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Ediciones Universidad de Salamanca / Zephyrus, XC, julio-diciembre 2022, 43-68
ISSN: 0514-7336 — ISSN electrónico: 2386-3943
DOI: https://doi.org/10.14201/zephyrus2022904368
SOBRE EL CALCOLÍTICO IBÉRICO. EL CIERVO COMO
BARCA CELESTE
On the Iberian Chalcolithic. e Deer as a Sky Boat
José Luis E C y Miguel F D
Dpto. de Prehistoria y Arqueología. Facultad de Geografía e Historia. Univ. de Sevilla. C/ Doña María de Padilla,
s/n. 41004 Sevilla. Correo-e: escacena@us.es; miguel_fd_97@hotmail.com. id orcid: http://orcid.org/0000-0003-
4935-9308; http://orcid.org/0000-0002-2018-5626
Recepción: 22/02/2022; Revisión: 26/10/2022; Aceptación: 14/11/2022
R: Durante el milenio a. C. la Península Ibérica conoció una especial proliferación iconográfica
del ciervo, en escenas que muchas veces cuentan con imágenes solares. Esta asociación abunda sobre todo
en la pintura rupestre esquemática, pero también se ha encontrado como decoración incisa en recipientes de
cerámica campaniforme. En diversas ocasiones los animales cuentan con más de cuatro extremidades, que serían
las esperables si las representaciones plasmaran la realidad. Por ello podríamos estar ante barcas astrales que
dispusieran de una cabeza de ciervo en la proa, mientras que sus múltiples patas aludirían a los remos.
El registro arqueológico indica, además, que las cuernas de ciervo fueron muy populares entre los ajuares
funerarios. En este caso no pueden considerarse la evidencia de alimentos para el difunto, pues muchas de
ellas son astas de desmogue. Este dato sugiere que pudieron ser parte de embarcaciones hechas con materiales
perecederos que llevaran cuernas como mascarón, si es que no estamos ante simples sinécdoques de naves
psicopompas.
Palabras clave: embarcaciones sagradas; Edad del Cobre; Península Ibérica; arqueología simbólica; creencias
funerarias; astronomía cultural; cosmología prehistórica.
A: During the third millennium the Iberian Peninsula encountered a significant proliferation of
deer iconography, in scenes that many times have solar images. is association is abundant especially in parietal
art, but it has also been found as a decoration carved in bell beaker pottery. On various occasions the animals
have more than four limbs, which would be expected if the representations were to depict the reality. So, we
could be before astral vessels that were prepared with the head of a deer on the bow, while their multiple legs
allude to the oars.
e archeological record indicates, what’s more, that deer antlers were very popular among grave goods. In
this case, they cannot be considered evidence of food for the deceased, since many of them are antlers that had
been shed. is data suggests that they could have been part of vessels made of perishable materials that
had antlers as a figurehead, if we are not contemplating simple synecdoches of psychopomp vessels.
Key words: Sacred Boats; Copper Age; Iberian Peninsula; Symbolic Archaeology; Funerary Beliefs; Cultural
Astronomy; Prehistoric Cosmology.
44 J. L. Escacena Carrasco y M. Flores Delgado / Sobre el Calcolítico ibérico. El ciervo como barca celeste
Ediciones Universidad de Salamanca / Zephyrus, XC, julio-diciembre 2022, 43-68
1. El referente ideológico
Durante la Antigüedad estuvo muy extendida
la idea de que la Tierra era un cuerpo estático que
ocupaba el centro del cosmos. Esta concepción del
mundo tiene muchas posibilidades de ser una he-
rencia prehistórica también bastante común. Para
la Península Ibérica se conoce una significativa do-
cumentación gráfica que refuerza esta línea de par-
tida. Sin embargo, ciertas discontinuidades en la
ocupación del territorio y en la secuencia cultural,
motivadas a veces por algunos despoblamientos y/o
sustituciones démicas, aconsejan reconocer hiatos
o rupturas en esta cadena de pensamiento, vacíos
que eran colmatados posteriormente por cosmovi-
siones de gente nueva que casi nunca contaban con
universos mentales muy diferentes de los anteriores.
Los drásticos cambios acaecidos en diversas regiones
hispanas durante el milenio a. C. y la posterior
irrupción del mundo colonial fenicio en amplias
zonas del mediodía ibérico representan un ejemplo
claro de esta situación. El Evento Climático 4.4 ka
cal bp fue quizá una de las causas principales de es-
tos cortes en la transmisión cultural, pero el colapso
que este profundo fenómeno de aridez generalizada
produjo en las sociedades calcolíticas no afecta espe-
cialmente a la propuesta que desarrollamos en este
artículo, que solo incumbe a la mentalidad de las
comunidades precedentes1.
1 Hemos elaborado el presente trabajo en el marco del
Grupo Tellus (-949 del Plan Andaluz de Investigación,
Desarrollo e Innovación). Agradecemos a H. Collado Gi-
raldo la foto y el calco de la pintura de la barca solar de
El Paraíso. Igualmente, este reconocimiento de gratitud lo
hacemos extensivo a Á. Gómez Peña, por sugerirnos algunas
indicaciones sobre las figuras, y a R. Martínez Sánchez por
cedernos la foto de la tumba de La Arruzafa y permitirnos
publicarla. Por la intermediación de J. F. Jordán Montes,
M. Á. Mateo Saura nos ha proporcionado el calco de la pin-
tura de Tinada del Ciervo, por lo que quedamos agradeci-
dos a ambos investigadores. Por la fotografía del Vaso de
los Soles estamos en deuda con su autora, M. Vencesla, y
con R. Sanz Gamo por concedernos el permiso para su pu-
blicación. A nuestro colega J. Beltrán Fortes le debemos la
fotografía sobre la que hemos elaborado la imagen del barco
de bronce de Cerdeña.
En relación con la mayor parte del milenio
a. C., casi todos los rincones de la Península Ibéri-
ca muestran una documentación arqueológica que
habla de una cosmología unitaria en sus rasgos fun-
damentales. Ello sugiere que estamos ante un pen-
samiento homólogo, es decir, ante un mundo men-
tal compartido entre los distintos grupos humanos
por tratarse de un legado ideológico heredado desde
situaciones ancestrales muy arcaicas, posiblemente
superopaleolíticas dada la vasta extensión mundial
de estas concepciones cósmicas. Desde la explica-
ción darwinista de tal estado de cosas, reconocer
tales similitudes como una homología resulta más
parsimonioso que aceptarlas como analogías.
Según esta visión ancestral del universo, casi to-
dos los objetos brillantes del cielo orbitarían a nues-
tro alrededor. Pero a la concepción arcaica de esos
cuerpos no podríamos adjudicarle nuestra actual
definición de astro, porque originalmente se conci-
bieron en realidad como dioses. Cuando se estudia-
ban, los especialistas en esa materia estaban hacien-
do teología, no astrofísica. La humanidad primitiva
desconocía por completo que el Sol es un enorme
reactor nuclear de hidrógeno y helio. Fue el grie-
go Anaxágoras quien en el s. a. C. lo desacralizó
por vez primera cuando lo redujo a una gran roca
en llamas (Schneider y Sagan, 2005: 29). Los feni-
cios lo denominaron ‘fuego del cielo’ (Aubet, 1994:
140), términos con un significado parecido al que
usaron los antiguos egipcios: ‘divino ojo de fuego’
(Lull, 2004: 170). Este último nombre incluye una
afirmación explícita a su carácter divino, entendido
como dios ardiente que lo ve todo porque su luz
llega a cualquier rincón del mundo. Por tanto, su
divinidad puede entenderse aquí como su propia
naturaleza ontológica. En absoluto como un califi-
cativo que solo lo aproxima a la sustancia de la tras-
cendencia. Por eso, para esta mentalidad ancestral
es perfectamente aplicable la ecuación Sol = Dios,
de donde Dios = Sol. Por ello, siendo hoy correcto
el uso de la voz ‘ambas’ para referirnos a estas dos
palabras, no lo sería para aquella época si viéramos
la fórmula como una equivalencia formada por dos
conceptos diferentes o por dos entidades distintas.
En este contexto mental, se entiende que diversos
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sistemas gráficos orientales eligieran la figura de un
asterisco para escribir la palabra ‘dios’ (Azara, 2010:
47-54), y que las invocaciones a las divinidades
se materializaran en ocasiones con iconos astrales
(Kragh, 2008: fig. 1, n.º 2).
Actualmente los conocimientos arcaicos del cielo
originan entre el gran público un hechizo especial.
