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Fronteras, muros y migraciones. Una perspectiva histórico-normativa

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Abstract

En prácticamente todas las fronteras, aunque con diferentes materializaciones, se están produciendo actualmente una serie de dinámicas y procesos territoriales vinculados al control de los movimientos migratorios transfronterizos, de los que se tratará de dar cuenta a lo largo de este capítulo. El trabajo se focaliza en las fronteras geopolíticas, las líneas de separación entre Estados soberanos, y en cómo se ha modificando su comprensión a lo largo del tiempo, especialmente en las dos últimas décadas, mediante la instalación de muros y otros elementos obstructivos. Se articula una suerte de mirada reflexiva que se asienta en un territorio intermedio entre la abstracción teórica y las observaciones proporcionadas por la historia y otras ciencias sociales.
DeustoDigital
Pasajes del pensar
Ensayos sobre Filosofía, Literatura
y Sociología en homenaje a
José M. González García
Francisco Colom González
(coord.)
Fronteras, muros y migraciones.
Una perspectiva histórico-normativa1
Juan Carlos Velasco
Las fronteras se han convertido en las últimas décadas en un feraz
campo de estudio, además de objeto de constante debate público. Este
acusado interés comenzó a despertarse paradójicamente poco después de
que, en opinión de no pocos estudiosos, el desmantelamiento sistemático
de las fronteras se percibiera no como un mero desiderátum, sino como
una realidad accesible en un horizonte cercano. En efecto, los cambios
geopolíticos desencadenados por el derrumbe del bloque soviético y el
auge de los procesos de globalización dieron plausibilidad al diagnóstico
de que las fronteras políticas no eran sino instituciones vetustas, rescoldos
de una época en trance de desaparecer. Ese optimista discurso, no exento
de ingenuidad, se desmoronó en el inicio del nuevo siglo. Desde entonces,
las fronteras, esas líneas que encierran los territorios estatales, además de
dar muestras de una indudable robustez tanto en el plano práctico como
en el simbólico, no han hecho sino multiplicarse a lo largo del planeta. Y
tan es así que, como afirma Étienne Balibar (2005: 92), «el mundo actual
es menos que nunca un “mundo sin fronteras”».
El fenómeno fronterizo presenta hoy, no obstante, distintas caras e in-
tensidades. Algunas fronteras, es cierto, están desapareciendo o, por lo
menos, se están volviendo más permeables y fáciles de atravesar, pero al
mismo tiempo se están estableciendo muchas nuevas (Foucher, 2012),
1 Este capítulo ha sido elaborado en el marco del proyecto «Fronteras, democracia y
justicia global» (PGC2018-093656-B-I00), financiado por el Plan Estatal de I+D.
© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-1325-119-6© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-1325-119-6
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desde las estatales y territoriales hasta las sociales y virtuales (Newman,
2003). Las fronteras no sólo han proliferado, sino que en muchos casos
han devenido incluso en vallas, zanjas y muros, esto es, han sido fortifica-
das con el fin de intentar detener cualquier tipo de flujos, especialmente de
personas. En directa correlación con la intensificación del fenómeno mi-
gratorio y la extraordinaria expansión de la literatura sobre el tema (mi-
gration studies), los estudios sobre la frontera (border studies) han expe-
rimentado un considerable florecimiento y se han constituido en un campo
multidisciplinar en el que, con cierto retraso, la filosofía política trata de
hacer valer sus propias aportaciones críticas (Celikates, 2016). En realidad,
entre migraciones y fronteras se da una estrecha relación de interdependen-
cia, no sólo en el ámbito de los estudios especializados sino también en el
imaginario político y, por supuesto, en la contienda política cotidiana. Así,
entre los dogmas políticos que disfrutan paradójicamente de mayor arraigo
en el mundo tan intensamente globalizado de nuestros días se encuentran
precisamente dos vinculados de manera muy directa a ambas cuestiones: el
derecho de los Estados soberanos a restringir la inmigración y la inviabili-
dad de abrir las fronteras (Sager, 2020). Son posiciones con cruciales im-
plicaciones prácticas que no pueden quedar fuera del escrutinio crítico. En
esa labor la filosofía política puede y debe desempeñar un papel relevante.
Los filósofos políticos no deberíamos dudar a la hora de encomendarnos a
nosotros mismos la tarea de analizar y enjuiciar críticamente tales lugares
comunes. No otro es el propósito de este capítulo.
Los trazos más o menos gruesos que vemos dibujados en los mapas y
que sirven para delimitar el perímetro físico del territorio bajo control de un
Estado nos transmiten la imagen de un mundo fragmentado en unidades ce-
rradas que gozan de autonomía y suficiencia. Las fronteras son instrumentos
fundamentales para la organización de los distintos espacios políticos. Así,
el mundo de hoy está atravesado por 323 fronteras interestatales terrestres
que suman un total 250.000 kilómetros (Foucher, 2012: 8). Sin embargo, a
lo largo de su ya dilatada historia, la filosofía ha dejado en las sombras ese
marco constitutivo en cuyo seno transcurre la actividad política. Y esa caren-
cia es igualmente predicable incluso de la propia filosofía política, que no ha
abordado en profundidad el tema de la forma del límite del territorio político2.
2 Esta breve presentación panorámica es bastante sintomática del tipo de enfoque se-
guido por parte de la filosofía política hasta hace poco tiempo: «Hasta muy avanzado el
siglo x x , las discusiones de la justicia a menudo trataban las fronteras estatales como pre-
suposiciones más que como problemas para dar cuenta de la justicia. Aunque ha habido
muchas discusiones acerca de la justicia de las fronteras, han sido normalmente discusio-
nes acerca del emplazamiento justo de esta o aquella frontera, y han presupuesto que las
fronteras en sí mismas no son injustas» (O’Neill, 2019: 274).
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Tal es la relevancia de las fronteras en nuestro mundo que no ocuparse de las
fronteras es hacer dejación de la misión propia de la filosofía, que no es otra,
por decirlo con Hegel, que aprehender el presente mediante el pensamiento,
esto es, dar cuentas de él mediante conceptos. La trascendencia de la cues-
tión es tal que desborda los límites de una perspectiva disciplinar, aunque
sea de la relevancia que —a mi juicio, y no por vano orgullo gremial— aún
mantiene la filosofía política en el tratamiento reflexivo de los asuntos públi-
cos.En prácticamente todas las fronteras, aunque con diferentes materiali-
zaciones, se están produciendo actualmente una serie de dinámicas y pro-
cesos territoriales vinculados al control de los movimientos migratorios,
de los que se tratará de dar cuenta a lo largo de este capítulo. Mis reflexio-
nes se centrarán, y eso deseo dejarlo claro ya de entrada, en las fronteras
geopolíticas, las líneas de separación entre Estados soberanos, y en cómo
se ha modificando su comprensión a lo largo del tiempo, especialmente
en las dos últimas décadas. Dejaré, pues, aquí de lado los frecuentes usos
metafóricos de la noción de fronteras. Opto, en cambio, por articular una
suerte de mirada reflexiva que se asienta en un territorio intermedio entre
la abstracción teórica y las observaciones proporcionadas por la historia y
otras ciencias sociales.
