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Democracia e integración social
Diagnósticos, dimensiones y desafíos
DEBATE POLÍTICO
LATINOAMERICANO
Democracia e integración social
Diagnósticos, dimensiones y desafíos
(Coordinadores)
Álvaro Aragón Rivera
Ángel Sermeño Quezada
Sergio Ortiz Leroux
Democracia e integración social
Diagnósticos, dimensiones y desafíos
© (Coordinadores) Álvaro Aragón Rivera, Ángel Sermeño Quezada, Sergio Ortiz Leroux
Este libro fue nanciado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, a través
del Proyecto de Investigación Cientíca Básica SEP-Conacyt: “Desafíos de la inte-
gración social en las democracias”, núm. 285575, cuyo responsable es el Dr. Carlos
Pereda.
Imagen de la cubierta: Henri Matisse. Dance (I). Paris, Boulevard des Invalides, early 1909,
MoMA.
Primera edición xx de xxxxx de 2020, Ciudad de México, México.
© Universidad Nacional Autónoma de México
Av. Universidad Nº 3000
Universidad Nacional Autónoma
de México, C.U.
Coyoacán 0450
Ciudad de México, México
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© Editorial Gedisa, S.A.
Avda. Tibidabo 12, 3º
0822 Barcelona, España
Tel. 93 253 09 04
gedisa@gedisa.com
www.gedisa.com
ISBN: 978-84-18525-02-5
IBIC: JPHV
Está investigación, arbitrada por pares académicos, se privilegia
con el aval de la institución coeditora
Impreso en México
Printed in Mexico
Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier
medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modicada,
en castellano o cualquier otro idioma.
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Directora Interina
Dra. María Teresa Rodríguez González
Secretaria Administrativa
Lic. Elizabeth Estrada Pérez
Jefe del Departamento de Publicaciones
Lic. José Alberto Barrañón Cedillo
IIFS-UNAM
ÍNDICE
Presentación ...................................................................................................... 11
Álvaro Aragón Rivera
Ángel Sermeño Quezada
Sergio Ortiz Leroux
I. Estado, democracia e integración social. Diagnósticos sobre la integración
social ............................................................................................................... 29
1. En busca de la integración perdida ....................................................... 31
Rolando Cordera Campos
2. Democracia, representación política e integración social ........................ 41
Ángel Sermeño Quezada
3. Problemas y contrasentidos de la integración social en democracias
(neoliberales) ................................................................................................. 67
Víctor Hugo Martínez González
4. Los nuevos desafíos a la integración social en el siglo XXI ...................... 103
Sergio Ortiz Leroux
5. Cohesión social y gobernabilidad: lecciones para México ...................... 133
Pablo Armando González Ulloa Aguirre
II. Violencia, política e integración social. ¿Cómo entender y tratar la
violencia? ......................................................................................................... 157
1. Un ensayo sobre la violencia y la igualdad ............................................ 159
Efraín Lazos Ochoa
2. De la violencia institucional al retorno de las violencias soterradas: ¿(Des)
integración social? ....................................................................................... 189
Concepción Delgado Parra
3. El n de la violencia. Reexiones arendtianas sobre el intervencionismo
militar ............................................................................................................ 221
María Teresa Muñoz
4. Violencia e integración social .................................................................... 245
Arturo Santillana Andraca
III. Religión, pobreza y ciudadanía. Desafíos de la integración social ........... 267
1. Religión y cohesión social. Usos y desusos de la religión en una sociedad
articulada a partir de subsistemas diferenciados ........................................ 269
Pedro Javier Meza Hernández
2. La integración social: evolución histórica y exigencias
contemporáneas ........................................................................................... 301
Nivia Marina Brismat
3. Ciudadanía y cohesión social. ¿Qué valores deben articular la convivencia en
un Estado democrático? ............................................................................... 327
Álvaro Aragón Rivera
4. La democracia como sociedad de iguales en la teoría de Pierre
Rosanvallon ................................................................................................... 355
Jesús Carlos Morales Guzmán
Post scriptum Covid-19 .................................................................................. 377
Álvaro Aragón Rivera
Ángel Sermeño Quezada
Sergio Ortiz Leroux
IV. Sobre los autores ...................................................................................... 383
La integración social: evolución teórica
y exigencias contemporáneas
Nivia Marina Brismat
Introducción
Los profetas del n de la sociedad y su desintegración denitiva han
acompañado a la humanidad desde los tiempos de las cavernas. Las
transformaciones sociales, más vertiginosas algunas y otras con mayor
dilatación en el tiempo, suelen venir acompañadas del temor –real o
infundado– a lo inédito, lo diferente, lo novedoso. Todos los “cambios
de época” se han identicado, invariariablemente, como pura y simple
“desintegración”.
Nuestro tiempo no ha estado exento de estas preocupaciones,
materializadas en los dramas y contradicciones del nuevo siglo: un
desarrollo económico sin precedentes acompañado de la muerte del
planeta por los desastres ecológicos; la falta de recursos de muchos y
la riqueza desmedida de pocos; una revolución tecnológica con base
en la información acompañada de una profunda individuación que
para muchos pone en cuestionamiento los valores y vínculos sociales
en los que descansan las sociedades modernas.
Dentro de los dilemas de inicios de siglo, el problema de la inte-
gración social se ha erigido en un asunto central. Por una parte, este
tema se relaciona con la complejización del mundo en que vivimos, y
por la otra, alude al incremento sin precedentes de la pluralización y la
diferenciación social en términos culturales y socioeconómicos.
DEMOCRACIA E INTEGRACIÓN SOCIAL
302
En ese contexto, se pretende aquí reexionar sobre la integración
social a partir de dos momentos: en primer lugar se reconstruye el
origen y principales desarrollos del concepto en las ciencias sociales,
especialmente en la sociología, y en segundo término, se analizan dos
fenómenos estrechamente vinculados con la integración/desintegra-
ción social en las sociedades contemporáneas; me reero a la pobre-
za y la desigualdad social. Por último, se consideran algunos de los
retos más relevantes que enfrentan nuestras sociedades con relación
a estas problemáticas.
