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Las ánforas turdetanas “tipo Macareno” en el Bajo Guadalquivir

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Abstract

Esta monografía reúne una serie de trabajos destinados a revisar y actualizar el conocimiento sobre la producción de ánforas derivadas de los prototipos fenicios arcaicos en el cuadrante suroccidental de la Península Ibérica durante la II Edad del Hierro y los primeros siglos de la presencia romana. Estos recipientes, que se denominaron indistintamente “ánforas turdetanas”, “iberoturdetanas” o “iberopúnicas”, con el fin de diferenciarlas de los envases genuinamente púnicos manufacturados en Gadir y su área de influencia, suelen compartir un aire de familia como resultado de su origen común en la tradición alfarera próximo-oriental. A partir de los estudios pioneros de carácter ceramológico que el profesor Manuel Pellicer Catalán desarrolló tomando como base los hallazgos de Cerro Macareno, se constata hoy que la geografía de la producción sobrepasa los límites de la antigua Turdetania, ya que se extiende hacia la costa mediterránea, por un lado, y hacia el litoral atlántico por el otro. Los trabajos contenidos en esta monografía modifican sensiblemente el panorama científico sobre las “ánforas turdetanas” mucho más allá de la mera identificación de tipos, fases y áreas productoras, y no solo actualizan la tipología propuesta por Pellicer, sino que pretenden sentar las bases documentales, conceptuales y metodológicas que permitan en el futuro establecer una genealogía de estas producciones.
Las ánforas turdetanas
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Ferrer Albelda, Eduardo
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Álvarez Martí-Aguilar, Manuel. Universidad de Málaga
Álvarez-Ossorio Rivas, Alfonso. Universidad de Sevilla
Belén Deamos, María. Universidad de Sevilla
Beltrán Fortes, José. Universidad de Sevilla
Ferrer Albelda, Eduardo. Universidad de Sevilla
Garriguet Mata, José Antonio. Universidad de Córdoba
Gavilán Ceballos, Beatriz. Universidad de Huelva
Oria Segura, Mercedes. Universidad de Sevilla
Pereira Delgado, Álvaro. Facultad de Teología San Isidoro. Archidiócesis de Sevilla
Vaquerizo Gil, Desiderio. Universidad de Córdoba
C C
Arruda, Ana Margarida. Universidade de Lisboa
Bonnet, Corinne. Universidad de Toulousse
Cardete del Olmo, M.ª Cruz. Universidad Complutense de Madrid
Celestino Pérez, Sebastián. Instituto de Arqueología de Mérida, CSIC
Chapa Brunet, Teresa. Universidad Complutense de Madrid
Díez de Velasco Abellán, Francisco. Universidad de la Laguna
Domínguez Monedero, Adolfo J. Universidad Autónoma de Madrid
Garbati, Giuseppe. CNR, Italia
Marco Simón, Francisco. Universidad de Zaragoza
Montero Herrero, Santiago C. Universidad Complutense de Madrid
Mora Rodríguez, Gloria. Universidad Autónoma de Madrid
Tortosa Rocamora, Trinidad. Instituto de Arqueología de Mérida, CSIC
Sevilla 2021
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()
Las ánforas turdetanas
Actualización tipológica
y nuevas perspectivas
SPAL MONOGRAFÍAS ARQUEOLOGÍA
Nº XXXIX
Colección: Spal Monografías Arqueología
Núm.: XXXIX
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puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento elec-
trónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o
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Índice
Presentación
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Las ánforas turdetanas: testigos de una economía en
transición
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Las ánforas turdetanas “tipo Macareno” en el Bajo
Guadalquivir
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Alfares prerromanos en Carmona (Sevilla)
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Ánforas Pellicer B-C y D en la Tierra Llana onubense: estado
de la cuestión
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Ánforas turdetanas del valle del Guadalete a partir del
asentamiento de Torrevieja... (Villamartín, Cádiz)
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Los contenedores de la campiña de Cádiz: las ánforas Pellicer
E-1 (“tipo Tiñosa” o T-8.1.1.2)
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Ánforas turdetanas en la Bahía de Cádiz (siglos VI-II a.C.):
Apuntes sobre su producción, consumo y papel comercial
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ÍNDICE
La producción de ánforas tipo Pellicer D en el ámbito
malacitano...: estado de la cuestión
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Ánforas prerromanas del Alto Guadalquivir
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Evidências de produção anfórica no Algarve durante a 2ª
Idade do Ferro
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Las ánforas de la I Edad del Hierro del valle medio del
Guadiana
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A produção de ânforas na costa ocidental atlântica: o caso
do estuário do Tejo
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Avenencias y desavenencias en torno al uso de una
tipología y sus alternativas...: las ánforas turdetanas
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Un universo en construcción. Reexiones sobre la
producción y comercio de ánforas... de tradición fenicia en el
suroeste de la península ibérica
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
Las ánforas turdetanas “tipo
Macareno” en el Bajo Guadalquivir
Francisco José García Fernández, Violeta Moreno Megías y Enrique García Vargas
Violeta Moreno Megías
Enrique García Vargas
Universidad de Sevilla
1. INTRODUCCIÓN
Las ánforas turdetanas, y especialmente los tipos Macareno o Pellicer B, C y
D, son sistematizados por primera vez a partir de las excavaciones llevadas a
cabo por M. Pellicer en Cerro Macareno (Pellicer Catalán 1978; 1982), en el
corazón del Bajo Guadalquivir. Esta región comprende no solo el valle pro-
piamente dicho, sino también las comarcas que se extienden a lo largo de sus
márgenes, conformando su cuenca uvial. En un sentido estrictamente geo-
gráco el curso bajo del Guadalquivir tiene su inicio en la conuencia de su
principal auente, el Genil, a la altura de Palma del Río y Peñaor, mientras
que su desembocadura ha ido desplazándose a lo largo de los siglos, ubicán-
dose en época protohistórica en el triángulo formado por Alcalá del Río, Coria
del Río y Dos Hermanas, donde da paso a la ensenada marítima que conoce-
mos a través de la literatura grecolatina como lacus Ligustinus. En torno al valle
y comunicado con él se disponen un conjunto de unidades ecológicas bien di-
ferenciadas que van a condicionar –y esto es importante para el tema que nos
ocupa– tanto el patrón de asentamiento como las posibilidades de aprovecha-
miento económico del territorio (Ferrer Albelda et al. 2008). Todas, a excep-
ción de Sierra Morena y especialmente la margen derecha del lacus Ligustinus,
que ofrecía considerables limitaciones para la ocupación humana, asistieron a
una eclosión poblacional a inicios de la Edad del Hierro que se mantuvo e in-
cluso se incrementó en el denominado “periodo turdetano” a partir de una se-
rie de núcleos de primer orden u oppida, la mayor parte de los cuales acabaron
adquiriendo rasgos urbanos en este momento (García Fernández 2003). Es-
tos solían jugar el papel de receptores, consumidores y redistribuidores de los
excedentes producidos en las áreas agrícolas, especialmente en las campiñas
interiores, donde se había consolidado desde época orientalizante un denso
tejido agrario a partir de establecimientos de mediano y pequeño tamaño
como aldeas y factorías (Ferrer Albelda y Bandera Romero 2007; García Fer-
nández 2003; 2007). Su comercialización se realizó, al menos en parte, por me-
dio de envases anfóricos que se debieron producir en los alfares asociados a los
principales núcleos urbanos, tanto del interior, como pudo ser el caso de Mon-
temolín (Marchena) o Carmona, como sobre todo a orillas del Guadalquivir
 FRANCISCO JOSÉ GARCÍA FERNÁNDEZ, VIOLETA MORENO MEGÍAS Y ENRIQUE GARCÍA VARGAS
(Chaves Tristán et al. 2010; Moreno Megías 2016).
Aquí se concentraban los principales emporios u-
viales, que aprovechaban las condiciones de nave-
gabilidad del río para distribuir parte del excedente
e introducir en la región otros productos foráneos,
procedentes por lo general del ámbito púnico (Fe-
rrer Albelda et al. 2010).
Se considera, pues, que en los centros del Bajo
Guadalquivir se fabricaron tanto ánforas Pellicer B
y C como D, en sus diferentes variantes. Estos tipos
se encuentran bien representados en las distintas
secuencias obtenidas en asentamientos de primer
orden, mientras que apenas contamos con excava-
ciones en yacimientos de menor tamaño, sobre todo
de los establecimientos agropecuarios, cuyo regis-
tro proviene en la inmensa mayoría de los casos
de prospecciones superciales (García Fernández
2003). La utilidad de estas estratigrafías es variable,
ya que muchas proceden de intervenciones antiguas
cuya cronología ha sido preciso en ocasiones revisar,
mientras que otras son el resultado de excavaciones
preventivas o de urgencia en ámbitos urbanos, con
todas las limitaciones que ello conlleva en lo que se
reere a la extensión, exhaustividad y estado de con-
servación de registro. Aun así, la nómina de contex-
tos estraticados y paralelos no ha dejado de crecer,
a la espera de la publicación de algunas excavacio-
nes más recientes aún inéditas. Ello nos permite
contar con referencias más o menos ables para re-
construir el origen y evolución general de los tipos.
Los paralelos aquí aportados corresponden ex-
clusivamente a contextos excavados y publicados,
tanto del propio valle del Guadalquivir como de sus
campiñas, incluyendo el entorno del antiguo lacus
Ligustinus (g. 1). En el caso del primero, destaca-
mos sobre todo las intervenciones llevadas a cabo
en Alcalá del Río (Ferrer Albelda y García Fernández
2007; Ferrer Albelda et al. 2010), Cerro Macareno, en
La Rinconada (Fernández Gómez et al. 1979; Pelli-
cer Catalán 1978; 1982; Pellicer Catalán et al. 1983;
Ruiz Mata y Córdoba Alonso 1999), Cerro de la Ca-
beza, en Santiponce (Domínguez de la Concha et
al. 1988), Itálica (Luzón Nogué 1973; Bendala Galán
1982, Pellicer Catalán et al. 1982), Sevilla (Campos
Carrasco 1986; Campos Carrasco et al. 1988; Jiménez
Sancho et al. 2006; Mora Vicente y Romo Salas 2006;
revisados en García Fernández y González Acuña
2007; García Vargas 2009; García Vargas y García
Fernández 2009; García Fernández y Ferrer Albelda
2011; Ferrer Albelda et al. 2010), Cerro de la Cabeza,
en Olivares (Caballos Runo et al. 2005) y Coria del
Río (Ferrer Albelda et al. 2010). En las orillas del an-
tiguo golfo tartésico contamos únicamente con las
intervenciones practicadas en Lebrija (Caro Bellido
et al. 1987), y el Santuario de La Algaida, en Sanlúcar
de Barrameda (Ferrer Albelda 1995), aunque en nin-
guno de los casos se ha realizado una exposición ex-
haustiva de todos sus materiales. Por lo que respecta
a la campiña, se han publicado varios contextos de
interés procedentes de las actuales localidades de
Carmona (Pellicer Catalán y Amores Carredano
1985; Belén Deamos et al. 1997; Román Rodríguez
y Vázquez Paz 2006, entre otros), Écija (revisado en
Rodríguez González 2014) y más recientemente en
el cerro del castillo de Alcalá de Guadaira (García
Fernández y Guillén Rodríguez 2016), así como en
los yacimientos de Montemolín-Vico, en Marchena
(García Vargas et al. 1989; Bandera Romero y Ferrer
Albelda 2002), y Alhonoz, en Écija (López Palomo
1981 y 1999; revisado en Belén Deamos 2011-2012).
1.1. Historia de las investigaciones
Esta cuestión fue objeto de un trabajo monográco
hace algunos años (Belén Deamos 2006) y ha sido
tratada con profundidad por la misma autora en este
volumen, con un panorama actualizado del estado
de la cuestión. Es por ello, que no nos detendremos
en este apartado más allá de algunas breves consi-
deraciones relativas a los inicios de la investigación
y los principales hitos historiográcos.
Conviene recordar que, si bien fue Pellicer el pri-
mero en realizar una tentativa de clasicación de las
ánforas que circularon por el Bajo Guadalquivir du-
rante la Edad del Hierro, estas ya habían sido identi-
cadas y tipicadas previamente entre los materiales
hallados en otras excavaciones y sondeos llevados a
cabo por aquellos años en la región, especialmente
en Itálica (Luzón Nogué 1973) y en el propio Cerro
Macareno, en los cortes E, F y G (Fernández Gómez
et al. 1979). Ello no resta mérito a aquel trabajo, que
sigue siendo cuarenta años después, a pesar de sus
carencias y revisiones posteriores, un referente para
las producciones que nos atañen, más aún teniendo
en cuenta el incremento exponencial de la docu-
mentación, tanto dentro como fuera de la región, y el
extraordinario avance en conocimiento de produc-
ciones coetáneas del ámbito púnico al que se ha asis-
tido en las últimas décadas.