Dicha seducción cuenta como problema de base con
un error muy extendido en casi toda la población,
incluida en este caso la académica. En este sentido,
suele ser común la idea de que los especialistas en
este tema correspondientes a tiempos preclásicos se
dedicaban a la ciencia de la astronomía. Esto solo
sería verdad si la afirmación constituyera un análisis
etic del asunto. Pero, en atención a la igualdad recién
propuesta entre divinidad y astro, desde el enfoque
emic deberíamos operar con la idea de que el clero de
la época encargado de tal misión se dedicaba en rea-
lidad al oficio de la teología. Si estudiaban los rasgos
y los desplazamientos de los cuerpos celestes era para
profundizar en el conocimiento de los dioses, exclu-
sivamente. De esta forma, el lector de estos párrafos
podrá entender acertadamente ‘dios supremo’ cada
que vea aquí escrita la palabra ‘Sol’ y viceversa. De
la misma forma, podrá asumir una equivalencia más
genérica entre los conceptos contenidos en las voces
‘astro’ y ‘divinidad’. Y tendrá que interiorizar casi
subliminalmente que aluden a la misma equivalen-
cia tratamientos como Señor, Dueño, Altísimo, Luz
del Mundo, Rey del Cielo, Viviente, Todopoderoso,
Auriga de las Nubes, etc.
Tanto la tradición religiosa del País del Nilo
como la cananea valoraron en el Sol dos caracte-
res principales: su capacidad calorífica y su poten-
cial lumínico. Se reconocieron así la competencia
de nuestra estrella para originar vida y para mante-
nerla, pues ambas propiedades son imprescindibles
para cualquiera de los procesos biológicos conocidos
entonces. Esas dos energías representaban la esencia
misma del Sol. El oro, siempre incorrupto y res-
plandeciente, se convirtió de esta forma en la misma
carne de las deidades, exclusivo de ellas y, por ex-
tensión, de la monarquía sagrada. Con la referencia
al dios solar como el Altísimo –o el Excelso– no se
quería significar ningún posible gigantismo del ente
sagrado, por más que la variable representada por el
tamaño físico se usara en el arte para destacar su im-
portancia. Era por el contario una mención directa a
su lugar físico en el firmamento entonces conocido.
Solo subsidiariamente este calificativo convertido
en sustantivo podía mostrar también su destacada
escala jerárquica en el panteón. Como consecuencia
de todo este razonamiento, hoy podemos reconocer
que las sociedades mediterráneas arcaicas –entende-
mos por tales desde las neolíticas hasta las preclási-
cas– estudiaron el cielo con la intención de incre-
mentar sus saberes teológicos y siendo conscientes
de que justamente era eso lo que hacían, aunque
ahora reconozcamos que tales conocimientos cons-
tituyeron el comienzo de nuestra actual astronomía.
Esta perspectiva dual, que acepta las visiones emic
y etic de la antropología cultural como explicacio-
nes complementarias y no excluyentes de una mis-
ma realidad objeto de análisis, permite barajar con
cierta soltura mucha información contenida en la
iconografía religiosa de esas épocas.
En las situaciones históricas politeístas fueron
aceptados como divinidades principales, además
del Sol, los cinco planetas conocidos entonces: Mer-
curio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. La Tierra
no se tenía por tal. A este grupo algunas teologías
añadieron la Luna. Por sumar siete en este caso,
esta cifra llegó a representar para muchas culturas
el número más sagrado, símbolo de totalidad y de
perfección. Para entrar en este selecto club era in-
dispensable que poseyeran luz y que se desplazaran
resueltamente sobre el fondo de la bóveda celeste,
poblado por millares de pequeños cuerpos lumino-
sos menos móviles. Ambos rasgos garantizaban su
condición de entidades vivas, es decir, que no eran
elementos inertes. Al desconocerse entonces que los
cinco planetas citados no generan luz propia, sino
que solo reflejan la solar, solo la Luna no ascendió al
Olimpo de ciertas sociedades. De hecho, los eclipses
de Sol demostraban claramente que no creaba por
sí misma esa energía vital. Posiblemente fue esta la
situación del Calcolítico ibérico, para el que no se
conocen representaciones de nuestro satélite en las
composiciones alusivas a la totalidad de la bóveda
celeste (Fig. 1). En cualquier caso, a veces también
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se creyeron entes divinos algunos fenómenos celes-
tes que hoy no calificaríamos propiamente como
cuerpos materiales, aunque las leyes físicas sean ne-
cesarias para que se originen y para captarlos. Así, y
por el mero hecho de proceder del cielo, en algunas
situaciones llegó a divinizarse el agua de lluvia, con-
siderada la misma que lubricaba los planos orbitales
por los que se desplazaban los dioses cotidianamen-
te. También recibieron la misma consideración sa-
grada los resplandores dorados del alba y del atarde-
cer, personalizados en ambos casos por su tonalidad
amarillenta-rojiza. En el disco celeste de Nebra es-
tos dos reflejos de la luz solar se representaron como
arcos de oro sobre las líneas matutina y vespertina
del horizonte (Fig. 2). En la Ugarit del milenio a.
C. recibieron los nombres cananeos de Shahar, la
aurora, y Shalim, el crepúsculo (González Wagner,
2001: 27).
Los presupuestos descritos hasta ahora sobre la
cosmología prehistórica facilitan el acceso a una in-
gente información plástica contenida en el arte pa-
rietal y mueble de la Península Ibérica fechado en la
Edad del Cobre, y en la que conforma todo el regis-
tro funerario hasta ahora conocido.
Esta documentación está aún poco
explorada desde la perspectiva aquí
propuesta, por lo que el presente ar-
tículo debe entenderse como la simple
intención de abrir nuevos caminos
de estudio sobre el tema, sin que sus
conclusiones pretendan dejar nada
cerrado. Todos esos datos arqueo-
lógicos suministran información su-
ficiente para empezar a proponer y
valorar hipótesis interpretativas con
las que incrementar nuestro actual
conocimiento del universo mental
calcolítico, profundizando en este
caso en la idea de que el acceso a un
paraíso eterno del ser humano tras la
muerte llevaba a un mundo celestial
en el que los desplazamientos debían
hacerse necesariamente en una em-
barcación, la misma que los dioses
necesitaban para desenvolverse en
F. 1. Cuenco procedente de Los Millares en el que se
representa el Sol, en el centro, rodeado por los cinco
planetas que se conocían en el Calcolítico: Mercurio,
Venus, Marte, Júpiter y Saturno (según Leisner y
Leisner, 1943; lám. 13, 20a).
F. 2. Lectura del Disco de Nebra como representación de la bóveda celeste.
La hipótesis tradicional interpreta como las Pléyades la agrupación de
puntos que aquí consideramos alusiva a Venus, como estrellas del fondo
cósmico todos los demás circulillos y como arcos de la declinación solar lo
que podrían ser simples imágenes de la aurora y el crepúsculo. Esta nueva
propuesta coloca el n en la parte inferior de la escena.
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ese medio. Por eso la barca sagrada
era a la vez divina y humana, glorio-
sa y funeraria.
Diversas culturas arcaicas del
Mediterráneo compartían la idea de
que al mundo ordenado precedió un
caos primordial que dio comienzo al
tiempo. En esa edad prístina preva-
lecían las aguas iniciales fusionadas
de manera confusa y yerma con la
materia sólida. Así lo cuentan las
escrituras sagradas hebreas (Génesis
1, 6-7), que coinciden en sus fun-
damentos con lo que se pensaba
en Egipto (Lull, 2004: 19-38). En
este contexto, la labor del demiurgo
consistió sobre todo en ordenar ese
panorama anárquico, estableciendo normas para
regularlo y hacerlo productivo. De esta forma, el
principio lo marca la separación de la humedad en
dos bloques: las aguas terrestres y las celestes. Según
ese mismo texto bíblico, el numen que dio lugar al
mundo también habría separado la tierra seca de las
aguas terrenales. El resultado era la formación de un
escenario simple pero bien regulado que permitía
seguir con la labor creadora, colocando en su lugar
cada cosa nacida de esa voluntad divina. El origen
del cosmos se interpretaba a la vez como un surgi-
miento a partir de la nada y como una ordenación
de elementos que antes se disponían sin concierto
alguno. Fue esta obra la condición que habría per-
mitido la existencia de leyes que regirían en el futu-
ro los cielos, las tierras y sus criaturas. Considerado
todo ello el firmamento, la parte superior del mismo
se concibió como una bóveda semiesférica por las
que se movían los cuerpos cósmicos. Esa cúpula se
divinizó también entre los egipcios, que la llamaron
Nut (Allen, 2015: 1474). La forma arqueada que
siempre caracteriza su iconografía antropomorfa re-
presenta la propia curvatura del techo del mundo,
soporte de los navíos que permitían a todos los dio-
ses del panteón faraónico discurrir por los caminos
uranios. En la tradición bíblica, esa cubierta celeste
es “sólida como espejo de metal fundido” (Job 37,
18). Como de vez en cuando llueve, aquel mundo
sostuvo que esa bóveda disponía de una superficie
líquida, y que era la divinidad más alta de la jerar-
quía del panteón quien poseía la llave que controla-
ba las precipitaciones. Por ello, al Sol se le dio culto
también como dios de la tormenta, de la tempestad
y del rayo, elemento este último con el que se le
representó frecuentemente y que era su arma más
poderosa y castigadora (Fig. 3). La mera contem-
plación de la bóveda del firmamento demostraba a
aquellas mentes que los cuerpos luminosos que la
pueblan la surcaban por senderos, tiempos y ciclos
diferentes, componiendo entre todas esas singladu-
ras una maraña de rutas que demostraría el diseño
cóncavo de los cielos. Como en la época casi nadie
dominaba la natación, tampoco esta destreza se les
reconocía a los dioses. En consecuencia, para sus
desplazamientos cada divinidad habría necesitado
su propia embarcación. En algunas partes del Vie-
jo Mundo, el océano sideral estaba compuesto por
unas aguas divinas que se consideraron elixir eterno
originado a partir de un soma perpetuo y destinado
a proporcionar humedad a toda la naturaleza, in-
cluidos en ella los campos cultivados (Rappenglück,
2014: 298). La iconografía sobre este navío sa-
grado es fecunda a lo largo y ancho de la cuenca
mediterránea, la que ahora más nos importa; pero
su presencia cultural alcanza niveles globales. Su
existencia en la América prehispánica sugiere que
F. 3. Cuenco de la colección Siret procedente de la Sepultura 17 de Los Millares.
A dcha., interpretación a partir de la imagen publicada por Almagro y
Arribas (1963: lám. xvi). El Sol aparece, de nuevo, rodeado por los cinco
planetas conocidos antes de la invención del telescopio.