Evolución teórica del concepto “integración social”
Para comprender la evolución, conceptualización y dimensiones más
relevantes del par integración-desintegración social, es imprescindible
trazar su origen en el nacimiento de las disciplinas sociales, especial-
mente de la sociología. Nacida con la impronta moderna, esta ciencia
social puede ser pensada como su memoria, y también como la deve-
ladora de sus principales problemas. Acertadamente, Octavio Ianni
ha apuntado:
La sociología nace y se desarrolla en el mundo moderno, re-
ejando sus principales épocas y transformaciones. En ciertos
casos no parece ser más que su crónica, pero en otros pone
al descubierto algunos de sus dilemas fundamentales (…) Si
miramos los temas clásicos de la sociología, así como sus con-
tribuciones teóricas, de inmediato nos encontraremos con las
más diversas expresiones del mundo moderno (…) Más aún, el
mundo moderno depende de la sociología para poder ser expli-
cado, para poder comprenderse (Ianni, 1997, p. 273).
La cuestión de la “integración social” y el andamiaje teórico-meto-
dológico que acompaña a este concepto, posiblemente sea uno de los
puntos cardinales en las reexiones sociológicas desde sus inicios. La
certeza del crecimiento algorítmico de la población y su concentra-
ción en las ciudades, la conciencia de la existencia de sociedades más
RELIGIÓN, POBREZA Y CIUDADANÍA. DESAFÍOS DE LA INTEGRACIÓN SOCIAL
303
grandes y densas, el alejamiento de los modos de vida tradicionales, la
explosión del desarrollo cientíco-técnico que cambió los modos de
producción (pero también las formas de vida), el cambio profundo
de la escala espacio-temporal vivida, y un largo etcétera, dieron paso
a la conciencia de la existencia de importantes procesos de diferencia-
ción social, y a la par, a un desarrollo incesante de la individuación.
En ese contexto, el interés de los padres fundadores de la sociología
no se concentró en aplaudir el nuevo escenario, sino en preguntarse
cómo, en un contexto de mayor autonomía del mundo y de los actores
sociales, la sociedad podía permanecer integrada.
Siguiendo las preocupaciones de Auguste Comte y llevándolas a
sus máximas consecuencias, Emile Durkheim sistematizó por primera
vez la cuestión de la integración social moderna. En su obra La di-
visión del trabajo social postula una idea central: la realidad de una
sociedad diferenciada producto de la división del trabajo:
La división del trabajo no es un elemento particular del univer-
so económico, sino que es factible contemplar el crecimiento
de su inuencia en los segmentos más diversos de la sociedad.
Las funciones de índole política, administrativa y judicial se
especializan cada día más y algo muy semejante acontece en el
campo de las funciones artísticas y cientícas. Está muy lejano
el tiempo en que la única ciencia era la losofía, la que se ha
atomizado en una multitud de disciplinas particulares, cada una
con su propio objetivo, su propio método, su particular espíritu
(Durkheim, [1893] 2014, p. 44).
La división social del trabajo es la fuerza centrípeta que modela la
diferenciación, y a la par, es la generadora de la integración social mo-
derna, a la que denomina “solidaridad orgánica”. Durkheim reconoce
que los modos de integración social adecuados para sociedades donde
las diferencias entre los individuos son el punto de partida, consis-
ten en formas racionalizadoras, como las normas jurídicas, capaces de
asegurar un equilibrio dinámico en un contexto de alta división social
del trabajo (Durkheim, [1893] 2014).
DEMOCRACIA E INTEGRACIÓN SOCIAL
304
Con el pensamiento durkheimiano, las ciencias sociales iniciaron
la comprensión de la sociedad moderna como un orden organizado
en funciones especícas en todos los planos de actividad, lo que da
lugar a una estructura social organizada. La propia diferenciación es
la que produce la emergencia de vínculos en las sociedades moder-
nas, los cuales, a diferencia de los lazos que dotaban de sentido a las
sociedades anteriores (tradicionales, comunitarias, etcétera), generan
solidaridad orgánica a partir de una multiplicidad de vínculos, relacio-
nes sociales y niveles de actividad. A partir de estos procesos, los in-
dividuos, al tornarse más autónomos en una sociedad crecientemente
diferenciada, dependen más de la sociedad.
La integración social, la forma en que los individuos y grupos se
articulan en patrones estables de relaciones sociales con los otros, es
el hecho social más signicativo para Durkheim. Por ello inició un
camino para comprender la sociedad en términos de sus funciones, y
a la par, la analizó en función de su estructura. Así comprendió que
la solidaridad orgánica (integración) se mueve en varios niveles:
en la lógica de las esferas de actividad, en el plano de las relaciones
sociales, las cuales son sostenidas por la multiplicidad institucional, y
con la cristalización de las “conciencias individuales en una concien-
cia colectiva” (Durkheim, [1893] 2014).
Sin embargo, no todas las funciones sociales generan integración.
Con el concepto “anomia”, Durkheim identicó aquellos momentos
y procesos en los que los vínculos sociales se debilitan y se pierde la
capacidad integradora. Ello ocurre cuando los órdenes sociales tie-
nen limitaciones para generar instituciones y normas que articulen la
acción, lo cual desencadena situaciones no deseadas socialmente o
desintegradoras (Durkheim, [1899] 1976). Esta noción gozará de gran
aceptación en las ciencias sociales en general, y será ampliamente uti-
lizada por la sociología hasta la actualidad; esto es, en el análisis social
existe una tradición de clasicar ciertas situaciones o realidades como
indeseables socialmente (Cotterrell, 1999).
Max Weber, por su parte, también acentuó que la evolución social
se maniesta en una creciente complejización y diferenciación de la
vida asociada, entendida como esferas de vida. Este autor postula una
RELIGIÓN, POBREZA Y CIUDADANÍA. DESAFÍOS DE LA INTEGRACIÓN SOCIAL
305
idea que también será central y extraordinariamente poderosa en el
siglo XX:
la existencia de un orden social complejo y diferenciado de
esferas de actividad que cada vez se alejan más entre sí, producto de la
racionalización, la diferenciación y la especialización. En ese contex-
to, se necesitan mecanismos integradores intra e interesferas que per-
mitan que la sociedad y la acción de los actores sociales se despliegue
satisfactoriamente, es decir, permanezcan integrados (Weber, 2012).
