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Alejandro Pérez Vidal
Hiroshima y Nagasaki, la Guerra Mundial y la Guerra Fría
Se desarrolla aquí el contenido del artículo "Hiroshima i Nagasaki, 75 anys
després", L'Avenç, no. 470, julio-agosto de 2020, pp. 46-55.
* * *
Pocos meses antes de morir, Primo Levi hablaba en una entrevista en 1986 de
las catástrofes que le había tocado vivir: "En los siglos futuros, si llega a
haberlos, el siglo XX se recordará como el siglo de Auschwitz y de Hiroshima".
En otra conversación, de 1982, había dicho, a propósito del programa
norteamericano para obtener la bomba atómica entre 1943 y 1945, que creía
"que el programa de Los Álamos era necesario, mientras que la explosión de
Hiroshima verdaderamente no lo era", y la calificaba de "hecho criminal".
Sobre el modo como le afectaba a él, había escrito que "[...] todo hombre,
hasta el más inocente, hasta la propia víctima, se siente corresponsable de
Hiroshima, [...] y se avergüenza [...]" [1].
El propio Levi razonaba por otro lado que Auschwitz era, cuantitativa y
cualitativamente, "un unicum"[2]. La práctica del odio racial hasta aquellos
extremos de engaño, crueldad y tecnificación del asesinato masivo representa
la maldad humana de una forma que admite pocas comparaciones. Los
bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, por su parte, ni siquiera si se los
considera actos ilegítimos o criminales, si se piensa que obedecieron al menos
en parte a una apuesta estratégica que iba más allá de la situación bélica,
difícilmente se pueden entender separándolos de la guerra en la que se
inscribieron; una guerra, por otra parte, que el ejército japonés había iniciado,
atacando también sin previo aviso en Pearl Harbor, y en la que había
cometido igualmente actos de gran crueldad, contra poblaciones civiles y
prisioneros de guerra [3].
En Japón pueden hallarse puntos de vista que no atienden a ese tipo de
distinciones. Kenzaburo Oé, gran escritor de aquel país, dedicó un libro a
Hiroshima en el que afirmaba que lo ocurrido allí era "el mayor desastre que
ha conocido el hombre", "el acontecimiento más atroz jamás acaecido desde
el principio de la humanidad". "La bomba atómica, en el instante mismo en
que explotaba, adquirió el valor de un símbolo: el de la voluntad maléfica del
hombre." Quien eso escribía no dejaba de denunciar los crímenes de los
ejércitos de su país durante la guerra, incluida la "insensata batalla de
Okinawa" y la consiguiente y feroz prolongación de una guerra perdida, y no
olvidaba lo ocurrido en Auschwitz [4].
Entre quienes han juzgado inaceptable el uso de las bombas en Hiroshima y
1
Nagasaki ha habido quien ha asociado la condena de aquellas acciones a la de
los bombardeos convencionales en aquella misma guerra, con bombas
explosivas e incendiarias, de ciudades japonesas y también europeas,
bombardeos que en algunos casos causaron casi tantas víctimas civiles como
en Hiroshima y más que en Nagasaki. Los ataques aéreos a la población civil
son una cuestión fundamental en las guerras contemporáneas, que se plantea
ya clamorosamente con el bombardeo de Guernica por el bando franquista en
la guerra de España, ejecutado por la Legión Cóndor alemana con apoyo de la
Aviación Legionaria italiana, y que resurge a mayor escala durante la Guerra
Mundial. Asociar el uso de las armas atómicas con aquellas otras acciones
está justificado, en particular para considerar si, por el hecho de ser civiles no
combatientes la inmensa mayoría de las víctimas, aquellos bombardeos
pueden o deben considerarse crímenes de guerra. Aunque no hubiera
entonces ningún convenio referente a la guerra aérea que definiera y
prohibiera específicamente todas aquellas acciones, pueden considerarse
aplicables a ellas determinados principios generales y prohibiciones que
figuraban en normas internacionales sobre los conflictos armados vigentes ya
en aquel momento [5].