En efecto, el propio Pellicer admitía entonces
la dicultad para denir las formas, dado el estado
de fragmentación de los individuos documentados,
componiendo, “con reservas”, una tipología a par-
tir de los elementos característicos: bordes, asas,
pies y hombros (Pellicer Catalán 1978: 370). Algu-
nos años más tarde C. Florido Navarro (1984) trató

LAS ÁNFORAS TURDETANASTIPO MACARENOEN EL BAJO GUADALQUIVIR
de poner orden en el universo de producciones an-
fóricas que circularon por el sur peninsular propo-
niendo una nueva clasicación que integra también,
como la de su maestro, envases de distintos oríge-
nes y cronologías. Mientras que Pellicer estableció
nueve formas, Florido llegó a distinguir hasta 15 ti-
pos, incluyendo importaciones orientales fenicias y
griegas. Las ánforas de fabricación bajoandaluza que-
darían englobadas en sus tipos IV, V y XI, el primero
de los cuales se asemeja al perl de las ánforas de
Cancho Roano, mientras que los otros equivaldrían,
grosso modo, a las BC y D de Macareno (Florido Nava-
rro 1984: g. 1). En la misma fecha, A. Muñoz Vicente
(1987) realizó un estudio de las ánforas depositadas
en el Museo Provincial de Cádiz abarcando no solo
las producciones locales, sino también las centrome-
diterráneas, ebusitanas, griegas, itálicas y otras manu-
facturas occidentales, entre las que se encuentra las
“ánforas de tradición fenicia” (B-2 y B-3) y “turdeta-
nas” (C-1), correspondientes una vez más a las Pelli-
cer B, C y D. Estas clasicaciones de carácter general
se complementaron con otras destinadas a ordenar
los repertorios de yacimientos concretos, que se ba-
saban principalmente en los bordes, apoyándose en
gran medida en la propuesta de Pellicer, como es el
caso de Carmona (Pellicer Catalán y Amores Carre-
dano 1985), El Carambolo (Florido Navarro 1985), el
Cerro de la Cabeza de Santiponce (Domínguez de
la Concha et al. 1988), Sevilla (Campos Carrasco et
al. 1988) o Montemolín (García Vargas et al. 1989),
por citar solo los que corresponden exclusivamente a
nuestra área de estudio.
Por lo que respecta a las revisiones posterio-
res, conviene destacar la contribución de A. Rodero
Riaza (1991), que si bien no afecta a las ánforas trata-
das aquí sí profundiza y matiza algunas de las formas
clasicadas por Pellicer, como poco después haría
J. Ramon Torres (1995) en su colosal obra sobre las
ánforas fenicio-púnicas del Mediterráneo Central y
Occidental. En este caso el autor deja fuera de la clasi-
cación, por no considerarlas genuinamente púnicas,
a las formas B y C de Pellicer, pero en cambio incor-
pora las D a su tipología (T-4.2.2.5) ante la sospecha
de que se tratara de envases producidos, al menos
Figura 1. Mapa de localización de la región e indicación de los principales yacimientos donde se han documentado las ánforas
estudiadas (elaboración propia)
 FRANCISCO JOSÉ GARCÍA FERNÁNDEZ, VIOLETA MORENO MEGÍAS Y ENRIQUE GARCÍA VARGAS
en parte, en el área del Estrecho, a lo que se suma
la más que posible inuencia de las ánforas acilin-
dradas del Mediterráneo Central en el desarrollo de
su perl (Ramon Torres 1995: 194, g. 55). La tipo-
logía de Ramon es quizá la alternativa más seguida
a la hora de clasicar la forma D, aunque realmente
nunca ha llegado a desbancar la nomenclatura origi-
nal ya sea por su comodidad (ambas recogen prácti-
camente las mismas variantes de bordes) como por
el problema de su adscripción cultural, a caballo en-
tre el mundo turdetano y el púnico. De hecho, la re-
visión llevada a cabo algunos años después por A.Mª
Niveau de Villedary y Mariñas (2002) ha consagrado
la nomenclatura original, a la vez que completa el
elenco de variantes a partir de los ejemplares proce-
dentes del entorno de la bahía de Cádiz. Lo mismo
se puede decir del mencionado trabajo de Belén
Deamos (2006), en el que más allá de intentar ofre-
cer una “visión de conjunto de las clasicaciones
propuestas por distintos autores y de las ánforas más
representativas del comercio regional”, se trata de
poner en evidencia la complejidad que se esconde
detrás de las formas establecidas.
En los últimos años se ha asistido a un renovado
interés por los estudios anfóricos, auspiciados por la
ingente cantidad de nuevos datos procedentes del
entorno productivo de la Gadir púnica, que han re-
vitalizado el estado de nuestros conocimientos so-
bre aspectos tipológicos, tecnológicos, comerciales
y económicos relativos a la fabricación y puesta en
circulación de estos envases en el área del Estrecho
(Sáez Romero 2010) y, en particular, en la introterra
turdetana, donde las excavaciones preventivas lle-
vadas a cabo en la pasada década han sacado a la
luz nuevos contextos que precisaban de un estudio
actualizado (Ferrer Albelda et al. 2010; García Fer-
nández y Ferrer Albelda 2011). En este sentido, la
publicación del catálogo electrónico Amphorae ex
Hispania (<http://amphorae.icac.cat/>) brindó la
oportunidad de actualizar y sistematizar la informa-
ción referente a las Pellicer D, diferenciando por pri-
mera vez las producciones costeras (Sáez Romero y
Niveau de Villedary y Mariñas 2016) de las del inte-
rior turdetano (García Vargas 2016). Sin embargo,
no ocurrió lo mismo con las ánforas Pellicer B y C,
cuyo estado del arte ha avanzado poco en los últi-
mos años, a pesar del incremento exponencial de
los ejemplares documentados dentro y fuera de la
región. La reciente tesis doctoral de V. Moreno Me-
gías (2017) sobre la fabricación y circulación de án-
foras en el Bajo Guadalquivir ha aportado bases
sólidas para abordar un mapeo de los centros de fa-
bricación y los canales de distribución a través de la
caracterización técnica y composicional de sus pas-
tas, lo que supone un salto cualitativo en la investiga-
ción. Las líneas que siguen a continuación pretenden
poner en orden los viejos y los nuevos datos con el n
de ofrecer una síntesis comprensiva del origen y evo-
lución de estas producciones al tiempo que se ana-
lizan desde una perspectiva regional, poniendo el
énfasis en los problemas no resueltos y tratando de
trazar las nuevas líneas de investigación futuras.
2. PRODUCCIONES ANFÓRICAS Y
CENTROS PRODUCTORES
2.1. Las ánforas: tipología, cronología y marcas
Como se ha dicho, las ánforas Pellicer B, C y D vie-
nen considerándose los contenedores genuinamente
turdetanos, a pesar del debate en torno al origen o
liación fenicio-púnica de los prototipos. Su presen-
cia en esta región es predominante, sobre todo si lo
comparamos con otros tipos coetáneos cuyas áreas
productoras están más contrastadas, y las encontra-
mos en todas las clases de hábitat, desde los centros
urbanos hasta los establecimientos rurales, apare-
ciendo también en espacios industriales, general-
mente en vertederos o en niveles de amortización,
lo que limita en gran medida asociarlo con precisión
a talleres concretos.
Los principales problemas para su estudio siguen
siendo pues, a día de hoy, la práctica ausencia de
ejemplares completos que permitan determinar el
perl de los tipos y su desarrollo, así como la escasez
de contextos de fabricación claros y bien fechados
con los que cartograar la geografía de la produc-
ción y su evolución a lo largo de la II Edad del Hierro.
De hecho, para la clasicación de las ánforas turde-
tanas se sigue tomando como referencia la orienta-
ción y el desarrollo del borde, lo que ha llevado a que
los dos primeros tipos (Pellicer B y C) se consideren
conjuntamente, estableciéndose variantes mixtas
(BC1 a BC3), mientras que en el tercer caso se dife-
rencian las Pellicer D propiamente dichas de una va-
riante tardía, aún en proceso de denición y, sobre
todo, de localización, que conocemos con el nom-
bre del primer yacimiento donde se tipicó: Castro
Marim-1 (Arruda et al. 2006).
2.1.1. Ánforas Pellicer BC
Las ánforas Pellicer BC parecen derivar directamente
de los contenedores fenicios arcaicos (T-10.1.2.1
de Ramon), proceso que puede seguirse –no sin
dicultad– en algunas estratigrafías, como la de Cerro

LAS ÁNFORAS TURDETANASTIPO MACARENOEN EL BAJO GUADALQUIVIR
Figura 2. Prototipos de las ánforas estudiadas. 1: Pellicer C. Prototipo de Cerro Macareno (a partir de Pellicer Catalán et al. 1983)
y fotografía del mismo ejemplar (Museo Arqueológico de Sevilla); 2: Pellicer B. Prototipo de Cerro Macareno (a partir de Pellicer
Catalán et al. 1983); 3: Pellicer D. Prototipo de Las Cumbres (a partir de Niveau de Villedary y Mariñas 2002) y fotografía de ejem-
plar procedente de un pozo tardopúnico de la Avda. López Pinto de Cádiz (Sáez Romero y Niveau de Villedary y Mariñas 2016);
4. Castro Marim 1. Prototipo de Monte Molião (a partir de Arruda y Sousa 2013) y fotografía de ejemplar procedente de Itálica (Museo
Arqueológico de Sevilla)
 FRANCISCO JOSÉ GARCÍA FERNÁNDEZ, VIOLETA MORENO MEGÍAS Y ENRIQUE GARCÍA VARGAS
Macareno, Cerro de la Cabeza de Santiponce, Car-
mona o Vico entre mediados y nales del siglo VI a.C.
Este proceso es paralelo en el tiempo al desarrollo de
los tipos púnicos de la costa malagueña y gaditana
correspondientes al grupo de las Mañá-Pascual A4,
con las que comparte un origen común (Ferrer Al-
belda y García Fernández 2008: 211).
La forma B se dene como un recipiente de ten-
dencia cilíndrica, hombros redondeados, base cónica
y labios salientes, siendo la que más se aproxima
al prototipo orientalizante, mientras que la C surge
como un recipiente de menor tamaño, de tendencia
fusiforme y con el borde engrosado (Pellicer Cata-
lán 1978: 390), sin que sea posible de momento es-
tablecer un nexo claro con su supuesta antecesora
(g. 2, 1-2).
No es fácil rastrear la evolución de estas formas,
considerando la escasa estandarización que man-
tienen, donde conviven variantes que, si bien com-
parten el mismo aire de familia, muestran notables
diferencias en el tamaño del cuerpo y su morfolo-
gía. Lo primero responde a su génesis común de un
mismo prototipo, mientras que lo segundo es conse-
cuencia, con toda probabilidad, de una producción
descentralizada, que surge y se extiende por distin-
tas comarcas, dando respuesta a las necesidades de
comercialización del excedente agropecuario que
van surgiendo en un contexto de profundos cambios
en la esfera económica, como es el tránsito de la I
a la II Edad del Hierro. A ello hay que sumar, como
hemos visto, la ausencia de ejemplares más o me-
nos completos, lo que ha obligado a reconstruir la
secuencia evolutiva atendiendo casi exclusivamente
a los bordes y fondos.
Pellicer diferenció en Cerro Macareno cuatro va-
riantes para las ánforas Pellicer B y tres para la C que
se suceden en el tiempo, aunque también pueden
convivir en los mismos contextos. En el caso de las
Pellicer B, la tendencia general de la forma va desde
los ejemplares de gran tamaño con hombros care-
nados o ligeramente marcados y fondos curvos (B2
y B3), a especímenes de hombros redondeados y
fondos apuntados (B4), ya que la primera variante
descrita (B1), con una cronología más restringida,
es prácticamente una transición desde las antiguas
ánforas de saco. Las variantes B-1 (niveles 22-21 de
Macareno) y B-3 (nivel 19), aparentemente mayores,
no parecen sobrepasar el siglo VI a.C. Por su parte, la
variante B-2 (niveles 20-15), más extendida, mantiene
aún una carena que separa los hombros del resto del
cuerpo como rasgo arcaizante, mientras que este ele-
mento tiende a desaparecer en la B-4 (niveles 18-10),
con la cual convive entre nes del siglo VI y nes del V,
aunque serán estas versiones evolucionadas las que
se impongan a partir de este momento (g. 3).
M. Belén Deamos (2006) ya llamó la atención
hace algunos años sobre la convivencia de hombros
carenados y curvos en los mismos contextos no solo
en el repertorio del Bajo Guadalquivir, sino en otras
producciones tardoarcaicas derivadas de los mis-
mos prototipos anfóricos orientalizantes, como es el
caso de los talleres gaditanos o de las versiones ex-
tremeñas del tipo CR. Creemos en todo caso que es
un atributo importante a tener en cuenta en el futuro
a la hora de rastrear la formalización de este tipo y
la relación que mantienen las distintas variantes en-
tre sí, o incluso la posibilidad de que nos encontre-
mos ante dos tipos distintos apenas vislumbrados.
