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Revista del Museo Augusto Capdeville Rojas de Taltal
®
,
TALTALIA
N
MUSEO AUGUSTO CAPDEVILLE ROJAS
Ilustre Municipalidad de Taltal
ISSN impresa 0718-7025
ISSN electrónica 2452-5944
https://taltalia.hypotheses.org
Indexada en Latindex, Anthropological Literature, REDIB, DRJI, I2OR, Scientific Indexing
Services y ResearchBib
Representante Legal:
Sergio Orellana Montejo
Director:
Rodolfo Contreras Neira
Edi tores :
Benjamín Ballester
Alexander San Francisco
Comité Editorial:
Agustín Llagostera / Universidad Católica del Norte
Gloria Cabello / Sociedad Chilena de Arqueología e Instituto de Estética de la Universidad Católica de Chile
José Berenguer / Museo Chileno de Arte Precolombino
Cecilia Sanhueza / Investigadora Asociada del Museo Chileno de Arte Precolombino
Sergio Prenafeta / Periodista Científico
Carole Sinclaire / Museo Chileno de Arte Precolombino
Héctor Ardiles / Museo de Antofagasta
Andrea Chamorro / Universidad de Tarapacá
Mario Rivera / Chicago Field Museum of Natural History, Icomos-Chile, Universidad de Magallanes
Patricia Ayala / Investigadora independiente
Dirección:
Av. Arturo Prat Nº 5, Taltal, Chile
Teléfono: 55-2611891
revistataltalia@gmail.com
Portada y Contraportada
Portada: Vista de perfil de una balsa de cuero de lobo marino tripulada en las costas de Atacama, posiblemente Ta-
rapacá, el año 1700 (Duplessis 2003: 191, Lám. 28A).
Contrap ortada: Vis ta de frente de una ba lsa de cuero de lobo mar ino tripul ada en las costa s de Atacama, posi blemen-
te Tarapacá, el año 1700 (Duplessis 2003: 191, Lám. 28B).
Duplessis 2003. Périple de Beauchesne á la Terre de Feu (1698-1701). Une expédition mandatée par Louis XIV. Trans-
boréal, Paris.
Diseño y diagramación:
Sea Contreras
www.cargocollective.com/sealoquesea (sea.contreras@gmail.com)
Corrector de prueba:
Camilo Araya Fuentes
Edición: 300 ejemplares
Impreso en: Andros Impresores
ÍNDICE
Editorial
Rodolfo Contreras y Laetitia Gervais
Reconocimiento de la etnia de los changos. Antecedentes, perspectivas
y cronología del reconocimiento
María Gloria Cornejo
La modernización de la pesca en Chile: el panorama internacional
y la embestida neoliberal
Alex San Francisco y Benjamín Ballester
Una entrevista al antropólogo Horacio Larrain Barros
Mario Rivera
El Seminario de Reinos Lacustres en la cuenca del Titicaca, 1973
Damir Galaz-Mandakovic
Homicidio infantil, prevaricación y venganza contra un chungunguero.
Una microhistoria judicial en Gatico (1922)
Francisco Rivera
Una crónica minera en tres actos (Ollagüe, 1884-1992)
Gonzalo Ampuero Brito
De La Higuera a El Tofo. Derrotero de dos centros mineros en la penumbra
de la historia (notas y reflexiones)
María José Hinojoza Zamora y Diego Cortés Aguirre
Área Natural Cerro Perales: propuesta para su integración al sistema nacional
de áreas silvestres protegidas del Estado (SNASPE)
Normas Editoriales
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UNA CRÓNICA MINERA EN TRES ACTOS
(OLLAGÜE, 1884-1992)
A MINING CHRONICLE IN THREE ACTS (OLLAGüE, 1884-1992)
Francisco Rivera1
Desde fines del siglo XIX, la industria moderna de explotación de azufre dominó
el paisaje andino de Ollagüe. La región se pobló de campamentos y estaciones fe-
rroviarias, andariveles y caminos. Sin embargo, el ciclo económico de expansión
y crecimiento minero fue seguido por uno de declive y abandono, del cual sólo
quedan hoy las ruinas industriales y domésticas de sus instalaciones. En este artí-
culo se propone una nueva periodización del pasado reciente de Ollagüe desde una
perspectiva arqueológica-histórica, insertando el desarrollo minero local dentro
un contexto económico y político global. Desde sus restos materiales, buscamos
enriquecer y profundizar el proceso histórico de expansión capitalista ocurrido
durante el siglo XX en las tierras altas de la región de Antofagasta.
Palabras clave: azufre, minería de altura, capitalismo, arqueología industrial, Olla-
güe.
abstract
Since the end of the 19th century, the modern industry of sulphur exploitation do-
minated the Andean landscape of Ollagüe. The region was populated by camps and
railway stations, aerial ropeways and roads. However, this economic cycle of mi-
ning expansion and growth was followed by one of decline and abandonment. Only
the industrial and domestic ruins of its facilities remain today. This article propo-
ses a new periodization of Ollagüe’s recent past based on an archeological-histori-
cal perspective that inserts the local mining development within a global economic
and political context. Through its material remains, we seek to enrich and deepen
the historical process of capitalist expansion that occurred during the 20th century
in the highlands of the Antofagasta region.
Key words: sulphur, high-altitude mining, capitalism, industrial archaeology, Olla-
güe.
1. Departamento de Antropología, Universidad de Montreal, Canadá. f.riveraamaro@gmail.com
TALTALIA Nº13 (2020), pp. 113-135. DOI: http://doi.org/10.5281/zenodo.4289026
114 taltalia nº13 | 2020
E
polémico, el historiador y sociólo-
go Claudio Véliz escribió: “No sería
posible en 1979 escribir un libro sobre el
arte de la industrialización latinoameri-
cana porque no hay ninguno que no sea
descaradamente derivado o una simple
imitación de diseños industriales extran-
jeros” (Véliz 1980: 265, la traducción es
nuestra). No es de extrañar que una si-
tuación similar se dé en la arqueología
industrial chilena, en la que el intento de
sintetizar la investigación regional tien-
de a seguir un marco extranjero, princi-
palmente de naturaleza norteamericana
o europea occidental.
En este artículo, el objetivo es destacar
las particularidades de las políticas de
industrialización en base en una inves-
tigación arqueológica-histórica llevada a
cabo en Ollagüe2. En el marco del Proyec-
to Arqueológico Alto Cielo, estudiamos la
historia de la industria azufrera por me-
dio del registro de cinco campamentos
abandonados y dispersos en la zona: Bue-
naventura, Puquios, Santa Cecilia, Yuma
y Polán (figura 1). La minería del azufre
del siglo XX forma parte de una larga se-
cuencia de ocupación de estos espacios
andinos que ha sido documentada en las
tierras altas de la región (Cárdenas ms;
Núñez et al. 2010). Como lo señala Ulises
Cárdenas (ms), fue el trabajo pionero de
Leandro Bravo el que permitió la primera
sistematización de una secuencia histó-
rico-cultural para la zona. Durante la dé-
cada de 1990, Bravo realizó una serie de
estudios arqueológicos que le llevaron a
proponer una secuencia en tres grandes
períodos: de cazadores-recolectores, de
pastores del altiplano y de mineros de al-
tura (Cárdenas ms).
