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Emergencias, transiciones y colapsos. Apuntes sobre filosofía política práctica y resiliencia

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Abstract

My aim in this tentative text is framing political philosophy in the planetary context of Anthropocene. I will explore the political meaning of three non-excluding scenarios (emergencies, transitions and collapse) in order to demand the adequate doses of realism and utopianism to survive as an eco-dependent humanity. The climate emergency implies the acceptance of resilience as a political objective from the starting point of our radical vulnerability. We need a practical political philosophy that makes room for hope.
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Firenze University Press
www.fupress.com/rifp
ISSN 2785-3330 (print) | DOI: 10.36253/rifp-2122
Copyright: © 2023 María José Guerra Palmero . is is an open access, peer-reviewed article distributed under
the terms of the Creative Commons Attribution 4.0 International License (CC-BY-4.0).
Rivista italiana di
FilosoFia Politica
SOCIETÀ
ITALIANA
FILOSOFIA
POLITICA
Emergencias, transiciones y colapsos. Apuntes
sobre losofía política práctica y resiliencia1
Emergencies, Transitions and Collapses: Notes on Practical
Political Philosophy and Resilience
M J G P
Universidad de La Laguna, España
mjguerra@ull.edu.es
ORCID: 0000-0003-4825-6139
Abstract. My aim in this tentative text is framing political philosophy in the plan-
etary context of Anthropocene. I will explore the political meaning of three non-
excluding scenarios (emergencies, transitions and collapse) in order to demand the
adequate doses of realism and utopianism to survive as an eco-dependent human-
ity. e climate emergency implies the acceptance of resilience as a political objec-
tive from the starting point of our radical vulnerability. We need a practical political
philosophy that makes room for hope.
Keywords: political philosophy, emergency, transitions, collapse, vulnerability,
resilience, democracy, state.
Resumen. Mi objetivo en este tentativo texto es enmarcar la losofía política en el
contexto planetario del Antropoceno. Exploraré los signicados políticos de tres
escenarios no excluyentes como son las emergencias, las transiciones y los colap-
sos con el n de demandar dosis adecuadas de realismo y utopismo para sobrevivir
como humanidad ecodependiente. En el contexto de la emergencia climática debe-
mos aceptar, siendo conscientes de nuestra radical vulnerabilidad, que la resiliencia
sea un objetivo político. Necesitamos una losofía política práctica que se esfuerce
por no desalojar a la esperanza.
1 Este artículo se inserta en el proyecto “Vulnerabilidad, precariedad y brechas sociales. ¿Hacia
una redenición de los derechos fundamentales?” (PID2020-114718RB-I00), Ministerio de
Ciencia e Innovación del Gobierno de España.
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María José Guerra Palmero
Palabras clave: losofía política, emergencia, transiciones, colapso, vulnerabilidad,
resiliencia, democracia, estado.
¿Qué losofía o teoría política y, de resultas, qué tipo de democracia y
de gobiernos necesitamos para un mundo asolado por pandemias, guerras,
crisis de refugiados, inación desatada y, situado en las coordenadas de
la emergencia climática como marco ineluctable? Nos enfrentamos a una
cuestión que, acelerada por la pandemia, ha saltado a la esfera pública en
narrativas apocalípticas y en clave de productos audiovisuales viralizados,
pero que posee muy poca memoria acerca de que la actual superposición
de crisis es una crónica del desastre anunciado. Una minoría, me temo,
somos conscientes, desde hace mucho tiempo, de que asistimos a la pér-
dida progresiva de un mundo en el que determinadas coordenadas eco y
biofísicas nos permitían cierta «habitabilidad», al menos a determinados
sectores privilegiados a salvo de la necropolítica neoliberal. De hecho,
Los límites del crecimiento, escrito por Dennis y Donella Meadows, es un
libro que acaba de cumplir 50 años y ya anunciaba que se sobrepasarían
todos los umbrales ecológicos si no se descarbonizaba la economía y, con
ello, no se cortocircuitaban los escenarios colapsistas. La búsqueda de lo-
sofías políticas que sean útiles a las situaciones de crisis encadenadas es
una tarea en curso y, además, conlleva muchas tensiones y riesgos. Hemos
entrado en el Antropoceno ya anunciado de alguna forma por Hans Jonas,
cuando hablaba de que nuestra capacidad de acción se asemejaba a Pro-
meteo desencadenado y que no éramos conscientes de las funestas con-
secuencias del despliegue nuclear, la manipulación genética o el daño
ambiental en su obra de 19792. Corregía, de alguna manera, a Bloch y a
su Principio Esperanza con su Principio Responsabilidad cuyo objetivo
era, precisamente, el de evitar catástrofes en plena Guerra fría. La loso-
fía política de Hannah Arendt surgió de esa misma preocupación y nos
plantea la preservación del mundo como tarea política práctica frente a la
amenaza de los totalitarismos.
¿Qué losofía política se requiere ante el escenario del despliegue de
la emergencia climática y el de la disrupción tecnológica en un contexto
de agotamiento de la democracia? ¿Qué losofía política necesitamos para
enfrentar el Antropoceno? Responderemos a esta cuestión en la conclusión
haciendo una apuesta por la necesidad perentoria de dejar atrás la deri-
va neoliberal, pero también la populista, de la mano de volver a pensar lo
esencial: la política es estar juntos para coordinar la acción, la política es
2 En 1979 Hans Jonas publica Das Prinzip Verantwortung- Versuchi einer Ethic für die Tecnolo-
gische Zivilisation. La traducción al inglés se publicará en 1984, al español en 1995 y al italiano
en 2002.
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otro nombre para articular la cooperación humana y fundar la libertad,
tal como lo vieron los antiguos y Hannah Arendt. Además, en el Antropo-
ceno se debería moderar, por pura supervivencia, su agonismo fratricida.
El marco del amigo/enemigo de la polarización omnipresente en la últi-
ma década no resiste la prueba de tener que enfrentar emergencias, tran-
siciones y posibles colapsos y, republicanamente, parece sensato regresar
a la philía necesaria entre la ciudadanía, llevando aquí el referente hasta
lo planetario, para enfrentar los retos mayúsculos que conciernen a toda
la humanidad. La losofía se fundó en la ciudad, en Atenas, una polis que
dependía de amplios terrenos cultivados y de colonias allende los mares,
hoy la ciudad de la política es el planeta Tierra, nuestro oikos, y sus bio-
rregiones asoladas por hecatombes ecológicas. Sin este encuadre relativo
a lo común, que tiene como referencia pionera a la economista y premio
Nobel Elinor Ostrom, será muy difícil pensar las tareas de la política, que
deben atender a la vulnerabilidad, a la justicia y a la democracia, pensa-
da esta última, también, como administración responsable y participada al
servicio de las necesidades humanas. La resiliencia, un término en el que
vamos a recalar, se introduce en nuestro vocabulario político como objeti-
vo frente a las emergencias que ya están aquí.
