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CENTRO
DE ESTUDIOS
PÚBLICOS
EDICIÓN DIGITAL
N° 600, ABRIL 2022
puntos de referencia POLÍTICA Y DERECHO
Centro de Estudios Públicos @cepchile El CEP presenta
@cepchilecepchile.cl
Desafíos para la Democracia:
El populismo como una
nueva forma de gobierno
NADIA URBINATI Y DIEGO ROSSELLO
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N° 600, ABRIL 2021
POLÍTICA Y DERECHO
PUNTOS DE REFERENCIA
RESUMEN
Para entender el populismo debemos prestar atención al tipo de democracia contra la cual
el populismo se moviliza y reacciona, así como a la forma en que utiliza y transforma las
instituciones democráticas. El populismo, como movimiento de oposición, no es tan pecu-
liar ni distintivo; lo central, es el populismo como forma de gobierno, el populismo en el
poder.
Populismo y democracia viven y mueren juntos. Por esta razón la temporalidad, en térmi-
nos de no tener una vida autónoma propia, es característica del populismo.
El populismo promueve tres grandes transformaciones o redefiniciones, siendo la primera
la del pueblo. Se basa en un pueblo que es una “parte del todo” que, sin embargo, quiere
jugar el juego de ser todo, de ser el país entero, porque afirma ser la parte más representa-
tiva de la población.
La segunda transformación es la del significado de la elección y la mayoría. En democracia,
la mayoría es una regla del juego, un método de selección. Pero según los populistas en el
poder, la elección es como un veredicto que prueba que el pueblo está en lo correcto. Las
elecciones y la mayoría revelan la verdadera parte de la población, el pueblo auténtico.
La tercera transformación es la de representación que se transforma en representación di-
recta. Representación directa significa una representación que se realiza a través de una
relación directa entre el líder y su pueblo. Por lo tanto, el núcleo del populismo es la re-
lación entre estas dos partes –el líder y el pueblo— quienes deben estar en comunicación
permanente ya que no pueden existir aparte.
La representación como encarnación está predispuesta a hacer de la legislación un poder
punitivo contra los enemigos que han sido declarados no pertenecientes al pueblo (aunque
paguen los impuestos y sean ciudadanos de pleno derecho). También abre la puerta a la
corrupción.
NADIA URBINATI es Kyriakos Tsakopoulos Professor of Political Theory, Columbia University.
DIEGO ROSSELLO es Profesor asociado Facultad de Artes Liberales, Universidad Adolfo Ibáñez.
Transcripción del seminario “El populismo como una nueva forma de gobierno”, celebrado el 12 de julio de 2021, como parte del ciclo
“Desaf íos para la Democracia”, organizado por el Columbia Global Center Santiago de la Universidad de Columbia y el CEP. Expuso
Nadia Urbinat i en base a su último libro Me the People: How Populism Transforms Democracy (Har vard University Press, 2019) y comentó
su exposición Diego Rossello. El seminario fue moderado por Carmen L e Foulon (CEP). Se transcribe la exposición, el comentario y la
respuesta de la expositora.
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PUNTOS DE REFERENCIA
1.
PRESENTACIÓN NADIA URBINATI
Gracias a todos por tenerme aquí, es un honor y un placer estar conectada con ustedes al otro lado
del globo, esto es algo único para mí al menos. Mi presentación no tiene la ambición de decirnos qué
es el populismo en un sentido cartesiano. Nadie puede dar una definición para siempre, porque el
populismo es un fenómeno ambiguo conectado a formas de desacuerdo y a disfunciones de las demo-
cracias existentes, que los ciudadanos y los políticos desarrollan durante sus intentos para corregir o
cambiar un determinado curso político de acontecimientos. Yo conecto el populismo a la democracia
como parte de ella, no como algo externo o como un desafío que viene del exterior. También me re-
sisto a conectarlo al fascismo, aunque ambos compartan algunos tropos retóricos y una resistencia al
pluralismo; si bien el desafío populista es capaz de causar un impacto en la democracia constitucional
representativa y tensionarla hasta su límite extremo. La paradoja es que si cuando el populismo ter-
mina en un asalto a la constitución, el populismo se acaba, se transforma en otra cosa (en fascismo o
en un régimen dictatorial); ya no es populismo. Populismo y democracia viven y mueren juntos. Esta
paradoja se basa en lo que es, en mi opinión, uno de sus aspectos más distintivos: el populismo no
puede utilizarse como una categoría estándar dotada de algún carácter permanente como es el caso,
por ejemplo, con la democracia u otro régimen. En cambio, es parte de la actitud crítica, incluyendo
sus aspectos ideológicos y retóricos. El populismo, como escribió convincentemente Benjamin Arditi,
es parasitario de la democracia y, por tanto, no cuenta con raíces autónomas.
1.1. Populismo y su relación con la democracia
Déjenme partir de esta manera entonces: el populismo se ha vuelto cada vez más visible e importante
en la experiencia política contemporánea, de este a oeste, de norte a sur del globo, y esto es realmente
una novedad. Por primera vez tenemos una especie de unificación de todos los países democráticos en
la medida en que pueden —todos de ellos— dar lugar a o desarrollar formas de populismo. Esto es
algo nuevo.
Por supuesto, el populismo no es nuevo. Emergió durante el proceso de democratización en el siglo
XIX y desde entonces sus características y formas han reflejado los modos de democracia que ha de-
safiado. El modo de democracia que el populismo desafía hoy es el representativo y en particular la
democracia partidista; es decir, basada en representación política y en organizaciones partidistas como
cuerpos intermediarios que están a cargo de gestionar el proceso electoral, y también de la represen-
tación dentro y fuera de las instituciones estatales.
