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67 (México 2018/2): 173-201 173
latino mérica
¿Pueblo feminista? Algunas reexiones
en torno al devenir popular
de los feminismos
Feminist people? Some considerations
on the popular development
of feminisms
Natalia Martínez*
Resumen:
En este artículo se analiza y discute desde los presupuestos teóricos de algunos estudios
que sostienen la emergencia de un pueblo feminista, así como los que cuestionan las interpretacio-
nes del populismo como única vía de construcción de un pueblo. Se exponen, asimismo, las movi-
lizaciones de mujeres y feministas devenidas del #NiUnaMenos, y se concluye con una propuesta
de análisis centrada en la práctica política del rechazo y sus efectos políticos de subjetivación.
PalabRas clave:
Pueblo, Populismo, Feminismos.9
abstRact:
The present paper analyses and discusses theoretical assumptions of some studies that
argue the emergence of a feminist people, as well as those that question the interpretations of
populism as the only way to build a people. Making up one of the first interpretations of the mobili-
zations of women and feminists that rose from #NiUnaMenos, it ends up in a proposal of analysis
centered on the political practice of rejection and its subjectivization political effects.
Key woRds:
People, Populism, Feminisms.
Recibido: 6 de abril 2018
Aceptado: 26 de junio 2018
* Instituto de Humanidades-
conicet
/Área Feminismos Género y Sexualidades, Centro
de Investigaciones-Facultad de Filosofía y Humanidades-Universidad Nacional de Cór-
doba (nataliammp@gmail.com).
10.22201/cialc.24486914e.2018.67.57075
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introducción
1
Aun cuando la violencia hacia las mujeres ha sido combatida por
los feminismos latinoamericanos, anual y públicamente, cada
25 de noviembre desde 1981, la demanda se hizo masiva sólo
hace un par de años, tras la emergencia de un desgarrador
grito: “¡Ni una menos!”, difundido a través de las redes sociales. El gri-
to irrumpió por la fuerza del horroroso crimen de Chiara Páez,2 aunque
claramente excedió ese marco. Tras la primera y masiva convocatoria del
3 de junio del 2015, organizada por una plataforma de comunicadorxs,
representantes de la cultura y otros sectores sociales y políticos cercanos
y/o activos de los feminismos, el grito ¡Ni una menos! se ha multiplicado y
extendido, abrazando otros reclamos y fechas históricas de las feminis-
tas y colocándolos, como nunca antes, en el primer plano de las agendas
nacionales, de la región y del mundo. Es en este nuevo marco donde las
luchas y reivindicaciones feministas se entrelazan y resignican, desde
donde asistimos a la redenición y fortalecimiento de un día histórico
para las luchas de mujeres y feministas, como lo es el 8 de marzo. Rebauti-
zado “8
m
”, como en la actualidad se nombran los días que marcan nuestra
historia, el reconocimiento tradicional a las mujeres trabajadoras se procla-
ma, desde el 2016, bajo la modalidad de un “Paro Internacional de Mujeres”
(
pim
) con un acatamiento en más de cincuenta países.3 En este sentido, las
repercusiones del #
num
no sólo han impactado el contexto político y so-
cial de Argentina, sus efectos se vislumbran —siguiendo la metáfora de las
genealogías feministas en el formato de “olas”— como el devenir de una
marea feminista internacional.
El presente artículo emerge de algunas interrogantes que se abren
gracias a este novedoso y potente proceso de extensión del ideario femi-
nista, en particular, atendiendo a las posibilidades y limitaciones de con-
1 El presente trabajo forma parte de una investigación en curso, titulada: “Feminismos
Populares: entre la política de la calle y la política estatal”, nanciada por el
conicet
.
2 Chiara Pérez era una adolescente embarazada de 14 años, quien fue asesinada por su
novio de 16. El crimen fue encubierto por su familia. Véase la nota de Lorena Panzerini 2017.
3 Véase el sitio: parodemujeres.com
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¿Pueblo feMiNista? alguNas reflexioNes
cebir un “pueblo feminista”, bajo ciertas consideraciones generales que
se efectuarán desde el caso de Argentina. Con ese propósito, el recorrido
propuesto se inicia con la reexión sobre el precursor análisis de Graciela
Di Marco, quien avizoró un proceso hegemónico del feminismo popular a
partir de la Campaña por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, en
el marco de los procesos de movilización y organización social acaecidos
después de la crisis del 2001. Considero que la investigación de Di Marco
es provocadora y sugerente no sólo por haber examinado la vinculación
del feminismo con las movilizaciones populares –abordaje que suele ser
muy limitado entre los estudios feministas– sino por comprender esa
vinculación como una articulación populista, constitutiva de un pueblo
feminista, en los términos de la obra de Ernesto Laclau. Con el n de
examinar las posibilidades de extender esta lectura a los procesos actuales
devenidos por el #NiUnaMenos (
num
), en un primer apartado me deten-
go en lo que considero son algunos de los presupuestos que sostuvieron a
la legalización del aborto como una “demanda popular” en la lectura de Di
Marco, en particular, aquellos que anclan la comprensión de “lo popular”
a criterios sociodemográcos, así como “el” feminismo a una perspectiva
epistemológica privilegiada en la denición de los “intereses estratégicos
de género”. En un segundo apartado completo esta tarea, especícamen-
te a partir de las tres precondiciones que Laclau hiciera sobre la emergen-
cia de una identidad populista. Advirtiendo las posibilidades y limitaciones
de una primera lectura respecto de las movilizaciones feministas en estos
términos, termino el análisis con un tercer enfoque inspirado en la obra
de Jacques Rancière.
¿pueblo feminista?
Graciela Di Marco (2011) es una de las pioneras en hacer referencia al
“pueblo feminista” a partir de un análisis de las movilizaciones de mujeres
y feministas desencadenadas tras los sucesos políticos y sociales del 2001
en Argentina. En el marco de la teoría de Ernesto Laclau, la autora anali-
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za la inclusión de algunas demandas feministas en los debates internos
de las asambleas post-2001 —en el movimiento piquetero y en empresas
recuperadas— como un proceso de construcción de un “pueblo feminis-
ta” o, en otras palabras, como un proceso hegemónico de un feminismo
popular. A diferencia de lo que venía sucediendo en los noventa, periodo
en el que desde diversos frentes se procuraba instalar la oposición en-
tre feminismo y crisis social, “con el argumento de que el debate por los
intereses estratégicos de género postergaba o restaba importancia a
los grandes problemas sociales del país” (Di Marco 2011: 270), la autora
entiende que el contexto post-2001, en particular desde el Encuentro Na-
cional de Mujeres (
enm
) de Salta en 2002, hizo visible la participación de
piqueteras, asambleístas, sindicalistas, como nuevas expresiones del acti-
vismo de mujeres que comenzaban a reconocerse desde los feminismos.4
El feminismo popular emerge de este nuevo contexto de la mano de la
articulación entre feministas y mujeres de los sectores populares a partir
de los “tres derechos fundamentales” que, para Di Marco, caracterizan sus
demandas: el trabajo digno, la lucha en contra de la violencia hacia las
mujeres, y la legalización del aborto (Di Marco 2011: 295). Desde su pers-
pectiva, la extensión del ideario feminista entre las “mujeres populares”
se habría producido en torno a la demanda por la legalización del aborto,
como una “demanda popular”, en términos de Laclau. Es decir, a diferen-
cia de las demandas por trabajo digno y en contra de la violencia hacia
las mujeres, que serían “demandas democráticas” –esto es, que pueden
ser atendidas por el sistema institucional del Estado y, de esa manera, ser
desactivadas como un motivo de lucha colectiva– la reivindicación por la
legalización del aborto encarnaría un “signicante de la ciudadanía plena
de las mujeres, del laicismo y el pluralismo”, una demanda que excede su
particularidad y puede sostenerse como un proyecto político antagonis-
ta al seguido por la jerarquía de la Iglesia católica (Di Marco 2011: 296).
