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La vejez
esperamos
que nunca
Editora
Elaine Acosta González
observatorio de envejecimiento, cuidados y derechos
La vejez que nunca esperamos
Imágenes y relatos sobre envejecer en Cuba
ISBN: 978-628-95831-3-7 (rústico)
ISBN: 978-628-95831-5-1 (.pdf)
DOI: https://doi.org/10.56650/9786289583137
© 4Métrica
Editora
Elaine Acosta González
Autores
Pedro Alberto Sosa Tabio
Inés Caridad Casal Enríquez
Yoelkis Torres Tápanes
Gleyvis Coro Montanet
Damaris Calderón Campos
Rachel Pereda Puñales
Dagmara Ramírez Marcial
Laura Seco Pacheco
Anders Ariel Santana Alpízar
Teresa Díaz Canals
Fidel Gómez Güell
Lilian Ureña de Martín Viaña
Ingrid Arenas González
Enrique Guzmán Karell
Verónica María Perdomo Álvarez
Pedro Manuel González Reinoso
Yunet Alfonso Companioni
Jennifer Portelles Toledo
Ricardo Acosta
Jorge Gómez de Mello
Sarah Moreno
Rigoberto Oliva Sánchez
Leydis Luisa Hernández Mitjans
Yusmany Hernández Marichal
Mabel Cuesta
Orlando Miguel Barbán Guerra
Katiuska Fournier De la Cruz
Primera edición: septiembre de 2023
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente
prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del
copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la
reproducción total o parcial de esta obra por cualquier me-
dio o procedimiento, incluidos la reprografía, el tratamiento
informático, así como la distribución de ejemplares de la
misma mediante alquiler o préstamo públicos.
Coordinadores
Sergio Angel Baquero
Catalina Rodríguez Vega
Diseño y diagramación
Paula Andrea Cruz Lopez
Diseño de portada
Ivan Acosta González
Correccíon de estilo
Royma Cañas
Impresión
DGP Editores
Calle 63 #70D - 34
Impreso en Colombia
4Métrica
Calle 135C # 10A-73
Telefono: 3012270115
https://www.4metrica.org/
Bogotá D.C.
Contenido
Parte I
Si yo te contara
Facilidades temporales
Introducción
El sillón no para de mecerse
Esperanza
Uno de sus tantos días
Está nevando en mis sienes
Como un cordón umbilical
Alas de ángel
Cuento para mi abuelo
Todos los días la última vez
El adiós de un abrazo
Helado de paciencia
De olores y recuerdos
Los dientes que vienen después
Crónica de una ilusión
una imagen que relata la vejez en Cuba y algo más 11
13
27
30
33
37
39
41
43
46
49
53
55
59
61
Parte II
La voz de los 60
La vejez que nunca esperamos
Rostros de nuestros viejos
La decepción
Anselmo, Orlando y Ernesto: relatos de la vejez
La vida es bella
Papá el hombre de mi vida
Mi mamá, la que siempre cuida
Descasado
Las ganas de irse de aquí
Con ellos no, coño
Justa, croniquilla con espasmo
El taxi ambulancia, el viejo y el rico
Se están muriendo
Juan
Los hijos de la aldea
Matemáticas del desamor
Mi padre
He venido a decirte
67
71
79
85
93
95
99
103
107
111
115
121
125
127
131
135
137
140
Parte III
Ensayos sobre la vejez,
redes solidarias y
calidad de vida
Hay palabra buena y palabra falsa
Retos del envejecimiento en Cuba y algunas alterna-
tivas de activación de recursos en la comunidad para
atender a poblaciones vulnerables
Romper el silencio: integración y participación
social de las personas mayores en Cuba
La última carta de la baraja
Mendicidad y vejez en Cuba
Redes solidarias desde el margen. Contrapunteo de
una plaza vacía y un teatro lleno otro día de julio
Salud mental con el morral vacío
Empoderamiento de la vejez: realidad versus utopía
La Feria de los viejos
147
155
159
163
167
171
185
193
199
11
Facilidades temporales,
Esta foto1 habla sobre la vejez y algo más. Es una escena cotidiana de
muchos hogares cubanos compendiada en un único fotograma.
Tres generaciones concurren en este drama. En el centro del plató: la
-
siblemente afectada por alguna enfermedad degenerativa, la abuela
permanece tranquila con la mirada vaga. No sabemos si en un viaje en
retroceso hacia el pasado o en una huida extraviada hacia ningún lugar;
pero lo cierto es que su mirada es ausente, vacía.
Tendido en la cama, reposando una siesta, está un joven, tal vez el nieto.
También ausente, probablemente escapándose en un sueño diurno de
la realidad mezquina y desesperanzada que le ha tocado. Junto a él, su
perro. Ambos transmiten un aire de despreocupación y displicencia.
Asomada por la ventana aparece una señora, que, por la edad, puede
ser la hija de la anciana y la madre del joven durmiente. Ella marca el
límite de la escena, la línea entre lo exterior y lo interior. Es partícipe y
espectadora a la vez, y puntúa la equidistancia entre las dos generacio-
nes protagónicas de esta escena: la abuela y el nieto; o sea, el pasado y
el futuro. El presente, representado por esa mujer de mediana edad y
aún sonriente que mira desde afuera, ha sido cancelado, al menos por el
momento.
una imagen que relata la vejez
en Cuba y algo más
1
2023; cuyo jurado estuvo integrado por Margarita Fresco, Sadiel Mederos y Damaris Betancourt
(presidenta). El texto corresponde al dictamen emitido por el jurado.
12
Si bien estas tres personas atraen la atención del espectador a primera
ojeada, cabe decir que el espacio donde transcurre este momento ter-
mina de completar el relato, mostrándonos diversos detalles del inte-
rior de un hogar medio cubano bajo una luz tenue y agraciada, que no
provoca contrastes ni sobresaltos, pero sí nitidez.
Hemos decidido otorgar el primer premio a esta fotografía, por la
autenticidad, la delicadeza y la locuacidad con la que documenta este
tema, sin degradar ni hacer uso de recursos efectistas para transmitir
el mensaje. Locuacidad que se agradece por no quedarse en los prime-
ros planos, sino que da diversos elementos y niveles para hacerse una
opinión sobre la problemática de la vejez en Cuba, y de la sociedad en
general.
13
Introducción
Elaine Acosta González
Antes de entrar en algunos detalles, me gustaría presentarles breve-
mente la iniciativa de la cual forma parte el Observatorio de Cuidados,
Derechos y Envejecimiento (Cuido60): un proyecto que busca, de ma-
nera innovadora y amena, ampliar los vínculos entre la academia y la
sociedad, generando y difundiendo información, análisis y experiencias
en relación con el envejecimiento y los cuidados. Cuido60 centra su
atención en el caso cubano porque es la sociedad más envejecida de
América Latina, pero incorpora también la mirada comparativa sobre
América Latina. Trabaja con un enfoque de derechos humanos, género
e intergeneracional, impulsando una reorganización democrática de los
cuidados y el bienestar en Cuba y la región. Asimismo, busca mejorar la
accesibilidad y la calidad de la información sobre la situación y derechos
de las personas mayores y sus cuidadores; además de visibilizar y apoyar
el trabajo de organizaciones de la sociedad civil y comunitarias que están
ofreciendo servicios de cuidados y atención a las personas mayores. Con
pública: el Mapa Interactivo de intervención en la vejez y el Catastro de
Vulneración de Derechos.2
Por otro lado, le interesa dar voz a las personas mayores y a sus cuida-
dores. Para ello, se ha creado el blog titulado La voz de los 60, la sección
-
nizaciones, expertos y personas mayores. Realiza, además, anualmente,
2 Para más información sobre los productos y actividades de Cuido60, puede consultarse su
página web: www.cuido60.com.
l a vejez que n u n c a esperamos
14
un concurso literario y de fotografía. A su vez, le interesa contribuir a
la formación y desarrollo de competencias laborales y profesionales de
quienes se desempeñan en el sector de los cuidados y la atención a las
personas mayores, a través de un diplomado anual en envejecimiento,
cuidados y derechos.
A poco más de dos años de su creación, llega este libro como un reco-
nocimiento al aporte de todos aquellos que, con sus contribuciones ge-
nerosas y solidarias, dan voz a las personas mayores en Cuba. Para esto,
se ha seleccionado material de las diferentes secciones y productos
socioetaria y subjetiva, y al envejecimiento como proceso heterogé-
neo usualmente impactado por decisiones políticas, transformaciones
imaginarios sociales sobre esta etapa de la vida.
La presente obra busca retratar y relatar diversas experiencias y sig-
voces de la vejez, presente y memoria, captados por diversas genera-
ciones de cubanos, en diferentes formatos: fotografía, cuentos, ensayos
y caricaturas. Es resultado del trabajo realizado por Cuido60, desde su
creación como observatorio de envejecimiento, cuidados y derechos en
mayo de 2021, y de las diferentes colaboraciones que hemos recibido de
muchos cubanos de la Isla y la diáspora, que han querido testimoniar
sobre su realidad y la de sus viejos.
De cierta forma, ofrece una mirada sobre los impactos y devenir de un
proceso de transformación social conocido como Revolución cubana,
que también ha llegado a su tercera edad, atravesando una de sus peo-
res crisis y acumulando la mayor de las desesperanzas por aquel futuro
prometido en enero de 1959. Es, en resumidas cuentas, un compendio
la primera publicación de nuestro blog La voz de los 60 y que da título a
esta publicación.
introducción
15
el título del concurso de cuentos de Cuido60 e incorpora los relatos
premiados y algunas contribuciones de poetisas cubanas y otras ensa-
yistas. Aparecen en esta sección multiplicidad de vejeces y diferentes
biografías del cuidado en la vejez en Cuba, ayudados por la imaginación
y el poder de las metáforas y demás recursos literarios. En la segunda
parte, se compilaron relatos de La voz de los 60 que muestran la con-
tingencia, las principales preocupaciones en torno a las experiencias
-
-
das sobre problemáticas sociales que afectan las condiciones de vida de
la población mayor de 60 años en Cuba y las vías que van emergiendo
desde la sociedad civil para abordarlas.
Resulta válido recalcar que Cuido60 entiende el envejecimiento como
-
vienen dimensiones políticas, socioeconómicas y culturales, constitu-
la esperanza de vida y del número de personas mayores en la estructura
-
vivida y representada la vejez en las prácticas de los sujetos y las insti-
tuciones sociales en una determinada época.
Los diferentes contextos históricos y espacio-temporales que moldean
el proceso de vivir-envejecer condicionan diversas maneras de vivir la
vejez. En la actualidad, la sociedad cubana es una de las más envejecidas
de la región. Este libro relata cómo han vivido y se representan en la
actualidad dicho proceso muchos cubanos y cubanas que han envejeci-
do en —y con— ese otro singular proceso histórico que ha sido la Revo-
lución cubana. En este caso, el contexto se vuelve también protagonista
-
l a vejez que n u n c a esperamos
16
Y aquí estoy, sesenta y dos años después de ese 1 de enero de 1959, con más de
70 años, pensando en que, desde el punto de vista económico, no me ha ido tan
mal, sobre todo porque he podido garantizar que mis dos hijos hayan estudiado
y tengan una profesión que debe ayudarlos a seguir adelante, pero con la terrible
decepción de que no fue este país destruido, social, económica y moralmente, el
que yo soñé dejarles a ellos y a mis nietos.
En la diversidad de voces e imágenes que recoge la presente obra, pue-
den apreciarse las construcciones dominantes sobre la vejez que visi-
bilizan cómo este período de la vida se convierte en un terreno social y
cultural donde se disputan variadas concepciones de lo que es ser viejo;
o más bien, de lo que se pierde con la vejez. En el caso cubano, se trata
de una doble pérdida: aquella que se asocia a esta etapa de la vida y esa
otra derivada de los múltiples desencantos y promesas incumplidas por
el proceso de transformaciones que desencadenó la Revolución cu-
bana. Como resultado, en muchos de los relatos e imágenes se coloca
a la vejez como un estado asociado a la condición de vulnerabilidad y
hacia una generación que fue, precisamente, la que construyó, participó
y se encantó con las promesas de un mejor futuro de igualdad y bienes-
tar para todos. Esta doble pérdida y devaluación social de la vejez puede
la evaluaría de pésima. Claro, hay que excluir a cierto sector privilegiado de este
grupo etario que disfruta de todas las posibilidades de alimentación, cuidados
y ocios. Mi generación, de más de 60 años, ha vivido siempre en condiciones
difíciles. En lo personal, era del criterio que una crisis económica peor que la de
los años 90 del pasado siglo no la volveríamos a padecer. Lamentablemente, no
pasamos por una seria falta de medicinas de todo tipo y un abandono total de
cualquier servicio imprescindible para tener una vida normal. […] En este con-
texto, los adultos mayores han sido golpeados contundentemente, en especial
esa parte que se encuentra sola, aislada, olvidada en cualquier parte del país.
El libro presenta, sin proponérselo, una agenda de investigación e inci-
dencia en la formulación de cambios en las políticas sociales en torno al
introducción
17
envejecimiento y los cuidados; cuyos temas son amplísimos. Van des-
de las urgentes carencias materiales y la insatisfacción de necesidades
básicas, pasando por las demandas de cuidados y atención, hasta los
asuntos relacionados con el bienestar emocional, psicológico y social de
las personas mayores. Aparecen también otros asuntos de carácter más
estructural como la pobreza y las desigualdades sociales, que se mues-
tran e inciden de manera más acentuada en los cubanos que arriban a la
vejez.
-
dida de autonomía económica tras el deterioro del valor de las pensio-
problemáticas más recurrentes en los relatos e imágenes. Sobre la crisis
de medicamentos e insumos médicos, versa el siguiente fragmento de
-
tionarlos. A partir de esa carencia, sin embargo, el relato da cuenta del
valor social, escasamente reconocido, de las cadenas transnacionales de
cuidados que, sobre todo durante y después de la pandemia, han in-
tantos productos que las familias en Cuba no encuentran para sostener
la vida diaria.
Mi padre no sabe, no puede recordar, quizás ya tampoco entender, que en la far-
macia no hay benadrilina. Tampoco alprazolam. Mi padre no sabe que la farmacia
está bastante o completamente vacía desde hace rato. Ni creo sea consciente que
ha sido durísimo sostener su consumo de levodopa-carbidopa, esa droga difícil
para los anaqueles cubanos. Yo nunca le conté a mi padre que me llegan sus pas-
tillas desde el noroeste de Estados Unidos, desde una ciudad muy lejana, gracias
a la sensibilidad de un amigo que él no conoce, y que llegan a La Habana muy a
ordenado y justo que él ve en el NTV de todos los días. En la comprensión de mi
padre, alguien que todavía me guarda los diarios Granma de anuncios impor-
tantes, sobrevive la idea de que en la farmacia habrá no solo colas de personas
soñolientas y pobres, sino medicinas.
l a vejez que n u n c a esperamos
18
para el concurso de fotografías y otras series, el creciente abandono
y vulnerabilidad que están experimentando las personas mayores en
Cuba como resultado de políticas sociales que acortan los parámetros
de bienestar desde hace más de una década, acrecentadas por el impac-
to de la pandemia y su cuestionable gestión gubernamental, que tiene
como punto culmen la implementación de la llamada Tarea Ordena-
miento, puesta en práctica en el momento más agudo de la crisis sani-
taria en la Isla.
Las construcciones sociales de la vejez se objetivan en imágenes, donde
llegar a ser viejo en la actual coyuntura cubana es entrar en una etapa
relatos y fotografías donde aparece la vejez vinculada a lo que se conoce
como envejecimiento saludable: un proceso que facilite que todas las
personas puedan realizar su potencial con dignidad e igualdad. Diferen-
tes marcadores sociales, construidos en función de referentes sociales
de distinta índole (biológicos, económicos, sociales, políticos), han ido
moldeando una imagen de la vejez en Cuba más asociada a la díada de-
como un dependiente-vulnerable. El problema radica en que esta aso-
ciación de la vejez con dependencia y vulnerabilidad refuerza el estatus
social del individuo que envejece como un sujeto desvalorizado, al que
no se le reconocen sus capacidades y potencialidades de independencia
y autonomía.
-
latos sobre personas mayores en situación de calle es tal vez la imagen
más nítida del impacto que sobre este grupo poblacional ha tenido la
política pública y, al mismo tiempo, la representación social dominante
-
introducción
19
tema. Precisamente, en este último texto se aborda el tema como un
problema de carácter estructural, que requiere de manera urgente un
rediseño de políticas, aumento de servicios y de recursos materiales y
humanos, así como nuevos enfoques de intervención social.
En los bancos de los parques turísticos se reúnen estos adultos mayores abando-
nados a su suerte durante horas, a la espera de algún transeúnte caritativo que
les ayude a paliar momentáneamente la terrible situación en la que sobreviven.
Bajo el inclemente sol, deshidratados, con hambre, en pésimas condiciones hi-
giénicas, pasan la mayor cantidad de horas del día a solo unos metros de la sede
Pilatos, renegando de sus responsabilidades de cuidado y atención a quienes,
en otros tiempos, le dedicaron su esfuerzo y su trabajo para construir un Estado
-
das estratégicas para evitar un desastre mayor. Se necesita un rediseño de las
instituciones, nuevos enfoques de trabajo, más casas de abuelos, más comedores
sociales, más y mejores profesionales de los cuidados.
La crisis migratoria desatada con la apertura de las fronteras en Cuba
tras el término de la etapa más aguda de la pandemia es otro de los pro-
cesos que ha marcado profundamente la vida de las personas mayores
en la Isla en los últimos años, la cual, también, recoge este libro. Más de
medio millón de cubanos, en su mayoría jóvenes, han emigrado, dejando
Todo cubano que ves en la calle hoy está buscando la manera de salir de aquí.
El que no tiene trabajo busca un negocio para hacer plata y salir de aquí. El que
-
vir en lo que busca la manera de irse de aquí. El dirigente que crees que apoya al
Gobierno en el próximo viaje se queda y no vuelve más para aquí. El muchachito
que estudia en la universidad hace una carrera muy bien pagada en cualquier
otro lugar que no sea aquí. El que arregla su casa o su negocio lo venderá todo
junto para irse de aquí. La que se enamora del turco que no habla español, ella
tampoco habla turco, pero usan el traductor, y a lo mejor va y lo engancha... y la
saca de aquí.
El éxodo migratorio complejiza aún más la crisis de cuidados, en la
l a vejez que n u n c a esperamos
20
en jaque el ya insostenible sistema de pensiones. A las precariedades
materiales que ya padecen las personas mayores, se les suma el debili-
tamiento de las redes familiares y sociales, la falta de apoyos y cuidados,
parten y en los viejos que quedan en la Isla.
Mi abuela odia las despedidas. Pero nadie se salva de ellas, mucho menos en
-
na de maíz con huevo frito, la comida que tanto me gustaba de niña. Almorzamos
juntas en el patio, en la misma mesa donde un día lejano aprendí a leer y escribir.
Ahora mi abuela vive sola, acompañada por los recuerdos que habitan entre las
paredes de una casa vieja y solitaria. Antes de irnos, la abracé con todas mis fuer-
zas. En aquel abrazo roto se rompía algo en mí para siempre.
Algunos ensayos del libro se enfocan en los factores de riesgo que au-
mentan con la crisis migratoria y de cuidados, y que repercuten inevita-
-
lizan las problemáticas relacionadas con el bienestar emocional, psico-
lógico y social en la vejez. Alertan sobre los sentimientos de impotencia
-
cit de espacios y oportunidades de esparcimiento, así como los mayores
niveles de aislamiento social, incrementados por la crisis migratoria. La
tristeza ante las pérdidas de coetáneos o familiares que emigran, con-
vive con sentimientos de soledad y procesos de incomunicación con las
familias que se separan. Como consecuencia, en los diagnósticos comu-
nitarios donde participan personas mayores, aparecen con frecuencia
situaciones de estrés, inseguridad, depresión y ansiedad. Los autores
avanzan sugerencias en el camino de ampliar y mejorar la intervención
social en busca de desarrollar la capacidad de resiliencia en personas
y comunidades frente a este contexto de permanentes pérdidas. Para
ello, se requiere una intervención multifactorial que propicie alianzas y
articulación con actores sociales comunitarios.
introducción
21
-
bre— la vejez que destacan las capacidades personales de muchos ma-
yores y de la sociedad civil —especialmente aquella que funciona sin el
apoyo o aprobación del Estado cubano—3 para intervenir y gestionar las
crecientes demandas cotidianas y de cuidados, así como las situaciones
de emergencia, abuso o maltrato que presentan las personas mayores. La
emergencia desatada con la pandemia no solo visibilizó un conjunto de
problemas estructurales que se venían acumulando en la sociedad cuba-
na, sino también fue un espacio propicio para el desarrollo de una serie
de iniciativas y proyectos que han emergido desde muy variadas fuentes
de la sociedad civil, y que, con distintas vocaciones, intentan suplir los
-
tendiendo.
oportuna sobre el proceso de gestación y construcción de una red de
ayuda transnacional, de carácter solidario, conformada sobre todo por
artistas, profesionales y ciertas comunidades cristianas que se dieron a
la tarea de recolección, catalogación y reparto de toda la ayuda —tanto
que se organizó por grupos y comunidades cubanas desde el extranjero
y también desde provincias aledañas en una situación relativamente
menos precaria que la de la provincia de Matanzas, que se encontraba
entonces en la peor situación de la pandemia de la covid-19. La autora
-
dad y cuido (trans)nacional en la que jóvenes, mujeres y miembros de la
comunidad LGBTQI+ (cristianos y no cristianos) se autoadjudicaron la
3 Vale aclarar que en Cuba no existe un marco regulador para la creación y funcionamiento de
-
zaciones políticas o de masas autorizadas por el Estado y Gobierno, y algunas que funcionan bajo el
amparo de la iglesia o de la cooperación internacional, pero todas con un alto nivel discrecional y
de vigilancia políticas.
l a vejez que n u n c a esperamos
22
tarea de rescate de una población vulnerable, infectada, envejecida y en
Junto con el cruce de estas voluntades e interseccionalidades, el ensayo
también describe el modo en que se gestionaron los envíos de la comu-
nidad cubana en la diáspora hacia la Isla, visibilizando los costes econó-
por el Estado cubano y protagonizado, en su gran mayoría, por colec-
tivos marginalizados pero, al mismo tiempo, líderes de otras luchas y
reivindicaciones sociales. Este es un ejemplo que registra el proceso,
con sus lecciones y aprendizajes, de muchas iniciativas personales y
colectivas que surgieron para servir en medio de la crisis sanitaria, en
las que resaltaron grupos de mensajería, acompañamiento, reparto de
medicamentos y alimentación gratuita.
Todas ellas han ido dibujando un nuevo mapa de actores sociales como
proveedores de servicios de cuidados, en gran parte vinculados a di-
ferentes formas de activismo dentro y fuera del país, que requiere ser
estudiado en profundidad como una novedad en la actual organiza-
ción social de los cuidados en Cuba. Al mismo tiempo, sus acciones y
resultados se constituyen en poderosos mecanismos de resistencia y
pueden pujar por cambios más estructurales en relación con las garan-
tías legales, por ejemplo, que se requieren para un normal desarrollo de
estos nuevos grupos y asociaciones.
