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El estudio de la polarización afectiva: una mirada metodológica*
The Study of Affective Polarization: A Methodological Stance
ESTEBAN FREIDIN
Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales del Sur (IIESS), UNS-CONICET, Bahía
Blanca, Argentina
efreidin@iiess-conicet.gob.ar
RODRIGO MORO
Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales del Sur (IIESS), UNS-CONICET, Bahía
Blanca, Argentina
Departamento de Humanidades, Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca, Argentina
rmoro@uns.edu.ar
MARÍA INÉS SILENZI
Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales del Sur (IIESS), UNS-CONICET, Bahía
Blanca, Argentina
Departamento de Humanidades, Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca, Argentina
misilenzi@uns.edu.ar
https://doi.org/10.46468/rsaap.16.1.A2
Resumen: En la última década, la literatura en ciencia política ha introducido un nuevo
concepto denominado “polarización afectiva” para caracterizar una forma de polariza-
ción política en la que predominan actitudes de favoritismo por el propio grupo y
desprecio hacia el grupo rival. Este nuevo concepto nace en un escenario de fuerte
tensión entre grupos políticos rivales en diversas democracias modernas. En este artí-
culo, presentamos una revisión sistemática y crítica de la literatura empírica sobre pola-
rización afectiva. El objetivo es poder realizar sugerencias metodológicas a tener en
cuenta en la futura investigación en esta área. Como punto positivo, destacamos la
variedad de medidas que se han utilizado para medir la polarización afectiva, desde
medidas explícitas e implícitas hasta conductuales. Criticamos la ambigüedad con la que
viene siendo utilizado el concepto de polarización afectiva, sugiriendo maneras de so-
brepasar los problemas identificados. También señalamos la necesidad de una defini-
ción precisa de los objetos hacia los cuales las actitudes van a ser medidas. Por último,
resaltamos la necesidad de mayores esfuerzos para establecer la validez convergente y
discriminante del constructo de polarización afectiva.
Palabras clave: Polarización afectiva – Polarización social – Polarización política – Polarización
ideológica
Abstract: In the last decade, the political science literature has introduced a new concept called
“affective polarization” to describe a form of political polarization in which attitudes of favoritism for
one’s own group and contempt for the rival group predominate. This new concept is born in the
context of strong tension between rival political groups in different modern democracies. In this
article, we present a systematic and critical review of the empirical literature on affective polarization.
The goal is to present methodological suggestions to be taken into account in future research in this
area. As a positive aspect, we highlight the variety of measures that have been used to measure
affective polarization, from explicit and implicit to behavioral measures. We criticize the ambiguity
with which the concept is being used, suggesting ways to overcome the identified problems. We also
Revista SA A P (ISSN 1666-7883) Vol. 16, Nº 1, mayo 2022, 37-63
* Artículo recibido el 9 de abril de 2021 y aceptado para su publicación el 25 de agosto de
2021.
Revista SAA P . Vol. 16, Nº 1
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point out the need for precise definition of the objects towards which political attitudes are to be
measured. Finally, we highlight the need for further efforts to establish the convergent and
discriminant validity of the affective polarization construct.
Keywords: Affective polarization – Social polarization – Political polarization – Ideological
polarization
Introducción
La democracia se ha convertido en uno de los bastiones sobre los que se
basa el desarrollo de gran parte de las sociedades modernas. Sin ser una for-
ma de gobierno perfecta, existe consenso de que es la forma de gobierno que
mejor logra reducir la violencia asociada al cambio de poder político
(Przeworski, 2016). No obstante, en las últimas décadas, se ha prendido una
señal de alarma que marca un peligro que enfrentan varias democracias del
siglo XXI: la polarización política (Carother y O´Donahue, 2019; Schuliaquer
y Vommaro, 2020). Algunos ejemplos prominentes van desde Estados Uni-
dos con una creciente intolerancia entre republicanos y demócratas, pasando
por la conflictividad con la que el Reino Unido viene transitando el Brexit, las
dificultades políticas que ha atravesado España, incluyendo las tensiones ge-
neradas entre las facciones separatistas y el gobierno nacional. También hay
claras instancias latinoamericanas de polarización afectiva como el intenso y
sostenido conflicto entre chavistas y anti-chavistas que ha debilitado la demo-
cracia venezolana, la elección y oposición a Bolsonaro en Brasil y “la grieta”
que divide a la sociedad argentina entre kirchneristas y anti-kirchneristas.
Varios autores ven la polarización política como un fenómeno social-
mente pernicioso porque la intolerancia y animosidad que genera (Borah,
2014; Hwang et al., 2018; Layman et al., 2006; Marks et al., 2019) pueden
socavar los cimientos mismos del funcionamiento democrático que impli-
can el diálogo, el respeto y la capacidad de colaborar en pos del bien común
(Levenduski, 2013; McCoy et al., 2018). En el contexto de los efectos perni-
ciosos de la polarización política, se ha propuesto el concepto de polariza-
ción afectiva para caracterizar la distancia social, baja tolerancia y afectividad
negativa exacerbada que parece describir la situación social en varios países
del mundo.
En este artículo, nos proponemos revisar de manera metodológica la
literatura en ciencia política sobre polarización, con especial foco en el aná-
lisis de la polarización afectiva, un concepto que se ha propuesto en la últi-
ma década (Iyengar et al., 2012) y que parece describir y caracterizar los
problemas que enfrentan varias sociedades modernas. La revisión que pro-
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ponemos busca ser sistemática, es decir, que hacemos un recorrido exhaus-
tivo sobre los trabajos que cumplen los criterios de búsqueda que explicitamos
más adelante. Nuestra intención es analizar de manera crítica los diferentes
procedimientos que se vienen utilizando para medir la polarización afectiva,
comentando los resultados principales que se han obtenido y señalando los
aspectos metodológicos que creemos que deberían desarrollarse en mayor
profundidad para que el conocimiento en esta área progrese de manera
sólida y rigurosa. Nuestros aportes más prominentes en este artículo con-
ciernen, en primer lugar, a discusiones en torno a la ambigüedad de dife-
rentes medidas de polarización afectiva que se vienen utilizando y, en segun-
do lugar, a la validez convergente y discriminante del constructo en cuestión
en relación a conceptos vinculados con el de polarización ideológica.
Esta revisión está estructurada de la siguiente manera. Primero, presen-
tamos las definiciones de polarización política, ideológica y afectiva que uti-
lizaremos. Segundo, explicamos la estrategia metodológica de esta revisión
sistemática sobre polarización afectiva, dando revista a los procedimientos
que se vienen utilizando para medirla, con especial énfasis en discutir sus
ventajas y limitaciones. Tercero, presentamos un apartado en que realiza-
mos sugerencias para un desarrollo metodológicamente sólido del área. Fi-
nalizamos presentando nuestras conclusiones.
