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. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia
74(2), julio-diciembre 2022, p602
ISSN-L: 0210-4466
hps://doi.org/10.3989/asclepio.2022.15
ESTUDIOS / STUDIES
DE CABALLOS Y CONEJOS:
EL PRIMER INTENTO DE CREAR UNA ESCUELA DE VETERINARIA EN
BARCELONA (1888-1890)
José Manuel Guérrez García
Parc Sanitari Sant Joan de Déu. Sant Boi de Llobregat
Email: josemanuel.guerrez@sjd.es
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0003-3306-9955
Recibido: 11 octubre 2020; Aceptado: 3 junio 2021; Publicado: 2 diciembre 2022
Cómo citar este arculo/Citaon: Guérrez García, José Manuel (2022) “De caballos y conejos: el primer intento de crear una escuela
de veterinaria en Barcelona (1888-1890)”, Asclepio, 74 (2): p602. hps://doi.org/10.3989/asclepio.2022.15
RESUMEN: Las primeras escuelas de veterinaria en Europa se establecieron en el siglo XVIII. En España, este proceso se inició en 1793
con la apertura de la escuela de Madrid, seguida de otras instuciones similares fundadas en el siglo XIX. La creación de la primera
Facultad de Veterinaria en Cataluña tuvo lugar en 1982. Hasta entonces, la organización en Barcelona de un centro que ofertara esos
estudios se había converdo en un tema de interés recurrente. Esta invesgación analiza, desde una perspecva local, el proyecto
que se gestó en 1888 para trasladar la escuela de Sanago de Compostela a la capital catalana. La propuesta, que recibió importantes
apoyos entre la sociedad civil e instuciones públicas de la ciudad, se caracterizó por el énfasis que puso en una educación que no se
focalizara únicamente en los animales grandes. Por primera vez en España, las demandas de la producción animal intensiva, como la
avicultura o cunicultura que comenzaban a proliferar en Cataluña, se contemplaron como eje esencial de la formación del veterinario.
Una modicación programáca de envergadura para una escuela que, por las novedades que introducía, se asoció con el epíteto «mo-
delo» en la documentación examinada.
PALABRAS CLAVE: Historia veterinaria; Sociología veterinaria; Escuelas veterinaria; Enseñanza veterinaria; España siglo XIX.
OF HORSES AND RABBITS:
A FIRST ATTEMPT TO CREATE A VETERINARY SCHOOL IN BARCELONA (1888-1890)
ABSTRACT: The rst veterinary schools in Europe were established in the eighteenth century. In Spain, this process began in 1793 with
the opening of the Madrid veterinary school, followed by other similar instuons founded in the 19th century. The creaon of the
rst Veterinary Faculty in Catalonia took place in 1982. Unl then, the creaon of a center that would oer these kind of studies had
become a recurring topic of interest in Barcelona. This arcle analyzes, from a local perspecve, the project that was conceived in 1888
to transfer the school from Sanago de Compostela to the Catalan capital. The proposal received strong support from civil society and
public instuons in the city. It was characterized by the emphasis it placed on an educaon that did not focus solely on large animals.
For the rst me in Spain, the demands of intensive animal producon, such as poultry or rabbit farming that were beginning to pro-
liferate in Catalonia, were seen as an essenal part of veterinary training. This represented a major programmac modicaon for a
school that, due to the new features it introduced, was labelled “model” in the documentaon examined.
KEY WORDS: Veterinary History; Veterinary Sociology; Veterinary Schools; Veterinary Educaon; 19th Century Spain.
Copyright: © 2022 CSIC. Este es un arculo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia de uso y distribución Creave Commons
Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0)
JOSÉ MANUEL GUTIÉRREZ GARCÍA
Asclepio. 74(2), julio-diciembre 2022, p602. ISSN-L: 0210-4466, hps://doi.org/10.3989/asclepio.2022.15
2
INTRODUCCIÓN
Históricamente, las sociedades humanas siempre
han sido vulnerables a las enfermedades de los animales
doméscos, especialmente cuando estas aparecían en
forma de brotes y compromean la economía agraria.
En Europa, están documentadas graves epizooas de
peste bovina, ántrax, ebre aosa, peste porcina clási-
ca, viruela ovina o pleuroneumonía contagiosa bovina,
entre otras, las cuales en ocasiones se podían presentar
simultáneamente dicultando el diagnósco. Entre
ellas, la peste bovina merece una consideración especial
por las consecuencias devastadoras que provocó en la
sociedad europea durante el siglo XVIII. La enfermedad
se extendió por la mayor parte del connente en for-
ma de oleadas sucesivas a lo largo de toda la centuria,
con mortalidades a menudo superiores al noventa por
ciento. En 1745, Cromwell Mormer, secretario de la
Royal Society de Londres, calicó la situación generada
por la plaga vacuna como una calamidad pública. No en
vano, agricultura y cría animal constuían dos pilares
económicos básicos de una sociedad eminentemente
rural (Wilkinson, 1992, pp. 35-64; Spinage, 2003, pp.
81-160; Koolmees, 2010).
Las medidas sanitarias que se recomendaron –e
implementaron en muchos casos– fueron de diversa
índole. Médicos y cirujanos de gran presgio como Ber-
nardo Ramazzini, Giovanni Maria Lancisi, Thomas Bates,
Albrecht von Haller o Erasmus Darwin propusieron, entre
otras cosas, polícas de cuarentena, el aislamiento de
las reses afectadas, la limpieza de establos o el sacricio
de todo el ganado en un perímetro alrededor de los
brotes conrmados. Algunas autoridades distribuyeron
panetos informavos en lengua vernácula para hacerlos
más accesibles a mercaderes, agricultores o a cualquier
persona relacionada con la tenencia y el cuidado de los
animales doméscos. Al mismo empo se pusieron en
marcha otros recursos para intentar detener la enfer-
medad, como el edicto que se promulgó en Dinamarca
en 1745 ordenando rezar en todas las iglesias cuando
la peste bovina se introdujo allí desde la frontera sur
con Alemania. Quizás con un valor prácco superior,
también se prohibió simultáneamente la celebración
de mercados de ganado temporalmente (Wilkinson,
1992, pp. 35-64).
