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Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política, Humanidades y Relaciones Internacionales, año 23, nº 48.
Tercer cuatrimestre de 2021. Pp. 303-324. ISSN 1575-6823 e-ISSN 2340-2199 https://dx.doi.org/10.12795/araucaria.2021.i48.14
Ética, creatividad e imaginación: elementos
esenciales para la construcción de culturas de
paz
Ethics, Creativity and Imagination:
Essential Elements for Building Cultures
of Peace
Dora Elvira García-González1
Tecnológico de Monterrey (México)
ORCID: https://orcid.org/0000-0001-6040-4099
Recibido: 30-04-2021
Aceptado: 30-08-2021
Resumen
En este artículo se postulan tres elementos que se consideran fundamentales
para la construcción de culturas de paz desde una convivencia con dignidad y en
marcos justos. La ética, la creatividad y la imaginación en conjunción dan pie
para encarar y desaar las variadas situaciones de violencia que se presentan en
los constructos sociales, en tanto son realidades que entrañan graves oprobios
para la humanidad. Pensar en un mundo más humano será posible solo si estamos
en él activamente desde postulados éticos y mediante procedimientos que exigen
1 (dora.elvira.garcia.g@gmail.com) Doctora en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma
de México. Actualmente profesora e investigadora en la Facultad de Filosofìa de la UNAM. Ha sido
profesora invitada en universidades mexicanas y extranjeras. Fue Directora del departamento de
Humanidades de 2006-2010 y Decana de Investigación de la Escuela Nacional de Humanidades y
Educación del Tecnológico de Monterrey (2014- enero 2021). Fundadora y directora por 15 años
de En-claves del pensamiento (2007-2020) revista en índices prestigiados (Índice de Revistas
CONACYT nivel internacional y SCOPUS, entre otros.) Fundadora y coordinadora de la Cátedra
UNESCO “Ética, cultura de paz y Derechos Humanos” desde 2008. Autora y coordinadora de más
de 25 libros, más de 100 artículos y capítulos en revistas y libros nacionales e internacionales.
Sus líneas de investigación son losofía política, losofía de la cultura y actualmente losofía de la
paz. Entre sus libros de autoría podemos destacar: Del poder político al amor al mundo. Ed. Porrúa/
Tecnológico de Monterrey, México, 2005; Reexiones ético-políticas del sentido común, Ed. Plaza y
Valdes/UNESCO, México, 2014; La paz como ideal moral. Una reconguración de la losofía de la
paz para la acción, Ed.Dykinson, Madrid, 2019. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores
de CONACYT, Nivel 3.
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creatividad e imaginación que se franquean en diversas situaciones tales como
la escucha y el diálogo, al implicar respeto mutuo. Imaginarse en el lugar de los
otros como categoría ética y al articularse con formas creativas permite aspirar
a situaciones otras y diversas a las vividas, para lograr con ello, la construcción
de la paz.
Palabras-clave: Construcción de paz, ética, creatividad, imaginación,
escucha, diálogo.
Abstract
In this article, we postulate three items that are considered fundamental
for the construction of cultures of peace through a coexistence with dignity
and in a fair framework. Together ethics, creativity and imagination rise
to face and challenge the various situations of violence that occur in
social constructs, as they are realities that involve serious opprobrium for
humanity. Thinking of a more humane world will be possible only if we are
in it actively from ethical postulates and through procedures that demand
creativity and imagination, which are crossed in various situations such as
listening and dialogue, involving mutual respect. Imagining oneself in the
place of others as an ethical category and articulating it with creative forms
allows us to aspire to situations that are different and diverse from those we
live in, in order to achieve the construction of peace.
Keywords: Peace construction, ethics, creativity, imagination, listening,
dialogue.
1. Tres elementos centrales para construir la paz
Cuando hablamos de ética, de imaginación, de creatividad y de culturas de
paz nos enfrentamos a cuestiones temáticas que implican, cada una por su parte,
investigaciones profundas. Organizo estas grandes matrices de la siguiente
manera: la ética, como el fundamento racional orientado por los valores que
encauzan a toda acción; la imaginativa, como la capacidad –transcultural,
compartida y, por tanto, universal– para idear formas alternativas del mundo
en el que vivimos; la creativa, como la puesta en práctica de esa capacidad
imaginativa; y, nalmente, la operatividad social conjunta, que constituye el
germen de las culturas de paz y el marco de sentido para la convivencia justa
y digna. Pensarlas en conjunto propicia un ujo de ideas para enfrentar las
situaciones de violencia que hoy día preocupan a las sociedades; estas se han
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incrustado de manera implacable en la vida cotidiana –en unos contextos más
que en otros, por razones diversas– y son afrentas contra la condición humana.
Ante nuestras realidades violentas, estos tres cauces constituyen
posibilidades que facultan y protegen la condición humana para pensarla desde
su riqueza, apuntalarla en la ética y realizarla a plenitud, mediante la creatividad
y la imaginación, en aras de construir una cultura de paz.
La paz se vincula con las acciones humanas que tienen consecuencias
éticas; se involucra con la dignidad de las personas, el desarrollo de su libertad
y la posibilidad de convivencia. Un mundo violento evidencia las acciones
humanas que así lo han construido, y al ser un constructo existe siempre la
posibilidad –por compleja que se plantee, aun en el peor de los escenarios– de
modicar aquellas situaciones que generan dicha violencia.
De este modo, los conceptos éticos ‘persona’ y ‘dignidad’ son fundamentales
para los estudios de paz. Las personas poseen una dignidad insoslayable;
sin la paz, no hay dignidad posible. La dignidad mantiene una especicidad
relacional y dinámica con los demás, gracias a dicha paz. Las acciones que
somos capaces de llevar a cabo son la columna vertebral lo que somos; lo que
hacemos a través de un vínculo común nos erige de manera integral. De igual
modo, cuando nuestras acciones son lastimosas y violentas nos hacen caer en
estratos de inhumanidad. La ética es nodal para la construcción de la paz con la
exigencia de la superación de la violencia.
