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ISEGORÍA. Revista de Filosofía moral y política
N.º 67, julio-diciembre, 2022, e17
ISSN-L: 1130-2097 | eISSN: 1988-8376
https://doi.org/10.3989/isegoria.2022.67.17
1
ARTÍCULOS
Democracia algorítmica: ¿un nuevo cambio estructural
de la opinión pública?1*
Algorithmic democracy: a new structural change in public opinion?
Domingo García Marzá
Universitat Jaume I
garmar@s.uji.es
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-9605-1771
Patrici Calvo
Universitat Jaume I
calvop@uji.es
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-3228-9019
Resumen: Este artículo se propone confrontar el concepto de opinión pública con la realidad y las expectativas de
una sociedad digitalizada para analizar si la actual colonización algorítmica exige un nuevo cambio estructural de
la opinión pública o más bien la retirada de este concepto. Los datos y metadatos masivos se han vuelto un arma
de doble lo para la sociedad democrática digitalmente hiperconectada. Mientras que, por un lado, el increíble
potencial que atesora el big data y sus diferentes técnicas y tecnologías de explotación de los datos y metadatos lo
convierten en un producto codiciado por sistema de instituciones que componen tanto el estado como la sociedad
civil; por otro, los altos impactos negativos que su uso instrumental e irresponsable está produciendo y puede llegar
a producir, hacen del big data una herramienta controvertida y altamente criticada por alejarnos de cualquier intento
de construir una ciudadanía digital. Si bien la democracia algorítmica no se apoya solo en la opinión pública, el
objetivo es mostrar la incompatibilidad entre opinión pública articial y democracia. Nuestro hilo conductor es el
concepto habermasiano de opinión pública, puesto que será precisamente la fuerza de la sociedad civil, a través del
diseño en su seno de espacios de participación, de donde podemos extraer el potencial necesario para enfrentarnos a
la actual colonización algorítmica, para recuperar una deliberación autónoma y crítica sin la cual no existe opinión
pública alguna y, por tanto, tampoco democracia.
Palabras clave: Democracia algorítmica; opinión pública; big data; bots sociales; inteligencia articial; espacios de
presencialidad.
Cómo citar este artículo / Citation: García Marzá, Domingo y Calvo, Patrici (2022) “Democracia algorítmica: ¿un
nuevo cambio estructural de la opinión pública?”. Isegoría, 67: e17. https://doi.org/10.3989/isegoria.2022.67.17
AbstRAct: The aim of this paper is to confront the concept of public opinion with the reality and expectations of a digi-
talised society in order to analyse whether the current algorithmic colonisation calls for a new structural change of public
opinion or rather the withdrawal of this concept. Massive data and metadata have become a double-edged sword for the
digitally hyper-connected democratic society. While, on the one hand, the incredible potential of big data and its different
techniques and technologies of data and metadata exploitation make it a coveted product for the system of institutions that
make up both the state and civil society; on the other hand, the high negative impacts that its instrumental and irresponsible
use is producing and may produce, make big data a controversial and highly criticised tool that distances us from any
attempt to build a digital citizenship. Although algorithmic democracy does not rely solely on public opinion, the aim
is to show the incompatibility between articial public opinion and democracy. Our guiding thread is the Habermasian
* Este trabajo se enmarca dentro de los objetivos del Proyecto de Investigación Cientíca y Desarrollo Tecnológico «Ética
aplicada y conabilidad para una Inteligencia Articial» PID2019-109078RB-C21 nanciado por el Ministerio de Ciencia e
Innovación, del Proyecto de Investigación «Ethics Governance System for RRI in Higher Education, Funding and Research
Centres» [872360] nanciado por el programa Horizonte 2020 de la Comisión Europea, así como de las actividades del grupo
de investigación de excelencia CIPROM/2021/072 de la Comunitat Valenciana.
ISEGORÍA, N.º 67, julio-agosto, 2022, e17, ISSN-L: 1130-2097 | eISSN: 1988-8376, https://doi.org/10.3989/isegoria.2022.67.17
Domingo García Marzá / Patrici Calvo
2
INTRODUCCIÓN
Es tal el poder simbólico y tecnológico de la actual
revolución digital para construir sentido y credibili-
dad a sus intervenciones, que cuesta un gran esfuerzo
relacionar dos situaciones que, aparentemente, han
coincidido casualmente para edicar el suelo rme
en el que hoy se asientan las pretensiones de la
democracia algorítmica.
Por una parte, nos encontramos con la desafec-
ción democrática, una situación donde los sistemas
democráticos sufren un gran desapego, una fuerte
desconanza e indignación, incluso rencor. Una
falta de afecto relacionado con el incumplimiento
sistemático de las expectativas legítimas de liber-
tad e igualdad que esperábamos alcanzar desde la
democracia. No existe contrato social alguno que
legitime el aumento desmesurado de la desigual-
dad, ni nuestro olvido de las futuras generaciones
(García Marzá, 2020).
Por otra parte, nos encontramos con una conan-
za rme, por no decir inquebrantable, en las nuevas
tecnologías, en la datacación y sus elementos
básicos, como son los macrodatos, los algoritmos
inteligentes y la hiperconectividad digital, que van
a ser capaces de solucionar los problemas que el
individualismo egoísta natural de las personas –se-
gún arman (Matsumoto, 2018)– sus intereses y
pasiones, han provocado. Los algoritmos no solo nos
salvarán de nuestros políticos, también lo harán hasta
de nosotros mismos. Un injusticado optimismo
tecnológico que está estructurando nuestra visión
actual de la democracia, tanto en la política como
en las empresas, universidades, hospitales, etc. y
que ha quebrado el concepto de opinión pública
como expresión del acuerdo posible que subyace
a la democracia (Calvo, 2019a).
Desde este contexto, el presente artículo pre-
tende analizar si esta quiebra representa una nueva
transformación estructural de la esfera pública o,
más bien, el hundimiento denitivo de un concepto
que ya solo sirve para la manipulación y el engaño.
Su objetivo es mostrar que, desde una democracia
algorítmica, desde la progresiva sustitución, y no
solo complementación, de las elecciones y deci-
siones democráticas por la inteligencia articial y
sus algoritmos, el concepto de opinión pública es
incompatible con nuestro sentido de la democra-
cia. No es posible hablar de una opinión pública
fabricada por los algoritmos y sus tecnologías, de
una opinión pública articial. Para argumentar esta
armación, la metodología utilizada consiste en una
hermenéutica crítica centrada en la reconstrucción
del saber intuitivo, de los recursos y capacidades que
utilizamos como ciudadanos, tanto en las prácticas
e instituciones políticas como en las que componen
la sociedad civil (Cortina, Conill y García-Marzá,
2008). Desde una ética de la democracia, se trata de
explicitar las bases éticas de la conanza depositada
en el sistema democrático y en sus instituciones,
en nuestro caso de las instituciones que conforman
el entramado socio técnico digital.
Con este n daremos los siguientes pasos. En
primer lugar, el artículo se centra en los rasgos
básicos del proceso de datacación de la opinión
pública, desde el marco de un nuevo revisionismo
democrático en el que encaja perfectamente. En
segundo lugar, a través del análisis de múltiples
ejemplos, se muestra el mecanismo interno de esta
datacación a través de la relación entre los ma-
crodatos y los bots sociales, así como los riesgos y
las pérdidas que supone esta matematización de la
opinión pública. Por último, entraremos en el con-
cepto de sociedad civil de Habermas para proponer
una ampliación de su espacio de intervención, pues
es desde el protagonismo de la sociedad civil desde
donde es posible frenar la acelerada colonización de
la democracia y de sus instituciones y procesos de
deliberación, elección y decisión. Como conclusión,
resumiremos estos argumentos relacionándolos
con las tres dimensiones del concepto de opinión
pública y proponiendo la creación de espacios de
participación en el interior de las organizaciones
que componen la sociedad civil.
concept of public opinion, since it is precisely the strength of civil society, through the design of spaces for participation
within it, from which we can extract the necessary potential to confront the current algorithmic colonisation, to recover
an autonomous and critical deliberation without which there is no public opinion and, therefore, no democracy.
