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Pensar desde la epistemología feminista. Algunas pistas para recoger la genealogía de las mujeres en las Ciencias Sociales

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Abstract

Thinking since the feminist epistemology. Some clues to pickup the genealogy from women in Social Sciences Pensar a partir de epistemología feminista. Algumas pistas para coletar a genealogía das mulheres en Ciências Sociais Resumen La ciencia moderna ha representado una serie de quiebres con respecto a la figura del mundo medieval, lo que la ha convertido en una empresa transformadora. No obstante, también ha sido un discurso y un sistema de exclusión que se ha extendido hasta el surgimiento de las ciencias sociales. Las mujeres y otras subjetividades se han quedado confinadas en los márgenes del quehacer científico. El objetivo en el presente texto es hacer un recorrido genealógico-y en clave feminista-por la historia de la ciencia para rescatar las experiencias de las mujeres y sus trastrocamientos al quehacer científico-desde una perspectiva de género-con el fin de apostar por una ciencia (social) feminista. Palabras clave: ciencia moderna, ciencias sociales, androcentrismo, epistemología feminista, mujeres científicas, genealogía de mujeres. Abstract Modern science has represented some disruptions in front of the medieval world, which has turned it into a transformative activity. However, it has also been a dis-1 Doctora en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona. Profesora e investigadora T.C. en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Líneas de investigación: epistemología feminista, género y violencia, políticas del cuidado, cuerpo y subjetividad. Correo electrónico: araizale@yahoo.es
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ACTA SOCIOLÓGICA NÚM. 81, ENERO-ABRIL DE 2020, pp. 29-57.
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ENSAR
DESDE
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EPISTEMOLOGÍA
FEMINISTA
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A
LGUNAS
PISTAS
PARA
RECOGER
LA
GENEALOGÍA
DE
LAS
MUJERES
EN
LAS
C
IENCIAS
S
OCIALES
Thinking since the feminist epistemology. Some clues to pick-up
the genealogy from women in Social Sciences
Pensar a partir de epistemología feminista. Algumas pistas para coletar a
genealogía das mulheres en Ciências Sociais
Alejandra Araiza Díaz1
Recibido: 10 de octubre de 2019.
Corregido: 7 de enero de 2020.
Aprobado: 24 de enero de 2020.
Resumen
La ciencia moderna ha representado una serie de quiebres con respecto a la figura
del mundo medieval, lo que la ha convertido en una empresa transformadora. No
obstante, también ha sido un discurso y un sistema de exclusión que se ha extendido
hasta el surgimiento de las ciencias sociales. Las mujeres y otras subjetividades se
han quedado confinadas en los márgenes del quehacer científico. El objetivo en el
presente texto es hacer un recorrido genealógico -y en clave feminista- por la historia
de la ciencia para rescatar las experiencias de las mujeres y sus trastrocamientos
al quehacer científico -desde una perspectiva de género- con el fin de apostar por
una ciencia (social) feminista.
Palabras clave: ciencia moderna, ciencias sociales, androcentrismo,
epistemología feminista, mujeres científicas, genealogía de mujeres.
Abstract
Modern science has represented some disruptions in front of the medieval world,
which has turned it into a transformative activity. However, it has also been a dis-
1 Doctora en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona. Profesora
e investigadora T.C. en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Líneas de
investigación: epistemología feminista, género y violencia, políticas del cuidado, cuerpo
y subjetividad. Correo electrónico: araizale@yahoo.es
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course and a system of exclusion that has extended until the emergence of social
sciences. Women and other subjectivities have been confined to the margins of
scientific work. The objective of this paper is to draw a genealogical journey up -from
a feminist perspective- through the history of science in order to rescue the experi-
ences of women and their disruptions to the scientific work. It analyses this history
and this genealogy from a gender perspective in order to bet on a feminist (social)
science.
Keywords: modern science, social sciences, androcentrism, feminist episte-
mology, female scientists, womens genealogy.
Resumo
A ciência moderna representou uma série de rupturas em relação à figura do mundo
medieval, que a virou em uma empresa transformadora. No entanto, também tem
sido um discurso e um sistema de exclusão que se estendeu até o surgimento das
ciências sociais. Mulheres e outras subjetividades foram confinadas às margens do
trabalho científico. O objetivo deste texto é fazer uma jornada genealógica -em uma
chave feminista- pela história da ciência para resgatar as experiências das mulheres
e suas influências no trabalho científico -de uma perspectiva de gênero- para apostar
em uma ciência feminista (social).
Palavras-chave: ciência moderna, ciências sociais, androcentrismo,
epistemologia feminista, mulheres cientistas, genealogia das mulheres.
Introducción
La ciencia moderna surgió en medio de grandes transformaciones, pero
también trajo consigo importantes consecuencias discriminatorias. Durante
años, fue una empresa con un solo sujeto cognoscente, de la cual otras
subjetividades quedaron desterradas. Esta tradición se mantuvo incluso
durante la emergencia de las ciencias sociales en el siglo XIX.
No obstante, hay que destacar que algunas mujeres se fueron
incorporando paulatinamente y con muchas vicisitudes a las filas del
quehacer científico. Es importante visibilizar su presencia, así como las
huellas que dejaron en distintas disciplinas. En el presente artículo busco
realizar un recorrido por la historia de la ciencia moderna y su relación con
la epistemología dominante, para luego abordar los trastrocamientos de
las mujeres a la ciencia. Finalmente, se pretende sentar las bases para
reflexionar sobre la epistemología feminista, vista como una alternativa para
la generación de conocimiento y crear un puente para poder pensar -desde
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una perspectiva de género- en la propia historia epistemológica de las
ciencias sociales.
Así, en el primer apartado se expone el surgimiento de la ciencia
moderna. Le sigue uno en el que se habla de la emergencia de las ciencias
sociales. En el tercer apartado, se expone el androcentrismo en la ciencia.
En el cuarto se habla de las mujeres en la ciencia y la problematización del
sujeto cognoscente. En el quinto se aborda la epistemología feminista y la
construcción de un puente con las ciencias sociales. Finalmente, en las
conclusiones, se intenta tejer algunos hilos sueltos para bordear una
propuesta de ciencia (social) feminista.
1. El surgimiento de la ciencia moderna
En su libro sobre la modernidad, Luis Villoro plantea que cada etapa de la
historia está envuelta en una figura del mundo, una suerte de cosmovisión
reinante que hace que todo se conciba de una forma determinada (Villoro
1992, 28).
Así, explica cómo en el tránsito de la Edad Media al Renacimiento, el ser
humano dejó de verse desde la totalidad del ente que lo abarcaba (Dios),
para ver la totalidad del ente desde sí mismo (antropocentrismo). Percibió
la historia como propia y envuelta en ideas emancipatorias, es decir, se
asumió como sujeto de esa historia y concibió su devenir desde una óptica
progresista. Por lo que respecta al surgimiento de la ciencia moderna, que
podríamos ubicar en este periodo, Villoro afirma que el mundo en torno se
convirten un objeto que el ser humano podía conocer y manipular (Idem.).
Para Wallerstein, la modernidad fue una tentativa de secularizar el
conocimiento. Estos filósofos -que luego devinieron en científicos-disputaron
a los teólogos el control del saber y la autoridad (Wallerstein 1997, 15). Así, la
producción del conocimiento ya no sólo dependió de la filosofía, sino que
emergió toda una empresa que tuvo como objetivos primordiales conocer y
controlar la naturaleza para poder acceder a una vida más cómoda o segura.
Por su parte, Bruno Latour señala que debemos a la modernidad la
separación entre naturaleza y cultura. Y si bien ello permitió una cierta ruptura
con los pre-modernos, también debe reconocerse que, aún cuando la
ciencia y la tecnología -productos modernos- emergieron como híbridos
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por su relación con la naturaleza, se trataron de mantener en el terreno de
la purificación, es decir, hubo una tendencia a concebir los hechos como
independientes (Latour 2012, 43). Así, aunque la ciencia fue hasta cierto
punto progresista ya que trastocaba la figura del mundo medieval,
mantuvo la metafísica occidental imperante. Es decir, se presentó a
misma como una práctica que podría acceder a la esencia o verdad de las
cosas, particularmente, a la naturaleza. Por eso, en La filosofía y el espejo
de la naturaleza, Richard Rorty plantea una extensa discusión sobre el
dualismo cartesiano, que separa dicotómicamente los conceptos mente y
cuerpo. A través de distintas reflexiones, el autor afirma que la mente se ha
constituido como el espejo a través del cual se refleja la naturaleza. Desde
entonces, se considera que el conocimiento es una representación exacta,
idea de la cual nos es muy difícil escapar (Rorty 1983, 215).
