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De la política como contaminación. Feminismos y militancias de izquierda en los setenta

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Abstract

En el presente artículo analizo la emergencia de las organizaciones feministas más reconocidas de Argentina en la década del setenta, para analizar cómo fueron condicionadas por la política partidaria y el ideario marxista imperante en ese entonces. A partir del rastreo de un suelo común de significación, marcado por el horizonte radicalizado de las izquierdas, procuro señalar su distinción significativa desde una inscripción relacional, diferencial y antagónica. En particular, atiendo al modo en que se erigieron los grupos de «concienciación» como una metodología propia y exclusiva de los feminismos y los efectos del principio de «horizontalidad» en la definición identitaria de la política feminista.
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De la política como contaminación.
Feminismos y militancias de izquierda
en los setenta
The politics as pollution.
Feminisms and left militancies
in the seventies
Natalia Martínez Prado1
Resumen
En el presente artículo analizo la emergencia
de las organizaciones feministas más reco-
nocidas de Argentina en la década del seten-
ta, para analizar cómo fueron condiciona-
das por la política partidaria y el ideario mar-
xista imperante en ese entonces. A partir del
rastreo de un suelo común de significación,
marcado por el horizonte radicalizado de las
izquierdas, procuro señalar su distinción sig-
nificativa desde una inscripción relacional,
diferencial y antagónica. En particular, atien-
do al modo en que se erigieron los grupos
de «concienciación» como una metodolo-
gía propia y exclusiva de los feminismos y
los efectos del principio de «horizontalidad»
en la definición identitaria de la política fe-
minista.
Palabras clave: feminismos, setenta, izquier-
das, concienciación, horizontalidad
Abstract:
In this article I analyse the emergence of the
most recognised feminist organisations in
Argentina in the 1970s, in order to analyse
how they were conditioned by party poli-
tics and the prevailing Marxist ideology of
the time. By tracing a common ground of
significance, shaped by the radicalised hori-
zon represented by the left, I try to point
out their meaningful distinction from a re-
lational, differential and antagonistic inscrip-
tion. In particular, I look at the way in whi-
ch «consciousness-raising» groups were es-
tablished as a methodology unique to femi-
nisms and the effects of the principle of «ho-
rizontality» in the definition of the identity
of feminist politics.
Key words: feminisms, seventies, left, cons-
ciousness-raising, horizontality
1 Lic. en Ciencias Políticas y Administración (Universidad Autónoma de Barcelona). Dra
en Ciencia Política (CEA, UNC). Investigadora Asistente (CONICET). Contacto:
natalia.martinezprado@ffyh.unc.edu.ar
ESTUDIOS - N° 47 - ISSN: 1852-1568 (Enero-Junio 2022) 51-75
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I. Por la liberación de la conciencia
La década del setenta rememora en Argentina un período de pola-
rización y radicalización de los horizontes políticos. No sólo por la pro-
fundidad de los cambios en pugna sino y, sobre todo, por el terreno anta-
gónico en el que se inscribió la proclamación de esos cambios. Desde las
repercusiones de la Revolución Cubana al Mayo Francés, el país fue pau-
latinamente sacudido por enfrentamientos entre las principales luchas
«de liberación» y sus oposiciones reaccionarias. Las movilizaciones del
Cordobazo contra la burocratización de los sindicatos y la pretendida
«Revolución Argentina» de Onganía llegaron a representar algunas de
las dimensiones más visibles de ese momento: la entrada masiva de jó-
venes al mundo de la política, y su articulación con sectores obreros por
la impugnación y transformación de ordenamientos políticos elitistas y
autoritarios.
Como una de las características más notorias de las movilizacio-
nes que emergieron en este período, cabe señalar que, aun cuando en su
mayoría estuvieron motivadas por elementos marxistas, los cuales clara-
mente permeaban el lenguaje político disponible, su énfasis no estuvo
dado en la crítica exclusiva hacia el sistema económico, sino en el cuestio-
namiento de los valores vigentes. Motivada, en gran medida, por las
formulaciones teóricas de la Escuela de Frankfurt, especialmente por la
obra de Herbert Marcuse ([1954] 2009), pero también por la impronta
de la «pedagogía del oprimido» de Paulo Freire, la propuesta de esta
«Nueva Izquierda» fue la constitución de frentes populares que concibie-
ran que «el convencimiento de los oprimidos sobre el deber de luchar
por su liberación no es una donación hecha por el liderazgo revoluciona-
rio sino resultado de su concienciación» (Freire, 2007, p. 44).
En el presente trabajo propongo abordar la incidencia de dicho
terreno en la emergencia del activismo feminista del período –lo que
desde la narrativa dominante suele aglutinarse como «segunda ola»– para
comprender, en términos de Julieta Kirkwood (1986), la configuración
de ciertos nudos de la política feminista: nudos que tensionan a un «femi-
nismo puro» de otro «político»; a la lucha en torno a la clase o el género,
a la representación y la horizontalidad. Para ello, en lo que sigue, analizo
la emergencia de las organizaciones feministas más reconocidas del país
del período –radicadas en la Ciudad de Buenos Aires2– para analizar
2 Realizo el recorte del análisis sobre estas agrupaciones fundamentalmente por su impacto
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cómo fueron condicionadas por la política partidaria y el ideario marxis-
ta vigente. A partir del rastreo de un suelo común de significación, mar-
cado por el horizonte radicalizado de las izquierdas, procuro señalar su
distinción significativa desde una inscripción relacional, diferencial y an-
tagónica. En particular, atiendo al modo en que se erigieron los grupos
de «concienciación» como una metodología propia y exclusiva de los fe-
minismos y los efectos del principio de «horizontalidad» en la definición
identitaria de la política feminista.
Hacia una «Mujer Nueva»
A pesar del contexto político represivo y autoritario que impuso el
gobierno militar de Onganía (1966-1970), ya desde mediados de los
sesenta se produjeron importantes transformaciones en los roles de gé-
nero y la participación política femenina (Feijoó y Nari, 1996; Felitti,
2006). Si bien, desde los cincuenta, sobre todo a partir de la incidencia
del peronismo, la participación política femenina ya venía siendo una
constante, lo particular de este momento histórico fue la amplitud y di-
versidad de su presencia pública (Alzogaray y Noguera, 2010; Ferro,
2005, Ciriza, 2020). Gran parte de esas jóvenes movilizadas optó por
participar en organizaciones peronistas en sus diversas expresiones: en
la Agrupación Evita, la Juventud Universitaria Peronista, o la Juventud Pe-
ronista Femenina; algunas otras, se integraron a organizaciones armadas
clandestinas como FAP, Montoneros y PRT-ERP (Movimiento de Muje-
res Córdoba, 2006; Grammático, 2011; Noguera, 2019; Pasquali, 2016;
2008; Martínez, 2009); y tan sólo una minoría se integró a las filas del
feminismo. Como fuera señalado por Alejandra Ciriza, los feminismos
del período fueron «una preocupación de pocas, de emancipadas, no un
asunto de mujeres de sectores populares, y una cuestión sumamente con-
flictiva para las militantes de izquierda» (Ciriza, 2007, p.29).