Keywords: Algorithmic democracy; Public opinion; Big data; Social bots; Articial intelligence; Participation spaces.
Recibido: 7 mayo 2022. Aceptado: 1 julio 2022.
Copyright: © 2022 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia de uso y
distribución Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0).
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Democracia algorítmica: ¿un nuevo cambio estructural de la opinión pública?
3
1. LA DATAFICACIÓN DE LA OPINIÓN
PÚBLICA
Detrás del concepto de opinión pública se encuentra
siempre la necesidad de aceptación racional del po-
der político, la necesidad de apoyarse en la voluntad
no de un particular o de un grupo, sino en la voluntad
racional y razonada de todos los afectados. Toda
relación de poder reclama una justicación, base de
la expectativa de credibilidad que requiere para su
uso, y la idea que transmite nuestro concepto es que
el poder político es un poder público cuyas metas
y efectos son públicos y precisa, en consecuencia,
una aceptación pública. En denitiva, la idea de
que las decisiones democráticas deben ser fruto de
un acuerdo racional, de un consenso sobre lo que
es de interés general. De ahí que la función básica
del concepto dentro de la reexión democrática sea
precisamente constituir un criterio de legitimación
del poder político (Sartori, 1992; Pérez-Díaz, 1997;
Cortina, 1998; Keane, 2018).
Sin embargo, la mala situación de nuestros sis-
temas democráticos, el incumplimiento sistemático
de las expectativas que le otorgaban credibilidad, ha
provocado un nuevo revisionismo donde la demo-
cracia ha dejado de ser la única respuesta posible a
cómo organizar una opinión y una voluntad común
dada la creciente desigualdad desafección (García
Marzá, 2020). Una desconanza que alcanza tam-
bién al concepto de opinión pública. De hecho,
la pregunta clave que debemos responder es si la
opinión pública es hoy una opinión autónoma o
más bien debemos olvidarnos del concepto desde
las coordenadas de un nuevo cambio estructural,
un cambio que tiene que ver con la datacación,
con la digitalización de la opinión pública y, con
ella, con los rasgos de lo que denominaremos una
democracia algorítmica (García Marzá y Calvo;
2022; Calvo, 2019a).
En la actualidad la discusión democrática ya no
se centra tanto en los modelos (deliberativo, elitista,
asociativo, etc.), sino en los fundamentos mismos de
la democracia, en concreto, en la igualdad de todos
los afectados a la hora de tomar decisiones y en su
inclusión en los diferentes procedimientos partici-
pativos. En su lugar, se presentan alternativas que,
si bien mantienen el nombre, requieren de adjetivos
muchas veces contradictorios. Este es el caso de la
democracia iliberal o del autoritarismo democrático
que comparten, de hecho, muchos gobiernos europeos.
Democracias sin los derechos básicos para garantizar
la igualdad y la participación, esto es, la autonomía
de los ciudadanos. Ya no se intenta relacionar la
igualdad intrínseca con la competencia cívica. Se
discute la segunda, se niega la primera.
Un ejemplo de este nuevo revisionismo de-
mocrático es el de Jason Brennan, para quien la
democracia no es inherentemente justa y, por tanto,
nuestra obligación actual es buscar alternativas que
funcionen mejor, que obtengan mejores resultados.
La democracia tiene un carácter instrumental, no
intrínseco. Es una herramienta y, si encontramos
una mejor, deberíamos sentirnos libres para usarla.
Dentro de esta búsqueda propone una epistocracia,
el gobierno de los más preparados, de los expertos,
puesto que, si «para la mayoría de nosotros la li-
bertad y la participación política son perjudiciales,
mejor es conar en la racionalidad estratégica y su
capacidad para tomar decisiones. Debemos partir
de “como en realidad es la gente”, es decir, de su
ignorancia, irracionalidad y desinformación (Bren-
nan, 2018, p. 69).
Por este camino de la sustitución de los afectados
por el gobierno de los expertos en la búsqueda de
profesionalidad y eciencia en la toma de decisiones,
dada su supuesta neutralidad y competencia, no es
nada extraño que, en plena revolución digital, con
los fenómenos de la hiperconectividad, la data-
cación y la algoritmización, lleguemos a la idea de
que mucho mejor nos iría si la toma de decisiones
estuviera en manos de los algoritmos y no de las
personas. Mientras que las personas no pueden ser
objetivas y neutrales, dado su limitado ancho de
banda cognitivo y su natural sesgo emocional, los
algoritmos, en contra, se apoyan en los ujos de
miles de millones de datos y metadatos masivos en
línea de todo y en su alta capacidad de cómputo,
muy superior a la humana, para describir la realidad
y calcular las consecuencias. Estos nunca mienten,
ni engañan, ni tergiversan la información de forma
intencionada.
Los algoritmos proporcionan –nos dicen (Matsu-
moto, 2018)– la objetividad y ecacia de los modelos
matemáticos, capaces de sustituir las debilidades
emocionales de los seres humanos, principal causa
de las malas decisiones políticas y de los conictos
de interés, y sustituirlas por datos cuanticables y
análisis estadísticos sobre los aspectos positivos de
las propuestas políticas y las peticiones ciudadanas
y sus posibles consecuencias. En este marco, la
información publicada y el diseño, análisis, inter-
pretación y reutilización de los macrodatos están
intrínsecamente vinculados con modelos mate-
máticos articialmente inteligentes. Por un lado,
el conocimiento se basa en los datos y metadatos
masivos que generan, principalmente, las cuentas
de las redes sociales, las cuales son gestionadas
en gran medida por bots sociales; es decir, por
algoritmos diseñados para generar contenidos y/o
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mantener interrelaciones en el ciberespacio. Por otro
lado, la recopilación, interpretación y reutilización
de los datos y metadatos masivos que generan esas
cuentas se lleva a cabo por otro tipo de bots sociales,
aquellos dotados de inteligencia articial y diseñados
especícamente para este objetivo (Harper, 2017,
p. 428). Esta opinión pública articial, fabricada
desde el interés técnico de dominio, es el nuevo
pilar básico de esta democracia algorítmica, un
marco de sentido y actuación cuyos rasgos pueden
sintetizarse en los siguientes (Dijck, 2014; Calvo,
2019a; García Marzá, 2020; Innerarity y Colomina,
2020; Saura, 2022):
1. La experiencia democrática del electorado
promedio. Se trata de una nueva forma de represen-
tación de la opinión y fabricada desde la generación,
recopilación y explotación de los datos y metada-
tos masivos sobre opiniones, comportamientos y
experiencia de la ciudadanía. El objetivo de todo
ello es obtener una representación promedio del
electorado que sirva como referente para gestionar
lo público, para prever posibles anomalías y con-
ictividades en los procesos democráticos y para
controlar tanto el sistema como la ciudadanía. Un
camino preparado por la democracia demoscópica
y que ahora encuentra la tecnología necesaria para
su gestión (Minc, 1995).
2. La reducción del ser humano a un mero
terminal de ujo de datos y metadatos en línea. El
ciudadano/a se convierte de esta forma en el pro-
ducto principal de la emergencia de la subsistencia
y desarrollo de las superpotencias de datos. El valor
del ser humano en la política se establece a partir de
su capacidad de alimentar los modelos matemáticos
articialmente inteligentes que diseñan o ayudan
a diseñar las políticas públicas, elaboran o ayudan
a elaborar la legislación estatal y toman o ayudan
a tomar las decisiones política, entre otras cosas.