En esta misma línea Florido diferenció en su tipo V
las variantes de perl fusiforme (V1) de unos espe-
címenes de tendencia más acilindrada, de hombros
elevados y curvos, borde desarrollado y fondo apun-
tado (V2) que se aproximan morfológicamente a la
forma B de Macareno, pero que cuentan con su-
cientes atributos como para pensar en una versión
distinta aunque emparentada con aquella (Florido
Navarro 1984: 424, g. 1).
Por lo que respecta a las Pellicer C, su evolución
es menos nítida debido al estado fragmentario de
la mayoría de los ejemplares registrados, por lo que
resulta difícil determinar el desarrollo del tipo, así
como reconocer las tres variantes establecidas por
Pellicer en otros yacimientos coetáneos. La variante
C1 (nivel 19), de menor tamaño, se sitúa a media-
dos del siglo VI, mientras que las variantes C2 (nive-
les 15-5) y C3 (nivel 10) se extienden ya a lo largo de
la II Edad del Hierro, alcanzando en el segundo caso
el siglo III a.C. (g. 3).
Hemos mencionado más arriba cómo es sobre
todo el desarrollo de los bordes lo que permite di-
ferenciar unas producciones de otras (Belén Dea-
mos 2006: 226), convirtiéndose en un importante
indicador cronológico, no siempre able, pero muy
útil cuando se cuenta con una muestra suciente-
mente amplia de individuos. A partir de ellos, y ante
la dicultad de asociar fragmentos a formas concre-
tas, dada su similitud, se adoptó la convención de
tratar la evolución de estas ánforas de forma con-
junta, a partir de la propuesta de clasicación del
propio Pellicer Catalán (1978) que, a pesar de las su-
cesivas revisiones, ha sido hasta día de hoy la base
indiscutible:
Ánforas “de tradición fenicio y púnica”: bordes
gruesos salientes hacia el exterior o bien de sección
semicircular, aristados y con un estrangulamiento
profundo debajo del labio (nes del siglo VI a.C.).

LAS ÁNFORAS TURDETANASTIPO MACARENOEN EL BAJO GUADALQUIVIR
Figura 3. Evolución de las ánforas fenicias (A) y turdetanas (B y C) en el corte V-20 de Cerro Macareno, con indicación de los
niveles (Pellicer Catalán 1982: Abb. 11)
 FRANCISCO JOSÉ GARCÍA FERNÁNDEZ, VIOLETA MORENO MEGÍAS Y ENRIQUE GARCÍA VARGAS
Variante BC1: bordes gruesos hacia el exterior, de
sección trapezoidal o cuadrangular y con un es-
trangulamiento más o menos pronunciado de-
bajo del labio (nes del s. VI-inicios del III a.C.).
Variante BC2: bordes gruesos hacia el exterior,
de sección circular u oval y con un estrangula-
miento más o menos pronunciado debajo del la-
bio (nes del s. VI-inicios del III a.C.).
Variante BC3: borde almendrado realzado o de
sección de tendencia oval (segunda mitad del
s. V-tercer cuarto del IV a.C.).
La tendencia general que se desprende de los
distintos ejemplares registrados en estratigrafía es
el paso de los bordes macizos, de sección cuadran-
gular y sin cuello, en las variantes más antiguas de
transición entre las ánforas de saco y las BC propia-
mente dichas, a los bordes redondeados, con un es-
trangulamiento pronunciado debajo del labio que
suele dar como resultado un reborde aristado (BC
“de tradición fenicia y púnica”). Esta última variante
es frecuente en contextos de nales del VI, perdu-
rando durante todo el siglo V a.C. (g. 4, 1-4). La en-
contramos, por ejemplo, en Carmona, en el corte
CA-80/A, asociadas a niveles de mediados y na-
les del siglo V a.C. (Pellicer Catalán y Amores Carre-
dano 1985: 166, g. 91, 6-7 y 30, 2-4), y en la última
fase del edicio exhumado en la Casa-Palacio del
Marqués de Saltillo (Belén Deamos et al. 1997: 84-
86, g. 9, 1 y 4; g. 11, 1-3; g. 14, 15); en Alcalá del
Río, en los depósitos de amortización de la primera
fase de ocupación de la c/ La Cilla 4-6, fechada entre
el último tercio del siglo VI e inicios del V a.C. (Fe-
rrer Albelda y García Fernández 2007: 110, g. 7); en
el Cerro de la Cabeza de Santiponce, en los estra-
tos II-B-I y I-B-I, que abarcan también este arco cro-
nológico (Domínguez de la Concha et al. 1988: 171,
lám. I 1-3 y 5-10; lám. II. 13-16: lám. VII, 71-74 y 79);
o en Coria del Río, en niveles de los siglos V y IV a.C.
(Ferrer Albelda et al. 2010: 75, g. 10, 1, 2 y 4).
En esta última secuencia podemos apreciar cómo
los bordes se van alargando o aplanando conforme
avanzamos hacia el siglo IV, adquiriendo perles de
tendencia rectangular o trapezoidal (BC1), ovales o
incluso circulares (BC2), pero manteniendo una se-
paración nítida del cuello (g. 4, 5-17). Este proceso
es evidente en Vico, en los estratos X al XX, datados
entre nales del siglo VI o inicios del V y mediados del
IV a.C. (Bandera Romero y Ferrer Albelda 2002: 131,
g. 11, 6-8; g. 13, 1-3); en el Cerro del Castillo de Al-
calá de Guadaira, en los niveles prerromanos (García
Fernández y Guillén Rodríguez 2016: 42, gs. 6-7); en
las ánforas asociadas a las estructuras de producción
documentadas en Cerro Macareno, fechadas en-
tre los siglos V y IV a.C. (Fernández Gómez et al.
1979: 46, g. 29; Ruiz Mata y Córdoba Alonso 1999:
96, g. 4 y 5); en el denominado “templo republi-
cano” de Itálica (Bendala Galán 1982: 64, g. 22-24);
y de nuevo en Coria del Río a partir de la segunda mi-
tad del siglo IV a.C. (Ferrer Albelda et al. 2010: 75,
g. 10). Sin embargo, a partir del siglo IV a.C. la ten-
dencia generalizada será a reducir este estrangula-
miento a una línea, formada a menudo por el propio
reborde que se vuelve hacia la pared (por ejemplo,
Bendala Galán 1982: g. 22; Bandera Romero y Fe-
rrer Albelda 2002: g. 15).
Estas variantes de sección ovalada o redondeada,
pero de perles mucho más suaves que las anterio-
res, serán propias del siglo IV e inicios del III a.C.
Paralelamente, desde nales del siglo V a.C. nos po-
demos encontrar especímenes con el borde elevado,
de sección trapezoidal u oval y sin la línea de sepa-
ración que caracteriza a los ejemplares anteriores
(BC3) (g. 4, 18-23). Los paralelos de ambas variantes
son muy abundantes y los tenemos, además de en Ce-
rro Macareno, en los niveles de nales de la Edad del
Hierro de Montemolín (García Vargas et al. 1989: 236,
g. 5); en el Cerro del Castillo de Alcalá de Guadaira
(García Fernández y Guillén Rodríguez 2016: 42,
g. 7); en el “templo republicano” de Itálica (Bendala
Galán 1982: 64, gs. 23-25); en la c/ Abades 41-43 de
Sevilla (Jiménez Sancho et al. 2006: 292, g. 5, 418-19);
y en Coria del Río (Ferrer Albelda et al. 2010: 75-
77, g. 10). Ambas tendencias dan lugar a nes del
siglo IV a.C. a una variante muy singular, con la su-
percie exterior acanalada o moldurada, caracterís-
tica de las últimas versiones del tipo (g. 4, 24-25),
que tenemos presente por ejemplo en los niveles 8/7
de Cerro Macareno (Pellicer Catalán et al. 1983: g.
30, 1732) y en el nivel 13 de la c/ San Isidoro de Sevi-
lla (Campos Carrasco et al. 1988: 36, g. 16, 343), fe-
chándose en torno al siglo III a.C. (García Fernández
y González Acuña 2007: 533-536).
Las ánforas Pellicer BC van a ir desapareciendo
como tal a lo largo del siglo III a.C. y serán paulatina-
mente sustituidas por la forma D. El paso del predo-
minio de una a otra no es siempre apreciable en las
estratigrafías, aunque su presencia cuantitativa en
los contextos de consumo va decayendo desde nes
del siglo IV hasta convertirse en un elemento testi-
monial en los momentos terminales del III a.C. Lo
podemos comprobar, por ejemplo, en las secuencias
obtenidas en Sevilla (c/ Argote de Molina 7, c/ San
Isidoro 21-23, c/ Abades 41-43), donde ejemplares
de Pellicer BC comparecen, aunque de forma muy
residual, en contextos muy avanzados, conviviendo

LAS ÁNFORAS TURDETANASTIPO MACARENOEN EL BAJO GUADALQUIVIR
Figura 4. Selección de variantes de bordes correspondientes a ánforas Pellicer BC procedentes de distintos yacimientos del Bajo
Guadalquivir: Alcalá del Río, c/ La Cilla 2-4 (1, 5-7, 18); Itálica, Pajar de Artillo (22-23, 25); Sevilla, c/ San Isidoro 21-23 (14), c/ Ar-
gote de Molina 8 (24), c/ Abades 41-43 (20); Coria del Río, Cerro de San Juan (2, 8, 15-17, 19, 21); Alcalá de Guadaira, Cerro del Cas-
tillo (3-4, 11-13, 9-10) (elaboración propia)
 FRANCISCO JOSÉ GARCÍA FERNÁNDEZ, VIOLETA MORENO MEGÍAS Y ENRIQUE GARCÍA VARGAS
con distintas variantes de Pellicer D (García Fernán-
dez y González Acuña 2007).
2.1.2. Ánforas Pellicer D
Queda por saber en qué medida las ánforas Pelli-
cer D son deudoras, en mayor o menor medida, de
sus inmediatas antecesoras, tanto en su forma como
en su volumen y posibles contenidos, teniendo en
cuenta las diferencias que empezamos a apreciar
entre ambas producciones en lo que se reere a los
rasgos tecnológicos y composicionales, estandariza-
ción y redes de distribución. Se caracterizan por su
cuerpo cilíndrico, alargado, con un fondo apuntado,
en ocasiones rematado en un pequeño pivote, hom-
bros indiferenciados, sin cuello, pero sobre todo por
sus bordes entrantes, engrosados o de tendencia ho-
rizontal (g. 2, 3).
Su origen sigue siendo incierto, aunque es pro-
bable que en la formalización del tipo inuyeran
tanto la tradición local, con sus antecesoras, las án-
foras Pellicer BC, como los nuevos prototipos de ori-
gen centromediterráneo que comienzan a arribar a
los centros púnicos de la costa (Mañá D o T-4.2.1.0
de Ramon) y que acabarán determinando el progre-
sivo acilindramiento de los envases que se producen
en esta región al menos desde nales del siglo IV o
inicios del III a.C. (Ramon Torres 1995: 194). Pelli-
cer propuso inicialmente una cronología alta, de -
nales del siglo V a.C. (nivel 14 de Cerro Macareno),
para el inicio de estas producciones, aunque se basa
en algunos bordes que parecen corresponder en
realidad a versiones evolucionadas de los tipos BC
(Pellicer Catalán 1982: 390, abb. 15, 1-3 y 6). Los pri-
meros ejemplares que pueden adscribirse sin riesgo
de duda a esta nueva forma no comparecen hasta el
nivel 7, fechado a mediados del siglo III a.C. (Pelli-
cer Catalán et al. 1983: g. 29), lo que resulta cohe-
rente con la cronología que aportan el resto de las
estratigrafías estudiadas. De este modo, en la c/ San
Isidoro 21-23 de Sevilla las primeras Pellicer D pro-
ceden del nivel 17, fechado a nes del siglo IV o más
probablemente a lo largo del III a.C., mientras que
en la cercana calle Mármoles 9 las Pellicer D com-
parecen en el nivel 6, de mediados del siglo III a.C.
(García Fernández y González Acuña 2007: 533-539,
lám. 2 y 3). Estas deben ser las fechas (primera mitad
o mediados del siglo III a.C.) de las Pellicer D más
antiguas, que mantienen aún un marcado escalón
en la parte exterior del borde (g. 6, 1-3). En el caso
de las piezas del nivel 17 de San Isidoro 21-23, puede
que estemos incluso ante ejemplares transicionales
entre las Pellicer BC y las D.
Para la forma D de Cerro Macareno (Pellicer Ca-
talán 1982: 390) Pellicer propuso igualmente una
evolución tipológica basada en la forma del cuerpo,
relacionada a su vez con el desarrollo de los bordes
(g. 5). Los ejemplares más antiguos (subtipos D1 y
D2) presentarían cuerpos apuntados en su mitad in-
ferior, que tenderían a hacerse cilíndricos a lo largo
de los siglos III y II a.C. (D3 y D4). Del mismo modo, a
lo largo del siglo III a.C. iría desapareciendo el engro-
samiento exterior del borde típico de los ejemplares
más antiguos, en los que este detalle morfológico ven-
dría subrayado por un acanalado simple o doble en
la unión con el cuerpo. Una vez más, y debido al ca-
rácter fragmentario de la muestra conservada, el ma-
yor o menor desarrollo del borde ha solido usarse con
más o menos acierto como un indicador cronológico.