La década del setenta vislumbró la renovación del feminismo con
la emergencia de la Unión Feminista Argentina (UFA) y el Movimiento de
Liberación Femenina (MLF) pero, salvo la convergencia del primer colec-
en la configuración de la política feminista del país. Mi interés no es exclusivamente historio-
gráfico, sino, sobre todo, político. Como señalé, pretendo comprender los modos en que
emergieron los nudos de la política feminista, a partir de ciertas narrativas que se hicieron
dominantes en la gramática política de los feminismos argentinos, en los términos de Clare
Hemmings (Hemmings, 2018).
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tivo con la agrupación Nueva Mujer, de inclinación marxista, y Mucha-
cha del Partido Socialista de los Trabajadores, por el contexto de control y
represión que vivía el país, su permanencia fue de corto alcance y la ma-
yoría de sus acciones, puertas hacia adentro.
La Unión Feminista Argentina (UFA) surge a instancias de la ini-
ciativa de María Luisa Bemberg, directora de cine proveniente de una
familia aristocrática, y Gabriela Christeller, condesa italiana ligada a la
Teología de la Liberación, a quien se le reconoció amistad con Simone de
Beauvoir (Vasallo, 2005). Esta adscripción de las fundadoras a sectores
sociales de la elite porteña favoreció –como en otros tiempos– la afilia-
ción de la agrupación feminista a una moda foránea3. A la luz de los
procesos de las revoluciones cubana y china y el fuerte anclaje del ideario
marxista en la mayoría de las agrupaciones políticas movilizadas, inclu-
yendo a la «resistencia peronista», la emergencia de agrupaciones femi-
nistas generó suspicacias y repudios entre los sectores más movilizados
del campo social que no dudaron en tildarlas de «modas importadas del
imperio» o «desviaciones burguesas» (PRT/ERP, citado por Rodríguez
Agüero, 2006, p. 3). Como señalaron Mabel Bellucci y Flavio Rapisardi
(2001), parecía confirmarse que las tesis insurreccionales de los setenta
sólo se centraron en lo que consideraron contradicciones principales de las
sociedades dependientes y las relaciones de género, allí, no cabían.
Pero por fuera de la reticencia que sobre el feminismo manifesta-
ron algunas de las agrupaciones y partidos de izquierda, lo cierto es que,
en consonancia con otras interpretaciones (Vasallo, 2005; Grammático,
2005; Trebisacce, 2010, 2012, 2014, Ciriza, 2018, 2020), existieron com-
plejos vínculos entre las diferentes luchas de liberación; sobre todo, si
entendemos esos vínculos como prácticas significantes en pugna. Cabe
señalar, en particular, cómo algunos de los sentidos que se fueron asig-
nando a la práctica feminista emergieron a partir de un vínculo relacio-
nal, pero, al mismo tiempo, antagónico con las prácticas de un campo
político dominado por los activismos de las izquierdas, la militancia más
radicalizada del período.
La preponderancia del lenguaje de las izquierdas en el terreno de
las militancias se puede reconocer, en principio, por los términos y cate-
gorías utilizados en las declaraciones y folletos de las principales agrupa-
3 Recordemos que en las décadas del treinta y del cuarenta se vinculó a los feminismos con
el comunismo, lo que «profundizó en sectores nacionalistas y católicos la percepción del
feminismo como ideología extranjera, extraña a la esencia nacional, y disolvente del orden
natural-divino, percepción que el peronismo heredaría» (Nari, 2000, p. 214).
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ciones feministas del período, pero también por los proyectos políticos
radicalizados que le daban sustento4. Mientras en uno de sus folletos,
UFA, por ejemplo, señalaba la lucha por los derechos de las mujeres en
términos de una lucha de la «clase-marginada-de-las-clases» (UFA, 1970,
citado por Vasallo, 2005, p. 66), Mirta Henault proclamaba, en el pri-
mer libro editado por Nueva Mujer, que «La liberación de las mujeres
deberá ser encarnada por ellas mismas [y que] La acción revolucionaria
de las mujeres (…) significará (…) la revolución más profunda, auténti-
ca y necesaria para la realización de la especie humana» (Henault, 1972,
p. 40). O, como en el folleto que presento a continuación, sus propósitos
se presentaban dirigidos a la creación de una «conciencia nueva», o hacia
una «Nueva Mujer»:
4 La reproducción de categorías provenientes del ideario de izquierdas es un claro efecto de
la sobredeterminación del modo en que se estructuró simbólicamente el campo social y
político al momento de la emergencia de las agrupaciones referidas. Dentro de este campo,
sin embargo, lo que prima es la heterogeneidad y la polémica. Los sentidos imperantes en las
prácticas de las feministas al interior de UFA y Nueva Mujer, por ejemplo, diferían entre sí.
Mi propósito en este trabajo no es dar cuenta de la singularidad de esos procesos sino señalar
sus condiciones comunes de (im)posibilidad.
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MOVIMIENTO DE EMANCIPACIÓN DE LA MUJER
Después de milenios de dominación masculina, se observa en todo el mun-
do que este estado de opresión está siendo cuestionado por las mujeres mismas, aún
por aquéllas cuya vida personal, aparentemente no ofrece problemas.
La tendenciosa y maliciosa deformación que hacía de una «feminista» una
mujer amargada, solterona, preferentemente «fea», en la actualidad ha sido reempla-
zada por la imagen de «LA MUJER NUEVA». Una mujer mentalmente joven,
vital, lúcida y decidida. Seguramente no todas las mujeres inteligentes son feminis-
tas, pero sí todas las feministas son inteligentes. Es hora de que se las escuche sin el
fácil sarcasmo habitual.
En esta segunda mitad del siglo veinte ya no se dice que la mujer sea «infe-
rior» al varón, se la declara «diferente». Bajo esta diferencia se encubre un tutelaje
que condiciona a la mujer a una situación de dependencia, inferioridad y posterga-
ción inaceptables.
La NUEVA MUJER no admite seguir siendo una «eterna menor de edad»
y dice BASTA A LAS DIFERENCIAS.
*la discriminación sexual y salarial *la marginación política *la patria potes-
tad *la subordinación económica *el embarazo no deseado *una moral diferente
para cada sexo *los quehaceres domésticos no remunerados *la esclavitud de esos
quehaceres no compartidos con el varón sumados a un trabajo fuera del hogar.
Estas son algunas de las más notorias diferencias.
Mientras subsistan es imposible que la mujer se considere y sea considerada
un ser humano completo.