2. Este artículo es una versión ligeramente modificada
de una sección de la tesis doctoral del autor.
Nuestra investigación permitió pro-
fundizar el tercer período propuesto por
Bravo. Propongo aquí entonces una nueva
periodización de éste, con el fin de enri-
quecer la biografía del pasado reciente de
Ollagüe. Al enfatizar las particularidades
de los esfuerzos industriales en el norte
Chile, me propongo poner de manifiesto
la singularidad de un proceso local. Esta
primera periodización de base arqueo-
lógica-histórica entrelaza la cultura ma-
terial, las fuentes escritas y la historia
oral, y busca insertar el desarrollo local
del capitalismo y la minería del azufre en
los marcos políticos y socioeconómicos
tanto nacionales como mundiales. Ross
Jamieson (2005) destacó la importancia
de la diversidad local y la necesidad de si-
tuar la experiencia andina en una meta-
narrativa mundial, lo que el autor explora
desde la noción de “lo andino”. Abordar
este problema de escala entre lo local y
lo global, permite una comprensión más
Figura 1. Mapa del área de estudio.
115
profunda de la singularidad de los pro-
cesos de transformación cultural de las
comunidades locales hacia la moderniza-
ción periférica.
Expansión minero-industrial
en Ollagüe
La industrialización chilena ha tendi-
do a ser definida como un proceso que
surgió sólo después de la crisis financiera
de 1929, e incluso, luego de la creación de
la Corporación de Fomento de la Produc-
ción (CORFO) en 1939 (cfr. Salazar 2003).
Sin embargo, esta tesis ha sido cuestio-
nada por varios investigadores, quienes
subrayan fenómenos que pueden defi-
nirse como “industriales” aunque sean
anteriores al colapso del modelo de ex-
portación resultante de la crisis mundial
(Ortega 1981; Pfeiffer 1952; Salazar 2009).
Julio Pinto y Luis Ortega (1990) sostienen
una industrialización anterior a 1930, ba-
sada en las exportaciones mineras. Para
los autores, aquellas relaciones de pro-
ducción se extendieron al resto de la eco-
nomía nacional, contribuyendo a la ge-
neralización de los patrones de capital y
trabajo característicos de una economía
industrial.
Sugiero situar la industrialización en
Chile en una perspectiva global de la
expansión del capitalismo. Sigo aquí la
definición de capitalismo propuesta por
Jean Baechler (1968), quien establece cua-
tro aspectos interconectados a través de
tres factores institucionales: el mercado,
la propiedad privada y la empresa. Para el
autor, en el capitalismo todos los factores
de producción están sujetos a derechos
de propiedad específicos, se presupone
la asignación de recursos en el mercado,
mediante el encuentro directo o indirec-
to de productores y consumidores, y se
trata de una economía de empresarios
que toman iniciativas, asumen decisio-
nes y calculan riesgos. Por último, el ca-
pitalismo no es sólo una economía, sino
también un “estado de civilización” que
deja una huella profunda en las socie-
dades. Así, en Chile, la industrialización
promovida por iniciativas privadas desde
el siglo XIX, fue el resultado del desarro-
llo y la expansión de las relaciones capi-
talistas de producción.
Nuestro examen se centra en la iden-
tificación de los puntos de ruptura his-
tórica que condicionaron la irrupción,
el auge y el declive de la empresa mine-
ro-capitalista en la puna ollagüina. Estos
eventos temporalizan las transforma-
ciones socioculturales que imponen los
aspectos propuestos por Baechler como
nuevas lógicas modernizadoras de la ex-
plotación minera. Sobre la base de ellos
y en relación con la economía mundial
en la que se insertan, propongo entonces
una periodización del pasado reciente e
industrial de Ollagüe en tres períodos:
los inicios (1884-1929), la consolidación
(1930-1973) y el ocaso (1973-1992).
Primer acto: los inicios (1884-1929)
Se propone un primer período des-
de la segunda mitad del siglo XIX hasta
la Gran Depresión de 1929, que coincide
ligeramente con lo que Gabriel Salazar
(2003) denomina como “imperial (liberal)
desarrollismo”. Este período se inicia en
1884, cuando Chile y Bolivia firmaron el
“Pacto de Tregua” o “Tratado de Valpa-
raíso”, que marcó el fin de la guerra entre
ambos países. Bolivia aceptó la adminis-
tración chilena del territorio que en 1888
pasó a ser la región de Antofagasta y en
1924 a formar parte de la provincia de El
Loa, región en la que se encuentra hoy la
UNA CRÓNICA MINER A EN TRES ACTOS (OLLAGÜE, 1884-1992) | Francisco Rivera
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municipalidad de Ollagüe (González Pi-
zarro 2010).
Durante este primer período, la ma-
yor parte de los esfuerzos industriales en
Chile fueron variaciones de la economía
de manufactura esencialmente agrícola
y artesanal (Salazar 2009). Los esfuer-
zos pioneros de los capitalistas y mineros
durante el siglo XIX fueron impulsados
principalmente por las empresas priva-
das. En la región de Antofagasta, estas
iniciativas pusieron de manifiesto que la
integración y la conectividad territorial
implicaban no solo el atractivo económi-
co, sino también la urgencia de una inte-
gración regional a través del desarrollo de
vías de comunicación con los países veci-
nos, especialmente con Bolivia (González
Pizarro 2008). Este período está marcado
por un incentivo económico para vincu-
lar los caminos y los ferrocarriles desde
el punto de vista del interés de integra-
ción comercial de la región.
Para ello, el gobierno liberal de la épo-
ca optó y asumió una política de Estado
rentista y subsidiaria que apoyó, median-
te leyes y decretos, las concesiones mine-
ras solicitadas por los empresarios priva-
dos, recibiendo los beneficios a través de
impuestos y derechos de exportación. El
Estado también recurrió al otorgamiento
de subsidios y derechos de usufructo de
los insumos necesarios para el desarrollo
de la minería, como el agua y el combus-
tible, como la yareta (Sanhueza y Gun-
dermann 2007). El Estado se convierte
así en garante de las condiciones legales
al fortalecer el orden político-adminis-
trativo de la región, mientras que perma-
nece ausente en el plano institucional y
silente en las políticas de desarrollo eco-
nómico. En resumen, garantiza las condi-
ciones para la protección de la inversión
privada, imponiendo pocas restricciones
y mecanismos de regulación, y aseguran-
do el desarrollo de la minería mediante
la construcción de ferrocarriles y la es-
Figura 2. Ferrocarril en el Salar de Carcote en 1890. Fotograa de Hermanos Lassen, Museo
Histórico Nacional, Santiago. Reproducida con autorización.
117
tructuración de un espacio y un orden
jurídico propicio para el desarrollo de las
actividades extractivas.
Como resultado de las iniciativas de in-
tegración emprendidas por el Estado chi-
leno, la construcción del ferrocarril que
unirá el puerto de Antofagasta con la ciu-
dad de Uyuni en Bolivia será un elemen-
to clave (Blakemore 1990; Fawcett 1963;
Long 1930). En 1884, la Compañía Huan-
chaca, junto con la Compañía de Salitres
de Antofagasta, obtuvo del Gobierno chi-
leno la concesión para extender el ferro-
carril de Pampa Alta a Ascotán (figura 2).