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estamos de nuevo ante una homología evolutiva del
universo mental de Homo sapiens, y que se trata por
tanto de una creencia extendida casi mundialmente
durante los últimos tiempos paleolíticos. En cual-
quier caso, para reconocer su abundancia en el arte
ibérico de la Edad del Cobre ha sido necesario releer
muchas de sus expresiones esquemáticas, porque en
ellas los signos que contienen esa carga simbólica
alcanzaron un altísimo grado de abstracción (Fig.
4). Esto ha permitido interpretar como imágenes de
embarcaciones grafismos que tradicionalmente se
han descrito como ramiformes o como pectinifor-
mes. En el primer caso se trataría de vistas cenitales
y en el segundo de perspectivas laterales, pero en las
dos modalidades el cuerpo del barco se representaba
con una sola línea y los remos con conjuntos de tra-
zos paralelos que surgen de ella. Si esta interpreta-
ción logra abrirse paso, la pintura rupestre calcolíti-
ca permitirá ir precisando en el futuro muchos más
detalles de esta cosmología, sobre todo porque los
paneles rocosos que acogieron toda esta escenogra-
fía muestran abundantes figuras antropomorfas con
atuendos y rasgos que se repiten con insistencia y
que parecen hablar de temas bien consolidados
y bastante estandarizados en las tradiciones cultura-
les de la época. El hallazgo en el parque de Monfra-
güe de una pintura esquemática donde aparece cla-
ramente una barca cósmica, dotada en este caso de
su correspondiente tripulación, revela que en Oc-
cidente pudieron estar bien definidos los remeros
de la divinidad solar, que aparece como esteliforme
sobre la escena (Fig. 5). Estaríamos así ante una
teología de complejidad similar a la conocida para
las civilizaciones coetáneas del próximo Oriente y
Egipto, aunque estas den la apariencia de estar más
elaboradas por el simple hecho de que muchos de
sus pormenores se detallaron en sus escrituras. Si los
atuendos de tales personajes sagrados respondían
de forma precisa a sus respectivas identidades, po-
dremos sin duda comenzar a identificarlos en otras
composiciones artísticas donde aparecen peor con-
servados o en contextos más difíciles de interpretar.
Entre esas figuras antropomorfas aparece una toca-
da con cuernos de ciervo, lo que garantiza que este
animal ejerció en la mentalidad religiosa calcolítica
un papel importante. En cualquier caso, con esta
última afirmación no descubrimos nada nuevo.
2. Embarcaciones teriomorfas
Las imágenes de las barcas sagradas protohistó-
ricas de la Península Ibérica exhiben de forma ex-
plícita muchos de los detalles que los creyentes de
la época necesitaban para entender correctamente
el mensaje simbólico que contenían. En este sen-
tido, el denominado ‘Bronce Carriazo’ representa
una de las piezas que más atendió este requisito. En
él Astarté se muestra sobre su nave cósmica, de la
F. 4. Cuenco de la Sepultura 15 de Los Millares (según
Martín y Cámalich, 1982: fig. 5, pieza d). Pueden
estar representadas dos divinidades uranias con sus
respectivas barcas; otra posibilidad es que estemos
solamente ante el Sol en sus navegaciones nocturna
y diurna.
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que ahora conviene resaltar los ánades que muestra
la embarcación en sus extremos de proa y popa. En
esta época esas aves habían alcanzado un alto signi-
ficado psicopompo, entre otras cosas porque desde
el Mediterráneo se desplazaban anualmente hacia el
norte. Era en esas latitudes septentrionales del cielo
donde el mundo egipcio colocó el paraíso que de-
bían alcanzar los difuntos. En ese sector de la bóve-
da celeste residían de hecho las ‘estrellas imperece-
deras’, aquellas que nunca se ocultan a diario bajo
el horizonte oeste por estar junto a nuestra Polaris
(Belmonte, 2012: 21). El barco del Carambolo, fa-
bricado en cerámica y procedente de un contexto
sacro, así como una pieza de oro de Serradilla, entre
otras muchas, forman también parte de un fecundo
corpus de representaciones donde la barca sagrada
disponía de cabezas de animales en la proa y en la
popa como mascarones (Escacena y Gómez Peña,
2022). Esta norma estaba bastante extendida en el
Mediterráneo oriental, donde existen ejemplares
procedentes de contextos funerarios mucho más
antiguos (Fig. 6). Por estos paralelos, y sobre todo
por las similitudes cosmológicas entre Oriente y
Occidente anteriormente analizadas, nuestra hipó-
tesis defiende que en la Iberia calcolítica se conocían
F. 5. Barca solar en pintura rupestre de El Paraíso,
Parque de Monfragüe, Cáceres (fotografía y calco
de H. Collado Giraldo, con croquis interpretativo
nuestro en la parte inferior). Al aprovechar para la
quilla de la embarcación una arista de la roca, los
remos se representaron en la parte inferior del panel,
que se aleja del espectador en ángulo de 90º y, por
esta razón, no salen en la fotografía.
Fig. 6. Barca egipcia con sendas cabezas de caprino en
la proa y en la popa; pieza de alabastro del ajuar
funerario de Tutankamón (según http://www.
globalegyptianmuseum.org/large.aspx?img=images/
emc/2763_800x800.jpg).
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ya barcos que contaban con estas representaciones
teriomorfas. El ejemplo más elocuente es quizá el
motivo inciso plasmado en un cuenco de cerámi-
ca campaniforme procedente de Los Millares, que
luce claramente una cabeza de toro en la proa. Pero
son evidencias también bastante precisas las pintu-
ras rupestres de Laja Alta, en Jimena de la Fron-
tera (Cádiz), recientemente asignadas al Neolítico
Final/Calcolítico (Morgado et al., 2018: fig. 6) y
que incluyen navíos dotados de grandes cuernos
de cabra en su parte frontal2. Aunque el recipiente
2 La dilatada polémica sobre la cronología de estas
pinturas y de los barcos representados se debe, entre otras
razones, a las discrepancias sobre qué extremos de estos co-
rresponden a la proa y cuáles a la popa. Si los elementos pa-
reados y curvados hacia el interior de la nave fueran cuernos
de caprinos, estaríamos ante proas dotadas de mascarones
teriomorfos; sin embargo, en estas partes curvas otros auto-
res han reconocido popas con rasgos medievales. El reciente
trabajo de Gomar (2021) se centra casi con exclusividad en
el estudio de las embarcaciones, sin llegar a interpretar otras
figuras del panel claramente prehistóricas y que podrían te-
ner una estrecha relación con el tema naval si todo el con-
junto aludiera a barcas sagradas y/o funerarias.
de Los Millares no se halló entero, otros ejempla-
res de este mismo enclave o de otros yacimientos
almerienses pueden servir para completar su signifi-
cado concreto. De hecho, varios trozos de escudillas
similares conservan diversas partes de navíos con
remos, pero en este caso junto a esteliformes que
asoman por el borde del cuenco, como si represen-
taran al Sol en su orto o en su ocaso (Fig. 7). En la
pintura rupestre coetánea tampoco faltan imágenes
de navíos que llevan cuernos frontales. Un ejemplo
donde el esquematismo y la abstracción alcanzan un
alto grado aparece en un panel extremeño en el que
el barco navega sobre un mar de puntos, una aso-
ciación que vimos más atrás en el Disco de Nebra.
Esas nubes de pequeños círculos constituyen una de
las formas de representar el agua cósmica, porque
imitan la tendencia esférica de las gotas de lluvia
(Fig. 8). Un complemento importante a este tema
F. 7. Cuencos campaniformes de Los Millares con
decoración simbólica interior (según Arribas y
Molina, 1987: fig. 3). Representación de barcas
solares, la inferior con cuernos de toro en la proa. F. 8. Panel rocoso con pintura rupestre esquemática
de Monfragüe, Cáceres (fotografía de H. Collado
Giraldo). La escena representaría una barca celeste
en vista cenital navegando por un mar de puntos
(el agua cósmica). El mascarón de proa, en la parte
superior, parece aludir a la cabeza de una cabra, con
dos cuernos que giran hacia la nave.