En este campo de distorsión de la realidad social,
el metaverso es el último peldaño en el proceso de
desplazamiento del espacio público hacia entornos
virtuales hiperconectados, anómicos y comerciali-
zados donde el ser humano ofrece a los algoritmos
un acceso privilegiado a su mundo privado y, sobre
todo, íntimo, al que hemos dejado de tener un acceso
privilegiado (Habermas, 2021).
3. La preeminencia de los datos y metadatos
en línea en la gestión de lo público. La mayor
efectividad de las políticas públicas, las leyes y
las decisiones políticas se ven como fruto de los
datos y metadatos en línea que genera consciente
e inconscientemente la ciudadanía digitalmente
hiperconectada (Caplan y Boyd, 2016). No hay, por
consiguiente, interpretación y reexividad sobre
las expectativas particulares, colectivas y gene-
rales subyacentes a la práctica democrática, solo
un proceso de cálculo computacional de mayorías
sobre diferentes elementos y decisiones del sistema.
4. La democracia de la vigilancia: diseño y
uso de ecosistemas de vigilancia masiva de la
ciudadanía. Los modelos matemáticos inteligentes
son diseñados, aplicados y utilizados en diferentes
contextos de interacción para rastrear, recopilar,
almacenar y procesar la ingente y heterogénea
cantidad de datos y metadatos en línea que genera
la ciudadanía digitalmente hiperconectada en los
distintos procesos democráticos (Dijck, 2014).
Estos ecosistemas de vigilancia recrean un espacio
ciberfísico —la algoesfera— que, controlado y
gobernado por algoritmos articialmente inteligen-
tes, permite la hiperconectividad digital, el rastreo
masivo y la datacación comportamental con o
sin consentimiento de la ciudadanía a través de
sensores, cámaras, ordenadores y otros dispositivos
tecnológicos jos o móviles (Zuboff, 2020).
Estamos ante una democracia donde son los al-
goritmos quienes denen los procesos de formación
de la opinión pública, la toma de decisiones en las
políticas públicas, el cálculo de resultados, etc. No
es que los ordenadores hayan aprendido a pensar y
tomar decisiones por sí mismos, más bien somos
nosotros quienes hemos dejado que sean ellos quie
-
nes piensen por nosotros (Runciman, 2019, p. 151).
De este modo, la ciudadanía deja de ser el objetivo
para convertirse en el producto y la opinión pública
va quedando cada vez más maniatada por la doxa
masiva y eco articial que producen los bots sociales
y políticos, dotados o no de inteligencia articial, en
los diferentes espacios digitales de participación e
interacción social. De hecho, la hibridación entre lo
humano y no humano distorsiona las fronteras entre
lo real y lo virtual y, con ello, deforma los procesos
de gestión de lo público y sus resultados (Donati,
2019). La autonomía de la voluntad enmohece ante
la seducción del paternalismo algorítmico, ante el
llamado tecnochovismo que nos invade (König y
Wenzelburger, 2022).
El principal problema de esta concepción de
democracia pensada y diseñada desde la inteligencia
articial, es que los décits de participación que
supone la progresiva sustitución de las personas
por los datos y metadatos masivos, los vacíos en
la formación de la opinión y la voluntad común,
han sido rellenados y ocupados rápidamente por los
medios de comunicación sustentados por algorit-
mos dotados de inteligencia articial, que hoy en
día constituyen el impulso decisivo en este nuevo
cambio estructural de la opinión pública (Hagen,
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Democracia algorítmica: ¿un nuevo cambio estructural de la opinión pública?
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Wieland e In der Au, 2017; Habermas, 2021). Lo
más preocupante es que esta suplantación no es
una mera confusión entre opinión pública y opi-
nión común, como recuento de datos y metadatos
masivos sobre las opiniones individuales que dejan
humanos y no humanos en el ciberespacio. Lo
peor es que esta opinión así conformada no hace
más que reejar en los sondeos basados en datos
y metadatos masivos aquella realidad que previa-
mente se ha construido desde unas redes sociales
en manos de las grandes compañías tecnológicas
(Harper, 2017; Saura, 2022).
Ni la libertad, ni la autonomía interesan. Tampo-
co, por supuesto, la responsabilidad. Si la opinión
pública ya no es el fruto de la deliberación libre e
igual, la democracia deja de tener sentido, puesto
que se rompe el hilo, ya de por sí débil, que relaciona
a quienes de hecho toman las decisiones –esto es,
aquellos que diseñan los algoritmos– con quienes
han de sufrir las consecuencias de su aplicación.
Como muy bien dice Christina Larson, «Quién ne-
cesita democracia si tiene datos» (Larson, 2018). Un
breve recorrido por algunos escenarios de la actual
colonización algorítmica nos permitirá especicar
la profundidad de este nuevo cambio estructural de
la opinión pública.
2. BIG DATA Y BOTS SOCIALES: LA QUIEBRA
DE LA OPINIÓN PÚBLICA
Puede parecer exagerado hablar de una colonización
algorítmica, pero en la actualidad quien controla el
big data y sus tecnologías de aplicación práctica
controla la estructura sobre las que se sustenta la
opinión pública e, incluso, las diferentes esferas del
mundo de la vida (Lebenswelt), a saber: cultura,
sociedad y personalidad. Por consiguiente, mueve a
placer los hilos de un mundo cada vez más hiperda-
tacado, hiperconectado e hiperdependiente de las
TIC. Este poder tecnológico otorga una capacidad
quasi ilimitada para transformar el mundo social
e inuir en la construcción de sentido —verdad
y justicia— y amenaza con desterrar a través de
imperativos sistémicos como el poder y el dinero
—siguiendo de nuevo a Habermas (1987)— los
procesos de comunicación que los seres dotados
de habla y acción ponen en marcha para llegar a
acuerdos intersubjetivos, como debería ser el caso
de nuestros sistemas democráticos. Los medios
sistémicos como el poder y el dinero tienen ahora
nuevos instrumentos para suplantar, por así decirlo,
al lenguaje cotidiano. Los macrodatos llenan el
vacío creado por la actual desafección y reempla-
zan, al menos en cierta medida, las necesidades de
comunicación, de establecer acuerdos. Ya vienen
fabricados (Ritzer, 1995, pp. 510-511). Un paso
más en el avance de la colonización sistémica al
instrumentalizar las capacidades y recursos del
mundo de la vida a través de las tecnologías digitales
(Habermas, 1987, p. 155). Veamos a continuación
algunos ejemplos de cómo se construye esta vio-
lencia que ejerce la colonización algorítmica sobre
el mundo de la vida (Lebenswelt), centrándonos en
la formación de la opinión pública política.
El big data, concepto acuñado alrededor del año
2000 en ámbitos como la astronomía y la química
(Mayer-Schöenberger y Cukier, 2013) y denido
desde la velocidad, variedad, versatilidad, valor y
volumen de los datos en línea, se reere al ingente
ujo de datos y metadatos estructurados y no es-
tructurados, fruto de la tendencia cada vez mayor
de la ciudadana a estar constantemente comuni-
cada con todo aquello que considerase relevante
—personas, animales, procesos u objetos de todo
tipo— en cualquier momento y lugar mediante
dispositivos móviles interconectados a través de
internet. Desde entonces, alrededor del big data se
han ido edicando diferentes disciplinas —como la
Ciencia de datos—, técnicas —como el data mining
(clustering, association rules, etc.)— y tecnologías
—como las grandes bases de datos o las herramien-
tas de analítica de datos— cuya convergencia ha
posibilitado, por un lado, recopilar, almacenar y
procesar datos y metadatos masivos de todo, y, por
otro, convertir esos datos y metadatos masivos en
información relevante primero y en conocimiento
aplicable después gracias al uso de la inteligencia
articial (Calvo, 2020, 2022).
