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POR UNA HISTORIA AMBIENTAL DE LA EDAD MEDIA.
UNA PROPUESTA TEÓRICO-METODOLÓGICA
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JESÚS FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ
Universidad de Oviedo
1. INTRODUCCIÓN.
En este trabajo se presenta una propuesta teórico-metodológica para
desarrollar una Historia Ambiental de la Edad Media. Aunque para
ilustrar las posibilidades de esta temática se acompañará el texto de un
ejemplo práctico a modo de resultado, la cuestión se centrará más en
aspectos relativos a las posibilidades, métodos y marco teórico de esta
interdisciplina, que resulta de un trabajo de investigación que lleva
desarrollándose ya más de 10 años. Se plantea que la Historia Ambien-
tal es una oportunidad para introducir una investigación interdiscipli-
nar, temáticamente puesta al día, epistemológicamente simétrica, al
incorporar el registro documental y el arqueológico, que abre el debate
ontológico, por abordar el estudio de los elementos humanos y no hu-
manos, y que está políticamente situada, por ser un tipo de Historia con
evidentes implicaciones en nuestro presente, que de forma activa re-
clama la ecología desde las humanidades.
La Historia Ambiental puede definirse como “la historia de las relacio-
nes mut uas ent re el gén ero huma no y el rest o de la
naturaleza” (McNeill, 2005), reconociendo que es un concepto dispu-
tado y que alberga numerosos enfoques, corrientes y perspectivas. Por
su parte Huges (2006) la describe como un tipo de historia que busca
comprender al ser humano, sus formas de vida, trabajo y pensamiento
en relación con el resto de la naturaleza a lo largo del tiempo. Este au-
Manuscrito preprint. Para citar este artículo: Fernández Fernández, J. (2023). Por una Histo
1-
ria Ambiental de la Edad Media. Una propuesta teórico-metodológica. En "Pueblos y culturas
de la prehistoria a la actualidad". Editorial Dykinson, en prensa. ISBN: 978-84-1122-829-9.
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tor añade que, aunque la Historia Ambiental y sus temas se han centra-
do en problemas relativamente recientes, especialmente vinculados al
intenso proceso de industralización de los dos últimos siglos, los histo-
riadores del ambiente tienen presente que la relación entre los seres
humanos y su medio ha jugado un papel formativo en todos los perío-
dos de la historia.
Como puede apreciarse, en ambas definiciones se habla de esa relación
humano-naturaleza, que podemos demarcar como el ámbito propio de
estudio de esta interdisciplina.
La Historia Ambiental tiene una larga trayectoria, aunque varía mucho
según las diferentes regiones del mundo y sus respectivas tradiciones
historiográficas. Como rama de la Historia, así definida, su origen
puede situarse en Estados Unidos, donde sienta sus bases programáti-
cas y metodológicas (White, 1985; Worster, 1988). Más tarde, la llega-
da a Europa se produce a través del mundo anglosajón y noreuropeo,
pero la disciplina no se consolida definitivamente hasta los años 90
(Winiwarter et al. 2004). Es interesante la evolución que ha experimen-
tado en América latina, donde en unas pocas décadas ha pasado de te-
ner un desarrollo casi incipiente (Gallini, 2005) a alcanzar un impor-
tante grado de madurez, diversidad temática, de enfoques y métodos
(Sánchez-Calderón y Blanc, 2019). Remarco este punto porque me
parece interesante la sensibilidad que demuestran los autores y autoras
latinoamericanas hacia la cuestión social en sus estudios, incorporando
interesantes elementos críticos que advierten sobre el riesgo de conver-
tir la Historia Ambiental en una versión academicista y occidental del
relato de la pérdida de la “Arcadia feliz”, el “Edén”, o lo que Rousseau
denominaba el “estado de naturaleza”, incidiendo en una dicotomía,
naturaleza-cultura, y unas miradas coloniales que, teóricamente, esta
interdisciplina debería ayudar a superar (Gallini, 2005). Además de
este evidente componente social, de acuerdo con lo que apunta Gabrie-
la Corona (2003), a la Historia Ambiental también puede atribuírsele
cierto potencial transformador. A fin de cuentas, en sí misma represen-
ta una crítica fundada a nuestros modelos de desarrollo, sobre una base
empírica y de aprendizajes basados en la historia, por lo que puede ser
una potente herramienta que nos ayude a “construir -a través del pasa-
do- un proyecto para el futuro” (Corona, 2003).
En España, la Historia Ambiental surge como tal a principios de la dé-
cada de 1990, en convergencia con otros países europeos, con el naci-
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miento del paradigma ecológico en las ciencias sociales y de los mo-
vimientos ambientalistas (González de Molina y Martínez-Alier, 2001;
Winiwarter et al., 2004). Su influencia por áreas de conocimiento varía
mucho. Por ejemplo, es relativamente importante en las temáticas y
metodologías de la Historia Agraria y la Historia del Paisaje. Sin em-
bargo, el impacto de la Historia Ambiental en la historiografía medie-
val española es mucho más limitado (Martín Torres, 2020). Esto no
quiere decir que el medievalismo no haya incorporado algunas de sus
propuestas, aunque siempre bajo otras denominaciones y marcos teóri-
cos (principalmente Annales e Historia Económica), o directamente sin
ellos. Como ejemplo, encontramos, ya a partir de la década de los
2000, compilaciones de interés, que en sus títulos hacen referencia al
medio ambiente en la Edad Media y a la “ecohistoria” (Clemente Ra-
mos, 2001; Sabaté, 2007). Aunque la mayor parte de trabajos que se
recogen bien podrían tipificarse como Historia Rural, del Paisaje,
Agraria o Geografía Histórica, contienen interesantes reflexiones teóri-
co-metodológicas, que apuntan hacia algunas de las líneas que vamos a
tratar aquí. No obstante, en general, su alcance interdisciplinar es limi-
tado y el peso de la arqueología y otras ciencias ambientales escaso.