Declaro entonces que esos jóvenes, mujeres y miembros de la comunidad LGBT-
QI+ transnacional cubana vienen, de modo natural y desde sus históricas margi-
nalidades, a intentar por fuerza elástica restaurar a un cuerpo enfermo. Sea dicho
sin ambages: un cuerpo sometido por la inutilidad de un Estado que no puede
proveer los medicamentos e insumos mínimos para rescatarle de la precariedad
de su salud y, asimismo, un cuerpo en ocasiones deformado por la ausencia de
alimento.
Los cuidados en la vejez y sus costos emocionales, materiales y de salud
atraviesan todo este libro, aunque de manera más explícita en algunos
introducción
23
El cuidado aparece como una práctica social que permite disminuir o
aliviar el estado de dependencia o vulnerabilidad de la persona mayor.
Sin embargo, a pesar de constituirse en una práctica que cumple una
función social imprescindible para la reproducción de la vida, es, a la
par, una práctica invisible y desvalorizada. Las familias cubanas siguen
apareciendo como protagonista del cuidado de las personas mayores,
saldando la deuda intergeneracional que, particularmente, contraen las
-
ta la arraigada interpretación de la familia como proveedora de afectos
todo en su dimensión afectiva. Al mismo tiempo, las diferentes desigual-
dades que se incorporan y reproducen en el trabajo de cuidados en el
ámbito doméstico familiar y social, así como los impactos que sobre las
cuidadoras familiares tiene esta labor. Lo que se conoce como síndrome
del cuidador, aparece muy bien documentado en este fragmento.
Hoy mi mamá cuida de mi abuela, esta vez tampoco tuve el apoyo de mi tía, pero
aun así se levanta cada mañana y saca fuerzas de donde no le quedan, y sí, sigue
estando enferma. Con el tiempo ha empeorado considerablemente, ya no le gusta
hablar con nadie, ni salir de casa, dejó de preocuparse por su apariencia personal
hace mucho y su vida propia la dejó olvidada en algún rincón. Ahora mi mamá no
baila, hace años que no ve el mar y perdió la ilusión por las navidades. Aunque su
esperanza de vida no ha muerto, siempre dice que un día todo volverá a ser igual,
si Dios así lo quiere.
Que con las memorias recogidas en este libro podamos reconocer y va-
lorar la vida de tantas personas mayores en Cuba, al tiempo que visibili-
zamos y denunciamos sus inquietudes y tristezas, sin olvidar promover
y proteger los derechos que les permitan envejecer con dignidad.
Parte I
Si yo te contara
Si yo te contara
Mi vecina Elia (© Williams Cruz Perdomo).
27
El sillón no
para de
Ven, Roberto, siéntate en el sillón. Yo sé que a ti te
gusta mecerte. Mira eso… ¡Qué contento se te ve!
Hasta te ríes y todo meciéndote en esa cosa ruidosa.
Ese sillón es muchísimo más viejo que nosotros. ¡Y
mira que eso está difícil!
Ay, chico, si te acordaras de todo lo que hemos vivido
juntos… Pero ya tú no te acuerdas de nada y yo cada
vez me acuerdo de menos. Por lo menos tú te ríes. Yo
ni eso.
Oye. Están tocando la puerta. Debe ser Paloma. ¡Esa
víbora! Tiene engatusado a Robertico y no lo deja ni
venir a vernos. Lo tiene amarrado con brujería para
que no venga. Quédate tranquilo en el sillón. Déja-
me abrirle la puerta, porque si no, se pasa el día ahí
tocando y no se va. Por joder, por más nada, pero
bueno. Ahora vengo.
Mira lo que te trajo Paloma: un purecito de malan-
ga. Abre, abre la boquita que te lo voy a dar. Para mí
Pedro Alberto Sosa Tabio
mecerse
28
l a vejez que n u n c a esperamos
después haré un muslito de pollo que me regaló María, la de la
esquina. Traga. Despacio. Si pudieras hablar, me dijeras que está
riquísimo. Yo lo probé y de verdad que está bueno.
Si vieras cómo preguntaba por ti… Qué buena muchacha esa Pa-
loma. Lástima que se haya empatado con Robertico. Bien que es
nuestro hijo, pero… ¡Vaya! Pudiera salir del trabajo un día y por lo
menos venir a vernos, ¿no?
Traaagaaa. Cómete tu puré de boniato. Está un poco falta de sal y
más grumos no puede tener, pero es lo que hay.
El otro día estaba viendo las fotos de cuando nos casamos, ¿sa-
bes? Qué lindo estabas. Joven, con aquel bigotón…
¿Te acuerdas, Roberto? ¿Roberto? ¡Roberto! ¡Corre Roberto! ¡Mira!
¡Hay un viejo aquí, en el sillón! ¡¿Quién coño es el viejo este?! ¡Se
está comiendo tu yuca, Roberto! ¡Corre! Escupe, viejo desgracia-
do. Escupe, que eso no es tuyo.
Ay, Roberto. Ay… Menos mal que volviste. Si vieras lo que me pasó.
Vino otro viejo y se estaba comiendo tu puré de malanga. ¡Y cómo
se mecía en el sillón y se reía! Con esa boca sin dientes… Lo más
lo que se comió fue la yuca esa que trajo la arpía de Paloma, que a
lo mejor estaba hasta envenenada.
Mira para allá cómo te has puesto. Te has tirado toda la comida
arriba. Pero no te preocupes, sigue meciéndote en el sillón, que
yo me puse dura y boté de aquí al viejo ese. Me tengo que poner
dura, porque si no, quién te cuida a ti. Si Robertico viniera de vez
en cuando…
Pero ya, no viene, así que somos tú y yo y nadie más. Y al sillón
hay que seguirlo meciendo hasta que pare solo. Tú ríete y méce-
te, que yo todavía estoy bien. Vieja, pero bien. Si hay que ponerse
dura, me pongo por los dos. No te preocupes. Tú ríete, mi viejo,
ríete y mécete…
Paciencia (© Sheylah Rosa Gallardo Milián).
Esperanza
Inés Caridad Casal Enríquez
¡No pase! (© Enrique Vilariño Ricardo).
p a r t e i. s i y o t e c o n t a r a
31
—¿Qué tal, Esperanza? ¿Cómo amaneció hoy?
El hombre se detiene unos segundos frente al portal y espera a
que la anciana que teje sentada en el sillón levante la mirada. Pero
es en vano y sigue su camino.
La mujer que teje sonríe ligeramente. Pareciera que recuerda algo
agradable. Luego, vuelve la sombra de tristeza a su rostro. Una y
otra vez le vienen a la mente jirones de recuerdos; con ellos ha
intentado reconstruir su vida. Como ráfagas vienen y van, intenta
Casi siempre recuerda los dolores, el temor de no lograrlo, la an-
A veces, solo a veces, lo ve llegando de la escuela, con la pañoleta
-
Cuando logra dormir un rato, en las madrugadas interminables,
se le aparece con sus manos heridas y ampolladas, su cuerpo
infestado de picadas de mosquito, sus ojos reprimiendo el llanto
cuando ya se acerca la hora de la despedida, porque le ha dicho
-
carle que en la vida son más importantes los ideales que las cosas
materiales, que ya tendrá muchas cosas, las que quiera, cuando
estudie, se supere, se haga un doctor, o un ingeniero, quién sabe
si un piloto. Y el rostro de él siempre taciturno, como si no con-
La vivencia que más disfruta es cuando lo ve en el portal, rodeado
de sus amigos, discutiendo sobre autos o pelota, quitándose la
palabra uno al otro, riendo, siempre riendo, con aquella risa que
32
l a vejez que n u n c a esperamos
parece que será siempre la defensa ante cualquier peligro.
Siempre trata de reprimir un recuerdo, ese que la acecha cons-
tantemente, esperando encontrarla desprevenida, el de aquella
mañana que despertó sobresaltada, como si alguien tocara su
corazón para advertirle del peligro. Cuando aparece ya no puede
hacer nada, solo escuchar a Javier frente a ella, sin poder mirarla
estaba con un ataque de asma en el hospital. Pero llegarán, era
Le dicen que recibe las cartas, pero que no tiene tiempo de con-
testar, trabaja mucho para poder venir a verla pronto. Y ella deja
que piensen que les cree, para que la dejen tranquila con sus re-
cuerdos, aunque la miren con lástima.
Así ha vivido los últimos veinticinco años, sin pronunciar pala-
bra, encerrada en su pequeña casa, llena de telarañas que cubren
todos sus premios, diplomas y reconocimientos, saliendo solo a
lo imprescindible, esperando que, con el silencio de la muerte,
acabe la angustia de no poder recordarlo todo.
Uno de sus
tantos días
Yoelkis Torres Tápanes
En un archipiélago llamado Cuba, con el ¡muy buenos
de julio de 2021! de Radio Reloj, se levanta mi abuelo;
hace el último polvito que queda del café mañanero
y a la calle para buscar el pan nuestro de cada día
para sus bisnietos y la vecina, llega y limpia su patio
cercado a duras penas, siempre en pelea
con los inspectores para poder tener un poco de sustento
con unas gallinas que hace días ni ponen,
porque solo hierba y piedra están picando.
5. Sin título, de la serie Lázaro (© David López Cruz)
34
l a vejez que n u n c a esperamos
Noventa y un otoños marcan cada huella de piel en su cuerpo,
operado de cáncer hace treinta y ocho años con una colostomía
que es la agonía de todos cuando faltan esas dichosas
y caras bolsitas; ahí se encuentra, fuerte, erguido,
siempre bien, ¡Sí!, bien, pero está rabiando en realidad,
nos enseña que solo hacen falta ganas
y constantemente decimos, ¡coño! que buena era
la harina, el boniato y el tasajo de antes.
Pipo, mi viejo del alma...
—Oye, que jodidos estamos, escribe algo al gran jefe
indio a ver si mejoramos porque ni una cuchilla
tengo para afeitarme y los mandados la suerte entre
tu abuela y yo, porque ni eso puedo traer ya solo
a la casa, estoy al salir y gritar.
—No te preocupes pipo, que yo estoy para ayudarte.
—No, tú tienes que encargarte de los niños, que mira
tu hermana lleva días sin leche y tu mamá
está como loca con eso.
Cada día que pasa algo se apaga en él entre el dolor
por las enfermedades y la falta de pastillas,
ha olvidado hasta la fecha de su cumpleaños,
pero nunca, la preocupación diaria por sus hijos, nietos
y bisnietos. Se escapa de casa para ir a verlos cuando
en días no sabe de ellos por las cuestiones cotidianas
que todos sabemos, se ha perdido muchas veces
y la angustia de no encontrarlo o que le pase algo
es tan fuerte, que solo se alivia cuando de repente llega,
te mira:
—¿Y esas caras?, ¿qué pasó?, estoy enterito merendé
y tomé café con una señora que me trajo.
p a r t e i. s i y o t e c o n t a r a
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Uno se ríe, suspira profundo y mejor no decir nada.
—Oye, te enteraste, se murió Pepe, llevaba cuatro días
muerto en su casa, solo, el pobre, los hijos
no se encargaban de él y ahora dicen se están fajando
por la casa, pero Carmita, la de la Calzada, la vieja
que siempre anda sin ajustadores (vieja, porque para él
todos son viejos y él todavía está fuerte) entraron a su
casa, robaron y por la mañana cuando se vio sin TV
le dio un infarto y dicen que está grave.
Llegó la noche, se baña, come ...
—Oye, te quedó buenísimo (aunque sea arroz solo
siempre lo dice, porque a mima hay que mantenerla
contenta).
Enciende el TV, mira el noticiero y a dormir,
que mañana tocan los gritos, las broncas
y el show mensual de la cola del pollo.
36
l a vejez que n u n c a esperamos
La madre de Alain (© Manuel Almenares Estrada).
Está nevando
en mis sienes
Gleyvis Coro Montanet
—y pululan y titilan—
viejitos matusalenes.
Está nevando en las sienes
ahogadas por un dilema
en donde el único tema
libre es la libre caída
en el pozo de un sistema
que estruja la piel, la vida.
Está nevando en mis sienes,
nacimos ayer hay blancos
viejitos matusalenes.
La arruga, la contractura,
conducen al extravío
y a la vejez prematura
que está moliendo lo mío.
ese horror, esa congoja
a la cuerda que estrangula.
Y en ese horror que pendula,
38
l a vejez que n u n c a esperamos
que languidece y oscila
—que pulula, que titila—
se muda la paradoja
de aquella vejez tranquila
por un estrés que deshoja,
que desguaza, que aniquila.
Mi juventud tuvo dosis excesivas de vejez.
De ahí que mi madurez
tenga artritis, tenga artrosis.
Merecemos la apoteosis
de un futuro sin condena,
sin padecer la gangrena
de un líder sobre nosotros.
Sin unos detrás de otros
cargando la misma pena.
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Como un
cordón
umbilical
Damaris Calderón Campos
ella sola. Nos escribe las mejores décimas
del mundo para mí y para mi hermana, que
después se le olvidan; pero nos las escribió
en su cabeza, es lo que importa, y son nues-
tras. Su hijo, para ella, se ha multiplicado
por cinco y a veces lo llama por su nombre
y a veces por el de todas las cosas. Ella, la
más fuerte, es ahora una niña y yo le cuento
por teléfono la historia de su vida, le re-
cuerdo sus versos, sus dichos, las frases con
se las coman las tiñosas. Duerme con su
hijo, ahora su padre, entrelazados por un
nudo amoroso como un cordón umbilical.
Reminiscencia (© Miguel Kosta).
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Alas de ángel
Antes de tener alas, yo soñaba con ser un ángel. Lo soñaba cada
noche y cada día también, porque vivir postrada sobre un colchón
es como dormir todo el tiempo.
Cuando me cambiaban de la cama al catre de la sala, me sentía
mejor, porque no estaba sola. En el cuarto solo podía soñar con
ser un ángel. En la sala, podía contárselo a mi nieto mientras él
-
tada, no te molestaría con mis cosas, el sol me calentaría la frente
y el aire me despeinaría y, por un momento, aunque fuera un mi-
nuto, estaría por encima del mundo, mejor que nunca en mi vida.
Entonces, recordaba cuando él era muy pequeño y yo lo bañaba,
lo envolvía en la toalla y lo paseaba jugando a que era un avión. Él
reía mucho. Era muy risueño. Ahora solo me mira de vez en cuan-
do y asiente cuando le digo que volaría como lo hacía volar a él y
que el sol me calentaría la frente. Hay un espacio tan grande entre
él y mis ganas de ser un ángel…, como entre la yo que lo cargaba
por toda la casa y la que no se puede poner en pie.
Por las tardes, mi hija me devolvía a la cama, a la espera eterna
de que cayera la noche, ellos se encerrarán en sus cuartos y yo
me quedaré acompañada solamente por el sueño de ser un ángel.
Pero, antes de dejarme en el inicio de aquellas horas terribles, se
sentaba junto a mí, me acariciaba y escuchaba sonriente cómo
yo volaría a las pirámides de Egipto y a las ruinas griegas, pero
siempre regresaría en las noches para bendecir sus sueños, como
cuando era niña y tenía pesadillas, y yo me sentaba a su lado, la
Pedro Alberto Sosa Tabio
42
l a vejez que n u n c a esperamos
acariciaba y le cantaba sobre nubes de algodón dulce y caminos
de caramelos. Ella lograba dormirse y, al otro día, me contaba que
había soñado estar en un mundo mágico donde todo era muy feliz.
Así era mi vida hasta el día en
que desperté sin fuerzas. Apenas
podía abrir los ojos. Sentía cómo
mis músculos se volvían incluso
más inútiles que antes. Si hu-
biera podido hablar, me hubiera
despedido, pero solo alcanzaba a
balbucear cosas inentendibles.
Y de repente me elevé. Pasé,
de un segundo a otro, de estar
postrada a avanzar quién sabe
cuántos metros. Sentí el calor
en la frente. El aire me despeinó.
Abrí los ojos. Volaba. Estaba por
encima del mundo. Miré mis alas
y, como había predicho, me sentí
mejor que nunca en mi vida.
Una tenía la forma de un joven
al que más de una vez convertí
en avión. La otra era una mujer
a la que ayudé a conocer mun-
dos de magia y felicidad, y que,
mientras utilizaba casi todas sus
fuerzas para elevarme, me con-
tó cómo, para ella, siempre tuve
poderes sobrenaturales, siempre
fui un ángel. Solo me faltaban las
alas para volar. Soledad (©Lourdes Guerra).
p a r t e i. s i y o t e c o n t a r a
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Cuento
para mi abuelo
Mi abuelo se llamaba Domingo y murió un domingo.
Así de paradójica es la vida. Ese siempre fue el día de
la semana que menos le gustaba porque decía que los
domingos eran para perder el tiempo y él odiaba per-
der. Tal vez por eso murió un domingo, cuando ya lo
había perdido todo, incluso las ganas de vivir.
Su rostro se ha distorsionado en mi memoria con el
paso de los años, pero aquella barba larga y blanca
permanece intacta en los recuerdos. Cuando mi abuelo
tomaba sopa, la barba se dibujaba de colores y peque-
ños duendes escondidos entre los hilos blancos y largos
se alimentaban de los restos de comida. Yo juraría que
algunas veces los veía balanceándose agarrados de los
pelos mientras atrapaban algún pedazo de pan del plato.
En la barba de mi abuelo se escondía toda la historia
de nuestra familia. Como uno de esos juegos peligro-
sos de la infancia, mis primos y yo jugábamos con ella
cuando mi abuelo dormía la siesta del mediodía. Tirá-
bamos de la barba con fuerza, mientras él se desperta-
ba furioso y nos perseguía por toda la casa.
La barba de mi abuelo era intocable. Él decía que solo la
cortaría cuando se fuera a morir. Por eso aquella ex-
traña tarde, cuando se paró frente al espejo y comenzó
a afeitarse, todos temblamos de miedo. Algo extraño
pasaba con mi abuelo. Me parecía ver a los pequeños
Rachel Pereda Puñales
44
l a vejez que n u n c a esperamos
duendecillos caer indefensos en el lavamanos y ahogarse con el
agua del grifo, mientras las losas del piso se llenaban de pelos.
Esa tarde fue el inicio de todo. Mi abuelo no murió aquel día,
aunque parecía que sí. Mientras se cortaba y afeitaba la barba,
no dijo ni una palabra. Luego tampoco. Después de aquella tarde,
mi abuelo nunca más habló. Se quedó callado para siempre, sin
apenas levantarse de la cama.
ese día, nos dedicamos a cuidarlo. Lo bañábamos, le dábamos la
comida y le cantábamos décimas, justo como él hizo con nosotros
cuando éramos pequeños.
Se convirtió en el niño de la casa. El niño que alguna vez tuvo una
barba larga y blanca. El diagnóstico era oscuro, pero nuestro amor
por él era muy claro. Mi abuelo ocupó el lugar que mi papá había
dejado vacío. Era nuestro turno de cuidarlo.
Cuando llegaba de la universidad, me acostaba a su lado. Él no
decía nada, pero sonreía con la mirada, mientras estiraba la mano
pronóstico, mi abuelo duró cinco años con ese maldito tumor…
Hasta aquel domingo fatal de agosto.
Y juraría que, cuando lo miré por última vez, vi de nuevo su barba
larga y blanca, mientras los pequeños duendes regresaban a ella.
Quizás ahora los duendecillos están junto a él en algún lugar lleno
de barbas y abuelos mágicos. Un lugar libre de domingos.
Abriles (© Yadrián Rivero Buxó).
Todos los días
la última vez
La herencia del brigadista (© Abraham Echevarría Díaz).
Pedro Alberto Sosa Tabio
p a r t e i. s i y o t e c o n t a r a
47
Mientras Anselmo le echa azúcar al café, suenan en la puerta los
mismos golpes de cada día. Vierte el líquido en la taza y, a la vez,
él mismo se levanta del butacón viejo de la sala, arrastra los pies
soportando los dolores terribles de la artrosis y abre la puerta.
Anselmo se sienta a tomar el café. Lleva un rato parado.
Necesita descansar antes de salir para la venta de la tar-
de. Si no, por la noche, el dolor de los huesos no lo deja
dormir. Y ni siquiera tiene analgésicos. En las farmacias
no hay y las dipironas que le quedaban se las dio a Rey-
qué. Fiebre de celda, quizás. Puede que todo el que vaya a
A Anselmo lo empuja un joven altísimo, que, sin pedirle
permiso, entra a la casa que él mismo construyó hace
cuarenta años, como si la casa fuera suya o todo fuera
suyo, como si estuviera por encima de todo. Al joven lo
siguen seis más. Usan uniformes negros, con boinas de
medio lado.
El café le deja un sabor amargo en la boca. Empieza a
armar los cucuruchos de la tarde mientras piensa que
quizás debería empezar a echarle más azúcar; pero cla-
ro, ¿qué azúcar le lleva entonces a Reyniel? En la bodega
cada vez dan menos y él, por mucho maní que venda,
no tiene dinero para comprar más; si no tiene dinero ni
para comer. A veces acaba el día con una sola comida en
Los siete jóvenes registran la casa. Anselmo grita, pre-
gunta qué quieren. Lo ignoran. Llegan al baño. Reyniel
acaba de salir de la ducha. Anselmo escucha los gritos,
los golpes, el espejo destrozándose… Reyniel sale a tro-
pezones, desnudo. Lo tiran al suelo. Dos le dan patadas.
48
l a vejez que n u n c a esperamos
Otro le da con un bastón. Reyniel se encoge, recibe los golpes y
grita. No articula una palabra, solo grita. Anselmo intenta quitár-
selos de encima. Lo empujan y también cae al suelo. Desde ahí, ve
cómo cargan a su hijo y se lo llevan.
Justo cuando acaba de envolver el último cucurucho, ve cómo lo
sacan por la misma puerta que él había abierto hacía dos o tres
minutos. Unos días antes, la gente había salido a la calle a protes-
tar. Y Reyniel con ellos. Anselmo nunca le ha preguntado por qué,
pero cree no tener que hacerlo, como nadie le tiene que pregun-
tar a él —y nadie le pregunta— si tiene azúcar o analgésicos.
Cada día, Anselmo revive en su cabeza la misma escena, una y
otra vez. Siempre igual. Siempre la última vez que Reyniel estu-
70 años. Reyniel tiene 21 y una condena de 20. Y Anselmo revive,
cada día, la última vez que lo vio en casa.
El adiós de
un abrazo
Rachel Pereda Puñales
Mi abuela odia las despedidas. Pero nadie se salva de ellas, mucho
Por eso aquella tarde llegué a su casa, la casa de mi infancia, con
una sonrisa dibujada en el rostro y un mar de lágrimas atravesado
en la garganta. El mismo mar que nos separaría para siempre.
Familia cubana (© Anyel Judith Díaz).
50
l a vejez que n u n c a esperamos
Me senté en el viejo sillón, ese que tantas veces meció mis sueños
cuando era niña, y recordé todas las historias que ella me conta-
ba mientras yo estaba acurrucada en su regazo. Por cada cuento
se le dibujaba un nuevo lunar en la piel. De repente un día crecí
y cuando volví a mirarla, sus manos estaban llenas de pecas que
tenían su propia historia.