1. Polarización política, ideológica y afectiva
Para empezar, el término “polarización” refiere a una determinada dis-
tribución en la que los casos se concentran en polos opuestos en detrimento
de los casos con valores intermedios (Fiorina y Abrams, 2008). Cuando el
término “polarización” es utilizado en el contexto de la política, describe
actitudes que lucen relativamente extremas. ¿De qué actitudes estaríamos
hablando al referirnos a la polarización política? En este punto, es necesario
reconocer que en la ciencia política se vienen utilizando varios conceptos
relacionados. Si estamos midiendo actitudes extremas de las personas hacia
los partidos políticos (ej., republicanos vs. demócratas) o hacia personajes
políticos prominentes (ej., candidatos presidenciales) hablamos de polariza-
ción política. Incluso, algunos autores han tomado como polarización políti-
ca el creciente apoyo a partidos políticos ideológicamente más extremos,
como serían los casos de algunos partidos de ultra derecha en Europa
(Wrinkler, 2019). Si estamos midiendo el extremismo en el auto posiciona-
miento ideológico (izquierda vs. derecha) hablamos de polarización ideológi-
ca. Incluso, a veces, también se hace referencia a la polarización ideológica
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cuando se evalúan las actitudes respecto a temas específicos, como por ejem-
plo la legalización/prohibición del aborto, el matrimonio igualitario o el ni-
vel de intervención del Estado en la salud y la educación. También existen
consideraciones que refieren tanto a la polarización política como ideológi-
ca como cuando se observa una creciente homogeneidad ideológica en el
interior de grupos políticos, al mismo tiempo que hay un bajo solapamiento
ideológico entre los grupos rivales (Layman et al., 2006). Por último, nos
detenemos y queremos dedicar más atención a la caracterización de la pola-
rización afectiva, el fenómeno sobre el que centramos el análisis metodológico
en el presente artículo.
Como mencionamos anteriormente, la polarización afectiva puede te-
ner como objeto a los partidos políticos dominantes, a las elites políticas o
meramente a los simpatizantes de uno u otro partido, líder o, incluso, posi-
cionamiento ideológico (Druckman y Levendusky, 2019; Mason, 2018).
Iyengar et al. (2012) propusieron la noción de polarización afectiva para
describir el creciente desagrado y hostilidad que se puede observar entre
grupos de partidarios políticos en algunas sociedades modernas, diferen-
ciándolo de la mera divergencia de creencias y opiniones. Algunos de los
principales términos que caracterizan este fenómeno son la distancia social,
la intolerancia, la falta de respeto y una emocionalidad negativa exacerbada
hacia los miembros del campo rival.
Iyengar y colaboradores asientan la noción de polarización afectiva en
la teoría de la identidad social (Tajfel 1970; Tajfel y Turner 1979). Esta teoría
distingue la identidad personal, que es lo que las personas piensan y sienten
acerca de sus rasgos idiosincráticos, de la identidad social, que es la parte del
autoconcepto individual que se deriva de ser miembro de un grupo social (o
grupos), junto con la significación emocional asociada a esa membresía (Tajfel,
1974: 69). Es un hecho de la política que las personas se identifican con un
partido o un líder político, lo que contribuye a definir su identidad social
(Van Babel y Pereira, 2018). Algunos autores proponen que un proceso simi-
lar puede darse en relación a temas ideológicos (Mason, 2018). Por supues-
to, formar una identidad social basada en la pertenencia a un grupo no
necesariamente implica odiar a las personas que se identifican con otros
grupos. Sin embargo, nuestro funcionamiento psicológico muestra cierta
facilidad para la discriminación entre in-groups y out-groups y el consiguiente
favoritismo por el propio grupo. Esto es particularmente cierto en el con-
texto de la política, en donde las personas tratan señales de acuerdo o sim-
patía con líderes y partidos políticos como claves de alianza y coalición
(Pietraszewski et al., 2015). La polarización afectiva presente en el cruce de
opiniones políticas o ideológicas puede ser el resultado de la suma de claves
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que marcan la competencia y el conflicto entre grupos rivales. Varios inves-
tigadores en ciencia política sostienen que la polarización afectiva refleja ese
proceso en un estado de hiperactividad (Garrett et al., 2014; Iyengar et al.,
2012; Van Babel y Pereira, 2018).
La evidencia de polarización afectiva en diferentes partes del mundo
no es escasa. En su trabajo pionero realizado a partir de datos de encuestas
en series de tiempo, Iyengar et al. (2012) mostraron que la creciente hostili-
dad entre los líderes demócratas y republicanos a partir de campañas agresi-
vas contribuyó a la polarización afectiva en EEUU en las últimas décadas,
medida a partir de cambios en la distancia social tolerada y el nivel de cerca-
nía afectiva. Por dar un ejemplo latinoamericano, hace años que en Argen-
tina se habla de “la grieta” en referencia al clima de creciente distanciamien-
to y encono entre aquellos que apoyan a uno u otro gobierno o líder político
(Alonso y Brussino, 2018; Aruguete y Calvo, 2018; Lupu, 2016). El caso de
España es de destacar también, ya que aparece como el territorio con mayo-
res indicadores de polarización afectiva en un estudio comparativo de 20
países, que incluye el prominente caso de EEUU (Gridon et al., 2020).
La polarización afectiva parece un concepto intuitivo y explicativo de la
realidad que podemos observar tanto en las cenas familiares y en la calle,
como en la televisión y las redes sociales, en nuestro pueblo, ciudad o país,
como en otras partes del mundo. No obstante, justamente por este carácter
intuitivo y de sentido común del fenómeno es que queremos analizar y dis-
cutir sus bases metodológicas. Como señala Fiorina y Abrams (2008), la
ciencia política suele tener un desarrollo teórico y metodológico menos sis-
temático que otras ciencias sociales debido a la cercanía que presentan sus
abordajes con los eventos del mundo “real”. Esto representa ventajas, segu-
ramente asociadas a la relevancia inmediata de los desarrollos del área, pero
también potenciales riesgos en relación a la adecuada fundamentación de
los conceptos y métodos que se emplean. El presente artículo busca realizar
un aporte en este último sentido.
2. Revisión metodológica sobre polarización afectiva
En esta sección, abordaremos el alcance y las limitaciones de los princi-
pales métodos que se han utilizado para medir la polarización afectiva. Para
precisar y limitar nuestra tarea, sólo incluimos el análisis de los aspectos
metodológicos relevantes de los artículos empíricos que resultaron de una
búsqueda sistemática en Google Académico y en la lista de referencias de artí-
culos de revisión sobre polarización afectiva. Más específicamente, hemos
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considerado las publicaciones en idioma inglés entre enero de 2010 y junio
de 2020, utilizando como palabras de búsqueda (en el título y/o en el abstract)
las siguientes frases: «affective polarization»; “social polarization”; «affective» +
«polarization»; «feeling» + «polarization»; «emotion» + «polarization” y «polarizing»
(utilizamos en la búsqueda la palabra “polarization” y sus derivados, tanto
escrita con “z” como con “s”). Para complementar nuestra búsqueda, tam-
bién revisamos la lista de referencias de las revisiones teóricas sobre el fenó-
meno de polarización afectiva de Iyengar et al. (2019) y Van Bavel y Pereira
(2018)1. Sólo incorporamos artículos en inglés porque nos limitamos a in-
tentar brindar un pantallazo de la literatura internacional sobre el tema de
interés. De ellas revisamos la totalidad de los artículos empíricos de cada
lista de referencias para retener aquellos que cumpliesen con nuestro crite-
rio de búsqueda. No incluimos working papers, sino sólo artículos publica-
dos que pasaron la revisión de pares. A partir de este sondeo, encontramos
inicialmente 59 artículos, de los cuales descartamos 18 por no ser pertinen-
tes (ej. artículos exclusivamente teóricos, manuscritos no publicados, etc.).
