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La brecha en perspectiva: textos, pretextos, contextos

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Abstract

Regarding Mercedes Valdivieso’s La Brecha breakthrough (1961) as the first Latin American feminist novel is certainly a valid critique. But we know that the “questionable” first moment in a novel in which a divorce is filed and abortion, and the economic freedom of women through female labor are advocated, is sustained upon a complex weave of discourses that had already been articulated previously. More than discussing existing criticism, we are interested in reconstructing the genealogical weave that makes the reading of La brecha as a feminist novel possible, revisiting selected texts written during the first half of the twentieth century in Chile including Augusto D’Halmar’s Juana Lucero (1902), Delie Rouge’s Los fracasados (1922), and Brunet’s María Nadie (1957), among others, in addition to several contemporary texts to Valdivieso’s novel.
REVISTA CHILENA DE LITERATURA
Noviembre 2021, Número 104, 357-384
LA BRECHA EN PERSPECTIVA: TEXTOS,
PRETEXTOS, CONTEXTOS
Andrea Kottow
Universidad Adolfo Ibáñez
Santiago, Chile
andrea.kottow@uai.cl
Ana Traverso
Universidad Austral de Chile
Valdivia, Chile
anatraverso@uach.cl
RESUMEN / ABSTRACT
La consideración de La brecha (1961) de Mercedes Valdivieso como la primera novela feminista
latinoamericana es, ciertamente, mérito de la crítica. Pero sabemos que el “dudoso” primer
momento en que en una novela se demanda el divorcio, se reivindica el aborto y la libertad
económica de la mujer mediante el trabajo femenino, se sostiene sobre una trama compleja de
discursos que ya habían sido enunciados antes. Más que discutir la armación de la crítica, nos
interesa armar la trama genealógica que posibilita leer La brecha como una novela feminista,
revisando algunos textos escritos durante la primera mitad del siglo XX en Chile, como Juana
Lucero (1902) de Augusto D’Halmar, Los fracasados (1922) de Delie Rouge, María Nadie
(1957) de Marta Brunet, entre otros, además de algunos textos contemporáneos y posteriores
a la novela de Valdivieso.
pALAbRAS CLAVE: La brecha, novela feminista, divorcio, aborto, trabajo femenino.
BREAKTHROUGH IN PERSPECTIVE: TEXTS, PRETEXTS, CONTEXTS
Regarding Mercedes Valdivieso’s La Brecha breakthrough (1961) as the rst Latin American
feminist novel is certainly a valid critique. But we know that the “questionable” rst moment
in a novel in which a divorce is led and abortion, and the economic freedom of women
through female labor are advocated, is sustained upon a complex weave of discourses that
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had already been articulated previously. More than discussing existing criticism, we are
interested in reconstructing the genealogical weave that makes the reading of La brecha as
a feminist novel possible, revisiting selected texts written during the rst half of the twentieth
century in Chile including Augusto D’Halmar’s Juana Lucero (1902), Delie Rouge’s Los
fracasados (1922), and Brunet’s María Nadie (1957), among others, in addition to several
contemporary texts to Valdivieso’s novel.
KEyWORDS: Breakthrough, feminist novel, divorce, abortion, female labor.
Recepción: 3/07/2021 Aprobación: 13/09/2021
A MODO DE INTRODUCCIÓN
Una de las razones que contribuye, pensamos, a otorgarle a La brecha de
Mercedes Valdivieso el lugar destacado de una de las primeras novelas
feministas de Latinoamérica, es su particular estilo1. Se trata de una novela
breve y condensada que, en pocas páginas, desarrolla el devenir de una
vida femenina, que se aleja, sin dudarlo mucho, de los moldes provistos
para una mujer en el Chile de los años sesenta. La protagonista-narradora
relata sin afectación, sin mayor culpa, sin continuos cuestionamientos, sin
sentimentalismo ni lirismo los sucesos que marcan su vida: desde que contrae
matrimonio hasta que abandona a su marido y emprende una vida sola con
su hijo, se introduce en la vida laboral y consigue, nalmente, la anulación
de su vínculo marital. No son tanto las temáticas que tejen la trama del texto
–descontento en el matrimonio, malestar en y con el embarazo, la realización
de un aborto, el deseo de independencia tanto económica como sentimental,
la búsqueda de un trabajo remunerado que permita la vida autónoma– las que
determinan la visibilidad de La brecha en el canon de la literatura de mujeres.
Pues, al revisar la escritura de mujeres o las temáticas que podríamos calicar
de feministas en la tradición literaria chilena, nos encontraremos con textos
que muy tempranamente –ya desde principios del siglo XX– giran en torno
a estos mismos tópicos.
Lo rupturista de La brecha, entonces, no sería tanto el reconocimiento
–casi programático– de los grandes pilares que han sustentado el sistema
1 Una de las escritoras que colaboraron a establecer este privilegiado lugar para
la novela de Mercedes Valdivieso es la mexicana Margo Glantz, que destacara el papel de
“pionera” en su prólogo a la edición conmemorativa de sus 25 años.
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patriarcal y han marcado la posición subordinada de la mujer en él, sino
más bien la forma de ponerlos en juego. Deseos de separación, anulaciones
efectivas, e incluso la insistencia en la necesidad de contar con un divorcio
legal, los podemos rastrear mucho antes en la literatura. Infelicidad e
insatisfacción sexual, pero también la contraparte –la celebración del placer
sexual femenino–, asimismo están presentes en varias narrativas publicadas
con anterioridad a la novela de Mercedes Valdivieso. El tema del trabajo
–la urgencia de encontrar, tener y sostener un trabajo remunerado, por
reconocer en él la única forma de conquistar y garantizar la autonomía–,
puede, a su vez, ser hallado en numerosas obras previas. Lo que sí pareciera
ser bastante único de la novela de Valdivieso es que va tratando estos temas
desde una voz que prescinde de toda una carga afectiva que solía acompañar
la aparición de estas problemáticas en literaturas que le preceden. Nos
encontramos acá con una mujer, que, si bien a ratos duda y cuestiona sus
decisiones, sintiendo miedo e inseguridad, en general avanza con resolución
por una serie de decisiones difíciles que conllevan costos a todo nivel:
sociales, económicos, emocionales. Estos son asumidos con entereza por
la protagonista, sin tampoco alzarse como gura heroica. Es, así, ese estilo
desprovisto de moralismo, de culpa, de afectación, pero también libre de un
tono que se pretenda modélico, lo que convierte a esta novela en un texto que
se instaló como un hito indiscutible en la historia de la literatura en Chile
y América Latina2. Como señala Raquel Olea, probablemente la primera
crítica que repara en la escritura de las mujeres que fueron adscritas a la así
llamada generación del 50, entendiéndola como un corpus textual, legible
desde ciertas problemáticas y estéticas comunes:
Es Mercedes Valdivieso, en su novela La brecha […] quien señala
una torsión al destino de las mujeres. Sin dejar de ingresar al deber
ser histórico, la protagonista –anónima representante de una actitud
de género– asume otro destino, rompe el habitus, decide elegir
aunque lo nuevo sea desconocido y vago, sin importar los efectos ni
el desprestigio, la narración produce otros “efectos de femineidad”
(Cixous, p. 61) por el emprendimiento de una acción de políticas
corporales, como el divorcio, el aborto, una segunda pareja y el
2 Para Marcelo Coddou, la novela opera una ruptura en dos niveles: “por un lado,
con el sistema modelizador narrativo, sus normas léxico-semánticas y, por otro, con el sistema
modelizador narrativo, del comportamiento de la mujer en sociedad” (43).
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ingreso al mundo del trabajo, entre otras. Estas acciones constituyen
disidencias de las morales familiares y de las obediencias patriarcales,
que abren un nuevo destino femenino, otro hacerse mujer, inaugurando
otra ley y otro deseo (113).
La brecha que produce la novela en el campo de la literatura, más allá
de provocarla desde su título y en la vida de su protagonista, se vincula,
entonces, con una ruptura no solo en el plano biográco de una mujer, sino
sobre todo en la escritura que da cuenta de él.
Lo que nos proponemos en las siguientes líneas es recorrer La brecha
a partir de las problemáticas que la conguran en tanto novela leída como
señera para el imaginario feminista. Reconocemos tres hitos fundamentales
desde las cuales la narradora-protagonista de la obra traza el relato de su vida,
marcando la autonomía con relación a un hombre que la sustente y valide.
En primer lugar, el aborto que decide hacerse, tras quedar involuntariamente
embarazada por segunda vez de su marido y haber tenido ya un primer
embarazo experimentado con distancia y hasta cierta repugnancia. En segundo
lugar, la separación de su marido, insistiendo la narradora hasta las páginas
nales del texto en que esta no solo sea efectiva, sino que obtenga estatuto
legal. Y, en tercer lugar, el reconocimiento de la importancia del trabajo
como medio para la independencia económica, que, con gran lucidez, la
protagonista arma en tanto condición sine qua non para poder llevar una
vida verdaderamente autónoma. Lo que proponemos en nuestro análisis es
tejer relaciones entre La brecha y otras novelas publicadas con anterioridad
en el campo literario chileno, para ir viendo semejanzas y diferencias en
el tratamiento de los temas identicados. Es decir, quisiéramos dibujar un
panorama que le otorgue no un lugar eminente de singularidad a la novela,
sino más bien trazar una constelación de obras, donde La brecha se verá en
compañía de otros textos en los que reconocemos movimientos parecidos.
