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De los modernos y los posmodernos: una reflexión sobre el futuro de la democracia

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Abstract

El artículo plantea la necesidad de un cambio radical en el modelo de la democracia representativa, que se ajuste a las características y retos de la sociedad postmoderna. Analiza la crisis de la democracia desde la teoría de la modernidad y postmodernidad, integrando la teoría de riesgo. Como posible alternativa presenta propuestas de la democracia líquida y democracia lenta, que permiten acercar la democracia representativa a los ciudadanos postmodernos. A diferencia de los enfoques defensivos, que exploran las vías de proteger las instituciones democráticas en contra de la amenaza del populismo, este artículo plantea la necesidad de ver hacia el futuro, y adecuar las instituciones democráticas a las exigencias y preferencias de las nuevas generaciones, socializadas en la postmodernidad.
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DOI: http://dx.doi.org/10.29092/uacm.v18i46.839
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Marta Ochman*
R. El artículo plantea la necesidad de un cambio radical
en el modelo de la democracia representativa, que se ajuste a
las características y retos de la sociedad postmoderna. Analiza
la crisis de la democracia desde la teoría de la modernidad y
postmodernidad, integrando la teoría de riesgo. Como posible
alternativa presenta propuestas de la democracia líquida y demo-
cracia lenta, que permiten acercar la democracia representativa
a los ciudadanos postmodernos. A diferencia de los enfoques
defensivos, que exploran las vías de proteger las instituciones
democráticas en contra de la amenaza del populismo, este ar-
tículo plantea la necesidad de ver hacia el futuro, y adecuar las
instituciones democráticas a las exigencias y preferencias de las
nuevas generaciones, socializadas en la postmodernidad.
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dernidad, sociedad de riesgo, populismo.
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A. The article proposes the need for a radical change in
the model of representative democracy to fit the characteristics
* Profesora de tiempo completo en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública, y
del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales del Tecnológico de
Monterrey, campus Estado de México, México. Correo electrónico: mochman@tec.mx
Volumen 18, Número 46, mayo-agosto, 2021, pp. 95-115
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and challenges of postmodern society. It analyzes the crisis of
democracy from the perspective of the theory of modernity
and postmodernity, integrating risk theory. As a possible alter-
native, the liquid democracy and slow democracy is proposed.
In contrast to defensive approaches, which explore ways to
protect democratic institutions against the threat of populism,
this article raises the need to look to the future and to adapt
democratic institutions to the demands and preferences of the
new generations, socialized in postmodernity.
K . Liquid democracy, slow democracy, postmodernity,
risk society, populism.
En la teoría de la democracia, la distinción entre la democracia moder-
na y la de los antiguos (Bobbio, 1994; Cohen, 2000) es fundamental y
ampliamente aceptada. Implica reconocer la imposibilidad de analizar
con las mismas herramientas conceptuales realidades políticas que se
han desarrollado en las sociedades diametralmente distintas: una con
la visión organicista y otra, con la atomista. A veces se simplifica esta
distinción con la contraposición de la democracia directa a la represen-
tativa, aceptando tácitamente la idealización republicana de la primera.
En el fondo, en este reconocimiento de la diferencia, de una cesura
histórica irreversible, subyace la aceptación de que las instituciones
políticas deben ajustarse a cambios societales más amplios.
En contraste, el paso de la modernidad a la postmodernidad no se
ha convertido en un enfoque relevante para el análisis de la crisis actual
y del futuro de la democracia. Los sociólogos como Bauman (2000,
2002), von Beyme (1994) o Beck (1997, 1998) han apuntalado sus
impactos en la política (en general), pero los análisis recientes y espe-
cíficos de la democracia se centran en la crisis del sistema de partidos
tradicional y el auge del populismo (Kriesi, 2014; Levitsky y Ziblatt,
2018; Temelkuran, 2019), sesgando el debate político a reflexiones de
cómo evitar el paso de la democracia liberal a la populista, es decir, a
analizar cómo mantener el status quo, y no cómo dar un salto cualitativo
y construir instituciones democráticas afines a las características de la
sociedad postmoderna.
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D     
De ahí que este artículo propone la necesidad de un cambio radical
en el modelo de la democracia moderna, transformación que acerque
las instituciones políticas a las exigencias de un contexto nuevo, de los
ciudadanos socializados ya en la postmodernidad y la sociedad de ries-
go. Considerando incluso que el paso de la modernidad a la posmoder-
nidad no se ha consumado todavía, los jóvenes asimilan preferencias,
valores y conductas cada vez más individualizados y hedonistas, que
nos obligan a replantear las dinámicas del sistema político, que apelan
exclusivamente a los ideales modernos.
De ahí que primero vamos a analizar la crisis de la democracia desde
la teoría de la modernidad y postmodernidad, retomando principal-
mente las reflexiones de Zygmunt Bauman sobre la modernidad líquida
(2000) y de Gilles Lipovetsky sobre la hipermodernidad (2008). Des-
pués, integraremos el análisis de la sociedad de riesgo (Beck, 1998), su
relación con la ciudadanía neurótica (Isin, 2004) y el populismo (Kriesi,
2014). Finalmente, presentaremos dos propuestas de revitalizar las ins-
tituciones representativas: la democracia líquida (Blum y Zuber, 2016)
y slow democracy (McIvor, 2011; Saward, 2015) como planteamientos
orientados hacia el futuro; un futuro que reconocemos como deseable,
que no surgirá como efecto de procesos automáticos del cambio, sino
que exige una construcción paulatina de nuevas prácticas democráticas.
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
La democracia es uno de los grandes relatos de la modernidad (Lyo-
tard, 1998), narrativas que definían la socialización de los individuos,
establecían los parámetros de lo justo, lo deseable y lo aspiracional.
Los distintos planteamientos sobre la democracia1 compartían los
fundamentos de otros grandes relatos, particularmente la razón, el
progreso y el Estado nacional. La modernidad es un proyecto que mira
al futuro, busca liberar a los individuos de las tradiciones y normas
1
Nos referimos aquí al debate sobre los “adjetivos de la democracia” (Bovero, 1996),
que se puede revisar de manera sintética también en Gutmann, 1993. Pero particular-
mente a las propuestas más exigentes, como la democracia deliberativa (Cohen, 2000;
Bohman, 2000) o la democracia participativa de Barber (1984, 2000).