No es extraño que en este contexto se originara la
idea de organizar una educación reglada que desarrollara
conocimientos especícos para el mantenimiento de la
salud animal. Esa aspiración se materializó en 1762 en
Lyon, Francia, con la transformación de una academia
de equitación en la primera escuela de veterinaria del
mundo, a la que se sumó una segunda en Alfort, París,
cuatro años después (Hubscher, 1999, pp. 28-37). Esa
iniciava suscitó el interés de numerosos gobernantes
europeos y, antes de que nalizara ese siglo, alrededor
de una veintena de ciudades contaban con un estable-
cimiento de caracteríscas similares: Viena, Dresde,
Turín, Berlín, Múnich, Copenhague, Hannover, Londres,
Pest…, y también Madrid a parr de 1793.
Hasta ese momento, la mayoría de personas que
ejercían la medicina animal aprendían gracias a la prácca
y la experiencia propia. En algunos contextos concretos,
como en la monarquía hispánica, desde el siglo XVI
exisan tribunales distribuidos por el territorio que
examinaban a quienes quisieran ejercer la albeitería, tér
-
mino equivalente al de veterinaria en lengua castellana.
Una reválida que, en algunos municipios peninsulares,
está ya incluso documentada desde la Baja Edad Media.
La enseñanza tenía lugar en los establecimientos de
los albéitares tulados y con frecuencia ese periodo
de aprendizaje duraba entre uno y tres años. Allí, los
aspirantes se instruían de forma prácca en las enfer-
medades equinas y en el arte de herrar. También debían
dedicar parte de su empo al estudio, ya que el examen
consisa en una parte teórica y otra prácca. Algunos
de los tratados más populares para superar esa prueba
gozaron de varias ediciones para cubrir la demanda y, en
general, la pervivencia de esta reválida durante más de
tres siglos favoreció el mantenimiento de una importante
producción bibliográca (Sanz Egaña, 1941, pp. 39-95).
En otros contextos europeos, la medicina animal era
un ocio de ejercicio libre. Exisan muchos pos de sana-
dores, algunos sin un aprendizaje especíco previo pero
que no incurrían en ninguna ilegalidad por ello. Entre las
diferentes opciones, la posición jerárquica más elevada
correspondía a aquellos que se centraban en el cuidado
de los caballos y ofrecían sus servicios como una acvidad
de tradición familiar regulada de forma gremial. Exisan
otros praccantes de menor rango, como los herradores
o los que se encargaban preferentemente del ganado
bovino. Los bueyes eran especialmente valiosos en el
medio rural por su aptud como animales de ro en los
campos de culvo. Ovejas, cabras y cerdos solían ser
tratados por los propios pastores y labradores. Dentro
de este pluralismo asistencial también se incluían las
curas proporcionadas por los miembros de la unidad
familiar. La veterinaria domésca, ejercida sobre todo por
mujeres, constuía un recurso rápido capaz de ahorrar
un espendio. El conocimiento se adquiría mediante el
aprendizaje oral o heredado, pero también por escrito,
tal y como atesguan los libros de recetas y de cuidado
de animales que se han conservado (Curth, 2010, pp.
53-69; Curth, 2013, pp. 59-86; Zarzoso, 2007).
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DE CABALLOS Y CONEJOS: EL PRIMER INTENTO DE CREAR UNA ESCUELA DE VETERINARIA EN BARCELONA (1888-1890)
En esta época anterior a la creación de escuelas
de veterinaria, eran los cirujanos del ejército quienes
a veces se responsabilizaban del cuidado de los caba-
llos durante los periodos bélicos (Wilkinson, 1992, pp.
52-53), si bien no hay documentación que acredite, ni
tampoco parece probable, que esa costumbre se diera
también en España. Aunque esos centros de enseñanza
aparecieron, sobre el papel, con el objevo principal
de solucionar los problemas relacionados con la peste
bovina, rápidamente mostraron más interés por las enfer-
medades equinas que por las propias de los animales de
producción. El papel clave de los caballos en la logísca
militar puso en un primer plano la necesidad de contar
con veterinarios bien entrenados en un momento en
que los ejércitos europeos se estaban modernizando
(Vives Vallés, 2007, pp. 69-74). El sesgo hipiátrico que
mostraron las escuelas francesas también se trasladó
al resto de centros europeos, algunos de los cuales se
concibieron con un propósito estrictamente castrense. El
colegio veterinario de Londres, creado en 1792, recibió
durante ese n de centuria generosos subsidios del ejér-
cito. En 1793, cuando los británicos entraron en guerra
con Francia, se decidió acortar el plan de estudios de
tres años a solo seis meses para cubrir la demanda de
veterinarios que el conicto bélico estaba generando
(Swabe, 1999, pp. 91-93).
Ese año se inauguró la escuela de Madrid. En el acto
de apertura, Segismundo Malats, su director, pronunció
un discurso que reejaba la importancia del estudio de
los equinos dentro de la estrategia militar y que, como
veremos en el siguiente apartado, se podría condensar
en su aforismo: «La Milicia sin caballos y la Patria sin
defensa» (Suárez Fernández, 1993, p. 43). Este interés
preferente por la medicina equina se mantuvo prácca-
mente invariable durante el siglo XIX, en detrimento de
las dolencias de otros animales doméscos más presentes
en el ámbito agropecuario y en el medio rural en general.
LA EVOLUCIÓN DE LA ENSEÑANZA VETERINARIA
EN ESPAÑA
En 1792, el rey Carlos IV rmó la orden fundacional
de la Real Escuela de Veterinaria de Madrid, abriendo
sus puertas en 1793. Los albéitares del ejército, también
llamados mariscales, Segismundo Malats Codina e Hipó-
lito Estévez Vallejo se encargaron de imparr la mayor
parte de la docencia, con un primer plan de estudios
de dos años ampliado desde 1796 a cuatro y centrado
exclusivamente en el caballo. El patrón de creación de
la instución madrileña siguió el mismo esquema que
en el resto del connente europeo. En la mayoría de
casos, los gobiernos enviaban a personas con experiencia
contrastada en salud humana o animal para que cursaran
los estudios de veterinaria en Lyon o Alfort y organiza-
ran, a su regreso, un centro de caracteríscas similares.
El rey Carlos III también siguió ese modelo, becando a
Bernardo Rodríguez Marinas en primera instancia y a
Malats y a Estévez después para que estudiaran en la
escuela parisina. La impronta castrense y centralista
en la génesis del nuevo centro se reejó en numerosos
aspectos, como su ubicación, protectores, dirección,
profesorado, material didácco o en su gobierno, que
dependió inicialmente del Consejo Supremo de Guerra
y después de la Junta Suprema de Caballería del Reino.