Así, obtuvimos 41 artículos empíricos que toman medidas de polarización
afectiva. En la Tabla 1 se puede encontrar el detalle de los autores, año de
publicación, país de origen de las muestras y medidas de polarización afectiva
que utilizaron en cada estudio.
De acuerdo a nuestra búsqueda, Iyengar, Sood y Lelkes (2012) son los
primeros autores en acuñar el término “polarización afectiva”. Otros auto-
res en la literatura especializada del área han llamado al fenómeno “polari-
zación social” (Mason, 2015). Nuestra búsqueda nos permite observar que
se ha incrementado el estudio del fenómeno desde el 2012, destacándose el
año 2018 como el período con mayor número (10) de publicaciones al res-
pecto, aunque el año 2020 seguramente lo supera ya que, hasta junio, con-
tamos 9 publicaciones sobre polarización afectiva.
A continuación, presentamos una clasificación de los principales
paradigmas metodológicos que, de acuerdo a la literatura revisada, se han
propuesto para estudiar el fenómeno de la polarización afectiva. Seguimos
la clasificación de Iyengar et al. (2019) en la que se establecen tres tipos de
medidas: medidas de auto-reporte, medidas implícitas y medidas
conductuales. Esta clasificación nos será útil para enmarcar los principales
resultados que se han obtenido en esta área de investigación y también para
señalar algunas de las principales ventajas y limitaciones que presenta cada
tipo de medida.
1Si bien hay cierto solapamiento con estas revisiones, nuestro artículo se enfoca en
mediciones empíricas de polarización afectiva, dando un pantallazo mucho más exhausti-
vo, detallado y crítico de este aspecto.
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TABLA 1
Medidas de polarización afectiva
Fuente: Elaboración propia.
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Medidas de auto-reporte
De acuerdo a nuestra revisión, el tipo de medida más utilizado ha sido
el auto-reporte (self report). En una medida de auto-reporte se les pide a los
participantes que respondan distintas preguntas acerca de sus propios pen-
samientos, emociones y/o actitudes con respecto a, por ejemplo, distintos
partidos políticos2. Una de las grandes ventajas que presentan estas medi-
das es que, para algunos países (ej., EEUU), vienen siendo incluidas en
encuestas de alcance nacional desde hace décadas, de tal manera que pue-
den ser consideradas en análisis de series de tiempo. Dentro de las medidas
de auto-reporte pueden distinguirse la medida de termómetro, la medida
de distancia social, la medida de evaluación de rasgos típicos y la medida
de evaluación de emociones discretas, como las cuatro más utilizadas (ver
Tabla 1).
De acuerdo a nuestra revisión, la medida de termómetro (feeling thermometer)
es la más utilizada para estimar la polarización afectiva, apareciendo en 33
(80%) de los 41 artículos que arrojó nuestra búsqueda.
Esta medida consiste en pedirle a los encuestados que estipulen un
número que exprese el grado de afecto hacia (how you feel toward), por ejem-
plo, los dos partidos políticos dominantes, en una escala de 0 a 100, donde
0 es “frío” (cold), 100 es “cálido” (warm) y 50 es “ni particularmente frío ni
particularmente cálido”3. La polarización afectiva es típicamente calculada
como la diferencia entre la puntuación otorgada al partido al que pertenece
o con el que simpatiza el encuestado (in party) y el partido opuesto (out
party). Utilizando esta medida, Iyengar et al. (2012) muestran como la pola-
rización en EEUU ha ido creciendo sostenidamente en las últimas décadas.
Esto se debe a que el grado de afecto hacia el partido opositor es cada vez
más bajo. En contraste, el grado de afecto hacia el partido propio se ha
mantenido relativamente estable a lo largo de las últimas décadas. Sin em-
bargo, no debe pensarse que EEUU está solo en la manifestación de este
fenómeno; ni siquiera que es un ejemplo extremo. Gidron, Adams y Horne
(2019), también utilizando la medida del termómetro, analizan el nivel de
polarización de 20 democracias occidentales de América del Norte y Euro-
pa y encuentran que el nivel de polarización en EEUU no es tan alto, ocu-
2El objeto actitudinal en los estudios de polarización afectiva no siempre son los partidos
políticos, lo cual será discutido en mayor profundidad en la sección 3.2.
3Otros autores utilizan la medida de termómetro con distinto fraseo. Por ejemplo,
McLaughin et al. (2020) preguntan a los participantes si tienen pensamientos o senti-
mientos favorables o desfavorables hacia cada partido político en una escala Likert de 7
puntos (desde extremadamente desfavorable hasta extremadamente favorable).
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pando el puesto 13 de 20, siendo España el país que ocupa el número 1 del
ranking de polarización afectiva.
Como desarrollaremos en la sección 3 de críticas metodológicas, la lite-
ratura sobre polarización afectiva muestra ciertas ambigüedades respecto a
la determinación de la medida de termómetro que, como la describimos
anteriormente, incluye dos mediciones y un cálculo (una resta). El significa-
do de cada una de las medidas por separado, así como de las diferentes
posibilidades de combinarlas, merece ser distinguido y lo discutimos en
mayor detalle en la sección 3.3.
Otra de las medidas muy utilizadas en las investigaciones sobre polari-
zación afectiva es la medida de distancia social, que aparece en 15 (37%) de
los 41 artículos analizados en esta revisión. Considerada de manera general,
la distancia social es medida como la (in)satisfacción reportada al imaginar-
se interactuando con los miembros del grupo opuesto, y, como
ejemplificaremos, suele ser evaluada en diferentes escenarios. En su estudio
pionero, Iyengar y colaboradores (2012) muestran que los americanos ex-
presan cada vez más negatividad ante la perspectiva de que su hijo se case
con alguien del partido contrario. En 1960, sólo al 4-5% le resultaba molesto
que su hijo se case con alguien del partido opuesto, mientras que para 2010
esa cifra saltó al 33% en los demócratas y al 50% en los republicanos (Iyengar
et al., 2012). Otros escenarios utilizados para medir la distancia social contem-
plan preguntar por la (in)satisfacción al imaginarse teniendo un vecino o un
amigo que es partidario de uno u otro partido político (Iyengar et al., 2012).
