas respetando diligentemente la prioridad nomenclatural (los
nombres científicos más antiguos deben prevalecer sobre los nombres acuñados más
recientemente), que es un principio fundamental en todos los sistemas de nomenclatura
biológica internacionales actuales. Recientemente, se ha sugerido que para compensar
cualquier sesgo percibido y avanzar hacia la inclusión cultural, los nombres científicos
propuestos en el futuro serán aquellos para los cuales se deban considerar los términos
locales (ver Hayova et al. 2023). No hay barreras para honrar a los idiomas vernáculos: los
códigos establecen disposiciones para que los nombres se deriven de cualquier idioma,
evitando así de manera proactiva cualquier posible discriminación basada en el lenguaje al
acuñar nuevos nombres y, por lo tanto, no prohíben el uso de nombres o términos locales
en la denominación científica. De hecho, Heard y Mlynarek (2023) compilan ejemplos de
nombres científicos basados en toda una variedad de idiomas, desde el noruego, el quechua,
el te reo maorí hasta el tselagi, el afrikáans y el ruso.
Sin embargo, la creación de un nombre científico a partir de una lengua indígena no
debe considerarse una justificación para ignorar los nombres más antiguos disponibles.
Recientemente, la extensión del principio de prioridad a los nombres vernáculos se ha
aplicado incorrectamente en un caso bastante popular de una especie recientemente
reconocida de anaconda verde (Rivas et al. 2024). Los autores reconocen que
probablemente existen nombres científicos ya publicados para el taxon, pero en lugar de
estudiar el caso en detalle, los descartaron todos a priori, presumiendo la prioridad del
nombre indígena que eligieron. Como resultado, la validez de su nuevo nombre está en duda
desde su inicio, empeorando la ya complicada situación de la nomenclatura.
2. Estabilidad: la nomenclatura biológica debe ser estable en el tiempo, ahora y en el
futuro.
Ésta es la forma más eficaz de garantizar la comunicación transgeneracional.
Los críticos argumentan que debería llevarse a cabo un proceso de revisión general
dentro de los sistemas de nomenclatura para ayudar a sanar las heridas abiertas del
colonialismo en la ciencia (p. ej., Wright & Gillman 2022, Guedes et al. 2023, Mabele et al.
2023). Estos autores parecen pensar que este proceso resolverá el complejo problema que
plantea juzgar el pasado con los estándares actuales, olvidando que sus opiniones y quejas
también estarán sujetas a juicios futuros. Es muy posible que en el futuro otras personas
consideren injustas las decisiones que estamos tomando ahora, lo que daría lugar a procesos
de revisión interminables. Esta probabilidad de agravios futuros amenaza la comunicación
transgeneracional y, por tanto, la estabilidad en nombres científicos. Dicha estabilidad, y la
continuidad en uso de los nombres científicos, son asuntos abordados específicamente en
nuestros códigos e implementados caso por caso cuando la comunicación universal se ve
amenazada (por ejemplo, tipos conservados según ICN, Turland et al. 2018; inversión de
precedencia según ICZN, ICZN 1999).
Preservar la estabilidad de nuestros sistemas de nomenclatura universal parece la
forma más razonable y responsable de garantizar que los nombres de los taxones estén
protegidos a lo largo del tiempo contra la evolución de juicios futuros.
3. Neutralidad: la nomenclatura biológica debe entenderse simplemente como un
sistema operacional universal de desambiguadores para taxones.
La mayoría de los miembros de la sociedad perciben los nombres científicos sólo
como nombres y desprovistos de cualquier significado explícito o implícito.
Los nombres pueden ser una combinación arbitraria de letras, aunque en muchos
casos derivan del latín o del griego antiguo. Al estar compuestos de manera idiosincrática o
(en su mayoría) basados en lenguas en gran medida muertas, la mayor parte de los nombres
científicos tienen tan poco sentido para el público en general como los nombres personales,
lo que los hace neutrales en su significado y uso. Esto es cierto en la mayoría de los casos,
incluso para los hablantes de lenguas derivadas del latín. A pesar de esta situación, los
defensores de los cambios nomenclatures afirman que algunos nombres científicos
contienen o encarnan mensajes opresivos u ofensivos específicos que son percibidos por
sectores de la sociedad. La ofensa generalmente no es un componente de un nombre
científico determinado , aunque puede ocurrir en casos raros (p. ej., Centaurea latronum
Pau, que significa “Centaurea de los ladrones”, dirigido a unos colegas de Pau que dieron un
trato preferencial a otro botánico).
Aunque inicialmente se había pretendido que los nombres científicos biológicos
actuaran como descriptores y tuvieran un significado, los nombres no tienen por qué tener
sentido semántico, hasta el punto de que pueden ser erróneos o confusos; aun así pueden
actuar como nombres válidos/disponibles o aceptados/legítimos siempre que cumplan con
las regulaciones del código que corresponda. Por ejemplo, son bien conocidos los epítetos
toponímicos específicos creados por error. El árbol Quercus canariensis Willd., que se pensó
que fue recolectado en las Islas Canarias, está ausente en estas; la geófita Scilla peruviana
L., una especie del Viejo Mundo, no existe en Perú; y el musgo Bryoxiphium norvegicum
(Brid.) Mitt. fue descrito de Islandia y al menos hasta ahora no ha sido encontrado en
Noruega. Es indiscutible que los sistemas de nomenclatura biológica han evolucionado desde
una intención inicial de crear descriptores breves a que los nombres se entiendan
simplemente como desambiguadores taxonómicos.