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PUNTOS DE REFERENCIA
Por lo tanto, debemos prestar atención al tipo de democracia contra la cual el populismo se moviliza
y reacciona. Por ejemplo, en el siglo XIX, cuando el tipo de democracia que tenemos hoy día aun no
existía, en aquellas dos países en que se desarrolló —particularmente Rusia, pero también Estados
Unidos— el populismo era un llamado a la democratización. En contra de una élite recientemente
industrializada y modernizadora, en el caso de una Rusia aún no democrática, y contra una oligarquía
industrial y política desenfrenada que operaba en un gobierno representativo, como en Estados Uni-
dos. El populismo existía, entonces, en sistemas en democratización, en que solo una pequeña parte
de la población gozaba del derecho a la representación, sin conceder responsabilidad de su gobierno a
la ciudadanía en general.
En relación con esa situación de deformación oligárquica del gobierno representativo, o de gobierno
no verdaderamente democrático como en Rusia, el populismo tuvo una función democratizadora.
Pero recuerden, en ninguna de esos dos países el populismo fue un sistema de poder o una fuerza
gobernante. Más bien, fue un movimiento de toma de conciencia por parte del pueblo. En el caso de
Rusia, fue una construcción de los intelectuales más que del pueblo, por ejemplo, de Alexander Her-
zen en sus inicios, y de Vladimir Lenin después. En Estados Unidos, sin embargo, fue verdaderamente
un movimiento desde abajo, una forma de oposición de base (grassroots) en contra de la transforma-
ción de la economía —que pasó de la artesanía o pequeños propietarios y productores a un sistema de
monopolio y grandes industrias, cambiando a su vez la forma y el aspecto de la democracia en Estados
Unidos. Y es en relación con esa forma de concentración del poder, tanto económico como político,
que el Partido del Pueblo (People’s Party), fundado en 1892, jugó un rol democratizador importante.
¿Por qué dedico tiempo a esta antigua forma? Porque no todas las formas de populismo han tenido
el mismo impacto en el sistema contra del cual se movilizaron. Entender el tipo de sistema contra el
cual el populismo se moviliza es indispensable para comprender su identidad. Debemos analizar la
democracia moderna desde una perspectiva histórica —es decir, analizar la forma en que se desarrolló,
desde más oligárquica a más democrática, desde menos inclusiva a más inclusiva, así como la trans-
formación de los partidos, desde un tipo “notabilate” en el siglo XIX a organizaciones partidarias de
masa una vez que el sufragio se extendió universalmente. Hoy en día, la democracia partidaria muestra
importantes cambios debido a la revolución tecnológica de los medios de comunicación (primero la te-
levisión y luego también Internet) que desafió frontalmente la vida partidaria tradicional de forma cara
a cara. Entonces, hoy en día el populismo no es simplemente una búsqueda por mayor democracia, es
una búsqueda por una forma diferente de democracia.
Lo que aquí interesa, con todo, es el populismo en el poder. La tierra fundadora del populismo en el
poder es América Latina, y hasta recientemente —los años 80 del último siglo— era casi un supuesto
entre los cientistas políticos que el populismo era un fenómeno de democracias no muy estabiliza-
das, como de hecho aquellas de América Latina, algo que no cabía en las democracias occidentales
consolidadas. En el trabajo pionero de Margaret Canovan, o en la importante conferencia celebrada
en la London School of Economics and Political Science en 1967 bajo la dirección de Isaiah Berlin
y Richard Hofstadter, el populismo parecía mal adaptado y de alguna manera exótico en Occidente.
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Para estos académicos, era un fenómeno que pertenecía a democracias en desarrollo o a los procesos
de la formación del Estado-nación anti y poscoloniales. Canovan pensaba que en los países atrasados,
el populismo se asocia a un líder fuerte (un caudillo o un duque), un líder cesarista que personificara
el movimiento. Pero, pensó, en los países occidentales el populismo puede ser prácticamente un fenó-
meno de mayoría silenciosa y de partidos del tipo catch-all sin necesidad de movilizar las emociones o
buscar la identificación con un líder fuerte.
Los recientes acontecimientos en Europa y Estados Unidos desmintieron a Canovan. En las democracias
occidentales, el populismo puede tener el mismo carácter que en América Latina, la misma construcción
de un “nosotros” artificial gracias a la estrategia retórica de un líder y sus spin doctors1. Pensemos en el
caso del presidente Donald Trump, quien hizo cambiar de opinión a muchos cientistas políticos sobre
el anacronismo del populismo en el occidente. Si consideramos el fenómeno de Trump, vemos que su
comportamiento, su retórica, sus estrategias para alcanzar y retener el poder atacando al sistema (el es-
tablishment) y reduciendo a la oposición, imita el método que encontramos en países latinoamericanos.
Es el populismo como forma de gobierno, el populismo
en el poder a lo que tenemos que prestarle atención, y
tenemos que ser muy cuidadosos de analizarlo en rela-
ción con la democracia.
Para percibir estas similitudes no debemos prestar tanta atención al populismo como un momento
oposicional y de contestación radical. Como movimiento de oposición, el populismo no es tan pecu-
liar ni distintivo; en efecto, casi todos los movimientos de contestación usan los mismos tropos, como
“nosotros, el pueblo, en contra de los pocos, del establishment”. De la misma forma, si prestamos aten-
ción a los partidos cuando están muy cerca de las elecciones y por lo tanto quieren infundir el pueblo
con su propia retórica, tienden a volverse o a usar formas de discurso populista. No es el populismo en
su momento de carácter oposicional el que nos muestra lo que le hace el populismo a la democracia.