En la primera mitad del
siglo
XX, la inuencia del funcional-es-
tructuralismo marcó notablemente el pensamiento sociológico y la
forma en la que fue pensada la integración social. Talcott Parsons,
padre fundador de esta perspectiva teórica, basándose en los desarro-
llos teóricos de Durkheim, Weber y Freud, consideró que una sociedad
perfectamente integrada era aquella que cumplía con el doble criterio
de poseer un sistema armonioso en su totalidad, y cuyos principios y
valores eran internalizados por los actores sociales en todas las ins-
tancias del orden social, lo cual permitía la acción conforme a dichos
valores últimos (Parsons, 1999).
La construcción de un modelo totalizador que incluía a los siste-
mas de la personalidad, la sociedad y el sistema cultural, le permitió
postular los principios generales de funcionamiento de la sociedad.
Para ello, siguiendo la metáfora biologicista impulsada por Bronislaw
Malinowski, sostuvo que la sociedad puede comprenderse como un
organismo vivo, esto es, como un todo que logra su equilibrio a partir
del funcionamiento adecuado de las partes que lo componen (Parsons,
[1951] 1988; Parsons & Shils, [1951] 1968). Así, fue abandonando la
preocupación por la acción social, de gran relevancia en sus prime-
ros trabajos (Parsons, [1937] 1971; Habermas, 1987), y se dedicó a
la reexión y desarrollo de la perspectiva funcionalista para com-
prender a la sociedad. Su seguidor y colega, Robert K. Merton,
profundizó en la idea de que ciertas funciones generan pautas que
le otorgan estabilidad al orden social a través de largos períodos de
tiempo, con lo cual se consagró la teoría funcional-estructuralista
en los estudios sociales.
Con esta perspectiva adquirieron relevancia los pares conceptua-
les “funcional- disfuncional”, “partes-sistema”, “maniesto-latente”,
DEMOCRACIA E INTEGRACIÓN SOCIAL
306
“grupo primario-secundario”, y los conceptos “rol”, “estatus”, “orden
social”, “estructural”, “socialización”, “internalización”, “anomia” e
“integración social”. Este último concepto será comprendido como el
resultado del accionar conjunto –y adecuado– de todos los sistemas,
y muy especialmente, del sistema social. Así, los procesos de integra-
ción se logran por el accionar armónico de todos los subsistemas, ins-
tituciones y organizaciones, grupos e individuos en el sistema social.
A través de instituciones primarias y secundarias como la familia, la
escuela, el grupo de amigos, el centro de trabajo, etcétera, tiene lugar
la interacción de los actores sociales y su socialización. En dichos ám-
bitos se internalizan pautas de representación y acción conforme a los
valores y pautas de la sociedad.
A la par, los espacios e instancias donde tienen lugar los procesos
de socialización sufren continuos procesos de institucionalización, lo
cual permite la articulación e integración de las acciones de una plu-
ralidad de actores conforme a un conjunto de reglas orientadas, de
manera deliberada o de forma no tan consciente, conforme a valores
últimos comunes (Parsons, 1982).
Con ello la sociedad cumple con el requerimiento de generar un
orden colectivo en presencia de una pluralidad social, y es la condi-
ción para considerar una sociedad como integrada. Adicionalmente,
cuando los elementos del sistema cultural (los valores comunes de una
sociedad) son estructurales del sistema social, se está en presencia de
una integración social normativa (Parsons, [1969] 1990).
Así, el funcional-estructuralismo propone un camino para compren-
der la integración social por las relaciones y tensiones entre el todo y
las partes. A la par, tiene lugar la delimitación entre lo que favorece el
funcionamiento de las sociedades y lo que se considera una disonancia
o un obstáculo para ello. A esto último se le denominó “anomia”, “pa-
tología”, “tensión”, “funciones latentes”, “disfunción”, etcétera.
Los años de mayor esplendor de este enfoque teórico, especialmen-
te en Estados Unidos, fueron los años cuarenta y cincuenta del
siglo
XX, coincidente con la difusión de las ideas de esta perspectiva en las
universidades estadounidenses, y la inuencia ejercida en esas institu-
ciones por los discípulos de Parsons. Pero coincidentemente, también
RELIGIÓN, POBREZA Y CIUDADANÍA. DESAFÍOS DE LA INTEGRACIÓN SOCIAL
307
se iniciaron las primeras críticas que desencadenaron, en décadas
posteriores, en el abandono y rechazo de esta perspectiva teórica.
A partir de la década del sesenta, el estructural-funcionalismo fue
objeto de fuertes críticas por su carácter avasallador y autocrático den-
tro de las ciencias sociales, y, a la par, por sus grandes limitaciones
teóricas y metodológicas, sin mencionar su parcialidad ideológica y
teórica con relación al modelo cultural estadounidense. Uno de sus
críticos más mordaces, el sociólogo Charles Wright Mills, cuestionó al
funcional-estructuralismo por ser una “gran teoría” con pretensiones de
comprensión y generalización de lo social, pero que ha resultado ser un
enfoque divorciado del objeto que pretende explicar: la sociedad.
¿Esa Gran Teoría mera palabrería confusa, o hay algo en ella,
después de todo? La respuesta, creo yo, es la siguiente: hay algo,
enterrado muy profundamente, desde luego, pero algo dice, a
pesar de todo. La cuestión se convierte en lo siguiente: después
de eliminados todos los impedimentos para la comprensión de
la Gran Teoría y quedar disponible lo que hay en ella de inteligi-
ble, ¿qué es lo que dice? (Wright Mills, 1961, pp. 45-46).
