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DOS ENSAYOS SOBRE ECOLOGISMO
— colección conocimiento contemporáneo —
DOS ENSAYOS
SOBRE ECOLOGISMO
————————
TASIA ARÁNGUEZ SÁNCHEZ
2022
DOS ENSAYOS SOBRE ECOLOGISMO
Diseño de cubierta y maquetación: Francisco Anaya Benítez
© de los textos: Tasia Aránguez Sánchez
© de la presente edición: Dykinson S.L.
Madrid - 2022
N.º 45 de la colección Conocimiento Contemporáneo
1ª edición, 2022
ISBN 978-84-1122-369-0
NOTA EDITORIAL: Las opiniones y contenidos publicados en esta obra son de
responsabilidad exclusiva de sus autores y no reflejan necesariamente la opinión de
Dykinson S.L ni de los editores o coordinadores de la publicación; asimismo, los autores se
responsabilizarán de obtener el permiso correspondiente para incluir material publicado en
otro lugar.
ÍNDICE
PREÁMBULO ................................................................................................
ECOLOGISMO Y LUCHA DE CLASES
. INTRODUCCIÓN .......................................................................................
. TECNOEUFORIA Y TRANSHUMANISMO ......................................................
. LA DESTRUCCIÓN DE LA NATURALEZA ......................................................
. EL ECOLOGISMO DE MERCADO .................................................................
. LOS PAÍSES QUE DEPREDAN EL PLANETA ....................................................
. ECOLOGISMO Y LUCHA DE CLASES ............................................................
. ECOFEMINISMO ABOLICIONISTA ...............................................................
. LA ECONOMÍA BASADA EN LAS NECESIDADES .............................................
CONCLUSIONES ............................................................................................
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ......................................................................
LA ENDOMETRIOSIS, UNA LUCHA ECOFEMINISTA DESCONOCIDA
. INTRODUCCIÓN .......................................................................................
. LOS EFECTOS DE LOS TÓXICOS AMBIENTALES SOBRE LA SALUD DE LAS
MUJERES .......................................................................................................
. LA NECESIDAD DE LA LUCHA COLECTIVA PARA FRENAR
LA EXPOSICIÓN A LOS TÓXICOS AMBIENTALES .............................................
. MARCO JURÍDICO EN MATERIA DE TÓXICOS AMBIENTALES .....................
. CONCLUSIÓN ..........................................................................................
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ....................................................................
– –
PREÁMBULO
l presente libro contiene dos ensayos breves. Por el carácter más
amplio de su temática, se sitúa en primer lugar el ensayo titulado
“Ecologismo y lucha de clases”. A continuación, se encuentra el
ensayo más específico, que escribí hace unos años, titulado “Endome-
triosis, una lucha ecofeminista desconocida”.
La motivación para escribir “Ecologismo y lucha de clases” ha sido el
deseo de aprender sobre los fundamentos del ecologismo a fin de incluir
este tema en la asignatura de derechos humanos que imparto en el grado
el derecho, considerando que la reflexión sobre el ecologismo es indis-
pensable en la filosofía jurídico-política del siglo XXI. Estuve buscando
materiales que expusieran las evidencias, controversias y propuestas del
ecologismo, de modo que me adentré en las lecturas que eclosionaron
en este libro. Los epígrafes del ensayo reflejan inquietudes en la materia:
¿en qué estado se encuentra nuestro planeta?, ¿es reversible su deterioro?,
¿es posible reformar el sistema económico actual para que sea compati-
ble con la naturaleza o necesitamos un cambio drástico de modelo eco-
nómico?, ¿es factible el desarrollo sostenible?, ¿es el discurso ecologista
un instrumento de las élites capitalistas para legitimar la creciente de-
sigualdad entre las clases sociales?, ¿es el discurso ecologista un instru-
mento propagandístico de los países más desarrollados para mantener su
hegemonía?, ¿cuál es la relación entre el ecologismo y el socialismo?,
¿cómo se relacionan el ecologismo y el feminismo abolicionista?, ¿cómo
sería una economía basada en las necesidades?, ¿comeríamos carne en
esa sociedad?, ¿viajaríamos en avión?, ¿usaríamos energías renovables o
nucleares?, ¿cómo sería el urbanismo en ese modelo de sociedad?
E
– –
El segundo ensayo es el más antiguo, titulado “Endometriosis, una lucha
ecofeminista desconocida”. La motivación para realizar esta investiga-
ción fue solventar las dudas que tenían mis compañeras de la Asociación
Estatal de Afectadas de Endometriosis. La endometriosis es una enfer-
medad femenina asociada a la exposición a tóxicos ambientales presentes
en la comida, los cosméticos y textiles. Por eso, muchas afectadas de esta
enfermedad se preguntan si realizar cambios en su estilo de vida incidiría
en la mejora de su salud. Las lecturas y entrevistas permitieron dilucidar
la cuestión y esbozar una agenda ambiental para que las afectadas de
enometriosis podamos vindicarla ante las instituciones pertinentes.
LA ENDOMETRIOSIS, UNA LUCHA
ECOFEMINISTA DESCONOCIDA
– –
1. INTRODUCCIÓN
La endometriosis es una enfermedad muy frecuente, la tenemos una de
cada diez mujeres pero la mayoría de las afectadas desconocen que la
tienen. Su síntoma más característico es un insoportable dolor mens-
trual. Muchas mujeres sufren todos los meses periodos horrorosos, com-
parables a contracciones de parto, pensando que el dolor de regla es nor-
mal y que, por tanto, deben acostumbrarse a vivir con ese sufrimiento.
Otro de los síntomas principales es la dificultad para obtener un emba-
razo, puesto que la endometriosis es la causa más frecuente de infertili-
dad femenina. Numerosas afectadas han pasado décadas probando sin
éxito tratamientos de fertilidad y gastando hasta el último euro de sus
ahorros en el decepcionante proceso.
La enfermedad consiste en que el tejido endometrial crece fuera del
útero invadiendo otros órganos del cuerpo, usualmente de la cavidad
pélvica (tropas, ovarios, intestino, vejiga, nervios ciático y pudendo)
pero también puede migrar a zonas lejanas por vía linfática, por ejemplo
a los pulmones. Dependiendo de los órganos que se ven afectados, la
endometriosis puede acarrear síntomas que impactan sobre la vida diaria
provocando una discapacidad. Pueden presentarse dolores de cabeza, es-
treñimiento, diarrea, cistitis, dolor al caminar, al permanecer sentada, al
coger peso, al defecar, al mantener relaciones sexuales o alcanzar un or-
gasmo. Como muchos síntomas afectan a órganos distintos a los sexua-
les, es habitual que no se nos ocurra relacionarlos con la enfermedad y
que no seamos conscientes del impacto que la enfermedad provoca en
nuestras vidas. Algunos casos de endometriosis causan discapacidad en
la movilidad, obligando a la afectada a caminar con bastón o con silla
de ruedas. En algunos casos la endometriosis provoca situaciones de
emergencia, como aquellos en los que perfora el apéndice o cuando se
rompe un quiste de endometriosis durante una fecundación in vitro. En
algunos casos el dolor crónico que provoca la endometriosis es tan
grande que las mujeres tienen que aplicarse parches de morfina para po-
der vivir un día relativamente normal.
A pesar de la alta prevalencia de la enfermedad, la divulgación social
sobre la misma es escasa y el conocimiento en el ámbito de la profesión
– –
médica suele ser insuficiente para reconocerla y diagnosticarla. Hay im-
portantes déficit de investigación científica, puesto que no se conocen
con precisión sus causas, no existe una cura y las técnicas diagnósticas
disponibles, como ecografías y pruebas de imagen, habitualmente no
logran el diagnóstico. Las afectadas tienen que soportar una media de
nueve años para ser diagnosticadas, pasando por unos cuatro o cinco
especialistas distintos/as. ¿Cuál es la causa de esta invisibilidad social?
Los estereotipos sobre el histerismo femenino, sobre nuestra presunta
debilidad y sobre la normalidad del dolor menstrual, junto con el tradi-
cional androcentrismo de la ciencia médica, demoran el diagnóstico y
causan a las mujeres un sufrimiento que se prolonga durante años. Du-
rante el largo periplo que atraviesan las afectadas para obtener un diag-
nóstico es habitual que casi todos/as los médicos despachen a las mujeres
recentando anticonceptivos, sin indagar las causas de su dolor. Algunos
médicos/as consideran hipocondriacas a las pacientes, les mandan anti-
depresivos o las despachan con un ibuprofeno diciendo: “es solo un do-
lor de regla”. He escuchado historias de médicos que achacan los sínto-
mas de las mujeres a que llevan una sexualidad promiscua inconfesada,
e historias de profesionales que acusan a las mujeres de que van a la
consulta médica porque tienen mucho tiempo libre. Hay profesionales
que insisten en que “no se ve nada”, “no tienes nada”, “¿no será un pro-
blema mental?”. Hay mujeres que han descubierto tras la menopausia
que tuvieron endometriosis y estuvieron toda la vida soportando dolor
y creyendo que lo que les pasaba era normal. La enfermedad puede ser
una condición muy dolorosa pero habitualmente las mujeres se auto-
convencen de que el dolor “no es para tanto”, de que no deben quejarse
porque “no tienen nada” y, cuando al fin alguien las escucha y pronun-
cia la palabra “endometriosis”, el autocuestionamiento no desaparece,
porque la enfermedad es tan desconocida que incluso a las afectadas nos
parece una condición misteriosa. Es habitual decirse a una misma que
el dolor no será tan grande como nos parece, que seremos un poco de-
biluchas o un poco perezosas y que debemos esforzarnos más.
Aunque la endometriosis es una enfermedad muy frecuente, la invisibi-
lidad que sufre da lugar a que cuando preguntamos por la calle sobre la
misma las personas respondan “¿endome-qué?”. El sistema sanitario
– –
tampoco otorga a esta enfermedad el lugar que merece por su impacto
social y prevalencia. Sorprende que no exista una unidad especializada
en cada Comunidad Autónoma que cuente con todos/as los especialistas
necesarios para realizar una cirugía de endometriosis. El cuestiona-
miento al que se enfrentan muchas mujeres en el sistema sanitario se
puede ver acompañado por incomprensión laboral, familiar y social.
Muchas mujeres con endometriosis desarrollan depresión a causa del
dolor crónico. El aislamiento social y la pérdida de amistades no son
extraños en el colectivo. En el plano familiar, las mujeres somos educa-
das para ser las cuidadoras y no las cuidadas. Muchas obligaciones recaen
sobre nosotras hasta el punto de que no se nos permite abandonarlas ni
siquiera si nos encontramos mal. La familia no siempre entiende que
mamá no pueda lavar los platos ahora o que mamá no pueda llevar a los
niños/as al colegio esta mañana. La familia no siempre entiende que
cuando mamá dice que le duele, es que le duele de verdad.
La médica Carme Valls (2007) expone el androcentrismo del sistema
médico y los sesgos sexistas de la investigación médica en relación con
las “enfermedades de alta prevalencia femenina” que son aquellas que
afectan en una medida muy superior a las mujeres que a los hombres.
Casi todas las enfermedades crónicas, que son las más ignoradas por el
sistema sanitario, son de alta prevalencia femenina. Las reflexiones de
Valls sobre retrasos diagnósticos, diagnósticos imprecisos y déficits de
investigación en estas enfermedades ponen de manifiesto que las distin-
tas condiciones de salud concernientes al cuerpo femenino comparten
una similar situación de invisibilidad. Fibromialgia, endometriosis y es-
clerosis múltiple son tres ejemplos de enfermedades prevalentes, incapa-
citantes e ignoradas.
