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Sociologías
La cuarta cultura
Una apuesta real por la sostenibilidad
José Antonio Pascual Trillo
La cuarta cultura
26
P
José Antonio Pascual Trillo
La cultura y la biología son facetas inseparables, pero mientras que los
aspectos culturales pueden cambiar a cierta velocidad, los biológicos evolu-
cionan a ritmos más lentos. Sin variaciones en nuestro equipamiento biológi-
co, nuestra especie ha conocido tres grandes tipos de culturas. De una etapa
inicial cazadora y recolectora, la más dilatada, pasamos por una fase agrícola
y ganadera, para desembocar en la actual sociedad industrial basada en los
combustibles fósiles. Todo indica que estamos en una etapa agotada, por
más que enormes inercias e intereses traten de alargarla sometiéndonos a
enormes riesgos ambientales y sociales.
La degradación ambiental, las crisis financieras y económicas, el incre-
mento brutal de la desigualdad y la vulnerabilidad puesta de relieve por la
pandemia hacen evidente la necesidad de un cambio en nuestra relación
con la naturaleza para recuperar una sostenibilidad real, muy alejada de lo
que el mercadeo al uso nos quiere vender.
La renuncia al dogma económico y demográfico del crecimiento forma
parte de ese salto a una cuarta cultura global que exige recuperar el
uso de las mejores armas biológicas que la evolución nos ha dado: la empa-
tía y la prosociabilidad, frente al fomento de la competencia, el egoísmo y la
agresividad, también inherentes a nuestra naturaleza, que las recetas neoli-
berales y ultranacionalistas nos vienen queriendo imponer como exclusivas
de nuestra naturaleza. Del resultado (urgente) de esta confrontación cultural
depende nuestro futuro.
La cuarta cultura
Una apuesta real por la sostenibilidad
Jose Antonio Pascual Trillo (Madrid,
1958) es licenciado en ciencias biológicas y post-
graduado en ciencias ambientales. Ha publicado
diversos libros sobre ciencia y medioambiente,
entre ellos:
El arca de la biodiversidad
(por el que
recibió el premio Casa de las Ciencias al mejor
texto de divulgación científica),
La vida amena-
zada
,
Revoluciones en las ciencias naturales
,
El
teatro de la ciencia y el drama ambiental
o
La
gestión del uso público en espacios naturales
.
Como docente ha sido catedrático de biología y
geología, asesor de formación del profesorado en
ciencias experimentales o coordinador en Madrid
de la Asociación Española para la Enseñanza de
las Ciencias de la Tierra (AEPECT). También ha
desempeñado cargos relacionados con la conser-
vación de la naturaleza como consejero técnico
en el Instituto de Conservación de la Naturaleza o
secretario general del Comité Español de la UICN-
Unión Mundial para la Naturaleza.
Con una larga trayectoria en el movimiento
asociativo ecologista y ambientalista desde su fun-
dación en 1976, ha sido presidente de Amigos de
la Tierra. En 1983 fue uno de los 16 ecologistas
y científicos firmantes del Manifiesto de Tenerife,
considerado el texto impulsor del ecologismo
político en España y que contaba con las firmas
de apoyo de Petra Kelly fundadora de Los Verdes
en Alemania.
FLAP LEFT BACK COVER SPINE FRONT COVER FLAP RIGHT
ISBN: 978-84-7884-938-3
Títulos de la Colección
La McDonaldización de la sociedad
Ritzer, George
La globalización de la nada
Ritzer, George
Norte / Sur. La fábrica de la pobreza
Centro Nuevo Modelo de Desarrollo
Juicio a las multinacionales. Inversión extranjera e
imperialismo
Petras, James; Veltmeyer, Henry
Ikea. Un modelo desmontable
Bailly, Olivier; Lambert, Denis y Cauron, Jean-Marc
Los tentáculos de la McDonaldización
George Ritzer (Coord.)
Guía ética de las marcas. Quién hace la ropa, con
quién y para quién
Centro Nuevo Modelo de Desarrollo
Wal-Mart. El rostro del capitalismo del siglo XXI
Nelson Lichtenstein (Coord.)
Marx, Durkheim, Weber
Morrison, Ken
Otra teoría económica es posible
Mateo, Juan Pablo; Molero, Ricardo
Más allá del capitalismo
Bosio, Roberto
Quemar la frontera
del Grande, Gabriele
Descontento social y la generación IN
Ruiz Aja, Luis; Pérez Sánchez, Florián Manuel; Gómez-Pas-
trana, Teresa María
Diccionario de Ciencias Sociales
Jean-François Dortier
La Revolución Cultural del Capital
Maxime Ouellet
El mundo según Amazon
Benoît Berthelot
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Una apuesta real por la sostenibilidad
José Antonio Pascual Trillo
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Una apuesta real por la sostenibilidad
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A quienes, con sus comportamientos
solidarios y cooperativos,
buscan la sostenibilidad en un planeta convulso.