Nos han hecho rivales.
Nosotras nos descubrimos hermanas.
Hacemos un llamado a todas las mujeres sin discriminación social, política,
cultural o generacional para que se solidaricen con este movimiento que tiene como
primer objetivo crear una conciencia NUEVA.
UNIÓN FEMINISTA ARGENTINA
Oliveros 4107(Sin fecha)
Cuadro 1 (Chejter, 1996, p. 14).
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Esta incidencia también se manifestó en las intervenciones del
Movimiento de Liberación Femenina (MLF), fundado en 1972. No sólo
desde su propio nombre; también desde las columnas de «Persona», la
primera revista feminista que lograron publicar (Rodríguez Agüero,
2012). Desde una perspectiva crítica a los sentidos de la feminidad do-
minante de las revistas y publicidades de los medios masivos de comuni-
cación, las feministas del MLF proclamaron desde su primer número, en
la portada, la emergencia de «una nueva mujer. Decidida, estudiosa y
trabajadora, ella avanza hacia el porvenir liberada de tabúes y prejuicios
y con la seguridad de ser una PERSONA» (Movimiento de Liberación
Femenina, 1974, p.1) (énfasis añadido).
Gráfico 1 (Portada del N°1, Año 1, de la Revista Persona, Imagen del Centro de
Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas -CeDInCI).
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También criticaron la «cosificación de la mujer»5 que se venía pro-
duciendo en las sociedades de consumo, la institución del matrimonio
que equiparaba a la «Mujer casada, [con la] propiedad privada»6, así
como la desvalorización del trabajo doméstico, «la otra cara de la organi-
zación capitalista del trabajo» (Oddone, 1974, p. 27).
Ahora bien, a pesar de esta clara incidencia de significantes prove-
nientes de la militancia marxista y socialista –organizadas como frentes
de liberación, por los derechos de las trabajadoras explotadas considera-
das como propiedad privada–, las feministas procuraron establecer un
llamado amplio a todas las mujeres que las identificara en sus problemas
comunes, como una clase, como una hermandad, atravesando lo que las
tornaba diferentes o incluso rivales desde ese lenguaje sesgado por el
marxismo. Por ejemplo, en sus volantes y declaraciones también hicie-
ron énfasis sobre su carácter «policlasista» (Vasallo, 2005, p. 71), trasla-
dando la frontera identitaria instalada por las izquierdas a partir de la
opresión de las mujeres de la clase obrera, hacia una que pretendió uni-
ficarlas en su opresión común, como mujeres a secas (Véase Cuadro 2).
5 Título de una nota de la editorial en Persona, Año 1, N ° 2, pág. 13.
6 Título de una nota de la editorial en Persona, Año 1, N ° 3, pág. 28.
Cuadro 2 (Chejter, 1996, p. 12).
Hermana:
ama de casa
estudiante
obrera
empleada
profesional.
NO ESTÁS SOLA. Tus problemas
no son individuales: son parte
de la opresión de la mujer.
Por una real liberación
Feminismo en marcha
UFA – (Unión Feminista Argentina)
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En este sentido, no son completamente arbitrarias las diferentes
«categorías de mujeres» que la UFA interpeló en sus folletos y declara-
ciones: se sostuvieron sobre sus diferencias de ocupación o posición de
clase, las más visibilizadas por el campo político del momento. Como
estableció una de sus referentes:
El feminismo es, sin duda, una revolución que abarca a la mitad de
la humanidad, sin distinción de condiciones ni de razas: a las mujeres
pobres, negras y blancas, a trabajadoras explotadas, a amas de casas
aprisionadas entre las rejas de la casa soñada, a estudiantes que des-
piertan ante el hecho de que ser atractivas sexualmente no es un
logro culminante, a las militantes que descubren que en el seno de
los movimientos de liberación no son libres (Bemberg, entrevista
realizada en la revista Claudia, julio 1973, citada por Trebisacce,
2010, p. 71) (énfasis agregado).
En el marco de una «segunda ola» del feminismo occidental cauti-
vado por la emergencia de los feminismos radicales estadounidenses, el
llamado que pusieron en marcha las feministas argentinas también asu-
mía la institución de una frontera antagónica hacia el «patriarcado» como
«el poder despótico de todos los varones sobre todas las mujeres» (Véa-
se Cuadro 3). Y en esa demarcación, el patriarcado no sólo venía a reve-
lar la aparente naturaleza interconectada y sistemática de las diferentes
manifestaciones de dominación masculina –entre las que se encontraba
la «fuerza de las leyes»- también posibilitó la emergencia de «la mujer»
frente a la pluralidad de mujeres como el sujeto político del feminismo.
La negación a que «la mujer sea una persona» es la que habilitó la emer-
gencia del feminismo como «la lucha contra el patriarcado» (Véase Cua-
dro 3).
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La «concienciación» y el llamado de género
El carácter abierto y plural del «llamado de género» que ejercieron
las feministas argentinas de los setenta también se puede apreciar en la
modalidad de las convocatorias realizadas para formar parte de sus filas:
el Movimiento de Liberación Femenina convocó a sus simpatizantes a su-
marse a partir de la aparición de su principal referente, María Elena
Oddone, en revistas femeninas de circulación masiva y en televisión. En
el caso de la UFA, además de la mencionada invitación a participar de la
agrupación en volanteadas, sus fundadoras realizaron un llamado a tra-
vés de un aviso en el periódico (Vasallo, 2005). Muchas de sus integran-
¿Ud. Oyó alguna vez hablar de patriarcado?
Es el sistema de dominación más antiguo que existe, ha sobrevivido a todos
los sistemas políticos de todos los tiempos.
El patriarcado es el poder despótico de todos los varones sobre todas las
mujeres.
Está basado en la fuerza física: mujeres golpeadas y violadas.
Y en la fuerza de las leyes: negación de la patria potestad, condena por
aborto, divorcio por mutuo consentimiento, obligación de usar el nombre del
marido, obligación de dar servicios domésticos y sexuales, obligación de vivir don-
de lo determine el marido, prohibición de poner nombre al hijo sin la aprobación
del padre, etc. etc, ...
El patriarcado se opone a:
-que la mujer sea una persona
-que la mujer elija la maternidad o la rechace
-que la mujer tenga puestos de responsabilidad en la sociedad
-que la mujer sea dueña de su cuerpo
-que la mujer elija su destino
EL FEMINISMO ES LA LUCHA CONTRA EL PATRIARCADO
ORGANIZACIÓN FEMINISTA ARGENTINA
Peña 2214 PB «B» TEL: 825-3236 (Sin fecha)
Cuadro 3 (Chejter, 1996, p. 15).
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tes provinieron de esa invitación, logrando que UFA estuviese «(…) in-
tegrada por mujeres de extracciones sociales e ideologías diversas y has-
ta enfrentadas, pero unidas por el mismo pensamiento y el mismo obje-
tivo en cuanto a la liberación del propio sexo» (Bemberg, citada por
Chejter, 1996, p. 10).