Latour nos propone ir más allá de los atavíos que trajeron consigo la
modernidad y la empresa científica. Nos invita a superar la noción de que la
naturaleza es objetiva y externa a nosotros, reconocer que la estructura so-
cial en la que estamos insertos los seres humanos es desigual, que los
grandes metarrelatos (que son sólo discurso) siguen marcando las directrices
y que acaso no existe el ser disociado de los entes (Latour 1991, 58-64).
En efecto, habría que superar el racionalismo, que creyó que una mente
era capaz de pensar hipótesisy acceder, mediante la empiria, al
conocimiento y con ello a la verdad de los hechos (existentes por fuera de
esa mente). En esto consiste la síntesis kantiana, que mantiene el sujeto
trascendente -capaz de generar conocimiento- y la experimentación que
nos conduce a la esencia de las cosas. El problema es que en ese ejercicio
la ciencia pareció pura en sí misma y, por ende, incuestionable. O -como
dice Donna Haraway-: Todas las narrativas culturales occidentales sobre
la objetividad son alegorías de las ideologías de las relaciones de eso que
llamamos mente y cuerpo, de la distancia y la responsabilidad(Haraway
1991, 326-327).
Sin embargo, la ciencia y el conocimiento que produce no son esenciales.
Michel Foucault concibe la ciencia como una práctica discursiva que puede
cambiar de una época a otra. Así, la historia de un concepto o una teoría
tiene más que ver con sus usos, sus consensos y sus impurezas (Fou-
cault 1969, 321). Estas prácticas discursivas se agrupan en una suerte de
tendencias que cambian con el tiempo, a las cuales denomina epistemes y
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[] por episteme se entiende, de hecho, el conjunto de las relaciones que
pueden unir, en una época determinada, las prácticas discursivas que dan
lugar a unas figuras epistemológicas, a unas ciencias (Ibid., 322-323).
Foucault explica que todo discurso la ciencia es uno de ellos se
relaciona con sistemas de exclusión. Hay tres grandes sistemas de
exclusión: la palabra prohibida, la separación de la locura y la voluntad de
verdad (Foucault 1973, 23-24). Por ello, habla de comunidades o
instituciones autorizadas, las cuales deciden qué se puede conocer y qué
no, qué se considera racional y qué no; comunidades e instituciones que
al mismo tiempo aspiran a que su conocimiento se asuma como
verdadero. Esto deviene en lo que el autor denomina prácticas de saber/
poder, pues entre el conocimiento y el poder hay una relación ineludible.
Por eso alrededor del saber y de la ciencia hay toda una serie de prácticas
pedagógicas, sistemas de libros y publicaciones, bibliotecas y revistas
especializadas, comunidades científicas y grandes laboratorios (Idem.).
En líneas muy similares, Sandra Harding considera que la ciencia se ha
vuelto sagrada y parece un tabú decir que la ciencia (natural) es una actividad
social; es decir, cuesta aceptar que es una práctica que realizan distintos
seres humanos de manera colectiva(Harding1993, 30) y que, por tanto,
generan una cultura específica que puede ser analizada como otras
prácticas sociales.
No cabe duda entonces que la ciencia también lo dijo Thomas Kuhn
es una práctica social. Y como tal, es acorde con las estructuras dominantes,
pero ello no quiere decir que sea estática en el tiempo. Presenta
discontinuidades y cambios, acaso revoluciones (Kuhn1962, 289). En ese
sentido, el trabajo Steven Shapin y Simon Schaffer es muy interesante,
pues reconocen un entrecruzamiento de la organización de la ciencia, la
sociedad política y la conformación de los hechos científicos. Así, el discurso
científico se ha ido produciendo en un ejercicio de convencionalidad, que
valida evidencias, evalúa la fiabilidad del conocimiento mismo y garantiza
su comunicabilidad y reproductibilidad (Shapin y Schaffer 2005, 122).
En síntesis, considero que la ciencia puede ser un motor de cambio,
pero también ha funcionado como un discurso legitimador de ciertas
prácticas sociales que conllevan dominación. Y si esto es visible en el
estudio filosófico sobre las ciencias naturales, ¿qué podemos hallar si
echamos un vistazo al surgimiento de las ciencias sociales?
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2. La emergencia de las ciencias sociales
Si bien la ciencia como tal surge con la modernidad y el Renacimiento, se
suele pensar que las ciencias sociales son mucho más recientes y que no
puede hablarse de su existencia hasta el siglo XIX. Sin embargo, este
proceso no apareció de la noche a la mañana. Hubo toda una evolución y
su surgimiento tiene que ver con la historia de la propia ciencia.
Según Wallerstein, la universidad medieval tenía cuatro facultades:
medicina, derecho, teología y filosofía. Las dos primeras encarnaban un
saber totalmente práctico para la sociedad; mientras que la teología estaba
completamente controlada por el clero. Entonces, la filosofía fue todo lo
otro y en su seno se construyó todo el saber disciplinar que actualmente
tenemos. La facultad de filosofía se disgregó primeramente en dos partes:
Ciencias Naturales y Humanidades y Artes (Wallerstein 1997, 11). En
palabras del autor:
[] la idea es que existen dos tipos de estudio, dos tipos de saber y dos
epistemologías, en resumen, dos culturas. La facultad de ciencias buscaba
la verdad empíricamente probada, y la de humanidades discutía las cosas
humanas, lo que es bueno, lo que es bello, etcétera (Ibid., 12).
Esta evolución fue dándose en el paso del medievo a la modernidad. Y
no fue, sino hasta el siglo XVIII, cuando los científicos buscaron distinguirse
tanto de los teólogos como de los filósofos, que hablaban en nombre de la
Verdad por una suerte de autoridad divina. Los científicos también buscaban
la Verdad, pero estaban convencidos que sólo podía llegarse a ella de
manera empírica (Idem.).
Paralelamente, hubo según Wallerstein un evento que trastocó la
geocultura del mundo europeo: la Revolución Francesa. A partir de entonces,
se normalizó la idea de cambio social y se trasformó la idea de soberanía,
ya no asentada en un monarca sino en el pueblo. Frente a este panorama,
fue necesaria la emergencia de un saber que matizara y especialmente,
dominara la normalidad del cambio y la soberanía popular. Y así surgieron
las ciencias sociales. La primera de ellas fue la historia, que fue regulando
y ordenando su saber hacia el siglo XIX, momento en que apareció en
Alemania una historiografía que aún pervive (Idem.). Aquella que consideraba
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que en el mundo existían datos reales que un investigador podía poner al
descubierto empleando medidas empíricas (Ibid., 13). Para neutralizar la
mirada del historiador, se aseguró que era más conveniente estudiar sólo
el pasado los archivos, y dejar de lado la realidad presente, pues las
posiciones y opiniones que se pudieran tener al respecto podían impedir
que se tuviera una mirada objetiva. En efecto, empezó a ser evidente, desde
entonces, una apropiación de la epistemología propia de las ciencias natu-
rales y de la ciencia moderna en general. La historia jugó un papel muy
importante en la consolidación de los Estados y en la conformación de la
identidad nacional.
Después de la historia, en el siglo XIX surgieron según Wallerstein
otras ciencias sociales: la Economía, la Política y la Sociología, todas ellas
consagradas, paradójicamente, al estudio del presente. A diferencia de la
historia, el control que se ejerció sobre el tipo de saber se enfocó en los
datos. El tratamiento de éstos tendió a la estadística. La neutralidad se
aseguraba por la vía cuantitativista, pues ésta permitiría llegar a leyes
universales para describir la conducta social. Estas disciplinas, además,
fueron totalmente congruentes con la ideología liberal y las tres áreas que
más le importaban: el mercado, el Estado y la sociedad civil (Idem.).
Si bien la Historia, la Política, la Economía y la Sociología habían servido
para controlar los cambios sociales y la soberanía popular del contexto
geocultural europeo, existía el problema de los otros, todos aquellos seres
humanos, aquellos pueblos distantes que durante mucho tiempo se dudó,
incluso, que fueran realmente humanos. Para estos casos, se creó otro
tipo de saber: la antropología y todas sus disciplinas afines (Idem.).