Estos organismos se encargaban, entre otras cosas, del
aumento y mejora de los caballos que formaban parte de
la logísca del ejército. En consonancia con esa orienta-
ción, la mayoría de los estudiantes eran militares o hijos
de estos, espulándose una edad mínima de ingreso de
dieciséis años que se llegó a rebajar a los doce ante las
dicultades iniciales de reclutamiento (Salvador Velasco,
2015, pp. 238-253).
La creación de la escuela de veterinaria no supuso la
supresión de los tribunales para la obtención del tulo
de albéitar. Estos siguieron funcionando como lo hacían
desde hacía tres siglos, coexisendo desde entonces dos
pos de recursos ociales para preservar la salud de los
animales. Pero solo en teoría, porque de facto veteri-
narios y albéitares siguieron caminos bien separados.
Los primeros debían trasladarse a la capital para cursar
unos estudios que les permirían ocupar los puestos
vacantes en el campo militar, de mayor reconocimiento
social y con mejor remuneración. Ello explica por qué,
medio siglo después de la apertura del centro madrile-
ño, apenas hubiera en España más de 200 veterinarios,
una candad exigua, aunque suciente para proveer al
ejército (Benito Hernández, 2003, pp. 69 y 93-95).
En el ámbito civil, los albéitares connuaron man-
teniendo una posición absolutamente hegemónica.
En el censo de 1797 guraban 5.706, uno por cada
1.847 habitantes. Esos datos, aunque se han de tomar
con cautela, nos pueden servir como referencia. En el
registro de 1860, esa cifra ascendía a 8.132, si bien se
contabilizó de forma conjunta a albéitares y veterina-
rios. Es interesante destacar cómo ese crecimiento fue
paralelo al de la población total, reejando una relación
de un especialista en medicina animal por cada 1.927
habitantes (Benito Hernández, 2003, pp. 39-43).
Está claro que para los diferentes gobiernos de la
primera mitad del siglo XIX, la opción de formar albéitares
era mucho más barata que crear y sostener varias escuelas
de veterinaria que fueran capaces de cubrir las necesi-
dades de la sociedad civil. No obstante, esta situación de
coexistencia ocial, sin parangón en el resto de Europa,
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acabó teniendo fecha de caducidad. Los proyectos de
modernización que afectaron a las estructuras educavas
españolas durante esa centuria también trascendieron
al campo de la salud animal. En 1847, se promulgó un
decreto ordenando la creación de dos nuevas escuelas,
en Zaragoza y Córdoba, y eliminando la concesión de
tulos de albéitar de forma deniva1. En 1852, se
abrió otro centro en León, el cual contribuyó a que ese
reemplazo progresivo de albéitares por veterinarios en
el ejercicio de la veterinaria civil fuese más efecvo. Este
nuevo escenario provocó una rme competencia entre
los que, amparándose en la superioridad de sus tulos,
pretendían desempeñar un papel rector en la medicina
animal y los que, por su mejor engranaje en la sociedad
tradicional de la época, se mantuvieron como la opción
asistencial preferida por la clientela durante esa década
de 1850 (Guérrez García, 2013).
Pero como es fácil suponer, la ecuación numérica
entre albéitares y veterinarios se fue decantando des-
de entonces de forma ininterrumpida a favor de estos
úlmos. Esa tendencia se acentuó durante el periodo
conocido como Sexenio Revolucionario, con la aproba-
ción de un decreto en 1868 declarando la libertad de
enseñanza y creando el marco legal propicio para que
algunas diputaciones provinciales y ayuntamientos fun-
daran sus propias instuciones educavas veterinarias2.
La escuela libre de Valencia, por ejemplo, una de las que
mejor funcionó, tuló al menos a 186 alumnos hasta
el cese de su acvidad en 1874 (Aganzo Salido, 2007).
En ese mismo año, la promulgación de otro decreto
3
retomó el tradicional criterio centralista, devolviendo
al estado la organización exclusiva de la educación con
la única excepción de los seminarios y suprimiendo de
forma deniva las cinco escuelas libres de veterinaria
que, como mínimo, se habían creado (Sanz Egaña, 1941,
pp. 291-294).
El establecimiento de esos centros y el aceptable
número de alumnos matriculados en alguno de ellos
parecen sugerir que las cuatro escuelas ociales exis-
tentes no eran sucientes para sasfacer la demanda
de veterinarios en un momento en que los albéitares se
estaban exnguiendo. No hay que perder de vista que
la vía para tularse como albéitar se había suprimido
hacía un cuarto de siglo y que el número de estos, por
razones obvias, no dejaba de caer.
En la década siguiente, nuevas medidas trataron de
consolidar e incrementar la cifra total de veterinarios.
Por un lado, una real orden de 18814 concedió plena
validez ocial a los tulos emidos por las escuelas
libres, desaparecidas en 1874, y que equiparaba de
manera deniva a los veterinarios tulados dentro y
fuera de los centros ociales. En 1882 se creó la quinta
escuela de veterinaria en Galicia que, localizada en
Sanago de Compostela, daba cobertura principal a una
región del noroeste español eminentemente agrícola y
ganadera (Rodríguez García, 1994). Poco después, desde
la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País
se promovió la creación de una instución educava
veterinaria en Barcelona. Este proyecto, que contó con el
respaldo de gobiernos locales y endades de la sociedad
civil catalana, pretendía dar respuesta a la demanda de
servicios veterinarios especializados para una población
más urbana y alejada geográcamente de las cinco es-
cuelas en acvo en ese momento. Además, este plan,
gestado desde un entorno industrializado, concebiría el
nuevo centro con unos rasgos bien diferentes a los de
las escuelas abiertas en otras partes del Estado.
“TRASLACIÓN A BARCELONA DE LA CÁTEDRA DE
VETERINARIA ESTABLECIDA EN SANTIAGO DE
GALICIA”
Este encabezamiento, que reproduce el tulo del
expediente custodiado en el Arxiu Nacional de Catalunya,
brinda las claves fundamentales sobre la génesis y el
desarrollo inicial del proyecto de crear una escuela de
veterinaria a nales del siglo XIX en Barcelona.
