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La perspectiva tecnosocial feminista como antídoto para la misoginia online

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Abstract

Este artículo revisa las principales aportaciones de la perspectiva tecnosocial feminista frente a la violencia sexual y de género en entornos digitales (a lo que denominamos “misoginia online”). Para ello se realiza una revisión de las contribuciones producidas en el ámbito de las ciencias sociales, referidas a la misoginia onlineoccidental, principalmente las publicadas en lengua inglesa y española,con el fin de ofrecer una panorámica de las posturas actuales y sus estudios más representativos. Además, ponemos especial atención en el modo que la perspectiva tecnosocial feminista y su concepto de “disposición tecnosexual” (affordance tecnosexual) encuentran correspondencia con el análisis crítico de los entornos digitales. Ilustramos esta relación con ejemplos que muestran cómo el diseño de estos entornos puede predisponer a reificar determinadas relaciones de género y poder, entendidascomo parte de un contexto más amplio de discriminación estructural y sistemática contra las mujeres.
Revista Española de Sociología (RES) / Spanish Journal of Sociology / doi:10.22325/fes/res.2021.64
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RES n.º 30 (3) (2021) a64. pp. 1-19. ISSN: 1578-2824
Artículos/ Articles
La perspectiva tecnosocial feminista como antídoto para la
misoginia online
The feminist technosocial perspective as antidote for online
misogyny
María José Rubio Martín
Universidad Complutense de Madrid, España
majrubio@ucm.es
Ángel Gordo López
Universidad Complutense de Madrid, España
ajgordol@ucm.es
Sugerencia de cita / Suggested citation: Rubio, M. y Gordo, A. (2021). La perspectiva tecnosocial feminista como antídoto para la misoginia
online. Revista Española de Sociología, 30 (3), a64 https://doi.org/10.22325/fes/res.2021.64
*Autor para correspondencia / Corresponding author: María José Rubio Martin, majrubio@ucm.es
RESUMEN
Este artículo revisa las principales aportaciones de la perspectiva tecnosocial feminista frente
a la violencia sexual y de género en entornos digitales (a lo que denominamos “misoginia
online”). Para ello se realiza una revisión de las contribuciones producidas en el ámbito de
las ciencias sociales, referidas a la misoginia online occidental, principalmente las publicadas
en lengua inglesa y española, con el fin de ofrecer una panorámica de las posturas actuales
y sus estudios más representativos. Además, ponemos especial atención en el modo que
la perspectiva tecnosocial feminista y su concepto de “disposición tecnosexual” (affordance
tecnosexual) encuentran correspondencia con el análisis crítico de los entornos digitales.
Ilustramos esta relación con ejemplos que muestran cómo el diseño de estos entornos
tiende a reproducir determinadas relaciones de género y poder, entendidas como parte de un
contexto más amplio de discriminación estructural y sistemática contra las mujeres.
Palabras clave: misoginia online, disposiciones tecnosexuales, realidades híbridas,
violencia sexual y de género online, discriminación contra las mujeres.
ABSTRACT
This article reviews the main contributions of the feminist technosocial perspective to sexual
and gender-based violence in digital environments (or ‘online misogyny’). For this, we carry
out a review of the contributions produced in the field of social sciences, referring to western
online misogyny, mainly those published in english and spanish, in order to offer an overview
of current positions and their most representative studies. We pay special attention to the way
that this feminist technosocial perspective and its concept of “technosexual affordance” find
correspondence with critical analysis of digital environments. We illustrate this relationship
with examples that show how the design of these environments tends to reproduce certain
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INTRODUCCIÓN: SOBRE LA MISOGINIA ONLINE
La misoginia online alude a todos aquellos actos de odio contra las mujeres que se
cometen, instigan o agravan, en parte o totalmente, a través de diferentes entornos
digitales (Internet, telefonía móvil, correo electrónico, webs, apps de redes sociales,
mensajería instantánea, campus virtuales, etc.), y que conllevan cualquier tipo de daño
directo o indirecto de tipo psicológico, profesional, reputacional o físico (Ging y Siapera,
2018; Serra, 2018). Englobamos por tanto en el concepto “misoginia online” otros términos
como “violencia de género online”, “acoso y violencia sexual online” o “ciberodio de
género”, que tomados por separado sólo recogerían aspectos parciales del problema
(Ging y Siapera, 2018). Frecuentemente, esos actos de odio en los nuevos medios digitales
convergen y se retroalimentan con otros que se producen en los medios tradicionales,
creándose así casos de misoginia online en espacios mixtos (a los que aludiremos como
“realidades híbridas”).
La misoginia online forma parte de un problema estructural y cultural que privilegia
determinadas discriminaciones de género y relaciones de poder. En este sentido, la
Relatora Especial de Naciones Unidas ha advertido que las nuevas tecnologías digitales
están siendo utilizadas en un contexto más amplio de discriminación estructural,
generalizada y sistémica contra las mujeres y las niñas (Human Rights Council, 2018).
A pesar de las todavía insuficientes estadísticas, algunos estudios han mostrado
la creciente relevancia del problema. Las mujeres en todos los continentes tienen 27
veces más probabilidades que los hombres de ser acosadas en línea (European Women’s
Lobby, 2017). También la Comisión de Banda Ancha de las Naciones Unidas un lustro atrás
indicaba que casi las tres cuartas partes de las mujeres que se conectaban online habían
estado expuestas a alguna forma de violencia digital (UNWomen, 2015). La Agencia de
Derechos Fundamentales de la Unión Europea (Agencia de los Derechos Fundamentales
de la Unión Europea, 2014), a partir de una encuesta realizada a 42.000 mujeres de los 28
Estados miembros, ha señalado que el 11% había sido víctima de algún tipo de violencia
en Internet (ya fuera a través de web, correo electrónico o móvil). Por su parte, el Lobby
Europeo de Mujeres recuerda que en Europa 9 millones de niñas han experimentado
algún tipo de violencia online antes de los 15 años (European Women’s Lobby, 2017).
La misoginia online sigue siendo un problema creciente en el momento actual, una
pandemia como señala el Instituto Europeo de Igualdad de Género (EIGE) y recuerda
Serra (2018) en el informe Las violencias de género en línea. La Macroencuesta de
violencia contra la mujer del Ministerio de Igualdad (2019) advierte que la prevalencia del
acoso sexual (a través de Internet) a lo largo de la vida sobre el total de mujeres que ha
sufrido algún tipo de acoso sexual es del 18,4%. Por su parte la fundación Calala Fondo
de Mujeres (2020) en el estudio Las violencias machistas en línea hacia activistas. Datos
para entender el fenómeno identifica que un 82,61 % de las participantes en este estudio
(con una muestra en su mayoría compuesta por mujeres activistas de 184 encuestas
completadas en el contexto del Estado español) afirma haberse visto afectada por las
violencias digitales. La mayoría de estas agresiones se produjeron en Facebook (73,37%),
Twitter (65,21%), en canales de mensajería instantánea (61,75%) e Instagram (30,04%). Con
este telón de fondo, planteamos la pertinencia de los estudios que proponen indagar en
el protagonismo del diseño y las funcionalidades de los entornos digitales en la difusión
y amplificación de la misoginia online. La adopción de este enfoque, conocido como
gender and power relations, understood as part of a broader context of structural and
systematic discrimination against women.
Keywords: online misogyny, technosexual affordances, blended environments, online
gender and sexual violence, discrimination against women.
Rubio Martín y López
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perspectiva tecnosocial feminista, permite observar cómo los propios entornos digitales
previenen, se muestran indiferentes o fomentan estas prácticas abusivas.