Por otra parte, desde el principio se vio que las bombas atómicas presentaban
una diferencia cualitativa respecto a todas las armas existentes. En
documentos que se han conocido luego se aludió repetidamente a aquella
diferencia, señalando en particular que podrían destruir de una vez ciudades
enteras, lo que suponía la imposibilidad absoluta de distinguir entre objetivos
militares y civiles [6]. Con la perspectiva de la inmensa capacidad destructiva
de las bombas de hidrógeno, una perspectiva hoy obvia y que algunos de los
investigadores nucleares ya entonces preveían y formulaban, puede
considerarse que la diferencia es fundamental.
La historia de aquellas bombas con anterioridad a su uso contra personas en
Hiroshima y Nagasaki muestra, sin embargo, rasgos complejos y que pueden
considerarse ambiguos desde puntos de vista morales y políticos. Al menos
para algunos de los científicos que participaron en su concepción y desarrollo,
se trataba de producir aquellas armas frente a un enemigo temible que se
creía que podía obtenerlas, de disponer de ellas con finalidad disuasoria, pero
no para emplearlas en operaciones bélicas corrientes. Además, aunque su uso
contra aquellas ciudades japonesas se considere condenable, para juzgarlo
adecuadamente es preciso tener en cuenta las circunstancias en las que se
produjo.
Por encima de todo, la importancia de aquellas acciones destructivas, así
como su pertinencia para considerar el hecho de que se mantengan hoy
arsenales nucleares, obliga a intentar superar el silencio que predomina en
torno a ellas, salvo en medios especializados o en cautelosos recordatorios
2
con ocasión de los aniversarios de los bombardeos. Ese silencio obedece en
parte a la voluntad de que se olviden, o de que se recuerden lo menos posible
y sin la necesaria reflexión crítica, asociándolos a una única interpretación por
lo menos discutible, la de que las matanzas atómicas fueron indispensables
para derrotar a Japón. El combate final contra el militarismo imperial japonés
hubiera podido ir por otras vías, que ya entonces se plantearon y debatieron,
e intentar recordarlo puede quizá ser un estímulo para trabajar las
alternativas a los militarismos de hoy.
Inicios del proyecto nuclear
Una de las fórmulas de la teoría de la relatividad enunciada por Einstein en
1905, la célebre E=mc2, permitía prever que cualquier variación de la masa
(m) de un elemento había de dar lugar a la emisión de una inmensa cantidad
de energía (E), puesto que se multiplicaba por el cuadrado de c, la velocidad
de la luz, un factor elevadísimo [7]. En 1934 Otto Hahn, químico alemán que
trabajaba en Berlín, empezó a colaborar en el estudio de las propiedades del
uranio con Lise Meitner, judía austríaca que en 1926 había sido la primera
mujer que obtenía en Alemania una cátedra de física. A finales de diciembre
de 1938, poco después de que ella partiera al exilio para establecerse en
Suecia, Hahn le comunicó por carta la desconcertante observación de que los
átomos de una variedad o isótopo de aquel metal se desintegraban y daban
lugar a átomos de bario. En febrero de 1939 Meitner publicaba en la revista
Nature, junto con su sobrino Otto Frisch, también vienés, una carta al director
en la que interpretaba el proceso observado por Hahn como "fisión" del núcleo
de los átomos de uranio, con pérdida de masa, e indicaba la energía que
debía generarse, de acuerdo con la fórmula de Einstein [8]. Ya a finales de
enero de 1939, en una reunión científica en Washington, el físico danés Niels
Bohr, a quien Meitner había puesto al corriente de los nuevos
descubrimientos, había hablado de ellos con Enrico Fermi y otros colegas de la
especialidad y en pocos meses se publicaron docenas de artículos científicos
sobre la fisión nuclear.