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heredadas, y sustituirlas por las racionales, que legitimaban el ejercicio
del poder político en el nombre de los proyectos revolucionarios y la
promesa de un futuro mejor (Bauman, 2000). En este contexto, para los
republicanos,2 como Bauman, la democracia era más que un régimen
político o un conjunto de reglas para la toma de decisiones. Era una
forma de recomponer la sociedad, reconstruir el lazo social entre los
individuos hobbsianos, separados por la desconfianza y el conflicto.
En este sentido, la democracia se presenta en la modernidad como un
remedio colectivo a los grandes problemas sociales, un camino para la
emancipación de la humanidad, más que para la libertad individual
(Bauman, 2000, 2002).3 Los liberales, en contraste, enfatizan su poten-
cial de salvaguardar la libertad de los ciudadanos, definiéndola como
una asociación libre de los individuos, quienes ponen en común sus
recursos individuales para constituir un poder no tiránico, respetuoso
de las libertades y derechos individuales (Bobbio, 1996, p. 19-20).
No obstante el ideal de la libertad, en un orden disciplinario de la
modernidad, la democracia también lo era. La ruptura con las jerarquías
de la sangre y los estamentos sociales fue sustituida por la exigencia de
subordinarse al ideal de la vida política productiva, a las grandes ideo-
logías, a la disciplina de partidos políticos y de reglas estandarizadas
(Lipovetsky, 2015, p. 5-15). Tanto en la política, como en el trabajo o la
vida personal, la modernidad exigía la postergación de la satisfacción, el
sacrificio del presente para lograr un futuro mejor. En este contexto, la
democracia exigía ciudadanos biónicos (Isin, 2004), cuya conducta era
determinada por el cálculo racional, y su búsqueda de la satisfacción
inmediata, regulada por el imperativo de un beneficio social.
Desde los mediados del siglo XIX a la década de los años cincuenta
del siglo XX, este ideal de la democracia moderna intentó acomodar
la contradicción entre sus imperativos teóricos y la desconfianza en la
2 Nos referimos aquí a la distinción clásica entre tres modelos de la democracia: la
liberal, la republicana y la comunitarista. Para profundizar en los tres modelos, revisar
a Beiner (1995), Vandenberg (2000), Isin y Turner (2002) u Ochman (2006)
3
Es importante recordar lo que ya afirmamos en la Introducción: Bauman no habla
específicamente de la democracia, sino en el sentido amplio de la política. Sin embargo,
su concepción de la política, centrada en el concepto del ágora, es profundamente
democrática.
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capacidad de los individuos reales de cumplir con las exigencias de la
racionalidad. En su análisis arquetípico de la democracia, Tocqueville
[1835] (1998) acusa la ineficiencia administrativa, la huida desde lo
público hacia las comunidades pequeñas de familia y amigos, la tiranía
de la mayoría como la nueva esclavitud de la democracia; diagnóstico
compartido por John Stuart Mill, quien defiende las virtudes del go-
bierno representativo [1861] (1991), pero reconoce también que:
Las instituciones representativas tienen un valor escaso y pueden
convertirse simplemente en instrumentos de tiranía o de la intri-
ga, cuando la generalidad de los electores no les interesa lo bas-
tante su propio gobierno como para emitir su voto o, si lo hace,
no lo otorga por una causa pública, sino que lo vende por dinero
o vota a insinuación de alguien que ejerce control sobre ella, o a
favor de alguna persona a quien por motivos particulares desea
aplacar. La elección popular practicada de este modo, en lugar de
constituir una protección contra un mal régimen, no representa
sino un engranaje adicional en su maquinaria (Mill, 1991, p. 17).
De ahí que la democracia moderna nunca resolvió el problema de la pa-
radoja tecnocrática (Bobbio, 1996, p. 41-42), más bien lo esquivó prime-
ro con el sufragio restringido y la férrea disciplina interna de los partidos,
y después, priorizando su papel de gobierno sobre el de representación
(Bardi, Bartolini y Trechsel, 2014; Thomassen y van Ham, 2014).
En la primera etapa de la modernidad, la función de los partidos
políticos no era solo representar los intereses de sus electores, sino
también formarlos como ciudadanos, adoctrinarlos en una ideología,
involucrarlos en el trabajo orgánico del partido, ofrecerles un camino
para participar en la construcción de un gran proyecto, acorde a alguna
de las ideologías comprehensivas. Era una democracia representativa
en el sentido de Bobbio, en la que las deliberaciones colectivas son
realizadas por los representantes elegidos, y no por el conjunto de la
sociedad (1996, p. 52-53). En los términos de Thomassen y van Ham
(2014, p. 403-405), este modelo particular de la democracia, basa-
do en claras distinciones ideológicas y la representación con escasa
rendición de cuentas, hoy en día ni siquiera sería considerado una
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democracia plena, por la pasividad y lealtad acrítica de los ciudadanos
a los partidos de su preferencia y el esfuerzo de mantener la lealtad
del electorado propio, más que de convencer a grupos amplios de la
sociedad. Pero es precisamente este modelo de representación que
refleja de manera contundente la modernidad como un orden social
basado en las grandes narrativas, capaces de disciplinar, pero también
de inspirar a los ciudadanos.
