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RESUMEN
A la institución carcelaria le sigue interesando la familia, si no, qué hay de la organización
de bodas multitudinarias adentro del penal, o la facilitación de los permisos de visita
mediante el acta matrimonial. En el presente artículo realizaremos una aproximación
genealógica al estilo foucaultiano, en la que se analizarán las superposiciones, las
porosidades y los límites en las relaciones entre el poder disciplinar y la familia burguesa
desde mediados del siglo XVII. Veremos cómo el poder disciplinar fue extendiendo sus
injertos, disciplinando las formaciones soberanas, en la consolidación de la producción
capitalista en Occidente, hasta componer una red de control sobre la familia a cambio
de hacerla una “pequeña célula intensiva” responsable de la formación productiva y
moral de sus miembros. Desde las instancias del continuum disciplinar se intervendrá a la
familia, hasta el límite de secuestrar a uno de sus miembros para atender su indisciplina
lejos de la célula familiar, corresponsabilizada ésta de la desviación conductual de
su integrante. Tomaremos el caso de la cárcel -cúspide de la pirámide disciplinar- y
prestaremos especial atención a las consecuencias del encarcelamiento, en específico
a sus efectos subjetivantes sobre las mujeres familiares de los internos, haciéndolas
prenda de una deuda ontológica que transforma su tiempo de vida en tiempo de deuda,
intensificando su ocupación productiva y reproductiva.
Palabras clave: cárcel; mujeres; poder disciplinar; subjetivación
ABSTRACT
The prison institution is still interested in the family, if not, what about the organization
of mass weddings inside the prison, or the facilitation of visiting permits through the
marriage certificate. In this article we will take a Foucauldian-style genealogical approach,
analyzing the overlaps, porosities and limits in the relationship between disciplinary
power and the bourgeois family since the middle of the seventeenth century. We will see
how disciplinary power was extending its grafts, disciplining sovereign formations, in the
consolidation of capitalist production in the West, to the point of composing a network
of control over the family in exchange for making it a “small intensive cell” responsible
for the productive and moral formation of its members. From the instances of the
disciplinary continuum, the family will be intervened, up to the limit of kidnapping one
of its members to attend to his indiscipline far from the family cell, the latter being co-
responsible for the behavioral deviation of its member. We will take the case of prison–
the apex of the disciplinary pyramid–and pay special attention to the consequences of
imprisonment, specifically to its subjectivizing effects on the female relatives of the
inmates, making them the pledge of an ontological debt that transforms their time of
life into time of debt, intensifying their productive and reproductive occupation.
Keywords: Prision; womens; disciplinary power; subjectivation
Bodas de disciplina. De la parasitación ontológica de las mujeres
familiares de personas privadas de libertad
Disciplinary weddings. On the ontological parasitization of female relatives of people deprived
of freedom
Pablo Hoyos González
INFORMACIÓN:
http://doi.org/10.46652/rgn.v6i30.853
ISSN 2477-9083
Vol. 6 No. 30, 2021. e210853
Quito, Ecuador
Enviado: octubre 08, 2021
Aceptado: diciembre 12, 2021
Publicado: diciembre 17, 2021
Publicación Continua
Sección Dossier | Peer Reviewed
AUTOR:
Pablo Hoyos González
Universidad Autónoma Metropolitana,
sede Izapalapa - México
phoyos@izt.uam.mx
Conflicto de intereses
El autor declara que no existe conflicto
de interés posible.
Financiamiento
No existió asistencia financiera de partes
externas al presente artículo.
Agradecimiento
N/A
Nota
El artículo no se desprende de un trabajo
anterior.
ENTIDAD EDITORA
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1. Breves apuntes genealógicos de la pequeña célula familiar en la emergencia del capita-
lismo industrial occidental
En la afluencia de la trashumancia del campo a la ciudad, las familias campesinas caminan
fragmentadas por veredas cercadas que dan cuenta de la expropiación y la privatización de
las tierras, caminan entre vagabundos que odian el trabajo asalariado y se rebelan contra él
(Federici, 2004). Vagan junto a jaurías de niños expósitos cobijados in bando, buscándose la
vida sin la constancia ni la permanencia que el trabajo fabril amerita, y comenzando a engrosar
las filas de la naciente delincuencia urbana que será ardid fundamental del asentamiento del
capitalismo y del estado burgués.