Por otro lado, encontramos algunos trabajos de interés que desde el
análisis documental y de las mentalidades abordan las visiones que la
sociedad medieval tenía de la naturaleza y cómo se fueron transfor-
mando (Barros Guimerans, 1999; Ortúzar Escudero y Clemente Quija-
da, 2022; Rucquoi, 2007). Además, de forma puntual, se publican al-
gunas otras investigaciones a tener en cuenta (Garrido García, 2010;
Martín Gutiérrez, 2018, 2022; Martín Martínez de Simón, 2018; Peri-
báñez Otero, 2018). Sin embargo, vistas en conjunto, lo que predomina
en estas aproximaciones es, principalmente, su orientación regional o
local, su carácter más bien descriptivo, el predominio de los estudios
sobre la Baja Edad Media y su escasa carga interdisciplinar y teórica,
confluyendo así con las tendencias dominantes dentro del medievalis-
mo español contemporáneo (Aurell, 2008; Cantera Montenegro, 2013).
A día de hoy no podemos decir que haya una línea de investigación en
Historia Ambiental clara y consolidada, con proyectos y equipos que
trabajen en la temática y que podamos identificar como tal dentro del
medievalismo español. Tampoco se publican, lógicamente, grandes
monografías de síntesis, como en otros contextos historiográficos eu-
ropeos (Aberth, 2013; Hoffmann, 2014).
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En contraste con este panorama, y partiendo de una diversidad temáti-
ca similar, aunque con mayor vigor teórico, desde la Arqueología Me-
dieval sí se han conseguido consolidar varios equipos de investigación
que, bien desde la Arqueología del Paisaje (Bolós, 2004, 2013; Martín
Civantos, 2008, 2018; Olmo-Enciso et al., 2019), la Arqueología Agra-
ria (Ballesteros, 2010; Fernández Mier et. al. 2014; Kirchner, 2010;
Quirós Castillo, 2014) o la de las aldeas medievales (Fernández Fer-
nández y Fernández Mier, 2019; Quirós Castillo, 2009; Vigil-Escalera
Guirado, 2015; Vigil-Escalera Guirado et al., 2014), están generando
un importante volumen de registros arqueozoológicos, arqueobotáni-
cos y paleoambientales, de densidad y profundidad variable, pero muy
significativos y necesarios para el tipo de investigación que propongo.
En este sentido, creo que una Historia Ambiental de la Edad Media no
puede prescindir de la arqueología, sus métodos y resultados. Por ello
necesitamos una solución epistemológicamente simétrica, que nos
permita integrar la historia de base documental y la de base material.
Por desgracia, tal y como indica Fernández Mier (2018), apenas hemos
logrado reducir la brecha existente entre ambas, que siguen siendo
“dos prácticas historiográficas con escasos puntos de contacto”. Más
abajo explicaré por qué considero que la Historia ambiental es una
oportunidad para avanzar en esta cuestión.
Antes citaba dos monografías bastante recientes que suponen un im-
portante esfuerzo por teorizar y sistematizar una Historia Ambiental de
la Edad Media en Europa (Aberth, 2013; Hoffmann, 2014), aunque con
importantes diferencias. Aberth ni tan siquiera aborda la cuestión onto-
lógica, el eje naturaleza-cultura debe estar en el centro de la discusión
en toda Historia Ambiental y requiere de un cierto anclaje teórico, no
apreciable en esta monografía. Por otro lado, las ciencias del paleoam-
biente, y en particular la Arqueología Ambiental (Dincauze, 2000;
Reitz y Shackley, 2012), están revolucionando nuestro conocimiento
sobre estos temas y su papel en una Historia del tipo que se defiende
aquí debe ser decisivo, tanto a nivel teórico como metodológico, no
algo meramente testimonial, como es el caso. El trabajo de Hoffmann,
mucho más robusto a nivel teórico, está más alineado con la propuesta
que se plantea aquí. Aunque con las limitaciones propias de una gran
síntesis, supone un ingente esfuerzo por sistematizar una Historia Am-
biental de la Edad Media europea, que lo convierte en un referente de
gran interés.
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Por todo lo anteriormente expuesto considero que la Historia Ambien-
tal supone, además de un reto, una oportunidad para la historiografía
medieval española por varias cuestiones que a continuación expongo.
1. Oportunidad temática. La Historia Ambiental nos permite co-
nectar con una de las grandes preocupaciones de nuestro presen-
te, una cuestión que tiene mucho interés para la sociedad en ge-
neral y que creo que abre una ventana de oportunidad para que
los historiadores hagamos una labor de investigación verdade-
ramente significativa hacia nuestros contemporáneos. Un dato:
el 93,5% de la población española considera que el cambio cli-
mático es un problema, y el 73,3% que no se le está dando la
suficiente importancia (Ideara Investigación, 2021). Informa-
ción que refleja una tendencia alineada con el resto de países de
nuestro entorno europeo; somos sociedades cada vez más pro-
ambientalistas. Con esto no quiero caer en una suerte de “popu-
lismo” epistémico, ni insinuar que nuestra investigación deba
orientarse por lo que las mayorías sociales demanden. No se
trata de eso, sino de subrayar la oportunidad que este tipo de
temas, poco explorados aún, ofrecen para la investigación en
Historia Medieval.
