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Abstract

El camino de la sinodalidad aporta un marco teórico bien establecido con una fundamentación teológica muy clara. No obstante, las dificultades prácticas para su desarrollo son evidentes, y pueden sembrar el desánimo en algunos ambientes. Por ello, se precisa un acercamiento real y concreto que aborde aspectos previos y subyacentes a la sinodalidad, bajo una perspectiva realista y positiva al mismo tiempo. Como aspectos fundamentales necesitamos, en primer lugar, comprender el diálogo de unidad por encima del diálogo apologético; y, además, mantener siempre firme en nuestro propósito, la irrenunciable aspiración a la fraternidad universal. Por otro lado, como aspectos que necesitan una aguda crítica y la decidida renovación están: la actitud autoritaria de la jerarquía y un nuevo liderazgo vinculado al trabajo en equipo, conceptos que implican de manera directa a la comunicación intraeclesial, que necesita con urgencia adaptarse a las nuevas formas de relación personal en el hombre actual.
En el camino de la sinodalidad.
Algunos aspectos previos*
[Artículos]
Miguel Ángel Alacid Espin**
Recepción: 30 de agosto de 2021 - Aprobación: 18 de septiembre de 2021
Citar como: Alacid Espin, M. A. (2022). En el camino de la sinodalidad. Algunos aspectos
previos. Albertus Magnus XII (1), X-X.
Doi: https://doi.org/10.15332/25005413/7772.
Resumen
El camino de la sinodalidad aporta un marco teórico bien establecido con una
fundamentación teológica muy clara. No obstante, las dificultades prácticas
para su desarrollo son evidentes, y pueden sembrar el desánimo en algunos
ambientes. Por ello, se precisa un acercamiento real y concreto que aborde
aspectos previos y subyacentes a la sinodalidad, bajo una perspectiva realista y
positiva al mismo tiempo. Como aspectos fundamentales necesitamos, en
primer lugar, comprender el diálogo de unidad por encima del diálogo
apologético; y, además, mantener siempre firme en nuestro propósito, la
irrenunciable aspiración a la fraternidad universal. Por otro lado, como
aspectos que necesitan una aguda crítica y la decidida renovación están: la
actitud autoritaria de la jerarquía y un nuevo liderazgo vinculado al trabajo en
equipo, conceptos que implican de manera directa a la comunicación
intraeclesial, que necesita con urgencia adaptarse a las nuevas formas de
relación personal en el hombre actual.
Palabras clave: diálogo, unidad, fraternidad, liderazgo, jerarquía, trabajo en
equipo.
* Artículo de investigación producto de la formación en comunicación en el Instituto Teológico San
Fulgencio.
** Instituto Teológico San Fulgencio (centro asociado a la Universidad Pontificia de Salamanca), Murcia,
España. Orcid: https://orcid.org/0000-0002-7424-0141. Correo electrónico: miguela.alacid@gmail.com
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On the path of synodality. Some preliminary aspects
Abstract
The path of synodality provides a well-established theoretical framework with a
very clear theological foundation. However, the practical difficulties for its
development are evident, and can sow discouragement in some environments.
Therefore, a real and concrete approach is needed that addresses previous and
underlying aspects of synodality, under a realistic and positive perspective at
the same time. As fundamental aspects we need, in the first place, to
understand the dialogue of unity above the apologetic dialogue; and, in
addition, to always maintain firm in our purpose, the inalienable aspiration to
universal brotherhood. On the other hand, they need as aspects that sharp
criticism and decisive renewal are: the authoritarian attitude of the hierarchy
and a new leadership linked to teamwork, concepts that directly imply intra-
ecclesial communication, which urgently needs to be adapted to the new forms
of personal relationship in today's man.
Keywords: dialogue, unity, brotherhood, leadership, hierarchy, teamwork.
No caminho da sinodalidade. Alguns aspectos
preliminares
Resumo
O caminho da sinodalidade fornece uma estrutura teórica bem estabelecida
com uma base teológica muito clara. No entanto, as dificuldades práticas para o
seu desenvolvimento são evidentes, podendo semear o desânimo em alguns
ambientes. Portanto, é necessária uma abordagem real e concreta que aborde
os aspectos anteriores e subjacentes da sinodalidade, sob uma perspectiva
realista e positiva ao mesmo tempo. Como aspectos fundamentais precisamos,
em primeiro lugar, compreender o diálogo de unidade acima do diálogo
apologético; e, além disso, manter sempre firme em nosso propósito, a
aspiração inalienável à fraternidade universal. Por outro lado, como aspectos
que necessitam de crítica aguda e renovação determinada estão: a atitude
autoritária da hierarquia e uma nova liderança vinculada ao trabalho em
equipe, conceitos que envolvem diretamente a comunicação intra-eclesial, que
precisa urgentemente se adaptar às novas formas de relacionamento pessoal.
relacionamento no homem de hoje.
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Palavras chave: diálogo, unidade, irmandade, liderança, hierarquia, trabalho
em equipe.
Introducción
La sinodalidad está siendo impulsada con decisión por el Papa Francisco. Su
fundamentación eclesiológica queda fuera de duda y, así, lo refrenda la
Comisión Teológica Internacional (2018):
El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer
milenio»: este es el compromiso programático propuesto por el Papa
Francisco… la sinodalidad «es dimensión constitutiva de la Iglesia», de modo
que «lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la
palabra “Sínodo”»… cuyo significado se asocia con los contenidos más
profundos de la revelación… indica el camino que recorren juntos los miembros
del Pueblo de Dios (p.. 1. 3).
Este artículo pretende ser una respuesta subjetiva a los interrogantes
fundamentales que nos propone el sínodo para la sinodalidad: en una Iglesia
sinodal, que anuncia el Evangelio, todos “caminan juntos”: «¿cómo se realiza
hoy este “caminar juntos” en la propia Iglesia particular? ¿Qué pasos nos invita
a dar el Espíritu para crecer en nuestro “caminar juntos”? (Sínodo de los
Obispos, 2021, p.. 26)».
Nuestra respuesta parte desde una visión que compete no solo a la teología o a
la eclesiología. Sino que, además, utiliza las perspectivas psicológicas, sociales y,
también, las empresariales que, en una sociedad que ha avanzado mucho en
comunicación, sin duda nos pueden y nos deben servir a impulsar el camino
sinodal. Así, este trabajo no busca abordar directamente la sinodalidad, sino
una serie de características fundamentales para que esta pueda aspirar a
convertirse en una realidad.
Lo haremos abordando en parte, algunos aspectos que considero indispensables
a la hora de emprender el camino sinodal, como son: el diálogo y la fraternidad
en Cristo como fundamento de toda comunicación intraeclesial; y dos aspectos
esenciales que necesitan una urgente y profunda reforma: los insustituibles
4
órganos de decisión y responsabilidad y, un nuevo tipo de liderazgo y de trabajo
en equipo.
Primera Parte. Dos Aspectos Fundamentales
Al plantearse abordar algunas cuestiones que puedan ayudar en este camino de
la sinodalidad, podemos pensar rápidamente en aquellos aspectos que no
funcionan y que deben renovarse. Sin duda, que esta idea es la que ha
impulsado este artículo, pero cuando se pretenden proponer visiones de cambio
en una estructura tan complicada y anquilosada a lo largo de los siglos como es
la Iglesia, se puede tener la sensación de estar siendo demasiado osado.