Dentro de las críticas que marginaron esta perspectiva teórica den-
tro del campo del saber social, sobresalen cuestionamientos sobre su
forma de comprender la historia, el cambio y el conicto, además de
otros de tipo teórico-metodológico (Ritzer, 1997). Así, se sostiene que
esta perspectiva es ahistórica: al nacer como crítica a los enfoques
antropológicos eminentemente particularistas y evolucionistas, el fun-
cional-estructuralismo se posicionó en el lugar opuesto y comenzó a
centrarse en sociedades abstractas y/o contemporáneas, lo cual generó
visiones también limitadas de la evolución histórica de lo social (Tur-
ner y Maryanski, 1979). Además, se han enfatizado sus limitaciones
para comprender el cambio social, y se ha señalado que esta perspec-
tiva teórica es más apropiada para el análisis de estructuras estáticas
que para examinar procesos dinámicos y de transformación. Con ello
se ha consagrado la idea de que el funcional-estructuralismo es una
teoría de la estabilidad social y no del cambio, en buena medida por
la insistencia de esta perspectiva en la armonía, el equilibrio social.
DEMOCRACIA E INTEGRACIÓN SOCIAL
308
y también por sus temas de investigación más relevantes, que han
sido la cultura, las normas, los valores, lo funcional, etcétera (Cohen,
1968; Turner y Maryanski, 1979; Smith, 2010). Muy relacionado con
lo anterior, fue emergiendo la idea de que el funcional-estructuralis-
mo era reacio al estudio del conicto social (Mills, 1961; Horowitz,
1962/1967; Gouldner, 1979; Abrahamson, 1973; Turner y Maryanski,
1979), lo que contribuyó a considerar esta perspectiva como conserva-
dora –en términos político-ideológicos–, en un momento histórico de
gran transformación social para Estados Unidos y el mundo.
Otros cuestionamientos y críticas se centraron en las limitaciones
teórico-metodológicas del funcional-estructuralismo. La multiplicidad
de estudios y desarrollos teóricos que se reconocían como parte de esta
perspectiva, contribuyó a la presencia de ambigüedades conceptua-
les y analíticas, la falta de claridad para exponer argumentos e ideas,
el empleo de similares términos para aludir a diferentes asuntos, así
como el uso del mismo modelo para examinar todo tipo de sociedad.
Sobresalen, en ese contexto, las críticas a la utilización del concepto
“función”:
El análisis funcional es, al mismo tiempo, la más prometedora
y tal vez la menos codicada de las orientaciones contemporá-
neas en los problemas de interpretación sociológica. Habiéndo-
se desarrollado en muchos frentes intelectuales a la vez, creció
en retazos y remiendos, y no en profundidad (…) Diferentes
disciplinas y el lenguaje popular se apropiaron de la palabra
“función” con el resultado no inesperado de que su signicado
se hace con frecuencia oscuro en la sociología propiamente di-
cha (Merton, (1949) 1992, pp. 92-93).
Con sus dicultades, contradicciones y limitaciones inevitables, al-
gunos autores de esta perspectiva transformaron sus propuestas; y de
la misma manera, otros pensadores propusieron sus modelos con-
ceptuales y analíticos a partir de –o en debate con– la perspectiva
funcional-estructuralista. El propio Parsons, de hecho, generó nue-
vos caminos teóricos a partir del uso de la cibernética y la teoría de
sistemas, no sólo para reconstruir su propuesta teórica en términos
RELIGIÓN, POBREZA Y CIUDADANÍA. DESAFÍOS DE LA INTEGRACIÓN SOCIAL
309
abstractos, sino también para examinar las sociedades y su evolución
a nivel empírico.1
Aplicando el esquema sistémico (más conocido por sus siglas en
inglés como AGIL al orden social2), este autor establece una generali-
zación empírico-conceptual organizada a partir de las cuatro funciones
que debe cumplir cualquier sistema, y la aplica al sistema social. En
primer lugar, el proceso de adaptación corre a cargo de la economía,
que es la encargada del desarrollo y asignación de recursos básicos, y
su medio de intercambio generalizado es el dinero. En segundo tér-
mino, el logro de metas corresponde a la política, sistema responsa-
ble de la coordinación de esfuerzos para metas colectivas, y su medio
de intercambio generalizado es el poder. En tercer término, el sistema de
integración es a lo que Parsons denomina comunidad societal, y
es el núcleo integrativo del sistema social, esto es, aquel que estable-
1 Aunque también generó confusiones al establecer dos formas diferentes de com-
prender lo social, desde la postura funcional y la sistémica, de acuerdo con Haber-
mas. Este autor, en su clásica obra Teoría de la Acción Comunicativa, evalúa la obra
parsoniana con sus alcances y limitaciones. Véase al respecto, Habermas, J. (1987)
Teoría de la Acción Comunicativa. Tomo II. Crítica de la razón funcionalista. Ma-
drid, Taurus.
2 Parsons desarrolla una generalización sobre el sistema general de la acción, que
se conoce como el esquema AGIL, por sus siglas en inglés. El autor considera que
la sociedad puede comprenderse como un sistema abierto que posee cuatro fun-
ciones sustantivas: adaptación (adaptation), logro de metas (grounds), integración
(integration) y mantenimiento de funciones latentes (latency). Así, la adaptación
reere al control generalizado sobre los intercambios con el ambiente, orientado a la
satisfacción de las exigencias situacionales. El logro de metas, por su parte, reere a
los procesos de organización de las actividades en la forma de esfuerzos concertados
para alcanzar ciertas metas primordiales. En tanto, la integración reere a los procesos
de ajuste mutuo entre unidades sociales y su interrelación para garantizar la lealtad,
la adhesión y la interdependencia. Implica el establecimiento de prioridades entre
unidades, y la instauración de un orden normativo común junto a mecanismos de
control social. A través de la integración se organiza el ambiente interno del sistema,
cuyos procesos de diferenciación son resueltos con el desarrollo de mecanismos
que generen solidaridad y disminuyan los conictos. Por último, el mantenimiento
de funciones latentes se concentra en asegurar la adhesión a largo plazo de ciertos
valores compartidos que sirven de marco de referencia distintivo a la acción. De ello
se encarga el sistema cultural (Parsons, 2007; Almaraz, 1979; Fox, Lidz y Bershady,
2005; De Marinis, 2010).