2. Oportunidad epistemológica. La Arqueología y la Historia Me-
dieval se han “divorciado” desde mediados de los años 80 en
España, como consecuencia del nacimiento de una ciencia ar-
queológica capaz de generar sus propios relatos históricos (Qui-
rós Castillo, 2007). Frente a esta bifurcación epistemológica no
faltan voces que sugieren un uso combinado de ambas discipli-
nas, que, a fin de cuentas, pueden discernirse en su etapa heurís-
tica, pero no en la hermenéutica (Eiroa Rodríguez, 2004). Sin
embargo, en la práctica, raramente se combinan y utilizan de
forma simétrica, es decir, evitando que la arqueología no sea
más que una mera herramienta de comprobación del dato histó-
rico, o a la inversa, empleado la Historia únicamente en un sen-
tido negativo, para buscar vacíos historiográficos en los que co-
larse evitando la incómoda presencia del registro escrito. Para la
Historia Ambiental, según mi punto de vista, no hay alternativa:
debe asumir una postura epistemológicamente simétrica e in-
corporar tanto la historia documental, como la fuente material
humana y no humana, los ecofactos, esos elementos naturales
que aparecen en los yacimientos arqueológicos (y fuera de
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ellos), sin los que es imposible entender adecuadamente ningún
ecosistema pretérito.
3. Oportunidad teórica. La Historia Ambiental tiene que ser tam-
bién simétrica en otro sentido, en este caso ontológico, por
combinar la historia humana y la no humana o “natural”. No
puede mantenerlas por separado, porque entonces no compren-
demos el que es su objeto de estudio principal: esa relación.
Esta es una de las cuestiones que, por mi formación, reconozco
que me resulta más problemática, pero no por ello creo que deba
evitarla. Al tratar la cuestión de la dilución del dualismo natura-
leza-cultura nos situamos en un plano de discusión de carácter
filosófico planteado, entre otras, por la antropología simétrica
de Bruno Latour (2022) o la Ontología Orientada a Objetos de
autores como Timothy Morton (2009; 2013), entre otros filóso-
fos y filósofas que han abordado el asunto, cuestionando y pro-
blematizando este dualismo (Haraway, 1995; Serres, 2004). Es-
tos debates teórico-filosóficos son demasiado profundos como
para ser abordados en su plenitud por un medievalista raso, pero
la cuestión aquí no es cerrar un dilema que por otro lado parece
bastante irresoluble, sino aprovechar estas reflexiones para des-
entumecer el músculo teórico del medievalismo.
4. Oportunidad política. La Historia Ambiental es una forma de
reclamar la ecología desde las humanidades, es una interdisci-
plina situada, que construye un relato sobre los cambios históri-
cos de nuestros ecosistemas ayudándonos a entender mejor
nuestro presente y sus incertidumbres. Con ello contribuimos a
aportar información científicamente contrastada a este debate,
dejando menos espacio a los discursos negacionsitas, populistas
y pseudocientíficos que hoy suponen un auténtico reto. Suma-
mos, con ideas y propuestas históricamente fundadas, al esfuer-
zo de buscar posibles soluciones sostenibles de futuro acordes
con los ODS u otros objetivos que nos fijemos. Todo ello con-
tribuye, en definitiva, a redefinir el papel que las humanidades
ocupan en el paradigma ecológico y en sus debates contempo-
ráneos, algo que me parece fundamental (Fernández Fernández,
2023).
En resumen, la Historia Ambiental es una interdisciplina que ofrece
interesantes oportunidades al medievalismo, como abrir líneas de in-
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vestigación que temáticamente son significativas para nuestros con-
temporáneos, diluir la separación epistemológica entre una historia de
base documental y una de base material, hacer una investigación simé-
trica que considere tanto la historia de los humanos y los no humanos,
porque precisamente su objeto de estudio esa relación, y todo ello den-
tro de un paradigma, que son las humanidades ambientales, desde las
que se reclama la ecología.
2. OBJETIVOS
Es importante mencionar que que esta investigación se desarrolla en un
marco más general de trabajo en humanidades ambientales que tiene
dos líneas fundamentales de concreción. Por un lado, una en ecología
histórica, dentro de la que encaja la propuesta que estoy haciendo aquí.
Se trata de una investigación básica, orientada por preguntas específi-
camente científicas, hecha desde la universidad. Y, por otro lado, una
en ecodesarrollo, que tiene una dimensión más aplicada y experimen-
tal, orientada a contribuir mediante el conocimiento a la resolución de
problemas concretos de nuestro presente, hecha desde un ecomuseo
(vid. Fernández Fernández, 2023). Es así como consigo vincular mi
actividad como investigador universitario con la sociedad “otra” no
académica. Si bien mi trabajo la Historia Ambiental es un ámbito se-
miatónomo por tener sus temas y metodologías, no puedo desligarla de
este marco más general, donde tiene cabida y sentido. Sus aportes son
fundamentales para la parte aplicada de mi trabajo.
Los objetivos generales de investigación en Historia Ambiental ya han
sido descritos al relatar cuál era su objeto de estudio: entender la rela-
ción de humanos y no humanos en contexto, el ambiente, a lo largo del
tiempo. Esta investigación, en concreto, se ha desarrollado en el Valle
del Trubia, Asturias (Noroeste de España), una zona rural y de media
montaña ubicada en la región eurosiberiana de la Península Ibérica
(Fig. 1), donde desde hace más de una década realizo mi trabajo de
campo histórico-arqueológico, generando registros que me ayudan a
entender esa relación en la larga duración (Fernández Fernández, 2010,
2011, 2014, 2017, 2023), aunque nos centraremos aquí en el período
medieval (Fernández Fernández, 2017; Fernández Fernández et al.
2018).
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El objetivo específico de este trabajo es, como ya indiqué, desarrollar
una propuesta teórico-metodológica, que acompañaré de un ejemplo
práctico que demuestre su interés y aplicabilidad. Para ello, me apoya-
ré tanto en los datos recuperados en el área de estudio descrita, como
en investigaciones de carácter más general e internacional.