Movimientos necesarios para atender a obras que, con tonos diversos y
acentos diferentes, han aportado a sensibilizar a lectores y lectoras frente
a las desigualdades de género, los moldes patriarcales y las múltiples
trabas que para muchas mujeres han resultado en lugares y posiciones de
subordinación. Y movimientos que, al mismo tiempo, permiten señalar el
lugar particular que adopta la novela La brecha dentro del campo literario
chileno.
La brecha en perspectiva: textos, pretextos, contextos 361
EN LAS OSCURIDADES DEL VIENTRE
En una era donde una de las más importantes consignas de los movimientos
feministas reza “Aborto libre, seguro y gratuito” merece la pena revisar las
formas en que la literatura ha trabajado el tema del aborto. Tratándose de un
tópico delicado, muchas veces tabú, asociado no solo a la vergüenza y a la
culpa sino, además, según la jurisprudencia chilena actual, derechamente a
la ilegalidad, llama la atención lo temprano que ingresa este difícil tema a la
literatura en nuestro campo cultural.
Ya en 1902, Augusto D’Halmar denuncia, con sorprendente clarividencia,
la desigualdad de clase con relación al tema del aborto3. En su novela Juana
Lucero –cuyo subtítulo en su primera edición prometía familiarizarnos con
Los vicios de Chile, y que se entiende, según el prólogo del propio autor,
como un “estudio social”–, la protagonista es forzada a someterse a un aborto.
D’Halmar reconoce de forma muy clara que la problemática del aborto no
es tan solo un tema que atañe a las mujeres como sexo y/o género, sino uno
que se anuda de forma indisoluble a una condición de clase. Esa falta de
libertad y de opciones, provenientes de la ausencia o escasez de recursos,
son carencias que D’Halmar acusa desde su prólogo para el Chile de los
primeros años del XX. De hecho, propone un epígrafe opcional para su novela,
destinado a subrayar los amarres que restringen elecciones y decisiones para su
protagonista, incluyendo las que atañen el devenir del propio cuerpo: “Carne
de esclava”. Palabras encarnadas, cuerpo que se hace eco de las condiciones
que marcan la vida de Juana Lucero, una biografía que para su autor no solo
saca del anonimato a la protagonista de su novela, sino a toda una clase de
mujeres que comparten el destino infeliz de Juana, cuya libertad, nuevamente
en palabras de D’Halmar, solo se alcanza al morir. No solo se trata así de
entender la posición de “esclava”, es decir, no ser dueña de sí, en un sentido
gurado, sino, y, sobre todo, en su dimensión corporal: el cuerpo de Juana
no le pertenece, no es propietaria de su sexualidad ni tampoco de la decisión
de su maternidad. Es, literalmente, “carne de esclava”, lo que implica que es
carne esclavizada, convertida en ajena para el propio sujeto.
3 Rodrigo Cánovas, uno de los primeros críticos chilenos que le dedica un estudio
detallado a la novela Juana Lucero, considera que la inclusión del tema del aborto y la aparición
del Instituto Ginecológico de Mme. Rigault, que esconde tras su fachada las intervenciones
abortivas, es “un gesto inédito en las letras chilenas del 1900” (137).
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Recordemos el devenir de la protagonista de esta novela, la historia de
la huacha más insigne de la literatura chilena. Juana hereda de su madre
Catalina la “culpa” femenina de haber cedido su sexualidad a las promesas
de un hombre que luego no las cumple. Un hombre rico, ahora diputado de la
República, que no se hace cargo de que ha dejado embarazada a la costurera
de la casa y que nunca (re)conocerá a la hija que engendró con ella. Catalina
cría sola y con entereza a su amada hija, a quien cariñosamente llama la
“Purisimita”. Al estar agonizando por una enfermedad que le costará la
vida, Catalina intenta contactar al padre de la chica adolescente para pedirle
apoyo económico. El diputado Alfredo Ortiz se desentiende, marcando así
el comienzo de un camino de padecimiento y paulatina caída para Juana. Es
maltratada por su tía Loreto, primer lugar del peregrinaje que la huérfana
Juana debe emprender tras perder a su madre, y luego es instalada en la casa
de unos conocidos, donde será violada, quedando embarazada, más allá de
sufrir la deshonra de la familia, cargando ella con la culpa de los actos brutales
ejercidos por otro. Cuando se celebra en la ciudad la conmemoración de la
batalla de Yungay y los integrantes de la casa donde Juana vive de allegada/
sirvienta salen a celebrar a la plaza pública, será atacada por don Absalón, el
dueño de casa. La violación si bien será advertida por misiá Pepa, esposa de
don Absalón, será enterrada bajo un manto de silencio, como también serán
ocultados los intentos tanto del patrón de la casa como de su hijo de seguir
abusando sexualmente de Juana:
Porque tampoco era caso del otro mundo este del amo y la doméstica,
pan cotidiano en toda casa de Santiago, lo que a la postre es legal,
pues, ya que las chinas no tienen idea del honor, justo es que sirvan
de salvaguardia a los hombres útiles en la sociedad, que no buscarán
así, otras entretenciones perjudiciales para su salud (D’Halmar 121).
El narrador denuncia con este tipo de pasajes que se repiten, una y otra
vez, en su relato, la hipocresía de la sociedad santiaguina de comienzos del
siglo XX, que aplica brutales divisiones tanto de género como de clase,
produciendo sujetos totalmente desiguales entre sí. Las mujeres populares
ocupan el escalafón más bajo en la escala social, lo que se evidencia, en
última instancia, en que no tienen potestad sobre su cuerpo, que es puesto al
servicio, incluso por las mujeres de las clases acomodadas, de los apetitos de
sus maridos e hijos, en tanto medida higiénica. No será la primera vez que
misiá Pepa haga la vista gorda con relación a las consecuencias que dejan las
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acciones de sus hombres en los cuerpos y vidas de las sirvientes. Filomena
ya había corrido la misma suerte, sin que se supiera, cuando comenzó a
abultársele el vientre, si el embarazo había sido producido por el padre o el
hijo de la casa. La novela describe con brutalidad y sin tapujos el aborto al
cual se somete la sirviente:
¡Discreta mujer la Filomena! De la noche a la mañana, sin saberse
de qué modo ni en qué momento, pues nunca salía sin la ayuda
de nadie, ni rastros que la acusaban, recobró su talle de doncella,
sirviendo el almuerzo con la puntualidad de siempre, cuando los
vecinos habían oído la noche anterior gritos sofocados, y la policía
de aseo, deshaciendo un taco en la acequia que pasaba por la casa
pero muchas cuadras hacia la Alameda, estrajo, de entre la basura,
el cadáver de un parvulito (D’Halmar 126).
Filomena se somete a un aborto casero, claramente sin los recursos que
permitirían el cuidado debido para su seguridad y salud. Los gritos sofocados,
acallados, son la imagen que denuncia el dolor de la intervención. Y la
aparición de un feto encontrado en las cañerías que recorren la ciudad es el
símbolo de lo que ocurre subterráneamente en ella. La apariencia nge una
armonía social que no se corresponde con lo que verdaderamente sucede,
que queda reducido a basura marginada. Las acequias, es decir, los tubos que
transportan excrementos, se colman literal y simbólicamente del estiércol
que produce una elite amoral.
A Juana, en tanto, le espera otra suerte, si bien igualmente marcada por la
imposibilidad de decidir ella sobre su destino, su sexualidad y su maternidad.
Abandona la casa de misiá Pepa y se vuelve amante de Velásquez, un joven
de la clase alta que la instala en un departamento que funciona como nido de
amor para esta relación oculta. Sin embargo, cuando Velásquez se entera del
estado de Juana, decide deshacerse de ella y la entrega al burdel regentado
por Madame Adalguise. Solo de a poco y con el transcurso de los días,
Juana se dará cuenta en qué tipo de establecimiento se encuentra e, ingenua
como es, alberga la esperanza de poder tener a su hijo y redimir sus culpas a
través de él. Llega incluso a tejer una gorrita con bullones de gasa y lacitos
de mariposas para el innato hijo: “¡Con qué ternura pensó en aquel hijo!”
(D’Halmar 211). Pero el destino resulta inevitable y un día es llevada por
Adalguise a realizarse el aborto, en el “Instituto Ginecológico, pensionado a
cargo de Mme. Letizia Schulze de Rigault, Doctora en obstetricia, Diplomada
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en las Facultades de Berlín y París” (D’Halmar 242), como reza con cierta
pompa el letrero que pende sobre la entrada de la clínica:
Ya estaba todo arreglado y siguieron conversando las dos mujeres,
cuyos ocios guardaban tanta relación. La una, extrangera, (Impunidad
y preferencia), hacía medrar la clínica, tras del biombo chino con
que, sus clientes, las aristócratas ocultan sus crímenes y aún sus
sangrientos castigos. La otra, amparada por las leyes conaba en la
forzosa protección de los hombres para la prosperidad del prostíbulo,
y ambas, la doctora y la alcahueta, convergían amistosamente en su
n común de explotar a la misma sociedad depravada. El laboratorio
de Mme Rigault prepararía las esposas del porvenir; el jimnasio
de Adalguise educaba los futuros maridos. No era nimia, pues, la
importancia de esas dos mujeres que tenían en sus manos caprichosas
nada menos que la suerte de la especie venidera, pudiendo torcerla
a su antojo (ibid.).