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J. L. Escacena Carrasco y M. Flores Delgado / Sobre el Calcolítico ibérico. El ciervo como barca celeste 51
procede del registro funerario. Como trataremos
más extensamente este aspecto en el presente artícu-
lo, de momento nos fijaremos solo en unas cuantas
piezas de cerámica halladas en tumbas, alguna con
indiscutible diseño naviforme y otras que podemos
interpretar ahora hipotéticamente como embarca-
ciones. El primer ejemplar que citaremos no cuenta
precisamente con ese mascarón de proa con forma
de cabeza de animal, pero se trata evidentemente de
un pequeño bote con popa y proa apuntadas. Pro-
cede de una inhumación cordobesa hallada en la
Cueva de los Cuarenta (Vera, 2014: 109). Formaba
parte del ajuar de la sepultura, datada en la Edad
del Cobre (Fig. 9). Otros ejemplares sí cuentan con
cabezas de animales que desempeñarían en la proa
función de akrotérion. Esta voz corresponde al nom-
bre griego antiguo de ese elemento identitario de
la nave, en concreto al que tenía forma de cabeza
de animal, mientras que el término akrostólion, en
parte sinónimo, sería más genérico (Luzón, 1988),
pues se trataría de una referencia menos concreta
al espolón delantero (Guerrero, 1998: 86). Dentro
F. 9. Navecilla fabricada en cerámica procedente de una
sepultura calcolítica de la Cueva de los Cuarenta,
Córdoba (según Vera, 2014: conjunto 11, pieza 18).
F. 10. Figurillas zoomorfas calcolíticas de la Península Ibérica procedentes de: 1) tholos de La Zarcita 1; 2) cueva de Carvalhal;
3) tholos de Sabina; 4) Olelas; 5) Valencina de la Concepción (a partir de Valera et al., 2014: figs. 7-8). La de Olelas
es de piedra, el resto de cerámica. El hecho de que se concibieran como elementos de carga –ninguna es maciza– sugiere
que podrían representar embarcaciones con prótomos teriomorfos en su proa.
52 J. L. Escacena Carrasco y M. Flores Delgado / Sobre el Calcolítico ibérico. El ciervo como barca celeste
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de un conjunto más vasto de figurillas de animales,
las piezas de este tipo halladas en el sur de España
y Portugal han sido compiladas y reinterpretadas
hace aproximadamente una década por Valera et
al. (2014: 34), quienes han valorado
en ellas nuevos aspectos sociales y
simbólicos no considerados con ante-
rioridad, sin que entre ellos figure su
lectura como posibles embarcaciones,
que es nuestra (Fig. 10). Los autores
de este análisis sostienen que, por tra-
tarse de vasijas, podrían contener sus-
tancias capaces de transportar la mente
a situaciones especiales, posibilidad
que nosotros no rechazamos porque la
función de las embarcaciones en las se-
pulturas era precisamente su uso como
vehículo psicopompo, un significado
que el ciervo pudo tener en la Penín-
sula Ibérica desde tiempos precalcolíti-
cos (Jordán, 2018). Todas las piezas de
este tipo con contextos arqueológicos
bien conocidos proceden de ambien-
tes mortuorios. Pero este hecho no
excluye la posibilidad de que existieran intentos de
experimentar en vida el viaje al más allá mediante
el consumo de bebidas alucinógenas, función que
se ha defendido al buscarse una utilidad concreta
a la cerámica simbólica neolítica
y calcolítica (Garrido y Muñoz,
2000; Delibes y Guerra, 2004:
121-122; Gavilán y Mas, 2006).
Como estas vasijas teriomorfas
pueden tener el fondo curvo en
recuerdo de su carácter naval,
suelen llevar patas para poderlas
estabilizar.
Aunque corresponden a mo-
mentos algo más tardíos que los
que aquí nos importan, no po-
demos olvidar la presencia en el
mundo sardo del milenio a.
C. de pequeñas maquetas nava-
les, de uso ritual y fabricadas en
bronce, con rodas rematadas por
cabezas de animales, las más fre-
cuentes de caballos, jabalíes, to-
ros, aves y, por supuesto, ciervos
(Fig. 11). Tomando la parte por
F. 11. Barco metálico votivo con prótomo de ciervo; Edad del Bronce;
Cerdeña (a partir de fotografía cedida por J. Beltrán Fortes).
F. 12. Pintura rupestre esquemática de Sierra Morena: arriba) ciervos parados;
abajo) corriendo; sin escala en el original. Los números respetan los de la
publicación de procedencia (Caballero, 1983: lám. 13). Para indicar que los
animales se desplazan a la carrera no se necesitaba dotarlos de más de cuatro
patas.
Ediciones Universidad de Salamanca / Zephyrus, XC, julio-diciembre 2022, 43-68
J. L. Escacena Carrasco y M. Flores Delgado / Sobre el Calcolítico ibérico. El ciervo como barca celeste 53
el todo, en las embarcaciones reales de la
época, toros y ciervos llegaron a estar repre-
sentados sobre la proa solo por sus cuernos,
fueran auténticos o metálicos (Guerrero,
2006: 31).
3. De ciervos polípodos a barcos con
remos
Diversas manifestaciones gráficas calco-
líticas muestran en los ciervos un número
mayor de patas que las cuatro aceptables
en el caso de que se hubieran querido re-
presentar animales genuinos. En la pintura
rupestre postpaleolítica, en concreto en la
esquemática, este rasgo se ha interpretado
tradicionalmente como expresión de mo-
vimiento (Acosta, 1968: 51). No obstante,
nunca faltan escenas con cérvidos o con
caprinos corriendo carentes de un número
de extremidades mayor que el esperable en
cualquier cuadrúpedo. De hecho, la solu-
ción fue la más real que puede observarse en
la naturaleza, consistente como es lógico
en separar ampliamente los extremos dis-
tales de las patas delanteras y traseras del
animal (Fig. 12). Por ello, parece bastante
extraño que el galope de los ciervos se expre-
sara alguna vez mediante la multiplicación
de sus patas. Esto resulta más raro aún, si
cabe, cuando esas imágenes polípodas no
van acompañadas de elementos que justi-
fiquen la necesidad de huir velozmente de
supuestas amenazas: ni aparecen junto a
ellos cazadores armados, ni se representan flechas
o venablos sobre sus cuerpos. Es cierto que alguna
vez el arte antiguo expresó de esta forma una alta
velocidad de desplazamiento de algunos cuadrúpe-
dos, por ejemplo, en el caso de caballos engancha-
dos a carros de guerra. Pero en tales ocasiones la
existencia de más de cuatro patas, ocho si acaso, era
la solución para transmitir la idea de que tiraba del
vehículo un par de animales, aunque apareciera en
la escena una sola silueta corporal. Más raro aún
es que en algunas representaciones del Calcolítico
hispano esos ciervos polípodos se acompañen de es-
teliformes. Veamos algunos casos.
En el abrigo de Tinada del Ciervo, en Nerpio,
Albacete, se representó en pintura esquemática una
escena en la que un personaje dispara con su arco
a un ciervo de enormes cuernas. Algunos autores
propusieron que el cazador va asistido por perros
(Soria y López, 1999: 10), pero esta interpretación
de los demás cuadrúpedos ha sido puesta en duda al
F. 13. Cazador apuntando con su arco a un ciervo macho, en calco de
pintura rupestre de Tinada del Ciervo i; el extremo realce de su
cornamenta sugiere la importancia concedida a este emblema
del animal (cortesía de M. Á. Mateo Saura).
54 J. L. Escacena Carrasco y M. Flores Delgado / Sobre el Calcolítico ibérico. El ciervo como barca celeste
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considerarse posibles cabras como las del grupo de
la parte inferior derecha del panel (Mateo y Carre-
ño, 2001: 113). En cualquier caso, los paralelos que
para esta escena conocemos en la cerámica calcolí-
tica almeriense aconsejan no olvidar la posibilidad
de hallarnos ante un gran semental con su harén de
ciervas, del que se distinguirían bien en la composi-
ción al menos dos hembras cercanas al macho. Pero
lo más importante del conjunto, para el tema aquí
abordado, es que el animal dispone solo de cuatro
patas, como cabría esperar de una instantánea que
quiere transmitir una acción cinegética. Tanto el
macho como sus compañeras y las cabras de la agru-
pación inferior parecen estar en posición de reposo,
lo que sugiere que el cazador logró acercarse a los
animales sin que ninguno de ellos iniciara la huida.