DEMOCRACIA E INTEGRACIÓN SOCIAL
310
ce marcos normativos compartidos de leyes, costumbres, tradiciones,
etcétera, y que establece las bases de conanza y solidaridad entre ac-
tores. Por último, la transmisión, mantenimiento y desarrollo de valo-
res compartidos es responsabilidad del sistema duciario, cuyo medio
de intercambio generalizado son los compromisos de valor (manteni-
miento de funciones latentes).
Con relación al concepto funcional que nos ocupa, la integración,
Parsons lo desarrolla en sus últimos trabajos, y lo comprende como un
impulso inherente a la solidaridad, un sentimiento de pertenencia con-
junta regulado por normas para reducir la contingencia de la subjetivi-
dad. Frente a la fuerza centrífuga de la individualidad, la integración
responde como la fuerza centrípeta que anclada en valores y creencias
colectivas, traduce ideas en normas concretas que orientan la acción.
Su medio de intercambio generalizado es la inuencia, que es la ca-
pacidad de hacer que otros tomen las decisiones esperadas, buscando
su anuencia, sea porque lo asumen como algo bueno o porque temen
las sanciones de comportarse de otro modo (Gerhardt, 2001; Parsons,
2002, 2007).
Con el concepto “comunidad societal”, Parsons recupera uno de
los principales temas de su obra: las condiciones de posibilidad del
orden social:
El núcleo de una sociedad, como sistema, es el orden norma-
tivo, organizado dentro de un patrón, a través del que se or-
ganiza colectivamente la vida de una población. Como orden,
contiene valores y normas diferenciadas y particularizadas, así
como reglas que requieren referencias culturales para resultar
signicativas y legítimas. Como colectividad, despliega un
concepto organizado de membrecía que establece una distin-
ción entre los individuos que pertenecen o no a ella (Parsons,
1974, p. 24).
Aunque este concepto aparece en la obra tardía de Parsons, puede ser
comprendido como parte de una preocupación que se mantiene en la
obra del autor desde sus inicios: las condiciones de posibilidad de la
integración social en contextos cada vez más diferenciados y plurales
RELIGIÓN, POBREZA Y CIUDADANÍA. DESAFÍOS DE LA INTEGRACIÓN SOCIAL
311
(Sciortino, 2005).3 Más allá de las críticas y reformulaciones a las
que han estado sujetos sus desarrollos teóricos, la preocupación por
este tema se relaciona con la interrogante, todavía presente y actual,
de cómo la sociedad contemporánea lidia con las lógicas diferenciado-
ras de los distintos sistemas, por ejemplo, con la desigualdad generada
por el sistema económico (el mercado) y la igualdad postulada por el
sistema político en clave democrática (Holton & Turner, 1986; Canta-
mutto, 2018). Sobre este asunto en especíco, Parsons tenía una visión
optimista, la cual estaba inuida por las sociedades democráticas y
tendencialmente igualitarias en las cuales le tocó vivir, sobre todo con
posterioridad a la Segunda Guerra Mundial (De Marinis, 2010).
Actualmente, arribando a la segunda década del
siglo
XXI, urge
releer a los clásicos de la sociología desde nuestras urgencias y pro-
blemas. Vale la pena preguntarse cómo, en presencia de procesos dife-
renciadores y desigualitarios, nuestras sociedades pueden instaurar la
solidaridad y la justicia social como mecanismos de inclusión e igual-
dad en la diferencia.
Pobreza y desigualdad en las sociedades contemporáneas
En la actualidad, 736 millones de personas en el mundo viven con
menos de USD 1,90 al día, cifra inferior a los 1850 millones de 1990,
pero que sigue siendo escandalosa (Banco Mundial, 2019). En Mé-
xico, por su parte, 43.6% de personas se encuentran en situación de
pobreza (53.4 millones), y 7.6% sufren pobreza extrema (9.4 millones
de personas) (CONEVAL, 2017).
3 Un importante número de autores reconoce la importancia de este concepto en el
análisis de lo social (Gerdhardt, 2001; Sciortino, 2005), aunque hay otros estudiosos
de la obra de Parsons, como Jeffrey Alexander, que realizan un examen sumamen-
te crítico del mismo. Véase al respecto el artículo Contradictions in The Societal
Community: The Promise and Dissapointment of Parsons Concept, que es parte de
la bibliografía de este trabajo. Para un análisis en perspectiva latinoamericana de los
alcances y límites de este concepto, véase: De Marinis, 2010; Sadrinas, 2010; Pagés
y Rubí, 2012; Cantamutto, 2018.
DEMOCRACIA E INTEGRACIÓN SOCIAL
312
Aunque el concepto de pobreza es de carácter multidimensional
y los enfoques para medirla también lo son, podemos conceptua-
lizarla, de acuerdo con Amartya Sen, en términos de capacidades:
como la ausencia de capacidades básicas que le permiten a cual-
quier individuo insertarse en la sociedad a través del ejercicio de su
voluntad. En ese sentido, las capacidades no sólo comprenden las
necesidades básicas como estar bien nutrido, sino también el ejerci-
cio de la libertad de los individuos para formar parte de la vida en
sociedad (Sen, 1981).
En México, uno de los analistas más prominentes de los estudios
sobre pobreza, Julio Boltvinik, arma que los términos “pobreza” y
“pobre” se relacionan con un estado de necesidad y carencia para ob-
tener lo necesario para el sustento de la vida. En ese sentido, “es parte
del eje conceptual del nivel de vida, que es un subconjunto del eje con-
ceptual más amplio del orecimiento, bienestar o desarrollo humano”
(Boltvinik, 2004, p. 11). Desde esta perspectiva, la pobreza se relacio-
na con la satisfacción de necesidades, pero también con los derechos
de los seres humanos.