En los finales de la década de los sesenta, se visibilizan las fisuras
en el orden disciplinario de la modernidad. La segunda revolución
individualista (Lipovetsky, 2015, p. 5) fue una consecuencia lógica de
la liberación de la ciega obediencia a las tradiciones, de la emancipa-
ción frente a los roles sociales y las autoridades institucionales. Este
proceso fue acelerado por el desarrollo de las nuevas tecnologías de in-
formación y de comunicación, así como por las doctrinas políticas que
desmantelaron las capacidades del Estado de coordinar las aspiraciones
individuales y ofrecer remedios colectivos a los problemas sociales. La
postmodernidad, o la modernidad líquida, es la versión privatizada de
la modernidad, en la cual ya no existe el interés por el progreso, por
los grandes proyectos revolucionarios o por más pequeñas cruzadas
culturales o educativas. Más que dejar un legado que perdure siglos, los
individuos buscamos viajar ligero, desechar lo creado y buscar siempre
algo nuevo (Bauman, 2000). Esta etapa, dominante en los años ochen-
ta, privilegió el papel de gobernar y la representación con mandato no
obligatorio. Los partidos políticos se alejan de sus bases, construyen su
prestigio en la autoridad de especialistas y tecnócratas, de la eficiencia
de sus políticas, y su adecuación a un contexto cada vez más complejo
y globalizado. De esta forma, los partidos se separan de la sociedad
civil, y se ubican en la esfera del Estado, se financian con erario público
y recurren a los ciudadanos consumidores solo en los tiempos de las
elecciones (Bardi, Bartolini y Trechsel, 2014; Thomassen y van Ham,
2014). El fin de la Guerra Fría consolidó la percepción de un consenso
sobre la victoria de la democracia liberal, que también justificó el retiro
de los ciudadanos a la esfera privada.
Igual que la modernidad, la postmodernidad evoluciona, y los
años ochenta y noventa poco se parecen a la segunda década del siglo
XXI. Es útil retomar aquí la distinción de Lipovetsky (2008) entre la
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postmodernidad y la hipermodernidad. La sociedad postmoderna
aniquila las grandes narrativas, incluyendo la de racionalidad, y la
sustituye por una poderosa dinámica de individualización. El auge de
consumo, la consagración del hedonismo y la mediatización de todos
los aspectos de la vida, incluyendo la política, debilitaron las normas
disciplinarias de la modernidad, el compromiso con la política y la
fe en su poder emancipador. El liberalismo en su versión libertaria
reintrodujo la atomización de la sociedad y aniquiló el contrato entre
la clase dirigente y los ciudadanos. La primera ya no se preocupa por
el bienestar ciudadano, acomoda fácilmente las críticas, porque no se
compromete a convertirlas en proyectos colectivos de mejora.
La metáfora del campamento con la cual Bauman describe la políti-
ca, aplica a la democracia: los ciudadanos llegan, ponen sus tiendas de
campaña y se van. Disfrutan, exigen servicios de calidad, pero no les
preocupa la administración del lugar. Su permanencia es momentánea,
se van, cada quien a su propio destino (Bauman, 2000). Pero la post-
modernidad es todavía la continuación de la modernidad en su visión
optimista del presente. La sociedad de consumo (Bauman, 2000b, p.
43-70; Lipovetsky, 2015) permite acomodar diferentes estilos y con-
tradicciones. La democracia es aceptada porque permite el respeto a la
diferencia, el culto a la libertad individual en su interpretación nega-
tiva, que enfatiza la libertad de elegir, no de crear las opciones. Todos
reclaman el derecho a ser uno mismo, a vivir en el presente, a satisfacer
sus deseos cambiantes. Al mismo tiempo, se pierde el sentimiento de la
pertenencia a la sociedad, a las generaciones enraizadas en el pasado y
orientadas hacia el futuro (Lipovetsky, 2015; Beck, 1997).
La hipermodernidad (Lipovetsky, 2008) es la versión extrema de la
postmodernidad en su frenesí consumista, individualista y hedonista.
Pero hay dos tendencias que se acentúan, que afectan todos los aspec-
tos de la vida de las personas, incluyendo la política: la aceleración y
la percepción de crisis generalizada. Ya Bauman en su análisis de la
modernidad líquida (2000) enfatiza la relevancia del tiempo, frente a
la aniquilación del espacio. Lo líquido cambia contantemente de forma
y ese movimiento es asociado con la libertad, principalmente de con-
sumo. Consumir es usar y destruir las cosas, satisfacer deseos solo mo-
mentáneamente, para mantener la necesidad de consumo. La sociedad
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de consumo exige no aferrarnos a nada, no comprometernos con nada.
Ya no hay postergación del deseo, sino su inmediatez. Las modas son
efímeras, y también lo son las identidades y los compromisos (Bauman,
2000b). La espera y la lentitud se devalúan, mientras aumenta el valor
de la simultaneidad y la inmediatez, de la multiplicidad de las tempo-
ralidades. El tiempo es un valor, pero implica también exigencias: ser
maleable y abierto al cambio, moverse contantemente, buscar nuevas
experiencias. La aceleración de la vida social provoca el estrés, la cons-
tante percepción de la urgencia y la insatisfacción (Lipovetsky, 2008).
La desarticulación de la capacidad de la acción colectiva de la so-
ciedad (Bauman, 2002) lleva a la redefinición del poder. De la nega-
tividad de la imposición, pasamos a la positividad de sí, se puede. La
prohibición moderna es sustituida por la motivación postmoderna, que
implica la obligación de maximizar el rendimiento y la libre aceptación
de la auto-explotación (Han, 2016). La hipermodernidad es también la
sociedad de cansancio, de super-rendimiento, de ansiedad y trastornos
psicosomáticos (Lipovetsky, 2015; Han, 2016).
La ansiedad y la depresión son acentuadas por la percepción de
un futuro incierto, problemático. La fe moderna en el progreso, en los
milagros de la ciencia y la tecnología, es sustituida por la intuición
de la catástrofe. Abundan los análisis de riesgos, las modelaciones de
los desastres climáticos o económicos (Lipovetsky, 2015), pero no
hay acción pública que ofrezca la esperanza en un futuro mejor. Es
la sociedad de riesgo, pero sin la visión optimista de la subpolítica
(Beck, 1997) que active a los ciudadanos. Es la era de los ciudadanos
neuróticos, que buscan soluciones totales a sus miedos (Isin, 2004), y
se refugian en las promesas del populismo.