Con el fin de combatir el nomadismo y el vagabundeo, así como para retener a las incipientes
cuadrillas de obreros, la burguesía industrial de la mano de las nacientes disciplinas científicas
diseñan todo un continuun de instancias disciplinares, una serie de engranajes espaciotemporales,
técnicas y procedimientos, donde la vida de los proletarios quedará sujeta al tiempo de la
producción y la ganancia, y sus cuerpos se transformasen en parte sustancial de la maquinaria
productiva, “un tiempo que ya no era el de la existencia de los individuos, sus placeres, sus
deseos y su cuerpo” (Foucault, 2016, p. 247). Las instancias disciplinares conforman un sistema
de transmisión del saber-poder que se coloca “en el seno de un aparato sistemático del poder
judicial, político o económico” (Foucault, 2011, p. 142).
Con el cuerpo de los obreros en la mira, desde la filosofía mecanicista de Descartes, el nuevo
espíritu burgués, se empeña en el producir un saber sobre el cuerpo social que le permita
dominarlo. Busca racionalizar su operatividad enfocando sobre el mismo una mirada intensiva
que trata de hacerlo inteligible, controlable. Las instancias disciplinares trabajan a partir del
secuestro parcial de sus integrantes sobre un esquema de vigilancia que ahorma, apuntala,
sujeta a los individuos al tiempo de la producción y de la ganancia tanto a través de un régimen
productivo, como de una ortopedia improductiva que le va a servir de contraparte, estas son
las instancias pedagógicas, correctivas y terapéuticas. Los secuestros discretos en cada una de
estas instancias, proveen a los individuos de formas de emplear su tiempo en un espacio aislado
donde un corpus de empleados -desde expertos hasta celadores- lo observarán minuciosamente
vigilándolo a la vez que lo estudiarán como objeto de conocimiento. Una mirada que parte de “la
base de un análisis del proceso social de naturaleza esencialmente mecanicista” (White, 2001,
p. 55), buscando las regularidades y las diferencias, a partir de las cuales construir divisiones y
jerarquías de raza, de género, de edad, las cuales “se hicieron constitutivas de la dominación de
clase y de la formación del proletariado moderno” (Federici, 2004, p. 90).
El cuerpo será la diana, el centro de un ejercicio de racionalización que pasa por sujetarlo a
la producción y al salario, queriendo maximizar su utilidad social. Un cuerpo que quiere ser
reducido a herramienta, a mecanismo, engranaje de la cadena de montaje fabril, un cuerpo
domesticado de su sensibilidad y de su fiereza (Nietzsche, 2019). Un cuerpo del tiempo de la
producción, de la ganancia, un cuerpo homogeneizando por la probabilística coreografía de la
rutina. En definitiva, un cuerpo colonizado por la razón y las ideas, avasallado por un alma nueva
que lo cautivará en la arquitectura transparente del ideal (Lagarde, 2015). Que lo unificará y lo
fijará en un yo, en una identidad estable, congruente y verosímil con el historial de actividades
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productivas y reproductivas. Una identidad que lo respaldará como una torre de discos duros, y
que lo hará responsable de sí mismo hasta la muerte.
Para engarzar el tiempo de producción y el de la ganancia, para hacer a los obreros “amos del
tiempo” (Irigaray, 2010, p.37), se les enseñó “una cualidad que se denomina previsión” (Foucault,
2016, p. 246). Para que asumieran el control del drenaje de su salario y direccionaran su deseo
hacia un momento ulterior, un porvenir, un futuro del que sin saberlo ya eran propietarios y
que tendrán que ocupar de imaginaciones a las que aspirar dar realización. El ideal burgués,
investido por el patrón industrial, quería que el obrero en lugar de gastar su salario en “el azar
de su existencia”, se pusiera a pensar qué hacer con su tiempo de vida, cómo ejercitar y ejercer
la libertad que, como muestra Simmel, le había “regalado” el régimen del salario, pues “la forma
del salario en dinero garantiza al trabajador, le concede una libertad completamente nueva,
dentro de sus ataduras” (2016, p. 349). El ideal burgués quería que su trabajador comprara
futuro/deuda, en lugar de carnaval e inmanencia, en este tenor se introdujeron las cajas de
ahorros para fraguar la conversión del tiempo de producción en tiempo de ganancia, para que
termináramos de incorporar la naturalizada metáfora es que reza que el tiempo es oro.
1.1 La organicidad de la familia privatizada
La insistencia de la burguesía industrial en la fijación de los obreros en la continuidad del
tiempo de producción y de ganancia, precisó expropiar la forma de la familia noble y cortesana,
privatizándola y reconstituyéndola en una forma acorde con una concepción organicista de las
comunidades humanas típica de la ilustración: la “pequeña célula familiar” (Foucault, 2007, p.
118). Una nueva infraestructura familiar intensiva, concentrada y delimitada, que, como expone
Federici, va a ser “complemento del mercado, instrumento para la privatización de las relaciones
sociales y, sobre todo, para la propagación de la disciplina capitalista y la dominación patriarcal”
(2004. p. 149).
