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THÉMATA. Revista de Filosofía, Nº49 enero-junio (2014) pp.: 335-336
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THÉMATA. Revista de Filosofía
Nº49, Enero-junio (2014) pp.: 335-336
ISSN: 0212-8365 e-ISSN: 2253-900X
Hijos de Poros y Penía: ¿Cómo podría reformularse
esto hoy día?
Teresa Bejarano
Universidad de Sevilla (España)
Se dice que los clásicos son los autores que son capaces de seguir impac-
tándonos sea cual sea la distancia que separa nuestra época de la de ellos. Por
eso, una armación verdaderamente clásica la podemos seguir reformulando
en cada siglo. A mí siempre me ha parecido admirable aquella frase en que Pla-
tón caracterizaba a los seres humanos como hijos de Poros y Penía, o sea, como
una mezcla única de riqueza y pobreza. Así que a continuación va un esquema
de lo que, si se trabaja mucho en ello, podría llegar a ser una reformulación
actual de la idea de Platón.
Los seres humanos llevan en sí mismos–en el núcleo de la peculiaridad
que los distingue–el germen de lo que es superior a ellos. Así, o aspiramos a
ir más allá de nuestros límites, o perdemos nuestra característica diferencial
humana. Tal intrínseca inestabilidad es nuestro lote. Hoy, sobre el fondo de la
evolución biológica y de los recientes descubrimientos de psicología comparada,
esa idea puede concretarse y alcanzar una mejor fundamentación.
Un primer terreno en que aquella intrínseca inestabilidad se ve bien
es la capacidad de pensar en el pasado y el futuro. Nosotros sólo podemos vi-
vir momento a momento. El pasado no vuelve, y el futuro todavía no está.
Eso es verdad, sí. Pero los seres humanos, a diferencia muy probablemente de
cualquier animal, podemos revivir episodios pasados e imaginar otros futuros.
Podemos incluso pensar en tiempos en los que nosotros mismos no existíamos.
Esto, por supuesto, no es vivir simultáneamente todo; esas nuestras capacida-
des están ciertamente muy lejos de ser una liberación del tiempo. Sin embar-
go, esa capacidad humana nos deja con la miel de la eternidad en los labios,
podríamos decir.
Igualmente pasa con la captación de la interioridad radicalmente aje-
na. En el origen esa captación habría surgido cuando el sujeto le atribuye esta-
dos mentales al individuo que está mirándolo a él, o interactuando con él en ese
mismo momento. Cualquier estado mental que envuelva relación con el sujeto
no podría ser nunca, en ninguna circunstancia, un estado mental propio del
Teresa Bejarano
THÉMATA. Revista de Filosofía, Nº49 enero-junio (2014) pp.: 335-336
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sujeto. Así, no puede haber, por tanto, en el sujeto expectación alguna de ese
estado. Ahora, a diferencia del particular modo de ‘ponerse en los zapatos de
otro’ que es accesible a los chimpancés, el sujeto estaría captando una interiori-
dad radicalmente ajena. Así, en cierto modo el sujeto estaría acercándose a un
conocimiento en el que las diferentes interioridades, la propia y la ajena, son
simultáneamente atendidas. Ciertamente en un conocimiento pleno las dos in-
terioridades serían conocidas y atendidas con la misma profundidad, y eso está
muy lejos de nuestras capacidades. Ciertamente la captación de la interioridad
ajena es esporádica, supercial y débil. Sin embargo, está claro que en este te-
rreno el ser humano ha llegado muy lejos. Pero, lo mismo que antes vimos que
sucede con el conocimiento de los tiempos no vigentes, de nuevo también aquí
notamos que nuestra limitada capacidad, más que para satisfacernos, sirve
para hacernos sentir nuestra pobreza. De nuevo en este aspecto nos quedamos
con la miel en los labios.
¿Y qué hay de la voluntad libre? Por un lado, tenemos la experiencia de
que somos capaces de forzarnos a nosotros mismos a hacer lo que no tenemos
gana de hacer. Pero en vez de sentirnos con una libertad que atraviesa los es-
pacios rauda y poderosa, sólo habría un penoso y articial manejo de los símbo-
los que pueden dirigir nuestra atención a algún aspecto de la realidad más que
a otro. Los signos lingüísticos, mientras por un lado, son un recurso muy barato
que se puede activar con un mínimo y brevísimo impulso, son, por otro lado, ca-
paces de un enorme rendimiento podría. Y así, con el instrumento de los signos
lingüísticos, podemos activar una meta que por sí misma no habría contado con
suciente fuerza biológica para resultar ganadora en la competición entre me-
tas. Somos libres entonces, sí. Pero aquella libertad del espíritu de la que tanto
se habló durante milenios resulta perder a la hora de la verdad todo su sublime
atractivo. La libertad que es posible en el muy particular trozo de materia que
es el cerebro humano pasa por el lento aprendizaje del lenguaje y por la tardía
intrapersonalización de éste, y ha de contentarse con victorias reñidas y por
la mínima diferencia. Nuestro sentimiento de ser libres está tintado desde el
principio por la nostalgia de lo que sería una plena y todopoderosa libertad.
Somos nitos, pero somos capaces de anhelar lo innito. Somos, como
decía Platón, una síntesis de Poros y Penía. Nuestras características humanas
nos impulsan a ser más que humanos.