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Índice
Introducción ............................................................................................... 9
Antropoceno .......................................................................................20
La mayor parte de la historia ............................................................... 27
Culpabilidades .................................................................................... 27
Dos revoluciones entre tres formas de vida ...................................42
La cosmovisión ancestral ..................................................................46
La revolución inaudita .......................................................................52
Desigualdades y discriminación sexual .......................................... 58
Los impactos neolíticos ......................................................................65
La energía fósil ........................................................................................ 71
La revolución industrial .................................................................... 71
Maquinismo y energía ....................................................................... 77
Ascenso y caída de los siócratas .................................................... 83
Ilustración y economía política ........................................................ 88
El carrusel innito .............................................................................. 93
Algo no va bien...................................................................................... 101
Personajes en torno al principio de la población ......................... 101
La demografía como problema ......................................................109
El capítulo ignorado de Mill ........................................................... 119
Una brújula con imantación sesgada .............................................129
Materias que circulan y energías que uyen ................................ 132
Parábolas espaciales frente a anchas praderas ............................. 136
Cuestionamiento termodinámico ..................................................141
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Pronósticos y atisbos ............................................................................ 149
El don de Casandra y su desgracia ................................................ 149
El mundo se informa y se reúne .....................................................153
Complementariedad de capitales ................................................. 161
Principios de sostenibilidad ...........................................................167
Reconsiderando ideas .......................................................................... 175
El dilema del progreso ..................................................................... 175
El papel de la tecnología .................................................................. 182
La transformación del planeta ........................................................ 189
Cambio global ................................................................................... 196
Creatividad y tentación ................................................................... 203
La varita engañosa del mago .......................................................... 207
Plásticos, deseos y posibilidades .................................................... 211
Decrecimiento ................................................................................... 216
Desarrollo, prosperidad y bienestar .............................................. 220
Trascendiendo el desarrollo convencional .................................... 228
El paradigma ..................................................................................... 236
Asignación y distribución ............................................................... 244
Una cuestión de escala .....................................................................256
Prioridades ........................................................................................ 258
Herramientas para el cambio .............................................................. 269
Garras, dientes rojos y manos invisibles ....................................... 269
Cooperación y eusociabilidad ........................................................ 278
Simbiosis y altruismo .......................................................................291
Integrando saberes y conocimientos..............................................307
Bibliografía............................................................................................. 331
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Introducción
La especie humana moderna (Homo sapiens) tiene ya al menos
200.000 años de antigüedad y origen africano, lo que avalan tanto
los hallazgos paleontológicos como la moderna investigación genó-
mica1. La especie acabó expandiéndose por todo el planeta, demos-
trando una enorme capacidad adaptativa. El éxito adaptativo tuvo
que ver con la adquisición de un cerebro complejo dotado con unas
capacidades cognitivas y creativas extraordinarias, pero para el
antropólogo Robert Boyd inuyó aún más la capacidad cultural
de acumular conocimientos adquiridos2. La mayoría de nosotros
no inventamos grandes cosas, pero somos capaces de aprender
muchas. No es algo exclusivo de las avanzadas culturas industria-
les: el estudio de los conocimientos y uso de plantas por la etnia
BaYaka del Congo sirve de ejemplo sobre la importancia que tienen
las redes sociales de comunicación y la cultura social acumulativa
ya en culturas básicamente cazadoras y recolectoras. Mientras que
los simios con los que comparten los bosques de África Central uti-
lizan tan solo seis (en el caso de los chimpancés) o nueve plantas
medicinales (en el caso de los gorilas), los BaYaka emplean 32. Pero
ningún individuo BaYaka posee el conocimiento completo de esas
32 plantas: se trata de un conocimiento social compartido gracias
a la comunicación y el aprendizaje dirigido entre individuos con
conocimientos especializados, algo que no ocurre entre los simios3.
Por supuesto, esto no signica que exista una disyunción nítida
entre cultura y naturaleza, sino que la cultura forma una parte tan
indisoluble de nuestra biología como cualquier otra característica
anatómica o siológica.
Nuestra especie debió atravesar en algún momento un estre-
cho cuello de botella en el que la merma poblacional hizo peligrar
1. Reich, D. (2018).
2. Boyd, R. (2017).
3. Salali, G.D.; Chaudhary, N.; Thompson, J. et al. (2016).
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su continuidad. Eso explicaría la enorme homogeneidad genética
de la humanidad actual, una realidad que no evita que algunos se
empeñen en crear barreras basadas en el color de la piel o la forma
del pelo. Por otra parte, la mayor parte de nuestra historia evolu-
tiva (al menos un 95 %) ha transcurrido bajo una forma de vida
cazadora-recolectora, más identicada con la recolección de vege-
tales, la captura de pequeños animales y el carroñeo que en la idea
algo estereotipada de intrépidos cazadores de grandes piezas. Tan
solo hace unos 10.000 años, posibilitados por alteraciones del clima,
comenzaron a producirse de forma independiente y en varias zonas
del planeta cambios en la manera de vivir. La domesticación de ani-
males y el cultivo vegetal favorecieron el asentamiento de quienes
habían sido fundamentalmente nómadas. Con la sedentarización
vino la división del trabajo, la propiedad privada, la desigualdad
social, la jerarquización entre sexos y un considerable crecimiento
demográco, todo ello unido a una mayor complejidad de la estruc-
tura social y la acumulación material de la cultura y el conocimiento
gracias a la invención de la escritura y las instituciones sociales. El
proceso es conocido como la revolución neolítica, a pesar de que ni
fue tan rápida ni tan global como el término sugiere. Con ella se
abrieron paso las sociedades agrarias y ganaderas, que fueron sus-
tituyendo y arrinconando a las de los cazadores-recolectores, pro-
gresivamente expulsados hacia los territorios menos productivos
(selvas y desiertos, por lo general).
Junto con el aumento poblacional, las sociedades agropecuarias
crearon tecnologías más sosticadas que las de sus predecesores,
asentando la base de nuevos poderes y capacidades, aunque siem-
pre vieron aminoradas sus pretensiones expansivas (“creced, mul-
tiplicaos y dominad la tierra”) por la disponibilidad limitada de
energía y alimentos.
Todo eso cambió en gran medida con la segunda gran disconti-
nuidad de la historia humana: la revolución industrial que surgió de
la sinergia entre el nacimiento de la ciencia moderna (con su deriva-
ción práctica: la tecnología industrial) y la aparentemente ilimitada
disponibilidad de energía procedente de la combustión de materia-
les fósiles. La capacidad transformadora de la humanidad experi-
mentó un gigantesco impulso que provocó un crecimiento demo-
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gráco explosivo y la alteración brutal del medio natural. Habían
nacido las sociedades industriales.