La consolidación del big data tras los atenta-
dos del 11 de septiembre de 2001 ha supuesto un
punto de inexión para las sociedades modernas
y sus diferentes campos de actividad, pero no
siempre para mejor. Por un lado, el big data ofrece
grandes oportunidades de mejora de los procesos
productivos, asistenciales, clínicos, comunicativos,
participativos, decisorios, artísticos, investigadores
e innovadores en clave de sostenibilidad, predicti-
bilidad, velocidad, exhaustividad, extensibilidad,
capacidad, completitud, consistencia, eciencia,
raticación, precisión, detección, entretenimiento o
creatividad, entre otras muchas cosas (Marr, 2015).
Por otro, el uso del big data también ofrece una cara
abyecta por su implicación directa o indirecta en
el aumento exponencial de la complejidad social,
la cual conlleva mayores cotas de vulnerabilidad,
incertidumbre, desigualdad, desafección, instrumen-
talización, cosicación, heteronomía, alienación,
anomia o psicopatologías para la sociedad y la
ciudadanía, especialmente para sus colectivos más
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vulnerables (Dijck, 2014; O’Neal, 2016; Calvo,
2019b, 2022; Cortina, 2022; González y Calvo,
2022; Vayena y Gasser, 2016).
En el ámbito democrático, la potencialidad del
big data y sus diferentes técnicas y tecnologías
digitales de aplicación, como el data mining, las
grandes bases de datos o las herramientas de data
analytics, pueden ayudar a elaborar políticas pú-
blicas más cercanas, ecaces y ecientes mediante
un mejor conocimiento sobre las preferencias, los
intereses y las opiniones de la ciudadanía digi
-
talmente hiperconectada; a desarrollar sistemas
democráticos más sostenibles a través de una mayor
y más rápida capacidad de detección de patrones
comportamentales y anomalías disruptivas ocultas;
a diseñar y aplicar tecnologías capaces de detectar
con mayor precisión la corrupción, el cohecho o la
evasión scal, así como sistemas de seguridad y sa-
lud ciudadana más robustos, trazables y predictivos;
a poner en marcha procesos y procedimientos de
gestión de la conictividad subyacente más rápidos
y ecientes mediante un incremento notable de la
predictibilidad de las expectativas y demandas de la
ciudadanía; a mejorar la captación y/o delización
del electorado mediante campañas publicitarias
personalizadas, entre otras muchas cosas (Napoli,
2014). No obstante, como se expondrá a continua-
ción, pronto estas expectativas de mejora se han
ido convirtiendo en riesgos y auténticos peligros
para la democracia.
Uno de los primeros casos de aplicación y uso
de big data en la política tuvo lugar en las eleccio-
nes presidenciales de 2008 de los EE. UU. (Dijck,
2014), cuando el equipo de Barack Obama decidió
aplicar modelos predictivos sobre la base de datos
analíticos HP Vertica con el objetivo de conocer con
mayor profundidad al electorado indeciso y, de ese
modo, lanzar campañas de publicidad personalizadas
a través de las redes sociales para captar su voto.
Un año más tarde, en 2009, se gestó el que posi-
blemente sea el primer intento de aplicar técnicas y
tecnología big data para la gobernanza de un país.
Fue precisamente la administración Obama la que
impulsó y nanció el diseño, aplicación y uso de
sistemas de análisis de datos y metadatos masivos
para el control de las fronteras, la salud y seguridad
nacional y la gestión del territorio.
Destaca al respecto la puesta en marcha de la
Open Government Directive, que obligaba a las
agencias gubernamentales a revelar sus datos, y la
creación del portal en línea Data.gov para cumplir
con la Directive en 2009; la Big Data Research
and Development Initiative en 2012 (Kalil, 2012),
con una hoja de ruta con más de 85 acciones en
diferentes campos por valor de 250 millones de
dólares anuales; o el nombramiento en 2015 del
primer Chief Data Scientist of the United States.
Como armó Tom Kalil, Deputy Director for Policy
at OSTP, en el comunicado de la White House sobre
el lanzamiento del programa Big Data Research and
Development, «al mejorar nuestra capacidad de ex
-
traer conocimientos e ideas de grandes y complejas
colecciones de datos digitales, la iniciativa promete
ayudar a acelerar el ritmo de los descubrimientos
en ciencia e ingeniería, reforzar nuestra seguridad
nacional y transformar la enseñanza y el aprendi-
zaje» (Kalil, 2012). Todo ello llevó a Obama a ser
apodado por The Washington Post como «the “big
data” president» (Scola, 2013).
Los resultados del big data en este y otros go-
biernos estatales, como una mejora sustancial en la
toma de decisiones políticas, en la elaboración de
las políticas públicas y en la reducción del fraude,
por ejemplo, junto al discurso embriagador que
acompaña su desarrollo y aplicación en las diferen-
tes esferas de actividad humana, ha impulsado la
rápida expansión y aceptación de la hiperconecti-
vidad digital por parte tanto del público informado
como de la ciudadanía en general (Marr, 2016). Sin
embargo, el proceso produce consecuencias inten-
cionadas o intencionadas altamente corrosivas para
los usuarios del sistema y la sociedad (Dijck, 2013,
2014). Al respecto, tal y como se ha comentado
con anterioridad, cabe resaltar el uso fraudulento
de bots políticos por parte de agencias estatales y
los partidos políticos para manipular la opinión pú-
blica y/o interferir en la comunicación política con
el objetivo de lograr contribuciones, captar votos,
recrear un aura articial de popularidad, interferir
en la comunicación de los rivales o lanzar falsas
opiniones y bulos para inuir en la voluntad libre del
electorado, etc. En suma, de la fabricación de una
opinión pública articial, en el sentido de externa
a los propios implicados y afectados.
Por ejemplo, en EE. UU. Obama fue criticado por
llenar las redes sociales con mensajes automatizados
con la intención de atraer la atención y el apoyo de
la ciudadanía en las elecciones de 2008 y 2012; Mitt
Romney, candidato republicano a las elecciones
estadounidenses de 2012, fue acusada de comprar
miles de seguidores en Twitter en un intento por
parecer más popular, y Donald Trump utilizó bots
sociales y perles falsos en Twitter y otras redes
sociales para lanzar opiniones favorables sobre
su candidatura, aumentar sus seguidores, generar
una percepción articial de mayor popularidad y
atacar a sus contrincantes lanzando noticias falsas
o distorsionando subliminalmente su imagen, entre
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otras cosas (Bessi y Ferrara, 2016; Howard et al.,
2017 Molina, et al., 2017). En Francia, durante las
elecciones presidenciales de 2017 se detectaron
bots vinculados con la candidata Marine Le Pen y
el candidato Emmanuel Macron en los días previos
a las elecciones (Ferrara, 2017, 2020). En Brasil,
Jair Bolsonaro fue acusado de poner en circulación
millones de noticias falsas a través de redes sociales
como WhatsApp durante las elecciones presiden-
ciales de 2018 y, ya en el gobierno, fue criticado
por gastar 1,8 millones de euros en publicidad en
redes sociales principalmente para generar una
imagen positiva de su gestión de la pandemia por
la COVID-19. En México, un estudio demostró que
durante las elecciones presidenciales de 2018 el 53 %
de los seguidores de los candidatos a la presidencia
de las elecciones de 2018 —Andrés Manuel López
Obrador, Ricardo Anaya, José Antonio Meade y
Jaime Rodríguez Calderón— no eran personas,
sino bots sociales (Barabási y Ruppert, 2018). En
España, los políticos multiplicaron seguidores y
likes en Twitter durante las elecciones presidenciales
de 2019 y la pandemia de la COVID-19, con un
promedio de perles falsos en torno al 42 % entre
los principales líderes políticos del país (Lagares
et al., 2021; Manfredi, Amado y Waisbord, 2021).
Y en Reino Unido, tal y como desveló The Guar-
dian, las campañas a favor del Brexit, lideradas
entre otros por el que posteriormente sería primer
ministro británico, Boris Johnson, contrataron los
servicios de Cambridge Analytica y AggregateIQ
para inuir en la ciudadanía mediante la aplicación
de técnicas de Minería de datos sobre los datos y
metadatos masivos que generaban los usuarios de
redes sociales como Facebook y que fueron captados
fraudulentamente (Cadwalladr, 2017).