Como he puesto de manifiesto en trabajos anteriores, la dejación de la
medicina con respecto a las enfermedades de mujeres se replica en el
derecho, puesto que el Real Decreto 1971/1999 de procedimiento para
el reconocimiento del grado de discapacidad “olvidó” incluir la endo-
metriosis y todas las enfermedades crónicas e incapacitantes más habi-
tuales en las mujeres. Sí aparecen, en cambio, las condiciones que se
presentan con la misma frecuencia en ambos sexos, tampoco aparecen
en la norma síntomas que suelen afectar a las mujeres, como el dolor
– –
crónico. No es extraño que el dolor crónico sea un síntoma más habitual
en las mujeres que en los hombres, dado que hay menor interés investi-
gador en curar las enfermedades de las mujeres, que se mantienen como
condiciones crónicas con tratamientos que se limitan a paliar los sínto-
mas y no a resolver las causas de las enfermedades. Podríamos pensar
que la industria farmacéutica tiene un interés en cronificar las enferme-
dades y mantener a las mujeres como eternas dolientes y consumidoras
de medicamentos. El hecho de que las mencionadas enfermedades no
aparezcan en la norma mencionada dificulta mucho el acceso al grado
de discapacidad. Como dice mi compañera Ana Ferrer: “para el grado
de discapacidad puntúa más la depresión derivada de vivir con endome-
triosis, que la propia endometriosis”. Esta discriminación jurídica priva
a las mujeres de derechos socio-laborales frente al despido o la exclusión
social provocados por la enfermedad.
Hace años me llamó la atención un aspecto de las afectadas de endome-
triosis que marcó el inicio de mi interés por el ecofeminismo. Cada vez
que un grupo de afectadas de endometriosis de cualquier ciudad quedan
para comer, muchas están haciendo alguna dieta para intentar mejorar
sus síntomas. Es frecuente que cada una tenga restricciones alimenticias
distintas, así que resulta difícil ponerse de acuerdo acerca de lo que se va
a pedir. Yo nunca tuve mucho interés por las “dietas saludables” porque
pensaba, “si los dolores son tan espantosos como para que los analgésicos
se queden cortos, parece poco probable que privarse de un alimento me-
jore la situación de alguien”. Además, como dice mi amiga María Mar-
tín con el humor que la caracteriza, “bastante “jodía” es ya la endome-
triosis como para privarse de la cervecilla y la tapa”. Otra cosa que
observé con sorpresa es que algunas compañeras afectadas de endome-
triosis no solo dejan de comer multitud alimentos (cuya selección no
siempre me parecía comprensible) sino que además dejan de usar marcas
de cosméticos, determinados productos de higiene y de limpieza. Algu-
nas me comentaron que habían encontrado su dieta en foros “anti-cán-
cer”, pues los alimentos tóxicos para las pacientes de cáncer eran los mis-
mos que resultaban tóxicos para nosotras. Yo no sabía qué pensar sobre
esto y me preguntaba, ¿qué es esto de las dietas sin disruptores endocri-
nos?, ¿de verdad mejora la enfermedad o es efecto placebo?, ¿hay detrás
– –
algún negocio que quiere vendernos “productos especiales” con la eti-
queta “eco”?
Por entonces yo ya tenía una responsabilidad en la Asociación de Afec-
tadas de Endometriosis-Adaec y pensé que debía tomar nota de los in-
tereses del colectivo en materia ecologista por si había conocimientos
jurídicos que pudiera aportar a mis compañeras para el desarrollo de una
agenda medioambiental. Así que me puse a investigar acerca de la cone-
xión entre la endometriosis y las sustancias tóxicas. No lo tenía difícil
porque Carme Valls (2018), gran referente en el estudio de la salud de
las mujeres, había dedicado un libro a la cuestión de los tóxicos ambien-
tales. Además, casualmente uno de los investigadores más prestigiosos
del mundo en la materia, Nicolás Olea, trabajaba en la Universidad de
Granada, en mi ciudad, y formaba parte de un estudio sobre endome-
triosis en el que habían tomado muestras de sangre a algunas de mis
amigas de la ciudad. En 2018 aceptó concedernos una entrevista, por-
que Olea considera que la ciencia debe estar al servicio de la ciudadanía
y de las personas afectadas por los problemas sobre los que se investiga.
Así comenzó esta investigación sobre la lucha ecofeminista de las afecta-
das de endometriosis.
El ecofeminismo es la integración del feminismo y el ecologismo en una
misma teoría y en una misma lucha. La filósofa Alicia Puleo (2011) ex-
pone las historias de movimientos ecofeministas de todo el mundo que
pueden servir de ejemplo para comprender qué es el ecofeminismo. Al-
gunos de estos colectivos son las ecopacifistas de la Greenham Com-
mon, el Colectivo de Mujeres de Boston que promovía una medicina
no sexista en fomento de la salud preventiva y del cuidado de la natura-
leza, el movimiento Chipko de mujeres rurales del Himalaya que lucha-
ron para salvar los bosques desde postulados ecologistas y pacifistas, el
movimiento del Cinturón Verde de Kenia que mejora la vida de las mu-
jeres rurales pobres mediante medidas ecológicas, los colectivos latinoa-
mericanos vinculados a la Teología de la Liberación que demandan
ecojusticia para las mujeres y los países empobrecidos, los movimientos
por la Soberanía Alimentaria como el Vía Campesina, el liderazgo fe-
menino de algunos movimientos por los Pueblos Originarios, los grupos
de mujeres de todo el mundo que promueven la agroecología, y los
– –
colectivos animalistas y ecologistas que actúan desde parámetros femi-
nistas.
Un movimiento ecofeminista poco conocido es el que conformamos las
afectadas de endometriosis. Por las razones científicas que se expondrán
en este trabajo, los cuerpos de las mujeres se ven más afectados que los
de los hombres por la contaminación ambiental. Como consecuencia,
la temática de la incidencia de los tóxicos ambientales sobre la salud de
las mujeres forma parte del núcleo de preocupaciones ecofeministas. Las
afectadas de endometriosis denunciamos que las dinámicas de produc-
ción y consumo de nuestra sociedad afectan de manera especialmente
negativa al derecho a la salud de las mujeres y reclamamos un marco
jurídico de pesticidas, textiles, alimentos, envasado y plásticos (entre
otros ámbitos) que ponga fin a la exposición femenina a sustancias tóxi-
cas que provocan endometriosis.
La investigación me ha permitido conocer las evidencias sobre la rela-
ción entre los disruptores endocrinos y la endometriosis, aclarar qué sig-
nifica exactamente una “dieta anti-tóxicos” y, más allá de medidas indi-
viduales, qué podemos hacer desde una organización como Adaec para
luchar contra la exposición de las mujeres a las sustancias químicas. Du-
rante esta investigación he comprobado que está muy probada la rela-
ción entre la endometriosis y la exposición a unas sustancias tóxicas con-
cretas que están presentes en numerosos productos cotidianos. Ante esta
situación caben dos tipos de respuestas, que son compatibles entre sí: las
personales y las colectivas. Las respuestas personales consisten en evitar
la exposición individual a las sustancias tóxicas presentes en utensilios y
alimentos de uso cotidiano. Las respuestas colectivas consisten en pre-
sionar a las instituciones desde asociaciones como la nuestra y desde los
movimientos feminista y ecologista para que se prohíba la producción y
comercialización de productos que contengan estas sustancias. De am-
bos tipos de respuestas, creo que la más importante es el segundo. Con
respecto a la estrategia individual, la veo recomendable siempre que la
auto-restricción no sea extrema ni produzca culpabilidad o expectativas
desmedidas de mejora. Evitar los tóxicos ambientales no va a curar un
caso de endometriosis grave, pero puede tener algún efecto positivo so-
bre la enfermedad. Lo realmente significativo sería que entre todas
– –
lográsemos evitar la exposición sistemática de la población a las sustan-
cias dañinas. Entre las tareas habituales de la Asociación de Afectadas de
Endometriosis- Adaec está la de dar difusión a la investigación científica
sobre el efecto de los tóxicos ambientales sobre la salud de las mujeres e
intentamos que el mensaje llegue tanto a las pacientes como a las insti-
tuciones. En este libro presentamos una agenda ambiental con reivindi-
caciones de nuestro colectivo sobre esta materia.
Al margen de los motivos teóricos que cada mujer tenga para unirse al
activismo ecologista (y la aceleración del cambio climático que amenaza
la supervivencia humana no es poca cosa), nosotras como colectivo nos
movilizamos para exigir la sustitución de las sustancias tóxicas. Las mu-
jeres de nuestra asociación tenemos ya una enfermedad, y la sustitución
de estas sustancias no nos va a curar, pero merecemos conocer mejor las
causas de la endometriosis y deseamos impedir que las generaciones fu-
turas de mujeres la desarrollen. La contaminación ambiental afecta es-
pecialmente a los cuerpos de las mujeres, de modo que muchas mujeres
afectadas por diversas enfermedades se encuentran en una situación se-
mejante a la nuestra y tal vez quieran implicarse en luchas ecologistas.
La invisibilidad patriarcal de los problemas de las mujeres, la ignorancia
sobre nuestra biología y la desconfianza hacia nuestros testimonios de
dolor contribuyen a proteger a las industrias que producen o comercia-
lizan tóxicos ambientales. Tenemos una enfermedad que está conectada
con la exposición a los tóxicos ambientales y cuya prevalencia está incre-
mentándose a gran velocidad mientras la industria obstaculiza la prohi-
bición de sustancias dañinas.
La aproximación de las mujeres con endometriosis al ecofeminismo
surge de la preocupación por la salud de las mujeres y del deseo de asu-
mir un estilo de vida que prevenga las enfermedades ambientales. Por
consiguiente, estamos ante un acercamiento al ecofeminismo que parte
de una praxis concreta. Esta aproximación antropocéntrica al ecolo-
gismo, centrada en la concreta necesidad humana de proteger la salud,
puede conducir en algunos casos hacia una mirada más amplia de la
naturaleza y la voluntad de preservarla. Los movimientos ecologistas po-
pulares, referidos a problemas incardinados en la vida de las personas,
tienen una especial fuerza persuasiva y una gran capacidad de
– –
concienciación social, por lo que su voz es muy positiva para el conjunto
del movimiento ecologista.
2. LOS EFECTOS DE LOS TÓXICOS AMBIENTALES SOBRE LA
SALUD DE LAS MUJERES
La Conferencia de la Mujer de Naciones Unidas celebrada en el año
2000 señaló que las mujeres somos las primeras perjudicadas por la con-
taminación ambiental. La médica ecofeminista Carme Valls (2018: 29)
explica que las sustancias tóxicas nos afectan más a las mujeres porque
tenemos un mayor porcentaje de materia grasa en el cuerpo (un 15%
más que en los hombres) lo que nos convierte en bioacumuladoras quí-
micas de las sustancias liposolubles1. Los tóxicos ambientales entran en
el organismo por el aire, el agua, la alimentación, los cosméticos, los
textiles y la utilización de plásticos. Otra de las causas por las que las
mujeres somos más dañadas por los tóxicos ambientales es que los pro-
ductos que afectan al sistema nervioso central ven facilitada su entrada
por los estrógenos, por lo que el cerebro de las mujeres se ve más afec-
tado que el de los hombres aunque estemos expuestas a la misma canti-
dad de sustancias químicas. Además, la carencia de reservas de hierro,
de predominio femenino por la menstruación en edad reproductiva,
hace más vulnerable el cerebro de las mujeres a minerales y químicos
ambientales.
Junto con esta mayor afectación biológica a causa de la “variable de
sexo”, las mujeres también sufrimos más efectos de los tóxicos ambien-
tales a causa de la “variable de género” (es decir, a causa de la división
1 La acumulación de los tóxicos ambientales en el cuerpo femenino es una materia estudiada.
Así, a pesar de que los pesticidas tradicionales están prohibidos, aún no se han degradado, y
siguen presentes en el cuerpo de las mujeres, de modo que la población continua expuesta a
los mismos (Artacho et al. 2015). La presencia en el cuerpo de las mujeres de BPA y
compuestos derivados de los cosméticos como las benzofenonas, los parabenos también se
ha demostrado (Jiménez-Díaz et al. 2016). Asimismo, dicha presencia se ha probado en la
sangre menstrual, es decir, en el tracto reproductivo (Jiménez-Díaz et al. 2016). Estos son solo
tres ejemplos de numerosos estudios que acreditan la presencia de los tóxicos menstruales en
el cuerpo de las mujeres.