Este proyecto habría comenzado a emerger en el
enm
del 2003 en Rosario
4 Di Marco cita, en este sentido, una de las consignas que Liliana Daunes recuperaba
de aquel periodo: “Vamos a hacer la patria socialista, la vamos a hacer piquetera y
feminista” (Di Marco 2011: 270).
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cuando, desde su perspectiva, se produce un punto de inexión: tanto
por la presencia de sectores vinculados a la Iglesia católica, resueltos a
impedir la discusión en torno al aborto, como de los partidos políticos de
izquierda, que pusieron todo el énfasis en las luchas sociales devenidas
de la crisis económica, sin vincularlas a las luchas de las mujeres. Además,
según Di Marco, ése fue un año decisivo porque en ese
enm
“el feminismo,
que en anteriores luchas había basado su accionar en la alianza con las
mujeres políticas […], se articulaba ahora con las mujeres populares” (Di
Marco 2011: 289). Esta situación sería la que habría posibilitado la radicali-
zación de las demandas feministas y la emergencia de un pueblo feminista
en torno a la demanda por la legalización del aborto, como un signicante
vacío que “condensa la lucha por su ciudadanía, esto es, ejercer la libertad
sobre sus propios cuerpos” (Di Marco 2011: 302).
Atendiendo a los procesos que se sucedieron desde que Di Marco
escribiera su libro, en especial las movilizaciones del #Ni una menos y el
reciente “8
m
”, considero que es preciso retomar su análisis y preguntarnos
por las condiciones actuales de ese pueblo feminista. Como un primer
elemento a examinar, propongo la reconsideración de la demanda por el
derecho al aborto como una demanda popular tal y como fuera denida
por Ernesto Laclau (2005). Recordemos que, para el autor, las demandas
populares son las que habilitan la constitución de una subjetividad social
más amplia, que excede a la propia demanda, a través de una articulación
equivalencial entre demandas (Laclau 2005: 99). En otras palabras, una
demanda se hace popular cuando se universaliza y, de ese modo, ya no
sólo representa el sentido particular que la identicaba, sino otras nuevas
que se van encadenando al sentido cada vez más amplio que se inscribe en
su nombre. Esta condición no se encuentra en la propia demanda, porque
no existe una demanda con un “destino maniesto”,5 sino que es un pro-
ceso que se verica en el propio devenir de la demanda, en los procesos
de articulación singulares que se ven posibilitados por su pregnancia, por
la contaminación y sobredeterminación de sentidos que su circulación va
5 “Ninguna demanda social tiene como su ‘destino maniesto’ una forma a priori de
inscripción —todo depende de una lucha hegemónica—” (Laclau 2009: 63).
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habilitando. Si retomamos el análisis de Di Marco, es cierto que la Campa-
ña por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito sigue creciendo y hoy
moviliza a diversos sectores sociales históricamente renuentes a hacerlo.
La campaña ha presentado por séptima vez un proyecto de ley al Congre-
so argentino –que en los días que corren ya cuenta con media sanción
en la Cámara de Diputadxs–, en un marco de creciente apoyo, logrando
instalar la demanda como una de las grandes deudas de la democracia.
Pero, al mismo tiempo, es poco plausible considerar que es una demanda
que se ha universalizado; más bien al contrario, sigue siendo una de las de-
mandas más costosas, en términos políticos, de los feminismos.6 Tan cos-
tosa que no pudo ni erigirse como demanda en la primera movilización
del
num
, fundamentalmente promovida por los feminismos.7 En este mar-
co, la posibilidad de que la demanda por el derecho al aborto fuese con-
siderada en el 2011 como una demanda popular fue quizás el resultado,
no el que Di Marco lo haya vericado en su proceso de articulación, sino
más bien de un presupuesto. El establecimiento de las demandas de “las
mujeres populares” —como trabajo digno, contra la violencia y el derecho
al aborto— y su interpretación distintiva como “demandas democráticas”
(las dos primeras) o “demandas populares” (la última) parece sostenerse
sobre una lectura previa en términos de intereses “prácticos” y “estraté-
gicos”, según la reconocida denición de Maxine Molineaux (1985).8 Esto
6 Véanse los comunicados de la Iglesia católica: https://www.pagina12.com.ar/121593-
nos-duele y de algunas instituciones hospitalarias: https://www.clarin.com/sociedad/
aborto-crece-presion-permita-objecion-conciencia-institucional_0_HJhg_rdbX.html
7 Véase Ni Una Menos, sitio web ocial.
8 En uno de sus primeros trabajos, Molineaux estableció una distinción conceptual
muy inuyente entre los “intereses de las mujeres” y los “intereses de género”. Para
Molineaux, los intereses de las mujeres son múltiples y variados porque están posi-
cionadas socialmente de forma diferencial según su clase, etnia o nacionalidad y ello
deriva, desde su perspectiva, en la imposibilidad de hacer generalizaciones sobre sus
intereses. Es decir, para ella se trata de una imposibilidad epistemológica, no política.
Molineaux no aprecia la politicidad inherente a la denición de los intereses, incluso
cuando advierte que de la imposibilidad epistemológica para hacerlo se deriva una
consecuencia eminentemente política: los intereses de género no son, necesariamen-
te, los intereses “primarios” de las mujeres (Molineau 1985: 231). Atendiendo a esa
consecuencia y admitiendo que el sexo no proporciona una “suciente base para
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es, para Di Marco el derecho al aborto se erige como demanda popular
en tanto siempre fue interés estratégico para las feministas. No así las de-
mandas por el trabajo digno y la lucha en contra de las violencias hacia las
mujeres, que suelen ser sostenidas por los sectores populares y, de este
modo, usualmente leídas como intereses prácticos.
“Mujeres” y “feministas”
o sobre la politicidad de las fronteras
Incluso reconociendo ciertos contornos de la distinción entre el “mo-
vimiento de mujeres” y “las feministas” como una de las primeras dife-
rencias del activismo,9 ésta no llega a establecerse explícitamente hasta
asumir intereses comunes”, opta por realizar una distinción entre los “intereses de las
mujeres” y los “intereses de género”. Los primeros, para identicar los intereses que
las mujeres reclaman “como propios”, aunque no se identiquen “con cuestiones de
género” (1985: 232). Los segundos, como aquellos intereses que “se desarrollan en
virtud de la posición social derivada de los atributos de género” (1985: 232). Y sin lle-
gar a denir cuáles son esas “cuestiones de género” ni sus “atributos”, realiza una se-
gunda distinción en el interior de los intereses de género, entre “intereses prácticos”
e “intereses estratégicos”, como una de las distinciones más polémicas y difundidas
entre los estudios de Género en el Desarrollo (
ged
) (Guzmán, Portocarrero, Vargas
1991; Moser 1995). Los intereses prácticos son intereses inductivos que se basan en
las necesidades y condiciones concretas de las mujeres que surgen de su emplaza-
miento dentro de la división sexual del trabajo. Son intereses que se formulan inme-
diatamente desde ese posicionamiento por las mismas mujeres, sin “intervenciones
externas” (Molineaux 1985: 233). Los estratégicos, en cambio, son derivados de forma
deductiva y aspiran a “transformar las relaciones sociales con el n de potenciar la
posición de las mujeres y conseguir un reposicionamiento más duradero dentro del
ordenamiento de género y la sociedad en general” (Molineaux, 1985: 232). Son los
intereses mediados por una concepción feminista o, en palabras de la autora, los que
se considerarían como “verdaderos intereses” para las feministas (Molineaux 1985:
233). Y aunque esta denición no establece explícitamente que los intereses estraté-
gicos sean sostenidos exclusivamente por las feministas, y los prácticos por el resto de
las organizaciones de mujeres, ésta es la lectura predominante que se produjo en los
estudios sobre la movilización y organización femeninas-feministas en la década de
los ochenta, como es el caso de los análisis de Elizabeth Jelin (1987, 1994).
