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El zoólogo y filósofo Antonio Balli, en la mirada de su discípula Leda Meléndez Howell.

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Abstract

Resumen: Se recopila aquí un testimonio de la extinta bióloga Leda Meléndez Howell acerca de su mentor Antonio Balli Pranzini. Contratado en Italia como profesor de zoología para la reforma académica de 1957 en la Universidad de Costa Rica, Balli trascendió su los cuales están pendientes de analizar a fondo. Summary: A personal account by the late biologist Leda Meléndez Howell about her mentor Antonio Balli Pranzini, is compiled here. Balli was hired in Italy as a professor of zoology for the 1957 academic reform at the University of Costa Rica. Nevertheless, he transcended his specialty, to make abundant and original philosophical contributions, which are still pending an in-depth analysis. Palabras clave:
EL ZOÓLOGO Y FILÓSOFO ANTONIO BALLI, EN LA MIRADA
DE SU DISCÍPULA LEDA MELÉNDEZ HOWELL
LUKO HILJE QUIRÓS
Resumen:
Se recopila aquí un testimonio de la extinta bióloga Leda Meléndez
Howell acerca de su mentor Antonio Balli Pranzini. Contratado
en Italia como profesor de zoología para la reforma académica
de 1957 en la Universidad de Costa Rica, Balli trascendió su
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los cuales están pendientes de analizar a fondo.
Summary:
A personal account by the late biologist Leda Meléndez Howell
about her mentor Antonio Balli Pranzini, is compiled here. Balli
was hired in Italy as a professor of zoology for the 1957 academic
reform at the University of Costa Rica. Nevertheless, he transcended
his specialty, to make abundant and original philosophical
contributions, which are still pending an in-depth analysis.
Palabras clave:
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Keywords:
Biology, philosophy, Italy, 1957 reform, University, Costa Rica.
Luko Hilje Quirós
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Costa Rica ha sido un país muy afortunado, gracias a que desde muy
temprano en su historia republicana fue favorecido con las exploraciones
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montañas para estudiar la flora y la fauna. Entre ellos destacaron el danés
Anders S. Oersted, los alemanes Karl Hoffmann, Alexander von Frantzius
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secundaria en la capital, pues en Cartago ya existía el Colegio de San
Luis Gonzaga. Dadas las altas expectativas académicas que se tenía, se
decidió reclutar cuatro profesores en Europa: el suizo Renard Thurman,
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Helmuth Polakowsky (González, 1976). Thurman enseñaba inglés, además
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ciencias y geografía; Schwarz era profesor de historia, geografía, latín,
griego y literatura moderna; y Polakowsky daba lecciones de física, química,
mineralogía, botánica y zoología. En general, duraron poco tiempo en sus
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El auge del liberalismo, contrapuesto a la religión y que primaba el
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desarrollo del país, alcanzó su clímax en las administraciones de Próspero
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1890, respectivamente. Con la conversión de la educación en laica, se
decidió establecer un robusto sistema de secundaria, y se crearon el Liceo
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(Pacheco, 1972); esto provocó la clausura de la Universidad de Santo
Tomás, por razones presupuestarias. Fue entonces cuando, en 1886-1887
se contrató a 14 profesores suizos, entre los que arribaron los naturalistas
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EL ZOÓLOGO Y FILÓSOFO AN TONIO BALL I, EN LA MIR ADA DE SU DISC ÍPULA LEDA MELÉNDE Z HOWELL - Luko Hilje Quirós
En síntesis, en el siglo XIX hubo dos iniciativas de carácter educacional,
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en entomología y malacología, Pittier en geografía, climatología, cartografía,
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explicar lo ocurrido unos 70 años después. Es decir, con ellas se inauguró
y cimentó una tradición de apertura hacia la ciencia europea y la universal,
para lograr así el enriquecimiento de nuestra ciencia y nuestra cultura.
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En efecto, durante la prolongada administración del abogado y economista
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empezó a gestarse la llamada Reforma Universitaria de 1957, con un fuerte
enfoque humanista. Su médula eran los Estudios Generales, que consistían
en un núcleo básico de tres materias (Historia de la Cultura, Fundamentos
de Filosofía y Castellano), complementado con los llamados repertorios,
que eran electivos, en campos como la sociología, la antropología, el arte,
biología, etc. (Monge, 1978). De esta manera, antes de que los estudiantes
iniciaran sus carreras profesionales, por un año debían estar inmersos en
disciplinas llamadas humanidades, que aportaban una cultura general, muy
necesaria desde el punto de vista formativo, a todo graduado universitario.
Afrontar este enorme e innovador desafío resultaba impensable sin recurrir
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para entonces estuvieran formándose académicamente el exterior. En el
campo de las ciencias biológicas, esto último se aplicó al botánico Rafael
Lucas Rodríguez, quien cursaba su doctorado en la Universidad de California,
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Archibald (Archie) F. Carr, profesor de la Universidad de Florida- Gainesville,
quien para entonces efectuaba investigaciones sobre tortugas en el
Caribe de Costa Rica. Había llegado en 1954, por un período de dos años,
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Luko Hilje Quirós
2022). Le corresponde el mérito haber fundado en 1959 la
Caribbean Conservation Corporation, hoy denominada Sea
Turtle Conservancy, organización dedicada al estudio y la
conservación de tortugas marinas.
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en el país; fallecido a los 79 años, el 7 de diciembre de
1986, sus restos reposan en el cementerio Montesacro, en
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convencional de la zoología, para conferirle un enfoque
centrado no en la memorización de conocimientos, sino en
razonar, en tratar de entender el por qué y el para qué de lo
observado en el mundo animal, y en la naturaleza en general.
Con el tiempo, eso lo haría desarrollar la doble faceta de
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demás humanistas que impulsaban la Reforma Universitaria
de 1957.
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Pranzini (zoólogo, Italia).
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EL ZOÓLOGO Y FILÓSOFO AN TONIO BALL I, EN LA MIR ADA DE SU DISC ÍPULA LEDA MELÉNDE Z HOWELL - Luko Hilje Quirós
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Es pertinente indicar que, en realidad, Balli no era biólogo, sino que se formó como
ingeniero agrónomo, con especialidad en zootecnia, en la Facultad Universitaria de
Ciencias Agronómicas de Gembloux, Bélgica, y después obtendría el doctorado en
agronomía en la Universidad de Milán. Docente e investigador en las universidades
de Modena, Parma y Peruggia, efectuó investigación experimental acerca de varios
grupos animales (moluscos, insectos, anfibios, reptiles, aves y mamíferos), pero
en la madurez de su carrera se había dedicado más a filosofar acerca las causas
de los fenómenos y procesos naturales, así como de aspectos y conflictos que ha
enfrentado la sociedad moderna, especialmente de carácter ético y moral. Esto lo
convirtió en filósofo.
