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Abstract

La violencia constituye un fenómeno complejo a la vez que una constante histórica. Esto explica que diversos pensadores y tratadistas hayan intentado definirla, interpretarla y clasificarla. La violencia da al traste con el más sagrado de los derechos humanos, el derecho a la vida. En particular, el genocidio y otros crímenes de lesa humanidad, los crímenes de guerra, los actos esporádicos y aislados de violencia -otras situaciones de violencia-,el terrorismo y la violencia criminal organizada, son las modalidades de la violencia colectiva responsables de la mayoría de las muertes violentas que cuestionan severamente el pacto social. De ahí la imperiosa necesidad de llevar a cabo una revisión de los paradigmas de la violencia y de los tipos de violencia más perniciosos y que causan mayor daño al tejido social.
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Sobre los paradigmas de la violencia
About paradigms of violence
Marcos Pablo Moloeznik
Radamanto Portilla-Tinajero
Doctor en Derecho por la Universidad de Alcalá, España. Profesor-investigador adscrito al Centro Universitario de Ciencias
Sociales y Humanidades, de la Universidad de Guadalajara, México. Profesor huésped del Instituto Internacional de Derecho
Humanitario, Sanremo, Italia. Primer académico no estadounidense en obtener el Premio William J. Perry a la Excelencia en
Educación en Seguridad y Defensa, William J. Perry Center for Hemispheric Defense Studies, National Defense University,
Washington, dc. Orcid: 0000-0002-4078-9451 / mmoloeznik@csh.udg.mx
Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Guadalajara. Profesor de asignatura en el Instituto Tecnológico de
Estudios Superiores de Occidente, Universidad Jesuita de Guadalajara; consultor de la Ocina de las Naciones Unidas
contra la Droga y el Delito; director de Evaluación de Políticas Públicas en el Gobierno del Estado de Jalisco. Líneas de
investigación: violencia criminal, evaluación de políticas públicas, políticas basadas en evidencia. Orcid: 0000-0001-5597-
1072 / radamanto@iteso.mx
Fecha de recepción: 8 de septiembre de 2020. Fecha de aceptación: 4 de junio de 2021.
Resumen
La violencia constituye un fenómeno com-
plejo a la vez que una constante histórica.
Esto explica que diversos pensadores
y tratadistas hayan intentado definirla,
interpretarla y clasicarla. La violencia da al
traste con el más sagrado de los derechos
humanos, el derecho a la vida. En particu-
lar, el genocidio y otros crímenes de lesa
humanidad, los crímenes de guerra, los actos
esporádicos y aislados de violencia —otras
situaciones de violencia—, el terrorismo y la
violencia criminal organizada, son las modali-
dades de la violencia colectiva responsables
de la mayoría de las muertes violentas que
cuestionan severamente el pacto social.
De ahí la imperiosa necesidad de llevar a
cabo una revisión de los paradigmas de la
violencia y de los tipos de violencia más
perniciosos y que causan mayor daño al
tejido social.
Palabras clave: violencia, genocidio,
conicto armado, otras situaciones de vio-
lencia (osv), terrorismo, violencia criminal
organizada.
Abstract
Violence constitutes a complex phenome-
non as well as an historical constant. This
explains that various thinkers and writers
have tried to dene, interpret and classify
it. Violence destroys the most sacred of
human rights, the right to life. In particular,
genocide and other crimes against humanity,
war crimes, sporadic and isolated acts of
violence —other situations of violence—,
terrorism and organized criminal violence,
are the modalities of collective violence
responsible for majority of the violent
deaths that severely question the social pact.
Hence the urgent need to carry out a review
of the paradigms of violence and the most
pernicious types of violence that cause the
greatest damage to the social dimension.
Keywords: violence, genocide, armed
conicts, other situations of violence (osv),
terrorism, organized criminal violence.
Vol . xxviii No. 82 Septiembre-Diciembre de 2021Espiral Estudios sobre Estado y Sociedad

Marcos Pablo Moloeznik y Radamanto Portilla-Tinajero
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Introducción
La violencia, en sus diversas manifestaciones, es el signo
de los tiempos. En especial, la humanidad se ve compelida
—de manera permanente— por la violencia colectiva que
se presenta bajo las modalidades de genocidio, crímenes de
lesa humanidad, crímenes de guerra y violencia criminal
organizada, que afectan a grandes colectivos sociales.1 Esto
es así, dado que “Los conictos son connaturales a la especie
humana. Nuestra ley originaria es la ley de la selva, donde
las relaciones están fundadas en la fuerza, y, en todo caso,
en la pertenencia a la manada […]” (Marina, 2004: 155).
En otros términos, la propia realidad signada por la
violencia impone un análisis de los diferentes paradigmas
que intentan explicar la complejidad de dicho fenómeno.
Para ello, el trabajo que se pone a consideración del lector
se divide en las siguientes secciones: (a) un recorrido por
las diferentes deniciones de la violencia; (b) una revisión
de la tipología de la misma; (c) la aprehensión del “crimen
de los crímenes”: el genocidio; (d) el conicto armado como
constante histórica; (e) lo que el Comité Internacional de la
Cruz Roja (1998) denomina “otras situaciones de violencia”,
cada vez más comunes en América Latina; (f) el terrorismo
responsable de ataques indiscriminados contra la población
civil, y (g) el agelo de la violencia criminal organizada,
que reconoce a la región como la más violenta del mundo.
En síntesis, se trata de un esfuerzo cientíco de sistema-
tización de información para dar cuenta de los diferentes
paradigmas y modalidades de la violencia.
1. Para dar cuenta de esta realidad insoslayable, se parte de los contenidos desa-
rrollados a lo largo de los sucesivos Cursos Avanzados en Derecho Internacional
Humanitario en idioma español —de 2013 a 2019, inclusive— en el Instituto
Internacional de Derecho Humanitario de Sanremo, Italia, del autor en calidad de
profesor visitante, así como hallazgos de la tesis doctoral del coautor.
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Teoría y Debate No. 82
Violencia
En primer lugar, cabe destacar que no existe una de-
nición de la violencia aceptada universalmente, así como
tampoco una teoría que sea capaz de explicar todas las
formas de violencia (Bernstein, 2015) no obstante los
intentos de reconocidos lósofos, sociólogos y antropólogos
(véase Arendt, 2006; Benjamin, 1995; Collins, 2008; Gros,
2006; Schinkel, 2010; Sofsky, 2004; Sorel, 2004; Tilly, 2008;
Wieviorka, 2009; Zizek, 2009, entre otros). Lo paradójico,
de acuerdo con Bernstein (2015: 31), “es que a pesar de (o
quizás debido a) que haya tanta discusión sobre la violencia,
existe una enorme confusión respecto a qué entendemos
por violencia”.