FIGURA 1. Localización del área de estudio en el mundo y en Europa. Izquierda: climas
oceánicos en el mundo (verde). Derecha: región biogeográfica atlántica europea (azul). El
círculo indica la zona donde se ubica el estudio realizado.
Fuente: https://onx.la/78922
3. METODOLOGÍA
Hemos visto que la Historia Ambiental ofrece un interesante marco
para activar procesos de investigación dentro del medievalismo hasta
ahora poco trabajados y explorados. Ahora bien ¿cómo hacerlo? ¿cómo
ponemos en marcha un programa de investigación en Historia Ambien-
tal de la Edad Media y qué nos hace falta? A continuación, resumo en
una breve lista los métodos y técnicas en los que apoyo mi labor. Lista
que, huelga decirlo, se puede ampliar o recortar, y eso no tiene por qué
restar interés ni calidad a una investigación en Historia Ambiental.
Aquí lo que se plantea, en coherencia con del título de este trabajo, es
una propuesta:
1. Análisis documental e interpretaciones humanas del ambiente. A
través de la documentación escrita se accede a las percepciones
y construcciones simbólicas humanas sobre el ambiente (Barros
Guimerans, 1999; Rucquoi, 2007). Sin embargo, es una fuente
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que presenta importantes limitaciones. En primer lugar, cuando
hablamos del período medieval, especialmente en sus etapas
más tempranas y fuera de contextos urbanos, administrativos o
eclesiásticos, es, en general, escasa. Fue emitida, normalmente,
desde centros de poder que, lógicamente, imprimieron impor-
tantes sesgos, ideológicos, sociales, de género, etc., al documen-
to. Temáticamente suelen girar en torno a cuestiones prácticas, y
salvo raras excepciones, como pueden ser las crónicas o relatos,
abordan asuntos cotidianos como compra-ventas, donaciones,
testamentos, etc., que no suelen aportar demasiada información
sobre el ambiente. Además, para nuestra zona de estudio, se
suma que una parte importante de esta documentación, en con-
creto la correspondiente a la más temprana Edad Media, hasta el
siglo XII, está interpolada, es decir, modificada intencionada-
mente (Fernández Conde, 1971; Fernández Conde y Pedregal
Montes, 1998). Todo ello no impide que continúe resultando útil
para esta investigación, como hemos demostrado en otros traba-
jos (Fernández Conde y Fernández Fernández, 2009). Pero para
ello necesitamos, en primer lugar, leer estos textos como los
artefactos culturales que fueron, asumiendo su objetividad par-
cial y sesgada, entendiéndolos siempre en ese contexto en el que
y para el cual fueron creados e interpolados (Aurell, 2006). Y en
segundo, necesariamente hemos de suplir sus carencias recu-
rriendo a otras fuentes, que den voz, tanto a los sujetos subalter-
nos de la Historia, como a esos otros elementos no humanos que
tenemos que incorporar, sin los que no podemos comprender el
ambiente. Precisamente, con respecto a estos últimos, aunque
podemos encontrar referencias a plantas y a especies animales,
tanto domésticas como no domésticas, y a elementos abióticos o
episodios climáticos, se trata siempre de testimonios puntuales.
Un ejemplo de investigación en ecología histórica orientada ha-
cia estos elementos es el trabajo desarrollado por un equipo de
biólogos y biólogas del CSIC, que ha elaborado una base de da-
tos de observaciones de especies de la España del siglo XVI,
basándose en las descripciones de las Relaciones Topográficas
de época felipina (Viana et al. 2022). Este estudio aporta infor-
mación de indudable interés sobre la biodiversidad del momen-
to, además de un necesario criterio histórico al debate del con-
servacionismo. Aunque se sale de los límites cronológicos de la
Edad Media, no deja de ser un buen referente metodológico,
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pero, insisto, este tipo de investigación ha de complementarse
con el registro material no humano para ser completa: el análisis
de los ecofactos.
2. La toponimia, el estudio regresivo de los parcelarios históricos,
la interpretación de las formas del paisaje, son todas ellas ele-
mentos de gran interés, que ayudan a complementar y enrique-
cer este registro documental (Fernández Fernández, 2011). Esta
metodología bebe de la escuela francesa de los Annales, espe-
cialmente de Marc Bloch, Lucien Febvre y Fernand Braudel,
que pusieron en valor este tipo de investigación interdisciplinar,
abriendo nuevas vías para el análisis histórico, en particular so-
bre los cambios ambientales en sus diferentes contextos y esca-
las temporales. Tendencia historiográfica con un notable impac-
to en el medievalismo español (Aurell, 2008). Algunos investi-
gadores sitúan a esta escuela como el antecedente teórico-meto-
dológico de la Historia Ambiental (Grove, 1995). Aunque aún le
faltaría un componente fundamental para su definitiva transfor-
mación en una verdadera Historia del ambiente, que es la incor-
poración de la ecología y la noción de ecosistema (Gallini,
2005). Estas metodologías se muestran insuficientes también a
la hora de estudiar en profundidad los procesos ambientales y de
transformación histórica, por no ser instrumentos eficaces de
resolución temporal. Ahí es la ciencia estratigráfica, con o sin la
aportación de la arqueología, la que nos ayuda a ordenar los epi-
sodios de forma diacrónica, que, con el apoyo en las dataciones
radiocarbónicas transforma además esas cronologías en absolu-
tas (Fernández Fernández, 2017).