En la era de la intoxicación neoliberal, se ha soterrado toda la tradi-
ción cooperativista de las izquierdas que rescata Richard Sennet en su libro
Juntos. Rituales, placeres y política de la cooperación. Hoy en día, autoras y
activistas como la turca Ece Temelkuran o la estadounidense Rebecca Sol-
nit nos replican, con vocabularios y códigos distintos, la misma idea, aun-
que radicalizada: ante las emergencias, el abandono o la persecución polí-
tica nos queda la restitución del actuar juntos y de la cooperación en con-
tra de las fuerzas que voy a llamar necropolíticas y que se han consolidado
como neofascismos en la última década en tantos países del mundo. Si hay
esperanza la sustenta la fe en la gente y su capacidad de resistir y construir
alternativas frente a los poderes corporativos y políticos regresivos y vio-
lentos. No dejo de notar la paradoja de que la invocación de la fe y la espe-
ranza nos escore del lado de la teología, pero esa deriva se ha diseccionado
ya y, sumando la caridad, nos revela algo esencial de la naturaleza huma-
na: sin los otros y otras y sin el cuidado del oikos que sostiene la polis sólo
habrá una sucesión gradual de apocalipsis. Frente a los nuevos comienzos,
a la natalidad que funda la acción, a decir de Arendt, la constelación actual
nos enfrenta a la responsabilidad de frenar el impulso ecocida y genocida
de la maquinaria capitalista industrial e imponer el sentido nada común de
la necesidad de sociedades resilientes frente a la imposibilidad de sostener,
indenidamente, el crecimiento económico en un planeta nito y dañado.
La fe en la gente, que propone Ece Temelkuran como la base de la
esperanza es visible ante las emergencias y los desastres, cuestión que
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detallará Rebecca Solnit3, al estudiar, entre otros, el caso sangrante del
huracán Katrina. Nos hablan hasta de alegría en el cooperar, desarro-
llando resistencias, incluso, en el fragor de la destrucción de las guerras.
Desactivar el poder corporativo que ha cooptado la política en la era de
la globalización, de forma absolutamente escandalosa en los Estados Uni-
dos, pero también en Europa, y frenar los autoritarismos que se han hecho
fuertes en superpotencias como China y Rusia, no olvidándonos de otros
países como Turquía, la India o hasta hace poco Brasil, no parece fácil,
pero los campos de acción de la política son muchos. Volver a lo esen-
cial requiere escuchar a Hannah Arendt, y a su concepción ontológica de
la política como acción y, a la ya aludida Elinor Ostrom que nos desveló
cómo el acaparamiento, que ha estudiado en los últimos años Saskia Sas-
sen4 al hilo de su análisis de la globalización, signica, a la postre, des-
trucción y aniquilamiento de las bases que sostienen la vida. La acción
política tiene que atender a la salvaguarda y custodia de los bienes comu-
nes. Salvar la democracia en este contexto extremo se asimila a la tarea
urgente de salvarnos a nosotros mismos como comunidad humana, tanto
en lo local, como en lo estatal-nacional y en lo global. Volvemos a rondar
lo teológico: la salvación es un objetivo obvio para toda losofía política
que pretenda tener futuro.
De un lado, se nos dice que se requieren losofías modestas y realis-
tas, con gran énfasis en lo local, en el municipalismo, en la gestión de las
transiciones ecosociales (no sólo la energética sino la alimentaria, la de la
movilidad o la de los cuidados) que redenan la prosperidad y el bienes-
tar fuera del marco embrutecedor del neoliberalismo triunfante y de sus
defensores acérrimos: los tecno-optimistas y los transhumanistas. Ambas
tribus, básicamente negacionistas, y que se sitúan en el long term de las
futuras «singularidades» tecnológicas para no ser cuestionadas, no renie-
gan de Prometeo desencadenado y confían todo al logro de la energía lim-
pia milagrosa que sirva para que la estructura de poder siga como hasta
ahora o incluso más, extendida a la realidad virtual o a los viajes a Mar-
te. El acaparamiento de la riqueza, en este planeta extremadamente frágil,
y su gran facilidad para poner a los gobiernos a su servicio es el peligro
político número uno que enfrentamos en una transición digital fuera de
control cuyo último episodio es el estrellato de los chats conversaciona-
les con una Inteligencia Articial. Plagio de alta tecnología lo ha llamado
Chomsky5. No hay que olvidar que la esfera pública, base de toda demo-
3 Nos referimos a las siguientes obras: Temelkuran, Juntos; de Solnit, Esperanza en la oscuri-
dad; Un paraíso en el inerno.
4 Sassen, Una sociología de la globalización. Sassen también explica los fenómenos de acapara-
miento en Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global.
5 https://www.sinpermiso.info/textos/la-falsa-promesa-de-chatgpt (Acceso 5 de septiembre de 2023)
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cracia, ha sido privatizada y colonizada por Twitter, ahora X, una corpora-
ción digital, y ella misma fagocitada por uno de los personajes más turbios
del momento, Elon Musk. Las lógicas del fascismo no sólo han emergido
en los hombres fuertes, y en algunas mujeres, como Meloni, en la política
habitual con sus populismos xenófobos y negacionistas del cambio climá-
tico, sino que colonizan el mundo corporativo, y dejan en franca minoría
a las fuerzas progresistas, aún muy confusas tras las múltiples conmocio-
nes vividas, en las acosadas democracias actuales6. Hoy el progresismo en
Europa es “conservador”: salvaguardar las pensiones, la sanidad y la edu-
cación públicas y la justicia scal, resulta agotador ante la embestida del
poder corporativo y de sus valedores políticos. Salvaguardar las herencias
teóricas de autores como Rawls y Habermas, centradas en la justicia social
y la democracia, es parte de una agenda que es difícilmente comprendida
frente a la parasitación del malestar económico, la precariedad, y el atasco
del ascensor social, por parte de una ultraderecha neoliberal con una retó-
rica antisistema. Para recuperar la iniciativa, las izquierdas, debe afron-
tar el reto más difícil: pensar el futuro y sus inciertas mediaciones. A esta
tarea quiere contribuir el planteamiento de este artículo.
En suma, la gran bendición de los combustibles fósiles que alentó
varias revoluciones industriales y fue paralela a los avatares políticos de la
modernidad, se ha trocado en maldición7 y nos enfrenta a una conjunción
de escasez energética y emergencia climática que pone contra las cuerdas
al mismo capitalismo en su versión 4.0 de tecno-globalización neoliberal.
Ni siquiera podemos estar ya seguros del patrón estable de las estaciones,
y con ello, la agricultura mundial, por otra parte, dependiente del pet-
leo, entra en un estado de alarmantes riesgos. Hoy, agudizada la situación
por la guerra de Ucrania y la ocupación de Gaza, y por la aceleración de
las respuestas a la pandemia de Covid-19 en un contexto de crisis econó-
mica endémica, empezamos a vivir conictos locales y globales en torno a
cómo gobernar las transiciones. Los que no quieren apearse de su condi-
ción de vencedores tienen el objetivo de atrincherarse en sus privilegios,
pero tarde o temprano, su victoria será pírrica porque el Titanic, si no fre-
na, se irá a pique.
6 Básicamente todas las ultraderechas son negacionistas de la emergencia climática y están al
servicio de los lobbies fosilistas. Un apunte importante lo proporciona Andreas Malm en este
texto donde se dan pistas incluso de lo que sería un fascismo fósil, término acuñado por el
Colectivo Zetkin: https://vientosur.info/andreas-malm/
7 Un libro instructivo para profundizar en esta cuestión es Capital fósil. El auge del vapor y
las raíces del calentamiento global de Andres Malm, cuya edición española está en la editorial
Capitán Swing. Su segunda edición es de 2020. Otro libro recientemente traducido al español
es Jason W. Moore, El capitalismo en la trama de la vida. Ecología y acumulación de capital,
Tracantes de Sueños, Madrid 2020.