De hecho, al analizar el desarrollo de las ideas filosóficas en Costa Rica, el eximio
filósofo español Constantino Láscaris —llegado también con esa pléyade de
intelectuales extranjeros en 1957— no omitió a Balli, de quien acotó lo siguiente:
«Alto, corpulento, típico italiano del norte, profundamente individualista, Antonio
Balli es un biólogo en el que se entremezclan profundamente el experimentador y
el pensador. Consumado criador de abejas, tiene escritos profundos de investigador
atormentado por la plenitud del conocimiento. Niega el aislamiento entre ciencia y
filosofía: sin filosofar no se puede hacer ciencia» (Láscaris, 1983).
En cuanto a sus datos biográficos esenciales —aportados casi todos por su nieta
Fiorella—, nació el 7 de junio de 1907 en Correggio, Modena, en la región de Emilia-
Romagna, en el hogar formado por Francesco Balli y Teresa Pranzini; tuvo dos
hermanos, Ciro y Elina. Casado con la belga Luisa Lempereur Hurch, tuvieron solo
un hijo, Ciro («Rino»), nacido en Modena el 16 de noviembre de 1933; se casó con
Sonia Morales Martínez, con quien procreó a Fabrizio y Fiorella, y murió de cáncer el
1º de abril de 2005, en San José. Cabe acotar que Balli padeció de poliomielitis en su
infancia, y durante la Segunda Guerra Mundial fue víctima de la tifoidea, junto con su
esposa y su hijo.
Al ser contratado por la UCR, Balli frisaba los 50 años (Figura 2), una edad a la cual lo
normal es que un profesor esté jubilado. Para entonces, el objetivo del Departamento
de Biología era el de una unidad académica de servicio, para carreras en ciencias
biomédicas y agronomía, a la vez que colaboraba con la Escuela de Educación para
formar profesores de educación secundaria, no obstante en 1963 se estableció un
bachillerato propio, y para 1966 se creó el programa de licenciatura (García, 2009).
Balli era profesor titular de los cursos de Zoología General, Zoología de Invertebrados
y Zoología de Vertebrados, pero años después asumió el de Ideas Biológicas, como
un repertorio para otras carreras.
Luko Hilje Quirós
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En realidad, cuando Balli se instaló en Costa Rica ya había dejado de ser el
investigador de carrera que fue en su patria, como lo atestiguan al menos 42
publicaciones en zoología experimental, que vieron la luz entre 1934 y 1947. Eso
sí, prolífico e infatigable pensador y escritor, plasmaría sus ideas y preocupaciones
en unos 150 artículos de carácter biológico-filosófico, que utilizaba como material
docente para el citado curso de Ideas Biológicas, acerca de animales, así como sobre
algunos dilemas de la ciencia y de la especie humana en particular. Para formarse
una idea del tipo de temáticas que abordaba en sus clases, he aquí una pequeña pero
representativa muestra de los títulos de algunos de sus artículos:
1. Sobre el origen de la vida
2. Sin filosofar no hay desarrollo
3. Humanismo científico
4. Saber filosófico y saber científico
5. La muerte: ¿otro fenómeno de adaptación a la vida?
6. ¿Es posible un intercambio de almas entre dos gemelos verdaderos?
7. Neomendelismo, neodarwinismo y lamarckismo
8. Ciencia, fantaciencia y los “superhombres” del futuro
9. Hombres y animales frente al problema de la razón y de la moral
10. Karl Jaspers, el existencialismo y la libertad
11. Theilard de Chardin y ¿la desmistificación de los theilardianos?
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EL ZOÓLOGO Y FILÓSOFO AN TONIO BALL I, EN LA MIR ADA DE SU DISC ÍPULA LEDA MELÉNDE Z HOWELL - Luko Hilje Quirós
12. El hombre: libertad sin razón, o razón sin libertad
13. Biología y filosofía frente al problema de la libertad en el hombre
14. El cromosoma de la criminalidad y la no libertad humana
15. Homosexualidad y libertad en los hombres
16. No hay salvación para los hombres, o sea, el presente y el futuro de
nuestra especie
5"
Sobre Balli, a quien tuve el gusto de conocer y tratar, he escrito varios artículos en la
prensa. Como lo he narrado en algunos de ellos, nunca fui alumno suyo, aunque solía
visitarlo en su oficina - la 215 del edificio de la Escuela de Biología - y conversar con
largueza.
Cuando él fue forzado a jubilarse —algo que no quería hacer— perdimos contacto,
y después me fui a emprender mis estudios de doctorado en entomología en la
Universidad de California. Ya de regreso, varios años después, y sorprendido tras ver
una esquela en el diario anunciando su muerte, casi de inmediato escribí el artículo
¡Adiós, buen don Antonio! (Semanario Universidad, 12-XII-86, p. 6), como un tributo
a su amada memoria.
Desde entonces, habrían de transcurrir casi 20 años para retornar a su legado.
En efecto, poco después del fallecimiento del Dr. Alexander Skutch, la Escuela de
Filosofía de la UCR organizó un coloquio sobre este otro notable biólogo y filósofo,
a quien también tuve el gusto de conocer y tratar. Fui invitado a disertar sobre él,
y no desaproveché la oportunidad para plantear la importancia de efectuar un
estudio comparativo de los paralelismos y divergencias en los enfoques filosóficos
de Balli y Skutch, quienes fueron contemporáneos pero, sobre todo quizás por su
distanciamiento geográfico, compartieron poco o nada de sus originales aportes. En
todo caso, días después dejé expresada esta idea en el artículo Los papeles de Balli
(Semanario Universidad, 25-XI-05, p. 17).
Cuatro años después volvería yo a Balli, esta vez para participar como conferencista
en un homenaje de la Casa Italia, pues en una época fungió como miembro de su
primera junta directiva; eso fue en el cincuentenario de su fundación, en 1959. No era
sencillo abordar y ponderar su obra, pues en realidad hay muy poco escrito sobre él.