El mundo que compartimos con los demás constituye nuestro espacio
vital más importante: es el espacio en el que nos hacemos, nos relacionamos
y en el que se vuelven posibles o se cancelan oportunidades y ocasiones de
una vida digna. Ahí se juega la oportunidad de vivir pacícamente, para
ello es preciso lograr una vida virtuosa y generar los valores a través de los
cuales obtenemos –ya que nuestras experiencias son siempre intersubjetivas–
una vinculación mutua con los demás. Esta propuesta de intersubjetividad
aparece con los griegos –y sigue con los latinos– para quienes la relación
solidaria con los demás era fundamental. Las personas somos forjadoras de
nuestra existencia; el nivel que alcancemos dependerá de dichas acciones en
un marco común. Esto revela la dimensión ética de la vida humana, en busca
siempre de un sentido comunal y pacíco, en un marco de acciones éticas
ennoblecidas y virtuosas. Así lo declaraban Sócrates y Aristóteles cuando
sostenían, respectivamente, que: “no es el vivir lo que ha de ser estimado, en
el más alto grado, sino el vivir bien” (Platón 1974, §48a: 227); ese vivir bien
implica una vida en paz con los demás. “Hemos, pues de considerar en qué
consiste el vivir bien y de qué manera hay que conseguir esto” (Aristóteles
1973: §1105, 1214a), y para ello la reexión losóca ha preferido pensar en
los quiénes y en los cómos, sin embargo, lo que es claro es que es inadmisible
no actuar pacícamente. Dichos nes dan sentido a nuestras acciones: se
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purican como ideales morales que resguardan el valor que poseemos, y que
al defenderse avala la paz.
Si desde la ética el bien signica la supervivencia de la vida –en una
situación óptima de libertad, armonía y bienestar–, la realización de estas
posibilidades nos permite aprehender la paz. Si, por el contrario, lo que
prevalece es la autodestrucción, la falta de libertad y que no se logren las
necesidades básicas y de bienestar, aora la violencia.
De esta forma, lo que exige la ética es una vida pacíca que permita el
perfeccionamiento de los seres humanos de manera comunal. La búsqueda
racional del bienestar privado de las personas debe concentrarse en el benecio
del resto de los miembros de la sociedad. Solo así el bien será colectivo. De
otro modo, un bien individual desconectado de lo colectivo que produce
injusticia terminará por perjudicar lo individual, y quienes se piensan inmunes
terminan viéndose afectados por la misma violencia. Tenemos ejemplos de esto
en nuestra cotidianeidad –y, de manera generalizada, en los países pobres–, por
los diversos atentados contra la ética, en donde, la corrupción e impunidad, han
prevalecido al no existir, salvo en contadas excepciones, formas de integridad
cooperativa y comunal. En vez de ser un espacio en donde se habría de expresar
el reino de la libertad, sustentado propiamente en la persona y su dignidad,
se ha convertido en espacio de crueldad, en donde se diseca lo vivo y lo vital
(Segato 2018: 12). No es posible invisibilizar la violencia ni aceptar cualquier
tipo de paz, o la aspiración de la paz bajo cualquier circunstancia o a cualquier
precio, sobre todo para aquellos tiranizados o dominados.
La paz constituye un valor central que conlleva otros valores, todos
vinculados con la defensa de lo humano. La tutela de esa paz supone acuerdos
mínimos que determinan lo que es, sobre todo, en entornos de diversidad
cultural y de coexistencia de diferentes cosmovisiones. Así, es mejor pensar
en la paz en plural para posibilitar la inclusión de formas diferentes para la
convivencia pacíca.
El mundo será habitable y más humano para todos únicamente si estamos
presentes de manera activa. Se requiere una labor cuyo compromiso sea darle
sentido a la realidad vivida mediante las acciones de las personas, a través
de la relevancia que se ponga en las virtudes que se vayan planicando con
excelencia. Por ello, se trata de un ideal moral que nos inspira a esforzarnos,
de manera realista, para lograr un mejor estado de las cosas. Signica tener
un ánimo de anhelo esperanzador, como lo sugería Aristóteles –en boca de
Diógenes Laercio– al armar que la esperanza es el sueño del hombre despierto.
Se trata de los sueños despiertos, o sueños diurnos, que requieren la acción
para lograr esperanzadamente las utopías (Bloch 2007: 107). Así, aun cuando
puedan frustrarse, no debemos de ceder en su búsqueda. No podemos dejar de
pensar en la paz como un ideal moral que puede lograrse y construido mediante
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la modicación de estructuras que dependen de nuestras acciones y de nuestros
pensamientos. En este sentido, es fundamental considerar los elementos que
viabilizan dicha paz, y que permiten pensar en su alcance como algo real y
experiencial en nosotros. Es un compromiso con el presente, que recupera
las maneras imperfectas de hacer las paces del pasado para la construcción
progresiva de múltiples formas de vivir en común.
Ya desde el 2000 se plantearon diversos indicadores para las nuevas
culturas de paz en instituciones como la UNESCO. En esta instancia se
postula la necesidad de “respetar todas las vidas, rechazar la violencia con un
compromiso positivo con la práctica de la no violencia activa, desarrollar la
capacidad de ser generosos compartiendo tiempo y recursos materiales con los
demás, escuchar para comprendernos en la multiplicidad de voces y culturas en
que nos expresamos, preservar el planeta que signica un consumo responsable
y con criterios de justicia y, nalmente, reinventar la solidaridad: reconstruir
unas sólidas relaciones entre los seres humanos” (Martínez Guzmán 2004)
Así, como desarrollaremos más adelante, hablar de cultura de paz implica
poner en acción todo el catálogo de elementos que permita su postulación
y realización en los márgenes de la ética, a través de algunos recursos que
exigen creatividad e imaginación, que se revelan en diversas situaciones, entre
las que están la escucha y el diálogo. Ahora bien, un recurso ético excelente
para favorecer la paz es ponerse en el lugar de los otros. Desde allí se suscitan
los elementos de la imaginación que promueven situaciones –de una cierta
moralidad empática– para comprender lo que es el daño y el sufrimiento.
Ponerse en el lugar del otro muestra cómo la imaginación hace visible el lazo
de asociación que proporciona la constitución del otro, y lo hace en una forma
de imaginación y simpatía por el otro (Etxeberría 1995: 78).
Ponerse en el lugar de los otros signica que podemos imaginar lo que
sentiríamos si estuviéramos en su situación y esto nos pone en el entresijo de
conocer a los otros de manera analógica e imaginativa. La imaginación ética
es muy relevante en la visualización de los otros, quienes por ser nes en sí
mismos, tienen un valor absoluto, de ahí que funja como postulado ético. La
imaginación inventa esbozos para la orientación de la acción, abriendo el
campo de lo posible como ejercicio para pensar de otro modo al ser social.
