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La “división antigua” en la Nueva España. Humboldt y la historia cartográfica del orden territorial

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Abstract

El objetivo del presente trabajo es reflexionar sobre la historia de las divisiones territoriales en la Nueva España teniendo en cuenta los olvidos de lo que Humboldt llamó la “división antigua”. Se parte de la pregunta porqué los científicos e ingeniero españoles y novohispanos no representaron esta “división antigua” en provincias, a diferencia de los cartógrafos de las potencias europeas enemigas de la Monarquía católica. Para ello se ha considerado la historia de la cartografía crítica, en el sentido de pensar a los mapas como imágenes, como representaciones que es necesario contextualizar, a fin de comprender las particularidades de la organización territorial en Indias.
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Artículo
REVISTA DE HISTORIA Y GEOGRAFÍA N°44, 2021 | ISSN 0719-4137 | ISSN 0719-4145 en línea | pp. 15-42
DOI: https://doi.org/10.29344/07194145.44.2613
Recibido: 29 de diciembre de 2020 · Aprobado: 10 de marzo de 2021
La “división antigua” en la Nueva España:
Humboldt y la historia cartográca del
orden territorial
e “old division” in New Spain: Humboldt and the
cartographic history of the territorial order
Víctor M. González Esparza*1
RESUMEN
El presente trabajo analiza el orden territorial novohispano a
partir de dos perspectivas complementarias: por un lado, el
“giro espacial”, en el sentido de analizar los mapas como repre-
sentaciones, y, por el otro, la nueva historia del Derecho, en la
que se estudia la “territorialidad” del poder. El eje del análisis se
encuentra en lo que Humboldt llamó la “división antigua, y que
diera a conocer más claramente Edmundo O’Gorman, la que
incluía a las diferentes provincias que se fueron conformando
desde los inicios de la colonización. Una división que sería re-
presentada hasta Humboldt en su “Carta Geográca General de
1804”, recientemente descubierta, por lo que la pregunta clave es
por qué los cientícos e ingenieros españoles y criollos no repre-
sentaron esta “división antigua” de manera integral, a diferencia
de los cartógrafos de las potencias europeas enemigas. Las res-
puestas se vinculan con los silencios o las “prácticas de reserva”
de la Monarquía compuesta, pero también con la territorialidad
que se inició desde los procesos mismos de colonización y que
dependía de una visión plural y fragmentada del poder.
ABSTRACT
is paper analyzes the Novo-Hispanic territorial order from two
complementary perspectives: on the one hand, the “spatial turn,
*1 Mexicano. Doctor en Estudios Latinoamericanos, Profesor Investigador, Departa-
mento de Historia, Universidad Autónoma de Aguascalientes, México. E-mail: vicma-
go0421@gmail.com
El autor agradece a los editores y lectores anónimos de esta revista por sus valiosas su-
gerencias.
Keywords:
Humboldt,
Edmundo
Palabras clave:
Humboldt,
Edmundo
O’Gorman,
división antigua,
giro espacial.
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La “división antigua” en la Nueva España: Humboldt y la historia cartográca | González
in the sense of interpreting maps as representations, and, on the
other hand, the new history of law, in which we study the “te-
rritoriality” of power. e basis of the analysis is found in what
Humboldt called the “old division,” made more widely known
by Edmundo O’Gorman, which included the dierent provinces
formed from the beginnings of colonization. A division factored
until Humboldt in his recently discovered “General Geographic
Chart of 1804”. Hence, the critical question is why Spanish and
Creole scientists and engineers did not represent this “ancient di-
vision” in an integral way, unlike the cartographers of the enemy
European powers. Answers are linked to the silence or “reserve
practices” of the Monarchy and territoriality that began with co-
lonization and depended on a fragmented and plural vision of
power.
O’Gorman, ancient
division, spatial
turn.
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“Los mapas no sólo replican, construyen y proyectan espacios,
y así hacen de espacios territorios por vez primera.
Karl Schlögel, EN EL ESPACIO LEEMOS EL TIEMPO...
En un ensayo historiográco sobre Humboldt en la Nueva España,
Pietschmann se preguntó qué tanto conoció el cientíco explorador
sobre este reino, más aún hasta dónde fue historiador, en el sentido de
pensar el poder no centralizado sino desde pueblos, villas y ciudades,
o de reexionar sobre los conceptos mismos de reinos o provincias. Sin
embargo, como bien reconoce el historiador alemán, Humboldt pro-
curó, para su Ensayo político sobre la Nueva España, tener una imagen
geográca y física del reino, es decir, que se estudiaran los mapas que
acompañan algunas ediciones, incluso antes de la lectura del Ensayo.
De ahí que en los últimos años se haya renovado el interés sobre la
obra de Humboldt, cuando es cada vez más clara la relación entre his-
toria y geografía (Pietschmann, 2011).
El estudio de la cartografía ha sufrido una revolución epistemoló-
gica al pasar de las cuestiones sobre la calidad de las mediciones, sin
duda necesarias, a lo que se ha dado en llamar el “giro espacial”, y ob-
servar a los mapas como imágenes, como representaciones, lo cual ha
permitido ampliar la imaginación geográca. Los mapas han dejado
de ser recursos auxiliares para la historia y se han convertido en “tiem-
po contenido”, en arte, en paisajes y espacios imaginarios, en expresio-
nes e instrumentos de poder, y, en ese sentido, han sido estratégicos
por lo que muestran, pero también por lo que ocultan. Si los mapas
representan un territorio, por los espacios que dibujan y también por
lo que silencian e imaginan, son imágenes que pueden leerse a partir
de la descripción técnica, pero también de los contextos que les dan
sentido. Quizá por ello Harvey utilizó la iconografía y la iconología para
la renovación de la historia de la cartografía, como otros autores han
utilizado la “cultura visual” para analizar los mapas (Dym, 2010; Har-
ley, 2005; Schlögel, 2003; Soja, 2010).
A partir de esta perspectiva, observar la historia del ordenamiento
territorial, en particular novohispano, puede ayudarnos a comprender
el proceso de “territorialidad”, en el sentido de cómo es que, históri-
camente, se fueron construyendo las divisiones territoriales como for-
mas de apropiación y control de espacios por grupos de poder, a partir
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fundamentalmente de la colonización desde el siglo XVI. Han existi-
do diferentes propuestas de análisis (Antochiw, 2000; Moncada Maya,
2009), sin embargo, el objetivo del presente trabajo es reexionar sobre
la historia de las divisiones territoriales, teniendo en cuenta los olvidos
de una división en particular que Humboldt llamó la “división antigua.