Entre los trabajos más representativos de esta perspectiva, como veremos más
adelante, destacan algunos estudios centrales como los de Massanari (2017), Massanari
y Chess (2018), Wood (2018), Thompson y Wood (2018), Dragiewicz et al. (2018). Es de
destacar el modo en que estos estudios reenvían a trabajos previos fundacionales como
los de Gillespie (2010, 2017) (véase también Ging, 2017; Ging y Siapera, 2018; Shepherd,
Harvey, Jordan, Srauy y Miltner, 2015). Este enfoque también posibilita identificar cómo
el diseño de los entornos digitales promueve un sinfín de convergencias entre medios y
espacios más tradicionales de comunicación y los nuevos medios digitales creando una
realidad hibrida (online-offline) que alimenta y amplifica múltiples casos de misoginia
online. A nuestro modo de ver, no tener en cuenta todas estas cuestiones supone perder
de vista el papel activo de los medios digitales no sólo como transmisores de una
violencia estructural inserta en nuestra cultura, sino como productores y facilitadores
de una intrincada malla de nuevas posibilidades tecnológicas (políticas de plataforma,
algoritmos, códigos…) que concurren y se retroalimentan de una manera activa en la
creación de nuevas configuraciones misóginas. Además, como más adelante apuntamos,
la perspectiva tecnosocial feminista puede ser útil para el activismo feminista, quien
puede emplear estos análisis de forma tanto defensiva como proactiva (ver Cerva, 2020;
González Pérez, 2019).
En esta revisión nos centramos en aquellas contribuciones producidas en el ámbito
de las ciencias sociales, referidas a la misoginia online occidental, principalmente
las publicadas en lengua inglesa y española. Esto, obviamente, no supone ignorar o
subestimar el problema en otros contextos geográficos y culturales. Muy al contrario,
y conscientes de la relevancia mundial del mismo, consideramos que el abordaje de
esos otros contextos requiere una revisión en profundidad, que tenga en cuenta las
particularidades de cada uno de ellos.
El presente artículo está organizado de la siguiente manera: en un primer momento
se exponen algunos de los antecedentes contemporáneos de la perspectiva tecnosocial
feminist a. En segundo lugar, se of rece una panorámica de l as principales pos turas act uales
y sus estudios más representativos sobre temáticas relacionadas con la misoginia online.
En tercer lugar, ponemos especial atención en el modo que esta perspec tiva y su concepto
de “disposición tecnosexual” (affordance tecnosexual) encuentran correspondencia con
avances más recientes en el ámbito de los estudios críticos de los medios sociales en
torno a las nociones de ‘políticas de plataforma’ y ‘realidades híbridas’. Finalmente,
en la última parte del texto ilustramos las posibilidades de la perspectiva tecnosocial
feminista para el análisis de los entornos digitales.
Esperamos que la perspectiva aquí esbozada encuentre numerosas aplicaciones más
aún en la era del coronavirus y la creciente centralidad de la digitalización acelerada de
nuestras sociabilidades, trabajos y formaciones.1
MODELOS SOCIOCULTURALES Y FEMINISTAS PARA LA EVALUACIÓN DE LOS
DISEÑOS TECNOLÓGICOS
Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, raramente se había reparado en
la tecnología en tanto que proceso social. Salvo en contadas excepciones, lo tecnológico
aparecía como una base material intrínseca al sistema económico. El intento de reclamar
la naturaleza profundamente social de la tecnología encuentra algunos de sus principales
referent es en Bentham y la met áfora del panópt ico, así como en los est udios historiog ráficos
1 Una de las principales aplicaciones futuras de este tipo de enfoque está dirigido al desarrollo de un protocolo de evaluación que
permi ta analiza r la mayor o menor d isposició n que fomenta n o por el contr ario previe nen los propio s entornos , espacios e in terface s
digit ales de las uni versidades p úblicas del E stado esp añol.
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de Mumford (1934/2010) o Ellul (1954). Esta línea de análisis crítico de la historia de la cultura
material, en la que se encuadra la tecnología, sería retomada por Gigerenzer (1991, 2001),
Winner (1985), Gray (1996) y entre otros Noble (1999).
A pesar de sus muy distintos momentos y énfasis, estos trabajos de corte histórico —
algunos de ellos con un fuerte acento materialista— (ver Fox y Aldred, 2018) muestran como
hace tiempo que sabemos que la tecnología no se compone de meros artefactos con una
naturaleza preestablecida que determina sus posibles usos. También sabemos que el uso
que hagamos de la misma está mediado, a lo largo del tiempo, por los distintos contextos
culturales, valores y discursos. Los colectivos y las luchas feministas también hace tiempo
que repararon en la naturaleza política de los artefactos y sus improntas de género.
A pesar del tiempo transcurrido desde su formulación en la década de 1980, sigue
siendo impactante la vigencia de los trabajos de teóricas de la ciencia como Bush (1983, p.
157) en los que, desde la perspectiva de las mediaciones socioculturales —orientada hacia
la generación de un modelo de evaluación del impacto de los desarrollos tecnológicos—,
identificaba distintos niveles en los que opera la tecnología. En un primer momento
señalaba el nivel del diseño o el contexto de desarrollo, que incluye las decisiones sobre el
propio artefacto, los materiales, las personas y los procesos que, desde la propia materia
prima, intervienen en su construcción. El contexto de uso considera las motivaciones, las
intenciones, las ventajas o beneficios asociados a la tecnología. Por su parte, el contexto
del entorno estaría constituido por el espacio físico indeterminado o ambiente en el que se
desarrolla y utiliza dicha tecnología. Por último, el contexto cultural atiende a las normas,
valores, mitos, aspiraciones y leyes de las que la propia tecnología forma parte. A partir de
la consideración de estos cuatro niveles, Bush propone un modelo de evaluación al que se
refiere como análisis equitativo, el cual conlleva “una comprensión integral del contexto en
el que la propia tecnología opera y un análisis sostenido de sus ventajas e inconvenientes”
(Bush, 1983, p. 168).
Esta perspectiva encuentra correspondencia en otros estudios que apuntan a su vez
en esta dirección más contextual y performativa de la tecnología entre los que se incluyen
los trabajos pioneros de Noble (1984), Linn (1987), Karpf (1987), Bernard (1982, 1983), Cooley
(1980) y Balka (1992, 1993). Semejantes trabajos se hallaban adscritos a las posturas que
defendían que las tecnologías son productos sociales en el sentido que, según Balka
(1993), “somos nosotros/as mismos/as y las fuerzas sociales las que crean y configuran
la tecnología; la tecnología lleva consigo la impronta de su contexto social al tiempo que
refuerza dicho contexto” (p. 11 –nuestra traducción-). Wajcman (1991) también señala que
las tecnologías no determinan, pero configuran lo social. Propone una comprensión de las
relaciones entre el género y la tecnología como un complejo ensamblaje de relaciones de
poder estructuradas a partir de los sistemas tecnológicos, pero también constituyentes (o
estructurantes) de los mismos. Otra fuente de inspiración también precursora de algunos
de los debates y posturas actuales, fue el movimiento escandinavo del diseño democrático
de artefactos que comienza en los años setenta (Kramarae, 1988; Smith, 1978, 1983; Smith,
1990, 1992; Benston, 1983, 1988).
Este breve recorrido por algunos de estos estudios clásicos de la historia de lo
material y las luchas y trabajos feministas en torno a la importancia de los artefactos y
sus improntas de relaciones de género y de poder desde los años 70 del siglo pasado,
ayudan a comprender las condiciones de posibilidad (intelectual, política y material) de
la perspectiva tecnosocial que pasamos ahora a exponer. Además, aporta un encuadre y
mayor sentido a las principales temáticas e intereses actuales de esta perspectiva.
PERSPECTIVA TECNOSOCIAL FEMINISTA: PRIMERA APROXIMACIÓN A LA
MISOGINIA ONLINE
Con la expansión de Internet en la década de los años noventa del siglo XX, algunas
académicas feministas confiaban en el potencial de las tecnologías online para superar
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muchas desventajas estructurales (Haraway, 1991; Turkle, 1995; Plant, 1997; Hayles, 1999;
Wajcman, 2000). Una ilusión que pronto evidenciaría cómo la realidad online no estaba
exenta de las violencias sexuales y de género. Internet no era la tecnología de liberación
que en principio habían pensado. En este sentido, los trabajos pioneros sobre misoginia
online comenzaron por conectar la violencia que se produce en la vida real (offline)
con aquella que tiene lugar online, como si de una extensión de la realidad se tratara
(Filipovic, 2007; Citron, 2009, 2014).
A finales del siglo XX, Allen (1988) alertó sobre el riesgo que entraña la transformación
de la información en mercancía para nuestra privacidad. Un riesgo más acentuado en
el caso de las mujeres. Según esta autora, las mujeres en Internet son particularmente
vulnerables a la invasión de su privacidad, entendida en el sentido reparador, en tanto
la capacidad de decidir desde la autonomía, en lugar de privacidad identificada con la
esfera privada, “doméstica” — noción que ha servido para recluir aún más a la mujeres
a espacios de escasa visibilidad— (véase Varela, 1997, 2011). Una década después de su
primera incursión en temas de privacidad a finales de los ochenta, Allen concluye que la
privacidad de las mujeres en la red, por lo general, muestra todavía mayores niveles de
exposición y riesgos que la de los hombres (Allen, 1999).