– –
del trabajo y los roles sociales entre los sexos). Existen diferencias de
origen social en las condiciones de trabajo y en la división de tareas que
hacen que las mujeres estemos más expuestas que los hombres a agentes
químicos potencialmente tóxicos, porque realizamos más tareas de lim-
pieza o de proximidad con la exposición a pesticidas, como en el caso de
la jardinería. Las mujeres estamos más expuestas a la toxicidad de los
productos del hogar como limpiadores universales, jabones y detergen-
tes, quitamanchas y limpiacristales. Alicia Puleo (2011: 269) cita el in-
forme de Greenpeace “Consumiendo química” (2003), que alerta de los
daños que producen compuestos nocivos que se encuentran en el inte-
rior de los hogares: en la cocina, el baño, los dormitorios, los suelos, la
ropa y el plato. Las mujeres también estamos expuestas a un mayor nú-
mero de cosméticos, que son otra fuente de toxicidad ambiental. En la
categoría de “cosméticos” se incluyen también las cremas hidratantes,
las cremas solares, los desodorantes (contienen formaldehídos y sales de
aluminio), y los productos de higiene como gel y champú (que contie-
nen parabenos y formaldehídos).
Además del sexo, en la exposición a los tóxicos ambientales resulta rele-
vante la clase social. Las personas que trabajan en profesiones industria-
les y manuales tienen una exposición mayor a sustancias contaminantes.
Alicia Puleo señala, en relación con esta cuestión, que aquellas mujeres
que trabajan en fábricas, campos de cultivo o trabajan en invernaderos
están más expuestas a xenoestrógenos. Como explica Carme Valls “se
han encontrado altos niveles de pesticidas en empleadas que trabajaban
en jardinerías y que al tocar las plantas o plantarlas inhalaban a través de
la piel su contenido en pesticidas”. (2018: 266). Los ambientadores,
pinturas y los pesticidas y herbicidas arrojados a las tierras cultivadas y
los parques públicos son tóxicos ambientales. Incluso el barrio o la ciu-
dad en la que se viva inciden sobre esta exposición, pues en los barrios
pobres suelen situarse las dioxinas de incineradoras, las fábricas y los fo-
cos de radiaciones electromagnéticas.
Los tóxicos ambientales están presentes en los ríos y mares, el agua, el
suelo, el agua y los alimentos, en los textiles y cosméticos, en los
– –
envasados y recubrimientos de muebles y utensilios, en los materiales de
construcción, en los productos y los artículos de consumo (Romano y
Gadea, 2010). Los investigadores Romano y Gadea exponen que hasta
ahora se han identificado 1500 cancerígenos y mutágenos, 1500 tóxicos
para la reproducción (TPR), 3000 alérgenos, 1300 neurotóxicos, 1500
disruptores endocrinos, 400 sustancias tóxicas, persistentes y bioacumu-
lativas (TPB) y 500 compuestos orgánicos volátiles (COV) (2010). Ade-
más, continuamente se publican estudios actualizando el conocimiento
sobre la toxicidad de las sustancias y poniendo de relieve nuevos efectos
ligados a la exposición a tóxicos. Romano y Gadea señalan que “la lite-
ratura científica sobre el tema es cada vez mayor, e indica la exposición
de la población española a niveles preocupantes de un cóctel de cente-
nares de contaminantes tóxicos” (2010: 9).
Nicolás Olea explica que hay varios tipos de tóxicos ambientales si ana-
lizamos sus efectos: “la toxicidad ambiental afecta de muchas maneras:
originando cáncer, mutación o trastornos en el embrión o feto y tam-
bién modificando el equilibrio hormonal. Hasta hace poco el estudio de
la contaminación ambiental química se ha centrado mucho en carcino-
génesis, de producir mutaciones en el ADN o causar cambios en el em-
brión o feto, pero nunca se habían considerado otras toxicidades más
sutiles. El equilibrio hormonal es un todo puesto que las hormonas son
mediadores químicos que conectan órganos. Por ejemplo, el ovario se
comunica con la mama a través del estrógeno, el tiroides con el cerebro
a través de la hormona tiroidea, etc. Es decir, hay órganos que se man-
dan señales de unos a otros y que se retroalimentan. Determinadas ex-
posiciones a disruptores endocrinos están ligadas a enfermedades de ca-
rácter hormonal” (2018). Los tóxicos ambientales que generan
desarreglo hormonal son los “disruptores endocrinos”. Como aclara el
investigador Francisco Artacho (2018): “No todos los tóxicos son dis-
ruptores endocrinos, sino solo aquellos cuya estructura química puede
alcanzar el equilibrio de las hormonas. No solo los que interaccionan
con el receptor sino que afectan a cualquiera de las fases de la hormona.
Se ha descubierto que muchos compuestos químicos presentes en el am-
biente tienen la capacidad de alterar las hormonas y cada día se identifi-
can nuevos disruptores endocrinos”.
– –
La Organización Mundial de la Salud auspició un estudio (Trasandre et
al. 2016) sobre los efectos de los disruptores endocrinos sobre la salud
humana a fin de calcular los costes de estas exposiciones en la Unión
Europea. Muchas de las enfermedades que la OMS conecta con los dis-
ruptores endocrinos son de alta prevalencia femenina o afectan especial-
mente a la salud de las mujeres: endometriosis, infertilidad, cáncer de
mama, enfermedades del tiroides, obesidad, malformaciones congénitas
en el bebé, disminución de la inteligencia del bebé, déficits de desarrollo
neuroconductual del mismo/a, alteraciones del comportamiento del
mismo/a, etc.Romano y Gadea señalan numerosas enfermedades que se
han asociado a estos disruptores, como el cáncer, los problemas repro-
ductivos (infertilidad, malformaciones, enfermedades reproductivas),
las alteraciones hormonales (diabetes, problemas tiroideos, cánceres), las
enfermedades inmunológicas (dermatitis, alergias) y los problemas neu-
rológicos (problemas de aprendizaje, autismo, hiperactividad, Alzhei-
mer, Parkinson)” (2018: 14).
Romano y Gadea señalan que “se estima que los factores ambientales
están asociados al 98-99% de todos los cánceres (97.000 personas mu-
rieron en 2001 de cáncer en España) y al 85-96% de los desarrollados
durante la época pediátrica. Cada año se detectan en España 900 casos
nuevos de cáncer entre niños y adolescentes (hasta los 14 años)” (2018:
14). Carme Valls (2018: 350) señala que el cáncer de mama ha aumen-
tado de forma alarmante con la industrialización y que, aunque existe la
creencia de que el cáncer de mama se explica completamente por facto-
res genéticos, en el 95% de los casos está relacionado con la sobreexpo-
sición a estrógenos. Andreas Kortenkamp (2012) ha estudiado la asocia-
ción entre el consumo de productos con disruptores y el aumento de
cáncer de mama. Cuanto más prolongada sea la exposición a estrógenos
durante la vida, más elevado es el riesgo de cáncer. La asociación entre
los disruptores endocrinos y el cáncer de mama se ha estudiado en la
población española (Ibarluzea et al., 2004), (Pastor-Barrius et al., 2016),
así como en la población de otros países con menor regulación de la
exposición a tóxicos (Arrebola et al. 2015). No solo se ha demostrado
que estos compuestos se asocian con un riesgo mayor de desarrollar
– –
cáncer de mama, sino también que se asocia a un peor pronóstico (Arre-
bola et al. 2016).
Hoy se sabe que muchos de los riesgos para el cáncer de mama son de-
rivados de los disruptores endocrinos, particularmente el uso de anti-
conceptivos hormonales desde la adolescencia, el empleo de la terapia
hormonal sustitutiva para la menopausia y trabajar en ocupaciones es-
tresantes, como la sanitaria u otras con mucha carga emocional. La ma-
yoría de los factores de riesgo están relacionados con la exposición a es-
trógenos, como el embarazo tardío, la obesidad, la regla precoz, la
menopausia tardía o no tener hijos. Los disruptores endocrinos también
se han asociado a otros cánceres femeninos como el de endometrio.
Carme Valls añade otras enfermedades femeninas que parecen estar aso-
ciadas con los disruptores endocrinos: la endometriosis, las alteraciones
del ciclo menstrual, el síndrome de ovario poliquístico, los fibromas ute-
rinos, los trastornos de implantación del feto, la mama fribroquística,
las enfermedades tiroideas e incluso algunas aparentemente desconecta-
das de las hormonas, como la fibromialgia. Las enfermedades endocrinas
afectan a un mayor número de mujeres que de hombres, por que lo
somos las mujeres las más afectadas por la toxicidad ambiental. Dentro
de los disruptores endocrinos, uno de los tipos que más repercuten sobre
la salud de las mujeres son los xenoestrógenos. Los xenoestrógenos inci-
den sobre la endometriosis, el ovario poliquístico y, como ya se ha seña-
lado, sobre el cáncer de mama, entre otras dolencias. Estas sustancias
están presentes, por ejemplo, en derivados del petróleo como los pesti-
cidas y los herbicidas. Los xenoestrógenos, también llamados “estróge-
nos ambientales”, proceden del exterior del cuerpo humano y, cuando
entran en el mismo, se acumulan. Los xenoestrógenos tienen un com-
portamiento similar al de los estrógenos naturales y, al generar un incre-
mento excesivo del nivel de estrógenos en el organismo, alteran su nor-
mal funcionamiento hormonal.
Como explica Carme Valls (2018: 73), entre estas sustancias se encuen-
tran el PVC blando (desde el año 1997 se ha prohibido en muchos paí-
ses que se vendan utensilios para bebés fabricados con este material), el
bisfenol A (la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos y la
Autoridad Europea de Seguridad y Alimentación señalan una dosis de
– –
ingesta diaria límite de bisfenol A) los pesticidas y plaguicidas (como el
DDT), muchos productos de limpieza, los insecticidas que se usan en
las casas e incluso medicamentos de uso frecuente como los anticoncep-
tivos hormonales. Como hemos señalado, una de estas sustancias es el
bisfenol A, cuyos niveles altos en sangre se asocian a la endometriosis, la
diabetes (especialmente en las mujeres), las enfermedades tiroideas
(como el hipotiroidismo), el sobrepeso y el síndrome de ovario poliquís-
tico. El bisfenol A puede liberarse de los plásticos PVC cuando se ca-
lientan. Por ejemplo, el bisfenol A puede pasar a la comida que se ca-
lienta en el microondas dentro de un recipiente de plástico PVC.
Los disruptores endocrinos ocasionan alteraciones del ciclo menstrual.
Según el tipo de producto que altere el ciclo, este alarga (dioxinas, bife-
nilos policlorados) o se acorta (DDT, plomo, clorodibromometano).
Las mujeres a las que se les alarga el ciclo padecen sangrado entre mens-
truaciones e incluso pérdida de algunas menstruaciones. Los disruptores
inciden sobre el ciclo al alterar la producción de progestorona e incre-
mentar el nivel de estrógenos, alterando así las hormonas del ciclo y el
sistema del ovario. Pero estas alteraciones menstruales no solo ocurren
por el efecto de los pesticidas sobre las hormonas del ciclo, sino también
al modificar la función tiroidea, que también incide sobre el ciclo mens-
trual (Valls, 2018: 298). Se ha observado que en los países industrializa-
dos se está adelantando la edad de la pubertad y de la primera regla
(Aksglaede et al. 2008). La pubertad precoz se ha asociado a la exposi-
ción a disruptores endocrinos (bifenoles policlorados, dioxinas, éteres
polibromados, DDT/DDE, plaguicidas, metales pesados, alquifenoles,
bisfenol A, parabenos, ftalatos y fitoestrógenos). El adelanto de la pri-
mera menstruación se considera un factor de riesgo para el cáncer de
mama y para la endometriosis, probablemente por el aumento de los
años que el cuerpo de la mujer está expuesto a altos niveles estrogénicos.