9 Me reero a las distinciones que fueron habilitando la conguración identitaria de
“las feministas” en relación con otras movilizaciones y activismos “de mujeres no-fe-
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comienzos de la década de los ochenta, con la masiva participación de las
mujeres en los procesos abiertos por las transiciones democráticas de la
región. Una de las referencias más citadas para establecer esa distinción
en aquel periodo es el trabajo anteriormente referenciado de Maxine Mo-
lineaux. Aun cuando el enfoque propuesto por Molineaux aspiraba a una
comprensión de los “intereses femeninos como histórica y culturalmente
constituidos”, incluso “como política y discursivamente construidos” (Mo-
lineaux 2003: 236), la lectura dominante, también habilitada por la propia
autora,10 se sostenía en una distinción previa entre las activistas, denidas
sociológicamente en términos de clase, de sectores sociales: entre las mu-
jeres cuyas necesidades inmediatas les impiden luchar por “su liberación”,
por sus “intereses verdaderos” mediados por el feminismo, y las feminis-
tas, quienes no tienen ese problema. De lo contrario, ¿cómo se llega a la
conclusión de que los intereses devenidos de la división sexual del trabajo
son “prácticos”?, ¿y cómo llegan a denirse los intereses de las feministas
como “estratégicos”? Para Molineaux, la practicidad de los intereses de-
viene de su inmediatez, regida por la premura de quien no puede sino
intentar resolver las necesidades apremiantes de su vida cotidiana y de
su devenir no mediado por una concepción feminista de transformación
y emancipación social. Y aunque ella reconozca y asuma las diferencias
que implican distintas concepciones políticas a la hora de comprender
una práctica como estratégica (reconociendo esas diferencias incluso en
ministas”. Porque, quizás valga la pena remarcar, identicarse como “feminista” siem-
pre implicó la institución de fronteras con otros proyectos políticos disponibles, en-
tre otros, el de anarquistas, peronistas, católicas. Otras veces, esas diferencias fueron
disputadas hacia el interior de lo que se concebía como “verdadero feminismo”. Para
un análisis de la emergencia del “feminismo” como categoría identitaria en Argentina,
véase Martínez 2015.
10 La frase anteriormente citada proviene de un párrafo que dice: “Volviendo por un
momento a mi artículo original [se reere al artículo de 1985], la intención era pro-
blematizar el modo como se formulaban los intereses femeninos, así como la idea
de que el sexo proporcionase suciente base para asumir intereses comunes. Por el
contrario, consideraba los intereses femeninos como histórica y culturalmente cons-
tituidos, un reejo del emplazamiento social especíco y las prioridades de grupos
concretos de mujeres, aunque no reducibles a ellos; también los consideraba como
política y discursivamente construidos (Molineaux 2003: 236). Énfasis agregado.
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el interior de los feminismos), arma que: “en la formulación de intereses
prácticos se asume una conformidad con el ordenamiento de género exis-
tente, mientras que, en el caso de los intereses estratégicos, se cuestionan
explícitamente dicho ordenamiento y la conformidad de algunas mujeres
con él” (Molineaux 1998: 242). En otras palabras, quienes se movilizan
desde sus intereses prácticos (léase, las mujeres de los sectores popula-
res), lo hacen sin mediaciones políticas y son conformistas ante el orden
existente; y quienes lo hacen desde los estratégicos (las feministas), lo
hacen habilitadxs por una mediación feminista y, de ese modo, son crí-
ticxs de ese orden. Pero, ¿por qué no considerar, directamente, que las
mujeres de los sectores populares tengan otros intereses estratégicos?,
¿que se movilizan desde otras mediaciones? Su planteamiento presupone
un feminismo, en singular, como única mediación crítica y emancipatoria
de las mujeres —en términos de comprensión de una realidad objetiva
y la provisión de fundamentos autorizados para sus problemas—, cuyo
conocimiento las habilita a erigir reclamos legítimos de forma exclusiva.
Sin poder llegar a abordar en este análisis los presupuestos epistemo-
lógicos y, agregaría, ontológicos de este tipo de concepciones, tarea que
he emprendido en trabajos anteriores (Martínez 2014),11 quisiera al me-
nos señalar algunos de sus efectos políticos. El principal es la adjudicación
al “feminismo”de un saber privilegiado sobre los intereses de “las muje-
res”; y su corolario, que es la desestimación de cualquier otra concepción
que pretenda hacerlo. El segundo, que se deriva de lo señalado, es que
persiste la referencia “al” feminismo, incluso cuando se habla de “las fe-
ministas” y sus diferentes estrategias, como única concepción a la hora
de erigir demandas o plantear intereses “de género”. Y en este privilegio
subyace la idea de que la denición de esos intereses se puede deducir
de un orden social dado, como “el patriarcado”, sin llegar a atender que
el proceso de denición de esos intereses no está exento de interpreta-
ciones divergentes y disputas políticas, algunas irreconciliables. El tercer
efecto político de este tipo de concepciones es la insistencia en referirse
11 Para un excelente análisis de estos presupuestos en los debates de los feminismos
estadounidenses de la década del ochenta y noventa, véase Linda Zerilli 2008.
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a “las mujeres” como si fuesen un grupo social dado, pre-existente –insis-
tencia que persiste en algunas perspectivas como indispensable a la hora
de congurar las demandas de los feminismos, incluso en términos de un
esencialismo estratégico. Esta asunción es problemática, no porque “las
mujeres” sostengan relaciones sociales, raciales, sexuales y económicas di-
vergentes, sino porque ninguna de esas relaciones implica una denición
de intereses de forma inmediata, es decir, que no está mediada por una
lectura política de esas relaciones.
Una manera de sortear este tipo de presupuestos, y sus efectos, que
la mayoría de las veces se cuela inadvertidamente en los análisis que distin-
guen entre un “movimiento de mujeres” y “las feministas”, es abordando
las demandas desde las condiciones singulares de su emergencia, desde
los lenguajes disponibles con los que se identican y las tradiciones polí-
ticas que las articulan, sean o no feministas. Hay que advertir cómo juega
cada una de esas tradiciones —que pueden ser peronistas, sandinistas,
anarquistas, socialistas, entre tantas otras— como lenguajes políticos di-
símiles a disposición, compitiendo por la articulación de cada una de las
demandas y la inscripción de fronteras entre quienes aspiran representar
y quienes se dirimen a enfrentar. El reconocimiento de esas tradiciones
como un punto de partida, y el carácter eminentemente político (no epis-
témológico, tampoco sociológico) de la denición de sus fronteras, de sus
“intereses estratégicos”, es indispensable para comprender los desafíos
actuales de una eventual “popularización” de los feminismos.
feminismo popular ¿o populista?
En el documento leído en la primera movilización del 3 de junio de 2015,
el lema que históricamente ha denido a los feminismos, “lo personal es
político”, parecía ser el principal argumento para combatir la compren-
sión de los femicidios como un problema de seguridad nacional. Pero ese
punto de partida fue ampliamente excedido, incluso unos meses después
y en fechas que ni siquiera se ajustan al calendario feminista de la región,
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para incluir demandas cada vez más diversas y heterogéneas al propio
legado feminista del país. Como fuera señalado por María Pía López, un
19 de mayo:
[…] el documento leído en la Plaza de Mayo incorporó la cuestión de la
criminalización de la protesta, la situación de las mujeres en las cárceles y
los distintos modos de explotación. Ni una menos toma contenidos he-
terogéneos y plantea nuevos problemas. En cada movilización, asamblea,
documento, acción en las redes, se fue ampliando un modo de armar
que Vivas nos queremos. Vivas, no sólo en términos biológicos. Vivas: li-
bres, autónomas, deseantes, productivas. El movimiento de mujeres crece,
como un río, creando nuevos cauces y caminos (López, s/f).