Escribir algo sobre Humboldt puede correr el riesgo de repetir lo ya
dicho; sin embargo, a la “división antigua” mencionada por Humboldt
no se le ha prestado la suciente atención y, desde nuestra perspecti-
va, es una sugerencia fundamental para entender el origen de la divi-
sión territorial novohispana, al igual que de la nación independiente.
Por otra parte, como veremos, la imagen de esa división, que incluía
las provincias, no fue dada a conocer por la Monarquía católica, no
obstante que fue al menos descrita por López de Velasco en 1575, por
razones estratégicas (prácticas de reserva de no dar a conocer las ri-
quezas especialmente de la Nueva España). Al mismo tiempo, esa “di-
visión antigua” no se conocería hasta Humboldt por una concepción
de “antiguo régimen” sobre la territorialidad, en la que el territorio
estaba vinculado al poder de los capitanes de guerra y de los señores
ricos que conformaron la ocupación del espacio, gracias a los privile-
gios y mercedes otorgados por la corona, lo que también muestra un
especial orden jurídico y político (Del Vas Mingo, 1999; Garriga, 2004;
Hespanha, 1993).
La organización del espacio político o del territorio ha estado vin-
culada, en términos historiográcos, a la conformación de los Estados
nacionales, a la idea de una racionalidad del poder construida por la
burguesía con base en el establecimiento de las fronteras, en la integra-
ción del mercado nacional y en la unidad cultural. En esta racionalidad
estatista los regionalismos han sido vistos como negativos, como par-
te de los corporativismos tradicionales y de los residuos de intereses
egoístas y oligárquicos, “como un signo de retraso que testimonia una
mentalidad prerracional” (Hespanha, 1993).
Como bien lo señalaran Brunner y Hespanha, el espacio original es
la casa, en la que un grupo de personas es conducido por un paterfa-
milias, las cuales están vinculadas más por una comunidad de vida que
por lazos económicos o de sangre (Brunner, 1976; Hespanha, 1993). Se
trata de una territorialidad en la que se encuentran integrados el espa-
cio, el derecho de paterfamilias, la comunidad y las estructuras políti-
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cas “premodernas” o “antiguas”, de tal manera que el territorio es parte
fundamental del sistema de poder. Los pueblos, las villas, las ciudades,
las provincias, los reinos y la monarquía son parte de este sistema cuya
base es la Oeconomia, la idea de una comunidad gobernada por un
padre virtuoso, piadoso y justo, encargado de armonizar las diferentes
jurisdicciones que han mantenido su autonomía.
Por otra parte, este sistema antiguo se caracterizaba por la fragmen-
tación política, dado que la estructura administrativa y burocrática era
una concesión patrimonial hacia parientes y amigos, lo cual acentuaba
la “miniaturización del espacio político, como lo llama Hespanha. Al
unirse comunidad y territorio por varias generaciones, se da una rigidez
en términos culturales, de tal manera que la división político-adminis-
trativa implica identidad de una “patria chica, pero también resistencia
a cambios en la conformación espacial. De ahí la “territorialización del
poder”, es decir, que los vínculos políticos estén mediados por el territo-
rio, más aún, “son las estructuras espaciales las que conguran política y
jurídicamente a los individuos” (Hespanha, 1993: 102).
A diferencia de la planeación racional de los Estados modernos,
para la que toda territorialidad previa aparece como desordenada”, la
conformación espacial de tipo antiguo, tanto de pueblos y villas como
de provincias, se relaciona con la división realizada desde la comu-
nidad y no desde el poder central. Las irregularidades de la división
territorial, el traslape de diferentes jurisdicciones, la indenición de
fronteras, etc., se vincula precisamente con esta idea sobre el espacio
político, en la que el poder y el territorio están unidos, en donde se da
precisamente la “territorialidad” del poder (Carmagnani, 1984; Sack,
1991; Saquet, 2015).
La historiografía al respecto se ha desarrollado desde la historia del
Derecho o de la geografía (Diego-Fernández Sotelo, 1998; Dym, 2010;
Moncada Maya, 2009); sin embargo, no se encuentran estudios que in-
tegren ambas perspectivas. La visión del orden territorial previo a la
conformación del Leviatán es fundamental para entender el proceso
de territorialidad. Por su parte, la cartografía crítica se ha enfocado en
la conformación de los Estados nacionales, sobre todo desde el siglo
XIX, de tal manera que ambas perspectivas se complementan. Espera-
mos que este trabajo sea comprendido a partir de una visión amplia e
integrada del orden territorial novohispano.
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Lo primero que ha llamado la atención en la historia de las divi-
siones territoriales en México es la “anarquía, lo “embrollado” de las
divisiones geopolíticas (O’Gorman, 2000). Ciertamente, contrasta con
la idea planeada, por ejemplo, con el proyecto de división territorial
de Jeerson para los Estados Unidos, en 1783 (Schlögel, 2003), o con
los proyectados por Orozco y Berra para el Segundo Imperio en 1865
(Commons, 1989). Reconstruir la historia de la territorialidad en la
Nueva España puede ayudarnos a entender la historia de esta concep-
ción política diferenciada, es decir, del orden político del cual partió la
división territorial del antiguo régimen mexicano.
La “división antigua
Se han escrito muchas páginas para reconocer la importancia de
Alexander von Humboldt para el “redescubrimiento de América”, en el
sentido de que fue el primer explorador en ofrecer las imágenes y las
descripciones más avanzadas, con las más novedosas herramientas y
la perspectiva cientíca más integral de los territorios americanos por
él visitados, especialmente a través de sus trabajos sobre Cuba, Nueva
Granada, Perú y la Nueva España. Me reero a las imágenes porque,
a través de los dibujos de la naturaleza y de la cartografía, se observa
claramente la relevancia de lo visual en toda la obra del cientíco. Y,
junto con ello, frente a las visiones ilustradas de la degeneración” y
por lo tanto “inferioridad” de la naturaleza en Indias, la obra de este
explorador/cientíco colocó a la historia de la Nueva España/México
en una perspectiva global. Quizá por ello Humboldt es cada vez más
cercano a nuestro tiempo.