Como ya he señalado, la concepción que sostuvo las interpelacio-
nes de estas agrupaciones se nutría del enfoque de los feminismos de la
«segunda ola», sobre todo, de las feministas radicales estadounidenses7.
Según Alice Echols (1989), quien analiza la emergencia y constitución
del feminismo radical en EEUU, la insistencia de ese feminismo en el
género como la «contradicción principal» de las sociedades, devino pre-
cisamente como una respuesta al rechazo de la izquierda de reconocer al
género como una fuente de opresión junto a la clase y la raza. Y como
una manera de reconocer la particularidad de la opresión de género, fue-
ron ellas quienes instituyeron la práctica de los grupos de consciousness-
raising (Rosenthal, 1984). Aun cuando la emergencia de las agrupacio-
nes feministas en nuestro país no estuvo directamente ligada a la deser-
ción de sus activistas de partidos o frentes de izquierda –la mayoría de
sus fundadoras no tenía militancia previa– sus interpelaciones estaban
claramente dirigidas a reconocer la opresión de las mujeres como un eje
prioritario y transversal; y esa interpelación sólo adquiere sentido en el
marco de un campo político estructurado por el privilegio de otras opre-
siones, sobre todo las reconocidas desde la militancia de las izquierdas
argentinas. La negación del reconocimiento de «las mujeres» como un
sujeto político autónomo formó parte de las condiciones de
(im)posibilidad para que emergieran agrupaciones como la UFA, Nueva
Mujer o el MLF, sostenidas exclusivamente sobre el activismo desde y
para las mujeres. En este sentido, coincido con Alejandra Ciriza (2018;
2020) en que los feminismos de los setenta no pueden deslindarse de un
contexto político radicalizado que claramente condicionó su «estructura
del sentir» transgresor, tan propio de feministas y militantes de izquier-
das. Sólo añado que ese condicionamiento no obedece a que «la eviden-
cia muestra que se trataba de militancias y experiencias cuyos límites no
eran tan precisos, incluso cuando hubiese intensos conflictos en las ma-
7 Hubo también una fuerte incidencia de la lectura del Segundo Sexo de Simone de Beauvoir.
Véase Henault, (1972) y Aldaburu, Cano, Rais, Reynoso (1983). Este último libro fue
publicado una década más tarde, pero da cuenta de las lecturas y temáticas presentes en los
grupos de concienciación del período.
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neras de entender la política, las formas organizativas, las formas de
incorporación a la militancia, las lecturas del conflicto social» (Ciriza,
2020, p. 187); sino a un proceso de sobredeterminación que afectó deci-
dida –y no voluntariamente– al devenir singular y colectivo de las agru-
paciones y sus demandas. Y es sobre ese suelo común que se erigen sus
marcadas diferencias: precisamente, «en las maneras de entender la po-
lítica, las formas organizativas, las formas de incorporación a la militan-
cia, las lecturas del conflicto social» (Ciriza, 2020, p. 187).
Y como uno de los principales dispositivos articulatorios de las
experiencias de las mujeres para alcanzar conciencia de género –y para
subordinar sus diferencias– las feministas retomaron los consciousness–
raising de las norteamericanas a partir de lo que tradujeron, según una
activista, como grupos de «concienciación» (Calvera, 1990). Organiza-
das en grupos de 6 a 8 integrantes, bajo una coordinación rotativa «para
que no hubiera ninguna jerarquía», se abordaron temáticas que supues-
tamente atravesaban a todas las mujeres: temas como «dependencia eco-
nómica, inseguridad, maternidad, celos, narcisismo, simulación y sexua-
lidad en todos sus aspectos» (Bemberg, citada por Chejter, 1996, p. 11).
Cada una de las integrantes intentaba contar «su experiencia tratando de
no interpretar ni teorizar» para luego «hallar los componentes en común
(…) sacar conclusiones y escribirlas para comunicarlas a los otros gru-
pos» (Rais, 1996, p. 21). Esta práctica se sostuvo sobre el convencimien-
to que, a partir de atributos esenciales o experiencias comunes de opresión
a las mujeres, se posibilitaba la articulación como hermandad. Esta con-
cepción emergió a partir de la configuración antagónica de una masculi-
nidad heterosexual –igualmente reificada– estructurante de un sistema
patriarcal donde la inserción de las mujeres sólo podía ser operativa en
términos de sujeción.
Es a partir de estos presupuestos que se comprende mejor la emer-
gencia y constitución de ciertas prácticas y metodologías consideradas
propias e identificatorias de los feminismos –como los grupos de con-
cienciación– que se legitimaron por su contraposición al patriarcado y,
de forma extensiva a los mecanismos y organizaciones representativos
del sistema político tradicional. En palabras de una activista de la UFA,
las rondas de concienciación se diferenciaban de las de concientización
provenientes de las izquierdas latinoamericanas porque mientras, en las
primeras, se trataba de una práctica «mayéutica», un «proceso de sacar
de sí, de dar nacimiento a la propia identidad», las segundas eran consi-
deradas como «un movimiento de afuera hacia adentro, de dictar lo que
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la otra debía encontrar en su propio interior», en definitiva, una práctica
«autoritaria» (Calvera, 1990, p. 37).
En este mismo sentido, aunque refiriéndose a la «concientización»
a secas, Mabel Suárez, activista del MLF, añade que, a diferencia de «los
movimientos políticos de avanzada» –cuyos análisis abstractos excluyen
a «los pueblos directamente oprimidos por los mismos que realizan»
esos análisis– el método feminista «no es abstracto. Cada mujer habla de
sí misma, de sus propios sentimientos y experiencias» (Suárez, 1974, p.
38). En estos testimonios se puede apreciar cómo la emergencia de los
grupos de concienciación feministas estuvo mediada por la necesidad de
diferenciarse de esas otras prácticas que dominaban el campo político –y
en la lectura de Calvera, la diferencia se hace presente hasta en el propio
proceso de nominación. Desde su perspectiva, los grupos se caracteriza-
ron por la comunicación de un saber que provenía del propio interior de
las mujeres, de su experiencia inmediata de opresión como mujeres, un
saber que en su inmediatez evadía las relaciones de poder estructurantes
del discurso ajeno.
Los grupos políticos de la izquierda, por el contrario, se definieron
por la identificación mediada por un saber pensado por otros, externo a
la vida de las mujeres y, por ello, impuesto. De esta manera, el «llamado
de género» no sólo se configuró desde su antagonismo radical con la
identificación masculina: a partir de una articulación significativa entre
el patriarcado y sus manifestaciones –entre las que se incluyó a los parti-
dos y movimientos de izquierda– también se fue traduciendo en prácti-
cas políticas diferenciadas de las instituidas exclusivamente por la interpe-
lación de clase.