Esta nueva forma de vivir tiene apenas doscientos o trescientos
años de existencia y representa, por tanto, menos del 1 % de la his-
toria de la especie.
Evolutivamente, la biología humana se conguró esencialmente
durante la larga etapa cazadora-recolectora, en tanto que la actual
estructura cultural, basada en la escritura, las instituciones y la jerar-
quización social, se debe más a la etapa agraria, como nos recuerda
el que el término cultura proceda etimológicamente de la misma
raíz que cultivo y que digamos que una persona educada y culta es
una persona “cultivada”. Sobre esos sustratos biológico y cultural
previos se instaló una nueva forma de vida alimentada por la gran
disponibilidad de energía y la enorme capacidad de transformación
industrial.
Primero Alvin Tofer4 y más recientemente Jeremy Rifkin5 han
querido ver una tercera ola o giro global en la trayectoria humana en
la irrupción reciente de las tecnologías de la información y comuni-
cación. Sin embargo, aunque el impacto de estas nuevas tecnologías
en nuestra sociedad industrial sea innegable, los elementos básicos
procedentes de la revolución industrial original no parecen haber
cambiado aún en cuanto a sus objetivos sociales, que siguen asen-
tados en el crecimiento constante de la producción y el consumo;
factores que, desde sus inicios, constituyen el motor central de nues-
tra actual forma de vida. Tampoco ha variado la dependencia de la
extracción constante de recursos naturales, la creciente emisión de
residuos y los efectos ambientales derivados. El proceso reciente ha
consistido más bien en una intensicación de todo ello. El surgi-
miento de las nuevas tecnologías ha ido parejo a la radicalización de
un capitalismo que acompaña desde sus inicios a la sociedad indus-
trial, llevándolo a extremos.
Aunque numerosos aspectos del deterioro eran patentes mucho
antes, el último cuarto de siglo pasado conoció también el desper-
tar de la conciencia mundial acerca de la dimensión global de la
degradación ambiental. El aumento en la cantidad y gravedad de
los problemas ambientales que desvelaban los cientícos y divul-
4. Tofer, A. (1979).
5. Rifkin, J. (2011).
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gaban los ecologistas hizo imposible ocultar el desastre y, pronto,
la comunidad internacional tuvo que encarar la realidad, aunque
apenas fuera en el ámbito de las declaraciones y mucho menos en
el de las acciones.
Con el comienzo del nuevo milenio, la distancia creciente entre
unas élites avariciosas y enriquecidas hasta niveles indecentes y una
mayoría empobrecida, unida al golpe inigido en las esperanzas de
las clases medias occidentales, que veían diluirse las expectativas de
mejora que les prometía el sistema, generó confusas convulsiones
sociales, especialmente tras la gran debacle nanciera y la recesión
económica de 2008. Las medidas entonces adoptadas se basaron en
un reparto desigual de las cargas, con el consecuente incremento de
las desigualdades, una situación dramática que se vio continuada
por el vapuleo social y económico inigido por la pandemia vírica
de 2019, lo que terminó por revelar la fragilidad de unas endebles
instituciones públicas que habían sido sutilmente desmanteladas en
los años anteriores. El mundo se introducía así en un nuevo esce-
nario de incertidumbres que trajo la confusión y desesperación a
muchos.
En medio del río revuelto, no han faltado los oportunistas que
aprovechan el descontento y desconcierto general. Manejando
eslóganes simplistas y utilizando el enorme potencial de las redes
sociales y la ausencia de responsabilidad y ética del puñado de
compañías que las controlan, un nuevo espacio político centrado en
el populismo reaccionario e hipernacionalista se ha especializado
con éxito en la difusión de mentiras y falsedades, cuando no en la
misma negación de la realidad. En la sociedad más intercomuni-
cada y formada que haya conocido el mundo progresan con increí-
ble éxito formulaciones tan irracionales y dañinas como las de los
conspiranoicos Qanon, los antivacunas iluminados o hasta los gro-
tescos terraplanistas.
Nadie posee la receta con la que resolver todo esto, pero no por
ello es menos evidente que las fracturas sociales, económicas, sani-
tarias y ecológicas no se podrán solucionar desde la simplicidad
facilona del populismo ultra, pero tampoco desde el continuismo
conservador. Cada vez resulta más claro que será preciso acometer
cambios radicales, entendido como aquellos que alcanzan a tocar la
raíz de los problemas. La magnitud del reto puede acobardar, pero
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todos intuimos que no hay otro camino que abandonar la senda
que llevamos y enfrentarnos de una vez a la realidad. En verdad, la
solución reside en todos y cada uno de nosotros, en nuestros com-
portamientos personales, sociales y políticos, para lo que podemos
inspirarnos en heroicidades modestas, pero claves, como la que
representa el personaje del doctor Bernard Rieux, relator y prota-
gonista de La Peste, aquella obra de Camus que nos mostró que la
crónica de una crisis “no puede ser el relato de la victoria denitiva.
No puede ser más que el testimonio de lo que fue necesario hacer
y que sin duda deberían seguir haciendo contra el terror y su arma
infatigable, a pesar de sus desgarramientos personales, todos los
hombres que, no pudiendo ser santos, se niegan a admitir las plagas
y se esfuerzan, no obstante, en ser médicos”6.