En el Servicio de Armamento del ejército alemán (Heereswaffenamt) estaban
al corriente de aquellas novedades y de la posible utilidad militar de la nueva
fuente de energía y en octubre de 1939, menos de dos meses después de
iniciada la guerra, centralizaron en el Instituto de Física Kaiser Wilhelm de
Berlín el fomento y el control de las investigaciones que se llevaban a cabo en
el país sobre aquella materia [9]. Muchos de los científicos que habían
trabajado en ella en Alemania habían tenido que huir, la mayor parte de ellos
para escapar a la persecución antijudía que se inició nada más llegar los nazis
al poder en 1933. Algunos de aquellos exiliados, conocedores directos de la
malvada naturaleza del nuevo régimen, pensaron que los países en los que
habían hallado refugio, a los que Alemania había desafiado ya repetidamente
3
y con los que podía entrar en guerra, debían poder disponer lo antes posible
de la nueva fuente de energía para defenderse.
En Inglaterra, que tenía en James Chadwick una figura puntera de la física
nuclear, se empezó a trabajar pronto en aquella dirección. En marzo de 1940
el ya mencionado Otto Frisch y el berlinés Rudolf Peierls presentaron a quien
les había contratado en la universidad de Birmingham, Mark Oliphant, un
estudio "Sobre la construcción de una ‘superbomba’; basada en una reacción
nuclear en cadena en el uranio" [10]. Oliphant, que trabajaba en las
investigaciones sobre el radar, hizo llegar el texto al presidente del comité de
investigación de la defensa aérea británica, y éste formó el llamado comité
Maud, con el encargo de comprobar y en su caso desarrollar las conclusiones
de Frisch y Peierls. Tras un trabajo coordinado de varias universidades y
centros de investigación, en julio de 1941 aquel comité redactó un informe en
la línea señalada por los dos refugiados, informe que llegó rápidamente a
manos de quienes dirigían la investigación nuclear en Estados Unidos [11].
Allí también la física nuclear, con cultivadores destacados como Arthur
Compton, Harold Urey o Ernest Lawrence, había recibido un nuevo impulso a
finales de los años treinta con la llegada de investigadores europeos que
habían huido del fascismo y el nazismo, entre ellos el italiano Enrico Fermi y el
húngaro Leo Szilard, vinculados ambos aunque de distinta manera con la
Universidad de Columbia, en Nueva York. Se ha escrito que Szilard fue el
primero en pensar que la energía nuclear podría utilizarse en un futuro
próximo para fabricar explosivos [12]. En cualquier caso, está claro que creyó
que el peligro alemán era grave y que en su país de acogida se estaba
haciendo demasiado poco para hacerle frente en aquel terreno.
Szilard, que había estudiado en Alemania y había vivido allí hasta 1933,
mantenía una estrecha relación con Einstein desde los años veinte, cuando
ambos habían coincidido en Berlín [13], y acudió a él para intentar alguna
gestión con la que hacer avanzar las cosas. Einstein firmó una carta dirigida al
presidente Roosevelt, fechada el 2 de agosto de 1939 y redactada por Szilard,
en la que explicaba la situación y recomendaba que Estados Unidos
fomentase la investigación y el acopio del material necesario para fabricar
bombas [14].
Roosevelt decidió ya entonces apoyar aquellas propuestas, y se crearon
algunas estructuras de trabajo, pero fue a partir de diciembre de 1941, una
vez visto el ya mencionado informe Maud británico, y sobre todo cuando el
ataque japonés en Pearl Harbor y la declaración de guerra de Alemania
obligaron a Estados Unidos a intervenir en el conflicto, cuando aquellas
actividades se empezaron a planificar y realizar a gran escala. En secreto,
bajo el nombre de Distrito de Manhattan del cuerpo de ingenieros del ejército
4
(Manhattan Engineer District), y a partir de setiembre de 1942 bajo la
responsabilidad del general Leslie R. Groves, se puso en pie rápidamente en
varios lugares una enorme infraestructura de investigación y producción, con
participación de varias universidades y grandes empresas, en la que llegaron
a colaborar más de 130.000 personas. Entre ellas estaban muchos de los más
destacados físicos y químicos del país, bastantes de ellos muy motivados por
la idea de contribuir al esfuerzo bélico contra la Alemania nazi, junto con
numerosos jóvenes, discípulos suyos de las universidades y laboratorios de
investigación. Tras un acuerdo entre Roosevelt y Churchill el Reino Unido
participó directamente en el proyecto, enviando a algunos de sus mejores
científicos de la especialidad, y también se asoció a Canadá, donde había
minas de uranio [15].