3. Arqueología del campesinado. Decía más arriba que es necesa-
rio combinar estos métodos y fuentes con otras que den voz a
los sujetos subalternos de la Historia, para no perpetuar asime-
trías a través del método. Esto en Historia Ambiental es clave
por varias razones. Por un lado, necesitamos acceder a la cultura
de los grupos subalternos humanos. En particular, al hablar de la
Edad Media, principalmente nos referimos al campesinado, un
colectivo que fue clave en la transformación de los ecosistemas
europeos del medievo, pero que aparece de forma marginal en la
documentación, particularmente en la más temprana (Fossier,
1985; Rösener, 1990). Quienes trabajaban la tierra, quienes
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desarrollaban la mayor parte de las tareas productivas en el
campo o en el monte, quienes se encargaban de criar y cuidar a
los animales para el trabajo y para el consumo, quienes proce-
saban primariamente los alimentos, etc., eran principalmente los
campesinos y campesinas, el colectivo social mayoritario en
Europa antes de la industrialización. Eran, en definitiva, quienes
interactuaban de forma más intensa y frecuente con el territorio
y con el medio no humano. Por tanto, es en los contextos ar-
queológicos campesinos donde podemos encontrar una infor-
mación más rica y diversa sobre ese medio, para entender el
ambiente en perspectiva histórica. Así, necesitamos una arqueo-
logía del elemento humano, pero desmonumentalizada, especí-
ficamente orientada a localizar este tipo de registros, invisibles
hoy día, una arqueología del campesinado (Kirchner, 2020; Te-
jerizo García, 2017) o agraria (Fernández Mier et al., 2023). En
fin, que este tipo de arqueología nos permite recuperar tanto la
cultura material de los grupos subalternos preindustriales, como
unos elementos paleoambientales a los que no tendríamos acce-
so en otros contextos.
4. Por otro lado, necesitamos acceder a esa materialidad no huma-
na que ya he mencionado. El método que nos lo permite es la
Arqueología Ambiental, que trabaja tanto con información se-
dimentaria como biológica y por eso la podemos diferenciar en
dos bloques: geoarqueología y bioarqueología (Dincauze, 2000;
Reitz y Shackley, 2012). La geoarqueología nos aporta informa-
ción sobre los factores abióticos que influyeron en composición
de los contextos arqueológicos, su formación y características
tafonómicas (Goldberg y Macphail, 2006). Dentro de ella, la
geoquímica contribuye con datos sobre la composición de los
suelos, en tato que la micromorfología lo hace sobre sus estruc-
turas observables a un nivel microscópico. La arqueobiología
estudia a los elementos bióticos no humanos presentes en los
yacimientos, los ecofactos (Dincauze, 2000; Fuller, 2020; Reitz
y Shackley, 2012) e integra la palinología, antracología, carpo-
logía, y arqueozoología. La palinología, analiza los pólenes
atrapados en los contextos sedimentarios, que informan sobre
las características ambientales de un medio (Burjachs et al.,
2003). Si hay más o menos polen de herbáceas o bosque, es por
variaciones en esa relación entre humanos y no humanos, que
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hay que interpretar. La antracología estudia los restos vegetales
carbonizados (Kabukcu, 2018). Nos habla de los usos económi-
cos que las sociedades humanas dieron a los elementos vegeta-
les, qué maderas se utilizaron para quemar o construir, en defi-
nitiva, cómo se utilizaron los recursos forestales y qué implica-
ciones tuvo todo ello para ese medio y las especies que lo habi-
taron. Además, se puede utilizar esta información para respon-
der a cuestiones tafonómicas, como por ejemplo el tipo de resi-
duos que se depositó en los campos de cultivo o en los contex-
tos domésticos y qué procesos lo afectaron. La carpología estu-
dia las semillas (Fuller, 2020, Peña-Chocarro y Pérez-Jordà,
2018). Entre ellas encontramos especies silvestres y domestica-
das, que informan sobre prácticas agrarias y procesos ambienta-
les. Como ejemplo, en la investigación que estoy realizando en
Asturias recuperamos diferentes especies de trigos en contextos
arqueológicos, que muestran la variedad y diversidad de estos
cultivos en la Edad Media (Fernández Fernández et al. 2018).
Mediante estudios de morfometría, que estamos empezando a
realizar, podemos ver sus características y comparar con tipos
suabctuales, que recogemos en zonas de montaña donde todavía
se utilizan. De ahí surgen preguntas lógicas de tipo agroecológi-
co, relacionadas con la pérdida de esa diversidad en la actuali-
dad y sus causas, cuestiones que afectan a la ecología producti-
va y que tienen importantes implicaciones para nuestro presen-
te. Por último, la arqueozoología (Reitz y Wing, 1999), nos ha-
bla de las especies animales que convivieron con el ser humano,
algunas de ellas domésticas, que informan sobre prácticas eco-
nómicas y ganaderas, hábitos de consumo, etc. También sobre
animales no domésticos, que aportan valiosa información am-
biental, por ser muy sensibles a los cambios, como es el caso de
la microfauna.
5. Finalmente, la etnografía nos ayuda a conectarnos con nuestro
presente como investigadores/as, además de darnos acceso a
una información muy significativa y válida para la Historia
Ambiental. Dicha información tiene que ver con todos esos co-
nocimientos que atesoran las sociedades rurales que habitan los
territorios que investigamos: el uso de los espacios agrarios, las
prácticas ganaderas y forestales, la toponimia, los conocimien-
tos etnobotánicos, etc. Por otro lado, la etnografía y sus métodos
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nos permiten conectar con esas comunidades, establecer un diá-
logo de acuerdo a sus necesidades actuales y valorar en qué me-
dida nosotros y nosotras, como historiadores/as, podemos con-
tribuir a que esas sociedades resilientes, que llevan habitando y
co-construyendo estos ecosistemas durante miles de años junto
a los agentes no humanos, puedan seguir haciéndolo.