Cometeríamos un grave error si en la pretendida “vuelta a la
normalidad” tras los vapuleos de la avaricia económica, la pande-
mia o la guerra provocada, olvidásemos que la normalidad ante-
rior naufragaba ya entre los numerosos problemas sin resolver. Por
eso, deberíamos evitar que la impresión que experimentó Antonio
Muñoz Molina al abolirse en junio de 2020 el connamiento se con-
vierta en una realidad permanente. Decía el escritor:
“El mundo de después sobre el que tanto se especulaba, ha resul-
tado ser muy parecido al de antes, salvo por el incordio añadido de
las mascarillas. (...) Este mundo de después, igual que el de antes,
está habitado por adictos al ruido, al motor de explosión y a la
quema de combustibles fósiles.”7
La crisis ambiental ha alcanzado un nivel tal que ya no basta
con pretender entrar en una nueva fase de la revolución industrial
donde el desarrollo de las energías renovables y las posibilidades
abiertas por las nuevas tecnologías de la información y la comuni-
cación aminoren los daños (con ser esa una transición indispensable
e iniciada en una cierta, aunque insuciente, medida). Necesitamos
algo más ambicioso: construir una nueva forma de vivir. Precisamos
un cambio de cultura.
Sabemos de la enormidad del reto, así como sobre las tendencias
egoístas y tribales de nuestra especie, como para saber que no será
un camino fácil, pero también que contamos con enormes capacida-
6. Camus, A. (1947).
7. Muñoz Molina, A. (2021).
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des empáticas y sociales para la solidaridad y la cooperación. Por
eso es bueno recordar la reexión del Premio Nobel francés Romain
Rolland8, reiterada y popularizada más tarde por Antonio Gramsci9,
sobre la alianza íntima entre “el pesimismo de la inteligencia y el
optimismo de la voluntad”.
Mientras tengamos voluntad siempre habrá espacio para el
optimismo que necesitamos. Las utopías, se ha dicho, sirven para
caminar10.
Pero el optimismo de la voluntad carece de sentido sin el pesi-
mismo que nos aporta la inteligencia. No podemos ignorar la crí-
tica e insostenible situación del deterioro ambiental global, donde
el cambio climático constituye el exponente más destacado, pero en
absoluto el único. La pérdida general de biodiversidad en sus tres
escalas (genética, de especies y de ecosistemas), junto al avance de
la deserticación por la parte árida del planeta son otros dos gra-
vísimos problemas ambientales ya ocialmente reconocidos por
la comunidad internacional desde hace treinta años11, aunque evi-
dentemente no resueltos. A ellos se añade el estigma social y ético
de una desigualdad inaceptable entre ricos y pobres, un factor de
desestabilización de las relaciones humanas dentro y entre países,
y una lacra ética inaceptable que afecta al bienestar y la felicidad de
todos y cada uno de nosotros.
Finalizando 2020, una de las más prestigiosas revistas cientícas
informaba de que la producción articial mundial superaba ya en
peso al de todos los otros seres vivos que comparten con nosotros
el planeta (plantas, animales, hongos, bacterias…), conformando su
biomasa natural. La masa antropogénica, que es como los autores
se reeren a la producción de materiales articiales, se viene dupli-
cando cada veinte años en uno de esos procesos de crecimiento acu-
mulativo que tan confundidos nos tienen. De la brutalidad de los
datos da idea el que en los inicios del siglo XX esa masa antropogé-
nica equivalía tan solo al 3 % de la biomasa global. Hoy, en esas esta-
8. Rolland, R. (1920).
9. Gramsci, A. (1925).
10. Eduardo Galeano: La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja
dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la uto-
pía? Para eso, sirve para caminar.
11. Declaración de Río sobre el medio ambiente y el desarrollo: https://www.un.org/
spanish/esa/sustdev/documents/declaracionrio.htm.
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Introducción 15
dísticas injustas que asignan a cada ser humano una parte igual en
la responsabilidad global, cada uno de nosotros producimos sema-
nalmente, en forma de materiales articiales, una cantidad similar
a nuestro propio peso12. Por primera vez en la historia hay menos
masa en los seres vivos que en los materiales articiales construi-
dos: ese es el tiempo y el lugar en que nos encontramos.
Las emisiones mundiales de CO2, responsables directas del cam-
bio climático, también vienen experimentando desde la Segunda
Guerra Mundial un crecimiento sostenido, apenas matizado en
algunos momentos, como durante la segunda crisis del petróleo de
1979, en la crisis nanciera de 2008 o con la pandemia de 2019-20.
Las previsiones de la Agencia Internacional de la Energía (AIE/
IEA), organización internacional creada por la OCDE y que viene
funcionando tras la primera crisis del petróleo de 1973, indicaban
una caída apreciable (del 8 %) en las emisiones de 2020 debido al
parón experimentado por muchos sectores de la economía mundial
y particularmente por el transporte. Fue una reducción temporal,
sin duda positiva para la lucha contra el cambio climático, pero no
el resultado de ninguna planicación acordada, sino solo la conse-
cuencia de una crisis sanitaria inesperada que generó desempleo y
cuya respuesta socioeconómica acrecentó las desigualdades ya exis-
tentes con el reparto desequilibrado de costes y benecios. Mientras
la mayoría se empobreció, los inmensamente ricos se enriquecían
aún más. Lo paradójico de aquel recorte del 8 % es que equivale a
la reducción de las emisiones anuales de CO2 que necesitamos aco-
meter para limitar el calentamiento global a menos de 1,5 °C sobre
las temperaturas preindustriales, tal y como recomienda el Panel
Cientíco Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC),
lo que signica que necesitaríamos reducciones similares cada año
durante al menos una década, como ha recordado la Asociación
Meteorológica Española13.