Otro trastorno asociado a los disruptores endocrinos (a la testosterona
ambiental) es el síndrome de ovario poliquístico, una enfermedad muy
frecuente que tienen entre un 4 y un 8% de las mujeres. Eventualmente,
este síndrome se presenta acompañado de resistencia a la insulina, au-
mento del hambre y obesidad. El síndrome puede producir dificultades
para concebir debidas a anovulación y a largo plazo puede relacionarse
– –
con la aparición de diabetes y de cáncer de endometrio. Algunas inves-
tigaciones (Ferández et al. 2010) apuntan a la relación entre este sín-
drome con el bisfenol A. La médica Valls (2018: 301) explica que la
propia OMS ha recomendado investigar la relación entre este síndrome
y los disruptores endocrinos, debido a su rápido incremento. Asimismo,
el incremento de esterilidad también ha sido asociado a los disruptores
endocrinos. Se calcula que entre un 3,5 y un 16,7 por ciento de las pa-
rejas tiene dificultades para concebir. Este incremento suele atribuirse al
hecho de que las mujeres quedan embarazadas cada vez más tarde y,
como sabemos, la edad dificulta el embarazo. Pero la infertilidad precoz,
la que afecta a personas jóvenes, también ha aumentado. Tanto un es-
tudio de Bretveld (et al. 2006) como un estudio de Valls (2007) señalan
los disruptores más asociados a este problema (DES, bisfenol A, plagui-
cidas organofosforados, compuestos organoclorados como el DDT, bi-
fenilos plibromados y plomo).
Los disruptores no solo afectan a la salud sexual y reproductiva, sino que
también se asocian a otras condiciones endocrinas, como la obesidad y
la diabetes, que son de mayor predominio entre las mujeres que entre
los hombres. Las enfermedades endocrinas son las que afectan a las glán-
dulas y a las hormonas (al tiroides, el páncreas o las glándulas suprarre-
nales). De ellas, explica la médica Valls (2018: 385), la que se ve alterada
con más frecuencia es el tiroides. En estas enfermedades ha ocurrido un
rápido incremento en los últimos años, como ocurre con todas las do-
lencias que se han relacionado con los disruptores endocrinos. La fibro-
mialgia es otra de las enfermedades asociadas a la exposición a disrupto-
res endocrinos (Valls, 2018: 421). Esta enfermedad es mucho más
frecuente en mujeres que en hombres (un 88% de las personas afectadas
son mujeres) y es una enfermedad crónica muy común (se calcula que
la tienen entre el 1 y el 10% de la población). Aunque figura en la Cla-
sificación Internacional de Enfermedades de la OMS desde 1992, su
diagnóstico es objeto de cuestionamiento porque dicho diagnóstico se
basa en síntomas (presentar dolor cuando se presionan numerosos pun-
tos del cuerpo establecidos en una escala). Por tanto la fibromialgia es
un “cajón de sastre” en el que se introducen muchas enfermedades no
diagnosticadas. El feminismo de la salud reivindica que se produzca un
– –
diagnóstico diferencial y preciso de las enfermedades de base, porque un
diagnóstico puramente sintomático como el de fibromialgia no va a las
causas del dolor sino que se limita a paliarlo con analgésicos, antidepre-
sivos y técnicas de relajación. Pues bien, hay estudios que relacionan la
aparición de fibromialgia con la exposición a sustancias químicas en el
trabajo como insecticidas, pesticidas, tabaco, conservantes, gasolina,
tinta, plásticos, conservantes y lacas del pelo (Slotkoff, 1997).
Por otro lado, la presencia de disruptores endocrinos en la placenta de
las mujeres se ha asociado a varias patologías en etapa neonatal, tales
como bajo peso al nacer en pequeños nacidos de mujeres con exposición
laboral a estos disruptores endocrinos (Birks et al. 2016), alteraciones en
el neurodesarrollo (Vilahur et al. 2014), niveles bajos de hormona tiroi-
dea TSH (Freire et al. 2011.) o desarrollo de criptorquidia e hypospadias
(Fernandez et al. 2016), (Fernández et al. 2007). Nicolás Olea expone
que “las fases de mayor susceptibilidad a los disruptores endocrinos son
el embarazo (especialmente los primeros cuarenta días), el primer año
de vida del bebé y la pubertad. Sabemos que estas fases son las más pe-
ligrosas para el organismo, pero el problema es que los efectos de la ex-
posición fetal pueden tardar treinta años en plasmarse y es más difícil
demostrar la correlación” (2018).
En los últimos veinte años se ha constatado un enorme incremento de
la endometriosis y, aunque se desconocen las causas de esta enfermedad,
es una de las enfermedades con indicios más sólidos de asociación con
la contaminación ambiental. Los disruptores endocrinos asociados a la
endometriosis son los que afectan a los estrógenos, porque la endome-
triosis es una enfermedad estrógeno dependiente. Es decir, “es necesario
un exceso de estrógeno para la progresión de la endometriosis, unido a
alteraciones inmunológicas” (Valls, 2018: 301). Carme Valls señala que
hay estudios que asocian la endometriosis con la exposición a ftalatos,
bisfenol A, teflón, dioxinas, pesticidas y cadmio. Con respecto a los pes-
ticidas organoclorados, Francisco Artacho (2018) señala que aunque
fueron prohibidos ya hace unas décadas en los países desarrollados, su
estructura química no se degrada en el medio ambiente y son muy difí-
ciles de eliminar. Como expone Valls, incluso hay estudios acerca del
tipo de endometriosis que se asocia a la exposición a distintos tipos de
– –
sustancias. Así, parece que la endometriosis ovárica se asocia más a los
pesticidas organoclorados (Upson et al. 2013), mientras que la endome-
triosis profunda se asocia al bisfenol A (Upson et al. 2014), de modo
que podría ser que distintos tipos de endometriosis tengan una causa
ambiental diferente.
Con respeto a los ftalatos, no solo se ha asociado la exposición a los
mismos con la presencia de endometriosis, sino que existen pruebas cla-
ras del efecto de un ftalato (DEHP) en el crecimiento de las células del
endometrio (Kim et al. 2010). Los ftalatos están presentes en champús,
acondicionadores, desodorantes, fijadores del pelo, perfumes, jabones,
esmalte de uñas, envases de alimentos, recubrimiento de productos far-
macéuticos, entre otros. Valls (2018: 115) destaca también la incidencia
sobre la endometriosis de los PFOA, que están presentes en los materia-
les de teflón como las paelleras y sartenes, impermeables y andiadheren-
tes. Varios estudios con primates han demostrado que se produce un
aumento de la severidad e incidencia de la endometriosis relacionado
con el nivel de exposición a dioxinas (Rier et al. 2001) (Yang, 2000).
También se han de destacar los estudios que vinculan la endometriosis
con el uso de determinados medicamentos hormonales (como los anti-
conceptivos).
Los estudios también apuntan que la exposición a tóxicos ambientales
que causa endometriosis no es solo la que se produce durante la vida
adulta, sino también aquella que comienza durante la vida fetal. En
efecto, como señala Olea (2018), las fases de mayor susceptibilidad a los
disruptores endocrinos son el embarazo (especialmente los primeros
cuarenta días), el primer año de vida del bebé y la pubertad. Sabemos
que estas fases son las más peligrosas para el organismo, pero el problema
es que los efectos de la exposición fetal pueden tardar treinta años en
plasmarse y es más difícil demostrar la correlación. Estudios con roedo-
res también apuntan a que la exposición a dioxinas, bifenilos y pesticidas
pueden producir endometriosis, y la gravedad de la misma es mayor si
se combina la exposición fetal con la exposición durante la vida adulta
(Cummings, 1999). La exposición a disruptores endocrinos durante la
infancia también aumenta el riesgo de endometriosis en la adultez
(Upson, 2015). Un estudio asoció el consumo de un fármaco para
– –
disminuir el riesgo del aborto con un 80% más de riesgo de desarrollar
endometriosis en sus hijas (Missmer, 2004). Este estudio se suma al
resto de trabajos que apuntan a la incidencia de la exposición a tóxicos
durante la vida fetal.
Para seguir indagando en el estudio de la relación entre la endometriosis
y los tóxicos ambientales, la ginecóloga Olga Ocón y el investigador
Francisco Artacho están trabajando en un proyecto de investigación de
la Universidad de Granada en el que estudian cuáles de estos disruptores
se asocian específicamente con el desarrollo de la endometriosis. Buscan
tanto pesticidas tradicionales como disruptores endocrinos novedosos
como parabenos y bezofenonas, de uso habitual en cosméticos, así como
compuestos perclorados que están en utensilios del hogar como sartenes,
también retardadores de la llama que están en mesas y estanterías para
prevenir que prendan en un incendio. Artacho nos explica: “trabajamos
en endometriosis porque hemos observado que es una enfermedad muy
prevalente, muy discapacitante y existe un escaso conocimiento etioló-
gico de la misma” (2018). El estudio de Granada es heredero de otro
conocido estudio liderado por la ginecóloga feminista Enriqueta Ba-
rranco sobre tóxicos ambientales y sangre menstrual.
La salud ambiental forma parte las reivindicaciones del colectivo de afec-
tadas de endometriosis en todos los países, pues deseamos el alivio de los
síntomas de la enfermedad, así como el hallazgo de las causas de misma
y de una cura. Para muchas de nosotras la adopción de hábitos de vida
ecológicos constituye el tratamiento en el que depositamos nuestras es-
peranzas de mejora y las investigaciones que indagan sobre las causas de
la misma, como la que desarrolla la Universidad de Granada, nos pare-
cen de máximo interés. Por eso procuramos darles divulgación y mostrar
su utilidad social. Más adelante expondré cuál es la agenda ecologista de
nuestro colectivo. Es necesario exigir a los poderes públicos que intro-
duzcan medidas normativas para frenar la exposición de la población a
los tóxicos ambientales.
– –
3. CAMBIOS EN EL ESTILO DE VIDA PARA EVITAR LA EXPOSICIÓN A LOS
TÓXICOS AMBIENTALES
La endometriosis es una enfermedad muy relacionada con la contami-
nación ambiental. Ante la proliferación de la endometriosis en las últi-
mas décadas y el aumento de casos que empeoran de forma veloz y agre-
siva, numerosas afectadas se preguntan qué pueden hacer para evitar
exponerse a tóxicos ambientales que podrían estar agravando su condi-
ción. En un almuerzo de nuestro colectivo es muy frecuente que muchas
de nosotras realicemos dietas con numerosas restricciones alimenticias
que intentan evitar la exposición a disruptores endocrinos. Multitud de
afectadas tienen un marcado interés por conocer el modo concreto en
que los tóxicos ambientales se relacionan con la endometriosis para po-
der adoptar hábitos de vida saludables. He observado que en algunos
casos se produce un excesivo rigor en las pautas vitales. Creo que tal vez
sería pertinente la reflexión de la médica ecofeminista Carme Valls: “las
múltiples caras de las exposiciones ambientales pueden desencadenar an-
gustia en muchas personas cuando se inician en el conocimiento de los
riesgos ambientales de la salud. Pueden creer que en todos los actos de
nuestra vida, tanto en casa como en la calle, cuando comemos y cuando
respiramos, podemos estar expuestos a tóxicos ambientales. Vivir con
esa sensación constantemente podría incrementar la ansiedad y causar
también problemas de salud” (2018: 31).