Frente a los códigos dominantes de la nobleza cortesana que consideraba innoble la unión del
amor y del matrimonio (Alvarez-Uria y Varela, 1991, p. 136), como señalara Engels, la “argamasa
de la célula” se funda en la libre elección “que deviene del amor, de la libertad del amor, (…),
que tiene la consigna moral de persistir indisoluble” (2016, p. 252). Célula palpitante, insólita
“esfera de intimidad” (Adorno & Horkheimer, 1969, p. 137), cerrada sobre si, bardeada en la
sexualidad monógama, e intensificada en una división sexual del trabajo por la que las mujeres
van a ser relegadas del trabajo asalariado, quedando obliteradas y estampadas en la figuración
“de la ama de casa a tiempo completo” (Federici, 2004. p. 112), haciéndolas cautivas del trabajo
reproductivo (Lagarde, 2015).
La familia es una micro célula perteneciente a un organismo superior, a la célula Estatal. A través
de la familia, la matriz estatal va a empuñar sus combates contra la irracionalidad, el deseo al
ocio y el pensamiento mágico. Como apuntaran Adorno y Horkheimer, “sólo la familia podía
hacer surgir en los individuos la identificación con la autoridad, como ética del trabajo, que
reemplazó funcionalmente a la potestad inmediata sobre los siervos de la precedente época
feudal” (1969, p. 137). Garante de la libertad, la familia va a cuidar a sus componentes como
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miembros de un mismo clan empresarial, los va a formar en la ética del trabajo y en la previsión,
prometiéndole al Estado que cada uno de ellos se constituirá en fuerza productiva y hará libre
ejercicio de su salario.
Aún a mediados del siglo XIX, tras la difusión de los trabajos de Darwin, la familia fue presentada
como uno de los vectores fundamentales de la empresa civilizatoria. Por aquel entonces el
modelo familiar se utilizó tanto para profundizar en el neocolonialismo europeo como vector de
organización de la vida de los pueblos colonizados dentro de un esquema militar, así como para
distribuir a los vagabundos asilvestrados, a las mujeres embrujecidas y a los locos asalvajados
frente a aquellos blancos hombres burgueses que gobernaban y se conducían a través de la
razón. Con la finalidad de “ayudar” a esta población rezagada en el subdesarrollo moral fueron
diseñadas instituciones asilares entre cuyas paredes se replicaba la escenografía de un contexto
“cuasi familiar”, que por su propio atrezo ostentaban un valor remedial para reencauzar una
desviación atribuida a la ausencia de dirección y de estructura familiar (Foucault, 2007).
Pero como veremos más adelante, el valor estructurante y correctivo de este esbozo familiar
sentirá la presión de las instancias disciplinares, las cuales comenzarán a hacer cuña en la
“pequeña célula familiar” poniéndola en una deriva actualizadora.
1.2 La “soberanía disciplinada” de la pequeña célula familiar. Los injertos del continuum
disciplinar y la labor de los hábitos como producción de la norma productiva
A mediados del s. XIX la familia ha sido enclavada en las ciudades obreras, un espacio habitacional
anexo de la fábrica, una extensión de la misma que sirviera como dormitorio y repositorio de
las fuerzas productivas. Desde el enclave sedentario, comienza a entrar en contacto con toda
una multiplicidad de instancias disciplinares -la fábrica, la caja de ahorros, la escuela, el batallón,
el asilo, la cárcel. Se trata de un continuum disciplinario con el que los individuos sostienen
distintos tipos de relación a diferentes niveles de intensidad durante toda su vida, y donde a
su vez cada miembro forma parte de su entramado sin que ninguna de ellas exactamente le
represente (Foucault, 2016, p. 239).
Es decir, la afluencia de los injertos de instancias y técnicas disciplinares van construyendo
efectos de disciplinamiento en la célula familiar, van generando una “soberanía disciplinada”,
una “disciplinarización interna, cierta transferencia, en el seno mismo del juego de soberanía
familiar, de las formas, los esquemas disciplinarios” (Foucault, 2007, p. 142). De este modo, los
entre la familia y la disciplina, parasitan la soberanía familiar, transformando su protagonismo
anterior como dispositivo colonial y civilizatorio, en una “arquitectura de luz” (Deleuze, 2013)
donde la familia se convierte en la simiente del régimen disciplinar en tanto que, desde su
carácter soberano, soportan la inserción a las instancias disciplinares, así como son continente
y germen de las indisciplinas.