En mi opinión, a lo que tenemos que prestar atención es al populismo como una tecnología para lograr
obtener poder en un país democrático, es decir, por medio de una mayoría electoral. Es el populismo
como forma de gobierno, el populismo en el poder a lo que tenemos que prestarle atención, y tenemos
que ser muy cuidadosos de analizarlo en relación con la democracia. Esto es importante porque, como
dije anteriormente, el populismo es ambiguo y cambia dependiendo de la cultura política y religiosa,
y de la estructura e instituciones económicas y sociales. Aunque estas son condiciones importantes
de especificidad contextual que hace muy difícil dar una definición de populismo, sabemos qué es la
democracia, y cuáles son sus principios, procedimientos e instituciones.
1 NT: Expertos en comunicaciones políticas, responsables de asegurarle una cobertura de prensa favorable.
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Es en relación con lo que es la democracia hoy, con el conocimiento y la experiencia consolidada que
tenemos de ella, que podemos entender el populismo. Aunque es una especie de parásito, porque no
tiene raíces propias, podemos entender y juzgar el populismo a partir de la forma en que utiliza las
instituciones democráticas, y las transforma de una manera que es reconociblemente populista. Este
es mi enfoque y tema principal.
(...) tan pronto se convierte en un régimen, tan pronto
pone su marca en las instituciones y los procedimientos
de la democracia, el populismo se convierte en otra cosa,
como decía al comienzo: se convierte en otro régimen.
Una característica que proviene del hecho que es como un parásito es que el populismo está en
permanente movilidad e inestabilidad. La temporalidad es su problema, mejor dicho, el momento
temporal es importante aquí, porque, como en el caso de un parásito, nunca toma lugar mientras
está en un lugar. En efecto, tan pronto se convierte en un régimen, tan pronto pone su marca en las
instituciones y los procedimientos de la democracia, el populismo se convierte en otra cosa, como
decía al comienzo: se convierte en otro régimen. La paradoja del parásito se puede representar con el
ejemplo de la hiedra que abraza y rodea al árbol: la hiedra y el árbol viven juntos, pero si la energía
del árbol es totalmente absorbida por la hiedra, presenciamos la muerte del árbol. El populismo le
puede hacer lo mismo a la democracia. Por esta razón la temporalidad, en términos de no tener una
vida autónoma propia, es característica del populismo. Significa que desafía a la democracia con dos
posibilidades: o el populismo se vuelve una mayoría como cualquier otra mayoría y el partido po-
pulista se vuelve un nuevo partido como cualquier otro —este es el caso por ejemplo en Italia con
el movimiento Cinco Estrellas y en España con Podemos— o, en lugar de eso, el populismo no se
estabiliza. En este último caso, o puede estar en permanente campaña electoral para mantenerse fiel
a sus afirmaciones populistas, o puede incluso producir un cambio de las constituciones existentes.
Según Andrew Arato, el populismo parece ser un intento por ocupar el espacio y el lugar de un poder
constituyente. Entonces, cambia la constitución e introduce transformaciones que tienden a radica-
lizar el momento de verticalidad o de la toma de decisiones, para dar un mayor poder al ejecutivo y
disminuir el papel del órgano deliberativo (el parlamento) y dar más visibilidad a las formas de demo-
cracia directa, como los referendos y los plebiscitos. La paradoja del populismo es que debe estar en
permanente inestabilidad o movimiento para ser y permanecer fiel a sí mismo. Esto me parece muy
interesante y muy paradójico: el populismo es una forma de democracia que no puede permitirse el
lujo de ser más que eso, de lo contrario se convierte en otra cosa —o un partido como cualquier otro
en el gobierno, o un régimen diferente.
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1.2. Redeniciones populistas
1.2.1. Redenición del pueblo
Ahora, ¿cuál es la característica más relevante del populismo? Montesquieu solía decir que los regíme-
nes son reconocibles por los “espíritus” que tienen, lo que los pone en movimiento, lo que les da vida.
Entonces, ¿cuál es la energía que le da movimiento al populismo, para que lo podamos reconocer? Yo
creo que es ser anti-sistema (anti-establishmentarianism). El populismo tiene muchos “antis”, pero el
anti-sistema es el centro de todo, porque muestra lo que el populismo quiere: quiere redefinir el pueblo
por exclusión o en relación con lo que no es gente “ordinaria”. Cuando los líderes populistas dicen,
“nosotros hablamos en nombre del pueblo”, pedimos apoyo o reclamamos la representación como
la verdadera expresión del “pueblo”, cuando usan esta expresión “el pueblo”, se refieren al pueblo
menos otra porción de la población que ellos no consideran que sea el pueblo. Debido a su carácter
anti-sistema, el populismo trata al pueblo únicamente como una entidad social; es escéptico en cuanto
al uso del pueblo como fictio iuris en la Constitución. Esto último es una forma de dar al pueblo la
identidad de una generalidad, para que incluya a todos, independientemente de su estatus social, y
para generar justicia como imparcialidad —el pueblo no pertenece a nadie, y menos a una mayoría.
Pero el populismo quiere que el pueblo se identifique con una porción social de la población, y por lo
tanto representa al pueblo como el verdadero pueblo versus aquellos que no son el verdadero pueblo.
La discriminación, una metodología excluyente, una forma de excluir a una parte de la población para
afirmar ser el pueblo correcto: eso es el resultado del “espíritu” anti-sistema.
La transformación populista del pueblo es, entonces, el primer cambio importante que promueve el
populismo. Su democracia se basa en un pueblo que es, en efecto, una “parte de” que, sin embargo,
quiere jugar el juego de ser todo, de ser el país entero, porque afirma ser la parte más representativa
de la población. En el populismo, el pueblo significa la gran parte de la población y la gente ordinaria:
gente que trabaja, que vive de sus actividades emprendedoras personales, que no disfruta de una vida
lujosa, que no tiene poder, que no se convierte en una casta y no tiene poder de decisión en la econo-
mía y las instituciones sociales. Es un hecho visible en nuestras democracias que la élite es real; no es
invención de los populistas. Entonces, cuando ellos hacen esta acusación, simplemente describen algo
que existe. No es el populismo el que crea la élite o el establishment. El populismo los denuncia. Está
claro, por tanto, que el populismo suele emerger cuando las cosas sociales han experimentado algunos
cambios importantes, y no en un buena dirección.
