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GALLÆCIA 34: 57-82 • 2015 • ISSN: 0211-8653
Data de envío: 04-05-2016
Data de aceptación: 20-07-2016
Las fortificaciones protohistóricas del área cantábrica:
aspectos defensivos, sociales y simbólicos
The protohistoric fortifications of the Cantabrian region:
defensive, social and symbolic aspects.
Dr. Jesús F. Torres-Martínez
Departamento de Prehistoria. Universidad Complutense de Madrid & IMBEAC
ketxutorres@yahoo.com
Dr. Manuel Fernández-Götz
School of History, Classics and Archaeology, University of Edinburgh & IMBEAC
Antxoka Martínez
Sociedad de Ciencias Aranzadi & IMBEAC
Dr. Gadea Cabanillas de la Torre
Institut National du Patrimoine (INP) & IMBEAC
David Vacas Madrid
IMBEAC
Esperanza Martín Hernández
Dolabra Arqueología
Resumen
Los dispositivos defensivos de los núcleos fortificados
de la Edad del Hierro del norte de la Península Ibérica
presentan elementos comunes con los de otros núcleos
protohistóricos del occidente de Europa. En las últimas
décadas se ha avanzado en la identificación de este tipo de
estructuras, tanto en oppida, como en castros y en otros
hábitats de menor tamaño. Junto a distintas tipologías de
murallas en piedra con foso, en los últimos años se han
identificado también complejos sistemas de multivallado
que llegan a englobar enormes superficies. En este trabajo
se propone una clasificación elemental de las defensas
protohistóricas del ámbito cantábrico y su comparación
con otros territorios próximos de la fachada atlántica.
Como caso concreto de estudio se profundiza en los
dispositivos defensivos del oppidum de Monte Bernorio.
Finalmente se realiza una lectura económica, social y
simbólica de las fortificaciones de la Edad del Hierro.
Palabras Clave
Cantábrico, Edad del Hierro, Dispositivos defensivos,
Inversión social, Proyección simbólica.
Abstract
The fortification systems of Iron Age sites in the northern
Iberian Peninsula present many similarities with those
from other Western European protohistoric settlements.
In the last decades, significant advances have been made
in the identification of these structures, as much in the
oppida as in hillforts and other smaller sites. Together
with different typologies of stone walls with ditches, in the
last years’ complex systems of multivallate that enclose
enormous areas have also been identified. In this paper we
propose a classification of the protohistoric fortifications
of the Cantabrian region and compare them with nearby
territories of the Atlantic façade. As a concrete case-study,
we analyse the defensive systems of the oppidum of
Monte Bernorio. Finally, we carry out an economic, social
and symbolic interpretation of Iron Age fortifications.
Keywords
Cantabrian region, Iron Age, Defensive systems, Social
investment, Symbolic projection.
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IntroduccIón. Los núcLeos fortIfIcados de La edad deL HIerro
en eL norte de La PenínsuLa IbérIca y su InvestIgacIón
Los núcleos forticados en altura (castros) son el tipo de hábitat generalizado en la Pe-
nínsula Ibérica desde la Edad del Bronce Final hasta el nal de la Edad del Hierro con
la conquista romana. Denen el modo de vida de unas sociedades agroganaderas y gue-
rreras con una implantación en el territorio muy característica, basada en la ocupación
de puntos altos del relieve que ofrecen control visual del terreno y una buena defensa
natural. En este trabajo nos vamos a centrar especialmente en las forticaciones de la
Edad del Hierro del área central y occidental del norte de la Península Ibérica y en sus
características.
En estos enclaves forticados las comunidades de la Edad del Hierro invirtieron una
enorme cantidad de recursos y trabajo para construir unas forticaciones que tuvieran
una gran perduración. Esto es especialmente marcado en la región cantábrica, un terri-
torio muy accidentado con relieves abruptos (TORRES-MARTÍNEZ 2011). Estas forti-
caciones aprovechaban el relieve natural acentuando las características defensivas del
terreno, construían murallas, torreones, puertas forticadas con complejos sistemas de
entrada, fosos y, en algunos casos, sistemas de defensas de tierra y fosos de tipo múltiple.
Este tipo de estructuras son también conocidas en otras partes de la fachada atlántica
europea (FICHTL 2005a, 2010; RALSTON 2006). Por tanto, es necesario profundizar
en el estudio de este tipo de dispositivos para poder establecer similitudes y diferencias
entre las distintas regiones del área cantábrica y otras áreas de Europa.
Los dispositivos defensivos de la Edad del Hierro del Cantábrico han sido analizados
en multitud de publicaciones, aunque faltan síntesis de carácter general que abarquen
el conjunto del norte peninsular. En lo que se reere a la zona más occidental de la cor-
nisa cantábrica, debemos resaltar los trabajos de L. X. Carballo Arceo (1990), C. Parcero
Oubiña (2002, 2005) y A. González Ruibal (2007), centrados principalmente en Galicia.
Para los castros de la fachada marítima de Asturias destaca especialmente el trabajo de
J. Camino Mayor (1995a, 1995b). Dicho autor utilizó el modelo de J. Forde-Johnston
(1976) adaptándolo a su área de estudio, dando como resultado uno de los mejores tra-
bajos realizados en el Cantábrico (CAMINO 1995b: 158). El autor señala ya alguna de las
tendencias que van a ser generales en todo el Cantábrico: la falta de un modelo uniforme
en el diseño defensivo de los núcleos (aunque con tendencias de tipo comarcal) y el ca-
rácter adaptativo del diseño de las defensas al relieve y entorno de cada núcleo (gura 1).
También han tratado este tipo de estructuras otros autores con publicaciones sobre la
zona central del Cantábrico, destacando los trabajos de A. Villa Valdés (2000), A. Fanjul
(2005) y la obra de recopilación sobre el ámbito cántabro de M. L. Serna, A. Martínez
y V. Acebo (2010) Castros y Castra en Cantabria. Finalmente, la zona más oriental del
Cantábrico ha sido investigada de modo destacado por A. Llanos (1995) en sus publica-
ciones sobre el hábitat en el Alto Ebro y el interior del área vasca, mientras que la vertien-
te cantábrica del País Vasco ha sido investigada por X. Peñalver y S. San José (LLANOS
1995; PEÑALVER 2001; PEÑALVER Y SAN JOSÉ 2003; 2011). Una parte importante
del esfuerzo investigador de estos autores se ha dedicado a los dispositivos defensivos de
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los núcleos, su diseño y técnicas constructivas (LLANOS 1995; PEÑALVER Y SAN JOSÉ
2003; LLANOS ET AL. 2009). Para la zona de Navarra el trabajo de síntesis más reciente
es el de J. Armendáriz Martija (2008), quien recoge una gran cantidad de información
sobre los sistemas de forticación de los núcleos de esta área.
Durante largo tiempo, numerosas publicaciones venían sosteniendo que los disposi-
tivos defensivos del Cantábrico se desarrollaron especialmente a partir de la Romaniza-
ción con la pacicación completa del territorio, lo que no dejaba de ser un contrasentido
en el caso de construcciones defensivas. Esta situación comenzó a cambiar principal-
mente gracias a las dataciones absolutas obtenidas en distintas excavaciones arqueo-
lógicas a nales del siglo XX, que situaron el momento de fundación de muchos de los
núcleos, y de sus defensas, en el momento Final de la Edad del Bronce y Primera Edad
del Hierro. Además, en algunos casos las estructuras defensivas de los núcleos aparecen
amortizadas por defensas construidas en distintos momentos de la Segunda Edad del
Hierro, lo que deja cronológicamente bien situado su momento de origen y desarrollo
antes de época romana (VILLA VALDÉS 2002a: 173-176; 2002b: 149-154). Es en la Se-
gunda Edad del Hierro cuando las defensas de los castros van a hacerse mucho más
complejas (GONZÁLEZ RUIBAL 2007: 302). Precisamente por dicho motivo, existe una
mayor disponibilidad de información sobre los dispositivos defensivos de la Segunda
Edad del Hierro, por lo que en este trabajo nos centraremos especialmente sobre este
periodo histórico.