Por su parte, Balsamo (2000) argumentó que la realidad online trae consigo narrativas
hegemónicas sobre el cuerpo y el género. A principios del nuevo siglo, Van Zoonen (2002)
advirtió a su vez que a pesar de los pocos estudios sobre la representación y construcción
del género en Internet, ya había suficientes evidencias (acoso sexual, insultos misóginos,
pornografía infantil) que cuestionaban la visión utópica de Internet como un espacio
liberador para las mujeres.
Unos años más tarde Filipovic (2007) acuña el término “misoginia de internet” cuando,
a partir de su propia experiencia, denuncia cómo muchas mujeres sufren acoso a través
de un conocido foro digital de estudiantes universitarios de Derecho (AutoAdmit):
comentarios sexistas, amenazas de violación, publicación de fotografías previamente
robadas de su cuenta personal o mensajes degradantes. Para Filipovic (2007), misoginia y
acoso corren a l a par en el mundo virtual y en el p resencial. En un est udio más amplio sobre
el problema Citron (2014) indica que Internet amplifica el sexismo y otras hostilidades
offline, y concluye como, una vez más, las mujeres, los/as jóvenes que pertenecen a
minorías sexuales y raciales son las principales víctimas del odio cibernético. Esta autora
también señala que el acoso cibernético de género tiende a trivializarse. Como apunta
en un trabajo previo, al mismo tiempo que el público caracteriza a los acosadores como
bromistas, acusa a las mujeres de ser demasiado sensibles o provocadoras (Citron, 2009).
Por su parte, Turton-Turner (2013) estudia las campañas de odio online contra las
mujeres. Muestra cómo algunos sitios de Internet facilitan y normalizan discursos
misóginos, al tiempo que las protestas y demandas para impedir este tipo de agresiones
son contrarrestadas alegando derechos democráticos y de libertad de expresión por
parte de los agresores. La figura del trolling, nacida en la década de los años sesenta
del siglo XX en el entorno militar de los Estados Unidos, sirve en Internet para hacer
un uso sexista y abusivo de determinados comportamientos y comentarios, que no
estarían permitidos offline (Filipovic, 2007; Hardaker, 2010). Según Turton-Turner (2013)
la modalidad de trolling que denomina como “trolling estratégico” persigue silenciar
las críticas feministas (para una revisión actualizada en castellano de las posturas
antifeministas véase Bonet-Martí, en prensa, 2021).
Pero, el trolling ha sido explicado no sólo como una práctica de silenciamiento y
acoso (Jane, 2012), sino como un problema cultural, que se adapta al panorama de las
tecnologías actuales. Para Phillips (2015) el problema no radica en la mera existencia de
individuos que exaltan nociones de dominación, género o ideología, sino más bien en
una cultura que permite que prosperen los trolls. En este sentido Mantilla (2013) analiza
el odio digital en varias comunidades de Internet a través de la figura del gendertrolling,
un término que la autora utiliza para describir las formas específicas en que las mujeres
son agredidas online. Amenazas de violación, tortura o muerte, insultos, publicación de
La perspectiva tecnosocial feminista como antídoto para la misoginia online
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información privada de la víctima en internet (doxxing) forman parte del repertorio de
este tipo de trolling. Por su parte Villar y Pecourt (en prensa, 2021), en un trabajo que
conjuga con gran maestría la dimensión teórica con la empírica, muestran el carácter
androcéntrico y misógino de la cultura digital en su análisis del troleo antifeminista en
la plataforma Twitter.
El aparente mundo neutral y objetivo de los motores de búsqueda fue explorado
por Noble (2013), quién mostró cómo Google utilizaba toda una serie de criterios para
priorizar determinadas páginas y resultados. A partir, por ejemplo, del descriptor black
girls, el buscador ofrecía resultados con un claro sesgo racial y de género. En este trabajo
pionero sobre la dimensión política de los códigos fuente o algoritmos, Noble (2013)
ya indicaba que el uso cada vez más generalizado de motores de búsqueda precisa de
inspecciones y análisis detallados de los valores asignados a la raza y el género en los
sistemas de clasificación e indexación web.
La participación de las mujeres en el mundo de los videojuegos parece ir acompañada
de un aumento de la s reacciones violent as y misógina s contra su pres encia (O’Donell, 2014).
Autoras como Jenson y Castell (2013) expusieron años atrás la relevancia de promover
un activismo feminista que combata la misoginia como un problema estructural, que
tiene lugar a tres niveles: individual (posición de las mujeres tanto como jugadoras como
trabajadoras en la industria del juego), cultural (cultura del juego) y estatal (normativa,
política). En esta misma línea, Chess y Shaw (2015) analizan el patrón sexista que guía la
industria y la cultura de los videojuegos. A par tir de la campaña de acoso #GamerGate y de
la manipulación online de un debate académico organizado mediante el formato fishbowl
(pecera --técnica de facilitación de la comunicación--) muestran cómo toda una cadena
de acosadores misóginos puede construir una supuesta conspiración feminista para
destruir la industria de los videojuegos y de la cultura gamer. Otro estudio de caso sirvió
a Salter y Blodgett (2016) para analizar la hipermasculinidad y el sexismo de la comunidad
de jugadores de videojuegos (especialmente de los gamer hardcore). El análisis de las
reacciones al videojuego Dickwolves (de la webcomic Penny Arcade) en diferentes medios
online (foros, blogs, Twitter, sitios web, etc.) permite identificar la retórica compartida
de violencia sexual dentro de la cultura del juego, así como la continua marginación y
hostilidad hacia las mujeres.
Jane (2014a, 2014b) analiza una multitud de experiencias representativas de un
discurso hostil (denominado e-bile [hiel o bilis digital]), especialmente misógino, agresivo
e hiperbólico presente desde hace años en Internet y en las redes sociales (Facebook,
Twitter, comentarios sobre vídeos en YouTube, correo electrónico, etc.). Ese tipo de
discurso, que tiene como principal objetivo recordar a las mujeres su sometimiento a la
cultura del patriarcado, se ha normalizado hasta contar con proporciones “epidémicas
en todo el mundo”. Además, como han indicado otros trabajos (European Women’s Lobby,
2017), las mujeres que contestan y se defienden de estos ataques suelen atraer aún más
la hostilidad machista. Debido a la gravedad del problema, Jane (2014b) insiste en que la
e-bile es un campo de investigación que necesita ser abordado por parte de la academia
tanto teórica como empíricamente. En otros trabajos, Jane (2016, 2017) se ocupa de
examinar formas de activismo feminista para hacer frente a estas agresiones mediante
prácticas de contrataque. Cerva (2020) identifica prácticas similares de resistencia de
colectivos de mujeres universitarias en México desde los propios entornos digitales.
Desde su énfasis en ese otro uso de los recursos y medios digitales para articular
estrategias contra la violencia de género hacia las mujeres, Cerva (2020) destaca, a partir
del trabajo del González Pérez (2019), la iniciativa de la asociación de estudiantes (“Acoso
en la U”) que empieza a finales de 2017 con la edición de un blog y, posteriormente, llega
a convertirse en una organización que “expone en las redes las denuncias de agresiones
sexuales en las universidades de todo el país [México]”, además de haber “impulsado
la implementación de protocolos para atender casos de amenazas, acosos, maltratos,
violencia física o psicológica y discriminación en universidades” (Cerva, 2020).
Estos casos más esperanzadores que recurren y movilizan los propios entornos
digitales para hacer frente a los brotes misóginos son la cara más prometedora del
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problema, aunque todavía se encuentran en minoría. Los abusos misóginos, que en
muchas ocasiones se convierten en amenazas de violación y de muerte, son mucho más
frecuentes, y también tienen un lugar en redes sociales como Twitter. La facilidad con la
que los usuarios pueden permanecer anónimos y/o construir identidades alternativas, así
como la falta de recursos legales para inves tigar estas nuevas formas de comportamiento
online, convierten a las redes sociales generalista (Twitter, Facebook, Reddit) y a las
microrredes (Whatsapp, Telegram, Sign) en grandes difusores y reproductores de acoso y
violencia contra las mujeres (Hardaker y McGlashan, 2015).