No obstante, pocos autores han reparado en una sugerencia que
el explorador/cientíco hiciera sobre las divisiones territoriales
en la Nueva España. Como en otros temas, el estudio de Edmundo
O’Gorman continúa siendo un referente fundamental al respecto. Es-
crito originalmente en 1937, advertía ya del “laberinto que constituye
la embrollada historia de nuestra división territorial”. Sin embargo, es
sin duda el estudio que más claridad proporciona, no solo sobre el pe-
riodo independiente sino sobre las divisiones territoriales durante la
Colonia. Plantea de hecho una de las diferencias centrales entre ambos
periodos: “En la Colonia las provincias surgen como resultado de fenó-
menos históricos reejados sobre el territorio y reclaman un reconoci-
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miento legal; en la república las entidades se crean o desaparecen por
misterio de la ley”. En la primera se trata de una necesidad de hecho, en
la segunda de derecho (O’Gorman, 2000: 4).
O’Gorman menciona las diferentes divisiones durante el periodo
colonial, las cuales se fueron conformando simultáneamente. La pri-
mera son las eclesiásticas, a su vez con tres diferentes divisiones: por
jerarquía, por provincias de evangelización, y la división de los terri-
torios por los tribunales del Santo Ocio. La segunda se relaciona con
las divisiones judiciales-administrativas, que recaían básicamente en
las audiencias, y, nalmente, con la administrativa scal, que corres-
pondía a las provincias y posteriormente a las intendencias. Cada una
tenía su propio orden y jerarquía, por lo que la historia de este periodo
se vincula con los diversos y múltiples conictos de jurisdicción.
Hay un punto que menciona O’Gorman que resulta fundamental
para nuestra historia y que está relacionado con lo que Humboldt lla-
la “división antigua”, es decir, la división geopolítica conformada
por las provincias. “Estas antiguas divisiones son todavía muy usadas
en el país”, comentó Humboldt después de mencionar los reinos y pro-
vincias y antes de mostrar las intendencias (Alejandro de Humboldt,
2002: 100). El “Mapa reducido” o general de la Nueva España, presen-
tado por Humboldt tanto en el Ensayo político como en el Atlas Geo-
gráco —en el que reconoce que difícilmente en los mapas europeos
se ubicaba la ciudad de Guanajuato, al mismo tiempo que menciona
que el situar adecuadamente los centros mineros “parece haber tenta-
do la codicia de algunos colonos”—, presenta las divisiones de provin-
cias internas e intendencias con las mediciones más exactas conocidas
hasta ese momento (Alexander von Humboldt, 2003). Sin embargo,
realizó otro mapa hasta hace poco dado a conocer —que elaboró para
el conde de la Valenciana, a quien visitó en Guanajuato—, y del que
se realizarían algunas copias con una visión más clara de los centros
mineros y de las provincias. Sobre este hallazgo comentaremos más
adelante (Manso Porto, 2008).
Las provincias son territorios diferenciados desde la conquista y co-
lonización en el siglo XVI, y que “encontraron reconocimiento en la cos-
tumbre y en la ley”, como bien comentó O’Gorman. Menciona incluso,
cosa que no hemos explorado sucientemente, que los conquistadores
“hicieron suyas en muchos casos las grandes divisiones territoriales
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indígenas, por lo que se siguieron reconociendo como provincias los
territorios que antes de la conquista formaban parte de los reinos de
México, Michoacán o Tlaxcala. De ahí que se les otorgara el nombre de
“reinosa la Nueva España, a la Nueva Galicia y a Nuevo León, dada
la relevancia de los asentamientos prehispánicos encontrados. Un Rei-
no, en este sentido, comprendía varias provincias ya preexistentes, y
simplemente los territorios provincianos fueron “determinados por la
ocupación europea y señaladamente por la ocupación militar” (Borah,
1985; O’Gorman, 2000; Tau Anzoátegui, 2000). De hecho, también las
gobernaciones, como la de Yucatán y Nueva Vizcaya, mantuvieron cla-
ramente una denominación militar hasta nes del periodo. Habría que
recordar que las jurisdicciones provinciales se fundaron en privilegios
y mercedes otorgados a los capitanes de guerra, particularmente en la
conquista y colonización septentrional, por lo que este tipo de territo-
rialidad implicó múltiples e interminables conictos y litigios, situación
que trataría de remediar la Ordenanza de Intendentes de 1786, pero que
a nal de cuentas terminaría traslapando una vez más a las viejas juris-
dicciones. Incluso después de la independencia la división territorial de
México se explica más por la “división antigua” que por la de la Inten-
dencia o de los obispados, como han sugerido algunos historiadores.
De acuerdo con Humboldt, cito:
Antes de introducirse en América el nuevo orden de administra-
ción dispuesto por don José de Gálvez, Ministro de Indias, La Nueva
España comprendía: 1. El reino de México, 2. El reino de la Nueva
Galicia; 3. El nuevo reino de León; 4. La colonia del Nuevo Santan-
der; 5. La provincia de Texas; 6. La provincia de Coahuila; 7. La de
Nueva Vizcaya; 8. La de la Sonora; 9. La de Nuevo México y 10. Las
dos Californias o provincias de la Vieja y Nueva California” (Alejan-
dro de Humboldt, 2002: 99-100).
Además, como lo aclararía O’Gorman, cada reino y gobernación in-
cluía diferentes provincias: 1. El Reino de México, las provincias de Mé-
xico propiamente, Tlaxcala, Puebla de los Angeles, Antequera (Oaxaca)
y Valladolid (Michoacán); 2. El Reino de Nueva galicia, las provincias
de Xalisco o Nueva Galicia, Zacatecas y Colima; 3. La Gobernación de
la Nueva Vizcaya, las provincias de Guadiana o Durango, y la de Chi-
huahaua; y 4. La Gobernación de Yucatán, con las provincias de Yu-
catán p.m.d., Tabasco y Campeche (v. Mapa 1) (O’Gorman, 2000: 14).
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Figura N° 1. Mapa de la “División Antigua”.