II. De la política como contaminación
Los lazos que se produjeron entre feminismos e izquierdas no sólo
estuvieron mediados por un campo significativo en común. También se
tradujeron en contactos y prácticas conjuntas. La UFA sostuvo un pro-
yecto editor, constituido en 1971, a partir de la «adhesión» de un grupo
específico que, emulando la aspiración del «Hombre Nuevo» de las Nue-
vas Izquierdas, se llamó Nueva Mujer. La particularidad de esta agrupa-
ción no sólo fue su propósito exclusivamente editorial, sino su confor-
mación con ex militantes del partido Palabra Obrera. Ahora bien, antes
que un horizonte emancipatorio en común, esta militancia previa llegó a
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ser, en palabras de una de sus fundadoras, uno de los principales límites
de su articulación política:
Muchas de sus integrantes no me querían demasiado porque me
veían guerrillera, trotskista. Me miraban mal por sus posturas libera-
les y yo tenía que reunir mucha fuerza para seguir junto a ellas.
Tanto es así que la UFA no le dio ninguna importancia a la salida de
nuestro libro8 (Henault, entrevistada por Bellucci, 2020).
Nueva Mujer no fue la única agrupación con militantes de izquier-
das que la UFA cobijó. Desde 1972, en su local también se reunieron las
activistas del grupo Muchachas conformado por jóvenes del Partido So-
cialista de los Trabajadores (PST), quienes editaron cuatro números de
una revista con el mismo nombre (Trebisacce, 2012, 2013). Muchachas
emergió con fines principalmente editoriales, aunque también terminó
teniendo una activa participación en las volanteadas y acciones promovi-
das por la UFA y el MLF. La vinculación del partido con el ideario femi-
nista, sin embargo, no fue del todo armoniosa. Según Trebisacce (2013),
el hecho de que no pudieran contar con el local del partido para sus
reuniones ni para editar la revista ya era una señal de la ambigüedad con
la que el partido se desenvolvió en relación a las reivindicaciones y el
proyecto emancipador del ideario feminista. Esta situación llegó a con-
dicionar a las activistas involucradas, quienes terminaron por padecer su
«doble militancia»: en vez de tener una posibilidad para vincular y po-
tenciar ambos idearios, fueron juzgadas por falsas lealtades.
Otras de las organizaciones feministas emergidas de estructuras
partidarias de izquierdas fue el Movimiento Feminista Popular (MOFEP).
Este grupo apareció en 1974 con militantes del Frente de Izquierda Popu-
lar (FIP), quienes tuvieron un contacto estrecho con las feministas de la
UFA. A diferencia del PST, las activistas del MOFEP contaron desde un
comienzo con el apoyo partidario y, tras la redacción de un documento
con sus objetivos de adhesión al ideario feminista, éste resultó aprobado
por la conducción e incluido a los programas del partido. Pero a pesar del
concitado sostén, según algunas entrevistas recuperadas por la historio-
8 Se refiere al libro Las mujeres dicen basta (1972) editado por Nueva Mujer. En el libro,
además del ensayo citado de Henault (1972), se halla la traducción de un artículo de la
feminista marxista estadounidense Peggy Morton –»El trabajo de la mujer nunca se termi-
na» y de la feminista marxista argentina radicada en Cuba Isabel Larguía – titulado, «La
mujer».
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grafía citada, las activistas del MOFEP tampoco lograron conciliar los
principios aparentemente contradictorios del feminismo y las estructuras
partidarias y se terminaron alejando del partido. En sus palabras:
El grupo decidió funcionar como un feminismo autogestionario, sin
direcciones ni directivas (…) Rápidamente descubrimos que la au-
sencia de varones en las reuniones era un factor indispensable (…)
Cuando actuábamos en forma mixta, se notaba retraimiento en la
parte femenina y ellos se apoderaban de la palabra (…) Nuestra for-
ma de actuar, sin jerarquías, resultaba atípica dentro de un partido
político. Hasta tal punto que terminó siendo un obstáculo para se-
guir funcionando dentro del mismo (Reynoso, entrevistada por Cano,
1982, p. 89).
Según este relato, las tensiones provinieron de la dificultad de con-
ciliar la horizontalidad del grupo y los mecanismos de representación que
sostienen la estructura jerárquica de cualquier partido. Así, la incorpora-
ción de algunas activistas en cargos directivos, antes que percibirse como
un «logro», se entendió como una actitud «netamente ‘paternalista’» y
negativa para el fortalecimiento del grupo (Reynoso, citada por Cano,
1982, pág. 89). Como dijo una protagonista:
(…) el grupo perdía compañeras pero el partido no ganaba feminis-
tas (…) La compañera que pasaba a integrar los núcleos directivos
quedaba aislada de su fuente. Rápidamente se desestabilizaba y pronto
recuperaba los mecanismos tradicionales, especialmente los manejos
«burocráticos». Por esta razón el partido tampoco ganaba una femi-
nista (…) A medida que avanzábamos en la toma de conciencia
feminista surgían más y más contradicciones. Por ejemplo, el parti-
do esperaba «resultados» en cuanto a la incorporación de nuevas
adherentes (…) éramos objeto de presiones (…) También teníamos
que ventilar en las reuniones partidarias los problemas que las muje-
res exponían (…) En ese caso, nuestras lealtades entraban en conflic-
to y teníamos la impresión de cometer infidencias (Reynoso, citada
por Cano, 1982, p. 89).
Bajo la percepción de estos condicionamientos, gran parte de las
activistas del MOFEP, que desde 1975 pasó a llamarse Centro de Estudios
Sociales de la Mujer Argentina (CESMA), terminaron por abandonar el
partido. Al igual que las feministas de la UFA y el MLF, el ideario femi-
nista fue concebido como una práctica exclusiva y excluyente –por y des-
Natalia Martínez Prado / De la política como contaminación.Feminismos y militancias...
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de las mujeres– y, por ello, debía ser externa a la lógica de la política
partidaria. La subordinación de las diferencias de clase que supuso el
abandono del significante «popular» en el nombre de la agrupación por
el genérico «mujer argentina» da cuenta, asimismo, del fuerte impulso
que la concepción de la opresión común tuvo como estructurante del femi-
nismo argentino del período. Por otro lado, quienes se quedaron en el
CESMA y en el marco del partido, según los testimonios, sólo fueron las
que pudieron conciliar la «doble militancia». Desde su perspectiva:
(…) [la] autonomía teórica y política era juzgada (…) como excesi-
va y contraproducente (…) el feminismo debía conectarse con la
realidad nacional y latinoamericana, insertarse en los problemas de
la sociedad, no aislarse, no encerrarse (Entrevistadas por Nari, 1996,
pp. 16-17).