La novela de D’Halmar evidencia una trenza que asegura el aborto seguro
para las mujeres de la elite, que cuentan con una clínica en la que pueden
someterse a una operación supervisada médicamente, por un lado, y que les
permite, por otro lado, a los hombres de la clase alta tener sexo con mujeres
cuyos embarazos, a su vez, pueden ser interrumpidos en el mismo lugar,
intervención pagada por la dueña del prostíbulo. Dos mujeres que así se
vuelven no solo serviciales sino que se aprovechan de un sistema patriarcal
de clases, donde las mujeres pobres no son dueñas de sus cuerpos: ni para
decidir con quién y cuándo tener relaciones sexuales, ni tampoco para deliberar
acerca de con quién y cuándo tener o no un hijo.
Lo que D’Halmar denuncia a través de su narrador y con la historia de Juana
Lucero es que el aborto es uno de los muchos mecanismos que la sociedad
de principios del siglo tiene para asegurar a la elite el lugar de privilegio con
el que cuenta y la total subyugación del pueblo a sus determinaciones. Hay
un sistema instalado, que pasa por el cuerpo de la mujer, por su sexualidad
y por su maternidad, que sostiene la desigualdad no solo de género sino
también de clase.
Tanto Filomena como Juana Lucero son retratadas como víctimas de una
red de relaciones de poder, donde ellas son forzadas por las circunstancias a
someterse a un aborto. Sin embargo, y es este el punto en el que nos gustaría
insistir, esta falta de libertad ya estaba instalada de antes en sus vidas: no
pudieron, tampoco, tomar, previamente, una resolución sobre su sexualidad.
La brecha en perspectiva: textos, pretextos, contextos 365
El cuerpo se muestra como un lugar de disputa, en el cual se evidencian
diferencias de género y de clase. Si bien el tono del narrador pareciera
considerar el aborto como un crimen y una matanza, se compadece de las
mujeres que deben someterse a uno, y no las culpabiliza a ellas de tal falta a la
moral. Esta última marca un sistema vicioso, un Chile que no permite que las
mujeres de extracto social popular sean dueñas de sus cuerpos. Las mujeres
son víctimas, objetos más que sujetos, sin capacidad de tomar decisiones.
Sus cuerpos se ven atravesados por fuerzas que las despojan de la facultad
de encarnar ellas su propia corporalidad4.
La paulatina sustitución y sustracción del nombre propio de Juana, que pasa
de la denominación materna “Purisimita”, a ser Juana, adoptando nalmente
en el prostíbulo el nombre de la cocotte homenajeada por Émile Zola en su
novela Nana (1880), marca a su vez la imposibilidad de la protagonista de
ser dueña de sí. La pérdida del nombre va de la mano con el despojo de su
cuerpo –maltratado, violado, vendido, intervenido para mantener su valor
de mercado–, caída que se sella con la locura de Juana Lucero, que deja de
reconocerse como viva y se piensa como muerta5.
En la novela María Nadie de Marta Brunet, publicada en el año 1957,
nuevamente nos enfrentamos a la historia de un destino de mujer marcado
por la desgracia y la imposibilidad de huir de una trama vital que se inscribe
en el cuerpo femenino. También en este texto se insiste en una cifra tejida
en torno al nombre de la protagonista, recogida en su título. María Nadie es
en realidad María López, nombre de mujer común que hace extensible su
4 En su análisis de la novela, Claudia Darrigrandi hace alusión a esta victimización
del personaje de parte del narrador, que se trenza con la pregunta por quién controla el cuerpo
de la mujer y qué implica esta visión sobre la corporalidad femenina: “Juana, de esta forma,
representa las problemáticas representacionales de la gura de la prostituta. Por un lado, es
la víctima inocente que es doblegada por la hegemonía masculina (en particular en la escena
de la violación), de este modo se opera un control sobre un cuerpo femenino que se lee como
amenaza, como peligroso objeto de seducción. Por otro lado, la posibilidad de ejercer un
poder, en este caso sexual, sobre el otro “masculino”, no es explicitada en las escenas de la
novela” (s/p).
5 Rodrigo Cánovas, en su lúcido estudio de la novela, incluido en su libro sobre la
alegoría del prostíbulo en la literatura latinoamericana, marca el devenir de Juana Lucero como
un proceso de paulatina desaparición o borradura. Lee la novela, pensándola como el revés
del romance nacional, tal como lo planteara Doris Sommer en las Ficciones fundacionales:
“en vez de insertarse en la serie central del hogar nacional como hija, sobrina, novia, esposa
y madre, Juana ilumina la serie excluida en calidad de guacha, sirviente, costurera, querida y
prostituta, hasta borrarse como loca” (133).
366 REVIStA CHILENA DE LItERAtURA Nº 104, 2021
experiencia a cualquier otra biografía femenina en el Chile de la década del
50. El “López”, apellido que no logra diferenciar a esta María –nombre que
aquí adquiere un carácter casi genérico para lo femenino– de otras Marías,
será sustituido en la experiencia de la protagonista por “Nadie”, es decir una
borradura del nombre propio. También en esta novela, como en Juana Lucero,
los juegos que se efectúan con y sobre el nombre de la gura literaria son
decisivos para las vivencias de la mujer que lo encarna. El texto de Brunet
está organizado en dos tiempos. La primera parte de la novela corresponde
al intento de María López de rehacer su vida y deshacerse del pasado que, no
obstante, la alcanza y condena. En la segunda parte de la novela asistimos al
relato que la propia María López hace de su historia de vida, que incluye una
desilusión amorosa, un embarazo y el sometimiento a un aborto forzado. En
la primera parte de la narración se nos cuenta la vida de un pueblo pequeño,
al cual María llega como telefonista a la ocina de correos. Su belleza, su
pelo rubio y su talante esbelto la destacan entre las sionomías más toscas
a los cuales los pueblerinos están acostumbrados, valiéndole la envidia y
los celos de las mujeres, la admiración de los hombres y la amistad de dos
niños pequeños, que creen ver en María Nadie la personicación de un hada
salida de sus cuentos infantiles. El conicto se articula justamente en torno
a estos dos chicos, que idolatran a la joven mujer, con la cual juegan en los
parajes rurales del pueblo. El Cacho, hijo de Reinaldo y Ernestina, es un niño
robusto y fuerte, cuyo mejor amigo es el enfermizo y debilucho Conejo, hijo
de Lindor y la Petaca. Los dos matrimonios han visto menguada la armonía
familiar por la ruda vida del pueblo, el exceso de trabajo, la monotonía y la
estrechez de una cotidianidad sin mayores distracciones. Lindor se escuda
en el alcohol y en el burdel, y Reinaldo en un amor de tintes platónicos que
le profesa desde su llegada a la telefonista, María López. Un día, el Cacho
cree reconocer en la solapa de su padre un ramo de violetas silvestres que el
Conejo le había obsequiado a la “niña de los cabellos de oro” (52). Al compartir
sus sospechas con el amigo, este cae en un estado de gran tristeza y termina
enfermándose gravemente. Dado el frágil estado de salud del niño, Petaca se
deshace en preocupaciones por su hijo. Una representación teatral que se dará
en el pueblo brinda una luz de esperanza para sus habitantes, prometiendo
distracción. Todo el pueblo se reúne y es la primera vez en mucho tiempo
que María se topa con sus pequeños amigos. El encuentro tendrá un resultado
catastróco para la protagonista, pues el despechado Conejo intenta evitar
el encuentro con el hada que le ha roto el corazón y, cuando María Nadie
lo saluda con alegría, la madre, Petaca, explota: “No le basta manosear a
La brecha en perspectiva: textos, pretextos, contextos 367
todos los hombres para también agarrársela con los niños…” (Brunet, María
79). Otras voces de desconanza frente a la hermosa forastera se hacen oír,
y María López –“Mala pájara, María Nadie, al n. Habría que echarla del
pueblo. Fuera…” (79)–, termina arrancándose de los gritos y acusaciones.
La segunda parte de la novela, titulada “la mujer”, antecede cronológicamente
a este relato situado en el pueblo y nos relata el pasado de María López y,
particularmente, las circunstancias que la llevaron a buscar refugio y la
posibilidad de una nueva vida en la lejanía de los parajes rurales. Atravesada
por el deseo de forjarse su propio camino vital, María López había asumido
un trabajo de telefonista en la ciudad en la que vivía, se había independizado
de sus padres y habitaba sola un departamento. Con toda su autonomía, a
María López la embarga la soledad y el anhelo de un amor. Una noche es
invitada a una esta y conoce a un hombre alto y bello. El encuentro termina
en el departamento de María López y el trato que Gabriel le da a la mañana
siguiente es premonitorio de lo que vendrá: “Mírenla a la pollita, igual a la
de la canción… […] Váyase al baño: no sea cochina” (Brunet, María 100).
Una vez más, el lector asiste a la pérdida del nombre propio. Ella nunca será
María para Gabriel, sino que adoptará una serie de sobrenombres –“pollita”,
“princesa”, “chiquita”, “gatita”–, que más que articular un discurso amoroso
propio de amantes, borran su nombre y la convierten en (una) cualquiera.