Por su parte, la arqueología de las ciencias humanas que hace Foucault
en Las palabras y las cosas, lo lleva a desvelar la tesis de que el hombre
es una invención reciente (Rodríguez 1999, 73). Así, como todo trabajo
arqueológico o genealógico en Foucault, se trata no sólo de entender una
compleja estructura, sino de conocer cómo en el proceso las cosas han
devenido en lo que son. Por tanto, sugiero que desde que inició la modernidad
renacentista (por así decirlo), la emergencia del hombre fue dándose
paulatinamente con los puntos álgidos o épocas que Foucault remarca:
Renacimiento, clasicismo y modernidad.
En primer lugar, el Renacimiento (siglo XV) fue un periodo de grandes
descubrimientos, que dio paso a la época clásica (siglo XVII), en la cual
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sobresale la necesidad de clasificar y representar, acaso de reflejar, es la
época en que Descartes es una de las figuras clave. Y, finalmente, estaría
la modernidad, propiamente dicha, la cual ubica a principios del siglo XIX.
Foucault caracteriza la modernidad como la era del hombre, quien es sujeto
y objeto total de su conocimiento. Mismo que estructura a través de las
ciencias del hombre (Drayfus y Rabinaw 1982, 42-69). En efecto, la evolución
del ser humano ha sido tal que ya no sólo conoce al mundo en torno, sino
que estructura todo un saber para conocerse a sí mismo.
Según Hubert Drayfus y Paul Rabinaw, al restringir su método al análisis
del discurso, Foucault amplió su campo de investigación para centrarse en
las ciencias del hombre (valga el uso del género masculino). Foucault estaba
muy interesado en cómo los seres humanos se entienden a sí mismos en
el contexto de esta cultura. Ir más a fondo en los discursos que generan las
prácticas sociales lo llevó, precisamente a proponer una arqueología de
las ciencias humanas (Idem.).
Aquí, no me gustaría pasar por alto la dicotomía que ya mencioné de
Latour: (Latour 1991, 200-216) naturaleza/cultura o naturaleza/sociedad
(Haraway 1991, 328-329). Una de las características de la modernidad fue
concebir el ser de los hechos naturales como algo aislado y distinto del ser
social. Y eso trajo con sigo el sistema de purificación o esta suerte de
mantenimiento de la metafísica occidental. Habría que redefinir esta relación
(naturaleza/cultura), así como lo humano. En ese sentido y aunque Latour
se distancia de los posmodernos, reconoce como acierto sus nociones de
tiempo múltiple, deconstrucción, reflexividad y desnaturalización (Latour
1991, 200-216). Volvamos a este tipo de nociones.
De acuerdo con Gilles Deleuze, el método arqueológico de Foucault
consiste en hacer preguntas filosóficas a la historia sobre la formación de
ciertas positividades y empiricidades. Preguntas que nos ayuden a entender
lo enunciable y lo visible, las formaciones discursivas y las no discursivas
(Deleuze 1986, 78). Por tanto, no es de extrañar que encontrase que hasta
el siglo XIX fue evidente la presencia del ser humano y lo fue en tres sentidos:
vive, habla y produce,
En cuanto ser vivo crece, tiene funciones y necesidades, ve abrirse un espacio
en el que anuda en sí mismo las coordenadas móviles; de manera general, su
existencia corporal lo entrecruza de un cabo a otro con lo vivo; al producir los
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objetos y los útiles, al cambiar aquello de lo que necesita, al organizar toda
una red de circulación a lo largo de la cual corre aquello que puede consumir
y en la que él mismo está definido como un relevo, aparece en su existencia
inmediatamente enmarañada con otras; por último, dado que tiene un lenguaje,
puede constituirse todo un universo simbólico en el interior del cual tiene
relación con su pasado, con las cosas, con otro, a partir del cual puede
construir también algo así como un saber (Foucault 1996, 341).
Estos tres elementos constituyen las tres regiones epistemológicas de
las ciencias humanas que las constituyen en campos separados, pero
entrecruzados todo el tiempo. Estaríamos hablando con Foucault de la
biología, la economía y la filología. Así, la región psicológica estaría en el
terreno de la vida; la región sociológica estaría más ligada al terreno de la
economía; mientras que la región filológica estaría en el análisis de las
huellas que deja el lenguaje (literatura, mitos y demás) (Idem.).
Las ciencias humanas no se enfrentan a la representatividad de la misma
forma que las otras ciencias porque el sujeto cognoscente es al mismo
tiempo objeto de conocimiento. Por ello, dice Foucault que tienden a
desmitificarse sin cesar, tienden a: pasar de una evidencia inmediata y no
controlada a formas menos transparentes, pero más fundamentales (Ibid.,
353). Recordamos que habíamos heredado de Kant la trascendentalidad
del sujeto. Y aunque han pasado por una tendencia a la matematización
(Idem.), les es muy difícil reducir su objeto a la representatividad, pues
hablar del ser humano se convierte en algo trascendente.
Así, pues, es inútil decir que las ciencias humanas son falsas ciencias; no
son ciencias en modo alguno; la configuración que define su positividad y las
enraiza en la episteme moderna las pone, al mismo tiempo, fuera del estado
de ser de las ciencias; y si se pregunta entonces por qué han tomado este
título, bastará con recordar que pertenece a la definición arqueológica de su
enraizamiento, que llaman y acogen la transferencia de modelos tomados de
las ciencias. Por lo tanto, no es la irreductibilidad del hombre lo que se designa
como su invencible trascendencia, ni aun su gran complejidad lo que les
impide convertirse en objeto de la ciencia. La cultura occidental ha constituido,
con frecuencia, bajo el nombre de hombre, un ser que, por un solo y único
juego de razones, debe ser dominio positivo del saber y no puede ser objeto
de ciencia (Ibid., 355-356).
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Ahora bien, para Foucault, la Historia podría considerarse la madre o la
primera de las ciencias humanas. Sin embargo, advierte que este enfoque
ya existía desde antes de que aparecieran las ciencias. Quizá no tiene un
lugar al lado de las ciencias humanas, aunque guarde una estrecha relación
con todas ellas. Es un saber que el autor reconoce aparte (Idem.), acaso
como un método filosófico profundo.
Sigamos la teorización de Wallersteino la de Foucault (que tienen
importantes confluencias), lo cierto es que las ciencias sociales o humanas
tuvieron fuertes transformaciones en el siglo XX. En primer lugar, después
de la Segunda Guerra Mundial, hubo dos eventos que trasformaron las
disciplinas enormemente. Por un lado, después de la guerra hubo una gran
expansión económica, que incluso se vio reflejada en el aumento de
universidades en todos los países, con la cual se invirtió más dinero en las
ciencias (incluso en las ciencias sociales). Por otro lado, y producto de
este desarrollo, se dio una etapa de sustracción recíproca entre las
disciplinas, cuyas fronteras comenzaban a estar borrosas. Frente a esto,
emergieron nuevos campos (inter)disciplinares y nuevos debates
(Wallerstein 1997, 15).
En segundo lugar, después de 1945 hubo un movimiento de
descolonización del mundo. Si bien durante el siglo XIX exist un
neocolonialismo con características imperiales específicas, para las cuales
las ciencias antropológicas habían sido de gran utilidad, en esta etapa de
independencias y grandes movimientos de liberación, ya no se podía
considerar a aquellos pueblos como los otros. Emergieron entonces los
pueblos del tercer mundo y con ellos una ideología desarrollista que
requería nuevos saberes (Idem.). El desarrollismo plantea que los otros
son lo mismo, aunque no exactamente: estaban en la misma escalera,
pero no en el mismo lugar.
Todo esto se trastocó después del 68. Aquella rebeldía -dice Wallerstein-
trajo consigo la emergencia y el reconocimiento de las minorías (mujeres,
indígenas, homosexuales, etc.) y con ello, todo un campo de conocimientos
específicos sobre estas subjetividades (Idem.), entre ellos destacan los
estudios de género, obviamente.
A nivel epistemológico, después del 68, hay -según Wallerstein- dos
movimientos. Uno proveniente de las ciencias naturales, denominado teoría
de la complejidad. Y el otro proveniente de las ciencias sociales, que serían
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los estudios culturales (Idem.). Estudios sobre la historia, la vinculación, el
caos, las relaciones del poder, el contexto y la situacionalidad serían
impensables sin estos dos movimientos intelectuales: la teoría de la
complejidad y los estudios culturales. El otro movimiento importante es,
sin duda, la emergencia de los métodos arqueológico o genealógico, así
como el análisis del discurso postestructuralista que de alguna manera
estarán impregnados en gran parte de la teoría feminista de la cual destaca
la obra de Judith Butler.