En el 2016 el
num
, efectivamente, crece e incorpora la demanda por la
legalización del aborto. Al año siguiente, se reinscribe en una fecha históri-
ca como el 8 de marzo, llamando a un excepcional Paro Internacional de
Mujeres, extendiendo las movilizaciones en su nombre a más de cincuen-
ta países en todo el mundo. En el 2018 esta fecha, devenida en “8M”, llegó
a movilizar a medio millón de personas en Argentina. De estos procesos
surgen demandas que exclaman que “no hay
num
sin tierra, trabajo, salud,
educación y vivienda”.12En este sentido, y como señalaba María Pía López,
está claro que el movimiento crece, pero ¿es un “movimiento de mujeres”
lo que crece? Desde el 3 de junio del 2015 a la fecha, el
num
ha excedido la
propia demanda de la que lo vimos emerger. Aun cuando en el primer do-
cumento leído ese día, las demandas no se limitaron a la denuncia sobre
la violencia ejercida sobre las mujeres, poniendo en evidencia la gura del
femicidio, los reclamos que se enmarcan en las movilizaciones convocadas
desde el
num
son cada vez más amplios y heterogéneos. Como llegaron a
señalar en el primer llamamiento al Paro Internacional de Mujeres: “Nos
organizamos en todas partes: en las casas, en las calles, en los trabajos, en
las escuelas, en las ferias, en los barrios. La fuerza de nuestro movimien-
to está en los lazos que creamos entre nosotras. “Nos organizamos para
12 Tomado del folleto: “Todos los días construyendo feminismo popular”, Conuencia
1° de Octubre
mrt, mtk
(Movimiento Tupaj Katari),
mpld
(Movimiento Popular La
Dignidad),
opsa
(Organización Político Social Argentina).
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cambiarlo todo”.13 ¿Cómo podemos comprender esta creciente amplitud
y heterogeneidad propia del
num
?, ¿cuáles son las lógicas de articulación
que dominan en las movilizaciones y prácticas del
num
?
Una manera para comenzar a abordar estas preguntas sería analizan-
do si la misma demanda “Ni Una Menos” se hizo popular, en términos la-
claunianos, habilitando que en su nombre se inscriban nuevas demandas,
cada vez más amplias y heterogéneas. En esta línea, incluso, podríamos
llegar a preguntarnos si la lectura del derecho al aborto como un interés
estratégico de los feminismos no impidió que Di Marco reconociera el
potencial popular de la demanda en contra de la violencia hacia las mu-
jeres, como “la demanda” que habilitaría la conguración de un pueblo
feminista. Pero, ¿es eso lo que está sucediendo?, ¿podemos reconocer una
articulación populista en el
num
? Señalemos brevemente que la denición
de Ernesto Laclau sobre la lógica de articulación populista descansa en
tres precondiciones o dimensiones estructurales:
[…] la unicación de una pluralidad de demandas en una cadena equi-
valencial; la constitución de una frontera interna que divide la sociedad
en dos campos; la consolidación de la cadena equivalencial mediante la
construcción de una identidad popular que es cualitativamente algo más
que la simple suma de lazos equivalenciales (Laclau 2005: 102)
Si atendemos a la primera dimensión, podríamos acordar en que el
propio grito de “¡Ni Una Menos!” posibilitó la articulación de múltiples
demandas en Argentina, desde quienes sostienen que “no hay
num
sin
tierra, trabajo, salud, educación y vivienda” hasta quienes reclaman “Ni Un
Pibe Menos por la Droga”. Pero el proceso de articulación de las deman-
das feministas, tal y como lo vienen reejando las movilizaciones anuales
del 8M, el Paro Internacional de Mujeres, o los Encuentros Nacionales
de Mujeres, claramente excede ese grito. Los reclamos feministas tienen
más de un siglo de historia en Argentina y la heterogeneidad de sus arti-
culaciones es parte constitutiva de esa historia. Lo que sí es novedoso es
13 Tomado del Llamamiento al Paro Internacional de Mujeres (disponible en: https://
www.pagina12.com.ar/23404-el-primero-de-los-dias-por-venir. Énfasis añadido).
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el contexto social de inscripción de esas demandas, notablemente más
sensible a su visibilización y escucha, conmovido por la aberración de los
femicidios como el caso extremo de la violencia patriarcal, aunque esa lec-
tura del contexto tampoco es fortuita, es fruto de la laboriosa articulación
de demandas de las feministas como “demandas en contra de la violencia
hacia las mujeres”, demandas “en contra de la violencia patriarcal”. Por eso
proponemos, como un primer intento de comprender la coyuntura, que
la unicación de demandas logra su equivalencia a partir de una base ne-
gativa en contra del “sistema patriarcal”. Porque tal y como señala Laclau,
la articulación de demandas se produce gracias a una frontera interna que
divide a la sociedad en dos. Son dos aspectos de una misma condición:
las demandas se reagrupan sobre una “base negativa”, en relación con
un poder del que se distinguen y prestan oposición (Laclau 2009: 56-7).
No hay rasgos positivos, subyacentes a las demandas, que posibiliten su
articulación. En otras palabras, no es necesaria la denición de “intereses
estratégicos” para actuar en común: “La equivalencia procede enteramen-
te de la oposición al poder que está más allá de la frontera” (Laclau 2009: 59),
en nuestro caso, del patriarcado.
Ahora bien, si pasamos al tercer rasgo de la articulación populista,
el referente a la representación y a la emergencia del sujeto popular, la
continuidad de este enfoque para comprender las articulaciones de los fe-
minismos actuales se diculta. En un primer momento, nos mantenemos
casi en el mismo lugar del análisis dado que, para Laclau, la representación
del momento equivalencial comienza con la “totalización [mediante la sig-
nicación] del poder que se opone al conjunto de las demandas” (Laclau
2009: 58-9) que, en nuestro caso, ya hemos identicado con el nombre de
patriarcado. Pero el momento representativo no termina allí; prosigue a par-
tir de un proceso de universalización que se hace posible cuando una
demanda particular, sin abandonar su propia particularidad, “comienza a
funcionar además como un signicante que representa la cadena como
totalidad” (Laclau, 2009:59). Ése es el momento hegemónico por excelen-
cia, el que hace posible a la política y al populismo. Y aquí nos topamos
con una primera dicultad o, mejor dicho, con dos. Para Laclau,
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[…] las condiciones de posibilidad de lo político y las condiciones de
posibilidad del populismo son las mismas: ambos presuponen la división
social; en ambos hallamos un demos ambiguo que es, por un lado, un
sector dentro de la comunidad (los desposeídos), y, por el otro, un actor
que se presenta a sí mismo, de modo antagónico, como la totalidad de la
comunidad (Laclau 2009: 69). Énfasis en el original.
La primera dicultad de este planteamiento es que se equipara la
política con el populismo. Mucho se ha discutido sobre las implicancias
de este enfoque;14 aquí sólo señalaré que, si aceptamos esa equiparación
como una de las formulaciones centrales en la obra de Laclau –esto es,
que el populismo no se adscribe a un fenómeno delimitable, sino que res-
ponde “a una lógica social cuyos efectos atraviesan una variedad de fenó-
menos” (Laclau 2005)– el populismo deja de ser una manera posible de
construir lo político para ser la única manera de hacerlo.15 La siguiente di-
cultad con este planteamiento es que, aun cuando podamos advertir en
las movilizaciones colectivas ciertos procesos por los que un signicante
procura representar una cadena de demandas en su totalidad, ello no es
necesariamente equivalente a reconocer que un sector de la comunidad
se presenta a sí mismo como la totalidad de esa comunidad.