Los nombres científicos que incluyen o se derivan de términos que pueden percibirse
como una palabra ofensiva en ciertos idiomas son en la mayoría de los casos una cuestión
de coincidencia. Estos nombres ahora considerados ofensivos se perciben como tales al
descontextualizar el momento en el que fueron acuñados, y o bien son anteriores a las
connotaciones negativas, o se refieren a algo diferente (por ejemplo, niger, la palabra latina
para el color negro no está destinada en la nomenclatura biológica a ser utilizada como el
insulto racial que es en el mundo anglosajón; o el epíteto marica, referido a una ninfa
mitológica es ciertamente ajeno al término despectivo homónimo en español para los
hombres homosexuales). En el caso particular de los epónimos, si bien se crean para honrar
a personas concretas, ese significado rara vez se entiende más allá del campo de estudio
inmediato donde se acuñan. Los epónimos también carecen en gran medida de
connotaciones para los profanos, quienes son más propensos a pensar que Magnolia deriva
de la raíz latina magnus (grande), en lugar de ser un epónimo dedicado al botánico francés
Pierre Magnol. Nombres basados en la cultura pop, como el género de helechos Gaga Pryer
et al. y la mosca Scaptia beyonceae Lessard (llamado así por las artistas Lady Gaga y Beyoncé,
respectivamente), o la juncia Carex leviosa Míguez et al. (en referencia a un hechizo del
universo de Harry Potter), fueron acuñados con la intención de llamar la atención entre el
público en general y los responsables políticos, quienes los perciben claramente con un
significado llamativo que genera cierto interés inmediato (Blake et al. 2023). Por lo tanto,
estos nombres no son neutrales en la actualidad. Pero la duración de tal sentido semántico
a través del tiempo es poco probable, y si bien la dedicatoria se entiende en la actualidad,
las connotaciones inevitablemente se diluirán con el tiempo a medida que la mayoría de las
personalidades y referencias se vayan hundiendo progresivamente en el olvido.
Por todas estas razones, creemos que la neutralidad en el significado de los nombres
científicos es la regla; un contenido ofensivo en los nombres científicos es la excepción o
necesita ser buscados activamente más allá de las intenciones originales de su autor y, en tal
caso, es producto de la descontextualización. Según nuestra consideración, una revisión de
nombres científicos potencialmente ofensivos podría estar condenada a encontrar un gran
número de “falsos positivos” de inadecuación.
4. Transculturalidad: La biodiversidad y su nomenclatura científica asociada deben
entenderse como un patrimonio universal, y este hecho debe prevalecer sobre
cualquier interés sesgado localmente .
En esencia, el valor de la biodiversidad es universal y transcultural y debe trascender
las fronteras políticas para ser compartido por todas las culturas. De este modo, también
debe serlo el sistema de nomenclatura asociado que utilizamos para referirnos a él. La
naturaleza y sus partes, como entidades abstractas, son Patrimonio Mundial compartido (no
confundir con los recursos materiales derivados de la naturaleza). Así, los problemas con la
nomenclatura que surgen dentro o involucran a culturas o países particulares (por ejemplo,
la anglosfera) no deberían afectar de ninguna manera la neutralidad de los códigos de
nomenclatura a nivel global. La ciencia va mucho más allá de las opiniones impuestas por
nuestras esferas culturales inmediatas, momentos históricos y contextos personales.
Respetar el principio de prioridad de nomenclatura que hasta ahora ha regido en los códigos
–con algunas excepciones detalladas con precisión–, en lugar de considerar cada nombre
como susceptible de cambio, es la única manera justa de evitar el fomento de posturas
nacionalistas o incluso chauvinistas en biología, así como las consecuencias extremas de
perturbar gravemente la biología.
Declaración final: trabajemos por una nomenclatura científica futura más justa
Los autores reconocemos y estamos de acuerdo en que los problemas generalizados
derivados de legados coloniales, imperiales, totalitarios, racistas, castistas, sexistas y otras
herencias lamentables todavía están presentes en la sociedad y deben abordarse en la
ciencia. Debemos trabajar juntos para evitar que se perpetúen y reformar la sociedad de
manera prospectiva. Además, cuando convenga al bien común y la estabilidad de la
nomenclatura, debemos proporcionar a los códigos de nomenclatura biológica herramientas
apropiadas para promover la equidad y la sensibilidad en desarrollos futuros (ver por
ejemplo Mosyakin 2023a, 2023c), sin alterar los procedimientos fundamentales existentes.