Pero la contención de emisiones no se está produciendo de forma
planicada y voluntaria, sino que la política y la economía domi-
nantes siguen buscando recuperar la senda de un crecimiento insos-
tenible que, ya lo sabemos, determina la penosa situación ambiental
12. Elhacham, E.; Ben-Uri, L.; Grozovski, J. et al. (2020).
13. https://ame-web.org/index.php/blog/883-aie-el-impacto-del-coronavirus-en-
las-emisiones-de-co2-es-seis-veces-mayor-que-la-crisis-nanciera-de-2008
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global. Así, los datos de la proclamada transición energética hacia
fuentes renovables no avalan el optimismo. En la presentación
pública del último informe mundial sobre las energías renova-
bles14, elaborado por la red de política energética renovable REN21
(Renewable Energy Policy Netwok)15, podemos leer:
“2020 pudo haber sido un año de cambio radical. Las economías de
todo el mundo fueron devastadas por la pandemia de la COVID-19.
La demanda de energía primaria cayó un 4 %. Pero incluso con este
declive histórico, los países del G20, los mayores contaminadores
del planeta, apenas cumplieron o incluso no alcanzaron sus poco
ambiciosos objetivos de energía renovable. Pero los benecios de
las energías renovables en términos de salud, clima y creación de
empleo son indiscutibles. El Informe de Renewables Global Status
Report de REN21 muestra que no estamos ni siquiera cerca del cam-
bio de paradigma necesario hacia un futuro energético limpio, más
saludable y más equitativo.”16
Si no modicamos las tendencias anteriores a la pandemia, en
2100 asistiremos a un incremento de la temperatura media mundial
de entre 3,7 °C y 4,8 °C con respecto a la preindustrial17, valores muy
superiores a los 1,5-2 °C de aumento máximo admisible si queremos
evitar efectos catastrócos e irreversibles tal y como se acordó en la
reunión del Convenio de lucha contra el cambio climático en su reu-
nión de París de diciembre de 2015. Para lograr que la concentración
de dióxido de carbono en la atmósfera no rebase las 450 ppm18 en
2100 (cifra considerada coherente con un aumento de la temperatura
de 2 °C) necesitaríamos haber conseguido en 2050 una reducción de
las emisiones mundiales de entre el 40 y el 70 % (dependiendo de
los diferentes escenarios considerados) con respecto a los valores de
2010, y alcanzar el valor cero en 2100.
Algo funciona muy mal en el modelo socioeconómico mundial
cuando solo las crisis del sistema representan alivios medioambien-
14. REN21 (2021).
15. Se trata de una red de expertos que reúne gobiernos, organizaciones no guberna-
mentales, instituciones cientícas, organizaciones internacionales e industrias interesa-
das en la promoción de las energías renovables.
16. https://www.ren21.net/wp-content/uploads/2019/05/REN21_GSR2021_Pres-
sRelease_Spanish.pdf
17. IPCC (2014).
18. Partes por millón.
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Introducción 17
tales ligeros, a la vez que las consecuencias sobre la población se
reparten tan desigualmente como vemos. La incapacidad de los
gobiernos para cumplir los compromisos aplicando una planica-
ción y gestión adecuadas hace que perpetuemos un modelo intrínse-
camente inviable e incapaz de lograr la sostenibilidad global, aban-
donando las decisiones a los intereses cortoplacistas de las grandes
corporaciones ligadas a la explotación de los combustibles fósiles.
Uno de los mayores obstáculos para la solución de la crisis
ambiental radica, pues, en los mecanismos reales de toma de deci-
siones políticas y económicas. La presión sobre la inmediatez que
sufren los gobiernos y los políticos los conduce por lo general a
ignorar los problemas que presentan un medio y largo plazo de
solución, con independencia de su gravedad. Se trata de problemas
complejos que exigen consensos sociales y políticos amplios y que,
con frecuencia, ofrecen rendimientos electorales aparentemente
menores (incluso, a veces, negativos). De ahí que las agendas socia-
les y ambientales queden relegadas. Porque una cosa es rmar un
acuerdo internacional y otra cumplirlo.
Pero no nos confundamos. Eso no quiere decir que debamos
renunciar a la participación política y la elección democrática de
representantes políticos, sino más bien que debemos avanzar hacia
una democracia pensada para la complejidad19, instrumentando
para ello una adecuada pedagogía social. Necesitamos aprender a
elegir políticos y gobiernos valientes decididos a construir socie-
dades conscientes capaces de afrontar el futuro más allá del plazo
inmediato. Somos la única especie en la que los individuos son
capaces de mirar más allá de su propia generación para tratar de
proteger y promover el futuro de sus descendientes, y debemos
aprovecharlo.
La COVID-19 constituye un revulsivo. La forma y rapidez con
la que un minúsculo virus ha puesto en jaque la economía mun-
dial y amenazado nuestra cotidianidad representó una sorpresa
en sociedades ilusas que se pensaban a salvo de los vaivenes de la
incertidumbre o de los avatares de la naturaleza. Pero la posibilidad
de que una pandemia recorriera el planeta no era en absoluto una
opción descartable. De hecho, muchos análisis lo incluían entre sus
19. Innerarity, D. (2020).
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predicciones de riesgo probable. Lo demuestra, por ejemplo, la lec-
tura de la Estrategia Española de Seguridad Nacional de 201720, que
incluía las “epidemias y pandemias” entre los desafíos a la Seguri-
dad Nacional, junto a la inestabilidad económica y nanciera, la vul-
nerabilidad energética, los ujos migratorios irregulares, las emer-
gencias y catástrofes o los efectos derivados del cambio climático.
Por ello, al contrario de la crisis nanciera de 2008, la pandemia no
puede ser considerada uno de los “cisnes negros” de los que habla
Taleb21, sino lo que Michele Wuckler ha denominado un rinoceronte
gris: un evento de alto impacto, pero probable22.
Con lo que puede tener más que ver la COVID-19 es con otra
de las aportaciones del ensayista matemático-nanciero de origen
libanés: la tríada fragilidad-robustez-antifragilidad. La adverten-
cia por Taleb de que lo opuesto a frágil no es lo robusto, sino algo
que carece de nombre, lo llevó a sugerir un neologismo: antifrágil.