3.1. EL ANÁLISIS MULTIESCALAR
Uno de los retos que afronta la Historia Ambiental es el encaje de to-
dos estos métodos y técnicas en unos conceptos de tiempo y espacio
múltiples y complejos, al ser su objeto de estudio una malla, una rela-
ción, donde conviven elementos humanos y no humanos operando a
diferentes escalas espaciotemporales. Pensemos mismamente en un
factor íntimamente relacionado con el ambiente, el clima: ¿dónde se
pueden fijar sus límites? Podemos describir su efecto en una escala
local y puntual, pero no podríamos explicarlo sin tener en cuenta un
factor más general y laxo, más amplio, que, en última instancia, abarca
lo planetario. Es algo común a los fenómenos dinámicos y no lineales,
lo que se denominan sistemas complejos (Prigogine y Stengers, 1997),
que tienen propiedades emergentes, es decir, a determinadas escalas en
estos sistemas se producen fenómenos que no pueden ser explicados
(reducidos) a partir de las reglas micro o macroscópicas de sus otros
niveles. De ahí la paradoja del “efecto mariposa” descrito por Edward
Lorenz: las alas no explican la consecuencia, pero a la vez no pueden
desvincularse de ella. Teniendo en cuenta que las estructuras biológicas
y sociales reproducen el modelo (Ramírez Goicoechea, 2005), esta
problemática relativa al tiempo y la escala está implícita a cualquier
investigación histórica, por lo que reclama una reflexión teórica y un
encaje metodológico.
Soy consciente de que esta discusión no es nueva, desde Annales hasta
la Microhistoria la cuestión del tiempo y la escala ha atravesado el de-
bate historiográfico (Sandoica, 2015), aunque en este caso voy a apo-
yarme más en la teoría arqueológica. En particular creo que es de espe-
cial interés para esta investigación la propuesta de McGlade (1999,
1995, 2006), quien basándose en el concepto de econdinámica históri-
ca aborda la interacción socio-natural desde una ecología humana no
funcionalista, en la que el rol de los humanos puede reubicarse en un
contexto socio-natural, evolutivo y contingente. Para ello, según Mac-
Glade, debemos abordar la tarea de construir un marco metodológico
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apropiado, “que reconozca la importancia crucial de las diferentes
temporalidades y de la dinámica dependiente de la escala en la emer-
gencia de la estructura social” (McGlade, 1999). Estas ideas no desen-
tonan con propuestas más recientes, como la expuesta por Chakrabarty
(2021), quien, ante los retos que afrontamos en la era del Antropoceno,
apuesta por fundir la tradición de la Historia Natural y la Historia pro-
piamente humana, con sus respectivas escalas espaciotemporales, “po-
ner el tiempo geológico y el tiempo biológico de la evolución en con-
versación con el tiempo de la historia y la experiencia humana”, si-
guiendo la estela de la antropología simétrica de Bruno Latour (2022).
Para abordar esta problemática e incorporar la variabilidad de registros
que implica una investigación en Historia Ambiental, se propone utili-
zar un marco de modelado de escala múltiple o multiescalar: un es-
quema de trabajo capaz de abarcar e integrar diferentes conjuntos de
observaciones, técnicas analíticas y modelos de interpretación, tanto
cualitativos como cuantitativos, en diferentes escalas de análisis y so-
bre tipos de fuentes de información diversos (Fernández Fernández,
2011, 2014). En el siguiente apartado voy a ilustrar, mediante un ejem-
plo, cómo puede aplicarse este modelo analizando el cambio climático
de la Baja Edad Media.
4. RESULTADOS. UNA BREVE HISTORIA AMBIENTAL DE
LA PEQUEÑA EDAD DE HIELO EN LA REGIÓN
CANTÁBRICA
A lo largo de los 10 últimos años se ha estado ensayando esta propues-
ta de investigación en el territorio de Asturias más arriba indicado, gra-
cias al que se han recuperado numerosos contextos de época Medieval,
que han permitido describir, datar y reconstruir diversos ambientes
(Fernández Fernández 2014, 2017). Huelga decir que, tras todo este
tiempo, el volumen de información generado es ingente y sería impo-
sible plasmarlo en un documento como este. Aquí, la intención es más
sencilla y humilde. Se trata simplemente de ilustrar con un ejemplo
cómo se pueden utilizar estos métodos, sus resultados y el interés del
marco teórico propuesto. El texto se encuentra trufado de referencias a
trabajos ya publicados, que permiten una mayor profundización en el
dato técnico y empírico. Por falta de espacio no desarrollaré la parte de
14
mi investigación más aplicada, que puede consultarse en otras publica-
ciones recientes (Fernández Fernández, 2023).
4.1. LA PEQUEÑA EDAD DE HIELO EN LA GRAN ESCALA
La crisis bajomedieval ha sido uno de los temas clásicos de la historio-
grafía de la segunda mitad del siglo XX, y en torno a ella se generaron
interesantísimos debates historiográficos (Duby, 1968; Hilton, 1977;
Bois, 2009; Dyer, 1998). Una de las variables, bien conocidas por los
historiadores ya desde hace tiempo, e implicadas en el cambio de ciclo
bajomedieval, fue la anomalía climática conocida como Pequeña Edad
de Hielo (Fagan, 2000; Grove, 2012), que abarcó aproximadamente de
los siglos XIV a XIX (Sánchez-López et. al., 2016). En un primer
momento se abordó su estudio desde unas fuentes históricas que nos
aportaban testimonios evidentes, como la congelación de las aguas del
Támesis a su paso por la ciudad de Londres en invierno (Mann, 2002),
pero que no dejaban de ser datos puntuales. Es sobre todo en las últi-
mas décadas cuando la investigación ha dado un salto importante, de la
mano de las ciencias ambientales, gracias a la multiplicación de estu-
dios basados en la toma de muestras sedimentarias en turberas, entor-
nos lacustres, sondeos marinos, análisis de espeleotemas kársticos y
dendrocronológicos, que nos permiten entender mucho mejor el im-
pacto del cambio climático bajomedieval en diferentes regiones del
mundo (Bradley y Jonest, 1993; Mann et al., 2009; Morellón et al.