Acerca de la noción de frontera
La conceptualización de las fronteras se sitúa en el centro no sólo de
los debates teóricos sobre la globalización, las identidades y la hibrida-
ción social y cultural, sino también en las diversas estrategias para ges-
tionar los movimientos migratorios. De ahí que a su vez los estudios
migratorios hayan puesto el foco de manera especial en la frontera, un
espacio controvertido de conocimiento donde operan dinámicas contra-
puestas. Los habitantes del planeta nunca se han movido tanto fuera de
sus propias fronteras como en los últimos años. Sin embargo, y de ma-
nera paradójica, en el contexto de un mundo tan interconectado, en el
que cruzar fronteras por avión es una experiencia frecuente incluso para
muchos niños de determinados países, las fronteras se han convertido en
uno de los escenarios por excelencia de lo político. Los vientos protec-
cionistas y los movimientos migratorios parecen volver a proponer su ne-
cesidad y su valor. La frontera es más que un escenario, es también un
proceso dinámico con una marcada hechura histórica. De ahí, y sin salir
de la dimensión socio-política de la frontera, se deriva no sólo su amplia
polisemia sino también su enorme potencialidad heurística como unidad
de análisis.
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Para no quedarse empantanado en lo meramente especulativo y po-
der avanzar en la discusión sobre las fronteras y su papel en el ámbito de
la política migratoria, se precisa alguna dosis de estipulacionismo. Dada
la dificultad de establecer lo que «es» tal cosa, al menos cabe estipular,
esto es, determinar lo que «vamos a entender» por dicha cosa cuando use-
mos ese término. De entrada, y adoptando una perspectiva jurídico-polí-
tica, con el término frontera se hará referencia a la línea que marca el lí-
mite exterior del territorio de un Estado, o introduciendo el componente
de la soberanía, a un límite territorial que delimita un área de soberanía,
esto es, una línea que separa territorios sujetos a soberanías diferentes.
Del mismo modo se entiende también la frontera por parte del derecho in-
ternacional: «la línea que determina el ámbito espacial donde un Estado
ejerce exclusivamente su soberanía frente a otros Estados» (Conde Bel-
monte, 2020: 16). En la escueta caracterización semántica que acaba de
ofrecerse, la noción de soberanía ocupa un lugar central y ello en absoluto
es casual, pues las fronteras pueden y deben concebirse como resultado de
determinadas prácticas de poder. Los fenómenos fronterizos y migrato-
rios no son inocuos políticamente, sino que o bien refuerzan algunos atri-
butos clave del Estado contemporáneo, como son la soberanía o el terri-
torio, o bien los impugnan. El trazado y la conservación de las fronteras
pueden ser comprendidos, en efecto, como un elocuente acto de afirma-
ción soberana sobre un territorio (San Martin, 2019: 17)3. En este último
pensamiento resulta evidente no sólo la referencia geopolítica, sino la es-
tela de Carl Schmitt (2002: 46 y ss.): la tierra y, en definitiva, el territorio
es el soporte básico del poder soberano de cualquier Estado-nación, y sólo
desde ahí es posible desplegar la dicotomía amigo-enemigo, santo y seña
de lo político según este afamado, influyente y polémico autor germano.
Aunque en su acepción meramente jurídica el significado de la fron-
tera puede parecer bastante claro, en realidad el uso habitual de dicho tér-
mino denota un espacio bastante más amplio y complejo. Una frontera no
es sólo esa localización cartográfica donde concluye una soberanía y em-
pieza otra. La cartografía moderna y los dispositivos institucionales repre-
sentan la frontera como una línea. A esta primera reducción se le añade
3 Las fronteras son espacios en donde los Estados pueden hacer gala de su constitutivo
monopolio de la violencia —Weber dixit— y en donde «las transformaciones del poder
soberano y el nexo ambivalente entre la política y la violencia nunca se pierden de vista»
(Mezzadra y Neilson, 2017: 22). La consideración de la frontera como afirmación del po-
der soberano tiene también, por supuesto, una derivación bélica (que incluso puede llegar a
entenderse como su sentido originario). Con frecuencia se relaciona la frontera con la gue-
rra, esto es, con la línea de frente más inmediata, como sugiere la propia etimología del
término. El término «frontera» (frontière) proviene del antiguo término francés «frontier»,
que significaba «quien hace frente».
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Fronteras, muros y migraciones 233
una segunda aún más distorsionante: la adopción del muro como icono pa-
radigmático de la frontera (como se analizará en el tercer apartado). Se ha
construido una imagen deformada y falsa de la frontera, aunque sea la que
prima en el imaginario colectivo, a saber: una línea continua que, al esta-
blecer una división tajante entre el adentro y el afuera, impide la comuni-
cación entre los espacios situados a ambos lados. Sin embargo, las fron-
teras, además de meras líneas, son igualmente «zonas de contacto» y, por
tanto, lugares donde sociedades y culturas dispares se reúnen y se enfren-
tan unas con otras. De ahí que, a diferencia aquellos estudios más tradi-
cionales en ciencias sociales que se concentraban en las fronteras interna-
cionales y sus implicaciones jurídicas y geopolíticas, los nuevos enfoques
hayan comenzado a desplazarse hacia la noción más comprensiva de fron-
tera como una línea que separa, encierra y excluye, en una serie de diver-
sas y complejas escalas espaciales y sociales4. En una serie de estudios re-
cientes, la frontera no se piensa tanto como límite de una comunidad, ni
como una simple referencia geográfica con implicaciones jurisdiccionales,
sino que se hace un uso extensivo del concepto con el fin de convertirlo
en una categoría desde la que plantear críticamente su plural función en el
contexto contemporáneo (Mezzadra y Neilson, 2017). Se da así por bueno
que, en un sentido más amplio, frontera es también la zona fronteriza, esto
es, la región contigua a la frontera, una región inmediata donde la sociedad
y el paisaje están marcados por la presencia de la frontera. Se ensancha así
significativamente el ámbito semántico de las fronteras, de modo que ya
no son reductibles a meras líneas de demarcación trazadas sobre el territo-
rio y reconocidas internacionalmente: «La frontera ya no se encuentra en
el “borde”» (Casas-Cortes et al., 2018: 29). En correspondencia con estas
mutaciones, el trazo fronterizo sobre la materialidad del territorio pierde
prioridad como referencia esencial para el control y gestión de la circula-
ción de personas. El ámbito de control se amplifica y en torno a las lindes
fronterizas proliferan las buffer zones o zonas colchón, diseñadas para con-
tener los distintos tipos de flujos (FitzGerald, 2019).
Con las nuevas acepciones asignadas al término «frontera» se hace
presente una vez más el espectro de Carl Schmitt. El «estado de excep-
ción», cuya declaración define la decisión soberana (Schmitt, 2009), suele
encontrar en la frontera su emplazamiento más habitual y revelador en
4 Un ejemplo, entre muchos, de la difusión de estos nuevos enfoques sería la siguiente
consideración: «En la intersticialidad de la frontera, la política que esta conforma acaba ac-
tuando como un ejercicio que entrelaza e imbrica, pero también como un poderoso meca-
nismo de separación y exclusión: no hay un único sentido que la englobe, una única ima-
gen desde la que leer la (des)unión que construye, el (des)encuentro que cotidianamente
teje» (Brandariz y Mendiola, 2019: 9).
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la actualidad: es el espacio en el que muchos Estados dan por buena, y
sin rubor, la suspensión del ordenamiento jurídico, un «espacio de ex-
cepción», una zona presuntamente anómica. Como consecuencia de todo
ello, mediante la lógica de la soberanía —que, paradójicamente, lejos de
haberse agotado, se expande geográficamente incluso de manera intru-
siva— se les niega a quienes desean migrar la condición de sujetos de de-
rechos5. Como se verá en ulteriores apartados, la extensión de estas zonas
fronterizas difusas tendrá repercusiones relevantes en la justificación nor-
mativa de determinadas políticas de control migratorio.
Mientras que desde las ciencias sociales se han ido acumulado las
aproximaciones teóricas al tema de las fronteras, además de análisis em-
píricos, hasta fechas recientes el trabajo en la filosofía era casi inexistente.