El punto de parda se sitúa en una carta fechada
en noviembre de 1888 que, dirigida al presidente de la
Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País,
rmaron tres catedrácos de la escuela de Sanago
de Compostela: Tiburcio Alarcón, quien era también
su director, Demetrio Galán y Francisco o Juan Antonio
García (no se ha podido determinar el nombre de pila
a parr de la rma). En la misiva, los tres profesores
manifestaron ser los autores de la idea de trasladar ese
centro educavo a la capital catalana y expusieron las
causas por las que solicitaban el apoyo de la endad
barcelonesa. Describieron la escuela gallega como una
instución en crisis desde el momento de su fundación
en 1882 por movos personalistas, sin instalaciones
apropiadas para imparr una educación adecuada ni
para experimentar y con un futuro incierto. Apelaron
también al entorno social, al que consideraron anclado
en la tradición y en la runa, como un obstáculo para el
desenvolvimiento normal del centro. Contrastaron ese
escenario con el que idencaba a Cataluña, subrayan-
do el carácter laborioso e ilustrado de sus gentes que
situaba a España, según sus palabras, a la altura de las
naciones más civilizadas. Para estos docentes, la prueba
más fehaciente de este fracaso lo constuía el mante-
nimiento económico de un centro sin apenas alumnos
y con solo tres estudiantes de nueva incorporación en
el úlmo curso académico. Sin embargo, subrayaron
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DE CABALLOS Y CONEJOS: EL PRIMER INTENTO DE CREAR UNA ESCUELA DE VETERINARIA EN BARCELONA (1888-1890)
la buena aceptación de los estudios de veterinaria
entre los jóvenes catalanes, recordando que el mayor
conngente de estudiantes en las escuelas de Madrid
y Zaragoza procedía de Cataluña. Por todo lo anterior,
defendieron que en Barcelona se debían ofertar todas
las enseñanzas y que, para ello, no le faltaba más que
una escuela de veterinaria5.
En efecto, la auencia de alumnos catalanes a la es-
cuela de Zaragoza durante el siglo XIX fue muy relevante.
Un estudio que contabilizó el origen de los ingresados en
esa instución agrupados por planes de estudios reveló
que durante el plan vigente entre 1857 y 1871, etapa
inmediatamente anterior al periodo que nos ocupa, el
número de alumnos catalanes fue de 248, superando
cuantavamente incluso a los procedentes de Aragón
(Gómez Piquer y Pérez García, 2000).
En cuanto al centro madrileño, no disponemos de
datos, pero todo hace suponer que la cifra era menor, ya
que frente al atracvo que suponía su mayor presgio
entre las escuelas españolas se encontraba la desventaja
de la mayor distancia geográca que le separaba de las
cuatro provincias catalanas.
Por otra parte, no resulta extraño que esos cate-
drácos eligieran la capital barcelonesa como el lugar
idóneo para trasladar la escuela de veterinaria de Galicia.
Durante ese año de 1888 Barcelona se había situado en
la vanguardia de la modernidad y del progreso peninsular
al celebrar con éxito notable una Exposición Universal.
Ese evento, que tuvo un importante impacto cienco,
económico y cultural, contribuyó a que esa idea icónica
de modernidad acompañara desde entonces la imagen
de la ciudad y constuya todavía parte de su idendad
actual (Hochadel y Nieto-Galan, 2016).
Tampoco lo es el que se dirigieran, en primera ins-
tancia, a la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos
del País. Esta endad, creada en 1822 a iniciava de
la diputación de Barcelona, se ocupaba de promover
aquellos proyectos que redundaran en una mejora social,
desempeñando las cuesones agrícolas, que contaban
con una sección especíca, un papel esencial. Esta aso-
ciación también se destacó a nales del siglo XIX por su
énfasis en los temas pedagógicos, instaurando en 1870
una biblioteca popular (abierta hasta las diez de la noche
para poder atender a los trabajadores) y estudiando, en
colaboración con la diputación, el establecimiento de
varios centros educavos (Dalmau Palet, 2012).
Algunas de estas corporaciones ilustradas, que con-
taban con numerosos equivalentes dentro y fuera de
España, habían conseguido avances signicavos en
asuntos vinculados con la economía rural. En Francia,
una de las cunas de este movimiento, comenzaron a
proliferar sociedades agrícolas por todo el territorio
desde 1757, mostrando sus miembros, en general,
una abierta preocupación por las enfermedades de los
animales de granja. En Gran Bretaña, donde la aristo-
cracia terrateniente impulsó el asociacionismo agrario,
las cuesones sobre la cría animal ocuparon un papel
principal. Sea como fuere, y con una u otra orientación,
una de ellas, la Odiham Agricultural Society de Hamps-
hire logró fundar la escuela de veterinaria de Londres
en 1792, la primera de estas caracteríscas que se abría
en las islas británicas (Wilkinson, 1992, pp. 67 y 89-93).
Casi un siglo después, otra asociación de notables
se involucraba de forma «accidental» en la creación de
una escuela de veterinaria en Barcelona. Sus miembros,
reunidos en sesión el 21 de diciembre de 1888, acordaron
nombrar un comité que se encargara de este asunto. Su
dictamen, de mayo de 1889, apostaba de forma unánime
por el establecimiento del centro en la capital catalana.
Esa resolución iba acompañada de un borrador de carta
para el ministro de fomento desgranando las causas por
las que se debía trasladar la escuela de Galicia y que, más
o menos reformuladas, eran similares a las señaladas
por los profesores de Sanago. Ambos documentos, no
obstante, conenen pistas que podrían pasar desaper-
cibidas en una lectura supercial pero que permiten
entender por qué el proyecto de escuela «modelo» de
Barcelona fue diferente y, probablemente, uno de los
movos de su ulterior fracaso.
ESCUELA DE BARCELONA: VIEJAS Y NUEVAS ESPECIES
DE INTERÉS VETERINARIO
El término «modelo», epíteto que acompañaba a
la mayoría de las referencias sobre la futura escuela de
Barcelona, sintezó una propuesta reformista que des-
tacaba el papel clave de los veterinarios en los nuevos
sistemas de producción animal intensiva que comen-
zaban a proliferar en Cataluña. Si hasta ese momento
la ganadería era una acvidad de subsistencia ligada a
pequeñas granjas familiares y en las que convivían al
aire libre unos pocos animales de diferentes especies,
el desarrollo cienco y tecnológico abrió paso a una
industria alimentaria especializada en ejemplares de
una única variedad que se connaban en instalaciones
cerradas para su aprovechamiento ópmo.