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La transición ecosocial ha sido tema menor para los teóricos polí-
ticos de los últimos tiempos, a excepción de algunas autoras y autores
marginados que son quienes tomaban el pulso a los movimientos socia-
les desde los años setenta. Voy a citar a André Gorz y a Vandana Shi-
va como ejemplos del desprecio de la academia a la cuestión central
de nuestro tiempo8. Jorge Riechmann, que ha centrado su obra en esta
cuestión, habla de El siglo de la Gran Prueba (Baile del Sol, 2019). A lo
anterior hay que sumar las reconversiones salvajes en el mundo del tra-
bajo que han sumido a las jóvenes generaciones en el limbo de la pre-
cariedad y que han fustigado la conanza en la meritocracia como una
de las consecuencias de la agresión neoliberal al contrato social keyne-
siano-rawlsiano. De hecho, cuando empezamos a tomar conciencia de lo
que ha signicado la exibilización laboral y su correlato de precariedad,
nos vemos ya engullidos por cambios estructurales en el que la empresa
neoliberal empieza a descomponerse y a mutar de nuevo, a día de hoy,
en forma de plataformas que enmascaran la explotación y la especula-
ción, o incluso con unas escandalosas cifras de despidos en los sectores
supuestamente pujantes de las tecnológicas. El trabajo tendrá que ser
repensado radicalmente en el futuro9.
Como colectivo de intelectuales occidentales, si en sentido técnico se
nos puede denominar así, hemos sido malos antepasados (Krznaric, 2022).
Ni el biorregionalismo democrático, en el que los límites ecológicos deben
ser incorporados en la política y se opta por las ecorregiones, ni la demo-
cracia económica han sido temas centrales. Mucho menos aún, la ecología
política que ha denunciado las dinámicas genocidas y ecocidas del extrac-
tivismo que ha empujado a la miseria a comunidades indígenas y campesi-
nas en gran parte del mundo. De hecho, vivimos esa tragedia necropolíti-
ca en nuestras fronteras europeas sur y este y, prácticamente, cada semana
contamos los cadáveres de inmigrantes que el mar (el Mediterráneo o el
Atlántico) se lleva como tributo a la securitización de la Fortaleza Europa.
Somos conscientes de que una losofía política práctica tiene ante sí, a día
de hoy y urgentemente, retos enormes. Hay que recticar el rumbo.
8 André Gorz fue uno de los autores pioneros de la llamada Ecología Política discutiendo
desde la década de los setenta del siglo pasado asuntos como el n del empleo y el repar-
to del trabajo. Uno de sus últimos textos fue escrito en el contexto de la crisis nanciera de
2008 sobre las alternativas democráticas o autoritarias a la salida del capitalismo. La traduc-
ción española se puede leer aquí https://ecorev.org/spip.php?article640 Vandana Shiva es una
prolíca autora india ecofeminista que plantea la necesidad de una democracia de la Tierra y
crítica acérrima de las corporaciones multinacionales desde el altermundialismo. Una de sus
últimas intervenciones relativas al tema de este artículo es la siguiente: https://www.pressenza.
com/es/2023/03/vandana-shiva-mas-alla-del-colapso-hay-una-huerta/
9 Un tratamiento reciente de este tema lo pueden encontrar en Cuppini, Frapporti, Mezzadra y
Pirone, “Il capitalismo nel tempo delle piattaforme.
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El mecanicismo racionalista de la modernidad, y su desencantamien-
to de la naturaleza, es cómplice de esta desorientación catastróca10. Igual
que a la economía ortodoxa se la crítica por reducir a externalidades los
costes ecológicos, se podría objetar a la teoría política reciente que es casi
por completo ajena al contexto ecosocial, absolutamente necesario para
entender qué tipo de gobierno y de democracia necesitamos para no sólo
sobrevivir, sino para no vernos obligados a tirar al basurero de la historia
los derechos humanos. Otra pregunta de largo alcance es la de cómo tene-
mos que refundar unas instituciones que se sostienen en supuestos cance-
lados históricamente, el viejo contrato social, y que mutan bajo presiones
neoliberales asumiendo gerencialismos opresivos y exigencias meritocráti-
cas deslegitimadas. Un viejo maestro de la losofía política y del derecho
como Ferrajoli ha sido sensible a la demanda de nuestro tiempo con su
propuesta de un constitucionalismo de la Tierra y, políticamente, hemos
asistido al convulso proceso hacia una nueva constitución en Chile que
abordaba la cuestión de los derechos de la naturaleza, siguiendo la estela
de otras constituciones como la de Bolivia y Ecuador radicalizándola. En
España se ha dotado de derechos subjetivos al Mar Menor, en la región de
Murcia, un ecosistema arrasado por la actividad humana, en una iniciati-
va jurídica osada.
A continuación, voy a perseguir las implicaciones de los tres términos
que preciso en el título para estimar si cabe una losofía política vertebra-
da sobre la responsabilidad de no cancelar toda esperanza. Emergencias,
transiciones y colapsos son términos que nos ponen contra las cuerdas y
nos exigen nuevas respuestas. De hecho, como trampolín losóco pode-
mos consignar una suerte de vuelco de las cuestiones kantianas. Lo expli-
co: sabemos lo que nos cabe esperar si no somos capaces de responder a
las emergencias y de iniciar transiciones, guiadas democráticamente, que
acepten como ideas regulativas las de mitigación, adaptación y resiliencia.
Deberíamos, además, afrontar la tarea sin abandonar estándares de igual-
dad y justicia y habilitando ecaces políticas de compensación para los
más vulnerables. Podemos saber bastante acerca de las dinámicas ecológi-
cas ya lanzadas al futuro, la ciencia del IPCC es la mejor ciencia disponi-
ble. No obstante, la economía ortodoxa se resiste al cambio paradigmático
y las ciencias sociales críticas plantean muchas dudas sobre la disposición
al cambio de mentalidad y de hábitos cotidianos11. El renunciar a los «sue-
ños americanos» que exige una reedición de la austeridad, al minima-
10 Recomendamos para entender esta conjunción la obra pionera de Merchant, La muerte de la
naturaleza. La obra se publicó en inglés en 1980.
11 Los informes de IPCC son referencia ineludible. Se puede consultar el último aquí: https://
www.ipcc.ch/report/ar6/syr/
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lismo, nos señalan la importancia de las referencias simbólicas como los
imaginarios, los relatos y los rituales de la nueva política que necesitamos.
Reducir nuestros consumos irresponsables debe tener la contrapartida de
liberar el tiempo para la vida y dejar atrás las esclavitudes laborales. La
pregunta kantiana que queda en el alero es, nalmente, la de qué debemos
hacer para, salvaguardando los procedimientos de la democracia, abordar
la cooperación que nos exigen los tiempos del Antropoceno. Se nos exigen
cambios drásticos como aceptar el decrecimiento como opción antes de
colapsar, generar subjetividades conscientes de su interdependencia y eco-
dependencia y alentar prácticas sociales responsabilizadas por los bienes
comunes: por el agua, el aire, la energía, el alimento, la vivienda, los cui-
dados, pero, también, por la infraestructura digital en la que ya pasamos
gran parte de nuestra vida. En lo que sigue voy a intentar claricar qué se
puede esperar de la losofía política en este contexto, intentando esquivar
el adanismo, pero, también, aceptando que los contratos sociales que sos-
tenían la política moderna han caducado y que necesitamos nuevos com-
promisos con las generaciones futuras, la naturaleza y el tiempo por venir.