1.2.2. Redenición de las elecciones
La segunda transformación importante tiene que ver con las elecciones. Estados Unidos muestra bien
este fenómeno. Las elecciones son una manera de seleccionar los representantes y crear un cuerpo de-
liberativo y el gobierno, es decir, los órganos del Estado con el poder legítimo para tomar decisiones y
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crear leyes. Las elecciones son una forma de participar, y después, de hacer posible la distinción entre la
mayoría y la oposición según el principio de la mayoría. Las elecciones no revelan la verdadera mayoría;
construyen una mayoría y una oposición. Esto es muy importante porque, en una democracia, elección
y representación son una forma de construcción, construyen una mayoría, construyen alianzas, constru-
yen demandas representativas y partidarias que antes no existían, al menos no en esa forma y proporción.
Ahora, según los populistas en el poder —lo vimos muy bien con Trump— la elección es como un
veredicto que prueba que el pueblo está en lo correcto. Volvamos al discurso de inauguración de
Trump de enero de 2017. Dijo: “Cada cuatro años nos reunimos en estos escalones para llevar a cabo
la transferencia ordenada y pacífica del poder. Les agradezco, Michelle Obama y Presidente Obama,
por ayudarme con tanta gentileza a través de esta transición. Han sido magníficos. Gracias, pero la
ceremonia de hoy sin embargo tiene un significado muy especial, porque hoy no estamos meramente
transfiriendo poder de un gobierno a otro2, de un partido a otro, sino que estamos transfiriendo po-
der desde Washington D.C. y devolviéndoselo a ustedes, el pueblo.” Este es el mensaje populista de
Trump: esta no es una elección como cualquier otra; esta no es una mayoría como cualquier otra; esta
es la mayoría. Esta es la elección que trae al escenario al pueblo que estaba ahí, que no tenía una repre-
sentación verdadera hasta ahora. Entonces, aunque elecciones se usaban también antes de Trump, solo
la suya es la buena elección, solo la suya es la mayoría real. Por supuesto, esto cambia el significado de
“mayoría”, no solo de “elecciones” y del “pueblo.” Una mayoría democrática es una regla del juego o
un método. Pero con los populistas, se convierte en un poder gobernante. Así, la mayoría es la mayor
parte de la población que con las “verdaderas” (vencedoras) elecciones de un líder populista adquiere
el poder de mostrarse como la mayoría correcta. De esta manera, para el populismo en el poder, las
elecciones y la mayoría alcanzada en esa elección revelan la verdadera parte de la población, el pueblo
auténtico, y no simplemente, una mayoría electoral.
Yo creo que el populismo no es una forma de democra-
cia directa, porque no hay nada de directo en el populis-
mo. El populismo es, como Er nesto Laclau explicó muy
bien, una construcción de un colectivo representativo: el
colectivo llamado “nosotros, el pueblo.
Esto es muy peculiar porque una característica de la democracia, la democracia electoral, es que ninguna
mayoría es la última, ninguna mayoría es “la buena” o ”la mejor”. Cada mayoría tiene sus propios proble-
mas, de hecho, siempre hay oposiciones en contra de cualquier mayoría. Y para las personas que están en
la oposición, la mayoría existente ciertamente no es la buena. Pero mientras que “políticamente” no es la
2 NT: Original es “administration”, pero se opta por gobierno, pues, en el contexto, gobierno refleja de mejor manera el sentido de ese término.
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buena, formalmente no hay ni bueno ni malo en el resultado. Ningún resultado electoral, ningún vere-
dicto electoral es el bueno porque las elecciones son recurrentes; por tanto, ninguna mayoría es la última
y ninguna mayoría es la buena. Esto contrasta con la redefinición de la mayoría hecha por el populismo.
1.2.3. Redenición de la representación
Esto nos lleva a la última transformación: la representación. Yo creo que el populismo no es una forma
de democracia directa, porque no hay nada de directo en el populismo. El populismo es, como Er-
nesto Laclau explicó muy bien, una construcción de un colectivo representativo: el colectivo llamado
“nosotros, el pueblo”, construido por un líder a través de una narrativa o ideología, que es capaz de
dotarlo de una equivalencia, una unidad entre demandas e intereses que no está ahí, porque “el pue-
blo” esta conformado por diferentes demandas, diferentes intereses, diferentes porciones de la pobla-
ción. La habilidad del líder es encontrar un lazo unificador de todos ellos, encontrar una equivalencia
tal que en vez de tener varias partes del pueblo representado por varios partidos tenemos un pueblo,
un pueblo colectivo que una ideología constriñe y un líder representa.
En el pasado, la ideología del socialismo era capaz de unificar al pueblo según la clase —la clase obrera
contra la burguesía. Con el declive de las ideologías teleológicas, y por tanto también de la categoría de
“clase”, lo que tenemos es “el pueblo.” El pueblo es aún más una construcción que una clase porque
en esta última hay que presumir cierta especificidad estructural. Pero el pueblo no existe en la realidad,
sino que es un colectivo totalmente artificial que la política crea. Para crearlo, se necesita un líder. El
líder conecta aquellas demandas e intereses que pueden ser utilizados como representativos del pue-
blo. El líder es la unidad representativa que da al pueblo una cara. En el populismo, la representación
es una forma de hacer visible al pueblo a través del líder. Yo la llamo “representación directa” porque
al hacerlo, el líder crea la mayor parte del tiempo su propia conexión con el pueblo sin estructuras
intermedias, como los partidos organizados. La mayoría de las veces, el líder o conquista un partido
existente y lo transforma para convertirlo en un instrumento de sus planes de poder, o crea su propio
partido del tipo partido-movimiento. El líder necesita tener suficiente libertad de movimiento, sufi-
ciente lealtad por parte de su séquito y de sus seguidores, y por tanto suficiente elasticidad institucional
para que sea libre de elaborar estrategias, crear alianzas y gobernar. El líder encarna al pueblo; esta
incorporación da la forma de representación del populismo.