Por ello, cada vez gana mayor consenso comprender y combatir la
pobreza desde la multidimensionalidad, esto es, a partir de elementos
sociales y culturales, además del ingreso. Por ejemplo, en el caso de
México, la pobreza se mide a partir del rezago educativo promedio en
el hogar, el acceso a los servicios de salud, el acceso a la seguridad
social, la calidad y espacios de la vivienda, el acceso a los servicios
básicos en la vivienda, el acceso a la alimentación, y el grado de cohe-
sión social, además del ingreso (CONEVAL, 2009).
Si se analiza a la pobreza desde el enfoque parsoniano, ella puede
ser comprendida, por una parte, como consecuencia de sistemas eco-
nómicos, políticos, sociales y culturales imperfectos y excluyentes
que perpetúan y amplían el número de personas que viven en situa-
ción de pobreza o con muchas carencias; y aunque se han puesto
en marcha políticas y programas desde el sistema político (gobierno)
para dar solución a esta situación, sólo han logrado disminuir la pobre-
za extrema y mantener estable el número de pobres, lo cual habla de la
no ruptura del ciclo intergeneracional de la pobreza, y por tanto, de que el
RELIGIÓN, POBREZA Y CIUDADANÍA. DESAFÍOS DE LA INTEGRACIÓN SOCIAL
313
problema se mantendrá en los próximos años, a pesar de los esfuerzos
nacionales e internacionales por abatirla.
La desigualdad, otro de los problemas que se considera como des-
estructurante y desintegrador del orden social, también tiene un origen
estructural y sistémico. La OCDE conceptualiza este fenómeno como
la diferencia en cómo se distribuyen los activos, el bienestar y/o los in-
gresos entre la población (OCDE, 2018); es decir, es la dispersión que
existe en la distribución de ingreso, consumo o algún otro indicador
de bienestar (Litcheld, 1999). La desigualdad hace referencia a la va-
riación de los estándares de vida de la población, independientemente
de si dicha población está o no en pobreza. Así, a pesar del grado de
crecimiento y sofisticación de las economías del mundo, los paí-
ses de la OCDE han experimentado un aumento de la desigualdad en
las últimas décadas: el 10% de la población más rica gana 9.5 veces más
que el 10% más pobre. En México, sin embargo, el 10% más rico gana
30.5 veces más que el decil más pobre.
Desde el enfoque funcional-estructuralista, la existencia de la pobre-
za y la desigualdad se relaciona, entre otros elementos, con la persis-
tencia de un modelo de estraticación congurado por un persistente
esquema de integración normativa que si bien ha postulado el principio
de igualdad desde los albores de la Modernidad, que de hecho ha cris-
talizado en derechos civiles, políticos y sociales, ha generado al mis-
mo tiempo que las lógicas de los diferentes sistemas y sus instituciones
consagren y reproduzcan desigualdades consideradas como “naturales”,
“inevitables” o “consustanciales”. Estos mitos desigualitarios han sido
fortalecidos a nivel global en las últimas décadas, por la hegemonía de
la ideología del modelo neoliberal, preocupado por la autonomía del in-
dividuo más que por su bienestar, por la eciencia funcional de los sis-
temas particulares más que por la integración armónica de la sociedad
como totalidad.
Parsons advirtió sobre la permanencia de patrones desigualitarios
dentro del mainstream de la igualdad en el mundo moderno, pues aun-
que se extendieron las bases de la igualdad al erosionarse la desigual-
dad religiosa, étnica, geográca e incluso de clases, se incorporaban/
visibilizaban nuevas desigualdades como las de raza y de género. Y
DEMOCRACIA E INTEGRACIÓN SOCIAL
314
aunque los compromisos valorativos con respecto a la igualdad esencial
de status de todos los miembros de la comunidad tienen preeminencia,
se mantienen espacios y esferas de actividad que ncan su legitimi-
dad en una desigualdad considerada como “necesaria” o “inevitable”
en términos de las necesidades funcionales del orden social (Parsons,
[1969] 1990).
Ante ello, surge una contradicción inevitable: la normalización de
principios desigualitarios como imperativo funcional del sistema econó-
mico, y la institucionalización de los principios igualitarios a través del
sistema jurídico, que a la par que posee su propio lenguaje, es el encar-
gado de articular entre sí a los diversos sistemas (Habermas, 1998). En
la medida en que los órdenes sociales se ajusten en función de uno de
los polos de esta ecuación, tendrá lugar o bien la “normalización” de la
pobreza y la desigualdad como efectos no deseados pero inevitables de
los imperativos sistémicos, o bien el reconocimiento de estas realidades
como no deseadas e injusticables, sobre todo en las esferas política y
en la comunidad societal (Parsons)/esfera público-política (Habermas).
En las últimas décadas, la ecuación ha favorecido al polo “norma-
lizador” de la pobreza y la desigualdad más que a los discursos y ac-
ciones que abogan por su total eliminación. En términos sistémicos,
los reclamos para el buen funcionamiento del mercado y de mínima
intervención del Estado han modelado el lenguaje y el quehacer de los
sistemas, al igual que sus lógicas.
Así, ha tenido lugar el “encogimiento” del Estado; esto es, la dismi-
nución del tamaño de su aparato burocrático y el acotamiento dramá-
tico de su capacidad de acción en la totalidad social, incluida la pro-
visión de bienes públicos o gasto social (salud, educación, previsión
social). A ello se suma el reconocimiento de la hegemonía del mercado
para proveer los bienes y servicios sociales necesarios, lo cual está en
la base de la ideología de mercado que logró ser hegemónica desde
nales del
siglo XX.
A pesar de que esta ortodoxia se ha atenuado en
los últimos tiempos, sus principios prevalecen a nivel sistémico, como
se maniesta a nivel económico y político.
Desde el enfoque sistémico normalizador de la desigualdad, los po-
bres son un efecto colateral para el buen funcionamiento del sistema
RELIGIÓN, POBREZA Y CIUDADANÍA. DESAFÍOS DE LA INTEGRACIÓN SOCIAL
315
económico, y la desigualdad social es considerada el resultado inevi-
table del funcionamiento del sistema económico y el saneamiento del
Estado. Las soluciones implementadas desde este pensamiento se abo-
caron a la atención focalizada de los pobres -en términos de población
objetivo, recursos y apoyos especícos- y una nula intervención, más
allá del discurso de las buenas intenciones, para aminorar/eliminar los
procesos desigualitarios que sufría la inmensa mayoría de las socieda-
des en el planeta.
