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Número 22 (2) Any 2017 pp. 115-132
ISSN: 1696-8298
www.antropologia.cat
“No quiero regalos. Solo quiero que cambien las leyes”
Cuidados, reciprocidad y desigualdad*
“I don’t want gifts; I just want them to change the
laws”: Care, reciprocity and inequality
RECIBIDO: 31.05.2017 // ACEPTADO: 20.10.2017
Gabriela Poblet
Departamento de Antropología Social y Cultural,
Universidad Autónoma de Barcelona (UAB)
Resumen
La feminización de las migraciones en el marco
de la “globalización de los cuidados” es un
fenómeno que se consolidó en España a partir
de la década de los noventa con la llegada de
mujeres migrantes. Los estudios sobre las
cadenas globales del cuidado pudieron
demostrar de qué forma las mujeres migrantes
facilitan la vida reproductiva de familias
españolas, manteniendo vigente la división
sexual del trabajo. El objetivo de este artículo es
analizar el derecho a vivir en familia de mujeres
migrantes trabajadoras del hogar, a partir de tres
casos de mujeres latinoamericanas que trabajan
por horas en domicilios particulares de
Barcelona. Me propongo también, reflexionar
desde la antropología sobre cómo se
enmascaran las relaciones de explotación bajo
formas de reciprocidad e intercambio de
favores, dones y regalos, en el servicio
doméstico.
Palabras clave: migraciones; trabajadoras del
hogar; servicio doméstico; cuidados;
globalización de los cuidados; reciprocidad
Abstract
Since the 1990s, care in Spain has become
globalized while, simultaneously, migration has
become feminized, as an influx of migrant
women has arrived to work as care providers.
Several investigations of global care chains
have shown how these women facilitate the
reproductive life of many Spanish families and
allow them to preserve a sexual division of
labor. I analyze the family life rights of migrant
domestic workers and their strategies of
reconciling work and family life, through three
cases of Latin American migrant women who
work by the hour in several households. I argue
that in domestic work and paid care in these
private households, exploitation is disguised as
the reciprocal exchange of “gifts” and “favors.”
Keywords: migrations; domestic workers;
domestic service; care; globalization of care;
reciprocity
* A rtí cul o el abo rad o en el m arco de la tes is d oct ora l: " Tra yec tor ias soc iol abo rales de mu jer es
mi gra ntes latin oam eri can as, tr aba jad oras de ho gar , e n B arc elo na".
“No quiero regalos. Solo quiero que cambien las leyes”…
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ISSN 1696-8298 © QUADERNS-E DE L'ICA
Introducción
La feminización de las migraciones en el marco de la globalización de los
cuidados es un fenómeno que se consolidó en España a partir de la década del
noventa con la llegada de mujeres migrantes. Los estudios sobre la globalización de
los cuidados y de la economía feminista pudieron demostrar de qué forma las
mujeres migrantes facilitan la vida reproductiva de familias españolas, y de cómo la
falta de políticas públicas para una organización social de los cuidados mantiene
vigente la división sexual del trabajo (Parella-Rubio 2003; Pérez-Orozco 2006;
Pérez-Orozco y López-Gil 2013; Peterson 2007; Ezquerra 2012; Comas d’Argemir
2015).
El marco de la globalización de los cuidados permitió también abordar el
derecho a vivir en familia de trabajadoras migrantes, especialmente en relación a la
maternidad transnacional y a las políticas migratorias (Hondagneu-Sotelo y Avila
1997; Parreñas 2005; Kofman 2004; Pedone y Gil-Araujo 2008; Pedone, Agrela-
Romero y Gil-Araujo 2012; Kontos y Bonifacio 2015).
Este artículo trata sobre el derecho a vivir en familia de mujeres migrantes
latinoamericanas que trabajan en el servicio doméstico en Barcelona. En un artículo
anterior (Poblet 2015), me referí al derecho a vivir en familia de mujeres migrantes
trabajadoras del hogar en régimen interno (de 24 horas), y su paso al régimen
externo en el momento de reagrupar familiares. El derecho a vivir en familia de las
trabajadoras del hogar depende en buena medida del régimen de contratación de la
trabajadora (si es interna o externa), pero también depende de la relación con la
familia empleadora, que suele estar atravesada por el paternalismo y la explotación
(Poblet 2015).
En esta ocasión me propongo analizar casos de mujeres migrantes que
trabajan en el servicio doméstico por horas, en varios domicilios particulares de
Barcelona y alrededores, con el objetivo de mostrar sus estrategias para gestionar su
vida familiar. A partir del análisis de estos casos, me propongo también profundizar
sobre cómo las relaciones de explotación en el servicio doméstico se enmascaran
bajo formas de reciprocidad e intercambio de favores y regalos. Para tal fin,
utilizaré el concepto de reciprocidad formulado desde la antropología clásica, que
continúa vigente para analizar formas de relaciones sociales en la actualidad (Mauss
(2009 [1925]); Sahlins 1987; Abduca 2007; Narotzky 2007; Comas d’Argemir,
2014).
Metodología
Los casos de estudio analizados en este artículo proceden de un trabajo
etnográfico sobre trayectorias sociolaborales de mujeres migrantes latinoamericanas
que trabajan en el servicio doméstico en la ciudad de Barcelona y área
metropolitana. El aporte etnográfico resulta relevante para comprender los
fenómenos sociales desde la perspectiva de sus protagonistas, y también desde un
proceso reflexivo con una triple acepción de enfoque, método y texto (Guber 2001).
El trabajo de campo se realizó entre 2009 y 2012, y se ha centrado en la
realización de entrevistas en profundidad a 41 trabajadoras del hogar, 5
empleadoras y 13 informantes claves (intermediarios laborales, activistas del sector,
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sindicalistas y un alto funcionario de la Seguridad Social). Asimismo, se realizó
observación participante en diversos espacios donde concurren mujeres migrantes,
como iglesias, parques, comedores sociales, asociaciones y fiestas de colectivos
latinoamericanos. La investigación también se complementó con la realización de
una hemeroteca, el análisis de la legislación del servicio doméstico en España y los
aportes de trabajos historiográficos.