Procurando sortear la primera de las dicultades, Gerardo Aboy Car-
lés y Sebastián Barros (2013) proponen distinguir entre “lo popular” y “lo
populista”, otorgándonos otra manera de abordar los procesos sociales
14 Véanse Oliver Marchart 2006; Gerardo Aboy Carlés, Sebastián Barros, Julián Melo
2013.
15 En este sentido Laclau arma que: “la pregunta si un movimiento es o no es populista” es
una pregunta errónea. Lo que se debiera preguntar es: ¿hasta qué punto es populista
un movimiento? Que sería una pregunta idéntica a: ¿hasta qué punto la lógica de la
equivalencia domina su discurso? (Los dos extremos del continuum son: el discurso
institucionalista dominado por una lógica de la pura diferencia y un discurso popu-
lista dominado por el de la equivalencia; en el primer caso no habría política) (68).
Luego prosigue: “Si el populismo consiste en la postulación de una alternativa radical
dentro del espacio comunitario, una elección en la encrucijada de la cual depende el
futuro de una determinada sociedad, ¿no se convierte el populismo en sinónimo de
política? La respuesta sólo puede ser armativa. Populismo signica cuestionar el or-
den institucional mediante la construcción de un pueblo como agente histórico —es
decir, un agente que es otro en relación al orden vigente-—” (Laclau 2009: 68-9).
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por los que ciertos reclamos identican –en ciertos casos, de forma ma-
siva– aunque esa identicación no produzca, necesariamente, una articu-
lación populista. Como un primer desplazamiento en torno a la obra de
Laclau, Aboy Carlés propone hacer una primera denición de las identida-
des populares como:
[…] aquel tipo de solidaridad política que emerge a partir de cierto proce-
so de articulación y homogeneización relativa de sectores que, plantéan-
dose como negativamente privilegiados en alguna dimensión de la vida
comunitaria, constituyen un campo identitario común que se escinde del
acatamiento sin más y la naturalización de un orden vigente (Aboy Carlés
2013: 21).
Es importante advertir que, para nuestro análisis, “lo popular” no
apela a sectores sociales denidos —lo que para Aboy Carlés no es más
que un prejuicio sociológico, sino que se trata de una “gramática de
construcción identitaria” (Aboy Carlés 2013: 21). Su denición tampoco
presupone que los sectores involucrados sean mayoritarios, ni que padez-
can “objetivamente” un daño social, sino solamente que así lo perciban y
que esa percepción los distancie y desidentique del poder que, según
su parecer, lo provocó. Esta oposición es la que habilita la articulación
de solidaridades políticas varias. Ahora bien, en el afán de reconocer lo
que distingue al populismo, Aboy Carlés perla tres formas en las que las
identidades políticas populares pueden llegar a constituirse: como iden-
tidades totales, identidades parciales o identidades con pretensión hege-
mónica.16 Estas últimas, cuyo perl es el que aparenta estar más próximo
a las movilizaciones del
num
, son las que plantean sus demandas en térmi-
nos universalistas y cuyas fronteras identitarias se encuentran en continuo
desplazamiento. La amplia porosidad de sus fronteras es la que habilita la
integración de sus adversarixs en la articulación de demandas, así como
16 Sintetizando los aspectos denitorios de las dos primeras modulaciones, las identida-
des totales son las que expulsan de la comunidad al campo adversario, sin posibilidad
alguna de convivir con las diferencias; y las parciales son las que no aspiran a repre-
sentar la totalidad comunitaria, sino más bien tienden a sostenerse como diferencias
segregadas (Aboy Carlés 2013: 24-33).
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la reconguración de la propia identidad como efecto de esos mismos
procesos articulatorios. Emergente de este marco, la identidad populista
sería la que plantea una manera especíca de gestionar la representación
de la parte y el todo comunitario, un modo “pendular entre la ruptura y
la integración” (Aboy Carlés 2013: 40) que pasa de la representación de la
plebs, como sólo una parte de la comunidad, a la del populus, que ya no es
parte sino el “conjunto de los miembros (sic) de una comunidad” (Aboy
Carlés 2013: 27).
En sintonía con este autor, Sebastián Barros sostiene que la identi-
cación popular tampoco emerge de la articulación con sectores popu-
lares, en términos demográcos o de clase, sino como sede de un con-
icto social, de un momento de impasse político en el que se disputa el
“quiénes pueden participar de aquello que tiene de común la comunidad”
(Barros 2013: 44). Inspirado en la obra de Jacques Rancière, Barros se-
ñala que las demandas populares se sostienen en nombre de un daño y
esperan ser audibles bajo el presupuesto de igualdad entre las partes: hay
un daño que es infringido a una parte de la comunidad, pero cuyo efecto
no la distingue, sino que, por el contrario, la habilita a reclamar ser parte
de esa comunidad. Y al hacerlo, se produce una doble transformación: de
quienes se levantan y subjetivizan en nombre del daño; y de la propia
comunidad, que se conmociona en la escucha de ese grito. De allí devie-
ne la especicidad de la identicación popular: de sus efectos políticos.
Para Barros, quien en este punto sigue la propuesta de Ernesto Laclau, la
emergencia de lo popular divide el campo de representación en dos: entre
quienes ocupan lugares a los que legítimamente no tienen derecho y quie-
nes rechazan dicha ocupación. Pero, a diferencia de Laclau, sostiene que de
esa partición no se desprende necesariamente una articulación populista. La
partición comunitaria, como efecto de la instalación de esa frontera interna
en la comunidad, produce una dislocación que multiplica la emergencia
de demandas sociales y, sobre todo, sus posibilidades de articulación en-
tre sí. Si esas demandas devienen en la emergencia de “un pueblo” o en
cualquier otra cosa, dependerá de la relativa estructuralidad desde la que
emergen; es decir, dependerá de las condiciones materiales, así como de
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los lenguajes y narrativas disponibles. No es una consecuencia directa de
la partición comunitaria. Lo distintivo del populismo es que tras esa divi-
sión se erige “una nueva representación de la comunidad legítima” que
opera de un modo particular sobre la relación entre las partes y el todo,
sobre la base de la partición polarizada de la comunidad (Barros 2013:
54). La articulación populista entre demandas populares se produce por
medio de una nueva representación comunitaria que pone un nombre
al carácter excluyente de ese orden y, de ese modo, crea retroactivamente
a la nueva comunidad legítima.
Si volvemos a nuestro análisis del
num
, se puede reconocer cómo
el mismo grito: “¡Ni Una Menos!” es un grito que interpela no sólo a “las
víctimas” que “objetivamente” padecen la violencia machista, sino que es
un grito que, como Aboy Carlés y Barros señalan, dene a las demandas e
identidades populares y nos solidariza con una verdad que duele. Duele
no exclusivamente porque nos acusa de un daño irreversible —la muerte
injusta y arbitraria de una parte de nuestra comunidad— sino, sobre todo,
porque al admitirla se hace inadmisible la comunidad tal y como la vivi-
mos. El grito “¡Ni Una Menos!” aclama que, aun siendo dañadxs, resistimos
a la naturalización del orden vigente que nos oprime, “el patriarcado”; y al
mismo tiempo, el clamor de “¡Vivas nos queremos!” habilita una posibili-
dad, o mejor aún, instiga la necesidad de una comunidad renovada. Una
comunidad que no sólo incluye a lxs víctimas de la violencia machista, ni
siquiera sólo a lxs feministas. Más bien apunta a mantenerse insistente-
mente abierta a otros daños y reclamos. Pero, ¿se dirige este proceso al
ejercicio de una nueva representación de la comunidad?
Para responder a la pregunta que precede, es necesario abordar la se-
gunda de las dicultades que encontramos en el planteamiento de Laclau.