El enorme tamaño de las astas del ciervo acosado se
ha interpretado como un elemento cargado de sim-
bolismo, a veces explicitado en su rol psicopompo
(Mateo y Carreño, 2001: 115); pero es posible que
estemos ante una simple hipérbole del elemento
que se quiere destacar por ser el que pretende con-
seguir el cazador (Fig. 13). Es digno de señalar,
igualmente, que en el panel no aparece ninguna
figura astral; de ahí que no resul-
te razonable asumir que aquellas
escenas similares en las que el
Sol se hace presente supongan
un mero decorado paisajístico
de la expedición venatoria. Por
el contrario, un ejemplo en el
que los ciervos se representan
con más patas de las que natu-
ralmente poseen podemos verlo
en la pintura esquemática de
Nuestra Señora del Castillo, en
Almadén, Ciudad Real. Pero
precisamente aquí no aparecen
perseguidos por cazadores, con
lo que no tienen necesidad de
huir. Y justo en esta conocida
composición algunos animales
llevan entre las cuernas discos
que podrían ser alusiones al Sol
o a otros cuerpos celestes (Fig.
14). Así que en estos dos ejemplos se observa jus-
to lo contrario de lo esperable si las múltiples patas
quisieran indicar que el animal va a la carrera: cuan-
do tiene necesidad de huir del cazador aparecen solo
cuatro extremidades, y cuando no hay peligro se re-
presentan con más de cuatro, en concreto cinco y
siete en los dos casos que muestran al ciervo con un
círculo entre sus astas. Aparte de otras figuras más
difíciles de reconocer, en este conjunto se pintaron
varias líneas en zigzag y agrupaciones de puntos,
que habría que darlas por una imagen de las aguas
cósmicas en el caso de que nuestra hipótesis estuvie-
ra en lo cierto.
El documento más claro que apoya la idea pro-
puesta en el presente artículo lo ofrece un recipiente
cerámico hallado en la provincia de Madrid, en con-
creto en el yacimiento calcolítico de Las Carolinas.
Se trata de un cuenco fragmentado con decoración
exterior de tipo campaniforme y cuya superficie
interna muestra una cadena de cinco ciervos y dos
representaciones solares (Consuegra y Díaz del Río,
2013: 50-51). En la parte conservada del recipien-
te, el animal de la izquierda transporta al Sol sobre
su lomo, mientras que el siguiente en el orden de
F. 14. Pintura rupestre esquemática de Sierra Morena, Virgen del Castillo, en
Chillón, Ciudad Real. Los ciervos con más de cuatro patas podrían ser
alusiones a barcos con prótomos de ciervo en la proa, con sus correspondientes
remos; ello explicaría la presencia de elementos astrales entre sus astas, aquí
representados por motivos de tendencia circular (según Caballero, 1983:
plano 32).
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J. L. Escacena Carrasco y M. Flores Delgado / Sobre el Calcolítico ibérico. El ciervo como barca celeste 55
marcha lo lleva entre las cuernas. To-
dos desfilan de izquierda a derecha, lo
que sugiere una especie de procesión
tal vez alusiva al recorrido que nues-
tra estrella hace diariamente sobre la
bóveda celeste (Fig. 15). Un diseño
similar pudo caracterizar a otro reci-
piente campaniforme que custodia
el Museo Arqueológico de Córdoba,
con un ciervo macho que desfila hacia
la derecha y que parece precedido por
un posible disco solar que se conser-
va incompleto al haberse encontrado
solo un trozo del cuenco (Leisner,
1961: fig. 1; Lazarich, 1999: fig. 175;
Garrido y Muñoz, 2000: 288). Volve-
remos sobre este aspecto concreto del
sentido de la marcha porque puede
ser importante a la hora de interpretar
todo el friso. Pero también conviene
tener presente que todos los hipotéticos ciervos
de este cuenco que conservan la figura completa
están dotados de seis patas. Si solo aparecieran
cinco trazos podría argumentarse, contra nues-
tra tesis, que el posterior podría referirse a la
cola del animal, representada incorrectamente
del mismo tamaño que las patas por tratarse de
un arte muy esquemático; pero este argumento
queda invalidado al contar cada ejemplar con
seis. Posiblemente teniendo en cuenta el caso
de Las Carolinas y la proporción entre las cor-
namentas de los animales y el resto del cuerpo,
el recipiente campaniforme de tipo Ciempozue-
los hallado en Almenara de Adaja, Valladolid,
ha sido interpretado también con ciervos de
seis patas a pesar de que su alto grado de frag-
mentación impide confirmar este detalle. En
esta pieza el Sol está representado por el gran
motivo radiado del fondo exterior del cuenco.
Los rayos de este emblema, definidos por haces
de incisiones, dividen la superficie decorada en
seis segmentos de círculo, cada uno de los cuales
ocuparía uno de los ciervos (Delibes y Guerra,
2004: 119-120 y fig. 1).
F. 15. Cuenco de Las Carolinas, custodiado en el Museo Arqueológico Regional
de la Comunidad de Madrid; decoración exterior geométrica de estilo
campaniforme; la interna es una procesión de ciervos de seis patas y
heliomorfos que podría representar el desplazamiento del Sol por el cielo
en su barca sagrada (fotografía de M. Torquemada, mar).
F. 16. Los Millares: 1) sepultura 15; 2) Sepultura 7; recipientes
cerámicos con símbolos funerarios que incluyen ciervos
machos con sus respectivos harenes (a partir de Martín y
Cámalich, 1982: figs. 4a y 6a).
56 J. L. Escacena Carrasco y M. Flores Delgado / Sobre el Calcolítico ibérico. El ciervo como barca celeste
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El diseño que sigue el vaso campaniforme de
Las Carolinas pudo ser en su época inspiración
de muchos cuencos de esta variedad cerámica, que
seguramente fueron más abundantes de lo que a
primera vista sugiere el registro arqueológico has-
ta ahora controlado. Esta posibilidad explicaría el
hallazgo en otros yacimientos calcolíticos hispanos
de recipientes que muestran patrones parecidos
tanto en su forma como en los motivos simbólicos
que exhiben. Vasijas de la Edad del Cobre con ti-
pología diferente a la que responde el ejemplar de
Las Carolinas muestran ciervos en la cara externa,
pero en tales casos se trata siempre de animales te-
trápodos. Podemos corroborar esta versión en dos
piezas de Los Millares en que los ciervos forman
un grupo identificable como harén de hembras con
su semental macho correspondiente (Fig. 16). Tal
observación no pretende defender que estas esce-
nas sean simples descripciones de la organización
social de los ciervos en la época del celo, es decir,
una mera alusión a las costumbres de apareamiento
de Cervus elaphus. Seguramente no se trata de un
‘documental de naturaleza’, como si solo se hubiera
querido plasmar el comportamiento reproductor
de la especie. Estas composiciones tampoco pa-
recen una decoración destinada a incrementar la
belleza del recipiente, aunque subsidiariamente lo
consigan, sino una expresión simbólica de este ani-
mal por su valor psicopompo, pues ambas vasijas
proceden de tumbas (Martín y Cámalich, 1982:
290 y 292). Lo mismo podemos afirmar en el caso
de otros ejemplares hallados en enclaves españoles
y portugueses cuando las imágenes de ciervos co-
rresponden a animales cuadrúpedos. Una completa
recopilación de estos motivos muestra una amplia
difusión del tema por la geografía ibérica, aunque
con cierto vacío en el noroeste peninsular si nos
ceñimos a las imágenes sobre cerámica (Garrido y
Muñoz, 2000: 286-291).
4. Singladuras cósmicas de la divinidad solar
De toda la documentación recopilada sobre imá-
genes simbólicas en cerámica campaniforme por R.
Garrido y K. Muñoz-López (2000), la única vasija
que muestra ciervos desfilando hacia la izquierda
es la procedente de Brenes, yacimiento cercano a
Carmona. Su perfil y su pequeño tamaño resultan
especialmente singulares dentro del repertorio for-
mal de la cerámica campaniforme, mientras que los
animales solamente tienen cuatro patas (Harrison
et al., 1976: 139, n.º 248); tampoco sus incisiones
paralelas elementales resultan un tratamiento deco-
rativo frecuente en la gama temática de esta varie-
dad alfarera (Lazarich, 1999: fig. 56). En todos los
demás frisos de ciervos compilados en el trabajo de
Garrido y Muñoz-López los animales marchan
de izquierda a derecha. Por ir acompañados de so-
les, elegiremos los barcos-ciervos del cuenco de Las
Carolinas como uno de los más expresivos de la se-
rie que ahora nos interesa, ya que en él se exponen
de manera más explícita algunas de las cuestiones
en las que ahora queremos entrar. Para este tema,
una imagen egipcia de Nut proporciona una clave
que puede ser importante para explicar esa disposi-
ción casi general de los ciervos representados sobre
el campaniforme hispano.