De las 41 entrevistas realizadas a trabajadoras del hogar, se eligieron 15
trabajadoras para profundizar en sus historias de vida (Guber 2001; Naples 2003).
Para este artículo, se ha seleccionado una submuestra de conveniencia (Barnard
2012) de tres casos de mujeres que trabajan en el servicio doméstico por horas. Los
casos fueron escogidos en función de la variabilidad en relación a su origen
nacional, composición y formas de organización familiar a lo largo de sus
trayectorias migratorias: Analisa, una mujer boliviana que migró con su marido e
hijo, aunque su marido se vio forzado a retornar; Roxana, una madre monomarental
argentina que migró con su hija; y Alejandra, nicaragüense y divorciada, que
reagrupó a su hija en 2015. Las tres mujeres migraron a Barcelona en 2006 y 2007,
“sin papeles”. Analisa y Alejandra pudieron regularizar su situación administrativa,
pero Roxana no. Con el fin de preservar el anonimato y la intimidad de las
mujeres, los nombres fueron cambiados, a pesar de que se cuenta con su
consentimiento para el análisis de sus relatos y la publicación de este artículo.
Tabla 1. Perfil de las mujeres seleccionadas para la submuestra
Nombre
País de
origen
Año
llegada
Situación en
origen
Situación
administrativa
*
Composición
familiar
E
Edad
*
Analisa
Oruro,
Bolivia
2006
Estudios
secundarios.
Trabajó en
comercio
familiar.
Marido
ingeniero
agrónomo.
Regular
Casada con un
hijo. Migraron
los tres juntos.
Su marido fue
retornado. Con
el tiempo se
separaron.
4
42
Roxana
Santa Fe,
Argentina
2007
Estudios
secundarios
incompletos.
Trabajos
informales en
el sector
servicios.
Irregular
Monomarental
con una hija.
Migró con su
hija.
4
41
Alejandra
Managua,
Nicaragua
2007
Estudios
Universitarios
de zootecnia e
ingeniería.
Trabajó como
administrativa.
Regular
Divorciada con
una hija. Al
migar, la hija
se quedó con la
abuela y luego
fue reagrupada.
3
38
*Al momento de la primera entrevista.
Servicio doméstico y globalización de los cuidados
El 8 de marzo de 1993 la Asamblea de Mujeres feministas de Euskadi se
manifestaba con un sugerente lema: “No al servicio familiar obligatorio;
“No quiero regalos. Solo quiero que cambien las leyes”…
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insumisión”. Se trataba de un mensaje de desobediencia a toda la población
femenina en pos de reorganizar los cuidados de forma equitativa. Una nota en El
País se refiere al “trabajo invisible” de las mujeres en los hogares españoles y la
urgente necesidad de crear alternativas bajo la responsabilidad del Estado1.
Veinticinco años después esto no se ha conseguido. A pesar de que en toda la nota
no se las menciona, fueron las mujeres migrantes, y no el Estado, quienes paliaron
esta necesidad. España ya formaba parte del mercado global y las migraciones
internacionales facilitaron la mano de obra para cubrir el trabajo doméstico. Los
cuidados continuaron gestionándose desde una lógica patriarcal y heteronormativa
y, para el caso de las sociedades mediterráneas, desde un modelo familista (Bettio,
Simonazzi y Villa 2006), en el cual la familia sigue siendo el principal mecanismo
de soporte social y de proporción del bienestar, y el Estado tiene poca o nula
implicación.
Mientras las feministas vascas denunciaban la dimensión pública de los
cuidados, desde la academia se debatía el término cuidados para otorgarle la
dimensión relacional y afectiva a lo que se venía definiendo como “trabajo
doméstico” (Pérez-Orozco y López-Gil 2013). Con las migraciones internacionales,
se le otorgó una perspectiva transnacional. En el año 2001, Arlie Hochschild
publicó el artículo “Global care chains and emotional surplus value”, un hito para
afianzar el marco de la globalización de los cuidados y poner en relieve lo que
estaba pasando en el mundo: la feminización de las migraciones a partir de la
feminización de la pobreza (Sassen 2003). Hochschild se refirió al “drenaje del
cuidado” (care drain) como resultado de la globalización y explicó la desigualdad
global como una forma de imperialismo emocional (Hochschild 2001, 2004).
La delegación del trabajo doméstico y de cuidados a mujeres migrantes
sedimenta la división sexual del trabajo basada en la lógica heteronormativa, a la
vez que reproduce las jerarquías sociales y la desigualdad global. En España,
prácticamente no existen programas estatales dirigidos a trabajadoras del hogar
enfocados a contrarrestar esta desigualdad. El servicio doméstico sufre
desprotección y aún quedan vacíos legales por resolver, por lo que los derechos
laborales de las trabajadoras del hogar dependen en gran parte de acuerdos
individuales en el ámbito privado del hogar familiar (Gutiérrez-Rodríguez 2010;
Poblet 2015). Estos acuerdos se producen a partir de una relación de empleo entre
mujeres, que Gutiérrez-Rodríguez (2007) definió como “vínculo de explotación”. El
potencial productivo de las mujeres migrantes trabajadoras del hogar es silenciado e
invisibilizado y su valor en tanto mano de obra migrante, feminizada y racializada
se considera mínimo o inexistente (Gutiérrez-Rodríguez 2007, 2010). Al hablar de
desvalorización, invisibilización y “vínculo de explotación” a menudo se piensa en
trabajadoras del hogar en régimen interno (de 24 horas) o en quienes tienen intensos
horarios en casas de familias de renta alta (trabajadoras externas). ¿Pero cómo es la
situación de las trabajadoras por horas que reparten su trabajo entre varios
domicilios particulares? ¿Existe también un “vínculo de explotación” que afecta su
derecho a vivir en familia?