Figura 1. Esquemas de los dispositivos defensivos de los castros de Calambre y Teifaros (según Camino 1995b: 51, 85).
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El análisis de esta información y su comparación con otras áreas de la fachada at-
lántica y del resto de Europa permite armar que las tendencias generales en sistemas y
técnicas de forticación de los núcleos resultan enormemente similares adaptándose, en
cada caso, a las condiciones del medio y la disponibilidad de materiales (FICHTL 2005a,
2012; RALSTON 2006, 2007; PIERREVELCIN 2012).
ProPuesta de cLasIfIcacIón de Los dIsPosItIvos defensIvos
ProtoHIstórIcos deL norte PenInsuLar
El primer elemento de clasicación de los recintos forticados del Cantábrico se estable-
ce a partir del espacio físico que ocupan (su ubicación geográca y adaptación al relieve),
cuestión directamente relacionada con la estructura defensiva que desarrollarán. A este
respecto, en el Cantábrico podemos ver grandes similitudes con los modelos de clasica-
ción desarrollados por J. Forde-Johnston (1976), F. Adouze y O. Büchsenschütz (1989),
J. Dyer (1999), S. Fichtl (2005a) o I. Ralston (2006) para el ámbito del occidente y centro
de Europa. En lo que se reere al norte de la Península Ibérica, dos han sido las princi-
pales clasicaciones de los tipos de poblados forticados de la Edad del Hierro: la de A.
Llanos (1995: 294 y Fig. 1) para el ámbito del Alto Ebro y la de X. Carballo Arceo (1990:
47, Fig. 6) para el ámbito de Galicia, mientras para los núcleos en el ámbito costero el tra-
bajo de referencia es el de J. Camino Mayor (CAMINO 1995a: 148-154; 1995b: 154-155).
A partir de estos distintos modelos podemos llegar a la conclusión de que resulta im-
posible establecer modelos o grupos de tipos de núcleos forticados: la principal caracte-
rística de este tipo de poblamiento es la falta de modelo y no parece existir un mecanismo
estandarizado para la elección del emplazamiento de un núcleo ni para el desarrollo de
su estructura (LLANOS 1995: 292-294; CAMINO 1995b: 148-150, 154-161). Podemos
referirnos a tendencias en la elección de las ubicaciones que implican un gran conoci-
miento de la disposición física del relieve. La ubicación de los poblados intenta tener la
mejor proyección defensivo-estratégica posible sobre el entorno en el cual se sitúa. Se
hace evidente una enorme exibilidad y capacidad de adaptación a las condiciones de
cada entorno y cada espacio concreto (ADOUZE Y BÜCHSENSCHÜTZ 1989: 184-188;
FICHTL 2005a: 84-106). Del estudio de los espacios de emplazamiento, de los distintos
tipos de defensas y de las diferentes técnicas de construcción podemos establecer que
éstas responden a las necesidades coyunturales del espacio a forticar y los materiales
disponibles en el entorno inmediato, tanto en el área cantábrica como en otras zonas de
la Península Ibérica y en el resto del occidente y centro de Europa (ADOUZE Y BÜCH-
SENSCHÜTZ 1989: 105-130; LLANOS 1995; FICHTL 2005a: 41-84, 2012: 17-23; RALS-
TON 2006: 43-88).
La estructura de los dispositivos defensivos de los castros del Cantábrico permite
diferenciar dos tipos principales:
1) Sistemas defensivos simples: Se trata de dispositivos defensivos formados por una
línea de muralla y, en muchos casos, una línea de foso asociada. Los sistemas defensivos
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simples son, aparentemente, los de implantación más generalizada. Su diseño y trazado
viene a completar en la mayoría de los casos las defensas naturales del emplazamiento.
La delimitación, conguración y caracterización del recinto forticado se produce, en
primera instancia, a través de la identicación del espacio que encierra la línea de la
muralla (y el foso si tuviera) con sus respectivas puertas (gura 2). En este sentido la
muralla es la construcción más visible el espacio habitado, tanto defensiva como simbóli-
camente. Una gran parte de los núcleos europeos poseen un sistema simple de muralla y
foso (HAWKES 1971; FORDE-JOHNSTON 1976: 8; RALSTON 1996: 61; FICHTL 2005a:
68-71, 2005b: 67-70, 2012: 25-26).
2) Sistemas defensivos compuestos: Los sistemas defensivos compuestos poseen tam-
bién línea de muralla y foso, pero además poseen una defensa perimetral externa com-
puestas por dispositivos conocidos como multivallado. Se denomina como multivallado
al dispositivo defensivo construido al exterior de la línea de muralla y foso (línea de
defensa principal) que cumple la función de defender y delimitar el núcleo con líneas
sucesivas de parapetos de tierra y fosos de forma perimetral, concéntrica y múltiple (más
de una estructura). Los parapetos o terraplenes de tierra suelen disponerse de forma
múltiple reforzando la muralla (FORDE-JOHNSTON 1976: 8,-11; RALSTON 1996: 68,
2007: 121; HARDING 2012: 72-73). El parapeto (y el foso o trinchera asociada) es com-
plementario de la defensa principal que es la muralla y, en su caso, el foso y la berma
asociados. Se trata, por tanto, de un dispositivo que construye un sistema defensivo com-
puesto (gura 3).
Figura 2. Representación esquemática de las defensas de tipo simple (IMBEAC).
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Como hemos explicado, el multivallado es un dispositivo defensivo complejo cons-
truido en la mayoría de los casos principalmente a base de líneas sucesivas de parapetos
de tierra y de fosos. El parapeto o talud y el foso suelen ir asociados, ya que en la mayoría
de las ocasiones la tierra para construir el talud ha de ser extraída del subsuelo y el foso
obtenido refuerza de modo decisivo la defensa. El multivallado se desarrolla al exterior
de las defensas simples, habitualmente como una línea defensiva de tendencia elíptica,
perimetral y múltiple que refuerza la línea de muralla y foso.
Debemos aclarar que los dispositivos defensivos de tipo multivallado son distintos de
lo que denominamos como recintos ampliados; estos últimos implican la ampliación del
dispositivo defensivo, por crecimiento del núcleo o bien para reforzar un área vulnerable.
En este caso se construye una nueva línea defensiva (muralla y en su caso foso) que inte-
gre el espacio sobre el que el núcleo se ha ampliado en el dispositivo defensivo originario.
Igualmente ocurre cuando es necesario reforzar una zona de muralla o una puerta vul-
nerable. Este es el caso de los denominados antecastros, recintos defensivos que sirven
para separar distintas zonas intramuros (o “barrios”) y los recintos de tipo acrópolis que
se construyen en las zonas más elevadas del interior de los núcleos (CAMINO 1995b:
167-170). En todo caso, se trata de la ampliación de un sistema defensivo simple. Esto es
diferente de un dispositivo de multivallado que responde a un diseño original de defen-
sas en el que estas estructuras son parte integral del dispositivo de defensa de los núcleos
y, en muchos casos, uno de los elementos más particulares de los mismos.
Las defensas sImPLes
Pasando ya a analizar las denominadas defensas simples, el siguiente criterio de clasi-
cación es la distinción entre línea de muralla, puertas, foso y chevaux de frise:
1) Murallas: Las murallas en el ámbito del Cantábrico se construyen principalmente de
piedra, siendo difícil encontrar ejemplos de construcciones de tierra o en la que la tierra
Figura 3. Representación esquemática de las defensas de tipo compuesto (IMBEAC).