En el pasado, la ideología del socialismo era capaz de
unicar al pueblo según la clase.
Representación directa significa una representación que se realiza a través de una relación directa en-
tre el líder y su pueblo. Por lo tanto, el núcleo del populismo es la relación entre estas dos partes —el
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líder y el pueblo— quienes deben estar en comunicación permanente ya que no pueden existir aparte.
Aun cuando el líder ha sido electo, aun cuando está en el gobierno, mantiene siempre su relación di-
recta con el pueblo. Por eso, una característica del populismo es que una vez que está en el gobierno
actúa como si las elecciones no terminaran nunca; es una campaña electoral permanente, aunque las
elecciones son temporales y no necesitan ser convocadas. ¿Por qué es necesaria esta campaña electoral
permanente?
1.3. Populismo en el poder
Esta pregunta me devuelve al punto de partida. Partí diciendo que el espíritu del populismo es an-
ti-sistema [anti-establishmentarianism]. ¿Cómo puede un líder que tiene como objetivo entrar en el
poder y convertirse en la nueva clase política, cómo puede él desde dentro del palazzo [el “palacio”]
mostrar y convencer al pueblo de que él no es y nunca será parte del establishment, que no replicará
aquellos contra los que militó y que reemplazó? Eso es lo que Trump trató de hacer todo el tiempo:
“Durante demasiado tiempo un pequeño grupo en la capital de nuestra nación ha cosechado las re-
compensas del gobierno mientras el pueblo ha soportado el costo”, —entonces, está el pueblo y está la
élite. Ahora, el populista en el poder debe estar en una relación permanente con el pueblo y orquestar
una campaña permanente contra sus adversarios, a quienes derrotó pero no eliminó. (Este es un punto
importante de diferencia con el fascismo.) La representación directa es la estrategia gracias a la cual el
líder logra, primero, ganar la mayoría y, luego, asegurar que nunca perderá su carácter popular, que
nunca será una élite. Una campaña permanente le permite atacar y a veces demonizar a la oposición, al
mismo tiempo que refuerza la fe que consolida el consentimiento de su electorado. Esto es necesario
también porque la equivalencia que unifica a su pueblo es totalmente artificial. ¿Cómo puede el líder
en el poder preservar esta unificación a través del tiempo? Lo hace con una campaña electoral perma-
nente, con una comunicación directa permanente con el pueblo.
El tipo de representación que vemos en una democracia populista no es representación a través de
un mandato, un mandato de partido. Es representación como encarnación, lo que significa que el
pueblo se encarna en el líder. Se trata de una forma de representación notable, ya operativa en nues-
tras repúblicas y democracias. Tenemos, por ejemplo, el presidente de la república en una democracia
parlamentaria quien es la encarnación de la nación, en el sentido que representa la nación frente a las
otras naciones (este es una especie de unificación hobbesiana bajo el poder representativo del Estado).
Este tipo de encarnación institucional no tiene poder para hacer leyes. Pero en el caso del populismo,
la representación directa o representación como encarnación opera en el ámbito de la elaboración de
leyes y no de la representación simbólica del Estado. A diferencia de la representación encarnada rea-
lizada por un presidente elegido en una república parlamentaria, el tipo de unificación que consigue
el líder de un gobierno populista es muy divisivo y excluyente, precisamente porque se supone que
hace las leyes y administra el gobierno, no simplemente representar la unidad simbólica del Estado. La
representación como encarnación está predispuesta a hacer de la legislación un poder punitivo contra
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los enemigos que han sido declarados no pertenecientes al pueblo (aunque paguen los impuestos y sean
ciudadanos de pleno derecho). La representación como encarnación preparada para reforzar el poder
de decisión del líder para permitirle satisfacer las necesidades e intereses de la amplia coalición que le
apoyó. Como podemos intuir, la representación como encarnación es la puerta abierta a la corrupción.
¿Cómo facilitan este proceso las nuevas tecnologías de la comunicación? En mi opinión, hoy, más que
en el pasado, es más fácil que nuestras democracias se dejen llevar por el liderazgo plebiscitario y se
transformen en democracias populistas. Los nuevos medios son capaces de otorgar comunicación e
interacciones sin agentes intermediarios, como partidos políticos o incluso periodistas profesionales.
Paolo Gerbaudo en su libro El Partido Digital, muestra cómo la digitalización de los partidos ha
facilitado dos fenómenos importantes. Primero, la agregación de los ciudadanos sin importar sus inte-
reses o ideologías; una agregación expansiva de las muchas personas que están fuera de las ideologías
tradicionales, con algunos afirmando no ser ni de izquierda ni de derecha, o juntando la derecha y
la izquierda. Y segundo, la digitalización de partidos ha estimulado la creación de partidos fuertes y
verticales organizados en torno a un líder, en vez de partidos horizontales y más democráticos. La
“organización” siempre ha sido acusada de generar una oligarquía, y algunos demócratas han llegado
a esperar que los partidos que están conectados directamente con un líder a través de lo digital puedan
deshacerse de las estructuras oligárquicas de poder. La “democracia de audiencia” —una democracia
basada en la opinión de la audiencia, en encuestas midiendo las emociones y percepciones todos los
días— junto con las transformaciones tecnológicas —esos son dos medios importantes que han facili-
tado el desarrollo del populismo.