A. Niveau de Villedary y Mariñas (2002: 237) fue
la primera en señalar sus reservas acerca de esta pro-
puesta, en especial la referida a los bordes, pues en
los yacimientos de la bahía gaditana (Torre de Doña
Blanca, Las Cumbres y los establecimientos indus-
triales y funerarios del istmo de Cádiz) era frecuente
constatar en los mismos contextos la convivencia de
variantes diferentes de bordes de Pellicer D, con o
sin engrosamiento exterior o interior. Aun así, llegó
a denir hasta 8 tipos, que reunían a grandes rasgos
la variabilidad existente en ese momento (g. 5), si
bien considera que la evolución general hacia per-
les indiferenciados a partir de los engrosados debía
ser revisada en el futuro sobre la base de materiales
bien estraticados.
En los casi veinte años que han trascurrido desde
la publicación del trabajo de Niveau de Villedary,
sin embargo, la investigación arqueológica no nos
ha permitido conocer más que unas cuantas estrati-
grafías lo sucientemente complejas para testar esta
supuesta evolución hacia formas simples de borde
en el área de estudio. La mayoría de ellas no presen-
tan ánforas de la forma Pellicer D hasta momentos
ya de la segunda mitad del siglo II a.C. Es el caso de
la c/ Abades 41-43 de Sevilla (Jiménez Sancho et al.
2006: lám. 7, 372-37 y 380-3) o del Patio de Bande-
ras del Real Alcázar de Sevilla, donde la estratigra-
fía de época republicana se inaugura precisamente
con los niveles de nes del siglo II o, con más pro-
babilidad, ya de principios del I a.C. La secuencia
obtenida en la c/ La Cilla 4-6 de Alcalá del Río ha
proporcionado los ejemplares más antiguos que he-
mos podido documentar en excavaciones recientes
(Ferrer Albelda y García Fernández 2007: 112, n. 8,
g. 10). Fueron registrados en el relleno que amor-
tiza un pavimento de una de las estancias identica-
das (UE 264), fechado hacia nes del siglo III a.C. El

LAS ÁNFORAS TURDETANASTIPO MACARENOEN EL BAJO GUADALQUIVIR
siguiente pavimento (UE 236) que cubría la misma
estancia arroja de nuevo ánforas Pellicer D, esta vez
del primer tercio del siglo II a.C.
Entre ambas unidades, lo que equivale a decir
entre nes del III y principios del II a.C., se observa,
al menos en esta secuencia, una evolución evidente
entre los bordes redondeados, cortos y de tendencia
vertical de los ejemplares más antiguos de Pellicer
D (UE 264) y los oblicuos e indiferenciados del resto
del cuerpo de los más recientes (UE 236). Una dife-
rencia adicional entre ambos conjuntos reside en
el hecho de que los bordes de nes del III a.C. es-
tán engrosados al interior y al exterior, marcando
la transición con el cuerpo mediante un escalón si-
tuado en la pared exterior; por el contrario, los más
recientes están engrosados solo al interior, siendo su
pared exterior la continuación natural de la del resto
del recipiente.
La evolución formal de estas ánforas no es, sin
embargo, tan lineal (g. 6). Bordes engrosados al
exterior y con escalón se documentan aún, y no de
forma residual, en las fases Republicana I (en torno
a 100 a.C.) y Republicana II (50-25 a.C.) del Pa-
tio de Banderas del Real Alcázar de Sevilla (g. 6,
15-19). Tampoco están ausentes de los vertederos
(UEs 9-13) del alfar tempranoaugusteo de la c/ Dr.
Fleming de Carmona, donde probablemente se fa-
bricaron junto a las primeras Haltern 70 y donde
la ausencia de una fase de producción inmediata-
mente anterior garantizaría que tampoco se trata de
Figura 5. Arriba: Evolución de las ánforas turdetanas (D) en el corte V-20 de Cerro Macareno, con indicación de los niveles
(Pellicer Catalán 1982: Abb. 12). Abajo: Propuesta de clasicación de los bordes (Niveau de Villedary y Mariñas 2002: gs. 5-6)
 FRANCISCO JOSÉ GARCÍA FERNÁNDEZ, VIOLETA MORENO MEGÍAS Y ENRIQUE GARCÍA VARGAS
ninguna forma de material residual (Ortiz Navarrete
y Conlin Hayes e.p.; véase también la contribución
de Belén et al. en este mismo volumen).
Otros sectores de la antigua Hispalis, como son los
de la c/ Alemanes 25-27 (García Vargas 2009: 440-441,
g. 3.9), presentan desde principios del último tercio
del siglo I a.C. un predominio casi absoluto de Pelli-
cer D de borde entrante indiferenciado (g. 6, 24), lo
que parece también la norma en la estratigrafía de
la c/ Argote de Molina 7 para los contextos del pri-
mer cuarto del siglo I a.C. (Campos Carrasco 1986:
passim; García Vargas 2009: 440, g. 2.2 y 5-7), que
son los que corresponden según nuestra propuesta
cronológica a los niveles 18 a 22 de la secuencia
(g. 6, 20-23). También en el Patio de Banderas, las
ánforas de borde indiferenciado se encuentran pre-
sentes en los contextos del tercer cuarto del siglo I
a.C. (g. 6, 17-19), aunque la aparición de estos úl-
timos a nes del siglo II a.C. no supuso, como se ha
dicho, la desaparición de las variantes más antiguas.
Si bien no estamos en condiciones aún de proponer
una estadística ni tan solo grosera para este fenó-
meno, lo cierto es que la experiencia trabajando con
niveles tardíos donde las Pellicer D son frecuentes
nos ha dado la impresión preliminar de que existe
una cierta tendencia a la sustitución de los primeros
por los segundos (García Vargas y García Fernández
2009: 138), fenómeno que nunca se completó total-
mente, ni siquiera en los momentos nales de vida
de esta forma anfórica.
A pesar de la gran variedad de perles que se
mantiene a lo largo del tiempo hasta el nal de la
producción de la forma, se puede decir que estas
ánforas maniestan algunos síntomas de estanda-
rización desde los primeros momentos en que se
registran, siendo más evidentes conforme nos aden-
tramos en el periodo romano. Ello quizás pueda re-
lacionarse con la integración de la región en redes
comerciales más amplias que requiriesen una ma-
yor normalización en los formatos, contenidos y me-
didas, así como su adaptación a nuevas formas de
transporte y estibaje, que a la larga contribuyeron a
la mayor difusión del tipo. Se advierte igualmente
una tendencia general, y, como en el caso de la mor-
fología del borde, nunca unicada, a ánforas menos
pesadas con paredes más nas y cuerpos probable-
mente más estilizados.
Estas últimas podrían asociarse a una variante
singular, poco conocida aún y apenas sistematizada
en el interior del valle del Guadalquivir, que fue tipi-
cada hace una década como Castro Marim 1 (Arruda
et al. 2006: 163). Se diferencian principalmente por la
forma de los bordes, de tendencia horizontal y planos,
separados del cuerpo por una carena muy pronun-
ciada que puede llegar a alcanzar los 90º (g. 2, 4).
Se ha interpretado como un híbrido entre las ánfo-
ras Pellicer D, las cartaginesas Mañá D y las gaditanas
T-9.1.1.1 (Bargão y Arruda 2014: 145-148), si bien de
momento no se ha documentado ningún perl com-
pleto que permita conrmar esta hipótesis, siendo el
espécimen hallado en las excavaciones de Pajar de
Artillo el mejor conservado hasta la fecha en esta re-
gión (Luzón Nogué 1973: 47, g. 14-B). Tampoco se
han encontrado evidencias de fabricación de esta po-
sible variante, aunque composicionalmente guardan
similitudes con las pastas del valle del Guadalqui-
vir y de las campiñas del entorno de Cádiz (Bargão y
Arruda 2014: 148-149).
Los especímenes más recientes conocidos de án-
foras Pellicer D son de nuevo los hallados en la c/ Dr.
Fleming 13-15 de Carmona (Ortiz Navarrete y Con-
lin Hayes e.p.). Se trata, como se ha indicado más
arriba, de ejemplares procedentes del vertedero de
un alfar destinado a fabricar cerámicas tardoturde-
tanas pintadas, comunes y ánforas del tipo Pellicer D
y Haltern 70, documentadas siempre a través de sus
desechos de cocción. El material datante del alfar
permite fecharlo hacia 30-10 a.C., es decir, en época
inmediatamente preaugustea o, más bien, ya augus-
tea temprana, que es el último momento en que se
constatan estas producciones también en contex-
tos de consumo, como los escasos niveles augusteos
del Patio de Banderas de Sevilla. Así pues, en el caso
de las Pellicer D no puede hablarse propiamente
de una “disolución” de la tipología, puesto que es-
tas ánforas se dejan bruscamente de manufacturar
y no trascienden en ningún otro tipo posterior, tra-
tándose claramente del último representante de la
tradición artesanal turdetana en lo referido a las án-
foras del Guadalquivir. En esta región, desde la pri-
mera mitad del siglo I a.C. se estaban fabricando un
amplio conjunto de tipos ovoides (García Vargas et
al. 2011) inspirados en formas itálicas contemporá-
neas en cuya tradición “romanizada” continuarán
produciéndose los envases béticos hasta la total des-
aparición del artesanado anfórico hacia inicios del
siglo VI d.C.
2.1.3. Las marcas
No es infrecuente que las ánforas del tipo Pelli-
cer BC cuenten con marcas, generalmente precoc-
ción, mientras que estas están totalmente ausentes
en el tipo Pellicer D, al menos en los ejemplares do-
cumentados en el interior del valle del Guadalqui-
vir. Estas marcas pueden clasicarse, siguiendo el

LAS ÁNFORAS TURDETANASTIPO MACARENOEN EL BAJO GUADALQUIVIR
Figura 6. Selección de variantes de bordes correspondientes a ánforas Pellicer D procedentes de distintas localizaciones de la ciu-
dad de Sevilla: c/ San Isidoro 21-23 (1-2, 4-5); c/ Mármoles 9 (3); Palacio Arzobispal (6-7); c/ Abades 41-43 (8-9); c/ Argote de Mo-
lina 8 (10-14, 20-23); Patio de Banderas (15-19); c/ Alemanes 25-27 (24) (elaboración propia)
 FRANCISCO JOSÉ GARCÍA FERNÁNDEZ, VIOLETA MORENO MEGÍAS Y ENRIQUE GARCÍA VARGAS
esquema propuesto por C. Mata Parreño y L. Soria
Combadiera (1997) con base en la técnica de realiza-
ción y el tipo de motivo representado, en marcas im-
presas simples, sellos o estampillas, marcas incisas
y marcas exgraadas, dividiéndose estas últimas a
su vez en marcas anepigrácas y epigrácas. Se des-
cribirán a continuación las marcas identicadas ex-
clusivamente en el área de estudio, excluyendo los
posibles ejemplares del mismo tipo documentados
en otras regiones, como la zona de Huelva o Algarve.
MARCAS IMPR ESAS SIMPLES
En nuestro caso encontramos únicamente impresio-
nes o acanaladuras realizadas con el dedo o con un
instrumento de punta roma, lo que deja una huella
fácilmente reconocible, estando ausentes las impre-
siones hechas con matrices.
Los ejemplos más claros se registraron en los cortes
E y F de Cerro Macareno (g. 7, 1-2 y 4): el más simple
presenta una impresión circular realizada directa-
mente sobre el borde (Fernández Gómez et al. 1979:
72, g. 42, 400-17); mientras que otros dos cuentan
con sendas acanaladuras verticales que se extien-
den entre la parte superior del borde y los hombros
(Fernández Gómez et al. 1979: 72, g. 43, 546-3 y
548-3). Todos proceden de los mismos contextos, fe-
chados entre nales del siglo V y mediados del IV a.C.
Otro ejemplar marcado fue hallado en la excavación
realizada en el solar de la c/ Trajano de Santiponce
(g. 7, 3), consistiendo en este caso en dos digitacio-
nes paralelas sobre el borde (Bendala Galán 1982:
g. 23, 6). También los encontramos puntualmente
en Carmona, Coria del Río y la campiña de Marchena.
Su interpretación resulta difícil, pudiendo tratarse
simplemente de marcas de alfarero.
MARCAS INCISAS ANEPIGRÁ FICAS
Se trata de motivos esquemáticos realizados con un
instrumento punzante, generalmente tosco, sobre la
supercie exterior de las ánforas.