Para superar esta sensación es preciso abordar cualquier visión de progreso
desde una sólida fundamentación anclada en la esencia de lo que significa ser
Iglesia. Por este motivo se exponen en esta primera parte del artículo los dos
fundamentos esenciales desde los que es posible abordar cualquier reto de
transformación con la seguridad de marchar por el camino adecuado. Estos dos
fundamentos son la unidad que exige el diálogo y la fraternidad como don
irrenunciable.
En Diálogo: la Unidad prevalece sobre el Conflicto
No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos
que, por medio de su palabra, creerán en mí, para
que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en
ti, que ellos también sean uno en nosotros, para
que el mundo crea que tú me has enviado (Jn 17,
20-21).
Cristo llama a todos sus discípulos a vivir en la unidad, y este es el destino que
marca el camino de toda comunicación intraeclesial. Un camino que se ha
expresado a lo largo de la historia lleno de incomprensiones, de malentendidos
y de prejuicios; se ha generado desconfianza y/o indiferencia, dando lugar, más
allá de las grandes rupturas o cismas, a un sistema de funcionamiento en el que
cada uno va a lo suyo y raramente se plantea un sincero interés por llegar a
acuerdos, lo que viene a significar, en la práctica, la ausencia de un verdadero
diálogo.
5
No faltan acertadas y bonitas palabras del Magisterio Pontificio que indican el
camino a seguir en busca de la unidad, como las de San Juan Pablo II en su
encíclica Ut Unum Sint: Es necesaria una sosegada y limpia mirada de verdad,
vivificada por la misericordia divina, capaz de liberar los espíritus y suscitar en
cada uno una renovada disponibilidad, precisamente para anunciar el Evangelio
a los hombres de todo pueblo y nación (p.. 9).
Este texto aporta las claves para el inicio de un proceso de cambio que nos
conduzca a una situación en la que pueda darse la posibilidad real de un diálogo
intraeclesial:
1. Sosiego. Imprescindible en nuestro caminar, pues en demasiadas ocasiones
una inercia de practicidad inmediata nos impide levantar la vista,
contemplar y reflexionar.
2. Sinceridad. Si conseguimos parar, toca una reflexión sincera, que abandone
prejuicios y etiquetas sobre los distintos roles.
3. Auxilio de la gracia. La oración es la tarea principal en todo el proceso y,
especialmente, en el momento en que comenzamos a intuir que necesitamos
empezar a hacer las cosas de una manera diferente.
4. Disponibilidad. Es la actitud de quien descubre su responsabilidad y se
propone decididamente a colaborar.
5. La Misión como motivo para la unidad. Podremos tener maneras tan
diferentes de ver las cosas, que parezca imposible la conciliación, pero, si
existe un objetivo común, siempre hay esperanza. El problema tal vez esté en
que existen personas en la Iglesia que, en realidad, no tienen interés
evangelizador y solo se mueven por objetivos personales.
La encíclica Ut Unum Sint, tiene más de veinte años y, en su día, marcó un
camino que apenas parece iniciado. Más allá del diálogo ecuménico, que es el
contexto principal al que se refiere la citada encíclica, está la relación dentro de
cada comunidad eclesial ya sea grande o pequeña. Retomar el diálogo
intraeclesial es una tarea que comienza en casa, si el feligrés no dialoga con su
párroco, el sacerdote con su obispo, los catequistas entre sí… ¿Cómo
pretendemos abordar con éxito, las grandes cuestiones que incumben a la
Iglesia universal y el diálogo ecuménico o interreligioso? En muchas ocasiones,
6
se ha hablado de que la Iglesia tiene un problema de comunicación, y es cierto,
ese problema comienza dentro de ella misma.
Necesitamos comprender los problemas para poder afrontarlos e ir
superándolos poco a poco, teniendo siempre presente que la evangelización no
es una cuestión de personas individuales, sino de personas en comunidad, pues
como decía aquel viejo proverbio: SI CAMINAS SOLO PODRÁS IR RÁPIDO, SI CAMINAS
ACOMPAÑADO PODRÁS LLEGAR LEJOS.
Caminar acompañado no significa hacerlo con ausencia de silencio; de hecho, el
silencio es necesario. No debemos confundir silencio con ausencia de diálogo.
Podremos caminar callados, pero no, sin comunicarnos de alguna manera. El
diálogo acompaña inexorablemente a la sinodalidad, y se hace presente incluso
en el silencio, además las pausas y el silencio son muchas veces signo de respeto
y de escucha, que estimula la comprensión.
Otra característica esencial para una auténtica comunicación es la flexibilidad y
el respeto a otras formas de comprender la realidad. Sin flexibilidad se pueden
transmitir órdenes, dictar un texto, o leer un comunicado, pero nunca podrá
existir un verdadero diálogo interpersonal, porque no existen dos personas
iguales. Todos y cada uno de nosotros somos únicos y diferentes, y para unir lo
diferente se exige siempre algún tipo de adaptación. Si somos flexibles,
podremos adaptarnos y caminar hacia la unidad.
Ya no es válido un diálogo que intenta demostrar la verdad, sino aquel que
intenta comprender al otro y adaptarse. Un diálogo que persuade por la escucha
y el respeto, que muestra amor en los detalles y coherencia en las palabras, que
expresa la experiencia vivida más que la aprendida y que pone el corazón antes
que la razón. La Iglesia no necesita apologética sino amor en acción. Un amor
que se trasluce en las obras y en las palabras que surgen en un diálogo de
amigos y de hermanos.
Por el Camino de la Fraternidad
En un mundo en que prima la productividad y el cortoplacismo con unas miras
restrictivamente egoístas, todo se vuelve más objetivable. Nuestra primera
percepción es el “yo” y, desde ese “yo”, miramos el resto del mundo, donde los
7
otros se convierten en objetos para mi utilidad. Se trata pues, de elegir
amistades y compañeros a criterio de la propia conveniencia y en razón de su
utilidad. Y si alguien establece que se ha equivocado al elegir: separación
inmediata; así funciona el mundo de hoy. La sugerencia estrella de los famosos
libros de autoayuda es aquello de gente tóxica, saber soltar, volar libre, dejar
atrás, amarse a uno mismo y en esa línea se expresan tantos psicólogos que
se dedican a decir a sus pacientes lo que quieren y les gusta oír. ¡Que distinta es
la fraternidad¡
La relación con un hermano se caracteriza fundamentalmente por ser una
relación no elegida. Nadie ha escogido a sus hermanos de sangre, ni tampoco a
sus hermanos en la fe; el párroco no ha elegido a los fieles, ni ellos se han
seleccionado entre sí. La relación de fraternidad se basa en la no elección de las
personas que forman mi comunidad, lo que podría resultar una maldición en un
mundo para el cual la libertad consiste en poder elegir todo y en todo momento.
Sin embargo, para el cristiano debería de ser una bendición que desciende de lo
alto, como así lo hemos cantado todos, con una u otra versión musical del salmo
133:
¡Oh, qué bueno, qué dulce habitar los hermanos todos juntos!