Es decir, el referente a las implicaciones de comprender el momento he-
gemónico como el de una particularidad que asume la representación de
la cadena de equivalencias como una totalidad, o como aquella que se pre-
senta, siendo la única totalidad legítima de la comunidad. En ambos casos,
una parte se identica hegemónicamente con el todo. El problema devie-
ne no sólo en asimilar esos todos (no es lo mismo la operación de totalizar
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una cadena de equivalencias que totalizar a una comunidad), sino también
en la lógica de unicidad que los presume (esperar que la heterogeneidad
devenga en unidad). Como ha sido señalado por Laclau reiteradamente a
lo largo de su obra, en la base de la articulación hegemónica se asienta un
signicante tendencialmente vacío que asume la representación universal.
Cuánto más extensa sea la cadena equivalencial de demandas, más vacío
de sentidos denidos deberá estar ese signicante. De hecho, para Laclau,
es ese vaciamiento o “pobreza” de los símbolos populistas el que le otorga
su ecacia política, el que posibilita “la homogeneidad equivalencial a una
realidad altamente heterogénea” (Laclau 2009: 60), la expresión al mínimo
de su contenido particular. Si atendemos al proceso de movilización y ex-
tensión del ideario feminista en las movilizaciones y múltiples asambleas
que se organizan en torno al “Ni Una Menos”, podríamos llegar a acordar que
la propia demanda que se erige en el grito “¡Ni Una Menos!”, o el de “¡Vi-
vas Nos Queremos!”, aspira a representar una multiplicidad de demandas
que se erigen en nombre de las “mujeres, lesbianas, trans y travestis”.17
De hecho, en ambos casos se trata de demandas cuyos signicantes son
lo sucientemente vagos como para alojar en su seno una amplia diver-
sidad de demandas particulares. Otro asunto sería, sin embargo, acordar
que esa lógica de articulación de demandas implica que los colectivos de
mujeres y feministas se presentan a sí mismos como la totalidad de la co-
munidad o, incluso, como la totalidad de los “feminismos”. Las asambleas,
colectivos y eventos que se erigen en nombre del “Ni Una Menos” no sólo
son instancias de organización autónomas muy disímiles entre sí —que
suelen agruparse a nivel de ciudades y/o provincias— sino que además
son ampliamente excedidas por las lógicas de articulación y movilización
que se producen en torno al Paro Internacional de Mujeres, la Campaña
por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, o los Encuentros nacio-
nales de mujeres, por sólo nombrar algunos de los procesos de organiza-
ción y encuentros colectivos más reconocidos. Se trata de un complejo
17 Como fue consensuada la convocatoria en las asambleas del último 8
m
. Véase http://
www.resumenlatinoamericano.org/2018/03/09/8m-argentina-un-documento-que-re-
pasa-la-crueldad-del-patriarcado-fotos/
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entramado de movilización colectiva que a veces se intenta englobar bajo
la categoría de “movimiento amplio de mujeres y feministas”, aunque esa
operación sea cada vez más dicultosa, dada la heterogeneidad creciente
del movimiento, donde no sólo concurren mujeres (cis) con identidades
partidarias, sindicalistas, obreras, así como tampoco “feministas” a secas,
sino colectivas y agrupaciones que se reconocen como feminismos “les-
bianos”, “travestis”,
lgtttbi
, “socialistas”, “anticapitalistas”, “académicos”,
“populares”, “comunitarios”… Podemos acordar, entonces, que los femi-
nismos generan en la actualidad una identicación popular, en términos
de Sebastián Barros; incluso, también tienen pretensiones hegemónicas,
desde el enfoque de Aboy Carlés. Lo que aún requiere mayor reexión es
la preeminencia de una articulación populista sostenida sobre una lógica
de representación del todo, tanto signicante como comunitaria; o, en
otras palabras, la condición de privilegio de una lógica de unidad sobre la
heterogeneidad en la que descansa todo proceso hegemónico.
Porque, ¿es posible pensar un proceso hegemónico que escape a la
pretensión de totalidad, que no implique la institución comunitaria en
términos de la denición de una frontera identitaria? Una de las caracte-
rísticas centrales en la distinción que realizan Aboy Carlés y Barros entre
las identidades populares, por un lado, y las populistas, por el otro, es
precisamente el tipo de tensión que se establece entre las partes y el todo.
Aboy Carlés sostiene que uno de los errores principales en asimilar las
identidades populares con las populistas fue “proyectar en toda articula-
ción de solidaridades populares la matriz jacobina de construcción de un
pueblo” (Aboy Carlés 2013: 31). Por eso distingue las identidades populis-
tas como “un tipo particular” de las identidades con pretensión hegemó-
nica, identidades que, aun pretendiendo cubrir al conjunto comunitario,
no llegan a hacerlo del todo; sino que están siempre yendo y viniendo en
un proceso de “asimilación mediante desplazamientos moleculares que
suponen tanto la negociación de su propia identidad como la conversión
de los adversarios a la nueva fe” (Aboy Carlés 2013: 34). A diferencia de las
identidades populistas, que tienden a la polarización con sus adversarios
y, en ese sentido, son “movimientos de fuerte homogeneización política”
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(Aboy Carlés 2013: 40), las fronteras identitarias de las identidades con
pretensión hegemónica son porosas, tomando “la forma de manchas, con
variados espacios de superposición con otras identidades adversarias”
(Aboy Carlés 2013: 36). En este mismo sentido se dirige la lectura de
Sebastián Barros, quien advierte que “la tensión entre parte y todo no
puede caracterizar al populismo”, porque esa tensión es propia de todo
discurso político (Barros 2013: 57), pues existen modos especícos en
los que esa tensión se resuelve en la articulación populista. Esta moda-
lidad especíca implica una nueva representación de la comunidad que,
además de operar entre la parte y el todo, se orienta sobre su partición
polarizada, totalizándola. Es decir, la articulación populista le otorga un
nombre a la multiplicidad de identicaciones populares y, de ese modo,
reclama “para sí la representación del todo comunitario”, “apropiándose
del todo” (Barros 2013: 57).
Si retomamos nuestra indagación acerca de un eventual devenir po-
pulista de los feminismos en las movilizaciones del #NiUnaMenos, es di-
fícil reconocer en el seno de sus articulaciones una pretensión totalizante.
Aunque se podría reconocer en la multiplicación de “feminismos” (popu-
lares, comunitarios, sindicales, estudiantiles, etc.), la operación de nomi-
nación propia del populismo, otorgando un nuevo nombre a la representa-
ción comunitaria, esa operación dista de ser totalizadora. La extensión del
feminismo como nombre parece ser, al mismo tiempo, la multiplicación
de “feminismos” (populares, comunitarios, sindicales, liberales, transfe-
minismos…), como un proceso de mutua imbricación y contaminación
de sentidos, de acuerdo con Aboy Carlés quien reconoce a las identidades
con pretensión hegemónica: un proceso que, aun cuando en ocasiones
pueda congurar una pintura uniforme —pensemos en la marea de pa-
ñuelos verdes frente al Congreso apoyando la legalización del aborto—,
su condición más estable es la de manchas identitarias entre identidades
adversarias superpuestas (pensemos en las alianzas que dieron la media
sanción al proyecto de legalización del aborto en la Cámara de Diputadxs).