Fuente: Edmundo O’Gorman, Historia de las divisiones territoriales de México, Ed Po-
rrúa, 9ª. ed., 2000, pp. 16-17; reelaborado digitalmente por María González. Los años
debajo de cada nombre de provincia son los años de creación de las cajas reales en cada
capital, agregados por el autor de este ensayo.
La historiografía ha enfatizado las dicultades para llevar a cabo
un Mapa general de la Nueva España, especialmente a partir de sus
provincias, lo cual ha sido explicado por la estrategia de la Monarquía
castellana, y luego borbónica, de mantener en secreto los principa-
les centros mineros (Cramaussel, 1998; Hillerkuss, 2013). Se trató de
“prácticas de reserva” que la Monarquía católica utilizó como política
de seguridad frente a sus enemigos. De ahí que la principal preocu-
pación cartográca de la Monarquía fueran las costas, por lo que la
mayor parte de los mapas y planos existentes en los archivos reeran
a éstas, a puertos y bahías, penínsulas y fronteras, ríos y montañas
que concluían en las costas, así como obispados o provincias por se-
parado, pero no de las provincias en su conjunto, con el detalle de tie-
rra adentro (Antochiw, 2000; Buisseret, 2005; Moncada Maya, 2009;
Reinhartz, 2005).
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Las primeras representaciones de las provincias no provienen de
la Monarquía castellana sino de sus competidores europeos. Desta-
ca, por ejemplo, la que fue llevada a cabo por el hidrógrafo de los
reyes ingleses John Seller, en 1685, quien durante treinta años tuvo
el monopolio de publicar los atlas navales de Inglaterra. Se trata de
un mapa coloreado, pequeño en el formato (6 x 4,5 pulgadas), titu-
lado “Mexico or New Spain” (v. Mapa 2). Incluye las provincias de
Centroamérica, y todo el septentrión, después de la Nueva Vizcaya,
es presentado como espacio vacío solo con el nombre de Florida, a
diferencia del que realizaría Guillaume de la I’sle en 1700 —uno de
los cartógrafos franceses más prolícos— sobre la América septen-
trional, en el que aparecen también las colonias inglesas y francesas
(León-Portilla, 2001). En el mapa de Seller aparece Zacatecas, pero
no Guanajuato, como bien lo señalaría Humboldt. Habría que recor-
dar que la falta de información difundida por la Monarquía castella-
na, por el temor de que se conociera la riqueza minera del septen-
trión y, por lo tanto, para retardar las ambiciones inglesas, francesas
y holandesas principalmente, impidió que se llevaran a cabo mapas
cientícos de esta región de la Nueva España. En todo caso, muchos
de los mapas elaborados presentaban un territorio prácticamente va-
cío, lo cual alimentó las ambiciones de las potencias enemigas de la
Monarquía hispana (Cramaussel, 1998).
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Figura N° 2. Mapa de John Seller “Mexico or New Spain” (1685).
Fuente: Miguel León-Portilla, Cartografía de la Antigua California (Ciudad de México:
Universidad Nacional Autónoma de México, 2001), 136. Existe otro mapa muy similar al
de John Seller, que fue el realizado por Robert Morden, “Mexico or New Spain” (1688),
que se encuentra en el Museo Franz Mayer.
La inexactitud acerca de los centros mineros en los mapas europeos
se constata nuevamente en uno de los mapas más completos sobre las
provincias, con clara alusión también a las audiencias, el cual fue el rea-
lizado por Pieter van der Aa en 1714 (“Mexique ou Nouvelle Espagne”)
en su Nouvel Atlas, en Holanda. En este Mapa aparecen 15 provincias,
sin contar las centroamericanas, y no aparecen las Californias ni Nuevo
México. Hay un grabado en la parte inferior izquierda de este Mapa en el
que aparece una suerte de conquistador hispano, con una pierna sobre
los cuerpos arrodillados de un indio con corona y un esclavo negro, con
un paisaje en donde abundan los ganados y la vegetación. En un Atlas
difundido en inglés, con estas imágenes, no deja de ser parte de cierta
propaganda. Las minas de Zacatecas y Guanajuato, por ejemplo, están
bien señaladas. El autor tiene otro Mapa de la América septentrional en
el que considera incluso las colonias francesas, “Canada ou Nouvelle
France”, pero sin las provincias de la Nueva España. Sin embargo, el de-
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dicado en especíco a “Mexique ou Nouvelle Espagne” sigue siendo un
referente importante en la reexión acerca de las divisiones que, como
hemos comentado, se originaron desde el siglo XVI con propósitos ad-
ministrativos, territoriales/militares y scales.1
Figura N° 3. Mapa de Pieter Van der Aa “Mexique ou Nouvelle Espagne” (1714).
Fuente: Pieter van der Aa, Nouvel Atlas, tres-exact et fort commode pour toutes sor-
tes de personnes, Contenant les Principales Cartes Geographiques. (Leiden: Phillips,
Geographical Atlases, Vol. IV, title 4277, 1714), 98. En David Rumsey Historical Map
Collection, https://www.davidrumsey.com/luna/servlet/detail/RUMSEY~8~1~297
959~90069515?qvq=w4s%3A%2Fwhere%2FMexico%3Bq%3AMexico%3Bsort%3AP
ub_Date%2CPub_List_No_InitialSort%3Blc%3ARUMSEY~8~1&mi=27&trs=937# con-
sultado el 20-X-2020.
Eman Bowen (geógrafo de su Majestad, cartógrafo, impresor y publi-
cista inglés), en 1752, realizó otro mapa bellamente coloreado y con un
grabado copiado del conquistador realizado originalmente por Pieter
van der Aa. Esta imagen sería constantemente repetida, sin duda par-
te de la propaganda antimonarquía católica. Incluye bien las minas de
Zacatecas, pero, nuevamente, no las de Guanajuato. Contiene 18 pro-
1 De la parte inglesa, otro de los mapas, divulgado con las provincias, fue el de Aaron
Arrowsmith. “Chart of the West Indies and Spanish Dominions in North America” (Lon-
don: A. Arrowsmith, rst edition, 1803).
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vincias, incluidas California, Nuevo México, Luisiana y Florida, pero con
cambios en grados en las ubicaciones. Se trata de un excelente ejemplo
de representación de las provincias de mediados del siglo XVIII.