Paolo Gerbaudo en su libro El Partido Digital, muestra
cómo la digitalización de los partidos ha facilitado dos
fenómenos importantes.
Es más, tenemos que añadir un fuerte declive de la satisfacción de la ciudadanía con la democracia de
partidos. La democracia de partidos es realmente el objeto de contestación de todos los populistas.
Ahora, la democracia populista acusa la democracia de partidos, y con razón a veces, de no representar,
organizar o hacer posible la participación de la ciudadanía; los acusan de ser máquinas estratégicas
capaces de producir una clase política sin conexiones algunas con el pueblo de una elección a otra.
Hay buenos argumentos y buenas razones por las que los populistas o la propaganda populista son
tan exitosos. ¿Podemos decir que dado que estas razones son buenas, también el farmacon (el reme-
dio) lo es? Yo no lo creo. Precisamente por el fenómeno riesgoso que he tratado de explicarles —el
estiramiento de la Constitución al punto de producir un régimen que depende de la voluntad y acción
representativa directa del líder, de su decisionismo vertical— tenemos buena razón para rechazar la
solución populista.
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1.4. Conclusiones
El populismo es, por lo tanto, como el espejo de una sociedad que está en una crisis de legitimi-
dad moral y simbólica. Pero ese argumento crítico respecto de la sociedad, a veces correcto, no da
necesariamente lugar a soluciones que son coherentes con lo que promete la democracia. Que es el
reconocimiento de que todos los ciudadanos tienen que ser capaces de participar en la elaboración de
propuestas, en la creación de proyectos, ya que no son simplemente electores. La democracia debe co-
nectar las instituciones y la participación, debe tender un puente entre las instituciones y el pueblo; no
es un trabajo fácil. Los populistas creen que la única manera o la mejor manera de hacerlo es eliminan-
do la brecha, lo que en efecto significa que un líder ganador y su supuesto pueblo se apoderan de las
instituciones y las utilizan para ellos mismos y en contra de quienes han sido excluidos por el pueblo
mismo. Populismo en el poder es una forma de uso posesivo de las instituciones; y esto hace que las
instituciones sean menos instituciones, transformándose en expresiones directas de aquellos que están
en y tienen el poder. Pararía aquí para que podamos tener una discusión, gracias.
2.
COMENTARIO DE DIEGO ROSSELLO
Muchas gracias. En principio me gustaría agradecer al CEP y al Columbia Global Center por or-
ganizar este evento, y especialmente a la doctora Carmen Le Foulon, investigadora del CEP, por la
invitación a responder al trabajo de la profesora Urbinati. También me gustaría agradecerle a la pro-
fesora Urbinati por la rica y estimulante charla tanto sobre las posibilidades como los desafíos de las
democracias representativas contemporáneas. Desde hace un tiempo ya que el trabajo de la profesora
Urbinati ha sido crucial para evaluar los nuevos desafíos que enfrenta la democracia representativa en
nuestras sociedades. La crisis de la función representativa de los partidos políticos, así como el adveni-
miento de lo que Bernard Manin llama democracia de audiencias plantea nuevos obstáculos a la salud
y estabilidad de la democracia representativa contemporánea, en especial en lo que refiere a sus dimen-
siones institucionales y procedimentales. En su libro más reciente Me, the people, la profesora Urbinati
argumenta que las democracias representativas son diárquicas, es decir, que están compuestas por dos
poderes diferentes. Por un lado los procedimientos constitucionales y legales que institucionalizan la
voluntad del pueblo y, por otro lado, las audiencias políticas inorgánicas, fluidas y espontáneas, donde
se crea la opinión pública. De acuerdo con la profesora Urbinati, el populismo se aprovecha, por así
decirlo, de este esquema diárquico y transforma las elecciones en oportunidades para afirmar y cele-
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brar el vínculo especial entre el líder y el pueblo. Por lo tanto, de acuerdo con la profesora Urbinati, el
populismo podría ser visto como un nuevo tipo de régimen que desfigura o borra la distinción entre
procedimientos y audiencias, y que tiende a colapsar los primeros en las segundas.
En lo que sigue responderé a los comentarios de la profesora Urbinati sobre el lazo problemático
entre populismo y democracia representativa. Mi respuesta se organizará en torno a cuatro puntos
principales. El primero hace foco en la distinción posible entre populismo y republicanismo plebeyo.
El segundo es sobre la cuestión de lo que podría denominarse “variedades de populismo”: de derecha
versus de izquierda, excluyente o incluyente, etc. El tercer punto es sobre la tensión entre personalis-
mo y procedimentalismo, y sobre la posibilidad de lo que voy a argumentar podría ser un “romance
del constitucionalimo” —si es que podemos pensar en algo semejante—. El cuarto punto estaría más
enfocado en la contingencia política de Chile, y en el uso del populismo como arma retórica.
2.1. Populismo y republicanismo plebeyo
El primer punto, populismo versus, o en contra de, el republicanismo plebeyo. Está muy claro para
mí cómo en su argumento el populismo es un proceso que toma lugar al interior y gracias al espacio
provisto por la democracia representativa. Sin embargo, me parece que literatura reciente en teoría
política se solapa en algunos puntos con el populismo pero también tiende a distinguirse de él. Tengo
en mente lo que en teoría política se denomina republicanismo plebeyo, que puede encontrarse en los
escritos de Camila Vergara, teórica política chilena basada en Columbia, y también en el trabajo de
John McCormick, en la Universidad de Chicago. Me parece que el objetivo principal del republica-
nismo plebeyo es tratar de prevenir la oligarquización de las democracias contemporáneas, poniendo
presión al modo más corriente de pensar la representación democrática contemporánea. Ideas como la
inclusión de representantes directos del pueblo, como los tribunos discutidos famosamente por Ma-
quiavelo, o la puesta en marcha de restricciones institucionales a los mega-ricos que quieran postularse
para un cargo, se vuelven parte de la agenda teórico-política de esta literatura —que gana aún más
visibilidad después de la presidencia de Trump—. Por ello me pregunto si usted establecería una dis-
tinción entre populismo y republicanismo plebeyo, dado que las ideas de ambos a menudo se solapan
de maneras significativas.