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La teoría de riesgo es una variante de la teoría de la postmodernidad,
que centra su atención en el proceso de toma de decisiones y la res-
ponsabilidad por sus consecuencias. El mismo concepto de riesgo
(Luhmann,1996; Mythen, 2004) establece una distinción entre la
premodernidad, regida por la conciencia del peligro, y la modernidad,
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D     
regida por la percepción del riesgo. Los peligros se sitúan en el con-
texto externo a la decisión humana, se atribuyen a la naturaleza o las
fuerzas divinas. Por lo mismo, no implican responsabilidad individual
por sus consecuencias. La modernidad y su relato fundacional de la
razón construye la autoconfianza de la humanidad en su capacidad de
calcular, medir y prever. La racionalidad exige evitar los daños proba-
bles y evitables, al mismo tiempo que el imperativo del progreso exige
buscar el éxito y la maximización del beneficio. El concepto de riesgo, a
diferencia del de peligro, enfatiza el problema de que los beneficios exi-
gen asumir el riesgo: admitir la probabilidad de los costos, del impacto
negativo (Luhmann, 1996).
La modernidad, su fe en la racionalidad, en la ciencia y tecnología,
reconocía que los riesgos son efectos de las decisiones humanas, pero
también creía en la posibilidad de prevenir consecuencias catastróficas y
de proteger a los ciudadanos de sus costos. El Estado era el actor capaz de
proteger a sus ciudadanos, o en dado caso de castigar a los responsables
por decisiones equivocadas y compensar a los afectados (Mythen, 2004,
p. 11-29; Isin, 2004). La democracia, a su vez, permitía una distribución
relativamente equitativa de los bienes y los males públicos, al menos
como un deber reconocido, si no siempre cumplido por los gobiernos.
Como hemos señalado, cambia también la lógica de los partidos políti-
cos, quienes ya no enfatizan las distinciones ideológicas, sino su habili-
dad tecnocrática de resolver los problemas, de asumir la responsabilidad
por el gobierno. Hasta los años setenta, con bajo nivel de globalización,
economías todavía predominantemente nacionales y con crecimiento,
los gobiernos centrados en la responsabilidad de gobernar tenían alta
legitimidad, se percibían como intermediarios de intereses corporativos,
actores capaces de promover el bien público, disciplinando a los grupos
de interés (Bardi, Bartolini y Trechsel, 2014, p. 240-241). En resumen,
eran vistos como una protección contra el riesgo.
La creciente globalización y la acumulación de los riesgos producidos
por las sociedades industriales marca el advenimiento de la sociedad de
riesgo, en la cual es imposible atribuir la producción de un riesgo a un
actor particular, por ende, reclamar la responsabilidad o compensación
por las decisiones. El problema no es solo la acumulación de los riesgos
por elecciones pasadas o su escala global. La sociedad de riesgo es la
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sociedad postmoderna, altamente individualizada, con instituciones
públicas debilitadas, tanto por la interdependencia global, como por la
desconfianza y desafección de los ciudadanos. Es la sociedad de rendi-
miento, en la que la responsabilidad por el destino propio, el bienestar,
la protección contra los riesgos, se desplaza a los individuos. Es cuando
la sociedad de riesgo evoluciona hacia la sociedad de miedo (Isin, 2004;
Mythen, 2004, p. 137-156).
Como hemos señalado, la sociedad moderna, incluso si tenía con-
ciencia de riesgo, enfatizaba la capacidad de solución, prevención y
protección públicas. La política era un mecanismo para distribuir los
bienes, el Estado de bienestar era, además, una promesa de proteger a
los ciudadanos, a lo largo de su vida, contra las contingencias: el des-
empleo, la enfermedad, el ingreso insuficiente. La postmodernidad es
la sociedad que, en términos de Bauman (2002, p. 13, 25-26) enfrenta
el problema de inseguridad, incertidumbre y desprotección: los indivi-
duos no pueden tener certeza sobre las consecuencias de sus acciones.
Las protecciones fallan, las conductas razonables se perciben como
irracionales, las medidas preventivas producen sus propios riesgos. La
conciencia de la crisis presente y de la catástrofe por venir, propia de la
hipermodernidad, convierte a los ciudadanos biónicos, racionales, en
ciudadanos neuróticos, quienes actúan en respuesta a sus ansiedades e
inseguridades. No son sujetes competentes, racionales y calculadores,
sino seres llenos de ansiedad, que viven bajo constante tensión y que se
gobiernan a través de las emociones (Isin, 2004).
Este fenómeno es intensificado por la mediatización de nuestra
vida. No necesariamente hay más riesgos en la época actual, pero sí
más información, o más publicidad al respecto. En la época de la cre-
ciente importancia de lo estético, de lo visual, los medios enfatizan lo
negativo, acercan las imágenes de las catástrofes actuales y modelan
las futuras. Los medios mezclan la ficción y la realidad, dramatizan los
hechos para atraer las audiencias.
Los ciudadanos neuróticos viven la constante tensión entre exigirle
a los gobiernos la protección total, la seguridad absoluta, y la profunda
desconfianza en la capacidad del Estado de proveerlas. Los gobiernos en
manos de los partidos políticos tradicionales ya no pueden legitimarse
por su capacidad tecnocrática de enfrentar los riesgos. La misma con-
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D     
fianza en el saber científico-tecnológico es minada por los desacuerdos
entre los especialistas, ampliamente mediatizados. La abundancia de la
información en las redes sociales, autorizada y desautorizada por los
mismos consumidores, rompe los consensos sobre las causas y las con-
secuencias de los fenómenos socialmente compartidos. Las emociones
importan más que los hechos, los algoritmos facilitan el consumo indi-
vidualizado de la (des)información, los políticos pueden ser emocional-
mente honestos, incluso si mienten y las mentiras se justifican porque
reflejan la verdad mejor que la verdad misma (Keyes, 2004, p. 140-143).
La democracia moderna, construida sobre la exigencia de la racio-
nalidad, la deliberación y la postergación de la satisfacción, difícilmente
puede acomodarse en la era de la posverdad. Cuando cada ciudadano
tiene sus propios hechos, su propia verdad, las ideologías y los pro-
gramas centristas no importan. La honestidad, que exige reconocer la
limitada posibilidad de proteger a los ciudadanos del riesgo, no es una
virtud, sino un estorbo electoral. El populismo, que promete restaurar
el control, al mismo tiempo que legitima las emociones en la política,
atrae al electorado, le permite expresar mejor sus miedos, canalizar su
enojo y angustia en enemigos simbólicamente construidos: los adversa-
rios políticos, los migrantes, los terroristas, los Otros.