Figura N° 4. Mapa de Eman Bowen “A New & Accurate Map of Mexico or New
Spain (1759).
Fuente: Eman Bowen “A New & Accurate Map of Mexico or New Spain together with
California, New Mexico” (1759), University of Texas at Arlington.
Ahora bien, ¿por qué la inexistencia de un mapa general de las pro-
vincias de la Nueva España y Nueva Galicia por parte de los geógrafos
españoles o novohispanos? Juan López de Velasco, el cosmógrafo y
cronista real de Felipe II, redactó su Geografía y Descripción Universal
de las Indias entre 1571 y 1574; sin embargo, esta obra fue publicada
hasta 1894 (López de Velasco, 1894). En ella, además de considerar la
descripción administrativa desde el Consejo de Indias y de las audien-
cias, incluyó las “divisiones espirituales”, como llamó a la del arzobispa-
do y obispados, pero muy claramente también incluyó a las diferentes
provincias, tanto de los reinos y audiencias de México, como de Nueva
Galicia, así como audiencias de Santo Domingo, Guatemala, Panamá,
del Nuevo reino de Granada, del reino de Perú, de la Audiencia de Qui-
to, de los Reyes, de Charcas, e incluso las provincias, tanto del Río de
la Plata como del Brasil. Además, incluyó descripción de las costas de
China, de Nueva Guinea y de las islas Salomón. Sin duda, para su mo-
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mento, se trató de una visión global de los dominios de la Monarquía
hispana, la cual deja ver que está estructurada en provincias.
Lamentablemente su obra no contiene mapas, quizá, como sugirió
Jean-Pierre Berthe, por las “severas críticas” que le hiciera Juan Bautis-
ta Gesio, cosmógrafo y matemático napolitano e informante de Felipe
II, particularmente por las deciencias geográcas y matemáticas del
manuscrito (Berthe, 1998).2 Así, no obstante, o quizá gracias a la am-
bición de la obra de López de Velasco, incluye una de las descripciones
más tempranas y completas de las provincias. Ciertamente, una buena
edición crítica de su obra, así como la elaboración de los mapas que
sugiere, sigue pendiente (Berthe, 1998).
Después de esta obra de López de Velasco se llevarían a cabo de-
scripciones y representaciones de algunas provincias, la mayoría re-
alizadas por separado, quizá como ejemplo mismo de la manera
policéntrica en que se gestionaría la territorialización y el ejercicio de
gobierno por parte de la Monarquía. En la obra Política indiana (1647),
de Solórzano Pereira, va a predominar igualmente la palabra provincia
y, al formar parte de la Monarquía castellana, los reinos o provincias
nuevos se unen accesoriamente a otros antiguos, por lo que se regulan
por las mismas leyes. De tal manera, como comenta Tau Anzoátegui, se
aplica la doctrina del Derecho común, con el n de proveer soluciones
adecuadas a las nuevas situaciones que se presenten. Lo accesorio no
implicó necesariamente una mayor subordinación, sino una mejor in-
tegración a Castilla, lo cual creó una relación compleja y ambigua con
la Corona, pero con reinos y provincias con gran autonomía, con in-
stancias descentralizadas y, también, con grandes privilegios a la elite
criolla (Annino, 2015; Cardim etal., 2014; Tau Anzoátegui, 2000).
Como se sabe, la construcción de los primeros mapas “cientícos” se
debe a Sigüenza y Góngora, en el siglo XVII, y a Alzate en el siglo XVIII.
Habría que incluir también el hidrográco de Villasor y Sánchez real-
izado en 1746. Para algunos tratadistas, entre ellos Humboldt, el mapa
2 La crítica de J. B. Gesio que se conserva sobre el manuscrito de López de Velasco
Demarcación y división de las Indias (Biblioteca Nacional de España, 1580), una síntesis
de la Geografía Universal que contenía algunos mapas, dice: “he hallado que este libro
no está compuesto según los preceptos de la Geografía, y contener casi nada de esta
Sciencia, y por este no ser libro Geográco, sólo ser una abreviación de Historia y comen-
tario…, citado en Berthe, 1998.
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de Alzate es una copia del de Sigüenza y Góngora, no obstante que pocos
conocieron el elaborado por este último sabio. Como bien lo señalaron
Sánchez Lamego y Elías Trabulse, más allá de las imperfecciones técni-
cas la obra cartográca de Sigüenza y Góngora fue fundamental, al grado
que su mapa permaneció hasta la recuperación que hiciera Alzate (An-
tochiw, 2000; Codding, 1994; Sánchez Lamego, 1955; Trabulse, 2001).
Al trabajo de Villaseñor y Sánchez habría que reconocerle la iden-
ticación, como lo hiciera Sigüenza y Góngora, de los principales ríos
y lagunas del territorio novohispano. Está dividido por obispados y ju-
risdicciones menores, con la descripción de ciudades, villas y pueblos,
no obstante que su título incluye “Reinos y provincias de Nueva Es-
paña”. Su fuente fueron las relaciones geográcas que, en el siglo XVIII,
mandó realizar la Corona de los diferentes pueblos, villas, ciudades,
provincias y reinos. No obstante, la división basada en las provincias se
mantuvo en silencio (Villaseñor y Sánchez, 1992).
Figura N° 5. Villaseñor y Sánchez, Mapa Geographico de la América Septentrio-
nal (1746).
Fuente: Archivo General de Indias, MO-MEXICO, 161, fecha 1746. “Yconismo hidroté-
rreo, o Mapa Geográphico de la America Septentrional. Delineado y observado p[o]r el
Contador de los R[eale]s Azogues D[on] José Antonio de Villaseñor y Sánches”. Mapa de
la América septentrional, delineado por José Antonio de Villaseñor y Sánchez y grabado
por Francisco Sylverio de Sotomayor. Consultado en http://pares.mcu.es/ParesBusque-
das20/catalogo/show/20997 el 10-XI-2020.
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La “división antigua” en la Nueva España: Humboldt y la historia cartográca | González
Alzate mantuvo la división en obispados (Figura 6), con el argu-
mento de que “un alcalde mayor por razón de que así lo establecen las
leyes, poco tiempo reside en un mismo territorio, y por consiguiente no
puede tener aquella instrucción topográca que poseen los curas.” (Tra-
bulse 1983: 25). Es decir, los curas estaban mejor preparados para llevar
a cabo las mediciones cartográcas. De hecho, el nombre que le dio la
biblioteca en la que se encuentra el original de Alzate es el “Mapa del Ar-
zobispado de México”, dado que representa las divisiones eclesiásticas.