Mantener presentes estos preceptos, por más formales que sean, dará lucidez a
nuestras acciones prácticas cotidianas para que sean más pacícas.
Entonces, dirimir sobre cada uno de los conceptos temáticos presentes en
el título de este escrito nos enfrenta a cuestiones temáticas de cada una de ellas;
sin embargo, nos interesa dar cuenta de su necesaria y mutua vinculación, para
pensar cómo establecer la paz en nuestros espacios sociales y políticos.
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2. Desde la injusticia y la violencia hacia la paz común
Precisamente porque la diferencia es lo que prevalece, hablamos de
paces y de la pluralidad de expresiones de la paz, no de una paz unívoca.
Las diferencias culturales muestran valoraciones diversas en los senos de
las culturas, que permiten visualizar y hacer vigente la búsqueda de la paz a
pesar de las situaciones de violencia. Pensando a la manera de Luis Villoro, en
México, en torno al tema de la justicia, en lugar de partir del consenso como
su fundamento, se apuesta por partir de su ausencia; en vez de pasar de la
determinación de principios universales de justicia hacia su realización en una
sociedad especíca, hemos de partir de la injusticia real y desde ahí proyectar
lo que podría remediarla (Villoro 2007: 16). En esta vía negativa, situada
en contextos históricamente determinados y apostados, rige la desigualdad
social extrema y creciente, y predomina la exclusión y la marginación de una
gran mayoría. Todas estas formas se acompañan por la violencia, por ello en
estos entornos la clave difícilmente puede ser el consenso. No prevalecen las
condiciones ni sociales ni políticas para un acuerdo común, sino un reclamo
desde la experiencia de la injusticia y de la ausencia de paz. En estas situaciones
la realidad se impone de manera inevitable y agresiva; difícilmente pueden
lograrse consensos, a no ser que hablemos de consensos de violencia y de
injusticia.
El trayecto es sinuoso; la violencia y la injusticia son obstáculos que
impiden la plenitud del desarrollo humano y que se logre de la paz. Esta última
es el camino y en él nos vamos edicando en la búsqueda de las paces para
toda la humanidad. Igualmente, partimos de las situaciones no pacícas para
desde ellas pensar en alcanzar la paz, proyectando. Proyectar implica realizar
la racionalidad práctica que tiene su razón moral, y desde ella, se nos impone
el deber de poder vivir como si pudiéramos alcanzar la paz. Esta propuesta se
vincula con la posibilidad de imaginarnos de otra manera, como si estuviéramos
en otro momento y en otra realidad. Todo esto en el ánimo de que será posible
obtenerlo si nos reconocemos mutuamente como personas valiosas y con
derechos de interlocución en los ámbitos de una ética de la justicia y de la
responsabilidad con los otros. Estos recursos inducen formas de imaginar y
alcanzar dicha paz –paces–, y de trascender situaciones de violencia e injusticia
social.
Esa paz buscada pretende acuerdos en los valores mínimos, en tanto
localizables en toda cultura, es decir, como valores transculturales (Krotz
2004) que buscan la paz, aunque las interpretaciones sobre estos varíen. Partir
de la pluralidad y del disenso implica comprender que “la fundamentación de
los valores es cultural, depende de cada cultura fundamentar sus valores, no
existen valores con independencia cultural” (Krotz 2004: 154).
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Ahora bien, la búsqueda de lo común es necesaria para poder erigir
componentes que logren la cohesión con un carácter signicativo apreciado
por todos. Si lo común alude al don –al munus (Esposito 2007: 29-30)–
implica un carácter colectivo y a menudo político que conlleva prestaciones y
contraprestaciones que conciernen a una comunidad entera (Esposito 2007: 29),
y que comporta obligación de reciprocidad. No respaldar estas apuestas fecunda
problemas, conictos y violencias que se oponen a la aspiración de paz y de
noviolencia; van en contra de encontrar elementos que eviten la fragmentación
social. Son las violencias que aparecen en la escena pública de manera imperiosa.
Si el n es la supervivencia y la dignicación humanas, debemos
considerar medios que potencien la vida. Estos tienen que ser buenos, no existe
justicación para que no lo sean, o para que se distancien de los preceptos
morales de respeto y dignicación de lo humano. Dichos medios deberán estar
en función de objetivos igualmente buenos para lograr los nes buscados.
Esto signica que no se pueden sacricar ni a personas ni a grupos en aras
de alcanzar, como meta nal, la paz. De igual modo, tampoco es admisible
el sacricio de generaciones enteras para lograrlo. Utilizar medios violentos
para obtener nes no violentos no sigue una lógica consecuente ni entraña una
ética aceptable, especialmente, para el caso de la paz y la dignidad. Esta idea
deende un tipo de utilitarismo inaceptable y que va contra el dictum ético:
el n no justica los medios. Por ello, Gandhi era claro cuando señalaba que
debemos cuidar los medios, porque lo nes se cuidarán de sí mismos, y añadía
su tan famosa frase, la paz es el camino, ahí se confecciona, en los medios.
La violencia puede comenzar en cualquier ángulo del triángulo conformado
por la violencia-directa-estructural-cultural (Galtung 2003: 275). Sin embargo,
independientemente del punto de su inicio, se transmite fácilmente a los otros
vértices del triángulo. Si la estructura violenta está institucionalizada, y la
violencia se encuentra interiorizada, su manifestación directa tenderá también
–por la vía de la repetición y el ritual– a consolidarse y cimentarse a la manera
institucional. Este síndrome triangular no es exclusivo de la violencia, la
paz también puede comprenderse emulando la gura de un triángulo. Así, la
paz directa genera paz estructural, con relaciones asociativas y simbióticas
equitativas y en actos de cooperación, de solidaridad y amistad que dan cuenta
del reconocimiento. Podemos cambiar el triángulo vicioso por el triángulo
virtuoso, y sobre los tres ángulos, buscar la paz en diferentes ámbitos.
Con la solidaridad, el reconocimiento, la cooperación y la hospitalidad
es posible lograr una sociedad más pacíca que apele a los elementos plurales
y comunes. Solo desde estos presupuestos podemos orientarnos hacia la paz,
a través de pautas para el diálogo, la escucha y, en general, los recursos para
afrontar, atajar y subvertir las diversas violencias que aparecen en los horizontes
humanos.