El populismo como una ideología profundamente iliberal (Kriesi,
2014) se acomoda muy bien en la sociedad de miedo, que busca co-
munidades cerradas y el regreso a un pasado idealizado, con valores
y normas firmes, identidades inflexibles. Representa una mezcla muy
hipermoderna del presente y del pasado, que refleja la ausencia de un
proyecto futuro (Lipovetsky, 2008). Es un discurso que polariza la socie-
dad, que se nutre de la cultura de miedo, pero no es capaz de ofrecer la
respuesta. Implica también el rechazo a los partidos políticos tradicio-
nales, que se han alejado de los ciudadanos, que los han abandonado
y obligado a asumir como individuos las consecuencias de los riesgos
que se producen socialmente. Hoy en día, todavía se celebra los triunfos
electorales de los partidos tradicionales, siempre que hayan vencido a
los populistas. Pero el futuro de la democracia no está en la defensa
del pasado. Los cambios que ha marcado la postmodernidad y los retos
de la sociedad de riesgo, que amenazan la sobrevivencia misma de la
humanidad, exigen modelos nuevos, que permitan regresarle a la demo-
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cracia su potencial de reconstruir los lazos sociales entre los individuos,
de crear comunidades con capacidad de enfrentar colectivamente la
incertidumbre y ofrecer protecciones sociales a la inseguridad.
U       
Como hemos señalado en los párrafos anteriores, en la modernidad, la
democracia ha pasado de una narrativa capaz de movilizar a los ciuda-
danos, a un ejercicio gerencial por parte de los partidos políticos, aleja-
dos de la sociedad civil. El ideal de la democracia inspiró las luchas por
el sufragio universal, la primera ola feminista, la resistencia en contra
de los regímenes totalitarios, la Primavera Árabe. El paso de la moder-
nidad a la postmodernidad, en contra de los diagnósticos pesimistas de
Bauman o de Lipovetsky, no ha aniquilado la capacidad de la política
(democrática) a recrear los lazos sociales entre individuos atomizados.
Los movimientos ecologistas, feministas o antirracistas que irrumpen
en el escenario político actual demuestran una crisis profunda de la
política institucionalizada, pero no de la política como búsqueda de la
libertad, en la pluralidad y a través de la acción (Arendt, 1997). Esta
definición fundamental de la política es afín al ciudadano postmoder-
no, que busca experimentar su libertad, pero también disfrutar de las
experiencias colectivas, de la satisfacción de construir algo nuevo, una
sociedad regida por los valores postmateriales, que —a pesar de los
diagnósticos pesimistas— no han sido destruidos por el consumo lí-
quido. El auge actual de la acción colectiva, el entusiasmo que moviliza
a la sociedad a protestar, tiene potencial de crear nuevas alternativas
para la democracia, capaces de acomodar el individualismo, que bus-
ca el disfrute, pero también el compromiso con la sustentabilidad, la
igualdad o la justicia.4
4
Es, por ejemplo, el planteamiento de Beck sobre el altruismo individualista (2002,
p. 18) de los jóvenes socializados en la postmodernidad. En su reflexión sobre los
hijos de la libertad, Beck plantea que, si el espacio de la política ofrece mayor libertad
en definir las formas de participar, ésta, junto con la sociedad civil, recuperarán su
potencial de socialización, dado que existe “un íntimo parentesco entre los valores de la
realización personal y el ideal de la democracia” (2002, p.16).
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D     
La alternativa que puede cumplir con estas expectativas es, por
ejemplo, la democracia líquida (Blum y Zuber, 2016), que ha sido im-
plementada en los últimos diez años por los Partidos Pirata en Europa.5
Esta propuesta puede ser analizada como un procedimiento electoral,
que combina las características de la democracia representativa con la
directa. Pero lo que nos interesa recuperar aquí es su potencial para
restablecer la función integradora de la democracia, su capacidad de
construir una comunidad política, que ofrezca a los ciudadanos post-
modernos una experiencia de participación política significativa, pero
también satisfactoria. El relato moderno de la democracia disciplinaria,
del ciudadano totalitario (Bobbio, 1996, p. 86; Badiou, 2000) no tiene
la capacidad de movilizar a los individuos socializados ya en la postmo-
dernidad hedonista. De ahí que no proponemos aquí una actualización
tecnológica de los procedimientos de votación y toma de decisiones,6
sino una forma distinta de pensar la participación democrática, que no
exija un ciudadano biónico, al mismo tiempo que restituya la responsa-
bilidad ciudadana por el ejercicio del poder.
La democracia líquida propone combinar la participación directa
de los ciudadanos con mecanismos de representación flexible. Especí-
ficamente, todos los ciudadanos tienen derecho a distintas opciones de
participar en la toma de decisiones. Pueden votar directamente sobre
todos los tópicos de la agenda legislativa o pueden delegar su voto a
un representante, sea para un tópico específico, un área particular de
política pública o todos los tópicos de la agenda. A su vez, los represen-
5
El primer Partido Pirata fue fundado en Suecia en 2006, postulando la defensa del
Internet libre, transparencia y contenidos abiertos. La democracia líquida rige el pro-
ceso de toma de decisiones dentro de estos partidos, que se han extendido en Europa,
ocupan escaños en parlamentos nacionales (Alemania, Islandia, República Checa) y en
los locales.
6
La tecnología es elemento importante de la democracia líquida. Blum y Zuber (2016)
trazan sus orígenes a la idea planteada por James C. Miller en el año 1969, sin embargo,
es hasta la primera década del siglo XXI cuando los avances tecnológicos permiten su
implementación. Otra evidencia de la importancia de la tecnología es la distribución
de las publicaciones académicas al respecto. De 48 artículos indizados en Scopus entre
los años 2012 y 2020, 32 corresponden a revistas de Ciencias de Computación, 6 a
Matemáticas y 14 a Ciencias Sociales. Sobre el tema de tecnología y sistema computa-
cionales que sostienen la democracia líquida, ver Paulin, 2020.