Para Klar, Krupnikov y Ryan (2018), las medidas de distancia social no
resultan medidas limpias de polarización afectiva, ya que podrían implicar
tanto animosidad partidaria como una mera aversión a la política en gene-
ral. Cuando se le pregunta a la gente sobre el matrimonio de su hijo con
alguien del partido contrario, típicamente se asume que el partidismo del
encuestado es una parte destacada de una respuesta aversiva hacia un posi-
ble cónyuge del partido contrario. Sin embargo, puede ser tanto que el
encuestado encuentre aversiva la posición política del posible cónyuge, como
el hecho de que el posible cónyuge sea políticamente activo, independiente-
mente del bando. De hecho, Klar, Krupnikov y Ryan (2018) encontraron
que cuando a los encuestados se les dice antes de la pregunta que el posible
cónyuge posee falta de motivación política, su insatisfacción cae notoria-
mente. Del mismo modo, la oposición al matrimonio entre personas del
mismo partido aumenta cuando se les informa que la persona en cuestión
discute frecuentemente sobre política. Sin dudas, la comprensión de las li-
mitaciones precisas de las medidas de distancia social es un tema importan-
te para la futura investigación sobre el fenómeno de polarización afectiva.
Esteban Freidin, Rodrigo Moro y María Inés Silenzi
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La medida de evaluación de rasgos típicos es la tercera medida de auto-
reporte que aparece en la Tabla 1. De los 31 estudios analizados, 8 (20%)
reportan el uso de evaluación de rasgos típicos. A través de este tipo de
medidas, se les pide a los participantes que expresen qué tan adecuadamen-
te describen a los miembros de cada grupo algunos términos positivos (ej.,
inteligente, abierto, honesto) y negativos (ej., obstinado, egoísta, deshones-
to). Nuevamente, los resultados del uso de esta medida van en el mismo
sentido que las medidas anteriores. Por ejemplo, Iyengar et al. (2012) com-
pararon dos encuestas del tipo mencionado, una realizada en 1960 y otra en
2008 en EEUU, y encuentran que el sesgo in-group de adscribir más rasgos
positivos hacia los del propio partido y el sesgo out-group de asignar más
rasgos negativos a los miembros del partido rival crecieron exponencialmente
de un período al otro. Una limitación de esta comparación es que hay solo
dos atributos en común en la encuesta de 1960 y la de 2008, a saber, los
términos “inteligente” y “egoísta”. No obstante, cuando el análisis se res-
tringe a esos dos términos, el resultado persiste.
Finalmente, entre las medidas de auto-reporte más utilizadas, se en-
cuentran las que buscan medir emociones específicas o discretas. En la Tabla 1
se ve que aquí también 6 de 41 artículos (15%) utilizan este tipo de medida
de polarización afectiva. Mason (2016), por ejemplo, les presenta a los par-
ticipantes una entrada de un blog con cierta opinión política y les pregunta
en qué grado el mensaje les hace sentir distintas emociones. Particularmen-
te, les hace establecer el grado de enojo, hostilidad, ansiedad, disgusto, or-
gullo, esperanza y entusiasmo que les genera el mensaje. Sobre este tipo de
medidas (de acuerdo a nuestro conocimiento), no hay encuestas realizadas
a lo largo del tiempo, por lo que no hay evidencia disponible sobre cambios
en la polarización. Sin embargo, los resultados parecen estar en línea con las
predicciones. Por ejemplo, Huddy et al. (2015), en primer lugar, miden a
través de varias preguntas el grado de identidad partidaria de los partici-
pantes (ej., “cuán importante es ser demócrata/republicano para usted”).
En segundo lugar, les presentan a los participantes mensajes de un blog, o
bien “amenazantes” (ej., “tu partido va a perder en las próximas eleccio-
nes”), o bien “tranquilizadores” (ej., “tu partido va a ganar en las próximas
elecciones”). Por último, les piden a los participantes que establezcan cómo
se sintieron al leer el mensaje. Particularmente, les preguntaron si se sintie-
ron enojados, disgustados, hostiles (dimensiones del enojo) y esperanza-
dos, orgullosos, entusiasmados (dimensiones del entusiasmo). Los autores
reportaron hallar las correlaciones esperadas: cuanto más fuerte era la iden-
tidad partidaria, mayor enojo ante mensajes “amenazantes” y mayor entu-
siasmo ante mensajes “tranquilizadores”.
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Una limitación general de los auto-reportes es que la actitud u otra
medida consciente reportada puede ser exagerada o suprimida de manera
intencional. Las motivaciones para manipular el auto-reporte pueden ser
diversas, pero entre las más prominentes está la susceptibilidad a presiones
normativas y, en consonancia, a cuidar la imagen. Esto es particularmente
relevante en temas sensibles, en los que existe mucha presión social para no
expresar públicamente ciertas opiniones o actitudes, como puede ser, por
ejemplo, la discriminación racial (Nosek et al., 2014). En una democracia,
no es claro qué tipo de presiones normativas, si las hay, rigen el campo de la
expresión de actitudes políticas. Hay quienes opinan que la polarización
política se da justamente en un contexto en el que es aceptable la animosi-
dad abierta hacia los miembros del grupo rival (Iyengar y Westwood, 2015).
No obstante, no conocemos que se haya explorado la idea de que la presión
normativa en el seno de la polarización política sea a favor de expresar opi-
niones más extremas. Algunos resultados de la comparación de medidas de
polarización explícitas e implícitas son consistentes con esta idea, como ve-
remos más adelante (Iyengar y Westwood, 2015). Este es un tema que mere-
ce ser explorado en mayor profundidad, ya que detrás de la tolerancia al
disenso y la diversidad de opiniones políticas propias de la democracia, un
clima de creciente polarización podría ser la fuente de mayor presión social
en contra de posturas intermedias o moderadas, que no reciben apoyo de
los simpatizantes de ninguno de los extremos. En este sentido, el auto-re-
porte nos podría estar mostrando actitudes exageradas en relación a medi-
ciones implícitas de las mismas actitudes.
A continuación, vamos a analizar otros dos tipos de procedimientos, las
medidas implícitas y las medidas conductuales, que buscan superar algu-
nas de las limitaciones mencionadas de los auto-reportes.
Medidas implícitas
Existe una gran variedad de medidas implícitas que se vienen utilizan-
do para medir los efectos automáticos, no controlados, de las actitudes ha-
cia un determinado objeto. Estas técnicas van desde el Priming Evaluativo,
pasando por el Procedimiento de Atribución Equivocada del Afecto (Affect
Misattribution Procedure), hasta el Test de Asociación Implícita, entre otras
(Nosek et al., 2014).
Conceptualmente, es importante aclarar a qué refiere lo implícito de la
medida. Si bien hay autores que asocian las medidas implícitas a la revela-
ción de representaciones no conscientes, Gawronski y De Houwer (2014)
Esteban Freidin, Rodrigo Moro y María Inés Silenzi
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sugieren que la conceptualización apropiada es considerar que las medidas
implícitas refieren al efecto automático, no controlado, de la variable psico-
lógica que se pretende medir (ej., una actitud) sobre la respuesta en la tarea
que se utiliza para medirla. En este sentido, mientras que una limitación de
los auto-reportes es que son susceptibles de ser manipulados de manera
intencional, las medidas implícitas prometen, si no eliminar, al menos redu-
cir la capacidad del respondiente de sesgar intencionalmente su respuesta.