Al margen de la cuestión del exceso de celo, bastantes afectadas llevan
hábitos de vida que procuran estar libres de tóxicos ambientales, no solo
en la alimentación sino también en el uso de cosméticos y productos de
limpieza. Para responder a estas necesidades del colectivo, en nuestras
redes sociales difundimos este tipo de contenidos de modo cotidiano,
promovemos hábitos de vida ecológicos y organizamos eventos de con-
cienciación acerca del impacto medioambiental sobre la salud de las mu-
jeres. A fin de resolver algunas de nuestras dudas, en 2018 entrevistamos
al científico Nicolás Olea en la facultad de medicina de la Universidad
de Granada. Queríamos que nos diera algunas pautas fiables y concretas
de alimentación y nos respondió: “la alimentación es clave y tenemos
más percepción de su peligrosidad que en el caso de otras fuentes de
exposición. En parte porque vemos cómo unos trabajadores
– –
completamente tapados y cubiertos con mascarillas echan tóxicos a unos
tomates (aplicando glifosato). Puede que te preguntes cómo es posible
que unos trabajadores así vestidos apliquen esta sustancia en la puerta
de la escuela”.
“Es más difícil que la gente vea la importancia de los cosméticos. Pero
lo cierto- señala Olea- es que tienen una gran capacidad de penetración
en el organismo. El polvo de casa contiene también numerosos quími-
cos, como retardadores de la llama y otros químicos, que se evaporan.
Así llegan al polvo. El gobierno danés dice que para eliminar disruptores
endocrinos es conveniente ventilar dos veces al día, no mover el polvo
sino aspirarlo y no dejar los aparatos electrónicos encendidos sino apa-
gados, porque cuando están encendidos calientan el polibromado y este
se evapora y se va al polvo”. El científico añade “hay riesgos cotidianos
que no percibimos. El olor a nuevo de un coche es exposición fresca a
sustancias. Igual que el olor a pintura (ftalatos, polibromados). El olor a
nuevo significa que se están evaporando estas sustancias y que las esta-
mos respirando. No es conveniente pintar la habitación de un bebé que
está por nacer”.
Francisco Artacho, científico del equipo de Olea al que también entre-
vistamos, añade que podemos adoptar hábitos saludables si sabemos
“cuáles son las fuentes de exposición y las disminuimos. Hemos de mi-
nimizar la exposición a tóxicos. Por ejemplo los parabenos y benzofeno-
nas tienen relación con la endometriosis. Hay que evitar los productos
que tengan estas sustancias: desodorantes, champús, cremas, pintala-
bios, etc. A día de hoy existen líneas 0%. Debemos decantarnos por
estas”. Artacho añade: “En alimentación sabemos que el bifenol A, rela-
cionado con la endometriosis, está en el plástico. Toda la comida en-
vuelta en plástico puede ser perjudicial para la endometriosis. También
los compuestos organoclorados, que aunque ya no se utilizan, se acu-
mulan en el medio ambiente porque aparecen en el fitoplacton, y pasan
al pececillo, al pez mas grande, al águila y finalmente al ser humano que
es el animal más expuesto. Son disruptores lipofílicos, que se acumulan
en la grasa. Por eso los animales y comestibles con más grasa son los más
estrogénicos, los que contienen más disruptores, por ejemplo la mante-
quilla y los huevos. Hay que comer vegetales (aunque tengan pesticidas),
– –
es lo menos expuesto. Es preferible alimentarse de peces pequeños (que
no pezqueñines) que de peces grandes porque su exposición a disrupto-
res es menor (tienen menos tiempo de vida para acumular disruptores
endocrinos)”.
La filósofa Alicia Puleo expone que “con una alimentación que no pro-
venga de la producción ecológica, se pueden llegar a consumir hasta cin-
cuenta variedades de pesticidas por día” (2011: 13). Los xenoestrógenos
son sustancias químicamente similares al estrógeno femenino natural
que alteran nuestro funcionamiento hormonal, incrementando en ex-
ceso nuestros estrógenos y “se encuentran en los pesticidas organoclora-
dos, las dioxinas de las incineradoras, las resinas sintéticas, las pinturas,
los productos de limpieza, los envoltorios de plástico y otros objetos de
uso cotidiano”. La médica ecofeminista Carme Valls enumera otras
fuentes de riesgo tóxico que interesan particularmente a las afectadas de
endometriosis: “los ftalatos están presentes en champús, acondicionado-
res, desodorantes, lacas para el pelo, perfumes, jabones, esmalte de uñas,
envases de alimentos, recubrimiento de productos farmacéuticos de li-
beración prolongada, etc. Otros disruptores están presentes en los ma-
teriales de teflón como las paelleras y sartenes, impermeables, andiadhe-
rentes”. Valls añade que “el bisfenol A se libera a partir de los productos
de plástico PVC cuando estos se calientan mucho y dejan pasar el bisfe-
nol A a los líquidos, agua y comida. Esto puede pasar con biberones,
envases y latas de conserva, latas de leche para bebés, etc. Puede ocurrir
cuando se calienta comida en el microondas en el interior de un reci-
piente o cuando se introduce un líquido caliente en un vaso o cuenco
de plástico. El uso del PVC está prohibido en utensilios para bebés. De-
ben utilizarse alternativas como recipientes de vidrio o plásticos de po-
lietileno. También debe evitarse el consumo frecuente de comida enla-
tada y las palomitas de microondas” (2018: 78).
La médica resalta que las mujeres estamos especialmente expuestas a es-
tas sustancias: “también son tóxicos muchos productos de limpieza y los
insecticidas que se usan en el hogar. Estos productos comparten que son
solubles en grasas y pueden depositarse en las células grasas del cuerpo.
Como las mujeres poseen de forma natural de un 15 a un 20% más de
células grasas que los hombres, cuando las mujeres están expuestas a
– –
estas sustancias puede aumentar su nivel de estrógenos volviéndose ex-
cesivo. El exceso de estrógenos tiene efectos sobre la salud como el au-
mento de incidencia del cáncer de mama”. “Las mujeres- continúa Va-
lls- somos las más expuestas a la toxicidad de los productos del hogar
como limpiadores universales, jabones y detergentes, quitamanchas,
limpiacristales. Los ambientadores aportan cantidades adicionales de
contaminantes orgánicos volátiles2. Algunos cosméticos como los cham-
pús que contienen parabenos y formalehidos, o los desodorantes que
contienen formalehido y sales de aluminio son disruptores endocrinos.
Las cremas solares también contienen sustancias nocivas para la salud”
(2018: 78).
Como vemos, una atención cotidiana excesiva a la cuestión de la evita-
ción de los tóxicos ambientales podría conducir a la paranoia, especial-
mente en personas desesperadas por el padecimiento de un dolor cró-
nico insoportable al que no encuentran remedio. Los testimonios de
numerosas afectadas de endometriosis ponen de manifiesto que los cam-
bios en la dieta y en los hábitos de vida mejoran los síntomas de la en-
fermedad3, pero la masiva exposición social a los disruptores endocrinos
que se ha descrito vuelve imposible la exposición nula a los mismos.
Artacho enfatiza la dificultad de la materia, pues todavía ni siquiera se
conocen todos los disruptores endocrinos. Por ejemplo, se habla última-
mente de que el paracetamol podría ser un disruptor endocrino. Es una
cuestión sobre la que hay que indagar. El científico señala que, al estar
bajo sospecha, habría que desaconsejar por precaución su uso en fases
críticas como el embarazo. Carme Valls señala que deberíamos tener
precaución con el uso de anticonceptivos hormonales como tratamiento
de las alteraciones de ciclo. Los anticonceptivos hormonales por vía oral
y vaginal se convierten también en estrógenos (incluso los progestágenos
se acaban convirtiendo en estrógenos en el organismo de las mujeres),
tienen un efecto acumulativo y se suman a los numerosos disruptores
2 Para evitar el uso de ambientadores, Olea recomienda la ventilación.
3 En este sentido, Carme Valls señala que Terapias naturales como el té verde o la vitamina D
(con propiedades antioxidantes) han demostrado ser preventicas de la endometriosis y su
evolución negativa (2018: 306).
– –
hormonales a los que ya ha sido expuesta la mujer durante toda su vida.
La científica considera que “ante las actuales evidencias científicas, de-
beríamos actuar siempre siguiendo el principio de precaución y evitar la
continua exposición hormonal a la que son sometidas las mujeres de la
sociedad industrializada” (2018: 324).
4. LA NECESIDAD DE LA LUCHA COLECTIVA PARA FRENAR
LA EXPOSICIÓN A LOS TÓXICOS AMBIENTALES
En cualquier caso, es importante no cargar sobre la ciudadanía de a pie
el peso del cambio hacia unos hábitos ecológicos. Se han depositado so-
bre la ciudadanía numerosas normas como reciclar, no usar coches, no
hacer turismo en avión ni en barco, no comprar comida procesada, apos-
tar por el comercio de proximidad y por la agricultura local, reducir el
consumo, etc. No cabe duda de la importancia de que la ciudadanía se
implique en estos cambios, pero la transición hacia un mundo sano no
se logrará solo con las acciones diarias de la ciudadanía de a pie, realiza-
das a veces con significativas restricciones y con sacrificio. Es necesario
que obliguemos a las instituciones y empresas a que se impliquen en el
cambio. Carme Valls considera que no deberíamos cargar sobre las per-
sonas el peso de la salud ambiental, y este consejo es especialmente im-
portante para las mujeres con endometriosis. La médica señala: “si toda
la población se hace consciente de que cuidar nuestro ambiente es cuidar
la salud, contribuirá a no degradar más nuestro entorno y a exigir polí-
ticas públicas que limiten la contaminación” (2018: 31). Es decir, la
ciudadanía no puede dejar que las instituciones y grandes empresas se
laven las manos mientras nos hacen sentir culpables por no tener hábitos
de vida suficientemente ecológicos. Debemos demandar políticas públi-
cas que eviten que la ciudadanía tenga que realizar esfuerzos ímprobos
para evitar la exposición a tóxicos ambientales.
Alicia Puleo dice: “las mujeres deberíamos reclamar políticas medioam-
bientales que nos tengan en cuenta” (2011: 13). La filósofa añade que
resulta indignante saber que los intereses económicos de industrias es-
pecíficas están obstaculizando la eliminación, por medio de la regula-
ción europea, de productos dañinos que podrían ser fácilmente
– –
reemplazados por otros inocuos. No podemos ignorar que el modelo
económico en el que vivimos privilegia el lucro sobre el bien común y
genera un consumismo irreflexivo que causa “daños colaterales” sobre la
salud, especialmente sobre la de las mujeres. Puleo explica que la Red
Medioambiental de Mujeres, radicada en Londres, ha llamado la aten-
ción sobre la pasividad institucional ante el rápido aumento del cáncer
de mama debido, en gran medida, a la contaminación con estrógenos
ambientales que se encuentran en los pesticidas organoclorados, las dio-
xinas de las incineradoras, las resinas sintéticas, las pinturas, los produc-
tos de limpieza, los envoltorios de plástico y otros objetos de uso coti-
diano (2011: 13).
Nicolás Olea añade que las instituciones saben que las enfermedades
endocrinas aumentan muy rápido: endometriosis, cáncer de mama, de
próstata, infertilidad…pero las soluciones que nos ofrecen son, como las
afectadas de endometriosis sabemos bien, una salida hacia delante con
más técnica para arreglar los problemas que han generado el capitalismo
y la técnica. A nosotras nos tratan el dolor con analgésicos o, en los casos
graves, con parches de morfina, y nos tratan la infertilidad en clínicas en
las que algunas de nuestras compañeras han perdido todos sus ahorros
con la esperanza de lograr un embarazo que nunca llegó. Olea señala
que el poder de la industria no debería frenar a la Unión Europea en su
deber de regular la exposición a sustancias. Algunas fábricas de textiles
o cosméticos podrían perder un poco de dinero si se realizan las oportu-
nas regulaciones (pues tendrían que sustituir algunas sustancias por otras
inocuas, de similar coste). También se perderían puestos de trabajo.