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y la madera tengan un papel fundamental; esta característica marca una diferencia con
respecto a buena parte de las forticaciones de la Europa Central, donde el uso de la tie-
rra y la madera se encuentra ampliamente difundido, siendo el recurso más generalizado
(FICHTL 2010; RALSTON 2006). Las murallas del Cantábrico presentan unos grosores
que pueden variar enormemente desde 2 m hasta los 7-8 m, situándose la media entre
los 2,5-4 m de ancho. Los materiales empleados en la construcción de las estructuras
defensivas suele extraerse de la base rocosa del lugar del emplazamiento o bien de sus
inmediaciones (Llanos 1995: 296-297). Los materiales más empleados generalmente son
las rocas de tipo laminar de caliza y de tipo calco-arenisca, y también cuarcitas, granito y
pizarras (GONZÁLEZ RUIBAL 2007: 305-309).
El sistema de construcción más habitual de las murallas es el de doble paramento
(externo e interno) con un relleno compactado de tierra y/o piedras. Los paramentos se
levantan habitualmente mediante mampostería sin trabajar o parcialmente trabajada,
pero con una selección del material por su tamaño y forma con el objetivo de ser dis-
puesto en hiladas los más regulares posibles y buscando siempre un acabado compacto
(careado) al exterior. Otra variante es la de murallas construidas por una serie ininte-
rrumpida de cubículos o cajones de piedra rellenos de cascotes, tierra y grijo (CAMINO
Mayor 1997: 73-75; LLANOS 2005: 27-28). Todas estas variantes suelen ser muy esta-
bles y resistentes, permitiendo la evacuación del agua a través de múltiples espacios pe-
queños. También hay murallas de piedra de tipo macizo, construidas por la disposición
de bloques o mampostería de tipo mediano y grande formando una masa constructiva
con dos caras vistas más o menos regulares.
En algunos casos las murallas desarrollan tanto un papel defensivo como de estruc-
turas para la contención del terreno de ladera y de aterrazamientos, creando plataformas
de habitación. Estos espacios se rellenaban de materiales de tierra, piedras y escombro
(backlling). Es probable que, en algunos casos, pudieran tener una estructura interior
de madera para facilitar el anclaje y la sujeción de todo el conjunto. Del mismo modo,
debemos tener en cuenta que en muchos casos la muralla aparece reforzada por una serie
de aterrazamientos realizados en las laderas que las verticalizaban con una serie de plata-
formas sucesivas a la vez que actuaban como muros de contención del terreno. En algunos
casos, entre los distintos puntos de una ladera así aterrazada puede existir un desnivel de
hasta 35 m. Los muros de estos aterrazamientos se ejecutan con las mismas técnicas que
las murallas. Esto transformaba las laderas en zonas impracticables tanto para realizar
ataques como para aproximar máquinas de asedio (LLANOS 1995: 296; PEÑALVER Y
SAN JOSÉ 2003: 30-31, 76). Contamos con diferentes ejemplos de este tipo de defensas
en el oriente y centro de la zona cantábrica, como en Intxur (Albiztur-Tolosa, Gipuzkoa)
o en Llagú (Latores, Oviedo) (BERROCAL-RANGEL ET AL. 2002: 31; PARCERO 2002:
188-190, 200-201, 2005: 15-20, 22-24; PeñaLVER Y SAN JOSÉ 2003: 22-23).
Este tipo de dispositivos resultan similares en diseño al multivallado, pero debemos
realizar una distinción clara entre su uso como sistema defensivo y como sistema de
acondicionamiento del espacio. Es frecuente que los emplazamientos elegidos presenten
fuertes pendientes, de ahí que se acondicione el espacio interior (el espacio que encierra
el sistema defensivo) mediante múltiples aterrazamientos del terreno que permitan su
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habitabilidad. La técnica empleada en estos casos puede ser igual o similar a la del mul-
tivallado pero en un tipo de desarrollo en piedra (terraplén murado) y completamente
vertical. Ahora bien, presenta una diferencia clara con relación al multivallado y es que,
al estar al interior del recinto, no actúa como complemento de la defensa y que la prime-
ra línea, habitualmente, sigue siendo sencilla. El multivallado, en cambio, se caracteriza
por su disposición al exterior de la línea de defensa y actúa como complemento de ella,
lo que no es obstáculo para que pueda cumplir otras funciones como zona de habitación
o de uso extramuros, necrópolis, etc. Son abundantes los ejemplos del uso de aterraza-
mientos múltiples para acondicionamientos del terreno destinados a su habitación, y
así los tenemos en el Castillo de Henayo (Alegía-Dulantzi, Álava), el Castillo de Portilla
(Portilla, Álava), el Castro Berbeia (Barrio, Álava), en Carasta (Caicedo Sopeña; Álava) o
en Altikogaña (Eraul, Navarra) (LLANOS 1995: 300, 302, 2002: 26, 32-34, 40-43, y Figs.
11, 17, 30, 37; ARMENDÁRIZ 2008: Ficha Nº 189).
Como ya se ha apuntado, apenas existen ejemplos documentados de murallas de “te-
rraplenes de tierra” (dump ramparts) o de murallas con soporte o estructura de madera,
o que combinen madera y piedra y otros tipos similares en los que la muralla se constru-
ye con tierra, piedra y madera, de los tipos conocidos en otras partes de Europa (Kas-
tenbau, Ehrang, Altkönig-Preist, Kelheim, etc.) ni del tipo conocido como murus galli-
cus (FORDE-JOHNSTON 1976: 4-15; AUDOUZE Y BÜCHSENSCHÜTZ 1989: 110-121;
CUNLIFFE 1991: 313-329; RALSTON 1996: 64-66, 2006: 46-60, 2007: 46-58; DYER
1999: 14-24; FICHTL 2005a: 40-47, 2005b, 2007, 2012: 32-38; HARDING 2012: 58-75).
En cambio sí existen algunas evidencias de este tipo de “murallas de madera”, formadas
por empalizadas y estructuras de varas entretejidas en algunos niveles antiguos de po-
blados, pertenecientes al Final de la Edad del Bronce e inicios de la Primera Edad del
Hierro. También se han encontrado algunas evidencias de murallas construidas con es-
tructuras de madera y piedra formando cajones rellenos de tierra y grijo (LLANOS 1995:
296, 2005a: 27-28; VILLA VALDÉS 2000: 393, 2002a: 155-156; ALMAGRO-GORBEA
2002: 54-57; BERROCAL-RANGEL 2004: 35-38).
Tampoco hay evidencias de los denominados remparts massifs (conocidos también
como rempart type Fécamp o extra high dump) que se construyen a base de un parapeto
de tierra de un enorme tamaño acompañado de un foso también de proporciones simi-
lares (AVERY 1993: 54; FICHTL 2005a: 47; RALSTON 2007: 121-122; KRAUSZ 2007:
140-147, 2011: 196-199). No obstante es importante explicar que es posible (e incluso
también probable) que el avance de la investigación pueda aportar novedades, ya que
son muchos los núcleos aún sin investigar y excavar adecuadamente.
Sea como fuere, existen ejemplos de soluciones constructivas similares a algunos ti-
pos de defensas de remparts massifs, aunque ejecutadas en piedra, material más abun-
dante en esta área. Un ejemplo serían las defensas de El Castro de Castillo (Perellezo,
Cantabria), un promontorio situado en una península acantilada defendido por una mu-
ralla que presenta un derrumbe de unos 10 m de altura conservados. Cerca de la zona
de la puerta un engrosamiento de la muralla forma un bastión o torre defensiva. Posee
un foso de unos 6 m de altura con un contrafoso de unos 5 m de anchura. El dispositivo
defensivo se complementa con un multivallado con taludes de más de 50 m de longitud
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en algunos casos. Esta línea defensiva cierra por completo el istmo que une la península
con la línea de costa a lo largo de unos 73 m (CAMINO MAYOR 1995b: 155-161; FER-
NÁNDEZ ET AL. 2003: 166-167).