Las líneas ferroviarias se completaron
desde Antofagasta hasta Uyuni a prin-
cipios de 1889 (Galaz-Mandakovic 2016).
Conjuntamente, la Poderosa Mining Co.
acordó con la empresa inglesa Antofagas-
ta & Bolivia Railway Co. la construcción
del ramal de Ollagüe a Ujina, un pueblo
adyacente a Collahuasi en lo que hoy es la
región de Tarapacá.
En Ollagüe, este período inicial está
marcado, por lo tanto, por la construc-
ción de la estación de ferrocarril, el que
se convierte en el primero, y uno de los
más significativos acontecimientos re-
lacionados con los cambios económicos,
sociales y culturales de la zona. La esta-
ción de Ollagüe es un hito fundador de
la historia de la comunidad local y sigue
estando muy presente en el imaginario
colectivo (figura 3). Es en la industria
minera, más que en ningún otro campo,
donde el ferrocarril introdujo una ver-
dadera revolución en las condiciones de
producción y comercialización. Así pues,
la importancia del tren se cita frecuen-
temente en los relatos orales como parte
de las transformaciones que han tenido
lugar en la región:
El tren tenía una locomotora negra,
se demoraba 12 horas en llegar a Cala-
ma. La llegada del tren era una fiesta
para Ollagüe. Llegaba dos veces por
semana. Los sábados y a mitad de la
semana. El sábado era una novedad,
el tren llegaba de Bolivia con frutas,
verduras y ropa y era como una gran
feria (Mujer, entrevista s/n, Ollagüe).
La imagen de una intensa actividad
que evocan los recuerdos de los habitan-
tes de Ollagüe, así como los restos de fá-
bricas e instalaciones mineras, no puede
entenderse sin la existencia del ferroca-
rril Antofagasta-Bolivia. Casi todo fue
posible gracias al tren. Los ferrocarriles
fomentaron la apertura y la expansión de
las exportaciones mineras (Bengoa 2004).
En Ollagüe observamos que los propie-
tarios mineros alentaron la creación de
un mercado laboral libre para integrar a
la gran población indígena en la econo-
mía capitalista. Como ha sido demostra-
do en los Andes Centrales, las empresas
mineras trajeron consigo la difusión del
capitalismo mediante el desarrollo de los
medios de comunicación, con el objetivo
de absorber una nueva mano de obra asa-
lariada (Flores Galindo 1974; Mallon 1986;
Nash 1979; Rodríguez 1991; Salazar-Soler
2002).
Figura 3. Ollagüe, interior de la estación de ferrocarril
hoy abandonada. Fotograa de Rodrigo Lorca.
UNA CRÓNICA MINER A EN TRES ACTOS (OLLAGÜE, 1884-1992) | Francisco Rivera
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La construcción del ferrocarril trans-
formó la economía de la región y, al mis-
mo tiempo, la organización social de las
comunidades locales. Estos nuevos me-
dios de comunicación y transporte faci-
litaron la migración y rompieron con el
aislamiento, pero también contribuye-
ron a aumentar la diferenciación social
mediante el desarrollo y el acceso a los
mercados regionales e internacionales
(Flores Galindo 1974). La construcción de
la estación de Ollagüe demuestra que el
desplazamiento de trabajadores indíge-
nas a los campamentos mineros, así como
la expansión del capitalismo a través de
las redes comerciales y el papel de las
nuevas vías de comunicación, se entien-
den como parte de las políticas de inte-
gración impuestas por las propias empre-
sas mineras.
A principios del siglo XX, Ollagüe era
un distrito minero marginal con peque-
ños depósitos azufreros en actividad y un
bajo nivel de tecnología debido a la fal-
ta de capital. En el primer censo minero
realizado en 1897 por la Sociedad Nacio-
nal de Minería (SONAMI), se encuentran
solamente algunos pocos nombres como
los de Saturnino Caloetti, propietario de
las minas de azufre del volcán Olca, y de
Juan Rescalli y Pedro M. Wessell, propie-
tarios de las minas de azufre del volcán
Ollagüe (Vila 1939). En 1899, Francisco
Caralps Ribot y Federico Lesser, adqui-
rieron las propiedades de Rescalli, su-
mando así más de sesenta propiedades
distribuidas en la provincia (Vila 1939).
Este primer período corresponde a los
inicios de la minería azufrera a partir
de la iniciativa de empresas familiares,
como las de Caralps, Lesser y Borlan-
do en los sitios de extracción del volcán
Ollagüe. En 1913, Juan Carrasco comenzó
la explotación en el volcán Aucanquilcha,
construyendo los campamentos El Ángu-
lo y Amincha e introduciendo el primer
autoclave, una tecnología hasta entonces
desconocida en Chile. Inicialmente, los
sistemas de refinación de azufre consis-
tían en fundir el azufre en simples fon-
dos o calderas de hierro abiertas, sepa-
rando el azufre puro por diferencias de
densidad. Posteriormente, la industria
comenzó a utilizar retortas de ladrillos
refractarios, que fueron sustituidas por
autoclaves de hierro fundido por fuego
directo, de diferentes tipos: fijos, que son
las más antiguos, y rotativos (Vila 1939).
Las nuevas estrategias para reducir los
costos significaron nuevas tecnologías.
En este sentido, la industria del azufre
en Ollagüe integró una serie de innova-
ciones en las actividades de transpor-
te y procesamiento. Para el transporte,
se instalaron dos grandes andariveles:
uno que unía los yacimientos del volcán
Ollagüe, propiedad de la empresa Bor-
lando, con su planta de Buenaventura, y
otro que transportaba el azufre del vol-
cán Aucanquilcha, propiedad de S.I.A.M.
Carrasco (de Wijs 1943). Los andariveles
se han convertido en uno de los símbolos
materiales de la industria y en uno de los
restos arqueológicos más visibles y va-
liosos del paisaje industrial de la región
(Rivera 2020) (figura 4). Una habitante de
Ollagüe recuerda sus viajes por este in-
usual medio de transporte:
Y así trabajé, en Buenaventura igual…
había andarivel que… ¿ha visto las
torres? En ese yo andaba en ese. Por
ejemplo, en estación, agarraban el
balde y ahí yo me subía, y me empu-
jaban y me venía po. Adonde pasaba
las torres ¡pum pum! ¡Pum pum! Pa-
saba yo. No tenía miedo porque sabía
que tenía que sonar. De repente de-
cía, si se cayera el balde, que dijera…
119
Y después cuando llegaba a la esta-
ción aquí abajo, a una casa entraba,
había un hombre, le sujeta, ahí me
bajo. Y de allá me echaban, me em-
pujaba así. Y ahí corría por los cables
se cruzaban. A veces decían… un re-
corredor decían, el que trabajaba en
las torres engrasando todo… ese me
cruzaba. El subía y yo bajaba (Mujer,
entrevista 12, Ollagüe).