En este artículo recojo la herencia que viene de estos giros, por lo que
rastrea las huellas arqueológicas/genealógicas de la ciencia (incluida la
ciencia social) y lo hace desde un posicionamiento epistemológico no
solamente postestructuralista sino feminista. A continuación, y en
concordancia con este tipo de ejercicios, es necesario hacer una revisión
deconstructiva en términos de género de cómo se ha construido
tradicionalmente el saber científico.
3. Ciencia y androcentrismo
La objetividad es el término que se usa para referirse
a la subjetividad masculina
Adrienne Rich
La ciencia moderna ha recibido distintas críticas. Algunas de ellas han
provenido del feminismo. Así, Sandra Harding -desde una lectura de Kuhn-
insiste en que la ciencia es una práctica social, con su trasfondo ideológico
incluido:
Los proyectos sociales de las culturas en las que se desarrolla la investigación
científica, así como la ignorancia y las falsas creencias de los investigadores
individuales son los responsables de la selección de los problemas científicos,
de los tipos de hipótesis propuestas, de la determinación de lo que se
consideran pruebas y del modo de utilizarlas para apoyar o refutar las hipótesis
(Harding 1993, 91).
En efecto, la ciencia es un discurso tal como pensaba Foucault (Fou-
cault 1973, 22-23) y, por tanto, está plagado de metáforas (Maffia 2007, 63-
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98). Muchas de las críticas feministas a la ciencia han consistido en desvelar
el carácter misógino de algunas de esas metáforas. En ese sentido, Evelyn
Fox Keller habla del maridaje casto entre naturaleza y ciencia propio de
Bacon, uno de los grandes empiristas y científicos pioneros, quien veía a la
naturaleza como una mujer, una novia a la cual conquistar (Keller 1985, 55-
74).
En su obra Temporis partus masculus, escrita entre 1602 y 1603, Ba-
con escribió diversos pasajes con muestras de imaginería sexual agresiva,
la cual ponía de manifiesto la negación de lo femenino como sujeto
cognoscente. Tanto Evelyn Fox Keller como Sandra Harding abordan el
tema de la misoginia en esta época y encuentran una relación directa con
la brujería y las metáforas sexuales (Ibid., 100). Se hablaba de penetrar a la
naturaleza, de controlarla, de dominarla.
Es, además, necesario analizar la relación histórica directa entre el
surgimiento de la ciencia moderna y la cacería de brujas. Norma Blazquez,
asegura que las mujeres que fueron acusadas de brujería entre los siglos
XV y XVII eran mujeres con conocimientos varios. Estaríamos hablando de
cocineras, perfumistas, curanderas, parteras o nodrizas (Blazquez 2008,
28). Estos saberes poco a poco se irían organizando en disciplinas o
sistemas de exclusión (Foucault 1973, 22-23), que dejarían por fuera a las
mujeres como sujetos cognoscentes, así como los saberes sobre lo
femenino. Serían solamente válidas las disciplinas de la química o la biología,
pero no estos otros saberes infravalorados y perseguidos. Dice Blazquez:
Mi propuesta es que en los procesos de brujería no sólo se perseguía a la
magia o a las mujeres sino a la magia de las mujeres, y que una de las
principales razones para perseguirlas era una intolerancia a los conocimientos
relacionados con la sexualidad y la vida que dominaban desde épocas
ancestrales, y que era necesario controlar (Blazquez 2008, 30).
A, aunque se presentó como una empresa progresista y
transformadora, desde sus inicios expulsó de sus filas a las mujeres y a
otros seres humanos. Por eso resulta muy interesante la metáfora de testigo
modesto que utiliza Donna Haraway para explicar una historia de la Royal
Society of London, una de las primeras comunidades científicas del mundo,
que no admitla entrada de mujeres hasta 1945. Todo comenzó en Inglaterra
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en el siglo XVII, con el químico Robert Boyle y su bomba del vacío.2 Este
hombre respetable mostraba el funcionamiento de su invento frente a otros
respetables hombres, que testificaban la efectividad de sus hallazgos
(Haraway 1997, 42-43). Robert Boyle era un hombre cuyas características
de honorabilidad avalaban su trabajo científico. Se fundó desde ese
momento, una manera trasparente-trascendente de hacer ciencia, de decir
la verdad sobre el objeto de conocimiento y contar con una comunidad que
respaldase esa verdad. La comunidad científica se conformó por hombres
cuya única característica visible, era la clara modestia, habitaban la cultura
de la no cultura. El resto quedaba en el terreno de la cultura y la sociedad
(Ibid., 43). Quedaron, de esta manera, excluidas las mujeres y cualquier
otro tipo de subjetividad que no coincidiera con la de hombre, blanco y
burgués.
Por otra parte, y como hemos dicho, la ciencia -desde su surgimiento-
mantuvo una separación entre la mente y el cuerpo. Intenhacer una
síntesis entre el sujeto trascendental y la experimentación, pero mantuvo la
metafísica occidental, esa que buscaba las esencias y la Verdad de las
cosas.
Con base en los trabajos de Deleuze, Rosi Braidotti habla del
falogocentrismo para hacer referencia al proceso mediante el cual el
conocimiento se erige como algo puramente androcéntrico y en el cual
pensar es igual a ser, es decir que se conoce a través de un yo trascendental
(Braidotti 1998, 187-200). Entonces, más que antropocentrismo podría
decirse que la ciencia moderna ha estado marcada por el androcentrismo.
Son los hombres (y sólo ciertos hombres) quienes han sido autorizados
para hacer ciencia. En cambio, las mujeres asociadas a la naturaleza
sólo han podido ser objeto de estudio y hasta hace muy poco tiempo
sujetos cognoscentes. Pero lo empresa científica occidental no lo ha
puesto lo masculino en el centro sino también el logos, la razón, acaso
porque el lenguaje, entendido como comunicación perfecta, ha sido fun-
2 Sugiero revisar también el trabajo de Steven Shapin y Simon Schaffer (2005), El
Leviatán y la bomba del vacío. Hobbes y Boyle y la vida experimental, op. cit., pp. 312-
328, pues hacen una interesante oposición entre Hobbes y Boyle; el uno apostaba por la
producción individual, mientras que el otro por la producción colectiva. Me parece que es
por ello queHaraway retoma a Boyle y no a Hobbes. Finalmente, la producción colectiva
del saber seguiría siendo una promesa de cambio.
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ACTA SOCIOLÓGICA NÚM. 81, ENERO-ABRIL DE 2020, pp. 29-57.
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damental para el falogocentrismo, que ha buscado el digo único, capaz
de traducir todos los significados (Araiza 2017, 159).
Sandra Harding considera que la ciencia está generizada. Como muchos
aspectos del orden social, que tienen huellas de género, la ciencia no es la
excepción (Harding 1993, 99). Recordemos que habíamos dicho que es
una práctica social. Para Harding, el género tiene tres aspectos: simbolismo
de género, estructura de género y género individual. El primero se trata de
divisiones binarias que una cultura impone a todo lo que le rodea. A través
de estos símbolos, se construye una estructura jerárquica que divide el
mundo en masculino y femenino y que se traduce en dominación masculina.
En ese entramado, cada cual juega un rol que normalmente coincide con
lo que se espera de él o ella (Idem.).
La autora complejiza el análisis, pues apela a las diferencias de clase y
raza que también dividen a las personas y que no pueden considerarse
aisladas de las diferencias de género (Idem.). Las críticas feministas a la
ciencia han afirmado, por tanto, que la ciencia está generizada y que lo
está de manera interseccional (con otras huellas de dominación).
Según Norma Blazquez, uno de los aspectos en que más han incidido
las críticas feministas a la ciencia es en visibilizar su sesgo masculino. Por
ejemplo, ha habido grandes estudios psicofisiológicos para demostrar la
inferioridad femenina. Tanto sus hipótesis como sus interpretaciones de
datos están llenas de prejuicios provenientes del esquema de dominación
masculina que prevalece en la cultura (Blazquez 2008, 101).