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tantes tienen la capacidad de meta-delegación: pueden delegar su voto
y los votos recibidos a otro representante. Finalmente, cada ciudadano
puede en cualquier momento rescindir su delegación, quitando al re-
presentante la potestad de votar en su nombre. (Blum y Zuber, 2016)
El primer cambio radical que introduce esta propuesta es la elimina-
ción de los periodos electorales. Ya no hay elección popular en periodos
preestablecidos, ni legisladores que representarán la voluntad de sus
electores en todos los tópicos de la agenda. Supongamos que soy una
ciudadana interesada particularmente en tema de equidad de género y
de sustentabilidad. En todos los demás temas de la agenda pública voy
a delegar mi voto, reconociendo que no tengo competencias necesarias
para tomar decisiones. Pero tampoco tengo que escoger un mismo
representante para la diversidad de tópicos o propuestas legislativas.
De acuerdo con la capacidad, el currículum o el desempeño previo
de distintos candidatos o candidatas, puedo escoger distintas personas
como mi representante. Si no he seguido los debates en un área especí-
fica de la política pública, puedo delegar mi voto a la persona que sí lo
ha hecho, para que escoja a mi representante.
Este proceso aparentemente confuso y de difícil gobernanza requie-
re, evidentemente, de un soporte tecnológico sofisticado.7 Pero su gran
ventaja es que permite a los ciudadanos profundizar el involucramien-
to en temas específicos de su interés, no solamente como activistas,
sino también como tomadores de decisiones. Retoma el ideal republi-
cano de políticos no profesionales, de personas que entran y salen de
la política formal (labor legislativa, en este caso), que no viven de la
política, pero comprenden que es la política donde se decide nuestra
vida. Es una alternativa que tiene la capacidad de acomodar lo que
hoy percibimos como contradicciones: ser ciudadano de a pie y tomar
7
También hay que reconocer que la dependencia de los sistemas tecnológicos implica
una vulnerabilidad de esta propuesta, en la era de las amenazas híbridas, y particular-
mente acusaciones en contra de Rusia por su intervención en las elecciones en Estados
Unidos en 2016 o en el referéndum sobre Brexit (2016). Es una amenazada que debe
ser estudiada a profundidad, pero la democracia líquida ofrece mecanismos internos
de protección, particularmente la posibilidad de revocación inmediata. A diferencia
del esquema actual de representación, en la democracia líquida el ciudadano controla
directamente a sus representantes.
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D     
decisiones legislativas, ser especialista, activista y tener también el lujo
de desconocer áreas amplias sometidas a decisiones públicas. Permite
delegar mi voto, y recibir votos delegados por los conciudadanos. Es
una alternativa que destruye el fundamento tecnocrático de la política
como arcana imperii (Bobbio, 1996, p. 94-118), al mismo tiempo que
fortalece la expertise política en la toma de decisiones, al permitir la
representación por cada tópico o área de política pública (Blum y
Zuber, 2016, p. 166). Es precisamente esta capacidad de acomodar las
contradicciones, la que hace de la democracia líquida un planteamien-
to atractivo para la postmodernidad.8
Evidentemente es una propuesta exigente, que requiere del involu-
cramiento de los ciudadanos, si no en todos los temas a profundidad,
al menos en el proceso de la selección constante de los representantes
para los distintos tópicos de la agenda pública. Indudablemente es un
reto, pero también es un elemento que permite una nueva dinámica
de socialización. La eliminación de periodos electorales pone fin a los
partidos de tipos catch-all, pero no amenaza la existencia de partidos
pequeños, centrados en tópicos particulares, como la sustentabilidad,
los derechos (en el sentido amplio de la palabra) de los indígenas o
de los afrodescendientes, partidos enfocados a problemas locales. Estos
partidos competirían con las organizaciones de la sociedad civil, con
líderes intelectuales o morales independientes por representar la volun-
tad de los ciudadanos en tópicos de su competencia.
Los lazos personales o semi-personales, basados en el prestigio de
la persona, no en el apoyo de una estructura burocrática, serían parte
importante de la legitimidad política. Es un fenómeno que ya existe,
en movimientos como Wikipolítica en México (Ochman, 2020, p. 95-
112) o Volt en la Unión Europea (Ochman, 2020b). A diferencia del
liderazgo unipersonal y basado en el carisma que hoy en día promueve
el populismo, la democracia líquida promueve liderazgos múltiples,
personales u organizacionales, que debaten y compiten, pero nunca se
presentan como la panacea, el líder incuestionable, capaz de resolver
todos los problemas relevantes para la política.
8
Para revisar los problemas y riesgos que implica, revisar Blum y Zuber (2016).
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Marta Ochman
La democracia líquida requiere mucho más que sistemas de toma de
decisiones radicalmente distintos. La modernidad inició el proceso de
la aceleración de la vida social, potenciado por la postmodernidad o la
hipermodernidad, en términos de Lipovetsky. La dromocracia o el go-
bierno de los rápidos (McIvor, 2011, p. 59-60) es hostil a la formación
de las identidades cívicas, a la deliberación inclusiva, a la mediación
entre los intereses. El capital impaciente (McIvor, 2011, p. 60) presiona
al sistema político para que tome las decisiones rápidas, al mismo tiem-
po que crea la percepción de que los poderes económicos, pero también
el cambio tecnológico, no pueden ser dirigidos desde las instituciones
democráticas (Saward, 2015).
Las propuestas como la democracia líquida se rebelan contra la acep-
tación fatalista de la aceleración de la vida, y postulan el regreso a un
ritmo de vida, y de decisiones políticas, hechas a la medida de los hom-
bres y de las mujeres, y también más amigables con el medio ambiente.
En el sentido más amplio, la postmodernidad requiere una democracia
lenta (slow democracy), que Saward define citando al manifiesto de las
protestas anti-austeridad en España: “Hemos internalizado tus prisas,
tus ritmos, tu velocidad. ¡Ya no más! Vamos lentos porque vamos lejos.