La filosofía política ha de poner remedio al secular olvido de la frontera,
pues no puede eclipsar totalmente su relevancia simbólica y práctica sin
dejar a oscuras una parte esencial de su propio objeto de estudio. De hecho,
la filosofía política siempre ha dado por sentada, unas veces de modo tácito
y otras de manera más explícita, la cuestión del territorio, al menos en su
sentido jurisdiccional, así como su papel institucional o su influencia eco-
nómica (Newman, 2003). En la medida en que el territorio es un elemento
primario para nuestra organización espacial y social, es también un compo-
nente primordial de la política. De su correlato inmediato, la frontera, cabe
predicar lo mismo (Cairo, 2001). Toda práctica política está siempre terri-
torializada y ello equivale a decir que está siempre fronterizada. Las fron-
teras constituyen las formas específicas de limitar el territorio político: es
la función propia de frontera, hasta el punto que puede pensarse que cual-
quier otro uso de término no deja de ser metafórico. Sin embargo, la terri-
torialidad, y esto es relevante para comprender el actual significado de las
fronteras, ha sufrido importantes variaciones históricas y culturales.
El fenómeno fronterizo tiene una incidencia directa en la construcción
del espacio de lo humano en general y del espacio político en particular.
5 No son pocos los Estados que han introducido una mutación semántica no menor, de
modo que desde la noción de borderline se han ido deslizando a la de borderland. La idea
de un espacio fronterizo de soberanía indiferenciada —un área cuya anchura vaya más allá
del trazado de una línea— no es más que una insostenible ficción jurídica: como norma ge-
neral, no existe esa especie de anomalía territorial llamada terra nullius en donde los indi-
viduos que las pretenden franquear queden desprovistos de derechos. Sin embargo, el Es-
tado español, por ejemplo, ha puesto en circulación un «concepto operativo de frontera»,
según el cual una persona no se adentraría en su territorio soberano hasta que haya supe-
rado los elementos de contención fronterizos: toda una ingeniosa labor de interpretación
realizada pro domo sua con el fin de inmunizarse ante posibles denuncias de violación de
derechos humanos en las fronteras de Ceuta y Melilla (Conde Belmonte, 2020; Velasco,
2015: 54-55).
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Fronteras, muros y migraciones 235
En uno de sus primeros sentidos, la política no es sino la construcción
de un espacio común y más particularmente de un territorio. El territorio
puede ser concebido como la forma por la cual el ser humano —y, sobre
todo, los grupos humanos— se identifica con un lugar. Pero entender un
territorio se torna complejo sin la existencia de bordes que le den forma
concreta: un territorio es un espacio delimitado, pues no podemos conce-
bir una fracción de espacio sin concebir sus límites en relación con otras
fracciones de espacio. Los límites asignados a un área no existen en la na-
turaleza —no existen, por tanto, las fronteras naturales— o por solos,
sino que siempre son definidos antropocéntricamente y son productos de
una evolución histórica (Taylor, 2007: 233-234), con todo lo que implica
de accidentalidad y arbitrariedad.
Fronteras e historia
Las fronteras son un fenómeno del que, con distintas manifestacio-
nes, se tiene registro a lo largo de toda la historia. Caracterizar las fronte-
ras como un producto histórico implica reconocer que su significado y su
concreción son profundamente dinámicos, esto es, que han cambiado si-
guiendo el hilo de la evolución social y política del mundo. Dado que se
trata de una herramienta, de instrumentos de interacción social y de ejer-
cicio del poder, y no de un fin en mismo, no es de extrañar que su sig-
nificado mute en función de las circunstancias y también de la convenien-
cia (Graziano, 2017: 11). Las demarcaciones fronterizas no adoptaban en
el mundo antiguo la forma de líneas nítidas (Tertrais y Papin, 2018: 18),
sino más bien de franjas de separación y contacto o, en algunos casos, de
tensión y de abierta confrontación (Balibar, 2005: 79). En el largo período
medieval se acentuó aún más esta tendencia. No abundaban las líneas fijas
ni las continuas, sino más bien las móviles y discontinuas: «Durante el mi-
lenio que siguió a la desintegración del Imperio Romano en el oeste, los lí-
mites fronterizos en Europa tenían un carácter muy fluido» (Taylor, 2007:
238). Las fronteras eran una suerte de bisagras entre dos mundos, con un
carácter difuso que no iba más allá de marcar zonas de influencia6. Las
6 Sobre la época del medievo y el tránsito a la modernidad, véanse Lecanda, 2017:
155; y Jané Checa, 2003: 452. Si la delimitación de las fronteras entre los reinos y princi-
pados europeos no era muy precisa, aún menos lo eran entre sus dominios en ultramar: «In-
cluso en la Europa del siglo x v i i , el concepto de demarcación territorial mediante líneas di-
visorias trazadas con precisión no estaba todavía plenamente establecido. Las líneas en las
Américas eran, en consecuencia, aún más confusas. Las fronteras, ya fuera entre blancos e
indios o entre los asentamientos coloniales de estados europeos rivales, apenas eran más
que zonas de interacción y conflicto mal definidas en suelo disputado» (Elliott, 2006: 393).
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precisas lindes internacionales, tal como se conocen hoy, tienen una histo-
ria relativamente corta: la delimitación minuciosa de los territorios de cada
Estado y, en particular, su reconocimiento jurídico formal no fueron fenó-
menos comunes hasta la edad moderna (Cairo, 2001: 33-34). En su forma
actual, las fronteras se remontan a poco más de tres siglos y medio, un pro-
ceso vinculado estrechamente al nacimiento del Estado moderno y al prin-
cipio de soberanía refrendado en la Paz de Westfalia. Su generalización
guarda, pues, una estrecha conexión con los procesos de centralización
del poder político. Westfalia —y por extensión la fecha de 1648— forma
parte de un potente imaginario político y, como tal, tiene más de mito que
de realidad (Teschke, 2003). En Westfalia se sentaron gran parte de las ba-
ses conceptuales y jurídicas de la estatalidad en el sentido moderno, y eso
es ya en mismo un gran hito, pero su efectiva materialización fue obra
de siglos. Sólo a partir de Westfalia los límites territoriales empezaron a
ser reconocidos internacionalmente como «sagrados e inviolables». Aún
así, «incluso a finales del siglo x i x , las fronteras eran más a menudo meras
líneas dibujadas en los atlas que barreras reales erigidas sobre el terreno»
(Graziano, 2017: 10), «líneas simbólicas que se cruzaban con la misma
despreocupación que el meridiano de Greenwich» (Zweig, 2002: 514). Sólo
en tiempos históricos muy recientes, las fronteras se convirtieron en un ele-
mento crucial para la estructuración de un Estado territorial soberano.
El modelo westfaliano se fue imponiendo desde Europa al resto del
mundo, un proceso en el que no es ajena su intensa trayectoria colonial.
El invento europeo del trazado de líneas fronterizas a lo largo de los cinco
continentes sirvió para configurar y organizar un espacio que había deve-
nido ya planetario tras las circunnavegaciones del globo terráqueo a partir
del siglo x v i . Más concretamente, ese afán cartográfico sirvió «para orga-
nizar jurídicamente la conquista colonial y la expansión europea» (Mezza-
dra y Neilson, 2017: 52). Es de notar que, en muchos casos, la adquisición
de tierras fuera del continente europeo fue legitimada mediante un curioso
recurso argumentativo: recién avistado un territorio, se le hacía llamar te-
rra incognita, denominación lida para los exploradores tocados con
casco colonial, sólo para ellos, pues para los nativos resultaba bien cono-
cida, y de este modo el territorio de marras se convertía por arte de magia
—esto es, por medio de arduos procesos retóricos sólo convincentes para
una de las partes— en terra nullius disponible para ser apropiada sin re-
paros legales por el recién llegado (Campillo, 2015). El siguiente paso era
el reparto del botín. El caso más paradigmático de esta forma de proceder
fue, sin duda, la colonización europea de África (Ceamanos, 2016). Las
potencias coloniales invadieron el continente y acordaron repartírselo en
la Conferencia de Berlín (1884-1885). Las actuales fronteras africanas,
establecidas a finales del siglo x i x , destacan no sólo por ser «artificiales»
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(como todas en mayor o menor medida), sino sobre todo porque su crea-
ción es anterior a la de los Estados que delimitan. Dos tercios de los ac-
tuales perímetros que con precisión topográfica enmarcan las distintas
unidades de soberanía en África fueron creados por los europeos7.
