El dolor se ha convertido en una condición sin la cual no podría comprenderse la historia y la crítica del arte contemporáneo en Colombia. Hablar de dolor implica reconocer el carácter sensible que tienen las experiencias de quienes han vivido, en carne propia, el conflicto armado y sus diversas aristas políticas. Una víctima, de alguna u otra manera, ha estado influenciada por aquella “dimensión sensible del acto creativo en medio de la guerra” (Urueña, 2020, p. 23). Por tanto, se presentan dos manifestaciones estéticas colombianas —Bocas de Ceniza (2003/2004) y Canto La Piedad (2019)—, con las cuales se coloca en entredicho el lugar de la historia y la crítica de arte a través de una lectura sensible de estas obras. En este sentido, el dolor no solo se reduce a una condición documental, también es memoria para resignificar la vida.