Emergencias y desastres. La esperanza está en la gente
Nuestra manera de vivir y de convivir políticamente parece haberse
resquebrajado ante la irrupción no de meras crisis superpuestas, sino de
auténticas emergencias. Hemos transitado, en lo local y en lo global, des-
de el barrio o el pueblo hasta el planeta, a una era marcada por las alar-
mas y las alertas, por las urgencias, en suma, por las emergencias. Qui-
zás esta percepción es etnocéntrica y occidentalista porque en el pasado
los desastres, que nunca han sido sólo naturales, ocurrían más a menu-
do en otras latitudes no europeas alimentando la superioridad moral y la
soberbia de un continente que cooperaba al desarrollo y enviaba ayuda en
forma de alimentos, medicinas y equipamientos al llamado Tercer Mundo.
Hoy, como ya hemos advertido, nadie está a salvo. Ni siquiera la prime-
ra clase del Titanic, aunque siga bailando al ritmo del negacionismo y el
tecno-optimismo. No obstante, podemos constatar, en primer lugar, que
diagnósticos como el de Ulrich Beck respecto a las sociedades del riesgo se
ha intensicado y redoblado. Hasta la amenaza, que habíamos relativiza-
do, de la destrucción nuclear ha tomado altura con la guerra de Ucrania.
Y a los miedos de la vieja Guerra Fría ya le sumamos los de las nuevas
guerras en las coordenadas de la escasez energética y el cambio climáti-
co. Todo este oscuro panorama opera sobre las desigualdades y asimetrías
-neocoloniales, de clase, de raza y de sexo-género –, que el neoliberalismo
no ha hecho más que acrecentar. Ya no sólo sabemos que la calamidad,
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más que la catástrofe, será inevitable, sino que varias tipologías de desas-
tres ocasionados por la ceguera humana, ante las consecuencias funestas
de su llamado “desarrollo” – un curioso subproducto del progreso –, están
ya aquí y que tenemos que generar en tiempo récord, porque estamos, lite-
ralmente, con el agua al cuello, modalidades de afrontamiento ecaces
para poder no sólo sobrevivir como sociedades decentes y civilizadas, sino
incluso como especie que habita la Tierra.
Sin embargo, y también oscurecidos, los análisis de los desastres y
de la respuesta de la gente sí ofrecen una “esperanza en la oscuridad” tal
como la denomina Rebeca Solnit o una fe en las capacidades de la gente
enfrentadas a guerras, represiones y desastres naturales como relata, tam-
bién, la periodista turca exiliada Ece Temelkuran en los libros ya citados12.
En esta cuestión, los habitantes de los países no europeos llevan por delan-
te una sabiduría incorporada una vez que han comprobado miles de veces
que los gobiernos reaccionan tarde y mal. El ejemplo de la desastrosa reac-
ción al huracán Katrina en 2005 por parte de las administraciones esta-
dounidenses en tiempos de Bush hijo, fue uno de los puntos de inexión
para observar cómo el país más rico del mundo, que estaba ocupando y
atacando territorios lejanos con alta tecnología militar, no fue capaz de
gestionar mínimamente la inundación de la ciudad de Nueva Orleans y la
escasez sobrevenida, y cómo los héroes y las heroínas locales organizaron
la supervivencia sin supervisión alguna, volviendo a ser lo que, evolutiva-
mente somos, comunidades pequeñas que trabajan juntas bajo la presión
de la supervivencia. Lo más reseñable del trágico asunto es ver el desplie-
gue de capacidades humanas, de solidaridad y, aún de alegría, al cooperar
y estar juntos afrontando la adversidad.
Espero – puede que con ingenuidad – que, a estas alturas, y tras la
pandemia de Covid-19, a nadie le parezca exagerada la caracterización de
las sociedades de las emergencias. Ya sé que los negacionistas no lo com-
partirán porque de su negación esperan que se derive el mantenimiento
de su confort y de sus privilegios. A ellos se suman los que se han dado
en llamar los retardistas, que, increíblemente y en contra de lo que seña-
lan los datos, dicen que tenemos aún tiempo para afrontar las necesarias
transiciones económicas, sociales y políticas para diseñar y poner en mar-
cha sociedades resilientes. Con los datos del IPCC en la mano tendríamos
que haber movilizado a la sociedad hace dos décadas para iniciar cambios
radicales, pero tanto las élites como las grandes mayorías, y a pesar de la
Gran Recesión de 2008, han preferido pensar que el rumbo globalizador
neoliberal podía reestablecerse sin sobresaltos, generando pingües bene-
cios para las élites y empobreciendo a las clases medias, hasta que un virus
12 Véase nota 3.
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de origen zoonótico obligó a parar, a ralentizar una maquinaria, que aho-
ra incluso, en la incierta postpandemia, parece “recalentada”, y afectada
por numerosas disfunciones. El resquebrajamiento de la globalización que
supone la guerra de Ucrania tiene importantes consecuencias económicas,
como una inación galopante, y geopolíticas, como realineamientos insos-
pechados como en el caso de la India.
En paralelo, la resolución última de la crisis nanciera de 2008 con-
dujo al triunfo de los populismos de derecha en los Estados Unidos y en
el Reino Unido, de la mano de Trump y del Brexit, y se unieron a visiones
cercanas a las del nacionalismo imperialista de Putin países tan distintos
como Brasil con Bolsonaro o la India con Modi, por no hablar de su insta-
lación en países como Polonia y Hungría y, recientemente, la misma Italia,
con Giorgia Meloni. Esta reacción de vuelta nostálgica a un pasado impe-
rial ccionado, que refuerza el particularismo del nosotros frente al ellos,
fragmenta la referencia ética del universalismo moral y hace retroceder
el marco de derechos humanos y de las libertades políticas. El malestar
social se ha capitalizado por parte de una agenda nacionalista excluyente
que, frente al duelo por el mundo perdido que todos tenemos que afrontar,
se instala en la fase de negación y cortacircuita toda posibilidad de espe-
ranza, en especial para las generaciones jóvenes. La bandera de la Agenda
2030, la sucesión de COPs, cada vez más incapaces de respetar los acuer-
dos de París sobre el clima, y el agotamiento de los movimientos sociales
que sostuvieron la idea de justicia global al empezar el siglo, pero, tam-
bién, de los que protagonizaron las primaveras árabes o las movilizaciones
de los indignados, como el 15-M u Occupy Wall Street, en un contexto de
choque pandémico y bélico, no parecen oponer un freno suciente al auge
ultraderechista, aunque éste, sobre el terreno, vaya mostrando inconsis-
tencias y fracasos notorios. Algunos baluartes liberales y socialdemócratas
aguantan el chaparrón, pero están faltos de claridad y de rumbo por no
aceptar el marco ecosocial. No han incorporado el deber de anticipar que
nos exigía ya Hans Jonas y a lo que asistimos es a ir poniendo parches y
respondiendo de manera errática a los desafíos presentes.