No obstante, mientras las fronteras se expandían por toda la superfi-
cie terrestre, su predicamento, al igual que el de la soberanía de los Es-
tados que deberían velar por su integridad, comenzó a erosionarse como
resultado de los avances de la globalización, cuya primera ola —ha-
ciendo abstracción de anteriores procesos de mundialización— transcu-
rrió ya a finales del siglo xix y la segunda, aún activa, a partir de las úl-
timas décadas del x x 8. Las dinámicas de la soberanía y las fronteras se
están transformando sustancialmente en el marco de la globalización
neoliberal. Aunque el Estado no ha dejado de ser un actor fundamental,
su poder político efectivo se ha ido desnacionalizando y dispersando, de
modo que no es posible captarlo sin entender los diversos ensamblajes
globales de territorio, autoridad y derechos que se han ido configurando
(Sassen, 2010). En el actual momento de la geopolítica, con marcados
tintes postwestfalianos, en el que la capacidad de mando y regulación de
los Estados está disminuyendo sensiblemente, «hay más bien una disper-
sión de elementos de soberanía política que una transferencia in toto de
la misma» hacia instancias supra- o infranacionales (Brown, 2015: 97).
Aún así, y aunque con salvedades, pues acuerdos e instituciones interna-
cionales imponen algunos límites al comportamiento de los Estados, el
principio de no injerencia en los asuntos internos aún conserva cierta vi-
gencia y las fronteras estatales siguen disfrutando de la máxima protec-
ción internacional9.
7 De las divisiones coloniales resultantes de la Conferencia de Berlín, «el 44 por ciento
fue producto de paralelos y meridianos dibujados en los mapas y el 30 por ciento fueron
curvas y líneas rectas arbitrarias. Únicamente una cuarta parte correspondía a caracterís-
ticas topográficas bien definidas, como lagos, ríos, montañas o valles, y se ignoraban casi
por completo los sistemas y zonas fronterizas existentes» (Taylor, 2007: 240).
8 El proceso globalizador actualmente en marcha no es, en cualquier caso, el primero
registrado en la historia, pues al menos habría que considerar la ola globalizadora iniciada
en torno a 1500, a partir de la colonización europea de América, y la que arrancó hacia
1800 con la primera revolución industrial y que se intensificó a finales de ese siglo (Ro-
bertson, 2005).
9 Pese a la máxima protección que siguen recibiendo, las fronteras pueden ser consi-
deradas instituciones obsoletas en la medida en que el principio de soberanía del que eran
garantes ha sido socavado por la integración global de los mercados, las migraciones, las
armas intercontinentales, el derecho internacional y la información digital. Una explicación
plausible de esta paradoja es que «el principio de nacionalidad sigue siendo el indiscutible
horizonte jurídico e ideológico de la política mundial» (Graziano, 2017: 49).
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238 Juan Carlos Velasco
Fronteras, muros y dispositivos de contención
En el transcurso de las últimas décadas del siglo x x , muchas fronte-
ras dejaron de ser evanescentes rastros sobre el territorio. Un considera-
ble número de Estados decidieron fortificar esas sutiles marcas con muros
intimidantes. Esa tendencia se ha consolidado en las primeras décadas del
siglo x x i y los muros se han convertido en uno de los emblemas más re-
conocibles de la época. La erección de muros, sin embargo, no es una ca-
racterística inmutable que deba acompañar necesariamente al trazado de
las fronteras, sino el resultado de una serie de contingencias históricas. En
realidad, «es muy poco habitual que las fronteras se materialicen mediante
la construcción de un muro en el sentido estricto del término. Cuando se
emplea esta palabra, es por lo general para referirse a una barrera física,
que puede variar desde una simple alambrada hasta una auténtica mu-
ralla» (Tertrais y Papin, 2018: 56). De hecho, las fronteras presentan un
carácter multiforme, no sólo a lo largo de la historia, sino también en el
presente, de modo que también pueden resultar completamente impercep-
tibles sobre el terreno.
En las últimas tres décadas son muchas las fronteras terrestres, aun-
que representen una clara minoría, que han adquirido forma material me-
diante la erección de ciertos elementos de contención, que pueden variar
desde una simple alambrada hasta una auténtica muralla: «Concertinas,
detectores de movimientos, vallas electrificadas y bloques de hormigón
asoman por el horizonte y se extienden por el paisaje a lo largo de cien-
tos de kilómetros» (Frye, 2019: 290). Lo peculiar de estos nuevos dispo-
sitivos de contención es el propósito con el que se han erigido: no para
detener el avance de ejércitos enemigos, como sucedía con la Gran Mu-
ralla o el muro de Adriano, sino para impedir el tránsito de personas des-
armadas. Pervive, eso sí, la necesidad de resguardar el territorio de los
«bárbaros», aunque ahora se les asigne el rostro de «terroristas», «refu-
giados» o «migrantes sin papeles» (especialmente a partir de los atenta-
dos a las Torres Gemelas en 2001, cuando se reforzó la perversa asocia-
ción migrante-delincuente-terrorista). En estos casos, las fronteras han
sido readaptadas con el objetivo de dotarlas de operatividad desde el ob-
jetivo de la seguridad: reforzadas arquitectónicamente, mediante muros,
vallas y fosos que impiden o dificultan su traspaso; tecnológicamente,
a través de sofisticados sistemas de control y vigilancia, que pueden in-
cluir vuelos de observación y drones de última generación equipados
con cámaras; e incluso militarmente, mediante cuerpos policiales equi-
pados a veces con armamento bélico. En la práctica, con la erección de
diversos tipos de impedimentos físicos se entrecruzan distintas estrate-
gias que, ante la afluencia de personas, tratan de impermeabilizar, retar-
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dar y/o contener (Giráldez López, 2019). Aunque pocas veces alcanzan
realmente estos objetivos, y pese a las protestas que también suscitan,
los muros se han convertido en una respuesta normalizada a la inseguri-
dad que atenaza a tantas sociedades. No obstante, atender sólo a la multi-
plicación de muros y demás elementos de contención no basta para ana-
lizar hoy los heterogéneos fenómenos de «fronterización» (bordering).
Para ello es preciso también dar cuenta de los diversos procesos de des-
territorialización de los confines externos para controlar los movimientos
de población y de construcción de fronteras internas para el disciplina-
miento de la población migrante, esto es, de las diversas mutaciones que
se plasman en las geografías cambiantes de la soberanía estatal. La línea
espacial de las fronteras deviene en procesos de límites intensamente di-
fusos gestionados en clave marcadamente securitaria.