Dos meses después de que los aliados desembarcaran en la península
italiana, en diciembre de 1943 el general Groves y el Office for Scientific
Research and Development, que coordinaba las actividades de investigación y
desarrollo con finalidad militar, decidieron enviar a Europa a un equipo,
dirigido por un jefe de los servicios de información y con varios asesores
científicos, para intentar averiguar hasta dónde habían llegado los alemanes y
sus aliados con respecto a la producción de bombas nucleares, así como para
localizar las infraestructuras y los materiales disponibles con esa finalidad
[16]. Aquella operación, con el nombre de "misión Alsos", se interrumpió
pronto en Italia pero se reanudó y amplió tras el desembarco de Normandía
en junio de 1944 y al final de la guerra en Europa tenía asignados a 28
oficiales, 43 suboficiales y soldados y 19 científicos civiles y personal auxiliar,
hasta un total de 114 personas; en caso necesario, sus mandos tenían
además autorización para reclamar el apoyo de cualquier otra unidad militar
presente sobre el terreno [17]. Actuaron en varios lugares de Francia,
empezando por Rennes, y luego en Bélgica y los Países Bajos y finalmente en
Alemania.
El 23 de noviembre de 1944 una división acorazada francesa tomó
Estrasburgo en una operación inesperadamente rápida. Los científicos de
Alsos sabían que había allí un laboratorio importante, en el que trabajaban
entre otros los físicos Carl Friedrich von Weizsäcker y Rudolf Fleischmann, e
inmediatamente se desplazó un destacamento que logró detener e interrogar
a Fleischmann; éste no les dio información relevante, pero la correspondencia
y demás documentación que encontraron en los despachos de los laboratorios
les permitió deducir que las investigaciones de los físicos alemanes distaban
mucho de poder conducir a un resultado operativo. Se comprobaba así que el
peligro que había dado pie al gran esfuerzo del proyecto Manhattan no existía
y que por aquel lado no había que temer ninguna sorpresa de última hora que
pudiera alterar la situación bélica general en Europa.
5
Ante el avance del Ejército Rojo hacia el este de Alemania, entre los objetivos
de la misión Alsos pasó entonces a primer plano el de impedir que los
soviéticos, y secundariamente los franceses, se hicieran con instalaciones y
materiales que pudieran ayudarles en sus proyectos nucleares [18]. Así, los
jefes de Alsos se enteraron de que en una mina de sal de Stassfurt, en la
región de Sajonia-Anhalt, dentro de la futura zona de ocupación soviética,
estaba almacenada la mayor partida de mineral de uranio obtenida por los
alemanes, mil doscientas toneladas procedentes de los yacimientos del Congo
explotados por la Union Minière; asumiendo el riesgo de posibles problemas
con los soviéticos, constituyeron con los británicos una unidad especial y, con
los camiones necesarios, se trasladaron hasta allí y en pocos días lograron
organizar el transporte a una zona controlada por ellos, para enviar luego el
material a Estados Unidos [19].
Distinto fue el proceder con la fábrica Auer de Oranienburg, al norte de Berlín,
también en la futura zona soviética, donde según la documentación hallada en
Estrasburgo se obtenían uranio y torio metálicos para el proyecto nuclear. Allí
era imposible adelantarse al Ejército Rojo para hacerse con las instalaciones,
por lo que Groves solicitó y obtuvo que la aviación estratégica las
bombardeara, con el fin de destruirlas totalmente [20]. El 15 de marzo de
1945 a primera hora de la tarde, en cincuenta minutos, 612 bombarderos
B-17 arrojaron 1.506 toneladas de bombas, algunas de ellas con espoleta de
efecto retardado, y 178 de bombas incendiarias. Entre las víctimas mortales
del ataque hubo más de 300 mujeres de un "campo exterior" femenino
asignado a la fábrica, dependiente del cercano campo de concentración de
Sachsenhausen, veintinueve de ellas francesas [21], además de otros
prisioneros de guerra y trabajadores forzosos de diversas nacionalidades, que
se alojaban en barracones separados, y población civil de Oranienburg [22];
hubo 32 bajas norteamericanas [23].