Así, no se debe soslayar que cualquier denición o tipo-
logía de la violencia incluirá algunas de sus expresiones o
modalidades y, necesariamente, excluirá otras. Este pro-
blema radica en la imposibilidad de incluir, en un mismo
concepto, todos los actos considerados como violencia según
las distintas culturas, momentos históricos e intereses
analíticos.
No obstante este problema, básicamente es posible
distinguir dos concepciones generales de la violencia: una
restringida y otra ampliada (véase Arteaga Botello, 2007;
Blair, 2009; Crettiez, 2009). La concepción restringida de la
violencia enfatiza en su característica objetiva y medible el
daño físico. Desde esta perspectiva, se dene a la violencia
como el uso de la fuerza física, directa y excesiva, con el obje-
tivo de causar daño a otro (véase García-Sílberman y Ramos
Lira, 2000: 13-79). En esta concepción la muerte ajena a
causas naturales se constituye como el indicador global y
predilecto de la violencia, y se pone especial énfasis en las
consecuencias y la gravedad del daño sobre las víctimas.
Por su parte, la concepción ampliada de la violencia reco-
noce un conjunto más amplio de actos que implican ejercicios
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intencionales de poder contra individuos o colectivos, que
no se expresan solamente en daños físicos, pero que repro-
ducen relaciones sistemáticas de desigualdad, exclusión,
subordinación u otras formas sutiles de victimización y
coerción (Crettiez, 2009; Gros, 2006; Kaldor, 2001). Desde
esta perspectiva es posible hablar de violencia política (Rou-
quié, 1989; Schmitt, 2014; Tilly, 2008), violencia estructural
(Fanon, 1973; Galtung, 1998), violencia totalitaria (Arendt,
1967, 2006), violencia simbólica (Bourdieu y Passeron, 2001;
Zizek, 1999, 2009), violencia cultural (Galtung, 2009; Zizek,
2009) e, incluso, violencia legal (Benjamin, 1995).
Tipología de la violencia
En segundo término, existen diferentes formas de clasi-
car la violencia y, dependiendo de los propósitos analíticos,
es posible proponer diferentes esquemas explicativos (Ber-
nstein, 2015: 260). En este marco se presenta una propuesta
de clasicación de la violencia que enfatiza en la concepción
restringida, a partir de cuatro criterios: a) los actores de la
violencia; b) los motivos de la violencia; c) el grado de orga-
nización de la violencia, y d) los escenarios de la violencia.
Esta clasicación, si bien limitada, permite identicar
las características sustantivas de la violencia criminal
organizada, responsable del mayor número de homicidios
dolosos en Latinoamérica.
Desde los actores de la violencia
La Organización Panamericana de la Salud adopta la
concepción restrictiva en su informe sobre violencia y salud,
y la dene como
[…] el uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como
amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que
cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños
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psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones (Organización
Panamericana de la Salud (ops), 2003: 5).
A partir de esta concepción genera una tipología de la vio-
lencia de acuerdo con el actor o actores que cometen o son
víctimas del acto violento: violencia autoinigida, violencia
interpersonal y violencia colectiva.
La violencia autoinigida corresponde a los actos que una
persona se inige a sí misma; por ejemplo, el suicidio y las
autolesiones. La violencia interpersonal es aquella en la
que un individuo o un grupo pequeño de individuos cometen
actos violentos contra otro individuo. Este tipo de violencia
contiene un gran número de formas de expresión, que van
desde el maltrato infantil hasta el homicidio. La violencia
interpersonal, a su vez, se subdivide según el grado de cerca-
nía social de la víctima y el victimario. Cuando ambos tienen
un grado de parentesco se le conoce como violencia familiar
o de pareja; cuando la violencia se produce entre personas
que no guardan parentesco y que pueden conocerse o no, y
sucede regularmente fuera del hogar, se le llama violencia
comunitaria. Por último, se conoce como violencia colectiva
aquellos actos que afectan a individuos, grupos sociales o
colectivos. Generalmente la violencia colectiva la inigen
grandes grupos organizados, como el Estado, contingentes
políticos, fuerzas militares irregulares y organizaciones
terroristas (ops, 2003). La guerra, los actos de odio, el terro-
rismo, los conictos armados, las masacres, son formas de
la violencia del tipo colectivo (ops, 2003).
La importancia de esta tipología de la violencia, pro-
puesta por la Organización Mundial de la Salud a través
de su ocina regional para las Américas (la ops), radica en
dos aspectos: primero, genera un conjunto de indicadores
que facilitan la medición de la magnitud de la violencia y
su comparación a nivel local, regional e internacional; y
segundo, el enfoque de la violencia desde la perspectiva
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de la salud posibilita la interdisciplinariedad y la acción
colectiva en la solución del problema (ops, 2003: 4).
Para la ops, los datos sobre la mortalidad “pueden pro-
porcionar un indicio del grado de violencia mortal en una
comunidad o un país determinado” (ops, 2003: 8); por ello,
las tasas por cada 100 mil habitantes de homicidios, sui-
cidios, bajas relacionadas con la guerra, etc., representan
los principales indicadores para la medición de la violencia
(World Health Organization, 2014). Por otro lado, el enfoque
de la violencia desde la perspectiva de la salud se basa en
el método cientíco, para lo que es necesaria la recopilación
sistemática de información, la identicación de las causas o
factores que producen la violencia, el análisis de la relación
entre los factores y la denición de acciones efectivas que
prevengan la violencia. En particular, el enfoque de la salud
concede suma importancia a la prevención (ops, 2003: 5).
Es justo señalar también las limitaciones de la tipología
de la violencia propuesta por la ops. En primer lugar, quizá
la más importante, es la limitada concepción de la violencia,
al reducirla a la expresión física de la misma. La violencia no
siempre se expresa físicamente, con lesiones, muerte, daños
o trastornos. Por otro lado, la violencia se expresa de formas
complejas que no pueden ser abarcadas solamente por la
identicación de los agentes generadores. Sin embargo,
la identicación de los actores de la violencia es un buen
principio para generar una tipología de la violencia.
Las razones de la violencia
Clasicar la violencia tomando de referencia las razones
o los motivos de los actores de la violencia es un arduo
trabajo: habría tantas razones como individuos que la
ejerzan. Pero, de enfocarse solamente en aquellos actores
colectivos, es posible identicar ciertas generalidades. De
ahí que se propone, en un primer momento, tres grandes
razones o motivaciones de la violencia: económicas, políticas
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Teoría y Debate No. 82
y socioculturales. Evidentemente los actores de la violencia
pueden tener más de un tipo de razones (motivos múltiples),
combinarlas en un momento determinado (motivos mixtos),
o tener motivos ocultos o poco evidentes, por lo que se inclu-
yen en esta clasicación.