Algunas medidas sencillas que pueden mejorar las oportunidades de equidad e inclusión en
la práctica de la nomenclatura podrían ser: (1) la incorporación de referencias culturales en
las nuevas propuestas de nombres científicos (por ejemplo, nombres vernáculos,
terminología local y tradiciones culturales); (2) consulta activa con colaboradores expertos
al elegir nombres, para evitar el uso inexacto u ofensivo de términos (por ejemplo, dedicar
organismos considerados repulsivos a entidades sagradas, algo que podría percibirse como
inapropiado); (3) honrar a investigadores, naturalistas, ambientalistas y expertos de campo
locales (Jost et al. 2023); y (4) incluir y sugerir nombres vernáculos en publicaciones
científicas, preferiblemente en escritura local (Marinho y Scatigna 2022). Alguno ejemplos
de nombres ya acuñados siguiendo estas buenas prácticas son la hormiga Pheidole klaman
Gómez et al. (el término klaman se refiere a la belleza de la tribu Akan de África occidental),
el dinosaurio Yi qi Xu et al. (del chino 奇翼, “ala extraña”, en referencia a su aspecto inusual),
y el cardo Cirsium tukuhnikivatzicum Ackerf . (en honor a los pueblos y culturas indígenas del
oeste de América del Norte). Las generaciones actuales y futuras de taxónomos debemos
tener derecho a ser libres de proponer los nombres que queramos, pero al mismo tiempo
debemos asumir la responsabilidad de ser reflexivos, justos y considerados, prestando
atención a la ética para evitar daños o molestias en el futuro. Sin duda, surgirán iniciativas
por una nomenclatura más inclusiva y actualizada mediante la colaboración y el intercambio
con científicos locales, especialmente del Sur Global.
Entendemos que se pueden considerar procesos de revisión de nombres existentes
en casos raros y excepcionales, por ejemplo, como reparación por violaciones directas y
flagrantes de los derechos humanos. Sin embargo, cada una de estas decisiones debe
tomarse con mucho cuidado y deliberación, conforme a las disposiciones técnicas de los
códigos pertinentes de los órganos rectores correspondientes y en consulta con las partes
interesadas, sopesando la posible confusión causada a la comunicación frente a cualquier
refuerzo positivo de los Derechos Humanos, pero ciertamente no como un proceso masivo.
Por encima de todo, debemos preservar el inmenso valor de los sistemas de
nomenclatura actuales, así como su universalidad y estabilidad, que han resistido el paso del
tiempo durante más de 250 años, permitiendo la comunicación universal y contribuyendo a
un desarrollo sin precedentes de las ciencias biológicas. Plantear el tema y reconocer los
problemas derivados de legados pasados es importante, y debemos encontrar formas de
compensar y, al mismo tiempo, progresar. Sin embargo, tales esfuerzos no pueden
convertirse en impedimentos para el proceso científico en curso. La ciencia es universal y, si
se puede mantener una técnica o procedimiento común en beneficio de todos, vale la pena
que se proteja. Los intentos de revisar y corregir retrospectivamente los errores percibidos
del pasado son tan emocionalmente tentadores como inútiles, y mantener los nombres
científicos publicados no es un respaldo a la intención detrás de los mismos, sino una
consideración práctica y funcional que se basa en el principio de prioridad como la más justa
e imparcial de las soluciones. Además, cada acto de acuñar un nuevo nombre aumenta la
carga de sinónimos y añade ruido a los marcos de nomenclatura, lo que hace más difícil
rastrear taxones entre trabajos y checklists publicadas. El número potencial de cambios de
nombre basados en motivos éticos agregaría muchos nombres nuevos con el consiguiente
ruido en la nomenclatura, y aun así el nombre eliminado no podría desaparecer por
completo ya que necesariamente persistirá en las listas de sinónimos. Estos cambios
nomenclaturales no debe confundirse con cambios derivados de razones sistemáticas, que
aunque a veces se perciban como molestos, son necesarios para lograr clasificaciones
naturales.
Actualmente la humanidad enfrenta desafíos urgentes como el cambio climático, la
deforestación y la extinción de especies, pero también un interés cada vez menor por la
biodiversidad y la ecología. Mientras tanto, la exploración básica de la biodiversidad lucha
por sobrevivir en entornos científicos desfavorables (Löbl et al. 2023). Una revisión masiva
de los nombres científicos podría fácilmente desviar los escasos recursos humanos y
económicos asignados a la taxonomía hacia un proceso interminable que sería
contraproducente para todos nosotros como científicos (Antonelli et al. 2023), y para los
taxónomos en particular. Aquellos que trabajan en el Sur Global se verían especialmente
afectados, ya que esta región del planeta es la más rica en diversidad biológica y a menudo
sufre una falta aún mayor de recursos económicos y humanos capacitados. Además, la
posible desestabilización de los sistemas de nomenclatura biológica amenaza las
aplicaciones de las Ciencias de la Vida y pone en riesgo la correcta comprensión, no sólo de
los textos científicos, sino también de los informes técnicos y de las leyes. Para evitar
consecuencias nefastas para el resto de la sociedad, la naturaleza necesita ser comprendida
y nombrada de manera estable, universal y operativamente neutral y transcultural.