De las ligazones recurrentes, se va construyendo diacrónicamente un tejido de hábitos, los
cuales se van a acompañar de un discurso que va a “describir, analizar, fundar la norma y
hacerla prescribible, persuasiva” (Foucault, 2016, p. 276). Será a través de la norma, y todo un
juego de coerciones y castigos, aprendizajes y sanciones que los individuos van a ir quedando
fijados a los aparatos de producción. Normatividad que les liga a “un orden de las cosas, un
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orden del tiempo y un orden político” (Foucault, 2016, p. 274). Como representante del Estado,
la familia es la encargada de cercar el flujo de los deseos de rebeldía y de ociosidad, de castigar
la indisciplina, la insubordinación, así como de subordinar a sus mujeres a la autoridad patriarcal.
La familia ha de educar, vigilar y castigar la incorporación de los hábitos disciplinares, ha de
subirse al paradigma de la mirada vigilante y examinadora, la mirada panóptica. Y contantemente
examinar, evaluar, premiar, castigar y corregir, a cada uno sus integrantes para mantenerlos
dentro de la senda de normativa de los hábitos productivos.
1.3 El injerto de la mirada panóptica en la mácula familiar
La mediación de la mirada panóptica es uno de los engarces fundamentales con los que opera
el injerto disciplinar para parasitar la soberanía familiar (Foucault, 2007, p. 143). La inserción
de la mirada panóptica supone una mediación cuyo efecto es la intensificación de lo real. Una
mirada que nos permite ir del concepto al caso particular y viceversa con una coherencia y
una congruencia lógica que no tolera agrietamientos. La fuerza del panóptico se construye, en
la microfísica de un poder de una mirada cargada de enunciados de cuyo output resulta una
verosimilitud respaldada por la extracción selectiva de unas observaciones, de un saber, que
producen un poder. La mirada panóptica forma, reforma, corrige, desde un quiasma compuesto
por el poder económico, el poder político y el poder judicial. Una mirada polivalente que “da
órdenes, toma decisiones, garantiza funciones -tales como la producción o el aprendizaje-
y también juzga, tiene el derecho de castigar y recompensar “o de hacer comparecer ante
instancias de enjuiciamiento” (Foucault, 2011, p. 142). Zona gris, en la que se va a poner a la
familia detectar la desviación y la anormalidad, prestando atención densa a la más mínima
acción cotidiana, al más mínimo gesto, constituyendo a sus integrantes en “individuos a la vez
portadores y receptores de realidad” (Foucault, 2007, p. 225).
La identidad forma parte de este juego de continuidades y regularidades que insiste en producir
el panoptismo, la de fijar a la persona en la producción de un yo “que pueda responder por sí
mismo a través del tiempo” (Butler, 2011, p. 86). El yo encuentra su primera chispa, su primer
resplandor en la necesidad del contrato mercantil por darle mayor musculatura al acto de habla
de la promesa, tal y como expone Nietzsche (2019), en su tesis sobre el origen de la subjetividad
en la relación indisociable entre la deuda y la culpa.
Voy a poner un ejemplo escolar, para a través de la cuña familia-escuela (Herrera Urízar, 2019),
se entienda el injerto panóptico. En la cuña familia-escuela vemos que los padres no sólo
exhortan a los hijos a asistir, sino que los preparan, los llevan, les exigen, dan seguimiento, y,
evalúan su desempeño. La cuña familia-escuela genera prolíficos efectos en los afectos de la
célula familiar, en su ánimo, en la distribución de las labores, en el empleo del tiempo, etc. La
familia y la escuela no son entidades estancas, están puenteadas por un régimen de actividad-
producción y un dispositivo de examen. Respecto del régimen de actividad-producción,
concierne la participación de los tutores en la organización asociativa con sus pares (Asociación
de Padres de Alumnos), como en actividades escolares como las juntas, las clases muestra
o los festivales. El régimen productivo de la escuela no sólo reclama a los tutores adentro,
sino que trasvasa su agenda de actividades al hogar, ya sea con la tarea, la recaudación de
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materiales, los hábitos de higiene, de alimentación, etc. Sobre el dispositivo de examen, la
escuela sostiene una economía de premios y castigos, que despliega ritualmente a través de
las evaluaciones y que objetiviza en las calificaciones. Éstas son el hito, el testigo que une las
manos. Si son negativas, el llamado de atención es tanto para el estudiante como para la familia,
pues ésta será conminada a tomar medidas que estructuraran el tiempo extraescolar, ya sea
en el calendario escolar o durante las vacaciones. La presión de la cuña disciplinar pone a los
niños en la “lógica natural” de la competencia consigo y entre sí, y hace de los padres un relevo
más en la omnipresencia de la mirada panóptica, una intromisión imperceptible que nos hace
escudriñar a los demás integrantes de la célula familiar como padres-jueces, padres-maestros,
padres-psicólogos. Sagazmente, Foucault apunta que la familia opera como “una microcasa de
salud, que controla la normalidad o la anomalía del cuerpo y el alma” (2007, p. 143). Donde en la
distribución de funciones celulares, “todos hacen reinar la universalidad de lo normativo, y cada
cual en el punto en el que se encuentra, le somete el cuerpo, los gestos, los comportamientos,
las conductas, las actitudes, las proezas” (Foucault, 2015, p. 355).