Durante este período inicial, la Prime-
ra Guerra Mundial fue un acontecimien-
to y un punto de inflexión en las políticas
de desarrollo económico y de integración
territorial del Estado. Sin embargo, para
algunos autores no parece haber tenido
un efecto significativo en el desarrollo
industrial del país. Para Marcelo Car-
magnani (1998), la guerra no implicó un
cambio en la política económica del Es-
tado chileno, es decir, la sustitución de
las materias primas extranjeras por las
nacionales. El autor señala que la guerra
no dio un impulso a la industria en Chi-
le, que en 1918 y aún más tarde seguía
dependiendo del comercio internacio-
nal. Sin embargo, Bárbara de Vos (1999)
muestra que comienza a surgir un nuevo
discurso que destaca los beneficios que
el país obtendría de la industrialización.
Este discurso, que la autora llama “para-
digma de la industrialización”, no sólo
es de naturaleza material o económica,
sino también moralizante. Así, explora la
construcción del discurso sobre la nece-
sidad de desarrollo industrial como as-
pectos que llevarían a la felicidad de los
ciudadanos. De modo que el trabajo in-
dustrial era considerado “civilizador” en
el sentido más amplio del concepto. Bajo
el ideal de la industrialización europea,
se perseguía un deseo de transformación
social y la formación de una clase media
productiva: una clase consumidora.
La crisis económica de 1929 marcó el
final de este primer período. Ante el co-
lapso de la economía y la imposibilidad
de superar el estancamiento provocado
por la crisis financiera, el Estado chile-
no asumió un nuevo papel. Aunque to-
davía un Estado subsidiario, dejó de ser
un mero administrador de impuestos y
derechos de exportación, buscando con-
vertirse en un agente de promoción del
desarrollo económico e industrial.
Este primer período puede resumirse
como un proceso de transición prolonga-
da hacia la “modernidad” a partir de una
economía en la que la agricultura predo-
minaba sobre la industria, el transporte
estaba subdesarrollado y la producción
de bienes manufacturados se concentra-
ba en los bienes de consumo de pequeñas
unidades de producción (Pinto y Ortega
1990). Fue un período caracterizado por
una economía liberal que favoreció las
importaciones y el comercio con empre-
sas extranjeras en lugar de una política
orientada a la producción (Salazar 2009).
Podemos resumir este período en tres
elementos: la búsqueda de una adminis-
tración política y jurídica eficaz de un
territorio alienado de la posguerra, el de-
sarrollo de una infraestructura de comu-
UNA CRÓNICA MINER A EN TRES ACTOS (OLLAGÜE, 1884-1992) | Francisco Rivera
Figura 4. Andarivel del volcán Aucanquilcha. Fotograa
de Rodrigo Lorca.
120 taltalia nº13 | 2020
nicación y transporte adecuada para esta
tarea, y un proceso de industrialización
emergente basado en la expansión de la
minería. Durante este período, Ollagüe
vio el comienzo de una actividad produc-
tiva regional fundada en la explotación
del bórax y del azufre, que dio lugar al
surgimiento de un mercado de trabajo y
al nacimiento de un proceso más intenso
de migración transfronteriza e interre-
gional.
Segundo acto: la consolidación
(1930-1973)
Un segundo período, entre 1930 y 1973,
se define por una importante participa-
ción del Estado en el proceso de indus-
trialización, período que Salazar (2003)
denomina “nacional-desarrollismo”. A
partir de la libertad desregulada y ren-
tista de los años anteriores, este segun-
do período marca la transición hacia el
control de la producción por parte del
Estado, mediante la alianza entre éste y
los capitalistas. Esta asociación buscó,
fundamentalmente, promover la mecani-
zación de las actividades productivas.
La Gran Depresión fue esencialmente
una crisis comercial, redundante en una
crisis de sobreproducción y desempleo.
Sus efectos en la economía chilena, ba-
sada principalmente en la exportación
de materias primas, también provocaron
una fuerte reducción de la capacidad de
exportación e importación. Perturbaba el
comercio exterior del país hasta tal pun-
to que las exportaciones e importacio-
nes disminuyeron en un 80% y un 90%,
respectivamente (Ellsworth 1945; Sala-
zar 2009). En 1929, la participación de la
producción industrial en la producción
nacional bruta era del 7,9% para Chile
(en términos comparativos en América
Latina, era del 22,8% para la Argentina,
del 11,7% para el Brasil y del 6,2% para
Colombia) (Véliz 1980). Oscar Muñoz
(1968: 31-33) ha demostrado que el proce-
so de crecimiento de la industrialización
chilena muestra una tasa de incremento
anual de casi el 9% durante la Primera
Guerra Mundial, el 3% en la década de
1920, y después de la crisis económica de
1929, una tasa estable de alrededor del
5% anual entre mediados de la década de
1930 y la década de 1950. Como resultado
de esta crisis, el Estado se vio obligado a
adoptar políticas proteccionistas que, a
su vez, hicieron casi obligatorio el rápido
desarrollo de una industria destinada a
sustituir las importaciones (Véliz 1980).
Como ha señalado Henry Kirsch (1977:
129, la traducción es nuestra):
Las principales manifestaciones del
compromiso del país con la industria
en el decenio de 1930 fueron una po-
lítica proteccionista más estricta que
nunca, la promoción de la empresa
privada mediante facilidades de cré-
dito, contratos gubernamentales y
controles de cambio, y la participa-
ción directa del Estado en empresas
industriales.
La estrategia económica conocida
como industrialización por sustitución
de importaciones (ISI) se promovió a par-
tir del decenio de 1940. El desarrollo de
este tipo de política industrial dirigida
por el Estado incluyó una serie de medi-
das proteccionistas destinadas a defen-
der la industria nacional de la compe-
tencia extranjera mediante el aumento
de los impuestos a las importaciones. En
palabras de Vivek Chibber (2005: 147, la
traducción es nuestra):
El núcleo de la iniciativa de media-
dos del siglo XX fue el proceso de
sustitución de importaciones, des-
121
tinado a fomentar el crecimiento de
las industrias locales mediante un
proceso en dos etapas: en primer lu-
gar, limitando la entrada de importa-
ciones mediante el establecimiento
de aranceles y controles cuantitati-
vos, a fin de crear un mercado para
las empresas locales; y en segundo
lugar, prestando apoyo al rápido cre-
cimiento de esas empresas mediante
un proceso de fuertes subvenciones.
Estas acciones fueron acompañadas
con intentos de regulación y estimula-
ción de las actividades industriales, pro-
moviendo la industria local a través de
asistencia técnica, subsidios, créditos,
altos aranceles a los bienes primarios im-
portados, acceso especial a las divisas,
tipos de cambio múltiples e inversión pú-
blica en infraestructura (Santarcángelo
et al. 2018). Estas medidas constituyeron
la base de las políticas por las cuales el
capitalismo chileno buscó crear un es-
pacio de desarrollo, al abrigo de la com-
petencia de los países industrializados.
Estas políticas también formaban parte
de un contexto global de transformación
económica. Tras la debacle de 1929, el ca-
pitalismo internacional inició el período
de socialización, es decir, el avance de la
participación del Estado en las políticas
económicas. Si bien en Chile el “paradig-
ma de la industrialización” (de Vos 1999)
tuvo sus raíces en la segunda mitad del
siglo XIX, recién después del cese de las
importaciones provocado por la Primera
Guerra Mundial y el shock económico de
la nombrada crisis, se puso en marcha
una política de industrialización estatal
(Salazar 2003). Pierre Vayssière (1980:
258, la traducción es nuestra) subraya:
Para suplir la falta de importaciones,
ahorrar divisas y encontrar empleo,
Chile, como muchos países afectados
por la crisis, se embarcó en una polí-
tica de sustitución de importaciones,
en particular de bienes de consumo.