La transición de la producción ganadera extensiva
hacia sistemas intensivos se acentuó en Europa durante
el siglo XIX por el crecimiento rápido de la población y de
los estándares de vida. Como consecuencia, tuvo lugar
un sustancial incremento de la demanda de productos de
origen animal que provocó diferentes respuestas, como
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el aumento del comercio de animales de granja vivos, la
importación de carne por vía maríma o el nacimiento
de explotaciones agroalimentarias focalizadas en una
sola especie (Swabe, 1999, pp. 118-121).
Este proceso, que no ha dejado de soscarse des-
de entonces, acabo siendo común a todos los países
europeos. Cataluña, puerta de entrada de numerosas
innovaciones europeas en la Península Ibérica durante
el siglo XIX, también se conviró en sede de la nueva
industria. Esa transformación gradual de la producción
alimentaria quedó plasmada en el informe preliminar
dirigido al ministro de fomento que redactaron varios
miembros de la económica barcelonesa, ajenos todos
ellos a la profesión veterinaria. El programa inicial que
propusieron las elites barcelonesas destacó en un primer
plano la necesidad de fomentar las práccas que relacio-
naran de forma producva la ciencia del momento con
las necesidades de la industria catalana. En consecuencia,
se apostó en primer lugar por el papel esencial del ve-
terinario en acvidades económicas como la avicultura
o la cunicultura, las cuales estaban cobrando un gran
impulso en Cataluña y habían permido producir a gran
escala reduciendo la dependencia de las importaciones
de Francia. También hubo espacio, escaso, para caballos,
cerdos, ovejas, cabras o vacas, pero resulta insólito para
cualquiera que conozca la veterinaria decimonónica que
se antepusieran gallinas, pollos o conejos a ese otro po
de ganadería «clásica»6.
Un resultado de esa acvidad económica fue la
creación de la Escuela de Avicultura Española, en Arenys
de Mar, provincia de Barcelona. Salvador Castelló, un
ingeniero agrónomo especializado en zootecnia y for-
mado en Bélgica, fundó este centro tras visitar varias
granjas avícolas en diferentes países europeos. Esta
instución privada ofrecía cursos de cuatro meses sobre
gallinocultura e industrias auxiliares, representando
una experiencia pedagógica única a nivel estatal para
la mejora de la cría y del cuidado de las gallinas (Erill
Pinyot y Casanovas Prat, 2012, pp. 55-56).
En estas unidades de producción de carne y huevos
se tendían a connar un número creciente de animales
en recintos pequeños, obligando a asegurar un nivel
sanitario ópmo en todas las fases del proceso industrial
para evitar la aparición de enfermedades, fácilmente
transmisibles bajo esas condiciones de hacinamiento.
Estas perspecvas no encajaban con la imagen corrien-
te de un veterinario dedicado a la clínica equina y, en
menor medida, al cuidado de otros animales grandes.
Según Sanz Egaña, el historiador más reconocido
de la veterinaria española, la mayoría de los profesio-
nales del siglo XIX se consagraron de forma exclusiva
a la función hipiátrica. La asistencia a los équidos, su
herrado y reconocimiento en las operaciones de com-
praventa constuían los únicos recursos seguros que,
sancionados por la tradición, abonaba la clientela. Este
autor remarca que todo el debate económico giraba
sobre esos conceptos, sin gurar posibles ingresos por
la asistencia a otro po de ganado. El vacuno, criado
en régimen de libre pastoreo, no generó ganancias
como reses aisladas hasta la aparición por métodos
zootécnicos de la máquina vaca-lechera y de las unida-
des de producción intensiva del líquido alimento. Un
bóvido, oveja, cabra o cerdo tenía escaso valor unitario
y, en casos de enfermedad, se recurría a las práccas
de sanadores no categorizados que ofrecían servicios
similares. Tampoco se contemplaron durante ese siglo
dividendos por el cuidado de mascotas, un fenómeno
ligado al desarrollo del estado de bienestar durante el
siglo XX. Y menos aún por la asistencia de aves o conejos
(Sanz Egaña, 1941, pp. 203-206 y 298-301). Sin embargo,
estas «peculiares» ganaderías encabezaron el listado
de animales de interés veterinario en el proyecto de
creación de la escuela de Barcelona, según su orden de
aparición en el referido informe.
Es probable que solo personas ajenas al campo de
la medicina animal fueran capaces de zarandear, en ese
momento, la idea tradicional de la praxis veterinaria para
destacar su comedo en la industria agroalimentaria. Los
veterinarios eran, por sus señas de idendad, los agentes
más capacitados para enfrentarse a los riesgos para la sa-
lubridad en esas granjas de alta densidad animal. Por otra
parte, los productores también podrían beneciarse de
su opinión para seleccionar aquellas razas y esrpes que
opmizaran el rendimiento económico. Tampoco resulta
extraño que esta especialización se materializara como
reivindicación en una región de gran arraigo industrial
y, por ello, con unas necesidades especícas diferentes
a las que, en general, comparan los territorios donde
se ubicaban las cinco escuelas existentes.
Otro elemento novedoso que introducía la propuesta
barcelonesa estaba relacionado con la mercanlización
de los residuos generados en esas empresas para su
ulización como ferlizante en la agricultura. Se volvía
a insisr en el informe en el carácter eminentemente
industrial de los catalanes y su predisposición natural
a salir de la runa creando, a parr de la manufactura
de unos productos, la comercialización de otros, como
era el caso de la esmerada elaboración de excelentes
abonos gracias a la notable pericia de entendidos y
experimentados veterinarios7. De esta manera, la cría
animal intensiva también contribuiría al aumento de
la producvidad agrícola, ya que el esércol resultaba
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DE CABALLOS Y CONEJOS: EL PRIMER INTENTO DE CREAR UNA ESCUELA DE VETERINARIA EN BARCELONA (1888-1890)
fácilmente acumulable en esas industrias pecuarias
emergentes.
REACCIONES ENTRE LA SOCIEDAD CIVIL Y DE
INSTITUCIONES PÚBLICAS CATALANAS
Una vez colocados esos cimientos, las nocias pu-
blicadas en diarios de información general y prensa
veterinaria nos permiten vislumbrar la buena acogida
que esta propuesta tuvo entre endades públicas y
civiles barcelonesas, y de cómo ese interés se arculó.