2. Método
El artículo se propone como una reflexión sociológica de índole teórico, que deviene del trabajo
empírico realizado, entre 2014 hasta la fecha, a partir de la metodología de las narrativas (Chase,
2015). Un trabajo empírico ubicado en la simiente de los conocimientos situados (Biglia y Bonet
Marti, 2009), en el que construimos una agenda de investigación colaborativa con una familia
de cuatro integrantes que mantendremos en anonimato por decisión propia, y con quienes,
tras darle varias vueltas, optamos por diseñar un método de producción de narrativas a través
del dibujo (Hoyos, 2021). El andamiaje teórico del artículo es pues una deriva reflexiva del autor
desde la compañía epistémica (Scheurich, 1995) de las y los coinvestigadores, la madre y la hija,
y el padre y el hijo, donde la figura paterna fue la que estuvo dentro de la prisión por un lapso
de 10 años.
3. La parasitación de la pequeña célula familiar. La función psi y su digestión refamiliariza-
dora
Como vimos, la familia pasó de ser la receta para la cura, a ser parte fundante del problema,
caldo de cultivo e invernadero de la desviación y la anormalidad. Debido a su total implicación
en la indisciplina, en caso de no ejercer positivamente sus labores de irrigación, sostenimiento y
control en el continuum disciplinar de sus miembros, y con la excusa punitivista de “evitar el mal
mayor” (Baratta, 2016), es que las instancias disciplinares injertadas en la célula familiar tienen
la potestad de impugnarla. Tal impugnación se enmarca en un proyecto biopolítico extenso en
el que se apuesta por la reinserción del desviado como reajuste a la normatividad de la matriz
productiva.
La insuficiencia disciplinar es la llave reguladora de la intensidad con la que las instancias
disciplinares han de gestionar la desviación para aplicar sobre ellas su poder positivo. Todo un
andamiaje no productivo de índole correctivo que va a parasitar a la familia mediante el despliegue
de distintos procedimientos, técnicas, profesionales e instrumentos que van a examinar el
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grado de intensidad de la indisciplina específica, y tomar las medidas correspondientes. Estas
instancias correccionales van a funcionar como la contracara de la familia, pues a través de su
“función psi”, se va a remitir al discurso de la familia a la vez que van a poseer el cuerpo de
su miembro para aplicarle un intensivo disciplinar lejos de las sinapsis familiares. Es el corpus
teórico de todo dispositivo disciplinario. “La función psi (…) es la instancia de control de todas las
instituciones y de todos los dispositivos disciplinarios al mismo tiempo emite, sin contradicción
alguna, el discurso de la familia” (Foucault, 2007, p. 111). Se refiere a las instancias psiquiátrica,
psicopatológica, psicosociológica, psicocriminológica, psicoanalítica, etc. Paradoja que va de la
orden de sustraer, apartar, aislar, “dejar en suspenso todo lo relacionado con configuraciones,
puntos de apoyo, relevos propios del poder familiar” (Foucault, 2007, p. 122), a promover la
instancia disciplinar como un espacio estanco que permite la refamiliarización. Contradicción
que muestra el permanente juego de remisiones entre la familia y el dispositivo disciplinar.
3.1 La idiosincrasia de la cárcel como cúspide de la pirámide disciplinar, y sus inscripciones
en los secuestrados
El sistema legal priva de la libertad, encarcela. Pero su operador ortopédico, la racionalidad
correctiva es una empresa extralegal, que como advierte Foucault, homogeneiza los castigos
legales con los mecanismos disciplinarios, “naturaliza el poder de castigar y legaliza el poder
técnico de disciplinar” (2009, p. 354). La cárcel se encuentra en la cúspide de la pirámide
disciplinar, lo que la diferencia la cárcel de las demás instituciones del continuum disciplinario
es tan sólo una cuestión de gradación y de intensidad. Siguiendo a Foucault,
...en su función, este poder de castigar no es esencialmente diferente del de curar o al
de educar. Recibe de ellos, y de su misión menor y menuda, una garantía de abajo; pero
que no es menos importante, ya que se trata de la técnica y la racionalidad (2009, p. 354).