En el papiro de Nesitanebtenhu, el cuerpo ar-
queado de la diosa de la bóveda celeste sostiene el
mar uranio por el que navega Ra en su barca como
divinidad solar (Fig. 17). En dicha escena, el viaje
por el techo del mundo se representa precisamente
de izquierda a derecha, porque la norma de la carto-
grafía egipcia colocaba el sur en la parte superior de
los mapas y el norte en la inferior, con lo que el este
quedaba a la izquierda y el oeste a la derecha. Esta
disposición de los puntos cardinales, justo la contra-
ria a la que hoy seguimos, tiene su razón de ser en el
uso del recorrido diario del Sol para determinar la
hora. Como en el hemisferio norte terrestre es nece-
sario mirar al sur para no perder de vista la posición
solar, lo lógico es disponer la parte meridional de los
planos y mapas en su parte distal y la septentrional
en el flanco proximal. Así que, asumiendo como hi-
pótesis más verosímil que en el Calcolítico ibérico
también la hora del día se calculaba por la altura del
Sol en el cielo, proponemos que esa misma era la
pauta que habría presidido cualquier representación
del territorio en la Edad del Cobre de Occidente,
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J. L. Escacena Carrasco y M. Flores Delgado / Sobre el Calcolítico ibérico. El ciervo como barca celeste 57
fuera una imagen material o solo una construcción
mental. Esta condición tiene como consecuencia
que el discurrir diario del Sol se imaginara como
una navegación concebida de izquierda a derecha,
respetando así su desplazamiento este-oeste. De ser
correcta esta observación, nuestra hipótesis predice
que la mayor parte de las representaciones calcolí-
ticas de esta singladura astral aparecerán dispuestas
en este sentido de marcha, es decir, de izquierda a
derecha. Sostenemos, con G. Delibes y E. Guerra
(2004: 119), que dicho rasgo puede ser un con-
vencionalismo de la alfarería calcolítica simbólica;
pero añadimos que se trata de una norma que no
se transmitía por imitación meramente formal en el
proceso de fabricación de las vasijas, sino que tenía
un trasfondo teológico que presidía la composición
y la manera de representarla. Es decir, que dicho
convencionalismo no obedecía a una simple repeti-
ción de la costumbre sin sentido alguno. La marcha
hacia la derecha se cumple en el caso ya citado de
El Paraíso que recogemos en la Fig. 5 y en todas las
procesiones de ciervos de la cerámica campanifor-
me con la excepción ya advertida del recipiente de
Brenes, junto a Carmona, que no es preci-
samente una versión muy canónica de este
tipo de alfarería. Pero también se constata
en numerosos ciervos polípodos de la pin-
tura rupestre, en especial en los que portan
elementos astrales más o menos explícitos
entre sus cuernos o junto a ellos. En este
caso, y como hemos adelantado, el cuen-
co de Las Carolinas contendría una de las
versiones más arquetípicas de esta menta-
lidad, posiblemente representada también
en otros testimonios, al menos en el que se
conserva en el Museo de Córdoba y en el
de Almenara de Adaja.
5. El ciervo en el registro funerario
No es objeto de este artículo recopilar
un registro exhaustivo de la presencia del
ciervo en el Calcolítico ibérico, sea en el
registro iconográfico o en otros contextos
arqueológicos. Creemos que la hipótesis
aquí defendida no exige contar con el repertorio
completo hoy conocido sobre esos datos, por otra
parte, innumerables y fuera de la extensión que
aquí se nos permite. Por ello, para analizar la pre-
sencia de restos de ciervos y su posible significado
en el mundo funerario hemos elegido como área a
muestrear el cuadrante suroccidental ibérico. Esta
zona cuenta con la ventaja de tener yacimientos
muy bien excavados y que presentan una fecun-
da información sobre el tema, porque en muchos
de esos sitios se han identificado bien y publicado
con suficiente detalle los restos de fauna que con-
tenían. Por otra parte, cuentan en diversos casos
con buenos estudios contextuales y con dataciones
radiocarbónicas que permiten situar bien los hallaz-
gos en su marco histórico. En cualquier caso, para
completar esta zona geográfica y para contrastar
si serían extensibles nuestras conclusiones a otras
áreas, hemos tomado en consideración algunos ha-
llazgos producidos en sectores de la Península Ibé-
rica que no corresponden al suroeste de la misma.
Esto permitirá proponer si estamos o no ante unos
F. 17. Papiro de la princesa Nesitanebtenhu, sacerdotisa de Amón-Ra,
1000 a. C. El dios solar navega por un océano de gotas de agua de
izqda. (e) a dcha. (o) sobre Nut, la diosa de cuerpo arqueado que
encarna la bóveda celeste (según Hornung, 1999: fig. 4).
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comportamientos y un marco ideológico similares.
La zona nuclear elegida tiene como frontera norte el
río Tajo. Los límites sur y oeste los marca el océano
Atlántico. Por el este hemos llevado nuestro estudio
hasta la provincia de Córdoba, que puede conside-
rarse espacio intermedio entre la parte occidental de
Andalucía y la oriental.
Para este territorio queremos exponer primera-
mente y de forma explícita los indicadores arqueoló-
gicos que nos han servido para dar por funerario un
determinado registro. Evidentemente, el ítem más
demostrativo es la existencia de tumbas bien identi-
ficadas como tales. En segundo lugar, también con-
sideramos mortuorios algunos contextos que, sin
tener registradas estructuras sepulcrales propiamen-
te dichas, contenían restos humanos entre sus sedi-
mentos antrópicos. Finalmente, incluimos en tercer
lugar aquellos sitios en los que está documentada la
presencia de ‘ídolos’, teniendo en cuenta para ello
que estas piezas han sido desposeídas de su consi-
deración de representaciones de divinidades para
ser releídas como imágenes de plañideras (Escace-
na, 2019). En el célebre yacimiento calcolítico de
Los Millares, donde existe una clara división entre
el sector de los vivos y el de los muertos (Almagro y
Arribas, 1963), casi todas las figurillas de este tipo
se concentran en los hipogeos de la necrópolis (Al-
magro Gorbea, 1973: 30, 54-56, 66-68, 148, 158-
162 y 188). En cualquier caso, si queremos seguir
defendiendo para tales imágenes su interpretación
tradicional como ídolos, su procedencia mayoritaria
está asociada casi siempre a cementerios cuando sus
contextos arqueológicos han sido bien controlados
desde el punto de vista científico.
La constatación de una sola de estas tres varia-
bles sería suficiente para definir como funerario
un determinado hallazgo. Sin embargo, por ser la
primera clave la exigencia más demostrativa, hemos
incluido excepcionalmente como contextos funera-
rios aquellos registros con Cervus elaphus, aunque
no procedan de la propia cámara sepulcral. Esta
decisión tiene como base la comprobación de que
en muchos cementerios de la cuenca mediterránea
correspondientes al milenio a. C. las sepulturas
incluyen diversas estancias, que también forman
parte de la propia tumba, aunque no todas conten-
gan necesariamente restos de cadáveres humanos.
Los propios dólmenes occidentales cuentan a veces
con divertículos subordinados a la cámara mor-
tuoria propiamente dicha, estuvieran destinados a
colocar ofrendas o a otras necesidades del ritual de
ultratumba. Y eso mismo está sobradamente cons-
tatado en el Egipto faraónico. Por otra parte, y al
objeto de contar con la mayor cantidad posible de
datos, incluimos en este corpus la aparición del cier-
vo en cualquiera de sus expresiones: restos óseos del
propio animal, grabados sobre vasijas de cerámica y
figurillas en bulto redondo (Fig. 18).
En esta relación de sitios, los datos consignados
para Valencina ofrecen un panorama muy genérico,
porque los informes publicados no siempre aclaran
si se documentaron cuernas, falanges o ambos ele-
mentos, aunque sí señalan el hallazgo de al menos
500 restos orgánicos, con un número mínimo de
individuos de 27. Tal abundancia de piezas per-
tenecientes a Cervus elaphus indicaría un especial
papel social de dicha especie durante la Edad del
Cobre (García Sanjuán, 2013: 41 y tab. 5). Esta
conclusión sobre el protagonismo ritual del ciervo
es compartida igualmente por otros investigado-
res a partir del estudio de los restos faunísticos del
Sector 4-Montelirio de Valencina, señalando en
concreto la posibilidad de estar ante un ítem espe-
cialmente simbólico (Liesau et al., 2014: 75). Sin
embargo, casi todos los estudios sobre la presencia
de estos cérvidos en horizontes calcolíticos se han
limitado a señalar su relevancia cinegética y el hipo-
tético aprovechamiento de sus astas en la fabricación
de enmangues para herramientas. Estas considera-
ciones han olvidado que muchas de las cuernas son
de desmogue, y por tanto de animales no cazados, y
que en estos contextos funerarios y simbólicos rara
vez las cornamentas sirvieron para asidero de útiles
líticos y/o metálicos (Martínez Sánchez, 2019: 273).
Como refleja la documentación reseñada, la mayor
parte de las evidencias de ciervos no hablan del con-
sumo de su carne, aunque esta se aprovechara en
la vida cotidiana. En ambientes sepulcrales hay una
clara selección de falanges y de astas. Las primeras
se utilizaron para convertirlas en figurillas de uso
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F. 18. Presencia del ciervo o de su imagen en contextos funerarios del so hispano; los restos marcados con asterisco son astas
de desmogue; para las demás cuernas, la bibliografía de referencia no ofrece este detalle. El contexto ‘Necrópolis’ se
refiere a un ambiente funerario, aunque el registro no se hallara en la cámara sepulcral propiamente dicha, sino en sus
inmediaciones.
Y / C R D R.