De un lado, la esperanza se escuda en movimientos como Extinction
Rebellion, que aúna a adolescentes y jóvenes con los cientícos que pasan
a la desobediencia civil ante la inacción de los gobiernos frente a la len-
ta descarbonización. Acusan decididamente el cinismo de las élites eco-
nómicas y políticas incapaces de cuestionar el poder corporativo que está
retrasando toda medida. Y son conscientes de que hay que rediseñar las
instituciones y nuestros modos de vivir para intentar evitar el apocalip-
sis climático que supone ir más allá de 1,5 o 2 grados de calentamiento
global. Adaptación, mitigación y resiliencia son las palabras para vivir con
el cambio climático. No he encontrado mejor expresión de estos impera-
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tivos que lo propuesto en un documental de 2015, titulado Mañana, por
parte de Cyril Dion, en el que se inventariaban experiencias concretas con
vistas a la sostenibilidad, la resiliencia y la regeneración democrática. En
muchos lugares de la Tierra, la gente se organiza sumando conocimien-
tos tradicionales a los nuevos saberes ecológicos, como, por ejemplo, los
de la agroecología y la permacultura, diseminados por Vía Campesina y,
de los que es voz potente la misma Vandana Shiva. Rebeca Solnit habla de
la oscuridad en la que operan movimientos sociales que, ante determina-
dos detonantes, se reactivan y operan con nuevas narrativas que alimen-
tan nuevas luchas. En Europa se empieza a ser consciente de la necesidad
de defender de los ataques privatizadores tanto a los sistemas nacionales
de salud y educación como a las políticas sociales, y, asimismo, oponerse
al desmantelamiento de los sistemas de pensiones. Su objetivo sería con-
servar lo más valioso del pacto social caducado que el neoliberalismo ha
estado socavando con sus privatizaciones y desregulaciones. Pero hay que
ir mucho más allá.
Si hay esperanza, está en el poder de la gente que forzará a la polí-
tica, vetusta y agotada, desacreditada y corrompida, a dar respuesta a
las demandas urgentes. El peligro del fascismo como salida ya no es una
quimera para las élites corporativas, sino que sus think tanks llevan, bajo
eufemismos, trazando el plan para no perder el control. Un asunto impor-
tante es ser conscientes de las escalas y niveles de organización política
porque lo local, lo municipal y lo comunitario, redenido desde la guardia
y custodia de los bienes comunes amenazados, es hoy un eje fundamental
para articular las transiciones de las que hablaremos más tarde. Pero, tam-
bién, medidas nacionales para preservar los “recursos naturales” que son
la presa codiciada de las multinacionales. La nacionalización del litio en
México abre ese capítulo.
En un estado de alarma hemos vivido todos en el planeta. La afecta-
ción ha sido de tal magnitud que ha cruzado fronteras y señalado que la
economía global es un gigante con pies de barro que se puede venir aba-
jo por unos coágulos en sus cadenas de suministro. Asimismo, ha tenido
el efecto de hacernos absolutamente dependientes de una infraestructura
digital que está revolucionando la misma economía y el ámbito del trabajo
en diferentes sectores, del que el educativo no es el menos importante. La
carrera de los fondos de inversión por acaparar tierras agrícolas, propie-
dades inmobiliarias, activos mineros, y su vinculación con la Bi g Te ch nos
señala un trasfondo opaco y no regulado que está saltando en ese locus de
tensiones que son las ciudades globales, pero, también, en muchas zonas
turísticas. Un asunto tan crucial como el desmantelamiento del derecho
a la vivienda, al que se oponen sindicatos de arrendatarios y plataformas
de afectados por las hipotecas y el alquiler, se asemeja a una segunda ola
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de la crisis de desahucios de 2008 y se suma a una inación desatada. El
desplome de las clases medias y, en especial, la falta de oportunidades
para los postmillenials es una crisis cotidiana y aguda. Podemos hablar de
emergencia habitacional, sumada a pobreza energética o alimentaria, y, en
suma, a una emergencia social en curso que toca no sólo a excluidos socia-
les sino a trabajadores pobres. Las nuevas esclavitudes laborales (especial-
mente visibles han sido las kellys y los riders) son señaladas por las nue-
vas generaciones y se desafía el mecanismo de anonimato de plataformas
digitales que son los nuevos “negreros” del siglo XXI como avanzábamos
antes. Por otra parte, la époje del connamiento nos hizo reexionar sobre
los trabajos esenciales y los trabajos superuos en situación de emergencia.
Dotar de dignidad a la subclase trabajadora sometida a las nuevas esclavi-
tudes es una exigencia robusta que no debemos olvidar.
Aire, agua, alimento, abrigo y afecto eran las palabras que empezaban
por la letra A que el personaje de un médico salubrista, en una novela del
colombiano Héctor Abad Faciolince, titulada El olvido que seremos, traía a
colación como la infraestructura básica de la vida al enfrentar las carencias
de las comunas de Medellín. Las cinco A que emergen como imprescindi-
bles en las emergencias. Si la democracia no es un lujo tendrá que fajarse
con escenarios de dureza y necesidad inusitada. En suma, desde marzo de
2020 con la emergencia sanitaria local, nacional y global ocasionada por la
pandemia de Covid-19 tuvimos que hacernos cargo de una sacudida brutal
que nos inclinaba a la distopía. No hemos salido de ésta “mejores”, aunque,
efectivamente, hubo destellos de cooperación y solidaridad que nos conmo-
vieron. No obstante, el shock provocado por este acontecimiento planetario
debido a la agencia de un virus no debe hacernos olvidar que ya vivíamos,
y seguimos viviendo, en sociedades de las emergencias.
Cuando llego a este punto veo que repetimos el tópico de Hölderlin,
en el peligro mora la oportunidad. No obstante, no contamos con más
fuerza que con el poder de la gente. Frente a otros cambios en la histo-
ria como nuestra fundacional Ilustración y sus revoluciones no contamos
prácticamente con sectores de las élites que vayan más allá de un descafei-
nado y cínico lantropocapitalismo. La gran mayoría vive atrincherada en
sus espectaculares circuitos de lujo, acumulando graciosamente ganancias,
a modo de señores tecnofeudales, y no van a renunciar a nada si no se le
fuerza con gobiernos democráticos fuertes que los hagan tributar y que
regulen socialmente sus actividades especulativas desactivando monopo-
lios y oligopolios. Esto fue puesto de maniesto por ATTAC, y su deman-
da de justicia nanciera, hace décadas. Debemos repasar la historia recien-
te para ver, e inventariar, las ideas que pueden iluminar el camino oscuro
de la esperanza.
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Transiciones y colapsos. Vivir al límite
La pregunta kantiana del qué debemos hacer, si la volvemos radical-
mente política, nos obliga a enfrentar lo que nunca hubiéramos deseado
tener que vivir. Es verdad que toda nuestra prosperidad anterior está basa-
da en enormes errores epistemológicos y ontológicos que chocan con una
comprensión vinculada, interdependiente y ecodependiente de la natu-
raleza humana. La entronización moderna de la individualidad no sólo
enterró al ser social aristotélico, consciente de sus vínculos, sino a toda la
tradición articulada en torno a las comunidades. El capitalismo cercenó el
arraigo al lugar y creó un medio ambiente articial, en el que desconecta-
mos de los ciclos de la naturaleza, y una riqueza asimétrica hizo que olvi-
dáramos el cordón umbilical que es lo único que sostiene el metabolismo
humanidad-naturaleza. El contrato social moderno, hobbesiano, lockeano
o, más tarde, keynesiano-rawlsiano sólo presta contenido a la naturaleza
como humus original, connotado de barbarie e injusticia, del que hay que
emerger para lograr civilidad, seguridad, prosperidad y justicia. Es el útero
que hay que abandonar para iniciar el camino hacia la autonomía indi-
vidual y colectiva como democracia. Dejar atrás el estado de naturaleza
era perentorio. Uso la metáfora materna porque lo que operó la moderni-
dad fue una suerte de matricidio. La misma dominación redoblada de las
mujeres, y que tiene el episodio fundacional en el holocausto de las llama-
das brujas, como su acontecimiento extremo, así como la negativa, hasta el
siglo XX de prestar derechos civiles y políticos a las mujeres habla de esta
desconexión, habla de esta negación porque el cuerpo femenino no logra
verse como emancipado de las servidumbres de la naturaleza13. En esta
intelección se basa gran parte del ecofeminismo que en las últimas épocas,
desde la losofía de la ciencia hasta la ética y la losofía política, ha seña-
lado el paralelismo de la conexión mujer-naturaleza y su funcionamiento
simbólico en las retóricas de la modernización y el progreso. Hay, pues,
que recapacitar y volver a enfrentar el momento fundacional de la moder-
nidad, con todo su orgullo prometeico, para recticar el error, para desde-
cirnos de la gran mentira: la de la omnipotencia humana que no conoce
límites. Una losofía política capaz de resguardar los logros ético-políti-
cos de la modernidad, derechos humanos y democracia, pero, también, de
enfrentar la llamada transición ecosocial, que es el nombre que le estamos
dando al hecho de reconocer nuestra ecodependencia constitutiva y de
diseñar alternativas para generar futuros vivibles, que alejen el apocalipsis,
13 Entre otras las obras de Vandana Shiva o de Silvia Federici explican la dominación de las
mujeres en paralelo a la de la naturaleza. De esta última autora es Caliban y la bruja. Mujeres,
cuerpo y acumulación originaria.