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3. Tejer la paz superando los conictos desde el diálogo y la escucha
Lograr la paz mediante el diálogo y la escucha podría equivaler a “una
posible visión utópica de la escucha [que] no es un estado actual o principio,
sino un horizonte hacia el que tenemos que transitar. Un ser escuchante es
un desafío losóco que nos invita a repensar la comunicación a través de
los lentes de la escucha y se compromete con una forma de comunicación
humana y conciencia más allá del pensamiento discursivo” (Lipari 2010: 348).
Esta oportunidad permite alcanzar acuerdos que dirimen las diversas formas
vitales que emergen en lo social como conictivas. Los conictos que se
presentan en nuestra vida cotidiana tienen la posibilidad de zanjarse porque
pueden ser procesados, trascendidos, sobrepasados, proyectados y, nalmente,
transformados. De este modo, aunque las partes involucradas coexistan y los
conictos permanezcan –situación que no implica necesariamente una relación
suma cero– merece la pena plantearse alternativas de solución, en el entendido
que los conictos no resueltos generan violencia.
Si los conictos son luchas por sobrevivir, por obtener bienestar y
libertad, por construir la propia identidad y, en última instancia, por defender
la satisfacción de las necesidades humanas básicas, entonces, la amenaza sobre
cualquiera de estos ejes vitales signica violentar la realidad humana (Galtung
2010: 7 y 14). Un conicto no resuelto y no superado es el germen de la espiral
de violencia.
De ahí la importancia que tiene defender la alternativa que consideramos
fundamental para resolver y trascender los conictos y alcanzar la paz situada
en el diálogo, sobre este recurso existe un acuerdo razonable en tanto modalidad
reconocida para afrontar los conictos. Sin embargo, cuando se concreta en
disputas especícas, tal acuerdo razonable se dirime en opiniones polarizadas,
los desacuerdos se despliegan de manera especialmente vívida y escalan en
campos caracterizados por posturas irreconciliables. Lo imperioso de vincular
el diálogo con la resolución de conictos violentos suscita posibilidades para
trascenderlos.
El diálogo –incluso en circunstancias y modos especícos– debe seguir
siendo la referencia central en la gestión positiva del conicto. El diálogo
supone una tensión entre dos perspectivas: por un lado, una perspectiva
de fecundidad para las relaciones humanas y, por el otro, una situación
problemática y compleja cuando se intenta aplicar a la realidad conictual. Es
posible considerar la tensión como elemento medular y trabajarla de manera
positiva, situándola en un contexto en el que se viven con fuerza los conictos
políticos y sociales, incluidas sus expresiones violentas.
Ahora bien, el diálogo integra a la escucha; así lo han estudiado lósofos
y lósofas (Gadamer 1994; Aguilar 1998; 2005; 2006ª; 2006b; 2008; 2014)
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en diversos ámbitos disciplinares, pero, principalmente en la línea de los
estudios hermenéuticos que aquí situamos vinculados con los estudios de
paz. Si el diálogo dirime conictos y se enriquece por la escucha, entonces
se hace posible, en lo común, construir la paz desde escenarios especícos de
la realidad social. Cuando se encuentran dos personas y cambian impresiones
hay, en cierto modo, dos mundos, dos visiones del mundo y dos forjadores
de mundo que se confrontan. La importancia de salir de uno mismo hacia los
otros refrenda y fortalece los pensamientos y los argumentos propios; es en el
diálogo en donde se lleva a cabo esta acción.
La propuesta del diálogo tiene un largo trayecto y data de los lósofos
griegos cuyas herencias continúan dándonos luces, de ahí que volvamos a ellos
recurrentemente para apoyar nuestros argumentos. Así, “Sócrates […] consideró
un principio de verdad que la palabra sólo encuentra conrmación en la recepción
y aprobación por el otro, y las conclusiones que no vayan acompañadas del
pensamiento del otro pierden vigor argumentativo” (Gadamer 1994: 205). La
razón logra conjuntar y articular lo que es común y “se muestra impotente ante
las ofuscaciones que en nosotros alimenta nuestra individualidad” (Gadamer
1994: 205). En ese acuerdo se pueden ir localizando posibilidades pacícas,
frente a los antagonismos y ante los escenarios donde es posible pensar en
una conciliación entre varias partes enfrentadas. Es ahí justamente imperiosa la
mediación de recursos como el diálogo y la conversación.
Con el diálogo y algunas de sus formas –la conversación, entre otras– se
aspira a la comprensión, a la praxis de comprender al otro bajo los supuestos
y la consideración de la alteridad, esta involucra indefectiblemente al diálogo.
Si somos capaces de participar en un diálogo –a pesar de las situaciones
complicadas y de nuestras tendencias– será posible establecer situaciones
pacícas. Por ello se apela a la escucha como medio indispensable de despliegue
abierto para un diálogo fructífero que suponga la inclusión. Con apertura e
imaginación “el diálogo es posible entre personas de diverso temperamento y
diversas opiniones políticas” (Gadamer 1994: 210) o de cualquier índole.
Asumo con Gadamer que “la capacidad para el diálogo es un atributo
natural del ser humano” (Gadamer 1994: 205), y el verdadero diálogo supone
una escucha atenta para dar crédito a lo que dice el otro. Entonces, se trata de un
diálogo vivo socrático-platónico que busca el acuerdo a través de la armación
y la réplica, siempre en consideración del otro (Gadamer 1994: 331) y apelando,
en esa relación, a la buena voluntad. Los acuerdos que se buscan son siempre
ensayados como ideales morales.
Ante la renuencia a la buena voluntad podemos defender la aparición y el
reforzamiento del punto de vista del otro para probar que puede tener razón y que
aquello que dice es revelador. En este sentido, la buena voluntad es rearmada
como eumeneís élenchoi, una actitud de benevolencia; algo favorable o propicio
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que se prueba o refuta con buenas intenciones y cuya nalidad es el reforzamiento
del discurso del otro para que, lo que diga ese otro sea revelador. Con ello, se
maniesta altura moral en la consideración de la dignidad de las personas. Por
ello la escucha es una acción ética que hace espacio a la presencia de los demás
y a su reconocimiento. Nos vincula, por ende, con los elementos comunales y
nos enlaza con el mundo. En la escucha somos “unidad y pluralidad, dado que la
unidad de la pluralidad es la paz” (Lipari 2010: 350).