Este esfuerzo de desarrollo “interno”
fue acompañado de una mayor parti-
cipación del Estado en la formación
de capital: en 1938, el Gobierno “po-
pular” de Pedro Aguirre Cerda creó
la “Corporación del Fomento”, y a
partir de 1930 la inversión pública
representó entre el 30% y el 46% de
la inversión total.
Así, en Chile la industrialización se
ha convertido en un proyecto político a
través del cual el Estado ha tratado de
reducir los altos índices de pobreza y
desempleo causados por la situación eco-
nómica mundial. El Estado chileno se ha
vuelto socialmente inclusivo y el destino
de los sectores sociales populares se ha
convertido efectivamente en parte de un
proyecto social en busca de progreso y
modernidad (Salazar 2003). El Estado ha
desempeñado un papel preponderante ya
sea mediante decisiones políticas, como
cambios en los aranceles aduaneros, de-
valuaciones de la moneda o canalizando
los recursos hacia empresas industria-
les y mineras controladas centralmente.
Coincidiendo con el aumento de los pre-
cios internacionales de los minerales, las
iniciativas de industrialización propor-
cionado una importante fuente de ingre-
sos.
Ello ha dado lugar a la creación de va-
rias instituciones, agencias de desarrollo
y empresas comerciales, de las que me
gustaría destacar las más importantes
en relación con la industria del azufre: el
Instituto de Fomento Minero e Industrial
de Antofagasta (IFMIA) en 1934 y la Cor-
poración de Fomento de la Producción
(CORFO) en 1939, la primera institución
pública centralizada para la promoción
UNA CRÓNICA MINER A EN TRES ACTOS (OLLAGÜE, 1884-1992) | Francisco Rivera
122 taltalia nº13 | 2020
de las industrias nacionales. Por su parte,
y por primera vez en la historia del país,
comerciantes, productores y banqueros
se unieron, formando la Confederación
de la Producción y el Comercio (CPC) en
1934. En este período también se creó, en
1953, el Banco del Estado de Chile, el úni-
co banco comercial estatal que propor-
cionaría herramientas financieras tanto
a la industria como a la población (cuen-
tas de ahorro, préstamos de consumo e
hipotecarios, etc.). Cabe añadir que el de-
sarrollo de la refinación del cobre en los
yacimientos mineros de la región de An-
tofagasta (por ejemplo, Chuquicamata)
dio lugar a una creciente dependencia del
azufre para la producción de ácido sul-
fúrico. Este desarrollo a nivel técnico en
las etapas de refinación fue fundamental
para la formación de un activo mercado
nacional de azufre.
En Ollagüe, este período se caracte-
rizó por dos cuestiones importantes: la
consolidación de las empresas privadas
que explotaban el azufre y la introduc-
ción de innovaciones tecnológicas como
autoclaves y retortas, andariveles y ca-
miones, que las empresas mineras recién
formadas pudieron adquirir gracias al
flujo de ayuda financiera del Estado. La
organización industrial de la minería en
el decenio de 1930 marcó así la evolución
de las primeras propiedades mineras de
azufre en la región de Antofagasta. En
1934, la Sociedad Azufrera de Chile Ca-
nalps y Cía. Ltda. de Borlando (propie-
taria del campamento de Buenaventura)
fue creada con el apoyo financiero de la
Caja de Crédito Minero. Lo mismo ocu-
rre con Juan Carrasco, quien en 1933 creó
la Sociedad Industrial Azufrera Minera
Carrasco S.A., propietaria de los campa-
mentos Amincha y Santa Cecilia para la
explotación de los volcanes Aucanquil-
cha y Ollagüe, respectivamente. En 1952
se creó también la Asociación de Produc-
tores de Azufre de Chile, que pretendía
representar los intereses de las empre-
sas azufreras más importantes del país
(CORFO 1962: 345). Este tipo de asocia-
ción industrial buscaba orientar la políti-
ca pública en el fomento de la producción
minera y, por lo tanto, de la economía
nacional. Las sugerencias de sus miem-
bros en la política económica del Estado
estaban dirigidas principalmente a pro-
teger a las empresas locales mediante el
aumento de los aranceles de importación
(Simon et al. 1939).
Durante este segundo período, el Esta-
do asumió la carga fiscal de la expansión
minera en las regiones septentrionales
del país, absorbiendo también gran parte
de las pérdidas del área privada, al tiempo
que siguió canalizando recursos públicos
a las empresas en forma de subsidios. Una
consecuencia observable de este proyec-
to de desarrollo fue que, en ausencia de
competidores internacionales debido a
las medidas proteccionistas y con la com-
petencia interna mitigada por el pequeño
tamaño del mercado, las empresas no se
vieron presionadas a modernizar cons-
tantemente sus operaciones. Chibber
(2005) demostró que las políticas de la ISI
tenían el efecto de proteger los merca-
dos nacionales de la competencia de los
productos importados. Sin embargo, la
exclusión de las importaciones ha hecho
que en muchas cadenas de producción los
mercados locales terminaran dominados,
de forma casi monopólica, por un peque-
ño número de productores. Se desarrolló
una dinámica paradójica en la que, por
un lado, se bloqueaban las importaciones
de materias primas y bienes de consumo
y, por otro, la producción minera nacio-
nal requería un flujo cada vez mayor de
bienes de capital importados porque no
se producían en el país.
123
Aunque la falta de interés por la inno-
vación tecnológica ha sido demostrada
por Chibber (2005), en Ollagüe, sin em-
bargo, algunas unidades de producción
muestran la introducción de nuevas tec-
nologías. Se observa la inserción en cier-
tas etapas de producción de varias in-
novaciones tecnológicas: los autoclaves
Tamagawa de origen japonés instalados
en el sector industrial de Buenaventura
(figura 5), los autoclaves fijos y rotati-
vos en Puquios, los andariveles Pohlig de
origen alemán y Ropeways de origen in-
glés en Amincha y Buenaventura (figura
6), así como la introducción de camiones
americanos Ford y Mack para reemplazar
los rebaños de llamas y mulas en el trans-
porte. Todos ellos son ejemplos de estas
decisiones orientadas al aumento de la
producción. Cabe señalar que, si bien las
tecnologías aumentan los costos de pro-
ducción, también fomentan el control
centralizado de los medios de producción
y, como resultado, las transformaciones
socioculturales de la fuerza de trabajo
(Nash 1981).
Figura 5. Buenaventura, sector industrial de autoclaves. Fotograa de Alex Paredes y Marco Benavente.