El punto de parda se situó el uno de enero de 1889,
cuando el diario La Vanguardia publicó que la sociedad
económica barcelonesa había recibido una peción desde
la escuela de veterinaria de Sanago de Compostela para
que tratara de gesonar el traslado de esa instución
docente a Barcelona8.
La conveniencia de establecer ese centro educavo
gozó de un importante consenso entre la sociedad civil
catalana, sobre todo por parte de las élites sociales
relacionadas con los círculos ecuestres. Una de las
maneras de hacer explícito ese soporte consisó en
el envío de telegramas a Cristóbal Colón de la Cerda,
ministro de fomento. Este fue el caso de Juan Estruch,
director del gremio de caleseros, que aglunaba a más
de cuatrocientos individuos, o los telégrafos remidos
por los máximos representantes del Círculo Jockey-Club,
del Casino venatorio o del centro hípico denominado
Picadero Americano9. En otras ocasiones, esas misivas
fueron rmadas por personas a tulo parcular, como
en el caso de varios acionados a la equitación10.
Pero el binomio veterinaria-équido, caracterísco
del siglo XIX, no solo se ciñó a los ejemplares selectos
que tenían un papel importante en la vida lúdica de
la gente adinerada del momento. Caballos, burros y
mulas constuían la fuerza motriz del comercio y del
transporte terrestre de personas. Eran parte esencial
del engranaje económico, por lo que se convireron en
actores ineludibles de los retratos urbanos de cualquier
metrópolis del siglo XIX11.
Barcelona precisaba de un elevado número de es-
tos, tal y como lo atesguaban los más de treinta mil
solípedos que convivían en la ciudad y sus alrededores,
desempeñando un papel fundamental para la prospe-
ridad de una urbe inmersa en un constante desarrollo
económico e industrial. Este conngente equino tam-
bién se esgrimió como un argumento para juscar la
apertura de la escuela12.
Entre las las veterinarias, los principales apoyos
procedieron de los profesionales que se estaban des-
tacando por sus inquietudes ciencas. Por ejemplo,
de Joan Arderius, Simón Sánchez y Francesc Darder,
presentes en el V Congreso Internacional de Veterinaria
celebrado en París en 1889 y primera representación
española en ese po de eventos13. O de Ramón Turró,
quien más tarde se conviró en el primer veterinario
en dirigir un laboratorio municipal de una gran ciudad
a nivel estatal14.
Pero entre ellos, sobresalió la gura de Darder, fa-
moso por sus negocios de taxidermia y compraventa de
animales vivos, tanto de ejemplares exócos como de
pequeñas especies de interés zootécnico. Este veterinario
se conviró en el mayor proveedor local de un mercado
consumista en torno a la posesión de animales en alza.
Su oferta se complementaba con la venta de tecnología,
como incubadoras arciales, cabañas para la cría de
conejos o diferentes pos de gallineros, comederos y
abrevaderos, por citar solo algunos de los productos
que comercializaba. Su clientela incluía tanto a personas
pertenecientes a los estamentos más acomodados de la
ciudad, interesadas en adquirir un animal raro, vistoso,
caro y de moda, como a individuos de clases trabajadoras
que buscaran, por ejemplo, gallinas, patos o conejos con
una mayor tasa producva y reproducva que auxiliaran
la economía familiar15.
Para publicitar sus productos y ampliar su mercado
potencial por el territorio nacional, fundó en 1886 El
Naturalista, una revista que sirvió también de vía de
difusión de consejos veterinarios y de un canal de co-
municación entre Darder y los acionados a la historia
natural que, como reeja la intensa acvidad epistolar,
procedían de todos los rincones de España.
Esta publicación, que interrumpió su edición en
1888 coincidiendo con la celebración de la Exposición
Universal de Barcelona, volvió a salir a la luz en febrero
de 1889 con un objevo principal confeso, «el de dar
mayor calor y vida a la idea que viene agitándose para
conseguir el traslado a esta capital de la Escuela de
Veterinaria de Sanago».16
Los intereses de Darder en su rme defensa a favor
de la creación del único centro de enseñanza que, según
sus palabras, Barcelona no tenía, constuyen una incóg
-
nita. Se podría especular en un trasfondo económico,
puesto que su acvidad comercial incluía la venta de
colecciones zoológicas, revistas, libros, incubadoras
de huevos, aparatos para la cría animal…, y la escuela
constuía un nuevo mercado para el material didácco
que él ofrecía17.
Pero no sería justo conjeturar sobre las movaciones
y dejar de lado los hechos, porque su contribución fue
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Asclepio. 74(2), julio-diciembre 2022, p602. ISSN-L: 0210-4466, hps://doi.org/10.3989/asclepio.2022.15
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enorme. El traslado a Cataluña de esa instución educa-
va fue una decidida apuesta personal y una constante
en su revista, hasta el punto de que limitaba el espacio
para las comunicaciones más ciencas y otras nocias de
interés profesional. Por eso, para cualquiera que quiera
conocer de forma cronológica los vaivenes que sufrió la
propuesta barcelonesa, esta publicación constuye una
fuente documental imprescindible18.
En general, se puede señalar que Darder se iden-
có plenamente con los miembros de la Sociedad
Económica Barcelonesa de Amigos del País al subrayar,
bajo el evocador tulo de «Una reforma necesaria», las
peculiaridades que el nuevo centro debería reunir por
dar cobertura a una Cataluña que, además de contar
con una importante agricultura, gozaba del mayor desa-
rrollo industrial a nivel peninsular. Esas novedades, que
harían que «de nosotros copiarían las demás regiones
españolas», deslaban la idea del veterinario como un
referente clínico y zootécnico de cualquier animal de
interés para la industria agropecuaria, algunos de ellos
muy alejados del protopo de ganadería tradicional19.
Es fácil inferir que esas innovaciones fueran fácilmente
asumibles por un veterinario que había comenzado a
consolidar una acvidad profesional en torno al potencial
económico y el cuidado de especies no contempladas
hasta entonces (Guérrez García, 2020). De acuerdo
con el proverbio de que «una imagen vale más que mil
palabras» y a modo de ejemplo ilustravo, se puede
destacar la reproducción que hizo en su revista de la
exposición que se dirigió al ministro de fomento solici-
tando la creación de la escuela y que acompañó con el
dibujo… de un gallo.