2.2. Variedades de populismo
Mi segundo punto tiene que ver con lo que se podría llamar “variedades de populismo”, jugando
un poco aquí con lo que en política comparada se denomina variedades de capitalismo. Literatura
reciente en ciencia política ha estado introduciendo distinciones conceptuales que hacen al fenómeno
del populismo más matizado y complejo. A la distinción estándar entre populismo de izquierda y de
derecha, ya presente en el trabajo de Ernesto Laclau; Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser añaden
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dos distinciones más: populismo con base económica versus identitaria, y populismo incluyente versus
excluyente. Las maneras incluyentes podrían estar representadas por Evo Morales en relación con los
derechos indígenas en Bolivia, y Néstor Kirchner y Cristina Fernández en relación con los derechos de
los homosexuales y transgénero en Argentina. Por su parte, el populismo excluyente se caracterizaría
por su nativismo y etno-nacionalismo. Asimismo, el cientista político Pierre Ostiguy, también radicado
en Chile al igual que Cristóbal Rovira Kaltwasser, añade una variable socio-cultural como explicación
del populismo, a la que denomina “el alarde de lo bajo”, es decir un estilo o performance de liderazgo
político que performa malos modales, cierto mal gusto, vocabulario de vestuario (locker room talk)
y machismo para generar, en principio, la adhesión de la parte menos afluente y menos formalmente
educada de la población. Puesto de otro modo, me pregunto si estas variedades de populismo tienen
alguna relevancia en su argumento o si son, por así decirlo, simplemente epifenómenos cuando se las
compara con el mayoritarismo y la identificación con el líder que usted discute en detalle.
2.3. Emociones y populismo
El tercer punto es, como dije antes, sobre la posibilidad de un romance del constitucionalismo. En el
argumento de Me, the people usted reconoce los efectos tóxicos que un liderazgo populista puede tener
para la democracia constitucional representativa. En este contexto me gustaría escucharla decir más
sobre cómo ve el contraste entre un liderazgo personalista y los procedimientos formales. Me parece
que mucho del atractivo del estilo populista de liderazgo depende del hecho de que la gente, o la au-
diencia como a menudo usted la llama, construye un lazo afectivo con el líder, se identifica con el líder
y siente que el líder de algún modo los representa. Este apego afectivo, incluso apasionado con un líder
personalista es difícil de replicar en nuestra relación con, digamos, instituciones formales. En otras
palabras, parece que la distinción de Max Weber entre una legitimidad de tipo carismático versus una
legitimidad de tipo racional-legal se solapa con el liderazgo populista por un lado, y con democracia
constitucional por el otro. En este contexto, me pregunto si será posible pensar en una manera de cul-
tivar un tipo de afecto político que pueda invertir en el apego a procedimientos y normas, una especie
de “romance del constitucionalismo.” ¿Por qué solo el populismo podría gozar? ¿Por qué no podrían
disfrutarse también, de manera apasionada, las constituciones y las normas?
2.4. Populismo como retórica
El cuarto punto está más relacionado con la contingencia en Chile y tiene que ver con el modo en que
el populismo se pone en juego en el discurso político de un país que no tiene una tradición populista
fuerte, al menos si se lo compara con países como Argentina, Brasil, Bolivia y Venezuela, pero que
actualmente atraviesa por una convención constitucional que tiende a intensificar los antagonismos
políticos. Pareciera que en Chile la derecha acusa a la izquierda de populismo cuando esta última
plantea una agenda de educación pública, salud pública y pensiones solidarias administradas por el
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estado. La idea subyacente es que los políticos de izquierda prometen que el Estado lo arreglará todo
sin preocuparse por el origen de los recursos económicos genuinos que serían necesarios para proveer
estos servicios y pensiones. Los políticos de izquierda, a su vez, acusan a los políticos de derecha de
populismo cuando estos últimos critican la inmigración “ilimitada” y reivindican ciertas formas de
nacionalismo. Me pregunto si el populismo, de un modo similar al comunismo y el neoliberalismo,
no se ha vuelto un arma retórica en guerras políticas y culturales, añadiendo incluso más dificultades
a su comprensión conceptual en tanto fenómeno. Usted se refirió a estas dificultades en la retórica con
respecto al populismo también. Creo que eso es todo lo que tengo por el momento. Muchas gracias,
fue una charla muy enriquecedora.
3.
RESPUESTA DE NADIA URBINATI
Prometo ser muy breve y sintética. Estas son excelentes y grandes preguntas, y necesitaría más tiem-
po para pensar y reflexionar sobre ellas. Tomemos la primera, sobre una posible distinción, o tal vez
similitud, entre el populismo y el republicanismo plebeyo. Yo creo que hay una similitud porque los
republicanos plebeyos tienden a considerar la democracia populista como más directamente conectada
a la solución plebeya. En cuanto al diseño constitucional, no estoy al tanto de otras instituciones, a
parte del oficio de los tribunos3, que sean instituciones plebeyas; sin embargo, parece que esto podría
ser también una institución populista porque conlleva una representación social del pueblo.
Tuve muchas conversaciones con Camila (Vergara), una académica brillante. La Constitución en su
trabajo es como una matriz, pero luego se necesitan instituciones para actualizar el proyecto político
plasmado en la Constitución. No tengo ideas claras sobre la legitimidad democrática de estos cambios
propuestos.