Olea cuenta que en Cartagena hay una fábrica de General Electric que
es la mayor fabrica de bisfenol A de Europa. Este es uno de los disrup-
tores endocrinos más asociados a la endometriosis.
Alicia Puleo (2011: 416) considera que las instituciones deberían esti-
mular la agricultura ecológica y la eliminación de los tóxicos ambientales
en los procesos de producción y en los productos, porque lo que hoy
está pasando es que las grandes empresas estrangulan a las pequeñas
granjas y el uso de productos peligrosos resulta muy rentable. Por ejem-
plo, es sabido que en la industria cárnica se utilizan piensos adulterados
y llenos de antibióticos y hormonas que luego ingerimos al comernos a
– –
esos animales. La filósofa explica que es necesario un nuevo modelo eco-
nómico, pero eso no debe confundirse con la renuncia a la vida mo-
derna, a la tecnología, a internet y a las medicinas. De lo que se trata es
de acabar con la prioridad “de las ganancias sobre los riesgos” (2011:
422).
Esta la misma conclusión que alcanza Firestone (1976: 242), pionera
ecofeminista de los años setenta. La autora sostiene que la ciencia y la
técnica tienen que trabajar al servicio del bienestar de la humanidad y
de la naturaleza. Pero, puntualiza Firestone, estamos muy lejos del re-
torno a la vida animal o a la vida primitiva. El camino del ecologismo
ha de ir de la mano de la tecnología y la ciencia. Firestone señala que, a
partir del surgimiento de la ciencia moderna en el siglo XVII se produjo
un progresivo divorcio entre los medios (la técnica) y los fines (la eman-
cipación humana). Aunque el objetivo del empirismo moderno era no-
ble y emancipador, la ciencia está hoy en día fuera de control. La femi-
nista considera que la educación alienta que los científicos sean meros
técnicos sin una mentalidad comprensiva e integrada de la vida. En el
imaginario popular se consagra la visión de una ciencia sin sentimientos
que trata a sus pacientes como meros conejillos de indias. Por su parte,
la naturaleza se concibe de forma mecanicista, sin conciencia de nuestra
pertenencia a la misma ni de la conexión emocional que habríamos de
experimentar hacia ella. El rechazo de los sentimientos, del cuidado de
la vida y de las mujeres forman parte de esa ideología “masculina” de la
ciencia desbocada. Cuando la ciencia carece de fines y valores, el lucro
toma el mando. La imagen de la ciencia aséptica es la careta de la ciencia
rapaz y destructiva. Firestone postula la construcción de un nuevo para-
digma científico que recupere la relación entre los medios y fines, entre
lo masculino y lo femenino: una ciencia al servicio de la emancipación
y respetuosa con la naturaleza.
El Colectivo de Mujeres de Boston, otra referencia indispensable del
feminismo de los setenta, enfatiza la importancia de los grupos ecologis-
tas y ecofeministas para “ejercer influencia sobre el legislativo y crear
programas de vigilancia para asegurar el cumplimiento de las leyes, tan
a menudo burladas por la industria y las grandes compañías” (1976:
368). Apuntan a las industrias que contaminan la tierra, el agua y el aire;
– –
y que utilizan pesticidas y herbicidas, sin que las instituciones públicas
limiten su actuación con regulaciones. Firestone (1976: 242) considera
que el movimiento feminista puede ser el factor decisivo en el estableci-
miento de un nuevo equilibrio ecológico y que la ciencia puede hacer
mucho por liberar a la humanidad de sus cadenas y por la construcción
de una sociedad justa y sin desigualdades.
El Colectivo de Mujeres de Boston, señala que esta transformación debe
verse acompañada de un cambio en el enfoque general de la medicina:
“creemos que debe desarrollar un modelo diferente que redefina las cau-
sas de las enfermedades. Por un lado, queremos comprender el contexto
social de las enfermedades, y admitir que algunas de ellas parecen estar
relacionadas con las condiciones de trabajo que perjudican la salud de
un gran número de trabajadoras y trabajadores, y también que las res-
ponsables son las mismas empresas e industrias y sus procesos de fabri-
cación y producción” (1976: 335). El colectivo de mujeres reivindica
que la medicina no se limite a curar, sino que se inviertan muchos más
recursos en el desarrollo de una medicina preventiva. Para lograr este
cambio de paradigma es fundamental la participación activa de la ciu-
dadanía, que no se dejen las cuestiones de la salud en manos de los/as
técnicos (1976: 371). En opinión del Colectivo de Boston, hay que
romper con la división patriarcal entre expertos (casi siempre hombres)
y pacientes- pasivas (en muchos casos, mujeres).
El médico Olea apuesta por ese cambio de paradigma, que se encuentra
presente en la llamada “ciencia de la salud ambiental” o “medicina am-
biental”. Esta ciencia nació vinculada al estudio de las enfermedades
profesionales, pero hoy en día la salud ambiental abarca todas las facetas
de la vida. Es decir, hoy se estudian los factores de riesgo ambientales en
las enfermedades comunes y no solo en las enfermedades profesionales.
El objeto de la ciencia de la salud ambiental son los hábitos de la pobla-
ción general y cómo influyen estos sobre la salud. Por ejemplo, la ciencia
de la salud ambiental estudia aspectos como la calidad del aire y el agua,
a fin de evitar riesgos para la salud. Olea señala que la medicina actual
ha puesto su interés exclusivamente en el diagnostico y la terapia y, a
nivel de investigación, se está apostando mucho por idear nuevas má-
quinas, innovaciones en farmacología e innovaciones en genómica. La
– –
perspectiva sanitaria dominante no parece preocuparse por fomentar
buenos hábitos diarios y políticas públicas que construyan un ambiente
saludable. El Colectivo de mujeres de Boston destacaba esta misma idea:
el enfoque médico actual parece tener una “tendencia al drama”, pues
prácticamente solo interviene en las situaciones de emergencia, cuando
el daño ya se ha producido.
Olea expone que el enfoque actual consiste en tratar la enfermedad en
lugar de combatir sus causas. Incluso si una enfermedad tiene otras cau-
sas además de las ambientales, es muy positivo invertir recursos en solu-
cionar las causas ambientales, porque estas se pueden prevenir. Por
ejemplo, es frecuente que se achaque el incremento de la endometriosis
a que las mujeres tenemos hijos más tarde y los tenemos en menor nú-
mero, con la consiguiente mayor exposición a estrógenos a lo largo de la
vida. Este enfoque parece plantear el la endometriosis es un castigo “na-
tural” a las mujeres por desviarnos de nuestro antiguo rol patriarcal de
maternidad perpetua. Hay que centrarse en las causas que se pueden
prevenir, como la exposición a los xenoestrógenos, y no en aquellas que
solo generan culpa y que exigen a las mujeres un retroceso en su eman-
cipación y autonomía.
También es habitual en nuestros días que se inviertan grandes sumas de
dinero en indagar el componente genético de las enfermedades. Pero
Olea denuncia el lado oscuro de este planteamiento tras el que subyace
un división social entre fuertes y débiles, aptos y no aptos. El investiga-
dor considera que deberíamos centrarnos en exigir un medio ambiente
limpio para que, independientemente de la predisposición genética que
tengamos, no lleguemos a desarrollar una enfermedad. Señala: “quere-
mos un medio ambiente en el que podamos vivir. La nueva medicina
está empeñada en hacernos análisis genéticos para ver la predisposición
a las enfermedades en el ADN. Pero yo no quiero que me encuentren
todas las vulnerabilidades, lo que quiero es que no surjan las enferme-
dades”. Olea afirma con contundencia que no queremos una sociedad
de individuos fuertes, genéticamente seleccionados o mejorados, sino
una Europa de individuos limpios gracias a un medio ambiente limpio.
Este es el mensaje que las afectadas de endometriosis podemos llevar a
la sociedad. Si hay una evidencia de que las exposiciones están
– –
conectadas con enfermedades como la nuestra (y esa evidencia ya existe),
hay que lograr que las instituciones prevengan esas enfermedades. No se
trata solo de encontrar el mecanismo molecular del cáncer, o el meca-
nismo de la endometriosis. Conocemos los factores ambientales que ge-
neran cáncer y endometriosis. El desarrollo de políticas de prevención
no son “ciencia menor”, pues podemos reducir mucho la frecuencia y la
gravedad de estas enfermedades construyendo un medioambiente sano,
comprendiendo la importancia de la fabricación y del consumo.
5. MARCO JURÍDICO EN MATERIA DE TÓXICOS
AMBIENTALES
En 1972 las Naciones Unidas realizaron la Conferencia de Estocolmo,
en la que se inició un programa de la ONU sobre Medio Ambiente
(PNUMA). A partir de entonces la Organización Mundial de la Salud
publicó varios informes sobre medio ambiente y salud. La OMS reco-
noce que más del 25% de la enfermedad mundial está ligada a factores
ambientales y que la contaminación del aire es cancerígena. La OMS
pide que las regulaciones europeas sean más restrictivas en relación con
la contaminación producida por el tráfico, las industrias y las calefaccio-
nes.
A pesar de estos progresos, en materia de productos químicos se ha avan-
zado muy poco, solo se han restringido sustancias de evidente peligrosi-
dad, como el DDT, que hace unas décadas era el plaguicida más común
pero ahora está prohibido por su vinculación demostrada con el cáncer.
En relación con los disruptores endocrinos no se ha hecho práctica-
mente nada, aunque muchas instituciones y la comunidad científica han
expresado preocupación al respecto. Dolores Romano (2018) expone
que: “desde que la comunidad científica identifica que una sustancia es
tóxica hasta que los responsables políticos toman la decisión de regularla
suelen pasar entre veinte y treinta años. En los años 90 del siglo XX
saltaron las alarmas científicas sobre los disruptores endocrinos y desde
entonces la literatura científica ha encontrado unos 1500, que, como se
ha señalado, se pueden encontrar en pesticidas, fragancias, plásticos (en-
vases, juguetes,...), cosmética, textiles o productos de higiene, entre
– –
otros. De modo que estamos expuestos a estas sustancias en nuestra vida
diaria, en nuestra alimentación y el contacto con productos y artículos
de consumo”.
La OMS lleva desde 2010 fomentando la investigación científica relativa
a los disruptores endocrinos. En varias conferencias ministeriales la
OMS ha resaltado la relación entre los contaminantes químicos y algu-
nas enfermedades crónicas. La Declaración de Diamanti (2009), de la
Sociedad Internacional de Endocrinología expresa la relevancia de estos
disruptores para la aparición de enfermedades endocrinas. La Sociedad
Americana de Ginecología también ha promulgado una declaración ex-
presando la relación entre los disruptores endocrinos y las enfermedades
ginecológicas (Valls, 2018: 106). Una de las normas internacionales más
importantes en materia de tóxicos ambientales es el Convenio de Esto-
colmo (2001) ratificado por más de cincuenta países con la finalidad de
frenar la utilización de Contaminantes Orgánicos Persistentes (COP),
que son sustancias químicas que se mantienen durante mucho tiempo
en el medio ambiente, se acumulan en este y presentan riesgos para la
salud y para el medio ambiente. El convenio promueve medidas de apli-
cación mundial en relación con doce sustancias contaminantes. Los paí-
ses firmantes se comprometen a suspender la utilización de estos pro-
ductos pasado un plazo. Las sustancias consideradas Contaminantes
Persistentes son ocho pesticidas (aldrina, clordano, DDT, dieldrina, en-
drina, heptacloro, mirex y toxafeno), dos productos químicos de uso
industrial (HCB y bifenilos policlorados) y dos grupos de subproductos,
las dioxinas y los furanos.