Sin embargo, asumí el desafío con inmenso gusto y, por fin, me propuse rescatar sus
escritos. Atesoro —porque eso son, un tesoro— unos 50 de ellos, que él me regalaba,
a veces olorosos a tinta fresca, por estar recién salidos del polígrafo, incluso antes
de compartirlos con sus estudiantes. Pero faltaban muchos más, que pude localizar,
soterrados en esa especie de cementerio intelectual que llaman «colección pasiva»,
Luko Hilje Quirós
pues nadie los consulta desde hace muchos años o decenios. Esto me estremeció, y
me dije que es inconcebible que una obra tan original, rica y provocadora haya sido
condenada al olvido, por lo que era ineludible ir en su rescate.
Dejé testimonio de esto en el artículo Remembranzas del viejo maestro (Nuestro
País, 5-V-09) pero, más allá de los lamentos, pensé que era necesario actuar, y
pronto. Por tanto, conversé con amigos filósofos, para emprender un proyecto que
permita transcribir todos los artículos de Balli, para entonces realizar una valoración
enjundiosa de sus aportes biológicos y filosóficos. Estos se concretarían en un libro,
en el que dicha información se complementaría con aspectos biográficos, acerca de
lo cual pude recabar bastantes datos, gracias sobre todo a su nieta Fiorella.
Además, me parecía importante contar con los testimonios de tres estudiantes en
quienes ejerció una influencia determinante, todos sobresalientes profesionales
después, a quienes de diversas maneras apoyó para que efectuaran estudios en
Europa. Ellos fueron Leda Meléndez Howell, Alfio Piva Mesén y Rolando Mendoza
Hernández.
De Meléndez, nacida el 29 de diciembre de 1938 en San Sebastián, San José, según
el renombrado biólogo Rafael Lucas Rodríguez Caballero, “se fue con una beca por
un año a París, nunca la dejaron venirse, y está trabajando como profesora en París;
es una de las más brillantes que han salido de nuestra Universidad” (Hilje,2023). En
efecto, obtuvo el doctorado en ciencias en la Facultad de Ciencias de La Sorborna,
Universidad de París (1967), así como un diploma en fitopatología en el Instituto
Nacional Agronómico (INRA). Fue una muy prolífica investigadora en la biología
molecular de hongos, en el Laboratorio de Criptogamia del Centro de Investigaciones
de La Sorbona. Fue investigadora emérita del Centro Nacional para la Investigación
Científica (CNRS). Residió hasta su muerte en Francia, el 11 de noviembre de 2016,
cuando frisaba los 78 años de edad, pero sus restos reposan en el Cementerio
General, en San José. Poco antes de fallecer, fue nombrada Académica Honoraria de
la Academia Nacional de Ciencias de Costa Rica.
Por su parte, Piva nació el 9 de enero de 1940 en Guadalupe, San José. A través de
su hermana Irma, que estudiaba biología, Piva contactó a Balli, quien lo orientó para
que estudiara Ciencias Veterinarias en la Universidad de Parma (1963), donde tenía
un contacto clave, el Dr. Clemente Bonfanti. Regresó al país, y se incorporó como
profesor en la UCR, tras lo cual retornó a Italia para doctorarse en Fisiología Animal
en la Facultad de Medicina Veterinaria de Milán (1969). Al crearse la Universidad
Nacional (UNA) en 1973 y abrir sus puertas en 1974, fue el fundador de la Escuela
de Ciencias Veterinarias. Posteriormente fue rector de la UNA, en dos períodos
sucesivos (1977-1983). Asimismo, fue vicepresidente de la República en el gobierno
de la politóloga Laura Chinchilla Miranda (2010-2014).
En el caso de Mendoza, hijo de padre salvadoreño y madre costarricense, nació el
18 de enero de 1940 en Ahuachapán, El Salvador, aunque se instaló en Costa Rica
desde los tres años de edad. Deseaba estudiar agronomía, pero muy precozmente
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EL ZOÓLOGO Y FILÓSOFO AN TONIO BALL I, EN LA MIR ADA DE SU DISC ÍPULA LEDA MEL ÉNDEZ HOWELL - Luko Hilje Quirós
Balli lo persuadió para que cambiara de carrera. Obtuvo el doctorado en biología en
la Universidad de Pavía (1965). Tras laborar por seis años en la Universidad Nacional
Autónoma de Nicaragua (UNAN), en León, regresó a Costa Rica en 1972. Al crearse
la UNA, fue el principal promotor de la creación del Departamento de Biología —hoy
Escuela de Ciencias Biológicas—, así como de la Escuela de Ciencias Ambientales.
Aunque a cada uno de ellos le solicité un testimonio sobre su relación con Balli,
debido a sus responsabilidades y a motivos de salud no fue posible contar con los de
Piva y Mendoza, mientras que Meléndez (Figura 3) lo envió pocos meses después, en
octubre de 2009.
Por varios años he mantenido conmigo ese valioso documento, y me dolería mucho
que, por alguna razón, nunca vea la luz. Por eso ahora lo doy a conocer en estas
páginas. Lo hago con una mezcla de resignación —de que el anhelado libro nunca
tome forma—, a la vez que de esperanza, si es que su lectura estimula a algún filósofo
a emprender conmigo la labor de saldar la inmensa deuda que tenemos con ese gran
humanista y mentor que fue don Antonio Balli.
Figura 3. ,-ë QĈ?;;CN
UNA EVOCACIÓN DEL DOCTOR ANTONIO BALLI
He aquí algunos recuerdos imperecederos de aquel a quien debo mi carrera, el
bueno e ilustre profesor que me enviara a continuar mis estudios en París. Sea esta
la oportunidad para rendirle mi mejor homenaje, mi infinito agradecimiento y mi
profundo respeto a su memoria.
A pesar de todo lo que recibí de mis ex-profesores de la UCR, es muy posible que,
al menos en aquellos tiempos, ninguno de ellos hubiese podido conseguirme una
beca para realizar mi doctorado en el extranjero. Además, los viajes en avión eran
carísimos, y las naves aéreas, «caravelles» en este caso, no tenían la sofisticación
Luko Hilje Quirós
tecnológica de hoy. Gracias a don Eugenio Rodríguez Vega, la UCR costeó el tiquete
de ida. Aunque el doctor Balli no fuese francés, la Embajada de Francia lo tenía en
alta estima, y él presentó y argumentó acerca de mi candidatura de manera tan
convincente, que yo no tuve ninguna dificultad en la obtención de dicha beca.