Puesto que la fragilidad indica una alta susceptibilidad a romperse
o debilitarse por un impacto, y la robustez consiste en la capaci-
dad de resistir y mantener la integridad, la antifragilidad sería la
habilidad de progresar con los impactos, por lo que Taleb escribió
que “la antifragilidad es más que resiliencia o robustez. Lo resiliente
aguanta los choques y sigue igual; lo antifrágil mejora”23.
Así, si conseguimos aprender algo de la pandemia o de las suce-
sivas crisis de una economía depredadora, habremos dotado a nues-
tra sociedad del atributo de la antifragilidad. Eso no solo signicaría
resistir mejor a perturbaciones externas o autoinigidas, pasando
de una sociedad frágil a otra robusta, sino avanzar cada vez que
nos enfrentamos a tales catástrofes: salir reforzados por ellas. Y, por
supuesto, eso implica cambiar cada vez.
Christophe André, psiquiatra en la Universidad de París-Oeste,
ha alertado sobre la tendencia a ignorar que la adversidad forma
parte de la vida, lo que nos convierte en “niños con sentido de la
seguridad y las certezas” en un mundo que, por el contrario, está
sometido a la incertidumbre. Para André, la solución estriba en
20. Aprobada en el Real Decreto 1008/2017.
21. Sucesos impredecibles o inesperados con un gran impacto social.
22. Wuckler, M. (2016).
23. Taleb, N.N. (2012).
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Introducción 19
luchar contra el individualismo y el materialismo, que considera
dos venenos contemporáneos:
“La lucha contra el individualismo requerirá una reconstrucción
de lo que llamamos ‘conanza’, de la cual carecemos. Ya no se trata
de tener conanza en uno mismo (recursos personales), sino tam-
bién en los demás (interdependencia y recursos relacionales) y en la
sociedad (recursos colectivos). (...) La lucha contra el materialismo
nos llevará a dejar de confundir la felicidad con la comodidad, y a
aceptar disminuir un estilo de vida ciertamente confortable, pero
ecológicamente destructivo.” 24
Desde la sabiduría que le concede su excepcional experiencia
de 94 años ejerciendo de espectador privilegiado del maravilloso
mundo natural que ha narrado como nadie, el naturalista y divul-
gador David Attenborough nos regala una reexión tan conmove-
dora como estremecedora (por cuanto constata la imposibilidad
de revivir algunas de sus experiencias debido a la destrucción del
escenario):
“He disfrutado de una vida extraordinaria. Pero solo ahora apre-
cio lo extraordinaria que ha sido.”25
Salir del atolladero en que nos hemos metido exige un golpe de
timón a la escala de una revolución cultural capaz de trasladarnos a
una forma nueva de convivir y habitar el planeta, sin el crecimiento
económico como objetivo, ni el acaparamiento de bienes como susti-
tutivo del bienestar o la esquilmación de la naturaleza como norma
de vida. Una revolución que nos aboque a la cuarta cultura global
en nuestra historia como especie; una cultura en la que el bienes-
tar, la distribución equitativa de la riqueza, la cooperación, la ayuda
mutua y la sostenibilidad sean los verdaderos destinatarios de nues-
tros afanes. Muchos de los que hemos vivido en los momentos álgi-
dos de la fase industrial (y, por ello, somos responsables en alguna
medida) no veremos tal cambio global en su totalidad, pero si no
vislumbramos su inicio será una nefasta noticia para los que vienen
detrás, que ya advierten que el mundo no puede seguir siendo el
mismo. Es por ellas, las generaciones del futuro, por las que urge
emprender ese camino hacia la cuarta cultura de la humanidad.
Mientras la pandemia no terminaba de remitir, la escritora Siri
24. André, C. (2021).
25. Attenborough, D. (2021).
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La cuarta cultura
20
Hustvedt nos dejó un pensamiento de cuya aplicación depende la
trayectoria de nuestro futuro:
“Lo irónico y terrible es que, si hemos aprendido algo de la pan-
demia, es que todos los seres humanos somos ciudadanos vulnera-
bles del mismo planeta y dependemos no solo unos de otros sino
también de unos ecosistemas cada vez más frágiles sin los que no
podemos sobrevivir como especie. La acción colectiva puede cam-
biar las cosas. Las protestas sonoras y el voto pueden cambiar las
cosas. Y la versión que decidamos contar de la historia de nues-
tra humanidad común sobre la Tierra también puede cambiar las
cosas.”26
No lo olvidemos.
Antropoceno
Considerando estos y otros muchos impactos importantes y aún
crecientes de las actividades humanas en la Tierra y la atmósfera (...)
nos parece más que apropiado enfatizar el papel central de la hu-
manidad en la geología y la ecología al proponer utilizar el término
“Antropoceno” para la época geológica actual.
Paul J. Crutzen y Eugene F. Stoermer.
News Letter of The International Geosphere–Biosphere Programme
Nicolas Steno, un médico y anatomista del siglo XVII interesado
en los fósiles, constató que la disposición de los estratos sedimenta-
rios reejaba el orden de su antigüedad. Fue el inicio de la ciencia
estratigráca y colocó a Steno en el pedestal que alberga a los padres
de la geología27.
La estratigrafía construye complejas tablas donde los cientícos
ubican las unidades en las que dividen el tiempo geológico: eones,
eras, periodos, épocas y edades. Para alcanzar los necesarios acuer-
dos, la Unión Internacional de las Ciencias Geológicas (IUGS) creó
26. Siri Hustvedt: “Las Pandoras de la pandemia”. El País, 27 de septiembre de 2020
(Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia).