Los recuerdos revoloteaban por la sala junto a mi travieso de dos
años que corría de un lugar a otro. Su hermanita menor, con ape-
nas tres meses, brincaba feliz encima de su bisabuela y le quitaba
los espejuelos.
Mi abuela presentía que algo extraño pasaba, pero no imaginaba
que la niña de sus ojos emprendería un viaje tan peligroso con
sus hijos pequeños. Me entregó cuatro ramitas secas para que las
guardara en mi cartera como una especie de resguardo. Luego,
cuando estábamos al borde de un barranco en Honduras, me afe-
rré a esas ramitas como si en ellas habitara Dios. En cada frontera,
río y selva que cruzamos, esas ramitas milagrosas fueron nuestra
protección.
Aquella tarde de despedidas, mi abuela hizo harina de maíz con
huevo frito, la comida que tanto me gustaba de niña. Almorzamos
juntas en el patio, en la misma mesa donde un día lejano aprendí
sentó también junto a nosotras. Ahora mi abuela vive sola, acom-
pañada por los recuerdos que habitan entre las paredes de una
casa vieja y solitaria.
Antes de irnos, la abracé con todas mis fuerzas. En aquel abrazo
roto se rompía algo en mí para siempre.
—Pronto mima, pronto —fue mi mentira piadosa. La necesitaba
para irme sin llorar.
p a r t e i. s i y o t e c o n t a r a
51
Besé a mi abuela en la frente, como si besara una vida entera que
quedaría atrás para siempre. En aquel beso iba esa despedida que
tanto odiaba. Me agaché un poco para mirarla a los ojos y recordé
cuando era ella la que se agachaba para besarme la rodilla luego
de una caída o arreglarme los cordones de los zapatos. Sus espe-
juelos empañados delataban que tenía alguna sospecha, pero no
preguntó nada, se limitó a devolverme el beso.
Cuando el avión despegó, aquella mañana calurosa de agosto,
Cuba quedó atrás. Sin embargo, una parte de mi abuela está aquí
conmigo, porque ella habita en mí. Tal vez no tenga la oportu-
nidad de volver a contar sus pecas, pero aquellos cuentos de mi
infancia serán el legado que recibirán mis hijos. No hay mejor
herencia.
Trayendo el pan (© Ernesto Reyes).
53
Helado de
paciencia
Dagmara Ramírez Marcial
Cuando vi a los ancianos entrar al local sonreí tiernamente. Ha-
bían ido, como nosotros, a tomar helado a un lugar con altos pre-
cios y poca fama. Aparentaban la edad de 80 años; pero, cuando
les miré al rostro, percibí un brillo en sus ojos que se le atribuye
casi siempre a adolescentes y jóvenes. Mis sensaciones eran de
asombro, regocijo, piedad y felicidad, y no podía desviar la vista
para otro ángulo. Ya teníamos alegría por el deseo satisfecho del
helado de chocolate y en ese instante aumentó por la presencia
de aquellos dos abuelitos que inspiraban al amor. La curiosidad
me llevó a querer escuchar de qué hablaban, me parecía muy in-
teresante la imagen que tenía desde mi mesa y que no era común
en la ciudad de Matanzas, donde los jóvenes son los encargados
de ocupar sitios fuera del hogar y las costumbres de los mayores
son diferentes. Como eran muy discretos, solo pude encantarme
con sus miradas de apoyo y sus sonrisas adornadas con dientes
temblorosa y ella le pedía con un gesto sutil que se terminara su
copa de helado.
Salimos a la calle los cuatro, ellos primero. Ya estaba en el cielo un
hermoso sol poniente. Mi amigo y yo no teníamos nada mejor que
hacer, y les seguimos hasta el parque. De pronto, inesperadamen-
te, ella se echó a llorar en los caídos hombros de su compañero.
Nos detuvimos por el cambio incierto en el ánimo de los señores.
54
l a vejez que n u n c a esperamos
—Seguro se emocionaron —me dijo Ernesto.
—Deben llevar una carga pesada de tristeza —deduje luego.
Estando en el parque nos sentamos en el banco verde, justo al lado
de la peculiar pareja, mientras conversábamos sobre nuestro futu-
ro, imaginándonos en la tercera edad. En ese momento, suena un
teléfono móvil que llevaba la señora en su bolso de tela colorida:
—¡Mi hijo! —respondió ansiosa la anciana.
Después de la corta conversación que sostuvo por teléfono,
precisé que tenían un hijo fuera del país hace unos años,
que lo extrañaban mucho y sufrían por eso. Pasaron unos
minutos y se pusieron de pie, avanzaron hacia nosotros y
nos dijeron con cierta dulzura:
—La misma paciencia que tuve esperando a mi esposo
cuando se fue a la guerra en Angola, la ha tenido él conmi-
go cuando me he quedado acostada en la cama, sin ganas
de vivir —nos contó la bella mujer.
—Hemos conversado y la comprensión nos ha llenado de
energía para disfrutar lo poco que nos queda de vida —
agregó el señor.
Creo que en el tiempo que estuvimos compartiendo el
mismo espacio ellos advirtieron el interés que nos suscita-
ban. Lo que no saben, tal vez, es la grandeza que proyectan
y la imagen de experiencia que queda guardada, lo felices
que fuimos viéndolos tomados de la mano con la luz de las
bombillas del parque iluminando cada una de sus arrugas.
55
De olores
y recuerdos
Laura Seco Pacheco
De mi padre me queda el olor rancio de su sudor. De alguna
forma terrible, mi cerebro decidió borrar casi cualquier otro
recuerdo e instaló el olor de sus últimos días en mi corteza
cerebral. No era el olor de la enfermedad ni del hospital ni
Otra vez en mis manos (© Ernesto Reyes Estévez).
56
l a vejez que n u n c a esperamos
de los medicamentos asquerosos que le quemaban las venas dos
veces al día, era el olor pasmoso de la miseria y el calor.
Mi padre murió con 76 años y tan solo quedaba el espectro del
hombre hermoso que un día fue. Cuando joven, mi padre olía a
colonia barata y crema de afeitar. El vaho a alcohol en su aliento
era también una constante. Su cuerpo parecía blindado al olor del
sudor. De su juventud, también recuerdo sus brazos musculosos,
su obsesión por mantener el cuerpo joven y su habilidad para rea-
lizar cálculos mentales.
Hasta los 60 lo tuvo todo y nunca le faltaron un Judas y un Pedro
ofrecidos para cualquier servicio. Hasta los 60 fue importante y su
sudor todavía no olía agrio.
Entonces enfermó de olvido. Todos lo fueron olvidando y él, por
puro desagravio, los fue olvidando a todos. Los médicos, esos
hijos de puta que quieren exterminar la poesía de este mundo, lla-
maron a su olvido Alzheimer. Por más que yo les explicaba que esa
no era más que una venganza de mi padre contra el mundo por
últimos días: condenado a la desmemoria e intoxicado con quími-
cos que de poco le valieron.
Pero el olor agrio no provino de los fármacos, sino del sudor de
la pequeña casa con el techo bajo. Mi padre, que un día dirigió un
ejército, pasaba sus días en un sillón de madera, sudando infame-
mente frente a un ventilador viejo, con la puerta de la casa abierta
para que entrara un poco de aire, sin pensar siquiera que también
les daba vía libre a los ladrones.
Mi padre, con el pecho desnudo cubierto de vellos canosos y
duros como alambres, con la boca semiabierta viendo las noti-
cias, bebiendo las noticias, masticando las noticias, con la mirada
perdida sin reconocerme a veces. Relatando las viejas anécdotas
p a r t e i. s i y o t e c o n t a r a
57
de guerra, comiendo una y otra vez porque se le olvidaba la comi-
da anterior, arrastrando ruidosamente las chancletas rotas por la
casa, tropezando, cayéndose y sudando.
Mi padre sudando y apestando, destrozado por la desmemoria de
los Judas y Pedros que un día le lamieron las llagas de los pies. Sin
recordarnos la mayor parte del tiempo y con las venas hinchadas
por los sueros. Sudando y sudando.
Yo quiero olvidar ese olor agrio porque me recuerda la indignidad
de sus últimos días y me recuerda que apenas lo abrazaba para
que no me contagiara el tufo. Su olor agrio y su frente cubierta de
sudor, mantecosa, repugnante y caliente son, en mi memoria, el
recordatorio perenne de la terrible hija que fui.
Sín título de la serie Olvidados (© Margarita Fresco).
59
Los dientes
que vienen
después
Unas cuantas manchas en las manos. Manchas de vieja, dice ella,
riéndose, quitándole peso a los setenta y tantos que le caen enci-
ma. Sonríe como ha sonreído siempre. Yo me remito a quererla,
no me queda de otra, no pretendo no hacerlo. La quiero porque
invariablemente siempre ha estado para mí. ¿Qué hacer, cuando
de forma triste desaparecen los distantes escalones entre nietos y
abuelos? La constancia de una familia heterogénea y exacta, no es
común en esta isla. Nunca me ha aterrado; soy hijo de mi abuela.
Recuerdo aquella tarde que de forma inocente y temerosa se me
-
pondré debajo de la almohada cuando se caigan, a ver si el ratón
nunca existió, que siempre supe que no existía. Eran ellos los que
ponían dinero o algún regalo debajo de la almohada. Siempre fue
poco, unas monedas, un billete de corta denominación, ¿qué haría
un niño con cientos de pesos? Pero, hoy, ¿qué haría una anciana
con cientos de pesos? La inocencia construye fantasías y la fanta-
sía es esperanza.
Anders Ariel Santana Alpízar
60
l a vejez que n u n c a esperamos
Mudar sus dientes de leche simboliza la ruptura de la ignorancia
para los niños. Asimismo, temer de pudor ante cualquier ofensa o
apodo menos inteligente y novedoso que los ya dichos centurias
atrás. Sin embargo, siempre existía la esperanza que a los meses
saldrían los dientes que adornarían la boca eternamente. La eter-
nidad, en este caso, era irrealizable, algo muy falso. ¿Qué dientes
vienen después de los dientes que vienen después de los dientes
de leche? Primero cae uno aleatorio, un cordal, un colmillo arriba,
una muela abajo, y la sonrisa deja de ser bella para los estéticos
más escrupulosos.
Anoche, por mera curiosidad e ingenuidad, sentí que debía re-
visar debajo de la almohada de mi abuela. Revisé y encontré un
papel como envoltorio, dentro había un diente austero, limpio, sin
rastro de sangre. Se lo cambié por un billete, uno simple, sin valor:
un símbolo. Son los símbolos los que comparten la esencia del
pasado y del futuro, multiplicándose en presente. Poco a poco fue
así, cada semana se le caía un diente, y al cabo de tres meses la
sonrisa lustrosa dejó de existir, dejó de ser. Rehusó ponerse pró-
tesis, que para falsa la vida, y no ella.
Hoy con setenta y tantos, le restan cinco dientes en toda la boca.
No hay pudor y no le molesta, cada vez que hay un chiste malo,
una fotografía en blanco y negro o una remembranza de su es-
poso, reírse nostálgica o a carcajadas. El simple hecho de existir
sabiéndose cada día menos en esta tierra, equivaldría para ella,
según sus palabras, una sonrisa, aunque no tuviera un solo diente
en la boca.
61
Crónica
de una
ilusión
Teresa Díaz Canals
“Ya están mis ojos cansados
de tanto ver tantas cosas…
Muy cansados y colmados
de lágrimas que no brotan”.
FLOR LOYNAZ (Cansancio)
Estoy a punto de cumplir sesenta y seis años. Ni de niña recuer-
do un cumpleaños completamente feliz. Creo haber escuchado
Al graduarme en la universidad, laboré allí. En esos cuarenta
años de trabajo mi vida fue agónica, con excepción de algunos
momentos, cuando disfruté hacer el doctorado sobre el siglo
y dura, de mi extrema delgadez en la década de los 90, olvidé la
difícil educación de un hijo como madre divorciada, la ausencia
de una cama, de cosas elementales para vivir. Al leer, evadí la hu-
millación de que alguien me pidiera que me vistiera mejor, que
buscara una pareja, para impedir así criticar lo que no aceptaba.
Los libros me hicieron superar situaciones inimaginables, como
el acoso de un viejo profesor, la venta de ropa usada como modo
de sobrevivencia en un parque y la llegada de una estudiante:
62
l a vejez que n u n c a esperamos
jubilarme, prescindieron de mí, a partir de la pandemia. Este
acontecimiento les fue oportuno para suprimir a alguien que no
optó por el servilismo y la sumisión. Hoy espero una respuesta
positiva que me otorgue la condición de emigrada, que permita
compartir en familia esta etapa última de mi vida, alejarme del
absurdo y la infamia. Quiero creer que Dios me dará la oportuni-
dad de celebrar otro aniversario con afecto, en la paz de la ver-
dad. Repito, con Dulce María Loynaz:
Dime, Señor, […]
qué hago yo en esta hora […]
con mi desesperada esperanza…
Realidad (© René Alberto Rodríguez Castellanos).
Parte II
La voz
60
de los
Mi vecina Elia (© Williams Cruz Perdomo).
Parranderos (© René Alberto Rodríguez Castellanos).
67
La vejez
que nunca
Para tener un juicio adecuado y justo sobre la vejez,
el envejecimiento y el ejercicio de los derechos de
las personas mayores en Cuba, se necesitaría ser un
especialista en Sociología u otra disciplina relaciona-
da y haber hecho una investigación seria al respec-
to. Pero como lo que se pretende en este espacio es
buscar opiniones desde la experiencia personal, algo
que me resulta válido e interesante, con mucho gusto
comparto mis criterios.
Creo imprescindible mencionar las circunstancias
en las que me tocó vivir y el proyecto social cono-
cido como Revolución cubana, que ha ocupado casi
mi vida entera y que marca mi vejez. Mi vinculación
al proceso revolucionario ocurrió como era usual en
aquellos momentos. La mayoría recibió a Fidel con
júbilo y se incorporó a un proceso que prometía traer
libertad, bienestar y justicia social al país. Y la mayo-
ría creyó de corazón en lo que hizo. Al menos ese fue
mi caso. Me gusta mucho una frase de Eliseo Alberto
-
Inés Caridad Casal Enríquez
esperamos
68
l a vejez que n u n c a esperamos
dieron o nos convencimos: en este caso el sujeto omitido resulta
-
Con la Revolución y con Fidel ocurrió, a mi modesto entender, lo
que suele ocurrir con un líder y su proyecto cuando pasa de un
período de efervescencia, en donde está claramente establecido
que hay una verdadera revolución: algo que viene a revolucionar-
lo todo, a trabajar por un país mejor, con mejores oportunidades
para todos, con mayor justicia social, y de pronto se ralentiza, se
estanca, se vuelven demagógicos los discursos. Ya no hay espe-
Y aquí estoy, sesenta y dos años después de ese 1 de enero de
1959, con más de 70 años, pensando en que, desde el punto de
vista económico, no me ha ido tan mal, sobre todo porque he
podido garantizar que mis dos hijos hayan estudiado y tengan una
profesión que debe ayudarlos a seguir adelante; pero con la terri-
ble decepción de que no fue este país destruido, social, económi-
ca y moralmente, el que yo soñé dejarles a ellos y a mis nietos.
De forma general, los ancianos en Cuba no tienen opciones: sus
jubilaciones no les alcanzan para lo más básico; generalmente
viven con sus descendientes, muchas veces en condiciones de
promiscuidad, por la situación crítica de la vivienda en el país;
casi no existen asilos o casas de abuelos donde refugiarse, cuando
social son muy pocos y mediocres.
se trata de casos que, o bien pertenecen a una cúpula del poder
o cercana a él, o son personas que, por determinadas razones —
nunca asociadas a una trayectoria laboral clásica— se encuentran
en un grupo privilegiado.
nuestra patria tiene otro componente no material y mucho más
doloroso.
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
69
recurrir al apoyo de nuestros hijos para subsistir —estén dentro o
fuera del país—, queramos reconocerlo o no, sentimos vergüenza
y bochorno.
Cuando vamos en contra de nuestros más sinceros principios de
honradez y decoro, y le pedimos a nuestros hijos o a nuestros
nietos que callen su manera de pensar para que no se busquen
problemas o no nos los busquen a nosotros, yendo incluso en
contra de lo que les hemos enseñado a lo largo de sus vidas, nos
sentimos hipócritas e indignos.
Cuando no podemos dejar de pensar en la felicidad y la salud de
los hijos que se encuentran lejos, nos hundimos en la soledad y la
desesperación.
Y cuando vivimos con el alma en la garganta, pensando en lo
vulnerables que son nuestros hijos solo por ser honestos y hablar
sin hipocresía, sentimos un dolor inimaginable, mezcla de culpa y
decepción.
Archivo personal de Inés Casal.
70
l a vejez que n u n c a esperamos
Archivo personal de Inés Casal.
Archivo personal de Inés Casal.
Archivo personal de Inés Casal.
Archivo personal de Inés Casal.
71
Rostros de
nuestros
viejos
Fidel Gómez Güell
En las vidrieras de las tiendas inaccesibles en dólares o en los
pasar, las caras de nuestros viejos, como si fueran reliquias del
pasado. A veces, pareciera que la sociedad se ha olvidado de ellos.
Por las ciudades deambulan, el paso vacilante, la mirada al suelo,
mientras la vida transcurre a sus alrededores y se les escapa de
las manos como el tiempo. La vejez en Cuba tiene muchos ros-
tros. Hemos intentado contar sus historias a través de algunas
imágenes cotidianas de nuestra realidad. Bajo el sol del trópico las
texturas de esas pieles negras, mestizas y blancas son como heri-
das de guerra, marcas de una vida que ha sido desproporcionada-
mente dura.
El anciano triste, el viajero, el luchador, el mendigo, y otros casos
que se repiten a lo largo de la Isla, son personajes comunes que
pululan en las calles o pueblan nuestro imaginario como arqueti-
pos cotidianos. Ellos emergen desde el anonimato en estas foto-
dieron cuanto pudieron por su familia, por el futuro, por el sueño
de la ecuación del bienestar. Hemos pretendido revelar parte de
esas realidades entre las luces y sombras de estas imágenes cuyas
historias, de no ser captadas por el lente, se perderían para siem-
pre como un silbido en la tormenta.
72
l a vejez que n u n c a esperamos
El viajero
Deambula sin coordenadas ni destino. Sabe que ya no irá a ningún
lado, pero ha decidido no quedarse quieto. No quiere terminar sus
días en un sanatorio tras barrotes de hierro, eso para él sería lo
mismo que estar preso. Su casa es la ciudad. Se alimenta de lo que
puede, cuando puede. Duerme en cualquier lugar donde la policía
no le moleste. Algunas veces, bajo la lluvia, comparte su espacio
con los perros callejeros. No posee bienes materiales y ha pres-
cindido hace mucho de sus antiguos hábitos higiénicos. Sabe que
algún día se quedará dormido para siempre en algún rincón oscu-
ro de la ciudad; pero, en su cabeza, es un hombre libre.
El mendigo
El anciano que ha caído en la mendicidad ya no tiene nada. Vive
sus últimos días en medio de la pobreza más abyecta. Come poco,
duerme donde ha podido instalarse gracias a la caridad de algún
buen samaritano y ya no espera nada de la vida. Alguna vez intentó
acumular bienes para asegurarse la vejez, pero la realidad le gol-
peó muchas veces y él se conformó con mantenerse vivo. Recibe
una exigua ayuda en alimentos que le alcanza a duras penas para el
día. Aunque le queda algo de salud, ya no siente ganas de trabajar,
pues sabe que un triste salario no lo va a sacar de su miseria.
El luchador
Ya no le molesta cuando los jovenzuelos del barrio le dicen jine-
tero, medio en broma, medio en serio. Hace mucho que se dio
cuenta de que su pensión no le alcanzaría para pasar una vejez
digna y se puso a vender periódicos y tabacos a los extranjeros
en las calles de la Habana Vieja. La policía lo ha amenazado varias
veces con meterlo al asilo, le dicen que es ilegal lo que está ha-
ciendo, pero eso ya no le importa mucho. El sentido de su vida es
ya no le queden fuerzas.
© Fidel Gómez Güell
© Fidel Gómez Güell
© Fidel Gómez Güell
© Fidel Gómez Güell
© Fidel Gómez Güell
© Fidel Gómez Güell
76
l a vejez que n u n c a esperamos
El hombre nuevo
útil para el país, se fue a combatir a Angola cuando se lo pidieron.
con su vida y, por tanto, se entregó en manos del sistema. Desde
la escuela primaria le dijeron que su generación sería la del hom-
bre nuevo. Hoy vive en un depósito de materiales reciclados de la
basura que no le pertenece, no ha visto nada del futuro luminoso
que le prometieron los líderes, ya no cree en el Gobierno.
© Fidel Gómez Güell
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
77
El emigrante
Cuando le dicen palestino, recuerda que no pertenece a esta
ciudad; sin embargo, siente que entre cubanos no debería haber
fronteras. Ha vivido gran parte de la vida fuera de su Santiago
natal, pero lleva su tierra en el corazón. Se fue porque no encon-
tró cómo prosperar allá, ha recorrido mucho el país y se siente
nostalgia, haciendo los trabajos que nadie quiere y extrañando a
los suyos. Cuando se sienta demasiado viejo, volverá para morirse
donde están sus ancestros.
© Fidel Gómez Güell
78
l a vejez que n u n c a esperamos
El soñador
Cientos de veces le han pedido que
claudique, que abandone sus sueños
y se dedique a buscar el dinero con
sus conocimientos sobre la pesca,
los animales y la agricultura local.
Mariano es un incomprendido.
Más de una vez lo han dejado solo
por eso. Sin embargo, él ha hecho
para sobrellevar la pobreza en su
comunidad, que ha sido inclusivo
y hermoso, en otros tiempos. En
estos momentos, está pasando por
una etapa difícil en su relación con
las instituciones y por la necesidad
de recursos para trabajar. Se siente
un poco como El Quijote contra los
molinos, pero esto no le impide se-
guir creando, soñando y haciendo.
© Fidel Gómez Güell
© Fidel Gómez Güell
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
79
La
decepción
Fidel Gómez Güell
Cuando era niña, allá por los 60, creía que sería novia de Fidel.
estuvo dispuesta a entregar sus mejores años por el bien mayor
en que creyó. Con el tiempo, ha visto cómo todas las cosas en las
que creía han dejado de tener sentido para ella. Siente que el país
ha dado una vuelta en círculo y que, de alguna forma, la engaña-
ron. Por eso, hace ya tiempo le dio la espalda al proceso y se ha
dedicado solo a vivir y envejecer.
© Fidel Gómez Güell
80
l a vejez que n u n c a esperamos
La enfermedad
En su delirio, llamaba a seres del pasado, vivió sus últimos años
rodeada de fantasmas. La casa por la que trabajó toda su vida se
había convertido en un motivo de disputa en su familia, que es-
peraba con paciencia su muerte. La demencia senil avanzada fue
una especie de blindaje psicológico contra el dolor de sus últimos
años. Como Bebita, muchos ancianos en Cuba esperan la muerte
junto a su ventana sin más consuelo que la certeza de que, algún
día, dejarán para siempre ese cuerpo enfermo en este mundo.