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A los bachilleres de secundaria de 1956 nos correspondió el ingreso a la UCR en
1957. La nueva Facultad de Ciencias y Letras estaba situada, junto a otras, en el
nuevo campus, en San Pedro de Montes de Oca. Esta facultad albergaba a los
llamados «Estudios Generales», que en la nueva concepción de la UCR constituiría
la base de materias culturales y científicas a aprobar obligatoriamente por todo
alumno aspirante a un título universitario. Se trataba de una especie de «barniz»
común a todos; en Francia, en esa época, este sistema se llamaba «propedéutico».
Esta fue una idea original de sabios profesores costarricenses, cuando era rector
el brillante abogado y economista Rodrigo Facio Brenes, quien moriría en 1961,
mientras efectuaba una misión en El Salvador. El decano era el matemático José
Joaquín Trejos Fernández, presidente de la República entre 1966 y 1970.
Esas fueron las primeras aulas del campus, a las que se sumaban sus anfiteatros,
que nosotros ocupábamos. En dicho predio poco a poco se fueron construyendo
los edificios de varias facultades y escuelas (Química, Ingeniería, Ciencias de la
Educación, Microbiología, Letras, Medicina, Derecho, etc.), en general no muy
alejadas unas de otras. Debemos recordar que la UCR fue la única en el país por
muchos años, antes de la creación de la Universidad Nacional, en Heredia, el
Instituto Tecnológico, en Cartago, y la Universidad Estatal a Distancia, así como
de la proliferación de universidades privadas. No olvidemos, asimismo, que la
primera entidad de educación superior en el país fue la Universidad de Santo
Tomás, localizada en la Avenida Segunda, y que el antiguo campus de la UCR —con
algunos edificios majestuosos— se ubicaba donde hoy está la Corte Suprema de
Justicia; la falta de espacio, pues ya no cabían tantas escuelas, obligó a una urgente
emigración hacia San Pedro de Montes de Oca.
Esta breve reseña —en todo caso, como yo lo viví— es importante para explicar
el por qué de la presencia de profesores universitarios extranjeros, entre ellos el
doctor Balli.
Efectivamente, sobre todo para Estudios Generales, se requerían profesores
de origen diverso, humanistas y pedagogos de gran talento, capaces de abrir
un horizonte científico-cultural general, es decir, una especie de «globalización
cultural». Pero dichos profesores no se limitaban a los Estudios Generales, sino que
también ocupaban cátedras como titulares en la diferentes facultades o escuelas.
Se trataba nada menos que de la formación de los futuros profesores de liceos, así
como de la propia UCR. En fin, de los futuros cuadros y dirigentes del país.
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EL ZOÓLOGO Y FILÓSOFO AN TONIO BALL I, EN LA MIR ADA DE SU DISC ÍPULA LEDA MELÉNDE Z HOWELL - Luko Hilje Quirós
Además de destacados profesores costarricenses, había algunos formados en
el extranjero, o viejos extranjeros residentes en el país, como el filósofo español
Teodoro Olarte Sáez del Castillo; algunos estadounidenses; el director de la futura
Escuela de Biología, Rafael Lucas Rodríguez; y algún otro biólogo o microbiólogo.
Entre otros, recuerdo que se contrató al chileno Julio Heise para Historia General,
así como a dos brillantes españoles: el Dr. Roberto Saumells en Historia y en
Filosofía de la Ciencia, y el Dr. Constantino Láscaris Comneno en Filosofía. Además,
dos italianos formaban parte del grupo: el Dr. Gustavo Santoro, en Sociología, y
nuestro doctor Balli en Biología General, y entre los que se ocupaban de la cátedra
de Zoología en el Departamento de Biología.
En cuanto a la contratación de estos profesores, nos explicaba el profesor Ramiro
Montero Sánchez que a él se le encargó trasladarse a Europa para informarse
adecuadamente sobre los profesores que podrían ser reclutados, asistir a sus
cursos, estudiar sus curricula y proponer o no su aceptación. Don Ramiro era
químico, formado en Francia, y exdirector del Liceo de Costa Rica; fue nuestro
profesor, por cierto excelente, en el curso de Enseñanza de las Ciencias, en la
Facultad de Ciencias de la Educación.
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Como zootecnista que era, al doctor Balli le excitaba su curiosidad un país tropical,
con las características de Costa Rica.
Habían transcurrido unos veinte años desde la Segunda Guerra Mundial. Muchas
regiones italianas habían quedado en ruinas. Después de Mussolini y de la
acción de los aliados, para ese entonces Italia apenas empezaba a reconstruirse.
Recuerdo que el doctor Santoro —llegado también en 1957— trataba a sus
estudiantes como «cretinos», lo que nos extrañaba mucho, aunque este término
no tenga la fuerte connotación que tiene en español. ¡Eso jamás lo hubiera hecho
el doctor Balli! Santoro nos contaba que después de la guerra llegó a buscar su
ObĢc%Q"
reservado al respecto. Me decía que en esos difíciles tiempos, era muy dificil juzgar
a las personas.
En 1957 se instaló con su familia en San José. Pero, definitivamente, el clima nunca
le gustó, porque lo encontraba muy caliente. Decidió irse a vivir a Cartago, donde
nosotros, sus alumnos de Zoología, lo visitábamos. Ya más tarde —cuando yo
estaba en Europa—, vivía de nuevo en San José, en La Uruca, donde con su esposa
tenía una cría de gallinas y una pequeña explotación de miel de abeja; casi todos los
europeos tienen espíritu de empresa, máxime si les resulta útil, y sobre todo él, que
era especialista de ambas especies. También tuvo una finca en Sarapiquí, como se
verá después.
En cuanto a su origen y su quehacer científico en Europa, cabe mencionar que
Luko Hilje Quirós
nació en Correggio, Modena. Ignoro los estudios realizados en esta vieja ciudad, que
fuera un antiguo ducado. Sin embargo, me decía que una parte de su vida la pasó
creo que en Bologna; en donde aún vivía su hermano cuando yo llegué a París. Cabe
acotar que Modena y Bologna están situadas en la región Emilia-Romagna. Bologna
es una antigua ciudad, capital de la Emilia-Romagna y culturalmente muy conocida,
puesto que en ella se encuentra la más antigua universidad de Europa, reconocida
en todo el continente. Tiene cátedras que datan, igualmente, de los siglos XII y XIII,
y también es rica en museos, como la mayor parte de las ciudades italianas. Por
ejemplo, Tomás de Aquino la frecuentó antes de ser profesor en La Sorbona.