La misoginia que impone el negocio de las apps y webs de citas online como Tinder
también ha sido documentada y analizada. Las reacciones hostiles de muchos hombres
que se sienten rechazados o ignorados en estas plataformas de citas constituyen una
nueva forma de disciplina de género, de exhibición del poder y del control masculino
sobre los cuerpos y las decisiones de las mujeres. Aunque participar en páginas de
sexo casual suele presentarse como una expresión de liberación sexual, en la realidad
puede suponer una forma de sexismo especialmente siniestra (Thompson, 2018). Algunos
de estos estudios han tomado su base empírica de algunas cuentas de redes sociales
(como Instagram) creadas a modo de campañas feministas de denuncia. Este tipo de
campañas online han propiciado una herramienta de defensa y contrataque frente a una
masculinidad tóxica, además de facilitar recursos discursivos para desafiar las normas
masculinas y denunciar la cultura de la violación (Hess y Flores, 2016; Shaw, 2016).
En el sustrato de todas estas manifestaciones de violencia de género y sexual subyace
una cultura misógina online. Las normas culturales preexistentes juegan un lugar clave
en la forma en que se articula el odio a través de los diferentes sitios de Internet. Por eso,
no debemos confundir la enfermedad con el síntoma. Numerosos hashtags, por ejemplo,
normalizan el odio no sólo por su capacidad de difusión, sino porque funcionan como
proxys que refuerzan el anonimato y la impunidad. Detrás de un hashtag existe toda una
serie de soportes estructurales que legitiman la exclusión en función del género. Detrás
de la normalización del odio misógino, que termina por convertirlo en una verdadera
“epidemia de misoginia online” (Penny, 2013), existe una política de poder (Shepherd
et al., 2015). Como señalan Banet-Weiser y Miltner (2016) más allá del anonimato de los
trolls o de la insuficiencia de los marcos legales para combatir la misoginia online, lo
realmente esencial es la naturaleza estructurante de esta violencia. Son principalmente
estos factores estructurales y culturales los que la legitiman y sustentan. La misoginia,
la homofobia o el racismo no son un invento de Internet; más bien Internet plasma las
normas culturas sobre comunicación y tecnología ya presentes (Shaw, 2014).
Pero, los diferentes sitios que conforman el ecosistema online “no son vectores
neutros de determinados intereses o impulsos sociales” (Van Dijck, 2016, p. 7). El
ecosistema online moldea una sociabilidad (una cultura de la conectividad), en la que
las plataformas y las prácticas sociales se constituyen mutuamente (Gordo, Rivera, Díaz-
Catalán y García, 2019). Como se verá en el epígrafe siguiente, las tecnologías digitales no
solo facilitan o agregan las formas existentes de misoginia, sino que también crean otras
nuevas que están inextricablemente conectadas con las posibilidades tecnológicas de
los nuevos medios.
En todo el vasto campo de investigación que constituye la misoginia online existe un
problema que lo atraviesa, y es la capacidad de las tecnologías digitales para reproducir
y superponer las desigualdades de género, raza, clase, sexualidad y otras diferencias
construidas (Vickery y Everbach, 2018). En su amplia y rica obra Mediating Misogyny.
Gender, Technology & Harassment, Jacqueline R. Vickery y Tracy Everbach (2018) exponen
cómo Internet posibilita, difunde y hace más visibles los ataques e interacciones
machistas basados en actitudes sexistas, racistas, homofóbicas o aporofóbicas. Uno
de los supuestos que recoge este trabajo es que no todas las mujeres experimentan
misoginia online de la misma manera. Esta perspectiva interseccional, atenta a
las formas en que el género se cruza con la raza, la clase, la sexualidad, la edad, la
religión y la geografía, supone un rasgo común a muchos estudios que intentan superar
La perspectiva tecnosocial feminista como antídoto para la misoginia online
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una narrativa homogeneizadora. Por el contrario, los trabajos centrados en una sola
categoría consideran que el acoso misógino afecta a cualquier tipo de mujer por el hecho
de ser mujer. Pero, sólo una mujer blanca, de clase media, heterosexual, cis-género y
capacitada puede experimentar acoso por género de forma aislada (Hackworth, 2018). En
el hecho de ser mujer, negra, pobre y transgénero, se solapan muchas capas que hacen
que el análisis y la experiencia de la misoginia online precisen de una mirada atenta a sus
particularidades y especificidades.
La mayor parte de los estudios realizados hasta ahora sobre misoginia online
(algunos de los cuales han sido citados más arriba) se han centrado en el análisis de una
sola categoría (ya sea el género o la raza, principalmente, o como mucho combinando
ambas), pero aún son escasas las investigaciones sobre acoso online en capas. Es a lo
que Hackworth (2018) se refiere como “interseccionalidad ignorada”. Por ejemplo, como
hemos señalado, las personas sexualmente diversas tienen un mayor problema de
acoso online a pesar de no haber sido suficientemente recogido por la investigación y la
literatura académica (Marwick, 2016). Por eso, parafraseando a Hackworth (2018), sería
necesaria una reformulación interseccional de la misoginia que evidencie las limitaciones
del género tomada como categoría analítica única (McCall, 2005). Esta reformulación,
a nuestro entender, debería atender a su vez al modo que los entornos digitales
condensan, reproducen y amplifican el entramado de categorías que se entrecruzan en
la discriminación y desigualdad social.
La perspect iva tecnosocial feminista presta atención al papel activo de esto s entornos
como parte de un escenario interseccional más amplio; ayuda a “interrogar” estos
entornos digitales y generar preguntas del tipo: ¿cuáles son los códigos y los recursos
materiales y discursivos que precondicionan o predisponen sus usos o apropiaciones
misóginos? De este modo, la perspectiva tecnosocial feminista invita a analizar la
gramática (o pretextualización) de los entornos digitales (Figueroa-Sarriera, 2017), y el
modo que estos espacios contribuyen a generar realidades mixtas o híbridas (blended
realities) (Hine, 2008), al tiempo que, en lugar de prolongar las consabidas formas de
misoginias sexuales, las redefinen y amplifican (Ging, 2017; Massanari, 2007; Parikka, 2012;
Raman y Komarraju, 2018; Wood, 2018).
REALIDADES HÍBRIDAS Y SINERGIAS AMPLIFICADAS DE ODIO Y MISOGINIA
SEXUALES
La perspectiva tecnosocial invita a analizar los entornos digitales como parte activa
de las formas actuales de misoginia en los entornos digitales. Y lo hace desde una
perspectiva y sensibilidad afín a la mirada de la interseccional. Como hemos señalado
en la primera parte de este trabajo, cuyo principal objetivo es presentar el estado de
la cuestión de la perspectiva tecnosocial feminista (incluyendo tanto fuentes clásicas
que contribuyen a perfilar esta perspectiva -Allen (1988, 1999), Wajcman (1991, 2000), Van
Zoonen (2002)-, así como otras más actuales), y como pasamos a detallar ahora, +todos
esos trabajos tienen en cuenta tanto factores socioculturales como tecnológicos en la
violencia de género y abuso sexual. Pero, como señala Massanari (2017) estos factores
no han de ser entendidos como meras extensiones unos de otros, sino como co-
constitutivos entre sí. La relación entre los medios digitales y los entornos o dinámicas
más tradicionales no es sencilla (Ging, 2017; Raman y Komarraju, 2018). Buena parte de
las experiencias e interacciones ocurren a través de los medios digitales, un medio
cada vez más presente como hemos podido apreciar desde la llegada del COVID-19. La
presencia cada vez mayor de la tecnología, y en concreto de los medios digitales, altera
necesariamente nuestro entorno social (Irwin, 2016) y, desafortunadamente, los actos
misóginos que forman parte del mismo (Alldred y Biglia, 2015; Biglia y Cagliero, 2019;
Bonet-Martí, en prensa, 2021; Gómez Gabriel, 2020; Villar y Pecourt, en prensa, 2021).
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Las tecnologías digitales no son una mera extensión de la realidad física. Tampoco
son meros difusores de la misoginia ya existente.