Vamos lentos porque vamos todos juntos. Vamos lentos porque el proce-
so es tan importante como el resultado final” (2015, p. 5).
El postulado de la democracia lenta se inscribe en el movimiento
más amplio de cambios en estilo de vida, de comida lenta, de ciuda-
des lentas. De una apreciación de redes locales y nuevas formas de
asociación, que valoran lo local, los estándares medioambientales, la
responsabilidad por la vida en común (Saward, 2015, p. 9-10; McIvor,
2011, p. 78-82). Estos movimientos son una reacción a la aceleración
postmoderna, al vacío del consumo líquido, a la soledad del Narciso
(Lipovetsky, 2015, p. 49-78). Es una reacción que mira hacia el futuro,
pero también hacia el pasado. La valoración de lo local puede tradu-
cirse en la responsabilidad por el contexto y la lenta construcción de
las competencias para la acción política democrática, o en el rechazo
xenófobo al otro: al migrante, al homosexual, al pobre. Puede cons-
truir comunidades abiertas a la conversación, al consumo sustentable
y compartido con el otro, o puede promover comunidades cerradas,
basadas en el miedo y la neurosis creciente.
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D     
Estamos hoy en una encrucijada, en un momento cuando la desilu-
sión con el sistema político puede promover retroceso de la democracia.
El populismo es un discurso atractivo que apela a las personas, les ofrece
la ilusión que sus aspiraciones y sus miedos son escuchados e incluidos
en los programas políticos. Más que dolerse por la irracionalidad de los
ciudadanos, por su falta de criterio o su formación deficiente, es necesa-
rio ofrecer un discurso alternativo, que permita organizar y coordinarlos
en torno a sus preocupaciones, pero también en torno a los ideales de
justicia, de inclusión y de la libertad para todos, que son valores funda-
mentales de la democracia.
C
La democracia moderna ha desempeñado dos funciones importantes.
Por un lado, ha sido un mecanismo de selección de los representantes y
de toma de decisiones en los cuerpos legislativos. Por el otro, ha funcio-
nado como un mecanismo de socialización de los individuos, que hace
posible la construcción de un proyecto colectivo, fundamentado en los
valores de libertad, equidad y justicia. El mecanismo que conecta estas
dos funciones es la deliberación, y es el mecanismo de la democracia
que está hoy en crisis.
Lo que amenaza la democracia hoy en día no es el populismo en
sí, sino la polarización resultante, la pérdida de la capacidad de y el
interés por debatir, la esencia misma de la política. Como un ideal,
la modernidad reconocía la capacidad de todos los ciudadanos de
participar en los debates. Como un proceso histórico, la modernidad
terminó privilegiando la visión tecnocrática de la política, privando la
democracia de su dimensión deliberativa.
Tampoco es realista esperar que la política se vuelva central en la
vida de los individuos, que los ciudadanos se informen de todos los
tópicos y participen en todos los debates. Flexibilizar los procesos de
toma de decisiones, como lo propone la democracia líquida, redefine
las fronteras entre el activismo social y la toma de decisiones. Aprove-
cha el entusiasmo y el compromiso ya existentes, al mismo tiempo que
introduce un incentivo nuevo: la posibilidad de participar en la toma
de decisiones, vincular el debate con los resultados legislativos.
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Marta Ochman
Hoy vivimos en las sociedades que combinan todavía las característi-
cas e ideales de la modernidad y la postmodernidad. Diferentes subsis-
temas sociales viven la transformación a su propio ritmo y los cambios
no son lineales. En el caso de la política, –y sobre todo en generaciones
más jóvenes–, es innegable que, la liberación postmoderna del orden
disciplinario debilitó todavía más el interés y la capacidad deliberativa
de los ciudadanos. Incluso los defensores de la democracia han perdido
la fe en que valga la pena el esfuerzo de convencer a los adversarios
políticos.9 La sociedad de la posverdad no solamente legitima las men-
tiras, también representa la destrucción de un espacio compartido de
debate, un espacio de conflicto, pero también de la coexistencia de los
argumentos y de las interpretaciones.
No obstante, la postmodernidad no es adversa a los ideales de la
democracia, si la entendemos como una forma de socialización. Al
contrario, la constante presencia de las crisis –económicas, medioam-
bientales, sanitarias– moviliza la sociedad a debatir sobre el futuro, un
futuro que no puede ser la continuación del pasado. La sociedad de
rendimiento exige recuperar la contemplación (Han, 2016), el consu-
mo desmesurado invita a una nueva austeridad, la crisis ecológica, a
una nueva forma de relacionarnos con el medio ambiente.
En este contexto, la democracia tiene una nueva oportunidad y,
paradójicamente, el mismo desafío: resolver la paradoja tecnocrática,
que justifica un gobierno de elites, que simula los debates. Hay sectores
amplios de ciudadanos dispuestos a reconstruir lo público, al mismo
tiempo que rechazan los mecanismos disciplinarios de la democracia
moderna. Las propuestas novedosas, como la democracia líquida,
representan muchos desafíos. En la era de los algoritmos, crece el fata-
lismo en cuanto a la capacidad de la autodeterminación. Por eso es im-
portante iniciar la reconstrucción de la democracia desde abajo, desde
las comunidades locales, espacios que permiten la comunicación cara
9
Es planteamiento, por ejemplo, de Temelkuran (2019), quien considera como inge-
nuos los esfuerzos de debatir con los populistas. El mismo peligro, lo advierten también
los intelectuales de izquierda que en julio de 2020 publicaron en la revista Harper´s
una carta abierta, que advierte sobre las tendencias autoritarias en la izquierda, que
amenaza el debate abierto (https://harpers.org/a-letter-on-justice-and-open-debate/).
DOI: http://dx.doi.org/10.29092/uacm.v18i46.839
113Andamios
D     
a cara, sin intermediación de la tecnología. La tecnología hace posible
la implementación de la democracia líquida, pero no es su esencia. Su
potencial no está en el mecanismo de votación, sino en la necesidad
de reconectarnos con el espacio público, en la exigencia de revertir la
aceleración de la vida social. Tampoco es una panacea, pero sí, una
oportunidad de rescatar a la democracia de las élites que la han vaciado
de su esencia.