El proyecto nuclear alemán bajo el nazismo ha sido objeto de diversas
controversias. En él participaron personalidades científicas de primera fila,
como el físico Werner Heisenberg y el químico Otto Hahn. Se ha llegado a
afirmar que el primero saboteó la producción de la bomba, y él mismo y algún
otro colega suyo argumentaron después de la guerra que su trabajo no tuvo
que ver con el uso militar de los nuevos conocimientos y que eludieron
deliberadamente trabajar en aquella dirección, orientando su actividad hacia
la utilización de la energía nuclear en máquinas para propulsar barcos y
generar electricidad [24]. La documentación disponible muestra que quienes
dirigían la política científica desde los centros de poder nazis eran menos
incompetentes y controlaban las investigaciones mejor que lo que a veces se
ha dado a entender, así como que los investigadores conocían el posible uso
militar de su trabajo y lo hicieron valer en varias ocasiones, entre otras cosas
para obtener recursos.
6
Los físicos nucleares alemanes obtuvieron medios considerables para sus
investigaciones, en proporción con las posibilidades de Alemania en aquel
momento. Sin embargo, allí no se pensó que pudieran lograrse resultados a
corto plazo, utilizables para una guerra que suponían que iba a ser corta, así
que también por ese motivo aquellos medios no pudieron nunca compararse
con los que se asignaron al proyecto Manhattan en Estados Unidos, donde sí
se creyó que sería posible producir las bombas a tiempo. Además, desde
1943, cuando la suerte de los combates cambió y empezaron los bombardeos
aéreos de ciudades alemanas, aquellas actividades tropezaron allí con
dificultades materiales cada vez mayores (mudanzas de los laboratorios a
lugares menos expuestos, condiciones de trabajo deficientes, tardanza en el
aprovisionamiento de materiales indispensables) [25]. Cuando los principales
científicos nucleares alemanes, detenidos por norteamericanos y británicos y
concentrados en una residencia en Inglaterra, recibieron la noticia del
estallido de la bomba en Hiroshima, su primera reacción fue de total
incredulidad, salvo en el caso de Otto Hahn, dominado por los remordimientos
como autor del descubrimiento que estaba en el origen de todo aquello [26].
A finales de abril de 1945, poco después de suceder Truman a Roosevelt como
presidente, tras la muerte de éste el día 12, el general Groves y Henry
Stimson, ministro de la Guerra, le explicaron los distintos aspectos del
proyecto Manhattan y lo logrado hasta entonces en la fabricación del nuevo
tipo de bomba. Estaba claro que se trataba "del arma más terrible que la
historia de la humanidad haya conocido jamás" [27], y también que si se
usaba influiría en las "relaciones exteriores futuras" de Estados Unidos. El
consejero clave de Truman, James Byrnes, quien desde el 3 de mayo le
representó en el "comité interino" que le asesoraba sobre el proyecto y el 3 de
julio fue nombrado secretario de Estado, creía que podía servirles para "dictar
nuestras propias condiciones al final de la guerra" [28].
Final de la guerra en Europa y guerra del Pacífico. ¿Rendición
incondicional de Japón?