Aquí nos concentraremos en la descripción y análisis del Test de Aso-
ciación Implícita (IAT, por sus siglas en inglés) por tratarse de la única téc-
nica utilizada para estudiar la polarización afectiva, según nuestra búsque-
da. En efecto, la Tabla 1 muestra que solo 1 (2%) de los 41 artículos revisa-
dos utilizan la versión breve del IAT para evaluar las actitudes implícitas
hacia los partidos Republicano y Demócrata en EEUU.
El IAT sirve para medir el nivel relativo de la asociación entre represen-
taciones. Una de las maneras típicas en que el IAT es utilizado consiste en
que los participantes sean expuestos a estímulos asociados a los objetos
actitudinales de interés (por ejemplo, símbolos de los partidos Republicano
y Demócrata; Iyengar y Westwood, 2015) junto con palabras asociadas a
atributos positivos y negativos (por ejemplo, “bueno” y “malo”). El objetivo
es ver la fuerza relativa de las asociaciones entre cada objeto actitudinal y los
atributos positivos y negativos. Para el caso de la evaluación de actitudes
hacia los partidos políticos (Iyengar y Westwood, 2015), en algunos ensayos,
se instruye a los participantes para que respondan presionando una tecla
(por ej., la letra “e”) si el estímulo que aparece está asociado al partido Repu-
blicano o a algo bueno, y que respondan con otra tecla (por ej., la letra “i”) si
el estímulo a categorizar está asociado al partido Demócrata o a algo malo.
En otros ensayos se revierten las asociaciones, y así tienen que responder
con una tecla a Republicano/malo y con otra tecla a Demócrata/bueno. La
prueba también incluye otros tipos de ensayos que sirven para evaluar las
respuestas a cada estímulo por separado. La lógica de esta prueba es que, si
el participante tuviese, por ejemplo, una fuerte actitud positiva a favor del
partido Demócrata, sería esperable que las latencias de respuesta fueran
relativamente bajas (es decir o, respuestas rápidas) cuando tiene que res-
ponder con la misma tecla a símbolos demócratas y a atributos positivos que
cuando tienen que responder con la misma tecla a símbolos demócratas y a
atributos negativos. Así, el IAT provee una serie de latencias promedio para
los distintos bloques de ensayos a los que son expuestos los participantes,
permitiendo calcular la fuerza relativa de la asociación entre los estímulos
objetivo (por ej., partidos políticos) y los atributos con valencia positiva y
negativa.
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Como los ensayos dentro de cada bloque se suceden velozmente, y al
participante se le pide que responda de manera rápida, esta prueba logra
una medida actitudinal, minimizando las chances de que el individuo pue-
da manipular intencionalmente el resultado. Es importante tener en mente
que se habla de que el IAT reduce la capacidad de que el participante con-
trole voluntariamente su respuesta, pero no necesariamente elimina com-
pletamente la posibilidad de manipulación. Por ejemplo, se ha visto que
cuando los participantes reciben instrucciones para que den respuestas fal-
sas en el IAT, efectivamente logran resultados diferentes a cuando no reci-
ben esa instrucción, sugiriendo así que el IAT no es inmune a la manipula-
ción intencional (Lai et al., 2016). Tampoco puede asumirse que, porque el
IAT mide respuestas automáticas, las mismas son inmunes a efectos de con-
texto, como la presión social. De hecho, Boysen, Vogel y Madon (2006) uti-
lizaron el IAT para medir actitudes hacia la homosexualidad comparando
una condición de mayor privacidad con otra más pública. Encontraron ac-
titudes más negativas en la condición de mayor privacidad. Este resultado
es similar al hallado cuando se miden dichas actitudes de manera explícita
con mayor o menor privacidad.
En el contexto de los estudios de polarización afectiva, por interme-
dio de la versión breve del IAT, Iyengar y Westwood (2015) mostraron que
el sesgo partidario implícito es arraigado; aproximadamente el 70% de los
autodenominados demócratas y republicanos muestran latencias de las
que se puede inferir actitudes a favor de su partido. Curiosamente, el
sesgo implícito es menos pronunciado que el sesgo explícito, el cual fue
medido a través de la medida de termómetro. El 91% de los republicanos
y el 75% de los demócratas, en la misma evaluación, evaluaron de manera
explícita más favorablemente a su partido. Como mencionamos con ante-
rioridad, el resultado que muestra un sesgo partidario explícito mayor que
el implícito podría estar sugiriendo que, en un contexto de polarización
política, existen normas que presionan a los ciudadanos a expresar postu-
ras políticas más extremas de las que apoyarían cuando no están tan pre-
ocupados por su imagen, tal vez por quedar bien con los copartidarios.
Lamentablemente, la comparación entre medidas explícitas e implícitas
suele ser metodológicamente problemática, porque existen marcadas dife-
rencias en los estímulos y en las escalas de respuesta entre ambos tipos de
medidas.
Otra crítica que se suele hacer al IAT es que el resultado que arroja es
intrínsecamente relativo. Como fue implementado por Iyengar y Westwood
(2015) para evaluar polarización afectiva, el IAT sólo provee el nivel relativo
con el que el participante tiene asociados a los partidos Republicano y De-
Esteban Freidin, Rodrigo Moro y María Inés Silenzi
Revista SAA P . Vol. 16, Nº 1
50
mócrata con valoraciones positivas y negativas. El IAT, a diferencia de la
medida de termómetro, no nos permite obtener una estimación del agrado/
desagrado por cada partido por separado para estimar cuánto contribuye el
afecto por el propio grupo y el desprecio hacia el grupo rival en la polariza-
ción afectiva. No obstante, otras pruebas implícitas sí permiten realizar esta
discriminación.
Medidas conductuales
En el estudio de las actitudes, el Modelo Tri-componente contempla
que además de un aspecto cognitivo y otro afectivo, las actitudes tienen un
componente conductual (Oskamp y Schultz, 2005). De manera comple-
mentaria a las medidas de auto-reporte y a las medidas implícitas, algunos
investigadores se han orientado hacia el estudio de las manifestaciones
conductuales de la polarización afectiva. En la Tabla 1, puede verse que
luego de las medidas de auto-reporte, las medidas conductuales han sido
de las más utilizadas en la literatura sobre polarización afectiva revisada. De
los 41 artículos incluidos en esta revisión, 6 (15%) reportan el uso de medi-
das conductuales.
Primero, queremos empezar por señalar que algunas medidas que po-
dríamos llamar conductuales, en realidad, se encuentran en un terreno in-
termedio entre el auto-reporte y la conducta real. Por ejemplo, Garrett y
Bankert (2018) les piden a los encuestados que reporten cuán frecuente es
que bloqueen a un amigo en Facebook o Twitter si habla de manera positiva
del partido político con el que antagonizan, o cuán frecuentemente sienten
enojo solo de pensar en los miembros del partido político rival. Compara-
das con la medida de termómetro, estas medidas parecerían hacer una eva-
luación más cercana de la polarización afectiva que las personas expresarían
en sus vidas cotidianas (Garrett y Bankert, 2018). Sin embargo, no estamos
hablando de mediciones conductuales directas, sino de auto-reportes del
recuerdo de las conductas, con las implicancias que ello trae aparejado en
términos de posibles sesgos de la memoria y de manipulación intencional
de las respuestas.