Como un ungüento fino en la cabeza, que baja por la barba,
que baja por la barba de Aarón, hasta la orla de sus vestiduras.
Como el rocío del Hermón que baja por las alturas de Sion;
allí Yahveh la bendición dispensa, la vida para siempre.
Lejos de ser una elección propia, la hermandad es un don que desciende de lo
alto; por eso no hay errores sino bendición. Así contempla el pueblo de Israel la
fraternidad: los hermanos son los que pertenecen al mismo pueblo elegido por
Dios, que los ha adoptado, lo que les convierte en hijos de un mismo padre, que
es Dios. Ser hermano para el judaísmo es pertenecer a un mismo pueblo y a una
misma religión. Pero, al mismo tiempo, ellos reconocen que Dios es el Único y,
por tanto, Dios de todos los pueblos; así aparece la cuestión de la fraternidad
8
universal, que frena la tendencia interna de todo hombre a replegarse hacia el
espacio interior de la propia fraternidad familiar, territorial o nacional.
La fraternidad cristiana se caracteriza por superar barreras. Primero las
familiares, pues Jesús declara hermanos a todos los que le escuchan y hacen la
voluntad de Dios: Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra
de Dios y la cumplen (Lc 8,21). También, rompe con los límites de la religión de
los fariseos, al curar y comer con los “pecadores”, al declarar bienaventurados a
los pobres y al acercar su salvación a los extranjeros. Jesús da un sentido
universal a la fraternidad al hablar de los pobres y necesitados en la parábola
sobre el juicio final: En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos
hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Mt 25,40). Y, después de su
resurrección, expresa una hermandad especial con sus discípulos, al decir a las
mujeres: Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán (Mt
28,10). Cristo supera los privilegios de fraternidad que tenía el pueblo judío,
pues ya no se trata de ser hijos de Adán o hijos de Abraham, sino hermanos de
Cristo, unidos a Él en su Misterio de Cruz y de Resurrección, que es Misterio
universal de Salvación. Cristo no nos enseñó a llamar Padre a Dios, sino que nos
enseñó a llamarlo Padre Nuestro. Y, al hacernos hermanos suyos, Cristo pasó de
ser el Hijo unigénito de Dios, a ser el primogénito de entre muchos hermanos.
Abandonar la tentación de replegarnos hacia la “seguridad que ofrece” un grupo
más reducido o la propia individualidad, no es tarea fácil. Las dificultades que el
concepto de fraternidad ha experimentado a lo largo de la historia, pueden ser
analizadas de la mano de J. Ratzinger
1
:
Primero acontece una evolución del concepto que va desde un uso para
hablar de la familia, a hablar de todos los familiares como hermanos, o de
todo un pueblo, o de todos los que practican una misma religión.
El cristianismo rompe límites y llama a todos los hombres a formar la familia
de Dios como hermanos en Cristo.
1
Ideas extraídas de la obra J. Ratzinger, La Fraternidad de los Cristianos, Salamanca 2015, 57-59.
9
En los primeros siglos del cristianismo, se llaman hermanos entre todos los
que comparten la fe en Cristo y, santos padres como Tertuliano, hacen
referencia a la fraternidad universal.
A partir del siglo IV, se comienza a restringir el uso del término hermano,
para referirlo a los obispos y clérigos con un motivo más relativo al poder
humano, equiparándose a la hermandad entre príncipes y jefes.
La otra utilización del término que aparece en esta época corresponde a la
vida ascética, pues en los monasterios se va estableciendo la vida en
fraternidad al tiempo que va desapareciendo de la Iglesia universal. Se trata
de una limitación del concepto que se prolongará a lo largo de los siglos.
La Ilustración da un impulso al concepto de fraternidad universal con la
tríada revolucionaria: Liberté, Égalité, Fraternité. Esta universalidad
proviene de la idea de un único Dios que es padre de todos los hombres, de
forma que la política parece haber adoptado el ideal de fraternidad
originario del cristianismo.
La postura más oficial de la Iglesia consistirá en separarse de ese ideal
político, limitando la paternidad divina para los bautizados católicos,
aunque, no todos los teólogos estarán de acuerdo.
El marxismo se opone a la fraternidad universal para establecer la lucha de
clases entre proletariado y capital, ya no somos hermanos, sino compañeros
o enemigos. Así, el compañerismo con unos supone ser enemigos de los
otros, o ¿al revés?...
En la actualidad sufrimos una exacerbación de los fundamentalismos a todos
los niveles, los conflictos se extienden por diversos ámbitos, desde la
religión, los nacionalismos, la política y especial interés adquiere la lucha de
sexos que pretende sustituir a la lucha de clases, mientras el totalitarismo
ideológico se esfuerza en destruir todo rastro de fraternidad atacando a su
expresión primordial: la familia.
Las dificultades han acompañado a la fraternidad a lo largo de la historia, y son
las mismas dificultades que acechan la comunicación intraeclesial. La
fraternidad entre las personas está impregnada de emociones, anhelos y deseos,
y es un camino de humildad y agradecimiento, como nos recuerda el apostol:
10
Con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos. Nada
hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando
cada cual a los demás como superiores (Flp 2,2-3).
La fraternidad cristiana supera todos los límites y cambia los esquemas sociales.
Así, la fe que nace del encuentro con el amor de Cristo nos urge a salir en busca
del otro, que también es mi hermano, amado e hijo de Dios. Esta búsqueda, al
igual que el encuentro con Cristo, necesita explicitarse, convertirse en algo real,
que se concretice en el ámbito de nuestras relaciones personales. La fraternidad
necesita realizarse en lo concreto; no existe de manera universal, ya que, aunque
el concepto universal sea entendible y válido, no será real hasta el final de los
tiempos, cuando Cristo lo sea todo en todos: Cuando hayan sido sometidas a él
todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido
a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo (1Co 15,28).
La fraternidad universal indica la dirección del camino sinodal, que se anda
paso a paso en nuestras relaciones con nuestros hermanos. Cada vez que
intentamos estar por encima del hermano nos alejamos del camino, mientras
que si nos ponemos a su servicio nos acercamos a él. No tengamos miedo, se
trata de caminar juntos, sabiendo que las dificultades y las diferencias son
indicadores de que vamos por buen camino. Como nos lo indica Joseph
Ratzinguer:
(La fraternidad) por consistir en una supresión radical de límites y fronteras,
pone siempre permanentemente en crisis todas las diferencias externas,
incluidas las encomiendas diferenciadoras dentro de la misma Iglesia, y nos
impulsa a purificarlas constantemente desde dentro y a vivirlas con el espíritu
de una fraternidad que nos hace ser a todos “uno” en cristo Jesús. (2015, p.. 84)
Los límites son lógicos y necesarios, pero la fraternidad prevalece por encima de
ellos. Vivir la fraternidad no significa dejar de ser yo mismo; al contrario,
necesitamos ser plenamente un “nosotros”, para poder entrar en diálogo con el
“vosotros”. La individualidad personal es requisito básico para nuestra relación
con los otros, y esa relación con los otros es, a su vez, necesaria para conformar
nuestra identidad personal. Igualmente, precisamos hacer conciencia de nuestra
fraternidad de manera concreta en nuestra familia, comunidad o parroquia, y
11
con cada uno de sus miembros, porque vivir la fraternidad en nuestros entornos
concretos es el modo de construir la fraternidad universal. Si no es así, corremos
el riesgo de convertirnos en personas muy fraternas y sensibilizadas con toda la
humanidad, pero insensibles y en conflicto permanente con los que están a
nuestro lado.