Ese proyecto, sin embargo, no llegó a materializarse. Como apun-
tó Nari, en la mayoría de los casos, las tensiones por la doble militancia
desembocaron en la deserción de la militancia partidaria o el abandono y
desintegración de los grupos feministas, como ocurrió con la UFA, des-
pués de 1973.
Las Puras
Por lo reseñado hasta el momento, se puede inferir que la convi-
vencia y, en ciertos casos, la articulación del feminismo y las izquierdas
no siempre produjo la oposición y suspicacia sobre la emancipación o
liberación de las mujeres como un proyecto político legítimo. En diver-
sas ocasiones esa articulación se materializó en reivindicaciones y accio-
nes conjuntas, dando cuenta de un «feliz concubinato»9, aunque no por
mucho tiempo.
En el caso de la UFA, fundamentalmente después de 1973, la «do-
ble militancia» emergió como problema y la política partidaria y el puris-
mo feminista se configuraron como identidades paralelas e irreconcilia-
bles. Según testimonios de algunas protagonistas, el clima político des-
atado por las elecciones de marzo de 1973 habría generado dos tipos de
conflictos:
9 En referencia al «matrimonio infeliz» entre feminismo y marxismo señalado oportuna-
mente por Heidi Hartmann (Hartmann, 1979).
ESTUDIOS - N° 47 (Enero-Junio 2022) 51-75
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(…) uno, interno, en las propias mujeres: «nos sentíamos divididas,
tironeadas, entre la lealtad hacia el partido y la lealtad hacia el grupo
de mujeres». Otro, externo, entre las «políticas» y las «feministas».
Para estas últimas, los partidos de izquierda sólo se interesaban por
los «derechos de la mujer» antes de las elecciones. Sospechaban que
muchas de sus militantes eran enviadas a los grupos de conciencia-
ción simplemente para hacer proselitismo. El «feminismo partida-
rio» era visto como «superficial», «subordinado a la lucha de clases».
«Los partidos políticos no cuestionaban la maternidad, el trabajo
doméstico y el matrimonio, pilares básicos del patriarcado. Ellos
hablaban de leyes, igualdad salarial, protección de la maternidad.
Era un feminismo poco profundo» (Nari, 1996, p. 17).
No obstante, también se ha señalado que la crisis ya estaba pre-
sente un año antes, cuando gran parte de las integrantes de UFA se ale-
jaron tras la reticencia a modificar las prioridades tras los acontecimien-
tos que desencadenaron los fusilamientos de Trelew en agosto de 1972
(Grammático, 2005; Vasallo, 2005). En esa ocasión, algunas activistas
no soportaron que se creara la disyuntiva de «continuar con el temario
ya establecido o planear posibles acciones de repudio a la represión del
gobierno» y ocasionaron una fractura en 1973 (Grammático, 2005, pp.
21-22). Por su parte, para quienes permanecieron en la UFA, antes que
un proceso de revisión de sus prioridades, el suceso les confirmó la nece-
sidad de que la agrupación continuara:
(…) pero cerrando el grupo, al fin de evitar embates ajenos a nues-
tras metas. Los objetivos que nos planteamos (…) fueron seguir con
los objetivos de concientización y estudio a fin de profundizar y
decantar la ideología. Decidimos abocarnos a una etapa de trabajo
interno, sin proyección al exterior (…) (Miguelez, citada por Cano,
1982, p. 87) (énfasis agregado).
Por fuera de la singularidad de las discusiones al interior de la
UFA, quiero llamar la atención sobre cómo se fueron haciendo cada vez
más intensas las diferencias entre una y otra manera de hacer política,
posibilitando la emergencia de fronteras identitarias instaladas sobre un
sentido de incompatibilidad entre la militancia política y la política fe-
minista. Las diferencias que, en un comienzo, parecieron haberse erigi-
do entre un llamado de género y otro de clase, se fueron extendiendo
entre una forma feminista y otra política (partidaria) de activismo: la
primera vinculada a una transformación profunda; la segunda, a la aspi-
Natalia Martínez Prado / De la política como contaminación.Feminismos y militancias...
68
ración de modificaciones superficiales. El feminismo, ligado a los pilares
de la opresión femenina; los partidos políticos, a los dictámenes de una
ideología ajena a las metas de las mujeres. En este sentido, la conviven-
cia de feministas y militantes de izquierda y su traducción en acciones
conjuntas no pareció ser parte de un incipiente proceso de articulación.
Desde la perspectiva de algunas, esa experiencia se interpretó como una
infiltración de «partidos políticos deseosos de atraer a las feministas a
sus propias estructuras» (Bemberg, citada por Cano, 1982, p. 86).
Y es en este marco desde donde se fueron instalando fronteras
identitarias de la mano de una figuración de pureza del ideario feminis-
ta. Efectivamente, en ese período se produjo la distinción entre «femi-
nistas puras» –activistas que se identificaban exclusivamente como femi-
nistas– en contraposición a quienes ellas mismas denominaron, por su
militancia política (partidaria), como «políticas». El presupuesto de ese
proceso de (des)identificación fue la noción de «la política» como una
instancia contaminante; contaminación que aparentemente provendría
de los principios fundantes de la política tradicional (patriarcal). La me-
táfora de la política como «contaminación», que se deduce de la «pure-
za» de quienes no participaban de sus estructuras, devendría de la cons-
titución de los partidos políticos como dominios jerárquicos, autorita-
rios y, en definitiva, reproductores del dominio masculino sobre las mu-
jeres. En ese marco, se comprende mejor cómo fue posible que las dife-
rencias políticas –sobre la definición de prioridades, acciones, estrategias
y lecturas del contexto que se visibilizaron en las reuniones de la UFA, y
que en ocasiones articularon a quienes provenían o sostenían militancias
en partidos políticos de izquierda– fueran asociadas a una lógica ajena al
ideario propiamente feminista que pretendió «infiltrarse» y alterar sus
prioridades y modalidades de trabajo.
Orientaciones que marcan: La horizontalidad «a rajatablas»
Sobre la base de una concepción que impugnó la política tradicio-
nal –representativa y partidaria– como parte de un sistema patriarcal de
dominación se fue instalando entre las feministas la idea de que la políti-
ca feminista sólo podía emerger de las mujeres mismas. Influidas por sus
lecturas del feminismo radical estadounidense, pero también del Segun-
do Sexo de Simone de Beauvoir (1949)10, las rondas de concienciación se
10 Dicen Aldaburu, Cano, Rais, Reynoso, (1983, pág. 77): «Descubrí que es cierto lo que
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empeñaron en «relacionar los testimonios personales para extraer una
raíz común, una generalización, para evaluar el grado de opresión de las
pautas culturales internalizadas» (Calvera, 1990, p. 37). En el formato
organizativo, esta concepción se tradujo en «la igualdad participativa [que]
exigía cierta disciplina» (Rais, 1996, p. 23). No sólo era obligatorio que
todas participasen en las rondas grupales, sino también que, para evitar
las instancias de autoridad y jerarquía, procuraron coordinaciones rota-
tivas. De esta manera, la «horizontalidad», como principio regulatorio
de las rondas de concienciación, vino a condensar los sentidos centrales
de su modo de articulación: a partir de lo que tenían en común –la suje-
ción bajo el patriarcado– cada una de las mujeres participantes –irrepre-
sentables en sus experiencias de opresión– se diferenciaban de su lógica
de domino –la jerarquía verticalista y la representación ajena y externa.