El doctor Balli me hablaba, con gusto, de ciudades cercanas, como Parma, en la
misma región, con su iglesia Steccata, construida por «el Parmesano»; el antiguo
Teatro Farnese; fue un ducado en los tiempos de los «Borbones franceses»; lo
esencial de su historia comprende desde el siglo XV al XIX. Asimismo, en la región
de Lombardía, la más desarrollada hacia el norte, con Milán como capital —con su
«Duomo» y el lugar de la Santa Cena, de Da Vinci—, se encuentran ciudades como
Pavia, Piacencia, Cremona —a recordar por la fabricación de los mejores violines
del mundo—, Mantua, Padova, etc., sin hablar de la Umbria Assisi, Peruggia, etc.
¡Cuántas veces no realizó el trayecto Bologna, Firenze, Roma!, eso sin olvidar la
región Toscana y otras. El doctor Balli era un finísimo conocedor y practicante de la
cocina italiana, así como de las especialidades únicas y bien reconocidas de algunas
de estas ciudades.
Él era graduado en zootecnia en la Facultad Universitaria de Ciencias Agronómicas
de Gembloux, Bélgica, institución sumamente prestigiosa. Allí conoció a su futura
esposa, Louise Balli-Lempereur. Hablaba y escribía francés de manera perfecta.
Tuvieron apenas un hijo, Rino, a quien conocí bien antes de mi partida hacia Europa,
y al que volví a ver en una u otra oportunidad en mis visitas a Costa Rica; Rino, con
su niño pequeño, llevaba al doctor Balli a visitarme en Zapote. Yo conocí solo a ese
primer nieto, un niño muy vivaz e inquieto, a quien el abuelo comprendía muy bien y
le perdonaba todo; para entonces comenzaba a hablar francés e italiano.
%
Como todo humilde costarricense, y contrariamente a casi todos los profesores
universitarios de su época, el doctor Balli no usaba corbata ni vestido entero. Eso sí,
guardaba una corbata en su oficina, para actividades formales imprevistas. Recuerdo
que yo estaba presente el día en que lo entrevistó un periodista y le tomó una
famosa foto, sentado frente a su máquina de escribir, en la que su brazo quebrado
casi no se ve, cubierto por una gabacha (Figura 4); apareció en una publicación
conmemorativa de la Escuela de Biología (Anónimo, 1966).
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EL ZOÓLOGO Y FILÓSOFO AN TONIO BALL I, EN LA MIR ADA DE SU DISC ÍPULA LEDA MELÉNDE Z HOWELL - Luko Hilje Quirós
Figura 4. %"Q N
En cuanto a su vestimenta,
los estudiantes estábamos
acostumbrados a las maneras
y hábitos de los profesores
extranjeros, por lo que nos
extrañaba verlo calzado no con
zapatos de cuero, sino con las
suaves y cómodas «pataugas»,
que nadie usaba en Costa Rica.
En Europa los investigadores
utilizamos bastante este tipo
de zapato cuando estamos
en misión, sobre todo en los
países tropicales. Tienen la
ventaja de que una porción
está constituida por un material
plástico especial, que no
calienta el pie ni tiene mal olor, y
el resto corresponde a un tejido
aireado, lo cual permite que se
seque rápidamente después
de empaparse por la lluvia o
haber atravesado un torrente e,
incluso, luego de haber estado en contacto con el barro.
En relación con su salud, difícilmente toleraba el calor —como lo indiqué
previamente—, porque era un poco hipertenso. Decía que por eso el Instituto
Nacional de Seguros no quería asegurarlo, «pero es que me tomaron la presión
ëObĈcaN3Ģ
comenzaron tempranamente en Costa Rica, pero por lo general no se sentía mal, y
ello no le impidió trabajar de manera ardua durante su estadía en nuestro país.
Incesante investigador, etólogo más que nada, no era un profesor típico en los
términos de esos años, sino un filósofo de la biología. En tal sentido, estaba
demasiado avanzado para su tiempo, lo que definitivamente, y desde el principio, no
fue entendido por sus colegas de la UCR. Gran observador y amante de los animales
(«ningún animal es malo, sino que solo se defiende si lo atacan»), conocía al dedillo
el comportamiento animal, en particular el de las gallinas y de sus queridas abejas;
¡éstas llegaban a reconocerlo desde lejos!
Muchos de los profesores de la Escuela de Biología se decían «experimentadores»,
pero en ese entonces era raro que publicaran en revistas científicas. La vida es así.
Y se aplica a su persona. Porque la verdad no surge siempre en el momento, sino
que reside en lo más simple: un justo reconocimiento toma años, o quizás siglos.
Hoy el doctor Balli sería considerado como uno de los grandes pensadores de la
biología y de las ciencias. No en vano existen ahora cátedras especializadas al
Luko Hilje Quirós
respecto, por ejemplo en La Sorbona y en muchas otras universidades europeas y
estadounidenses. Por fortuna, gracias a algunos profesores de filosofía de la UCR,
que lo comprendieron mejor que sus colegas biólogos, pudo abrir una cátedra ad hoc,
llamada Ideas Biológicas.
En cuanto a nosotros los estudiantes, lo que él deseaba era «estimularnos a pensar,
a ir más lejos, a discernir los verdaderos problemas». La ciencia y la tecnología
continuarán, pero por más que fuesen importantes, igual tienen la tendencia a
negarnos el análisis, y a proponernos «simples botones que apretar», según una
expresión suya que recuerdo bien.
La ética científica era la norma que aplicaba, y se la aplicaba a él mismo. Su lenguaje
ĈµLĈObëëcLQ
hoy la biología, la genética, así como otras ciencias, en verdad cuestionan más que
nunca, tanto como en los orígenes del pensamiento humano —el principio y el fin
del hombre, la ética, la moral, etc.—, con poca o ninguna necesidad de un lenguaje
filosófico convencional, salvo para los filósofos. ¡El doctor Balli estaba en lo correcto!
Con las convulsiones socioeconómicas y financieras del mundo actual, no sin
relación con la agresión a la naturaleza —¡y a sus abejas!— de seguro que el doctor
Balli se habría desesperado hoy, sobre todo por sus efectos para los países pobres.