La tristeza
Hace mucho que no ve a sus hijos, a algunos de sus nietos aun no
los conoce, sabe que no tiene nada que legarles y, por tanto, na-
die se preocupa por él. Viejas peleas familiares del pasado le han
dejado un hueco de tristeza en el pecho. Extraña mucho aque-
llos años en que era un obrero portuario fuerte y jugaba con sus
pequeños en las tardes, al llegar del trabajo. Su vida está marcada
por la tristeza. En la esquina de su cuadra vende periódicos todos
los días y ve el tiempo pasar con los ojos llenos de recuerdos.
© Fidel Gómez Güell
© Fidel Gómez Güell
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l a vejez que n u n c a esperamos
La soledad
No les queda nadie en este mundo. Sus seres que-
ridos se les fueron hace mucho. A veces pasan
semanas sin hablar con alguien, hasta que algún
conocido les saluda en la calle o el mercado. Se han
acostumbrado a la tristeza y a los recuerdos. Hacen
exactamente lo mismo todos los días. No tienen un
lugar donde compartir su soledad con otros ancia-
nos como ellos, pues en sus comunidades la aten-
ción a las personas mayores no es una prioridad
para las autoridades. Están solos, solos y olvidados.
© Fidel Gómez Güell
83
© Fidel Gómez Güell
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Anselmo,
Orlando y
Ernesto:
relatos de la vejez
Lilian Ureña de Martín Viaña
“No hay razón para tomar una
fotografía de un ser humano si
esta no lo ennoblece”
SEBASTIAO SALGADO
© Lilian Ureña de Martín Viaña
Anselmo
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
87
me quedo de este hombre de 70 años que ha dado su vida por la
Revolución y ahora tiene que subsistir vendiendo los cigarros de la
bodega. Es extraordinaria la esperanza y la amabilidad de este ancia-
no, pero también su decepción.
A pesar de ser yo quien debía acercarme a él para entrevistarle, fue
que no lo era, pero que sí había estudiado Medicina durante más de
tres años. Así comenzó una conversación de más de una hora, en la
que me comentó que había sido técnico de tanques en Angola y que
había visto a muchos jóvenes morir —muchos, amigos suyos—. Sus
ojos se llenaron de lágrimas y me confesó la decepción que sentía al
haber apostado tanto por este régimen, que no le había dado nada;
de hecho, le había quitado las posibilidades de tener una vida mejor.
A sus 70 años y con una mujer más joven que él, que no trabaja y no
posee ingresos, se mantienen solo con la pensión de jubilado que
Anselmo recibe y el poco dinero que obtiene al vender los cigarros y
tabacos de la bodega. Siempre va con un poco de bebida alcohólica
casera elaborada por él en un pequeño pomo que cabe en su bolsillo,
arguyendo que eso le da calor a los huesos y alegría al corazón.
Anselmo, a pesar de lo que puede parecer a simple vista, intuyo que
es feliz. Tiene una hija que no llega a los 18 años y otros dos hijos,
que viven algo lejos; todos con mujeres diferentes, me confesó con
una sonrisa. Se lleva bien con los vecinos, muchos de ellos lo salu-
dan al pasar. Un muchacho de 19 años es especialmente cercano a
él. A menudo va a charlar y a contarle sus problemas: recién acaba el
servicio militar pero no encuentra trabajo y su padre y los amigos de
su padre son alcohólicos; de todos, parece el joven el más respon-
sable. También una niña de unos 9 o 10 años, con un piercing en la
nariz y ropa ajustada y corta, saluda a Anselmo con especial cariño y
le ofrece pastelitos.
-
decido a pesar de su situación actual, con una sonrisa un domingo
de desidia cualquiera en La Habana.
Orlando
© Lilian Ureña de Martín Viaña
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
89
Me topé con él en la calle 23, a mediodía, cuando muchos tran-
seúntes se amontonaban en el paso de cebra. Extendía sus manos,
un monje budista. Me acerqué a él y enseguida me percaté que, a
diferencia de Anselmo, este señor sí vive en la calle. Tiene 84 años
y desde hace unos sesenta no tiene hogar, pues me contó que se
vio envuelto en un embrollo familiar en el que le acabaron qui-
tando su casa. Así vive desde entonces, mendigando en las calles,
pero no desea ir a un sitio donde recogen indigentes y les dan
según Orlando, las camas tienen chinches y la comida se la roba
el personal que trabaja ahí, no vale la pena quedarse en un lugar
como ese. Tiene una hernia inguinal que le impide caminar bien y
se encuentra a la espera de operación.
Orlando no tiene hijos, ni familia, duerme en un parque —creo que
-
nerse en esta vida. Fue muy agradable hablar con él, pero a la vez
triste. Fue uno de esos eventos que nos sacuden la existencia y en
los que nos percatamos que tenemos mucho en comparación con
otros que tienen tan poco.
Ernesto
© Lilian Ureña de Martín Viaña
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
91
Ernesto tiene solo 66 años, aunque a simple vista parece tener
mucho más. Anda muy sucio a pesar de tener casa cerca de la
iglesia de Reina. No trabaja desde hace varios años, ya que ha
presentado varias enfermedades; actualmente tiene una hernia
inguinal. Su mujer falleció hace nueve meses (con 50 y tantos
años) y fue víctima de un accidente vascular encefálico, por lo
que las secuelas la dejaron con muchas limitaciones motoras en
-
de sábana, pues era imposible vestir al cadáver.
A Ernesto se le notaba triste, con cataratas en los ojos y apenas
dinero de mendigar era para comprarse algún helado o dulce y
que no tenía nada que hacer en la vida. Estaba a la espera de que
la iglesia evangélica a la que asiste le pudiese ayudar y dar al-
gún trabajo que hacer. Comentó con algo de alegría que los cul-
tos volverían a celebrarse todos los días en la noche, por lo que
podría mantenerse ocupado en ese horario. Sonrió con su solo
diente para la foto. Nos despedimos con una alabanza a Dios y
una última sonrisa por parte de ambos.
Archivo personal de Ingrid Arenas.
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
93
La vida es
bella
Ingrid Arenas González
Llevo años, muchos años cuidando a Tita. Antes me escapaba a
menudo y me desconectaba de la responsabilidad y el trabajo que
lleva ocuparse de una anciana que depende absolutamente de
otra persona. Hoy los niños están más grandes, por lo cual nece-
sitan más atención y ni Rosy ni yo podemos solas con todo lo que
hay en nuestra casa. Hay días que para que Tita se tome seis on-
a la compasión, de la rabia al amor, del llanto al canto. Despierto
muchas veces en la noche, ante cualquier lamento, reviso que no
esté mojada, que no tenga un brazo en mala posición, le doy agua
por si lo que tiene es sed y regreso a intentar dormir, porque no
está en nuestras manos la solución.
Hago catarsis escribiendo y pido que, quien no haya pasado por
estas situaciones, no critique a quien ponga a sus familiares que-
ridos en un hogar de ancianos. Yo no lo haré, me dedicaré a Tita
lo haga.
La vida es bella.
Archivo personal de Enrique Guzmán Karell.
95
Papá
el hombre
de mi vida
Enrique Guzmán Karell
Archivo personal de Enrique Guzmán Karell.
Archivo personal de Enrique Guzmán Karell.
96
l a vejez que n u n c a esperamos
padre se escapó de la casa porque una persona disminuida por un
Parkinson que no cede no sale de su casa, sino se escapa. Como
la falta de sueño ha sido el efecto colateral, el daño más constan-
te que ha vivido mi padre desde que arrastra esa enfermedad, la
lógica detrás de su salida era que iba a la farmacia a buscar bena-
drilina, pues sin ese fármaco no puede dormir.
Sí, iba a la farmacia… En Cuba. Hoy.
Mi padre no sabe, no puede recordar, quizás ya tampoco enten-
der, que en la farmacia no hay benadrilina. Tampoco alprazolam.
Mi padre no sabe que la farmacia está bastante o completamente
vacía desde hace rato. Ni creo sea consciente que ha sido durísi-
mo sostener su consumo de levodopa-carbidopa, esa droga difícil
para los anaqueles cubanos.
Yo nunca le conté a mi padre que me llegan sus pastillas desde el
noroeste de Estados Unidos, desde una ciudad muy lejana, gra-
cias a la sensibilidad de un amigo que él no conoce, y que llegan
los envíos hacia el país tranquilo, ordenado y justo que él ve en
el NTV de todos los días. En la comprensión de mi padre, alguien
que todavía me guarda los diarios Granma de anuncios importan-
tes, sobrevive la idea de que en la farmacia habrá no solo colas de
personas soñolientas y pobres, sino medicinas.
En el periplo nocturno de hoy de mi padre, en medio de su fuga,
caminando por un Vedado a oscuras y lleno de obstáculos, se cayó
siete veces, una de ellas en un charco habanero del que habría
que imaginar profundidad y niveles estables de putrefacción, pero
del que quizás nunca sepamos su real ubicación pues son más los
charcos que medicinas en las farmacias. Por fortuna, y siete caídas
mediante, un vecino lo recogió, lo ayudó y supo conducirlo a casa.
Durante el día de hoy, mi padre hizo otros dos intentos de fuga
que yo no sabría cómo controlar o atajar. No solo porque vivo
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
97
fuera de La Habana y de Cuba, sino porque, aun viviendo en su
misma casa, sería una actividad un tanto complicada de ejecutar.
Acá doy todas las garantías de que el número de caídas que cuenta
mi padre es lo más objetivo y exacto de esta historia. No importa
que sus capacidades motrices y mentales estén disminuidas. No
importa el Parkinson. Sus números son los que son, pues han sido
aceitados y entrenados durante ochenta largos años. Baste decir
que hablamos de alguien que te dice, como comentario obvio y
común, que el teléfono sonó cincuenta y siete veces, las aspas de
la lavadora dieron ciento trece vueltas o que durante el almuerzo
comió treinta y una cucharadas de sopa y diecinueve de durofrío.
Con él, las estadísticas y los números son verdad verdadera, una
obsesión, una pasión a la que ha dedicado su vida. Algo solo com-
parable al amor y al compromiso demostrado a sus cuatro hijos.
Mi padre necesita alprazolam y benadril para poder dormir, pero
es incapaz de pedirme esto, aquello o lo de más allá. Y como
siempre ha hecho ante cualquier necesidad, se arregla como pue-
de y sale a buscar la solución.
Mi padre, mi único héroe, el mismo que me despertó durante
-
-
mostración de que los hijos terminamos siendo padres de nues-
tros padres, que de alguna forma todo regresa y que un padre ya
disminuido se puede escapar de casa, pero no del tiempo.
© Ernesto Reyes Estévez
99
Mi mamá,
la que siempre
cuida
Verónica María
Perdomo Álvarez
Hoy quiero compartir con ustedes la
historia de mi madre.
Mi mamá se llama Marielys, nació en
1965, fruto de un matrimonio feliz
entre mis abuelos, quienes ya en ese
entonces llevaban varios años de casa-
dos y contaban con una hija de 3 años.
El nacimiento trajo alegría a la casa,
fue una niña deseada y amada desde el
primer momento. Su infancia la relata
con mucha felicidad, la recuerda como
una etapa de unión familiar.
En sus años de estudio destacó por
ser muy inteligente y activa, le encan-
taba participar en todas las activida-
des, era, lo que se dice, una niña ex-
trovertida. Al terminar el bachillerato,
ingresó a la universidad para estudiar
Ingeniería Pecuaria. Según sus propias
palabras, fueron los mejores años de
su vida, rodeada de amigos y amores,
que aún recuerda con anhelo.
100
l a vejez que n u n c a esperamos
Termina la universidad con 23 años y, a los 26, se casa con quien
sería hoy mi padre y tienen su primer hijo, mi hermano, y seis
años después me tiene a mí. Desde que tengo uso de razón y,
hasta hace apenas unos pocos años, mi madre siempre había sido
una mujer feliz. Recuerdo que le encantaba bailar casino cada vez
la playa cada verano y celebrar las navidades en familia. Una mujer
bastante normal. Esta situación, sin embargo, cambió de manera
radical hace tan solo cuatro años atrás, cuando mi abuelo, debido
a su avanzada edad, enfermó de gravedad.
Como consecuencia de su estado de salud, mi abuelo presentaba
a ratos cuadros de irracionalidad, se comportaba muy raro y no
en pocas ocasiones se ponía muy agresivo, algo muy común en las
personas que van perdiendo, como se dice popularmente, la ca-
beza. Cuando la situación se comienza a agravar, enseguida se de-
termina que mi abuelo debe recibir cuidados especiales debido a
su estado y quién mejor que sus hijas para realizar esta tarea que
llegó la hora de tomar una decisión al respecto, la hermana de mi
mamá, mi tía, se desentendió por completo de su responsabilidad.
Fue justo ahí cuando la vida de mi madre pasó a convertirse en un
Mi mamá asumió por completo toda la responsabilidad de mi
abuelo. Se dedicó día y noche a su cuidado, centró su vida en sus
necesidades y, poco a poco, se fue olvidando de las suyas. Co-
menzó a girar en torno a él; todo lo demás perdió relevancia para
ella, vivía por él y para él. Al pasar el tiempo, comenzamos a notar
que el estado de salud de mi mamá se estaba deteriorando, ya no
era la misma, estaba apagada, se le veía deprimida y muy ansiosa,
pasaba días llorando y temblaba por la ansiedad. Mi mamá tam-
bién había enfermado, presentaba el síndrome del cuidador. Para
aquellos que no lo conozcan, este síndrome ataca a aquellas per-
sonas que sufren el desgaste físico, psicológico y de su salud en
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
101
general debido al cuidado constante y continuo del enfermo. Se
caracteriza por la presencia de estrés, ansiedad, depresión, irrita-
bilidad, insomnio, apatía y pérdida de apetito. Mi mamá comenzó
a presentar todos esos síntomas, acompañados por un sentimien-
to de soledad y un constante miedo a lo que pueda pasar.
Lamentablemente, mi abuelo falleció unos meses después del
inicio de su enfermedad. Mi mamá, pasado el tiempo, se fue repo-
niendo, pero ya nunca más volvió a ser la misma. Por circunstan-
cias de la vida, es ley de la naturaleza que las personas envejezcan
y de nuevo hoy mi mamá se encuentra ejerciendo el papel de cui-
dadora, o como a ella le gusta decir: de hija. Ella dice que los hijos
tienen que ser agradecidos con sus padres y hacer por ellos.
Hoy mi mamá cuida de mi abuela. Esta vez, tampoco tuve el apoyo
de mi tía, pero aun así se levanta cada mañana y saca fuerzas de
donde no le quedan, y sí, sigue estando enferma. Con el tiempo ha
empeorado considerablemente, ya no le gusta hablar con nadie, ni
salir de casa, dejó de preocuparse por su apariencia personal hace
mucho y su vida propia la dejó olvidada en algún rincón. Ahora mi
mamá no baila, hace años que no ve el mar y perdió la ilusión por
las navidades. Aunque su esperanza de vida no ha muerto, siem-
pre dice que un día todo volverá a ser igual, si Dios así lo quiere.
102
Descasado
Pedro Manuel González Reinoso
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
103
Cada día más y más gris el entorno.
Los desprovistos pululan —y hasta deambulan— cuando han co-
mido algo,— y restan fuerzas. Afuera hace un invierno insincero.
Quizá por ello, seamos todos culpables de la ingenuidad que
-
no, ¿quién sabe?
humana.
Para que pudieran emigrar los sostenes posibles, hubo que vender
Nuestra casa es nuestra patria. Enuncio.
-
-
La indigencia, consecuencia del abandono familiar, ha crecido a
niveles escandalosos. Claro, eso solo es perceptible puertas aden-
104
l a vejez que n u n c a esperamos
-
Con tal vulnerabilidad dicotómica —no la que engorda vientres
-
de mujer, tal vez. Alguna amada. Otra bendita quimera.
Una larga siesta (© Carlos Daniel Díaz Montero)
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
105
Mirando esta foto de vecino remediano —vivo en Caibarién, puer-
exactamente medio siglo, recién cumplidos mis 13.
Entonces creía, con la mayor seriedad del mundo, que algún día
Me lo inspiró un hombrecito medio cuerdo de mi pueblo, que so-
lía itinerar, pidiendo casi. Pues nada le faltaba, excepto amor.
(Jamás lo intitulé. Hoy lo rescato, no sin cierta modorra y con muy
poca vergüenza.)
***
Trae las espaldas marchitas, los pies cansados.
El hambre le ase por la cintura macilenta, acosa su mo-
rral: todo vacío.
Me mira con desgano en un paneo, del que no se vis-
Sabe que lo observo.
Mientras se para un instante a por aliento, aliña las tres
greñas que le cuelgan, con unos dedos renegridos y
náufragos caídos del sombrero.
-
gue él, indiferente.
Entonces soy yo, que sonrío.
Se gira sobre el cuerpo enjuto de colores imprecisos
buscando algo, cuando,
del desvaído jolongo asoma un mendrugo, acaso un pan,
106
l a vejez que n u n c a esperamos
y con los mismos dedos que ahora rebosan luz apuntando arriba
invita:
El aire nos trae reminiscencias nerudianas:
mi estancia desnuda, todo lo que se eleva por los muros derechos,
como mi corazón, siempre buscando altura […] ¿te sonríes amigo?
¡Qué importa! Nadie sabe entregar en las manos lo que se escon-
de dentro […] que en mi heredad vacía aquel amor perdido, es una
-
ño insular, y se intuía.
Tras atracarnos, rompimos los dos en carcajadas.
107
Las ganas de
irse de aquí
Yunet Alfonso Companioni
que va de mes ya ha comprado seis. Ha vendido hasta el arroz de
la bodega; total…, su abuela come puré y ella con un pan es feliz.
Lleva ocho años ya encargándose de su abuela y, aunque estudió
-
yecciones de insulina, limpiar escaras y cambiar pañales. Yusimí
necesita un patrocinador. No sabe con quién va a dejar a su abue-
la, pero ya va para una década de vida perdida haciendo por ella
y necesita aprovechar ahora que hay esta nueva manera de salir
de aquí, porque entre palangana y palangana de ropa a lavar, ella
necesita sacar la cabeza y respirar. Sacar la cabeza de esta palan-
gana llena de agua que cada día la ahoga un poco más y le quita
más tiempo de vida.
se fue y se lo puso en las manos. Con un niño a cuestas es difícil,
más si ese niño ni siquiera tiene un círculo infantil. Se pasa el día
pendiente a su hijo, a su negocio, a su esposo afuera, a su suegra
boca, pero vive con mil miedos. Miedo a que su esposo pierda el
interés por aquello de la distancia, miedo a que su suegra sienta
que ella anda detrás de alguien más y le joda una relación que no
podrá remendar estando tan lejos, miedo a que su hijo se enferme
y tenga que ingresarlo ella sola, miedo a que la placa del cuar-
to acabe de colapsar y ella también tenga que ocuparse de eso,
miedo a que se termine de caer el negocio que tiene, un negocio
para el que no tiene tiempo, ni ganas, ni materias primas, ni altas
108
l a vejez que n u n c a esperamos
Mari está arreglando el baño de su casa, dice que ya se cansó de
las broncas con su hermana y van a vender, pero para eso nece-
poco más de valor. Ella quiere vender la casa, pero mientras, no
-
Todo cubano que ves en la calle hoy está buscando la manera de
salir de aquí. El que no tiene trabajo busca un negocio para hacer
plata y salir de aquí. El que tiene un trabajo lo cuida porque le da
manera de irse de aquí. El dirigente que crees que apoya al Go-
bierno en el próximo viaje se queda y no vuelve más para aquí. El
muchachito que estudia en la universidad hace una carrera muy
bien pagada en cualquier otro lugar que no sea aquí. El que arre-
gla su casa o su negocio lo venderá todo junto para irse de aquí.
La que se enamora del turco que no habla español, ella tampoco
habla turco, pero usan el traductor, y a lo mejor va y lo engancha...
y la saca de aquí.
A Cuba se le ama, pero la tristeza, la decepción y el cansancio es
general..., como las ganas de irse de aquí.
Un cúmulo de sueños (© Luis Adrián Sánchez Negrín).
Con ellos
coño
no,
Yoelkis Torres Tápanes
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
111
Recordando la canción, yo que no sé ni bailar...
Son las 6 de la mañana, casi no he dormido nada y es imposible
alejarse de la realidad que en cada esquina uno vivió. Llego a la
terminal de trenes de Camagüey buscando carro (camión, patine-
te, avión) con otro destino y una realidad chocante sigue teniendo
el dolor de mi alma. Los abuelos y abuelas en las calles, durmien-
do en las esquinas, deambulando, buscando en los basureros o en
plena búsqueda de su plato de comida cotidiano, vendiendo cual-
quier cosita que puedan.
ojos y cansancio extremo. Ahí lo ves en su mesita, esperando que
alguien le compre algo al pasar.
Llegó con una carretilla que debió pesar más que él. Totalmente
jorobado y arrastrando aquel tarimaco inventado, entra a un local,
saca una mesita y un banco de madera pequeño e incómodo,
mientras no pierde de vista las cositas que había dejado afuera.
Saca un nylon azul, viste su mesa y pone sus productos caseros
(maní, galletas, refrescos, dulce de guayaba, hasta chupa chupa),
todo tan humilde, tan sumido en la precariedad. Fui su primer
cliente del día y a buen precio todo.
Estuve observándolo por mucho tiempo. Él miraba perdido al ho-
rizonte, que se frenaba en un muro y las líneas de tren colmadas
de mala hierba.
Me detuve tanto porque quería preguntarle, hablarle, pero no sa-
bía cómo entrar a su espacio sin que se sintiera agredido.
Y me decidí.
—Abuelo, buenos días, puedo hacerle unas preguntas…
—Sí mijo, cómo no. Espero poder responderlas todas. Dígame,
112
l a vejez que n u n c a esperamos
pregunte sin pena...
—¿Cuántos años tiene?
—Setenta y cuatro, mi niño.
Le piqué lejos, pero en realidad aparenta más.
© Fidel Gómez Güell
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
113
—¿Tiene familia?
un hijo, un nieto.
Corta familia, pero profundo sentir para trabajar por ella, solo
tienes que verlo.
—¿Cuánto gana diario aquí?
—100 o 200, a veces 300, y no es todos los días, esos son los mejo-
res días.
Para como está la vida, eso no es dinero, va en el promedio de los
2 400 pesos cuando máximo al mes.
—¿Tiene chequera?
—Sí, pero no me alcanza para nada.
—¿Está usted solo aquí todos los días?
hasta los domingos.
espera, de cansancio, de vigilar no ser robado, al aire libre, a la
sombra, el sol, la lluvia.
—¿Viene de lejos?
paso.
Cuadras y cuadras, por lo que pude apreciar en su explicación. No
soy de aquí, pero al menos 1 kilómetro y algo, sobre calles, baches,
atajos, con el peso de su venta que viene y va con él, con la carga
de traer un plato de comida, con la preocupación de vender algo y
no se le echen a perder los productos.