27. Cutler, A. (2003).
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Introducción 21
la Comisión internacional de estratigrafía, encargada de revisar y
actualizar las unidades cronoestratigrácas que forman la escala
internacional del tiempo geológico. Los límites entre unidades sue-
len corresponder a momentos de grandes cambios en la Tierra debi-
dos a extinciones masivas de la fauna y ora o a otros acontecimien-
tos de índole catastróca que dejan sus huellas en los estratos28.
La versión actualizada en 2020 de la carta cronoestratigráca na-
liza en un presente inscrito en el eón fanerozoico, la era cenozoica, el
periodo cuaternario y la época holocena29. Pero podría ser la última
versión que lo hace así, ya que en 2009 la Comisión internacional
de estratigrafía decidió encargar a una treintena de expertos que
analizasen si las huellas de las sociedades humanas en los estratos
geológicos revisten la suciente relevancia como para justicar una
nueva época geológica. De ser así, se denominaría “Antropoceno”.
Así lo explica Jan Zalasiewicz, paleobiólogo de la Universidad de
Leicester y director de ese grupo de trabajo:
“Para poder esgrimir argumentos a favor, los cientícos deben
demostrar que los efectos de la actividad humana dejarán una hue-
lla clara y fosilizada en los estratos, la cual podrá ser distinguida
con facilidad dentro de decenas o centenas de millones de años. Es
fundamental insistir en la cuestión de los estratos. Para un geólogo,
los estratos equivalen a tiempo geológico.”30
En mayo de 2019, el grupo de expertos se declaró a favor de la
designación del Antropoceno como nueva época geológica, por
lo que comenzó a elaborar el necesario informe para la Comisión
estratigráca internacional con la propuesta de una sección estrato-
tipo y un punto de límite global. El objetivo es identicar un estrato
concreto de una localidad determinada que sirva de referencia para
delimitar el comienzo de la nueva época.
La idea de crear una nueva época geológica bajo el nombre de
Antropoceno se suele atribuir a Paul J. Crutzen, cientíco que reci-
bió en 1995, junto a Mario J. Molina y Sherwood Rowland, el Pre-
mio Nobel de química por sus investigaciones sobre la química del
ozono en la atmósfera y su destrucción por los clorouorocarbonos
industriales (los CFC). La atribución se debe a que en el transcurso
28. Agustí. J. (1996).
29. La última versión puede consultarse en la red (https://www.iugs.org/ics).
30. Zalaziewicz, J. (2016).
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La cuarta cultura
22
de una reunión sobre cambios ambientales globales en el Holoceno,
celebrada en el año 2000, Crutzen exclamó de forma improvisada y
enérgica ante otra intervención: “¡No! Ya no estamos en el Holoceno.
¡Estamos... en el Antropoceno!”. La intervención, procedente de todo
un Premio Nobel, impuso el silencio en la sala, generando una gran
expectación. Aquel mismo año, Crutzen y el limnólogo Eugene
Stoermer, que ya había empleado con anterioridad el término de
un modo también informal, publicaron la propuesta en un boletín
interno del Programa Internacional Geosfera-Biosfera31. Dos años
más tarde, Crutzen la difundió en una de las revistas cientícas más
inuyentes, donde escribió:
“Durante los últimos tres siglos, los efectos de los humanos
en el medio ambiente mundial se han intensicado. Debido a las
emisiones antropogénicas de dióxido de carbono, el clima global
puede apartarse signicativamente de su comportamiento natural
durante muchos milenios futuros. Parece apropiado asignar el tér-
mino ‘Antropoceno’ a un presente dominado por los humanos de
muchas maneras, una época geológica que sucede al Holoceno, el
periodo cálido de los últimos 10 o 12 milenios. Se podría decir que el
Antropoceno comenzó en la última parte del siglo XVIII, cuando los
análisis del aire atrapado en el hielo polar mostraron el comienzo
de crecientes concentraciones globales de dióxido de carbono y
metano. Esta fecha también coincide con el diseño de James Watt de
la máquina de vapor en 1784.”32
Varias señales permitirían identicar el Antropoceno. Son la
presencia en estratos de materiales de origen industrial (plásticos,
cemento o aluminio), restos geoquímicos con alteraciones respecto
a lo natural (como el incremento de metales pesados, plaguicidas o
hidrocarburos aromáticos en los sedimentos), radioisótopos arti-
ciales generados en pruebas de armamento atómico (como Plutonio
239 y 240), objetos y artefactos tecnológicos calicables como tec-
nofósiles, altas concentraciones de nitrógeno debidas a su liberación
masiva en fertilizantes industriales, cambios de origen antrópico
perceptibles en las biocenosis fosilizadas, alteraciones en la canti-
dad de dióxido de carbono o sus efectos en los depósitos, secue-
las del cambio climático en los materiales sedimentados, etc. Pero
31. Crutzen, P.J. y Stoermer, E.F. (2000).
32. Crutzen, P.J. (2002).
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Introducción 23
no todos los indicadores presentan la misma ecacia como revela-
dores de cambio, por lo que, dependiendo de la elección, varía el
inicio certicable del Antropoceno. Así, por ejemplo, las huellas de
cambios en las comunidades de seres vivos llevarían a denir un
Antropoceno temprano en el Neolítico, lo que resultaría poco ope-
rativo como época continuadora del Holoceno, pues este se vería
reducido a una mínima expresión. Más interés tiene la identica-
ción del Antropoceno con los albores de la Revolución industrial y
el comienzo en la utilización masiva de energías fósiles o la apari-
ción de nuevos materiales articiales en los sedimentos. Una tercera
opción consistiría en relacionar la nueva cronología con el nal de
la Segunda Guerra Mundial, momento en que se producen inten-
sas modicaciones globales fácilmente identicables por las huellas
radiactivas procedentes de las explosiones nucleares.