2) Puertas, Torres y Bastiones: Las puertas y las torres y bastiones son otro elemento
defensivo importante. La variabilidad en todos los casos es enorme: si bien es cierto que
existe una amplia tendencia a adaptar las obras defensivas al relieve y el espacio dispo-
nible, también se encuentran ejemplos como el de Castro Landín donde se documenta la
creación de una nueva realidad de un paisaje antropizado alterando el perl natural de
los lugares donde se asientan (PARCERO OUBIÑA 2013).
Las entradas a los recintos desarrollan todo tipo de estructuras que limitan el acce-
so al interior. Además, muchos de los núcleos de mayor tamaño tenían varias entradas
situadas en diferentes puntos del perímetro, lo que exige al atacante que desarrolle un
cerco completo del perímetro, y también permite a los defensores efectuar salidas para
la realización de contraataques. Se construyen accesos en la línea de muralla con entra-
das desenladas, en esviaje, en algunos casos con estrechamientos que administran el
número de personas que pueden acceder al interior e incluso con accesos parcialmente
excavados (MAYA GONZÁLEZ Y CUESTA TORIBIO 2001: 35-55; LLANOS 2005: 28;
FERNÁNDEZ ET AL. 2003: 166; GONZÁLEZ RUIBAL 2007: 303-304; SAN JOSÉ ET
AL. 2015: 25-26, g. 11).
Otra variante, presente en muchos castros asturianos, es la de situar la puerta al lado
de un acantilado que cae al mar o al fondo de un barranco, estableciendo un solo paso es-
trecho entre el muro y el cortado, que impide forzar la entrada al interior. Además existen
variantes de entradas con estrechamientos, encajes y entradas a través de desnivel (CA-
MINO MAYOR 1995b: 65-69, 80-83, 139-141, 171-174). Las puertas excavadas, que en
otras áreas del centro y occidente de Europa se consideran piezas clave de las defensas de
los núcleos forticados y han sido insistentemente investigadas (AVERY 1986: 219-228;
AUDOUZE Y BÜSENSCHÜTZ 1989: 121-122; DYER 1999: 25-32; CUNLIFFE 2003: 51-
54; FICHTL 2005: 64-74, 2012: 38-40; RALSTON 2006: 66-76, 81-85; FERNÁNDEZ-
GÖTZ 2013a), en el norte de la Península Ibérica apenas han recibido atención.
Para aumentar la ecacia de la muralla se construyen torres y bastiones. Las torres
y los bastiones se desarrollan en muchos casos a partir de engrosamientos en la línea
de muralla. Un ejemplo de esto lo encontramos en el castro de Marueleza (Nabarniz,
Bizkaia) donde en algunos puntos la muralla se ensancha hasta casi los 9,5 m de ancho
(VALDÉS 2009: 78-81; CEPEDA ET AL. 2012; 2013). Estos dispositivos se construyen
para reforzar zonas débiles de la muralla, tramos de línea de muralla demasiado prolon-
gados, espacios desenlados y esquinas, así como en las entradas asociados a las puertas
como en el caso de Munoaundi (Azkoitia-Azpeitia, Gipuzkoa) (SAN JOSÉ ET AL. 2015).
El desarrollo de construcciones defensivas asociadas a la puerta aumenta también la ca-
pacidad defensiva de ese tramo de la muralla. Uno de los mejores ejemplos es el del cas-
tro de Cantabria (Logroño, La Rioja) con una muralla de mampostería en seco con once
torreones adosados a la muralla a lo largo de todo su perímetro que se sitúan en tramos
entre los 25 y los 29 m (LLANOS 1995: 314).
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66 J. F. Torres-Martínez; M. Fernández-Götz; A. Martínez; G. Cabanillas de la Torre; D. Vacas Madrid; E. Martín Hernández
Tanto las líneas de muralla, como los torreones y los bastiones estarían rematados
por estructuras de madera o de barro y madera. Tenemos ejemplos relativamente abun-
dantes en algunos núcleos de gran tamaño, como es el caso de la Campa Torres (Gijón,
Asturias) o Llagú (Latores, Oviedo, Asturias), donde se construyen bastiones que, en
algunos casos, poseen estructuras para una guarnición estable de vigilantes (que se de-
nominan espacios para “cuerpos de guardia”). Bastiones similares se documentan tam-
bién en otros núcleos más pequeños como Santa Tegra (La Guardia, Pontevedra), Coaña
(Coaña, Asturias), San Chuis (Allande, Asturias), El Castro de Castillo (Perellezo, Can-
tabria) y La Hoya (Laguardia, Álava), (GARCÍA Y BELLIDO 1985: 284-285; JORDÁ ET
AL. 1989: 41; LLANOS 1995: 313; MAYA GONZÁLEZ Y CUESTA TORIBIO 2001: 40-42,
48-49; BERROCAL-RANGEL ET AL. 2002: 102-103 y Fig. 35; VILLA VALDÉS 2002a:
182; BERROCAL-RANGEL 2004: 51-52, 76-79; LLANOS 2005: 28; FERNÁNDEZ ET
AL. 2003: 166; GONZÁLEZ RUIBAL 2007: 306) (gura 4).
Pese a los esfuerzos realizados en las últimas décadas, es evidente que en el norte de
la Península Ibérica estos elementos han sido muy poco investigados, lo que contrasta
con el conocimiento arqueológico que de este tipo de estructuras se tiene en otras zonas
del occidente y centro de Europa (FICHTL 2005a: 74-79, 2012: 41-42; RALSTON 2006:
76-81).
3) Fosos: En lo que se reere a los fosos, estos suelen seguir una trayectoria paralela
a la línea de muralla en aquellos espacios en los que el acceso puede ser más fácil, no
existiendo en zonas acantiladas. En muchos casos la excavación del foso permite acceder
a una cantera donde se extrae la tierra y la roca que se emplea en la construcción de la
muralla. Pueden llegar a tener una anchura y profundidad considerable y, como ocurre
con otros dispositivos y estructuras defensivas, también pueden ser ampliados sucesiva-
mente aumentando su profundidad y su anchura. Asimismo es relativamente frecuente
Figura 4. Castros Marítimos Asturianos y número de líneas defensivas (Camino 1995b: 159).
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Las fortificaciones protohistóricas del área cantábrica: aspectos defensivos, sociales y simbólicos 67
en algunas áreas del Cantábrico que se excaven una sucesión de fosos en forma de anillos
concéntricos, asociados a líneas de parapetos de tierra o no (VILLA VALDÉS 2000: 389,
391-392).
El efecto disuasorio de los fosos debe valorarse siempre a partir de la relación entre
su profundidad y el alzado que tendría la muralla asociada, con el desnivel que gene-
ran en el contexto del relieve en el que ambas defensas se sitúan. Algunos ejemplos son
elocuentes: en el occidente cantábrico el foso de Campa Torres (Gijón, Asturias) llega
hasta los 10,50 m de profundidad y está seguido de un contrafoso (MAYA GONZÁLEZ
Y CUESTA TORIBIO 2001: 37), mientras que el castro de Llagú (Latores, Oviedo) tie-
ne una línea de fosos doble (SÁNCHEZ-PALENCIA Y FERNÁNDEZ-POSSE 1985: 84;
FERNÁNDEZ-POSSE Y SÁNCHEZ-PALENCIA 1988: 55; BERROCAL-RANGEL ET AL.
2002: 108, Fig 34 y Lam 16). El castro de San Chuis (Allande, Asturias) tiene seis fosos
(JORDÁ CERDÁ ET AL. 1989; JORDÁ CERDÁ 1990; CAMINO MAYOR 1995b: 165) ya
dentro de un tipo de dispositivo compuesto. En el área oriental del Cantábrico los fosos
no son frecuentes, pero aun así contamos con ejemplos como el del castro de Intxur
(Tolosa/Albistur, Gipuzkoa) con una profundidad de hasta 4 m y un desarrollo de 650
m (Peñalver y San José 2003: 31, 76). El castro de Las Coronas (Lerín, Navarra) tiene un
foso de 20 m de ancho que generaría un desnivel entre foso y muralla de unos 16 m y en
el castro de Cruña (Inestrillas, Aguilar del Río Alhama, La Rioja) el foso tiene un ancho
de más de 7 m y una profundidad de 8 m (LLANOS 1995: 296-298).