114
l a vejez que n u n c a esperamos
-
los, de los abuelos que conozco, de los que se pueden ayudar de
vez en cuando, y un profundo pesar me ocupa como agonía que
desgasta las fuerzas.
Quiero ser egoísta, pero con nuestros abuelos y abuelas no. No
quiero mirar a otros lados y no quiero comparaciones, porque con
los nuestros, no. Ellos han dado todo y hoy no son nada, su futuro
es hoy y no mañana, no tienen un mañana, no tienen nada y esto
los está consumiendo como una vela en un apagón eterno, en una
Siempre que veo una foto al respecto la he publicado, porque
nuestros abuelos y abuelas son responsabilidad, son una de esas
metas que se debieron haber alcanzado, una vejez digna. Y me
pregunto, ¿dónde están esos abuelos?
-
za, nuestros mejores cariños. Sus familias en muchos casos han
partido y los han dejado; han muerto y los han dejado; no avanzan
y ellos siguen acompañando. ¿Qué somos, Dios mío? En qué se
ha convertido todo que hoy aquellos que lucharon no son nada,
aquellos que creyeron son las víctimas. Cada día me rompo más
y no quiero cuentos. Sé de otras realidades y algunas pueden ser
peores, pero hoy no quiero comparaciones. ¡¡¡Estos son nuestros
abuelos y con ellos no, coño!!!
115
Justa,
croniquilla
con espasmo
Pedro Manuel González Reinoso
© Pedro Manuel González Reinoso
116
l a vejez que n u n c a esperamos
(Ojo, que no es de guerra, aunque hoy humea azarosa mi amada
Crimea, sino sobre otra batalla inclaudicable; la de la mera y cu-
bana sobrevida.)
retiro— que atiende el huerto estatal de cierta esquina, en mi
reparto de origen sovietoide, justo a la entrada harto desvencijada
del antiguo puerto de Caibarién, arrasado en su prosperidad sin
guerra alguna.
Lo de infeliz no es para que vayan tomándole lástima, a priori,
sino porque en verdad inspira compasión enterarnos que haya
pasado toda su vida doblada sobre un surco, que tiene al hijo
mayor preso con una sentencia incumplida de dos décadas y que
enviudó cuando su esposo fue atropellado en un espantoso acci-
dente, camino a la visita de aquel vástago común en la entonces
remotísima prisión asignada.
(A no olvidar cuán compasivos suelen ser —para con los padres de
este fallido simulacro de país.)
Justa no ha podido conseguir que le pusieran un nombre mejor,
para enarbolar su orgullo con tronco de humildad, muy a pesar de
tan continuas desgracias.
Muestra puntual sonrisa para con todos sus marchantes que allí
resolvemos —a precios lógicos y hasta humanizados— los vegeta-
les que ella cultiva: sin agua que no sea la que les cae del cielo —
porque la turbinita prehistórica del otrora organopónico años ha,
explotó y, de la granja urbana a la cual tributa colectivizadamente,
solo pasa un gestor, en plan publicano, a cobrarle el respectivo
diezmo—; ni fertilizantes, ni pesticidas —¡por suerte!—, ni nada
primordial como aperos de labranza le conceden en auxilio a esta
mujer para alimentarnos: solo su sacrosanta mano, pelada y des-
pellejada hasta el hueso en pos de la cosecha.
Esta mañana fui a por tomates y ajo puerro. Mientras esperaba
que saliera la única compradora que se encontraba dentro, es-
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
117
cuché sin querer lo que se decían circunspectas estas dos coetá-
neas:
—Dios sabe curar, Justa, hasta los enfermos que en el código ese
quieren que aprobemos. No se puede aceptar a gente del mismo
sexo criando en casa a menores, como si fuera una familia real.
Hay que rebelarse contra tanta injusticia. Pobres niños.
—Mira, hija, yo no sé hablar. Ni escribir casi. Leer, muy poco. Te
voy a decir algo: cuando yo era chiquita, tenía vecinos machos, y
un primo, que me ayudaban a barrer y lavar, y luego jugábamos
-
frazaba con la ropa sucia de mi abuelo. Y me fumaba los mochos
apestosos de sus tabacos. Algunos de ellos siguen siendo machos,
-
-
entera de algo malo como si fueran familia. No vengas ahora a in-
tentar cambiarme lo que ya sé de toda la vida. Porque así es como
es, y más ná. ¿Querías quimbombó? Porque se me acabó...
—Jesús perdona todos los pecados menos el de la sodomía. Inclu-
so, te perdona a ti por ser vieja y testaruda. Aprende a creer en la
palabra bendita y no olvides que ¡Cristo te ama! Seas como seas...
Justa no volvió por más argumentos. Regaló en cambio a la mu-
jer un macito de acelgas extra, de los que le quedaban separados
-
dose hacia la puerta abierta, anunció:
—¡El próximo!
Y entré.
(No voy a contar —ahora y aquí— de lo que hablamos).
© Pedro Manuel González Reinoso
© Pedro Manuel González Reinoso
Compañía (© Abraham Echevarría Díaz).
121
El taxi
ambulancia,
Jennifer Portelles
Veía solo sus piernas, cruzadas, rígidas y amari-
llentas. Entramos al señor al cuerpo de guardia del
hospital Calixto García. Un genio y enciclopedia
del cine y de la medicina, solo, enfermo y caído
en el baño. No tiene familia, solo un buen alumno,
La camilla lavada solo con agua, a pesar de todos
los pacientes que por allí pasan a diario. Los doc-
tores no te miran a los ojos. Lo ven solo a él, sus
signos vitales e indican las pruebas de protocolo,
sangre, orina, tórax y ultrasonido. Todas en dis-
tintos lugares, con sus respectivos técnicos. Ella
sigue durmiendo, con los pies cruzados. Ahora el
camillero y la enfermera se gritan, como pasándo-
se la responsabilidad de que ella siguiera allí.
el viejo y
el rico
122
l a vejez que n u n c a esperamos
La placa de tórax fue rápida, pero muy oscura, apenas se veían las
costillas. La sangre fue muy rápida; el orine, muy difícil de salir.
Era culto, anticuado y respetuoso, no soportaría que una mujer
joven viera sus genitales para ayudarlo a orinar. Era la única ma-
nera para llevar la muestra a hacerse análisis. Tuve que ingeniár-
melas. Pedí una cuña de esas de aluminio, seguramente no esteri-
lizada. Estaba allí, puesta cerca de la mujer de piernas cruzadas.
La doctora tuvo la gentileza de darme unos guantes y el papel en
que venían envueltos fue muy útil también. Le vi el pene, pero era
como el de mis dos abuelos, a los que cuidé también. Eso no fue
un problema. Esperamos 2 horas por el técnico de ultrasonido.
Caminé por todo el hospital, pregunté y nada. Me decían que po-
día estar en cualquier lugar y que eso era normal. Si no teníamos
todos los resultados, el médico no le daba un diagnóstico.
Limpiaron el piso con cloro, afortunadamente, pero solo el pasi-
llo por ahora. Aún había sangre en el piso donde estaba el señor.
Daba grima caminar por allí. No sabías si era una herida con arma
blanca o cualquier otro politrauma. Él era politrauma, como casi
todos los de esa madrugada. Lo leí en el papel donde escriben los
casos de la guardia, mientras me sentaba un minuto.
Ella sigue allí, ahora le amarran los pies en cruz y le ponen una
colcha que le tapa la cabeza.
Mientras esperábamos al de ultrasonido que nunca apareció,
llega una persona con cuatro puñaladas en la cabeza, cubierto de
sangre, pero vivo. Entraron a su casa a robarle y parece que lo in-
tentaron matar. Allí estábamos todos, esperando dos horas por el
técnico de ultrasonido, el señor que yo acompaño y el señor joven
recién apuñaleado. Vejez y dinero en la misma puerta, esperando
por el técnico de ultrasonido. El joven era famoso y adinerado.
Poco tiempo después, llega rápido el técnico y les hacen a los dos
el famoso ultrasonido.
Se llevaron a la mujer, no vi cuándo ni si tenía familia esperando
por ella. Supongo que llevaba unas cuantas horas allí, separada de
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
123
los vivos por un parabán verde. Tuve que buscar dónde encon-
trar agua para el señor, correr para que la enfermera le quitara el
trócar en vena que ya le estaba haciendo daño, mover la camilla
arriba y abajo por todo el hospital, buscar papel cartón para ayu-
dar a que se sentara en el peor banco que puedas imaginar en la
sala de urgencias del hospital más importante de La Habana. Ni
agua ni jabón. Podías salir de allí con una bacteria mortal.
Mientras limpiaba al señor, su hijo lo sostenía. Trabajo en equipo.
En ese mismo momento se oyen gritos, un travesti parece que
tenía problemas, un hombre pidiéndole al policía que lo dejara en-
trar, mucho alboroto. Personas sin hogar duermen en los asientos
justo al lado del baño. Y nosotros allí, haciendo maniobras para
que cagara tranquilo, pero no contento.
El médico lo ve y dice que necesita mucho líquido, reposo y unos
medicamentos que no hay en las farmacias.
No hay ambulancias para simples mortales. Si no tienes dinero
para un carro particular, no te vas para la casa. Miles de pesos en
taxis privados con función de ambulancias para traerlo y llevarlo
a su casa. Fueron tres mil y pico de pesos en jugos y yogurt re-
vendidos de las MLC, frutas y viandas, al menos para los primeros
tiempo con él y poder tener dinero para emergencias como esta.
-
-
-
da por el polvo y el abandono.
Y seguir siendo joven, capaz de sostener un anciano o varios y te-
ner ánimos de trabajar para poder pagar los millonarios pesos que
el sistema de salud cubano no gasta por los ancianos que viven
solos y aún tienen personas que les importa, y por aquellos que
mueren solos en cualquier hospital.
Esta es una triste historia del 4 de marzo de 2022, a las 3 de la
mañana, en La Habana.
124
l a vejez que n u n c a esperamos
Aun así, mis respetos por quienes limpian el piso, por los médicos
que durante sus guardias les toca descansar al lado de un muerto,
el policía de guardia, la laboratorista, los del comedor, el cami-
llero, quien recoge las sábanas y las lleva a lavar. Son pequeños
engranajes que no funcionan adecuadamente, pero si no fuera por
quienes aún aceptan trabajar en medio del deterioro, las pésimas
condiciones de infraestructura, la escasez de insumos médicos y
de limpieza, y los salarios que no alcanzan para vivir, este país ya
no sería un país.
125
Se están
muriendo
Pedro Manuel González Reinoso
© Amanda Santana
126
l a vejez que n u n c a esperamos
Se está muriendo, sin pausa, la mejor de las generaciones. La que,
sin estudios, y con mucha prisa, educó a sus hijos. Los que, sin
recursos, ayudaron durante las mil crisis y salvaron y sobrevivie-
ron a su gente. Se están muriendo los que más sufrieron. Los que
trabajaron como bestias por tan poco. Se mueren los que pasaron
la gran necesidad y, no obstante, perseveraron en la lucha. Los
que inventaron al país. Los que ahora tan solo deseaban disfrutar
de sus nietos. Y sonreír, quizá, sin muchas abundancias. Prolon-
gando su frágil utopía. Se están muriendo solos y asustados. Se
van sin molestar, los que menos molestan. Se van sin un adiós, los
que menos merecen irse.
humanos de siempre. Los desgastados en crecerse y hacer crecer
-
res años de sus vidas al trabajo, a sus familias y al país que quizá
no merecían, como si en lugar del sueño irrealizado, hayan tenido
que pasar por esta tortuosa pesadilla.
© Yasser Expósito Cárdenas
© Yasser Expósito Cárdenas
Juan
Jennifer Portelles Toledo
© Yasser Expósito Cárdenas
© Yasser Expósito Cárdenas
© Yasser Expósito Cárdenas© Yasser Expósito Cárdenas
128
l a vejez que n u n c a esperamos
Allí, donde se vestía de canas y pocos jóvenes, el conocimiento
de amar a los ancianos solo habitaba en sus hijos maduros, pero
trabajadores.
Los más jóvenes ni idea tenían de lo que era el tiempo o la edad.
Los adultos habían caminado muchos kilómetros en sus vidas,
casi dándole la vuelta al mundo y ahora, preocupados por la
crianza de sus hijos, atendían el trabajo y el pago a otros trabaja-
dores que cuidarían de sus padres.
El tiempo valía mucho para hacerse de todos los seguros de vida
para las generaciones que estaban por llegar. La agilidad de la vida
de los adultos era, precisamente, para hacerle una vida a los que
venían. Pero los que ya estaban, que hacía ya tiempo que esta-
ban, poseían entre todos el poder del pasado, la experiencia más
próxima a la sabiduría de vivir. Pero sí, ellos no parecían vivos,
sino olvidados.
Aquella tarde, Juan se dio cuenta de que cada persona que entra-
brillaban de entusiasmo por el orgullo que esto parecía. Ese día su
vida cambió por completo.
años?, ¿qué es ser joven o viejo?
Reducían en un número la dignidad de su abuelo, escondiendo
toda una vida llena de acontecimientos donde podrían contarse
99 historias por cada 99 minutos. Miraba a su alrededor y veía a
números caminando, besándose, algunos 20 con 30, otros 10 con
12 y a veces unos 20 con 40. Algunos, contentos de su aparien-
cia; otros, no tanto. Algunos honorables doctores, aceptados en
empleos de categoría por la cantidad de publicaciones realiza-
das durante su vida; otras, amas de casa felices por lo poco que
quedó por limpiar; y hasta los animales, por la cantidad de veces
al día que comían.
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
129
Ellos, los ancianos, solo tenían la atención de las remesas que re-
cibían mensuales para pagar a sus cuidadores, los culeros diarios,
los alimentos preparados, los chequeos mensuales y las rampas
disponibles en las calles de la ciudad para transitar con menos
Allí, donde los números del reloj marcaban la vida, se paralizó la
vida de Juan cuando murió su idea de la vida. Sus aspiraciones,
sus momentos estruendosos con sus amigos o la felicidad de po-
seer artículos de primera tecnología se vaciaron cuando miró su
vida en un futuro. En su sueño despierto comenzó a conversar, a
reconocer a su doble progenitor y a escuchar.
Él raramente hablaba. Dormido en su sillón, con su mano inquieta
en su apoyo, cabalgaba silenciosamente historias que lo hacían
feliz o de personas que una vez vio y ordinariamente formaban
parte suya.
Dormía para olvidarse de que todos se habían ido, incluyendo a
los vivos; mientras, Juan despertó. Comenzaba a disfrutar cada
instante; a tener dudas, aunque no existieran; a señalar objetos,
imágenes, para recibir aunque fuera un comentario, que luego
terminaría en una larga conversación.
El tiempo se convertiría en el mejor aliado de Juan para recuperar
a su abuelo. Su mamá, la hija del abuelo, aún seguía pensando en
una tarea o una responsabilidad. Llevada desde su nacimiento al
cuidado de sus padres como deber, agotada por los años de vejez,
por la partida de su madre, ya no tenía fuerzas ni para atender a su
padre. Llevada por la carga de las despedidas, ella decidió partir.
Y allí, en aquella decisión, con el búcaro de un siglo de la abuela
rompiendo el piso, el abuelo y Juan caminarían como espejo y re-
de quien, sentado, esperaba. En aquel mundo de planes y olvido,
130
l a vejez que n u n c a esperamos
una persona nacía: Juan. Su abuelo Juan partía orgulloso de los
últimos días de su vida, pudiendo contar las mejores anécdotas,
las peores tristezas y los sueños que, quizás, no pudo realizar.
Juan nació con la sabiduría del amor, allí donde es muy difícil
reconocerlo. Juan nunca dijo cómo ni por qué se llegaba a tanto,
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
131
Los hijos
de la aldea
Fidel Gómez Guell
A Eduardo4
jovenzuelos como él, que venían de los campos de la provincia a
un caserío que no tenía ni nombre, cerca de las montañas del Es-
cambray. Cuando llegó en los 70 a Cienfuegos, comenzó a trabajar
de ayudante en la construcción; luego, aprendió a conducir y ma-
nejó cuanto vehículo especializado le pasó por delante mientras
laboraba en el Ministerio de la Construcción (MICONS), que en
aquella época era uno de los principales empleadores de obreros
En los años subsecuentes tuvo al menos 10 empleos más. Pasó por
varias empresas del Estado del ramo industrial y técnico. Cuando
se jubiló, regresó un tiempo a las montañas, pero se dio cuenta de
que no tenía nada que hacer allí. Había vivido casi toda su vida en
una mujer de Sagua, pero no tuvieron hijos y se divorciaron hace
unos cuantos años.
Ya jubilado, en la década pasada, se la pasó deambulando por
la ciudad, viviendo de su pensión y haciendo algunas guardias
ministerio que le dio trabajo cuando llegó al municipio cabecera
4 Seudónimo utilizado a petición del testimoniante.
132
l a vejez que n u n c a esperamos
siendo un jovencito. Luego de la pandemia, perdió muchos amigos
que lo asistían con ropa y calzado o le brindaban un espacio don-
de podía quedarse a dormir sin tener que pagar nada. Tantos años
de trabajo en muchos lugares le enseñaron a mantener un nutrido
círculo de amistades que se convirtieron en redes de ayuda cuan-
do más él los necesitó.
-
ce que sus dos errores más grandes fueron no tener hijos y beber
demasiado alcohol en la juventud. Ahora mismo no tiene donde
dormir ni vivir, no quiere irse para un hogar de ancianos pues se
siente un hijo de la aldea. Conoce cada rincón de la ciudad y sabe
dónde puede pasar la noche y encontrar recursos indispensables
para su supervivencia. Afortunadamente, recibe asistencia del
Sistema de Ayuda a la Familia (SAF), consistente en un desayuno
y dos comidas diarias que él recoge juntas, a la hora del almuer-
zo, para no tener que pasar dos veces al día por el comedorcito
alguna manera, el Estado lo ha dejado abandonado. Él no necesita
-
da conservar su libertad de movimiento y tener un techo seguro
para pasar la noche.
Como Eduardo, hay muchos adultos mayores que viven en una
o no lo desean, no tienen dónde vivir y pasan la noche en cual-
quier lugar con techo para protegerse de la lluvia y el rocío de
la madrugada, que en estas tierras húmedas es abundante. La
mayoría recibe ayuda del SAF, eso es cierto; pero esa ayuda solo
cubre parte de sus necesidades alimentarias en el día. Estos hijos
de la aldea no tienen dónde bañarse ni hacer sus necesidades, no
tienen un lugar digno para dormir ni poseen propiedad personal
fuera de alguna mochila con uno o dos cambios de ropa y un ce-
pillo de dientes, como en el caso de Eduardo.
Si consideramos que la tendencia al envejecimiento en la sociedad
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
133
cubana sigue en aumento y que los sistemas de atención al adul-
to mayor se encuentran en crisis, sobre todo al interior de Cuba,
donde los recursos escasean y existe un pobre control sobre las
instituciones que ofrecen servicios de cuidados, es muy probable
que el número de personas en estas situaciones aumente. Aunque
los adultos mayores deambulantes en la provincia, la situación ha
empeorado, visiblemente, en los últimos dos años.
Existen múltiples causas que explican este preocupante escena-
rio. Algunas de las más importantes tienen que ver con la crisis
estructural que afecta al sistema colectivista en Cuba, las conse-
-
colapso de los servicios de salud durante el período más complejo
de la pandemia ocasionada por la covid-19. Todo esto, reforza-
do por la escasez de profesionales y trabajadores que afecta de
manera crónica los servicios de salud y cuidados; y el imparable
con la baja natalidad y la emigración, principalmente de personas
jóvenes en edad reproductiva.
Sin embargo, las autoridades del país mantienen la retórica triun-
falista que ha caracterizado su discurso político desde que tene-
mos memoria. Con los mecanismos y paradigmas actuales de tra-
bajo es casi imposible diseñar propuestas integrales o soluciones
realistas a la situación general de los adultos mayores en Cuba;
tampoco se permite que la sociedad civil asuma un rol más activo
en la resolución de los problemas. ¿Cambiará esta situación en el
corto plazo? No lo parece.
© Fidel Gómez Guell
135
Matemáticas
del desamor
Ricardo Acosta
Victoria recibe 1 500 pesos mensuales por su retiro, después de
haber trabajado cuarenta y dos años.
El galón del yogur que le gusta a mi madre cuesta 2 000 pesos.
En el perímetro de las dos cuadras colindantes a mi casa, hay 8
ancianos que se han quedado solos: se fueron los hijos, los nie-
tos, los vecinos… Las chequeras de esos ancianos no le alcanzan
para comprar un vaso de yogur.
El yogur es de una calidad superior, realizado por un químico
que dejó de trabajar en un laboratorio del Estado y creó su fábri-
ca de productos lácteos, quien importa todos los ingredientes y
los envases.
© Ricardo Acosta
137
Mi padre
Jorge Gómez de Mello
Hoy he despertado preocupado, quizá como una buena parte de
los cubanos, pero a medida que avanza la mañana me doy cuenta
que se trata sobre todo de la inquietud que produce la añoranza.
Es que he amanecido pensando en mi padre.
© Jorge Gómez de Mello
138
l a vejez que n u n c a esperamos
Mi viejo fue un padre cariñoso, un hombre sencillo para el que
resultaba imprescindible el sentido del bien y de la justicia. De él
guardo cientos de importantes enseñanzas y recuerdos que mar-
caron mi vida para siempre. Ahora, a mi edad, esos recuerdos me
transportan con cierta frecuencia a instantes de un pasado que
-
bolismo.
Algunos momentos de mi infancia relacionados con él regresan
constantemente a mi memoria en los últimos tiempos. Quizá por-
que tienen una relación directa con las lamentables circunstan-
cias que desde hace décadas estamos viviendo los cubanos y que
Uno de mis recuerdos recurrentes me transporta sesenta y cinco
años atrás. El 9 de abril de 1958 quedó grabado en mi memoria
para siempre. Yo tenía solo 5 años, pero no olvido el momento en
que unos policías del gobierno de Batista, apoyados por varios
secuaces vestidos de civil, entraron violentamente a casa para se-
cuestrar a mi padre, un joven obrero que participaba en la huelga
general contra la dictadura.
Resulta imposible borrar de mi memoria la agresividad con que lo
redujeron. No puedo olvidar su mirada de terror en el momento
que lo subieron a empujones y maniatado en un auto se lo lleva-
ron. Todavía vibra dentro de mí la sensación de horror y de ira
que me produjo ese hecho. Jamás imaginé que en mi vejez sería
otra vez testigo de acciones represivas parecidas a las que viví en
mi infancia, pero ejecutadas ahora, sistemáticamente, contra la
generación de los nietos de mi padre, la generación de mi hija.
Unos meses después, el 8 de enero de 1959, sentado a horcajadas
sobre los hombros del viejo, asistí asombrado a la entrada triun-
fal del Ejército Rebelde en La Habana. Muy ilusionado, me decía:
-
tórico, a partir de ahora todo cambiará, no habrá más dictadura,
se acabaron la pobreza y la represión. Tu futuro está garantizado
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
139
Mi viejo fue un hombre esencialmente honesto, de esas personas
cuya vida se sostiene en la necesidad de creer. La humildad y la fe
que lo caracterizaron lo impulsaron a participar activamente en
todas las luchas y tareas que a partir de ese día le asignó el nuevo
gobierno que comenzó a llamarse a sí mismo la Revolución. Lo
-
tribuiría a construir una patria mejor y le garantizaría a sus hijos
y nietos una vida feliz en un país libre regido por la igualdad de
derechos.