Cuando los actos de la violencia son motivados por la
obtención de recursos económicos o materiales, se clasica
como violencia económica. Desde esta perspectiva, el com-
portamiento de los actores de la violencia se concibe como
económicamente racional, es decir, actúan de determinada
manera con el objeto de obtener un benecio económico o
material. Éstos pueden ser objetivos de cualquier grupo
o colectivo, como el Estado, las guerrillas, los terroristas,
aunque suele atribuírsele principalmente a los delincuen-
tes y actores del crimen organizado (Bagley y Rosen, 2015;
Beittel, 2015; Siegel y Bunt, 2012). Ésta suele ser una de
las explicaciones más convencionales del ejercicio de la vio-
lencia por este tipo de actores no estatales, pero no se limita
a ellos. Algunos estudios han mostrado cómo, por ejemplo,
las guerrillas colombianas (Restrepo y Aponte, 2009) o
los extremistas islámicos (Forst, 2008) han recurrido a la
violencia para hacerse de recursos que den sostenibilidad
a sus movimientos.
La violencia política comprende todos aquellos actos de
violencia que tienen como n el mantenimiento del orden
público, el respeto a las leyes o la adquisición de poder. Este
tipo de violencia ha sido principalmente estudiado en acto-
res del Estado, grupos guerrilleros, movimientos sociales
y terroristas (véase Imbusch, Misse y Carrión, 2011; Tilly,
2008; Winkler, 2006). No obstante, el ejercicio de la violen-
cia de parte de algunos grupos del crimen organizado ha
mostrado nes políticos, aunque no busquen tomar el poder
político o cambiar el sistema político, si tienen incidencia en
las decisiones de las autoridades, en las políticas públicas,
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en la generación de bienes públicos o en el control de facto de
funciones gubernamentales (Lessing, 2012; Schedler, 2015).2
Por último, se habla de violencia social o cultural cuando
aspectos de la cultura o del orden simbólico —por ejemplo
la religión y la ideología, el lenguaje y el arte, la ciencia
formal, la lógica y el razonamiento— son empleados para
justicar actos violentos (véase Galtung, 1998, 2009). Este
tipo de violencia se expresa en la desigualdad económica,
en el racismo, en las diferencias de género, en el acceso a
los servicios públicos, en las posibilidades de desarrollo
humano y consecución del bienestar.
Como se menciona en párrafos anteriores, los motivos
de los actores de la violencia no son excluyentes, éstos
pueden apelar a distintas razones al momento del ejerci-
cio de la violencia. Tal como lo considera Schedler (2015:
54): “la atribución de motivos es estructuralmente difícil”.
¿Cómo sabemos cuáles son los “motivos verdaderos” de los
actores de la violencia? La mayoría de las personas, inclui-
dos políticos y académicos, suelen pensar que los motivos
de los grupos criminales son exclusivamente económicos.
Pero, ¿cómo estar tan seguro de ello? Por ejemplo, algunos
grupos criminales como la Familia Michoacana o los Caba-
lleros Templarios en México han dado muestras claras de
intereses políticos, incluso llegando a suplantar algunas
funciones del gobierno y de las autoridades (Maldonado
Aranda, 2012). En el caso de los Caballeros Templarios los
motivos religiosos han formado parte de su agenda criminal
(Beittel, 2015; Reguillo, 2014). Esto invita a pensar en la
dicultad de atribuir determinantemente motivaciones a los
2. De acuerdo con Tilly (2006, 2008), la violencia colectiva es siempre política:
las interacciones se dan entre colectivos que comparten un conjunto de valores,
normas, intereses en común; mediante esta interacción un colectivo intenta
imponer sus valores, normas o intereses al otro colectivo; regularmente el Estado,
las autoridades legales o los actores gubernamentales son uno de los colectivos
que participan en la interacción. Por estas razones resulta pertinente desarrollar
con mayor profundidad las categorías de violencia colectiva y violencia política.
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actores violentos, ya que cabe la posibilidad de existir moti-
vos ocultos que sean difíciles de inferir de manera directa.
Por otro lado, es más común que en la violencia criminal
organizada se identiquen motivos mixtos o múltiples. En
otras palabras, seguramente la principal motivación de los
actores de la violencia criminal organizada sea la obtención
de recursos o la maximización de utilidades pero, como ha
argumentado Kalyvas (2006, 2015) en sus estudios sobre
diferentes formas de guerra civil, la selección de las víc-
timas, las formas de la violencia y el tiempo en el que se
ejerce regularmente está motivada por asuntos políticos,
culturales o personales —por ejemplo, por motivos per-
sonales como la envidia, el resentimiento, la competencia
amorosa o los rencores familiares suelen elegirse muchas
de las personas asesinadas por el crimen organizado—. En
este sentido, una explicación puramente desde la raciona-
lidad económica de los actores limita la comprensión de la
violencia criminal organizada.
Grado de organización de la violencia
Distinguir la violencia según su grado de organización es
pertinente porque habla de toda una maquinaria puesta en
función de la administración de la muerte (véase Mbembe,
2011; Valencia, 2010). Esta distinción marca una diferencia
respecto al “delito común” y permite enfocarse en la vio-
lencia que se maniesta de manera organizada, la cual es
característica de la violencia efectuada por colectivos como
el crimen organizado o el Estado. En este marco, solamente
es posible hablar de violencia organizada cuando se trata de
actos realizados por colectivos fuertemente estructurados,
con gran autonomía operativa y alta diferenciación interna
(jerarquía) y externa (membresía) (véase Malesevic, 2010;
Schedler, 2015; Tilly, 2008).
En cambio, la violencia desorganizada, oportunista o
casuística, no menos maligna que la violencia organizada, es
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producto de individuos o de colectivos donde el acto violento
parece haber sido más una consecuencia de sus acciones que
un medio para un n. En este tipo de violencia los actores
violentos no están coordinados, carecen de mecanismos
o procesos sistemáticos para el ejercicio de la violencia,
están más determinados por la situación o el contexto
(oportunidad) y las motivaciones personales (véase Collins,
2008, 2009). Cuando existe cierto grado de sistematicidad,
organización y prevalencia de los actos violentos, éstos son
realizados generalmente a título personal, como podrían
ser los feminicidios o los asesinatos en serie.
Los escenarios de la violencia
Otra manera de clasicar la violencia es atendiendo a
los escenarios espaciales y temporales en los que se mani-
esta. Uno de estos tipos de violencia es la situacional, la
que se desarrolla en el espacio de la vida cotidiana. Ésta ha
sido estudiada, entre otros, por Zimbardo (2008) y Collins
(2008, 2009). La premisa fundamental es que la emergencia
de la violencia está condicionada por situaciones sociales
concretas, es decir, por la conjunción de diversos elementos
institucionales, simbólicos y personales que se activan en
la interacción social entre los individuos o grupos en dis-
puta, en un momento y espacio determinado. Debido a la
complejidad que esto implica, la perspectiva situacional de
la violencia considera que los actos de violencia maniestos
son una excepción en la innidad de interacciones sociales
conictivas que se resuelven sin violencia. Esta perspectiva
permite explicar la gran mayoría de actos violentos indi-
viduales, como los homicidios y las agresiones, así como
algunos actos violentos colectivos, como las peleas calleje-
ras de las pandillas, las agresiones en eventos deportivos
o públicos, o los enfrentamientos entre fuerzas armadas y
la delincuencia organizada.