La altura moral recién mencionada da crédito relevante al punto de vista de
ese otro por “encontrarlo signicativo y esto no como una cuestión de habilidad
argumentativa ni una estrategia sosta, sino como un arte, el arte de pensar”
(Aguilar 2004a: 9). Se trata de una disposición a no tener razón invariablemente,
actitud que conduce al otro hacia el diálogo, a un estado de perplejidad y duda;
así, al estar en una situación aporética, lo abre a otras posibilidades. El diálogo
de escucha subordina el interés de cambiar la posición del otro y, más bien
busca atender lo dicho por el interlocutor.
La conversación es “impotente ante las ofuscaciones que en nosotros
alimentan nuestra individualidad” (Gadamer 1994: 206), pero “siempre
deja una huella en nosotros […] porque hemos encontrado en el otro algo
que no habíamos encontrado aún en nuestra experiencia del mundo […] La
conversación posee una fuerza transformadora” (206). En ella se asienta una
lógica de inclusión que repudia las “estrategias epistémicas de exclusión”
(Aguilar 2014: 309).
La deriva de lo común a partir de la alteridad es una propuesta que da
la pauta para poder pensar en la cuestión política en la que se posibilitan
algunos acuerdos que trascienden los conictos mediante el reconocimiento de
los demás. “Reconocer la alteridad del otro es reconocer la propia condición
de alteridad, […] [la alteridad] es un espacio […] que se comparte y en esa
medida constituye […] un espacio común” (Aguilar 2004a: 18) en donde se
genera el entendimiento mediante la fusión de horizontes. La alteridad –desde
el reconocimiento de la diferencia– da cuenta de una perspectiva ética-práctica
que, gracias al diálogo permite llegar a acuerdos concretos sobre normas de
acción. Comprender al otro en sus diferencias permite vislumbrarse a uno
mismo desde el punto de vista del otro. Es factible que la perspectiva del
otro me fuerce a ser crítico con las perspectivas propias y con ello se evite la
autocomplacencia y se convoca a la revisión de la propia identidad.
El paso a lo común se da porque “la sensibilidad autocrítica permite pensar
que el otro, nuestro interlocutor, puede tener la razón” (Aguilar 2004a: 20).
Esta renuncia a tener la razón de manera exclusiva se vincula con la condición
de alteridad, buscando que se construya algo común. La benevolencia apoya
al otro en sus razones y las aprecia como grandiosas; igualmente, da cauce a
pensar en el reconocimiento de ese otro, da cuenta del diálogo socrático en el
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para la construcción de culturas de paz
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que gravita la tesis de la docta ignorantia. Esta actitud evidencia más el no
saber que el saber (Aguilar 2006b: 164), y por ello se despliega en la lógica de
la pregunta y la respuesta. La apertura del no saber que da crédito al interlocutor
en aras de saber, presenta además de una humildad intelectual, una actitud de
escucha.
El carácter común del eunemeís élenchoi despliega la sensibilidad ética y
busca romper la rigidez cuando se juzga a los demás. Éticamente, está obligado
a abstraerse de las condiciones subjetivas, se insta a ponerse en el punto de
vista del otro. Se exige estar abierto a la opinión del otro y estar dispuesto a
“dejarse decir algo por él” (Gadamer 1994: 335), es una actitud receptiva con la
alteridad. La apertura se bloquea en muchas ocasiones con la existencia de los
prejuicios –positivos o negativos–, tan comunes en los escenarios de conicto,
por ello el diálogo que se exige es un diálogo crítico.
El derecho a ser escuchado supone el diálogo como parte esencial del círculo
hermenéutico. Dialogar no es sólo exponer razones –a otro o a uno mismo–,
requiere de la acción de escuchar. Ambos recursos –diálogo y escucha– son
principios de la solidaridad comunicativa, son base del reconocimiento mutuo
(López 2004: 783) como humanos e iguales y, como formas de construcción
social.
La única manera de ensanchar nuestras visiones y nuestros horizontes ha
de aludir a la forja de la escucha y el diálogo. A la verdad se accede de manera
colectiva mediante el diálogo, mediante construcciones creativas y conjuntas y
en un ánimo de comprender mediante el recurso de la escucha. La cancelación
de esta revoca asimismo el reconocimiento de los demás y discurre con ello
hacia los espacios de la vida social en donde se puede atacar la desigualdad
mediante dicha escucha.
De este modo, la escucha puede paliar la fuerza violenta –porque apuntala
el diálogo y nos permite generar la emancipación y libertad, dado que escuchar
no signica obedecer, sino que implica una relación con el otro en un círculo
dialogal de habla-escucha– entonces implica crecimiento personal siempre a
través de los otros. Limitar la capacidad de escucha, apertura y buena voluntad
en los diálogos para lograr situaciones mejores y realidades más pacícas,
profundiza el empobrecimiento de las situaciones sociales y políticas. Seguir
pensando que la violencia es lo natural mina los escenarios de diálogo, de
escucha y, por ende, de una posible paz, al socavar la creatividad y la imaginación
sobre salidas viables y alternativas para enfrentar los conictos. Los conictos
no resueltos degeneran en violencia, como negación del potencial para que lo
humano se despliegue.
Buscar la superación y la trascendencia de los conictos mediante el
diálogo y la escucha implica una posibilidad de transformación de la realidad.
Permite recobrar o profundizar en la conanza y la esperanza de lo que somos
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y signicamos como humanos, sin tener que optar por la fuerza, sino por las
buenas razones (López 2004: 783-784) –nuestras y de los otros– en el ánimo
de comprendernos en un campo de acción vivida de carácter ético y político.
Pensar y construir de manera alternativa, imaginativa y creativa la realidad
mediante la superación de los conictos, y mediante la consideración de la
alteridad y del reconocimiento de las personas, implica resistirse moralmente,
desobedecer civilmente, negarse a cooperar con lo que se discurre como un mal,
rehusarse a colaborar con acciones que propician y generan la abyección, la
indignidad. “Discurrir creativamente implica deslegitimar el uso y las razones
de las violencias, no dejarse seducir por sus soluciones inmediatas y fáciles,
por sus resultados rápidos y superciales” (López 2004: 783-784), signica no
claudicar ante los escepticismos simplistas que cancelan posibilidades humanas
como es el diálogo y la escucha.
La exigencia de visibilizar la capacidad destructiva que tiene la violencia –
en quienes recae y en aquellos que la ejercen–, nos obliga a advertir que hemos
de ser creativos en la superación de los conictos, abiertos a las posibilidades
del diálogo, juiciosos en relación con la conanza y la buena voluntad. Esto
signica trazar, como principio de acción, nuestra capacidad de pensar y hacer
de formas diferentes, alternativas, creativas e imaginativas que cancelan las
falsas limitaciones en las que nos circunscribimos. Así, la imaginación se
nutre de la señalada eumeneís élenchoi, de esa benevolencia que le concede al
interlocutor una fuerza en la comprensión de sus razones y en la lógica de sus
acciones y de su discurso.