Segunda parte. Aspectos Prácticos
Además de los aspectos fundamentales, fraternidad y diálogo, necesitamos
afrontar realidades eclesiales concretas, que en la actualidad se encuentran en
grave crisis. Es imposible afrontar el camino sinodal sin darnos un baño de
realidad, en lo referente a la situación actual de las estructuras que conforman la
Iglesia como institución. Los terribles escándalos que han salido a la luz en los
últimos años desde el seno mismo de la Iglesia han puesto de manifiesto que la
estructura institucional no funciona y, sencillamente, ha terminado por
colapsar.
No obstante, entre los restos de una estructura quebrada podemos encontrar
resquicios todavía aprovechables, no para la reconstrucción, sino para una
profunda renovación en la que, por supuesto, no podrán faltar algunos de los
elementos que siempre han estado ahí, y que son muy necesarios. Al mismo
tiempo, será preciso incorporar mecanismos completamente nuevos y, sobre
todo, de actitudes mucho más evangélicas y antropológicas, capaces de dialogar
entre sí mismas y con el mundo de hoy.
La transformación radical de la estructura jerárquica necesitará ir acompañada
de nuevas formas de liderazgo y de trabajo en equipo, que den prioridad a la
praxis por encima de moralismos o adoctrinamientos.
Jerarquía y Responsabilidad
Me parece acertado afirmar que el sistema de establecer jerarquías funciona y es
necesario. La jerarquía forma parte de una adecuada estructura familiar y será
básica para que las personas aprendan a desenvolverse adecuadamente en
sociedad. La familia es la gran escuela que nos prepara para la vida y para
relacionarnos con los demás, de hecho, la mayor parte de los problemas sociales
12
tienen su origen en deficiencias afectivas y educacionales en el seno de la propia
familia.
La imagen de la Iglesia como familia es muy utilizada con todo acierto. Los
cristianos somos los hermanos en la gran familia de los hijos de Dios, esta
hermandad configura la relación entre nosotros como una relación en igualdad
y servicio, sin que ello la exima de una necesaria jerarquización, aunque no son
pocos los cristianos que sueñan una Iglesia sin jerarquías. Tal vez, el problema
no radica en la existencia de jerarquización en la iglesia, sino más bien en su
estructuración y funcionamiento, en las circunstancias actuales y el modo de
ejercer dicha jerarquía. Por eso, intentaremos aportar algunas ideas que nos
ayuden a mejorar la imagen de la estructura jerárquica de la Iglesia, su
adaptación a la sociedad de hoy y, sobre todo, intentaremos encontrar nuevas
maneras de ejercer la autoridad en la Iglesia.
Comencemos por una obviedad: La Iglesia somos todos.
En la expresión “todos” entendemos, en primer lugar, todos los cristianos y,
además, se hace referencia a una Iglesia que abre sus brazos al mundo,
dispuesta a acoger a todos los hombres. Desde el Concilio Vaticano II, el
concepto de “Iglesia de todos” sustituyó al de una Iglesia formada por la
jerarquía claramente diferenciada del pueblo conformado por los laicos. Hoy
parece que está muy asumido y que todos, clero y laicos, formamos un único
pueblo de Dios. Lo damos por sentado, y en la teoría es así, mas en la práctica
no tanto. Necesitamos ser más conscientes de esta realidad para ir superándola
poco a poco. «La Iglesia entera está llamada a confrontarse con el peso de una
cultura impregnada de clericalismo, heredada de su historia, y de formas de
ejercicio de la autoridad en las que se insertan los diversos tipos de abuso»
(Sínodo de los Obispos, 2021, p.. 16).
Para entender y aclarar las relaciones en la Iglesia como sociedad jerárquica,
podemos recurrir a la imagen de estructura piramidal que es válida para
cualquier sociedad o empresa. El Papa, como máxima autoridad, ocuparía el
vértice superior y a partir de ahí iremos bajando hasta llegar a la base que son
los fieles.
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En las empresas la imagen es la misma: el dueño o propietario estará en lo alto,
y si la empresa es muy grande, pueden estar representados por otras personas;
después, vendrían los directivos; por debajo de ellos, se situarán todos los
mandos intermedios; y, por último, los trabajadores, siempre subordinados a
los que ocupan una jerarquía superior.
Esta estructuración es la que se ha aplicado en la Iglesia como en cualquier
sociedad; aunque, se haya difundido ese marco teórico de pirámide invertida, en
la cual, el Papa se situaría abajo del todo, como siervo de siervos y, por encima
del él, los obispos y los párrocos, estando todos ellos por debajo y al servicio del
laicado, que «son simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su
servicio, está la minoría de los ministros ordenados» (Francisco, 2013, p.. 102).
No obstante, este acertado planteamiento teórico, aunque, deja bien claro el
sentido de servicio que debe de estar incluido siempre en una adecuada
jerarquización, no es en realidad nada práctico. Necesitamos una comprensión
real de lo que es una jerarquía eficaz.
En primer lugar, sabiendo que el dueño o dueños de una empresa o sociedad
siempre ocuparán el lugar más alto de la pirámide, nos debemos preguntar:
¿Quién es el dueño de la Iglesia? Dejamos apartada un momento la evidencia de
que el dueño de la Iglesia es Dios, para abordar el tema desde el plano de la
Iglesia como estructura social.
Los propietarios o dueños de una empresa o sociedad son aquellos que aportan
el dinero y/o los bienes necesarios para que la empresa se ponga en marcha y
funcione. A veces, podemos identificar fácilmente al dueño de una empresa;
pero otras veces no resulta tan sencillo. La razón es que existen empresas con un
solo dueño, y otras que pueden tener más de un millón de propietarios. Es decir,
los bienes necesarios para crear y mantener una empresa pueden ser aportados
por una sola persona o por varias, si bien, independientemente de que los
propietarios de una empresa sean uno o un millón, todos y cada uno de ellos son
sus dueños y, por ello, siempre estarán en lo más alto de la pirámide.
Y como ya dijimos, no podemos olvidarnos de la presencia real de Cristo en su
Iglesia. Esta presencia es completa, divina y humana; la Iglesia es cuerpo de
Cristo y su humanidad se expresa en las personas que conforman ese cuerpo
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como una realidad social. En este sentido, todos y cada uno de los cristianos
somos los propietarios de la Iglesia como realidad social, pues cada uno de
nosotros y entre todos, aportamos los bienes y el capital necesario, tanto
humano como material, para que esta sociedad se ponga en marcha y funcione;
por tanto, la estructura jerárquica de la Iglesia no puede tener forma de
pirámide, pues todos estamos en la parte de arriba, el lugar ocupado por los
propietarios.