Segundo, algunas de las conductas que se han estudiado en torno a la
polarización afectiva no son de carácter social, en el sentido de que no im-
plican una interacción ni consecuencias para terceros. Un ejemplo de este
tipo de medida es utilizado en el estudio de Wojcieszak y Garrett (2018) en
el que miden la atención que los participantes prestan a artículos con conte-
nido anti- y pro-inmigración en EEUU. Se trata de una tarea online y la
51
manera de operacionalizar la atención es a partir del registro de los artículos
que los participantes seleccionan y el tiempo que el artículo es desplegado
para ser leído. Efectivamente, en el estudio 1, estos autores encontraron
que, de una muestra preseleccionada con actitudes anti-inmigratorias, aque-
llos expuestos a un tratamiento en el que la identidad nacional se volvía
prominente mostraron más selección y mayor tiempo de lectura de artícu-
los con una postura anti-inmigratoria que los del grupo control no expues-
tos al priming (Wojcieszak y Garrett, 2018).
Tercero, en otros estudios, se han estudiado conductas reales, pero
con consecuencias hipotéticas. A modo de ejemplo, en uno de sus estu-
dios, Iyengar y Westwood (2015) postulan la tarea de seleccionar uno de
dos candidatos a una beca universitaria. Los candidatos, ambos de escue-
las secundarias, tenían credenciales académicas similares, pero diferían en
su origen étnico (blanco o afroamericano) o en su partidismo (demócrata
o republicano). Los resultados indicaron poco sesgo racial: los blancos, de
hecho, prefirieron al solicitante afroamericano (55,8%). Sin embargo, los
datos mostraron un fuerte sesgo partidario: el 79,2% de los demócratas
eligieron al candidato demócrata y el 80% de los republicanos eligieron al
candidato republicano. Estos resultados se mantuvieron incluso cuando el
candidato del otro partido tenía un promedio de notas significativamente
más alto (4,0 frente a 3,5); de hecho, la probabilidad de que un partidario
seleccionara al candidato más calificado pero simpatizante del otro partido
nunca fue superior al 30%. El estudio de la beca mostró que el partidismo
ejerce una fuerte influencia aun en contextos que trascienden la política.
Este fenómeno de derrame afectivo (affective spillover) de las actitudes parti-
darias e ideológicas ha sido documentado en una variedad de dominios,
incluyendo evaluaciones de solicitantes de empleo (Gift y Gift 2015), con-
ductas frente a citas (Huber y Malhotra, 2017), y mercados laborales en
línea (McConnell et al., 2018). Estos estudios muestran consistentemente
que el partidismo se ha extendido en la esfera no política, orientando a los
ciudadanos comunes a recompensar a los copartidarios y penalizar a los
simpatizantes del partido rival.
Cuarto, otra de las medidas conductuales utilizadas en la literatura de
polarización afectiva son los juegos económicos. La ventaja de los juegos
económicos respecto a la medición de decisiones hipotéticas es, justamente,
que en los juegos económicos se pueden implementar consecuencias mo-
netarias reales asociadas a las decisiones de los participantes. Iyengar y
Westwood (2015) introducen ciertos juegos económicos como plataforma
para documentar en qué medida los partidarios están dispuestos a dotar o
retener recompensas financieras de jugadores que comparten o no su parti-
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Revista SAA P . Vol. 16, Nº 1
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dismo. Usando el Juego de la Confianza (Trust Game) y el Juego del Dicta-
dor (Dictator Game), los autores midieron el sesgo partidista como la diferen-
cia entre las asignaciones financieras a los copartidarios y a los partidarios
rivales. Los resultados de Iyengar y Westwood (2015) muestran que, en el
Juego del Dictador, los copartidarios reciben una cuota de generosidad mayor
que los partidarios rivales, mientras que, en el Juego de la Confianza, los
copartidarios reciben mayor confianza que los partidarios rivales. Nueva-
mente, los resultados de decisiones con consecuencias reales muestran los
efectos de la polarización afectiva, en este último caso, afectando la genero-
sidad y la confianza hacia terceros anónimos.
Por último, algunos autores han tomado comportamientos verbales
naturales (ej., posteos en un video de YouTube; Bliuc, Smith y Moynihan,
2020) y los han analizado a partir de su contenido semántico para poder
inferir la positividad o negatividad de los mismos (ver también Gonçalves,
Pereira y Torres de Silva, 2020).
3. Críticas metodológicas
En esta sección, ya habiendo analizado las medidas de polarización
afectivas más utilizadas en la literatura, presentamos cuatro críticas
metodológicas. Todas ellas refieren a la imprecisión del concepto de polari-
zación afectiva y/o su medición. No obstante, nuestras críticas son de tipo
constructivo y en cada caso proponemos al menos un camino de solución al
problema planteado.
Ambigüedad del concepto de polarización afectiva
El primer problema a tratar es el de la imprecisión del concepto mismo
de polarización afectiva. Iyengar y colaboradores (2012) lo presentan por pri-
mera vez en referencia al grado de simpatía y antipatía (like-dislike) intra e
inter partido, respectivamente. Pero cuando uno ve la gran variedad de
maneras en que se mide la polarización afectiva (resumidas en la sección 2),
puede notarse que no sólo se enfocan en valoraciones afectivas como el grado
de simpatía, sino también en aspectos eminentemente cognitivos como la
atribución de rasgos típicos de cada grupo. En otros casos, se trataría más
bien de una combinación de aspectos cognitivos y afectivos, como cuando
se indaga por el grado de confianza en que un determinado candidato hará
lo correcto (Levendusky, 2013).
53
La pregunta que nos hacemos es si hay alguna manera de entender el
concepto de polarización afectiva que sea consistente con la gran variedad
de maneras en que ha sido medido. Creemos que sí. Parece adecuado en-
tender el fenómeno de la polarización afectiva como de carácter actitudinal.
En efecto, la psicología socio-cognitiva ha trabajado en detalle sobre el
constructo de actitud, al que entiende como una disposición psicológica a res-
ponder favorable o desfavorablemente a determinado objeto (Oskamp y Schultz,
2005). Así, el elemento central de una actitud es una evaluación de un obje-
to, o bien positiva, o bien negativa (Albarracín et al., 2005). Pero el punto
relevante para nuestra discusión es que esa disposición psicológica contiene
(o es expresada a través de) elementos cognitivos, afectivos y conductuales.
En resumen, se puede entender la polarización afectiva como una actitud
positiva hacia el partido propio, sus representantes y/o votantes y una acti-
tud negativa hacia el partido opositor, sus representantes y/o votantes. Y
dichas actitudes pueden tener consecuencias en los planos afectivos,
cognitivos y conductuales. Así, cobra perfecto sentido la utilización de la
variedad expuesta de medidas de polarización (Tabla 1).