El diseño y las funcionalidades de los entornos digitales, así como las comunicaciones
que propician, promueven un sinfín de convergencias entre viejos medios y nuevas
redes que alimentan múltiples casos de violencia de género y abuso sexual (Parikka,
2012). En el estudio de caso sobre “la chica de Magaluf”, -- uno de los primeros casos de
agresión grupal de una joven en esa localidad mallorquina que suscitó gran interés en
la prensa inglesa e internacional--, Wood (2018) analiza cómo los teléfonos con cámara,
los medios tradicionales de comunicación social (tabloides de noticias, realities de
Televisión y otros programas) y las plataformas digitales (Twitter, YouTube, Live-Leak,
UNiLad, Facebook), se coordinan creando toda una serie de reacciones (online y offline),
que dan una “energía renovada para difundir determinadas ideas inscritas en la cultura”
(Wood, 2018, p. 5).2 Titulares, noticias, vídeos, mensajes, memes, emoticonos, gifs,
comentarios, o reportajes televisivos son algunos de los elementos que entran en juego
en la construcción de una campaña misógina. Además, las diversas plataformas online
pueden organizarse y coordinarse explotando las posibilidades y las lagunas específicas
de cada una de ellas (Burgess y Matamoros-Fernández, 2016; Massanari, 2017; Quodling,
2016). En el caso de “la chica de Magaluf”, esas sinergias no están exentas del temor
de las clases medias inglesas a “contagiarse” de la mala reputación y de las conductas
vergonzosas de las mujeres jóvenes de clase trabajadora (el abuso sexual en este caso
estaba envuelto en una espectacularización del sexo oral, que una joven turista realizó
a un grupo amplio de jóvenes). De esta manera, la cooperación entre viejos y nuevos
medios produce sinergias que traspasan el antiguo potencial de las tradicionales
formas de violencia. Wood (2018), en este excelente trabajo en torno al caso de “la chica
de Magaluf , entrelaza nociones de transmedia, funciones discursivas del binomio mujer
de clase baja, espectacularización de actos sexuales y efectos moralizantes, además de
económicos, de estas relaciones. A nuestro entender es uno de los pocos estudios con
base empírica que ilustra las posibilidades que surgen del encuentro entre el paradigma
analítico interseccional, ya consolidado, y la perspectiva tecnosocial feminista, todavía
“en desarrollo”.
Este posible diálogo entre perspectivas también coindice en plantear que la
misoginia online no puede entenderse como un problema individual sino estructural.
El odio online no se limita a conflictos particulares entre una víctima y unos trolls
frustrados, sino que es producto de un odio sistémico que tiene como base una cultura
más amplia profundamente sexista (Dragiewicz et al., 2018), que se prolonga hasta
el propio diseño de los entornos digitales. Como hemos señalado en el apartado de
antecedentes de la perspectiva tecnosocial feminista, el movimiento escandinavo del
diseño democrático de artefactos que comienza en los años setenta (Kramarae, 1988;
Smith, 1978, 1983; Smith, 1990, 1992; Benston, 1983, 1988) ya planteaba la necesidad de
reparar en el diseño funcional de las tecnologías cotidianas (o “bajas” tecnologías)
como los electrodomésticos, como parte activa de las desigualdades de género y sus
bases “materiales”. Son precisamente esas desigualdades estructurales, las que al
combinarse con los viejos medios y las nuevas posibilidades tecnológicas y sus (sub)
culturas acompañantes, sirven para amplificar y radicalizar la cultura misógina (Nagle,
2018).
La perspectiva tecnosocial hace hincapié en cómo las plataformas digitales cuentan
con un diseño y una arquitectura que llevan inscritos tanto los valores de una cultura
misógina como las posibilidades prácticas para que ésta pueda reproducirse y difundirse
(Thompson y Wood, 2018). Es tas disposiciones tecnose xuales misóginas (a la s que también
2 Wood (2018) muest ra un caso de a coso y exposi ción orques tado a travé s de las redes s ociales y la pr ensa sens acionalist a contra una
mujer de clase trabajadora, conocida como la “chica de Magaluf ”. Este acontecimiento surge en el contexto de uno de esos viajes
organizados por agencias especializadas para jóvenes ingleses en determinados destinos de la costa española. En este caso se
trataba de Magaluf (una localidad mallorquina popularmente conocida como Follilandia, Shagyland). En 2014, en uno de los p ubs de
esa loc alidad, con Dj , una joven, bajo l a presión esc énica, con audi encia y bajo los ef ectos de es timulante s varios, tuv o sexo oral con
24 jóvenes a los que realizó felatios. Es ta práctica sería espec taculariz ada, pasando a ser viral, gracias a l a televisión en s treaming
(reality tv), red es sociales , y posterio rmente, la pre nsa sensac ionalist a, hasta ll egar a ser mot ivo de debate na cional.
La perspectiva tecnosocial feminista como antídoto para la misoginia online
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podríamos aludir como “gramática de la misoginia online”) cuentan con un diseño y una
arquitectura funcional que las hace posible, las predispone o las habilita. Entre esas
prácticas cabe citar: el acoso que se produce en redes sociales o en plataformas de
mensajería, las campañas de odio hacia ciertos modelos de mujer o ideas, el acecho
mediante GPS instalados en los teléfonos inteligentes, la grabación de audios y videos
por parte de parejas o exparejas y su difusión a modo de venganza (revenge porn), la toma
y distribución de fotografías de contenido sexualizado sin consentimiento (creepshot
y upskirting), las amenazas por SMS, el monitoreo de correo electrónico, el acceso a
cuentas sin permiso, la suplantación de identidad, la publicación de información privada
(doxxing) y cada vez un más largo etcétera (Dragiewicz et al., 2018).
Las plataformas digitales que acogen esas prácticas cuentan con unas condiciones
materiales, un diseño funcional (Scfer, 2011), que favorecen la configuración de
determinadas formas de uso y contribuyen a la creación de una cultura misógina. En
ese sentido, estas disposiciones (affordances) forman parte del sustrato material que
actualiza, realiza y amplifica las lógicas estructurales de dominación y misoginia vigentes.
LÓGICAS Y EJEMPLOS TECNOSEXUALES A TRATAR
Para mostrar la lógica de funcionamiento de estos espacios amplificados
a continuación ofrecemos algunos ejemplos de trabajos que han abordado el
funcionamiento de estas disposiciones o affordances tecnosociales de misoginia
online. Para ello comenzamos con un análisis de la plataforma Reddit basado en el
trabajo de Massanari (2017) y el uso que esta autora hace de la noción de “política de
plataforma”, acuñada por Gillespie (2010) y posteriormente desarrollada por Bucher
(2012) y Van Dijck, Poell y Waal (2018).
Por política de plataforma Massanari (2017) entiende "el conjunto de diseños, políticas
y normas que fomentan ciertos tipos de culturas y comportamientos para fusionarse
en plataformas, mientras desalientan implícitamente a otros” (p. 333). A partir de estos
planteamientos, esta autora analiza la campaña #Gamergate y el evento theFappening
en la plataforma Reddit, uno de los sitios más visitados del mundo, con un perfil medio
de usuario (hombre, joven, blanco), al que se permite mantener fácilmente el anonimato.
Reddit utiliza el sistema de los karma (ratios de popularidad) para favorecer la visibilidad
y participación de los usuarios con mayores cuotas de reconocimiento o reputación. La
estructura de la plataforma posibilita a su vez agregar los contenidos en subgrupos
que cuentan con escasa o nula regulación tanto de los contenidos que editan, como del
comportamiento de los usuarios.
El hecho de que este tipo de plataformas deleguen en moderadores el cumplimiento
de determinadas reglas, junto a las pocas herramientas con las que estos cuentan para
lidiar con el complejo mundo de los subgrupos (subredits), así como la inexistencia de
sistemas ágiles de flagging (advertencia) hacen posible, a modo de efecto llamada, la
difusión de contenidos de odio hacia determinados grupos o identidades. En ocasiones,
la razón de ser de esa permisividad, que termina conformando verdaderas culturas
tóxicas, se sustenta en el modelo de negocio de la plataforma: el odio online genera
tráfico de contenidos, interacción, polémicas, réplicas y contrarréplicas, lo que se
traduce en ingresos económicos. Como bien señala Gillespie (2017), la imparcialidad de
las plataformas digitales tan sólo es un mito. Según Shepherd et al. (2015) la permisividad
y complacencia de plataformas como Reddit o 4chan permiten considerarlas como
disposiciones tecnosociales que reproducen y amplifican las relaciones de poder y de
género.