Las grandes empresas necesitan una organización y una estructura funcional de
gobierno. Cuando una empresa tiene muchos propietarios, aunque todos y cada
uno de ellos tienen potestad de gobierno en la misma, no sería muy práctico que
todos tuvieran que ponerse de acuerdo, para cada una de las decisiones que
atañen a la empresa; por ello, lo normal es que la junta de accionistas elija una
persona que les represente al frente de la sociedad: el llamado consejero-
delegado. Este señor ocupa el nivel jerárquico más alto de la pirámide
(representa a los dueños y suele ser uno de ellos), disponiéndose por debajo de
él los directores con sus consejeros y por debajo de ellos los mandos
intermedios, que pueden ser muchos si hablamos de una gran empresa. Estos
puestos intermedios cambian continuamente dependiendo de las necesidades
de la empresa, de ahí que, cada vez más, los perfiles preferidos por las grandes
empresas sean personas polifacéticas y con capacidad de adaptarse a distintos
roles.
La peculiaridad de la Iglesia, como sociedad, radica en que todos sus miembros
ocupan el lugar más elevado de la escala jerárquica, en la medida en que todos y
cada uno de sus miembros son propietarios; y ello no solo en un aspecto social,
sino también en el trascendental, pues no en vano somos coherederos con Cristo
de la gloria del Padre. Dado este nivel de igualdad en tan alta dignidad, podría
parecer que sobra cualquier tipo de jerarquización; sin embargo, la Iglesia no
está exenta de la necesidad de una organización y gobierno que le aporte
funcionalidad social. Por ello, de entre los muchos propietarios que forman la
zona más alta, se elige a personas que, en representación de todos y sin dejar de
ser propietarios, tendrán que formar parte de una jerarquía al servicio de todos
los dueños de la empresa.
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Por tanto, en una Iglesia de hermanos iguales en dignidad, existe también una
jerarquía de personas con distintas responsabilidades y con una gran cantidad
de mandos intermedios; no se trata de invertir la pirámide, sino de saber que
esta pirámide se estructura en función de ser lo más práctica y operativa posible
al servicio de todo el Pueblo de Dios.
Una vez hemos establecido la necesidad y la ubicación de la jerarquía en la
Iglesia, podemos reflexionar en la búsqueda de ideas que nos ayuden a
actualizar y mejorar la funcionalidad de esa jerarquía, superando esquemas que,
sencillamente, ya no funcionan. Es una cuestión de fidelidad al Espíritu y de
amor a nuestros hermanos.
Lo primero que necesitamos comprender es que una jerarquía eficaz es aquella
que genera autoridad y no autoritarismo. Para ello, se necesitan revisar los
criterios para atribuir responsabilidades y roles.
En la Iglesia, como en cualquier sociedad, hemos sufrido, la inapropiada
interpretación y utilización de la jerarquía, pues tenemos tendencia a creer que
por el solo hecho de estar en el cargo se posee también la capacidad. El
resultado de esta actitud normalmente es el autoritarismo.
Se añade a esta concepción inadecuada de la gracia el corporativismo clerical, es
decir, la tendencia a repartirse los cargos entre el clero, excluyendo a los laicos.
El problema que se ocasiona es triple:
Se fomenta el clericalismo, apartando a los laicos de su derecho y su deber de
dar lo mejor de sí mismos al servicio de la Iglesia.
Se pierde la oportunidad que ofrece la experiencia de grandes profesionales y
la transparencia social que ello implica.
Y se pierde el trabajo insustituible del sacerdote que, en vez de estar sentado
en un confesionario escuchando y sirviendo a Cristo en los necesitados, se
encuentra en un despacho durante horas tecleando un ordenador. Además,
podemos imaginarnos con facilidad el drama vocacional de un presbítero al
que Dios llamó a dejarlo todo por amor a las almas, mientras pasa sus días
ajeno a su verdadera vocación.
16
El corporativismo negativo es una «actitud de defensa a ultranza de la
solidaridad interna y los intereses de sus miembros» (Diccionario de la RAE), y
funciona de una manera sencilla: si una persona ajena a lo que yo considero mi
grupo comete un error, este quedará grabado y magnificado en mi
subconsciente justificando mi oposición interna a compartir tareas con “otros”;
por otro lado, si el error lo comete uno de los de mi círculo, mi actitud consistirá
en minimizar o incluso ocultar el error. Por este motivo, mi percepción subjetiva
será que los de fuera lo hacen mal y los de dentro lo hacemos bien, lo cual
constituye una actitud errónea pero bastante normal que no encierra ningún
tipo de maldad, aunque sí cierto grado de estupidez.
Otra cuestión que necesitamos superar para mejorar el funcionamiento de un
sistema jerarquizado es el encajonamiento en los distintos estatus de la
jerarquía.
El día 11 de febrero de 2013, siendo las 11:35 de la mañana aproximadamente, el
Papa Benedicto XVI pronunció unas palabras en latín, que podemos recordar
traducidas:
Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he
llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para
ejercer adecuadamente el ministerio petrino [...] Por esto, siendo muy
consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio
al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro. (Benedicto XVI, 2013)
Este hecho, sin precedentes en los tiempos modernos, provocó una gran
sorpresa. Algo tan lógico y coherente como la renuncia a un cargo cuando se
cree que no se es la persona adecuada en ese momento, resulta sorprendente y
completamente inusual. Evidentemente, una jerarquía en estas condiciones
necesita cierto grado de autorreflexión; no se trata de imponer edades de
jubilación, ni de que las renuncias se conviertan en cuestión de apetencias
circunstanciales, sino de coherencia y honestidad. Si no estamos en el lugar
adecuado, lo más sensato es buscar la reubicación en otros puestos que sean
más idóneos. «En este contexto, se alimenta la vanagloria de quienes se
conforman con tener algún poder y prefieren ser generales de ejércitos
17
derrotados antes que simples soldados de un escuadrón que sigue luchando»
(Francisco, 2013, p.. 78).
Para que una jerarquía funcione y cumpla con la misión para la que fue creada,
necesita huir de la rigidez, ser flexible y adaptativa, comprometiendo a todos los
implicados en esta intención, para no persistir en errores y en situaciones
enquistadas que se convierten en un lastre para todos. Es preciso desdramatizar
las decisiones de cambio, pues no suponen una deshonra ni un fracaso sino una
nueva oportunidad.
Dado que existen muchas maneras de servir a Dios y a su Iglesia, procuremos no
estar en una equivocada.
Liderazgo y Trabajo en Equipo
No es fácil ser líder y, por ello, cuesta tanto encontrarlos; sin embargo, no hay
problema en encontrar jefes. De hecho, a la mayoría de nosotros, aunque nos
cueste reconocerlo, nos encantaría tener un cargo y mandar. Y, por una sencilla
ecuación de probabilidades, podemos concluir que el mundo está repleto de
jefes y escaso de líderes.
Un liderazgo eficaz en la Iglesia se fundamenta en compartir la vocación común
de todos los cristianos por llevar el Evangelio a todas las gentes y, además, de
alguna manera y según sea la tarea concreta, es preciso tener una visión
especial, relacionada con la misión particular en cada grupo o comunidad. Esta
visión consiste en una convicción profunda de estar haciendo lo que se debe
hacer, aceptar la propia responsabilidad y comprometerse de manera férrea y
total con ella. Cuanto más convencidos estamos de la trascendencia de nuestra
tarea, por humilde que sea, más pasión y entusiasmo ponemos en ella y eso
mismo transmitimos a los demás. En resumen, el primer paso hacia un
liderazgo eficaz está relacionado con encontrar nuestra visión.