Dichas situaciones han precipitado fenómenos extremos, debidos en gran parte al
antropismo y a la codicia desenfrenada del hombre. En fin, al pecado capital, que ha
traído como consecuencia la seria disminución de la biodiversidad en el planeta, con
la tala de árboles —entre otros problemas—, además de la erosión, la sedimentación,
la contaminación a todo nivel, la escasez de agua —algo cada vez más serio, y
eventualmente hasta un motivo de guerras—, el aumento de gases y del CO2 en la
atmósfera, el cambio climático, la explotación y contaminación de los océanos y los
polos, las nuevas enfermedades y epidemias, la pobreza, etc.
La acumulación de estos factores y sus efectos en los países en desarrollo —¡mucho
nos viene de los países industrializados!—, en el mejor de los casos traerá como
corolario una reconstrucción más cara que lo que ha significado la destrucción («más
caro el caldo que los huevos»). Claro, se habla de «adaptación» y de nuevos métodos
de sobrevivencia, así como de la capacidad del hombre para encontrar nuevas
soluciones, pero la depredación y la estupidez humanas, ¿podrán curarse?
¿Qué tipo de educación y de conciencia populares, así como de parte de los
decisores, serán las más expeditas y eficaces? El doctor Balli nos enseña que es
lícito hacerse la pregunta. Pareciera que, por fin y casi tardíamente, los economistas,
los políticos y los gobernantes se han percatado de la importancia esencial de estos
aspectos. Los llamados urgentes de científicos y ecólogos en este sentido no datan
de hoy, o sea, que esta filosofía —quizás más por necesidad— ha comenzado a
provocar reacciones en las más altas esferas a nivel mundial. El hombre debe ser
capaz de encontrar un verdadero equilibrio entre la economía y la naturaleza en estos
tiempos de mundialización, sobre todo nuevas fuentes de energía que, a su vez, creen
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EL ZOÓLOGO Y FILÓSOFO AN TONIO BALL I, EN LA MIR ADA DE SU DISC ÍPULA LEDA MELÉNDE Z HOWELL - Luko Hilje Quirós
empleos. Si ya en su época el doctor Balli, aun con toda su bondad, me repetía y escribía
«no hay salvación para el hombre!», ¿qué diría hoy? Sin embargo, su buena voluntad
para con el género humano era inmensa, y me aseveraba no creer, de ninguna manera,
en «el infierno».
Cabe recordar que él creía en la evolución darwiniana, gracias a su experiencia, a
como a su manera de ejercer la ciencia. No en vano el gran escritor y médico francés
François Rabelais decía que «ciencia sin conciencia es solo ruina del alma». Esto era
inherente al doctor Balli. En tal sentido, mucho me hubiera interesado conocer su punto
de vista sobre la bioética en términos, por ejemplo, de la «revolución génética» que
enfrentamos en la actualidad.
Ahora bien, aunque a primera vista él parecía retraído o ensimismado —como ocurre
LQQĈOQb
faltaba! Con su inteligencia y su mirada pícara, tal vez con su perspectiva de europeo,
era capaz de morirse de risa. Por ejemplo, me acuerdo de una compañera nuestra que
solía ir de paseo a los EE.UU. En esos tiempos era frecuente que la foto de la viajera
apareciese en la sección social del periódico, y para destacar el acontecimiento, el
 ĢP`ğOaN
Sonriente y burlón, decidió bautizarla así, aunque de manera más bien cariñosa; tan
es así, que en una ocasión en que ella viajó a Europa, incluso le dio la dirección de su
hermano en Italia. Además, de manera pícara, el doctor Balli disfrutaba de hacer juegos
de palabras con algunos anuncios que escuchaba en la radio costarricense.
Como Aristófanes en la Grecia Clásica, en algunos de sus escritos de esa época
denunciaba con habilidad las continuas y eternas reuniones de profesores, que eran
«inútiles, porque en ellas no se llegaba a nada», además de que lo hacían perder valioso
tiempo. Eso sí, en la narración no se refería a nadie de manera explícita, porque sus
Obc
%
Como lo hemos visto, su vida y su obra se confunden con el profesor que fue. Preparaba
sus clases con esmero. Las escribía a máquina, y las reproducía en el mimeógrafo.
Como de costumbre, disertaba ampliamente sobre lo esencial: «Il uovo» —apenas
comenzaba a hablar el español, en su primer año de estadía en el país— y toda la vida
que se origina en él una vez fecundado, lo que en biología es válido casi para todas las
especies; la evolución; el hombre; más todo lo que encierra la biología como ciencia.
Pero su manera de dar clases no se limitaba únicamente al tema tratado. Aprovechaba
para dar una pincelada filosófica, y para llevar al estudiante «más allá» y, aún mejor, se
mantenía discretamente atento a cada quien, porque consideraba su misión de biólogo
Luko Hilje Quirós
como un todo. En ese sentido, le extrañaba que en la UCR existiese una «Facultad de
Microbiología», porque tenía el concepto de que esta era tan solo una especialidad de
la Biología.
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que de entrada «chocó» con la mayoría de sus colegas de la Escuela de Biología, que
nunca lo entendieron, y algunos incluso «se reían de su persona y de su trabajo». Si
hubiesen asistido a sus clases, a lo mejor hubiesen cambiado de parecer. Soy testigo
de que trabajaba más que todos.
Y he visto que hoy este tipo de producción intelectual (Figura 5), si se imprime de
cierta manera más formal, califica como trabajo científico, en cuyo caso su obra
habría sido considerada como vasta, mejor catalogada y difundida. ¡Qué lástima
que no reuniera sus numerosas publicaciones en uno o varios libros! Al respecto,
recuerdo que cuando trabajaba con él, se había dirigido a un editor francés
especializado, quien gustoso estaba dispuesto a aceptar y publicar su obra. Ignoro
por qué no lo hizo. Mi hipótesis es que, antes, deseaba haber concluido una «summa»
de sus escritos.
Figura 5. &ĈĈĈ"N
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EL ZOÓLOGO Y FILÓSOFO AN TONIO BALL I, EN LA MIR ADA DE SU DISC ÍPULA LEDA MELÉNDE Z HOWELL - Luko Hilje Quirós
En cuanto a su personalidad y sensibilidad, recuerdo que en una ocasión me enfermé
y no pude asistir al examen final de Zoología. Aún no trabajaba con él, y le envié una
carta para explicarle mi situación y solicitarle la reposición de dicho examen. Era tan
generoso que se vino hasta Paso Ancho, donde yo vivía, y preguntando llegó a mi casa.