Un término que mejor reflejaría el estudio del fenómeno que nos atañe
sería polarización actitudinal más que polarización afectiva. Sin embargo, la
solución no es tan sencilla como un mero cambio de nombre. Si se acepta
que la polarización afectiva es, en efecto, de carácter actitudinal, se torna
importante incorporar los aportes que la psicología socio-cognitiva ha veni-
do realizando a lo largo de décadas de investigación de las actitudes. Por
ejemplo, se reconoce que la expresión de actitudes puede ser fuertemente
dependiente del contexto y, por lo tanto, el contexto suele ser tenido en cuenta
en los modelos explicativos propuestos. Los efectos del contexto se relacio-
nan al componente de memoria en los modelos actitudinales y la medida en
que la activación de diferentes memorias puede estar guiada por elementos
del contexto de recuperación (Krosnick et al., 2005). Sería importante
reconsiderar los datos sobre polarización afectiva teniendo en cuenta el con-
texto de obtención de datos. Por ejemplo, podría haber contextos tendien-
tes a sobrestimar la polarización en los que se resalte la rivalidad partidaria,
lo que hay en contienda, o las diferencias en las plataformas de uno y otro
bando, mientras que otros contextos podrían subestimar la polarización a
partir de resaltar los valores democráticos y la competencia sana como parte
del proceso. Estos aspectos del contexto pueden variar en función del mo-
mento de la campaña electoral, de algún evento reportado en los medios de
comunicación (por ejemplo, un escándalo de corrupción política), o quizá
el contexto físico en el que responden los encuestados (por caso, en el campus
de la universidad donde se resaltan valores ideales). Estos son sólo posibi-
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Revista SAA P . Vol. 16, Nº 1
54
lidades. La recomendación general sería volcarse sobre la literatura de psi-
cología de las actitudes y sus avances metodológicos y extraer de ella todos
los conceptos, técnicas y recursos disponibles para incorporarlos en la in-
vestigación sobre polarización afectiva (ver desarrollos relacionados en la
sección Validez de las medidas de polarización afectiva).
El objeto de la polarización afectiva
En segundo lugar, nos preguntamos por el objeto hacia el que se dirige la
polarización afectiva. En otras palabras, cuando los participantes expresan
sus valoraciones sobre el partido propio y sobre el partido opositor, ¿en qué
piensan exactamente? ¿Piensan en el candidato principal de cada partido,
en la elite o en los seguidores típicos de cada partido? Drukman y Levendusky
(2019) realizaron un estudio experimental para responder a este interrogan-
te en EEUU. Había 3 condiciones en un diseño inter-sujeto. En una de
ellas, los participantes respondían preguntas acerca de los partidos (republi-
cano y demócrata); en otra condición, los participantes respondían acerca
de los votantes de los partidos; finalmente, en la última, los participantes
respondían acerca de candidatos y funcionarios elegidos de los partidos. El re-
sultado fue que la valoración negativa del out-group fue más extrema cuando
el objeto de valoración era el partido rival o los funcionarios del partido rival
que cuando se trató de los simpatizantes. Así, estos participantes parecieron
pensar en la elite cuando se les preguntó por las valoraciones hacia los dis-
tintos partidos. Este resultado abre varias preguntas relevantes, como, por
ejemplo, en qué medida las asociaciones más fuertes o más débiles entre las
referencias a los votantes, las elites y los partidos pueden cambiar con el
tiempo, el contexto y las circunstancias.
Más allá del resultado de Druckman y Levendusky (2019), creemos que
es fundamental ser muy precisos acerca del fraseo exacto de las preguntas
utilizadas para estimar la polarización afectiva, de modo que esta ambigüe-
dad no afecte la interpretación de resultados. El problema señalado es im-
portante en la literatura, ya que para ver la evolución de la polarización
afectiva y conceptos relacionados suelen tenerse en cuenta registros de en-
cuestas tomadas a lo largo de varias décadas (por ejemplo, utilizando la
medida de termómetro, Gidron et al., 2019). Muchas veces el fraseo de la
pregunta puede ser alterado de una encuesta a otra a lo largo del periodo
analizado, o aún más problemático es el caso en que el objeto actitudinal es
variado (si la pregunta es sobre los votantes, las elites o los partidos4). Estos
4Ver Iyengar et al. (2012).
55
cambios son mencionados en la parte metodológica de los estudios, pero
pueden ser negligidos en el análisis de resultados, quedando sus potencia-
les efectos olvidados.
Diversidad de cálculos y tipos de polarización
Como señala Drukman y Levendusky (2019), hay dos maneras típicas
en que las respuestas de los participantes han sido utilizadas para estimar la
polarización afectiva. Una de ellas es tomar sólo las valoraciones que hacen
los participantes del grupo o candidato opositor (descartando las valoracio-
nes sobre el partido propio). Esto podría tomarse coloquialmente como una
escala de desprecio. Más académicamente, sería apropiado utilizar el término
polarización negativa o polarización outgroup. Análogamente, podría tomar-
se sólo el promedio de mediciones hacia el propio partido y denominar a
este resultado polarización positiva o polarización in-group. Esta medida no
ha sido tan trabajada por los investigadores, pero es perfectamente razona-
ble tenerla en cuenta como un concepto independiente. De hecho, en un
estudio comparado, Gidron, Adams y Horne (2020) encuentran que las
polarizaciones in-group y out-group contribuyen de manera independiente a
comprender la relación entre diferentes sistemas electorales y la polariza-
ción afectiva.
La otra medida típica que toman los investigadores es la diferencia en-
tre las dos mediciones anteriores, es decir, a la valoración del partido propio
se le resta la valoración del partido opositor. Esta operación tiene ventajas
metodológicas, pero no vamos a ahondar en este aspecto. El punto es que
sería bueno distinguirla de las mediciones anteriores. Proponemos el térmi-
no polarización diferencial para referir a esta escala. Nótese que, aunque las
medidas típicas (negativa y diferencial) de hecho se correlacionan porque
tienen elementos comunes, son conceptualmente distintas. Para verlo, con-
sidérese un individuo que tiene un desprecio absoluto por el partido oposi-
tor, pero, a la vez, un aprecio mínimo por el partido propio. Como resultado,
tendrá una polarización negativa alta, pero una polarización diferencial inter-
media. Al mismo tiempo, esta conceptualización permite reconocer fácil-
mente que un mismo puntaje de polarización diferencial puede estar refle-
jando actitudes muy dispares. Por ejemplo, una polarización diferencial baja
indica que las valoraciones de ambos partidos son similares, pero esto pue-
de deberse a que ambas valoraciones son relativamente altas o que ambas
son relativamente bajas. Esta heterogeneidad y sus implicancias para el com-
portamiento político merecen ser estudiadas en mayor profundidad.