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Otros escenarios a considerar cuando se habla de violen-
cia organizada son las situaciones complejas de emergencia
y los conictos armados. Una situación compleja de emer-
gencia es, de acuerdo con las Naciones Unidas, “una crisis
humanitaria en un país, región o sociedad, donde hay un
deterioro total o considerable de la autoridad como resul-
tado de conictos internos o externos, que requieren una
respuesta internacional […]” (ops, 2003: 235). El término se
utiliza para describir situaciones de violencia sistemática
y prevalente que tienen implicaciones políticas internas o
externas, en las cuales parece necesaria una intervención
de organismos internacionales.3
En lo que respecta a los conictos armados, se hace
una distinción entre dos tipos de conictos armados: (a)
los conictos armados internacionales (cai), que tienen
lugar entre dos Estados o más, y (b) los conictos armados
no internacionales, (cani) que se libran entre Estados y
grupos armados no gubernamentales, o entre estos grupos
únicamente (Melzer, 2019: 57). Dicho en otras palabras, se
reconoce la existencia de un cani “cuando ocurre una situa-
ción de violencia armada prolongada entre las autoridades
gubernamentales y un grupo armado organizado o más, o
entre esos grupos” (Melzer, 2019: 55). Lo que es retomado
por Schedler (2015: 49), para quien se trata de “una con-
frontación entre grupos armados dentro de un Estado, o
entre un grupo armado y el mismo Estado, que causa un
mínimo de mil muertos al año”.
Este tipo de escenarios permite comprender la violencia
organizada bajo lógicas que trascienden las motivaciones
económicamente racionales que se le atribuyen a la violen-
cia criminal organizada que ejercen los grupos del crimen
3. Para mayores detalles sobre el tipo de derechos aplicables en situaciones de
emergencia y conictos armados, consúltese la obra de Melzer (2019: 30).
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organizado y el narcotráco (véase Kalyvas, 2006; Lessing,
2012; Malesevic, 2010).4
Genocidio: el crimen de los crímenes
Cualquiera sea el tipo de conicto armado, el marco jurí-
dico aplicable en la conducción de hostilidades es el derecho
internacional humanitario (dih) o derecho internacional
de los conictos armados (dica), y las violaciones graves a
dicha rama del derecho internacional público constituyen
crímenes de guerra, que al igual que el crimen de agresión,
los crímenes de lesa humanidad y el genocidio, son impres-
criptibles (Organización de Naciones Unidas, 1968, 1998,
artículos 5 al 8).
De esto cuatro delitos de derecho internacional, se con-
sidera al genocidio como el de mayor gravedad: “Existe
la noción generalizada de que el genocidio es el crimen
de crímenes” (Europa Press, 2020). Esto se explica por el
propio signicado y alcances del genocidio, entendido como
aniquilar, extirpar, liquidar, limpiar; más concretamente,
como el exterminio sistemático de un grupo nacional, étnico,
racial o religioso (Organización de Naciones Unidas, 1948).
Por lo tanto, se erige en cualquiera de una serie de actos
cuya comisión tenga por objeto la destrucción total o parcial
de ciertos grupos de personas: es esta intención lo que dis-
tingue al genocidio de otros crímenes de lesa humanidad o
contra la humanidad (Cassese, 2003: 96). De ahí que, para
Jacques Billiet, director del Servicio de Información de los
Crímenes de Guerra de Francia, el genocidio debe ser con-
cebido como “crimen contra la persona humana” (Autores
varios, 1947: 15).
4. El trabajo de Montoya Ramos (2014) presenta evidencias razonables para
considerar la situación de violencia en determinadas regiones de México como
un conicto armado no internacional (cani), lo cual implicaría la activación de un
conjunto de protocolos internacionales que regulen el conicto y minimicen los
daños incidentales de la confrontación.
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Teoría y Debate No. 82
En su origen gramatical, la palabra proviene de las raíces
genos, vocablo griego que signica familia, tribu o raza, y
cidio del latín cidere, modicación de caedere: matar; por
lo que se trata de una combinación etimológica grecolatina
cuya traducción sería: “acción de matar a una familia, tribu
o raza”.
Se atribuye la paternidad de dicho vocablo al jurista
judeo-polaco Raphael Lemkin, quien en 1941 huyó de
Polonia ante la invasión de la Wehrmacht; y, después de
una breve estadía en los países nórdicos, llegó a refugiarse
a Estados Unidos.
En su libro, Lemkin (1944) dene el genocidio como el
plan coordinado de diferentes acciones cuyo propósito es la
destrucción de los cimientos esenciales de la vida de grupos
nacionales, con el objetivo de aniquilarlos. Posteriormente
esta misma denición sirvió de base a la Convención para la
Prevención y Sanción del Delito de Genocidio (Organización
de Naciones Unidas, 1948), que el propio Lemkin alienta.5
Dicho en otros términos, el genocidio es la negación al
derecho de existencia de los grupos humanos, del mismo
modo que el homicidio es la negación del derecho a la
vida de los seres humanos individuales; de tal negación
del derecho o de existencia, se siguen grandes pérdidas
para la humanidad, por la privación de las contribuciones
culturales y de otro orden representadas por esos grupos
humanos, y es contraria a la ley moral y al espíritu y nes
de la Organización de las Naciones Unidas (1947: 254-256).
5. Se trata del primer instrumento jurídico internacional en materia de derechos
humanos que en su artículo II consagra: “En la presente Convención, se entiende
por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados
con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial
o religioso, como tal: matanza de miembros del grupo; lesión grave a la integridad
física o mental de los miembros del grupo; sometimiento intencional del grupo
a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o
parcial; medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; traslado
por fuerza de niños del grupo a otro grupo”.
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En resumen, el genocidio constituye un ataque a la
diversidad humana como tal, es decir, a una de las carac-
terísticas de la “condición humana” sin la cual los términos
“humanidad” y “género humano” carecerían de sentido
(Arendt, 1967: 387).
Cabe señalar que a la luz del genocidio nazi, Löwy (2003:
42) acuñó el término “barbarie civilizada” de la siguiente
forma:
Se podría denir como propiamente moderna a la barbarie que presenta
las características siguientes: a) utilización de modernas técnicas (indus-
trialización de la muerte, exterminio en masa gracias a las tecnologías
cientícas de punta); b) despersonalización de la masacre (poblaciones
enteras —hombres y mujeres, niños y ancianos— son “eliminados”, con
el mínimo contacto personal posible entre los ejecutantes y las víctimas;
c) gestión burocrática, administrativa, ecaz, planicada, “racional” (en
términos instrumentales) de actos bárbaros; d) ideologías legitimadoras
de tipo moderno: “biológicas”, “saneadoras”, “cientícas” (y no religiosas
o tradicionalistas).