Por eso intentó inculcarnos su fe en esa revolución rebosante
de promesas en la que él había depositado todas sus esperanzas.
Durante décadas, no toleró que en su presencia se cuestionaran
las decisiones del poder o que criticáramos sus graves errores. Sin
embargo, mi padre vivió sus últimos años sumido en el desencan-
to, enfermo, sin los cuidados y la atención médica adecuados, y
en la más absoluta pobreza, viendo cómo sus hijos y nietos sufrían
la falta de derechos y la miseria que él, crédulamente, contribuyó
a construir.
Una de las últimas veces que fui a verlo, ya tenía 80 años, lo en-
contré deprimido y le pregunté qué le pasaba. Era un hombre
que evitaba hablar de sus sentimientos y sus frustraciones, y que
nunca daba su brazo a torcer, por lo que me sorprendió su res-
Dios, pero la iglesia me decepcionó. Luego creí ciegamente en la
Revolución y en Fidel. ¿Quieres que te diga qué me pasa? Pues ya
Falleció unas semanas después. Los médicos dijeron que fue de un
accidente cerebrovascular. Yo sé que murió de pena y angustia.
He venido
a decirte
Sarah Moreno
Archivo personal de Sarah Moreno.
p a r t e i i . l a v o z d e los 60
141
encuentro extraño con una de las canciones que escu-
chaba mi abuelo, este señor guapo de las canas. Hace
como medio año estaba yo inmersa en la serie Breaking
Bad. La había ido dejando porque estuvo de moda y todo
el mundo hablaba de ella. No la vi cuando salió y se fue
pasando. Hasta que un día mi hijo, que ya no era un niño,
me la recomendó. Es hermoso cuando los papeles se
invierten y uno escucha recomendaciones de los hijos.
Cuando confías en sus gustos y uno moldea lo que con-
sume por ellos. Terminé cautivada por la serie del profe-
lo golpea. Ya para entonces, yo amaba a Bryan Cranston
por la película de Trumbo, sobre uno de los guionistas de
Hollywood castigados por el macartismo. Pero Breaking
Bad era lo máximo.
en la serie. Es en la temporada 3, cuando Walter y Jesse
contemplan cómo se convierte en chatarra el RV donde
comenzaron a cocinar las metanfetaminas. Una canción
de amor que tan bien pegaba al momento. El que escogió
la música –quien quiera que fuera– sabe bien español.
-
cirte que nada ni nadie podrá arrancarme de mi alma tu
de mi infancia.
142
l a vejez que n u n c a esperamos
Mi abuelo tenía ese disco. Yo podía cantar toda la letra. Estaban
los discos pequeños en una gaveta que formaba parte del sofá. A
cada rato se ponía uno genial: Así bailaba Cuba. También se es-
cuchaba la Orquesta Casino de la playa y otras veces, de mood
de un calor pegajoso en las que mi tía escuchaba a Tejedor. Los
aretes que le faltan a la luna, una de esas canciones surrealistas.
De pequeña miraba a la luna buscando cómo eran sus aretes. He
venido es de 1961.
Hueso y fueron gigantes en Cuba. Su fama despertó los celos de
Fidel Castro, que ya sabemos no soportaba competencia. Se sepa-
raron en el 1970, pero los que tenían discos no dejaron de oírlos.
Manolo el pintor (© Williams Cruz Perdomo).
Parte III
Ensayos sobre
la vejez, redes solidarias y calidad de vida
147
Hay palabra buena y
palabra falsa5
Teresa Díaz Canals
Agradezco la invitación a participar en esta importante actividad a que
nos convoca Cuido60. El tema del maltrato a las personas mayores hoy
en Cuba constituye, entre otros, un problema no menor. Su manifesta-
social por este grupo humano. Ello es motivo de eventos, reuniones,
viajes, programas y proyectos promulgados y en elaboración. Cuando
escucho la realización de estas actividades, pienso en las palabras del
que reconocer tener el problema del no pensar. Aunque ya la colega
Elaine Acosta hizo un excelente análisis de los problemas esenciales que
afectan a nuestros ancianos, sobre algunos estremecedores mensajes es
envejecimiento que suele acarrear un cambio fundamental en la posi-
ción que una persona ocupa en la sociedad.
PAPA FRANCISCO (Laudato si’:
Sobre el cuidado de la casa común)
5
Internacional de Conciencia contra el Abuso y Maltrato hacia la Vejez.
148
l a vejez que n u n c a esperamos
La palabra es el peligro de los peligros; comienza por crear la posibili-
dad misma de peligro, pues con ella puede ser enunciado lo más puro y
también lo más oculto. La palabra —según el poeta Hölderlin— es el más
por mi parte habituar al pueblo a que piense por sí, y juzgue por sí, y
se desembarace de los aduladores que de él obtienen frutos, fama, de
los hombres que con palabras de bulto, pero sin respeto recibidas, los
Ayer mismo fue la clausura de un Taller Nacional de Trabajo Social que
sesionó por dos días. También existe una red de cuidados que supone
registre y circule casos que necesitan ser evaluados y recibir una pron-
ta o urgente atención. Hay una frase que me parece fatal porque ni se
-
Mientras esto sucede, una familia de personas vulnerables vive en la
parte oriental del país, en el Cobre, compuesta por cuatro hermanos de
los cuales tres padecen de encefalopatía. Dos de ellos presentan otra
grave situación, que los mantiene postrados. Aunque tienen cierto apoyo:
paupérrimas pensiones, por ejemplo, no cuentan con la asistencia de una
trabajadora social que pueda apoyarlos en la casa. La Iglesia Católica es la
que ha estado presente en determinada asistencia como la donación de
alimentos; pero no cuentan con sillones de ruedas que puedan facilitar-
les cierta movilidad, para que sean mucho más cómodos sus traslados a
otros espacios del hogar y lugares públicos, colchones antiescaras, ropa
adecuada, etc., equipos eléctricos que faciliten cierto grado de bienestar
como ventiladores o batidora. Tampoco reciben de manera sistemática
las visitas del médico de la familia ni cuentan con los reclamos que por el
bien de ellos pudieran hacer las instituciones de la comunidad como son
la Federación de Mujeres (FMC) y los Comités de Defensa de la Revolu-
ción (CDR).
150
l a vejez que n u n c a esperamos
Pasemos a otros aspectos generales que sufrimos las personas mayores
en cualquier lugar del país. Somos agredidos por la sociedad del ruido. En
esta isla, la música tiene un lugar muy destacado, lo cual está muy bien;
pero la música estridente, ensordecedora y a toda
hora, es una agresión muy común. Esa cultura so-
nora, o mejor subcultura, ha desalojado la antigua
autoridad del orden verbal. El espacio doméstico
suele estar acompañado de esta imposición que,
en ocasiones, afecta no solo al vecino de al lado
sino a toda una cuadra. Esta mala educación afec-
ta la lectura, el descanso, la oportunidad de escu-
char lo que uno desee y no lo que el otro entienda
que es bueno para niños, ancianos, enfermos. Este
absolutismo de la realidad hace que tu propio
hogar se convierta en un lugar de tortura y en un
sustancial de la charanga bullanguera que se llega
a naturalizar en la sociedad cubana actual.
Algo en lo que, desde mi punto de vista, sería
bueno detenerse —aunque he escrito sobre ello
en otras ocasiones— es en las pensiones de los
jubilados. Es bien conocida la crisis económica
estructural por la que atraviesa Cuba, la des-
acertada medida del reordenamiento monetario
aplicada en medio de la pandemia de la covid-19
que agudizó aún más la ya deteriorada vida coti-
diana de las capas más humildes de la población.
-
dos: pensiones equivalentes a 8, 10, 20 dólares en
una economía cada vez más dolarizada. Los años
trabajados y el aporte que entregó cada trabajador
(des)Cansando (© Abraham Echevarría Díaz).
152
l a vejez que n u n c a esperamos
o trabajadora no tienen mucho peso. Tampoco existe un sindicato o aso-
ciación que atienda a los jubilados; excepto, si acaso, que citen a algunos
para entregarles más diplomas.
Las cabelleras plateadas pasan un trabajo inmenso si no disponen de
automóviles en el grupo familiar. Cada vez se hace más difícil acceder a
un ómnibus: los pocos que existen pasan repletos y ninguno preparado
ellos con facilidad. Con el poco dinero que reciben, es prácticamente
imposible trasladarse en los denominados uber cubanos, sistema rápido,
pero extremadamente caro. Las ciudades amigables de las que hablaron
en determinado proyecto de cooperación brillan por su ausencia, como
todo. Solo fueron buenas intenciones que quedaron en el aire.
En otro orden de cosas, hace unos días fui con mi nieta de 10 años a
almorzar a uno de los restaurantes relativamente nuevos, ubicado en
el Vedado. Cuando me senté y pedí el menú, la empleada no me trajo la
Pertenezco a una generación que creció sin internet, sin móviles, sin
computadoras. Hace relativamente poco que pudimos actualizarnos algo,
que sean expertos en esta materia. Incluso todavía hay adultos mayores
que para sacar dinero de los cajeros automáticos piden ayuda. ¿Cuántos
poseen móviles?
El no dominar las operaciones digitales a menudo provoca cierto desdén
en los más jóvenes hacia este tipo de personas. Recuerdo que una vez le
pedí ayuda a una exestudiante para resolver un problema de esa índole y
terminó crispada. Afortunadamente, no es la tónica de nuestros discípu-
los, todo lo contrario. En ese momento, no entendí lo que me explicaba
porque lo hacía con demasiada rapidez. A veces no se concibe que a esta
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
153
edad maniobremos con más lentitud.
No tengo la certeza de que existan determinados estudios sociológicos
que valoren de manera cualitativa el impacto recibido en nuestra pobla-
ción mayor debido a la emigración de más de medio millón de cubanos y
cubanas en los últimos tiempos; pues la mayoría de esa masa humana que
tuvo que alejarse de esta isla es joven. No solo se desangra la nación en su
conjunto, se deterioran las relaciones familiares en su máxima expresión.
Recuerdo que una de las costumbres cubanas era que las personas
el sociólogo Norbert Elías en un trabajo denominado La soledad de los
moribundos. La tendencia para muchos viejos, debido a esas rupturas
es morir en un desierto de soledad.
Sín título, de la serie Bastones (© Jorge Gómez de Mello García).
154
l a vejez que n u n c a esperamos
Por último, pues no debo tomar más tiempo, quiero recordar unas pa-
labras que dijo el Apóstol de Cuba, nuestro Martí, sobre Víctor Hugo:
que hacer que lo que he hecho […] puede tal vez creerse que la edad de-
bilita la inteligencia; mi inteligencia, por el contrario, parece vigorizarse
6
6
Martianos, La Habana, 2010, t. 13, pp. 42-43
Pescando sueños (© Anabel Díaz Campos).
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
155
Retos del envejecimiento en Cuba
y algunas alternativas de activación
de recursos en la comunidad para
atender a poblaciones vulnerables
Las sociedades actuales tienen ante sí el reto de asumir
las grandes poblaciones de adultos y adultas mayores
que las estadísticas muestran en el siglo XXI. Sin em-
bargo, el envejecimiento no debe asumirse como una
problemática; el desafío está, a mi juicio, en prepararse
para crear las condiciones necesarias que propicien
que envejezcamos de manera saludable y activa. Mu-
chos países cuentan con programas, proyectos y polí-
ticas a favor de una atención prioritaria a las personas
que se encuentran en los grupos etarios que sobrepa-
san los 60 años; sin embargo, se hace necesario que
todos y todas nos preparemos y nos preparen para
envejecer saludablemente desde edades tempranas.
La realidad muestra que son necesarios múltiples recur-
sos para implementar estas ideas en poblaciones vulne-
rables. En nuestras comunidades, encontramos no pocos
ancianos y ancianas en situación de fragilidad, despro-
tegidos(as) por carencias afectivas, económicas y sobre
todo con pocos recursos psicológicos para afrontar esta
etapa del curso vital. Por tanto, se hace necesario, en
-
nidades vulnerables. En segundo lugar, diseñar un plan
Rigoberto Oliva Sánchez
156
l a vejez que n u n c a esperamos
de acciones que solvente las necesidades, vacíos, traumas y trastornos
-
miento y monitoreo de los resultados que se obtienen en cada etapa.
En Cuba, en los diagnósticos comunitarios donde participan personas
depresión, ansiedad, tristeza ante las pérdidas de coetáneos o familiares
que emigran, sentimientos de soledad, incomunicación con las familias
por abandono, enfermedades crónicas, entre otros. Y la pregunta que
Trabajar para propiciar la capacidad de resiliencia en personas y comu-
nidades. Para ello, se requiere una intervención multifactorial. Desde
mi experiencia de trabajo en Cuba, puedo compartir que el diseño de la
estrategia para fomentar la capacidad de resiliencia debe dirigirse en
varias dimensiones, que describo a continuación.
• Dimensión multiactoral: propiciar las alianzas y la articulación
con actores sociales comunitarios, encaminadas a la sensibiliza-
Constante permanencia de mi desgracia (© Jedi Guevara Nieblas).
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
157
ción sobre la atención priorizada a grupos vulnerables de ancianos
y ancianas de la comunidad. Para ello, básicamente se intenciona
la implementación de talleres de formación de capacidades sobre
temáticas concernientes al envejecimiento, así como la estimula-
ción al diseño de políticas públicas locales a favor de la calidad de
vida de las personas mayores.
• Dimensión familiar: las familias —tengan o no adultos mayores—
deben prepararse para el manejo de las relaciones con personas
mayores. Los conocimientos y aprendizajes que adquieran sobre
este tema serán de vital importancia para el tratamiento adecuado
a las personas ancianas y sobre todo aquellas en condiciones de
vulnerabilidad. La creación de redes familiares y de apoyo mutuo
favorece la elevación de la autoestima y el autorreconocimiento.
• Dimensión personal (subjetiva): las personas mayores se incorpo-
ran a la actividad social y comunitaria con la creación de espacios
para la socialización (clubes, peñas artísticas, cursos de manualida-
des y utilerías, cursos para aprender sobre el autocuidado, etcéte-
ra).
Así, es imprescindible diseñar programas de atención psicológica al
adulto mayor y la familia, en los que se les enseñe la importancia de
realizar ejercicios físicos, taichí, yoga, escuchar música, bailar, aprender
a ejecutar algún instrumento musical o algún idioma. Enseñar a las per-
sonas mayores la importancia de reconocerse y autoconocerse. Dotar-
los de recursos para el autorreconocimiento de emociones que puedan
tratar para evitar enfermarse. Así como la importancia de manejar su
tiempo y diseñar espacios formativos para estimular el espíritu empren-
dedor de aquellas personas mayores que se sientan con capacidades y
habilidades para abrir sus negocios e incorporarse activamente a la vida
laboral y mejorar su economía personal.
158
l a vejez que n u n c a esperamos
El psiquiatra y escritor Frankl devela en uno de sus escritos7 la impor-
tancia del amor para salvarse en él y a través de él. Justamente, para
conseguir que en las comunidades se realicen acciones a favor de estos
grupos vulnerables se requiere de mucho amor por las personas y, a la
par, por la profesión que se desempeña. El propósito debe quedar claro:
fomentar el bienestar y la salud en la vejez, con la creación de entornos
propicios y favorables.
7 V. Frankl: El hombre en busca de sentido, Editorial Herder, Barcelona, 1991.
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
159
Romper el silencio:
integración y participación social
de las personas mayores en Cuba
Leydis Luisa Hernández Mitjans
NIETZSCHE
En la cuadra ubicada en la intersección de las calles 41 y 58, en la lo-
calidad de La Ceiba, una vez Marianao, hoy municipio Playa, existe un
silencio que golpea. Por la vía apenas transitan vehículos; hace poco
comenzó a circular un ómnibus que nadie sabe cuál es y casi siempre
anda desocupado. Muy cerca se localiza una escuela primaria, pero la
algarabía de las niñas y los niños apenas se escucha. El barrio, dicen, se
parece a quienes lo viven. Y allí, la mayoría de quienes residen son adul-
tos mayores, solos o en pareja.
Zobeida, que habla con sus gatos; Luisa y Juan, que, desde el portal,
perciben la vida correr; Margarita, que apenas sale; Clara, que debía ope-
rarse de cataratas justo el día después que anunciaron el cierre de todos
anda entre sombras. Fernando, uno de sus hijos, nació allí hace cincuen-
ta años. Conoce a todos y todos lo conocen a él. Cuenta que algunos no
tuvieron descendencia y los hijos de los otros permanecen lejos; algunos,
más lejos que otros. Tal vez, el silencio emana de tantas ausencias.
¿Cómo fomentar la interacción de las personas mayores entre ellas y
con el entorno? ¿Qué mecanismos de socialización podrían funcionar?
¿Cómo incorporar nuevos sonidos a la cotidianidad?
160
l a vejez que n u n c a esperamos
Viajeros de las sombras (© Reinaldo Cid).
La interacción social conecta los mundos y transforma lo individual en
colectivo y lo privado en lo público. Ello, en la medida de la frecuencia y
la profundidad de dicha interacción. La interacción social se convierte,
así, en un factor de protección para la salud, teniendo en cuenta que
ello implica vínculos estrechos con otros y un nivel de actividad cons-
tante. Además, genera el involucramiento en grupos sociales, permi-
tiendo que el adulto mayor distribuya equilibradamente su tiempo y
contribuyendo así a mejorar su calidad de vida. La socialización en esta
etapa permite estar en contacto con otros y desarrollar potenciali-
dades; asimismo, genera acciones que son necesarias para mejorar la
calidad de vida.
Las personas mayores —sobra decirlo— no son objetos para manejar al
antojo o colocarlos donde no incomoden. Aun con la mejor de las in-
tenciones, ninguna estrategia para suscitar su participación social y sus
vínculos afectivos será válida o efectiva si no parte del reconocimiento
de su capacidad de toma de decisiones.
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
161
Aquí estoy; escucho, si deseas conversar; entiendo; no juzgo y no im-
pongo; son escenarios comunicativos clave para entender qué piensa
la persona, qué cree que necesita y cuál es su estado general de salud
física y emocional, sus gustos, su percepción de sí misma. Estas identi-
que los adultos mayores no son una masa homogénea; si bien perte-
necen a un grupo etario determinado, en las maneras de asumir y vivir
escolaridad, las condiciones socioeconómicas, los recursos psicológi-
cos, el género, etcétera.
Desde la perspectiva del conocimiento individual, se podrían organizar
espacios colectivos de socialización como ejercicios físicos matutinos,
costuras, debates de programas televisivos o lecturas grupales, charlas
encuentros, quizás con dos o tres frecuencias semanales, en la medida
de los deseos y la disponibilidad. ¿Por qué no pensar en un movimiento
social de personas mayores en Cuba?
Sin embargo, desde la conciencia de que no es tan mágico el mundo,
y menos en Cuba, cualquier estrategia para la participación social de
las personas mayores debe incluir las demandas de políticas públicas
efectivas para este grupo poblacional. Si bien es posible pensar y ejecu-
tar acciones desde el entorno comunitario, parte indisoluble del acti-
vismo y la búsqueda de entornos amigables para todas y todos, parte
del cuestionamiento y las exigencias a un estado que debería cumplir
sus funciones como tal. Si lo personal es político, la acción comunitaria
también lo es.
Sin título, de la serie Olvidados (© Margarita Fresco).
163
La última carta
de la baraja
Yusmany Hernández Marichal
Nunca me interesó hacer una crónica, la inmediatez de la noticia me
pareció más atractiva, supuse que el cronista era el último que llegaba
al lugar del hecho. Esta anciana que se sienta, ahora frente a mí, no es
la noticia del día, ni del mes, ni del año, es la noticia de toda una vida
consumada en un rostro de preocupación. Se llama Juana, con nombre
común en español, también una anciana común, vive en el lugar más
envejecido de América Latina, allí donde todos miran y pocos ven. Ya
desde el censo poblacional de 2012, Cuba se incluía dentro de los paí-
ses más envejecidos del mundo con 18.3% de su población mayor de 60
años. En 2015, era el país más envejecido de América Latina. Villa Cla-
ra, la provincia más envejecida de la Isla y San Juan de los Remedios, el
quinto municipio con mayor nivel de envejecimiento dentro de los 13 de
tantas cifras porque esta frialdad cuantitativa me aleja de la historia de
Juana, que es cubana, villaclareña y remediana.
Juana fue maestra durante toda su vida, por eso viajó a África y des-
pués de dos años volvió con orgullo y con un busto de Agostinho Neto
que ahora usa de pisapapel para las recetas del médico y el tarjetón
de los medicamentos controlados, que casi nunca compra porque hay
que pernoctar para adquirirlos, en el mejor de los casos. Su ausencia es
lo común. Me dice que vive mal, que no hay paliativo para su dolor de
huesos, que no tiene zapatos ortopédicos y que la dieta médica de una
libra y media de carne, cada cuatro semanas, a veces no viene en el mes,
aunque después se la dan doble. Pero ella no necesita comer doble, sino
164
l a vejez que n u n c a esperamos
todos los días. También deben darle diez litros de leche, mensualmen-
te, que quedan en propaganda de pizarra: a veces ocho, a veces cuatro,
pocas diez; peor aún ¡todos consecutivos!, entonces los hierve para
conservarlos y un corte eléctrico le cambia los planes. Hace un insípido
queso que come con un pan peor. Al contar su vida, ¡vaya paradoja!, pa-
rece que es una anciana afortunada porque la enfermedad le da ciertas
prebendas; pero el anciano que tiene la suerte de estar sano se suma a
la desgracia de la desnutrición.
Ahora vengo a entender lo que dice Juana, algo que también escuché en
-
portancia; ahora, entrado los años de la madurez y con Juana sentada
frente a mí, dispuesta a contestar cualquier pregunta, capto la dimen-
sión exacta de la frase a la que nunca le hice caso. Con la vejez se inicia
aunque se diga lo contrario. La presencia de barreras arquitectónicas y
la ausencia de talleres de implementos ortopédicos (bastones, muletas,
sillas de ruedas), la no preferencia para prótesis dentales, son claras
Aquí, en este pueblo donde vive Juana, que parece estar alejado del
mundo, hubo un círculo social con juegos de mesa y periódicos, vida
social para la edad avanzada, pero alguien habló de prioridades y des-
apareció todo. Ella era joven cuando sus salones quedaron relegados y
-
ria; tampoco quiere estar en el asilo porque, cuando a alguien le parece,
ancianos y ancianas se unen en una sola institución y Juana siente su
pudor resentido. Ella no huele a colonia, sino a colágeno cansado; no
tiene mascotas porque no puede alimentarlas; hace cuentas y distribuye
una pensión que nunca alcanza. Juana usa un callado para sostenerse y
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
165
me cuenta que el policlínico de su pueblo era una secundaria básica de
cuatro pisos; ella tiene que graduarse la vista a quince metros de altura
y no puede con tantas escaleras. Pero da igual, tampoco hay espejuelos.