María López se vuelve la querida secreta de este hombre rico, que nunca tiene
intenciones de formalizar sus relaciones. Ella cae presa de su enamoramiento
y pasión, convirtiéndose en una mujer sin voluntad para terminar la relación o
cambiarle el rumbo. Y ocurre lo inevitable: María López queda embarazada.
A pesar de sus férreos deseos de tener a su hijo (“–Quiero mi hijo y nadie me
obligará a que lo pierda” (Brunet, María 107)), es violentamente obligada
por Gabriel a interrumpir el embarazo. Él termina por leer el anhelo de tener
un hijo como un encarcelamiento al cual ella lo quiere someter:
Lo que quieres es amarrarme a mí. Eso es lo que quieres, ¿entiendes?
Pero a mí nadie me amarra a la fuerza. Ni tú ni un hijo. No quiero
amarras. ¿Entiendes? No quiero amarras. Ninguna. Y menos que
nadie de ti. Anda. Vístete. Voy a llamar por teléfono a mi amigo y a
las ocho te vengo a buscar (Brunet, María 107).
En un último intento de escabullirse de su destino, ella sale y deambula
hasta el amanecer por las calles. Cuando vuelve a la madrugada: “me agarró
violentamente, puso su gran mano sobre mi plexo, me volcó a la cama, y,
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con el mismo automatismo con que había andado cuadras de cuadras, una
vez más fui su mujer” (Brunet, María 108).
Lo que sigue puede prestarse para diversas interpretaciones. El texto narra:
Cuando se hubo ido, me desangré en una hemorragia. Tuve tal miedo
de morir sin volver a verlo, que por primera vez lo llamé por teléfono.
Vino. Trajo a su amigo médico. Me llevaron quemada por la ebre
a una clínica. Me hicieron un raspaje. Pasé allí días solitarios en
una pequeña habitación sobre un jardín, sin ruidos, rodeada de una
solicitud aséptica (ibid.).
La entrega, una vez más, a una relación sexual con el hombre que le ha
dicho clara y directamente que ella es tan solo su juguete sexual, que no tiene
intenciones serias con ella y que además hará todo lo posible para forzarla
a abortar, puede implicar simbólicamente una renuncia de María Nadie no
solo a los deseos de tener a su hijo, sino también a reclamar la posesión
de su cuerpo. La hemorragia no sería así sino una consecuencia de un
reconocimiento, por parte de la mujer, de que ella no es dueña de su cuerpo.
Gabriel ha convertido a María en su “pollita”, “chiquita”, “princesa”, borrando
no solo su nombre propio sino también su corporalidad. Ni su sexualidad
ni su potencial maternidad le pertenecen; la tachadura de su nombre, la
conversión de María López en María Nadie, marca la borradura de la mujer.
Paradójicamente, es ahí donde surge para la protagonista la posibilidad de
volver a ser ella, para lo cual se aleja de Gabriel y busca una vida en paz y
soledad en el pueblo. No obstante, su historia se ha inscrito en su cuerpo y
volverá a salir a la supercie, marcada en la expulsión del pueblo.
Hay una serie de semejanzas en las historias narradas por Marta Brunet
y por Augusto D’Halmar. En ambas prima la imagen de un sistema social
donde la mujer no tiene libertad para adueñarse de su propio destino y en
los dos casos este último está indisolublemente vinculado al cuerpo, a la
sexualidad y la reproducción. Las mujeres, que terminan borradas en sus
nombres y en sus vidas, no deciden sobre sus cuerpos, que se vuelven un
lugar de disputa en el que se impone la supremacía masculina. Convertidas
en víctimas de un patriarcado brutal, Juana Lucero y María Nadie acusan,
desde las páginas que habitan, la violencia de género que las tacha hasta
hacerlas desaparecer.
Como hemos apuntado más arriba, también en la novela La brecha se
produce una borradura del nombre propio. Pero el gesto adopta desde los
La brecha en perspectiva: textos, pretextos, contextos 369
inicios del texto otro talante. Acá la falta de nombre propio no convierte a
la mujer en una víctima que ha perdido incluso lo primero que se recibe al
nacer –el nombre–, sino que vuelve la historia de su narradora en una que
podría ser protagonizada por cualquier mujer. Una especie de epígrafe declara
la intención del texto: “El personaje de esta novela no tiene nombre, pero
podría ser el de cualquier mujer de nuestra generación” (Valdivieso, La brecha
8). Desde pequeña, la protagonista reconoce el trato desigual que se les da
a niños y niñas, y envidia las libertades de su hermano, que lleva el nombre
Andrés, cuya etimología griega reere a la virilidad y la valentía. La vida del
niño se vuelca hacia afuera, mientras ella es instada a permanecer en casa,
donde está siempre bajo la mirada de su madre, preocupada de hacer de su
hija una mujer que siga los patrones de género hegemónicos: debe casarse y
tener hijos, y asegurar de este modo el funcionamiento del entramado social.
Se casa sin particular enamoramiento, pero tampoco siente aversión hacia
Gastón, con el cual conoce el placer sexual: “Partí virgen. Contrariamente a los
cuchicheos de la hora del recreo en el colegio o después en el salón, no tuve
molestias. Tras un ligero dolor, un atisbo de placer, el primero, in crescendo”
(Valdivieso, La brecha 18). Sin embargo, aparece un elemento que le mengua
el disfrute del sexo y es la demanda de posesión: “En la escala ascendente del
placer resonó como una nota en falso aquella frase que mi marido repetiría
durante años, gimiente y triunfal: –¡Mía! ¡Eres mía!” (ibid.). Así, también
en la novela de Valdivieso aparece el cuerpo femenino como un campo de
batalla, uno en el que se juega la pregunta por quién es, nalmente, su dueño.
La sexualidad se convierte en una escena de lucha, pues la posesión sexual
parece implicar la toma de una serie de decisiones que atañen el cómo se
viste y se acicala el cuerpo, cómo y hacia dónde se moviliza, con qué otros
cuerpos se relaciona y de qué modo, cuándo y cuánto sexo tiene ese cuerpo,
y cuándo y cuántas veces se reproduce. Es por ello que la narradora repara
en estas expresiones de posesión, despojándolas de todo potencial romántico
o erótico. Es esta misma sensación de una continua pérdida de libertades la
que la embarga cuando le diagnostican su embarazo: “Todo pasó rápido.
Preguntas van, respuestas se dan. Como en sueños oí que esperaba un hijo.
No podía ser, si jamás lo había pensado. Esas cosas le sucedían al resto,
¿pero yo qué haría? ¿Y mi libertad?” (Valdivieso, La brecha 23). En ningún
momento el embarazo se describe como un momento feliz; la protagonista
vive su cuerpo como una cárcel y la perspectiva de tener un hijo no le brinda
sentimientos de completitud ni alegría. Su evidente estado de melancolía
produce un mayor distanciamiento con Gastón, que se desespera con esta
370 REVIStA CHILENA DE LItERAtURA Nº 104, 2021
mujer que se resiste a adoptar las actitudes de una esposa y madre “normal”:
“El precioso juguete se había echado a perder” (Valdivieso, La brecha 31).
Si bien el embarazo es vivido sin ningún atisbo de felicidad ni expectación,
una vez que el niño nace, la narradora siente ternura por su hijo. A pesar de
ello, se promete que no habrá más embarazos ni hijos: “Apreté las manos
contra mi vientre sobre las sábanas: ‘Nunca más. Haré lo necesario para
impedir que esto se vuelva a repetir. Nunca más’” (Valdivieso, La brecha
34). Y así transcurre el tiempo: “Sucesión de días, meses, años” (Valdivieso,
La brecha 37). Las desavenencias en el matrimonio se hacen cada vez más
evidentes. Madre e hijo forman una alianza contra el padre, que siente que
se le escabulle lo que en realidad le pertenece. La protagonista evade como
puede un nuevo embarazo y la escena familiar se vuelve paulatinamente
más violenta. Gastón cree que le ha faltado el ejercicio de una autoridad
más rme: “–Y creo que es falta de rmeza contigo. Voy a tenerla. Debes
pensar que al menos quien paga y mantiene tus gastos soy yo; aunque
sea sólo por eso me respetarás” (Valdivieso, La brecha 41-42). Pero la
protagonista ya ha emprendido un viaje de alejamiento de su marido y
este no logra recuperarla, ni siquiera a partir de este gesto inútil en pos de
reclamar un poder que ella siempre supo burlar. Ella conoce a un hombre
del cual se enamora y tiene un intenso amorío con él. Frente a la infelicidad
que reina en el matrimonio, ella incluso llega a proponerle a Gastón que se
separen, lo que es rechazado de forma categórica por él: “¿Supones que yo
aceptaré haber fracasado en mi matrimonio? Seguiremos juntos aunque sea
necesario darte de bofetadas” (Valdivieso, La brecha 54). Y así, en algún
momento, ocurre lo inevitable, y la protagonista vuelve a quedar embarazada.
La novela es llamativamente escueta para relatar la decisión que toma de
abortar, sin dudarlo en ningún instante: “Con el resultado ‘positivo’ de los
exámenes, consulté a Marta; esta, a alguien, y por n tuve dirección de un
médico ‘especialista’” (Valdivieso, La brecha 64). Esta escena contrasta
fuertemente con los relatos de los abortos revisados en D’Halmar y Brunet.