Esteban Freidin, Rodrigo Moro y María Inés Silenzi
Revista SAA P . Vol. 16, Nº 1
56
Validez de las medidas de polarización afectiva
Ante la gran variedad de formas de medir la polarización afectiva, es
natural preguntarse si realmente están midiendo el mismo constructo. Nue-
vamente, de acuerdo a nuestro conocimiento, el único artículo en la litera-
tura que ha tratado ese tema es el de Drukman y Levendusky (2019), quie-
nes tomaron para cada participante 4 medidas y analizaron cuán
correlacionadas estaban. Más específicamente, tomaron medidas de termó-
metro, confianza en que cierto candidato haría lo correcto, valoración de
rasgos típicos, y de distancia social. Encontraron que había una correlación
fuerte entre las tres primeras medidas (en cada caso, mayor al r = 0,50),
pero no con la última medida, la de distancia social. Estos resultados en-
cienden una luz de alarma, ya que la medida de distancia social es una de las
más utilizadas en la literatura, y se suele incluir porque refleja un aspecto
importante de la interpretación teórica dominante del fenómeno de polari-
zación afectiva, llámese la teoría de la identidad social (Tajfel y Turner, 1979).
Si bien la noción de identidad social involucra diferentes elementos, va a ser
necesario especificar en mayor detalle qué medidas captan qué aspectos del
fenómeno identitario en el caso de la polarización afectiva. Si bien el estudio
de Drukman y Levendusky (2019) es un excelente primer paso en este sen-
tido, es necesario continuar con mayor profundidad en esa dirección. La
razón es que estos autores sólo consideraron unas pocas medidas y hay una
gran variedad de ellas utilizadas en la literatura (ver Tabla 1), por lo que es
necesario continuar con estudios metodológicos que evalúen cuán
correlacionadas están las distintas medidas, incluyendo también medidas
implícitas y conductuales. Estas correlaciones buscarían estimar la validez
convergente del constructo, es decir, en qué medida están midiendo el mis-
mo concepto. Incluso desde el punto de vista de la medición, la existencia
de diferentes medidas para un mismo constructo es una de las maneras
para poder estimar el error de medición asociado a una determinada técni-
ca y así contar con medidas de mayor validez (John y Benet-Martínez, 2014).
Además de la validez convergente, también es importante evaluar la vali-
dez discriminante de una técnica de medición (Krosnick et al., 2005). Este
tipo de validez se refiere a la capacidad de un sistema de medición de discri-
minar entre conceptos distintos, aunque relacionados. Particularmente, es
claro que los investigadores del área pretenden distinguir la polarización
afectiva (o actitudinal) de la polarización ideológica (Iyengar et al., 2012). Es
importante aclarar que en esta distinción el cambio central está en el objeto
de la medición actitudinal (política partidaria vs. ideología) y no en el uso
del constructo de polarización afectiva. De hecho, Mason (2018) muestra
57
que el concepto de polarización afectiva perfectamente se puede aplicar en
el campo de las actitudes ideológicas. En este sentido es que se vuelve rele-
vante realizar estudios que estimen cuán correlacionadas están las medidas
de cada uno de estos conceptos. Iyengar et al. (2012) proveen cierta eviden-
cia al respecto. Utilizan el mismo método (termómetro) para evaluar la pola-
rización afectiva (política) y la polarización ideológica. En el primer caso,
utilizan la pregunta de cómo se sienten los participantes en una escala de 0
a 100 hacia el partido republicano/demócrata (o, en otros periodos, hacia
republicanos/demócratas5). Por otro lado, miden la polarización ideológica
con la pregunta acerca de cómo se sienten los encuestados hacia conserva-
dores y liberales. Si el método de medida tiene validez discriminante, es
esperable que la correlación sea moderada pero relativamente baja, mos-
trando que se trata de conceptos diferentes. Aunque Iyengar y colaborado-
res no reportan el resultado de la correlación, sí muestran que mientras la
polarización afectiva es creciente con el paso del tiempo, la polarización
ideológica es estable. Otro ejemplo a discutir lo proveen Levendusky y
Malhotra (2016), que encuentran evidencia de validez discriminante entre
las medidas de polarización afectiva más usadas (termómetro, rasgos nega-
tivos del outgroup y distancia social) y el posicionamiento en temas ideológi-
cos específicos cuando enfrentan a los participantes a artículos periodísti-
cos que describen a los ciudadanos de manera moderada vs. polarizada.
Más específicamente, los artículos que muestran un panorama polarizado
producen posturas ideológicas más moderadas, al mismo tiempo que in-
tensifican los puntajes en las medidas de polarización (política) afectiva típi-
cas. Nuevamente, estos ejemplos pueden ser vistos como primeros pasos en
la validación del concepto de polarización afectiva. No obstante, son nece-
sarias investigaciones metodológicas sistemáticas que respalden la distin-
ción del constructo de la polarización afectiva de otros relacionados, y ha-
cerlo desde una base psicométrica sólida, que busque obtener evidencia de
la validez convergente, discriminante y de los errores de medición asociados
a las diferentes medidas para ganar en precisión y rigurosidad.
4. Conclusiones
La presente revisión sistemática nos lleva a concluir que el estudio de la
polarización afectiva en temas de política partidaria, en última instancia,
puede comprenderse como el estudio de la polarización actitudinal hacia
5Ver crítica en sección 3.2.
Esteban Freidin, Rodrigo Moro y María Inés Silenzi
Revista SAA P . Vol. 16, Nº 1
58
objetos de la política como los partidos políticos, los líderes y los simpatizan-
tes. A partir de explicitar este aspecto actitudinal del estudio de la polariza-
ción afectiva es que cobra pleno sentido que se utilicen medidas que no solo
miden componentes afectivos, sino también cognitivos y conductuales. Re-
lacionado a este punto, se abre una cuestión teórica relevante, a saber, si
puede hablarse de un tipo de polarización no afectiva. Como vimos, la carac-
terística distintiva de la polarización afectiva sería que se origina en la iden-
tificación de las personas con uno o más grupos sociales. Por un lado, este
aspecto identitario de la polarización resalta que el camino desde una pola-
rización no afectiva a una afectiva puede estar representado como un conti-
nuo asociado al grado de identificación social que experimenten las perso-
nas. Por otro lado, queda abierta la cuestión de si es posible que se registre
algún tipo de fenómeno de polarización con un origen distinto a la identifi-
cación a cierto grupo social, por ejemplo, a partir de la convicción moral de
las personas (Ryan, 2014).
Para finalizar, resaltamos la relevancia que tiene el estudio de la polariza-
ción afectiva para comprender uno de los procesos sociales que parece estar
diezmando el funcionamiento democrático y la confianza en esta forma de
gobierno en diversas sociedades del mundo. Nuestra revisión muestra que
la investigación sobre polarización afectiva se ha concentrado fuertemente
en estudiar el caso de EEUU (ver Tabla 1). No obstante, la investigación
comparada del fenómeno, si bien escasa, ya está en marcha (por ejemplo,
Gridon et al., 2020) y promete poder identificar aspectos idiosincráticos de
la polarización afectiva de cada sociedad, así como procesos y patrones ge-
nerales (Boxell et al., 2020). Distinguir los aspectos singulares y más genera-
les de la polarización afectiva podría implicar la posibilidad de compartir
herramientas para minimizar los efectos de un fenómeno que divide inter-
namente a las sociedades.
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