A grandes rasgos, las razones que se esgrimieron
en ese documento ya se han ido desgranando en este
trabajo. Más revelador resulta repasar los más de se-
senta representantes de la or y nata de la sociedad civil
catalana que suscribieron esa peción, explicitándose
para muchos de ellos su vínculo con el ámbito ecues-
tre o con el sector agropecuario: marqueses, condes,
duques, diputados, senadores, médicos, notarios…, y
Francesc Darder, como director de El Naturalista y único
veterinario de ese amplio listado20.
Ese documento, fechado en abril de 1889, fue la
primera gran demostración de fuerza que se lanzó para
intentar materializar el traslado de la escuela gallega a
Barcelona. A parr de entonces, fueron las instuciones
públicas catalanas las que adquirieron el protagonismo
para intentar sasfacer esa demanda.
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DE CABALLOS Y CONEJOS: EL PRIMER INTENTO DE CREAR UNA ESCUELA DE VETERINARIA EN BARCELONA (1888-1890)
Justo un año después, en abril de 1890, los diputados
Federico Schwartz y Joaquín Sostres presentaron una
propuesta formal en la diputación provincial de Barce-
lona para que se elevara atenta súplica al gobierno de
Madrid con el n de converr esta aspiración en realidad.
La comisión de fomento de la diputación se encargó de
estudiar el asunto y, en sesión de mayo de 1890, acordó
contactar de forma urgente con los directores de las
escuelas de Córdoba, León, Zaragoza y Sanago para
recabar información sobre los gastos que ocasionaría un
centro de esas caracteríscas. Esa proposición también
sugirió la coparcipación del ayuntamiento para que
ambas corporaciones aunaran fuerzas y asumieran los
costes del centro en la proporción que se considerase
justa y conveniente21.
No obstante, la primera alcaldía dispuesta a contribuir
económicamente fue la de la villa vecina de Gracia, donde
el 25 de abril de 1890 se tomó el acuerdo de consignar
cinco mil pesetas si el establecimiento se instalaba en la
Granja Experimental que la diputación provincial poseía
en ese término municipal, tal y como se había contem-
plado inicialmente desde esa endad. Se juscó esta
aportación por la trascendencia que para la población
tendría una escuela de veterinaria en la forma en la que
se pensaba establecer, la cual «sería a la vez un museo
de anatomía, historia natural y piscicultura, parque de
aclimatación y jardín botánico»22.
Esa manera de entender la veterinaria también
apareció reejada en la prensa general. Un arculo en
catalán publicado en La Renaixensa en 1890 subrayaba
las aspiraciones de instalar un centro que potenciara la
zootecnia de todos los animales úles al hombre, «desde
la vaca y el caballo hasta el humilde gusano de seda y
la abeja» y se alejara así del equivocado paralelismo
que se hacía en España entre esta disciplina y el arte
de herrar y curar équidos23.
Desde el consistorio barcelonés también se llevaron
a cabo acvas gesones. En el mes sepembre de 1890
varios concejales suscribieron una proposición pidiendo
la creación de la escuela24. En octubre, se acordó elevar
una exposición al gobierno solicitando su instalación25,
la cual se plasmó en la súplica de Juan Coll Pujol, alcalde
de Barcelona, al ministro de fomento requiriendo el
cumplimiento de esa pretensión26.
No se conoce que haya habido respuesta desde el
poder ejecuvo, pero sí una acva resistencia desde
Galicia para que ese traslado no se llevara a cabo (Barral
Marnez, 2002). En marzo de 1891, el propio alcalde,
de viaje en Madrid, despachó el tema con el ministro27.
Esa fue la úlma nocia que publicó La Vanguardia
sobre este asunto. A parr de entonces, ya no se ha
encontrado documento ni referencia alguna que permita
explicar el repenno y aparente abandono de un pro-
yecto que había gozado de un importante apoyo. Otro
intento, con nuevos y viejos protagonistas, se repería
solo veincinco años después (Pumarola Batlle, 2002).
No obstante, tuvo que pasar práccamente un siglo
hasta que la apertura de una facultad de veterinaria en
Cataluña se convirera en realidad.
CONCLUSIONES
Durante el siglo XVIII, la peste bovina y otras en-
fermedades contagiosas que asolaron los rebaños eu-
ropeos facilitaron la creación de las primeras escuelas
de veterinaria con el objevo de formar profesionales
que fueran capaces de enfrentarse a las dolencias de
los animales doméscos.
La instucionalización de la educación veterinaria,
que tuvo su origen en Francia, se extendió con rapidez
por todo el connente. En España, la enseñanza reglada
de la medicina animal se inició con la decisión de Carlos
III de enviar albéitares del ejército a la escuela de Alfort,
cerca de París, para que cursaran los nuevos estudios y
organizaran algún centro similar a su regreso.
Durante el siglo XIX se crearon varias escuelas de vete-
rinaria en España que, como sus homólogas europeas, se
mostraron más interesadas por las enfermedades equinas
que por las propias de los animales de producción. En
las postrimerías de esa centuria, varios profesores de
la escuela de Sanago de Compostela propusieron la
clausura del centro y su posterior traslado a Barcelona.
Esta idea tuvo una buena acogida en Cataluña, tanto
entre las élites de la sociedad civil como de las instucio-
nes públicas más representavas. Entre los movos que
se esgrimieron para juscar ese cambio de ubicación
se destacó el contraste que exisa entre el elevado
conngente de jóvenes catalanes que históricamente se
había decantado por estos estudios frente a la escasez
de alumnos que tenía el centro gallego.
Pero además, el proyecto de escuela «modelo»
de Barcelona tuvo, desde sus inicios, una orientación
curricular apica con respecto a la enseñanza que se
impara en las escuelas españolas. Dichas innovaciones
se juscaron por la necesidad de adaptar la formación
veterinaria a las exigencias de la industria agroalimentaria
catalana. Desde esta perspecva, los équidos dejaron
de ser los protagonistas absolutos, contemplándose
también la asistencia clínica y zootécnica de otros ani-
males implicados en los nuevos sistemas de producción
intensiva. Unas especies no contempladas hasta entonces
por su tamaño ridículo y escaso valor unitario, pero que
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10
NOTAS
1 No obstante, la realización de exámenes de gracia para tu-
larse como albéitar perduró hasta 1855. Este largo periodo de
cohabitación entre las dos vías para formarse como especialista
en medicina animal se debió a una mulplicidad de factores,
destacando de forma notable los de carácter políco (Salvador
Velasco, Andrés Turrión y Sánchez de Lollano Prieto, 2010).