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está por nacer. La perspectiva ecosocial, con toda su complejidad, es obli-
gatoria si queremos salir de la negación y del duelo y darnos alguna opor-
tunidad con la pregunta kantiana del ¿qué debemos hacer?
Transición es pasar de un estado, situación o conguración a otro.
Cuando le ponemos el adjetivo de política a los españoles se nos viene
encima la referencia a la llamada transición de la dictadura franquista a
la democracia y toda la deriva que llevó del enaltecimiento como modelo
a imitar por otros países, con esa mancha del intento de golpe de Estado
del 23 de febrero de 1981, a una crítica despiadada por parte de las jóve-
nes generaciones post-crisis del 2008 por no sólo entregarse al neolibera-
lismo más salvaje, de la mano de una Europa despiadada que consolidó
la precarización del trabajo y de la vida, sino por no haber eliminado las
trazas franquistas en los distintos aparatos del Estado, con especial rele-
vancia en el sistema judicial. De un régimen dictatorial a otro constitu-
cional sin eliminar los vestigios malignos del anterior que, por ejemplo, se
perpetúan en una corrupción endémica y sistémica. El caso es que, en el
lenguaje actual de la esfera pública, sometida a control corporativo y a la
fragmentación de las cámaras de eco, la transición como término se reve-
la como una respuesta a las emergencias, climática y energética, y, por lo
tanto, como una necesidad, pero, asimismo, como un proyecto de futuro
que podría calmar la ecoansiedad y contravenir las tendencias distópicas.
Es curioso, y derivado del emborronamiento entre conservadores y
progresistas ya aludido, que los gobiernos que incorporan la transición
ecosocial, que en su versión mínima es sólo la energética y está, de facto,
dirigida por el poder corporativo, pasan a ser identicados como el esta-
blishment frente a la transgresión “gamberra” de la ultraderecha. Se me
pasa por la cabeza Berlusconi como origen de toda una deriva cultural que
se ríe del consenso razonable sobre cómo reemplazar la infraestructura
básica insostenible de nuestras sociedades, que es disfuncional, si quere-
mos alcanzar un futuro vivible, y, además, no aceptar un mero fascismo
como horizonte necropolítico inevitable.
Vamos viendo que lo que tenemos ante los ojos dista mucho de ser
tranquilizador. La supuesta neutralidad de la palabra transición se des-
vanece como producto meramente racional. En primer lugar, porque la
inercia del sistema capitalista y su compulsión al crecimiento, al incre-
mento del PIB, no deja que se instale en el sentido común la necesidad
de decrecimiento – no parecen haber tenido éxito las llamadas a la slow
life, aunque lo mismo me estoy equivocando para el futuro –. Si aplicamos
criterios de justicia global a este asunto lo que resulta es que los países
enriquecidos deben frenar, sobre todo sus emisiones de CO2, con el n de
descarbonizar la economía, y los países de lo que llamamos el Sur global,
lograr cotas aceptables de desarrollo humano, optando eso sí por energías
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limpias y por modelos económicos circulares y sostenibles. La justicia cli-
mática es, básicamente, una cuestión de derechos humanos y para hacerla
tangible la cooperación internacional tendría que pasar de su vergonzante
asistencialismo, o de su velado neoimperialismo, a un esquema de garan-
tías de igualdad de derechos. En este sentido, iniciativas como la del cons-
titucionalismo global de Luigi Ferrajoli, deberían, a modo de ideal regu-
lativo, jugar un importante papel en el diseño institucional de la política
internacional con el n de desterrar las guerras y sus peligros nucleares.
El marco de la soberanía estatal hace tiempo que está sobrepasado ante las
demandas de justicia, Fraser nos lo explicó al nal de la primera década
del siglo14, y para no quedar totalmente a merced del poder corporativo
se requieren instituciones fuertes y capaces de garantizar derechos huma-
nos. En las décadas pasadas las teorías de la justicia global, más allá del
marco estatal-nacional rawlsiano, han expandido los principios de com-
pensación de desigualdades a toda la comunidad humana y han propues-
to mecanismos scales que avanzarían en equidad. En el ámbito del acti-
vismo destaco, de nuevo, a ATTAC y a su propuesta de justicia nanciera
global, de la mano de la olvidada Tasa Tobin. Autores como Pogge, Young
o Fraser, entre otros, han trabajado en el marco de las escalas y desafíos
de la justicia mundializada yendo más allá de sus puntos de partida teó-
ricos en Rawls, Habermas o en el pragmatismo americano. Asimismo,
las propuestas en torno al desarrollo humano, en contienda con el PIB, y
los informes correspondientes al PNUD, animados en la fundamentación
teórica por Amartya Sen y Martha Nussbaum y sus teorías de las capa-
cidades, han ido pergeñando un programa de mínimos que sería funcio-
nal a la transición ecosocial y que reconocemos como Agenda 2030. Estas
visiones ven a la imperfecta ONU y a sus agencias – FAO, OMS, UNESCO
– como embriones de una gobernanza mundial, un tema abordado desde
las teorías de la democracia global, para enfrentar los retos mundiales que
nos aquejan (crisis alimentarias, pandemias, la lucha contra el analfabetis-
mo). De hecho, a pesar de sus carencias, el papel coordinador de la OMS
en la gestión de la pandemia de Covid-19 ha sido decisiva. No obstante, la
urgencia de la emergencia climática y de la escasez energética está propi-
ciando un vuelco de la centralidad del desarrollo, que no logra despojarse
de la matriz del progreso, a la idea, realista, dura y necesaria de resiliencia.
Nadie duda de su carácter realmente antipático, pero la necesitamos para
contrarrestar nuestra radical vulnerabilidad.
Una propiedad física, el resorte vuelve a su estado inicial tras sufrir
una presión, una capacidad psicológica, la de remontar un trauma, una
característica de ecosistemas que sufren catástrofes y que logran recupe-
14 Fraser, Escalas de justicia.
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rarse, o una característica de comunidades humanas que enfrentan adver-
sidades y que logran lidiar con ellas. La deriva semántica de la resiliencia
asombra y es un campo de tensiones. Las empresas, por ejemplo, desean
trabajadores resilientes que soporten condiciones neoesclavistas, y lo con-
siguen con los riders, las kellys, y otros colectivos que ahora sabemos, tras
la emergencia sanitaria, que desempeñan trabajos esenciales. Estamos en
sus inicios, pero el término que parece ser exigido por la transición ecoso-
cial, va a ser terreno de una encarnizada lucha. La resiliencia sería el obje-
tivo a lograr de la transición ecosocial e incluso, el fundamento y la garan-
tía de repensar una prosperidad postcapitalista. Nada más y nada menos.