Pero, como decíamos más arriba, la violencia online no es una mera prolongación
de la violencia que se produce en el mundo físico. La interacción entre espacios fuera y
dentro de los entornos digitales produce una “realidad híbrida o mixta” (blended reality)
(Figueroa-Sarriera, 2017; Gray, Figueroa-Sarriera y Mentor, 2020; Hine, 2008) en la que
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tienen lugar nuevas formas de objetivar y abusar sexualmente de las mujeres. Así lo
reflejan, por ejemplo, las víc timas de violencia protagonizada por sus parejas o exparejas,
quienes perciben que las nuevas y viejas formas de violencia se entrelazan invadiendo
sus vidas de una forma intensa, continuada y atenazante (Dragiewicz et al., 2018, p. 11).3 El
creepshotting, un abuso sexual basado en la captura furtiva, etiquetamiento y difusión
de imágenes de mujeres, como señalan Thompson y Wood (2018), implica relaciones de
género en las que las mujeres son objetivadas y deshumanizadas mediante “etiquetas”
que se refieren a determinados atributos físicos (#hotshoppers, #asian- girl, #blonde,
etc.). Por su parte, los hombres se autoetiquetan como orgullosos #creepers, #voyeurs y
#perverts. Pero, la potencialidad del creepshot para promocionar esa cultura misógina
va más allá de la agregación de contenidos y el etiquetado en línea. Thompson y Wood
(2018) subrayan que el protagonismo del creepshot en el fomento la misoginia online
reside en su capacidad de generar nuevas comunidades y redes sexistas, además de
amplificarlas, gracias a la práctica de la construcción del significado colectivo del
etiquetado de imágenes.
Otra práctica online mediante la que se facilita y normaliza la cultura sexista es el
upskirting, una modalidad específica de creepshotting que tiene por objetivo fotografiar
encubiertamente los genitales y las nalgas de las mujeres para difundirlas en línea sin
su consentimiento. El upskirting no sólo difunde imágenes degradantes de las mujeres,
sino que a diferencia de las viejas webs fetichistas o pornográficas las expone en los
sitios más frecuentados de Internet (Facebook, Instagram, Twitter, Tumblr, Reddit). La
degradación, objetivación y exhibición del cuerpo de las mujeres a la mirada de los otros
contribuye a la construcción de un deseo masculino tóxico, que ya no circula por los
márgenes sino por las vías francas de la comunicación. Incluso en algunos de esos sitios
online se dan pautas para tomar fotografías de calidad y ser un buen upskirters. He aquí
de nuevo una muestra de la potencialidad para generar nuevas comunidades sostenidas
en un modelo de desigualdad entre hombres y mujeres (Thompson, 2016), y la capacidad
de las tecnologías online para reforzar una masculinidad en grupo en la que reconocerse
como iguales y como “capaces”.
Las posibilidades digitales de producir, por ejemplo, una foto, enviarla, etiquetarla,
dar sobre ella un “me gusta” o comentarla ofensivamente, convierte la imagen en mucho
más que un cuerpo. Como advierten Ringrose y Harvey (2015) acerca del sexting, esas
imágenes no solo difunden cuerpos de adolescentes, sino que aceleran el histórico
mensaje de vergüenza social asociada a la figura de ‘la puta’ y a la regulación sexual
femenina en determinadas formas culturales. Al igual que sucede en el estudio de caso
de “la chica de Magaluf” (Wood, 2018), en la cultura mediática digital contemporánea
persisten las antiguas formas de relación y dominio de clase, y los medios contribuyen
a reforzarlas. Más en concreto, “la chica de Magaluf” opera como un significante de los
temores de la clase media al “contagio social”, y las plataformas contribuyen a marcar
la diferencia entre “esa chica” y el ciudadano de clase media. Vemos una vez más
como determinadas estructuras sociales y tecnológicas confluyen, permitiendo que se
desarrollen determinadas interacciones y culturas, al tiempo que eluden, marginan o
acosan a otras.
CONCLUSIONES
En este artículo hemos presentado la perspectiva tecnosocial feminista y su
relevancia para abordar el estudio de la misoginia online desde el análisis de sus
estructuras materiales, tecnológicas. En un primer momento hemos identificado ciertas
correspondencias entre esta perspectiva y trabajos ya clásicos en los estudios sociales
3 Esta dimensión híbrida, resultad o de la combinación de espacios f ísicos y virt uales y sus dist intas modal idades de comunic ación (o
transmedia, Jenk ins, 2006; Je nkins, Ford y G reen, 2013) era co nocida en la li teratura es pecializa da como “realid ad aumentada” (Sáda-
ba y Gord o, 2010). En los últimos años e ncontramos e l término “reali dad modificada” para aludir a la na turaleza med iada, cambian te
y polié drica de nues tras reali dades (Gray et al ., 2020).
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sobre la historia de la tecnología, para pasar a proponer como posibles antecedentes
de esta perspectiva los trabajos y proclamas feministas que desde la década de los 70
del siglo pasado repararon en las improntas de género y relaciones de poder que las
tecnologías traen consigo (no solo las digitales, sino también las tecnologías cotidianas
o mundanas como los electrodomésticos y los coches). En este marco más amplio hemos
intentado situar y acometer nuestro objetivo principal en este texto: presentar las
principales pr opuestas y p lanteamientos de la per spectiv a tecnosocial feminis ta y explorar
su utilidad para abordar la misoginia online. Para conseguir tal propósito realizamos
una revisión de la literatura académica más reciente afín a la perspectiva tecnosocial
feminista con el objetivo de: (i) exponer los principales antecedentes contemporáneos de
esta perspectiva; (ii) ofrecer una panorámica de las principales posturas actuales y sus
estudios más representativos sobre temáticas relacionadas con la misoginia online; e (iii)
ilustrar las posibilidades de la perspectiva tecnosocial feminista para el análisis de los
entornos digitales y el modo que sus diseños predisponen a determinadas interacciones,
al tiempo que velan o inhiben otras relaciones sexuales y de género posibles.
Una de las pr incipales conclusiones , según la perspe ctiva feminis ta presentad a, es que
en el diseño y la arquitectura de las plataformas digitales están inscritos tanto los valores
de una cultura misógina como las posibilidades para que esta pueda ser reproducida
y difundida. Estos trabajos también reparan en la cada vez mayor importancia de las
realidades híbridas producidas a partir de las sinergias entre el nivel presencial y digital,
y el modo que, por ejemplo, disponen y habilitan discursos y acciones amplificadas de
misoginia online.
A nuestro entender situarse en este enfoque supone escrudiñar las bases digitales
y su papel activo en cuestiones y problemáticas sociales como la misoginia online. A
pesar de la abundante literatura producida en los últimos años con miradas e intereses
afines como hemos intentado mostrar, aún son muy pocos los estudios sistemáticos con
base empírica que aborden desde la perspectiva feminista tecnosocial el aspecto del
diseño de los propios entornos digitales y su protagonismo en las relaciones de género
y sexuales.
Esperamos que esta perspectiva encuentre numerosas aplicaciones en el contexto
de la creciente centralidad de la rápida digitalización de nuestras relaciones sociales,
entornos laborales y educativos. A nuestro modo de ver, la perspectiva tecnosocial
feminista, podría verse como un referente para nuevos trabajos de corte etnográfico
(Przybylski, 2020; Gehl, 2014), que ayuden a desentrañar las bases digitales de las
misoginia online desde el estudio de entornos digitales específicos, Por nuestra parte,
estamos intentado contribuir en lo posible a desarrollar investigaciones que aborden el
diseño de los propios entornos digitales y su protagonismo en las relaciones de género
y sexuales.
Como hemos indicado, resulta importante empezar a preguntar cómo las aplicaciones
que utilizamos a diario, incluso aquellas más aparentemente inocuas, fomentan o por el
contrario previenen determinados gestos, significados o acciones misóginas en nuestros
espacios y relaciones tanto en el ámbito personal como institucional.