Pero no todos los expertos coinciden en establecer una nueva
época geológica sustentada en las huellas humanas advertibles en
los sedimentos. El propio presidente de la Comisión internacional de
estratigrafía, Stanley C. Finney, cree que la constatación de efectos
antrópicos no se deriva realmente del estudio de los estratos, puesto
que resulta evidente desde el estudio directo de las acciones y sus
efectos, por lo que, a su juicio, carece de sentido crear una nueva
época geológica. Para él, “los geólogos no examinarán el registro
estratigráco para entender los eventos del ‘Antropoceno’, más bien
los observarán directamente. Estas observaciones no son estratigrá-
cas, de la misma manera que la biología no es paleontología”33.
Finney se posiciona en contra de denir el Antropoceno como
una nueva época geológica porque considera que el término es
más útil como un periodo de la historia humana, para lo que pone
los ejemplos del Renacimiento o la Ilustración. Su razonamiento
es claro:
“Estos términos contienen cantidades sustanciales de informa-
ción –revoluciones que surgieron y se extendieron a lo largo del
tiempo–. Algunos pueden debatir sobre la fecha de inicio del Rena-
cimiento, pero ¿es realmente necesario ese debate cuando los mayo-
res productos del Renacimiento están bien datados con el calendario
humano? Esta es la manera en la que el sentido del ‘Antropoceno’
33. Finney, S.C. (2015).
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La cuarta cultura
24
encontrará su máxima utilidad. Lo que disminuye su valor es tra-
tar de considerarlo como una unidad de la Escala del Tiempo Geo-
lógico con un signicado denido de manera muy precisa que lo
limita solo al impacto antrópico más reciente (los últimos 60 años).”
Frente al posicionamiento negativo de Finney está el de quie-
nes se muestran favorables a la nueva época geológica. Entre ellos
está Alejandro Cearreta, un paleontólogo de la Universidad del País
Vasco que forma parte del grupo de trabajo que debe presentar la
propuesta. Cearreta opina que “la característica del Antropoceno
reside no tanto en que represente las primeras evidencias geológi-
cas de actividad de nuestra especie, sino en la magnitud, la intensi-
dad y la duración del cambio provocado por nuestra especie sobre
el planeta”, explicando que el grupo del que forma parte se pro-
puso identicar “el límite inicial del Antropoceno o bien en el año
1945, basado en el punto de inexión histórico determinado por la
explosión nuclear de la bomba Trinity o, alternativamente, en el año
1952 a partir de la señal quimioestratigráca que representa el inicio
del depósito de los isótopos radioactivos sobre la supercie terres-
tre como resultado de las pruebas atómicas atmosféricas realizadas
entre los años 1945 y 1980”. Incluso apunta ubicaciones: “Un posible
lugar GSSP para denir el Antropoceno estaría idealmente locali-
zado entre los 30° y 60° de latitud al norte del Ecuador, donde la
sedimentación radioactiva es máxima, en ambientes marinos some-
ros o lacustres poco disturbados”34.
Para Cearreta hay productos industriales muy abundantes que
se han convertido ya en tecnofósiles útiles al permitir identicar
fácilmente el momento de su producción (aunque este no tiene por-
qué coincidir con el de su deposición):
“Una de las señales que se observan en los sedimentos son los
materiales dispersados por el planeta desde los años 50 del siglo
pasado, como los plásticos. Hoy, el diez por ciento de la producción
anual de hidrocarburos se destina a fabricar los plásticos que usa-
mos en todos los ámbitos de nuestra vida (300 millones de tonela-
das). El sesenta por ciento de los producidos en las últimas décadas
(3.000 millones de toneladas) han sido ya depositados en vertederos
o liberados al ambiente.”35
34. Cearreta, A. (2015).
35. Cearreta, A. (2018).
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Introducción 25
Al margen del resultado nal del debate, el que los cientícos
más identicados con la visión del tiempo profundo que representa
la historia de la Tierra36 estén considerando incluir una división
más en la cronología planetaria por la constatación de los efectos de
nuestra especie en los depósitos sedimentarios terrestres, pone de
maniesto la magnitud de nuestra huella en el planeta y la singula-
ridad que representamos la especie Homo sapiens en el conjunto de
la biodiversidad, pues nunca antes una sola especie ha inscrito una
huella tan profunda en los materiales terrestres.
Los datos son abrumadores. Un cálculo reciente de la distribu-
ción de la biomasa en la Tierra, realizado por investigadores del Ins-
tituto Weizmann de Ciencias de Israel y del Instituto de Tecnología
de California, estima que los humanos y nuestro ganado pesamos
más que todos los vertebrados, excluyendo los peces37. La biomasa
humana actual se ha estimado en unas 0,06 Gt C (gigatoneladas de
carbono) y la del ganado (fundamentalmente vacas y cerdos) en 0,1
Gt C (efectivamente: bastante superior a la humana), mientras que
la biomasa de todos los mamíferos silvestres es tan solo de 0,007 Gt
C, es decir, casi diez veces inferior a la biomasa humana y cerca de
15 veces inferior a la del ganado. Si reparamos en las aves, el des-
equilibrio cae también del lado de la esfera antrópica; en este caso
en una proporción de tres a uno (0,005 Gt C para las aves de corral
frente a 0,002 de las aves silvestres). Los cientícos piensan que la
biomasa de todos los mamíferos terrestres silvestres es ya unas siete
veces inferior a la que había antes de la presencia de nuestra espe-
cie, mientras que en ese periodo la biomasa vegetal se ha reducido
a la mitad.
¿Antropoceno, pues?
36. https://lacuartacultura.blogspot.com/p/el-tiempo-profundo-que-enfrento-los.html
37. Bar-On, Y.M.; Rob Phillips, R. y Milo, R. (2018).
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