Acá es la mujer la que la toma la decisión libremente; no es forzada por nadie
a someterse a esta intervención. Es más, es evidentemente algo que debe
hacer en contra de las voluntades y al margen del conocimiento de quienes
la rodean –Gastón, su madre y su suegra–, e impone acá el derecho de ella
a decidir sobre su cuerpo y su maternidad. No obstante estar muy segura de
no querer tener más hijos, el aborto es descrito como un paso que implica
miedo, fantasmas y dudas morales:
La brecha en perspectiva: textos, pretextos, contextos 371
En el cielo blanco de la pieza, la luz de la lámpara que venía del piso
reejaba un monstruo negro que se movía con lentitud. El dolor era la
lucha de la especie por sobrevivir y lloraba por mis ojos. Quebrantaba
yo en esos momentos todos los cánones, las normas; me convertía en
una réproba que merecía castigo; el horror transpiraba en mi frente
en mis manos, en mi cuerpo; corría, mojaba mis cabellos, llegaba
hasta la camilla (Valdivieso, La brecha 68).
La narradora explicita su dolor y el aborto, si bien aparece como la única
solución posible para ella, no es una experiencia fácil. El episodio cierra con
una escena que la recrea a ella abandonando la clínica en compañía de su
amiga Marta, llorando en el auto. Posteriormente, nunca volverá a referirse
a su aborto.
Si, siguiendo a Silvia Federici, la dominación de las mujeres ha pasado
históricamente por la regulación de la producción a través de la reproducción,
es central pensar el aborto desde la pregunta que nos sugieren los textos
literarios revisados: ¿quién y por qué razones decide el aborto? Federici
propone, en su ya clásico texto Calibán y la bruja (1998), una revisión
de la noción marxista de la acumulación primitiva desde una perspectiva
feminista, lo que implica entender que la división sexual del trabajo somete
las labores femeninas y la función reproductiva de las mujeres a la fuerza
de la producción. La primera consecuencia de este planteamiento es que el
género emerge como una categoría que solo cobra su pleno sentido entendida
en tanto especicación de las relaciones de clase. Es decir, el control de la
reproducción que ejerce el dominio patriarcal sobre el cuerpo de las mujeres
está entretejido de forma indisoluble a la clase social, o sea, a la economía.
En la novela de D’Halmar, Juana es forzada al aborto por dos movimientos
de índole económica: por un lado, por la dueña del prostíbulo, Adalguise,
que está asegurando su fuerza de trabajo, basada en el cuerpo sexualizado
de Juana; y, por el otro lado, por parte de los posibles padres del potencial
hijo, que evitan la producción de bastardos o huachos, que no tienen lugar
en el sistema social y económico. El aborto es decidido, entonces, por parte
de quienes aseguran el funcionamiento de un sistema capitalista patriarcal.
En la narración de la historia de María Nadie, se nos presenta un escenario
parecido. Gabriel fuerza a María a abortar, porque evita de este modo un
hijo ilegítimo que es una carga económica en un sistema que no le asigna
ningún lugar. María, que debe trabajar para sostenerse económicamente, no
debe peligrar lo que le permite ser rentable laboralmente, es decir, su cuerpo.
372 REVIStA CHILENA DE LItERAtURA Nº 104, 2021
En el caso de La brecha, opera asimismo una componente de clase
indudable. No es casual que el capítulo siguiente al que relata el aborto
comienza planteando el dilema económico de la protagonista. Habiendo
decidido separarse y habiendo ejercido ella la decisión sobre el devenir de su
cuerpo y su maternidad, lo que resta para alcanzar la independencia deseada es
la autonomía económica. Es, por lo demás, la clase social privilegiada la que
le permite a la narradora de la novela de Valdivieso concebir las posibilidades
de una vida que se aleja de los cánones hegemónicos de género de su época.
Al reconocer este enlazamiento entre género y clase, Federici insiste en
que “las actividades asociadas a la ‘reproducción’ siguen siendo un terreno de
lucha fundamental para las mujeres” (27). Sexualidad, embarazo y maternidad
son, en los textos revisados, puntos álgidos para pensar el sistema patriarcal
y el control que ejerce sobre el destino de las mujeres. Y es decisivo que,
vista en la constelación que hemos propuesto, La brecha posibilita pensar el
aborto en tanto producto de la voluntad de la mujer y no como el ejercicio de
un poder masculino, abriendo así también la opción de considerarlo desde
la liberación y no desde una posición victimizada. El cuerpo se presenta, al
plantearse la problemática del aborto, como un terreno álgido de lucha, donde
se disputan el poder y la subordinación pues, como propone Federici, “en la
sociedad capitalista, el cuerpo es para las mujeres lo que la fábrica es para
los trabajadores asalariados varones: el principal terreno de su explotación
y resistencia” (29-30).
¿HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE?
El divorcio también fue una temprana demanda de las luchas feministas.
Comienza a visibilizarse con fuerza durante las primeras décadas del siglo
en todo el cono sur, si bien en Chile recién comienza a discutirse seriamente
a partir de 1924. Es por ello que sorprende la prematura preocupación de
Delia Rojas –quien rmaba sus libros con un afrancesado “Delie Rouge”–
por el tema, primero en Mis observaciones, de 1915, y años más tarde en
su novela Los fracasados, de 1922, escrita con un expreso motivo político:
“únicamente persigo un n social, y me valgo de la forma novela para hacer
aceptables las ideas que por sí solas son muy áridas” (5).
La novela, tal como se lo propone su autora, tiene la forma de lo que llama
un “Manual de controversia”, donde expone una serie de argumentos a favor
del divorcio en voz de sus tres personajes centrales. Señala que escribe “para
La brecha en perspectiva: textos, pretextos, contextos 373
las mujeres de mi país” (ibid.) y, en particular, para aquellas que “habéis
deseado más de una vez, oír una voz que clame justicia para vosotras” (Rouge,
Los fracasados 7). Las motivaciones para aprobar el divorcio benecian a
ambos sexos, incluidos los hijos –según lo relatan sus personajes–y, sobre
todo, permitiría ahorrarse una serie de consecuencias nefastas que afectarían
sobre todo a la moral de las mujeres en la lucha por la subsistencia.
Pero antes de exponer sus argumentos, la novela presenta la situación
amorosa de sus casos cticios. Elena, una hermosa mujer que posee todas
las cualidades físicas y morales que la acercan a las protagonistas modélicas
del siglo XIX –belleza aria, juventud, bondad maternal y pasión– acarrea un
historial trágico en materia sentimental. A pesar del intenso y correspondido
amor entre ella y su marido Julio, este, por presumir frente a sus amigos de
farra, la habría engañado con una cualquiera contrayendo una enfermedad
venérea muy larga y dolorosa, cuyo padecimiento decide nalizarlo con el
suicidio. La lozanía de su desdichada mujer la salva de contagiarse; no así
al hijo menor del silítico, quien nacería poco después de la muerte de su
padre con serios problemas de salud. Una situación económica holgada le
permite a la viuda vivir en un hotel, pensando solo en el cuidado de sus hijos
y descartando de su mente la posibilidad de comenzar un nuevo romance por
temor a repetir los mismos infortunios anteriores. Gastón, en cambio, no deja
de pensar en su vecina Elena. Vive en su mismo hotel, frente a su habitación,
y admira su hermosa piel alabastrina, su erguido pecho y la dedicación que
brinda a sus dos pequeños. Como ella, acarrea desilusiones en materia amorosa.
Cuando aún era estudiante, habría experimentado el fuego del amor con una
mujer diez años mayor que él. La que fuera originalmente su ardorosa amante,
termina convirtiéndose en su legítima esposa, para con el tiempo llegar a ser
una “vieja de cuarenta y cinco, incapaz de inspirarle una pasión” (Rouge, Los
fracasados 22). Vieja, celosa y sin siquiera brindarle la dicha de ser padre,
Edelmira será para Gastón un estorbo en su juvenil anhelo de felicidad. En
cambio, el no empeine de Elena, el nacimiento de la pierna torneada, las
caderas muy bien formadas, los labios tan rojos, su cuerpo, su rostro, piensa
Gastón, conforman “un tipo de belleza excitante” que pareciera haber “sido
hecha exprofeso para el amor” (Rouge, Los fracasados 42), despertando sus
“ansias de vivir, de que esa mujer fuese suya, de verse revivir en un hijo de
ella” (Rouge, Los fracasados 24).
La tercera “fracasada”, Margarita, es una encantadora, aunque decepcionada
joven de 27 años que sigue atentamente la polémica sobre la legislación
del divorcio, a través de una amiga escritora. El tema le toca directamente,
374 REVIStA CHILENA DE LItERAtURA Nº 104, 2021
tal como al resto de los personajes, pero su situación, si es que es posible
comparar, la tiene particularmente frustrada y no ve más salida que un cambio
legislativo. Casada a los 16 años con un primo por un arreglo matrimonial que
denieron los padres de la pareja, soporta los primeros años una muy difícil
convivencia hasta terminar habituándose e, incluso, llegar a sentir cierto afecto
por el marido. Pero la aparición de una prima lejana de Margot, que se instala
a vivir con ellos, le arrebatará el marido, su estabilidad y la posibilidad de
realizarse como madre. Por dignidad, Margot abandona el hogar conyugal y
vuelve a la casa materna, sin olvidar que el tiempo transcurre y muy pronto
le quitará denitivamente la oportunidad de tener un hijo.