Como podemos comprobar, los fosos están presentes como estructura defensiva tan-
to en los grandes oppida como en castros de menor tamaño e incluso en núcleos muy
pequeños de tipo aldea o granja. A través de su estudio se observa cómo la importancia
y magnitud de los fosos y el tamaño de los núcleos no suelen guardar siempre propor-
ción, además de la enorme inversión de esfuerzo que supusieron: el núcleo forticado
de “El Castro” de Chano (Peranzanares, León) posee 3 fosos y uno de ellos tiene 10 m de
profundidad, pese a tratarse de un núcleo de tamaño reducido (CELÍS SÁNCHEZ 2002:
190). En muchos casos se excavan en roca viva, y en algunos casos se ha documentado el
desarrollo de un tipo de obra similar a la ruina montium para excavar fosos. Esta técnica,
que se asocia con el desarrollo de la minería en época romana, está sin embargo docu-
mentada en zonas relativamente alejadas de las áreas de explotación minera (CAMINO
MAYOR 1995b: 165; FANJUL 2005: 80).
4) Chevaux de frise: Directamente vinculados a líneas de muralla y a los fosos están
en algunas ocasiones los denominados como chevaux de frise, conocidos como pedras
ncadas en la arqueología galaico-portuguesa. Se trata de un campo de cipos de piedra
hincados en proximidad unos de otros que impedían el desarrollo normal de un ataque
con caballería, infantería, carros y máquinas de asalto (ALONSO 2003; QUESADA SANZ
2003; REDENTOR 2003; BERROCAL-RANGEL 2004: 39-40, 72-75).
Aunque este tipo de estructura defensiva no resulta especialmente frecuente en el
área cantábrica, sí se documenta en varios castros de la zona asturiana como Pico da
Mina (Bousoño, San Martín de Oscos, Asturias) y San Isidro (Bousoño, San Martín de
Oscos, Asturias) del siglo I d. C. En este último castro, el dispositivo de “caballos de
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68 J. F. Torres-Martínez; M. Fernández-Götz; A. Martínez; G. Cabanillas de la Torre; D. Vacas Madrid; E. Martín Hernández
frisia” completa un amplio perímetro defensivo que también posee un dispositivo de
multivallado con cuatro fosos sucesivos (CARROCERA FERNÁNDEZ 1990; VILLA VAL-
DÉS 2002a: 182; FANJUL 2005: 74). Debemos valorar la posibilidad de que en otros
castros se emplearan habitualmente sistemas similares a los chevaux de frise, con de-
fensas compuestas por troncos o arbolillos alados dispuestos en determinadas áreas
para entorpecer la aproximación al perímetro defensivo. Este tipo de aparato defensivo
resulta mucho más frecuente en la cabecera del Duero y el noroeste de la submeseta
norte (ESPARZA ARROYO 1986: 358-362, 2003; RUIZ-ZAPATERO 2003; ROMERO
CARNICERO 2003; GONZÁLEZ RUIBAL 2007: 307). También existen ejemplos docu-
mentados en el suroeste peninsular, en la denominada Beturia Céltica, y en el noroeste
de Portugal, en la región de Trás-os-Montes (BERROCAL-RANGEL 2003; REDENTOR
2003). Estos sistemas defensivos eran conocidos también en otras partes de Europa y se
conserva un buen ejemplo en el fuerte de Dún Aengus (Inishmore, Irlanda) (COTTER
2003; RALSTON 2006: 85-88) (gura 5).
Las defensas compuestas
En cuanto a los sistemas defensivos compuestos, en el área del Cantábrico (como en
otras partes de Europa) existen zonas en las que son empleados y otras en las que tan
solo tenemos sistemas defensivos simples. Como ya hemos avanzado, las defensas com-
Figura 5. Castros de la Edad del Hierro con defensas de chevaux de frise en la Península Ibérica (según Berrocal 2004: 43).
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Las fortificaciones protohistóricas del área cantábrica: aspectos defensivos, sociales y simbólicos 69
puestas se basan principalmente en el desarrollo de sistemas de multivallado (terraple-
nes o parapetos de tierra y/o fosos en líneas perimetrales sucesivas) que refuerzan la
línea de muralla y foso.
Debemos llamar la atención sobre el hecho de que, en la mayor parte de los disposi-
tivos de multivallado conocidos, las zonas de aproximación a los accesos de los núcleos
se suelen construir de un modo mucho más cuidado. En los accesos se construyen corre-
dores de trayectorias sinuosas con sucesiones de obstáculos y, en algunas ocasiones, con
falsos pasillos y corredores sin salida (FORDE-JOHNSTON 1976: 217-248; CUNLIFFE
2005: 365-374, Fig. 15.13).
Los trabajos más importantes sobre los elementos defensivos de los núcleos de la
Edad del Hierro se han centrado en las defensas de los oppida y los enceinte fortiée de
mayor tamaño (FORDE-JOHNSTON 1976; RALSTON 2007; FICHTL 2005a; HARDING
2012). En estos estudios el protagonismo lo reciben las murallas y los fosos, las puertas
y los bastiones o torres, quedando los dispositivos de multivallado como elementos me-
ramente secundarios a los que apenas se menciona en la mayor parte de las ocasiones.
Los dispositivos de multivallado han sido estudiados con más atención en los terri-
torios donde son más característicos, como es el caso de Bretaña y Normandía en la
fachada atlántica europea o el sudoeste de Inglaterra así como en algunas áreas de Esco-
cia (WHEELER Y RICHARDSON 1957; FORDE-JOHNSTON 1976; BÜCHSENSCHÜTZ
1984: 122-123; AVERY 1993; RALSTON 2007; CUNLIFFE 2005: 237-323, 357-358,371-
406; JAHIER ET AL. 2010). Destaca especialmente el trabajo de J. Forde-Johnston
(1976) donde este tipo de construcciones defensivas son estudiadas como parte integral
de la estructura defensiva de los hillforts (castros), algo que no es de extrañar dado que
en el Reino Unido es donde están documentados algunos de los ejemplos más signica-
tivos de este tipo de dispositivos defensivos destacando, entre otros, el emblemático ya-
cimiento de Maiden Castle (Dorset, United Kingdom) (SHARPLES 1991a, 1991b; RALS-
TON 1996: 68, 2006: 181, 2007: 113, 115 Fig. 1; CUNLIFFE 2005: 357, 358 Fig. 15.6, 371
Fig. 15.13, 379 Fig. 15.20; HARDING 2012: 39-43). Para el norte de la Península Ibérica
el mejor trabajo disponible a este respecto es el de J. Camino Mayor (1995b) para el área
costera de Asturias. No obstante, hay que tener en cuenta que, en otras áreas, muchas de
estas obras de tierra han sido insucientemente documentadas o bien han sufrido un de-
terioro que hace difícil su documentación. Por tanto, debemos considerar la posibilidad
de que estén presentes en muchos otros territorios en los que aún no se han documenta-
do adecuadamente (LARQUÉ 1997: 71, 72; GARDES 2009: 50-51, 56).