Como muestra Pavarini, la pena privativa de la libertad hace sentido en el marco del contexto
productivo, en el que “la libertad adquirió un valor económico” (2016, p. 36). La libertad es la
medida temporal que trabaja como valor de cambio ante la forma de desviación delincuencial,
ya que el individuo no ha sido capaz de ejercerla adecuadamente sosteniendo en un umbral
adecuado su autodisciplina, autocontrol y autorregulación. El castigo opera en la transformación
del tiempo de ganancia al tiempo de deuda, que obstruye la promesa del “tiempo como riqueza”
(2016, p. 37). La deuda se presenta como fruto naturalizado de la indisciplina, como una
contracción que es acto reflejo del cuerpo social, naturalización que asienta que se es libre en
la medida en que se asume un modo de vida (consumo empleo, erogaciones sociales, impuestos,
etc.) que “ha de ser compatible con el reembolso” (Lazzarato, 2013, p. 37). En definitiva, como
si el acto reflejo de la contracción -de la deuda- no respondiera a una implacable insistencia
represiva de las indisciplinas.
La detención legal enmarca al encarcelado y lo forma primero la matriz discursiva de un
sujeto jurídico, así como lo hace aparecer “como signo de culpabilidad y transgresión, como
encarnación de la prohibición y la sanción en los rituales de normalización” (Butler, 2011, p. 96).
El encarcelamiento es una determinada manera de secuestrar y acumular cuerpos en un espacio
de encierro bajo la ceremonia insidiosa y permanente del examen, técnica que entrecruza la
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sujeción y la objetivación, una “dominación-observación” (Foucault, 2015, p. 356) que establece
una relación definida entre el saber y el poder desde la que se va a construir un juego de
veridición y objetivación. Labor escritural que va a consistir en una:
...superposición de co(r)pos, envoltura de inscripciones donde la persona ahora podrá
encontrar sus estigmas delincuenciales, mirarlos, tocarlos, reconstruir una y mil veces su
historia, esa mi piel donde ahora encuentro los rasgos y caracteres del delincuente que
he de ser, donde el lunar, la cicatriz, el tatuaje ahora son inculpatorio-probatorios, y en las
sucesivas narraciones biográficas [escucho la verdad de mi alma] (Hoyos, 2021, p. 278).
3.2 La creación de la deuda ontológica: El incumplimiento familiar de la promesa de inser-
ción en la matriz productiva
El delincuente no se hizo solo, en parte es consecuencia del incumplimiento de la promesa
disciplinar de su familia. El fracaso correctivo de la célula familiar escribe la sentencia de su
condena. La responsabilidad de la indisciplina se trasvasa del sujeto jurídico a la célula familiar,
cargada en su origen histórico como el embrión de las indisciplinas, se la reprende por su
incapacidad de regular la frecuencia de las transgresiones, así como de no haber extinguido las
expresiones destructivas de sus miembros.
Al incumplir su promesa disciplinar, la familia pierde su garantía, aquella que el Estado le había
otorgado, y pasa a convertirse en deudora, en tanto que “el deudor es aquel que no logra cumplir
su promesa, prolongar su voluntad y cumplir su palabra con la ejecución de un acto” (Butler,
2011, p. 85). La familia ha de ser castigada por su incumplimiento, se la convierte en “prenda”
de la deuda contraída por su miembro encarcelado, porque, además, ésta es lo único que a
éste le queda. Las penas son colectivas, aunque únicamente en la sentencia quede rubricado
el nombre del familiar, los apellidos están escritos con el mismo pulso punitivo y con la misma
tinta correctiva.
Cómo veíamos en el funcionamiento de las instancias correctivas, la disciplina que vienen a
enderezar las indisciplinas tiene un destino familiar, un retorno a la célula familiar. La corrección
dispone un regreso a la familia, una refamiliarización que va a operar a través de un doble
mecanismo el trabajo intensivo sobre el desviado, y por otro, sobre la imposición de una deuda
ontológica por el incumplimiento de su promesa, una deuda que la impone la persistencia de
una existencia precaria (López Petit, 2009; Lorey, 2016). La refamiliarización, como expone
Ferreccio, va a generar un “efecto re-tradicionalizador (…) en la división de roles familiares”
(2018, p. 54), sobrecargando a las mujeres en la exponencialización productiva y la reproductiva.