Estos tres personajes saben que la opción de establecer una nueva relación
de pareja y realizarse a través de la maternidad o paternidad, a pesar de su
juventud, está vedada para ellos. Se llaman “fracasados” y descartan la idea
de enamorarse nuevamente, en contra de los deseos de sus cuerpos aún bellos
y apasionados. Así, tan solo bastará con la persistencia de Gastón para que
Elena termine rindiéndose al irrefrenable amor, que desatará la predecible
catástrofe en sus vidas y, sobre todo, la evidente urgencia de legislar a favor
del divorcio. La novela, entonces, ilustra el problema con estos tres casos
y además refuerza la argumentación con una interesante conversación
entre ellos –que ocupa buena parte del texto–, donde se debaten las ideas
divorcistas. El “manual de controversia” al que se reere la autora en el
epígrafe –y que incluye notas al pie de página con referencias bibliográcas,
datos y cifras de actualidad–, así como el valor de las pensiones que reciben
las madres por ley, son, a la vez, alusiones a los principales polemistas
de la discusión y comentarios sardónicos hacia los críticos literarios y la
disposición “contra viento y marea” de la escritora por continuar en la ardua
tarea de defender sus ideas a pesar del juicio de los críticos. Además de la
documentación especializada que da espesor a la discusión, la autora hace su
acto de presencia en notas al pie –que aluden a sus novelas y a los apuntes
de sus clases de Derecho en la Universidad de Chile– y en el personaje de
una anónima escritora –divorcista, para algunos, anarquista, para otros–, que
sustenta la argumentación de su amiga y admiradora Margarita y que Gastón
complementa informadamente, demostrando que no se trata de un asunto de
exclusiva preocupación de las mujeres.
El razonamiento es más o menos el siguiente: frente a la “natural” inclinación
de los varones a la variabilidad, las nuevas emociones y la poligamia, el
divorcio permite devolver la libertad perdida a ambos, dentro de un marco
legal que promueve la honra y evita alternativas inmorales como el “amor
La brecha en perspectiva: textos, pretextos, contextos 375
libre”. Con el adulterio masculino (y sin ley de divorcio), se produciría una
serie de deshonras para la mujer: la hipocresía al ocultarlo o la alternativa de
abandonar el hogar, trabajando en cualquier ocio por un salario indigno y
recibiendo una pensión miserable. Frente a la pobreza y la desprotección, un
camino frecuente para muchas será transformarse en amantes o “queridas”,
eufemismo de la prostitución. De ahí, casi inevitables serán los embarazos no
deseados y sus consecuentes “infanticidios prenatales” o abortos. Algo remedia
la ley que devuelve a la mujer su patrimonio o herencia. Pero aquellas que no
cuentan con dinero propio, más allá de la clase social, deberán enfrentarse por
igual a la búsqueda de un empleo sin profesión y con mínimos conocimientos
para desempeñar cualquier ocio. La educación de las mujeres también
podría contribuir a su autonomía, pero los estudios están subordinados a la
prioridad de ser madre, interrumpiendo por ello muchas veces una carrera
y restringiendo las posibilidades laborales futuras. La religión ha permitido
por siglos y de forma hipócrita la anulación, y el divorcio en muchos países
del mundo ya está legislado y no por ello se rompen más matrimonios que en
los lugares donde no es legal. Si se piensa en los hijos, es fácil imaginarlos
mejor en ambientes libres de violencia, de modo que también pareciera ser
una buena razón para salvaguardar la seguridad y protección de los niños.
Margarita y Gastón, los dos personajes amarrados aún a sus cónyuges,
miran con indignación la legislación chilena, armando que “la justicia es un
mito”, “un negocio como cualquier otro” (Rouge, Los fracasados 95). Mientras
el país ha puesto sus ojos en el “roto” y la “cuestión social” y los socialistas
creen “que con la expropiación de las tierras y la abolición del capital se
soluciona el problema de la felicidad humana” (Rouge, Los fracasados 115),
descuidan la cuestión moral de la familia. “¿Cómo es posible que todavía
hayan personas que piensen que es moral que no exista la ley de divorcio?”,
se pregunta Gastón. “¿Cuántos hombres como yo se ven condenados por un
engaño a un eterno suplicio?”, incluyendo con esto a los varones entre los
afectados por la ausencia de la ley.
¡Yo romperé este lazo! Esto no puede continuar por más tiempo.
Dedicaré el resto que me queda de vida a luchar porque se dicte
esta ley que hace falta cimentar la dicha de muchos. ¡Lucharé
encarnizadamente! Pronto repartiré por todo el país los folletos que
ya están en prensa, folletos que son gritos de protesta contra nuestra
ley. Haré la propaganda de libros que comprueben que es necesario
para el bienestar social, dictar el divorcio. ¡Convertiré mi vida en un
apostolado!” (Rouge, Los fracasados 233).
376 REVIStA CHILENA DE LItERAtURA Nº 104, 2021
Delie Rouge, en efecto, fue, como ya mencionábamos más arriba, una
de las primeras autoras en plantear abiertamente la necesidad de una ley de
divorcio. Ya en Mis observaciones (1915) criticaba “la ley de ‘divorcio’ vigente
en su país, por conceder al hombre la libertad de hecho mientras dejaba a
la mujer en estado de bancarrota moral” (Lavrín 308), cuando todavía “el
feminismo de clase media y alta se encontraba en etapa de formación y aún
no había madurado del todo en cuanto a fuerza intelectual y social” (ibid.).
Con su novela, Delie Rouge se anticipaba dos años a una discusión que
recién en 1924 se abre al debate parlamentario que, como sabemos, vendría
a resolverse ochenta años después, con la aprobación de la ley en 2004.
El espíritu constitucionalista de inicios de siglo, que decanta en una
nueva legislación el año 1925, no veía otra forma de resolver los problemas
sociales sino a partir de cambios en la jurisprudencia: el divorcio, el aborto,
el sufragio, las leyes laborales, las reformas educacionales y de la propiedad
son temas que comienzan a debatirse muy tempranamente y su discusión
se extiende durante toda la primera mitad del siglo. Ya para la década del
sesenta el tono había cambiado y, aunque aún quedaban muchas de estas
materias en el tintero, la expectativa de abordarlas legalmente había pasado
a un segundo plano. Tal vez contribuyó a esta decepción legalista el hecho
de que la ansiada obtención del voto en 1949 no democratizara ni cambiara
mayormente las vidas de las mujeres. “Mi mamá no se da cuenta de que ya
pronto voy a tener derecho a voto. Me reta el día entero. Mi papá igual” (112),
dice Marta, la protagonista de La culpa (1963) de Margarita Aguirre. En un
tono aparentemente liviano y despreocupado, Marta enfatiza la condición
de niñas con que siguen siendo consideradas las mujeres, sumado esto a una
educación que les enrostra su inutilidad en este constante decirse “no sirvo
para nada” (Aguirre 261).
Estamos a inicios de la década de los sesenta y el pálpito de los tiempos
o el retrato de lo contemporáneo domina la nota que le quiere dar Valdivieso
a su relato con la historia de esta mujer que podría ser cualquiera de “nuestra
generación” (La brecha 8). No es muy distinto al propósito de Delie Rouge
con Los fracasados, imagen fresca, una instantánea de su época. Pero entre
los casi cuarenta años que distan entre estos dos textos, se ha dejado atrás la
miticación del matrimonio, de la maternidad y la conanza en la legislación
como remedio a los problemas. El ideal del matrimonio como realización
y expresión de la felicidad humana parece ponerse en tela de juicio, y la
literatura de mediados de siglo será una expresión de ello. Por solo dar un
ejemplo, tal vez extremo, pensemos en Cárcel de mujeres (1956) de María
La brecha en perspectiva: textos, pretextos, contextos 377
Carolina Geel. La protagonista ha asesinado a su expareja e indaga en las
motivaciones que le llevaron a cometer el crimen. Entre algunas de las razones
que sopesa, descubre su horrorizada reacción frente a la marcha nupcial que
se escuchaba en la radio el día que el hombre le propone iniciar una vida en
común. Resuelve en ese instante que “esas nupcias no se consumarían” y luego
lo explica señalando que “todo el bien que él pudiera darme no alcanzaría a
desplazar la espantosa miseria moral que el matrimonio llega a inltrar en los
seres” (Geel 77). Acá ya no se busca proteger moralmente a la mujer con un
nuevo matrimonio, sino, por el contrario, escapar de esa “miseria moral” que
tiñe todo al estar casados, hasta “inltrarse” en los seres. Con mayor ligereza,
pero igual escepticismo, la protagonista de La brecha enfrenta el fetichismo
de los rituales del casamiento. Un “inexplicable pudor” le impide “dedicarle
mucha atención” a la única fotografía de su boda, escondida entre las páginas
de un libro. El mismo efecto le produce la copia enmarcada que posa sobre
la chimenea de la casa de la suegra, conesa, girándola discretamente hacia
la pared cada vez que puede. En este caso, sin violencia, sin dramatismo va
soltando las “amarras inútiles”, “abriendo la brecha” que la empuja a salir
de la casa, con o sin nulidad. Un día, su marido dará a entender su deseo por
iniciar otra relación. “Fue el principio; lo demás llegó poco a poco. Presenté
la nulidad y no tuve rechazo” (Valdivieso, La brecha 131).