Palmela / Tumba 3 imagen en vasija
campaniforme Calcolítico Soares, 2003
Palmela / Tumba imagen en vasija
campaniforme Calcolítico Soares, 2003
Perdigões / Foso 7
restos humanos imagen en vasija
2617-2611 (0,9 %) cal
2581-2468 (94,5 %) cal
Evangelista y Valera, 2020;
Valera y Wood, 2020; Valera, 2015a
2448-2446 (0,2 %) cal
2436-2420 (1,4 %) cal
2405-2378 (3,5 %) cal
2350-2193 (84,9 %) cal
2177-2144 (5,3 %) cal
2468-2291 (95,4 %) cal
Brenes / Necrópolis imagen en vasija
campaniforme Calcolítico Harrison et al., 1976;
Lazarich, 1979
Perdigões / Tumba 1 falanges Calcolítico Cabaço, 2011
Perdigões / Tumba 2
falanges
figurilla
cuernas*
radio
metacarpo
2860-2500 a. C. Silva et al., 2017;
Valera, 2015b
2570-2200 a. C.
Huerta Montero / Tumba falanges 3090-2495 a. C. Blasco y Ortiz, 1991
2458-1889 cal
La Viña / Necrópolis cuernas* Calcolítico Márquez y Jiménez, 2010
Valencina, avda. Andalucía, 9
Necrópolis cuernas* 2867-2496 cal Sardá, 2016
Valencina, 4-Montelirio
Necrópolis cuernas Calcolítico Liesau et al., 2014
Valencina, Cerro de la Cabeza
Necrópolis cuernas Calcolítico Fernández Gómez, 2013
Valencina, La Perrera
Necrópolis cuernas
falanges Calcolítico García Sanjuán, 2013
Valencina, La Candelera
Necrópolis cuernas
falanges Calcolítico ibidem
Valencina, -Matarrubilla
Necrópolis cuernas
falanges Calcolítico ibidem
Valencina, La Gallega
Necrópolis cuernas
falanges Calcolítico ibidem
Valencina, c/ Mariana Pineda
Necrópolis cuernas
falanges Calcolítico ibidem
Carmona, c/ Calatrava, 4
Necrópolis cuernas Calcolítico Román y Conlin, 2002
Carmona, c/ Calatrava, 2
Necrópolis cuernas Calcolítico Román y Vázquez, 2002
Carmona, c/ D. Quintanilla
Ídolo falange Calcolítico Conlin, 2003
Campo Real / Necrópolis cuernas Neolítico / Calcolítico Cruz-Auñón y Jiménez, 1985
Acebuchal / Necrópolis cuernas
pezuñas Calcolítico Harrison et al., 1976; Lazarich et al.,
1995; Lazarich, 1999
La Arruzafa / Tumba cuernas* Neolítico / Calcolítico Martínez Sánchez, 2019
60 J. L. Escacena Carrasco y M. Flores Delgado / Sobre el Calcolítico ibérico. El ciervo como barca celeste
Ediciones Universidad de Salamanca / Zephyrus, XC, julio-diciembre 2022, 43-68
funerario por su parecido con la silueta humana
cuando se colocan de pie, ejerciendo la misma fun-
ción que tuvieran los ‘ídolos’ oculados en el universo
simbólico del Calcolítico ibérico. Este hecho sugiere
que también las cuernas cumplirían en el mundo de
ultratumba un rol simbólico especial. En ocasiones
se colocaron cuidadosamente en el fondo de pozas
siliformes excavadas en los espacios funerarios junto
a las tumbas. Pero otras veces se dispusieron sobre
los mismos cadáveres, sin que en estos casos mues-
tren huellas de haberse empleado como enmangues
de instrumentos (Fig. 19). Las partes seleccionadas
para el probable papel emblemático desempeñado
por el ciervo, y que por tanto quedaron registradas
en estos ambientes especialmente simbólicos, fueron
las que no aportaban sustancia comestible o solo lo
hacían en muy baja cantidad (Lazarich et al., 1995:
93).
Con respecto a las representaciones de cérvidos
en la alfarería, se han podido constatar en el sec-
tor de estudio cuatro. En todos los casos se trata
de motivos elaborados antes de la cocción de los
recipientes, lo cual denota una clara voluntad de
fabricar desde el principio la vasija con la carga sim-
bólica que el tema conllevara. No se trata, en con-
secuencia, de un añadido posterior a su salida del
horno. Es un hecho que revela la existencia de un
mundo memético prefijado en el universo mental
F. 19. Enterramiento localizado en La Arruzafa, Córdoba; en la imagen de la dcha. se señala la posición ocupada por la cuerna
de ciervo (según Martínez Sánchez, 2019: fig. 4).
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J. L. Escacena Carrasco y M. Flores Delgado / Sobre el Calcolítico ibérico. El ciervo como barca celeste 61
de quienes demandaron, fabricaron y usaron tales
objetos. En este pequeño corpus de hallazgos des-
taca igualmente la figurilla exenta procedente de la
Sepultura 2 de Perdigões. Fabricada en marfil, pa-
rece hasta ahora una singularidad en el repertorio
de imágenes ebúrneas calcolíticas de la Península
Ibérica (Schuhmacher, 2016). Son en cambio mu-
cho más numerosas las piezas que representan aves,
conejos y cerdos (Bueno et al., 2016; Valera, 2017).
6. Algunas consideraciones finales
A lo largo de este artículo hemos defendido que
el universo mental del Calcolítico ibérico participó
de una visión cosmológica muy parecida a la que do-
minaba en otros muchos ámbitos del Mediterráneo
durante la Prehistoria Final (en Occidente) y en las
primeras culturas urbanas históricas (en Oriente).
Esa equiparación de salida nos ha permitido pro-
fundizar en detalles que no habríamos sospechado
sin el reconocimiento previo de tales fundamentos
comunes, iniciando un camino que podría alcan-
zar avances futuros. La creencia en una barca usada
por las divinidades en sus desplazamientos celestes
y por los humanos en su viaje de ultratumba es uno
de estos pormenores en el que todavía pueden de-
sarrollarse numerosas investigaciones. De hecho,
la embarcación solar del enclave extremeño de El
Paraíso sugiere la existencia de personajes sagrados
que hacían la función de remeros en esa nave astral
y que parecen bien definidos mediante los atributos
representativos que lucen sobre sus cuerpos. Que
esta tripulación tan bien caracterizada esté com-
puesta claramente por seis miembros refuerza de
nuevo la idea de que los ciervos representados en
el arte rupestre y en la cerámica campaniforme con
seis patas son en realidad barcas celestes, y que sus
seis extremidades aluden a los remos. Por tanto, esta
cantidad de palas no sería aleatoria, sino producto
de un canon fijado por la propia mentalidad reli-
giosa que sustentaba toda esta iconografía. Precisa-
mente dos de los asistentes de la embarcación del
Paraíso llevan sendos tocados de cuernas de ciervo
sobre sus cabezas.
En los posteriores tiempos protohistóricos, la
Península Ibérica conoció un nuevo auge de esta
creencia y de sus correspondientes representaciones
plásticas, pero entre la Edad del Cobre y el milenio
a. C. existe cierto vacío documental especialmente
significativo, sin que falten algunas imágenes que
garantizan la continuidad de ese mensaje mental.
Dicha cadena simbólica no debe verse necesaria-
mente como garantía de una paralela continuidad
cultural y démica, pues es posible que en algunas
zonas el Evento Climático 4.4 ka cal bp y la extrema
aridez que este trajo consigo despoblaran muchas
comarcas luego reocupadas por nueva gente, como
de hecho se ha propuesto para el estuario del Gua-
dalquivir (García Rivero y Escacena, 2015). Uno de
los testimonios más claros de que en el milenio a.
C. la barca sagrada fue un credo aún vigente a pesar
de su escasa representación en la Edad del Bronce
lo constituye un vaso de tipología argárica hallado
en el Cerro del Cuchillo, en Almansa, Albacete, que
muestra una cenefa de metopas en las que el Sol
navega sobre dos posibles barcas muy esquemáticas
(Fig. 20). Esta particularidad profundiza en la idea
F. 20. Vaso de los soles, Museo de Albacete. Bajo cada
heliomorfo siempre aparecen dos “pectiniformes”
superpuestos interpretables como las barcas solares
nocturna y diurna de la divinidad (fotografía de
M. Vencesla cedida por R. Sanz Gamo).
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de que ya en dicha época las culturas prehistóricas
occidentales aceptaron una doble navegación para
nuestra estrella, la diurna y la nocturna, y que pa-
ra cada singladura el dios necesitaba una nave dis-
tinta. Se trata en este caso de un detalle que cono-
cemos bien en el Egipto faraónico y en la religión
griega, por ejemplo, donde las divinidades emplean
a veces más de un vehículo astral para desplazarse
por la bóveda del firmamento.
Los testimonios aquí analizados no compo-
nen un corpus completo de cuantas evidencias ar-
queológicas podrían usarse para profundizar más
en nuestra hipótesis o para reforzarla, porque son
muchas las manifestaciones de pintura rupestre en
las que ciervos y soliformes aparecen formando par-
te de un mismo panel compositivo. Si no hemos
usado toda la información disponible es por la di-
ficultad de saber si en el arte esquemático calcolíti-
co tales asociaciones son producto de una misma
y única acción pictórica o el resultado de varias.