Los Estados, especialmente los que disponen de más recursos, no es-
catiman en medios para controlar el tránsito de personas y de bienes en
espacios internos y externos al propio territorio estatal. Han desarrollado
toda una batería de medios y prácticas de vigilancia e inspección preven-
tiva, entre los cuales se encuentran medidas restrictivas de concesión de
visados y condiciones de entrada, así como exigentes acuerdos con los
países de origen y tránsito que garanticen el retorno de quienes carecen de
permiso para entrar (VV.AA., 2008). Las rutas migratorias son objeto de
vigilancia en todo su recorrido; una vigilancia nada pasiva ni estática, sino
cada vez más expansiva y dinámica, pues ya no se lleva a cabo exclusiva-
mente en la línea fronteriza, sino también en los espacios previos, en zo-
nas prefronterizas cada vez más elásticas y alejadas de cualquier tipo de
escrutinio público (Mendiola, 2019: 44-50). De manera complementa-
ria, se intensifican y se refinan las medidas de control en los aeropuertos,
se implica a las compañías aéreas en la comprobación de la idoneidad de
los pasajeros para acceder a determinados destinos, se desplazan preven-
tivamente esos controles a los lugares de origen y se generaliza la exigen-
cia de dotarse de pasaportes electrónicos. Por lo demás, la frontera se ha
vuelto ubicua: un dispositivo omnipresente mediante una gran diversidad
de prácticas (inspecciones aleatorias, leyes de inmigración, visados, con-
trol de divisas, políticas de interceptación marítima, etc.) y artefactos (al-
gunos de índole digital y biométrica). El control de los flujos queda des-
vinculado no sólo espacial, sino temporalmente del cruce de la frontera
territorial, pues el acento se pone en la vigilancia antes de su llegada a la
frontera física, sin menoscabo de la vigilancia en el propio territorio sobre
aquellos que han conseguido adentrarse irregularmente.
En las últimas décadas, numerosos países del Primer Mundo han ido
trasladando de facto las fronteras administrativas fuera de su propia ju-
risdicción y con ello también el control migratorio en una suerte de sub-
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240 Juan Carlos Velasco
contratación de una competencia soberana: «Con la externalización de las
fronteras, otros países, especialmente los de tránsito (México y Turquía,
Marruecos y Libia, por ejemplo), se encargan de establecer las políticas
migratorias y fronterizas que evitan el cruce al destino final de las perso-
nas que han encontrado en la movilidad humana la única forma de sobre-
vivencia» (Rodríguez Ortiz, 2020: 24). Se externaliza el control y gestión
de la inmigración, esto es, se desplaza espacialmente la frontera más allá
de las lindes jurisdiccionales reconocidas (San Martín, 2019). Este tipo de
operativos se realizan bajo la cobertura de acuerdos que se asientan con
frecuencia sobre flagrantes asimetrías de poder entre las partes (en par-
ticular, algunos acuerdos de colaboración en materia migratoria con Es-
tados africanos por parte de la Unión Europea tienen innegables tintes
neocoloniales). Se emplea la táctica del palo y la zanahoria, las presiones
y los pagos se suceden. Se premia la cooperación de terceros países, pre-
suntamente «seguros», pero a veces se sobrepasa el límite y se penaliza
con sanciones comerciales a los gobiernos que se niegan a vigilar la emi-
gración de su propia población o de extranjeros que transitan por su terri-
torio, así como a quienes se niegan a recibir a sus inmigrantes deportados.
Tales estrategias contribuyen, como es su objetivo, a que la gestión de la
migración sea vista como un tema de seguridad global más que como una
cuestión en clave sociodemográfica.
A su vez, en los países de destino de las rutas migratorias, muchos de
ellos democracias asentadas, tras introducir las pertinentes reformas de los
códigos penales, fiscales y jueces persiguen a sus propios ciudadanos por
los llamados delitos de solidaridad, definidos como acogida o transporte
de migrantes. Se criminalizan a los activistas, aunque actúen con genero-
sidad y desinterés, como los ejemplares casos de Cédric Herrou (Plenel,
2017) o de Carola Rackete (Penchaszadeh y Sferco, 2019). El siguiente
paso parece ser criminalizar a quienes ofrecen refugio o dinero a sus pro-
pios hijos, padres o parientes migrantes. De este modo se desincentiva la
prestación de auxilio al migrante en situaciones de serio peligro. Y ello es
especialmente delicado en el espacio marítimo, donde se ha convertido en
práctica cada más frecuente desoír las llamadas de socorro de embarca-
ciones cargadas de refugiados y migrantes, con el agravante de que se im-
pone sanción a quienes se atreven a prestar auxilio efectivo. Se registra así
una inversión de la hospitalidad en toda regla: lo que toda cultura ha con-
siderado siempre una virtud elemental, se convierte ahora en un crimen.
Por su parte, las personas inmigrantes ya instaladas, incluso con años de
estancia, se ven inmersas en una situación de progresiva vulnerabilidad
por la implantación de toda una serie de prácticas que van desde el incre-
mento de las deportaciones y la proliferación de centros de internamiento,
hasta los frecuentes controles policiales internos que afectan selectiva-
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Fronteras, muros y migraciones 241
mente a personas con determinados fenotipos. El objetivo del control en
las difusas fronteras internas no sería tanto la expulsión de personas ex-
tranjeras en situación irregular (y, por tanto, con un estatus jurídico mer-
mado) como la producción de «sujetos deportables». Todas estas prácti-
cas, que se mantienen como una potencial amenaza permanente, aunque
no siempre se llevan realmente a cabo, contribuyen al disciplinamiento
preventivo de los no ciudadanos (De Genova, 2002), aunque finalmente
repercuten también en los propios ciudadanos.
El control de las fronteras y sus mutaciones históricas
La historia ha dejado a su rastro todo tipo de fronteras y el peso de
su tornadizo pasado se deja sentir aún. En estrecha relación a estas muta-
ciones, la relevancia de las fronteras también se ha modificado significa-
tivamente. Y dado que las fronteras son productos históricos, nuestra ca-
pacidad para imaginar una transformación futura de su significado y de
las misiones que se les atribuyen puede afinarse cualitativamente reme-
morando los cambios fundamentales que tuvieron lugar en el pasado, in-
cluido el más reciente. La representación de las fronteras como un hecho
prepolítico incontrovertible, como marco natural de cualquier comunidad
política, de cualquier Estado, es una imagen consolidada pese a su inexac-
titud. Es más, las fronteras son presentadas habitualmente como un fenó-
meno al margen de la política, sobre el que no cabe hacerse preguntas ni,
por tanto, pensar alternativas, igual que sucede, por ejemplo, ante un te-
rremoto o un tsunami. La entidad de las fronteras, como la de los mismos
Estados, se impone a la conciencia de los individuos y aparecen ante sus
ojos como realidades dadas e inamovibles (Boudou, 2018: 51-68). Para
que las fronteras puedan ser percibidas como un fenómeno natural de los
que se acaban de citar y, por tanto, surgidas al margen de la voluntad hu-
mana, su carácter intrínsecamente artificial ha tenido que ser previamente
quedado camuflado, como tantos objetos de la construcción social de la
realidad, por un intenso proceso de naturalización. Rutinarias repeticiones
que reinventan la historia devienen en opiniones acríticamente asumidas.
Es alto el riesgo de ignorar la perspectiva histórica: por un lado, que
nuestros análisis adolezcan de un craso presentismo, error en el que se
caería si se tratara de rehacer el pasado para satisfacer sin más las nece-
sidades del presente; y, por otro, que aumenten las posibilidades de in-
currir, como se acaba de indicar, en la naturalización de una determinada
concepción de las fronteras y de los controles a los que se somete su trán-
sito por ellas, la que más se adapta a los propios intereses. Para derrotar la
narrativa que va ganando ahora la batalla es preciso tener presente la his-
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242 Juan Carlos Velasco
toria, proceder a una deconstrucción genealógica y, en el asunto que nos
ocupa, no olvidar que «sólo recientemente el control de la inmigración
se ha transformado en una función importante de las fronteras políticas»
(Mezzadra y Neilson, 2017: 21). Por los demás, si junto a una mirada dia-
crónica se adopta una perspectiva sincrónica, se observa que, a nivel de
las grandes regiones del planeta, menudean también las fronteras per-
meables o abiertas al menos hacia dentro: es el caso de los Estados de la
Unión Europea, o entre ciertos Estados de Australasia, así como en Suda-
mérica10.