Probar las teorías es otra trampa según su lectura, pues pareciera
que las teorías sexistas se han probado y las críticas no. Esto, en realidad,
no deja de ser una cuestión ideológica. Incluso, muchas de las grandes
teorías sociales han sido probadas, aun cuando omiten por completo la
experiencia de las mujeres y pretenden llegar a conclusiones universales
sólo a partir de la experiencia masculina. Por ejemplo, dice Blazquez que
la teoría del desarrollo de Carol Gilligan es más completa que la propia de
Kohlberg, sin embargo, no goza del mismo estatus (Idem.).
Para Diana Maffia, la ciencia debe estudiarse en dos sentidos: 1) como
proceso (comunidades científicas) y 2) como producto (teorías científicas).
Ella reconoce que la presencia de las mujeres como sujeto cognoscente
ha sido escasa y recoge toda una tradición desde la edad antigua a feminizar
a la naturaleza y crear conocimiento que demuestre la inferioridad de las
ALEJANDRA ARAIZA DÍAZ
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mujeres (Maffia 2007, 67-73). A continuación, dedicaré unas líneas para
aproximarme más a las mujeres en la ciencia.
4. Mujeres en la ciencia
En el ejercicio del conocimiento se establece una relación entre un sujeto
cognoscente y un objeto de conocimiento. Esta relación de acuerdo con
la epistemología tradicional ha tendido a ser asimétrica. Recordemos que
haamos explicado que debemos a Kant la perspectiva de la
trascendentalidad del sujeto. Y vimos en el apartado anterior que la ciencia
tiene marcas de género. Por tanto, el sujeto cognoscente por excelencia
ha sido hombre, blanco y burgués. En efecto decíamos con Foucault
(Foucault 1973, 22-23) que la ciencia es un sistema de exclusión. Un
discurso generador de prácticas sociales, que ha desterrado de sus filas
no sólo a las mujeres, sino a los pobres, los negros, los indios, los locos y
todos aquellos diferentes que ponen en riesgo la unidad y la universalidad
que garantiza la trascendentalidad de ese sujeto.
Antes de hablar de la necesidad de visibilizar la presencia de las mujeres
en la ciencia y en concreto en las ciencias sociales, hace falta plantear
algunas claves sobre la alteridad, la diferencia y la conformación del sujeto.
Patricia Corres hace un recorrido sobre distintos filósofos que han
participado en la constitución del pensamiento como logos y de cómo han
incluido o no la noción de la diferencia sexual. En ese sentido, hay intentos
por reconocer la alteridad en Kant y su ética racional aterrizada en la
autovigilancia; o por Hegel, quien reconoció el no-yo, aunque lo aca
diluyendo en el absoluto y la unidad. Por su parte, Schopenhauer y
Nietzsche, de quienes suele pensarse que sus posturas fueron misóginas,
sí tenían presente que las mujeres tenían una relación de diferencia y de
subordinación frente a los hombres (Idem.).
Luego, vienen los fenomenólogos como Husserl o Lévinas. El primero
tiene una concepción ética y socialmente comprometida sobre la otredad,
pero no distingue entre lo masculino y lo femenino. Lévinas, por su parte
reconoce la feminidad como la alteridad misma y ve en la relación entre
hombres y mujeres una asimetría (Idem.).
Finalmente, desde una visión distinta y atravesada por el género, están
los planteamientos de Luce Irigaray, quien propone la admiración entre
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hombres y mujeres para el reconocimiento de la diferencia sexual, lo que
traería consigo otra forma de ética (Corres 2010).
Hay que decir también que fue Simone de Beauvoir quien evidenció que
las mujeres son el Otro del único sujeto posible: el masculino (Beauvoir
1949, 123). En su lectura de Beauvoir, Judith Butler afirma que: [] las
mujeres son elotroen la medida en que son definidas por una perspectiva
masculina que intenta salvaguardar su propio estatus no corpóreo,
desencarnado, identificando a las mujeres generalmente con la esfera
corpórea (Butler 1982, 311).
Butler advierte en el trabajo de Beauvoir el vislumbramiento de que la
dialéctica Yo y el Otro oculta los límites de una versión cartesiana de libertad
descorporeizada (Idem.). Es decir, pareciera que el Yo masculino fuese sólo
una mente racional; mientras que el Otro femenino sólo fuera carne irracional.
Según Alejandra Castillo, al intentar reconocer las aportaciones de Marx
y Engels sobre la comunidad de mujeres, Simone de Beauvoir se percató
de que la propia idea de mujeres estaba en cuestión (Castillo 2017, 27). La
Mujer no existe como un sujeto esencial, recordemos que llega a serlo
(Beauvoir 1949, 123). Es más: de Beauvoir sospechó de esta noción y con
ello de la humanidad misma, pues no hay humanidad por fuera de la acción
de los hombres. En otras palabras:
[] humanidad es intercambiable con la voz hombres, y la locución
hombres no quiere decir más que hombres en exclusión de las mujeres.
Bajo la corporalidad masculina es como debemos leer las afirmaciones la
humanidad es una serie discontinúa de hombres libres asilados
irremediablemente por su subjetividad (Castillo 2017, 71).
En efecto, hay que repensar el concepto de lo humano, no como una
homogeneidad. En ese sentido, Latour propone ir más allá de la dicotomía
humano/no-humano. Habría que repensar las características totalizadoras
de lo humano y apostar -como él sugiere- por visibilizar a los sujetos híbridos
(Latour 1991, 208-219). Desde la visión postestructuralista y feminista, eso
sería reconocer la diferencia y, en particular, la diferencia sexual, pues
como afirma Braidotti (Braidotti 1998, 191) es una teoría que disloca la
creencia en los fundamentos naturales de las diferencias impuestas
socialmente.
ALEJANDRA ARAIZA DÍAZ
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Ahora bien, Diana Maffia lleva a cabo su análisis sobre la ciencia en dos
niveles: 1) las mujeres como sujeto de la ciencia y 2) las mujeres como
objeto de la ciencia. Ella describe cuatro enfoques filosóficos de las mujeres
con respecto a la ciencia: a) rescatar historias de mujeres cuyas
contribuciones a la ciencia han sido ocultadas; b) recoger de la historia de
la participación de las mujeres en las instituciones de la ciencia; c) analizar
el modo en que las ciencias han descrito la naturaleza de las mujeres; y d)
analizar la naturaleza masculina de la ciencia misma (Maffia 2007, 58).
Todos estos elementos son importantes para hablar del tema que nos ocupa.
Y aunque creo como Harding que no es suficiente para las mujeres ser
científicas si la ciencia no va a cambiar, (Harding 1993, 128) es innegable
que hay una presencia/ausencia de las mujeres en la ciencia y que es
importante dar cuenta de esta tensión para poder rescatar las aportaciones
de las mujeres a las ciencias sociales (en este caso) y hacerlo con plena
conciencia de que, con todo y las dificultades, ellas proporcionaron sus
propias teorías, las cuales no dejan de tener un interés específico.
De acuerdo con la necesidad de rescatar la presencia de las mujeres
en la ciencia, Norma Blazquez afirma que siempre ha habido mujeres que
han producido conocimiento. Otra cosa es que hayan quedado desterradas
de la ciencia como institución masculina. Sin embargo, ellas han ido
paulatinamente ganando espacios en ese territorio en México y en el mundo.
Con entusiasmo afirma que:
La equidad entre el número de mujeres y hombres,observada en la actualidad
en la educación superior, muestra que se han podido vencer los obstáculos
sociales y culturales que durante siglos impidieron el acceso de las mujeres
a la educación. Este es un cambio de primera importancia en el mundo
(Blazquez 2008, 51).
Según la autora, ello trae consigo la posibilidad de un contacto equitativo
con el pensamiento científico y una misma posición de seguir una carrera
científica. Sin embargo, todavía hay obstáculos que sortear, pues a medida
que se avanza en la formación, la presencia de mujeres disminuye (Idem.).
Por eso es necesaria la perspectiva de género que nos ayude a comprender
las diferencias que hoy siguen produciendo desigualdades.
Ahora bien, hablaba de una presencia/ausencia, es decir ¿quién está y
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por qué está? Y ¿quién no está y por qno está? Esas son las cuestiones
sobre las que tenemos que reflexionar en el ejercicio de rescatar a las
mujeres que han realizado contribuciones a la historia de la ciencia, ya que
como dice Diana Maffia uno de los problemas de este enfoque es que
retiene las normas masculinas como medida de excelencia (Maffia 2007,
68). Es decir, se habla de una lista escasa de mujeres sobresalientes que,
en verdad, se ajusta al molde de la historia de los grandes hombres. Si se
hace de esta manera, se corre el riesgo de pasar por alto que la ciencia es
un sistema de exclusión. Como dice Patricia Corres para el caso de la
incursión de las mujeres en la política, se ha concebido como una concesión
más que como un derecho y apenas si ha significado un movimiento hacia
nuevos valores (Corres 2010, 112).