Dolores Romano (2018) explica que, en el contexto europeo, en los años
noventa la alarma de la comunidad científica y de la población de los
países nórdicos llevó a la reacción de los gobiernos, que presionaron para
que se llevase a cabo una Estrategia Europea para abordar el problema
en 1999. Desde entonces la Unión Europea ha priorizado investigación
sobre estas sustancias en sus programas científicos, se ha adherido al
Convenio de Estocolmo y ha regulado los usos industriales de las sus-
tancias tóxicas. Así, la Unión Europea suscribió el Convenio de Esto-
colmo, y lo ha transpuesto mediante el convenio mediante el
– –
Reglamento 850/20044. Este reglamento complementa legislación eu-
ropea anterior que regulaba los Contaminantes Persistentes, adaptán-
dose a las normas del Convenio. Pero el Reglamento no se limita a apli-
car el Convenio, sino que va más allá, pues prohíbe la producción,
comercialización y uso de diez de los COP. El Reglamento es de aplica-
ción directa para todos los países de la Unión Europea. La Unión Euro-
pea ha propuesto ampliar la lista de los COP para estimular una acción
internacional en relación con otras siete sustancias. La Unión Europea
ha listado 27 sustancias como persistentes, acumulativas y tóxicas. Tam-
bién es fundamental el reglamento de 2006, conocido como REACH5,
en el que la Unión Europea establece los mecanismos de control de estas
sustancias y los mecanismos de sustitución de las mismas por otras acep-
tables. Este reglamento contiene disposiciones sobre como deben eva-
luarse estas sustancias para detectar si son COP y se permite impedir la
producción y uso de las sustancias que presenten las características COP,
así como identificar nuevas sustancias que podrían considerarse COP.
Otro reglamento de la Unión Europea que desarrolla el Convenio de
Estocolmo es el de 20086, que prohíbe la exportación de diez de las doce
sustancias COP del Convenio. Algunas directivas anteriores al Conve-
nio y a sus reglamentos de desarrollo continúan regulando aspectos sig-
nificativos. Así, una de 19967 regula la eliminación ecológica de estas
sustancias persistentes y acumulativas, otra directiva del mismo año8 es-
tablece medidas para reducir las emisiones industriales de COP y otra
4 Reglamento (CE) no 850/2004 del Parlamento Europeo y del Consejo del 29 de abril de 2004
sobre contaminantes orgánicos persistentes y por el que se modifica la Directiva 79/117/CE.
5 Reglamento (CE) no 1907/2006 relativo al registro, la evaluación, la autorización y la
restricción de las sustancias y preparados químicos (REACH).
6 Reglamento (CE) no 689/2008 del Parlamento Europeo y del Consejo, del 17 de junio de
2008, relativo a la exportación e importación de productos químicos peligrosos (Reglamento
CFP).
7 Directiva 96/59/CE del Consejo, del 16 de septiembre de 1996, relativa a la eliminación de
los bifenilos policlorados y de los terfenilos policlorados (PCB/PCT).
8 Directiva 96/61/CE relativa a la prevención y al control integrados de la contaminación
(Directiva IPPC).
– –
de 20009 establece límites a la liberación de dioxinas y furaros a la at-
mósfera por parte de incineradoras de residuos. La Comisión Europea
sigue trabajando en regulaciones sobre el control de las emisiones de
estufas viejas y en las emisiones generadas en la producción de ladrillos.
Para dar cumplimiento a las obligaciones legales de la Unión Europea y
para continuar avanzando en la eliminación de los tóxicos ambientales,
la Unión ha desarrollado sucesivos planes comunitarios. En dichos pla-
nes, vigila que no se comercialicen productos sanitarios que contengan
sustancias químicas “altamente preocupantes”. Se consideran altamente
preocupantes las sustancias cancerígenas, mutagénicas o tóxicas para la
reproducción, como los COP y los disruptores endoctrinos. Se espera
que la nueva regulación de biocidas, que aún no se ha realizado, prohíba
también estas sustancias. La Comisión Europea también estudia las emi-
siones de dioxinas desde los hogares e indaga acerca de medidas para
reducirlas. Algunas fuentes de dioxinas son la calefacción y la cocina con
combustibles sólidos, y la combustión de residuos. La Unión Europea
ha llevado a cabo programas medioambientales para la gestión de los
recursos y la energía (como el ENRTP), para eliminar pesticidas obso-
letos o para reducir las emisiones de mercurio procedentes de la com-
bustión del carbón. La UE ha establecido en sus planes medidas de obli-
gado cumplimiento para los Estados en relación con la reducción de la
contaminación en el aire, el agua y los alimentos, así como en relación
con grupos de edad y con grupos profesionales. Sin embargo, aunque
estos planes de medio ambiente son de obligado cumplimiento para los
Estados miembros, hasta ahora no se han cumplido en la mayoría de sus
puntos, como ha podido comprobar la UE al evaluarlos. Para lo que han
servido más bien ha sido para mostrar que las instituciones aceptan las
relaciones entre los contaminantes ambientales y la salud, cosa que antes
era puesta en duda.
Un elemento de gran importancia en materia medioambiental es el prin-
cipio de precaución, recogido en el artículo 8 del Convenio de Esto-
colmo. Dicho principio ya se había recogido anteriormente en la Decla-
ración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo de 1992. En el
9 Directiva 2000/76/CE sobre la incineración de residuos.
– –
Convenio de Estocolmo el principio de precaución establece un criterio
imprescindible para la inclusión de nuevas sustancias químicas dentro
del marco de prohibición de dicho Convenio. Dicho principio implica
que, cuando un nuevo producto pueda suponer riesgos para la salud,
debe imponerse la prudencia, mediantes políticas públicas de control,
prevención o prohibición. Este principio tiene una implicación en ma-
teria probatoria que es fundamental resaltar: son las industrias las que
deben probar que productos como los disruptores endocrinos no son
dañinos para la salud. Como señala Nicolás Olea (2018), exigir al pa-
ciente que pruebe que su cáncer o su endometriosis proviene de una
exposición (tal vez remota en el tiempo, incluso durante la vida fetal)
resultaría lo que en derecho se llama una “probatio diabólica” es decir,
una prueba imposible. El investigador explica: “no es la mujer quien
tiene que demostrar la inocuidad de un tóxico cuando, a los diez años
de la exposición ha aparecido un cáncer de mama. Es una probatio dia-
bólica someter a la paciente a que demuestre la asociación entre la expo-
sición y la enfermedad”.
Carme Valls (2018: 26) considera que además “hay que tener en cuenta
que cada tóxico ambiental puede tener efectos combinados con otros y
resulta complejo estudiar la interacción entre todos ellos, señala Valls”.
Alicia Puleo (2011: 420) destaca la situación especialmente complicada
a la que se enfrentan las mujeres con una enfermedad conectada con la
exposición ambiental, pues a las mujeres se nos presume histéricas, o
dicho en palabras que suenan más científicas, se presume que la enfer-
medad es producto de una “somatización”. Olea (2018) añade que el
efecto disruptor endocrino de estas sustancias de las que venimos escri-
biendo aquí ya se ha demostrado (por ejemplo, en el caso del bisfenol
A). Estos estudios han sido publicados en prestigiosas revistas con revi-
sión por pares y, en muchos casos, han sido financiados por la propia
Unión Europea, como es el caso de las investigaciones dirigidas por el
propio Olea. El investigador es concluyente: “ni pacientes ni los cientí-
ficos/as preocupados por la salud pública tienen la responsabilidad de
probar que los disruptores endocrinos están causando enfermedades,
son las industrias las que tienen que garantizar que los productos que
utilizan son inocuos. Pero es que además, ya existen pruebas sólidas de
– –
que estas sustancias causan daños en la salud”. La Organización Mun-
dial de la Salud ha expresado su preocupación por la exposición de la
población a los disruptores endocrinos y ha abogado por el estableci-
miento de una moratoria en la utilización de los mismos. Esa posición
es la única compatible con el principio de precaución, que obliga a to-
mar medidas cuando existan indicios de riesgos para la salud humana.
Este principio es de aplicación incluso cuando la relación causa-efecto
no haya sido plenamente probada.
El derecho de la Unión Europea también recoge expresamente el prin-
cipio de precaución en materia medioambiental. Está recogido en el
Tratado de la Unión Europea (debe evitarse la utilización de los produc-
tos o técnicas de los que se sospeche que pueden afectar a la salud hu-
mana) y dicho principio ha sido asumido por el Consejo de Europa.
Como veremos a continuación, dichas posiciones institucionales y nor-
mativas entran en contradicción con el bloqueo actual que la Unión
Europea está realizando, por presiones de la industria, a las necesarias
regulaciones en materia de tóxicos ambientales.
En España la vigilancia de los alimentos, las emisiones, el nivel de con-
taminación de la población, las repercusiones sobre la salud, y la locali-
zación y sustitución de las sustancias contaminantes, corresponden a los
ministerios de Agricultura, de Medio Ambiente y de Sanidad y al Con-
sejo Superior de Investigaciones Científicas. También las Comunidades
Autónomas han adoptado iniciativas en relación con el cumplimiento
de las directrices de la ONU. Sin embargo, lo cierto es que en España,
al igual que la mayoría de los países industrializados se han desarrollado
políticas de protección ambiental demasiado tímidas e insuficiente-
mente eficaces. Dolores Romano expone que en España se activó en
2007 un Plan Nacional de Aplicación (PNA) del Convenio de Esto-
colmo sobre COP, pero dicho Plan está prácticamente abandonado
desde su aprobación. Solo se ha ejecutado tímidamente la vigilancia de
COP. Pero no se ha hecho el más mínimo esfuerzo por la sustitución de
las sustancias en uso, y ni siquiera se han realizado campañas de sensibi-
lización. No se han destinado recursos para aplicar la normativa inter-
nacional y mucho menos se han tomado iniciativas que vayan más allá
de esas obligaciones. España no dispone de una política propia en
– –
materia de sustancias químicas. No existe en nuestro país una gestión
integral del riesgo químico. España se limita a aplicar aquello que es
claramente obligatorio, con una gran disgregación de administraciones
y organismos, con competencias divididas por criterios desorganizados:
salud laboral, salud pública, medio ambiente, agricultura, transporte,
emergencias, aire, agua, suelos, alimentos, piensos, COP, mercurio, etc.
Se han ido desarrollando sobre la marcha servicios para responder a las
obligaciones de la normativa específica que se iba generando (ej. sobre
calidad del aire, contaminación de suelos, vertidos, etc.). La vigilancia
de los COP está muy compartimentada.
Como hemos expuesto, las instituciones internacionales han legislado
en relación con algunas materias relativas a los tóxicos ambientales. Así,
existe un límite máximo de residuos de pesticidas en los alimentos y hay
también una regulación de la calidad del aire y del agua. El investigador
Nicolás Olea (2018) nos explica los retos pendientes de la regulación
sobre la materia, “muchas personas pensamos que estas regulaciones no
son insuficientes”. Olea piensa que solo se ha regulado sobre riesgos muy
básicos, muy evidentes. Uno de los grandes déficits de la regulación in-
ternacional actual es que no se tiene en cuenta el llamado “efecto coctel”,
es decir, como nos explica Olea: “estamos expuestos a muchas sustancias
de forma simultánea, pero los riesgos se valoran individualmente para
cada compuesto. La pregunta es si varios residuos actuando al mismo
tiempo sobre la misma persona generan un efecto distinto al de cada
residuo analizado de forma aislada. Necesitamos que la reglamentación
empiece a considerar que no estamos expuestos a residuos individuales
sino a múltiples residuos que actúan de forma combinada. Los niveles
en sangre de un determinado compuesto pueden ser muy bajos pero la
pregunta es si la acumulación de productos a niveles bajos suponen un
nivel alto. Todos los países desarrollados como Japón, Canadá, Austra-
lia, EEUU y Europa se han basado en la evaluación individualizada de
cada residuo en un modelo animal. Mientras el famoso REACH (sis-
tema de registro y autorización de residuos químicos en Europa) no con-
sidere el efecto combinado, no se estará ponderando bien el riesgo por-
que, aunque ninguno de mis tomates tenga un residuo en una cantidad
superior a la legal, los siete residuos que acumula ese tomate sí generan
– –
un riesgo. Sin embargo, el lobbie de las corporaciones logró en el año
2007 que se eliminase la palabra “cóctel” de cualquier discusión”.