Los únicos ejemplares conocidos en el Bajo Gua-
dalquivir proceden, una vez más, de los contextos
industriales exhumados en Cerro Macareno (g. 7,
5-9 y 11). En algunos casos se trata simplemente de
trazos verticales o curvos, conservados a menudo de
forma muy parcial (Fernández Gómez et al. 1979: 72,
g. 42, 543-4; g. 43, 543-5 y 543-21), mientras que
en otros podemos reconocer un motivo simple pero
repetitivo, como son las aspas o las cruces, cuya di-
ferencia radica únicamente en la dirección diagonal
o vertical de uno de sus trazos (Fernández Gómez
et al. 1979: 72, g. 42, 548-1 y 548-2; g. 43, 400-47
y 627-1). Su posición sobre el cuerpo del ánfora es
variable, aunque suelen ubicarse preferentemente
en el borde o junto al fondo, siempre que ha sido po-
sible identicar el fragmento.
Marcas de este tipo están muy extendidas tanto
en el Sur como, sobre todo, en el Levante peninsu-
lar (Mata Parreño y Soria Combadiera 1997; 2015).
Sin embargo, cualquier tentativa de clasicación, in-
terpretación o estudio de su distribución se encuen-
tra lastrada por la sencillez de los trazos, la diversidad
de los motivos representados y la ausencia de estan-
darización. De hecho, es probable que solo fueran re-
conocidos por los propios alfareros, por las personas
encargadas de envasar, almacenar o transportar los
productos y, en menor medida, por los destinatarios
inmediatos. Aun así, C. Mata Parreño y L. Soria Com-
badiera (1997: 346) han asimilado el aspa con la letra
ibérica da. o ta. y la incluyen entre los signos epigrá-
cos, si bien reconocen por otro lado la dicultad de
otorgar un signicado concreto a un símbolo tan ge-
neralizado en el Mediterráneo. En cualquier caso, re-
sulta poco probable que este grafema se extendiera en
el corazón de una región donde el alfabeto ibérico no
está constatado en otros soportes, como tampoco el
uso de esta lengua en momentos tan antiguos. Tam-
bién se ha planteado la posibilidad de que este signo
correspondiera a una tau fenicia de tipo arcaico (Ruiz
Cabrero y Mederos Martín 2002), pero incluso en este
caso tampoco se descarta la posibilidad de que se tra-
tara simplemente de una marca de fácil ejecución. En
efecto, aunque su simplicidad y su frecuencia, sobre
todo si lo comparamos con el resto de los motivos re-
gistrados, invitan a pensar en un uso extendido y una
mayor facilidad de reconocimiento por parte de los
receptores potenciales, por la misma razón su signi-
cado pudo quedar más abierto y variar de un contexto
comercial a otro.
MARCAS INCISAS EPIGRÁFICAS
Al igual que las anteriores, consisten en motivos es-
quemáticos realizados con un instrumento pun-
zante sobre la supercie exterior de las ánforas,
aunque en este caso parecen representar signos al-
fabéticos más o menos aberrantes.
El grafema más reconocible, y también el más ex-
tendido, es el compuesto por tres trazos, dos de ten-
dencia curva a los lados y uno recto en el centro, que
convergen en un punto conformando una suerte de
punta de echa (g. 7, 13-16). Lo tenemos atestiguado
en los mismos contextos de Cerro Macareno (Fernán-
dez Gómez et al. 1979: 72, g. 42, 400-21 y 600-5), pero
también en el corte V-20, en este caso sobre un frag-
mento de cerámica a mano pintada fechado a na-
les del siglo V a.C. (Pellicer Catalán et al. 1983: 44,

LAS ÁNFORAS TURDETANASTIPO MACARENOEN EL BAJO GUADALQUIVIR
Figura 7. Selección de las marcas anfóricas más representativas procedentes de distintos yacimientos del Bajo Guadalquivir:
Cerro Macareno, cortes E-F-G (1-2, 4-12, 14 y 16); Itálica, “templo republicano” (3); Vico, sonde estratigráco (13); Carmona,
Casa-Palacio del Marqués de Saltillo (15) (elaboración propia a partir de dibujos originales)
 FRANCISCO JOSÉ GARCÍA FERNÁNDEZ, VIOLETA MORENO MEGÍAS Y ENRIQUE GARCÍA VARGAS
g. 46, 1326). Aparte de esta localización, se han po-
dido documentar ánforas con marcas similares en Vico
(Bandera Romero y Ferrer Albelda 2002: 135, g. 11, 9)
y en la ciudad de Carmona (Belén Deamos et al. 1997:
84, g. 9,1), fechadas respectivamente entre nales del
siglo VI y mediados del V a.C. y en la segunda mitad
de esta centuria. Suelen asociarse a este motivo otras
marcas parecidas pero con ligeras variaciones (g. 7, 10
y 12), como la incorporación de un cuarto trazo con-
vergente en el mismo punto o de una línea horizontal
que, a modo de cruz, atraviesa el trazo central y se une
a los dos trazos laterales cerrando la punta de echa
(Fernández Gómez et al. 1979: 72, g. 43, 531-5; g. 42,
531-1). Por lo que respecta a su posición, parece ha-
ber una preferencia por la parte superior del cuerpo, el
borde y sobre todo los hombros, aunque en ocasiones
también se sitúan en los tercios medio e inferior.
Los paralelos de esta marca, bien estudiados,
trascienden las fronteras cronológicas y geográcas
aquí descritas y los encontramos, por ejemplo, en
un envase asimilable al tipo CR-II hallado en un lu-
gar indeterminado de la costa de Castellón, datable
a partir de sus prototipos extremeños en el siglo V
a.C. (Guerrero Ayuso 1991: 59-60, g. 6d); en las án-
foras ibéricas del pecio de Benisafúller (Menorca),
fechadas en la primera mitad del siglo III a.C. (Mata
Parreño y Soria Combadiera 1997: 341, g. 14); o en
algunos ejemplares procedentes Olèrdola (Barce-
lona), aunque ya de contextos romano-republicanos
(Mata Parreño y Soria Combadiera 2015: 157, g. 8).
Recientemente se ha interpretado esta marca como
una simplicación de la letra shin fenicia, similar a
las del siglo VI a.C., mientras que la última variante
con la línea horizontal correspondería a una qof de
trazo bastante esquemático (Ruiz Cabrero y Mede-
ros Martín 2002: 97-98). Los mismos autores consi-
deran que la marca registrada en Cerro Macareno y
formada por dos toscos semicírculos que se encuen-
tran en el extremo inferior (Fernández Gómez et al.
1979: 72, g. 42, 543-4), incluida por nosotros entre
las anepigrácas, podría tratarse también de una le-
tra fenicia, en este caso un ayin (Ruiz Cabrero y Me-
deros Martín 2002: 97), aunque la ausencia de otros
paralelos obliga a tomar con cautela esta atribución.
Con todo, resulta muy sugerente la posibilidad de
que algunas de estas marcas estén haciendo referen-
cia al contenido de las ánforas, en especial la letra
shin. Es lo que se desprende, al menos, de algunas
ánforas halladas en Tell Miqne-Ekron (Palestina), en
concreto de varios ejemplares documentados en las
instalaciones industriales situadas al sur del Tem-
ple-Complex 650, datadas en el siglo VII a.C. y re-
lacionadas con la producción de aceite (véase Ruiz
Cabrero 2014), donde la aparición de la palabra šmn
(“aceite”) o la incisión del grafema š tres veces, quizá
una abreviatura de šmn, deja poco margen de duda
a la identicación del producto (Ruiz Cabrero y Me-
deros Martín 2002: 112-113).
2.2. Características tecnológicas
y compositivas
Por lo que respecta a rasgos tecnológicos y compo-
sitivos de estas ánforas, se aprecia una gran diversi-
dad de pastas que afecta por igual a ambas formas,
lo que podría estar poniendo en evidencia una pro-
ducción sumamente descentralizada y atomizada,
más acusada si cabe para las variantes del tipo Pelli-
cer BC. Asimismo, llama la atención la falta de coin-
cidencia entre las pastas más características del tipo
Pellicer BC y las del tipo D, al menos a nivel macros-
cópico, lo que ha llevado con frecuencia a buscar la
procedencia de parte de estas últimas en el entorno
de la Bahía de Cádiz. Descartada tal posibilidad,
como se deduce de la contribución correspondiente
a esta zona, queda abierta la puerta a la incorpora-
ción de nuevos centros de producción vinculados a
la formalización del tipo y a la coyuntura económica
que rodeó a su aparición en la región, cuando no a
“desplazar su fabricación hacia puntos no localiza-
dos de la costa continental acaso plenamente coste-
ros o relacionados con las paleodesembocaduras de
los ríos Guadalete e Iro” (Sáez Romero y Niveau de
Villedary y Mariñas 2016).
Lo amplio y variado del conjunto de ánforas
turdetanas del Bajo Guadalquivir, tanto desde el
punto de vista cronológico como de contextos de pro-
cedencia, genera en consecuencia un alto número
de grupos técnicos basados en la descripción ma-
croscópica. A grandes rasgos, destaca cómo, a par-
tir de una gran diversidad de posibilidades de pasta
entre los siglos V a.C. y III a.C., el abanico se reduce
drásticamente a partir de nales del siglo III a.C.
El aspecto más frecuente de las ánforas de tipo
Pellicer BC es el de una matriz compacta y homo-
génea de tonos rojizos, con las caras externas de la
pared en tonos más oscuros, marrones o grisáceos,
netamente diferenciados, probablemente debido a
un control consciente de la atmósfera de cocción, o
bien al contrario, con un nervio interior grisáceo y
bordes anaranjados, debido a una inversión de at-
mósferas en el proceso tecnológico de cocción y en-
friado1. La granulometría es na, con inclusiones de
1.
Grupos Técnicos 1 y 2, respectivamente, en Moreno Megías
(2017).

LAS ÁNFORAS TURDETANASTIPO MACARENOEN EL BAJO GUADALQUIVIR
pequeño tamaño y pequeñas vacuolas redondea-
das. A nivel mineralógico, abundan las inclusiones
de granos de cuarzo, en algunos casos redondeados,
algunos elementos ferruginosos y escasa mica mos-
covita. No se aprecian microfósiles en cantidad ni
otros fragmentos de roca (g. 8, 1-2). La presencia de
este tipo de pastas no va más allá del siglo III a.C. Pa-
rece claro que la intencionalidad en los cambios de
atmósfera de cocción, que dan lugar a las bandas de
colores tan marcadas que son características de estos
grupos, deja de aplicarse en el proceso tecnológico
de fabricación de los envases a partir del siglo III a.C.
(Moreno Megías 2017).
Relacionado tecnológicamente con los anterio-
res, encontramos otro grupo de matriz compacta y
homogénea en tonos uniformes de color naranja2. El
rasgo más característico es la abundancia de in-
clusiones de calcita, en muchos casos vaciadas a
causa de la temperatura de cocción alcanzada. Se
forman así poros de forma redondeada en los que
se mantienen restos de carbonato cálcico. Por otro
lado, no parecen identicarse muchos microfósiles
a nivel macroscópico. Están presentes, con menor
2.
Grupo Técnico 7 en Moreno Megías (2017).
frecuencia, los cuarzos, también de tamaño grande
y de perles angulosos (g. 8, 3).
También frecuentes son las pastas de matriz muy
na y arenosa, de textura compacta pero con po-
rosidad consistente en vacuolas alargadas clara-
mente alineadas. Se aprecian inclusiones nísimas
muy abundantes, de componente calcáreo princi-
palmente pero también de cuarzo, quizás disgre-
gadas de rocas sedimentarias como cuarcita, junto
con mayores inclusiones de origen orgánico (micro-
fósiles y fragmentos de conchas). Es igualmente fre-
cuente observar elementos ferruginosos o hematites
aislados, pero de gran tamaño. Se dan escasos fel-
despatos (plagioclasas) y mica moscovita, junto con
algún fragmento de roca metamórca (g. 8, 4). Se
trata de una pasta muy difundida por todos los yaci-
mientos importantes del Bajo Guadalquivir3, y soste-
nida en el tiempo desde las primeras producciones
hasta los modelos de Pellicer D más evolucionados.
También encontramos una serie de pastas ca-
racterizadas por la granulometría na de la matriz,
con porosidad poco abundante pero concentrada
en grandes vacuolas de forma alargada, orientadas
3.
Grupo Técnico 5 en Moreno Megías (2017).
Figura 8. Selección de los principales grupos de pasta presentes en el Bajo Guadalquivir: 1 (Cerro Macareno, corte V-20), 2 (Sevilla,
Cuesta del Rosario), 3 (Montemolín, corte A), 4 (Sevilla, Patio de Banderas), 5 (Alcalá del Río, Plazoleta de San Gregorio), 6 (Car-
mona, c/ Dr. Fleming 13-15) (elaboración propia)
 FRANCISCO JOSÉ GARCÍA FERNÁNDEZ, VIOLETA MORENO MEGÍAS Y ENRIQUE GARCÍA VARGAS
en el sentido del modelado4. La matriz adquiere co-
lores que abarcan desde el gris o beige muy pálido
hasta el marrón de los bordes, formando una dicoto-
mía entre el núcleo y los extremos de la pared. Entre
las inclusiones destacan clastos de cuarzo de me-
diano o gran tamaño, de forma angulosa, así como
los elementos de óxido de hierro que a menudo se
alojan en los poros de la pasta (g. 8, 5). Este grupo,
bastante frecuente en la región, se concentra espe-
cialmente en yacimientos como Cerro Macareno o
la Itálica prerromana, tanto en variantes del tipo Pe-
llicer BC como del tipo Pellicer D. Estas últimas, sin
embargo, se mantienen circunscritas al siglo III a.C.,
por lo que no se trata de los bordes de Pellicer D más
evolucionados. La pasta venía ya apareciendo en án-
foras desde nales del siglo VI a.C.