Pero, aunque bajo esta modalidad de trabajo los grupos de con-
cienciación se constituyeron –según sus protagonistas– en una de las prác-
ticas más operativas, en términos de reclutamiento y formación de acti-
vistas, también tuvieron claras dificultades y limitaciones. Como apuntó
Nari:
La horizontalidad «a rajatablas» prolongaba las discusiones hasta al-
tas horas de la madrugada («nunca nos poníamos de acuerdo», re-
cuerda una entrevistada), al mismo tiempo que generaba conflictos
entre las mujeres, entre los diversos grupos, puesto que no todas/os
compartían los mismos criterios de liderazgo, coordinación y orga-
nización (Nari, 1996, p. 17).
Calvera, una de las «feministas puras» de la UFA también admitió
que:
(…) el cuestionamiento del poder y el liderazgo nos llevaba a una
horizontalidad que conspiraba contra la toma de decisiones. A fuer-
za de sinceridad, no fueron estos factores menores en la especie de
parálisis que nos sobrevino en nuestra evolución pública (Calvera,
1990, p. 50-51).
dice Simone de Beauvoir: «la mujer se siente inferior porque, de hecho, las exigencias de la
femineidad la empequeñecen» y cuando logramos reconocer este hecho como algo exterior a
nosotras mismas, se despiertan energías dormidas, capacidades desconocidas» (énfasis añadi-
do).
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Por otra parte, el sostenimiento de la horizontalidad como princi-
pio organizativo no pudo evitar la aparición de liderazgos «naturales».
Se reconoció que «causaba internamente un gran malestar» que los me-
dios identificaran a María Luisa Bemberg como directora de UFA (Cal-
vera, 1990, p. 44). Y este malestar también fue visibilizado sobre el per-
sonalismo de María Elena Oddone. Calvera señaló que, en ocasión de una
campaña por la reforma del ejercicio de la patria potestad, las acciones
se interrumpieron «[p]or aspiraciones de liderazgo en un contexto de
absoluta horizontalidad (…) Oddone se aparta de nuestro trabajo con-
junto, obstinado y anónimo, y comienza a desarrollar una acción paralela
(Calvera, 1990, p. 73). Para Oddone, por su parte, «UFA no tenía tras-
cendencia pública», y ella valoraba la posibilidad de ser interpelada por
los medios para comunicar los fines del ideario feminista, ser «escucha-
da por miles de mujeres» (Oddone, 2001, p. 149). En ese sentido, tam-
poco rechazó ser identificada como «líder»:
La identificación del liderazgo con la masculinidad, llevaba a las
feministas a tratar de eliminar el liderazgo en los grupos. Yo no
compartía ese concepto, porque creo que es un producto de la cultu-
ra masculina. En todas las épocas ha habido mujeres líderes.(…) Yo
no negaba mi liderazgo, pero cuando había que hacer un trabajo en
la calle como pegar afiches y repartir volantes yo lo hacía a la par de
mis compañeras. En ese caso había auténtica horizontalidad (Oddo-
ne, 2001, p. 149) (énfasis agregado).
Oddone renegó que las demás feministas confundieran «liderazgo
con autoritarismo» pero no invalidó la legitimidad de una «auténtica
horizontalidad». El ejercicio de esa horizontalidad, sin embargo, estuvo
irremediablemente impedido por los excesos imprevistos del desacuer-
do y los liderazgos naturales. Como lo estableció Jo Freeman, al analizar
el desenvolvimiento de los feminismos norteamericanos de los setenta,
la noción de un grupo sin estructuras se transformó en «una cortina de
humo» que favorecía «a los fuertes o a aquellas personas que pueden
establecer su hegemonía incuestionable sobre los demás», tapando las
estructuras informales que, de hecho, se fueron instituyendo (Freeman,
1972, p. 152). Para Freeman, fue la extensión indiscutida del conscious-
ness-raising, como la práctica feminista por antonomasia, la que dificultó
la proyección de grandes acciones desde el Movimiento de Liberación de
la Mujer de su país.
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Lejos de un interés comparativo, quiero señalar cómo el principio
de horizontalidad, operativo en las prácticas de concienciación, llegó a
constituirse con el tiempo como un distintivo, así como un condicionan-
te, de la política feminista. Por un lado, porque la atención dirigida a los
problemas de las mujeres desde una perspectiva autónoma, «mayéuti-
ca», «intimista» dificultó la apreciación de la incidencia de las circunstan-
cias singulares –locales, nacionales, internacionales– en la constitución
de esos problemas. Por otro lado, porque la horizontalidad «a rajata-
blas» impidió la proyección del activismo de pequeños grupos en un frente
o movimiento de mayor envergadura.
Reflexiones Finales: «ellas son nosotras»11
En un campo político estructurado por la radicalización propia de
las izquierdas marxistas, los feminismos de la década del setenta emer-
gieron en nuestro país con una voz propia y singular, aunque impregna-
da de esos horizontes políticos subversivos de emancipación. La ansiada
pureza de la contaminación de la política no fue posible. Pero no porque
la lucha contra la opresión de clase fuese parte integral, también, de la
lucha de las feministas; tampoco porque la lectura del contexto político
afectara, de todas formas, la definición de sus acciones. Incluso cuando,
de la mano de las rondas de concienciación, estuvieron convencidas que
la otredad femenina al fin se alzaba como novedad impoluta contra lo
instituido, sus prácticas no impidieron la tensión propia de toda política:
aquella que se produce entre las partes y el todo.
La frase: «ellas son nosotras» señala con claridad cómo la práctica
de concienciación, aún con el propósito de erradicar la mediación propia
de toda política en la inmediatez de la experiencia común de opresión, no
hizo más que inscribirla. De otro modo, es cierto: manifestando que las
relaciones de dominación patriarcal tenían un cauce propio de reproduc-
ción y sostenimiento –incluso entre quienes se identificaban como sub-
11 Parte del cierre del Diario Colectivo, libro que fue escrito bajo el principio de horizontali-
dad propio de las rondas de concienciación. El último párrafo completo dice: «Hubo amor
para las otras, las que no estuvieron en el acto mismo de la escritura, porque para ellas
también lo hicimos. En realidad ellas no son otras, ellas son nosotras, porque cada mujer es la
misma mujer. Por eso este libro, para que realmente seamos nosotras y que los otros, ellos,
nos conozcan desde el lugar correcto» (Aldaburu, Cano, Rais, Reynoso, 1983, p. 251)
(énfasis añadido).