Estas y otras cuestiones sobre el proceso de
datacación de la opinión pública exigen una
reexión profunda sobre las implicaciones éti-
cas del gobierno algorítmico, de la colonización
tecnológica del espacio público y de los posibles
efectos negativos de la hiperconectividad digital en
la sociedad. Especialmente, porque lo que subyace
a la hiperconectividad digital y todo lo que la rodea
es información, y esta no es un bien privado, sino
público que no es posible consumirlo sin que afecte,
por un lado, a nuestra comprensión del mundo y,
con ella, a nuestra voluntad individual (aspiracio-
nes, deseos, intereses, etc.), y, por otro lado, a la
formación colectiva de la opinión y la voluntad,
pilar básico de la democracia (Habermas, 2009).
En este mundo hiperconectivizado, el principal
problema es que las nuevas tecnologías digitales
están amplicando el poder de la mentira, de la
manipulación y el engaño, y, con ello, acaban con
la reputación y la conanza en los medios y en la
fuerza de la opinión pública. Este proceso de des-
trucción de toda referencia a la verdad y a la justicia
sigue siempre el mismo camino. En primer lugar,
destruir el concepto de realidad. Hoy, por ejemplo,
se habla de conceptos tramposos como posverdad,
como si hubiera algo más allá de la verdad, como si
fuera posible la coordinación de la acción sin una
pretensión intersubjetiva de verdad y justicia. Se
trata de un escenario donde la realidad es la que
cada uno dene a su gusto; donde quien acumula
más poder tiene mayores posibilidades de persuadir
y tergiversar; donde la justicia es relativa, es arbi-
traria y, por tanto, no hay orientación de la acción;
donde, en denitiva, el rumbo es el que cada uno
dene a conveniencia según sus intereses y deseos.
La conanza en el proceso democrático depende
de que se cumplan una serie de expectativas y si
sabemos que nos manipulan, nos mienten o engañan,
dejamos de votar a un partido político, comprar
un periódico, ver un canal de noticias, participar
en los procesos de toma de decisiones políticas,
etc. De ahí que los grandes centros de poder están
utilizando las nuevas tecnologías digitales para
generar articialmente credibilidad y, por tanto,
una conanza articial mediante la recreación de
campos de distorsión de la realidad tan seductores
y absorbentes que evitan la crítica de la ciudada-
nía digitalmente hiperconectada (García Marzá y
Calvo, 2022).
Al respecto, cabe destacar cómo durante la
última década los bots sociales se han convertido
en uno de los principales elementos disruptores
del proceso democrático. Especialmente, por su
intromisión en los procesos de generación de opi-
nión pública. Desde la irrupción de internet y de
fenómenos vinculados como las redes sociales, la
hiperconectividad digital y la datacación, el cibe-
respacio se ha ido convirtiendo poco a poco en el
principal soporte de la esfera pública, sustituyendo
los espacios tradicionales de participación y relacio-
nalidad (Hagen, Wieland e In der Au, 2017). Ello,
dado el alto número de algoritmos articialmente
inteligentes que interactúan en el ciberespacio y la
cada vez mayor dicultad para distinguir entre in-
terlocutores humanos y no humanos, especialmente
los bots sociales, ha generado una desguración
y deshumanización de las relaciones sociales con
consecuencias cada vez más visibles en el acelerado
derrumbe, en la quiebra, de la opinión pública.
Los bots sociales son cuentas de redes sociales
que, en mayor o menor medida, pueden estar con-
troladas por algoritmos articialmente inteligentes.
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Estos son capaces de interactuar con personas y
máquinas e, incluso, generar contenidos especícos
para satisfacer algún tipo de objetivo estratégico
(Yang et al., 2019; Hajli et al., 2021; Ferrara et al.,
2016). Per se, estos bots sociales inteligentes no son
maliciosos. Pueden cumplir diversas funciones útiles
y beneciosas para las agencias, corporaciones o
personas, como la reducción de trabajo humano, la
resolución de problemas o la prestación de servicios
de información y asesoramiento. No obstante, estos
actores sociales articiales también pueden llevar a
cabo muchas acciones perjudiciales, como propor-
cionar información errónea a la gente, aumentar las
discusiones, perpetrar estafas y explotar el mercado
de valores (Ferrara et al., 2016; O’Neal, 2016). Es
decir, si el malware tradicional —como virus in-
formáticos, gusanos, troyanos, software de rescate,
spyware, adware, software de miedo, etc.— atacan
los puntos débiles del hardware y del software, los
bots sociales explotan las vulnerabilidades humanas
para alcanzar un objetivo dado, como, por ejemplo,
su incapacidad para distinguir entre lo humano y lo
no humano cuando interactúan en el ciberespacio,
su exceso de conanza hacia aquellas relaciones
sociales que ocurren en la red, su mayor atención
a todo aquello que parece envuelto de un aura de
popularidad o su maniesta ingenuidad cuando
la manipulación de la opinión pública se realiza
a través de las redes sociales (Hajli et al., 2021).
Existen muchos tipos de bots sociales. Muchos
de ellos son bastante simples, baratos y tan fáciles de
diseñar como de rastrear. Pero otros son ciertamente
sosticados y adoptan varias estrategias para hacerse
pasar por humanos, lo cual complica su rastreo. En
cuanto a los sosticados (Hajli et al., 2021), algu-
nos modelos utilizan machine learning de última
generación para aprender a comunicarse como los
seres humanos y pasar inadvertidos; otros adoptan
nombres, identidades y perles de usuarios reales
para evitar ser descubiertos y seguir trabajando en
la satisfacción de unos objetivos dados; otros imitan
temporalmente patrones humanos de consumo y
publicación de contenidos para aparentar ser rea-
les; y otros incluso intervienen en conversaciones,
responden a preguntas e intercambiar opiniones
con otros usuarios para hacerse más escurridizos
y evitar ser descubiertos.
Entre las principales funciones e impactos de
los bots sociales en el ámbito democrático, destaca
su uso como instrumento para generar popularidad,
interferir en la comunicación del adversario e inuir
en la opinión pública. A saber:
Construir popularidad: gobiernos, partidos y
políticos compran cierta cantidad de bots sociales
para que se conviertan en sus seguidores (falsos) y
hablan (falsamente) bien de ello/as y/o sus políticas,
acciones y decisiones con el objetivo de fomentar
su notoriedad en la red y, con ello, ganar seguidores
reales, expandir sus ideas y lograr apoyos y votos
(Cresci et al., 2015; Finger, 2015).
Inuir en la opinión pública: gobiernos, partidos
y políticos utilizan los bots sociales más sostica-
dos, aquellos dotados de machine learning, para
que interactúen con otros usuarios de la red social
y promuevan tendencias, fomenten ideas, comenten
publicaciones y argumenten a favor o en contra de
un tema determinado. Podríamos decir que intentan,
y en muchos casos lo consiguen, sustituir el papel
legitimador de la opinión pública, su inuencia en
la formación de una voluntad común. De hecho, «de
forma alarmante, la actividad de los bots sociales
acentúa su ecacia durante las campañas electorales
políticas, intentando engañar a los ciudadanos de
todo el mundo hacia tendencias virales forjadas»
(Pastor-Galindo et al., 2020).
Interferir en las comunicaciones de la com-
petencia: gobiernos, partidos y políticos también
pueden utilizar los bots sociales más sosticados
para interferir en la comunicación de la competencia
a través de fake news, mediante el intercambio de
información contradictoria o a través de la compra
de bots sociales de mala calidad para la competencia.
Como son bots fáciles de rastrear, son rápidamente
identicados y la competencia —gobierno, partido
o política— queda desacreditada y etiquetada como
tramposa (Woolley y Howard, 2018).