El ejercicio de la imaginación da cuenta de concebirnos en un lugar
que no es el nuestro. Si cambiáramos de sitio constantemente, juzgaríamos
de diferente manera las diversas formas de vida y las diversas identidades. El
pensar representativo no supone adoptar pasivamente el punto de vista de los
otros, como si se quisiera ser la otra persona (Arendt 1996: 241-242) de manera
acrítica y, en ese sentido, las máximas del sentido común nos exigen pensar
críticamente. Esta mentalidad ampliada o pensamiento extensivo, muestra
características de apertura y posibilita el diálogo intersubjetivo que se lleva a
cabo en el espacio público, de manera deliberativa. Esto cimenta el entramado
teórico que permite construir la paz en las sociedades a través de la imaginación,
con lo cual es posible pensar en situaciones pacícas.
4. Creatividad e imaginación ética
Hemos apuntado que creatividad e imaginación son caminos que
posibilitan la construcción de paz. Denir lo que entendemos por creatividad
es complejo por la composición propia de la noción y por la diversidad de los
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elementos que la conforman. Sin embargo, sí podemos describir algunos rasgos
característicos de lo que signica en su raíz. Si la creatividad es la facultad
de crear o de creación y la palabra crear signica “producir algo de la nada”,
“establecer, fundar, introducir por primera vez algo; hacerlo nacer o darle vida”
y creación es el “efecto de crear; obra de ingenio, de arte o artesanía muy
laboriosa, o que revela gran inventiva” (Real Academia Española 2001).
Es interesante ver en autoras como Margaret Boden (1994; Espinoza 2016:
39) que la creatividad no puede surgir de la nada y es algo más que algo nuevo.
Es, además, lo valioso, inteligible y original (Pierce 1966; Espinoza, 2016:
39) que retoma cosas del pasado, del presente para moldear algo diferente. En
este sentido, la creatividad es un “acto, idea o producto que hace un cambio
en un campo ya existente, o que transforma un campo ya existente en uno
nuevo” (Csikszentmihalyi 1998; Espinoza 2016: 39) con miras hacia lo que
vendrá. Una idea creativa se logra por una combinación de elementos que
implican, tanto el proceso creado como el producto creativo, la socialización y
el elemento cultural, como partes cruciales de la creatividad (Espinoza 2016:
51). Tal creatividad se conforma por el individuo que crea, el campo simbólico
y la cultura, por ende, incluye conocimientos previos.
De estas deniciones es posible rescatar algunos rasgos que caracterizan
la creatividad, y que hemos anotado, de modo que estamos hablando de la
habilidad para generar ya sean ideas o artefactos que implican novedad y
originalidad; que son apropiados, útiles, valiosos e inteligibles (Espinoza
2016: 39). Con estos elementos es posible distinguir dos cauces en el estudio
de la creatividad: por un lado, tenemos el producto o resultado y, por el otro,
el proceso. Ambos son fundamentales para dar cuenta de las posibilidades
para que emerja algo nuevo, o de la posibilidad de transformaciones mediante
acciones y situaciones especícas.
La conceptualización de la creatividad da cuenta de un largo legado que
data de los griegos quienes desde entonces buscaban explicar lo que ella era y
cómo se realizaba tal creatividad. Ellos la adscriben a los poetas –como es el
caso de Platón– y la relacionan con el poder del que gozan, es decir, en tanto
poseen un carácter divino. Esta adscripción deja de lado el aspecto lógico y
racional que explica argumentalmente la creación de sus poemas.
Ha habido quienes también explican tal creatividad gracias a los actos
de la intuición, de ideas conscientes e inconscientes con un elemento de
iluminación o de ilusiones. En la Modernidad y en autores que rompieron el
canon racionalista el concepto de la invención constituyó un elemento central
para dar cuenta de la creatividad, pero, sobre todo, de la necesitada imaginación
que apuntala dicha creatividad.
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Y es a este punto al que queremos volver, e insistir en la relación
mencionada al inicio de este artículo. La imaginación es la capacidad
transcultural, compartida y, por tanto, universal para vislumbrar y emprender
alternativas al mundo vivido; la creatividad, por su parte, es la manifestación
práctica de esa capacidad imaginativa. No se trata tanto de encontrar algo en
el tenor del Eureka cientíco sino de conducir los procesos, de cómo y desde
dónde construir elementos de imaginación anclados en la realidad presente
y pasada. Las nuevas ideas en los marcos culturales y sociales parten de
intuiciones creadoras que no se encuadran en lo meramente racional (Popper
1972: 31; Espinoza 2016: 43). No hay un método lógico para tener nuevas
ideas, por ello ahí intervienen otras facultades humanas –como la imaginación–
que permite postular posibilidades diferentes a lo establecido.
En este sentido, la creatividad y la imaginación están profundamente
vinculadas porque la primera es la manifestación de la segunda y esta última
requiere la deriva creativa para tomar forma. De este modo, los decursos del
desarrollo de las iniciativas creativas y de imaginación tienen la posibilidad
de modicar las situaciones que se viven en otras más deseables. Con ello
y desde el tema base que nos ocupa –a saber, la paz– es factible pensar en
trascender los ciclos de violencia que subyugan a la comunidad humana. Así,
defensores de la paz respaldan “la posibilidad de superar la violencia [que] se
forja por la capacidad de generar, movilizar y construir la imaginación moral”
(Lederach 2007: 33) para superar la violencia. Ese recurso exige la capacidad de
imaginarnos una red de relaciones que, incluyendo a todos, incluso a nuestros
enemigos, permita concebir posibilidades de vida diferentes a las existentes.
La urgencia de generar un cambio creativo ante la violencia prolongada
obliga a explorar el proceso creativo como elemento que nutre la construcción
de la paz; esto es, lo que hace posible ir más allá de los patrones arraigados
en el conicto prolongado y destructivo que se mantiene empantanado, de no
propugnarse por una transformación y una trascendencia creativa.