Conicto armado
La guerra, que es “la política con derramamiento de
sangre”, siguiendo a Karl von Clausewitz (2000: 24), cons-
tituye un “verdadero camaleón, por el hecho de que en cada
caso concreto cambia de carácter”, que presenta retos de
la mano de la evolución de la ciencia y la tecnología, cuyo
impacto es puesto de relieve en el libro Antidühring por
Frederick Engels (Moloeznik, 2018: 73-88, 163-168).
Las guerras del siglo xxi se caracterizan por su prolon-
gación temporal y por ser mayoritariamente de carácter
no internacional (cani) y, por tanto, afectan sobre todo a la
población civil o no combatientes, por ser asimétricas, y por
la diversidad y complejidad de grupos armados no estatales,
entre otras notas esenciales (véase Münkler, 2003).
Sobre los paradigmas de la violencia
23
Teoría y Debate No. 82
En lo que respecta a las condiciones de un conicto
armado, en particular de carácter no internacional (cani),
el Documento de opinión del cicr 6 —publicado en 2008—
dene a los cani como
[…] enfrentamientos armados prolongados entre fuerzas armadas
gubernamentales y las fuerzas de uno o más grupos armados, o entre
estos grupos, que surgen en el territorio de un Estado [parte en los
Convenios de Ginebra]. El enfrentamiento armado debe alcanzar un
nivel mínimo de intensidad y las partes que participan en el conicto
deben poseer un mínimo de organización (Comité Internacional de la
Cruz Roja, 2008: 10).
Esto es, las condiciones para la existencia de un cani son
las siguientes:
Umbral de intensidad: es necesario que el enfrentamiento
alcance una situación de “violencia armada prolongada”
entre un Estado y grupos armados organizados, o bien
entre esos grupos, que no pueda controlarse mediante la
actividad policial habitual en tiempo de paz, es decir que
imponga la intervención de las fuerzas armadas, a la sazón
instrumento coercitivo de máxima intensidad de uso de la
fuerza del Estado como detentador del monopolio legítimo
de la fuerza.
Entre los elementos indicativos para evaluar el nivel de
dicha intensidad destacan: el número de enfrentamientos
y la duración e intensidad de cada uno de los mismos; el
tipo de medios (armas y equipamiento militar utilizado); el
número y el calibre de las municiones utilizadas; el número
de combatientes y los tipos de fuerzas que participan en los
enfrentamientos; el número de bajas; así como la extensión
de la destrucción material y el número de civiles expulsados
de las zonas de combate.
Umbral de organización: sin un nivel mínimo de organi-
zación es imposible desarrollar operaciones militares coor-

Marcos Pablo Moloeznik y Radamanto Portilla-Tinajero
24
dinadas y sostenidas, así como garantizar el cumplimiento
general del dih.
Entre los factores indicativos se incluyen elementos tales
como: la existencia de una cadena de mando y de normas
y mecanismos disciplinarios dentro del grupo; contar con
un cuartel general; ejercer cierto control territorial; tener
capacidad para aprovisionarse de armamento y de otro
equipamiento; estar en condiciones de reclutar personal
y de desarrollar entrenamiento militar; poder planicar,
coordinar y ejecutar operaciones militares, incluyendo
movimientos de tropas y logística; denir una estrategia
militar unicada y emplear tácticas militares; contar con un
vocero ocial; y, tener la capacidad para negociar y celebrar
acuerdos de paz o de cese al fuego, entre otros.
Actualmente a los conflictos armados se los conoce
como de cuarta generación, también denominados guerras
híbridas, término acuñado por James N. Mattis y Frank
G. Hoffman (2005), ociales del Cuerpo de Infantería de
Marina de Estados Unidos (Usmc).
Otras situaciones de violencia
El dih reconoce también la existencia de niveles de
violencia más bajos, tal como se desprende del párrafo 2
del artículo 1 del Protocolo II adicional a los Convenios de
Ginebra de 1949, que a la letra reza: “El presente Proto-
colo no se aplicará a las situaciones de tensiones internas
y de disturbios interiores, tales como los motines, los actos
esporádicos y aislados de violencia y otros actos análogos,
que no son conictos armados” (Comité Internacional de la
Cruz Roja, 1977).
Asimismo, en dichas situaciones que no alcanzan el
umbral de conicto armado y que se agrupan en lo que el
Comité Internacional de la Cruz Roja llama “otras situa-
ciones de violencia” (osv):
Sobre los paradigmas de la violencia
25
Teoría y Debate No. 82
[…] todo empleo de la fuerza u otra autoridad que ejerzan los Esta-
dos en contra de grupos o individuos que se encuentren dentro de
su jurisdicción son regidos por el derecho de los derechos humanos,
mientras que los hechos de violencia o daños que ocasionen dichos
grupos o individuos quedará en el ámbito del mantenimiento de la ley
y el orden y, por lo tanto, estarán regulados por el derecho nacional
(Comité Internacional de la Cruz Roja, 2015b: 22 y 23).
De ahí la importancia de dar cuenta de las características
esenciales de las osv, que se entienden a partir del fenómeno
de los disturbios y tensiones internas.
Los disturbios se denen como situaciones de enfrenta-
miento que presentan cierto carácter de gravedad o dura-
ción, con una profunda perturbación del orden interior y
que comprenden actos de carácter violento, tales como reu-
niones, concentraciones, manifestaciones reivindicativas,
huelgas de ámbito nacional, motines y golpes de Estado, en
cuyo contexto las autoridades gubernamentales se enfren-
tan a grupos de personas o manifestantes (Costas Trascasas,
2005: 58). Se trata, por ejemplo, de motines mediante los
cuales grupos de personas maniestan abiertamente su
oposición, su descontento o sus reivindicaciones, o también
de actos aislados y esporádicos de violencia. Puede tratarse,
incluso, de luchas de facciones entre ellas o contra el poder
establecido (Comité Internacional de la Cruz Roja, 1988: 9
y ss.). La respuesta estatal suele ser el empeñamiento de
gran número de fuerzas policiales, de seguridad o militares,
para restablecer la ley y el orden interno deteriorados, y
suele traer aparejado un elevado número de víctimas, como
resultado de las medidas represivas.
Las situaciones de tensión se caracterizan porque no se
producen o no llegan a producirse enfrentamientos violen-
tos propiamente dichos; por lo que las autoridades suelen
recurrir al uso de la fuerza y al establecimiento de legis-
lación de excepción con carácter preventivo, para reducir
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Marcos Pablo Moloeznik y Radamanto Portilla-Tinajero
26
la tensión política, social, económica o étnica (de Rover,
1988: 214, 440 y 444). Su origen descansa, principalmente,
en problemas económicos que pueden provocar huelgas
generales, con riesgo de incumplimiento de los servicios
mínimos; así como en problemas sociales que produzcan
protestas generalizadas que puedan desembocar en vio-
lencia; en problemas derivados de situaciones catastrócas
que pueden degenerar en pillaje y saqueos; en problemas
sanitarios que desencadenen epidemias, alarmas; y hasta
en el monopolio de medicamentos o recursos vitales, en
detrimento de la comunidad.