Por cierto que mi hermano menor estaba con gripe, y entonces le dio consejos a mi
mamá para su cura, porque consideraba «que los médicos se ocupaban únicamente
de partes del cuerpo y no del cuerpo y del ser como un todo», como lo pregonan con
mayor o menor acierto algunas de las «medicinas paralelas». Profundamente sensible,
en otra oportunidad me escribió una carta en la que me narraba un accidente relativo a
la caída de un puente cerca de La Uruca, en el que murió un trabajador.
A nosotros, sus alumnos de aquellos tiempos, su modo de ejercer su profesión nos
intrigaba un poco, pero a su vez nos parecía normal, dada su formación. En verdad
llegamos a quererlo mucho, a tal punto de que nos permitimos preguntarle si podía
invitarnos a una comida italiana preparada por él en su casa, en Cartago, lo cual aceptó
de buena gana. ¡Quedamos encantados ! Aunque belga, su esposa había preparado
buena parte de la cena. Ella era muy acogedora, aunque bastante tímida y discreta,
lo que no nos impidió después bailar. Por cierto, la pareja de anfitriones bailaba de
manera excelente.
He aquí otra muestra de su bondad. Ya graduada, cuando era profesora de Biología
en el Liceo de San José, así como de Ciencias en el Conservatorio Castella, yo
necesitaba un microscopio personal. Él había traído uno pequeño de Italia, nuevo, el
cual mantenía en su casa. Cuando le conté, consciente de lo que significaba para mí,
me lo vendió, y en condiciones muy favorables. Además, en una oportunidad, como
mis estudiantes del Conservatorio requerían aprender un poco de italiano para sus
actividades de canto, tomaba el autobús para ir a darles clases de esta lengua, de
manera gratuita.
Hay un detalle personal muy interesante de su apego familiar. Una vez le pregunté
por su segundo apellido, y eso le hizo reír. «Pranzini», respondió, y me explicó que
en Europa el apellido materno no se usa, aunque él «amara» a su madre, quien «se
quedaba llorando en cada oportunidad en que, como estudiante, partía hacia Bélgica».
Finalmente, por su formación de zootecnista, y tal vez por sus problemas en la UCR,
quería comprar una finca, sobre todo para criar ganado. Una o dos de sus estudiantes
lo acompañamos a Sarapiquí, junto con las personas que querían venderle el terreno.
Yo le busqué consejo con entendidos, y lo llevé a la casa de mi maestra de escuela,
cuyo marido conocía de eso. Discutieron bastante tiempo, pues aparentemente el
terreno no era conveniente para la agricultura. El papá de Vicky Azofeifa, una de mis
compañeras universitarias, creo que era agrónomo y trabajaba —si mal no recuerdo—
como perito en el Banco de Costa Rica. A través de ella, su papá logró un préstamo
para que el doctor Balli realizara esta compra. Después, la explotación y la gestión de
la finca quedó en manos de su hijo Rino.
Luko Hilje Quirós
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Unos dos años después de su llegada, tres personas fuimos escogidas por el
doctor Balli para secundarlo en sus labores, lo que nos representaba un pequeño
salario para ayudarnos en nuestros estudios. Pero, progresivamente, la persona
que se tornó más cercana fue esta servidora, a quien él llamaba cariñosamente «la
signorina».
Cuando yo recorría el trayecto entre el edificio de la entonces Facultad de Ciencias
y Letras y el de Química, o iba hacia la Facultad de Microbiología, en donde
recibíamos cursos especializados de Biología —el de la Escuela apenas iba a ser
construido—, a menudo y sin saberlo, yo lo precedía en el camino. Entonces él no
dudaba en ponerse las dos manos en la boca y gritarme «¡Signorina! ¡Signorina!». Yo
lo esperaba, y continuábamos conversando. ¡Era uno de sus placeres!
En realidad, en sus primeros años él hablaba y escribía más en italiano que en
español. Nunca temió expresarse, y me decía que, cuando se está en un país que
no es el de uno, cualquier lengua se aprende en poco tiempo. Yo había aprendido
el francés con una excelente profesora en el Colegio Superior de Señoritas. El
doctor Balli se encargaba de corregirme la pronunciación. Se tomó el esfuerzo
de enseñarme algo de italiano, para que yo pudiese corregir algunos de sus
documentos y, en especial, los materiales para las clases que él iba a impartir en
español («¡La doppia, la doppia, signorina !», en alusión a la doble letra, que yo
olvidaba a menudo).
Al mismo tiempo, yo debía respetar, sin alterar, sus opiniones escritas, en lo cual
era muy firme. Alguna vez me sucedió que yo no daba abasto entre mis estudios,
mis cursos en los colegios y las otras actividades que me eran necesarias y que, por
tener que hacerlo con prisa, no le traduje con la exactitud requerida algún párrafo
del italiano. Creo que una estudiante se lo hizo notar. Recuerdo que trabajamos
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inmensa gentileza.
Aunque en realidad estuve poco tiempo al lado de mi mentor, su confianza en mí
era total, aunque siento que no lo merecía. Y, cuando se enteró de la posibilidad
de una beca para estudiar en Francia, no lo dudó un segundo, y me llamó para que
realizara todos los trámites.
Yo no volví a Costa Rica sino seis años después, pero apenas de visita. En Francia
me habían ofrecido un puesto en un laboratorio, porque me hicieron ver que
no podría continuar mi labor en Costa Rica, donde en aquellos tiempos no se
disponía de aparatos electrónicos sofisticados, ni tampoco acceso a la bibliografía
pertinente, para continuar mi labor como científica. Mi jefe consideraba que, si
regresaba a mi país, al cabo de un año estaría desactualizada, además de que
debilitaría de manera sensible su equipo de investigación, muy renombrado en el
extranjero en ese entonces.
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Ahora bien, aunque mi producción científica aquí no era filosófica, el doctor Balli
se sintió siempre muy satisfecho con mis logros. En todo caso, lo cierto es que en
Europa no se puede vivir sin filosofía, porque la historia y el ambiente conducen
necesariamente a ello.