En efecto, el sexismo que atraviesa la ciencia no solamente es una
cuestión de diferencia, sino de jerarquización entre hombres y mujeres.
Las mujeres no lo son discriminadas sino también segregadas:
marginadas a actividades rutinarias y lejos de la creatividad teórica (Maffia
2007, 68).
Entonces, como sujetos cognoscentes tradicionalmente han estado
presentes en la ciencia los hombres (blancos y burgueses); mientras que
las mujeres y otras subjetividades distintas del modelo dominante han
quedado ausentes. Y, por lo que respecta a la pregunta ¿cómo han estado?,
debería decirse que el sujeto cognoscente ha estado en calidad de testigo
modesto, un sujeto transparente que guarda las formas de la comunidad a
la que pertenece. (Haraway 1997, 50). Cuando otras subjetividades han
logrado irrumpir en ese espacio es porque se han camuflado intentando
parecer un testigo modesto. O como dice Patricia Corres para el caso de
las mujeres que irrumpen en política:
[] se podría decir que la mayoría de mujeres ha tenido que acceder a dichos
espacios conservando las estrategias masculinas y ha tenido que ejercer
prácticas de dominio ya empleadas desde que la política era de los hombres,
dicho sea de paso, sigue sucediendo en gran medida (Corres 2010, 115).
De cualquier forma, es indudable que es necesario que cada vez más
mujeres nos incorporemos al quehacer científico y, en concreto, a las filas
de las ciencias sociales. Nombres como el de Marianne Schnitger, Marga-
ALEJANDRA ARAIZA DÍAZ
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ret Mead o Simone de Beauvoir, que fueron mucho más que la compañera
sentimental de un hombre lebre, han legado a las ciencias humanas
importantes teorías, que de alguna manera están relacionadas con una de
las principales contribuciones que ha dado el feminismo académico: la teoría
de género. Porque, en efecto, si no te la contaron violeta, no te la contaron
completa. Más aún, las ciencias humanas no estarán describiendo los
procesos y las estructuras sociales con acierto ni llegarán a mejores
comprensiones hasta que no problematicen la construcción cultural de la
diferencia sexual de la mano, por supuesto, de otras diferencias sociales.
De hecho, como dice Patricia Corres, para el siglo XIX ya se habían
acumulado diversas categorías de estudio, tales como: Estado, poder,
proletariado, capitalismo. Entonces, apareció la categoría de clase social y
nos abrió los ojos, pues llevó nuestra atención hacia la situación de barbarie
concerniente a distintas relaciones humanas (Ibid., 111).
La noción de clase social -prosigue esta autora- trajo consigo la
conciencia individual y la conciencia de pertenecer a un grupo. Es una noción
vigente, junto con otras que son equiparables, como: etnia, religión,
nacionalidad o ideología. Se trata de agrupaciones identitarias que hacen
totalmente visible la diferencia (Idem.). Una de estas diferencias es la que
se da entre hombres y mujeres y que se condesa en la noción de género.
En este sentido, me parece muy pertinente la reflexión de Maribel Ríos
sobre las corrientes críticas que impregnaron las ciencias sociales con
visiones opuestas al positivismo imperante. Ella reconoce la visión
interpretativa, la perspectiva crítica marxista y el punto de vista feminista
(Ríos 2010). Estas corrientes tienen diversos puntos en común y nos hablan
de los trastrocamientos que han podido tener las ciencias sociales a lo
largo del siglo XX.
No obstante, en este apartado, me he querido centrar en los
trastrocamientos que ha dejado la mirada de las mujeres. Según Patricia
Corres, podría decirse que hay dos tipos de pensamiento: el masculino y el
femenino.
El pensamiento masculino se considera único, no tiene conciencia de que lo
que lo rodea tiene sentido, existe y tiene importancia independientemente de
él. Busca causas motivos, tendencias, intenciones por las cuales se hacen
las cosas, pues ello equivale a decir que es activo, que su acción explica lo
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que sucede; pone el énfasis en las causas, en la autoría de los actos, y
tiende a concederse ese atributo que le coloca en el papel del que domina
(Corres 2010, 125).
Por el contrario dice Patricia Corres el pensamiento femenino está
abierto al enigma, permite la incertidumbre de la investigación y no se
angustia frente a las preguntas sin respuesta. No se considera único en el
mundo, sino que forma parte de él y advierte la existencia de otras
subjetividades. Es consciente de que no se pueden controlar las causas y
a veces es pasivo y a veces es activo. En realidad, los dos pensamientos
lo son, aunque el masculino se abrogue totalmente la actividad. El
pensamiento femenino mira al pasado y recoge su legado, pero también
mira al futuro y busca forjar un porvenir, consciente de que no es dueño del
presente. A diferencia del masculino que busca el equilibrio mediante la
negación de la diferencia y por medio de la unidad absoluta, este
pensamiento sabe que el equilibrio está en la aceptación e inclusión de los
distintos elementos que componen el universo (Idem.).
Reflexionar sobre el sujeto cognoscente -desde la perspectiva de género-
nos lleva necesariamente a pensar en la diferencia sexual, en lo que se
entiende por masculino y por femenino. Lo que se da por válido para el
pensamiento científico y lo que se ha desterrado de él, pues como dicen
Patricia Amigot y Margot Pujal:
[] tras el pensamiento moderno sobre lo subjetivo ha latido una construcción
sexual que equiparaba lo masculino a lo neutro y universal, y lo femenino (y
otras figuras de lo otro) a lo particular y dependiente en su definición a lo
normativo. La dicotomía cultura-naturaleza se reproducía en el par masculino-
femenino; lo femenino aparece particularmente vinculado a elementos
naturalizados y esencializados. Aquello que se evitaba en la construcción de
las concepciones del sujeto (irracionalidad, emocionalidad, corporalidad,
etcétera) se colocaba del lado femenino (Amigot y Pujal 2009).
Y si esto es así, aunque las pocas científicas que contribuyeron a la
formación de las ciencias sociales no hayan tenido una postura feminista
ni se hayan cuestionado la ciencia misma, algún elemento del pensamiento
femenino dejaron impregnado en sus respectivas disciplinas. Rastrearlo
también sería muy necesario.
ALEJANDRA ARAIZA DÍAZ
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Pero ¿cómo hacer que estas aportaciones tengan otros contenidos o
convicciones más claras para cambiar el sistema de género que aún
mantiene las desigualdades entre hombres y mujeres? Pienso junto con
otras estudiosas que debemos apostar por una ciencia feminista, pues
tomo el reto que nos lanza Haraway de pensar con un sinfín de colegas,
enhebrando y tejiendo. Apuesto con ella por un pensamiento y un
conocimiento tentaculares y por la generación de ideas interconectadas
parcialmente (Haraway 2016, 62).
5. Epistemología feminista y ciencias sociales
A partir de las críticas feministas frente a la ciencia, se produce lo que se
conoce como epistemología feminista, en cuyo seno:
[] se aglutinan las investigaciones que entran en diálogo con la tradición
filosófica sobre la ciencia abordando los problemas clásicos como el de la
racionalidad, evidencia, objetividad, sujeto cognoscente, realismo o verdad y,
al mismo tiempo, utilizan la categoría de género para articular una nueva
forma de encarar los temas (Adán 2006, 39).
La epistemología feminista, aunque con distintos matices, sigue la
clasificación de vertientes que hace Sandra Harding, quien distingue tres
tipos: feminismo empirista, punto de vista feminista y críticas a la ciencia
desde el feminismo posmoderno (Harding 1993, 119-138). Carme Adán,
por su parte, prefiere llamar a esta vertiente de críticas a la ciencia desde el
feminismo posmoderno feminismos polimorfos por el hecho de que su
característica principal no es tanto la de un trasfondo posmodernista como
la de tener una multiplicidad de investigaciones, propuestas y
conceptualizaciones de carácter crítico. Por su parte, Diana Maffia afirma
que hay coincidencias entre las críticas posmodernas y las postcoloniales
(Maffia 2007, 89). Aunque creo que es muy necesario visibilizar los esfuerzos
que se están haciendo desde América Latina y para ello nos sirven las
críticas postcoloniales y decoloniales me parece que aún no podríamos
delinear los contornos de una vertiente de la epistemología feminista
propiamente nuestra. Sin embargo, es importante recoger estos bagajes
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ACTA SOCIOLÓGICA NÚM. 81, ENERO-ABRIL DE 2020, pp. 29-57.