El origen este tipo de defensas es muy antiguo, ya que estructuras delimitadas con
fosos y/o terraplenes se construyeron, por diversos motivos, ya desde el Neolítico y la
Edad del Bronce. Como elemento defensivo asociado a núcleos forticados se identica
a partir del tránsito del Final de la Edad del Bronce y en la Primera Edad del Hierro en el
centro y occidente de Europa (RALSTON 1996: 60, 63-64; 2006: 28, KRAUSZ 2011: 198;
HARDING 2012: 151-158). Las dataciones absolutas obtenidas en las excavaciones ar-
queológicas de las defensas de diferentes núcleos del norte de la Península Ibérica sitúan
el momento de fundación de sus defensas en el Final de la Edad del Bronce y Primera
Edad del Hierro. Es muy posible que algunas de estas estructuras de tierra estuvieran ya
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70 J. F. Torres-Martínez; M. Fernández-Götz; A. Martínez; G. Cabanillas de la Torre; D. Vacas Madrid; E. Martín Hernández
en uso en ese momento, pero no hay ninguna evidencia categórica de esto que sepamos
hasta el momento. No obstante, todos los indicios apuntan a que es en la Segunda Edad
del Hierro cuando las defensas con multivallado van a generalizarse (VILLA VALDÉS
2002a: 173-176; 2002b: 149-154; GONZÁLEZ RUIBAL 2007: 302).
Podemos reconocer varios tipos de dispositivos de multivallado según su estructura
y disposición, lo que permite establecer una clasicación: 1) multivallado horizontal, que
se desarrolla en una llanura de relieve suave o sin relieve; 2) multivallado vertical, que
se desarrolla en una ladera de relieve más o menos abrupto; 3) multivallado sin fosos;
y 4) dispositivos de múltiples fosos con y sin parapetos asociados. Estas líneas defensi-
vas sucesivas, adaptadas a las posibilidades del terreno, pueden estar más concentradas
o dispersas, lo que Forde-Johnston (1976: 10 y gura 7) denomina como multivallado
compacto, separado y disperso, hasta cubrir grandes extensiones de terreno alrededor
de los núcleos (gura 6).
Figura 6. Clasificación de dispositivos
defensivos compuestos de tipo multiva-
llado (IMBEAC).
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Las fortificaciones protohistóricas del área cantábrica: aspectos defensivos, sociales y simbólicos 71
tIPos de dIsPosItIvos defensIvos y tendencIas generaLes Por
zonas geográfIcas
A partir de todo lo anteriormente expuesto puede verse la enorme variedad de sistemas
defensivos documentados en el Cantábrico. Dentro de las tendencias generales (no pode-
mos hablar de “leyes rígidas”) existen pequeñas diferencias entre los distintos territorios
que podríamos utilizar para establecer “grupos regionales” basándonos en una mayor
frecuencia en la elección de determinadas soluciones defensivas.
Para el Cantábrico centro-oriental (Cantabria y País Vasco) el modelo más frecuente
es la forticación emplazada en un alto diferenciado en el entorno, con defensas natura-
les que se complementan habitualmente con una única muralla de piedra, con trazado
lineal, que cierra el perímetro. Cuenta habitualmente con uno o dos puntos de acceso
(forticados o no) que se disponen en un extremo de la defensa en coordinación con los
accidentes naturales del terreno y con un control de la vía de acceso a los mismos, de
tal forma que se busca sistemáticamente un esviaje en ese acceso. La muralla se diseña
como una cortina lineal adaptada al terreno y aunque puede completar el perímetro,
habitualmente se economiza su ejecución diseñándola de tal forma que completa las de-
fensas naturales. Se documenta la presencia de fosos pero estos no son frecuentes. El
sistema defensivo suele contar habitualmente con una única línea de defensa aunque
podríamos encontrar dos (y excepcionalmente alguna más), pero siempre conformando
diferentes recintos dentro del mismo núcleo. No es frecuente encontrar dispositivos de-
fensivos compuestos, aunque existen algunos ejemplos. Es frecuente que la defensa se
refuerce, especialmente en las puertas, pero no suelen documentarse torres y bastiones
en tramos intermedios de la muralla y tampoco quiebros o ángulos salientes articiales.
Más hacia el oeste, en Asturias y Galicia, con unas tendencias generales muy simi-
lares a las explicadas anteriormente, se observa además la presencia más frecuente de
forticaciones de tipo compuesto que incluyen frecuentemente varias líneas de defensa
de terraplenes y/o fosos (multivallado).
Esto mismo se detecta en algunas áreas del sur de la Cordillera Cantábrica, en la
frontera con los territorios de la meseta. Aunque también aquí predominan los sistemas
defensivos de tipo simple, existe una presencia más frecuente de sistemas defensivos
de tipo compuesto que incluyen frecuentemente multivallado y que se desarrolla en los
oppida de nales de la Edad del Hierro (gura 7).
un ejemPLo de defensas comPLejas múLtIPLes:
eL caso de monte bernorIo
Uno de los mejores ejemplos de dispositivo defensivo de gran complejidad es el del oppi-
dum de Monte Bernorio en su fase nal, las últimas décadas del siglo I a. C., en los mo-
mentos inmediatamente anteriores a su conquista por parte de Roma. Posee un amplio
dispositivo de defensas compuestas que se extienden cubriendo un amplio espacio en
torno al núcleo.
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72 J. F. Torres-Martínez; M. Fernández-Götz; A. Martínez; G. Cabanillas de la Torre; D. Vacas Madrid; E. Martín Hernández
Monte Bernorio (Villarén, Pomar de Valdivia, Palencia), se encuentra situado en un
área central de la Cordillera Cantábrica, en su vertiente sur, en la zona de transición entre
la Meseta y la montaña. El oppidum se extiende por la parte superior y las laderas de una
enorme muela caliza destacada en el entorno. Debido a ello cuenta con un extenso cam-
po visual por lo que también este lugar es a su vez un referente en el territorio. Bernorio
controla un importante nudo de comunicaciones puesto que se encuentra junto a una
de las principales salidas naturales de la Meseta hacia el mar y posee un fácil acceso a la
cabecera del Ebro así como a todo el corredor que discurre por el piedemonte cantábrico.
Este hecho, junto a su potencia económica como gran núcleo de población y cabeza de un
extenso territorio, fue lo que propició que Monte Bernorio jugara un papel decisivo en las
denominadas Guerras Cántabras (s. 27-19 a.C.), como núcleo fuerte en la estrategia de la
guerra. El ejército romano atacó este centro que nalmente fue asaltado y destruido. El
ataque partió de un gran campamento (castra aestivia) situado frente al Bernorio, en la
meseta de Castillejo (TORRES-MARTÍNEZ ET AL. 2011: 130-135; TORRES-MARTÍNEZ
ET AL. 2012: 529-533; TORRES-MARTÍNEZ ET AL. 2013: 60-69).
Su línea de defensa de tipo simple se compone de muralla y foso construidos apro-
vechando una pared acantilada. La línea de muralla se desarrolla en unos 1.700 m a lo
largo de todo el perímetro superior del núcleo y encierra un espacio urbano de unas 28
ha. Esta muralla posee un espesor medio de entre 3 y 4 m y está construida íntegramen-
te con piedra caliza de la misma montaña, usando la técnica del doble paramento, con
mampostería seleccionada dispuesta en hiladas regulares, y con un relleno compactado
de piedras irregulares y tierra. Como cimentación que asentara la muralla se buscaron
bandas horizontales de roca dura de los niveles geológicos. Esta muralla cumple una
doble función, como línea de defensa y como muro de contención que permitió construir
una terraza articial formada en gran parte por un relleno (backlling) de tierra apiso-
nada, piedras y todo tipo de materiales de deshecho sobre el que se desarrolla el poblado
(TORRES-MARTÍNEZ Y SERNA 2010: 74-79; TORRES-MARTÍNEZ, MARTÍNEZ Y DE
LUIS 2012: 150-151; TORRES-MARTÍNEZ, MARTÍNEZ Y SERNA 2013: 20-22).
Figura 7. Mapa del cantábrico con las distintas tendencias en los dispositivos defensivos (IMBEAC).