El doctor Balli no me escribía muy a menudo. Lo hacía a mano, y frecuentemente
en italiano, «para que no lo olvide». Como él sabía de sobra lo que era vivir en el
extranjero, me decía que «si tiene mal de patria o enfrenta problemas, escriba,
escriba y escriba, porque es la única manera de sentirse aliviado». Pasados
varios años ya no me escribió más, quizás por fatiga, aunque yo sí lo hiciera, para
recordarle que «si había olvidado que él me había enviado a Europa». ¡Sé que le
daba gusto leer esto!
Él me había alertado en cuanto a que «en su carrera, signorina, no todo será color
de rosa». Y me relataba que tenía un tío que era docente universitario, quien le
había hecho comprender que en la vida académica se sufría mucho a causa de los
colegas, y que eso le sucedió después como profesor en universidades italianas.
En efecto, cuando en alguna ocasión yo pasé por las mismas situaciones, se lo
narré por carta, y ya en Costa Rica les conté a su hijo y sus nietos que en tales
circunstancias difícilmente se llegaba a soportar a los colegas europeos envidiosos.
Por suerte, especialmente en los últimos años, nunca más tuve problemas de este
tipo, y más bien ocurrió lo contrario.
Para concluir, debo decir que el doctor Balli marcó mi vida, mi labor y hasta mi
manera de ser. Sin él, mi existencia de seguro habría seguido otro camino, dadas
las dificultades para continuar estudios en el extranjero en aquella época. ¡Qué de
curioso tiene que yo haya visitado varias veces Italia —que aprendí a amar, debido a
él— y que hubiese realizado una «peregrinación» por las ciudades que impregnaron
su ser! Además, que en cada lugar haya degustado sus comidas, visitado sus
monumentos, tratando de hacer mía su cultura, etc.; en realidad, algunas ciudades
italianas son museos en sí mismas.
Hoy, al evocar al doctor Balli, me percato de que la alumna que le fuese tan
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Es una de mis más grandes tristezas. Requiescat in pace, querido doctor Balli. Sin
embargo, debo decir que siempre sentí y aún siento su presencia, así como aquella
llamada de «¡Signorina! ¡Signorina!».
Grazie mille, carissimo Professore!
Luko Hilje Quirós
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A Leda Meléndez Howell (†), el cálido y valioso testimonio que le da
sentido a este artículo. A Alfonso Mata Jiménez (†), la fotografía de
la figura 1, a Jaime García González las de la figura 2, y a Dennis
Meléndez Howell las de la figura 3. A Fiorella Balli Morales, Alfio
Piva, Rolando Mendoza, Claudio Gutiérrez Carranza y Hortensia
Sevilla viuda de Rodríguez, el aporte de información. A Theresa
White, la revisión del resumen en inglés.
Anónimo. (1966). Departamento de Biología. Universidad de Costa Rica. San
José, Costa Rica.
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de Costa Rica (1957-2009). Revista de Biología Tropical 57 (Supl. 1), 1-14.
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desenvolvimiento educacional y científico de Costa Rica. Biblioteca Patria.
Editorial Costa Rica. San José, Costa Rica.
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Hilje, L. (2022). Las rutas históricas del desarrollo de las ciencias biológicas
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Hilje, L. (2023). Un recuento de la historia de la biología en Costa Rica, en la
voz del Dr. Rafael Lucas Rodríguez Caballero. Revista Herencia 36(1): 243-
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Láscaris, C. (1983). Desarrollo de las ideas filosóficas en Costa Rica. Editorial
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Pacheco, L. (1972). Mauro Fernández. Serie ¿Quién fue y qué hizo? Ministerio
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Hace medio siglo, en diciembre de 1972, vio la luz un recuento intitulado Historia de la biología en Costa Rica, del eximio botánico Rafael Lucas Rodríguez Caballero, el cual correspondía a la versión escrita de una conferencia dictada para un seminario en el Centro Universitario Regional de San Ramón, de la Universidad de Costa Rica. Hasta hoy se ha mantenido bastante ignorado, pues inicialmente fue publicado como un folleto que no circuló ampliamente. No obstante, es de gran valor, pues representa la primera síntesis acerca de la historia de la biología en Costa Rica. Por tanto, aquí se le rescata y se transcribe completo, además de que se interpretan varios aspectos de su contenido mediante notas al pie de página y se incluyen algunas ilustraciones pertinentes.
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Recibido: 15-09-2021.Aprobado: 13-11-2021. En este artículo se analizan los factores y circunstancias naturales, económicos, sociales y políticos que han conducido a la institucionalización y la consolidación de las ciencias biológicas en Costa Rica, en dos siglos de vida independiente, a la vez que se resaltan los aportes de los principales individuos y entidades que han hecho posible dicho proceso. Para abordar este análisis, se identifican las siguientes seis rutas históricas clave: la condición ístmica del país y la cercanía del río San Juan, por su importancia potencial como un canal interoceánico natural; la paz y la estabilidad política del país, como una condición para hacer ciencia; el reconocimiento y la aceptación de las ciencias biológicas en la cultura local; la visión y la necesidad de nutrirse del conocimiento científico extranjero; las oportunas y fecundas alianzas científicas internacionales; y la conciencia de la necesidad de institucionalizar las ciencias biológicas. Es de esperar que de este análisis se deriven lecciones que contribuyan a orientar mejor los futuros esfuerzos nacionales en este campo.
Departamento de Biología. Universidad de Costa Rica
  • Anónimo
Anónimo. (1966). Departamento de Biología. Universidad de Costa Rica. San José, Costa Rica.
Breve historia de la
  • J E García
García, J. E. (2009). Breve historia de la Escuela de Biología de la Universidad de Costa Rica (1957-2009). Revista de Biología Tropical 57 (Supl. 1), 1-14.
Investigadores en aquella rica costa: biología de campo costarricense 1400-1980. En: Historia natural de Costa Rica
  • L D Gómez
  • J M Savage
Gómez, L. D. & Savage, J. M. (1986). Investigadores en aquella rica costa: biología de campo costarricense 1400-1980. En: Historia natural de Costa Rica. D.H. Janzen (ed.). Editorial de la Universidad de Costa Rica.
La universidad en el desarrollo histórico nacional. Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes
  • C Monge
Monge, C. (1978). La universidad en el desarrollo histórico nacional. Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes. San José, Costa Rica.
Mauro Fernández. Serie ¿Quién fue y qué hizo? Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes
  • L Pacheco
Pacheco, L. (1972). Mauro Fernández. Serie ¿Quién fue y qué hizo? Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes. San José, Costa Rica.