Pero parece que esto no es suficiente, pues son muchos, más incluso de los que
nos imaginamos, aquellos que empezaron su vocación ilusionados y
entusiasmados, con ideas bastante claras y acertadas y, sin embargo, años
después, nos los encontramos emocionalmente agotados e incluso derrotados,
18
con una sensación de fracaso y de incapacidad para hacer bien sus tareas que,
en ocasiones, puede llevarlos a poner en duda su vocación y sus convicciones.
Es el conocido como síndrome de burnout (“síndrome de estar quemado” o de
desgaste profesional). Entre sus síntomas están: alienación de las actividades
relacionadas con el trabajo que les lleva a la apatía y al distanciamiento con las
responsabilidades laborales; somatizaciones por estrés como dolor de cabeza,
problemas intestinales, insomnio, hipertensión…; agotamiento emocional y
físico; y rendimiento reducido en su actividad que proviene de la negatividad, la
dificultad para concentrarse y para comunicarse adecuadamente, y una pérdida
de creatividad que se traduce en una realización rutinaria de las tareas, con
ausencia de implicación personal. En definitiva, resulta evidente que una
persona que sufre esta situación es incapaz de liderar proyecto alguno.
Resulta curioso que este síndrome tiene más prevalencia en profesiones que
implican un componente vocacional importante, como médicos y enfermeros.
Seguramente, a estos profesionales tendremos que añadir, como población de
riesgo, a nuestro querido clero. Por ello, no resulta extraño encontrarnos con
curas agotados que ya no dan más de sí, con un cansancio acumulado que se une
a una sensación de fracaso y soledad muy dura. Si los cristianos fuéramos más
conscientes de que no es difícil caer en esta situación, estaríamos más
preocupados y ocupados en cuidar, ayudar y corregir a nuestros sacerdotes, que
en criticar y murmurar de ellos.
¿He dicho corregir? Acaso ¿no será esto una insolencia? Por eso dije en la
primera parte que necesitábamos fundamentos. No, no se trata de una
insolencia sino de una necesidad, somos hermanos y la corrección mutua es
propia de esa relación. Nadie duda de que es necesario orar por nuestros
sacerdotes, pero aún más necesario y urgente es orar para que seamos capaces
de corregir a nuestros sacerdotes, pues su vida y su vocación les va en ello.
De aquí se deriva el principal problema con el que se encuentra el liderazgo
tanto en la Iglesia como en cualquier sociedad o empresa: Un líder no puede
sostenerse, si falla el trabajo en equipo.
19
Es necesario orar por nuestros líderes, ofrecerles continuamente nuestro apoyo
y, si es necesario, también deberemos ser como Jetró para Moisés
2
y hacerles
ver que no pueden hacer nada solos. No pueden hacer nada sin Jesús, y
tampoco podrán hacer nada sin trabajar en equipo. No resultará fácil hacerles
comprender que, de seguir así, van a desfallecer, van a sufrir y, todos sufriremos
con ellos. Todo equipo necesita un líder, y todo líder necesita formar parte de un
equipo.
El ser humano es un ser social y, una de las características más interesantes de
esta condición, es su capacidad para trabajar en equipo. Ha sido gracias a esta
capacidad por la que el ser humano no solo ha sobrevivido, sino que además ha
podido prosperar con suma eficacia.
Cuando se cruzan dos o más sujetos con intereses comunes o complementarios
unen sus fuerzas, comunicándose, para lograr el fin deseado… A pesar de ser
uno de los animales más desprotegidos frente a las fuerzas de la naturaleza, el
homo sapiens ha sido capaz de sortear la gran amenaza de la selección natural
gracias a su capacidad comunicativa. (Miguel, 2010, p.. 15)
El éxito y la “supervivencia” de cualquier organización, especialmente en la
actualidad, dependen de una multitud de procesos que interactúan unos con
otros y convierten la adecuada dirección de una empresa en un galimatías
imposible de asumir por una sola persona (ni si quiera, por unas pocas). Los
tiempos en que esta pluralidad de procesos era asumida por un líder único con
pleno poder, que ideaba, decidía y dirigía todo y a todos, han pasado a la
2
(Ex 18,13-22) “Al día siguiente, se sentó Moisés para juzgar al pueblo; y el pueblo estuvo ante Moisés
desde la mañana hasta la noche. El suegro de Moisés vio el trabajo que su yerno se imponía por el
pueblo, y dijo: «¿Cómo haces eso con el pueblo? ¿Por qué te sientas tú solo haciendo que todo el pueblo
tenga que permanecer delante de ti desde la mañana hasta la noche?» Contestó Moisés a su suegro:
«Es que el pueblo viene a mí para consultar a Dios. Cuando tienen un pleito, vienen a mí; yo dicto
sentencia entre unos y otros, y les doy a conocer los preceptos de Dios y sus leyes.» Entonces el suegro
de Moisés le dijo: «No está bien lo que estás haciendo. Acabarás agotándote, tú y este pueblo que está
contigo; porque este trabajo es superior a tus fuerzas; no podrás hacerlo tú solo. Así que escúchame; te
voy a dar un consejo, y Dios estará contigo. Sé tú el representante del pueblo delante de Dios y lleva
ante Dios sus asuntos. Enséñales los preceptos y las leyes, dales a conocer el camino que deben seguir y
las obras que han de practicar. Pero elige de entre el pueblo hombres capaces, temerosos de Dios,
hombres fieles e incorruptibles, y ponlos al frente del pueblo como jefes de mil, jefes de ciento, jefes de
cincuenta y jefes de diez. Ellos juzgarán al pueblo en todo momento; te presentarán a ti los asuntos más
graves, pero en los asuntos de menor importancia, juzgarán ellos. Así se aliviará tu carga, pues ellos te
ayudarán a llevarla”.
20
historia, sencillamente por razones de eficacia, dado que ese modelo ya no
funciona en las organizaciones actuales.
Un líder ya no es aquel que asume el control absoluto de todo por la autoridad
que le da un poder establecido sobre los demás. En la actualidad, el liderazgo
verdaderamente eficaz ha evolucionado: los consejos administrativos de las
empresas no son meramente consultivos, sino también ejecutivos, se
caracterizan por asumir responsabilidades tomando decisiones que implicarán a
toda la empresa, a pesar de tener a otros por encima de ellos. Por ello, el
auténtico líder es aquel que es capaz de convertir en líderes, a todos y cada uno
de los miembros de su equipo. Y esto no se puede conseguir por medio de la
imposición de normas y verdades por muy ortodoxas que estas sean, sino
tocando el corazón de las personas. Así lo explica Daniel Goleman en su libro
Liderazgo:
Los grandes líderes nos hacen avanzar. Encienden la pasión y despiertan lo
mejor que llevamos dentro. Cuando tratamos de explicar por qué dan tan
buenos resultados hablamos de estrategia, visión o ideas con garra, pero la
realidad es mucho más sencilla: un buen líder se sirve de las emociones. (2013,
p.. 46)
Así nace el concepto de liderazgo personal, que consiste en crear grupos de
trabajo en los cuales ya no hay un solo líder, sino que todos son líderes, cada
uno con sus responsabilidades, aunque uno de ellos asuma un rol coordinador
de los diferentes liderazgos. Todo ello se organiza en un sistema que tratará de
obtener lo mejor de cada uno para un beneficio colectivo, pues el trabajo en
equipo es como una cadena en la que no importa tanto la belleza o la fuerza de
un eslabón en particular, porque sabemos que una cadena será tan fuerte como
su eslabón más débil. De esta manera, lo que se propone en este sistema de
liderazgo personal es fomentar un trabajo de apoyo de unos hacia otros,
coordinados por un líder, con el objetivo de que todos y cada uno de los
integrantes del equipo, mejoren día a día en sus cometidos personales.