El investigador continua: “hoy, una española utiliza una media de
quince cosméticos al día: gel, champú, desodorante, dentífrico; un hom-
bre utiliza nueve. Muchos de los componentes de estos cosméticos son
coincidentes: parabenos y benzofenonas. Los niveles de estos compues-
tos están regulados, pero en dicha regulación no se tiene en cuenta el
efecto combinado ni el efecto hormonal de los mismos. Actualmente se
diseñan cosméticos y otros productos libres de disruptores endocrinos,
pero tienes que pagar más dinero para adquirirlos, igual que por comer
ecológico. La prevención de riesgos de salud no debería ser un lujo, sino
algo obligatorio para los fabricantes”. El investigador explica que solo
ha habido un intento de regulación europea de disruptores endocrinos
en 2013, sobre biocidas (no en relación con los plásticos sino con los
pesticidas). En el año 2013 el Parlamento Europeo encomendó a la Co-
misión regular los biocidas como disruptores endocrinos, pero la Comi-
sión no lo hico y Suecia denunció por prevaricación a la Comisión en
2014 por no hacerlo. Demandó en Estrasburgo, ganó Suecia, pero no
se ha regulado nada. La regulación actual de biocidas sigue sin establecer
los métodos obligatorios de medida de actividad hormonal. Olea señala
“hasta que no se desatasque la cuestión de los biocidas no se regulará la
presencia de disruptores endocrinos en los plásticos, los cosméticos y los
textiles. Todo el mundo está esperando a ver qué pasa con los biocidas.
Todavía estamos esperando a que se elabore la regulación”. En septiem-
bre de 2017 la Comisión propuso una reglamentación de biocidas que
no agradó al Parlamento y que no se correspondía con el mandato de
este. El Parlamento Europeo señaló que, si se aplicase el test propuesto
por la Comisión, ninguno de los compuestos conocidos como disrup-
tores endocrinos daría positivo, porque se exigía una prueba casi impo-
sible de efectos adversos en humanos.
No es sencillo demostrar la conexión entre la exposición a los disrupto-
res endocrinos y los daños concretos, en gran medida porque estos daños
tienen efectos a largo plazo y hay muchas de estas sustancias que solo
llevan en circulación treinta años. Lo que la ciencia logra probar es que
en animales o moléculas, una sustancia genera un efecto hormonal y
– –
dicho efecto hormonal, a su vez, se ha asociado con determinadas enfer-
medades. La Comisión tuvo que marcharse con sus papeles y regresó
más tarde con una reglamentación un poco más estricta, pero en ese
lapso de tiempo han pasado años sin que se haya aprobado una regula-
ción. Nicolás Olea (2018) señala, “la Comisión señala que, si se aplicase
la reglamentación que exige el Parlamento, la mitad de los pesticidas
tendrían que retirarse porque tienen efectos para la reproducción hu-
mana y eso provocaría un descalabro económico. Pero: ¿hay mayor des-
calabro económico que la endometriosis, el cáncer de mama, o la obesi-
dad? Eso si que es un escalabro económico, solo que lo pagamos todos”.
El investigador prosigue indignado, “es necesario que alguien recuerde
a los políticos cuáles son sus obligaciones. Porque si no, todo esto servirá
solo para que nosotros escribamos papers y sigamos engordando nuestro
currículum, que ya es de primer nivel. Llevamos 41 años aquí y la Unión
Europea nos sigue pagando todo lo que hacemos, cantidades millona-
rias. Llevamos muchísimos proyectos activos sobre numerosas enferme-
dades (Nicolás Olea ha dirigido 28 proyectos, según la web de la Uni-
versidad de Granada). Podemos decir: bueno, ya hemos dicho muchas
cosas importantes, pero ahora hay que aplicar algo de esto que llevamos
tanto tiempo diciendo. Me voy a morir sin que nada haya cambiado.
Tenemos que movernos, tenemos que decir “basta”. Hay suficiente ni-
vel de evidencia de los riesgos para la salud que provocan estas sustan-
cias”.
La médica Carme Valls expone consideraciones de la misma línea. Ex-
plica que, debido a la evidencia científica, el Parlamento Europeo dio
un mandato a la Comisión, de modo que esta tenía la obligación legal
de presentar unos criterios de identificación de sustancias disruptoras
endocrinas en 2013. Para este fin, organizó un grupo de personas exper-
tas nombradas por los Estados miembros. Pero la propuesta de regula-
ción de biocidas que hizo la Comisión Europea en 2017, fue criticada
por la mayoría de asociaciones y organizaciones ecologistas y científicas.
En el documento realizado por Ecologistas en Acción se detalla que la
nueva propuesta adolece de los mismos problemas que las anteriores.
Uno de esos problemas es que, para que se admita como probado que
una sustancia es peligrosa para la salud, se exige que los estudios “sigan
– –
un protocolo que, por lo general, solo siguen los estudios financiados
por la industria (protocolo llamado “buenas prácticas de laboratorio”)
priorizándose así estos estudios sobre los miles de estudios realizados por
investigadores independientes, publicados en revistas científicas revisa-
das por pares, que no siguen estos protocolos” (2018: 111).
Valls explica que, en 2017, el Parlamento descartó los criterios de eva-
luación propuestos por la Comisión, que había sido presionada por la
industria química, en especial las de plaguicidas y biocidas. Desde en-
tonces, los criterios para el reconocimiento del riesgo de disrupción en-
docrina, los criterios continúan a debate y la regulación de biocidas aún
no ha salido. Los criterios que propuso la Comisión exigían que existiese
una amplia evidencia de efectos adversos relevantes para la salud hu-
mana y que se demostrase claramente que dichos efectos eran conse-
cuencia de un modo de acción endocrina. El nivel de demostración pro-
puesto, sin precedentes en otras sustancias, implicaría que humanos y
medio ambiente se viesen dañados sin que se tomasen medidas, pues
sería imposible probar el origen de un daño.
Como se habrá observado, estos criterios no cumplen el principio de
precaución en materia probatoria del riesgo, pues ante indicios de peli-
grosidad de cualquier sustancia, dicho principio exige que sean las in-
dustrias las obligadas a probar que estas sustancias son inofensivas. Mu-
chas organizaciones ecologistas, españolas y europeas, lideradas por
Ecologistas en Acción (en esta lucha activista se ha de destacar el trabajo
de la investigadora Dolores Romano), han solicitado que no se tengan
en cuenta estas condiciones tan estrictas que fueron propuestas por la
presión de la industria. Incluso la Sociedad de Endocrinología emitió
un comunicado lamentando que no se tuviese en cuenta la creciente
evidencia de que los disruptores endocrinos afectan a la salud humana y
mostrando su rechazo a los criterios restrictivos adoptados. La médica
añade, “cada vez se publican más evidencias de la relación entre la expo-
sición a disruptores endocrinos y las alteraciones en la endocrinología
de las mujeres. No todos los disruptores endocrinos producen los mis-
mos efectos, pero la mayoría suponen una sobrecarga estrogénica en el
cuerpo de las mujeres” (2018: 111). Valls explica que los colectivos eco-
logistas reclaman un registro europeo de personas con enfermedades
– –
vinculadas a factores ambientales y recomiendan que se promocione la
enseñanza de la medicina ambiental entre las y los profesionales de la
salud (2018: 33).Dolores Romano considera que “el marco regulatorio
existente no nos protege frente a los graves riesgos de estas sustancias
químicas”. Romano considera que necesitamos un nuevo marco regula-
torio y político que prohíba los disruptores endocrinos, que haga efec-
tiva la sustitución de los mismos, que garantice la información sobre las
sustancias presentes en productos de consumo y que impulse la forma-
ción sobre salud ambiental.
6. CONCLUSIÓN
Cuando las afectadas de endometriosis acudimos al Parlamento Euro-
peo en 2018, consultamos las autoras y autores citados en este trabajo
con la intención de elaborar una agenda medioambiental y exigírsela a
las instituciones. Estos podrían ser algunos de los puntos para una
agenda ecologista del colectivo:
1. Que la Unión Europea restrinja el uso de disruptores endocrinos
en la fabricación de alimentos, textiles, plásticos, envasados y
pesticidas, mediante las regulaciones que tenía pendientes y que
se paralizaron por presiones de la industria (el Parlamento había
encomendado a la Comisión elaborar una regulación y la Comi-
sión propuso una, propuesta por la industria, que incumplía el
mandato del Parlamento de restringir la producción y comercia-
lización de estas sutancias). Las regulaciones tienen que tener en
cuenta el “efecto coctel” al establecer los niveles de toxicidad
permitida (el efecto combinado de varias sutancias) y el princi-
pio de precaución.
Este principio implica que si existe sospecha de que una sustan-
cia puede ser peligrosa, son la industria y las instituciones las que
deben probar la ausencia de peligrosidad y no se debe exigir a la
ciudadanía y a la comunidad científica que aporte pruebas total-
mente concluyentes de peligrosidad, pues nos encontramos ante
una materia muy compleja. Los efectos de la exposición a una
– –
sustancia pueden tardar décadas en manifestarse, además de que
es difícil conectar de forma irrefutable los efectos con las causas.
Por ejemplo, es dificilísimo relacionar una enfermedad que apa-
rece en la adultez con una exposición fetal, que ya nadie re-
cuerda, a una sustancia específica.
2. Reducir los plásticos y prohibir los plásticos desechables como
los tenedores, cucharitas y cuchillos de un solo uso (la Unión
Europea ya está dando tímidos pasos en esta materia). Al final
quienes ganan con esos materiales son las industrias petrolíferas.
3. Educación de las personas en los factores ambientales de la sa-
lud. Las decisiones de cada día influyen sobre la salud y la ciu-
dadanía tiene derecho a conocer las fundadas sospechas relativas
a la peligrosidad de muchas sustancias de uso común.
4. Identificación de los riesgos en el etiquetado. Es necesario que
las consumidoras y los consumidores podamos elegir, el público
tiene derecho a conocer. Aunque personalmente un político o
política no crea en los estudios científicos (financiados por las
instituciones públicas) que aportan sólidos indicios de la induc-
ción endocrina, debemos exigirle que se nos especifique la com-
posición de lo que compramos. Y deberíamos poder saber cuáles
son los componentes sin necesidad de tener una gran agudeza
visual (es decir, las etiquetas no deben diminutas e ilegibles).
Sorprende la cantidad de parabenos que tienen las cremas que
compramos. Es crucial el etiquetado, pues la situación actual
vulnera el principio de precaución.
Esta exigencia debe extenderse también a los textiles. Luego hemos de
saltar a la gran asignatura pendiente de la UE: el etiquetado relativo al
procesamiento y el envasado de los productos. Debemos saber también
cómo se ha elaborado el producto: por ejemplo, si se ha elaborado en
sartenes libres de perforado. No solo queremos que se etiqueten los adi-
tivos reconocidos, sino todos los disruptores endocrinos. Se usan mu-
chos paquetes que tienen un coste enorme en salud (los plásticos que
envuelven y contienen la comida).
– –
Para concluir este trabajo queremos animar la colaboración entre los co-
lectivos que integran el movimiento ecologista internacional y las aso-
ciaciones de pacientes de los distintos países, pues hay muchas personas,
especialmente mujeres, que estamos sufriendo en nuestros cuerpos los
efectos de los tóxicos ambientales. Si la investigación y el activismo unen
sus fuerzas con las de las víctimas más directas, obtendremos una fuerza
mayor para lograr cambios. Las afectadas de endometriosis somos unos
dos millones de españolas. Las asociaciones de pacientes, el movimiento
feminista y el movimiento ecologista, podemos unirnos en una estrate-
gia común.
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