UNA CRÓNICA MINER A EN TRES ACTOS (OLLAGÜE, 1884-1992) | Francisco Rivera
124 taltalia nº13 | 2020
En Ollagüe, la introducción de nuevos
métodos de trabajo fue constante en el
transporte y el procesamiento del mine-
ral. En su dotación de capital y tecnolo-
gía, el transporte y el refinamiento de
azufre se convirtieron en áreas “moder-
nas” de la industria local. Sin embargo,
la mecanización no respondía tanto a la
situación de los precios del azufre en el
mercado internacional como a las condi-
ciones ambientales y de aislamiento de
las etapas de extracción en las alturas de
los volcanes.
Además, la extracción fue una de las
etapas menos renovadas de la produc-
ción. Ésta se mantuvo según las mismas
formas artesanales y tradicionales basa-
das en la fuerza humana (chuzos, palas) y,
en algunos casos, la tímida introducción
de maquinarias como cargadores fronta-
les. Este segundo período muestra aspec-
tos de un modo de producción capitalista
inicial, que podía mantenerse subvencio-
nando los bajos salarios pagados en las
zonas de extracción de la cadena de pro-
ducción, con el fin de aumentar la plus-
valía de los propietarios en un momento
de bajos precios del mineral. Ollagüe es
testigo de un proceso de “subsidiariedad
étnica” (Galaz-Mandakovic y Rivera ms),
es decir, que el trabajo manual y no me-
canizado en las etapas de extracción en
las alturas de los volcanes subsidiaba la
industria a través del trabajo manual rea-
lizado principalmente por poblaciones
indígenas y migrantes bolivianos (figura
7), a quienes se les consideraba como los
únicos trabajadores capaces de realizar
tareas físicas a gran altura. En 1933, S.
Griffith (1933: 137-138, la traducción es
nuestra) afirmaba:
Debido a estas rigurosas condiciones
climáticas, el minero chileno ordina-
rio no puede trabajar en las minas y
por lo tanto es necesario depender de
los indios bolivianos y peruanos, que
vienen a Chile en número bastante
grande; son ineficientes, pero están
acostumbrados a trabajar y vivir en
estas condiciones y a estas altitudes.
Un documento de compra de tubos
de oxígeno registrado al interior de una
bodega en el sector industrial de Buena-
ventura refleja las dificultades de adap-
tación a las labores de extracción que los
trabajadores debían enfrentar en las al-
turas (figura 8). La industria no sólo care-
cía de nuevas formas de capital, sino que,
lo que es más importante, necesitaba un
nuevo tipo de trabajador. Este trabajador
debía tener comportamientos y habilida-
des adecuados, y tenía que ser capaz de
adaptarse a una nueva relación de trabajo
y a las condiciones ambientales de altura.
Se comienza así a formar una fuerza de
trabajo asalariada permanente, prepara-
da a la disciplina de trabajo propia del ca-
pitalismo (Thompson 1967).
Este segundo período puede describir-
se como un “péndulo de innovaciones y
desafíos” (Rivera 2020) entre las políticas
de desarrollo económico mundial y los
esfuerzos de producción de los capitalis-
Figura 6. Placa de fierro de andarivel con inscripción
“Ropeways Limited London”. Fotograa de Wilfredo
Faundes.
125
Figura 7. El Ángulo, trazos al interior de una habitación
con el mensaje señala “Oruro, Lucas”. Fotograa de Ro-
drigo Lorca.
Figura 8. Buenaventura, factura de compra de tubos de
oxígeno por la Sociedad Azufrera Borlando y Cía, 4 de
agosto de 1960. Fotograa de Francisco Rivera.
tas locales. La idea de que las estrategias
de industrialización fueron lideradas por
el Estado es indiscutiblemente uno de
los pilares de la literatura del desarrollo
(Véliz 1980). El Estado desempeñó cierta-
mente un papel clave en la economía al
aplicar una amplia gama de medidas pro-
teccionistas. Sin embargo, cabe señalar
que esos programas de industrialización
proteccionista no fueron el resultado de
los esfuerzos de una burguesía industrial
prácticamente ausente (Bauer 1990; Sa-
lazar 2003; Véliz 1980), ni pudieron dar
lugar a la formación de un proletariado
industrial, tan bien estudiado en Europa
occidental o los Estados Unidos (Thomp-
son 1963; Véliz 1980). Si bien ninguna de
estas dos clases sociales asumió un papel
dominante en Ollagüe, la presencia de
una gran masa de trabajadores asalaria-
dos puede identificarse como un “prole-
tariado parcial” (Amin y Van der Linden
1997).
Aunque este período muestra una cre-
ciente inversión del Estado en la direc-
ción de las políticas industriales, también
se caracteriza por una débil presencia fí-
sica de sus instituciones. Las zonas peri-
féricas del norte de Chile y su población
indígena no figuraban todavía entre las
prioridades de los gobiernos de la época.
Algunos servicios como el Registro Civil,
instrumento fundamental del ejercicio
del poder, no estaban presentes. Una co-
lumna publicada en el periódico Renova-
ción subrayó la necesidad de establecer
este tipo de servicio en Ollagüe:
Ollagüe tiene una población bas-
tante numerosa y tiene vida propia
por las muchas industrias azufreras
que hay en la región y el movimiento
que le dá la Empresa del F.C. a Boli-
via. Con todos estos antecedentes
no comprendemos por qué aún no se
ha creado esta Oficina. (…) Tanto los
obreros como los empleados de Olla-
güe, llevan una vida bastante dura,
tanto por el clima de la región como
por la naturaleza del trabajo que eje-
cutan; es justo entonces que gocen
de otras garantías que tienen los de-
más pueblos del Depto. (Renovación,
1 de noviembre 1942: s/n).
UNA CRÓNICA MINER A EN TRES ACTOS (OLLAGÜE, 1884-1992) | Francisco Rivera
126 taltalia nº13 | 2020
Así pues, este segundo período coinci-
de con el medio siglo de “desarrollismo”
que tuvo lugar en los países del Tercer
Mundo entre los años de la Gran Depre-
sión y la crisis de la deuda de los años
ochenta (Chibber 2005). A través del de-
sarrollo minero e industrial, el Estado
chileno buscó cumplir con la utopía de la
modernización en zonas aisladas, como
la frontera y el altiplano de la región de
Antofagasta. Sin embargo, siguiendo a
William Freudenburg (1992: 321, la tra-
ducción es nuestra), la relación directa
entre el establecimiento de capital priva-
do y el desarrollo económico fue, como
en este caso, sólo una ilusión:
Prácticamente por definición, una
empresa que lleva un gran número
de empleos altamente remunera-
dos a una región remota conducirá
al menos a un crecimiento a corto
plazo -crecimiento de los ingresos,
de los empleos y a menudo incluso
de las poblaciones-, pero dadas las
realidades de la lejanía, no está tan
claro que las industrias extractivas
en lugares aislados vayan a crear ‘de-
sarrollo’ en el sentido más completo
del término.
Puquios cerró sus operaciones en 1964.
Fue el primer signo de lo que vendría en
los años venideros.
Tercer acto: el ocaso (1973-1992)
El tercer período que identificamos es
un período descentralizado y neoliberal,
que marca el fin de la intervención es-
tatal y de las medidas económicas pro-
teccionistas mediante la apertura a los
mercados internacionales. El ISI llegó a
su fin, más que simbólicamente, con el
derrocamiento de Salvador Allende el 11
de septiembre de 1973 por el Golpe de Es-
tado cívico-militar de Augusto Pinochet.