El hecho de que la obra final que nos ha llegado
pueda ser un palimpsesto entorpece en extremo la
tarea de criba a la hora de elegir los documentos
más idóneos. Este mismo problema lo plantea el
caso concreto de las placas de terracota proceden-
tes de Vila Nova de São Pedro. Dichos elementos,
normalmente cuadrangulares, pudieron formar par-
te de algún revestimiento o composición que solo
podía contemplarse por una de sus caras, pues las
piezas no se decoraron por las dos. Para unirlas unas
con otras de manera que formaran una especie de
tapiz, o simplemente para aplicarlas al lugar don-
de tuvieran que exponerse, dichas losetas contaban
con perforaciones en sus esquinas que facilitarían
un cosido entre ellas o su fijación a alguna superficie
mediante clavos de madera o de otro material no
conservado. Pero lo importante para la propuesta
aquí defendida es que diversos ejemplares muestran
representaciones simbólicas entre las que abundan
los ciervos y las imágenes solares o de las aguas ce-
lestes, cuestión que ya suscitó muchas dudas acerca
de su utilización como simples pesas de telar (Al-
magro Gorbea, 1973: 219-222), un papel que to-
davía sostiene la tradición arqueológica para estas
piezas (Martins et al., 2020) y, con dudas para su
función, para otras similares procedentes de Outei-
ro Redondo, en Sesimbra (Cardoso, 2021: 72-75),
o de Zambujal (Sangmeister y Schubart, 1981: lám.
6). Es cierto que en ninguna de las placas publicadas
de este conjunto portugués aparecen escenas simi-
lares a la procesión de ciervos con soles del cuenco
campaniforme de Las Carolinas, pero otros temas
también presentes en sus caras decoradas apuntan
a un claro simbolismo uranio. De hecho, algunos
emblemas muy esquemáticos descritos a veces como
ramiformes pueden leerse como representaciones
muy esquemáticas de la barca sagrada (Escacena,
2015: 58), en este caso navegando por un mar de
puntos alusivo a las aguas cósmicas (Fig. 21). La di-
ficultad para elaborar complejas cuernas de ciervos
en figurillas de bulto redondo puede ser la razón
de que en el Calcolítico ibérico estos animales se
hayan representado incisos en placas de barro como
las de Vila Nova. De hecho, los más antiguos bar-
cos con prótomos de ciervo del Mediterráneo occi-
dental pertenecen al milenio a. C., cuando ya se
dominaba bien la metalurgia del bronce a la hora de
fabricar objetos de tipología variada. Otro impedi-
mento a señalar es la fragmentación que en muchos
contextos ofrece el registro cerámico, especialmen-
te en los espacios de habitación. Igual que hemos
visto en Los Millares trozos de vasijas con motivos
internos que parecen partes de embarcaciones, tam-
bién podría corresponder a la representación de una
de estas naves celestes el prótomo de ciervo inciso
en la cara interna de un fragmento de vasija encon-
trado en el enclave calcolítico de Ciavieja. A este
testimonio almeriense acompañan otros recipientes
con decoraciones simbólicas que se han considerado
ojos/soles (Carrilero y Suárez, 189-90: 122-124), si
bien las más significativas para nuestra hipótesis son
las que pueden interpretarse como barcos al com-
pararlas con el del cuenco de Los Millares que lleva
cuernos de toro en la proa.
Una de nuestras conclusiones es que esta dilata-
da creencia religiosa, tan vasta en el espacio como en
el tiempo, no debería verse en cada región del Viejo
Mundo y en cada una de sus culturas arcaicas como
resultado de un nacimiento independiente y de
un desarrollo posterior aislado, es decir, como una
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F. 21. Terracotas procedentes del yacimiento calcolítico de Vila Nova de São Pedro, Portugal. Junto a las que muestran imágenes
solares (1-10), otras llevan líneas en zigzag posiblemente referidas al agua urania (11-16). El mar cósmico puede
aparecer representado también con múltiples gotas, unas veces acompañando al Sol (17), otras sin ningún elemento más
(18-19) y en ocasiones rodeando a la barca celeste (20-21). En este ambiente cósmico los animales representados son
siempre ciervos (22-26) (procedencia: 1-22, según Almagro Gorbea, 1973: figs. 54 y 55; 23-26, según Martins et al.,
2020: figs. 2-4 y 10).
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analogía evolutiva. Más bien podríamos estar ante
expresiones aquí y allá de una ideología sagrada an-
cestral que pudo estar relativamente afianzada ya en
el Paleolítico Superior. En este caso, y mediante una
metodología de corte darwiniano que se ha mostra-
do especialmente fructífera a la hora de reconstruir
el pensamiento cosmológico de los últimos cazado-
res-recolectores paleolíticos (D’Huy, 2013), ten-
dríamos que interpretar las semejanzas entre unos
lugares y otros y entre unas fechas y otras como
resultado de una homología, esto es, como mani-
festaciones heredadas de un pensamiento común
que hizo las veces de progenitor de la creencia. Para
este universo mental primitivo, que es mucho más
que panmediterráneo, cada descendiente concreto
poseyó seguramente matices locales que no consi-
guieron derrumbar la médula compartida de dicha
fe, que superó posibles rupturas regionales en la
sucesión cronológica. Entre esas particularidades,
la Península Ibérica pudo destacar por su insistencia
en relacionar el carácter psicopompo del ciervo con
el viaje cósmico al más allá que emprendían las almas
tras la muerte del cuerpo en el que se habían alojado
durante la vida terrenal. Este rasgo parece una par-
ticularidad de la Edad del Cobre hispana, pues des-
aparecerá junto con otros elementos simbólicos du-
rante el milenio a. C. (Mederos, 2020: 285-288).
De hecho, y en consonancia con otras tradiciones
mediterráneas, en los momentos protohistóricos se
impondrá cada vez más el valor psicopompo de las
anátidas, un papel que en Europa central puede ras-
trearse para dichas aves ya en las imágenes de la bar-
ca sagrada de la Edad del Bronce (Andrés, 2007-08:
883). Ello explicaría parte del registro arqueológico
aquí analizado y otros muchos datos que aún están
por detallar y que se nos han quedado en el tin-
tero. Entre estas cuestiones debemos mencionar la
existencia en la cerámica campaniforme de animales
alineados que carecen de cuernas. Tales zoomorfos
se han interpretado en algunos casos como reses jó-
venes, pero también como corzas (Pereira y Bub-
ner, 1974-77: 118; Soares, 2000: 67), aunque en
este contexto parece razonable darlas sencillamente
por hembras de Cervus elaphus. Cuando se dispo-
nen en hileras, estos cuadrúpedos sin astas nunca
llevan asociado el disco solar, por lo que la agrupa-
ción venado-Sol indicaría la identidad masculina de
nuestra estrella en la mente calcolítica. En apoyo
de tal hipótesis podría citarse el único caso hasta
ahora que ha permitido establecer una clara cone-
xión entre un enterramiento humano concreto y
la presencia de astas de ciervo, ya que la práctica
de inhumaciones colectivas o la ausencia de estu-
dios detallados de antropología física impiden casi
siempre aclarar este extremo. Se trata de la citada
tumba de La Arruzafa, correspondiente a un varón
(Martínez Sánchez, 2019: 268). Si esta asociación
entre sepulturas masculinas y ciervos machos pu-
diera algún día sostenerse con muchos más ejem-
plos, en el universo mental calcolítico las ciervas
podrían haber desempeñado el papel de vehículos
psicopompos funerarios para las mujeres. El carác-
ter masculino de estas representaciones se indica
de forma exclusiva con la cornamenta porque las
hembras de este animal carecen de ella, pero, sobre
todo, porque justamente estamos ante imágenes de
barcos y no de animales.
Todo este mundo simbólico está claramente re-
lacionado con la creencia en una vida más allá de la
muerte. Entre los sitios con pintura esquemática se
han registrado casos con tumbas cercanas datadas
en la misma fecha que esos paneles rupestres, en los
que aparecen barcos –descritos normalmente como
ramiformes– y heliomorfos (Alcolea et al., 1994:
30-31). Ello explicaría la frecuentísima orientación
de las sepulturas megalíticas al horizonte marcado
por la declinación solar, haciendo compatibles y
complementarios el culto al Sol y los rituales fune-
rarios relacionados con sus ciclos de eterno renacer.
Y ya hemos señalado la frecuencia con que el ciervo
aparece en contextos claramente mortuorios o junto
a restos humanos, un hecho que ya remarcaron G.
Delibes y E. Guerra (2004: 119-121) al estudiar el
cuenco procedente de Almenara de Adaja. Por esta
misma razón, el uso por la divinidad de una barca
cósmica no excluía la necesidad de una nave tam-
bién para el alma humana en su viaje al paraíso ce-
lestial, así en Oriente (Benito, 2009: 33-41) como
en Occidente.
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