Dicho modelo, que se implementó de manera global y sistémica, co-
menzó a dar señales de agotamiento en 2008, como reere la CEPAL:
La crisis es un concepto cuyas signicaciones se acumulan,
como capas semánticas, a lo largo de las últimas tres décadas.
Por una parte, existe la crisis del modelo industrial en que se
hace un uso intensivo de energía fósil, que en múltiples fren-
tes amenaza la sostenibilidad futura en materia ambiental y que
hoy redobla la alarma ante las perspectivas del calentamiento
global. Por otra, existe la crisis de un patrón de globalización
en que la creciente potencia, autonomía y desregulación de la
economía nanciera, con relación a la economía real, produce
una elevada volatilidad y tiende a la mayor concentración mun-
dial de la riqueza y el ingreso. La crisis que estalló en 2008 es la
máxima expresión de esto último. Más aún, se ha interpretado
esta crisis nanciera, y con cierta razón, como la consecuen-
cia de la búsqueda a ultranza de la ganancia individual, de la
lógica desnuda del dinero y de la especulación, así como de
los poderes fácticos de agentes “invisibles” que rigen por so-
bre los derechos de las personas y los bienes públicos (CEPAL,
2010, p. 15).
Sin embargo, los principios sistémicos, más allá de la preocupación
por los resultados y efectos no deseados del modelo neoliberal, no se
han transformado; al contrario, los sistemas mantienen su lógica y una
evolución sostenida, ya percibida por sociólogos como Parsons desde
la década del sesenta del
siglo
XX. En cuanto al sistema económico,
ya el autor del Sistema Social había señalado su continua complejiza-
ción y efectos transformadores en las adscripciones más básicas de la
vida de los actores sociales:
DEMOCRACIA E INTEGRACIÓN SOCIAL
316
(…) al inmenso incremento de la movilidad geográca, no sólo
para la residencia más o menos permanente sino además faci-
litado por la comodidad, velocidad y bajo costo de los viajes,
hay que sumar la nueva tecnología en comunicación, tanto en
la variante de persona a persona como a través de los medios
masivos que se dirigen a una “audiencia” no especíca (…) Es-
tos cambios han traído consigo un inmenso incremento en la
movilidad de los factores de producción en el sentido econó-
mico. El más notable es el trabajo, a pesar de que claramente
persiste todavía mucho “localismo” en los mercados de trabajo.
Un cambio aún más dramático ha ocurrido con respecto al ca-
pital en tanto factor de producción, especialmente a través del
ramicado sistema bancario, las negociaciones crediticias y los
mercados de seguros, altamente dependientes del nuevo sistema
de comunicación (…) La fuente más obvia de esta movilidad de
factores recae en la emancipación con respecto a las restriccio-
nes adscriptivas, de las cuales la referencia territorial ha sido
siempre prominente (Parsons, [1969] 1990).
Los efectos de estos procesos en el sistema económico supusieron el
descentramiento de su referente territorial fundamental: el Estado-na-
ción, y su expansión a nivel global. Ello fue causa y consecuencia
de la globalización de los factores productivos, materializada en la
liberalización del capital y el movimiento de la mano de obra entre
fronteras (migración). Y ha sido asistida, acompañada y catapultada
por las nuevas tecnologías de la información, la revolución tecnológi-
ca del
siglo
XXI.
Por otra parte, y en el terreno normativo y axiológico, la creciente
pluralización de la sociedad moderna no se ha detenido; al contrario,
tanto a nivel estatal como a nivel global se observan una diversidad de
orígenes, culturas, representaciones y prácticas sociales que señalan la
necesidad de un entendimiento intercultural en los distintos niveles de
la vida asociada.
En ese contexto, ¿cómo entender la integración social en circuns-
tancias de alta complejidad y diferenciación entre las esferas de vida?,
¿cómo solucionar la suma de problemas de nuestras sociedades, como
la pobreza y la desigualdad? Desde los enfoques antes expuestos, se
RELIGIÓN, POBREZA Y CIUDADANÍA. DESAFÍOS DE LA INTEGRACIÓN SOCIAL
317
necesitaría un cambio de lógicas de los diversos sistemas y un papel
protagónico de los actores sociales en el contexto de la comunidad
societal, como reere Parsons, o en el de la esfera público-política,
como expresa Habermas. Así, es necesario impulsar un cambio que
“haga época”, como reriera Antonio Gramsci a principios del
siglo
XX, y que inicie en una reformulación nacional y global de la acción
social y la sociedad.
En primerísimo lugar, urge generar un nuevo pacto social susten-
tado en el valor de la solidaridad social, con el lenguaje de los dere-
chos humanos y en términos de un entendimiento intercultural a nivel
nacional y global. Para ello, el precedente de la legislación con base
en el derecho público internacional, los diversos acuerdos de la Orga-
nización de Naciones Unidas sobre estos temas, y el accionar de las
instancias y organizaciones supranacionales, pueden ser centrales para
gestar una suerte de gobernanza global que viabilice la disminución
de las desigualdades y potencie la integración en un contexto de alta
pluralización. Como parte consustancial de este proceso, y no por
ser el sistema más exitoso, sino por constituirse en el más abarcador,
integrador e inclusivo, la existencia de un orden democrático global
puede ser parte de las soluciones a las disonancias e injusticias de
nuestro mundo.