En este sentido, las líneas de indagación que quizás debamos ampliar son
las que nos posibiliten comprender los procesos hegemónicos, no tanto
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desde su dimensión de cierre, de delimitación de fronteras identitarias
bajo la pretensión de totalizar la plenitud ausente de la comunidad (como
la articulación populista), sino desde su conguración equivalencial, lo que
el propio Laclau reconoció como distintivo de la conguración mítica en
Sorel; es decir, desde los efectos de movilización y multiplicación de luchas
que se unican —de maneras más o menos estables— en su nombre.18
18 Recordemos que Laclau analiza la concepción del mito en la obra de Georges Sorel
como un modo de conrmar la conguración equivalencial en todo proceso ideo-
lógico, y se detiene en lo que considera las tres contraposiciones básicas de su pen-
samiento: fuerza/violencia, utopía/mito, huelga política general/huelga proletaria
general. En cada caso, establece que lo importante es notar cómo el segundo de
los términos diere del primero “en razón del carácter equivalencial que sus com-
ponentes establecen entre sí” (Laclau 2002: 48). Así, a diferencia de la utopía como
“construcción intelectual […] de una sociedad enteramente realizada”, el mito “es
un conjunto de imágenes equivalentes, capaces de galvanizar el imaginario de las ma-
sas y lanzarlas a la acción colectiva” (Laclau 2002: 49). Ello se debe a que “los conteni-
dos particulares del mito son sustituibles el uno por el otro [y es por esto que deben
ser aprehendidos como conjunto] en la medida en que todos ellos simbolizan una
plenitud ausente, y su ecacia debe ser medida por la movilización que se deriva de
sus efectos equivalenciales, no por el éxito de sus contenidos literales diferenciados”
(2002: 50). Es en este sentido que considera a la huelga proletaria como un mito: “ella
no es un evento real separado de las huelgas políticas reales, sino una dimensión que
unica, de modo equivalencial, a una variedad de luchas y acciones durante un largo
periodo histórico. Que un hecho concreto pertenezca a la acción política o a la acción
proletaria es algo que es, en última instancia, indecidible, y que está siempre abierto
a una pluralidad de lecturas e intervenciones estratégico-discursivas […] mientras
en el caso de la huelga política la lucha se agota enteramente cuando su objetivo ha
sido alcanzado, en la huelga proletaria cada enfrentamiento parcial es el pretexto para
mantener vivo y entrenar al proletariado como agente revolucionario. En el caso del
segundo término de cada una de las distinciones, lo particular es el medio de repre-
sentación de algo que lo trasciende” (2002: 52). En nuestro caso, la dimensión mítica
del feminismo es lo que posibilita que sus luchas disímiles se presenten de un modo
equivalente (“No hay Ni Una Menos sin Aborto Legal”, “No hay Ni Una Menos sin
techo, salud, vivienda”, etc.), y lo que mantiene siempre movilizados a sus sectores.
Siempre hay un “horizonte feminista” al que llegar, más allá de los éxitos parciales
que se vayan alcanzando. Y cada vez son más los hechos que se leen como parte de la
“revolución” en ciernes (Peker 2017). Una lectura que no sólo apunta a un “porvenir”
feminista, sino que revisa su propio pasado. Para una lectura en esta línea véanse
Macón, Solana 2015.
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el (des)orden del feminismo
(…) armamos el derecho a decir NO frente aquello
que no se desea: una pareja, un embarazo, un acto sexual,
un modo de vida preestablecido. Armamos
el derecho a decir No a los mandatos sociales de sumisión y obediencia.
#Ni Una Menos. Del Documento leído
en la Plaza de los Dos Congresos, 3/06/2015
Uno de los sentidos más insistentes de las movilizaciones que emergieron
tras el grito de “Ni Una Menos” es el de la negación, el rechazo: el sentido
del “Ni” que se actualiza en la historia de los feminismos latinoamericanos
al de “ni una más” mexicano, que ahora llega a reformularse en las calles
por un extendido: “ni por estudiante, ni por mapuche, ni por mujer”, o
el propio reclamo del epígrafe sobre “el derecho a decir
no
frente aquello
que no se desea”, son algunas de las maneras que circularon y circulan en
las convocatorias del
num
y que cada vez que se pronuncian, se gritan, pro-
mulgan un rechazo, marcan un límite. Este límite no se señala desde un
afuera invulnerable, desafectado por los vínculos opresivos que denuncia;
emerge desde las propias garras del poder que asesina y de la mano de
una tradición política singular: el feminismo. Es un límite que, asumiendo
lo personal de lo político y lo político de lo personal, se organiza en colec-
tivo y se grita en la intimidad singular de su modus operandi.
El enfoque populista de la política, en los términos generales plan-
teados en la obra de Ernesto Laclau, es muy insistente en señalar cómo
toda demanda aparece internamente dividida: por un lado, desde su con-
tenido particular, su especicidad; por el otro, desde el rechazo al poder
contra el cual esa demanda se formula. Las demandas pueden ser muy
diferentes y distanciadas entre sí, pero es su común rechazo a un poder
al que se oponen desde donde todas son equivalentes. Propongo en este
apartado partir desde este aspecto, el del común rechazo de las deman-
das, aunque no para corroborar la preeminencia de una eventual lógica
articulatoria populista, sino para comprender esas articulaciones desde
sus efectos de subjetivación, efectos que se explicitan en la propia formu-
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lación singular de un “no”, “así no”, “ya no”. Lo que propongo es atender
a la negatividad del reclamo, no en términos de demanda insatisfecha, ne-
gatividad concebida como falta o plenitud ausente de la comunidad, sino
atendiendo a la negación como práctica política, como una armación
sobre lo que no se desea. Desde esta perspectiva, atenderíamos el rechazo
como una lógica que, no sólo eventualmente unica, o que puede llegar a
hacerlo, sino como aquella que inaugura un proceso de des-sujeción, de
desidenticación —en términos rancerianos— con el potencial de alterar
el reparto del orden de lo sensible y las condiciones de posibilidad del ser.
Esta recuperación de la obra de Rancière nos posibilita comprender
las movilizaciones del
num
como esa irrupción de lxs que no tienen parte
y que, de ese modo, desordenan el orden policial, “natural”, que les ha-
bía sido asignado. Quienes irrumpen —en nuestro caso, la irrupción se
hizo más mediáticamente visible en nombre del daño ejercido sobre las
mujeres cis, heterosexuales— provocan una distorsión en el orden insti-
tuido y, de esa forma, habilitan nuevos modos de subjetivación política.
Para Rancière, esta subjetivación se hace posible previa desidenticación
—como “arrancamiento a la naturalidad de un lugar”— y “produce una
multiplicidad que no estaba dada en la constitución policial de la comuni-
dad, una multiplicidad cuya cuenta se postula como contradictoria con la
lógica policial” (Rancière 2007: 53). Una de las referencias más comunes
de esa multiplicidad, a la que alude el autor francés, es el propio “pueblo”.
Aunque aquí hay una gran diferencia con la noción de “pueblo” —y la
lógica populista— de Ernesto Laclau. El nombre del “pueblo” en Rancière,
antes que una convocatoria a la unidad equivalencial de sus diferencias,
insta a la desunión de la comunidad consigo misma. “El pueblo, al mismo
tiempo, siempre es más o menos que sí mismo” porque ofrece su nombre
a cualquiera que requiera la inscripción de su daño, un daño ejercido por
la misma comunidad a quien se lo grita (Rancière 2007: 24).19 En nuestro
análisis, el proceso que viene habilitando la multiplicación de los reclamos
bajo el
num
hace cada vez más audibles y visibles no sólo los reclamos de las
19 Para un análisis de otras diferencias en la noción de pueblo en Laclau y Rancière,
véase Federico Galende 2016.
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mujeres cis heterosexuales, sino también los que se producen en nombre
del colectivo trans, lesbianas, estudiantes, trabajadorxs precarizadxs, traba-
jadorxs sexuales, desaparecidxs por trata, mapuches… Por ello, quizás, se
pueda entender como un proceso de subjetivación política a la ranceriana, in-
cluso uno que aluda, desde esta perspectiva, a la conguración de un pueblo.