2 “Decreto declarando libre la enseñanza y derogando los
decretos relavos á instrucción pública que se cita”, Gaceta
de Madrid, 22 de octubre de 1868, pp. 15-17.
3 “Decreto regularizando el ejercicio de la libertad de enseñanza”,
Gaceta de Madrid, 30 de julio de 1874, pp. 257-258.
4 “Real orden declarando que así los tulos expedidos por
los Rectores de las Universidades del Estado á los alumnos
populares, como los expedidos por los de Escuelas libres y
rehabilitados en la forma prevenida, enen perfecta validez
ocial”, Gaceta de Madrid, 23 de enero de 1881, p. 205.
5 Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País (1888),
Traslación a Barcelona de la cátedra de veterinaria establecida
, Arxiu Nacional de Catalunya, ANC1-
1114-T-1087, Nº exp 75/3.
6 Documento citado en la nota 5.
7 Documento citado en la nota 5.
8 La Vanguardia, 1 de enero de 1889, p. 2.
9 La Vanguardia, 9 de febrero de 1890, p. 1; La Vanguardia,
10 de febrero de 1890, p. 2; La Vanguardia, 11 de febrero de
1890, p. 2.
10 Variedades (1890), El Naturalista, 4 (3), p. 23.
11 Véase la descripción que se hace sobre la importancia de estos
animales en las ciudades de Estados Unidos de nales del siglo
XIX, subrayando la relación directamente proporcional que
exisa entre su número y el grado de desarrollo comercial que
alcanzaban los núcleos urbanos. Como ejemplo, se citan los
casos de Nueva York y Nueva Orleans, dos ciudades portua-
rias con enormes concentraciones equinas y converdas en
centros de poder regional por su importancia como centros
logíscos de intercambio de mercancías por vía maríma y
terrestre. (Jones, 2003, p. 23).
12 Un hipólogo (1890), “Escuela de veterinaria en Barcelona.
Ulidad y necesidad de su creación”, El Naturalista, 4 (2), pp.
4-6.
13 Variedades (1889), El Naturalista, 3 (9), p. 77.
14 La Vanguardia, 21 de marzo de 1891, p. 2.
15 La experiencia que adquirió como intermediario en la compra-
venta de animales exócos constuyó un factor esencial para
que el Ayuntamiento de Barcelona lo nombrara primer director
del parque zoológico municipal cuando este se creó en 1892
(Pons, 1992, pp. 40-47). La producción de pequeñas especies
para la venta de carne, huevos, pieles, plumas… constuyó
sí tenían interés veterinario cuando era la prosperidad
de un grupo la que estaba compromeda, que era
precisamente el po de industria que comenzaba a
despuntar en Cataluña.
Esa nueva orientación abría el paso a un cambio de
gran calado, asociando también la gura del veterina-
rio a animales que poco o nada tenían que ver con sus
clientes habituales. Una apuesta arriesgada que bien
podría haber movado que esta singular propuesta, y en
ciertos aspectos visionaria, no se materializara. Ello sin
menoscabar, por supuesto, la resistencia que se opuso
desde Galicia –y ajena a esta invesgación– para que
el traslado de la escuela de Sanago de Compostela a
Barcelona no se efectuara.
una faceta que caracterizó toda su trayectoria profesional,
tanto en sus negocios privados como en el desempeño de su
trabajo como director del zoológico barcelonés. (Hochadel y
Valls, 2016; Hochadel y Valls, 2017).
16 “Afortunadamente podemos congratularnos de que la indica-
ción del proyecto de que se trata [traslado de la escuela] ha
merecido ya el aplauso de personas notables, tanto en políca
como en diferentes ramos ciencos e industriales, ganosas,
para honor de Cataluña, que se vea planteada en nuestra
capital una verdadera Escuela modelo de Veterinaria que,
reuniendo los elementos y adelantos que exige el progreso
de nuestra época, no desmerezca de las establecidas en el
extranjero.” [Darder, Francesc] (1889), “A los señores veteri-
narios de Cataluña”, El Naturalista, 3 (4), p. 27. El periódico
La Vanguardia también reconoció que con la reanudación de
la revista «El señor Darder persigue otro objeto, en el cual le
hemos de prestar naturalmente nuestro apoyo, cual es el de
gesonar la traslación a esta ciudad de la Escuela de Veteri-
naria de Sanago de Galicia.» La Vanguardia, 28 de febrero
de 1889, p. 2.
17 La acvidad profesional de Darder se caracterizó por moverse
entre el negocio, el espectáculo y la ciencia (Hochadel, 2018).
18 Por ejemplo, adhesiones al proyecto, reacciones desde Ga-
licia, respuestas de otras escuelas de veterinaria, modelo
educavo, acciones emprendidas, presión ejercida sobre los
poderes civiles y públicos catalanes, apoyos recabados de
otras publicaciones y de instuciones educavas catalanas…
19 [Darder, Francesc] (1889), “Una reforma necesaria”, El Natu-
ralista, 3 (4), pp. 27-29, p. 28.
20 Varios rmantes (1889), “Exposición dirigida al Excmo. Sr.
Ministro de Fomento, para que se dote a Barcelona de una
Escuela de Veterinaria”, El Naturalista, 3 (6), pp. 41-43.
21 Diputació de Barcelona (1890), Proposición de los Sres Dipu-
Escuela de Veterinaria, Arxiu General, Legajo 1383, Nº 33.
Ese documento también incluye los informes que se habían
solicitado a los directores de las cuatro escuelas señaladas en
el texto, que llegaron todos en un plazo inferior a dos meses.
22 Ajuntament de la Vila de Gràcia (1890),
proposta de creació d’una escola de veterinària a la “granja
experimental”, Nº exp 1890 122-494.
23 “La escola de veterinaria en Barcelona”, La Renaixensa, 21 de
sepembre de 1890, pp. 5897-5899, p. 5898.
24 La Vanguardia, 5 de sepembre de 1890, p. 5; Anónimo
(1890), El Naturalista, 4 (11), p. 80.
25 La Vanguardia, 15 de octubre de 1890, p. 2.
26 Ajuntament de Barcelona (1890), Súplica al ministre de Foment
per la creació d’una escola de veterinària, Arxiu Municipal
Contemporani de Barcelona, AMCB1-001.
27 La Vanguardia, 25 de marzo de 1891, p. 2.
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