La deuda familiar no hace, sino que los injertos disciplinares regresen con furia transformando
el tiempo de la ganancia en tiempo de deuda. Tal transformación, genera una apropiación
ontológica, una parasitación que, como sostiene Lazzarato:
...se apropia no sólo del tiempo cronológico del empleo, sino también de la acción, del
tiempo no cronológico, del tiempo en cuanto elección, decisión, apuesta sobre lo que va a
suceder y sobre las fuerzas (confianza, deseo, coraje, etc) que hacen posibles la elección,
la decisión, el obrar y los explota (2013, p. 63).
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En su generización, la re-familiarización toma como “prenda” a la celularidad femenina de
la familia, así el sistema legal va a ligar las condiciones de liberación a diferentes modos de
seguimiento examinador sobre los modos de conducción de las familiares endeudadas. Desde
el eco soberano de los lazos de sangre se ata la existencia de las mujeres a los ciclos de
producción, se le exhorta a hiper convertir su vida en producción, forjando el hábito normativo
que “es el complemento del contrato para quienes no están ligados al orden de la propiedad”
(Foucault, 2016, p. 274). Lo que dilucida la cárcel como un invento del Estado burgués dirigido
especialmente a las familias obreras, a los pobres, tal y como evidenciara Wacquant (2010),
así como la precarización como una de las funciones principales de la pena (Baratta, 2016).
La cárcel es un campo de batalla intensivo, una locación más entre toda una red de otros
dispositivos carcelarios que buscan plegar la fuerza social normalizándola en torno a los
aparatos de producción.
4. La parasitación ontológica del encarcelamiento como dispositivo de subjetivación de las mu-
jeres familiares
La “deuda” penitenciaria conlleva la instalación del sujeto, una subjetivación (Ramírez Zuluaga,
2015; Mendieta, 2021), vuelve sobre sí a las familiares “en libertad” con la transformación del
tiempo de ganancia en tiempo de deuda. El tiempo de vida se transforma en tiempo de deuda,
las mujeres deben la vida, su vida, y como apunta Butler, en virtud del miedo y del terror es que
“empezamos a reflexionar sobre nosotros mismos” (2009, p.23). Un dolor que como nos dice
Deleuze, “sólo paga los intereses de la deuda; el dolor está interiorizado, la responsabilidad se ha
convertido en responsabilidad-culpabilidad” (2013, pp. 198-199).
Las mujeres de la familia pagan su tiempo de deuda trabajando de sol a sol, tanto para poder
sostener los numerosos costos del encierro, como para poder subsistir, quedando en el
horizonte cotidiano el dibujo de un porvenir que no será sino fruto de un esfuerzo indiscreto
y exponencial, de una “proeza” disciplinante. Atrapadas en un esclavismo en libertad, donde
las ocupaciones irían limpiando la pena y la deuda con el sudor de la frente, los cuerpos de las
mujeres son subordinados y sometidos a una intensificación productiva y reproductiva que lo
sobrecargan y lo desgastan. Se trata de una fuerza gravitatoria que se cierne sobre sus espaldas,
sus hombros, sus rodillas; una fuerza que es el epítome de un castigo que, en lugar de indirecto,
es transversal, extensivo, “orgánico”. Un dibujo del porvenir en el que ni se intuye el final de
la deuda, para el que el pago se realiza incrementando y sosteniendo la cantidad de ocupación
y de empeño, llevando al éxtasis el aguante. Una demanda tremenda que exige que la fuerza
productiva no fenezca en los titubeos del cansancio, la desesperación y el resentimiento, que,
según Deleuze, es la reacción que al dejar de ser accionada “se va digiriendo en algo sentido, (…)
va dejando huellas mnémicas” (2013, p. 158). La carga de la intensificación productiva evoca una
memoria que las interpelará sujetándolas, que las interrogará desde el marco interpretativo del
juicio, pugnando por sustituir su voz “propia”, y disuadiéndolas de la fuerza activa del olvido, a
partir de la cual, indica Deleuze, podemos refrescar, dar fluidez y permitirnos acercarnos a la
serenidad, la esperanza o el orgullo (2013, pp. 159-160).