Estas funciones no son las únicas vinculadas
con el diseño, aplicación y uso de bots sociales en
el ámbito político, pero sí constituyen un desafío
para el mantenimiento del concepto clásico de
opinión pública; es decir, como opinión del público
realizada en la plaza pública (Habermas, 1994, p.
41). Políticos como Newt Gingrich, Mitt Romney,
Barack Obama, Jair Bolosnaro o Donald Trump,
partidos políticos como el Partido Conservador
Alemán (CDU) y gobiernos como China, EE. UU.
y Rusia fueron ampliamente señalados por utilizar
bots sociales con estas y otras funciones para alcan-
zar sus objetivos políticos. No obstante, el uso de
bots sociales en la política se ha convertido en la
actualidad en una práctica extendida, generalizada
y, en cierto modo, socialmente tolerada1.
1 Por ejemplo, el estudio “Spotting political social bots in
Twitter: A use case of the 2019 Spanish general election”
(Pastor-Galindo et al., 2020), visibilizó cómo todos los
principales partidos políticos que habían participado en
aquellas elecciones presidenciales habían utilizado bots
sociales para captar la atención del electorado, interferir
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Democracia algorítmica: ¿un nuevo cambio estructural de la opinión pública?
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En este sentido, como mostró el estudio “Bots,
elections, and social media: a brief overview” (Fe-
rrara, 2020), tras las actividades que llevaron a cabo
los bots sociales durante algunas de las elecciones
presidenciales más relevantes de los últimos años,
como las presidenciales estadounidenses de 2016 y
las francesas de 2017, subyacen algunas cuestiones
inquietantes relativas al uso de bots sociales. Por
ejemplo, una participación masiva de bots en las redes
sociales durante la campaña, un comportamiento de
los bots muy similar al de los humanos al realizar
interacciones sociales y una alta capacidad de adap-
tación para pasar inadvertidos ante los detectores
de bots puestos en marcha por redes sociales como
Twitter o Facebook. Por todo ello, estos y otros es-
tudios sugieren que puede existir un mercado negro
de bots políticos y que ello constituye una grave
amenaza contra los actuales sistemas democráticos
(Gorodnichenko, Pham y Talavera, 2021).
De este modo, los bots sociales y políticos han
sembrado el proceso democrático y la opinión
pública encargada de su legitimación de dudas
razonables, quebrando la conanza desde la que
adquiere su poder y su inuencia. La transfor-
mación digital de la democracia está generando
en la ciudadanía una falaz percepción de que la
opinión pública es altamente dependiente de las
TIC y, por tanto, para inuir en ella es necesario
introducirse en los fenómenos subyacentes de la
hiperconectividad digital, las redes sociales y la
datacación (Hagen, Wieland e In der Au, 2017;
Innerarity y Colomina, 2020; Calvo, 2019a, 2020;
Saura, 2022). No obstante, el principal problema
de la opinión pública generada a través de instru-
mentos digitales es que la transformación digital
las ha convertido en elementos de los ecosistemas
ciberfísicos, y estos están gobernados por modelos
matemáticos articialmente inteligentes que sirven
a la causa particular de un gobierno, una empresa o
un partido político que los adquiere y los pone en
circulación gracias a imperativos sistémicos como
el poder y el dinero. De ahí el concepto de demo-
cracia algorítmica como un horizonte de actuación
(tendencia, actitud, etc.) y de signicado (cultura
algorítmica) basado en la progresiva sustitución de
la inteligencia articial y sus tecnologías en todos
los procesos de deliberación, decisión y diseño
institucional, tanto en el estado como en la sociedad
civil (García Marzá y Calvo, 2022).
Un espacio donde los propios desarrolladores
se ven incapaces de afrontar el reto de diseñar he-
en la comunicación de la competencia y/o generar opinión
pública favorable a sus intereses estratégicos, contabilizando
más de 800.000 cuentas susceptibles de ser bots sociales.
rramientas capaces de detectarlos y, de ese modo,
puricar los procesos de opinión pública en el
ciberespacio. En suma, incapaces de diferenciar
entre opinión pública y opinión pública articial.
La consecuencia de la falta actual de distinción entre
ambas es el incremento exponencial de la descon-
anza y la desafección de la ciudadanía hacia unas
democracias modernas ya de por sí muy afectadas
por la desigualdad y el descrédito (Innerarity y
Colomina, 2020; Keane, 2018).
En esta democracia algorítmica, el gran peligro
contra el que debe reaccionar la opinión pública
ya no es la tiranía de la mayoría, por mencionar
a Tocqueville (1989), sino la tiranía de los al-
goritmos, con su aparente objetividad y su falsa
neutralidad, con su asimilación de lo correcto y lo
justo a los datos y metadatos recopilados, procesa
-
dos y reutilizados por los bots sociales y políticos
y demás tecnologías digitales y/o inteligentes.
Sin una perspectiva crítica capaz de mostrar esta
ideología y las falsas creencias en las que se apo-
ya, la opinión pública y, con ella, la democracia
tal como la entendemos dejarán de tener sentido,
pues —como ya está ocurriendo— no hay tecnolo-
gía, ni siquiera inventando realidades alternativas,
que pueda esconder las desigualdades que generan
estas nuevas tecnologías (Eubanks, 2021). En este
escenario, ¿se puede seguir hablando de opinión
pública o es mejor arrinconar el concepto junto
a los ámbitos sistémicos del poder y del dinero?
3. EL VALOR DE LA SOCIEDAD FRENTE A LA
COLONIZACIÓN ALGORÍTMICA
Podríamos seguir con más ejemplos de los avances
de esta acelerada incorporación de los algoritmos en
la construcción de la opinión pública y en la toma
política y jurídica de decisiones: fragmentación y
polarización de la opinión pública; personalización
y aislamiento; gobernanza de vigilancia; elusión
de responsabilidades; discriminación; auge de los
tecnopopulismos; agravamiento de las desigual-
dades sociales y económicas; etc. (Harper, 2017).
Ya no estamos hablando de la lógica de los medios
de comunicación de masas y de su inuencia en la
formación de la opinión pública, sino de su pro-
gresiva sustitución por la lógica algorítmica, una
lógica que nada tiene que ver con las pretensiones
de validez que otorgan inuencia y, por lo tanto,
poder comunicativo a la opinión pública. La comple-
mentación algorítmica esconde una clara tendencia
a la sustitución de toda deliberación y toma de
decisiones por el cálculo y la predicción que nos
permiten los algoritmos, pues solo reduciendo la
realidad a datos puede garantizar la aparente objeti-
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vidad y ecacia. En este sentido, podemos armar
que la complementariedad, el uso de algoritmos
en todos los ámbitos del sistema democrático, no
es gratuita. Precisamente porque su intervención
requiere destruir la calidad discursiva de su for-
mación. En el espacio virtual no existen, nos dice
Habermas, los equivalentes funcionales propios de
las estructuras de la esfera pública (2009, p. 157).
No están justicadas ni la presunción de veracidad,
ni la referencia a la verdad, ni las condiciones
simétricas de participación. Ni siquiera el núcleo
moral que remite a la comunidad de ciudadanos,
al reconocimiento recíproco de los demás como
miembros iguales (Habermas, 2021, p. 481). En
estas condiciones, «el sistema democrático sufre
grandes daños», pues la opinión pública ya no es
capaz de dirigir la atención hacia cuestiones rele-
vantes, realizada siempre desde la perspectiva de
los intereses generalizables.
Una democracia agregativa y meramente repre-
sentativa no puede salvar esta situación, puesto que
su lógica consiste en sumar y restar preferencias
individuales, sin posibilidad alguna de deliberar
acerca de su validez, de su legitimidad. Si reducimos
la democracia al mero cálculo, efectivamente son
mejores los algoritmos, siempre que sepamos quién
los diseña y cómo se calculan las consecuencias.