1 “Femini sta s vascas re cla man la a bol ici ón del ‘ serv ici o familiar obl iga tor io’ ”, El P aís , 8 de
ma rzo de 1993. ht tp s: / /e lp ai s. co m /d ia ri o/ 1 99 3/ 03 / 08 /s oc ie da d/ 7 31 54 52 0 8_ 85 02 1 5. ht ml . F ech a d e
co nsu lta : 1 de octubr e d e 2 017.
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El servicio doméstico por horas: De casa en casa
“Mi sueño es poder trabajar por horas”, comentaban muchas mujeres
entrevistadas en el trabajo de campo cuando estaban agotadas de la explotación
extrema del servicio doméstico interno. En principio, la limpieza por horas resulta
una opción de trabajo un tanto más llevadera en comparación al servicio doméstico
interno, especialmente desde un punto de vista emocional. La hora es algo mejor
pagada (entre 7 y 10 euros) y si se logra organizar la semana entre diferentes
domicilios, escaleras u oficinas, se obtienen más ingresos que al estar trabajando en
una sola casa por un sueldo fijo. La relación laboral es más distante y se puede
llevar con más autonomía. Sin embargo, el servicio doméstico por horas no está
exento de precariedad, servilismo y explotación. Incluso esa aparente autonomía es
debida a una inestabilidad laboral total. En primer lugar, es un trabajo que requiere
un esfuerzo físico grande, ya que en pocas horas las mujeres deben limpiar a fondo
y ordenar varios espacios, además de otras tantas innumerables tareas del
mantenimiento del hogar y cuidado de la familia. En segundo lugar, cuadrar un
cronograma semanal y conseguir varios trabajos relativamente bien pagados
requiere mucho tiempo, ya que esto se logra a través de recomendaciones, fruto de
una red de relaciones consolidadas a lo largo de los años. Combinar los horarios, las
distancias y los traslados no es nada fácil. Las trabajadoras deben hacer todo lo
posible para ganarse la confianza de la familia empleado ra, disponer de las llaves y
poder ir cuando los miembros de la familia no estén en casa. Pero la mayor
dificultad que se presenta en el servicio doméstico por horas sigue siendo la
informalidad. Las familias suelen contratar a una trabajadora por pocas ho ras a la
semana sin un contrato escrito que avale una cierta continuidad, por lo cual pueden
prescindir del servicio en cualquier momento. Las trabajadoras deben afrontar
negociaciones con varias empleadoras a la vez para sostener su trabajo, lo que
resulta un enorme desgaste. Las vacaciones pagadas, las pagas extras y las bajas
maternales son derechos prácticamente inexistentes.
Las políticas públicas no produjeron grandes avances para combatir la
precariedad en el servicio doméstico. El cambio de normativa en 20112 pretendía,
entre otras cosas, aflorar el trabajo informal. Con la legislación anterior de 1985 3,
las trabajadoras del hogar estaban obligadas a darse de alta en la Seguridad Social
sólo a partir de las 20 horas semanales y cotizaban en un Régime n especial. Las
trabajadoras del hogar por horas – denominadas formalmente discontinuas - cuyos
ingresos provenían de varias familias, pagaban una cuota fija en la Seguridad
Social. Con el cambio de normativa, las trabajadoras fueron obligadas a cotizar
desde la primera hora trabajada, pero el alta en la Seguridad Social pasó a estar a
cargo de la familia empleadora. Esto perjudicó especialmente a las trabajadoras
discontinuas. Muchas familias empleadoras no realizaban el trámite por
desconocimiento o por no querer pagar la Seguridad Social, o bien se lo
descontaban del precio de la hora. Las trabajadoras por horas se vieron otra vez
relegadas a la economía sumergida. Para las mujeres migrantes esta situación fue
más perjudicial porque corrían el riesgo de no poder renovar su permiso de
2 Real Dec ret o 16 20/ 201 1, de 14 d e no vie mbr e, p or el que se regu la la rel aci ón l abo ral de
ca rác ter esp eci al del se rvi cio del ho gar fa mil iar .
3 Real Decreto 14 24/1 985 , de 1 de agos to, por el que se reg ula la rel aci ón labo ral de car áct er
es pecial del Se rvi cio de l Hoga r F ami liar .
“No quiero regalos. Solo quiero que cambien las leyes”…
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residencia. Si bien en 2013 el gobierno modificó la normativa4 y las trabajadoras
discontinuas pudieron volver a pagar ellas mismas la cuota de la Seguridad Social,
en la actualidad sigue siendo muy difícil que las familias empleadoras formalicen
un contrato5.
Bridget Anderson (2000) definió al servicio doméstico en función del rol de
la trabajadora como reafirmación de status social y mantenimiento de un “estilo de
vida” (Anderson 2000). A pesar de que este rol se suele asoci ar con la modalidad de
servicio doméstico interno, o externo todo el día, en el servicio doméstico por horas
también existe reafirmación de status. En numerosos casos relevados en el trabajo
de campo, y bajo el eufemismo de “cuidadora”, las trabajadoras contratadas por
horas se ven en la situación de realizar todo tipo de tareas, desde limpiar y
planchar, hasta arreglar el jardín, lustrar la plata, pasear el perro, lavar ropa a mano,
cuidar los nietos que vienen de visita, organizar cenas para los amigos de la casa, y
otras incontables tareas. A partir de la crisis económica, a muchas mujeres
entrevistadas que trabajaban ocho horas por día en régimen externo, les redujeron a
dos o tres días a la semana, por lo que pasaron a trabajar por horas, pero en la
práctica las tareas siguieron siendo las mismas, (aunque en menor tiempo).