2011; Wogau et. al., 2022). Entre este conjunto de ciencias que nos
ayudan a comprender el paleoclima y sus perturbaciones podemos si-
tuar justamente a la Arqueología Ambiental (Van de Noort, 2011).
Centrándonos en el caso de la Península Ibérica, contamos también
con buenos registros paleoambientales que cubren este rango temporal
de la Baja Edad Media (Morellón et al. 2011; Sánchez-López et. al.,
2016). Como ejemplo, en el trabajo de Sánchez-López et. al. (2016) se
resume la evolución del clima en los últimos dos mil años, utilizando
veintiún estudios diferentes que cubren toda la Península, con un im-
portante grado de detalle. En particular, se aprecia muy claramente el
cambio de ciclo climático entre los siglos XIII y XIV, con cierto rango
de variación entre regiones, pero recogido en la totalidad de los entor-
nos estudiados, lo que evidencia el impacto global del fenómeno a la
vez que registra su efecto a una escala más local, en forma de mayor
frío, aridez o humedad.
15
Es indiscutible el interés y relevancia que para la investigación históri-
ca tienen estos datos paleoambientales vistos en conjunto, pero por sí
mismos no pueden explicar el efecto que tuvieron estos cambios en los
seres humanos y las especies que con ellos cohabitaron el planeta en
cada ecorregión. Para ello necesitamos reducir este factor de escala, ir
descendiendo a lo concreto, utilizar otras metodologías, pero sin perder
en ningún momento esta referencia general. Este es el tipo de movi-
miento que facilita un marco multiescala de investigación como el que
se propone.
4.2. LA PEQUEÑA EDAD DE HIELO EN LA MESOESCALA
En una escala intermedia de análisis el estudio documental es una im-
portante fuente de información. Aunque parca en datos, como ya indi-
cábamos, la documentación medieval, de forma puntual, aporta alguna
noticia sobre el clima. Suelen ser menciones lacónicas y dispersas,
pero vistas en conjunto y contrastadas con el registro paleoambiental
pueden tener interés. Centrándonos en Asturias, donde se desarrolla
este trabajo, Ruiz de la Peña mencionaba, en su obra de síntesis sobre
la Baja Edad Media regional, las frecuentes alusiones a inundaciones
que aparecen en la documentación de los siglos XIV y XV. Por ejem-
plo, el río Narcea arrasó, a mediados de la decimocuarta centuria, la
vega de Soto (en el actual concejo de Salas). Por su parte, los ríos
Aller, Lena y Caudal, también registrarán avenidas periódicas durante
los siglos XIV y XV (Ruiz de la Peña, 1977). Hoy sabemos, gracias a
los nuevos estudios paleoambientales, que en la región atlántica los
cambios en la Corriente del Golfo al comienzo de la Pequeña Edad de
Hielo (c.1300) provocaron patrones irregulares de precipitaciones, tan-
to estacionales como anuales (Benito et al. 2008), en un escenario ge-
neral de mayor frío y humedad (Sánchez-López et. al., 2016). En este
contexto, las menciones documentales más arriba citadas tienen mucho
sentido, podemos relacionarlas con el dato paleoambiental y explicar-
las mejor, ambos registros se enriquecen y nos permiten crear un mar-
co interpretativo más robusto.
Ya empezamos a vislumbrar el impacto que estos eventos pudieron
tener en una ecorregión concreta, en este caso la Cordillera Cantábrica.
Pero para no cometer los excesos de los estructuralismos necesitamos
cotejar estos datos con lo microhistórico, poniendo así “en cuestión la
visión de conjunto del proceso histórico mediante excepciones aparen-
tes y causas de corta duración” (Ginzburg, 1994). Dada la naturaleza
16
discontinua y heterogénea de la realidad y la complejidad de los fenó-
menos analizados, así debemos hacerlo, para evitar incurrir en algún
tipo de reduccionismo, bien holista, bien particularista.