Si la opinión pública se entiende como la suma de
opiniones privadas representada en estadísticas y
sondeos; si su campo de acción son las redes sociales
en manos de las grandes tecnológicas y sus espacios
privados y comercializados; si la construcción de
nuestros intereses y preferencias son fruto de la
adaptación individualizada y el microtargeting; si
no solo es la privacidad sino también la intimidad
las que corren peligro (Conill, 2019), por ejemplo
con los neurodatos; es fácil deducir la pérdida pro-
gresiva, primero de la calidad y, progresivamente,
de cualquier atisbo de autonomía (García-Marzá,
2016a).
Sin embargo, una democracia deliberativa que
se presenta como una democracia de doble vía,
como una complementación entre estado y sociedad
civil, tiene mayores posibilidades para enfrentarse
a este nuevo escenario digital, para frenar esta nue-
va colonización. Para este modelo de democracia
la fuerza recae en la sociedad civil, estructurada
desde la acción comunicativa, como base social
de la opinión pública. La opinión pública no es un
espacio político, sino un espacio ciudadano que
pertenece al mundo de la vida (Lebenswelt), de
donde extrae su capital de legitimidad y su fuerza
de intervención. Precisamente es esta condición, su
pertenencia a la sociedad civil, la que le permite
hacer frente, plantarle cara, a los medios generali-
zados del poder y el dinero y, en una democracia
algorítmica, al poder de los datos derivada de la
matematización de la realidad.
En el prefacio a la nueva edición alemana de
1990 de Historia y crítica de la opinión pública.
La transformación estructural de la vida pública
[Strukturwandel der Öffentlichkeit: Untersuchungen
zu einer Kategorie der bürgerlichen Gesellschaft],
Habermas insiste en que «una publicidad (Öffentli-
chkeit) que actúa políticamente no solo necesita las
garantías de las instituciones del estado de derecho,
sino que requiere que salgan a su encuentro las
tradiciones culturales y los procesos de socializa-
ción de una población acostumbrada a la libertad»
(Habermas, 1994, p. 32). Sin el apoyo de la socie-
dad civil como base social para una publicidad
autónoma, el concepto de una formación común
de la opinión y la voluntad deja de tener sentido.
Y este es precisamente el peligro que esconde la
actual colonización algorítmica, pues estamos en
manos de los diseñadores del algoritmo y de las
empresas que los producen.
Pero es en su trabajo Facticidad y validez (1998)
donde Habermas recupera el sentido genuino de so-
ciedad civil y profundiza en el proceso de formación
de la opinión pública en el sistema democrático.
Si bien el problema del monopolio de las grandes
tecnológicas y, en suma, la revolución digital, solo
aparecen tangencialmente en sus trabajos, para
nada podemos armar que su concepción de la
opinión pública esté obsoleta (Habermas, 2021).
Todo lo contrario, sigue siendo imprescindible para
mantener la perspectiva crítica frente al dinero y
al poder. Aquello que dene la autonomía de la
opinión pública no es su carácter representativo,
la cantidad de opiniones recogida, sino su calidad
y esta depende más bien del modo en cómo se ha
producido, esto es, del proceso mismo de formación.
En este sentido Habermas habla de la opinión pública
como una «red para la comunicación de contenidos
y tomas de posición, esto es, de opiniones, que
se reproduce a través de la acción comunicativa»
(Habermas, 1998, p. 441). Su criterio de validez
vendría determinado por las mismas reglas que
toda acción comunicativa presupone, es decir, por
la distancia que existe entre los procesos fácticos
de formación de la opinión y los presupuestos de un
diálogo libre de cualquier presión externa e interna,
donde estuvieran aseguradas iguales condiciones
de participación. En suma, su calidad vendría de-
terminada por las propiedades procedimentales de
su proceso de formación, así como la conanza que
merecen (Habermas, 2021, p. 483).
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Democracia algorítmica: ¿un nuevo cambio estructural de la opinión pública?
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De hecho, Habermas diferencia claramente entre
dos tipos de actores que se mueven por la esfera
pública. Por una parte, tenemos los autores autócto-
nos, que producen y reproducen la opinión pública
con sus posiciones, manifestaciones, acciones, etc.,
convirtiéndola en una esfera comunicativa, en el
sentido primario de un «actuar común» que bus-
can el entendimiento y el acuerdo. Por otra parte,
están los públicos usufructuarios, aquellos que se
sirven de esta esfera para conseguir sus intereses
particulares, para instrumentalizar al público, como
es el caso de los bots sociales y políticos descritos.
Y aquí encontramos a las grandes corporaciones
tecnológicas y, en suma, al conjunto de tecnologías
de la inteligencia articial que, bajo el pretexto de
su mayor ecacia y neutralidad, quiebran las tres
dimensiones que conforman la opinión pública:
fabrican aquello que debemos esperar, sustituyen
al público por los datos y los metadatos y, por
último, construyen espacios virtuales donde no
es posible participar de forma real y efectiva. La
opinión pública articial, como la hemos llamado,
opera por vía de extracción, esto es, requiere de un
sentido previo del que debe aprovecharse (Haber-
mas, 1994, p. 17).
Pero es necesario dar un paso más a la hora de
apreciar el valor de la sociedad civil e intentar pensar
el concepto de opinión pública en toda su amplitud;
esto es, diferenciar entre una opinión pública civil y
una opinión pública política. En toda conversación
donde los individuos se reúnan como público se
construye un espacio público siempre y cuando se
respeten las condiciones de una participación libre
e igual y el objetivo sea la búsqueda de intereses
generalizables, sea en el ámbito político o en las
diferentes esferas de la sociedad civil.
No es esta la posición de Habermas, que reduce
la sociedad civil exclusivamente al poder comuni-
cativo y a su inuencia en el poder político. Este no
se centra en el hecho básico de que toda institución,
sea del estado o de la sociedad civil, es siempre un
reequilibrio entre acciones comunicativas y acciones
estratégicas. Que bien puede hablarse de poder, y
no solo de inuencia, en la necesidad de legitimi-
dad y, en último lugar, de conanza que requiere
todo tipo de instituciones, públicas y privadas
(García-Marzá, 2016b). Desde esta exclusividad
de la acción comunicativa, Habermas se encuentra
ante dos posibilidades mutuamente excluyentes.
Por una parte, tenemos a la sociedad civil como
esfera propia de la acción comunicativa, vaciada
de poder y a la que solo se le reconoce inuencia
a través de la opinión pública. Por otra, esferas de
poder vaciadas de sustancia normativa, el estado
y la economía, donde basta la racionalidad estra-
tégico-instrumental para su integración (Honneth,
2009, p. 434).
Este dualismo no es real. Ni existen asociacio-
nes u organizaciones sin prácticas estratégicas y
relaciones de poder, ni existen instituciones que no
apoyen su legitimidad en el posible acuerdo de los
afectados. En el caso de la economía, la posición
de Habermas pierde coherencia cuando se enfrenta
hoy al capitalismo de la vigilancia y, con él, a sus
nefastas consecuencias para el estado y la autonomía
política que este posibilita. En 1962, Habermas ya
reclamaba «un proceso de comunicación formal
conducido a través de la publicidad interna de las
organizaciones» (Habermas, 1994, p. 272). Pero
esta opción será posteriormente rechazada, pues en
los ámbitos donde se mueven intereses que no sean
generalizables parece que no haya forma de actuar
si no es a través de la racionalidad sistémica. Por
lo que Habermas se encuentra en un claro «quiero
y no puedo», pues ha dejado a las instituciones de
la sociedad civil «fuera» de la lógica comunicativa
sin darse cuenta de que también en ellas, en su seno,
juega un papel clave la «fuerza de producción de
la comunicación», reriéndose a la capacidad de
entenderse y actuar conjuntamente que tienen los
sujetos.