FINANCIACIÓN
Este artículo ha sido escrito en el marco del proyecto “Visibilizar y Dimensionar
las violencias sexuales en las universidades” (RTI2018-093627-B-I00) que está co-
financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades (MCIU), Agencia
Estatal de Investigación (AEI), Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER), dentro del
Programa Estatal de I+D+i Orientada a los Retos de la Sociedad 2018. Las publicaciones
y comunicaciones que derivan de este trabajo reflejan únicamente las visiones de sus
autoras/es, y el Ministerio no se hace responsable de cualquier uso derivado de las
informaciones contenidas en las mismas.
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... En las siguientes páginas se aborda la interacción entre estos fenómenos. En el primer apartado analizamos, la configuración de culturas machistas presentes en el conjunto del sector (Hewlett et al, 2008), así como la misoginia online (Rubio y Gordo, 2021), configuradas como categorías relevantes en la explicación de las desigualdades estructurales de género en la industria tecnológica. En el segundo epígrafe exploramos desde una perspectiva cualitativa, la influencia combinada de ambas categorías en la situación de las profesionales en el sector de los videojuegos como un espacio paradigmático en el que, bajo culturas laborales innovadoras, cristalizan las lógicas clásicas de la discriminación de género. ...
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La brecha digital de género es el resultado de un proceso cuyos factores actúan primero para desincentivar el interés de las mujeres en las áreas de la ciencia, la ingeniería y la tecnología y después su presencia en estos sectores. La identificación de culturas laborales masculinizadas (Hewlett et al, 2008), asi como las prácticas que componen el acoso de género en línea (Jankowicz et al, 2021), son el soporte teórico de este trabajo que tiene dos objetivos. El primero, identificar la retroalimentación entre las culturas masculinizadas y las prácticas de acoso de género online en la industria tecnológica y el segundo, explorar la influencia de dicha retroalimentación en la contemporánea segregación ocupacional de las profesionales en el sector de los videojuegos. La metodología, de carácter cualitativo, se basa en el análisis de los testimonios de profesionales del sector de los videojuegos. El material empírico analizado se ha extraido de los testimonios presentados en los capítulos I, II, IV y IX del documental “Nerfeadas”. La identificación de los informantes se recoge como anexo al final del trabajo. Los resultados constatan como el acoso online, sostenido por una cultura sexista, disuade primero de acceder y presiona después para abandonar el sector de los videojuegos a las mujeres, limitando su presencia en todas las áreas. Conclusiones y discusión. La imagen de modernidad que proyecta la industria de los videojuegos puede ser un freno cara a identificar las situaciones de desigualdad experimentadas por las mujeres, profusamente constatada por los datos. Para visibilizar el talento femenino y desafiar la iniquidad de las estructuras es necesario implementar medidas concretas (plataformas de gestión de denuncias, identificación del contenido amenazante, etc.), que contribuyan a la construcción de entornos más equitativos y seguros.
... La Teoría Feminista hace hincapié en que la misoginia es resultado del complejo Virgen-Prostituta, esto quiere decir "la incapacidad de ver a la mujer como algo más que madres o putas". (Rubio Martín & Gordo López, 2021) Esto quiere decir que al género femenino se lo clasificaba solo por estas dos alternativas, haciendo relación a estas dos alternativas de conceptualización para una mujer, se analiza que todo el mundo al momento de hacer un comentario ofensivo siempre utiliza la palabra "Puta" como manera de ofender a la otra persona. ...
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Femicide as a new criminal type in Ecuador brings with it doubts, consequences, insecurities, and violations when applying it. The problem arises when reviewing its typification, the fact of being a woman is a parenthesis that can bring social and legal problems, when the female gender is specified, hatred appears, towards women for being women, this being the motive and the reason for the crime. The judges are based only on the relationship of power to sanction this type of crime that affects several protected legal rights, including equality, which is a right embodied in the Constitution of the Republic of Ecuador. The objective is to differentiate between the various types of crimes that threaten life, based on the normative elements that make up femicide, determining that not one normative element is violated but several, thus being able to identify and punish; The methodology used is of a qualitative nature, with bibliographic and documentary review methods, based on articles, books, magazines, etc., seeking as a result the clarification and differentiation of femicide with similar criminal types, where the victim can also be a women; avoiding that there are doubts in the Ecuadorian judicial practice.
... Regarding the emergence of new ways of transmitting misogynistic content, the rise of interactive social media has been widely considered (Moloney and Love, 2018;Rubio Martìn and Gordo Lòpez, 2021;Tranchese and Sugiura, 2021). ...
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Nowadays, despite centuries of striving for equality, women still face higher levels of discrimination compared to men in nearly every aspect of life. Recently, this systemic inequality has manifested in cyberspace through the proliferation of abusive content that is even more aggressive than what one would expect in the 21st century. Various research disciplines are now attempting to characterise this new manifestation of misogyny. The endeavour to comprehend this phenomenon has resulted in a significant increase in publications from several fields, including Social Sciences, Arts and Humanities, Psychology, and Computer Science. This paper presents a systematic review of multidisciplinary research on misogyny from the years 1990 to 2022, encompassing a total of 2830 articles retrieved from the Scopus database as of December 31, 2022. The literature is thoroughly analysed using three approaches: bibliometric analysis, topic detection, and qualitative analysis of the documents. The findings suggest that the analysis of online misogyny has been the primary driver behind the exponential growth in publications in this field. Additionally, the results of the topic analysis and topic interaction reveal a limited connection between the areas of knowledge that are necessary to fully grasp this complex phenomenon.
... Esta reacción patriarcal contemporánea tiene similitudes con aquella que describía Faludi (1993) -tras las movilizaciones masivas del feminismo de los años setenta y ochenta-, en cuanto a la producción y expansión de discursos claramente antifeministas a nivel social, pero dista de aquella en lo que se refiere a la parte digital. Esto es, en el contexto actual, el espacio digital y, especialmente, el entramado que conforma la manosfera, se ha convertido en el escenario predilecto en el que muchos hombres jóvenes crean comunidades virtuales donde se refuerza el imaginario patriarcal antifeminista Rubio Martín & Gordo-López, 2021). Esta respuesta digital ha sido capitalizada por la ultraderecha, con especial destreza en la generación y difusión de mensajes antifeministas y bulos en las redes sociales (Álvarez-Benavides & Jiménez-Aguilar, 2021). ...
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El estudio analiza las percepciones, experiencias y posicionamientos de la juventud andaluza sobre la violencia que se ejerce contra las mujeres en las redes sociales. A partir de la realización de una encuesta se obtiene que, en estos espacios, la juventud encuentra un repertorio de prácticas violentas, legitimadas en la propia cultura digital. Se aprecia también una dimensión organizativa de la violencia, en tanto muchas de estas prácticas relacionadas con el acoso o la humillación son organizadas en los entornos de la manos-era, llegando a traspasar la virtualidad para ejecutarse en el escenario offline.
... La comparativa evidenció cómo el buscador devolvía diferentes páginas y fotografías con un carácter marcadamente racista para el primer caso. Destacando la importancia de estudiar las convergencias de estas plataformas desde una perspectiva crítica; que tenga en cuenta la amplificación, jerarquías y violencias generizadas que se movilizan desde los diseños y arquitecturas funcionales de estos entornos (Banet-Weiser et al., 2020;Hopkins, 1998;Landström, 2007;Rottenberg, 2018;Rubio Martín y Gordo López, 2021). ...
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En un escenario marcado por el aumento de las investigaciones doctorales feministas, su aplicación frecuentemente se limita a realizar trabajos cuyo estudio de caso son las mujeres; una realidad que se vio reflejada en mi propia tesis doctoral. Este artículo se plantea como un ejercicio de reflexión crítica y autocuestionamiento sobre el proceso de definición y desarrollo de este trabajo. Comenzaremos reposicionando sus marcos teóricos desde las enseñanzas del feminismo digital para, en un segundo momento, adentrarnos en las dificultades que afrontamos para incorporar y mantener los aprendizajes derivados de las epistemologías feministas. A partir de esta experiencia, se debate sobre la urgencia de avivar la investigación feminista y la necesidad de disponer de herramientas que permitan incorporar sus planteamientos epistemológicos a nuestros trabajos, independientemente de la dirección de tesis o el programa de doctorado al que se adscriban.