En Chile, una consecuencia directa
de la asimetría entre los subsidios y la
planificación del ISI fue que el gasto del
Estado creció más rápido que los ingre-
sos. De esta manera, aunque la economía
creció significativamente, compitió con
el déficit presupuestario del Estado, que
aumentó aún más. Chibber (2005: 157, la
traducción es nuestra) señala:
Así pues, los Estados se vieron en-
frentados a una elección: o bien ra-
lentizar el ritmo de la inversión para
ajustarlo a la cuenta externa, o bien
seguir adelante por un camino pre-
cario, con la esperanza de adquirir
los ingresos necesarios a través de
préstamos. Muchos optaron por esta
última opción en los años setenta,
cuando el mundo estaba inundado
de petrodólares, y una década más
tarde se encuentran en bancarrota.
Las crisis económicas que afectaron a
Chile durante el segundo período permi-
tieron poner fin al proyecto de desarrollo.
Sin embargo, como lo ha demostrado Sa-
lazar (2003), estas crisis se debieron a la
lógica económica liberal que nunca pudo
reemplazar la política de importación de
los medios de producción (tecnología,
bienes de capital, etc.) y, por lo tanto, un
proyecto industrial puramente capitalis-
ta. La dictadura de Pinochet no cambió
ciertamente el rumbo y, por el contrario,
lo profundizó. A partir de 1982, con la cri-
sis de la deuda pública, las exportaciones
de bienes y los productos básicos se con-
virtieron en la estrategia para aumentar
los ingresos y cumplir los compromisos
de la deuda. Estas nuevas políticas sus-
tituyeron el modelo ISI por la desregula-
ción y la privatización como paradigma
de crecimiento económico que llevaría a
una integración competitiva en el merca-
127
do mundial (Chibber 2005; Salazar 2003).
Como resultado, la reorientación de la es-
trategia política del gobierno dictatorial
hacia la intervención no estatal llevó al
abandono definitivo de los esfuerzos de
industrialización.
En el caso de la industria azufrera olla-
güina, la política económica de la dic-
tadura provocó cambios considerables
en su estructura de producción. Como
sabemos, entre 1973 y 1982 las reformas
estatales se basaron en una versión muy
ortodoxa del neoliberalismo de la Escuela
de Chicago (Stigler 1992). Incluyeron una
amplia privatización del comercio y la li-
beralización financiera de la mayoría de
las empresas estatales, salvo entre otros
CODELCO, la mayor empresa minera de
cobre, que a su vez era el mayor compra-
dor de azufre de Ollagüe. Estas nuevas
reformas, así como la política económica
en su conjunto, incluyeron la liberaliza-
ción del capital mediante la eliminación
de los controles de precios, un fuerte
ajuste fiscal, un aumento sostenido de los
tipos de interés y una legislación mucho
más permisiva con respecto a los grandes
proyectos extractivos, sin tener en cuen-
ta la pequeña y mediana minería como la
de Ollagüe (Santarcángelo et al. 2018).
Al panorama presentado anteriormen-
te hay que añadir la promulgación en 1974
del Decreto Ley N° 498 que buscó la re-
gularización del tránsito de trabajadores
bolivianos en las azufreras chilenas. Este
decreto, promulgado el 3 de junio, tenía
por objeto “regularizar la situación de
tránsito en la zona fronteriza del Depar-
tamento de El Loa” limitando el número
de permisos de trabajo para los migrantes
bolivianos. La dictadura chilena decretó
entonces permisos de entrada, tránsito y
residencia para un máximo de 50 trabaja-
dores bolivianos que realizaban trabajos
temporales en las minas. Esta Ley es im-
portante por varias razones. Se promulgó
sólo diez meses después del Golpe de Es-
tado de 1973, lo que significó un control
mucho más estricto de las fronteras del
país. En segundo lugar, dada la ubicación
de Ollagüe y sus campamentos azufreros
en la frontera, el decreto señala que es-
tos campamentos debían regularizarse
a los ojos del nuevo gobierno dictatorial.
Ese control entraña la identificación y el
registro de la población local, así como
la regularización de los trabajadores bo-
livianos que trabajan para las empresas
mineras en Chile. Este texto forma par-
te de una serie de decretos y leyes que
se promulgarán a partir de este período,
como forma de control sobre el territorio,
el espacio productivo minero y el movi-
miento de personas y bienes.
En este marco desfavorable desde el
punto de vista de la industria local, las
sociedades mineras como la Sociedad
Azufrera Borlando Ltda. y la S.I.A.M. Ca-
rrasco, cuyas ventajas comparativas eran
las más débiles, se contrajeron debido a la
larga depresión del mercado interno y a la
liberalización del comercio. En Ollagüe,
este tercer período es tristemente recor-
dado en los relatos orales como parte del
cierre y abandono de los campamentos:
Santa Cecilia en la década de 1970, Bue-
naventura en 1976 y su despoblamiento
total en 1982 (figura 9), y Amincha en
1992. Como una habitante de Ollagüe lo
recalca: “Porque ahora ya no hay nada
pues. Están todos los campamentos ya
están puros muros nomás, ya no hay gen-
te. No vive nadie ya” (Mujer, entrevista 2,
Ollagüe).
UNA CRÓNICA MINER A EN TRES ACTOS (OLLAGÜE, 1884-1992) | Francisco Rivera
128 taltalia nº13 | 2020
SÍNTESIS DE LA PERIODIZACIÓN
En Chile, el proceso de modernización
que condujo a la expansión del capitalis-
mo y la industrialización característicos
de la primera mitad del siglo XX tuvo im-
portantes repercusiones demográficas,
económicas y sociales. El proyecto políti-
co relacionado con el fortalecimiento de
la frontera nacional a través del desarro-
llo de la industria minera (Angelo 2018),
así como la imposición de un nuevo mo-
delo de lógica económica vinculado a los
circuitos globales del comercio, llevó a la
incorporación de nuevas regiones orien-
tadas a la producción de materias primas
y al consumo de nuevos productos y ma-
terialidades (figura 10). Una consecuen-
cia importante de esta expansión fue la
absorción de las comunidades indígenas
como trabajadores asalariados (Vilches y
Morales 2017).
En Ollagüe, la industria minera adoptó
los mecanismos y relaciones de produc-
ción propios del capitalismo industrial.
La mecanización y la racionalización se
integraron en su funcionamiento, así
como las relaciones laborales jerárquicas
y burocráticas. Sin embargo, las etapas
de la extracción siguieron siendo arte-
sanales y dependientes de una mano de
obra capaz de trabajar en altura.
La organización del trabajo estaba de-
terminada por la concentración laboral
en los campamentos, una división del
trabajo en etapas claramente definidas,
una producción ininterrumpida y por el
control del espacio y el tiempo. Se trata-
ba de someterse a un calendario, a una
disciplina de rutina y, sobre todo, a una
autoridad administrativa (Ingold 2000;
Thompson 1967). También se intentó
atraer a los trabajadores bolivianos exi-
miéndolos de la obligación de tener un
pasaporte para entrar en el país.