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Las fortificaciones protohistóricas del área cantábrica: aspectos defensivos, sociales y simbólicos 73
La muralla contaba con tres puertas localizadas hasta el momento, una situada al
norte, otra al noroeste y una tercera al sur. En todas las puertas se observan unas pautas
constructivas similares que incluyen la presencia de forticaciones de refuerzo, con una
sólida cimentación en la roca madre, y un control del acceso buscando un esviaje en el
acceso. Estas forticaciones aún son visibles en supercie en las puertas norte y noroes-
te. La puerta sur es posible que también estuviera forticada con una estructura de tipo
torreón (TORRES-MARTÍNEZ Y SERNA 2010: 75; TORRES-MARTÍNEZ ET AL. 2013:
22-33).
La muralla cuenta con un foso que discurre paralelo a la misma. Presenta un perl
triangular, con una anchura en boca de unos 4 m y una profundidad de 2 m. Toda la
supercie estaba recubierta de una capa de tierra arcillosa que la regularizaba contri-
buyendo a su mantenimiento. El borde exterior se encuentra reforzado por una línea de
piedras incrustadas que además es posible que sirviera como soporte para situar estaca-
das defensivas de tipo cervi (TORRES-MARTÍNEZ ET AL. 2013: 23-25).
Para reforzar esta forticación se construyó un amplio dispositivo defensivo exterior
a base de multivallado. Este ha sido identicado y parcialmente reconstruido a base de
prospecciones visuales sobre el terreno, fotografía aérea a alta y baja cota e imágenes LI-
DAR. Aunque los resultados deben ser considerados como provisionales, el multivallado
establece un área defensiva en torno al oppidum de unas 90 ha, unas proporciones hasta
ahora no identicadas en otros núcleos similares de la misma área (gura 8). El conjun-
to de estructuras, adaptado a la morfología del terreno, se dispone claramente como un
complemento a la línea de muralla y el foso que rodea el núcleo (TORRES-MARTÍNEZ,
MARTÍNEZ Y SERNA 2013: 28-29).
Los aterrazamientos que constituyen el multivallado presentan un buen estado de
conservación general. Suelen presentar frecuentemente en los rebordes de las terrazas
un pequeño engrosamiento de perl redondeado. Estos aterrazamientos presentan una
disposición claramente coordinada en un esquema básico en forma de escamas de pez.
Este dispositivo combina a su vez un multivallado vertical, es decir, que se emplazan en
las laderas es un esquema vertical, junto a un multivallado horizontal, que se desarrolla
en la plataforma de llanura a los pies de la montaña.
A partir de los datos disponibles, todo indica que la gran mayoría de las terrazas con-
servadas hoy día son articiales y se integran en este dispositivo de multivallado. Es posi-
ble que algunas fueran construidas ex novo, pero también es posible que se modicaran
algunas terrazas naturales para poder integrarlas en el esquema defensivo.
Aunque no se conservan a la vista, ya que una gran parte de las defensas fueron des-
truidas por los romanos y otras por las actividades agrícolas de periodos posteriores,
tenemos indicios sólidos que apuntan a que el dispositivo de terraplenes estaba comple-
tado por líneas de fosos. En este sentido apuntan los indicios observados en supercie y
los trabajos de fotografía aérea a baja cota realizados recientemente por F. Dididjerdan.
La estructura interna de los terraplenes la conocemos a partir de un sondeo realizado
en el más próximo a la línea de foso en la zona sur del sistema defensivo. Presenta una es-
tructura con una cimentación de piedras de tamaño mediano, grava y tierra apisonados
que sirvió como base de contención de la obra, a modo de presa, y que se sitúa en el lado
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74 J. F. Torres-Martínez; M. Fernández-Götz; A. Martínez; G. Cabanillas de la Torre; D. Vacas Madrid; E. Martín Hernández
externo de la ladera. Sobre esta plataforma, que soporta el peso de la obra, se amontonó
una gran cantidad de tierra. El límite del parapeto hacia el interior parece estar delimita-
do, como en el caso del foso, por una línea de piedras incrustadas en el suelo de arcillas
amarillas y beige de la base geológica de la montaña.
La enorme complejidad de la obra defensiva ejecutada en el multivallado cumplía a
su vez diferentes funciones, entre las que se encontraba una tan importante como garan-
tizar el acceso a las fuentes de agua, de tal forma que la obra engloba en su interior casi
todas las fuentes y puntos de aguada disponibles en el entorno inmediato del oppidum.
Pero en primera instancia, todo este sistema cumple una función defensiva en coor-
dinación con la muralla y el foso. La disposición de los aterramientos impide un acceso
directo a las puertas de la defensa pues la disposición de las terrazas obliga a transitar
Figura 8. Dispositivo defensivo del oppidum de Monte Bernorio (IMBEAC).
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Las fortificaciones protohistóricas del área cantábrica: aspectos defensivos, sociales y simbólicos 75
por itinerarios tortuosos. Esto hace prácticamente imposible un ataque frontal tanto con
grandes concentraciones de infantería y caballería e impide a su vez la aproximación
a las defensas de máquinas de guerra como torres y máquinas de asalto. Pero además
mantenía fuera del alcance de la artillería pesada romana las murallas y el interior del
núcleo, lo que en el caso del Bernorio aparentemente funcionó (TORRES-MARTÍNEZ
ET AL. 2012: 531-533, 537; TORRES-MARTÍNEZ ET AL. 2013: 63-69, 73-75). Esto mis-
mo ha sido propuesto para el caso de los dispositivos defensivos de los grandes hillforts
del sur del Reino Unido y norte de Francia (RALSTON 2006: 124; HARDING 2012: 39-
43, 47-48).
Atendiendo a la envergadura de las obras ejecutadas en este sistema de multivallado,
tanto por su complejidad técnica, de planicación y coordinación de la obra, volumen de
tierra movido, etc., y tomando como referencia los cálculos realizados para trabajos si-
milares (CAMINO MAYOR 1995b: 161-164; RALSTON 1996: 59, 68, 76; 2007: 126-128;
KRAUSZ 2008: 222-223; 2011: 197-199), todo indica que para la ejecución de la obra fue
necesaria la movilización de enormes recursos y la participación de toda la población del
territorio del entorno del oppidum, dentro de los mecanismos de solidaridad propios de
la entidad político-étnica de la que formaba parte el Bernorio.
Atendiendo a la envergadura de las obras ejecutadas y a la complejidad de su dise-
ño, el dispositivo de multivallado documentado en Monte Bernorio es el más grande y
complejo conocido hasta el momento en el área cantábrica. Pero la complejidad de este
diseño va más allá de lo defensivo, puesto que incluye en su interior fuentes y caminos, y
además se rentabiliza el uso del espacio destinando algunas de las terrazas a usos como
el de necrópolis. Monte Bernorio no es un caso aislado y así conocemos otros no muy
distantes como el caso del Cerro Castarreño (Olmillos de Sasamón, Burgos), la Segisa-
ma indígena, donde también podemos observar un complejo dispositivo aplicado a un
oppidum (SACRISTÁN DE LAMA 2007). En estos casos, además de su función eminen-
temente práctica, la complejidad de su diseño, de su trazado y su gran extensión dotan a
estas defensas de un enorme contenido simbólico que proyecta el poder de la comunidad
sobre un enorme espacio en torno al oppidum.