Figura N° 6. José Antonio de Alzate, “Mapa del Arzobispado de México” (1768).
Fuente: John Carter Brown Library, Brown University.
Pero la ausencia de un mapa con las divisiones civiles no puede ex-
plicarse solo porque para las autoridades políticas españolas nunca fue
un “requisito insoslayable” contar con un mapa integrado; tampoco
porque no existía el personal sucientemente preparado para llevarlos
a cabo (Rojas, 1999). Este tipo de explicaciones sigue pensando la carto-
grafía novohispana con visiones eurocentristas, ya que, como veremos,
existió un centenar de ingenieros militares con excelentes trabajos car-
tográcos, como lo reconociera el propio Humboldt. Como hemos tra-
tado de argumentar, dada las características del espacio público y de la
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Monarquía hispana, la cartografía respondió más a los intereses provin-
ciales que del reino en su conjunto. Ello se manifestará claramente con
las reformas borbónicas y con el movimiento autonomista/independen-
tista generado por la invasión napoleónica en 1808, y en el Mapa de la
“d iv is ió n an ti gu a” su ge ri do p or H um bo ld t y re sc at ad o po r O ’G or ma n.
Las reformas borbónicas son un excelente escenario para observar
la integración de las antiguas divisiones con las nuevas “intendencias
de provincia”. La revisión reciente de dichas reformas ha destacado la
transformación del virreinato (con varios reinos), en un solo Reino de
la Nueva España, al mismo tiempo que destaca el papel jugado por las
subdelegaciones en la nueva integración territorial a partir de las “in-
tendencias de provincia” y de las provincias internas (Diego-Fernán-
dez Sotelo y Gutiérrez Lorenzo, 2014). Otra cuestión que queda clara
también es que el proceso implicó centralización por el tipo de planea-
ción, pero quizá más descentralización al fortalecer el papel de los sub-
delegados, por ejemplo, en cuestiones tributarias. Además, un aspecto
clave en lo que hemos argumentado, en que las ordenanzas de inten-
dentes prácticamente vendrán a legitimar el gobierno provincial. Poco
se ha reparado, por ejemplo, en que a las intendencias se les llamó “de
provincias”, y en que a las provincias internas se les daría una reorgani-
zación con el n de que contaran también con mayores atributos.
En términos cartográcos, la elaboración detallada del resultado
del régimen de intendencias rearma y potencia la división en provin-
cias, concepto en el que habría que insistir. Incluso si se analiza el caso
de la Intendencia de Guadalajara, habría también una corresponden-
cia territorial con el Obispado de Guadalajara, lo que incorporaría a 17
alcaldías mayores y ocho corregimientos, 25 subdelegaciones en total
(Diego-Fernández Sotelo y Gutiérrez Lorenzo, 2014; Mantilla Trolle,
Diego-Fernández Sotelo y Moreno Torres, 2008: 25-27). Las reformas
borbónicas lograron mantener las viejas divisiones a través de las “in-
tendencias de provincias”, además de intentar reorganizar los territo-
rios septentrionales mediante las provincias internas. Los constantes
cambios jurisdiccionales de nales del siglo XVIII de estas provincias
internas muestran la poca denición de las fronteras y la inseguridad
de estos territorios (Álvarez, 2011; Gerhardt, 1996).
Como comentamos al inicio de este apartado, Humboldt conoció la
división antigua” por las referencias que ofrece para su “Carta general
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La “división antigua” en la Nueva España: Humboldt y la historia cartográca | González
de la Nueva España”. De hecho, esta Carta representa a las provincias y a
las intendencias de provincia, y muestra cómo se dio la integración terri-
torial novohispana, origen de la división geopolítica nacional. Gracias a
los acervos cartogcos de la Real Academia de la Historia de España,
en especial de la Colección Humboldt que posee, y a la posibilidad de
consulta digital que ofrece su portal, podemos revisar una copia digital
de tan importante carta identicada recientemente (Manso Porto, 2008).
Figura N° 7. Humboldt, Carta Geográca general del reino de la Nueva España
(1804).
Fuente: Real Academia de la Historia, “Carta geográca general del reino de Nueva Es-
paña, sacada de la original hecha en 1803 por el Sor. Barón de Humboldt y dedicada al
señor conde de la Valenciana. Es una de las copias manuscritas coetáneas que se hicie-
ron del original de Humboldt en la Ciudad de México en 1804”, Consultado en: https://
bibliotecadigital.rah.es/es/consulta/resultados_navegacion.do?cadena_busqueda=S
EC%3A+6&idTema=6&idRoot=1&id=57727&forma=cha&posicion=4 el 10-XI-2020; v.
(Manso Porto, 2008)
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De acuerdo con el propio Humboldt, para la elaboración de la Carta
General consultó 36 mapas o cartas, y entre las más destacados, que
ofrecen una visión general de la Nueva España, fueron el Mapa manus-
crito de la Nueva España, realizado por Costanzó y Mascaró (ca.1779),
al igual que el Mapa general de la Nueva España, también por Costan-
zó, “precioso por el conocimiento de las costas de Sonora”; el Mapa
del Arzobispado de México (1772), por José Antonio de Alzate, “es muy
malo”, comentó lacónicamente Humboldt; el de Velázques, de 1772,
Mapa manuscrito de toda la Nueva España; el de Antonio Forcada y la
Plaza, de 1787, Mapa manuscrito de todo el reino de Nueva España; y
el de Carlos Urrutia, Mapa manuscrito de una parte de la Nueva Espa-
ña…, ordenado por el virrey Revillagigedo (Antochiw, 2000).
Figura N° 8. Costanzó y Mascaró, “Carta o Mapa Geográco de una gran parte
del Reino de N.E…” (c1779).