En síntesis, los disturbios interiores se presentan cuando
el Estado utiliza la fuerza armada para mantener el orden,
sin que haya conicto armado; en tanto que la existencia
de tensiones internas responde al empleo de la fuerza como
una medida preventiva para mantener el respeto de la ley
y el orden.
Los osv no son conictos armados y, por ende, no alcanzan
el umbral de aplicación del dih, sino del derecho internacio-
nal de los derechos humanos (didh) y el derecho interno de
cada Estado soberano, aunque el Comité Internacional de
la Cruz Roja reconoce que los osv suelen presentar efectos
humanitarios muchas veces de mayor magnitud y devasta-
ción que los conictos armados propiamente dichos.
Por último, cabe destacar que en actividades de aplicación
de la ley, el didh establece que la fuerza letal sea empleada
solo como último recurso, cuando otros medios no resultan
ecaces o no garantizan que se alcance el objetivo de una
operación de aplicación de la ley (Comité Internacional de
la Cruz Roja, 2015a: 19).6
6. Por ende, el uso de la fuerza letal está permitido si es necesario para proteger
a las personas de una amenaza inminente de muerte o lesiones graves, o para
evitar que se cometa un delito grave que implica una amenaza seria para la vida.
Sobre los paradigmas de la violencia
27
Teoría y Debate No. 82
Terrorismo
Si bien la comunidad internacional condena al terrorismo
en todas sus formas y manifestaciones, al reconocerlo como
una de las amenazas más graves a la paz y la seguridad
internacionales, no existe una denición universal, salvo
su caracterización como actividad delictiva grave motivada
por un objetivo en particular (Organización de Naciones
Unidas, 2006).
En contraste, sí existe un consenso sobre su naturaleza,
al ser concebido como un fenómeno sociopolítico que apela
a la violencia y a la amenaza de la misma, con la intención
de alterar los comportamientos sociales e institucionales,
generando reacciones como la ansiedad, la incertidumbre,
el miedo o la intimidación, mediante la realización de
acciones violentas que persiguen provocar efectos psíquicos
desproporcionados respecto a las consecuencias materiales
causadas. El recurso a dicha violencia persigue la conse-
cución de objetivos que generalmente son de tipo político y
religioso (Autores varios, 2013).
También es denido como un método de violencia “indis-
criminada y sin control” (Gasser, 2002), con la nalidad de
causar terror aplicado fundamentalmente a los no comba-
tientes. De conformidad con Swinarski (2003: 534), uno de
los primeros intentos por denirlo es el Convenio para la
Prevención y Castigo del Terrorismo de 1937, en cuya virtud
terrorismo eran aquellos “actos criminales dirigidos contra
un Estado con la intención o procurando crear un estado de
terror particularmente a las personas o grupo de personas
o al público en general”. Esto signica que el terrorismo es
un agelo que se caracteriza por actos indiscriminados de
violencia que suelen perpetrarse sobre la población civil,
como un medio para lograr determinados objetivos.
Como quiera que sea, el desafío descansa en cómo conci-
liar su tratamiento efectivo para salvar vidas humanas con
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Marcos Pablo Moloeznik y Radamanto Portilla-Tinajero
28
el respeto de los derechos humanos, es decir, cómo evitar
el sacricio de los derechos fundamentales en el altar de la
seguridad. El marco jurídico internacional y los instrumen-
tos que se desprenden de los mismos constituyen el primer
escalón de protección contra la barbarie; el Estado-nación
como detentador del monopolio legítimo de la fuerza no
puede, bajo circunstancia alguna, utilizar los mismos méto-
dos que los terroristas, porque de lo contrario pondría en
entredicho la ética y principios sobre los que se sustenta.
Violencia criminal organizada
Mientras que la violencia criminal organizada es un tipo
de violencia particular (véase Schedler, 2015). En primer
lugar, los actores de la violencia son grupos o colectivos
altamente estructurados, con autonomía en su operativi-
dad y un cierto grado de cohesión identitaria (Paoli, 2003).
Particularmente estos grupos o colectivos desarrollan acti-
vidades ilegales o proscritas, de ahí que sean criminales o
delincuentes. En segundo lugar, los motivos de la violen-
cia criminal organizada son principalmente económicos,
aunque suelen combinarse con cuestiones ideológicas,
religiosas o políticas, según el grupo de que se trate (Maltz,
2010). Tratándose del caso mexicano, no es evidente que
estos colectivos tengan motivaciones políticas, al menos no
se ha comprobado que quieran cambiar el sistema político u
ocupar posiciones políticas, pero parece que sí tienen inten-
ciones de incidir en algunos sectores de la administración
pública. En tercer lugar, el uso de la violencia por parte de
los grupos del crimen organizado responde a mecanismos y
procesos generados para la administración de la violencia.
Esto quiere decir que la violencia es selectiva, orientada a
resultados, de carácter estratégico, y que existen mecanis-
mos moderadamente institucionalizados para la conducción
de la violencia (Koerin, 1978; Schelling, 2010). Por último,
Sobre los paradigmas de la violencia
29
Teoría y Debate No. 82
la violencia criminal organizada comparte características
de los conictos armados no internacionales (Albanese,
2007; Kaldor, 2001; Kalyvas, 2015), por lo que la lógica de
su ejercicio debe buscarse también en este contexto.
La violencia criminal organizada es una forma de violen-
cia colectiva. El uso de la violencia en este tipo es instru-
mental, lo que quiere decir que personas que se identican a
sí mismas como miembros de un grupo utilizan la violencia
contra otro grupo o conjunto de individuos para lograr obje-
tivos políticos, económicos o sociales (ops, 2003: 235). Por
tanto, el supuesto es que los cárteles de la droga, la delin-
cuencia organizada7 o los actores de la violencia criminal
utilizan racionalmente la violencia en función de objetivos
particulares. Lo cual es cierto y así ha sido demostrado por
diversos estudios sobre la delincuencia organizada (véase
Albanese, 2007; Beittel, 2015; Kaldor, 2001; Kalyvas, 2006;
Paoli, 2014).
Sin embargo, los actores de la violencia colectiva no
siempre la ejercen racionalmente o como medio para un
n. Como han puesto al desnudo algunos estudiosos, el
ejercicio de la violencia por parte de algunos colectivos se ha
constituido, en algunos momentos y contextos especícos,
en un n en mismo (Bernstein, 2015; Blair, 2009; Kaldor,
2001; Reguillo, 2011).