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versivos de todo orden– y también al habilitar un cuestionamiento al
mandato verticalista representativo y, de esa manera, posibilitar una es-
cucha –con toda la complejidad y dedicación que ello implica– para to-
mar decisiones de otra forma.
Ahora bien, esa otra política, también hay que advertirlo, no llegó a
cobijar la diferencia al interior del novedoso «nosotras». El «ellas son
nosotras» –y la explicación que le sigue: «porque cada mujer es la misma
mujer»– condensa con claridad que el condicionamiento de los horizon-
tes emancipatorios de las izquierdas en los setenta también significó la
impresión de ese anhelo por la unidad del sujeto revolucionario –que, en
aquél entonces, operó desde la homogeneización. Frente a la negación
de que «la mujer sea una persona», se posibilitó la emergencia de un
feminismo radicalizado–organizado desde y para «la mujer»; sólo que al
precio de renegar de su pluralidad política. El nudo entre «feministas» y
«políticas» será parte, desde entonces, de la política feminista argenti-
na12. Las nuevas condiciones del pluralismo democrático venidero abri-
rán la posibilidad, de todos modos, a una nueva configuración de ese
nudo, atendiendo a la heterogeneidad propia y constitutiva de nuestros
feminismos hasta el presente. Pero ése, es otro contar.
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12 En realidad, es un nudo que, como lo precisó Kirkwood (1986), atravesó a la política
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minaria Editora.
Natalia Martínez Prado / De la política como contaminación.Feminismos y militancias...
... 22) y otros posteriormente: la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas, ratificada por Argentina en 1996 y elevada a rango constitucional en 1997; la Convención sobre Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los Crímenes de Lesa Humanidad, ratificada y elevada con rango características que deben tener los Derechos Humanos: universales, inherentes, inalienables, indivisibles, interdependientes, equitativos y no discriminatorios (ONU, 1948). A su vez analizaremos el uso estratégico del discurso de Derechos Humanos, que, según Sutton y Borland otorgan cinco ventajas: da relevancia a los reclamos en relación al derecho nacional e internacional, facilita alianzas con organismos de Derechos Humanos, permite tanto la amplitud como la especificidad del enfoque, se conecta con un discurso usado extensivamente en Argentina y disputa la legitimidad del contra-movimiento (Sutton y Borland, 2017 apertura, las feministas reconocieron el potencial de la política como fuerza de dominio (Martínez Prado, 2022) y al Estado como un espacio de articulación con las necesidades de las mujeres (Birgin, 1999). Además, tal como veremos a lo largo de este trabajo, el discurso de Derechos Humanos fue utilizado para la argumentación de otros discursos ya que, justamente, "la comprensión de los derechos humanos queda supeditada a la posición y el contexto de quienes participan de este discurso en un ámbito, tiempo y lugar determinados" (Goldmann, 2020:91). ...
... Finalmente, a nivel nacional los feminismos enfrentaban un cambio profundo en torno a su rol en la sociedad y en la realidad política que enfrentaban, y ello fue sumamente importante para la conformación de organizaciones no gubernamentales que luego tomarán un rol activo en la provisión de fondos y el trabajo con mujeres de barrios y sectores populares (Martínez Prado, 2022). Contrario a lo que ocurría a nivel global, en Argentina se dio un gran crecimiento de los movimientos de mujeres a partir 18 Los talleres de conciencia nacieron en los sesenta con la segunda generación del feminismo en Estados Unidos. ...
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This article analyzes the gender dimensions of the Chilean constituent process 2021-2002. Our research seeks to verify whether the findings of the literature in relation to the different aspects of women’s participation in the constituent processes are replicated in this process and, based on the information obtained, to offer a coherent interpretation informed by the theoretical frameworks used in the project. We worked with three hypotheses that were confirmed: The first is that the Convention’s discourse on democracy would replace the traditional representative electoral model and would adopt features of the deliberative, participatory and parity models of democracy. The second is that a conception of substantive equality would prevail. The third is that there would be a shift away from liberal feminism, with radical and intersectional feminist visions gaining prominence, and that feminists would jointly promote a series of proposals, but that on certain issues they would divide for ideological reasons.
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During the years in which the women's liberation movement has been taking shape, a great emphasis has been placed on what are called leaderless, structureless groups as the main form of the movement. The source of this idea was a natural reaction against the overstructured society in which most of us found ourselves, the inevitable control this gave others over our lives, and the continual elitism of the Left and similar groups among those who were supposedly fighting this over-structuredness. The idea of structurelessness, however, has moved from a healthy counter to these tendencies to becoming a goddess in its own right. The idea is as little examined as the term is much used, but it has become an intrinsic and unquestioned part of women's liberation ideology. For the early development of the movement this did not much matter. It early defined its main method as consciousness raising, and the structureless rap group was an excellent means to this end. Its looseness and informality encouraged participation in discussion and the often supportive atmosphere elicited personal insight. If nothing more concrete than personal insight ever resulted from these groups, that did not much matter, because their purpose did not really extend beyond this.
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This paper argues that the relation between marxism and feminism has, in all the forms it has so far taken, been an unequal one. While both marxist method and feminist analysis are necessary to an understanding of capitalist societies, and of the position of women within them, in fact feminism has consistently been subordinated. The paper presents a challenge to both marxist and radical feminist work on the “woman question”, and argues that what it is necessary to analyse is the combination of patriarchy and capitalism. It is a paper which, we hope, should stimulate considerable debate.
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Consciousness raising was developed in the radical feminist wing of the women's liberation movement. It was originally envisioned as a means of creating revolution. The reform wing of the movement took up consciousness raising after 1970 partially in response to grassroots pressure and partially to attract members. As consciousness raising spread, the political content began to disappear. Ultimately, consciousness raising moved into the orbit of the group therapy movement. The transformation of consciousness raising from its revolutionary origins to convergence with group therapies is tied to the history of radical feminism and to a change in its practitioners. The history of consciousness raising reflects not only the power of the therapeutic view, but more significantly, brings into question the value of the process both for the movement and for individuals, as long as political content is left out.
Lo personal y lo político. Mujeres y militancia estudiantil de la nueva izquierda en Córdoba
  • M Alzogaray
  • A L Noguera
Alzogaray, M., y Noguera, A. L. (2010). Lo personal y lo político. Mujeres y militancia estudiantil de la nueva izquierda en Córdoba, 1967-1976", en. In D. G. Andujar, Hilvanando historias: mujeres y política en el pasado reciente latinoamericano (pp. 23-36). Buenos Aires: Luxemburg.