Se me ocurrió hablarle sobre el proceso educativo en la Isla en los últi-
mos tiempos para mitigar su desespero. Entonces dio por terminada la
conversación, tomó su rústico bastón y se puso de pies como invitán-
dome a salir: ¿de qué usted está hablando? No esperó respuesta y con
el chirriar de unas bisagras oxidadas en mi espalda, supuse que había
cerrado la puerta.
Miré al frente de su casa, una fachada pintada con el tiempo, en una
calle sucia y enrevesada con nombre de un héroe de la Guerra de In-
dependencia y un numerito que oscilaba con el aire confundiendo los
dígitos. Entonces quise hacer una crónica con todos estos hechos, pero
en algo falté a la verdad: no se llamaba Juana, tenía que protegerla.
© Fidel Gómez Güell
© Fidel Gómez Güell
167
Mendicidad y vejez en Cuba
Fidel Gómez Güell
La miseria material y la miseria moral suelen ir de la mano desde hace
algunos años en la Cuba comandada por el partido único y la casta ver-
deoliva que se resiste a permitir un cambio en el país. La sociedad en su
conjunto está violando principios elementales para asegurar su supervi-
-
que es un signo de civilización, es uno de los problemas estructurales
que contribuyen a erosionar de manera particular los fundamentos
El declive de los principios civilizatorios cubanos es visible en todas
las esferas de la realidad. A inicios de 2023 estamos muy lejos de cum-
plir con las expectativas republicanas de Martí para la nación cubana.
El modelo socialista de desarrollo, fracasado, corrupto y disfuncional,
encargado de asignar y redistribuir recursos en la Isla, está experimen-
tando un colapso general desde hace algunos años, lo que provoca que
las poblaciones vulnerables padezcan en mayor cuantía los estragos de
la crisis estructural que se ha cobrado un alto precio con esos sectores.
decir, desde nuestra experiencia de trabajo concreta, que uno de los
grupos más afectados por esta grave situación son las personas ma-
o merodeando por los litorales de la bahía, se les encuentra en busca
de alimentos desechados o artículos de diversa naturaleza que suelen
recolectar para satisfacer algunas necesidades diarias de supervivencia.
168
l a vejez que n u n c a esperamos
abandonado en las cercanías del centro histórico de la ciudad, que es
el área turística por excelencia, donde se refugian hasta el amanecer a
merced de las inclemencias del tiempo, los roedores y los mosquitos.
Su estrategia de supervivencia se basa en la práctica de pedir limosna
al turismo internacional. Suelen deambular en el parque central de la
ciudad, donde existen más posibilidades de obtener alguna ayuda por
parte de los extranjeros de paso; la cual consiste en unos pocos pesos
cubanos, pues ya no circula la divisa extranjera, como ocurría antes del
paquetazo gubernamental de reestructuración económica, que la po-
Existe un mito entre la gente común, generalmente desinformada en
estos tiempos aciagos para los cubanos, que ha extendido la idea de
de culpa colectiva que experimentamos ante la situación de desamparo
de nuestros adultos mayores, no tiene fundamento de ningún tipo. Ni
imaginan. Sobre todo, no son una solución ética y sostenible a largo
plazo para lidiar con las múltiples dimensiones que presenta el fenóme-
no del vagabundeo, que va en aumento en las ciudades cubanas.
En los bancos de los parques turísticos se reúnen estos adultos mayores
abandonados a su suerte durante horas, a la espera de algún transeúnte
caritativo que les ayude a paliar, momentáneamente, la terrible situa-
ción en la que sobreviven. Bajo el inclemente sol, deshidratados, con
hambre, en pésimas condiciones higiénicas, pasan la mayor cantidad
de horas del día a solo unos metros de la sede provincial del Gobierno,
-
do de sus responsabilidades de cuidado y atención a quienes, en otros
tiempos, le dedicaron su esfuerzo y su trabajo para construir un estado
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
169
El problema de las personas mayores sin hogar se complejizará en los
años venideros, mientras el envejecimiento progresivo continúa su
tendencia marcadamente ascendente en Cuba. Más adultos mayores
quedarán en situación de vulnerabilidad permanente y muchos de ellos
se verán obligados a caer en la mendicidad. Urge tomar medidas estra-
tégicas para evitar un desastre mayor. Se necesitan un rediseño de las
instituciones, nuevos enfoques de trabajo, más casas de abuelos, más
comedores sociales, más y mejores profesionales de los cuidados. Es
-
una fracción del esfuerzo colectivo de años a quienes, en la actualidad,
ya sea por una enfermedad, el maltrato familiar o el mal desempeño de
la salud pública, no cuentan con los recursos y apoyos para disfrutar de
una vejez digna.
171
Redes solidarias desde el
margen. Contrapunteo de
una plaza vacía y un teatro
lleno otro día de julio
Mabel Cuesta
De la fuerza elástica como ejercicio de restauración…
Diversos, simultáneos y espontáneos actores dentro de la sociedad civil
cubana nacional y transnacional respondieron al llamado que circuló
durante los primeros días de julio de 2021 en las redes sociales bajo las
etiquetas de #SOSCuba y #SOSMatanzas. La ingente crisis sanitaria
por la que atravesaba la Isla debido a la pandemia de la covid-19 produjo
una organización célere de artistas, profesionales y ciertas comunida-
des cristianas que decidieron abandonar sus responsabilidades profe-
sionales y personales para dedicarse a la recolección, catalogación y
insumos médicos y comidas— que comenzó a llegar desde el extranjero
y también desde provincias aledañas, entonces en una situación relati-
vamente menos precaria que la de la provincia de Matanzas.
Lo anterior parecería cerrarse en sí mismo. El habitual hilo que teje el
quien diera forma a lo vivido y no solo en Cuba, sino en un número nada
despreciable de países en vías de desarrollo o incluso en los desarro-
llados; siendo que estos dos últimos años han visto colapsar sistemas
sanitarios que parecían paradigmas de funcionabilidad. Pongamos por
caso el de Canadá. Pero no, no hay aquí un cierre, sino una sostenibili-
dad anterior y posterior a los sucesos. Una que bien podría adjudicarse
a la tenacidad de sus jóvenes actores.
172
l a vejez que n u n c a esperamos
En este ensayo propongo, entonces, presentar algunos de estos pro-
yectos de solidaridad y cuido; los cuales han terminado estando inter-
conectados entre sí y también con cierta zona de la diáspora cubana.
Hablaré de sus acciones concretas durante la crisis del verano de 2021,
sus inicios y postrimerías; así como de quiénes son y por qué sus his-
un proyecto de transnación que aparece tan invisible en los medios de
redes afectivas digitales.
Si algo fue realmente subversivo durante la crisis cubana provocada por
la variante Delta de la covid-19, fue observar el salto desde lo aparen-
cial etéreo (Facebook, Twitter, Instagram) hacia lo vivencial concreto
(jóvenes sin dormir a ambos lados del estrecho de la Florida y del At-
lántico) socorriendo a sus coterráneos bajo infraestructuras sutilmente
perseguidas y de modo exprofeso contrarrestadas e inútilmente invisi-
Esa suerte de lucha mediática y liderada desde el Noticiero Nacional de
Televisión con que el último gobierno cubano intenta compensar los
dividendos que les provee —intra y extramuros— la venta de paquetes
de conectividad a internet para usuarios en la Isla versus la utilidad
que dichos usuarios han comenzado a darle. En otras palabras: quienes
regulan arcas y poderes fácticos en Cuba se vieron este julio ante la di-
sobre la ciudadanía. Experiencia inédita para ellos, sin lugar a duda.
Aterrizo así en las dos líneas en principio paralelas; pero más tarde y a
propósito de las crisis intersectadas que conformarían el eje central de
social insular cubana que la navegación semilimitada de la ciudadanía
-
tad de solidaridad y cuido (trans)nacional en la que jóvenes, mujeres
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
173
y miembros de la comunidad LGBTQI+ (cristianos y no cristianos) se
autoadjudicaron la tarea de rescate de una población vulnerable, infec-
tada, envejecida y en algunos casos moribunda.
Si considero importante hacer estos deslindes (edad, género, sexualidad
y religiosidad) y enfocarme en ellos es justamente porque apuesto por
cuánto cada una de estas variables aporta a la posibilidad de Cuba como
transnación en movimiento y con fuerza elástica. Para traducir mejor
lo anterior desde su carácter metafórico, apelo a la física como ciencia
exacta y recuerdo que la fuerza elástica es aquella que se produce cuan-
-
brio por parte de una fuerza determinada. Es entonces que aparece la
fuerza elástica y lo hace como reacción que pretende restaurar dicha
produce cuando cualquier cuerpo sometido y deformado intenta volver
a su estado original.
Declaro entonces que esos jóvenes, mujeres y miembros de la comu-
nidad LGBTQI+ transnacional cubana vienen, de modo natural y desde
sus históricas marginalidades, a intentar por fuerza elástica restaurar a
un cuerpo enfermo. Sea dicho sin ambages: un cuerpo sometido por la
inutilidad de un Estado que no puede proveer los medicamentos e insu-
mos mínimos para rescatarle de la precariedad de su salud y, asimismo,
un cuerpo en ocasiones deformado por la ausencia de alimento.
Julio 8 que es marzo, que es abril, que es mayo, que es junio…
Desde marzo de 2021, cuando el número de contagios por covid en la
Isla parecía estar bajo control y comenzaban a desplegarse fuertes cam-
pañas de propaganda gubernamental triunfalista en cuanto a las ya casi
infalibles vacunas desarrolladas en centros de tecnología biomolecular
en La Habana (Soberana II y Abdala); un grupo de mujeres desde Ma-
drid, lideradas por la activista Massiel Rubio, echaba a andar la iniciativa
de enviar medicinas para distintos puntos de Cuba.
1 74
l a vejez que n u n c a esperamos
La gestión de Massiel y sus compañeras respondía a demandas cada
vez más frecuentes en las redes sociales donde X persona en X pueblo o
ciudad de la Isla pedía de manera desesperada medicinas —en su mayo-
ría usadas para estabilizar padecimientos crónicos— para sus familiares,
vecinos o amigos. Niños y ancianos sin espray de salbutamol para el
asma o hipotensores o reguladores de insulina en sangre. A cada nuevo
pedido de auxilio, se sumaba la gestión de otros usuarios de las redes
que, aunque estuvieran lejos del enfermo, intentaban hacerle llegar dos,
tres, cuatro píldoras de X pastilla. La crisis de medicamentos explotaba
a diario en nuestras caras y no por temas relacionados con la pandemia,
sino con el día a día de enfermos de larga duración.
Rubio comenzó entonces su peregrinaje: amigos médicos, enfermeras
exhaustas por sus largas horas de hospital, señoras del barrio, farmacias
de Madrid donde encontrar a ese farmacéutico que siempre había ad-
mirado tanto a Cuba y aunque nunca hubiera podido llegar a su parque
temático del socialismo en ruinas y ya le hubiera votado al PP porque lo
del PSOE no daba más, ahora tenía ganas de ayudar…; ayudar porque al
Pablo Iglesias no lo vamos a dejar entrar y mira Cuba cómo está. Días y
días de Massiel Rubio, Patricia de Cepeda, la escritora Maielis González,
el activista gay Cris Álvarez, la periodista exiliada Mónica Baró y la fa-
mosa actriz María Isabel Díaz —entre otros muchos nombres— comen-
zaron a recopilar kilos de medicinas y también largas listas de necesita-
dos a quien mandar hasta Cuba lo compilado, catalogado, empaquetado,
etiquetado con el nombre, el teléfono y la dirección del enfermo. Esos
pequeños paquetes de auxilio eran enviados con viajeros que en princi-
pio donaban algo de espacio en sus maletas y que, cuando terminaban
el aislamiento obligatorio e institucional establecido por el gobierno
cubano, los llevaban a los barrios de El Cotorro, Matanzas, Guáimaro,
Camagüey o San José de las Lajas.
Massiel solía despertar a la comunidad de Facebook durante marzo,
abril, mayo, con el tímido pedido de fondos para comprar más medi-
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
175
cinas y/o pagar aquella maleta extra a tal viajero que había ofrecido
llevarla. Massiel nos comentaba de la imposibilidad de hacer más desde
tan lejos y con las fronteras cubanas cerradas. Y hacía del salón de su
esas medicinas llegaban.
Así fue, motivados por el trabajo de Rubio desde Madrid, cómo pen-
samos en lo obvio: pedir ayuda a la comunidad de cubanos en Estados
Unidos, especialmente a aquellos radicados en Miami. Porque, aunque
entre enero de 2021 y noviembre del mismo año los vuelos comerciales
quedaron reducidos a uno semanal para las aerolíneas American Air-
lines, JetBlue y Southwest —esta última desde Tampa—; las agencias
de envío de paquetería, de tan larga data en esa ciudad, podrían servir
como bálsamo en la gestión.
Entonces abril, mayo y junio vieron a una lista de más de 200 personas
donar dinero para pagar los envíos y traer hasta la casa de Enrique Guz-
mán Karell, en el barrio de Kendall, kilos y kilos de medicinas. Tantos ki-
los que sumarían más de una tonelada. Allí, un domingo al mes, Guzmán
Karell abría su casa para que Aymara Aymerich, Jorge Ferdecaz, Janet
Batet, René Azcuy, Sandra Contreras, Gisela Baranda, Reynaldo Lastre,
Eilyn Lombard Cabrera, Neysi Romero, Arelys León, Mahara Bermúdez,
Roberto Márquez y Geidy Guzmán, entre otros muchos, pudiéramos
armar las bolsas de 20 libras de medicinas que irían a parar a personas
El primer envío —de unas 14 bolsas de 2 libras cada una y con fecha de
3 de mayo— tardaría en llegar tres semanas a La Habana y Matanzas, y
cuatro semanas a Cienfuegos, Camagüey, Holguín y Santiago de Cuba.
Una vez allí, en menos de 72 horas, serían repartidas por quienes, bue-
namente, las iban a recoger a las sedes de las agencias de envíos en
Cuba. Aquí hablamos, casi en su totalidad, de medicinas de venta libre
-
1 76
l a vejez que n u n c a esperamos
mero; pero también, de fármacos de venta controlada y que las perso-
nas en cualquier punto de Estados Unidos básicamente donaban a tenor
de las asignaciones mensuales que sus médicos hubieran prescrito. El
segundo envío desde Miami se repitió en junio. Esta vez con 32 bolsas
de 20 libras y destinatarios en las 14 provincias.
Julio 26: un teatro lleno y una plaza vacía
Muchas escenas dolorosas atraviesan mis memorias del verano de 2021.
Y sí, haré uso de la primera persona en lo adelante. Me hago responsa-
ble por las voces y miradas que intentaré traer conmigo a este texto.
El 8 de julio, mi compañera y yo amanecimos en Matanzas luego de ha-
ber pasado las 5 noches de aislado rigor en un hotel habanero. Y tam-
bién luego de haber volado la absurda ruta Houston-Miami-Madrid-La
Habana. Nos convocaba la gravedad de su madre por una enfermedad
terminal. Nuestras cuatro maletas, así como el equipaje de mano, carga-
ban puras medicinas y alimentos para ella. Pero mientras permanecía-
mos encerradas en el hotel habanero, la variante Delta se entronizaba
en los cuerpos de la gente de nuestra ciudad natal y otras ciudades
vecinas: Varadero, Cárdenas, Colón, así como poblados aledaños.
La ruta del Sars-Covid 19 era clara y acelerada: mientras los vuelos des-
de Estados Unidos habían quedado reducidos a tres semanales y desde
México a uno mensual, los provenientes de Rusia en las aerolíneas Azur
y traían con ellos millares de turistas rusos instalados en los resorts de
Varadero y Cayo Coco, donde los servicios son proveídos, obviamente,
por cubanos residentes en las cercanías de esos polos turísticos. Cuba-
nos que luego marchaban a sus hogares. El resto es historia. Más de 3
000 contagios diarios, que luego fueron 6 000, 8 000 y que, para agosto
que eran para una sola persona enferma de cáncer, devinieron públicas
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
177
y a disposición de nuestro barrio. Los analgésicos, antibióticos y otros
genéricos de venta libre pasaron a ser pequeñas bolsitas de papel con
veinte de cada uno, diez de cada uno y hasta cinco de cada uno con tal de
De modo inmediato y gracias a la visibilidad de las redes sociales, pudi-
mos —con el grupo de Miami que ya existía y con el que habíamos estado
mandando vía agencias de paqueterías más de una tonelada en los meses
previos a esta crisis— recolectar cerca de una nueva tonelada que co-
menzaría a llegar a la Isla a través de otros viajeros que harían el mismo
extravagante y caro vía crucis: Miami-Madrid-La Habana-hotel de ais-
Fotos de medicamentos puestos a disposición del barrio y sobres de papel con asignación para
personas enfermas (© Mabel Cuesta).
178
l a vejez que n u n c a esperamos
lamiento-Matanzas. A la par, el otro grupo en Madrid, que había estado
trabajando en la recolección y envío desde esa misma ciudad y también
desde inicios de año, comenzó a hacernos llegar cerca de diez maletas
de cincuenta libras cada una. Todo lo anterior, en el curso de seis breves
semanas, en las que, asimismo, moriría un promedio de 96 cubanos en
Hasta aquí el modo en que se gestionaron los envíos de la comunidad
cubana en la diáspora.
Paso entonces a relatar el que sería, en realidad, mi argumento. Estos,
mis aportes perceptivos y a los que en ningún caso han sido aplicados
instrumentos de análisis sociológico. ¿Quiénes estuvieron a cargo de
recepcionar, organizar y distribuir las medicinas que llegaban desde
Miami y Madrid, a costa de posibles detenciones o interrogatorios por
parte de la Seguridad del Estado cubana?
Me detengo en los tres grupos que conocí a fondo y con los que conti-
núo trabajando.
El primero está formado por siete mujeres que vienen del mundo del
periodismo (Rocío Baró), el cine (Sam Olazábal, Katherine Gavilán y
Laura Bustillo), la promoción cultural (Massiel Carrasquero Ramos) y las
artes escénicas y musicales (Martha Luisa Hernández Cadenas y Kiriam
-
nas y han estado al centro de las demandas que la comunidad LGBTQI+
en la Isla ha hecho al gobierno; las cuales incluyen desde el reclamo de
derechos tales como el matrimonio igualitario o el reconocimiento de
las parejas de hecho y las uniones civiles para personas del mismo sexo,
hasta la adopción de menores y protecciones para la comunidad trans.
En este último acápite, valga aclarar que Kiriam Gutiérrez es una mujer
trans con una cirugía de reasignación de sexo completada en Cuba.
Radicadas en La Habana y autorresponsabilizadas con las funciones de
recoger maletas en el aeropuerto José Martí o en los hoteles de aisla-
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
179
miento donde debían permanecer los viajeros portadores, este grupo
se hizo llamar Solo el amor, tras el título de una canción de Silvio Ro-
dríguez. Por su ubicación geopolítica y absoluto desenfado al pedir —o
demandar— ayuda, lo mismo al Ministerio de Salud Pública, que al de
Cultura, que al sindicato de taxistas de La Habana, serían ellas las res-
ponsables de la recolección, catalogación y entrega de más de 5 tonela-
das de medicinas en el período de marzo 2021 a nuestras fechas. Tone-
ladas que, en ambos lados de la línea, han sido donadas y recepcionadas
El segundo es el grupo teatral El Portazo, radicado en la ciudad de Ma-
tanzas y fundado en 2011 por su director Pedro Franco. Los miembros del
colectivo, una vez anunciada y palpada la crisis de julio de 2021, decidieron
abrir las puertas de su teatro para que las donaciones que a cuenta male-
tas llegaban desde Miami y Madrid pudieran ser, una vez más, seccionadas
en paquetitos mínimos que serían entregados a la mayor cantidad de per-
sonas que llegaran a las puertas del teatro pidiendo, desesperadamente,
medicinas para sus familiares y, en algunos casos, para sí mismos.
Medicinas entregadas a enfermos de la comunidad, resultado de la labor de
catalogación y distribución de los grupos receptores en Cuba
(© Mabel Cuesta).
180
l a vejez que n u n c a esperamos
También Pedro Franco y los actores de El Portazo pidieron ayuda de
transportación al gobierno provincial de la ciudad de Matanzas, que
respondió positivamente para redistribuir parte de las cargas de medi-
cinas en municipios alejados de la ciudad. De ese modo, en la sede de la
compañía se instaló una suerte de farmacia ambulante para atender los
pedidos en la capital provincial; pero también un almacén para tener a
buen recaudo las donaciones que serían llevadas a otros poblados y ciu-
dades. Al menos cuatro de los siete miembros con quienes trabajamos
Asimismo, asomarse brevemente al récord de espectáculos de este
grupo declara, sin posibilidades de excepción, su compromiso desde el
ámbito teatral con las causas de las minorías LGBTQI+ cubanas. Valgan
aquí algunos títulos y sus dramaturgos para probarlo: Por gusto (Abel G.
Melo, 2011), Antígona (Yerandi Fleites, 2012), Semen (Yunior García Agui-
lera, 2014), CCPC (AA.VV., 2015), CCPC: La República Light (AA.VV., 2018)
demás, todos nuestros espectáculos han sido muy gay, desde el elenco
privada y vía WhatsApp.
CCPC: La República Light (El Portazo, © Mabel Cuesta).
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
181
El tercer grupo del que quiero hablar es el formado por pastoras y
colaboradoras de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana de Matan-
zas. Mujeres que, en su enorme mayoría, estudiaron teología y cien-
cias bíblicas en el Seminario Evangélico de Teología de la Ciudad de
Matanzas. Aunque superan la decena, mencionaré a la coordinadora
principal, Elaine Saralegui; a su pareja, la sicóloga Angela Laksmi, quien
-
nas LGBTIQ+ a partir de una información centrada en nuestra realidad
miembros más activas, Dianelys Ortega Horta y Lisbeth García Portal.
Este último grupo, además de repartir las medicinas recibidas en bici-
cleta, andando o en motorinas eléctricas, comenzó, en medio de esta
crisis sanitaria de julio de 2021, un proyecto añadido al que llamaron
Matanzas siempre me curas, tras un verso de la poeta Premio Nacional
de Literatura Carilda Oliver Labra. Dicho proyecto de cuido consiste en
llevar no solo medicinas, sino comida elaborada por ellas a las casas de
están delicadamente enfermos, viven solos y en condiciones de preca-
riedad extrema, en algunos casos son también sujetos LGBTQI+ que no
tuvieron descendencia.
Servicios del proyecto Matanzas siempre me curas (© Mabel Cuesta).
182
l a vejez que n u n c a esperamos
Un dato más es que la media de edad de las personas participantes en
estos tres proyectos no supera los 35 años.