Los casos de Analisa, Roxana y Alejandra
Analisa cuenta que decidió venir porque “se escuchaban rumores de que aquí
se cuidaban viejitos”. Su primer trabajo fue cuidando a una persona mayor por la
noche, pero la despidieron para contratar a una sola cuidadora de 24 horas porque
era más rentable (trabajo que ella no podía hacer porque vivía con su marido e
hijo). A partir de ese momento, empezó a trabajar por horas en diferentes casas:
“Tuve que hacerme muchas amigas porque en las agencias no me cogían, todo fue
por boca de mis jefas”. Con los años, y ya con su situación administrativa
regularizada, Analisa consiguió estabilizar su situación laboral y reunir entre todas
las casas donde limpiaba, 1400 euros al mes, la cifra más elevada de ingresos de
entre todas las mujeres entrevistadas en el trabajo de campo. Para reunir esa
cantidad, Analisa trabajaba en 14 sitios diferentes en una semana (doce domicilios
particulares y dos oficinas) en Barcelona y en otras localidades del área
metropolitana, como se puede apreciar en el cronograma semanal, fruto de la
entrevista realizada en 2012.
4 Re al Dec ret o-ley 29/ 2012 , de 28 de di cie mbr e, de me jora de ges tión y pr ote cci ón soc ial en el
Si ste ma Esp ecial p ara Em ple ado s d e Ho gar y otr as med idas d e carác ter econó mic o y soc ial.
5 Segú n las est imacion es de la OIT basad as en los da tos de la Enc uesta de Población Activ a
(EPA) , u n 30 % del emp leo d el h oga r se r eal iza informalmente . (El Per iód ico, 14/ 09/ 2016)
h tt p: // w ww .e lp e ri od i co .c o m/ es /e co n om ia / 20 16 0 91 4/ e mp le o -d o me st ic o -h o ga r- ne g ro -e c on om i a-
su mergid a -ho gar -5379088 F ech a d e c ons ult a: 10 d e o ctu bre de 20 17.
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Tabla 2. Cronograma de trabajo semanal de Analisa
Lunes
Martes
Miércoles
Jueves
Viernes
Sábado
Domingo
7:00
Sale de su casa
Sale de su
casa (11:30
hs.)
Tiempo Libre
8:00
T1
T3
T6
T7
T10
9:00
10:00
11:00
11:30
T4
T11
12:00
T7
T8
T6
12:30
13:00
13:30
14:00
Tiempo con
su hijo
14:30
15:00
T5
T9
15:30
T2
16:00
16:30
17:00
T12
17:30
18:00
18:30
T13
Regresa a su
casa
19:00
T14
Regresa a
su casa
Regresa a
su casa
20:00
21:00
21:30
Total
horas
13.5
13.5
5.5
10.5
10.5
6
0
T: Trabajo
Horas de trabajo a la semana: 59.5
Ingresos: 1400€
El cronograma de Analisa suma un total de 59,5 horas de trabajo a la semana
realizando tareas de limpieza y otras tareas del hogar de forma intensiva. A pesar de
haber conseguido una situación relativamente estable en sus trabajos, de los 14
sitios donde trabajaba, sólo en tres le dieron el alta en la Seguridad Social. Analisa
fue una de las tantas trabajadoras perjudicadas que tuvo que dar la batalla por las
cotizaciones, para poder así renovar su permiso de trabajo.
Las políticas de extranjería hicieron que toda la familia se replantee la
organización familiar en torno al trabajo y los cuidados. Analisa vivía en
L’Hospitalet6 con su marido José y su hijo Emiliano. En 2011, José, que aún se
encontraba en situación irregular, fue detenido por la policía y le abrieron un
expediente de expulsión. Con depresión y casi sin ánimos de salir a la calle, decidió
regresar forzosamente a Bolivia7. Pero Analisa no quiso volver. Al contrario que su
marido - que siendo profesional mantenía sus redes de relaciones y status social en
6 M unicipi o c oli nda nte a Bar cel ona .
7 Si b ien José fue q uie n decidió v olver a B oli via, fo rma ba par te d e los d eno min ado s
“d epo rta bles” (De Gen ova 20 02).
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origen - sus oportunidades en Oruro no eran alentadoras, así que se quedó en
L’Hospitalet con su hijo, quien ya comenzaba la escuela secundaria. Los costos
emocionales para toda la familia fueron altos. Analisa ganaba lo suficiente como
para mantener su hogar, pero apenas tenía tiempo para ocuparse de los cuidados
cotidianos de Emiliano. Al cabo de unos meses, tomó una decisión trascendental:
decidió que Emiliano vuelva a Bolivia. Para el carnaval del 2012, Emiliano volvió a
instalarse en Oruro con su padre. José trabajaba en proyectos de cooperación como
ingeniero y cuando realizaba viajes contaba con el apoyo de su madre para cuidar
de Emiliano. Analisa se convirtió en una madre transnacional, manteniendo
conversación casi diaria por internet y enviando importantes regalos para su hijo.
Con el tiempo, ahorró suficiente dinero, y se hizo cargo de un bar. En 2016,
Emiliano volvió a Barcelona con el plan de comenzar la Universidad.
Roxana es originaria de Santa Fe, una provincia del litoral argentino y crió a
su hija Carolina casi sin apoyo familiar, con el sustento de una economía muy
precaria. Migró a Barcelona con su hija en 2007. Al llegar, buscó empleos como
trabajadora del hogar externa o por horas, por intermedio de redes de relaciones y
agencias. En una de las primeras casas donde empezó a trabajar (una pareja con una
niña pequeña), le propusieron que trabaje ocho horas por día por un sueldo mensual
de 750 euros. Roxana no aceptó porque no era suficiente dinero para mantener a su
hija, de manera que acordaron que trabaje media jornada y Roxana complementaba
sus ingresos haciendo limpieza por horas en otras casas. Después de cinco años, y
aún “sin papeles” por varios problemas burocráticos, Roxana pudo organizarse un
cronograma semanal repartido entre siete casas de familia, entre las cuales reunía
aproximadamente 1200 euros al mes. Sumar esta cantidad de dinero le suponía
trabajar 11 horas diarias, además de algunos sábados, y un total de 57 horas
semanales, como se puede ver en el cuadro a continuación. Su jornada laboral
acababa alrededor de las 8 o 9 de la noche y el tiempo que le quedaba para ocuparse
de los cuidados de su hija era muy poco. Carolina volvía de la escuela a las 5 de la
tarde y se quedaba sola en casa. Las consecuencias fueron duras: Carolina no pudo
acabar la ESO8 y Roxana se siente culpable por no haber tenido tiempo, capacidad
ni recursos para ayudarla ni para estar más tiempo con ella.