Por último, otro grupo de pastas se dene por
una matriz na y compacta en tonos generalmente
claros, con pocas inclusiones apreciables a nivel ma-
croscópico, principalmente elementos calcáreos. A
más aumentos nos encontramos con una cantidad
muy abundante de microfósiles a lo largo de toda la
matriz, lo que se corrobora en la observación a mi-
croscopio de lámina delgada. También pueden verse
algunas inclusiones de cuarzo, fragmentos de roca
calcárea y escasa mica moscovita y elementos ferru-
ginosos (g. 8, 6). Se relaciona muy estrechamente
con el territorio de Carmona. A pesar de que, a nivel
petrográco, las pastas de Carmona son muy simi-
lares durante todo el espectro de producción, desde
las Pellicer BC hasta los últimos modelos de Pellicer
D ya en época romana, sí es cierto que macroscópi-
camente se aprecia una variación en las pastas. La
consistencia de la difusión de esta pasta más na5,
que alcanza hasta principios del siglo I d.C., su-
giere nuevos procedimientos para preparar la ma-
teria prima para los envases del tipo Pellicer D, aun
cuando el punto de aprovisionamiento de arcilla
fuera el mismo.
2.3. Los alfares: geografía y tecnología
de la producción
Como se acaba de decir, no es posible relacionar
la producción de tipos o variantes con áreas o cen-
tros concretos, al menos hasta el momento. A pesar
de que se han documentado algunos contextos pro-
ductivos asociados a hornos cerámicos adscribibles a
este periodo en localidades como Sevilla, Carmona,
Itálica o el propio Cerro Macareno (García Fernández
4.
Grupo Técnico 12 en Moreno Megías (2017).
5.
Grupo Técnico 3 en Moreno Megías (2017).
y García Vargas 2012), no resulta fácil encontrar indi-
cios seguros de fabricación de estos envases, a excep-
ción del alfar documentado en la c/ Dr. Fleming 13-15
de Carmona (Ortiz Navarrete y Conlin Hayes e.p.),
que se tratará a continuación (g. 9).
Por lo que respecta a Cerro Macareno, las exca-
vaciones llevadas a cabo en la campaña de 1974 per-
mitieron documentar un conjunto de hornos en las
cuadrículas G, H.I y H.I cuyo funcionamiento viene
fechándose entre nales del siglo V y mediados del
IV a.C. (Fernández Gómez et al. 1979; Ruiz Mata y
Córdoba Alonso 1999). A pesar de ello, las memorias
publicadas hasta la fecha no mencionan fallos de
cocción de formas reconocibles asociadas a estas es-
tructuras, aunque sí se señala la aparición de ánforas
quemadas con perl de saco en la cuadrícula conti-
gua, la F (Fernández Gómez et al. 1979: 25). Esta es-
taba ocupada parcialmente por dos hoyos rellenos
con capas de cenizas, tierra, adobe y fragmentos ce-
rámicos orientados respectivamente hacia las bocas
de los hornos antedichos, que fueron interpretados
como vertidos de desecho, resultantes quizá de las
labores de mantenimiento. Por otro lado, los análi-
sis arqueométricos realizados sobre 25 fragmentos
de ánforas y dos muestras de arcilla obtenidas en las
inmediaciones del yacimiento permitieron compro-
bar que la composición mineralógica de una buena
parte de ellas era similar a la de las materias primas
de referencia, por lo que todo apunta a que estos
ejemplares “se fabricaron a partir de sedimentos -
nos, del aluvial del Guadalquivir, próximos al mismo
Cerro Macareno” (González Vilches et al. 1985: 178).
En Carmona se han delimitado dos áreas in-
dustriales más o menos diferenciadas topográca y
cronológicamente dentro de la inmediata periferia
urbana, que se tratarán con más detalle en el apar-
tado correspondiente de esta monografía. La pri-
mera se sitúa al norte, junto a la vaguada formada
por arroyo Albollón y se fecha entre los siglos IV y
II a.C.; mientras que la segunda se instala hacia el
oeste, cerca del Postigo y de la muralla de la Barba-
cana, y al norte de la Puerta de Sevilla, poco antes del
cambio de era. En el primer caso se excavaron siete
hornos de planta circular y tamaño variable amor-
tizados por sendos rellenos con restos de cerámica
común y recipientes anfóricos (Rodríguez Rodrí-
guez 2001: 311-312). Aunque los análisis compara-
tivos realizados sobre algunos materiales cerámicos,
restos constructivos y muestras de barro proceden-
tes de canteras tradicionales situadas en los alrede-
dores de Carmona han llevado a sus excavadores
a plantear “la homogeneidad de la composición,
de la textura, de las pastas y de las condiciones de

LAS ÁNFORAS TURDETANASTIPO MACARENOEN EL BAJO GUADALQUIVIR
elaboración”, también es cierto que no contábamos
hasta el momento con evidencias fehacientes que
permitieran asociar las formas identicadas con la
producción de estos hornos. Por el contrario, en los
vertidos amortizados por los hornos exhumados en
la c/ Dr. Fleming 13-15 de Carmona, fechados ya en
el cambio de era, se pudieron documentar desechos
de cocción de ánforas Pellicer D asociados a formas
plenamente romanizadas, como Haltern 70 y cerá-
micas comunes (Ortiz Navarrete y Conlin Hayes e.p.),
lo que pone de relieve no solo la producción local de
estos contenedores, sino la perduración de los tipos
turdetanos en momentos tardorrepublicanos.
El caso de Itálica es singular por el tamaño y las
soluciones constructivas empleadas en el horno ex-
humado en la zona de Pajar de Artillo. En relación
con esta estructura su excavador cita la aparición de
“fragmentos de cerámica (ánforas, platos, etc.), de-
formados por una cocción defectuosa”, así como al-
gunos prismas de barro utilizados probablemente
para separar las piezas dentro del horno (Luzón No-
gué 1973: 23). Sin embargo, a pesar de la frecuente
presencia de restos de ánforas Pellicer D, ningún
ejemplar diagnosticable muestra aparentemente fa-
llos de cocción, lo que pone en cuarentena la posibi-
lidad de que estos contenedores se fabricaran en el
solar de la primitiva Itálica. A ello hay que añadir la
dicultad para relacionar las distintas fases, sus co-
rrespondientes contextos y las láminas aportadas
por Luzón en la memoria de excavación, que ha lle-
vado a la revisión de las cronologías propuestas ini-
cialmente, de segunda mitad o nes del siglo II a.C.
(Luzón Nogué 1973: 25). De hecho, Pellicer fechó es-
tos niveles en el siglo III a.C. (Pellicer Catalán 1998:
153-155), mientras que Ruiz Mata elevó su cronología
a nales del nales del IV a.C. (Ruiz Mata 1998: 218);
no obstante, si tenemos en cuenta no solo estos ma-
teriales, sino también los contextos asociados a los
niveles de ocupación anteriores e inmediatamente
posteriores, no resultaría inverosímil situar la fecha
de actividad de este horno en los momentos nales
del siglo III e incluso a inicios del II a.C. (García Fer-
nández y García Vargas 2012: 22).
Por último, las excavaciones realizadas en los só-
tanos del Palacio Arzobispal de Sevilla (Mora Vicente
y Romo Salas 2006) han permitido documentar dos
Figura 9. Contextos productivos fechados en la II Edad del Hierro o el periodo romano-republicado documentados en el Bajo
Guadalquivir (elaboración propia)
 FRANCISCO JOSÉ GARCÍA FERNÁNDEZ, VIOLETA MORENO MEGÍAS Y ENRIQUE GARCÍA VARGAS
hornos que podrían pertenecer a un sector portua-
rio e industrial extramuros de la Spal tardorrepubli-
cana (González Acuña 2011: 438; Escacena Carrasco
y García Fernández 2012: 793). Los materiales aso-
ciados a los niveles de construcción y amortización
del primero han aportado un elenco representativo
de las ánforas en circulación durante el siglo II e ini-
cios del I a.C. en la ciudad (Pellicer D, T-12.1.1.1/2,
T-8.2.1.1 o T-9.1.1.1 y Dressel 1), pero ninguno de los
fragmentos con fallos de cocción registrados han po-
dido asignarse a un tipo en concreto. En el caso del
segundo horno, el tramo de muro exhumado estaba
armado con fragmentos de al menos tres ánforas
T-8.2.1.1, así como con restos de cerámicas comu-
nes, pero ni las pastas (que remiten a los alfares ga-
ditanos) ni la ausencia de fragmentos defectuosos
autorizan a pensar en una producción local de estos
tipos anfóricos ni de otras formas diagnosticables.
Habrá que esperar a los resultados de los análisis ar-
queométricos realizados a los fallos de cocción y a su
comparación con los ejemplares identicados para
avanzar conclusiones en este sentido.
A pesar de ello, tanto la preeminencia de los tipos
Pellicer BC y D en los asentamientos del Bajo Gua-
dalquivir como la composición de las pastas apun-
tan a una fabricación local de buena parte de los
ejemplares documentados. No es posible, de mo-
mento, situar estas producciones en ningún área o
centro en concreto, a excepción como se ha dicho
del alfar identicado en las afueras de Carmona y del
sector industrial excavado en Cerro Macareno6. Sin
embargo, dada la diversidad de recetas no se puede
descartar la posibilidad de que funcionaran simul-
táneamente talleres en las distintas comarcas na-
turales de la región: vega del Guadalquivir, Alcores,
Campiña, margen oriental del lacus Ligustinus o in-
cluso Aljarafe/valle del Guadiamar. A falta de datos
más precisos sobre los alfares turdetanos, solo un es-
tudio de la distribución espacial de los grupos ma-
croscópicos identicados y la realización de análisis
arqueométricos sistemáticos a una amplia selección
de muestras y su comparación con producciones ya
caracterizadas o con depósitos geológicos bien de-
nidos, que se encuentra en proceso, podrá proveer
en el futuro de indicios para asociar las variantes ba-
joandaluzas a áreas o talleres especícos.
6. En este caso, la revisión de los materiales registrados en las in-
tervenciones de urgencia realizadas a mediados de los años setenta
(Moreno Megías 2019) y las evidencias procedentes de las nuevas
excavaciones sistemáticas llevadas a cabo desde el año 2018 (Gar-
cía Fernández et al. e.p.) no dejan lugar a dudas de que este alfar
debió producir contenedores anfóricos desde al menos nales del
siglo V a.C.
2.4. Los contenidos de las ánforas
Hasta hace poco no contábamos con evidencias de
residuos ni análisis químicos que avalaran los co-
metidos que generalmente se han atribuido a estas
ánforas como contenedores de excedentes agrope-
cuarios. Recientemente se ha realizado un estudio
sistemático sobre un amplio conjunto de ejempla-
res procedentes de Alcalá del Río y Vico, un centro
portuario del Guadalquivir y un oppidum del inte-
rior de la campiña, representativos a su vez de sus
respectivos territorios. Ambos cuentan con poten-
tes secuencias estratigrácas que abarcan desde -
nales de época orientalizante hasta los inicios de la
romanización y han aportado una muestra signi-
cativa de las ánforas que circularon por la región
durante este periodo, así como de su evolución.
La selección abarcaba tanto ánforas Pellicer BC
y D como tipos de otras procedencias (T-8.1.1.2,
T-8.2.1.1), con un contenido más contrastado en la
bibliografía, que sirvieran de referencia compara-
tiva (García Fernández et al. 2016).
En todas las muestras que han ofrecido resulta-
dos claros, en su mayoría fondos y algunos bordes,
se han detectado dos tipos de productos: uno de ori-
gen vegetal, muy probablemente aceite de oliva, y
otros de origen animal, que se ha relacionado con
carne de herbívoro procesada y derivados lácteos.
Sin embargo, lo más llamativo quizá sea la distribu-
ción geográca de estos resultados y los envases a
los que están asociados. En efecto, las muestras que
apuntan al aceite de oliva como posible contenido
se concentran en el centro portuario de Alcalá del
Río y corresponden indistintamente a fondos y bor-
des de los tipos Pellicer BC (1 muestra) y Pellicer D
(3 muestras), a lo que hay que sumar otros ejempla-
res de ánforas T-8.1.1.2 y T-8.2.1.1 que también han
proporcionado indicios de haber albergado aceite
de oliva, especialmente las primeras. Por su parte,
los análisis realizados sobre las ánforas de Vico,
en todos los casos fondos de ánforas Pellicer BC (3
muestras) y Pellicer D (3 muestras) procedentes de
distintos niveles, aportan interesantes datos sobre
posibles restos orgánicos compatibles con grasas de
animales, carne en salazón o macerada en especias
y derivados de productos lácteos (queso, requesón).