Hasta tal punto se ha naturalizado no sólo el control de las fronte-
ras sino incluso el levantamiento de muros y de todo tipo de dispositivos
orientados a contener la circulación a lo largo de su trazado, «que la idea
de unas fronteras abiertas nos parece hoy en día increíblemente rara, por
no decir terriblemente peligrosa, aun cuando las cruzamos con una fre-
cuencia cada vez mayor» (Harvey, 2017: 302). Falta probablemente la
suficiente perspectiva histórica para comprender cómo el control perma-
nente de las fronteras y aún más su fortificación hoy tan en boga repre-
senta una ruptura con hábitos seculares (Sager, 2020). El control total y
riguroso de las fronteras estatales nunca fue la norma hasta prácticamente
el siglo x x . La impermeabilización de las fronteras territoriales no es un
hecho consustancial a su historia y tampoco lo es la negación de acceso a
quienes quieren asentarse como inmigrantes. Si lanzamos una mirada re-
trospectiva, lo que en realidad es novedoso y, por ende, raro en términos
históricos, es el régimen fronterizo actualmente en alza; y más reciente
aún es la obsesión por ver en los inmigrantes un problema de seguridad.
Aunque actualmente pueda parecer extraño, considerar las migraciones
—una constante, en realidad, en la historia de la humanidad— como una
amenaza de la que hay que protegerse no fue siempre la visión dominante.
Hubo tiempos, y no muy remotos, en los que las personas que migraban
apenas encontraban trabas, eran bienvenidas e incluso recibían incentivos
(Livi Bacci, 2012; Oltmer, 2012: 119-120).
Aunque ya a principios del siglo xix se dieron los primeros pasos,
fue en las postrimerías de ese siglo y a inicios del x x cuando los apara-
tos burocráticos estatales empezaron a reservarse para el monopolio
de los «medios legítimos de movimiento» dentro y a través de las fron-
teras (Torpey, 2006), esto es, la expedición de documentos tales como
10 La libertad movimientos sólo ha llegado a implementarse entre Estados cuyos sis-
temas políticos, económicos y de bienestar eran lo suficientemente compatibles entre sí
(Bauböck, 2014). Si eso es así, la necesaria liberalización de las políticas migratorias tam-
bién puede entenderse como un motivo para impulsar la progresiva equiparación del bien-
estar a nivel global, obviamente no a la baja (Cassee, 2016: 281).
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las tarjetas de identidad, los pasaportes o las visas de entrada, instru-
mentos todos ellos cruciales para alcanzar esos objetivos de control de
la población que se habían propuesto11. Hasta la Primera Guerra Mun-
dial, los controles fronterizos eran más bien mínimos, precarios y, en
cualquier caso, proporcionales a la limitada capacidad técnica para lle-
varlos a cabo (S assen, 2013: 31-33). Las dificultades se encontraban
fundamentalmente a la hora de abandonar el propio país y, por eso, du-
rante la primera mitad del siglo xix, las leyes que limitaban, prohibían o
coaccionaban la emigración —con penas como la privación de la con-
dición de nacional o la confiscación de bienes— fueron gradualmente
modificadas o derogadas12. Si en esos años la mayoría de los países fa-
vorecían la inmigración, en el siglo xxi, por el contrario, los migrantes
se confrontan con canales migratorios regulares cegados en la práctica.
Son así muchos quienes se ven obligados a recurrir a redes de trafican-
tes para superar unas fronteras cada vez más herméticas. Como conse-
cuencia de ello, las geografías de la violencia migratoria se han mul-
tiplicando a largo del globo, con el agravante de que los sufrimientos
personales infligidos, así como las violaciones de la dignidad y los de-
rechos de quienes migran, son justificados o minimizados en nombre de
la seguridad o de la utilidad pública. En particular, bajo el mantra de la
seguridad se normaliza cada vez más el trato inhumano. El sujeto mi-
grante es caracterizado con una retórica del peligro, del riesgo y, en de-
finitiva, de la amenaza, del que hay que inmunizarse mediante su neu-
tralización (Velasco, 2020). Es cierto que a retórica legitimadora de los
regímenes migratorios restrictivos suele incidir en que la lucha contra la
inmigración forma «parte constitutiva de un discurso humanitario de lu-
cha contra el tráfico ilegal de migrantes», un discurso que alienta «unas
prácticas en las que el migrante concreto queda arrojado a la categoría
11 Conforme a las memorias de Stefan Zweig (2002: 514), sería en los albores del si-
glo x x cuando se generalizó la exigencia de portar determinados documentos oficiales para
cruzar las fronteras: «Antes de 1914 la Tierra era de todos. Todo el mundo iba donde que-
ría y permanecía allí el tiempo que quería. […]. La gente subía y bajaba de los trenes y de
los barcos sin preguntar o ser preguntada, no tenía que rellenar ni uno del centenar de pa-
peles que se exigen hoy en día». Eso no significa, sin embargo, que no existieran pasapor-
tes, documentación que empezó a implantarse durante las guerras napoleónicas. Otra re-
ferencia literaria nos indicaría, más bien, que su exigencia podría tener un componente de
clase, tal como señala el detective Fix al cónsul británico en Suez en el capítulo VII de la
novela de Julio Verne La vuelta al mundo en 80 días (1874): «Los pasaportes sólo sirven
para molestar a la gente decente y favorecer la huida de los pillos».
12 La secular interdicción de la emigración podría explicar el hecho de que la Decla-
ración Universal de Derechos Humanos proclame «Toda persona tiene derecho a salir de
cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país» (art. 13.2), y no haga, sin em-
bargo, mención alguna del derecho a inmigrar.
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de sujeto vulnerable que precisa ayuda» (Mendiola, 2019: 49). Sin em-
bargo, muchos gobiernos, con su actividad real, desdicen claramente
esa presunta intención: no ven al inmigrante como un ser en riesgo, sino
como un ser que encarna un riesgo en sí mismo.
Sobre la necesidad de resignificar las fronteras
Los muros poseen una enorme vis expansiva y están redefiniendo las
fronteras en todo el mundo, sellando y endureciendo lo que solían ser bor-
des porosos y suaves. Pese a la tendencia actualmente predominante a in-
tensificar los controles fronterizos y a concebir los límites territoriales
de los Estados como recintos amurallados, la comprensión de las fron-
teras como un factor esencialmente obstructivo es tan sólo una parte de
la historia y no deja de ser, por tanto, una percepción simplificadora. El
fenómeno de las fronteras admite realizaciones prácticas que no queden
atrapadas por los imperativos securitarios y la lógica de la exclusión. No
obstante, antes de proponer un planteamiento alternativo, conviene seña-
lar, aunque sea someramente, algunos de los nocivos efectos que conlleva
la inercia en la que tantos gobiernos están embarcados.