8 E scu ela Sup erior Obl iga tor ia, hasta los 16 añ os.
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Tabla 3.Cronograma de trabajo semanal de Roxana
Lunes
Martes
Miércoles
Jueves
Viernes
Sábado
Domingo
8:00
Sale de casa
Tiempo dedicado a tareas de su hogar
8:30
T1
T1
T1
T1
T1
9:00
10:00
11:00
Metro
Metro
12:00
T2
T4
T2
T6
T2
13:00
14:00
15:00
Metro
T9 *
16:00
T3
T5
T3
T7
T3
17:00
T8
18:00
19:00
20:00
Vuelve a casa
Total
horas
11
11
11
11
11
2 (+2)
0
T: Trabajo
*Cada dos semanas
Total de horas a la semana: 57
Ingresos: 1200€ (aprox.)
El hijo de Analisa pasó su adolescencia en Bolivia al cuidado de su padre y
de sus abuelas, y terminó el bachillerato, lejos de su madre, pero sin ninguna
privación económica. La hija de Roxana no pudo terminar los estudios obligatorios.
Tanto Analisa como Roxana priorizaron los cuidados de sus hijos al tiempo que
lucharon por su manutención, pero sus decisiones no fueron nada fáciles, y afrontar
sus consecuencias, tampoco. Ambas familias tuvieron costos emocionales muy
altos.
Alejandra emigró de Nicaragua en 2007 después de divorciarse y decidió
dejar a su hija Cyndi al cuidado de su abuela. Su primer trabajo fue en el servicio
doméstico interno, en casa de una familia adinerada con tres hijos pequeños.
Durante las vacaciones, se desplazaba con la familia a una localidad de la Costa
Brava catalana en verano, y a Los Pirineos en invierno. En la tercera navidad que
pasaba con la familia, le reclamó a su jefa los días de vacaciones. Su jefa le
respondió: “¿Pero si tú no tienes familia, con quién vas a pasar la navidad?”.
Alejandra le contestó que a ella no le importaba con quién pasaría la navidad y que
necesitaba descansar. Su jefa la echó. Alejandra comenzó a buscar trabajo por
horas, consciente de lo difícil que sería organizarse cuando viniera su hija. Tras una
larga peripecia contra el racismo institucional, pudo traer a su Cyndi en 2015
cuando esta tenía 13 años.
Alejandra vive en Sant Boi y tiene 5 trabajos repartidos en la semana en
diferentes horarios. Su hija se levanta y se prepara sola para ir al colegio. Alejandra
comparte piso con dos hermanos que migraron “sin papeles” unos meses después de
la llegada de Cyndi.
“No quiero regalos. Solo quiero que cambien las leyes”…
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Tabla 4. Cronograma de trabajo de Alejandra
Lunes
Martes
Miércoles
Jueves
Viernes
Sábado
Domingo
7:00
Sale de su casa
Tiempo Libre
8:00
T
T1
T1
T1
T1
No trabaja
T5
10:00
11:00
12:00
T2
T2
13:00
14:00
15:00
T3
T3
16:00
T4
17:00
18:00
19:00
Total
Horas
5
9
5
6
0
3
0
T: Trabajo
Horas de trabajo a la semana: 28
Ingresos: 650€
Alejandra siente que “nunca relegó a su hija”, pero al mismo tiempo explica
las consecuencias de ello. No tiene muchos ingresos y su situación es sumamente
precaria e inestable. En ocasiones, priorizar los cuidados de su hija – como por
ejemplo, recogerla del colegio porque se encontraba enferma - le ha hecho peligrar
su trabajo y afrontar discusiones fuertes con una de sus jefas. Alejandra quiere dejar
el servicio doméstico y encontrar otro trabajo. Su plan es esperar la nacion alidad
española para poder ir a Estados Unidos y dedicarse a la compra-venta de ropa. Al
igual que Analisa y Roxana, opina que el servicio doméstico es un “trabajo
esclavo”.
Cuidados, favores… ¿y reciprocidad?
Como hemos visto en los casos presentados, las trabajadoras del hogar por
horas – ya sea en la economía sumergida o no - también tienen intensas jornadas de
trabajo y una situación precaria. Las dificultades para poder ocuparse de sus hijos
en el día a día son enormes. El “drenaje de cuidados” (care drain) al que se refiere
Hochschild (2001), no se da sólo en la maternidad transnacional. También existe un
déficit de cuidados de la familia en destino, ocasionado por la precariedad laboral,
la explotación y la invisibilidad que supone trabajar en el servicio doméstico,
además del racismo institucional que se padece como trabajadora extranjera. Para
poder cuidar de su propia familia, las trabajadoras se ven abocadas, en primer lugar,
a diseñar estrategias y tomar decisiones en función de las políticas de extranjería; y
en segundo lugar, a gestionar las relaciones y negociaciones que se dan en el ámbito
privado del hogar con las familias empleadoras (Poblet 2015).
Analisa decidió que lo mejor era que Emiliano pasase su adolescencia en
Bolivia con su padre para ella poder trabajar. Tenía claro que un adolescente de 14
años requería “una vigilancia” y un apoyo constante que ella no podía darle:
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Tengo que vigilar con quién se junta, en Hospitalet hay muchos chicos que están por la
calle y eso no me gusta. No quiero que esté en la calle. La tarde es larga, tengo que saber
con quién está. (…) Era la única opción… No soporto separarme de él, pero no tengo
opción. (Analisa)
A pesar del dolor de separarse de su hijo, Analisa no dudó de su decisión. En
Bolivia, ella se había dedicado al cuidado de Emiliano, mientras José trabajaba
como ingeniero. En Barcelona, con la ausencia de José, Analisa tuvo que delegar
los cuidados cotidianos de Emiliano para poder trabajar mucho y asegurarse buenos
ingresos. Con el tiempo, ahorró dinero y salió del servicio doméstico. Pero José,
que siempre trabajó en su profesión, pudo igualmente trabajar y mantener su status
social a pesar de ocuparse de su hijo, ya que contaba con apoyo familiar.