El 26 de julio de 2021, en la mañana, las activistas del proyecto Solo el
amor habían llevado en taxi autorizado a cruzar la frontera Habana-Ma-
tanzas tres bolsas con 150 libras de medicinas que en esos días habían
llegado desde Miami y Madrid. Allí nos reunimos con los chicos del tea-
tro y también con las chicas de la iglesia de la comunidad metropolitana
a catalogarlas y dividirlas. Alguien había anunciado en las redes que ese
día, efectivamente, estarían llegado nuevas cargas de medicinas y que
repartiríamos en el teatro, localizado en la esquina de la plaza principal
de la ciudad de Matanzas.
Solo 15 días antes, la isla desequilibrada, deformada, carente de medi-
cinas, hambrienta y moribunda había salido a las calles a pedir libertad.
Pero la plaza de la libertad estaba vacía. Allí se escuchaba una grabación
de alguna vieja canción de Silvio Rodríguez (La nueva escuela o Canción
urgente para Nicaragua); a la par, alguien intentaba convocar desde un
micrófono y en la misma plaza a los revolucionarios del presente.
La plaza estaba vacía; pero el teatro de la esquina, lleno. No daba por-
-
Adentro, un grupo inconexo, joven y marginal usaba las tablas del teatro
en su dolor se siente herido // y se ha decidido // hallar sin tregua una
Era 26 de julio de 2021 cuando, entre gritos dentro del teatro y una
plaza de la libertad vacía, llegaron los agentes de la Seguridad del Esta-
do y dijeron que había que parar el reparto de aquellos alivios. Que por
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
183
razones epidemiológicas el teatro debía cerrar. Y cerraron. Y la gente
se fue llorando a sus casas. Y un grupo, con un promedio de edad de 35
años, cristianos y no, homosexuales en su mayoría, mujeres en su mayo-
ría, dedicó sus próximas horas y días a llevar andando, en bici o motori-
na, aquellas medicinas y muchas otras hasta las casas de los enfermos.
Medicinas que gente de la que no puedo hablar ya porque el tiempo se
esfumó, recogieron en Miami y Madrid sin importar quién era el cuerpo
enfermo que las necesitara.
Fuerza elástica, le llaman a esto en el mundo de las ciencias exactas.
Carboneros (© Ilianis Cortés Rufín).
185
Norma es una abuela que sobrepasa los 75 años de edad. Ella sale a
algo de dinero de su ingrata chequera de jubila-
ción para ver con qué producto accesible se topa
en su andar por los puntos de venta del barrio.
Va de un lado hacia al otro. Su rostro no sale del
asombro por el aumento de los precios desde su
última compra. Se pregunta, al igual que la cuca-
rachita Martina, el personaje del cuento infantil:
parte de los ingresos acumulados en sus años de
trabajo se ve reducido a una libra de su apeteci-
da malanga, una cebolla, dos cabezas de ajo y un
paquete de picadillo, sin contemplar el resto del
mes que le queda por subsistir.
Vive con su hijo, el cual tiene síndrome de Down
y se encuentra en situación de dependencia.
arterial no se estabiliza y la migraña no le deja
respirar. Un vecino le dice que tiene que tomarse
las cosas con calma, que esto va a mejorar, que
debe cuidar su salud mental. Ella, indignada, le
Orlando Miguel Barbán Guerra
Salud mental con el
morral vacío8
8 Texto realizado en colaboración con la revista Convivencia y
publicado originalmente en su número 93, de junio de 2023.
186
l a vejez que n u n c a esperamos
Cada día aumenta la angustia que viven los adultos mayores en Cuba
para tener que alimentarse con algo que, al menos, le sostenga por unas
horas. Cada día el valor de sus pensiones se desvanece ante tanta in-
menos accesibles.
Cierto día, una colega de trabajo, adulta mayor, me comentaba que hace
semana a salir a pasear a clubes, restaurantes y cines. Pero desde la
fallida —y silenciada mediáticamente— Tarea Ordenamiento se desva-
casas para ir al trabajo y recoger a sus nietos en la escuela. El contexto
les agobia, les desilusiona, les duele y les encarcela.
Con este escenario complejo, donde los adultos mayores son uno de los
principales perjudicados, debemos cuestionarnos si ellos están naufra-
gando psicológicamente ante la interminable tormenta que les ha toca-
do vivir. Es por ello que, con el presente artículo, se pretende visibilizar
el impacto de la profunda crisis económica en la salud mental de este
grupo poblacional. Es un deber ciudadano revelar estas situaciones de
sociedad amigable con la vejez.
estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente
directora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), Carissa
-
Por su parte, la salud mental, uno de los determinantes de la salud, in-
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
187
la forma en que pensamos, sentimos y actuamos cuando enfrentamos
la vida. Nos ayuda a determinar cómo nos relacionamos con los demás,
manejamos el estrés y tomamos decisiones. Cuando gozamos de una
adecuada salud mental, asumimos la vida con mentalidad positiva, con
elecciones en la vida, tenemos mejor dominio de las emociones, nos re-
lacionamos de manera favorable en nuestro medio circundante, somos
más productivos, estamos más enfocados en nuestras metas y proyec-
tos vitales, y tenemos mejor estado de salud física.
Existen personas que presentan padecimientos como, por ejemplo, la
diabetes mellitus, quienes, a pesar de estar adecuadamente medicados,
no salen del agobio de la descompensación. Se pierden en la búsque-
da de causas desde el punto de vista biológico, cuando es el estrés y la
depresión de la vida los cuales marcan el ritmo de su malestar.
Muchos factores de riesgo pueden repercutir desfavorablemente en
la salud mental de los adultos mayores. Entre ellos, encontramos las
experiencias y vivencias negativas de la vida, los problemas de salud
personales y familiares, el estar al cuidado de personas dependientes,
los estilos de vida insalubres, la mala calidad y condiciones de vida, los
problemas económicos, la mala convivencia social, estar sujetos a situa-
ciones de estrés mantenido, etc. La combinación de dos o más factores
de riesgo complicaría el estado de salud mental e incluso, comprome-
tería el físico y social. Desencadenaría comorbilidades, un problema
frecuente en las personas senescentes.
188
l a vejez que n u n c a esperamos
Abanderada (© Lauren Arguelles Clemente).
Si se limpia el prisma con esmero —y libertad— para ver mejor la reali-
dad de las personas mayores en Cuba, resultará difícil encontrar fac-
tores protectores de la salud mental más allá del vínculo familiar más
cercano; a pesar de que todos los miembros de la familia —de igual
manera— están atravesados por los mismos problemas económicos
creados por el Estado; el mismo que, al decir de la directora de la OPS,
debe ser un garante de la salud de sus ciudadanos.
Es por ello que la sola voluntad política de crear programas, políticas,
leyes y lineamientos para cuidar —supuestamente— de la vejez no es
a los organismos, la opinión pública y los medios de comunicación con
inversión extranjera.
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
189
¿Cómo saber si verdaderamente nuestros adultos mayores en Cuba go-
zan de salud mental? Algunos síntomas y signos son reveladores de este
estado. Negarlo, es hacerse parte del problema y de sus causas.
Cambios en los hábitos alimenticios
El Mapa de Hambre en Cuba reveló, a través de la Encuesta de Seguridad
Alimentaria aplicada en 12 provincias del país, que la situación de segu-
es incompleta. La calidad de los alimentos de la libreta de abastecimien-
to fue evaluada como pésima por 31.8% de los encuestados; mientras que
50.8% lo considera regular y 95.8% señala que estos productos norma-
dos no satisfacen sus gustos. En cuanto a la estabilidad de los alimentos,
91.4% es de la opinión que casi siempre hay desabastecimiento de pro-
ductos esenciales y 59.2% expresa que los cubanos recurren al mercado
negro para alimentarse.9 Este resultado tiene mayor repercusión en los
adultos mayores jubilados o pensionados; más si se conoce que lo que
Cambios en los hábitos de sueño
La calidad del sueño en este segmento poblacional a partir del impacto
de la crisis económica es inadecuada. El insomnio ha atrapado el sueño
a nuestros adultos mayores, debido —fundamentalmente— a la inse-
guridad alimentaria existente; es decir, el acostarse sin una adecuada
alimentación y la preocupación de no saber qué se va a comer al día
siguiente.
Aislarse de las personas
La crisis migratoria ha tenido un gran impacto en la vida de las per-
sonas mayores; quienes vieron cómo sus hogares se quedaban vacíos,
sin hijos y nietos, porque estos se cansaron del sueño utópico que les
9 https://n9.cl/mapadehambrefmp.
190
l a vejez que n u n c a esperamos
prometieron. Esto generó trastornos emocionales en no pocos, como
son la depresión, la ansiedad y la soledad. Muchos perdieron el interés
por salir de sus casas, porque todo ha dejado de tener sentido, porque
algo de ellos también se ha ido.
Poco disfrute de actividades de ocio
La reducción considerable de la capacidad de compra a través de sus
ingresos económicos por concepto de jubilación o pensión, sumado al
las actividades de ocio queden relegadas a un segundo plano. Desde
hace algún tiempo, comer, es la prioridad.
Sentirse impotente o sin esperanza
En sentido general, los cubanos hemos perdido la esperanza en lo que
se presentó como el sueño de una sociedad socialista próspera y soste-
nible. Estamos inmerso en un proceso de empobrecimiento paulatino,
donde la mayoría de los cubanos se siente vulnerable porque hay caren-
cia de todo y casi nada funciona bien.
Nuestros mayores, entretanto, se sienten impotentes. Poco pueden
hacer cuando los obstáculos a enfrentar son cada vez más grandes que
su voluntad de enfrentarlos y cuando las fuerzas disminuyen paulati-
namente. Además, porque saben que el vecino o familiar que antes le
ofrecía ayuda también se encuentra viviendo una situación similar.
Sentirse inusualmente enojado, molesto o preocupado
Es común —y legítimo— el sentirse disgustado ante el escenario caótico
que viven en Cuba los adultos mayores. El contexto está matizado por la
carencia de lo básico para sobrevivir, y las pérdidas de familiares, ami-
gos, de los valores, la esperanza, la ilusión y el sentido de la vida. Esto
les genera preocupación por el futuro que le dejan a sus hijos y nietos, y
por el que les tocará vivir hasta que Dios decida.
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
191
Tener pensamientos y recuerdos que no pueden sacar de su cabeza
Si bien una de las características de la adultez mayor es la de conservar
e ir —de vez en cuando— a sus recuerdos de tiempos pasados, cuan-
do esta se hace recurrente es un síntoma de frustración porque algo
no marcha como se esperaba en el aquí y en el ahora. Tienden a hacer
comparaciones entre los tiempos pasado y presente, en cuanto a los
precios, los servicios, la forma de relacionarnos, el poder, las dinámicas
de la vida y más.
La salud mental es indispensable para envejecer con dignidad. Urge
realizar acciones liberadoras que estén en sintonía con las necesidades
sentidas de las personas adultas mayores. No se puede construir una
sociedad justa, inclusiva y amigable si nuestros abuelos pasan hambre,
no duermen bien, no tienen buena atención de salud, van perdiendo
sufren porque no gozan de una buena salud mental. Hagamos que su
morral —físico y emocional— se llene de bienes y dichas agradables. Es
un deber del Estado y un derecho humano impostergable.
Sin título (© Alejandro Guirola Ruiz)
193
Empoderamiento de la vejez:
realidad versus utopía
En la radio se escucha un programa dedica-
do a las personas mayores. El diálogo de los
locutores enfoca la mirada en los cuidados
que necesita ese grupo etario sin profundizar
en las limitaciones para lograrlo. El rostro de
la vejez asoma casi siempre en esos medios
de difusión masiva para balancearse entre dos
extremos: el del pobre viejito que debe ser
atendido y el dotado de superpoderes para
Si se da un vistazo a la comunidad y se inter-
cambia con las familias, emerge el sentir y
preocupaciones para garantizar la protección
de las personas mayores: la carencia de pro-
ductos alimenticios para su nutrición, de re-
cursos ante dependencia física, del surtido de
medicinas en pos de controlar sus enferme-
dades crónicas, de espacios de participación
social y una lista larguísima de desafíos.
Katiuska Fournier De la Cruz
194
l a vejez que n u n c a esperamos
Cosa seria, caricatura de
Omar Santana en Hypermedia Magazine.
Poco se declara en torno a la inmensa diversidad que caracteriza a los
años representan 21.6% de la población; mientras las proyecciones esti-
man un continuo ascenso de las cifras de personas mayores, pero man-
tienen estancadas las estadísticas de atención, productividad, seguridad
y otras garantías a estas.
Más de cuarenta años han transcurrido desde que la ONU motivó en-
cuentros dirigidos al bienestar de los mayores y la realidad sigue mos-
trando los mismos estigmas asociados al envejecimiento con un pano-
rama negativo y asistencialista que oculta y limita las potencialidades,
aportes, protagonismo y alcance de un gran número de ellos.
Si miramos nuevamente a la comunidad, encontramos bastantes ejem-
plos de vejez activa y productiva de muchos individuos de la tercera y
cuarta edad, encargados de disímiles labores domésticas, familiares, la-
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
195
para transformar la visión negativa de esa etapa de existencia. Ejercicio
del cual ellos mismos se hacen eco con argumentos en torno a las insu-
Diversas problemáticas que aquejan a la población cubana les colocan
en situación de fragilidad para lograr indicadores de vida adecuados
como el acceso a servicios de salud, el cual enfrenta uno de sus mayores
aprietos en la nación, dejando en mayor inseguridad a los ancianos. Las
carencias de medicamentos, reactivos e insumos en procederes útiles
-
ción médica.
A ello se suma también la escasez de proyectos de participación so-
cial, que restringen su calidad y satisfacción de vida; mientras que los
cuidado de niños y adolescentes, y otras responsabilidades domésticas,
Quienes presentan situación de soledad y abandono familiar sufren
mayores privaciones de sus necesidades básicas, las cuales se duplican
si, además, poseen alguna discapacidad o enfermedad invalidante. A ello
se suma la creciente demanda por el uso de tecnologías para numerosas
actividades, tendencia que aumenta la brecha digital ante la imposi-
bilidad de adquirir dispositivos de alto costo, ya sea para comunicarse
y entretenerse, como para acceder a servicios públicos para realizar
trámites de vivienda, bancarios, comerciales y otros.
Justamente, es en el escenario digital donde predominan los testimo-
nios de la realidad del envejecimiento en Cuba con sus denuncias acerca
de los que experimentan mayores vulnerabilidades. Destacan los co-
mentarios que repelen los actos de abandono, maltrato, discriminación
y asistencialismo, además de mensajes en busca de soluciones.
Resistencia creativa (© Oniel S. Gutiérrez Reyez).
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
197
Ante la crisis socioeconómica que vive el país no se vislumbran eviden-
tes cambios en materia de derechos para las personas mayores. Por ello,
es preciso un claro manejo y transformación de las condiciones de vida
y bienestar de la población, junto a una mirada de respeto e inclusión de
sus necesidades, conocimientos y aptitudes, de manera que se aprove-
chen sus potencialidades y se les ofrezcan oportunidades de crecimien-
to y realización de proyectos de vida.
Igualmente, es urgente un sistema de protección a los más vulnerables.
Muchas personas mayores hoy viven en deplorable situación y sufren el
abandono o vacío familiar, la pobreza extrema, el maltrato físico y psi-
intervención de instituciones estatales que deberían asumir su atención
y cuidado.
Crear nuevos espacios de mediación, apoyo e intercambio que favo-
rezcan una adecuada participación y asistencia a las personas mayores
desde la sociedad civil puede generar vínculos, autonomía y riquezas
intergeneracionales. Asimismo, es vital compartir las experiencias, pre-
ocupaciones, anhelos y limitantes de vida de estos, de manera que las
intervenciones legales, sociales y familiares contextualicen su realidad,
carismas y necesidades.
Durante el período pandémico, muchas iniciativas personales y colec-
tivas surgieron para servir en medio de la crisis sanitaria, en las que
resaltaron grupos de mensajería y alimentación gratuita; mientras que,
en la actualidad, las redes sociales muestran a emprendedores del sec-
tor privado y organizaciones religiosas que ofrecen apoyo en materia
de alimentos, formación, salud y bienes. Espacios valiosos que podrían
enriquecerse para un proceso de escucha y debate público con los con-
siguientes cambios que precisa la vida de ese grupo etario.
Resulta esencial animar a toda la sociedad en la multiplicación de espa-
cios que incluyan y aprovechen el potencial de las personas mayores,
198
l a vejez que n u n c a esperamos
abriendo las puertas a nuevas formas de respeto e inserción social, hos-
pitalidad y fraternidad, pero también de intercambio de valores, tradi-
ciones y fortalezas de las personas mayores.
Del necesario camino para el bienestar de los mayores, expresa el papa
lo largo de las etapas de nuestro crecimiento, ahora nos toca a nosotros
-
dades, crear las condiciones para que se les faciliten sus tareas diarias y
-
do humano que nos une, hacia novedosas alianzas en busca de una ruta
No me critiquen por modernizar (© Daysi Rosa Muñoz Verdeja).
199
La Feria de los viejos
Teresa Díaz Canals
Hay mucha gente que calla, que guarda total silencio ante todo lo que
ve, pero, como escribió José Martí: ¿Qué he de hacer con las palabras, si
se me salen del alma?
actualidad, la evaluaría de pésima. Claro, hay que excluir a cierto sector
privilegiado de este grupo etario que disfruta de todas las posibilidades
de alimentación, cuidados y ocios. Mi generación, de más de 60 años, ha
vivido siempre en condiciones difíciles. En lo personal, era del criterio
de que una crisis económica peor que la de los años 90 del pasado siglo
no la volveríamos a padecer. Lamentablemente, no resultó así. Hoy, ade-
de Omar Santana en Hypermedia Magazine.
200
l a vejez que n u n c a esperamos
una seria falta de medicinas de todo tipo y un abandono total de cual-
quier servicio imprescindible para tener una vida normal.
En este contexto, los adultos mayores han sido golpeados contundente-
mente, en especial esa parte que se encuentra sola, aislada, olvidada en
-
das razones, no tienen familia que las apoye, que las auxilie. Hace unos
días pudimos ver con dolor cómo un anciano de la ciudad de Holguín
cayó desmayado de hambre en la calle. Lo único que hicieron fue sen-
tarlo y recostarlo a una pared; después, se informó en las redes que el
señor había fallecido. No lo llevaron a un hospital, no me imagino a qué
se dedican los trabajadores sociales, por qué no se atienden estos casos.
No obstante, aun los que cuentan con parientes cercanos se encuentran
mal, pues la calidad de vida de las familias cubanas ha disminuido de
para vivir con un grado mínimo de bienestar.
No existe en estos momentos garantía de los servicios básicos para los
ancianos. Conocí que, en la provincia de Camagüey, a 15 404 familias
de donación en sus treces municipios, el cual contenía arroz, laticas de
que es probable, ni lo que sucede una vez, sino lo que es constante, lo
-
ron a una anciana para que agradeciera a la Revolución por tal acto de
generosidad; también apareció un funcionario que divulgó tal distri-
bución como el gran acontecimiento, cuando ese tipo de auxilios debe
ser sistemático, sin tanto aspaviento ni estridencias. No es ético hacer
propaganda con ese lenguaje burocrático que repite un modelo obsole-
to, un lenguaje en el que no se dice nada que no esté previsto.
Es un deber sagrado de la sociedad la ayuda hacia los más necesitados.
Nunca vi a la iglesia católica, por ejemplo, hacer divulgación de lo que
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
201
Los objetos personales (© Antonio Nores Hernández).
202
l a vejez que n u n c a esperamos
dona a los pobres. Si un Gobierno se ocupa de construir hoteles, com-
prar armas, carros de policías y no de asegurar las condiciones elemen-
tales para preservar la vida de sus ciudadanos con una asistencia médica
provista de los instrumentos y medicinas imprescindibles, con una crisis
tremenda del transporte, esa administración es inmoral. ¿Será eterna la
terrible situación que hoy padecemos, donde todos somos afectados?
La manisera se va (© Carlos Daniel Díaz Montero).
p a r t e iii. e n s a y o s sobre l a vejez, redes solidarias y calidad d e v i d a
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Algo que golpea a los ancianos es la cuestión de las pensiones. En Cuba,
te puedes jubilar, en el caso de las mujeres, a los 60 y, en el de los hom-
bres, a los 65. La pensión mínima en el país es de 1 500 CUP. En mi caso,
trabajé durante cuarenta años en lo que se supone es la mejor universi-
dad de Cuba, me creí que era una académica y que, como tal, me jubi-
laría. Mi pensión es de 2 100 CUP: Hace unos días mi hijo me visitó, me
compró 3 paquetes de galletas, gastó 1 800 pesos, casi el monto total de
mi pensión. Es decir, trabajé toda una vida por unos paqueticos de galle-
tas, para nada. La persona jubilada que no tenga apoyo de sus hijos está
demasiado mal en este país; literalmente, se muere de hambre. Es muy
duro no tener una tranquilidad en eso, sentir que la vida fue un verda-
dero sinsentido, que hiciste el papel de tonta. Como dice el cantautor
Carlos Varela en La Feria de los Tontos, todos llevamos una venda y un
bastón de ciegos, bailamos el pasito del fracaso, en el salón de los espe-
jos donde todos somos longevos y esperamos por un viejo sueño roto.
El único derecho que tenemos es el de morirnos, pues no existe ya un
servicio con calidad para nuestra salud. Pobres de nosotros cuando se
nos parta un hueso, cuando necesitemos una atención estomatológica.
Algunos se dedican a recoger latas y pomos plásticos para que le en-
treguen algo por ello; otros comen de la basura; los que se jubilan, se
vuelven a contratar en sus mismos centros de trabajo para continuar
cerca de mi casa, que se jubiló y se contrató en Comunales, que es la
institución dedicada a barrer las calles; hay otros dos que viven solos y
tienen sus casas repletas de chinches. Sé de un hombre de más de 80
años que se fue para España al recibir la ciudadanía española: vivía solo,
era dueño de un apartamento aquí, que vendió, y se fue a ese país a vivir
en una casa destinada a personas desamparadas; allí le ofrecen alimen-
Esta vez quisiera llamar la atención a los especialistas que tienen que ver
con el tema del cuidado al adulto mayor. Se habla y se sigue hablando sin
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l a vejez que n u n c a esperamos
parar en eventos, en organizaciones nacionales e internacionales sobre
el trabajo que se desarrolla en el país donde se edulcora, se atenúa el
sufrimiento de muchos seres humanos. Terminemos con el circo, con
la feria, con las máscaras, y abordemos este problema social con pro-
fesionalidad, con una ética de la compasión, no desde una posición de
superioridad. La compasión no es un deber moral,
es una respuesta ética a esos seres que mueren sin
dignidad, sin respeto. Una ética compasiva des-
cansa en la corporeidad, en las mediaciones, en las
contingencias. Tengamos el valor de reconocer que
-
cas públicas adecuadas, sensibles, justas. Por favor,
al menos den testimonio, muestren lo que sucede
en esta Isla.
Termino recordando una de las frases más tristes
de la historia del pensamiento, escrita por Baruch
-
bil. Nosotros, los que trabajamos para producir la
verdad, los que enseñamos, escribimos, hablamos,
¿acaso no debemos unirnos para dar, colectiva-
mente, un poco de fuerza social a la verdad?
Venas vitalis (© Sadiel Mederos Bermúdez).