La dicultad deviene, sin embargo, si desde esta perspectiva procu-
ramos analizar las implicaciones o efectos políticos de esa misma subjeti-
vación, así como sus límites. Es decir, si movemos el foco de nuestra aten-
ción desde el momento dislocatorio de la distorsión (tort), a la potencia
subjetiva que se inaugura. Porque incluso cuando la fuerza distorsiva se
sostenga en cada encuentro o movilización del
num
, habilitando el grito
de nuevos daños (tort) y desidenticaciones, aun cuando la gramática y la
práctica de la negación mantenga su potencia de transformación, en tanto
desobediencia y desapego de las relaciones de poder que imperan, resta
reconocer los horizontes políticos que cada una de esas subjetivaciones
políticas abren (o cierran). En otras palabras, además de la multiplicidad
de diferencias que la desidenticación anuncia, quedan por reconocer los
universales por cuya proclamación se promete un nuevo ordenamiento
policial, más justo. Y aquí no me reero al gesto que, en palabras de Zizek,
“se activa cuando una demanda particular representa el gesto universal de
rechazar el poder que sea” (Zizek 2016: 263).20 Gesto que podría sinteti-
zarse en la proclama: “Si nos tocan a una, nos tocan a todas” o, mejor aún,
en la que advierte: “Nos organizamos para cambiarlo todo”.21 Me reero
más bien a reconocer cuál es el potencial que se abre desde cada una de
las subjetivaciones políticas emergentes en la conguración de un nue-
vo orden policial de los cuerpos; es decir, su potencialidad para habilitar
otros lugares y modalidades donde ubicarnos, otros modos del hacer, del
ser y del decir. Porque la gestualidad del rechazo a que “nos toquen” no
20 En este sentido, para Rancière habría un solo universal en la política, un “universal
polémico”, que es la igualdad que se asume en la gura de la distorsión. Rancière
2007: 56.
21 Proclama establecida en la convocatoria en Argentina al Paro Internacional de Muje-
res el 8 de marzo del 2017. Véase https://www.pagina12.com.ar/23404-el-primero-de-
los-dias-por-venir
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implica lo mismo para “todxs”, como tampoco la organización colectiva
apunta a transformar lo mismo. Se hace necesario analizar, en cada caso,
las supercies de inscripción desde donde “todxs” nos movilizamos y or-
ganizamos, así como los horizontes singulares de transformación al que
apuntamos. Y para abordar este problema, la formulación que Rancière
hiciera sobre el pueblo –ligada a la subversión del orden instituido, más
que a su conguración– quizás no sea la más adecuada. Si quisiéramos
proseguir con Rancière, la noción que se corresponde mejor a las pregun-
tas que quisiera abordar es la de “policía”. Recordemos que esta categoría
se reere a una lógica que ordena los cuerpos en el espacio, deniendo
[…] las divisiones entre los modos del hacer, los modos del ser y los mo-
dos del decir, que hace que tales cuerpos sean asignados por su nombre a
tal lugar y a tal tarea; es un orden de lo visible y lo decible que hace que tal
actividad sea visible y que tal otra no lo sea, que tal palabra sea entendida
como perteneciente al discurso y tal otra al ruido (Rancière 2007: 45).
Desde esta perspectiva, ¿cuáles serían los ordenamientos de los
cuerpos que se ponen a disposición en las movilizaciones del
num
? ¿qué
actividades se visibilizan?, ¿qué voces se escuchan?, ¿qué otros lugares se
ocupan? Aunque aún no es el momento para responder a estas preguntas,
que apenas ahora es posible formular, espero con este artículo posibilitar
un primer paso desde el cual comenzar.
reflexiones finales: feminismo:
¿qué nos dice el nombre?
De una manera sorprendente –y emocionante para quienes nos inscri-
bimos en esta corriente– el feminismo se hizo masivo. Es como si ya no
fuera posible detener el ujo de sus olas, que desde hace casi tres siglos se
vienen produciendo, y, de hecho, estuviésemos en medio de una marea
feminista. Tal y como señalaba una periodista recientemente, tratando de
comprender este fenómeno:
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[…] hasta hace apenas unos años, ser feminista era efectivamente una
militancia y, para el lugar común, la idea o la representación de una mu-
jer feminista recorría el arco que iba desde la demente que odiaba a los
hombres y gritaba consignas contra el patriarcado hasta descalicaciones
y groserías de todo orden vinculadas a sus supuestas elecciones sexuales.
Mamá no podía ser feminista; la abuela tampoco. Las fotos de estos días
nos deja a todos en claro que esa condición mutó (Pomeraniec 2018).
Sí, está claro, la representación del feminismo cambió. Ya no sólo
representa a fanáticas y lesbianas, hoy también representa a madres y
abuelas, trabajadoras sindicales y amas de casa; también a homosexuales,
travestis y padres de familia. ¿Signica esto que hay un pueblo feminista?
Como he tratado de señalar a lo largo de este artículo, nuestra respues-
ta dependerá de lo que concibamos como propio y denitorio de ese
pueblo. En principio, considero que esta posibilidad es plausible sólo si
descartamos, como una condición instituyente y necesaria, la pretensión
de mitigar su heterogeneidad. El feminismo es hoy una identidad popular,
o más precisamente, posibilita una identicación popular que excede la
singularidad de sus reclamos y se universaliza; es decir, tiene pretensiones
hegemónicas. No representa una demanda especíca, como pueden lle-
gar a ser el derecho al aborto legal, seguro y gratuito o una vida sin violen-
cia. Es una identicación que continuamente está añadiendo demandas
diferentes, que se encadenan a un sentido cada vez más amplio que se
inscribe en su nombre. Por eso “feministxs”, hoy, podemos ser todxs.
Ahora bien, ¿qué sentido tiene hoy nombrarse como “feminista”? Es
decir, ¿qué sentidos se instalan al nombrarnos como feministas y cuáles se
excluyen? Porque, que todxs podamos identicarnos como feministas, no
implica que signique lo mismo para todxs. Como también he procurado
exponer en este artículo, abordar estas preguntas requiere, en primer lu-
gar, relegar las perspectivas que tienden a privilegiar una epistemología
feminista, es decir, aquellas que conciben un modo preestablecido de de-
nir los “intereses estratégicos de género”. Estas preguntas sólo se pue-
den responder de un modo situado, a partir de un análisis de las narrativas
que circulan y desde donde se inscribe un nombre como el de “feminista”.
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Sólo desde una aproximación semejante podremos delimitar esos lengua-
jes y reconocer sus fronteras, saber qué está diciendo quien se nombra
como “feminista”.
En segundo lugar, reconocer estos sentidos también requerirá un
desplazamiento de las lógicas totalizadoras que interceden en la construc-
ción política de un pueblo, al menos desde una perspectiva que concibe la
construcción del campo popular íntimamente vinculada a la lógica popu-
lista. La potencia analítica de semejante enfoque radica en atender la arti-
culación de los feminismos por la delimitación de sus fronteras, por lo que
rechaza, y no por los intereses estratégicos que eventualmente dena.
En este sentido, es de suma importancia reconocer lo que el feminismo
combate, lo que apunta como un límite, de lo que aspira a des-identi-
carse; aunque eso no alcance para comprender lo que signica. Que “el
patriarcado” y sus relaciones de opresión sean lo que marca las fronteras
del feminismo, como una fuerza antagonista, no es suciente para iden-
ticar los sentidos que el feminismo abraza. Es un comienzo ineludible;
de hecho, es lo que habilita la emergencia del feminismo, lo que les da
sentido y fuerza a sus demandas y articulaciones. Pero no es lo que dene
los horizontes de lo que su nombre aclama. Reconocer estos horizontes
nos obliga a atender también los procesos de subjetivación política que
la desidenticación habilita, el nuevo ordenamiento de los cuerpos para
hacer, ser y decir. Y éste es un proceso apenas emergente. Comprender el
devenir de todas estas dimensiones –siempre incierto– es la tarea que nos
aguarda para quienes estamos comprometidxs en un porvenir feminista.
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