Sabemos que construir la paz implica la transformación pacíca de los
conictos; esta labor es como el trabajo de las arañas cuando tejen la telaraña
(Lederach 2007: 119), tiene una serie de relaciones mutuas y articuladas que
mantienen una unidad. Así es como se construye la paz, con esta imagen en
donde el centro está ocupado por la justicia y la paz sostenibles y en su periferia
se sustentan las relaciones de la comunidad, las cuales se crean en los tejidos
sociales de la solidaridad. Tal trabajo de “las arañas, constructoras de redes
orbiculares, […] empiezan la red con unas pocas hebras ancladas a puntos
estratégicamente escogidos, y ota después a través de un espacio abierto,
siempre enlazando el centro” (Lederach 2007: 126). Se trata de ir desde el
centro y, a partir de algo pequeño, ir construyendo entramados cada vez más
amplios a modo de involucramiento de cada vez más instancias.
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La imaginación y la creatividad se establecen como elementos centrales
para pensar un cambio de paradigmas mentales: instan a pensar de otra manera.
La imaginación es un recurso de creación que hace presente lo ausente y lo
deseado, y genera posibilidades supuestas como inexistentes en situaciones
existentes, de modo que con la imaginación es posible concebir la noviolencia y
la paz, o las paces. La imaginación es una capacidad individual y, sin embargo,
tiene pretensiones comunales. La imaginación ayuda a que la razón (Nussbaum
2005) piense mejor la realidad, ya que es una de las capacidades humanas
fundamentales; de ella se desprende otra capacidad básica que es pensar el
futuro, y es por ello que la imaginación se suele articular con la esperanza.
La imaginación ética introduce una visión constructiva del cambio social en
escenarios en los que los conictos mal o no resueltos se encuentran entrampados
y enraizados en situaciones que claman otras formas de solventarse. Es factible
considerar la imaginación como un elemento de cambio y de transformación;
este cambio implica reeducar, reconstruir formas de pensamiento y de vida para
trastocar aquello dañino para las personas y que reproduce formas violentas.
Al plantear y reposicionar esos supuestos se aspira a sortearlos y a emplazar
a la paz como objetivo, como un nuevo escenario susceptible de convertirse
en realidad, de ahí que sea relevante imaginar. Este posicionamiento de la
imaginación ética se apoya en las consideraciones epistemológicas para
comprender justamente la faceta ética. Es posible traer imágenes al presente
de algo que no está ante los ojos. En ese sentido, la imaginación posee un
poder mágico o divino –como decían los griegos y que antes señalábamos– de
hacer aparecer lo que no está ahí (Bouriau 2010: 8). Aristóteles escribía que la
imaginación o la phantasia venía sin duda de faos, la luz, porque “sin luz es
imposible de ver” (Aristóteles 1973: 863). Así, la imaginación introduce las
cosas en la luz y las hace aparecer.
La imaginación juega un papel en el que la ilusión es vista como disposición
de conjuntar las cosas del mundo en un orden nuevo, de modo que podemos
pensar en organizar nuestra realidad mundana según nuestras expectativas. Esta
imaginación busca disponer y arreglar las cosas del mundo, con la esperanza de
que sean mejores.
Las invenciones de la imaginación creadora dan cuenta de lo real, pero
asimismo plantean nuevas posibilidades que pueden sustituir lo real, algo
que puede venir lanzándonos a la dimensión del futuro. De ahí que poder
decir “¡No!” (Cassirer 1951: 57; Shiva 2018; Camus 2013) pone el mundo
a la distancia, al señalar en ciertos momentos que las cosas podrían ser de
otra manera. Es así como nos liberamos del presente agobiante y le decimos
“¡basta, no más!”; gracias a la imaginación que se enfoca en ‘algo por venir’ es
que podemos proponer otras posibilidades, siempre “teniendo por vocación de
inscribirse en lo real”. Esa capacidad de decir “no” al presente para orientarse
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hacia las decisiones de lo que vendrá, es precisamente lo que fortalece a la
imaginación. Así, cuando las urgencias y exigencias de la realidad exhortan
por ser escuchadas, cuando esa conciencia humana reclama, cuando ese clamor
es de rechazo y de indignación, es cuando puede relevarse ese daño o ese mal
mediante la imaginación, para desde ahí dar paso y lugar a un estado de cosas
avizoradas como mejores. En ese sentido, la imaginación es revolucionaria y
reformadora; nos libera de lo real por indigno, llevándonos a lo irreal o aún más,
guiándonos hacia lo posible, a lo que da luces para dignicar la vida humana.
Esta posibilidad de ir más allá de la realidad indigna y degradante, activa
la imaginación y produce ocasiones de pregurar situaciones futuras. Podemos,
a través de la práctica creativa fundamentada en la capacidad imaginativa
reinterpretar lo real, corrigiendo comprensiones y percepciones caducas, para
así –y solo así– rehacer el sentido y reconstruir los lazos rotos de la comunidad,
del nosotros. La imaginación se aclara por esa inteligencia prudencial que
nos ayuda a sopesar equilibradamente nuestros pensamientos y, desde ellos,
poder ir más allá de lo que sería el horror de la vida. Apela a invocar ciertas
explicaciones para que la imaginación las verique y postule proposiciones. El
pasado recongurado con el presente nos ayuda a plantear lo que vendrá desde
una posición creativa e imaginativa.
Así, la imaginación mira al pasado porque de ahí obtiene sus recursos
fundamentales y sus insatisfacciones, estos son sus referentes. A la vez, mira
al futuro, al ser réplica de algo ausente. Todo ello, indagando en las cciones
heurísticas desde la lógica de la invención –cuentos, dramas, novelas– y
las cciones políticas –ideologías y utopías–. Se busca insertar lo posible
e imaginado en lo real, y el coraje de lo posible se pone en contacto con la
imaginación (Etxeberría 1995: 76). Esa imaginación es solidaria de la cultura
de cualquier grupo social que pretenda la paz comunal.
Gracias a la imaginación el ser humano puede transformarse, y desprenderse
de sí mismo, contemplar otros modos de vida, otros pensamientos, a abrirse a
formas variadas de la humanidad. Comprender lo que es la imaginación es
comprender la posibilidad misma del ser humano, haciéndolo moldeable. Es
por la imaginación que es posible salir de sí para ponerse en el lugar del otro,
y esto es posible porque la imaginación es la libertad misma, como potencia
de auto extracción del aquí y el ahora que se expresa como resistencia. En la
fecundación de la imaginación y la fantasía se encuentran las herramientas de
la transformación.