ProyeccIón económIca, socIaL y sImbóLIca de
Las obras de fortIfIcacIón
Una lectura económica y social a partir del estudio de estas estructuras defensivas permi-
te comprender la importante inversión de esfuerzo colectivo que suponen y la capacidad
de estas sociedades para realizar este tipo de construcciones con trabajo colectivo, de
tipo “obra pública” (LLANOS 1995: 296; CAMINO MAYOR 1995b: 163-164). Requirie-
ron un diseño cuidadoso y previo ejecutado por equipos bien coordinados. Este tipo de
trabajo de obtención y acopio de piedra y otros materiales de construcción debía de desa-
rrollarse de forma comunal y cooperativa (ALMAGRO-GORBEA 1994: 49, 54; CAMINO
MAYOR 1995b: 161-165; BERROCAL 2004: 55; RALSTON 2006: 88-89). Esto implica
un proceso previo de planicación y preparación, y una gran capacidad de movilización
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76 J. F. Torres-Martínez; M. Fernández-Götz; A. Martínez; G. Cabanillas de la Torre; D. Vacas Madrid; E. Martín Hernández
y coordinación de recursos humanos para su realización (COLLIS 2010: 31 y 33; KARL
2004). Además, también debemos tener en cuenta la necesidad constante de invertir en
su mantenimiento a lo largo de los años con sucesivas reparaciones (RALSTON 2006:
91-103; COLLIS 2010: 31-32; FERNÁNDEZ-GÖTZ 2014: 199-200). Todo ello ha llevado
a plantear la existencia de “especialistas” en este tipo de construcciones (RALSTON 1996:
59, 68, 76, 2006: 88-89, 2007: 126-128). También resulta evidente que la importancia y
tamaño de los núcleos no suelen estar siempre en proporción a la inversión de trabajo co-
lectivo invertido en su forticación: algunos núcleos muy pequeños poseen dispositivos
defensivos verdaderamente grandes y muy costosos. La complejidad de las defensas no
parece depender del tamaño del núcleo, lo que plantea interesantes cuestiones.
Son elocuentes los cálculos realizados para los costos de la realización de las defen-
sas de oppida (en distintos tipos de combinaciones de piedra, madera y tierra) como
Mont Beuvray (Saint-Léger-sous-Beuvray, Saona y Loira, Francia), Murcens (Lot, Midi-
Pyrénées, Francia), Mont Vully (Bas-Vully, Fribourg, Suiza) o Fossé des Pandours (Col
de Saverne, Alsace, France) (Fichtl 2005a: 53-54), o de otras obras defensivas del mismo
tipo en hillforts del Reino Unido (Ralston 1996: 75). Por poner un ejemplo, para la cons-
trucción del murus gallicus del oppidum de Manching (Pfaffenhofen, Baviera, Alema-
nia) se emplearon unos 6.900 m³ de piedras sólo para la fachada, 90.000 m³ de tierra y
piedras para el relleno entre los postes y 100.000 m³ de tierra para la rampa, además de
varias toneladas de clavos (entre 2 y 7’5). Para llevar a cabo la obra, se habrían necesitado
unas 2.000 personas trabajando durante 250 días (SIEVERS 2003: 107-109).
También debemos mencionar los cálculos realizados por S. Krausz (2011) sobre el
esfuerzo invertido para el caso de la construcción del rempart massif del oppidum de los
Bituriges Cubi de Châteaumeillant (Cher, Francia) de 80-90 m de largo por 30-40 m de
ancho y entre 15-17 m de altura, más el foso de 45 m de ancho y 3 m de profundidad me-
dia. Esta investigadora llega a la conclusión de que la celeridad en la ejecución depende
directamente de la disponibilidad de mano de obra: entre 2000 y 3000 hombres tarda-
rían un mes aproximadamente, pero menos de 500 hombres tardarían unos seis meses
aproximadamente (KRAUSZ 2008: 222-223 y Fig. 7, 2011: 197-199 y Fig. 4).
Si trasladamos estos cálculos proporcionalmente a los dispositivos defensivos cono-
cidos en el norte de la Península Ibérica, podemos llegar a la conclusión de que es muy
probable que este tipo de construcciones se realizaran con un esfuerzo colectivo que ex-
cedía, en la mayoría de las ocasiones, la capacidad de trabajo de los posibles habitantes
del núcleo, en el caso de que se quisiera nalizar la construcción en un plazo razonable-
mente efectivo (LLANOS 1995: 296, CAMINO MAYOR 1995b: 162-164; FERNÁNDEZ-
GÖTZ 2014: 199-200). Es evidente que, en la mayoría de los casos, las obras defensivas
habrían sido llevadas a cabo no sólo por los habitantes de los núcleos forticados sino
seguramente también por los habitantes del entorno asociado al castro o el oppidum.
Esto es importante de cara a poder comprender tanto la proyección política de este tipo
de núcleos en el territorio como lo que tiene que ver con la generación de identidades de
tipo colectivo.
Es habitual que el análisis de la funcionalidad de las forticaciones se centre en su
papel una vez fueron construidas, sin prestar atención al hecho de que el propio acto de
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organizar y llevar a cabo una obra de este tipo podía ser, en muchas ocasiones, de una
importancia equivalente o incluso más importante que el trabajo en sí (WOOLF 1993:
232). Un proyecto de esta magnitud representó, en muchos casos, la mayor obra colecti-
va realizada por estas comunidades. La inversión de trabajo necesario para ejecutar una
línea de defensas, ya sea de tipo simple o complejo, requiere en la mayoría de los casos
la participación de un gran contingente humano, que es mayor cuanto más grande es el
dispositivo y el tamaño del núcleo. Todo esto implica un gran esfuerzo colectivo que se
convierte en un elemento que refuerza los lazos de solidaridad e interdependencia y la
cohesión social de los grupos implicados. También constituye un medio ecaz para es-
tablecer y consolidar sentimientos de identidad colectiva así como para reproducir rela-
ciones de poder y dependencia (COLLIS 2010: 31). Por lo tanto, los recintos forticados
de este tipo poseían una gran importancia también para la identicación tanto de las
personas como de los colectivos implicados (FERNÁNDEZ-GÖTZ 2014: 199-200).
Todo esto consideramos que son indicadores claros de la gran complejidad socio-po-
lítica que llegaron a desarrollar estas comunidades protohistóricas. Es evidente que exis-
tían instituciones políticas que servían para planicar y llevar a cabo este tipo de cons-
trucciones dentro de actuaciones que proyectaban intereses defensivos sobre amplios
territorios (véase Fernández-Götz 2011 para el caso de la Galia). De ahí que podamos
establecer que algunas comunidades habrían alcanzado a nales de la Edad del Hierro
un nivel de organización de tipo protoestatal o incluso estatal. Estas forma de organiza-
ción estaban basadas en los territorios étnicos y los oppida (TORRES-MARTÍNEZ 2011,
274–284, 2014a, 56s.; 2014b, 188-194; FERNÁNDEZ-GÖTZ 2013b, 2014).
El camino de entrada a los núcleos expresaba un mensaje explícito ya que la aproxi-
mación se realizaba a través de un terreno despejado y de caminos perfectamente dise-
ñados que servían para introducir al visitante al espacio interior a través de trayectos
tortuosos, encajados (FORDE-JOHNSTON 1976: 217-248; CUNLIFFE 2005: 365-374,
Fig. 15.13). En estos espacios se producía a menudo la exhibición de despojos huma-
nos o trofeos guerreros. El que sea frecuente también que se detecten inhumaciones y
depósitos rituales de determinados restos humanos y animales evidencia, además de
su función defensiva, el fuerte componente simbólico que estas construcciones poseían
(VON NICOLAI 2014). Y la inversión realizada, aparentemente, en rituales de protección
(HILL 1995: 76-83; FICHTL 2005a: 54-64, 2005b; RALSTON 1996: 69-71, 76, 2006:
131-141, 2007: 123-125, 128-130; GONZÁLEZ RUIBAL 2007: 303-304; FERNÁNDEZ-
GÖTZ 2014: 199).
Así pues, las defensas de los castros y oppida cumplen simultáneamente una función
militar, ostentativa y simbólica. Poseen un componente de monumentalidad que actúa
como una proyección simbólica del poder de la comunidad que las construye, comunidad
que se representa a sí misma en esas estructuras (RALSTON 2006: 125-133; FERNÁN-
DEZ-GÖTZ 2014: 198-200; VON NICOLAI 2014). Resulta evidente que, en la mayoría de
los casos, las líneas defensivas debían de aparecer como verdaderamente espectaculares
en la distancia, especialmente en el caso de las defensas compuestas, constituyendo una
auténtica representación de poder colectivo.
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