Roxana, en cambio, sin el soporte de redes familiares en origen ni en
destino, tuvo que optar por que Carolina se quedase sola en casa, mientras ella
trabajaba por la tarde. Al comenzar la ESO, Roxana no podía ayudarla en sus
estudios. Esta falta de “vigilancia constante” de la que hablaba Anali sa, le pasó
factura a Roxana, quien comenta que recibía reproches por parte de algunos
profesores porque no podía ir a las reuniones ni a la cita con la psicóloga. Cuando
intentaba explicarles que era debido a su precariedad jurídica y laboral, no se sentí a
entendida. Como cobraba por horas, si faltaba a sus trabajos de la tarde, perdía el
dinero sin posibilidad de recuperarlo:
Tuvimos que ir a una psicóloga. Yo les dije, ellos no ven la realidad mía, ellos creen que
por el trabajo yo abandono mi hija. Es que si yo abandono el trabajo, no vivo. Porque
ellos a mi no me dan el dinero que voy a perder por una sesión de psicóloga. (…) Ellos
creen que uno viene y abandona todo. Porque ellos ven que yo a Carolina la dejo sola…
no la dejo sola porque yo tengo un teléfono fijo donde la llamo. (Rosana)
Roxana se defiende y hace un esfuerzo emocional por escapar del estigma de
“madre que abandona” (Pedone 2008). Explica que aunque trabaje tanto,
igualmente se ocupa del cuidado de su hija, ya que “no la deja sola” porque la llama
por teléfono. Roxana lucha por reafirmar así su rol de madre las 24 horas - un rol
que no requiere solo una presencia física, sino también simbólica - a la vez que
lucha por afrontar y gestionar la precariedad laboral. Al parecer, las instituciones no
se dan cuenta de ello y se siente desamparada, incluso por parte de la escuela.
Ante esta situación y la culpa por “abandonar” a Carolina, su estrategia de
conciliación está fundamentalmente enfocada en cultivar “una buena relación” con
la familia empleadora, para no perder el trabajo y poder cuidar de su hija a la vez.
Roxana explica que cuando necesita ocuparse de su hija por algo puntual, por
ejemplo llevarla a la psicóloga, debe apelar a los “favores” de sus jefes. Cuando la
pareja le solicita quedarse alguna noche con los niños, estas horas no le son pagadas
como horas extras, sino que para ella son una especie de crédito a su favor que
puede utilizar:
No me las pagan, pero como yo también puedo necesitar favores, por ejemplo cuando
Carolina está enferma o pasan cosas. En vez de ir tres horas, voy dos… Pero son raras las
veces que yo puedo necesitar. (…) O sea, me piden el favor porque no tienen quién se
quede con los chicos… Pero yo me siento bien porque yo también puedo necesitar. Y sí,
la verdad que todos necesitamos en algún momento. (Roxana)
“No quiero regalos. Solo quiero que cambien las leyes”…
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En su relato, Roxana utiliza los términos “favor” y “necesitar” de forma
reiterativa. La gestión de su vida familiar parece depender más bien de una relación
recíproca como si fueran dos hermanas o amigas que se ayudan para cuidar a los
niños, y no de una relación laboral. A pesar de que a lo largo de todas las
entrevistas Roxana afirma que el servicio doméstico es “una esclavitud”, vive su
relación laboral encubierta bajo una relación de reciprocidad. El “vínculo de
explotación” al que se refiere Gutiérrez-Rodríguez (2010), se neutraliza a través del
intercambio de favores, y al parecer ella prefiere vivirlo así. ¿Y por qué prefiere
vivirlo así?
En primer lugar, pensar en “favores” tiene sus fundamentos concretos. Al
igual que otros casos analizados (Poblet 2015), sus jefes la ayudaron con un
préstamo para poder alquilar un piso y poder tramitar la regularización de su hija.
Ante los obstáculos de las políticas de extranjería, Roxana está sumamente
agradecida por este “gran favor”. De manera que interpreta que si sus jefes le hacen
favores, ella devuelve favores, como por ejemplo, quedarse una noche con los niños
sin cobrarles. Roxana no se molesta porque no le paguen esas noches. Por el
contrario, dice que “se siente bien” y parece beneficiarse con una especie de crédito
cuando dice: “yo también puedo necesitar”. Este crédito tiene un valor en tiempo,
con el cual ella siente que protege a su hija. A falta de recursos públicos, de redes
familiares y también de derechos laborales regulados formalmente, una madre
protege y cuida a su hija con tiempo del que puede disponer. Aunque encubrir una
relación laboral en una relación de reciprocidad puede parecer en principio
ingenuidad o sumisión por parte de Roxana, no se trata exactamente de eso. Para
Roxana, este sentido aparentemente recíproco significa una estrategia de
supervivencia frente a la precariedad y a la necesidad de cuidar a su hija. Y en esta
estrategia existe efectivamente un intercambio de valores en forma de tiempo y
también de afecto. En segundo lugar, no olvidemos que no estamos hablando de
cualquier trabajo o servicio, sino justamente del trabajo de cuidados que, basado en
la familia como responsable principal, se concibe tradicional y culturalmente como
una forma de reciprocidad, de manera que quien da cuidados los recibirá a su vez
cuando los necesite (Comas d’Argemir 2014). Desde esta perspectiva, y con la
prevalencia de la división sexual del trabajo y del modelo familista de cuidados,
resulta lógico que Roxana conciba en su relación laboral, y más importante aún en
lo que atañe al cuidado de su hija, también una especie de reciprocidad.