La secuencia de eventos que hemos
destacado entre 1884 y 1992 permiten
establecer los puntos de ruptura en la
construcción de la historia minera de
Ollagüe. Queda, por supuesto, una cues-
tión central que debe profundizarse: ¿Por
qué no se consolidó en Ollagüe un siste-
ma capitalista basado en la industria del
azufre? ¿Fue un fracaso? Tal vez la razón
Figura 9. Buenaventura, interior de la casa de adminis-
tración. Fotograa de Francisco Rivera. Figura 10. Campamento Polán. Fragmento de base de
plato con el sello inglés “STAR / W. Adams & (Sons) /
England”. En ese sello en particular la palabra “England”
se incluyó desde 1891 (Godden 1964; Kowalsky y Ko-
walsky 1999).
129
Figura 11. Producción de azu-
fre en Ollagüe (columnas) y
líneas de tendencia logarít-
mica y polinómica (grado 6).
sea, como lo subraya Salazar (2003), que
el capitalismo no siempre existe donde
hay producción de plusvalía, capital ex-
cedente o comercio de mercancías. Éste
no consiste solamente en la acumulación
de capital monetario. Si consideramos
que el capitalismo es también un proce-
so de desarrollo que fortalece y amplía
las fuerzas productivas, o un “estado de
civilización” según Baechler (1968), nues-
tra periodización permite ver que este
fortalecimiento ha estado ausente en la
industria del azufre, lo que la incapacitó
para desarrollarse en beneficio de la po-
blación. La historia del capitalismo está
llena de tales “fracasos”, lo que nos ayuda
a entender mejor su crítica.
Una característica fundamental de la
industria del azufre era su dependencia
estructural de la demanda externa, sobre
la que prácticamente no tenía control, y
que, sin el apoyo del Estado, condujo a su
colapso final. Sólo considerando los da-
tos de producción, la figura 11 demues-
tra la ruptura entre la línea de tendencia
polinómica y la línea de tendencia loga-
rítmica, ésta última ligeramente ascen-
dente. Lo anterior revela que la compre-
sión económica obligó a las industrias
de la región a cerrar, no porque el azufre
se hubiera agotado o su calidad hubiera
disminuido como se ha tendido a afirmar
(Avendaño 2012), sino porque que su ex-
plotación ya no era rentable debido a la
nueva orientación económica del Estado.
CONSIDERACIONES FINALES
Una nueva periodización del pasado
reciente de Ollagüe permite comprender
su inserción en los mercados capitalistas
internacionales durante el siglo XX. La
historia de la explotación del azufre está
marcada por una serie de eventos sig-
nificativos tanto en la historia nacional
como en la memoria colectiva de los habi-
tantes de Ollagüe. Esta propuesta de una
nueva periodización del pasado reciente
muestra cómo estos acontecimientos son
recordados y reproducidos en las narra-
ciones actuales, y cómo el trabajo minero
reconfigura aspectos como las condicio-
nes de trabajo, las diferencias sociales o
los conflictos étnicos. Esta periodización
arroja luz sobre las peculiaridades de la
irrupción y negociación de las políticas
de modernización a nivel local. Nos invi-
ta también a repensar los tiempos y luga-
UNA CRÓNICA MINER A EN TRES ACTOS (OLLAGÜE, 1884-1992) | Francisco Rivera
130 taltalia nº13 | 2020
res de las modernidades locales, tal como
lo señaló Sanjay Subrahmanyam (1998:
99-100, la traducción es nuestra):
La modernidad es históricamente un
fenómeno global y coyuntural, no
un virus que se propaga de un lugar
a otro. Es una serie de procesos his-
tóricos que pusieron en contacto a
sociedades hasta ahora relativamen-
te aisladas, y debemos buscar sus
raíces en un conjunto de fenómenos
diversos.
La historia de la explotación del azufre,
así como la configuración de los sitios in-
dustriales de Ollagüe, permite compren-
der las consecuencias políticas y econó-
micas de nuestra periodización, marcada
principalmente por la Guerra del Salitre
o del Pacífico (1879-1883), las dos guerras
mundiales y la crisis económica de 1929.
En conjunto, estos acontecimientos crea-
ron las condiciones responsables de las
políticas industriales y de desarrollo im-
puesto por el Estado chileno para las re-
giones del norte del país (Leiserson 1966;
Wythe 1945). Los sitios industriales de
Ollagüe, hoy en ruinas, dan testimonio
de estas políticas económicas e iluminan
los niveles y escalas de desarrollo local.
En Ollagüe, la llegada y el impulso de
las industrias mineras trajo consigo una
nueva y distinta forma de utilización del
paisaje de altura. El desarrollo de la mi-
nería se convirtió en un fenómeno que
afectó a la población local, que continúa
hasta hoy experimentando procesos de
transformación de sus modos de vida
(Cárdenas ms). Las nuevas oportunidades
económicas integraron (y siguen inte-
grando) a la población local como fuerza
de trabajo en el sector minero. Las rui-
nas de los campamentos azufreros for-
man parte de este largo proceso de mi-
gración y trabajo estacional que hemos
identificado en tres períodos: los inicios
(1884-1929), la consolidación (1930-1973)
y el ocaso (1973-1992). Debo reconocer
los riesgos que implica definir, y quizás
simplificar en exceso, una periodización
en base a puntos de transición dentro de
una temporalidad unidireccional (Vidal
2019), como la firma de un tratado, una
crisis económica y un Golpe de Estado.
Si bien arbitrarios, estos puntos de in-
flexión son hitos que marcaron induda-
blemente la temporalidad de Ollagüe. Es-
tos permiten establecer conexiones entre
eventos con diferentes grados de impacto
tanto en una escala local como global,
que podrían no tener ninguna relación a
primera vista. El objetivo ha sido ilumi-
nar esas conexiones, admitiendo que se-
guramente existen otras que aún no he-
mos examinado.
La explotación de azufre en Ollagüe
no fue un fenómeno marginal y aislado,
sino una industria plenamente integrada
en el moderno contexto político-econó-
mico nacional y mundial. Podemos re-
sumir su desarrollo en cuatro elementos
fundamentales que requirió la industria
local: 1) un Estado que garantizara y pro-
porcionara las condiciones legales para
apoyar la explotación minera, 2) un mer-
cado interno y externo para la colocación
de la producción, 3) una mano de obra
capaz de trabajar en condiciones am-
bientales extremas (altitud, frío), y 4) el
acceso a bienes de consumo y de capital
para sustentar la población de trabajado-
res locales y migrantes. En este marco, la
minería en Ollagüe se estructuró según
las relaciones de producción capitalistas,
generando el surgimiento de centros de
población y actividades productivas en
expansión que dependían cada vez más
del mercado global para el suministro de
bienes de consumo, capital y servicios.
131
AGRADECIMIENTOS
Este trabajo fue posible gracias al fi-
nanciamiento de la Social Sciences and
Humanities Research Council of Cana-
da (Vanier CGS) y CNCA-FONDART (N°
400081). Agradezco a la Comunidad Que-
chua de Ollagüe por su apoyo a esta inves-
tigación, al equipo del Proyecto Arqueo-
lógico Alto Cielo y a Benjamín Ballester y
Alex San Francisco por la oportunidad de
compartir estas ideas.
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troduction. En “Peripheral” labour?
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comuna altiplánica. Memoria para op-
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