Segundo punto: sobre exclusión por inclusión y sobre la variedad del populismo. Esto requeriría un
tipo de trabajo diferente que no hice, ni quería hacer. Adopté un enfoque diferente, ya que quería
entender la tecnología del poder con la que los movimientos o candidatos populistas construyen su
campaña y ganan. Quiero además sugerir los factores sobresalientes que nos hacen reconocer el popu-
lismo en el poder y su diferencia con la democracia de partidos. Luego, por supuesto, hay una variedad
de populismos: Chávez no es lo mismo que Trump o Bolsonaro. Pero tienen algo en común, aunque
son muy diferentes en los contenidos y objetivos: la verticalidad del líder, la negación de la oposición,
su destrucción —aún si no la mandan a la cárcel, la tratan de manera humillante. Estas son las carac-
terísticas que yo veo.
3 NT: Se refiere a la institución romana, los tribunos del pueblo.
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Inclusión/exclusión: bueno, también en este caso, ¿puedes tener un movimiento populista en el poder
que sea solo inclusivo y no exclusivo? Me cuesta mucho entender cómo es esto posible, porque si eres
inclusivo es porque excluyes, y viceversa. Este es un problema que tienen todos los líderes populistas,
pero ciertamente hay populismo tóxico y menos tóxico en términos de contenido. Matteo Salvini, el
líder de la Liga Norte, no es lo mismo que Podemos; nadie diría que son lo mismo. Pero es interesante
ver que Podemos, el cual empezó con la declaración de ser populistas para posicionarse en contra de
los partidos de izquierda tradicionales, terminó convirtiéndose recientemente en un nuevo partido de
izquierda para siempre. Sería muy interesante analizar la trayectoria de un partido populista; a veces,
empieza como populista, y luego pasa a estabilizarse como un nuevo partido.
(...) es interesante ver que Podemos, el cual empezó con la
declaración de ser populistas para posicionarse en contra
de los partidos de izquierda tradicionales, terminó convir-
tiéndose recientemente en un nuevo partido de izquierda
para siempre. Sería muy interesante analizar la trayecto-
ria de un partido populista; a veces, empieza como popu-
lista, y luego pasa a estabilizarse como un nuevo partido.
La tercera pregunta es fantástica. Pareciera que hoy día es imposible sostener y apoyar instituciones y
procedimientos si no tienes afecto por ellos. Tienes que amar la democracia, tener un sentimiento de
que es positiva; no es suficiente justificarla con una demostración lógica: quieres sentir que tu libertad
es real, que la libertad es un valor, que la igualdad es un valor. Pregunto, ¿qué tan difícil es tener eso?;
¿qué tan difícil es tener procedimientos que no sean un hacer rutinario de los actores políticos, sino
que sean el reflejo de una forma valiosa del gobierno y una forma valiosa de participación llamada de-
mocracia? Propones darle alma a la maquinaria para movilizar nuestras emociones. Pero luego tienes
que considerar el otro lado de la historia. Las emociones movilizadas en política han sido histórica-
mente el visado para la manipulación de las mentes y las preferencias de la gente, además, pueden ser
muy difíciles de contener una vez que se movilizan. La emoción es como la virtud para los republi-
canos: no puedes controlarla, tienes que elevarla todo el tiempo si quieres mantenerla viva; si quieres
contenerla entonces la destruyes. Es como con el amor: tú quieres amar más y más, no quieres contener
tu amor, de lo contrario disminuye. Tener estos elementos emocionales en el centro de la política si-
gue siendo una cuestión problemática. Pero veo tu punto, sobre cómo podemos estimular un apego a
nuestras instituciones. Este es un asunto importante porque cuando las democracias están al comienzo
de su formación tienen más participación de la gente, más involucramiento, y por eso una especie de
identificación entre la ciudadanía y las instituciones. Luego esta identificación disminuye con el tiem-
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po, y al final somos simplemente como una república de dos partes: las instituciones y el pueblo. No
sé cómo resolver este problema, pero es un problema real porque al contrario que otros regímenes, la
democracia requiere que el pueblo la ame. El pueblo necesita entender que la democracia es su propio
hogar, y que debe protegerla contra los pocos o los muy poderosos, que son su adversario permanente.
El populismo resuelve este problema superando por completo la independencia institucional y afirma
que el pueblo —menos unos pocos— debe gobernar por sí mismo. Yo me opongo a esta solución.
En cuanto a Chile, bueno, tienes razón, quizás la izquierda y la derecha son ahora equivalentes: lo
populista y lo conservador están reemplazando lo que en el pasado era el comunista y el anticomu-
nista, el comunista y el derechista. Pero en este caso, entonces, ¿por qué lo llamamos populismo? Es
una forma de socialismo, una forma de democracia social o intento de tener una política social demo-
crática. Como Joe Biden, ¿dirías que Biden es populista? Yo no. Ni siquiera, en mi opinión, lo es Ber-
nie Sanders, quien es un socialdemócrata. Entonces, tenemos que hacer una distinción entre formas
ideológicas de identificación y la retórica populista unificadora más allá de la identificación ideológica.
Un aspecto que me olvidé de mencionar en mi presentación, conectado a la representación directa, es
la lógica de representación. La representación no quiere el “como yo” en el poder; quiere que los que
he elegido estén lo suficientemente alejados y disimilares a mí para que pueda vigilarlos y controlarlos.
Con la representación directa, la lógica es “yo soy como tú”, tanto en el lenguaje como en el compor-
tamiento. Es una forma de crear identificación sin ninguna distancia ni por tanto chequeo; la fe quiere
identificación (está muy claro en la religión) y no simplemente confianza. El tipo de pretensión caris-
mática que muchos líderes populistas tienen es una estrategia formidable para hacer lo que se quiera
y como se quiera, con la fe del pueblo, sin el control y el chequeo. Gracias Diego por las buenísimas
preguntas que has hecho.
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