Fuente: Archivo General de Indias, MP-MEXICO, 346: “Carta ó Mapa Geogco de una gran
parte del Reino de N. E. [Nueva España], comprendido entre los 19 y 42 grados de latitud
Septentrional y entre 249 y 289 grados de longitud del Meridiano de Tenerife, formado de or-
den del Exc[elentísi]mo S[eño]r B[eilí]o Fr[ey] D[o]n Ant[oni]o Maria Bucarely y Vrsúa p[ar]a
indicar la division del Virreinato de México y de las Provincias internas erigidas en Coman-
dancia General en virtud de Reales Órdenes el año 177”. Nota de autoría: “Construyólo el
Ingeniero D[o]n Mig[ue]l Constansó y va aumentado con varias noticias que adquirió en sus
viages a d[ic]has Provincias el Ingeniero Ordinar[i]o D[o]n Man[ue]l Mascaró”.Consultado
en http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/show/21214 el 3-XI-2020.
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La “división antigua” en la Nueva España: Humboldt y la historia cartográca | González
La obra de cerca de un centenar de ingenieros militares españoles
asentados en la Nueva España ha sido bien valorada en varios estudios
(Buisseret, 2005; Moncada Maya, 2009; Reinhartz, 2005), en particular
la de Miguel Constanzó, destacando su contribución como ingeniero/
arquitecto (diseñó entre otros edicios la Ciudadela) y, desde luego,
como cartógrafo. Humboldt mantuvo correspondencia con Constanzó
y siempre le reconoció sus aportaciones a la cartografía novohispana.
Por ejemplo, respecto del Mapa realizado conjuntamente entre Cons-
tanzó (que Humboldt reere Costansó…) y Mascaró, quienes trabaja-
ron en varios proyectos conjuntamente, Humboldt escribió: “Parece
trabajo hecho con mucho esmero”; también se rerió a él como
“Este sabio, tan modesto como profundamente instruido, ha reco-
gido de treinta años a esta parte cuanto tiene relación con el conoci-
miento geográco del extenso reino de Nueva España. Es el único o-
cial de ingenieros que se ha dedicado a examinar profundamente las
diferencias en longitud de los puntos más lejanos de la capital (…) Yo
tengo tanta mayor satisfacción en tributar esta justicia al señor Cons-
tanzó (…)” (Moncada Maya, 2009: 170).
La referencia es importante, ya que medir las escalas, especial-
mente de longitud, fue uno de los grandes hallazgos cientícos de la
segunda mitad del siglo XVIII, lo cual ofrece una idea de la actualidad
cientíca novohispana en general a partir de la cartografía (Trabulse,
1983).
Como hemos tratado de mostrar hasta aquí, de acuerdo con la
tradición de la Monarquía castellana, a través de las audiencias y las
provincias con sus ciudades capitales, el orden político estuvo estruc-
turado con base en la administración de justicia por parte de los jueces
y no en las leyes, de tal manera que la soberanía recaía en la territoriali-
dad construida a partir de los distritos audienciales, de las capitales de
provincia y de las repúblicas de los pueblos de indios. La expresión de
esta territorialidad, “revolución territorial” le llamó Annino, ocurriría a
partir de la representación de las diputaciones provinciales, pero tam-
bién de la multiplicación de las municipalidades, de tal manera que la
soberanía se reprodujo “originalmente” en la nación, pero también en
las provincias que dieron origen a los estados de la república, y en los
miles de cabildos que se crearon a partir de la carta de Cádiz, creando
así un conicto estructural de soberanías en conicto (Annino, 2015).
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Ello ciertamente dicultaría el nuevo orden político hasta bien entrado
el siglo XIX.
El mapa que expresará con claridad la importancia de las divisio-
nes en provincias internas e intendencias de provincia sería el publi-
cado por John Melish en Filadela, el año de 1820. Melish analiza la
extensión de cada provincia y su población, así como la extensión de
las provincias internas y prácticamente el despoblado entre las pose-
siones estadounidenses y españolas. Quizá por ello era el silencio de
la Monarquía hispana, no solo por el temor de dejar al descubierto los
tesoros novohispanos, sino porque las grandes extensiones y sus nece-
sidades de protección terminarían dejando grandes vacíos de poder y
de territorio.
Figura N° 9. John Melish et al. Map of the United States of America…
Fuente: Melish, John, J. Vallance, and Henry Schenck Tanner.Map of the United Sta-
tes of America: with the contiguous British & Spanish possessions. Philadelphia: John
Melish, 1820. En Library of Congress, www.loc.gov/item/2008622175, consultado el
29-X-2020.
La revisión de los mapas a partir de la representación de audiencias
y provincias nos advierte de un gran silencio por parte de la Monarquía
católica española, como lo muestran los casos de Juan López de Velasco
y, posteriormente, de Villaseñor y Sánchez, cuyas obras serían práctica-
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La “división antigua” en la Nueva España: Humboldt y la historia cartográca | González
mente guardadas como secreto de Estado, la primera hasta el siglo XIX
y la segunda hasta principios del siglo XX (Antochiw, 2000: 74). No obs-
tante, los cartógrafos ingleses, franceses y holandeses, principalmente,
pudieron reconstruir las divisiones antiguas como una manera de reco-
nocer la construcción del espacio a través de divisiones territoriales de
las patrias que serían reivindicadas, con ayuda de estas nuevas poten-
cias, al momento del colapso de la Monarquía hispana. Ciertamente, no
se trató del nacionalismo, cuya legitimidad provenía de la construcción
misma de una nación de ciudadanos, pero sí de un patriotismo que tuvo
sus raíces en la territorialidad construida históricamente. De ahí que, de
acuerdo con Benedict Anderson, los inventores del patriotismo fueron
los “pioneros criollos”, al reconstruir la patria frente a la nación.
Las aportaciones, en especial de Humboldt, a la cartografía mexi-
cana han sido parte de una polémica más amplia sobre el uso de la
información, ciertamente estratégica, como por ejemplo sobre las mi-
nas y sobre las provincias internas. Humboldt entregó primeramente
la información al rey Carlos IV y al virrey Iturrigaray, información que
se pensaba perdida y que hasta muy recientemente se ha catalogado
en la Real Academia de Historia (Manso Porto, 2008). Por otra parte,
al momento de la venta de las Floridas por parte de España a los Esta-
dos Unidos, en 1819, el mapa utilizado fue el de John Melish y no el de
Humboldt, por lo que habría que pensar a Humboldt a partir del difí-
cil equilibrio entre inteligencia y poder, especialmente en una época
caracterizada por la censura, en que Humboldt era prácticamente el
único investigador autónomo.