¿Pero es igualmente reciprocidad este tipo de intercambio? Desde la
antropología se debate el concepto de reciprocidad desde hace prácticamente más
de un siglo y a menudo en la interpretación de los textos clásicos se confunde el
concepto de reciprocidad con el de intercambio de dones. Ricardo Abduca (2007)
explica que la reciprocidad no es lo mismo que el don, porque actúan en circuitos
diferentes. Si bien Durkheim habla a veces de reciprocité en la Division du travail
(1987 [1897]), no se refiere a un concepto general, sino a una complementariedad
que deriva de la división del trabajo, como el lazo mutuo de obligaciones recíprocas
entre el criado y el amo. Se trata de lo que Durkheim definió como una solidaridad
orgánica que se da cuando existe un contrato entre ambas partes (Abduca 2007).
¿Tal vez el caso de Roxana es similar?
Pero Abduca (2007) avanza en su análisis y define la reciprocidad como un
juego simétrico donde un lazo social se expresa por la vía de una tran sferencia de
valor que puede ser temporalmente simultánea a su contraparte o diferida, pero se
da algo que no se vuelve a ver y se retribuye con un valor equivalente. La suma de
lo que se desprende y de lo que el otro recibe es igual a cero, ya sea en tributos o
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servicios. En cambio, en el intercambio y distribución de dones hay rangos y
jerarquías sociales, y nunca se sabe si va a haber o no, devolución (si la hay,
significaría otro don). En síntesis, en las relaciones desiguales de poder donde
predomina la lógica mercantil, no existe la reciprocidad, pero sí el intercambio de
dones, que casi siempre aumentan en valor (Abduca 2007).
En los relatos sobre sus experiencias en el servicio doméstico, Analisa y
Alejandra también se refieren a un supuesto intercambio de favores que vinculan
directamente a las relaciones de explotación. Ambas recuerdan la cantidad de veces
que han hecho trabajo “de más”. Alejandra menciona un caso concreto de cuándo se
quedaba con una niña a hacer deberes y a veces a dormir:
Muchas veces me he quedado de más, y no me ha dicho ni gracias. Ellas piensan que te
hacen un favor porque te dan trabajo o te hacen los papeles, pero no es así y entonces se
lo tienes que devolver. Pero en realidad el favor se lo hago yo, cuando me quedo de más y
trabajo extra. (Alejandra)
Es muy frecuente encontrar valor añadido en trabajo de cuidados
remunerado. Muchas trabajadoras del hogar migrantes tienen estudios y
capacidades profesionales para ayudar en los deberes a los niños. Este valor
añadido es casi siempre concebido como algo natural, inherente a los cuidados y al
rol de una mujer, o bien como una devolución al “favor de hacer los papeles” o
darle trabajo a una inmigrante en la economía sumergida, pero nunca es remunerado
de forma extra. En otras ocasiones, este valor añadido aparece compensado con
regalos materiales. Analisa recuerda el ejemplo de una jefa que le regalaba ropa
usada y a continuación le pedía que se quede el fin de semana porque tenían que
salir: “Llegó un momento en que cuando me traía ropa, yo automáticamente
pensaba, ¿y ahora qué querrá?”. Alejandra no pone dudas al analizar los regalos
como una forma de explotación encubierta del servilismo:
No acepto nada, porque siempre es a cambio de algo (…) Siempre lo hacen con una
segunda intención y esperan algo. No quiero regalos, no me interesa, solo quiero que
cambien las leyes y tener mi nacionalidad. (…) Estoy harta de trabajar para los demás.
(Alejandra)
Alejandra no necesitó leer Ensayo del don de Marcel Mauss (2009[1925])
para explicarlo. Le ha bastado su experiencia en el servicio doméstico para entender
sobre la obligación de recibir regalos y de devolverlos. Tal como escribió Mauss:
El don no devuelto sigue poniendo en posición de inferioridad a aquel que lo ha aceptado,
sobre todo cuando es recibido sin espíritu de devolución”. (…) Debemos devolver más de
lo que hemos recibido. Lo que se da a cambio siempre es más caro y más grande” (2009
[1925]: 229, 230).
Relacionando el análisis de Abduca (2007), con los relatos y reflexiones de
Analisa, Roxana y Alejandra, vemos claramente cómo el intercambio de dones (ya
sean en valor material, favores o en valor simbólico de tiempo) denotan jerarquías
sociales, y en este tipo de trabajo de cuidados remunerado no estamos hablando de
reciprocidad. La reciprocidad aparece de forma simbólica para enmascarar y
legitimar un vínculo de explotación, mediante el cual un grupo privilegiado cubre
sus necesidades de cuidados, al tiempo que se perjudica a un grupo excluido en un
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reparto desigual del cuidado a nivel global, como lo explica Hochschild (2001,
2004).
La organización social de los cuidados… ¿para quién?
La precariedad laboral y las relaciones de explotación pasan graves facturas
a las trabajadoras con familia, especialmente con hijos en edad escolar. Las más
perjudicadas suelen ser las mujeres migrantes sin redes familiares para los
cuidados. La desprotección jurídica y la invisibilidad social, llevan a la trabajadora
a una condición de vulnerabilidad que le afecta a nivel psicoemocional, en
ocasiones de manera grave. En las conversaciones y entrevistas con Roxana, su
angustia aumentaba al pensar en los cuidados de su hija. La culpa por “dejarla sola”
se hace muy difícil de combatir. Roxana explica que siempre cabe la posibilidad de
quedarse sin alguno de los trabajos, y que entonces, “la consigna es no enfermarse”:
Entonces está el temor de no responder, de no poder responder a un alquiler, previo de no
enfermarte (…) Me está afectando también, mucho. El stress del trabajo, que el único día
que tengo para descansar es el domingo, me la paso cocinando para que mi hija venga en
la semana a comer, llevarme la comida… A veces no duermo bien por angustia, me
despierto por la noche… Pero la consigna es no enfermarse. No me puedo enfermar…
(Roxana)
Los problemas de salud y stress, a la vez que “la consigna de no enfermarse”
son situaciones recurrentes entre las trabajadoras del hogar (Offenhenden 2013).