Conclusiones: sobre los paradigmas de la violencia
La violencia constituye un fenómeno por demás complejo
a la vez que es una constante histórica. Esto explica que
7. De acuerdo con la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia
Organizada Transnacional, la delincuencia organizada se entiende como “un
grupo estructurado de tres o más personas […] que actúe concertadamente
con el propósito de cometer uno o más delitos graves o delitos tipicados […]
con miras a obtener, directa o indirectamente, un benecio económico u otro
benecio de orden material” (Ocina de las Naciones Unidas contra la Droga y
el Delito, 2004: 5).
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Marcos Pablo Moloeznik y Radamanto Portilla-Tinajero
30
diversos pensadores y tratadistas hayan intentado denirla,
interpretarla y clasicarla. Actualmente la violencia da
al traste con el más sagrado de los derechos humanos, el
derecho a la vida. En particular, es la violencia colectiva
—aquella que afecta a grandes colectivos sociales— la res-
ponsable del mayor número y tasa de defunciones del orbe.
No obstante su importancia y peso, no existe una denición
de la violencia aceptada universalmente, así como tampoco
una teoría que sea capaz de explicar todas las formas de
violencia.
Tal como se pone de relieve, es posible distinguir dos
concepciones generales de la violencia: una restringida y
otra ampliada. La concepción restringida de la violencia
hace hincapié en el daño físico, a la sazón su característica
objetiva y medible. De manera tal que la muerte ajena a
causas naturales se constituye como el indicador global y
predilecto de la violencia, y se pone especial énfasis en las
consecuencias y la gravedad del daño sobre las víctimas. La
concepción ampliada de la violencia reconoce un conjunto
más amplio de actos que implican ejercicios intencionales
de poder contra individuos o colectivos, que no se expresan
solo en daños físicos, pero que reproducen relaciones siste-
máticas de desigualdad, exclusión, subordinación u otras
formas sutiles de victimización y coerción.
En cuanto a la clasicación de la violencia, la concepción
restringida propone tomar en consideración cuatro criterios:
a) los actores de la violencia; b) los motivos de la violencia; c)
el grado de organización de la violencia, y d) los escenarios
de la violencia.
La evidencia y diversos estudios soportados en datos
duros demuestran que el genocidio y otros crímenes de lesa
humanidad, los crímenes de guerra, los actos esporádicos
y aislados de violencia —otras situaciones de violencia—,
el terrorismo y la violencia criminal organizada son las
modalidades de la violencia responsables de la mayoría de
Sobre los paradigmas de la violencia
31
Teoría y Debate No. 82
las muertes violentas en el orbe que ponen en entredicho el
pacto social y, por ende, la seguridad comunitaria.
Así, para la Organización Mundial de la Salud, las formas
de violencia colectiva más reconocidas son los conictos
armados, el terrorismo, las situaciones complejas de emer-
gencia, el genocidio, la represión, las desapariciones, la
tortura y las masacres (ops, 2003: 235), a las que se suma el
accionar de la violencia criminal, traducido en ejecuciones
y enfrentamientos armados.
En este marco, distintos grupos hacen uso de la violencia
colectiva, como el Estado, los grupos guerrilleros, los terro-
ristas, la delincuencia organizada y algunos movimientos
sociales. En especial, los grupos delictivos organizados se
caracterizan por un uso extensivo de distintas formas de
violencia colectiva (Albanese, 2000, 2007; Shaw, 2009).
La respuesta estatal sin trastocar los principios funda-
mentales del Estado de derecho —corazón del ordenamiento
penal, procesal y constitucional de los sistemas democrá-
ticos— se erige en un reto insoslayable (López Garrido,
1987: I y II), que se traduce en el delicado equilibrio entre
la vigencia plena de los derechos humanos (en especial, el
derecho a la vida) y la violencia institucionalizada.
Como quiera que sea, el lector se encuentra frente a la
violencia como principal desafío social en tanto que, como
subraya el padre jesuita Ignacio Martín Baró, “es un fenó-
meno donde lo social se vuelve individual y donde lo perso-
nal se traduce en construcción social” (Garavito, 2005: 43),
cuya atención se confía al Estado-nación en tanto árbitro y
orientador de los conictos sociales y como detentador del
monopolio legítimo de la fuerza.
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... Percepción de hombres acerca de la violencia hacia las mujeres, una mirada de la violencia… Revista ACANITS Redes Temáticas en Trabajo SocialISSN: 2992-6947 Vol. 3 Núm. 5 (2024) La violencia se traduce a daños generados hacia la persona en el que se emplea un uso de poder, en que se manifiesta de forma física, pero puede ejercerse desde las desigualdades, la subordinación o la coerción(Moloeznik y Portilla, 2021). En este sentido en el estudio de la violencia simbólica se requiere de precisar las formas en las que se produce y reproduce desde los contextos estudiados considerando que las ideas, creencias y pensamientos estén relacionados con el fenómeno. ...
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La violencia es un fenómeno naturalizado en la sociedad, en este sentido, desde la teoría de las representaciones sociales aproxima al objeto de estudio de la violencia simbólica que permite la identificación de prácticas que producen y reproducen roles de género en dos comisarías de Mérida, Yucatán. El objetivo de esta investigación es profundizar en los factores sociales que inciden en la violencia simbólica en contra de las mujeres en sus entornos familiares y comunitarios y las estrategias utilizadas para afrontarla. El diseño metodológico de este trabajo está orientado por una perspectiva cualitativa, se utilizó como técnica entrevistas semiestructuradas, a partir de la técnica de muestreo en red, se aplicó a un grupo de cinco hombres residentes de dos comisarías (Tamanché y San Ignacio Tesip) de Mérida, Yucatán. En los resultados, los hombres señalan que los comportamientos de las mujeres en familia deben ser de respeto y amabilidad, al igual que en la comisaría, situación que lleva a reflexionar que se producen y reproducen los estereotipos de género. En cuando a los roles de género se notan cambios importantes, por un lado, hay una paulatina incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, pero las actividades laborales siguen siendo actividades vinculadas a las labores domésticas y de cuidados, elementos que plantean la reproducción de estereotipos y roles de género, pero permiten incorporar un análisis crítico de la medida en que las mujeres se insertan en la reproducción de estereotipos y roles de género.
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Este artículo expone los resultados de una revisión narrativa acerca del cuidado infantil y el abuso sexual infantil, con el objetivo de identificar y analizar los aportes teóricos y metodológicos de investigaciones e informes que estudian la relación entre ambos fenómenos. Se incluyeron publicaciones entre 1990 y 2023 de bases de datos académicas y plataformas institucionales de educación superior. Los hallazgos se organizaron en cinco dimensiones: (1) categorización, (2) historia, (3) efectos en el sí mismo, (4) efectos en la familia y (5) intervención social. En primer lugar, se identificó que el abuso sexual infantil ha sido mayormente abordado desde perspectivas clínicas, centradas en los impactos psicológicos y emocionales que experimentan niños, niñas y adolescentes como víctimas directas. En segundo lugar, se reconoció una dimensión histórica que evidencia cambios en el tiempo en la manera de concebir y abordar el abuso. Una tercera dimensión alude a los efectos en el sí mismo, destacando las repercusiones en el “yo narrativo” de las víctimas. A continuación, se observó que la dimensión familiar no ha sido explorada con la misma profundidad, en particular, las experiencias de las personas cuidadoras, consideradas víctimas secundarias. Esta omisión resulta crítica, dado que su participación es fundamental en los procesos de reparación emocional y justicia. Finalmente, el estudio concluye que es imprescindible incorporar la epistemología feminista y la perspectiva psicocultural para comprender y abordar, tanto en investigación como en intervención social, los factores que propician y legitiman el abuso sexual infantil y las prácticas relativas al cuidado.