Estos resultados parecen conrmar la sospecha
de que las ánforas Pellicer BC y D producidas y docu-
mentadas en el Bajo Guadalquivir eran contenedores
polivalentes que transportaron una amplia variedad
de excedentes agropecuarios: aceite de oliva por su-
puesto, pero también carne y derivados lácteos, sin
que debamos descartar otros productos como el vino

LAS ÁNFORAS TURDETANASTIPO MACARENOEN EL BAJO GUADALQUIVIR
o los cereales, más difíciles de detectar arqueométri-
camente. Asimismo, tampoco hay que desdeñar la po-
sibilidad de que estos contenedores tuvieran un uso
secundario como recipientes de almacenamiento de
otros productos, una práctica habitual en un momento
–nales de la Edad del Hierro– en el que la circula-
ción de estos envases aún no era masiva y su reutili-
zación fue una estrategia doméstica bastante habitual.
Las técnicas analíticas no permiten distinguir las re-
utilizaciones de forma clara, por lo que de momento
la asignación de contenidos primarios a estas formas
debe quedar en cuarentena a la espera de evidencias
más claras o estudios sobre materiales procedentes de
contextos de almacenamiento no domésticos.
Sea como fuere, las ánforas de Vico revelan la ex-
tensión de una costumbre, bien documentada en los
ámbitos fenicio-púnicos del Mediterráneo central
(Ramon Torres 1995: 264), como es el uso de los re-
cipientes anfóricos para el envasado de carne pro-
cesada y su posible comercialización; una práctica
que no era desconocida en la región si nos hacemos
eco de los estudios realizados sobre el vecino yaci-
miento de Montemolín, la acrópolis de Vico durante
el periodo orientalizante, que albergó a nales de la
I Edad del Hierro un centro ceremonial destinado al
sacricio ritual de animales (ovicápricos, bóvidos y
suidos) y a su redistribución comarcal (Bandera Ro-
mero et al. 1995-1999; Chaves Tristán et al. 2000).
No resulta difícil imaginar que, una vez abandonado
este complejo sacricial en la primera mitad del si-
glo VI a.C., los habitantes de Vico pudieron mante-
ner una estructura económica similar combinando
los cultivos de secano (cereales y olivares) con la cría
de ganado (Ferrer Albelda et al. 2011).
En denitiva, la escasa estandarización de los ti-
pos Pellicer BC y las primeras Pellicer D no deja lu-
gar a dudas de que son el resultado, como se ha
dicho, de una producción descentralizada en talle-
res que operan de forma independiente vinculados
a áreas de especial intensicación agropecuaria (va-
lles del Guadalquivir, Aljarafe, Alcores, campiña de
Sevilla, etc.) y estarían destinados a contener y trans-
portar los excedentes producidos en cada lugar.
Por lo que respecta a otras instalaciones asocia-
das a estos contenedores, mientras que el mundo
ibérico ha proporcionado numerosos testimonios
de sistemas de almacenamiento a lo largo de la fa-
chada oriental de la península ibérica, la arqueo-
logía turdetana no se ha prodigado en este tipo de
estructuras (véase Moreno Megías 2020). Por el mo-
mento solo contamos en el Bajo Guadalquivir con
un espacio que pueda considerarse con cierta pro-
babiliad un almacén de productos alimenticios: el
llamado templo republicano o “Capitolio” de Itá-
lica, excavado en el Cerro de los Palacios de Santi-
ponce (Bendala Galán 1982). Su función vendría
justicada por la gran cantidad de ánforas dispues-
tas ordenadamente en el acceso al recinto, a pesar
de la inicial identicación del edicio con un templo
romano construido en los primeros momentos de la
conquista. También en Tejada la Vieja (Escacena del
Campo) se ha propuesto la existencia de espacios de
almacenamiento en niveles de los siglos VI-V a.C. Se
trata de unas estructuras de piedra de factura más
cuidada que las viviendas, con plantas de tendencia
rectangular, disposición ordenada y mayores dimen-
siones, que albergaban numerosas ánforas en su inte-
rior (Fernández Jurado y García Sanz 1987: 111). Por
último, en el área minera de Las Cruces (Salteras) se
ha exhumado recientemente una gran estructura de
almacenamiento, en este caso de carácter rural, for-
mada por una serie de naves paralelas dispuestas per-
pendicularmente a otra transversal de mayor tamaño
a las que se accedía a través de un gran espacio abierto,
delimitado por muros y pavimentado por cantos ro-
dados, al que daban también otras estancias menores
(Vera Cruz 2012). Su excavadora interpreta estos edi-
cios como “un conjunto dedicado a la explotación,
producción y almacenamiento de productos agríco-
las” (Vera Cruz 2012: 70), lo que vendría avalado por
la frecuente aparición de vasos de almacenamiento
y ánforas, entre ellas algunos ejemplares de Pellicer
BC con una cronología que iría de nales del VI al
siglo IV a.C.
En cuanto a lagares o almazaras, las interven-
ciones llevadas a cabo a lo largo del Bajo Guadal-
quivir han proporcionado aún menos evidencias,
al menos para época prerromana, a la espera de la
publicación denitiva de los resultados de las exca-
vaciones realizadas en el “lagar turdetano” de Osset
(San Juan de Aznalfarache). De momento una casa
del yacimiento de Tejada la Vieja correspondiente al
nivel datado en los siglos V-IV a.C. es la única que
presenta ciertas similitudes con la disposición in-
terna de una estancia con piletas para la pisa de uva
construida con técnicas de origen cartaginés en el
yacimiento de Las Cumbres (Blanco Freijeiro y Ro-
thenberg 1981: 256-262), por lo que no sin cautela
podría hacerse extensiva esta función.
3. LA CIRCULACIÓN Y CONSUMO DE
ÁNFORAS TURDETANAS”
Como se ha visto más arriba, las ánforas Pellicer
BC y D están presentes en prácticamente todos los
contextos coetáneos del área de estudio, tanto en
 FRANCISCO JOSÉ GARCÍA FERNÁNDEZ, VIOLETA MORENO MEGÍAS Y ENRIQUE GARCÍA VARGAS
asentamientos de primer orden como en otro tipo
de hábitats menores. Ello es extensivo a otros terri-
torios vecinos, como la Tierra Llana de Huelva, el
valle del Guadalete y la bahía de Cádiz cuya produc-
ción se trata además en los capítulos correspondien-
tes, así como las campiñas de Jerez de la Frontera y
Medina Sidonia (g. 1). Fuera de las fronteras de Tur-
detania suelen ser frecuentes en el Bajo Guadiana, Al-
garve y Alentejo, que constituye su segundo círculo
de distribución, extendiéndose, aunque en menor
medida, hacia el resto del litoral atlántico peninsular,
pero también hacia el otro lado del Estrecho, donde
aparecen en los establecimientos púnicos. Por otro
lado, tenemos ánforas turdetanas en distintos puntos
del Medio y Alto Guadalquivir, costa de Málaga y Le-
vante, aunque en este caso la caracterización de los
ejemplares bajoandaluces y su distribución, en rela-
ción con las versiones locales de estas ánforas des-
critas en otros capítulos, es un trabajo que aún está
por hacer. Lo mismo se puede decir del Medio Gua-
diana, Beturia y Alentejo Central, donde además hay
que tener en cuenta las particularidades culturales
de la región en época postorientalizante y los cam-
bios provocados por la denominada “crisis del 400”
(Rodríguez Díaz 1994).
Es en estas áreas “exteriores” a los núcleos pro-
ductivos turdetanos donde más se aprecia la di-
ferencia entre la distribución de las variantes de
la forma Pellicer BC y las Pellicer D, tanto en su
alcance geográfico como en el número de indivi-
duos, lo cual puede achacarse a las propias diná-
micas comerciales y a la mayor participación de
estas últimas en las redes interregionales lidera-
das por Gadir, especialmente tras la conquista ro-
mana. Eso podría constituir una prueba más de
que el proceso de estandarización morfológica y de
centralización de la producción no estaba desco-
nectada de las transformaciones económicas que
se van imponiendo en la región a nales de la Edad
del Hierro, favoreciendo una mayor difusión de sus
productos.
En efecto, mientras que ambas formas suelen al-
canzar la mayor parte de los centros costeros atlán-
ticos en los que se han constatado importaciones
meridionales, solo las Pellicer D parecen llegar al le-
vante mediterráneo, si nos hacemos eco del espéci-
men completo hallado en el anteatro de Cartagena
(Ramon Torres 1995: 55), si bien es probable que la
ausencia de más referencias en este sector del litoral
se deba a un décit en la investigación, que pasa por
Figura 10. Distribución de las ánforas Pellicer BC por la costa occidental de la Península Ibérica y el norte de África
(elaboración propia)

LAS ÁNFORAS TURDETANASTIPO MACARENOEN EL BAJO GUADALQUIVIR
también por caracterizar, como se ha dicho, las ver-
siones producidas en Andalucía Oriental.
Conocemos bastante mejor el tráco de estos en-
vases en la costa occidental peninsular (g. 10 y 11),
donde han sido estudiadas recientemente las im-
portaciones bajoandaluzas (García Fernández
2019). En esta zona la mayor parte de los ejempla-
res, tanto de Pellicer BC como de D, se concentran
claramente en el Bajo Guadiana y la costa algarvia,
cuya vinculación con el círculo del estrecho está
más que demostrada (Sousa y Arruda 2010), exten-
diéndose tímidamente hacia el valle del río Mira
y el Bajo Alentejo. Pasada la costa vicentina el vo-
lumen de material en circulación se contrae, aun-
que se han documentado algunos individuos en el
interior de los estuarios del Sado y del Tajo convi-
viendo en los mismos centros de consumo con las
producciones locales de envases derivados de las
ánforas fenicio-púnicas, desarrolladas en el capí-
tulo correspondiente. En Setúbal y Lisboa, para-
dójicamente, son más frecuentes dentro de lo que
cabe las importaciones meridionales del tipo Pelli-
cer BC, aunque a la larga la forma Pellicer D (y tam-
bién la Castro Marim 1), tendrá una distribución
más capilar al albur de la circulación de mercancías
asociada al movimiento del ejército y al propio co-
mercio gaditano. Más al norte, la llegada de en-
vases turdetanos es prácticamente testimonial,
estando registrada muy puntualmente entre los va-
lles del Mondego, Duero y Miño, mientras que en
las rías gallegas suelen aparecer asociadas a otras
producciones púnicas destinadas al intercambio
con las comunidades castreñas, sobre todo en mo-
mentos romano-republicanos (Sáez Romero et al.
2019). Por último, en lo que respecta a la orilla sur
del Estrecho (g. 10 y 11), ánforas de estos tipos han
sido documentadas en Lixus (Aranegui Gascó 2005:
109-110) y en el alfar de Kuass (Kbiri 2007: 70, 74-
75, 85-86), donde se ha llegado incluso a plantear
su fabricación (Ramon Torres 1995: 98), así como
en amusida (Akerraz et al. 2009: 157, g. 11) y
en Banasa, en relación también a un contexto pro-
ductivo (Arharbi et al. 2001: 151), donde encontra-
mos algunos ejemplares de Pellicer BC y Pellicer D
respectivamente. En la fachada mediterránea tin-
gitana se han registrado también ánforas del tipo
Pellicer D evolucionada, junto a otros materiales
cerámicos gadiritas, en el yacimiento Río Negro I/
Koudia Talâa, localizados en sus niveles de aban-
dono (El Khayari et al. 2011: 375, g. 22).
Figura 11. Distribución de las ánforas Pellicer D y Castro Marim 1 por la costa occidental de la Península Ibérica y
el norte de África (elaboración propia)
 FRANCISCO JOSÉ GARCÍA FERNÁNDEZ, VIOLETA MORENO MEGÍAS Y ENRIQUE GARCÍA VARGAS
4. CONCLUSIONES
Creemos evidente que tanto desde el punto de vista
tecnológico como morfológico las ánforas turdeta-
nas son herederas de las ánforas fenicias “de saco”
y, como tales, son también las sucesoras de la tradi-
ción alfarera que las acompaña, lo que afecta a las
formas artesanales y a los procesos productivos. Al
menos eso es lo que se desprende de los pocos ta-
lleres documentados hasta la fecha, especialmente
los hornos de Cerro Macareno y la zona industrial
del Albollón, en Carmona, donde –con las salve-
dades hechas– es posible que se cocieran variantes
de Pellicer BC. La ausencia de ejemplares comple-
tos nos impide conocer con precisión la formaliza-
ción de estos envases en su fase inicial, así como su
evolución a lo largo de la II Edad del Hierro. Aun así,
las divergencias que se observan en los fragmen-
tos más completos documentados invitan a pensar
en la existencia de una mayor variabilidad de tipos
detrás de la denición genérica de la forma Pellicer
BC y más matices en su desarrollo morfológico, al
margen de las diferencias observadas en la sección
de los bordes, que sigue teniendo un valor relativo
como indicador cronológico.