Reexiones nales
A partir de las nuevas perspectivas historiográcas sobre el espacio y el
territorio, de la renovación de la geografía y de la historia del Derecho,
la lectura de los mapas sobre la Nueva España en particular nos advier-
te de una ausencia o de un silencio que no sería sino hasta Humboldt
y posteriormente hasta Edmundo O’Gorman que se le conociera. Se
trata de la “división antigua, referida por Humboldt como la más usada
pero muy poco conocida. Esta división, conformada por las provincias,
nos muestra no solo las políticas o “prácticas de reserva” de la Monar-
quía católica, es decir, la estrategia de ocultar los conocimientos frente
a sus enemigos, sino también una concepción del poder y del territorio
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más bien fragmentada y que tiene que ver con la Monarquía compues-
ta o pluricéntrica, en la cual las representaciones que predominan son
las costas, las bahías y puertos, así como los pueblos, villas y ciudades
o provincias aisladas, pero no un mapa integrado del territorio en pro-
vincias. No sería sino hasta el mapa elaborado por Humboldt al conde
de la Valenciana, en 1804, que se tendría una Carta General, la cual
recientemente ha sido descubierta en la Colección Humboldt de la
Academia de la Historia de España. Se trata de una Carta General que
da cuenta de una conformación territorial de viejo cuño y que tendría
su expresión al momento de la independencia, de ahí lo peculiar de la
conformación territorial de los Estados de la república, a diferencia de
lo ocurrido con los vecinos del norte.
El mapa proyectado por Jeerson y Harthley (1783), junto con la Or-
dinance for the Government of the Territory of the Unites States, de 1787,
fueron la representación de un nuevo tipo de territorialidad, basada en
una idea de planeación “racional” como si el territorio estuviera vacío,
como si fuera desde una tabula rasa, sin todos los andamiajes del Viejo
Mundo o de los intereses de una sociedad corporativa. El mapa de Je-
erson fue un mapa que imaginó el futuro crecimiento de los diferen-
tes Estados de la unión en el noroeste americano, al mismo tiempo que
propició la normatividad para la apropiación de los amplios espacios
en la frontera del oeste, uniendo con ello la idea de “ciudadaníacon
el derecho de propiedad y dando lugar a otra forma de territorialidad
(Schlögel, 2003: 175-186).
La organización territorial de la Nueva España, en contraste, se fue
construyendo a partir de los reinos prehispánicos, pero sobre todo con
base en la graticación a encomenderos y capitanes de guerra en los
orígenes de la colonización, lo cual, en el siglo XVII, permitiría la ex-
pansión de los latifundios y de pueblos, villas y ciudades; también, a
partir de las mercedes otorgadas por la corona y la jurisdicción de las
audiencias en la conformación de las provincias. No fue ciertamente
una planeación central para la creación de una federación, sino una
respuesta más pragmática al proceso mismo de colonización. La terri-
torialidad se conguró a partir de instituciones castellanas que venían
de la Baja Edad Media que, si bien se adaptaron, incluso con un mayor
grado de autonomía como las audiencias, replicaron las formas de do-
minio de la Monarquía católica.
38
La “división antigua” en la Nueva España: Humboldt y la historia cartográca | González
De ahí que no sería sino hasta prácticamente Humboldt que se
conocería a la Nueva España con todas sus provincias, o de todos
los reinos americanos, ya que, además de las razones de seguridad
y defensa, de las “prácticas de reserva”, la concepción territorial de
la Monarquía tenía que ver más con la administración de justicia,
con los ministros de las audiencias y con la concesión de mercedes
que con la generación de nuevas leyes para colonizar desde la pro-
piedad privada. Las reformas borbónicas trataron de reorganizar el
espacio geopolítico, pero implicaron fundamentalmente el recono-
cimiento de las provincias en intendencias. De ahí que, nalmente,
prevalecería para el México independiente la “división antigua” que
se conguró desde el proceso de colonización, la cual fue recono-
cida por las Cortes de Cádiz con una diferencia: la ruralización de
la política al aceptar la expansión de las municipalidades y, a partir
de ello, la generación de tensiones estructurales entre las diferentes
soberanías reconocidas, dicultando con ello la conformación del
Estado nación.
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Article
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For over 80 years the Spanish Crown managed to protect their interests by preventing the actual number of the Spanishheld mines “Real de Minas” in New Spain from appearing on maps published in Europe. The strategy worked untilsome of the people who were responsible for this ‘State Secret’ began to spread information about the location ofthese deposits that had contributed so much to the royal treasury.
Book
From the sixteenth through the mid-nineteenth centuries, Spain, then Mexico, and finally the United States took ownership of the land from the Gulf Coast of Texas and Mexico to the Pacific Coast of Alta and Baja California-today's American Southwest. Each country faced the challenge of holding on to territory that was poorly known and sparsely settled, and each responded by sending out military mapping expeditions to set boundaries and chart topographical features. All three countries recognized that turning terra incognita into clearly delineated political units was a key step in empire building, as vital to their national interest as the activities of the missionaries, civilian officials, settlers, and adventurers who followed in the footsteps of the soldier-engineers. With essays by eight leading historians, this book offers the most current and comprehensive overview of the processes by which Spanish, Mexican, and U.S. soldier-engineers mapped the southwestern frontier, as well as the local and even geopolitical consequences of their mapping. Three essays focus on Spanish efforts to map the Gulf and Pacific Coasts, to chart the inland Southwest, and to define and defend its boundaries against English, French, Russian, and American incursions. Subsequent essays investigate the role that mapping played both in Mexico's attempts to maintain control of its northern territory and in the United States' push to expand its political boundary to the Pacific Ocean. The concluding essay draws connections between mapping in the Southwest and the geopolitical history of the Americas and Europe.
Article
ABSTRACT- One of the less well known aspects of Sigüenza y Góngora's scientific work is the one dealing with his cartographic activity, probably the most important contribution to mexican cartography of the 17th century, since he traced the complete profile of the Viceroyalty of New Spain with a precision never attained before. In addition to, he achieved —among other things— a map of Mexico's valley, which was used with practically no modifications for a whole century.
Article
Estudio del primer mapa de México realizado pro Carlos Sigüenza y Góngora en el siglo XVII.