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En el presente artículo, se analiza desde la perspectiva de género y con un enfoque epistémico feminista decolonial; el impacto que la esclavitud tuvo en el universo de las mujeres blancas. Se reflexiona sobre cómo se construyeron históricamente los modelos de jerarquización y opresión que dieron sustento a este régimen en el sur de los Estados Unidos. Tomando el aspecto económico del mercado de esclavos, se muestran las relaciones de compraventa que se forjaron entre las mujeres; amas y propietarias, con aquellas personas sometidas a la trata negrera. Una historia de la esclavitud con perspectiva de género permite visibilizar cómo las mujeres esclavistas no sólo tuvieron la oportunidad de ser testigos de los aspectos más brutales del régimen, ya sea en el espacio público o privado, sino que también arroja información sobre su activa participación y los réditos económicos que supieron sacar del mismo.
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A través de la palabra escrita hacemos nuestras las historias. Más allá del ámbito profesional, con la acción e investigación, este libro está dirigido a todas las personas que buscan introducirse en la vida de los derechos humanos desde el enfoque de la psicología. Tal vez más de alguna se sentirá identificada con los relatos plasmados, sentirá malestar, enojo e incertidumbre. En tal sentido, este libro busca ser subversivo, busca revolucionar las ideas, pero sobre todo las emociones, el campo de especialidad de las y los psicólogos.
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p>Este ensayo sostiene que la criminología abandonó su quehacer antropológico no sólo en su parte física, sino también en la social. La contracara es que esto no debió ser así. El objetivo del estudio es replantear la práctica de la antropología en la criminología. Como método de argumentación y contraste se realizó una exploración del estado del arte sobre investigaciones relacionadas con la antropología criminal, pero también con temas como la antisociabilidad y la violencia. Y se encontró que la antropología criminal se ha inclinado a la parte forense y no tanto así a la perspectiva social de la criminología. Por tanto, proponemos que cambiar la arista desde donde suele valorarse el quehacer antropológico, nos permitiría ejercer de otra forma la criminología, y ésta es desde su quehacer como ciencia de investigación sobre lo social y humano.</p
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Hay una analogía entre la guerra, la construcción del estado y el crimen organizado en la historia de los últimos siglos en Europa. Los diferentes usos de la fuerza han tenido un papel central en la historia de las autoridades europeas. Así, la emergencia de los estados-nación fue el resultado de la ordenación de la violencia organizada a través de cuatro actividades: la guerra, la construcción del estado, la protección y la extracción.
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p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;"> Latin America has long been a violence-prone continent. No other region of the world knows higher homicide rates nor has such a variety of violence. Political violence, guerilla movements and civil wars, bloody revolutions, brutal dictatorships, domestic violence, criminal violence, and youth violence are all well known throughout history. This article gives an overview of the historical development of violence in Latin America and the Caribbean, examining its specificities and changes. The focus is on the recent explosion of violence and crime since the 1980s. As a literature review, it summarizes the main findings of academic research on violence in the different Latin American countries, thus providing additional insights into the major topics and research interests of Latin American and international institutions. After a short introduction and some remarks on the historical development of violence, the main part of the article deals with the recent rise of violence in the region. A special focus is on youth violence. At the end, the causes, costs, and consequences of violence for the Latin American societies are addressed. </p
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War is a highly complex and dynamic form of social conflict. This new book demonstrates the importance of using sociological tools to understand the changing character of war and organised violence. The author offers an original analysis of the historical and contemporary impact that coercion and warfare have on the transformation of social life, and vice versa. Although war and violence were decisive components in the formation of modernity most analyses tend to shy away from the sociological study of the gory origins of contemporary social life. In contrast, this book brings the study of organised violence to the fore by providing a wide-ranging sociological analysis that links classical and contemporary theories with specific historical and geographical contexts. Topics covered include violence before modernity, warfare in the modern age, nationalism and war, war propaganda, battlefield solidarity, war and social stratification, gender and organised violence, and the new wars debate.
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Despite strenuous efforts from local, national, and international law enforcement, organized crime continues to thrive and prosper—even centuries-old crime outfits are surviving the global forces of mass migration and multinational business and finance. From traditional gangland enterprises such as narcotics, gambling, and prostitution, the world’s mafias have moved into new sources of illegal income, including high-tech arms smuggling, money laundering, and identity fraud. Traditional Crime in the Modern World tracks these organizations—the Italian and Mexican mafias, Columbian drug cartels, Chinese triads, and others—across five continents as they adapt to change, and assesses their prospects in the short and long term. World events such as the collapse of the Soviet Union and the 9/11 terror attacks are discussed in the context of contributing to emerging markets for illicit goods and services, and to evolving partnerships among criminal entities. This timely volume: • Provides a comprehensive overview of how mafia-like structures function today. • Analyzes in depth national crime situations with global implications. • Examines the migration of organized crime groups and their operations in their new countries. • Gauges the influence of digital and other technologies on organized crime. • Where applicable, notes the links between organized crime and national political institutions. • Describes the impact of the global financial crisis on crime organizations. Concise, compelling, and deeply documented, Traditional Crime in the Modern World is an eye-opening resource for researchers in Criminology and Criminal Justice, particularly with an interest in organized crime and trafficking, as well as related topics of Demography, Political Science, and International Relations.
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In 1971, Richard Nixon declared a war on drugs. Despite foreign policy efforts and attempts to combat supply lines, the United States has been for decades, and remains today, the largest single consumer market for illicit drugs on the planet. This volume argues that the war on drugs has been ineffective at best and, at worst, has been highly detrimental to many countries. Leading experts in the fields of public health, political science, and national security analyze how U.S. policies have affected the internal dynamics of Mexico, Colombia, Bolivia, Peru, Brazil, Argentina, Central America, and the Caribbean islands. Together, they present a comprehensive overview of the major trends in drug trafficking and organized crime in the early twenty-first century. In addition, the editors and contributors identify emerging issues and propose several policy options to address them. This accessible and expansive volume provides a framework for understanding the limits and liabilities in the U.S.-championed war on drugs throughout the Americas. © 2015 by Bruce M. Bagley and Jonathan D. Rosen. All rights reserved.