He encontrado en dos libros recientes en las que esta noción, la de
resiliencia, es central y que nos ayudan a una primera cartografía del
territorio. De un lado, Jeremy Riin desautoriza la ciencia económica
por no haber incorporado la física del siglo XX, en concreto, la termodi-
námica. Es imposible crecer indenidamente en un planeta no sólo ni-
to sino frágil. La eciencia tiene que dejar paso a la resiliencia ecosocial
y las infraestructuras básicas de la vida, lo que serían los bienes comunes,
tienen que ser circunscritas al marco de biorregionalismo democrático.
Si la losofía y la teoría política contemporánea han dado mayor aten-
ción a lo global, Riin baja al territorio y propone que las demarcacio-
nes políticas sean ecorregiones porque la principal tarea será la de gestio-
nar responsablemente el agua, los alimentos, la energía, pero, también, la
infraestructura digital, las autopistas de la información. Frente al despre-
cio de la necesidad en nombre de la libertad que hemos heredado de los
griegos y que ha seducido a todos los procesos de modernización, tenemos
que aceptar que la política, primero, tiene una base material que gestio-
nar para lograr, en un contexto de emergencias, la resiliencia. Frente a lo
que está ocurriendo con la transición a las energías renovables, hoy diri-
gida por el poder corporativo y obsesionada con las grandes instalaciones
de parques solares y eólicos que ya están creando conictos en el ámbito
rural, la opción es descentralizar y dar protagonismo político a lo local, a
las comunidades eco-tecno-rurales o a las ciudades de tamaño medio, o al
urbanismo de los quince minutos, con lo que se aboga por la fragmenta-
ción y desaparición de las multinacionales que son producto de la globa-
lización neoliberal y que, además, son un nicho de cultivo de soluciones
antidemocráticas.
Salvaguardar la democracia va a requerir “empoderar” a las comu-
nidades y a los barrios y hacerlas conscientes del metabolismo huma-
nidad-naturaleza al hilo de una nueva conciencia biofílica. Si Ferrajoli
optaba por el constitucionalismo global, Riin nos lleva al otro lado de la
arquitectura política y, también, frente al Estado y la democracia represen-
tativa, vuelve a una suerte de democracia radical roussoniana. Como ya
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vamos viendo, en esta compleja cuestión, la articulación política necesita
de esquemas multiniveles y el federalismo aparece como el gozne necesa-
rio para vincular ecorregiones. Frente a la democracia ateniense, se pue-
de rescatar otro relato fundacional y ese sería el de la federación de tri-
bus iroquesas que tanto inuyó en los padres fundadores de la revolución
americana. Sus métodos de deliberación, largos y continuados hasta lograr
consensos, para que no hubiera heridas abiertas en la comunidad, recuer-
da a la voluntad general roussoniana y a su pretendido carácter cohesio-
nador frente a la tiranía de las mayorías. La ecopolítica práctica y necesa-
ria iría más allá de la tecnocracia y se identicaría con la comunidad real,
no imaginada, de los seres humanos que tienen que generar vida buena y
prosperidad, que no crecimiento en condiciones de necesidad. Riin nos
invita a entrar en La era de la resiliencia, no obstante, podemos criticarla
por su halo utopista y planicador que nos recuerda hasta al viejo Platón.
El segundo libro tiene el provocativo título de Otro n del mundo es
posible y es producto de tres autores, Sevigne, Stevens y Chapelle, ya con-
siderados “colapsólogos”, en el sentido de la ciencia de los escenarios posi-
bles al hilo, por ejemplo, del aumento de la temperatura global y que en
el subtítulo plantean el meollo de la cuestión: “cómo vivir el colapso de
la civilización termoindustrial de forma inteligente”. Para ello también
necesitamos romper con las inercias intelectuales, económicas y socia-
les y prepararnos para el golpe. ¿Por qué una conclusión tan drástica? En
contraste con Riin no creen que el poder corporativo, militar o político
ejercido por las élites soberbias nos dejen otro camino que aceptar que la
globalización, y sus amantes cadenas de suministros propulsadas por el
petróleo o el gas, vayan desarticulándose y fragmentándose al tiempo que
se desata el inerno climático. Tendremos que aprender a vivir con ello, y
frente al individualismo triunfante, el tejer vínculos, el construir comuni-
dades de gestión de la vida cotidiana y de planicación del futuro inme-
diato, va a ser decisivo. Con lo cual, rozando la impoliticidad, nos encon-
tramos con una terapia de aceptación de lo inevitable, pero que tras pasar
el duelo, nos abre una perspectiva inédita:
“El relato del colapso, no obstante, conlleva un riesgo capital: el de
allanar el futuro, es decir, disminuir nuestras capacidades para actuar,
arruinando nuestra vida presente. Paradójicamente, de nuevo, hay que
verlo emerger como una posibilidad de hacer emerger otros mundos y de
inventarnos otros futuros”.15
Al nal, del lado de los optimistas, al hilo de cierta conanza eco-
tecnocrática, tendremos transiciones, con sus tensiones y sus oportuni-
dades más o menos democráticas, y del lado de los pesimistas, sucesio-
15 Servigne, Stevens y Chapelle, Otro n del mundo es posible, 23.
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nes de microcolapsos. Necesitamos estar y actuar juntos, en todo caso, y
refundar comunidades cercanas, reales, más allá de las imaginadas que
fundaron los estados nacionales. Lo curioso, frente al duelo, es que las
emergencias y las formas de enfrentarlas, con la cuestión de si hay o no
tiempo para responder democráticamente, se percibe la apuesta por una
alegría de reencontrar algo que dé sentido a nuestras frágiles vidas frente
a la alienación de la sociedad de consumo y las realidades virtuales. Vivir
peligrosamente es preferible a vivir adocenado y sometido. Solnit lo des-
cubre en su investigación y esa suerte de alegría política sostiene, aun en
la oscuridad, la esperanza.
A modo de conclusión
Junto a la emergencia climática y la escasez energética, la disrupción
tecnológica en curso, sobre todo en el mundo del trabajo, está aceleran-
do la aparición de escenarios inéditos que también exigen enormes trans-
formaciones económicas y sociales. No obstante, lo curioso es que el vie-
jo lenguaje de la revolución ya casi sólo queda para nombrar los avances
tecnológicos o para usos metafóricos. El horizonte de la utopía social que
fue el marco de la política del siglo XX, y que se concentraba en el dile-
ma reforma o revolución que enunció Rosa Luxemburg, se ha apagado.
El dilema entre una transición razonable o un colapso aterrador es el que
se nos impone. La losofía política estándar da cuenta de la degeneración
de la democracia en su forma representativa y señala sus múltiples males,
pero sigue siendo muy minoritaria la preocupación por cualicar demo-
cratizaciones en los planos locales, transnacionales y globales que dialo-
guen con el papel garantista del Estado teniendo a la vista la exigencia de
las transiciones por venir. Las transformaciones, decididas democrática-
mente u obligadas por los poderes fácticos, serán inevitables y destacan el
carácter ejecutivo, e incluso planicador, de la política, su deber de anti-
cipar. De hecho, la gestión y la administración de los bienes comunes y
de los servicios públicos, y su posible democratización se revelan cruciales,
así como un retorno no a una comunidad tradicional, sino a una comuni-
dad política que dé sostén a la cooperación para enfrentar la adversidad y
fundar la resiliencia. No habrá democracia sin ecorresiliencia.