Este nuevo sistema de liderazgo personal no va en detrimento de la autoridad ni
de la responsabilidad del líder original, sino que, por el contrario, supone más
exigencias y compromiso, porque en consonancia con su capacidad de servicio
21
al equipo, se situará el nivel de su autoridad; la autoridad ya no se impone, sino
que se adquiere de manera progresiva, cuando se va ganando el respeto. La
autoridad adquirida es mucho más fuerte y eficaz que la impuesta, pues procede
de la capacidad para generar confianza. Una capacidad que se gesta muy poco a
poco, y que necesita ser cuidada con esmero, porque se puede perder con suma
rapidez.
El papel de un líder que fomente el liderazgo personal de su equipo es básico
para cualquier organización, entre otras cosas porque con ello, además de
mejorar rendimientos y resultados, se fomenta la unidad, la fidelidad y la
permanencia del equipo, pues no deja de ser muy cierto que:
Las personas no abandonan sus trabajos, abandonan a sus jefes.
Un buen líder debe ejercer una acción ejemplarizante a través de sus cualidades;
para ello, en primer lugar, necesita ser honesto y coherente en obras y palabras;
también es importante que pida ayuda a otros, haciéndoles partícipes de su
tarea; igualmente, debe ser progresista e innovador, así como inspirador y capaz
de potenciar las capacidades de su equipo; por supuesto, es necesario que sea
competente y capaz, para contagiar su ímpetu y su buen hacer; y, por último,
debe hacerse tan cercano que sus colaboradores puedan sentir su presencia en
todo momento. Estas cualidades se ganan el respeto y generan la auténtica
autoridad; podríamos releerlas comprendiendo que en realidad son las mismas
cualidades de Jesús de Nazaret, es decir, este es su liderazgo. Resulta curioso
que el modelo de liderazgo que el interés económico y productivo de las grandes
empresas ha descubierto como el más eficaz coincide con el modelo propuesto
por el Evangelio.
Un buen líder genera confianza, y la confianza es básica para el trabajo en
equipo, el cual, se convierte al mismo tiempo en generador de confianza. Se
trata de un camino con dos direcciones: por un lado, el líder necesita ganarse la
confianza de sus colaboradores, algo que no resulta fácil; pero también, por otro
lado, es imprescindible que el líder confíe en ellos. La confianza, como la
simpatía, siempre es mutua y, aunque sea de manera inconsciente, siempre
terminaremos desconfiando de aquel que no confía en nosotros. Por eso,
22
necesitamos confiar en las personas sin necesidad de hacerlos esclavos y sin
generar temor.
Los discípulos creyeron en Jesús, pero Jesús también creyó en ellos; Él los llamó
y los eligió personalmente, y confió en ellos a pesar de que no lo entendieron, lo
abandonaron, lo negaron, y lo traicionaron. A ninguno de nosotros nos ha ido
tan mal y, sin embargo, somos muy desconfiados; sobre todo, cuando tenemos
algún cargo, pues en ese caso se puede empezar a desconfiar de todo, y creer que
ejercer la autoridad es cuestión de estar al mando y contra todos. Nada más
alejado de la realidad, pues un verdadero líder solo en contadas ocasiones
necesitará dar órdenes. En la Iglesia, este tipo de liderazgo basado en la
confianza es todavía mucho más imprescindible pues, como dijo el papa
Francisco en el discurso de la conmemoración del 50 aniversario de la
institución del Sínodo de los obispos: «la única autoridad es la autoridad del
servicio, el único poder es el poder de la cruz» (Francisco, 2015).
Un líder debe aprender a posponer los resultados; la paciencia será muchas
veces un auténtico sacrificio, pero sus frutos siempre son muy dulces. Estamos
en la línea de confiar en los otros, al mismo tiempo que procuramos su
evolución y mejora, de forma que es necesario invertir en crear equipos de
trabajo sin escatimar en esfuerzo y sacrificio. Por esta razón un líder no se
pregunta ¿Qué pueden hacer ellos por mí?, sino ¿Qué puedo hacer yo por ellos?
Así, quien pretenda ser un líder eficaz, debe recordar estas siete acciones para
fomentar el trabajo en equipo:
Crea discípulos y no súbditos. Recordemos las palabras de Jesús: Id, pues, y
haced discípulos a todas las gentes. (Mt 28,19)
Enséñales a amar y a entender las Escrituras.
Selecciona personas con carisma, valóralos y dales responsabilidad.
Trabaja a su lado, no por encima. Entonces podrás corregir y amonestar
pues sentirán que les ayudas. Si los dejas solos y cuando apareces te dedicas
a poner de relieve todo lo que hay que hacer a tu manera, sencillamente te
habrás cargado el equipo.
Enseñarles a aprender de los fracasos sin lamentaciones, como tú mismo has
hecho; es más, procura aceptar sus errores como si los hubieras cometido tú.
23
Dales tiempo para recuperarse.
Defiende a tu equipo como a tu familia.
Y se agradecido por lo mucho que te aportan.
Buscar la Praxis
Se busca una Iglesia sinodal para incorporar un nuevo impulso misionero y para
interpretar mejor los signos de los tiempos. Este camino sinodal es para toda la
Iglesia y lo podemos encontrar, principalmente, en dos niveles
complementarios:
6. Un camino de la Iglesia particular a la Iglesia universal, por el cual se busca
la descentralización de las decisiones y actuaciones eclesiales. El camino
sinodal es una manera de ser familia, comunidad, parroquia o diócesis. Y es
aquí, en las comunidades particulares en las que se vive la fe y la fraternidad
de manera concreta, donde se sitúa el fundamento de toda acción sinodal.
7. Y un camino inverso de la Iglesia universal a la particular que no tiene
reparo en conceder autoridad a los obispos con el Papa a la cabeza, que son
llamados a pronunciarse como Pastores de todo el Pueblo, no a partir de sus
convicciones personales, sino de lo que han recogido e interpretado entre lo
que el mismo Pueblo ha manifestado.
Una aplicación más concreta de la sinodalidad es especialmente válida en el
ámbito pastoral y, en este campo, es significativo lo referido por la Comisión
Teológica Internacional sobre los Consejos pastorales:
Dos estructuras de perfil sinodal: el Consejo pastoral parroquial y el Consejo
para los asuntos económicos, con la participación laical en la consulta y en la
planificación pastoral. En tal sentido, parece necesario que se modifique la
norma canónica que actualmente sólo sugiere la constitución del Consejo
pastoral parroquial y se la haga obligatoria, como ha hecho el último Sínodo de
la Diócesis de Roma. La práctica de una efectiva dinámica sinodal en la Iglesia
particular exige además que el Consejo pastoral diocesano y los Consejos
pastorales parroquiales trabajen de modo coordinado y sean oportunamente
valorizados. (2018, p.. 85)
24
Los Consejos pastorales son, sin duda, un lugar idóneo en los que ejercer el
nuevo estilo de liderazgo, y el impulso que se propone para ellos parece
alentador, mas de nuevo encontramos, detrás de unas bellas palabras cargadas
de sentido común, la dolorosa cantinela de lo teórico, que se agota en las
mismas palabras. ¿Qué significa eso de que los Consejos pastorales trabajen de
modo coordinado y sean oportunamente valorizados?