No se trata, de reproducir las exigencias de
participación democrática en las diferentes ins-
tituciones, de repetir los sistemas de elección y
decisión por la regla de mayorías en el seno de las
instituciones y organizaciones que componen la
sociedad civil. Esta propuesta de ampliación de la
sociedad civil y de sus espacios públicos está lejos
de todo fundamentalismo electoralista, al igual que
lo está del tecnopopulismo en el que suele acabar
la demanda de una mejor democracia. Las técnicas
del tecnopopulismo no llevan a la expertocracia,
sino a la autocracia, al autoritarismo del siglo XXI
(Runciman, 2019, p. 214).
Para esta propuesta de ampliación del concepto
habermasiano, la sociedad civil sigue siendo la
base social de la opinión pública, pero ahora se
trata de identicar y diseñar espacios de acción
donde sea posible la participación libre y volunta-
ria, la búsqueda de acuerdos entre todas las partes
implicadas y afectadas por el poder, sea político,
económico, o social. Espacios institucionalizados
donde puede tener lugar la acción estratégica, pero
donde la primacía la tiene la acción comunicativa
y sus presupuestos de validez. No olvidemos que
todo tipo de poder, no solo el político, requiere
legitimidad, un crédito para actuar que solo puede
venir de la opinión pública y de la sociedad civil.
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Domingo García Marzá / Patrici Calvo
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Aplicar nuestras competencias para dialogar
y alcanzar acuerdos y compromisos justos exige
espacios de participación y presencialidad, esferas
donde las tecnologías digitales sean instrumentos
para este entendimiento, sin que por ello tengamos
que convertirnos en esclavos de las mismas, en se-
res heterónomos. Y estos espacios de participación
debemos pensarlos y diseñarlos tanto para el estado
como para la sociedad civil, ahora entendida de for-
ma amplia como todas las prácticas e instituciones
que no dependen directamente del estado y en las
que la primacía de la acción comunicativa dene
la validez o justicia de lo decidido e instituido.
Diseñar espacios de conanza en el interior mismo
de las instituciones y establecer entre ellos redes o
alianzas capaces de frenar la actual colonización
algorítmica. Este nivel mesodeliberativo apoyado
en la perspectiva institucionalista es fundamental
para mantener y garantizar la calidad de la opinión
pública en plena revolución digital, pues posibilita la
participación en el interior mismo de las instituciones
donde se desarrollan los algoritmos. No basta con
decir que las partes implicadas deben participar.
Hay que instituir espacios donde esta participación
sea posible desde el inicio del diseño algorítmico
hasta el cálculo de consecuencias. Solo así se puede
mantener la autonomía, esto es, la calidad de la
opinión pública (García Marzá, 2016b).
CONCLUSIONES
Desde una democracia cuya pretensión es la de susti-
tuir por algoritmos todos los procesos democráticos,
no es posible hablar de una nueva transformación de
la opinión pública, sino de su desaparición, pues el
concepto no tiene sentido ni referencia alguna si no
hay un espacio para la participación, la deliberación
y el acuerdo. Una armación que hemos querido
mostrar desde las tres dimensiones que encierra
el concepto de Öffentlichkeit, y que resumiremos
ahora a modo de conclusión.
En primer lugar, estamos hablando de opinión,
es decir, de doxa, de un saber falible y revisable
por denición que no tiene otro horizonte de re-
ferencia más allá del acuerdo entre los afectados.
Un horizonte para el que los datos pueden aportar
información, no sustituir a la deliberación y a la
búsqueda de acuerdos. Es decir, no se trata de reducir
la realidad, sus necesidades e intereses, así como
los valores desde donde la construimos, a datos y
metadatos que son integrados por algoritmos que
les dan sentido y utilidad, por cierto, desde un
cienticismo y un interés técnico de dominio bien
claro (Habermas, 1984). Se trata de opiniones, no
de hechos; de razones, no de motivos. De tomas
de posición ante una realidad política y social que
nunca es, ni puede ser, independiente de los propios
sujetos que la componen y cuya legitimidad reclama
su participación. El ciberespacio, con sus bots y sus
algoritmos, no supone cambio estructural alguno,
sino la desaparición de la opinión pública, arras-
trando con ella el sentido último de la democracia:
la construcción de una voluntad común desde la
autonomía y la participación
En segundo lugar, se utiliza el predicado público
para referirse al conjunto de ciudadanos implicados
y/o afectados por una decisión política —o, en su
caso, sus representantes— y para describir un tipo
de contenido que afecta a todos por igual. Así, por
público no solo se entiende el objeto, sino también
el sujeto; es decir, una opinión es pública cuando
se dan dos características: la difusión entre los
públicos y su referencia a la cosa pública. Ambas
dimensiones desaparecen al hablar de una opinión
pública articial. Ya no es que sea una opinión
pública de baja calidad, sino que no procede de
público alguno y solo remite a los intereses de
quien diseña el algoritmo. Puede que haya una
consideración de «los intereses en juego», pero sin
que los interesados intervengan. Pero ya sabemos
que es necesario introducir la calidad de la opinión
pública y no la cantidad si queremos explicar su
papel legitimador en la democracia.
En tercer y último lugar, estamos hablando de un
espacio público, un ámbito de participación inclu-
sivo y abierto, donde solo las condiciones iguales
de participación pueden garantizar la generación
de opinión pública (García Marzá, 2012). Todo lo
contrario a la opacidad y a la impenetrabilidad de
los algoritmos que sustituyen la participación por
los datos y metadatos recopilados y estructurados de
forma que constituyen, en la mayoría de los casos,
auténticas cajas negras. El principio de publicidad,
ahora llamado principio de explicabilidad en estos
contextos socio-técnicos (García Marzá y Calvo,
2022), no puede desarrollarse si a la transparencia
no añadimos la participación, instituyendo espacios
de presencialidad, por ejemplo, dentro de las mis-
mas tecnológicas, donde el seguimiento y control
del diseño y aplicación de los algoritmos pueda
realizarse desde el inicio.
De ahí la necesidad de pensar, debatir y di-
señar conjuntamente espacios de conanza que
desarrollen la capacidad de las instituciones para
empoderar a los sujetos, espacios institucionalmente
ordenados, exibles y abiertos donde los sujetos
puedan utilizar sus capacidades para intervenir
ecazmente en el diseño, desarrollo y seguimiento
de los algoritmos. Toda posible repuesta a cómo
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Democracia algorítmica: ¿un nuevo cambio estructural de la opinión pública?
13
frenar la actual colonización algorítmica requiere
de una perspectiva institucionalista, de proporcionar
principios para el diseño y rediseño de instituciones
que nos ayuden a pensar organizaciones políticas,
sociales y económicas nuevas y mejores, asumidas
desde nuestra autonomía y nuestra capacidad de
decidir conjuntamente los criterios de justicia. Las
tecnologías digitales pueden ayudarnos a crear y
mantener estos espacios de presencialidad, a diseñar
espacios de intervención real y efectiva, a establecer
canales de comunicación, etc., pero no a sustituirlos
por realidades virtuales cuyo objetivo nal no es
otro que controlar y comercializar nuestra opinión
y nuestra voluntad y así continuar generando y, al
mismo tiempo, ocultando la injusticia realmente
existente.
En suma, diseñar espacios de participación en
el interior mismo de estas prácticas e instituciones
que componen la sociedad digital actual, donde
conuyan «las capacidades morales de los indi-
viduos para asumir un compromiso responsable»
(Offe y Preuss, 1990). Aquello que podemos llamar
recursos morales. La incompatibilidad entre la
opinión pública y la democracia algorítmica deriva
de una realidad mil veces demostrada y mil veces
ocultada: ninguna institución, por más poderosa
que sea, por más tecnologías digitales que posea y
domine, puede mantenerse sin la credibilidad social,
y este capital moral lo tiene en exclusiva la opinión
pública como voz de la sociedad civil.
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