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Many studies show that Gender-Related Intimate Partner Violence (GRIPV) is a persistent problem among young Europeans, yet there is a significant gap in the literature when it comes to comparing the Italian and Spanish contexts. This survey study, grounded in a feminist ontological and political perspective, explores how gender ascription and cultural elements shape Barcelona and Milan secondary school students’ awareness and perception of GRIPV. We collected 1,216 responses and after a first descriptive analysis, we created some indicators to identify variations in the responses corroborating their consistency through a Validation Factor Analysis. We then used Spearman’s coefficient to identify correlations by gender and city. The main findings reveal a general awareness of IPV, which does not immediately translate into the ability to perceive such violence in one’s environment or comprehend its gender aspects. Interestingly, young people in Barcelona show a higher level of awareness regarding this issue, whereas those in Milan more frequently perceive the existence of violence in their environment. However, it is crucial to note that gender differences outweigh the cultural ones in terms of awareness of GRIPV. These findings should be considered for future interventions addressing the complexity of GRIPV.
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Marta Trivi, una periodista cultural especializada en videojuegos, sugiere que las comunidades que surgen en torno a los videojuegos desde finales de los ochenta son precursoras de las estrategias de desinformación desplegadas por la extrema derecha desde hace décadas, coincidiendo con el surgimiento del trumpismo. Con este escenario de fondo también plantea una serie de correspondencias entre estas comunidades, entendidas como laboratorios de marketing y manipulación social, y la violencia y misoginia actuales. El texto que presentamos a continuación da buena cuenta de estas conexiones. Basado en la entrevista concedida el 25 de septiembre de 2023, y las reflexiones e intercambios que la siguieron.
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No corren vientos favorables para las teorías críticas, tampoco para la coeducación que, es hoy, teoría feminista en educación. La postmodernidad, bajo la alianza ideológica neoliberal-patriarcal, negando la existencia del sistema de opresión sexo-género, está promoviendo un giro educativo que garantice mentalidades acríticas, descaradamente antifeministas. Ante este escenario, proponemos repasar la presencia de los saberes producidos por los Estudios feministas en la agenda política educativa; objetivar algunos de los aprendizajes de esta desigualdad instalados en el imaginario juvenil -especialmente los relacionadas entre masculinidad hegemónica y violencia de género- y, finalmente, reclamar un mayor compromiso con el desarrollo de la coeducación, en tanto requisito para el aprendizaje y la práctica de un estatuto fuerte de ciudadanía democrática.
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This paper opens by analysing the complexity of misogyny, sexism, and toxic masculinity. It then examines online misogyny, dissecting the many acts and behaviours that comprise this kind of digital discrimination. It considers the Gamergate scandal and demonstrates how the video game industry reinforces gender stereotypes. It closes with an analysis of efficiency and limits of legislative systems for combatting online sexism.
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Libro resultante de las intervenciones seleccionadas y presentadas en las distintas mesas científicas durante el II Congreso Internacional sobre Masculinidades e Igualdad: Educación para la Igualdad y Co(educación), realizado entre los día 20 y 22 de octubre de 2022, organizado por el Observatorio de las Masculinidades y el Grupo de Investigación Economía, Cultura y Género (ECULGE), con la colaboración de la Unidad de Igualdad y el Centro Interdisciplinar de Estudios de Género de la Universidad Miguel Hernández de Elche (UMH) y el Ayuntamiento de Elche.
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En los últimos años, el auge del movimiento feminista, especialmente desde la convocatoria del 8M de 2018, se ha encontrado con resistencias importantes. En el ámbito digital, esta renovación del feminismo ha supuesto un aumento del activismo digital feminista y una mayor visibilidad de las mujeres. Sin embargo, también han surgido múltiples obstáculos que muestran el carácter androcéntrico y misógino de la cultura digital. Uno de los fenómenos asociado a la misoginia digital es el "troleo de género" (gendertrolling), propio de la subcultura troll. En este trabajo, analizaremos el troleo antifeminista en la plataforma Twitter, centrándonos en la etiqueta #STOPfeminazis. A partir del análisis de contenidos, mediante la aplicación de categorías específicas, observamos cómo esta etiqueta utiliza métodos de la subcultura troll, relacionados con la remezcla y la resignificación, para llevar a cabo una ofensiva general contra el movimiento feminista.
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This document presents results of the research on the conformation of feminist collectives of university students in Mexico that emerged since 2014 in order to denounce and demand attention to the university authorities to cases of violence and harassment in their study centers. The hypothesis that guides this work holds that these organizations of young feminists are part of the new activisms that emerged in Latin America confronting structural violence against women, but at the same time, they present particular characteristics as a result of the transformation processes in the field of university education, in what I call the double anchoring of the processes of institutionalization of gender perspective in universities. As adversary groups, they are likely to be analyzed from the perspective of social movements, with special emphasis on the relationship they build with social actors and institutions, the novelty of their processes of internal organization and their positioning as central political actors in the current scenario of feminist protest at a global level.
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El presente trabajo se inscribe en la línea de Feminismos en las redes sociales. El objetivo es estudiar el desarrollo y configuración del escrache, como una estrategia feminista para enfrentar la violencia de género hacia las mujeres. Para ello se retoma a la organización la Red No Están Solas (REDNES), quien ha llevado a cabo este tipo de acciones de manera recurrente a lo largo de su trayectoria política feminista en la universidad. Dicha agrupación se caracteriza por su forma de movilización y de organización en el espacio público físico y digital. Por ello utilizo una metodología que analiza los datos digitales de la fanpage de la REDNES, la cual se articula con entrevistas semiestructuradas a las integrantes de la organización, con el fin de dar cuenta de su acción colectiva híbrida.
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p>In the wake of the recent far-reaching changes in the use and accessibility of technology in our society, the average person is far more engaged with digital culture than ever before. They are not merely subject to technological advances but actively use, create, and mold them in everyday routines – connecting with loved ones and strangers through the Internet and smart phones, navigating digital worlds for work and recreation, extracting information from vast networks, and even creating and customizing interfaces to best suit their needs. In this timely work, Mirko Tobias Schöfer delves deep into the realities of user participation, the forms it takes, and the popular discourse around new media. Drawing on extensive research into hacking culture, fan communities, and Web 2.0 applications, Schöfer offers a critical approach to the hype around user participation and exposes the blurred boundaries between industry-driven culture and the domain of the user.</p
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A partir del caso de estudio de la aplicación de citas online Tinder, nos preguntamos acerca de cómo la ideología del Big Data actualiza ciertas referencias arcaicas de las artes adivinatorias. En la cosmología neoliberal de nuestro presente, vivimos un resurgimiento de los sistemas de interpretación de la influencia de los astros que nos habla de una fascinación ancestral por el cielo nocturno y la necesidad de explicar nuestro origen y destino; pero que sobre todo nos habla de una maquinaria de explotación de estas necesidades y de un sistema ávido de explotarlas para sacar un rendimiento económico en base a las características propias del tiempo actual. En el universo computacional del capitalismo digital los algoritmos funcionan como oráculos: tienen la capacidad de determinar el futuro de los usuarios conectados en red según sus patrones de consumo. Los algoritmos ya no son simplemente instrucciones para ser ejecutadas, sino que se han convertido en entidades escénicas que seleccionan, evalúan y transforman las infraestructuras urbanas y las formas de vida.
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Individuals all over the world can use Airbnb to rent an apartment in a foreign city, check Coursera to find a course on statistics, join PatientsLikeMe to exchange information about one’s disease, hail a cab using Uber, or read the news through Facebook’s Instant Articles. In The Platform Society, Van Dijck, Poell, and De Waal offer a comprehensive analysis of a connective world where platforms have penetrated the heart of societies—disrupting markets and labor relations, transforming social and civic practices, and affecting democratic processes. The Platform Society analyzes intense struggles between competing ideological systems and contesting societal actors—market, government, and civil society—asking who is or should be responsible for anchoring public values and the common good in a platform society. Public values include, of course, privacy, accuracy, safety, and security; but they also pertain to broader societal effects, such as fairness, accessibility, democratic control, and accountability. Such values are the very stakes in the struggle over the platformization of societies around the globe. The Platform Society highlights how these struggles play out in four private and public sectors: news, urban transport, health, and education. Some of these conflicts highlight local dimensions, for instance, fights over regulation between individual platforms and city councils, while others address the geopolitical level where power clashes between global markets and (supra-)national governments take place.