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para plantear algún día tal propuesta.3 Para mí, de momento, es una tarea
pendiente.
Por ahora, paso a definir de forma muy sucinta las tres vertientes que
originalmente describió Sandra Harding. En primer lugar, está el empirismo
feminista, vertiente que busca reconstruir los objetivos originales de la
ciencia moderna, es decir, se trata de una ciencia revisada (Harding 1993,
120). Para Carme Adán, se ha hecho poca justicia al feminismo empirista.
Comenta que Harding lo encontraba útiles sus investigaciones y
argumentos para señalar los sesgos generizados del método científico,
pero que no avanzaban en la explicación general de la relación de los valores
y de la ciencia misma. No obstante, la propia Harding reconoce que hay
algunos trabajos más elaborados para el canon de la filosofía y la sociología
del conocimiento como los de Helen Longino y Lynn H. Nelson, que se
apoyan Quine y Kuhn, importantes filósofos de la ciencia del siglo XX (Adán
2006). Asimismo, cabe advertir como lo hace Blazquez (Blázquez 2008,
116-118) que estas autoras dan un lugar preponderante a la comunidad
científica y piensan que lo que aseguraría la objetividad sería la pluralidad
de voces y subjetividades al interior de dicha comunidad.
En segundo lugar, está el punto de vista feminista, la vertiente del
feminismo marxista en la que la propia Harding se suscribe, junto con Evelyn
Fox Keller y Nancy Harstock. Para Harding, este enfoque se centra en la
actividad generizada y la experiencia social, en concreto, la experiencia de
las mujeres (Harding 1993, 127).
Según el análisis de Carme Adán, este feminismo lleva la mirada de los
márgenes hacia el centro, incluso, en el tema de la ciencia y el conocimiento
(Adán 2006). Para Norma Blazquez, estas feministas buscan recoger la
experiencia de las mujeres, como un lugar de privilegio epistémico, de
mirada desde los márgenes. Considera que este enfoque desde las mujeres
puede ser más adecuado, pues recupera la intuición y los afectos en el
ejercicio del conocimiento (Blazquez 2008, 112-115).
Finalmente, el posmodernismo feminista dice Harding (Harding 1993,
3 En este sentido, serán de gran utilidad los trabajos de María Lugones y otros que
presentan en el libro Investigación feminista. Epistemología, metodología y
representaciones sociales, coordinado por Norma Blazquez Graf, Fátima Flores Palacios
y Maribel Ríos Everardo.
ALEJANDRA ARAIZA DÍAZ
ACTA SOCIOLÓGICA NÚM. 81, ENERO-ABRIL DE 2020, pp. 29-57.
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135-148) es contrario a los objetivos del feminismo empirista. Las
pensadoras clave de esta perspectiva son Donna Haraway, defensora del
posicionamiento y la parcialidad, y Susan Heckman, a quien le incomodaba
el concepto mismo de epistemología feminista y separación por vertientes
(Adán 2006, 158-162). No obstante, y de acuerdo con Carme Adán, se ha
de reconocer que la propuesta más sugerente que han hecho las feministas
posmodernas es la deconstrucción del sujeto (Idem.). Se podría decir,
además, que este enfoque es una reformulación del punto de vista que va
más allá de la esencialización del sujeto mujer y que recoge la pluralidad
de subjetividades. También apela al posicionamiento a la hora de conocer
(Blazquez 2008, 115-116). Las feministas del punto de vista fueron criticadas
por reproducir ciertas esencias al poner el en centro a las mujeres y pensar
que el conocimiento desde los márgenes podría ser una posición privilegiada
en sí misma. El feminismo posmodernista intentó hacer un ajuste frente a
esta crítica. Pero vamos por partes, primero hay que destacar con Norma
Blazquez en que estas vertientes tienen puntos en común. En sus palabras:
Lo más interesante es que las tres aproximaciones coinciden en un pluralismo
y rechazan las teorías totalizadoras. También rechazan el proyecto
epistemológico tradicional de validación de las normas epistémicas desde
puntos de vista universales, porque niegan que se pueda tener ese punto de
vista (Idem.).
Por su parte, Carme Adán dice que la vertiente del punto feminista puede
englobarse en dos postulados: a) todo conocimiento es una práctica social
y, por ende, está situado; y b) una localización, en especial la de las mujeres,
es más fiable porque goza de una posición privilegiada para acceder a la
verdad (Adán 2006, 163-168). Este segundo postulado se fue
problematizando hasta llegar a la propuesta de conocimientos situados
que hace Donna Haraway, el cual renuncia a la universalidad y aboga por la
parcialidad (Haraway 1991, 325). Como dije en otro texto sobre
epistemología feminista (Araiza 2017) este es un trabajo de continuidad
teórica que habla de una genealogía feminista, o lo que es lo mismo: hay
una etapa de conocimientos situados en Harding, que luego se reformuló
con Haraway para abogar por la parcialidad y abandonar cualquier ruta que
pudiera confundirse con el esencialismo.
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También he dicho en ese trabajo que la propuesta que considero más
interesante para sugerir una ciencia feminista es la propia de Haraway, ya
que tiene características de las tres vertientes: localización y parciali-
dad que va más allá del privilegio de los márgenes (punto de visa feminista
y críticas posmodernas), así como rescate de comunidades científicas
alternas con la idea del testigo modesto mutado (empirismo feminista y
críticas posmodernas) (Idem.).
Ahora bien, ¿cómo podría ayudarnos la epistemología feminista para
pensar las ciencias sociales? Para contestar a esta pregunta creo que es
importante detenernos primero en lo que es el conocimiento, el cual Harding
dice que se compone de tres elementos diferenciados: epistemología,
metodología y método. El primero consiste en una teoría del conocimiento.
El segundo es la teoría y el análisis del cómo, en el sentido del procedimiento;
mientras que el método es sólo una técnica o manera de proceder en la
búsqueda de evidencias. Harding se plantea la pregunta: ¿existe un método
feminista?. La autora remarca la diferencia entre estos tres elementos,
que a menudo se confunden, para sostener que no hay dudas de que existe
una teoría del conocimiento que proviene del feminismo (epistemología
feminista). Tampoco hay dudas de que existe una metodología feminista,
ya que la metodología elabora proposiciones acerca de cómo deberían
combinarse la estructura general de ciertas teorías (funcionalismo,
fenomenología, marxismo) con disciplinas científicas particulares. No obs-
tante, considera que no hay un método propiamente feminista, aunque bien
pueda considerarse que situar al sujeto/objeto de estudio en el mismo plano
crítico que quien investiga es la base de una técnica propiamente feminista
(Idem.). En ese sentido, Rebecca Campbell y Sharon Wasco reconocen
que además de estos tres aspectos el debate ontológico de la ciencia es
fundamental, pues nos permite saber qué es o no es la realidad a estudiar
(Campbell y Wasco 2000, 779-781). Las autoras describen cuatro grandes
paradigmas epistemológicos y ontológicos que siguen permeando la teoría
y las tendencias de la investigación en ciencias sociales: a) positivismo, b)
realismo, c) teoría crítica y d) constructivismo. Los tres últimos se relacionan
con cada una de las tendencias de la epistemología feminista que acabamos
de describir (Idem).
Pero ¿por qué considero que deberíamos apostar por una ciencia
feminista? Porque:
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[] la pura crítica de la ciencia resulta insuficiente. También debemos intentar
llegar a una definición positiva de aquello que entendemos como ciencia
feminista. [Así], los conceptos afectación e interés e identificación parcial
son ideas centrales en la nueva iniciativa feminista. Estos términos forman
parte de una totalidad lógica, es decir, que uno se sigue del otro (Mies 1991,
80).
Para mí, una ciencia feminista sería:
[] una ciencia que parta del lema lo personal es político, una ciencia que
sea capaz de ubicar o de hacer evidente el sitio desde el cual miramos, una
ciencia que sea capaz de crear conexiones parciales o comunidades científicas
de testigos modestos pero mutados, una ciencia que se apropie de los saberes
infravalorados o de los conocimientos situados. Y no sé, tal vez algún día
llegue la hora en que la apuesta feminista por situarse y ubicar una experiencia
propia pueda extenderse a otros tipos de conocedores y de conocimientos
(Araiza 2017, 124).