Muchas fronteras son «cicatrices» que sangran (Velasco, 2019) y ello
se torna sumamente perceptible en casos como el de la que separa y une
a México y Estados Unidos o en los límites entre España y Marruecos en
Ceuta y Melilla. Por mucho que se erijan muros son incontables los que
saltan de un lado al otro constantemente: ni los muros ni las alambradas ni
los demás dispositivos de contención logran frenar los flujos migratorios,
pero inducen a redibujar las rutas migratorias, alargándolas. Consiguen di-
ficultar las travesías y, de hecho, algunos de esos obstáculos están regados
con la sangre de miles refugiados e inmigrantes, pero no llegan a ser real-
mente insalvables ni disuasorias. Estas prácticas fronterizas, que constru-
yen simbólicamente al otro como una amenaza para las sociedades a las
que pretenden proteger, no son, pues, sino prácticas necropolíticas, esto
es, un tipo de ejercicio del poder que no tiene reparos en exponer a otros
a la muerte, que considera que determinados seres humanos no son sino
«vidas desechables». No tiene tampoco reparos en vulnerar de manera fla-
grante un derecho internacional que los distintos gobiernos se comprome-
tieron a cumplir y, por tanto, a quebrantar su propio Estado de derecho. Ni
diseñan, y menos aún ponen en práctica, políticas alentadas en el respeto a
la vida y la defensa de los derechos humanos. La división política del pla-
neta mediante fronteras no sólo tiene evidentes efectos nocivos sobre la
vida y la libre circulación de las personas, sino que sirve también, y con-
viene no olvidarlo, de decisivo dispositivo funcional capaz de garantizar
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la perpetuación de las ventajas comparativas que disfrutan los ciudadanos
de los países con mayores recursos, al tiempo que convierten en endémi-
cos los perjuicios que padecen «quienes son, por nacimiento e involun-
tariamente, ciudadanos de naciones menos prósperas» (Cavallero, 2006:
102). Las restricciones migratorias en las fronteras no son neutrales en
términos de equidad: operan como dispositivos coercitivos que constriñen
en gran medida las oportunidades de las personas y generan importantes
desigualdades distributivas.
Hoy en día, las fronteras son el principal elemento de discriminación
a nivel global. Mientras que la desigualdad era todavía en el siglo xix,
como denunció Marx, una cuestión de clases, en nuestro tiempo es, más
bien, una cuestión de ubicación, de haber nacido o no en el país adecuado
(Velasco, 2016; Bregman, 2017: 199-202; Sagar, 2020). En la medida en
que este estado de cosas entra en abierta colisión con los derechos huma-
nos y, más concretamente, con los principios básicos de justicia, no puede
ser caracterizado como aceptable en términos normativos. Si la ubicación
es causa de desigualdad, entonces «la reubicación es sin lugar a dudas la
mejor forma de escapar de la pobreza» (Bregman, 2017: 281, n. 34). Una
reubicación que, por supuesto, debe ser fruto de una decisión libre de los
afectados, pero que tiene como condición material la existencia de cana-
les de migración abiertos y seguros, algo que actualmente no suele ser el
caso.
La seguridad no es la única clave relevante para concebir y gestio-
nar las fronteras. La comprensión de las fronteras se encuentra estrecha-
mente entrelazada con la cuestión de la circulación (un concepto amplio,
que, además de personas, incluye mercancías, capitales y servicios) y,
más en particular, con la cuestión de la movilidad humana, sea migrato-
ria, turística o de cualquier otro tipo. Para acompasar ambas variables, lo
fronterizo ha de ser objeto de un proceso de resignificación o reconcep-
tualización con el fin de que su sentido no quede restringido a la noción
de barrera, con todo lo que entraña de delimitación y separación de dos
territorios inmediatos, y abrirse a su comprensión como punto de paso o
de conexión que canalice o incluso facilite la movilidad. Distinguir entre
fronteras y muros en virtud de su transitividad o intransitividad no sólo
es clarificador, sino que resulta operativo para contraponer la función
«jurisdiccional» de la frontera a la función «de contención» u «obstaculi-
zante» del muro. Existe, no obstante, una suerte de continuidad esencial
entre estos términos, aunque sea sólo porque ambos se erigen preferen-
temente en las líneas en las que se trazan las primeras. Los dos disposi-
tivos marcan un «límite», pero tan sólo uno impide drásticamente la co-
municación y el tránsito de un lado a otro. Si bien ambos se encuentran
en la misma línea cartográfica, con los muros se dan obviamente varios
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246 Juan Carlos Velasco
pasos más en la construcción de compartimentos estancos dentro del es-
pacio geopolítico13.
Si lo que se pretende es precisamente fomentar la dimensión de tran-
sitividad, una metáfora que da cuenta del significado y función de las
fronteras es la de «membrana». A diferencia de los muros, que están di-
señados para resultar refractarios a los intercambios, las lindes fronteri-
zas podrían funcionar como membranas celulares y, por tanto, con una
tensión dinámica entre porosidad y resistencia14. Las fronteras pueden
ser membranas o barreras a la vez. Si son sólo lo segundo, entonces se-
rían más bien muros o impedimentos artificiales equivalentes. Además de
la utilidad obvia que se espera de los muros, éstos desempeñan también
una función metafórica muy pronunciada como forma visible de afirma-
ción de poder y soberanía sobre el terreno. Levantar barreras en el mundo
contemporáneo no es, sin embargo, un signo de vitalidad, sino de crisis e
inestabilidad del Estado-nación incapaz de metabolizar la globalización
actual: un ilusorio retorno de la mermada y cuestionada soberanía nacio-
nal (Brown, 2015).
Las metáforas, como ha mostrado convincentemente José María Gon-
zález a lo largo de su dilatada obra, tienen una función constitutiva del
lenguaje y del pensamiento político y están dotadas de un enorme poder
performativo al que difícilmente la acción política puede renunciar (Gon-
zález García, 1999). La metáfora del muro es, en no poca medida, fallida,
además de inadecuada. En su lugar, resulta más sugerente la mencionada
metáfora de la «membrana». Otra opción podría ser incluso más fructífera
para ilustrar la propuesta normativa que anima este escrito: la imagen del
«umbral». El umbral asegura dos funciones que se encomienda habitual-
mente a las fronteras: tanto la función de separar dos espacios como la de
gestionar los flujos de entrada y salida. Se opte por una u otra imagen, no
quisiera, en ningún caso, terminar sin hacer mención al menos a una de
13 Agradezco esta observación a Francisco Fernández-Jardón. Esta distinción coincide,
en gran parte, con una idea de Rainer Bauböck (2009: 10; 2014: 517), quien aprecia dos
sentidos en el concepto de frontera: su función primaria sería demarcar la jurisdicción de
una autoridad política; su función secundaria, controlar, que no impedir ni obstaculizar, los
flujos de bienes y personas. Agradezco a Isabel Turégano el que me haya hecho llegar es-
tas últimas referencias.
14 No obstante, la metáfora de la membrana puede plantear ciertos problemas. La
membrana es un filtro que deja pasar solamente lo que necesita: «Una membrana celular
debe permitir que la materia fluya a la vez hacia dentro y hacia fuera de la célula, pero de
manera selectiva, a fin de que esta pueda retener lo que necesita para alimentarse. La po-
rosidad existe en diálogo con la resistencia, diálogo que a veces significa que la célula se
abre para ser inundada, y otras veces es retentiva» (Sennett, 2019: 282). Estas cualidades
peculiares de las membranas es un motivo para no adoptar su sentido de manera literal.
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las condiciones de posibilidad de este esbozo de propuesta, aunque para
ello tome prestadas las palabras:
Todos vivimos ya, nos guste o no, en un planeta «cosmopolitizado»,
con fronteras porosas y altamente osmóticas, y caracterizado por una
interdependencia universal. Lo que nos falta es una «conciencia cos-
mopolita» a la altura de esa condición cosmopolita nuestra. Y diría aún
más: carecemos también de las instituciones políticas capaces de hacer
que las palabras se materialicen en hechos. (Bauman, 2016: 62).
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En este artículo se pretende comprender de la frontera a partir de la exploración de su significado político. La tesis de fondo sostiene que las fronteras únicamente han podido llegar a ser reconocidas como dispositivos políticos en el marco del giro gubernamental del poder sucedido en la época moderna. La organización funcional de la frontera como una tecnología de poder biopolítica orientada a producir subjetividad permite descubrir la contingencia de su ordenación del mundo y, en consecuencia, la potencial politización de las relaciones que articulan entre interioridad y exterioridad.