La imaginación es obstáculo de cualquier jación de lo humano bajo una
forma denida, desafía toda tentativa de denición restrictiva o particularista del
ser humano. En ese sentido, articular la imaginación y lo posible –como lo hace
Kant en su Crítica de la facultad de juzgar (1973: 340)– nos permite distinguir
entre la realidad de las cosas y su posibilidad. Lo propio del entendimiento
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humano es que tiene la necesidad de imágenes (Kant 1973: 343) para que
sus conceptos tengan cuerpo. El ser humano, a diferencia del entendimiento
divino, está condenado a revisar incesantemente su concepción de mundo, a
cambiar de dirección de su acción al fulgor de posibles imaginados. La nitud
característica de lo humano es la prueba de una vitalidad creadora innita, por
ello la imaginación permite romper los límites espacio-temporales. Pretender la
consecución de situaciones de paz nos acerca a verla como imperfecta (Muñoz
2001) y con la imaginación, nos posibilita a crear alternativas y escenarios de
horizontes amplios para lograr nuestros objetivos. La imperfección humana
nos anima a buscar situaciones mejores imaginando la concordia, con ello se
nos abren posibilidades realistas que se presentan a modo de ideales morales.
La imaginación se sitúa “por un lado en el proceso del conocimiento
conceptual –como operación transitoria pero necesaria– y, por el otro, lado se le
reconoce vinculada conictivamente al mundo de los sentimientos, los deseos,
los temores” (Etxeberría 1995: 17). Aquí se le deende como un recurso rico,
pleno y humano que nos permite proponer la posibilidad de la noviolencia y la
paz. “La imaginación forja proyectos para la esperanza y potencia la construcción
de ellos al anticipar los posibles realizables” (Etxeberría 1995: 17). De ahí que
esta imaginación esté en tensión entre la realidad y las representaciones en las
que se procura algo mejorado.
Eludir en cierta forma lo real no signica evadirse, sino que constituye
una condición de posibilidad de esa nueva puesta en escena por la imaginación,
tanto en el discurso como en la acción: funge como elemento crítico no solo
en lo teórico, sino en lo práctico; no solo en lo individual, sino en lo colectivo.
De ahí que Ricoeur (en Etxeberría 1995: 24) señale que la imaginación es el
instrumento mismo de la crítica de lo real; la imaginación tiene cabida cuando
“un agujero se hace en la historia, un lugar es abierto para lo posible” (Ricoeur,
en Etxeberría 1995: 28).
Pensar en lo imaginable, que se expresa en la acción creativa, es lo que
podrá dar luces para concebir y favorecer proyectos de paz. Esa capacidad
imaginativa nos permite el desarrollo de nuestra percepción, más allá de lo
que visualizamos; por ello es el fundamento del acto de creación. Además, su
característica propia es la de trascender lo dado, lo que existe, para ir hacia lo
que está más allá de lo meramente aparente y visible.
Cuando lo que prevalece es un vacío de imaginación, se promueve la
cancelación de los sueños posibles porque –y es preciso insistir–, la imaginación
ética nos permite intuir y vislumbrar la paz como algo real, logrando procesos
de relaciones no polarizadas y en situaciones de justicia. La imaginación nos
hace comprender que la realidad se puede forjar no en una disyuntiva extrema,
sino yendo más allá de esas violencias y desde lo existente.
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La imaginación ética evoca la posesión que será lo que colme a la
humanidad. La imaginación es “una potencia militante al servicio de un
sentido difuso del futuro por el que anticipamos lo real por venir, como un
real ausente sobre el fondo del mundo” (Ricoeur, en Etxeberría 1995: 29-30),
y es la necesidad la que le da carnalidad a la imaginación. La ausencia tiene
capacidad proyectiva hacia futuros posibles, se aproxima a la imagen de la
cción creadora.
“Por medio de variaciones imaginativas puedo concordar otros lugares
y otras perspectivas con los míos, […] así consigo penetrar más adentro en
la experiencia analogizante del otro” (Husserl 1979: 185, en Etxeberría 1995:
29-30). En ese sentido, la imaginación hace presente el lazo asociativo que
proporciona la constitución del otro, de forma que esta simpatía con el otro
conjunta lo común.
El vínculo de la imaginación creadora con la utopía permite concebir
creativamente aspiraciones de paz. La utopía enlazada con la esperanza se nos
presenta como imagen anticipada del porvenir enraizado en la realidad y con
una dimensión ética. Esta actitud ha de ser “constructiva” (Lederach 1998: 479)
e innovadora para suscitar situaciones modicadas y orientadas hacia la paz.
Armar que esta realidad no tiene remedio, y que la violencia ha llegado para
quedarse –porque es algo inamovible de lo humano– solo consigue proclamar
profecías que seguramente se cumplirán. Sentarnos a mirar las formas violentas
no modicará en nada el escenario. Con la imaginación –con sus habilidades,
destrezas, sagacidades y, sobre todo, con el ingenio que supone su deriva
creativa– es como podremos justamente crear formas que abran los escenarios
posibles para la llegada de la paz.
De este modo, es obligado buscar los cambios sociales favorables y
benécos indagando los cauces para lograrlo. Algunos de ellos los hemos
señalado, y la pregunta latente que podemos plantear, versa sobre la posibilidad
de participar en un punto de inexión, es decir, desde nuestra capacidad para
situarnos y avizorar exhaustivamente el tiempo. Así lo apunta Elise Boulding
en su libro Culture of Peace: The Hidden Side of History (2000: 30 y ss). Ella
propone que esa actitud ha de darse en el marco de lo que conocemos, de lo
que hemos vivido, lo que hemos aprendido, y que gracias a la memoria no debe
ser fugaz.
La capacidad de la comunidad humana para generar y echar a andar un
recurso que le es propio, que apele y recurra a la imaginación moral (Lederach
2007: 56), nos proveerá de acervos que nos orienten al alcance de situaciones
comunitariamente deseables, a trascender la escalada de violencia existente.
Esa búsqueda de lo imaginable o lo inimaginable, de lo inesperado y de aquello
que emerge gracias a la creatividad, es lo que podrá dar luces a proyectos de
paz. Esa capacidad imaginativa nos permite el desarrollo de nuestra percepción,
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más allá de lo que visualizamos, y es el fundamento de los actos creativos que
pretenden trascender lo dado, lo que existe, yendo hacia lo que está más allá
de lo meramente aparente y visible. Con ello, desde ese nuevo sitio, se busca
erigir una nueva realidad más justa, más vivible, más pacíca, en suma, una
cultura de paz.
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