En ese sentido, creo que es muy importante recoger las aportaciones
que hicieron las mujeres a las ciencias sociales, pues con todo en contra:
con muy escaso acceso a la producción del conocimiento, con una
subjetividad y un cuerpo generizados, se atrevieron a plantear ideas,
muchas de las cuales es importante rescatar para que las ciencias humanas
sean más que ciencias pensadas desde la subjetividad masculina. Por
eso es importante reconocer la historia epistemológica de las disciplinas,
ver qtanto han sido tocadas por otros paradigmas distintos a la tradición
moderna y recoger lo que el uso de otros métodos ha traído consigo en la
construcción del conocimiento. Campbell y Waco hablan de cuatro métodos
inspirados en la epistemología feminista para las ciencias sociales: a)
expansión de métodos (que intenta superar el debate cuantitativo-cualitativo);
b) conectar mujeres; c) reducir las relaciones jerárquicas y d) reconocer la
emocionalidad de la ciencia (Campbell y Wasco 2000, 782-783). Esto es
de suma importancia para las ciencias sociales porque son relacionales
en sí mismas. Los sujetos cognoscentes son personas que trabajan con
otras personas (sujetos de conocimiento) para la generación de datos, y el
tipo de relación que se establezca trastocará sus resultados y conclusiones.
Con este trasfondo es que pienso que se puede hacer realmente ese
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recorrido genealógico de la presencia/ausencia las mujeres en la teoría
social clásica.
6. Conclusiones
No cabe duda de que la ciencia moderna significó un cambio en la figura
del mundo medieval (Villoro 1992, 114) pero que este cambio también trajo
consigo posturas excluyentes y conservadoras. Una de las subjetividades
que quedó excluida del quehacer científico fue la de las mujeres, quienes
poco a poco y con mucho esfuerzo han podido ganar espacios dentro de
ese ámbito.
Las ciencias sociales fueron las últimas disciplinas en desarrollarse, en
parte porque la noción de ser humano también tardó en extenderse. Fueron
ciencias que pretendieron seguir los planteamientos epistemológicos y
metodológicos de las ciencias naturales. Y, asimismo, mantuvieron las
prácticas discriminatorias con respecto a otras subjetividades diferentes al
sujeto cognoscente masculino y moderno. Aquí también la presencia de
las mujeres es escasa y hace falta rastrearla.
En ese sentido y como dice Rosa María Rodríguez Magda en claves
feminista y foucaultiana es importante hacer una genealogía de las mujeres
que nos permita deconstruir nociones como las de sujeto o ser humano
(Magda 1999, 68). Por eso, es necesario recoger la historia de las mujeres
en la ciencia (y, en concreto, en las ciencias sociales); pero también es
importante hacer un análisis de género sobre la presencia misma, visibilizar
todo aquello a lo que han tenido que enfrentarse, cómo han podido generar
sus conocimientos y qué huellas de género hay en sus teorías que, hasta
cierto punto, han podido trastocar sus respectivas disciplinas. Espero que
este texto pueda dar algunas claves para hacer este tipo de lecturas.
Finalmente, creo que podemos apostar, con base en los postulados de la
epistemología feminista (en especial la línea de Donna Haraway), por una
ciencia (social) feminista, para lo cual es sumamente necesario recoger
nuestra genealogía.
ALEJANDRA ARAIZA DÍAZ
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Reflexionar acerca del feminismo como base en la investigación de la violencia y la perspectiva de Enfermería. Reflexión teórica que aborda los orígenes del feminismo como manifiestos de la situación de la mujer en la sociedad y un movimiento social, que a lo largo del tiempo se articula como filosofía política y evoluciona a través de investigadoras feministas que analizan cuestiones relacionadas con la teoría del conocimiento y proponen teorías epistemológicas, con temas de análisis como la violencia. Hoy en día, los elementos teórico-metodológicos que el feminismo ha desarrollado son en primer lugar, poner las voces de las mujeres en el centro a la hora de desarrollar teoría. Entre las principales exponentes del feminismo, se encuentra la antropóloga Marcela Lagarde, que impulsó y encabezó la Investigación diagnóstica sobre violencia feminicida. La enfermería como profesión cuyo conocimiento, ciencia y disciplina ha sido desarrollada principalmente por mujeres, desarrolla un importante rol en el cuidado de la mujer violentada y se resume en la gestión permanente del cuidado integral, utilizando la interacción bidireccional y relación de ayuda como elementos terapéuticos. El feminismo tiene más que decir que ser un movimiento social y político, y como corriente filosófica se encuentra en desarrollo para su aplicación en la investigación y el cuidado de Enfermería.
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In this article, we reflect on the different uses of the category gender, favoring its understanding as a deployment of power: that is, underlining its operationality as a producer and regulator of social and subjective life, in interaction with other deployments or systems. Based on Foucault's tools for analyzing power relations, and using Judith Butler's contributions, we analyze theoretical and analytical aspects of this gender operationality as a specific deployment of power: from the macro-social operationality to the psicological, performative and identity processes of normalization of subjects' identity.
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This paper is a primer for community psychologists on feminist research. Much like the field of community psychology, feminist scholarship is defined by its values and process. Informed by the political ideologies of the 1970s women's movement (liberal, radical, socialist feminism, and womanism), feminist scholars reinterpreted classic concepts in philosophy of science to create feminist epistemologies and methodologies. Feminist epistemologies, such as feminist empiricism, standpoint theory, and postmodernism, recognize women's lived experiences as legitimate sources of knowledge. Feminist methodologies attempt to eradicate sexist bias in research and find ways to capture women's voices that are consistent with feminist ideals. Practically, the process of feminist research is characterized by four primary features: (1) expanding methodologies to include both quantitative and qualitative methods, (2) connecting women for group-level data collection, (3) reducing the hierarchical relationship between researchers and their participants to facilitate trust and disclosure, and (4) recognizing and reflecting upon the emotionality of women's lives. Recommendations for how community psychologists can integrate feminist scholarship into their practice are discussed.
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Expelling women from science (like in the other human cultural constructions) brings a double effect: To avoid our emancipation into the epistemic communities which build and legitímate knowledge, and repel the qualities viewed as «female» from such construction and legitimaron, furthermore considering them as obstacles. Perhaps one of the reasons to explain why since almost twenty years ago in the development of feminist epistemology the critics hitherto have not penetrated enough into the scientific communities, for these ideas are viewed as either an ideology or a social criticism from outside the methods legitimated by science to evalúate its knowledge. There is a real sexism in the scientific theories (outcome), which has been cleverly showed by many female epistemologists; another one is present along the composition and claims about pertaining and merits, within the scientific communities (process). The challenge of feminism is based on the demonstration of the link between those kinds of sexism. To receive the support of women (the different women) to science is not only fair to women, as well as the elimination of female from the field of scientific knowledge is not only a loss to them. It is a loss for science and the advancement of human knowledge, because the searching horizons of the same science are narrowed too. And it is also a loss to democracy, due to the fact that all hegemonic intent (even that of knowledge) is ethically and politically oppressive in the same way.
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Traducción de: Philosophy and the Mirror of Nature Nacido en 1931 y muerto en 2007, Richard Rorty se formó en las universidades de Chicago y de Yale y, aunque se adhirió inicialmente a la filosofía analítica, pronto se volvió un crítico severo de ella y en general de toda la filosofía esencialista centrada en las grandes preguntas. Conocido militante del pragmatismo iniciado por John Dewey, Rorty cuestionó siempre las verdades absolutas y los significados inamovibles y, en contraposición, sostuvo que las ideas deben ser valoradas por su utilidad para facilitar una mejor convivencia social y para que los hombres sean más felices. Nacido en una familia de izquierda, nunca renunció a determinadas reivindicaciones sociales, aunque cierta crítica lo acusa de haberse sometido en demasía a la sociedad del bienestar.
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A partir de la situación actual del pensamiento moderno, el autor indaga sus orígenes e inicios de su crisis en el Renacimiento. Esto lo realiza a partir del estudio de aquellas concepciones que tienen más significado para nuestra época, como son las cuestiones sobre el hombre, el alma, la naturaleza, la magia, la ciencia, la historia y la cultura.