Roxana estuvo medicada por sufrir insomnio, pero en su relato insiste en que no
puede enfermarse. Con esta expresión, Roxana también explica que ella no puede
“hacer insumisión” en el sentido a cómo lo planteaban las feministas vascas en
1993. Y la realidad es que quien cuida, en este caso por partida doble, en su trabajo
y a su hija, no puede hacer insumisión de los cuidados en tanto es una obligación
moral social (Comas d’Argemir 2014), ni tampoco puede enfermarse, porque no
tiene garantizados sus propios cuidados.
Roxana también explica que se dedica los fines de semana a cocinar la
comida para toda la semana y que no puede descansar nunca. Roxana tampoco
necesitó leer literatura académica sobre economía del cuidado para hablar de las
diferentes necesidades y estilos de vida (Anderson 2000) de quienes pueden pagar
un servicio doméstico y de quienes no:
Lo que no encajo son los horarios (…) el estilo de vida es diferente, yo me tuve que
adaptar a ello, pero yo estoy pagando las consecuencias. Duras. Duras porque ellos un
sábado y domingo se pueden ir, total saben que el lunes hay alguien que les limpia. Yo
no, yo tengo que hacer las cosas en mi casa, hacer para rendir en la semana, y trabajar en
la semana. Ellos cuentan con que siempre hay alguien que está detrás de ellos que les da
una mano. Yo no tengo quien esté detrás de mí para que me dé una mano. (Roxana)
Roxana no tiene a nadie detrás. Su principal queja es no poder empezar su
rutina más temprano “como hacía en Argentina”, lo que le permitía estar por las
tardes con su hija. Sin olvidar que necesita trabajar 11 horas para tener unos
ingresos más o menos decentes, Roxana entiende que el problema radica en el
“sistema de vida”:
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¿Sabés qué cambiaría? Que yo siempre dije, el sistema de vida de acá. Porque si ellos
desde temprano, una arranca desde temprano, disfrutan de la familia y yo disfruto de la
mía. (…) Y después sábado y domingo es para la familia, es para salir. Acá yo soy
esclava, esclava de esta vida. (Roxana)
Roxana se siente esclava de un sistema de cuidados que reproduce la
desigualdad. Expresa desde su lugar lo que vienen formulando las investigadoras
feministas desde hace casi dos décadas. Tal como lo planteó Cristina Carrasco
(2001), no se trata sólo de un cambio en los tiempos de trabajo. La única alternativa
real es un cambio de paradigma que suponga mirar, ent ender e interpretar el mundo
desde la perspectiva de la reproducción y la sostenibilidad de la vida (Carrasco
2001). Roxana lo sintetiza muy bien: “cambiaría el sistema de vida”. Lo importante
es que esta vez, ellas, las trabajadoras migrantes que no puede n hacer insumisión, ni
delegar cuidados sin altos costos, y cuya vida depende de ese trabajo, estén
incluidas en este cambio de paradigma.
A modo de conclusión
Al principio de este artículo me referí al “llamado a la insumisión” que
habían hecho las feministas vascas en 1993. En su mensaje transmitían la
dimensión pública de la vida cotidiana y apelaban a reformular las relaciones dentro
del hogar, que eran de subordinación, en su caso a los maridos. Con la delegación
de las tareas del hogar a mujeres extranjeras, los beneficiarios siguen siendo los
hombres que no se implicaron en las tareas del hogar ni de cuidados, y la parte
perjudicada es la trabajadora y su familia. Los privilegios de una parte implica la
renuncia de los derechos de la otra parte. Para salvaguardar esos derechos, y en
ausencia de políticas públicas que los garanticen, las trabajadoras se ven abocadas a
renunciar al derecho a vivir en familia, o bien a depender de las relaciones
paternalistas pseudo-recíprocas con la familia empleadora.
Profundizar sobre las relaciones simbólicas en el servicio doméstico ofrece
una perspectiva más amplia sobre el rol que cumplen las trabajadoras del hogar en
la sociedad, ya sean de modalidad interna, externa o por horas, a la vez que nos
permite analizar cómo se enmascaran las relaciones de clase a través de un vínculo
de explotación. Las conclusiones las saca Roxana cuando dice “cambiaría el
sistema”. El feminismo deberá seguir denunciando y posicionándose para
reformular un sistema de cuidados que no reproduzca la desigualdad, y en el cual la
“insumisión” en el sentido de delegar o renunciar a cuidar a la familia, no sea la
“única opción”, como le pasó a Analisa.
Y mientras Roxana apelaba a un cambio en el sistema de vida y de cuidados,
Alejandra apelaba a un “cambio de leyes”. La reformulación del sistema de
cuidados y de lo que Roxana llama el “estilo de vida” debe ir acompañada de una
reformulación de la ciudadanía. Pensar en los derechos de ciudadanía – entre los
cuales está el derecho a vivir en familia - de las trabajadoras del hogar permite
relacionar a la vez las políticas de extranjería con las políticas sociales del estado
de bienestar sobre los cuidados, y los regímenes y sistemas de empleo (Kofman
2010). El punto de partida debe ser un nuevo modelo de ciudadanía inclusiva que
dignifique el sector de los cuidados, donde las trabajadoras no solo estén bien
pagadas, sino que puedan ser ciudadanas de pleno derecho. De lo contrario, el
mercado global continuará proveyendo la mano de obra para el trabajo de cuidados
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precarizado que los hombres no quieren hacer, y del cual el Estado del bienestar
apenas se ocupa. Por más insumisión o delegación que podamos hacer en algún
momento las mujeres, vendrán otras mujeres carentes de oportunidades, y no habrán
dones suficientes ni reciprocidad que alcance para compensar el “drenaje del
cuidado” y la desigualdad global.
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© Copyright Gabriela Poblet, 2017
© Copyright Quaderns-e de l'ICA, 2017
Fitxa bibliogràfica:
POBLET, Gabriela (2017), ““No quiero regalos. Solo quiero que cambien las leyes”
Cuidados, reciprocidad y desigualdad”, Quaderns-e de l’Institut Català d’Antropologia,
22 (2), Barcelona: ICA, pp. 115-132. [ISSN 169-8298].