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Fecha de recepción: 31 de enero de 2021
Fecha de aceptación: 26 de abril de 2021
DOI: http://dx.doi.org/10.29092/uacm.v18i46.839
Volumen 18, Número 46, mayo-agosto, 2021, pp. 95-115
DOI: http://dx.doi.org/10.29092/uacm.v18i46.839
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Historically, the power of democracy has been impressively shown in classical Athenian and industrial Western societies. Today, it is less present. Connecting institutionalist thinking with the psychology of motivation, the paper explains the historical cases of democracy's power and their limitations in a way that allows to replicate it for today. Democracy is powerful because it allows individuals to form patterns and derive satisfaction from seeing them matched as a result of their action. With slavery and a citizenry that fit into one auditorium , Athens realized that with direct democracy. Based on class, territorial differentiation and Christian culture, Western industrial societies realized it using partitioning representation. Globalization, mediatization, and individualization demand to improve and combine direct and representative democracy with the two new principles of 'meta-decision freedom' and 'actor openness'. The theory allows to expect to resolve previous problems of democracy, on the global level, in reverting recent erosion in democracies, and in allowing for a fourth wave of democratization.
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War, environmental destruction, rampant authoritarianism, eroding Western democracies, economic instability and other phenomena share one common source and are part of one necessary transition: The time of mixing decisions in the traditional concept of representative democracy is over. A new era of democracy needs to begin with institutions as presented in this paper. 'Parti-tioning representation', representative democracy and other features of the postwar institutional order, was bound to specific cultural and socioeconomic conditions of Western industrial societies. Without these preconditions, it works only partly or did never work. But its limits are also bound to time and space. Democracy beyond them is possible. Although voters have their restrictions, and trust and organizations hold great efficiency reserves, it is unnecessary to mix decisions in a few votes. The paper describes the two principles of the form of democracy that is necessary and why it is useful to name this concept Civil democracy, and ends with an outlook on possible application cases.
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Can democracy be resilient in an increasingly ‘high-speed society’? Social acceleration, some critics argue, poses a serious threat to the idea and practice of democracy. Others invoke but do not develop the idea of ‘slow democracy’ as one important response to this threat. Despite its importance, the critique and response lack analytical depth. In this context, and in an effort to rebuild the debate on a stronger and more fruitful base, the article underscores the potential of political agency to shape democracy’s temporality and reframes ‘slow democracy’ as a challenge of democratic design.
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El libro analiza las postulaciones independientes que se han presentado en el año 2015. Es una reflexión sobre los independientes como retadores al sistema político tradicional y su papel en el fortalecimiento de la democracia. Revisa el marco teórico sobre los independientes, su papel en distintos sistemas electorales, así como su manifestación en el caso de México
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El déficit democrático ha sido una de las críticas más persistentes al proyecto europeo y es interpretado como raíz de muchos problemas que la Unión Europea enfrenta, incluyendo el auge de las corrientes euroescépticas y antiliberales. En contra de esta visión pesimista, este artículo defiende que la construcción de una democracia postnacional en Europa ha sido un proceso lento, pero constante y con logros significativos. Para ello, primero se discuten las fronteras conceptuales de la democracia postnacional, como ideal distinto a la democracia global o trasnacional. En seguida, se presenta la evolución del Parlamento Europeo, institución que permite el ejercicio efectivo de los derechos ciudadanos. Finalmente, se analizan las elecciones europeas 2019 para demostrar los progresos de la democracia postnacional, afirmando que necesariamente será una democracia agonística.
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¿Es posible combatir y vencer la pobreza con métodos ortodoxos? ¿Deberíamos buscar nuevas soluciones, como la de separar el derecho al sustento de la venta del trabajo en el mercado laboral y ampliar todo el concepto de trabajo tal como la sociedad lo ha entendido hasta ahora? Una cosa es ser pobre en una comunidad de productores con empleos para todos, y otra muy diferente es serlo en una sociedad de consumidores cuyos proyectos de vida se construyen en torno a la elección de lo que se consume y no alrededor del trabajo, la capacidad profesional o la disponibilidad de empleos. Si en otras épocas ser pobre significaba estar sin trabajo, hoy este calificativo se refiere, sobre todo, a los apuros de unos consumidores expulsados del mercado. Esta diferencia cambia la situación radicalmente y afecta tanto la experiencia misma de la pobreza como las oportunidades y perspectivas de resolver sus penurias.
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INTRODUCCIÓN ENTRE las cosas nuevas que durante mi permanencia en los Estados Unidos, han llamado mi atención, ninguna me sorprendió más que la igualdad de condiciones. Descubrí sin dificultad la influencia prodigiosa que ejerce este primer hecho sobre la marcha de la sociedad. Da al espíritu público cierta dirección, determinado giro a las leyes; a los gobernantes máximas nuevas, y costumbres particulares a los gobernados. Pronto reconocí que ese mismo hecho lleva su influencia mucho más allá de las costumbres políticas y de las leyes, y que no predomina menos sobre la sociedad civil que sobre el gobierno: crea opiniones, hace nacer sentimientos, sugiere usos y modifica todo lo que no es productivo. Así, pues, a medida que estudiaba la sociedad norteamericana, veía cada vez más, en la igualdad de condiciones, el hecho generador del que cada hecho particular parecía derivarse, y lo volvía a hallar constantemente ante mí como un punto de atracción hacia donde todas mis observaciones convergían. Entonces, transporté mi pensamiento hacia nuestro hemisferio, y me pareció percibir algo, análogo al espectáculo que me ofrecía el Nuevo Mundo. Vi la igualdad de condiciones que, sin haber alcanzado como en los Estados Unidos sus limites extremos, se acercaba a ellos cada día más de prisa; y la misma democracia, que gobernaba las sociedades norteamericanas, me pareció avanzar rápidamente hacia el poder en Europa. Desde ese momento concebí la idea de este libro.