Neoaristotélicos y neohegelianos – voy a utilizar el ejemplo de Char-
les Taylor o de Michael Sandel – han colaborado para revitalizar versiones
de comunitarismo democráticos al hilo de la realidad de las instituciones
modernas del Estado y la sociedad civil, pero quizás necesitemos algo más
que comunidades nacionales que, por otra parte, tienen tendencia al cie-
rre particularista y que son capturadas con facilidad en el esquema ami-
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go-enemigo. El federalismo de eco-comunidades políticas democráticas,
como horizonte, preservaría los logros éticos de la modernidad, incluso
yendo más allá, para completarla al modo de Habermas y Rawls, en el
sentido de la democracia radical y de los principios, contextualizados, de
la justicia, pero la articulación política debería desembarazarse, conscien-
temente, de arquitecturas institucionales que frenan la cooperación y que
son decididamente regresivas. No sólo en el terreno político o social, sino
también en el económico. La economía política debe volver como núcleo
duro que atiende al metabolismo humanidad-naturaleza. Del lado del rea-
lismo, volvemos a topar con el Leviatán corporativo, capaz de poner a su
servicio a la clase política, y con el monstruo del autoritarismo que ve en
el Estado la estructura perfecta para encarnar su poder. Ambos nos preci-
pitan en un callejón sin salida.
¿Habrá lugar para la esperanza? Será difícil sin masivos movimientos
sociales que propicien la transición a un mundo nuevo en el que se pue-
da respirar y vivir con dignidad. Debemos acompañar reexivamente esa
exploración desde una losofía política práctica y ecosocial para respon-
der a la pregunta de Bruno Latour de dónde aterrizar en el Antropoceno.
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... Vivimos tiempos de cambio que requieren el compromiso de la ciudadanía para hacer frente a los múltiples retos que presenta el siglo XXI en materia medioambiental, social, política y económica. Tiempos que exigen valentía y soluciones drásticas para la salvaguarda de bienes comunes como el agua, el aire, la energía, los alimentos o la vivienda (Guerra Palmero, 2024). Esta nueva era demanda creatividad, entusiasmo y resiliencia para construir nuevos conceptos y situarse en un contexto postdesarrollista que reconozca el «fantasma del desarrollo» (Acosta, 2010) o el «maldesarrollo» (Escobar, 2010). ...
Article
Esta investigación propone un mapeo y categorización de la programación radiofónica española vinculada a la Transición Ecosocial (T.E.), entendida como un proceso que da cabida a iniciativas y proyectos de transición hacia sociedades más ecológicas, solidarias, justas, equitativas, inclusivas, diversas y feministas. El marco teórico propone una aproximación a los conceptos de Información-Diagnóstico (I.D.) e Información-Antídoto (I.A.). Esta última forma de comunicación va más allá de la visibilización de los problemas y la búsqueda de causalidades. Propone alternativas y fomenta la participación activa de la audiencia. El análisis pretende poner en valor aquellos programas radiofónicos que ofrecen claves para comprender la importancia de actuar bajo el foco de los beneficios de adoptar la T.E. en su multitud de formas y posibilidades. Mediante el empleo de las metodologías cuantitativa y cualitativa, se analizan 110 programas radiofónicos de 21 emisoras españolas, categorizados según una subdivisión temática. Las hipótesis asumen un compromiso de la radio con la Transición Ecosocial, así como un predominio del abordaje de contenidos más cercanos al diagnóstico que al antídoto. Los resultados confirman los presupuestos de partida y muestran que RNE Radio 5, con 32 programas relacionados con la T.E. (29,1 %), se sitúa a la cabeza de las emisoras comprometidas con temáticas propias de Transición Ecosocial. La categoría Calidad de vida ocupa el mayor espacio programático, frente a la Migración y al colectivo LGBTI+, que acaparan el menor número de programas especializados.
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¿Está la democracia en crisis, sitiada, secuestrada, en retroceso? ¿O está, por el contrario, salvando puntuales achaques, más viva, aceptada y reivindicada que nunca? Cuando se repasan los diagnósticos actuales, suele prevalecer la mirada pesimista; se diría que, ni fría ni caliente, la democracia está a 0 grados. Sin embargo, al mismo tiempo, se muestra sólida como ideal, como idea rectora desde la que avaluar nuestros órdenes políticos. A menudo adjetivada —deliberativa, discursiva, real, monitorizada, etc.—, opera incluso como un patrón normativo desde el que revisar su modelo más institucionalizado, el representativo liberal, y ni siquiera sus más encendidos opositores suelen renunciar al lenguaje de la democracia. Este trabajo colectivo constituye una exploración de esa tensión paradójica entre declive y prestigio simultáneos. Para ello, enmarcamos a nivel teórico y conceptual el debate actual sobre la democracia, y lo analizamos in media res: ¿qué retos expresan los conflictos abiertos y los actores sociopolíticos emergentes, en sus discursos y reivindicaciones, en las señales de alarma que encarnan? Atendiendo especialmente a las demandas de más democracia, y no menos, recorremos ese desafío, teórico y práctico a la vez, en el que tanto nos jugamos. - Autoras y autores participantes: Joaquín Valdivielso, Cristina Lafont, Javier Gil, María Xosé Agra Romero, María Pía Lara, Lourdes Méndez, Saleta de Salvador, Lucrecia Burges Cruz, Maria João Cabrita, Tomeu Sales Gelabert, Andrew Bernstein, Antoni Gomila, Karolina Enquist Källgren, Cristina Moreno Mulet, Margalida Miró Bonet, Asger Sørensen, Pamela Barone, Carme Isern-Mas y Ana Pérez-Manrique.
El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo. Debate
  • Anne Applebaum
Applebaum, Anne. El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo. Debate, 2021.
La pandemia. Un episodio del Antropoceno
  • Hannah Arendt
  • La
  • Antonio Campillo
Arendt, Hannah. La promesa de la política. Barcelona: Paidós, 2008. Campillo, Antonio. "La pandemia. Un episodio del Antropoceno. " Papeles de relaciones ecosociales y cambio global 154 (2021): 23-31.
Chamayou, Grégoire. La sociedad ingobernable. Una genealogía del liberalismo autoritario
  • Ulrich Beck
Beck, Ulrich. La sociedad del riesgo global. Madrid: S. XXI, 2002. Chamayou, Grégoire. La sociedad ingobernable. Una genealogía del liberalismo autoritario. Tres Cantos: Akal, 2022.
Madrid: Trotta, 2022. Gorz, André. El hilo conductor de la ecología
  • Luigi Ferrajoli
  • Tierra Por Una Constitución De La
Ferrajoli, Luigi. Por una constitución de la tierra. Madrid: Trotta, 2022. Gorz, André. El hilo conductor de la ecología. Vilassar de Dalt: Icaria, 2019. Guerra Palmero, María Josè. Breve introducción a la ética ecológica. Madrid: Antonio Machado Libros, 2001.
Madrid: Capitán Swing, 2022. Lafont, Cristina. Democracia sin atajos. Una concepción participativa de la democracia deliberativa
  • Roman Krznaric
  • El
Krznaric, Roman. El buen antepasado. Madrid: Capitán Swing, 2022. Lafont, Cristina. Democracia sin atajos. Una concepción participativa de la democracia deliberativa. Madrid: Trotta, 2021.