La protagonista se sabe privilegiada y con esa conanza obtiene la nulidad,
un contacto para hacerse un aborto y otro para obtener un empleo. Con o
sin nulidad, con o sin ley de divorcio, sabe que puede romper las amarras
matrimoniales. De ahí su distancia frente a la discusión legal:
Un matrimonio que se disuelve da el ejemplo: mientras algunos se
alegran, otros, los que tiemblan por su insegura tranquilidad constituida,
anatematizan contra los rebeldes. Recordé a un amigo del teatro que
aseguraba que primero aprueban en el Congreso la ley de reforma
agraria que la ley de divorcio. El bolsillo o el alma. ¿Qué ley saldrá
primero? (Valdivieso, La brecha 87).
Como Delie Rouge, ve que en el Congreso la ley de divorcio aún compite
con la de reforma agraria. Pero el problema ha dejado de ser un asunto moral
para volverse más bien una prioridad del “alma”. Tal vez fuese la entonación
del alma lo que la protagonista imagina en caso de “escribir un libro; sería
como una catarsis, no contar nada: gritar, dejar los tonos menores, tono mayor
sostenido” (Valdivieso, La brecha 102).
378 REVIStA CHILENA DE LItERAtURA Nº 104, 2021
“GANARÁS EL PAN CON EL SUDOR DE TU FRENTE”
La protagonista de La brecha piensa como una maldición de Dios la entrada
de las mujeres al mundo del trabajo. Ahora, además de “parir los hijos con
dolor” –la obligación patriarcal de la función reproductiva capitalista, en
términos de Federici–, las mujeres deberán “ganarse el pan con el sudor de
tu frente”. Doble función, doble explotación: “Ambas maldiciones me tocan”
(Valdivieso, La brecha 113), dice con resignación.
Las mujeres de comienzos de siglo parecían tener claridad respecto
a la doble explotación que implicaba asumir las ya tradicionales labores
domésticas y el ejercicio de la profesión fuera del hogar, lo que Silvia
Federici, en El patriarcado del salario (2018), distingue como el trabajo de
reproducción (de procreación, sexualidad y formación de la mano de obra)
y el trabajo asalariado de la producción de mercancías y bienes. La sobrina
de Gastón, en Los fracasados (1922), que estudia medicina con mucha
pasión, le advierte que “cuando me case, tiíto, no ejerceré mi profesión.
Sólo seré madre y no Doctora. ¡No se puede servir a dos señores! Bastante
tendré yo con la educación moral de mis hijos y con hacer bello y agradable
mi hogar” (109). Esta temprana conciencia de no poder servir al marido y
al patrón simultáneamente tiene algo de la rebeldía feminista que Federici
se encarga de describir a propósito de la iniciativa del Comité del Salario
para el Trabajo Doméstico (WfH, por sus siglas en inglés): “En lo tocante
a nosotras, no nos ofrecen solo el “derecho a trabajar” (esto se lo ofrecen
a todos los trabajadores) sino que nos ofrecen el derecho a trabajar más, el
derecho a estar más explotadas” (28).
En términos similares pensará la protagonista de La brecha la división
sexual del trabajo, como “dos maldiciones laborales”, naturalizadas bajo
el discurso del designio divino. Una lejana utopía precapitalista la hace
remontarse “a miles de años atrás”, cuando la “tierra germinaba trigo y
manaba agua, el hombre se satisfacía de ella espontáneamente y no moría
de hambre; allí estaba la inmensa supercie generosa tendida al sol como un
banquete. No existían ocinas todavía” (Valdivieso, La brecha 129-130). El
regreso al mito del paraíso perdido permite, paradójicamente, desnaturalizar
la condición aparentemente biológica de la división sexual del trabajo,
imaginando una relación con la naturaleza y el medio ambiente distinta a
la del sistema productivo capitalista, sin clases y sin géneros. La estructura
capitalista, o la que llama “médula espinal de nuestra sociedad” (Valdivieso,
La brecha 134), en cambio, generaría la explotación a través del salario,
La brecha en perspectiva: textos, pretextos, contextos 379
traducido en el miedo que observa “en el rostro de mis compañeros”, que
“temblaban pensando que podría cerrarse la puerta de sus empleos y quedar
a la intemperie” (ibid.). La obtención de un sueldo le permite ingresar
también –tal como sus compañeros varones– a la cadena de producción
reconocida –según la tesis de Federici–, a la visibilización y legitimación
de su trabajo por medio de la paga y, convengámoslo, le abre el camino
hacia la autonomía. Con dinero podía nanciar sus gastos y podía, sobre
todo, cortar los lazos de dependencia con su marido: “El dinero ganado me
alejaba; segura económicamente, ¿cómo podría cogerme? Ya no estaría en
vigencia aquello del respeto debido a quien lleva y mantiene los gastos, su
última arma descargada contra mí” (Valdivieso, La brecha 123). El trabajo
asalariado es para esta mujer una obligación que nada tiene que ver con la
realización personal. Es una orden recibida “desde arriba”, eliminando “así
toda posibilidad de elección verdadera” (Valdivieso, La brecha 132).
En la descripción detallada que la protagonista hace de su primer día de
trabajo se respira también la conciencia de pertenecer a la primera generación
de mujeres que ha vivido estos cambios. Y es que, en efecto, son pocas
las escenas de trabajo asalariado protagonizadas por mujeres en nuestra
literatura, más allá por cierto de la tan latamente abordada prostitución,
materia predilecta de los escritores desde el siglo XIX en adelante. Los
ocios que aborda el criollismo de Marta Brunet son el retrato dedigno de
los esfuerzos de las mujeres pobres por aportar adicionalmente a la economía
del hogar, realizando labores asociadas al género, como las manualidades,
la costura, el tejido –aquí pensamos en la protagonista de “Soledad de la
sangre” (1943)–, o la cocina –como doña Clara y su hija Cata en Montaña
adentro (1923)–. Ocios feminizados y remunerados como secretariado,
telefonista o maestra son también materia de las narrativas de Brunet,
en María Nadie (1957), de María Flora Yáñez, en Espejo sin imagen
(1936) –con la comprometida educadora que enseña a los párvulos de la
hacienda–, de Ester Matte en su cuento “El caso” (1965) –que denuncia la
precariedad laboral y la discrecionalidad salarial de la que son víctimas las
secretarias– o de Maite Allamand en Huellas en la ciudad (1966), quien de
la esclavitud del secretariado pasa a liberarse del empleador montando un
taller de costura en su casa. Todas ellas comparten la condición de solteras,
percibidas por el resto con cierta anomalía, y tantean con ambivalencia las
ventajas y desventajas del matrimonio. A este grupo podríamos incorporar
a la obrera de “Juana y la cibernética” de María Elena Aldunate, un texto
de 1963 que retrata una vida parecida a la de estas mujeres: la de una
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trabajadora sin tiempo para el amor y sin ayuda masculina, que enfrenta
sola la mantención de su madre.
María Flora Yáñez fue una escritora que le dio un espacio central a la
hacienda en su narrativa, para relatar los pormenores económicos que, en
general, no habían sido materia de la literatura, más preocupada en describir
romances, costumbres, ocios o las típicas diferencias de clase entre campesinos
y patrones. A Yáñez, en cambio, le interesa el funcionamiento económico
y técnico del trabajo de la tierra. Le preocupa la ausencia del patrón en
la administración del campo y anticipa las calamidades que esta falta de
liderazgo genera en la estructura social del latifundio, principalmente entre
los trabajadores. En Espejo sin imagen, la debilidad del patrón desencadena
catástrofes que afectan el bienestar del campo, pero también la felicidad
de los mandos medios y del campesinado, que conducen al suicido del
administrador, al despido de la maestra rural, y a crímenes y violaciones entre
los trabajadores. Desde la perspectiva de sus dueños, esta vez, en ¿Dónde
está el trigo y el vino? (1962), la ausencia de jefe y, sobre todo, de la gura
de un patriarca será la gran preocupación de la familia de herederos. Y,
como buena parte de la narrativa de la época, no están ausentes las críticas
a la ociosidad de esta aristocracia cada vez más venida a menos. Olivia, una
de las voces protagónicas de la historia, resulta ser la única interesada en
el valor de la tierra y en el rme deseo de no venderla, si bien la amenaza
de la expropiación y la aprobación de la ley de reforma agraria es cada vez
más inminente. Una situación similar relata Mercedes Valdivieso en La
tierra que les di (1963), su segunda novela. El esfuerzo de una generación
que adquirió las tierras se despilfarra en las manos de sus herederos. Lo
interesante de todos estos relatos es que centra la preocupación por la
propiedad en personajes femeninos –en contra de la tendencia familiar–,
e incluso asigna a la mujer su nal administración, como es el caso de la
novela Páramo salvaje (1963) de María Elena Gertner: una larga historia de
abusos patronales –como el “derecho a pernada”, los incestos familiares, los
despidos de sirvientas embarazadas y las violaciones a niñas–, que acusan
la violencia sexual que domina el micromundo de la hacienda y que, para
estas novelistas, es expresión de la tiranía patriarcal en el Chile del agro.