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Huellas mnémicas de cuya interpelación emana el recuerdo de una marca identitaria, de un
alma que se convierte, según Butler, en “un ideal normativo y normalizador conforme al cual el
cuerpo es adiestrado, moldeado, cultivado e investido; (…) un ideal imaginario históricamente
específico conforme al cual se materializa el cuerpo” (2011, p. 103). Secuela identitaria que no es
otra que la prenda de la punición, de la violencia ética que naturaliza el poder de castigar en el
cuerpo de los indisciplinados y sus prójimas. La “función psi” del internamiento penitenciario,
así como vienen a confirmar los “avisos” del discurso punitivo durante todos los injertos
disciplinares desde la escuela hasta el trabajo, interpela las estelas de la trayectoria de vida la
pequeña célula familiar. A partir del hecho del encarcelamiento se hace funcionar la realidad
como poder, imputando de las indisciplinas, de la desviación al cuerpo completo de la célula
familiar, ahí donde se ha engendrado la monstruosidad de la que han de hacerse responsables
todos y cada uno, personal y colectivamente. Zona gris de las marcaciones y los desmarques, de
las herencias y los injertos, intensificando una realidad que se un embrollo que los va a ocupar a
lo largo del encierro, y por qué no, a lo largo de toda su existencia. Un grave problema porque
como la célula germina en cada uno de sus miembros, la marcación sobre cualquiera de ellos
hace sinécdoque sobre el resto, por tanto, cuando encarcelan a uno los demás han de “ser
como el encarcelado”.
Expresión de una anatomía política donde la cárcel como último escalafón de la pirámide
disciplinar, ya lo dijo Foucault, borra “lo que puede de haber de arbitrario en el poder legal y lo
violento del poder disciplinar, atenuando los efectos de rebelión que ambos pueden suscitar”
(2015, p. 355). A las familiares se las juzga “por ser como son, iguales a sus encarcelados”, y se
las interpela en forma de juicio, “en la misma medida que se ha difundido el poder normalizador
(…) la actividad de juzgar se ha multiplicado” (2015, p. 355). Se las juzga desde una distancia
moral que entronca con la relación establecida entre quien juzga y quien es juzgado, diferencia
ontológica que hace eco en la escalinata de la pirámide disciplinar, un eco de veredictos, como
expusiera Butler, en el que “nos apoyamos (…) para resumir la vida de otro, y confundimos así
a postura ética con la persona que juzga” (Butler, 2009, p. 65).
El juicio moral trabaja como un haz más del panoptismo. La familiar está asida a una mirada
penalizadora que sobrescribe sobre su cuerpo evaluaciones y valoraciones. El panóptico también
tiene su anatomía de conos y bastones punitivos, la mirada de un “microtribunal permanente”
(Foucault, 2011, p. 142), constituido por los relevos que engranan la microfísica del poder de la
institución penitenciaria, así como en el juicio extralegal de una sociedad que figura al interno
como aquel que cometió una falta y, le viste con la personificación paroxística del “enemigo
público”. Relevos de una microfísica que van del criminólogo al vecino, de la custodia a la
familia extensa, que atienden insidiosamente los modos de conducción de la existencia de los
familiares sobre el mismo tejido escritural que valora y juzga la coreografía de los familiares.
La resonancia del juicio, sojuzga, vitupera a las familiares con la fuerza de las palabras y las sujeta
a la sinécdoque instruyéndolos como irreconocibles (Butler, 2009, p. 68). Se juzga demandando
la emergencia de una identidad individual coherente con la sinécdoque, lo que fomenta que “la
estructura narrativa de dar cuenta de mí misma sea sustituida por la estructura de interpelación
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Bodas de disc iplina. De la parasitac ión ontológica de las mujere s familiares de perso nas privadas de liber tad
en la cual se produce” (Butler, 2009, p. 59). Las miradas y los comentarios del jurado extrajudicial
permanente, de cada uno de nosotros, van reembolsando la deuda del familiar en el cuerpo de
las familiares. “Tu papá es un secuestrador”, queda grabado a fuego en el cuerpo de una niña
de 7 años, más cuando sus primos la dejan de hablar, cuando sus tíos y sus abuelos se borran,
toman una distancia abismal con la célula familiar feminizada. Como señala Lazzarato:
El performativo de la promesa implica y presupone una ´mnemotécnica´ de la crueldad
y una mnemotécnica del dolor, las cuales, como la máquina de la colonia penitenciaria de
Kafka, escriben la promesa al reembolsar la deuda directamente en el cuerpo (2013, p. 47).
Entonces el efecto refamiliarizador aparece como una intermitencia de semáforos rotos en
una vía de tránsito opulento. Destellos de instancias disciplinares que no son más que paliativos
patriarcales de familia, familias apósitas lideradas por pastores del resentimiento -Iglesias, AA-
a los que acuden tanto para atender las vibraciones de baja intensidad que instalan el alma del
juicio en sus cuerpos, buscando apoyos en los que transitoriamente amainar sus sojuzgamientos,
sus escarnios, y sobrecargas afectivas, físicas y materiales.
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AUTOR
Pablo Hoyos González. Profesor Invitado Tiempo Completo en el Departamento de Psicología
Social, Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa. Es doctor en Psicología Social (mención Cum
Laude), por el programa de Estudios de Posgrado de Psicología Social de la Universidad Autónoma de
Barcelona.