En este sentido, la diversidad de variantes y, so-
bre todo, de pastas podría estar sugiriendo, como ya
se ha mencionado, una producción descentralizada,
hasta cierto punto autónoma, amoldada a las nece-
sidades de las distintas áreas económicas y orien-
tada a una distribución mayoritariamente regional,
si comparamos el volumen de producción que se
desprende de los hallazgos realizados en el interior
de Turdetania con los ejemplares documentados
fuera de sus fronteras, especialmente en relación
con otros envases coetáneos con las ánforas salazo-
neras gadiritas. En otras palabras, es posible que las
distintas comarcas naturales de la Baja Andalucía
adoptaran el contenedor fenicio occidental por ex-
celencia y lo adaptaran de alguna manera a sus ex-
cedentes productivos y a sus mercados potenciales,
manteniendo a grandes rasgos el mismo aire de fa-
milia que le da la evolución del ánfora “de saco” pero
con sucientes diferencias tanto en el tamaño como
en el desarrollo morfológico de los tipos. Ello expli-
caría no solo las diferencias entre las formas B y C
de Pellicer, sino también la convivencia de ejempla-
res carenados con otros de hombros suaves, la apari-
ción de variantes más esbeltas, como la denida por
Florido en su tipo V2, y la disparidad de tamaños en-
tre unos envases y otros, que no se puede achacar
únicamente a la evolución de los tipos o a cambios
en las coyunturas económicas.
Aunque son pocas las pastas que de momento
se puedan asociar fehacientemente a centros pro-
ductores concretos, las analogías que muestran la
mayor parte de los grupos denidos con las produc-
ciones propias del Bajo Guadalquivir permiten ads-
cribir buena parte de las ánforas Pellicer BC a esta
región, teniendo en cuenta además la diversidad de
suelos y, por tanto, de arcillas utilizadas para su ela-
boración. Aunque parece constatada la fabricación
de ánforas turdetanas tanto en el valle del Guadal-
quivir como en Los Alcores (Carmona), no podemos
descartar la posibilidad de que se fabricaran tam-
bién en las campiñas interiores (en la zona de Mar-
chena, por ejemplo), en las localidades ribereñas del
lacus Ligustinus o en el Aljarafe y el valle del Guadia-
mar, destinadas a envasar productos propios y con
sus respectivos canales de comercialización, como
también se ha podido comprobar en otras áreas ve-
cinas y estrechamente relacionadas como la Tierra
Llana de Huelva, el valle del Guadalete o la campiña
de Cádiz, que se tratarán aparte en este volumen.
Lógicamente, la fabricación de envases en dis-
tintas comarcas naturales, con distintas vocaciones
económicas, podría explicar también la variedad de
contenidos. En las páginas anteriores creemos ha-
ber podido demostrar el carácter polifuncional de
estas ánforas no solo de forma directa, a través de
los análisis arqueométricos, sino también indirecta,
atendiendo a la diversidad de procedencias y, en
consecuencia, de recursos que pudieron explotarse
y envasarse en cada área. Esta sería también una de
las principales razones que impulsaría su distribu-
ción hacia comarcas decientes de determinados
productos, ya sea dentro como fuera de la región.
La frecuente aparición de ánforas tanto en contex-
tos urbanos como rurales nos permite avanzar algu-
nas ideas sobre el movimiento de mercancías desde
sus lugares de origen hasta los centros redistribui-
dores, que se concentran mayormente a orillas del
Guadalquivir, pero también a la inversa, desde es-
tos hasta el interior de la campiña, para el caso de
los productos foráneos que se introducen en la re-
gión. Sin embargo, es posible que el tráco exterior
no fuera tan autárquico ni tan capilar como podría
parecer, si nos hacemos eco de la composición de los
contextos de consumo, donde los envases turdeta-
nos comparecen selectivamente con el resto del re-
pertorio anfórico púnico gaditano y una gran parte
de sus producciones comunes.
Todo apunta a que Cádiz debió centralizar y
quizá capitalizar la exportación de los productos
turdetanos aprovechando sus redes comerciales, lo
que dejaría en manos de los púnicos buena parte de

LAS ÁNFORAS TURDETANASTIPO MACARENOEN EL BAJO GUADALQUIVIR
los benecios. Siguiendo la misma lógica del movi-
miento regional de mercancías, y basándonos en la
frecuente aparición de ánforas turdetanas tanto en
la Gadir insular como en su cinturón industrial, no
sería descabellado pensar que una parte de los en-
vases se destinaran al consumo directo mientras que
otros se transvasan en los mismos muelles para for-
mar parte de etes más grandes y heterogéneos des-
tinados a los mercados atlánticos y mediterráneos.
De momento el contenido exacto de estos envases se
nos escapa, a falta de análisis tanto de los ejemplares
aparecidos en Cádiz como en los lugares de arribada,
pero es evidente que estaban destinados a cubrir una
demanda concreta que evidentemente no debió ser
estable en el tiempo, pero que revela la buena aco-
gida que sus productos debieron tener –ya sea por su
calidad, su precio o su rareza– en esos centros.
Como ya se ha advertido, la transición de las ánfo-
ras Pellicer BC a las D se muestra de momento opaca,
ya que no está bien registrado su periodo de conviven-
cia. Ni siquiera tenemos certeza de que el origen de
esta segunda forma se encuentre en los prototipos re-
gionales turdetanos, y desconocemos a ciencia cierta el
peso real que tuvieron los envases púnicos que se aso-
cian habitualmente a la formalización del tipo. Lo que
sí parece cierto es que este cambio no debió ser ajeno a
las transformaciones que se estaban operando a escala
mediterránea en las esferas productivas y comerciales
desde el siglo IV a.C. y que acabaron afectando a la re-
gión turdetana. La mayor integración económica entre
los mercados, el incremento de la competencia entre
las distintas áreas productoras y el creciente poder po-
lítico de Cartago, destinada a dirigir a buena parte de
los actores participantes de este escenario, no son más
que algunos de los factores que contribuyeron a la re-
orientación económica de Gadir, la transformación de
su estructura productiva y su virada hacia el atlántico,
que acabó arrastrando también a las poblaciones tur-
detanas (Sáez Romero 2018). En este contexto, apenas
esbozado, es donde parece adquirir sentido la progre-
siva estandarización de los envases turdetanos, que
puede tener su origen en los propios núcleos produc-
tores de la trascosta gaditana en los que debió manu-
facturarse una parte de las ánforas Pellicer D.
Se ha señalado anteriormente cómo la diversidad
que se apreciaba en las pastas cerámicas de las ánfo-
ras Pellicer BC se reduce visiblemente en el caso de
las Pellicer D. Para ello se ha aducido una concentra-
ción de la producción de estos envases en determi-
nadas zonas que se vieron potenciadas en detrimento
de otras en un proceso que no fue ajeno a la introduc-
ción de nuevas formas de explotación del territorio
e incluso de nuevos tipos de asentamientos rurales,
como se ha puesto en evidencia para la zona de la
campiña de Cádiz (Carretero Poblete 2007). Y es que
mientras algunos grupos de pasta que ya se conocían
para las Pellicer BC se mantienen, aparecen otros
nuevos cuya localización es difícil de precisar pero
que podrían ser compatibles con otras áreas de la ori-
lla norte del Estrecho o incluso con la costa nortea-
fricana. Ello no signica que las Pellicer D se dejaran
de fabricar en el Bajo Guadalquivir, de hecho, su pro-
ducción está constatada en los hornos de Carmona
a mediados del siglo I a.C. y, probablemente tam-
bién, en Itálica al menos un siglo antes. Al contrario,
lo que se produce en este momento es una extraor-
dinaria difusión de la forma asociada a su progresiva
estandarización tecnológica y morfológica, que ga-
rantiza su ergonomía con respecto a los sistemas de
transporte y su adecuación a las necesidades de un
comercio cada vez más integrado y competitivo. El
volumen de producción alcanzado da fe del dina-
mismo económico de sus centros de fabricación/
distribución y de los territorios dependientes de los
mismos, que una vez más dibujan un amplio esce-
nario donde conviven paisajes y recursos diversos
y complementarios (Ferrer Albelda et al. 2008). En
cualquier caso, este proceso de concentración y co-
nexión suprarregional de la alfarería turdetana pa-
rece dejar de lado las zonas más internas del Bajo
Valle, como la campiña de Marchena, antes plena-
mente dinámicas en este proceso.
La conquista romana no hará más que soste-
ner e incluso potenciar este fenómeno en la me-
dida en que satisfacía sus intereses. El comercio
gaditano se ve favorecido por esta nueva coyun-
tura y, en consecuencia, también la comercializa-
ción de productos turdetanos, que mantienen e
incrementan su presencia en los mercados atlánti-
cos, alcanzando ya con frecuencia la costa del No-
roeste. Asimismo, ánforas turdetanas de la forma
Pellicer D, pero también nuevas variantes del tipo
Castro Marim 1, comparten destino con las pro-
ducciones gaditanas, norteafricanas e itálicas que
acompañan a los ejércitos en sus campañas. Po-
dríamos decir que el momento de mayor auge de
la forma coincide con su última etapa de produc-
ción, cuando se están empezando a introducir en
los alfares de la costa y del interior del valle del Gua-
dalquivir nuevos envases romanizados que poco a
poco se irán imponiendo a las ánforas de tradición
fenicio-púnica, normalizando formas y formatos
en un momento de profundos cambios en el pai-
saje productivo y la orientación comercial de lo
que pronto será la provincia Bética (García Vargas
et al. 2011).
 FRANCISCO JOSÉ GARCÍA FERNÁNDEZ, VIOLETA MORENO MEGÍAS Y ENRIQUE GARCÍA VARGAS
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Desde su creación a finales del siglo XX, el museo municipal de San Fernando ha recibido periódicamente donaciones de materiales procedentes tanto de la franja de playa popularmente conocida como Camposoto (o "del castillo") como del islote de Sancti Petri y su entorno. Algunos de ellos, de especial interés, han sido objeto de publicación en diversos trabajos, aportando-en conjunto con otros indicadores-pistas significativas para el estudio de la evolución del poblamiento y la geomorfología de todo este complejo sector, tanto para la fase fenicio-púnica como para la tardopúnica-romana. El objetivo de estas páginas es dar a conocer un modesto conjunto de piezas, recuperadas de forma aislada y-que sepamos-sin asociación a estructuras, procedentes del islote, las cuales complementan los datos aportados por los conjuntos artefactuales recuperados en 1985 y 2009 en el islote. Las piezas constituyen un "conjunto" bastante heterogéneo, tanto a nivel cronológico como técnico-tipológico, predominando las ánforas locales.
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From the beginning of the Phoenician presence in the Tagus estuary, a dense productive network developed in ancient Olisipo, where the manufacture of amphorae was one of its main activities. These were intended for packaging and commercialising the agricultural surpluses produced in the region, coexisting with imports from the south, mainly from the Straits of Gibraltar, which were used as prototypes. The vitality of this industry was maintained and even increased during the Late Iron Age, coinciding with the expansion of rural settlements in the interior of the Lisbon Peninsula. This is reflected in the appearance of new amphorae types, currently in course of characterisation, and their absolute predominance in consumption contexts. On the other hand, there was a reduction in the number of imported containers, which has led to the suggestion of a change in economic orientation. However, these are not totally absent, as demonstrated by the discovery of some amphorae of Turdetanian origin. The aim of this paper is to examine this phenomenon in greater depth by studying a group of amphorae, both locally produced and imported, from various excavations carried out on the slopes of the hill of Castelo de São Jorge in Lisbon. In addition to the morphotypological study and the macroscopic characterisation of the ceramic pastes, a petrographic study of thin sections was carried out, as well as chemical (XRF) and mineralogical (XRD) analyses on a selection of 14 samples. The results obtained allow further progress in the geographical attribution of these productions and bring to light new details about the technological processes involved in their production.
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Cerro Macareno (La Rinconada, Sevilla) is an iconic archaeological site for the Protohistory of the Iberian Peninsula, and more concretely for the study of amphorae. Traditionally, this workshop had been considered by historiography as a production centre of Turdetanian amphorae, at least of those belonging to the Pellicer BC type. However, there has never been a thorough analysis of the overfired ceramic sherds associated to the kilns of the site. After the revision of the ceramic materials from Cerro Macareno stored in the Archaeological Museum of Sevilla, some of the overfired fragments have been typologically identified and have proved the productive role of this workshop in different chronological periods. Moreover, it has been proved that the incisions drawn over this type of amphorae may have a local origin, while evi-dence has been provided for a new productive phase after the activity of the kilns recorded during the excavations of 1974-1976. Finally, new archaeometric analyses have characterized the frequent local fabrics of the pottery of Cerro Macareno, adding new information for the unders-tanding of the commercial role of the settlement.
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