Esta larga historia concluye, en Páramo salvaje, con el gobierno de Catalina,
quien repara las injusticias cometidas por su amante y hermanastro, el
hasta entonces patrón de la hacienda. Las mismas violencias sexuales, la
misma desidia frente a la producción agrícola para, en su lugar, optar por el
contrabando como forma de negocio, se repiten y constituyen el sello que
La brecha en perspectiva: textos, pretextos, contextos 381
este hombre imprime a su gestión. Catalina, una vez muerto el hermano,
restituye la justicia en la hacienda con el acercamiento a los trabajadores y
con el rme propósito de germinar otra vez la tierra.
No es casualidad que estas tres novelas –las de Yáñez, Valdivieso y
Gertner– se hayan publicado entre 1962 y 1963, cuando comienza a hacerse
efectiva la primera ley de reforma agraria y se discutía la expropiación del
latifundio para darle “la tierra al que la trabaja”. Puestas en la balanza la
ley de divorcio y la de reforma agraria, tal como Delie Rouge y Mercedes
Valdivieso lo plantean, parecía avanzarse agigantadamente en otorgarles
derechos a los trabajadores y al campesinado, mientras la justicia hacia las
mujeres dormía en el Congreso con postergados proyectos de ley. En este
“castigo” (o ajusticiamiento) a los patrones por sus abusos contra mujeres,
niños y campesinos, sus mujeres, las herederas, salían perdiendo más que
ellos: sin patrimonio, sin educación, sin profesión, sin ley de divorcio, sin
posibilidades, en denitiva, de ganarse la vida.
Para la narrativa de los cincuenta, como se ve, el asunto del trabajo femenino
será una preocupación central que no está, por cierto, desconectada de los
procesos sociales que modicaron la vida de muchas mujeres de la época.
Estas autoras provenían, en su mayoría, de familias acomodadas, pero la crisis
del 29, la revuelta social y la transformación social del latifundio dejaron en
muy mal pie la economía de muchos hogares y varias de ellas debieron salir
a ganarse la vida. Las deciencias de la educación no contribuían a potenciar
sus capacidades ni su seguridad profesional, de modo que los relatos de vida
de estas mujeres de medio siglo son en buena parte las luchas que debieron
dar por hacerse un espacio en la escena pública. A autoras como Valdivieso,
Gertner o Yáñez debemos sumar los nombres de Margarita Aguirre y Elisa
Serrana. Novelas como La derrota (1964) de Gertner –que es, en buenas
cuentas, la aceptación de la derrota de tener que trabajar–, La culpa (1964)
de Margarita Aguirre –que aborda la titánica empresa de la autonomía
económica cuando ni educación, ni profesión sino que solo culpas se reciben
de herencia–, o Chilena, casada, sin profesión (1963) de Elisa Serrana, son
algunas de las obras publicadas después de La brecha que también articulan
la caída del antiguo mundo y la sura que se les abre a las mujeres al tener
que “ganarse el pan”.
Como estas mujeres, la protagonista de La brecha hace visible, en su
propia trayectoria hacia la autonomía, un recorrido que va de las búsquedas
informales por el sustento económico a una cierta adaptación social, que
signica aceptar su nueva condición de trabajadora, “esclava” o “reclusa”,
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para decirlo en sus términos. La autonomía no está libre de negociaciones.
Y lo que nos enseña esta mujer es que la libertad cuesta mucho conquistarla.
Pongo más leños al fuego y pienso que soy como un recluso que
hizo saltar la cerradura de su calabozo y a quien, después de ciertas
escaramuzas, le está permitido pasearse por la enorme cárcel, conversar
con los presos en sus celdas y luego sentarse a esperar frente a la
puerta. Porque es allí fuera donde está la libertad… (Valdivieso, La
brecha 142).
ALGUNAS CONSIDERACIONES FINALES
La brecha articula una voz femenina lúcida y alejada de todo dramatismo, que
relata su vida en un tono marcado por la autoconsciencia. Sin afectaciones
ni victimizaciones, la protagonista narra sucesos difíciles y penosos de su
recorrido vital, pasando por un matrimonio que transita desde desavenencias
menores hasta una relación hostil y violenta, un embarazo experimentado como
malestar y encierro, un aborto representado como doloroso pero necesario
y la necesidad de encontrar un trabajo y sustentarse económicamente. Las
frases breves y el lenguaje llano, casi lacónico, son rasgos distintivos del
texto de Mercedes Valdivieso y forman parte de las razones que le otorgan el
lugar de ser una de las novelas feministas más visibles dentro de la tradición
literaria de Chile y Latinoamérica.
El recorrido que hemos querido trazar ha considerado una serie de obras
narrativas escritas tanto antes como contemporáneamente a La brecha, para
ir marcando diferencias y semejanzas en el tratamiento de los temas que
destacamos como centrales dentro de la novela: el aborto, el divorcio y el
trabajo. Las políticas del cuerpo que se ven implicadas en estas temáticas
son las que han sido decisivas en la subordinación de la mujer y, siguiendo
a Federici, hemos mostrado la imbricación de problemáticas de género y de
clase: es en este núcleo entre reproducción y producción, y las formas en
que se organizan ambas en el sistema patriarcal, donde se cifra la pregunta
por la emancipación feminista. La brecha, leída desde estas coordenadas,
revela su potencial subversivo, pues la paulatina conquista de autonomía
de su protagonista pasa, precisamente, por la liberación de los amarres que
permitían su dominación. Debe hacerse dueña de su cuerpo, para lo cual la
decisión de abortar es fundamental, marcando una toma de posesión con
La brecha en perspectiva: textos, pretextos, contextos 383
relación a su corporalidad; debe matar al padre, en un sentido gurado, para
poder sustituir su ley por otra, inaugurada por ella misma; y debe entrar en la
lógica de la producción, para generar las condiciones materiales que le permitan
su emancipación. Y si bien ha pasado medio siglo desde su publicación,
esta novela de Mercedes Valdivieso aún evidencia, en muchos sentidos, una
actualidad sorprendente. Las marchas feministas de los últimos años así lo
demuestran, destacando las resistencias del patriarcado frente a la igualdad
de género e insistiendo en las marcas de género que siguen inscribiéndose en
los cuerpos y las vidas de las mujeres. Volver a leer y a poner en perspectiva
La brecha se transforma así en un gesto necesario para seguir achicando en
pos de eliminar la brecha que separa a hombres de mujeres.
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Article
Full-text available
In the production of denaturalization of women’s submission, historically inscribed in the religious-patriarchal society, bourgeoise and landowning, which evidences its own fall and decadence, women’s writing of the Generation of 1950, proposes reading clues that play in the relationships that texts establish with: contemporary writing policies, the historical and social context (global and local), with the relationship with power and politics, and Existentialism as a philosophical system. Facing the hegemony of the Marxist discourse that dominates the interpretation of the period, the Feminist dictumprivate sphere is political as welloffers a discursive clue to make intelligible the political discourses that these texts support.
Article
Full-text available
Juana Lucero, the main character of the homonymous novel published by Augusto D’Halmar in 1902, experiences a decadence process while she moves through the city. Juana is portrayed following the aesthetics of naturalism and feminine stereotypes. In consequence, Juana’s moral virtues decline because of her innate evilness and a perverted social environment. Since her mother’s death she starts a journey throughout Santiago city whose last stop is a brothel. This journey means a learning process but also a disappointment that leads to her identity shift. This article focuses on representational practices involved in Juana Lucero’s portray within the urban experience of fin de siècle Santiago. Special emphasis is given to the links between lettered and visual cultures.
Article
Análisis sobre la presencia del espacio del prostíbulo en la novela latinoamericana producida en dos etapas distintas del siglo XX. Varios de los principales autores de la región han elegido este espacio para reflexionar sobre la marginalidad y especialmente, sobre los órdenes culturales que la sostienen; en él se dan cita una escritura alucinatoria, el sexo como transgresión y una modernidad fallida. El peruano Mario Vargas Llosa, con las novelas La casa verde y Pantaleón y las visitadoras; su compatriota José María Arguedas, con El zorro de arriba y El zorro de abajo; el chileno José Donoso, con El lugar sin límites y el uruguayo Juan Carlos Onetti, con Juntacadáveres, son las obras y autores examinados, correspondientes a la segunda mitad del siglo. El chileno Augusto D'Halmar, con Juana Lucero; el mexicano Federico Gamboa, con Santa, y el argentino Manuel Gálvez, con Nacha Regules, representan los antecedentes, con sus relatos naturalistas del primer tercio del siglo XX.
  • Maite Allamand
  • Huellas
  • Santiago
  • Pacífico
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El cuento femenino chileno
  • Ester Matte
MAttE, EStER. "Un caso". El cuento femenino chileno. Manuel Balbontín y Javier Rodríguez (eds.), Santiago, Ediciones Orbe, 1965.
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  • Elisa Serrana
  • Chilena
  • Santiago
SERRANA, ELISA. Chilena, casada, sin profesión. Santiago, Editorial Zig-Zag, 1963. VALDIVIESo, MERCEDES. La brecha. Santiago, Editorial Zig-Zag, 1961.