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Este trabajo tiene por objeto analizar los significados y funciones de las fronteras en el contexto de las migraciones internacionales contemporáneas y repensarlas desde la perspectiva de la justicia global. El artículo comienza con un breve repaso por los distintos conceptos y la evolución histórica de las fronteras, para centrarse después en sus tres principales funciones: jurídico-política, simbólica y regulación de flujos. En tanto que concepto funcional, las fronteras no pueden comprenderse al margen de estas tres dimensiones. A estas se añadirá después una cuarta: circunscribir espacialmente oportunidades, planteada desde enfoques cosmopolitas para denunciar las injustas consecuencias que un hecho tan arbitrario y moralmente irrelevante como el trazado de fronteras tiene sobre la vida de las personas. Finalmente se examina la propuesta de fronteras abiertas y se plantea la necesidad de repensarlas desde la óptica de la justicia global.
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En este artículo ofrecemos un análisis filosófico político de un caso “ejemplar” de criminalización de la solidaridad hacia migrantes y refugiados en la actualidad: el caso de Carola Rackete, capitana del Sea Watch 3, que en 2019 protagonizó un salvataje en el Mediterráneo. Con base en desarrollos teórico-conceptuales de autores centrales de la filosofía contemporánea como Michel Foucault, Giorgio Agamben, Judith Butler, Étienne Balibar y Jacques Derrida, buscamos abordar las contradicciones ético-políticas que conllevan hoy las prácticas de solidaridad hacia personas en situación de movilidad internacional. El manuscrito se encuentra divido en cuatro secciones: en la primera, analizamos el nivel jurídico del caso; en la segunda, abordamos la lucha jurídico-política en torno a la definición de “lugar seguro” y el problema del “tráfico de fronteras”; en la tercera, indagamos la cuestión de la personalización de las acciones solidarias como estrategia de despolitización del campo humanitario; y, en la cuarta, insistimos en la necesidad de reposicionar el alcance político del derecho humanitario hoy.
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El presente texto comprende un pantone metodológico del estudio comparativo de las fronteras geopolíticas en cuatro continentes (América, Asia, Europa y África). Este ejercicio teorético fue realizado con base en el modelo epistemológico de las fronteras que propone diversas categorías analíticas que permiten deconstruir las instituciones que empiezan a no funcionar en las fronteras del estado-nación como ciudadanía, soberanía y territorio. Los casos de estudio considerados para este texto comprenden las zonas de convivencia fronteriza entre la Unión Europea y África, así como entre Estados Unidos-México-Centroamérica. Palabras clave: Modelo epistemológico de la frontera. zonas de convivencia fronteriza. ciudadanía. territorio. soberanía Abstract Methodological pantone of comparative geopolitical borders studies in four continents (America, Asia, Europe and Africa). This theoretical exercise was carried out based on the epistemological model of borders that proposes several analytical categories that deconstructs the institutions that start not to function in the borders of the nation-state as citizenship, territory, sovereignty. The case studies considered for this text refers to convivence border zones between European Union-Africa, as well as United States-Mexico-Central America.
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La frontera no puede ser ya entendida como una línea de demarcación de la soberanía de un Estado. Por el contrario, la producción de lo fronterizo, su despliegue mismo por una multiplicidad de espacios internos y externos al propio Estado, viene a designar una recomposición del poder soberano que –utilizando el marco de la UE como caso de estudio– en este artículo se interroga desde su imbricación con el ethos securitario. Lo fronterizo emergerá como una geografía cambiante de límites imprecisos a través de la cual se activan procesos de captura de espacios y subjetividades. Esa captura, que aúna una vigilancia cada vez más extensa e invasiva y unas lógicas de control militarizadas, vendrá a designar una de las manifestaciones más notorias de un hacer securitario que se legitima en la gestión bio-necro-política de una subjetividad migrante leída, en gran parte, en clave de riesgo.
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Este artículo propone una reflexión sobre la frontera considerando su operatividad como espacio de gobierno. Esta lectura implica trascender el ingrediente territorial de frontera –y su sentido de afirmación soberana– y atender a su funcionalidad respecto a la circulación como objeto de gobierno, en lo que cabe describir como una declinación biopolítica de la frontera. En esta clave, las prácticas de gobierno que definen lo fronterizo pueden interpretarse en términos de estriación del espacio más que de contención de un territorio. El problema de gobierno que evidencia la frontera es cohonestar porosidad y selectividad; ello alienta la construcción de la frontera como frontera inteligente (smart border)a través de innovaciones de carácter tecnológico, enfocadas esencialmente en las aptitudes de filtrado de las técnicas actuariales y biométricas. El artículo atiende a las transformaciones que, en este sentido, se evidencian en el espacio Schengen.
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El monográfico que aquí presentamos –titulado «Espacio fronterizo: producción securitaria, vivencia e (in)movilidad (España, Europa y América Latina)»– tiene su origen en un seminario celebrado en la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad del País Vasco en mayo de 2017. Aquella actividad, denominada «Producción y vivencia del espacio fronterizo: (in)movilidad, violencia y soberanía» y coordinada por quienes suscriben esta introducción, pretendió producir un diálogo sobre las diferentes vertientes de las fronteras y de los procesos de fronterización (bordering) entre académicos y activistas de diversas procedencias y encuadramientos disciplinarios.
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En los últimos 15 años se han producido en las inmediaciones de la Frontera Sur de España una serie de acontecimientos y ensamblajes arquitectónicos aparentemente inconexos para mejorar la funcionalidad y capacidad de respuesta de la frontera construida. Este artículo aborda el giro dinámico que está sufriendo la frontera contemporánea según la detección de tres estrategias: impermeabilizar, retardar y contener. La cartografía crítica y la reconstrucción forense de una serie de acontecimientos permiten evidenciar la deriva de una transformación tipológica que desplaza el peso de construcciones estables a ensamblajes dinámicos e instantáneos. Estos ya no pueden enunciarse como soluciones estáticas, sino como un dispositivo o ensamblaje territorial que configura y define la frontera. Si la arquitectura de la frontera materializa de manera clara la soberanía, es necesario cuestionarse el modelo territorial, que ya no es representado por la norma sino por la condición de operatividad.
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In diesem Beitrag beantwortet Jochen Oltmer zentrale Fragen zu Migration und den zukünftigen Folgen von Migration.
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This book carefully engages philosophical arguments for and against open borders, bringing together major approaches to open borders across disciplines and establishing the feasibility of open borders against the charge of utopianism.
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Migrationsbewegungen über Staatsgrenzen hinweg hat es gegeben seit es Staaten mit Grenzen gibt. Im Unterschied zur Bewegung von Menschen über reale oder imaginierte Grenzen hinweg kann es Emigration und Immigration im heutigen Sinn allerdings nur geben, wenn es staatlich kontrollierte Grenzen gibt. Wann Mobilität als Migration zu klassifizieren ist und in welchen Hinsichten Migration dann als ›Problem‹ erscheint, ist stets auch eine politisch umkämpfte (und durch politische und sozio-ökonomische Ordnungsbestrebungen mitbestimmte) Frage und keine bloße Tatsachenfeststellung. Das lässt sich auch an den Verschiebungen im politischen Diskurs nachvollziehen, der — etwa in Deutschland — von der Figur des ›Gastarbeiters‹ über die des ›Ausländers‹ und ›Asylanten‹ zu der des ›Migranten‹ übergegangen ist (Karakayali 2008), wobei diese Klassifikationen nicht nur homogenisierend, sondern auch negativ und stigmatisierend sind, weil es natürlich immer nur bestimmte Menschen sind, die unter sie fallen (während andere als ›Expats‹ etc. gelten).