Posiblemente, no se trate de hacer obligatoria o no su creación, pues si el
recurso ha estado ahí más de cincuenta años y no se ha utilizado, cuando se
torne obligatorio se usará, muy posiblemente, solo en teoría y sobre el papel, ya
que a los que no les ha interesado nunca el tema, seguirán igual de
desinteresados, limitándose al cumplimiento de la norma.
Necesitamos poner en marcha aquellos recursos que hagan de los Consejos
Pastorales, unas herramientas prácticas, atractivas y eficaces, que funcionen con
autonomía y agilidad, con unas reuniones participativas y creativas donde las
personas se sientan acogidas y valoradas, sabiendo que sus ideas y sus ilusiones
cuentan. Esto no se consigue con una legislación.
El ámbito jurídico es limitado, dado que no podrá nunca expresar la realidad de
la Iglesia, no significa que haya que eliminar las leyes, pero el trabajo en equipo
exige tantos detalles y actitudes no legislables, que pretender solucionar
problemas ancestrales con el derecho será un fracaso. Y ello porque, según el
derecho, nos podemos encontrar paradojas de difícil solución: así, por ejemplo,
mientras que el derecho establece que el párroco tiene la autoridad en la
parroquia, al mismo tiempo, también dice que todos los cristianos somos
responsables de la evangelización y de la marcha de la comunidad. No resulta
fácil conjugar estas dos leyes, por ello, la solución más “fácil” a este conflicto ha
sido durante siglos el clericalismo. Justo lo contrario de lo que propone la
sinodalidad.
¿Cómo abandonar el campo de lo teórico en un terreno tan complicado? Esta es
la gran dificultad del camino sinodal. Convertir las ideas y las intenciones en
algo práctico y posible, será complicado, pero se debe de intentar con todas las
herramientas posibles; la clave, tal vez, esté en el liderazgo personal, salir del
25
clericalismo y buscar constantemente personas con carisma, valóralos y darles
responsabilidad.
Esta es la manera más real y práctica de que los Consejos pastorales o cualquier
otro organismo dentro de la Iglesia sea oportunamente valorizado. Ser líder es
formar un equipo que asuma la autogestión, capaz de tomar la iniciativa y
aceptar la responsabilidad. Para ello el líder necesita tanto valorar, cómo poner
en valor a todos y cada uno de los miembros del equipo. De tal manera que un
equipo que ha conseguido funcionar unido, se mantenga así, aunque cambie el
líder.
Para eso, necesitamos líderes que no se rodeen de acólitos, sino de aquellos que
les pueden sacar los colores, que les corregirán y les pondrán en evidencia. Es,
sin duda, una decisión muy difícil que requiere cierto grado de temeridad, pero
tomar el riesgo de rodearse de personas inconformistas y con carácter merece la
pena, los resultados serán como mínimo distintos, y tal vez, espectaculares:
QUIEN NO CAMINA JUNTO A AQUELLOS QUE LE PUEDEN CONTRADECIR, NUNCA
APRENDERÁ NADA DE NADIE.
Conclusiones
Ser conscientes de la realidad a la que nos enfrentamos es absolutamente
imprescindible para emprender la necesaria tarea renovadora. Necesitamos
superar el desánimo que nos produce «la constatación de una Iglesia en declive,
una Iglesia que está enferma, una Iglesia que se desliza hacia la locura de hacer
la misma cosa una y otra vez esperando resultados diferentes» (Mallon, 2015,
p.. 52).
Ser Iglesia no es una tarea individual, sino comunitaria. Esta afirmación no
pretende diluir la responsabilidad y hacerla desaparecer en el infinito territorio
de lo teórico. La Iglesia es una institución práctica y real, que se vive en el
ámbito de una comunidad concreta, bien sea la diócesis, la parroquia, la
pequeña comunidad de un movimiento o la comunidad formada por una unidad
familiar. La comunidad, como grupo de personas en relación, no puede existir
sin comunicación entre sus miembros.
26
Las dificultades que conlleva una comunicación que compete a tantas personas,
son enormes. Tengamos en cuenta que la Iglesia contiene la mayor diversidad
que puede tener una institución en este mundo. No solo la integran una
multitud de culturas, distintas razas y todas las edades; además, arrastra el largo
desarrollo histórico que la configura. Por ello, para afrontar debidamente el
dinamismo de comunión, de responsabilidad y de gobierno, se hace
absolutamente necesario superar paradigmas que lastran la capacidad de
afrontar dificultades y lograr compromisos, así lo expresa la Comisión Teológica
Internacional: «La conversión pastoral para la puesta en práctica de la
sinodalidad exige que se superen algunos paradigmas, todavía frecuentemente
presentes en la cultura eclesiástica, porque expresan una comprensión de la
Iglesia no renovada por la eclesiología de comunión» (2018, p.. 103).
Necesitamos retomar el camino ecuménico de manera decidida, no vale situarse
en el “va a ser imposible”. Porque, entre otras cosas, esa actitud es
absolutamente contraria a la voluntad de Dios y a la intercesión de Cristo ante el
Padre que ora para que todos seamos uno. Precisamente esta urgencia
ecuménica nos obliga a revisar la dogmática y reorganizarla en una
jerarquización que permita superar controversias inútiles. Porque solo el
camino hacia la unidad puede permitir un diálogo auténtico y la ansiada
fraternidad eclesial.
La jerarquización es necesaria, pero el modelo necesita una renovación
profunda. En muchos casos el problema, más que de derecho canónico, es
principalmente de actitud. Por tanto, además de cambios estructurales,
necesitamos de cambios que deben comenzar en los conceptos teológicos para
abrirse camino a una toma de conciencia de la necesidad de flexibilidad y de
ceder, no para perder nada, sino para ganarlo todo.
Por supuesto, podemos aprender de los grandes desarrollos humanos en el
campo de la comunicación y de la dirección de sociedades y empresas. Es un
suicidio dar la espalda a las realidades sociales y a los avances tecnológicos.
Referencias
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27
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Declaratio, 11 de febrero
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La sinodalidad en la vida y en la Misión de la Iglesia
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Carta Encíclica Ut unum sint, sobre el empeño ecuménico
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Una renovación divina, De una parroquia de mantenimiento a una parroquia misionera
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La Fraternidad de los Cristianos
  • J Ratzinger
Ratzinger, J. (2015). La Fraternidad de los Cristianos. Salamanca: Sígueme.
Por una Iglesia sinodal, documento preparatorio para el sínodo
  • Sínodo De Los Obispos
Sínodo de los Obispos. (2021). Por una Iglesia sinodal, documento preparatorio para el sínodo. Madrid: BAC.