Por otra parte, y a nivel sistémico, resulta imprescindible regular
el sistema económico, especialmente cuando perjudique los derechos
de las personas. Está demostrado que el mercado tiene fallas, sobre
todo cuando se trata del manejo de la información y la provisión de
bienes públicos (Stiglitz, 2010). Diseñar y llevar a la práctica regula-
ciones que privilegien los derechos humanos en ciertas transacciones
(educación, salud pública, ecología, vivienda, etcétera), evitaría que el
sistema económico (el mercado) excluya a importantes sectores de la
población mundial por el hecho de ser pobres y no haber sido favore-
cidos por “la rueda de la fortuna social”. El tratamiento de un impor-
tante porcentaje de la población mundial como un “costo marginal” o
un “daño colateral” del accionar eciente de los mercados, invisibili-
za las fallas de instancias cardinales del sistema económico, evita la
adopción de soluciones y de nuevos modelos a nivel de este sistema, y
DEMOCRACIA E INTEGRACIÓN SOCIAL
318
legitima las concepciones “normalizadoras” de fenómenos desestruc-
turantes e injustos, como la pobreza y la desigualdad.
De igual manera, es preciso revalorar el papel del Estado sin olvi-
dar sus múltiples fallas burocráticas y excesos. Históricamente, esta
organización garantizó una suma de prestaciones sociales para la po-
blación; pero con el modelo neoliberal, estas actividades fueron dis-
minuidas notablemente. Sin embargo, nuevos actores han aparecido
ante las limitaciones estatales para proveer bienes y servicios públicos
(asociaciones civiles, organizaciones no gubernamentales, empresa-
rios privados, etcétera), y han propiciado un cambio en el gobierno
(gobernanza) (Aguilar Villanueva, 2010). Desde este último esquema
se deben diseñar políticas para dar solución a las demandas de la so-
ciedad, especialmente en términos de política social, antes que recupe-
rar el monopolio del Estado en el gobierno.
Muy relacionado con lo anterior, es preciso reconocer el papel de la
ciudadanía –desde sus diversas lógicas (nacionales y trasnacionales)–
como objeto de atención y también como solución a los problemas. Y
como parte consustancial de nuevas modalidades de participación lo-
cal, nacional y global, deben impulsarse las nuevas tecnologías como
parte también consustancial de los derechos ciudadanos, en tanto ve-
hículo de las prácticas democratizadoras en el planeta.
En suma, urge reconocer la necesidad de nivelar las condiciones de
partida de las personas, que garantice la igualdad en el acceso a recur-
sos materiales y simbólicos a lo largo de la vida, que impulse la cerca-
nía social entre grupos y estratos distantes y distintos, que potencie la
internalización de valores igualitarios con todos y para todos, que se
exprese a través del respeto a la diferencia. Un nuevo pacto fundado en
la solidaridad y la igualdad de todas las personas del planeta.
A modo de conclusión: ¿qué integración social…?
Realidades y desafíos para pensar un cambio de época
Este texto ha versado sobre los dilemas teórico-analíticos e históri-
co-concretos de la integración social, un tema de permanente actualidad
RELIGIÓN, POBREZA Y CIUDADANÍA. DESAFÍOS DE LA INTEGRACIÓN SOCIAL
319
desde los albores de la Modernidad. Por una parte, se reconstruyó
históricamente la evolución del concepto en las ciencias sociales,
especícamente en la sociología, y por otra, se analizaron dos pro-
blemas sociales, la pobreza y la desigualdad, y su tratamiento en tanto
fenómenos que se han entendido históricamente como desintegradores
(moral y socialmente).
La cuestión de la “integración social” y el andamiaje teórico-me-
todológico que acompaña a este concepto ha sido cardinal en las re-
exiones sociológicas desde sus inicios hasta la actualidad. La gran
interrogante de la sociología, cómo puede existir la sociedad en un
contexto de mayor diferenciación y pluralidad, se relaciona directa-
mente con la interrogante cómo lograr la integración social, la cual se
convirtió en uno de los temas de primer orden –si no el más relevante–
de esta disciplina social.
Para ello, se han postulado teorías en torno al problema de la inte-
gración desde los inicios de la sociología. Durkheim, por ejemplo, re-
exionó sobre la realidad producto de una incesante división del trabajo
social que propicia mayor diferenciación social. Weber, por su parte,
acentuó que la evolución social se maniesta en una creciente compleji-
zación y diferenciación de la vida asociada, entendida ésta como esferas
de vida. En tanto Parsons, padre fundador del funcional-estructuralismo,
consideró que una sociedad perfectamente integrada era aquella que
cumplía con el doble criterio de poseer un sistema armonioso en su
totalidad, y cuyos principios y valores eran internalizados por los actores
sociales en todas las instancias de la sociedad.
Actualmente, en los años veinte del
siglo XXi,
urge releer a los
clásicos de la sociología desde nuestras urgencias y problemas. Vale la
pena preguntarse cómo, en presencia de situaciones diferenciadoras y
desigualitarias a escala nacional y global, se pueden instaurar procesos
de solidaridad social y justicia que logren la inclusión y atenúen los
fenómenos desintegradores en términos sociales y morales.
¿Cómo entender la integración social en circunstancias de alta
complejidad y diferenciación entre las esferas de vida? ¿Cómo dar
solución a la suma de problemas de nuestras sociedades, como la
pobreza y la desigualdad? Desde los enfoques antes expuestos, se
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320
necesitaría un cambio de lógicas de los diversos sistemas y un papel
protagónico de los actores sociales en el contexto de un orden global
democrático. Urge generar un “pacto social” que postule nuevos principios
para la integración en el orden social contemporáneo. Este reclamo debe
sustentarse en los valores de la solidaridad social, los derechos humanos y
el entendimiento intercultural a nivel nacional y global.
Con base en dicho pacto, debe regularse el sistema económico,
especialmente cuando perjudique los derechos de las personas y la vida
en el planeta. A la par, debe redenirse el papel del Estado, no como
protagonista, sino como un coordinador gubernamental relevante para
construir una nueva gobernanza.
Aunque estas ideas pueden parecer utópicas, el ejercicio de los
derechos de todos y su realización práctica en el planeta, puede ser la
solución a la complejidad y la diferenciación social de nuestro mundo
desigual y plural, y también la respuesta a una de las interrogantes
más relevantes de la sociología desde sus inicios hasta la actualidad.
Impulsar nuevos caminos en el pensamiento y en la práctica pueden
lograr, como anhelaba Gramsci, el nacimiento de una nueva época.
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