4.3. LA PEQUEÑA EDAD DE HIELO EN LA MICROESCALA
Y para bajar un nivel más en la escala de análisis recurriré, en este caso
y sobre todo, a la arqueología, aunque también incorporaré el uso de la
documentación escrita. En las excavaciones realizadas en la aldea me-
dieval de San Romano, que estamos llevando a cabo desde hace ya
más de 10 años (Fernández Fernández, 2011, 2017, 2017b, 2023), he-
mos registrado este cambio ambiental y confirmado el fuerte impacto
que produjo en una comunidad campesina local (Fernández Fernández
et al., 2019). En particular, durante el comienzo de la Pequeña Edad de
Hielo (c. ss. XIII-XIV), la aldea fue destruida por un episodio torren-
cial, que relacionamos con las noticias registradas en la documentación
y la información paleoambiental más arriba descritas. El impacto sobre
la comunidad fue realmente severo. Las evidencias geomorfológicas
recogidas indican que el torrente alcanzó al menos una velocidad de
3,5 m/s, superando la cifra de 3 m/s que se establece actualmente como
límite a partir del que pueden ser destruidas estructuras contemporá-
neas (McBean et al. 1988). Huelga decir que la capacidad de resisten-
cia de las construcciones medievales sería mucho menor. Esta destruc-
ción se confirmó en las excavaciones, donde pudimos documentar par-
tes del cono de deyección que formó el torrente, en el que se entremez-
claba el material geológico-sedimentario con el constructivo, como
tejas, mampuestos, objetos metálicos y líticos, etc., que evidencian el
daño producido (Fernández Fernández et al., 2019). Estos depósitos,
además, se asientan sobre las principales tierras de cultivo de la aldea,
que no pudieron volver a utilizarse como espacios agrarios hasta época
Moderna (Fernández Fernández, 2017). Todo ello evidencia una des-
trucción estructural y rápida, que seguramente duró unos pocos minu-
tos u horas, causó con seguridad bajas humanas y animales, pérdidas
económicas y de cosechas, etc. Gracias al estudio de la documentación
bajomedieval registramos un cambio de denominación en la aldea,
apareciendo una villa nueva a finales del siglo XIV en la otra orilla del
río Trubia. Sugerimos que es esta destrucción la que obliga a fundar el
nuevo asentamiento (Fernández Fernández, 2017). Curiosamente, so-
bre el cono de deyección, se asienta una casa-palacio solariega cons-
truida a mediados del siglo XVIII, que cerca y privatiza todo este espa-
17
cio. Creemos que estas arquitecturas nobles son el final de un proceso
de apropiación que vinculamos a la estrategia que de forma generali-
zada utiliza la nobleza castellana desde el siglo XVI para apropiarse de
los espacios y terrenos “baldíos”, que, con el apoyo de la Monarquía,
consigue privatizar en un buen número de casos (Marcos, 1999). Estos
“baldíos” eran en realidad espacios económicos con diferentes usos
para las comunidades campesinas locales; se trataba, en definitiva, de
una estrategia de desposesión. Hacemos una analogía entre este proce-
so y lo que Naomi Klein (2007) describe como la “doctrina del shock”,
para referirse a procesos de usurpación y expolio ambiental perpetra-
dos por grandes corporaciones multinacionales en áreas de África,
América y Asia afectadas por desastres naturales. La Historia Ambien-
tal muestra aquí todo su potencial como herramienta reflexiva y de
análisis crítico de nuestro presente, nos informa acerca de prácticas
sociales de larga duración y concomitantes.
En resumen, y una vez complementadas estas tres escalas de análisis,
tenemos una visión mucho más rica y documentada sobre el cambio
climático bajomedieval en la región cantábrica, que contribuye, por un
lado, a explicar el impacto de los procesos que los datos paleoambien-
tales más generales reflejan, y por otro, a dotarnos de un marco para
interpretar los fenómenos observados en la escala microrregional. Sir-
va como pequeño ejemplo del interés y potencial que tiene este tipo de
investigación en Historia Ambiental aplicado a la Edad Media.
5. DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
En este trabajo he presentado una propuesta teórico-metodológica para
hacer una investigación en Historia Ambiental de la Edad Media y ex-
puesto las razones por las que considero que puede ser interesante. El
uso de esta metodología, dentro de un marco teórico más amplio que
son las humanidades ambientales, nos permite reclamar la ecología
desde las ciencias históricas, renovar nuestros enfoques sobre la Edad
Media e instaurar prácticas historiográficas socialmente más compro-
metidas con los problemas del presente. Desde un punto de vista histo-
riográfico, se intenta dar un paso más allá de la espiral hermenéutica de
la postmodernidad, abriendo la ciencia histórica a un debate teórico
que recupera el concepto de realidad: esta no es relativa, como afirma
la mirada antropocéntrica posmoderna, sino que está constituida por
relaciones (Latour, 2022). Y esas relaciones son una malla co-creada
18
junto a otros seres vivos, de los que siempre hemos sido interdepen-
dientes y a los que debemos dar voz en nuestra investigación, incorpo-
rando conceptos como el de ecología, ecosistema y ciencias ambienta-
les, en un marco interdisciplinar y multiescalar de trabajo. El abismo
ontológico que hemos construido entre lo humano y el resto del mundo
vivo nos ha conducido a un auténtico desastre ecológico, a un ecoci-
dio. Seguimos vinculando la idea de progreso a la de control sobre esa
trama de la vida de la que formamos parte. Un planteamiento erróneo
que necesariamente debemos revisar. La Historia Ambiental es, en este
sentido, una oportunidad para contribuir a esta misión de reubicarnos
como especie. En palabras de Yayo Herrero (2022) “Ojalá que un estu-
dio de la historia no sesgado por esquemas culturales antropocéntricos
y androcéntricos pueda ayudar a iluminar opciones y caminos ocultos”.
En esa dirección va esta propuesta.
6. AGRADECIMIENTOS/APOYOS
Esta investigación cuenta con el apoyo de una ayuda del Programa
Ramón y Cajal (Ministerio de Ciencia e Innovación, Agencia Estatal
de Investigación y Fondo Social Europeo):
RYC-2020-029619-I/MCIN/AEI/10.13039/501100011033.
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III Congreso Internacional Nodos del Conocimiento
«La academia frente a los retos de la humanidad.
Innovación, investigación y transferencias ante el horizonte 2030»
24 y 25 de noviembre de 2022
El Sr. D. Francisco Anaya Benítez, Secretario Técnico del III Congreso Internacional
Nodos del Conocimiento 2022.
INFORMA
Que el capítulo de libro titulado: "Por una Historia Ambiental de la Edad Media. Una
propuesta teórico-metodológica", del autor/a, Jesús Fernández Fernández, se encuentra
incluido en la publicación: "Pueblos y culturas de la prehistoria a la actualidad", con ISBN
reservado "978-84-1122-829-9".
Dicha publicación se encuentra en estos momentos en proceso de edición, por la
editorial Dykinson S.L., teniendo prevista su publicación para finales de julio de 2023.
Dicho libro es fruto de una compilación de investigaciones originales que han superado
una doble revisión por pares ciegos en su fase de aceptación de propuestas.
Y para que así conste, se firma el presente certificado en Sevilla el 24 de Enero de 2023.
Sr. D. Francisco Anaya Benítez
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