Cuando terminó la guerra en Europa, con la capitulación de Alemania el 7 de
mayo de 1945, Japón estaba militarmente muy debilitado. La supremacía
aérea norteamericana era ya clara y el bombardeo de Tokio del 10 de marzo,
con más de 80.000 muertos [29], había mostrado la enorme capacidad
destructiva de los bombardeos convencionales, que la defensa aérea japonesa
no podía interceptar. El 1 de abril habían empezado los desembarcos en la isla
de Okinawa, último bastión defensivo al sur del archipiélago principal, y
aunque los combates duraron hasta finales de junio y costaron trece mil
muertos y más de treinta mil heridos norteamericanos, allí se vio que el
ejército japonés perdía combatividad: aunque seguía habiendo bolsas de
resistencia a ultranza y suicidios masivos, el número de oficiales y soldados
7
que se rendían era mucho mayor que nunca [30].
A finales del mismo mes de abril las flotas militar y mercante japonesas
habían quedado diezmadas y las fuerzas navales estadounidenses estimaban
que tenían el mar bajo control, con todo lo que eso suponía para un país
insular. En lo que se refería a los suministros militares y de todo tipo la
situación del país, perdida la posibilidad de abastecerse de los territorios
conquistados durante la guerra en el resto de Asia occidental, bordeaba el
colapso; a partir de la conquista de Okinawa Japón ya no podía importar
petróleo y sus escasas existencias limitaban drásticamente su capacidad de
actuación. Había todavía un gran ejército movilizado y algunos aviones que
podían causar daños a las naves norteamericanas en acciones suicidas, pero
estaba claro que el país tenía perdida la guerra.
El 18 de junio Truman aprobó que se iniciaran los preparativos para invadir la
isla de Kyūshū, en la que se encuentra la ciudad de Nagasaki, y se fijó la fecha
del 1 de noviembre para la operación. No obstante, aquello era sólo una
posibilidad y, aunque para poder realizarse tenía que prepararse con tiempo,
algunos consideraban posible una rendición temprana en condiciones
aceptables que permitiera prescindir de la invasión.
El 5 de abril de 1945 la URSS había denunciado su pacto quinquenal de
neutralidad con Japón, firmado en abril de 1941, lo que se podía entender
como un anuncio de su participación en la guerra de Asia. Según los acuerdos
secretos de Yalta de febrero de 1945, que concretaban un compromiso
contraído en Teherán, el ejército soviético intervendría en aquel frente a los
tres meses de la capitulación de Alemania, es decir en agosto. Nada más
terminada la guerra en Europa los movimientos de tropas soviéticas hacia las
fronteras asiáticas del país fueron masivos, y a pesar de los esfuerzos por
disimularlos, desde principios del verano los servicios de información
japoneses los detectaron [31].
La debilidad militar del imperio japonés se reflejaba en la política. El 7 de abril,
nada más producirse los desembarcos de Okinawa, el emperador nombró a un
nuevo primer ministro, Kantarō Suzuki, con un ministro de exteriores elegido
para que intentara negociar el final de la guerra. En las semanas siguientes el
embajador en Moscú inició gestiones en ese sentido. El presidente
norteamericano y sus más estrechos colaboradores seguían aquellas
gestiones al minuto, porque hacía ya tiempo que sus criptógrafos habían
logrado descifrar el código de las comunicaciones diplomáticas japonesas, sin
que los espiados lo sospecharan.
Ante aquella situación, para terminar la guerra lo antes posible, entre algunas
figuras de primer plano del ejecutivo y los estados mayores norteamericanos
8
se abría paso la idea de intentar obtener rápidamente la capitulación de Japón
ofreciendo a cambio que se mantuviera la monarquía. Eso suponía renunciar
al principio de la rendición incondicional, proclamado por Roosevelt y Churchill
en la conferencia de Casablanca de enero de 1943 y reafirmado respecto a
Japón en noviembre de aquel mismo año en la declaración de El Cairo. De
hecho, el armisticio con el Reino de Italia en setiembre de 1943, manteniendo
una monarquía estrechamente vinculada hasta entonces al fascismo
mussoliniano, y con el antiguo virrey de Etiopía como presidente del gobierno,
era ya un precedente en aquel sentido.
Varios asesores de Truman que conocían bien la realidad política y militar de
Japón, empezando por Joseph Grew, vicesecretario de Estado y antes
embajador en aquel país durante ocho años, consideraban que, para
establecer allí un nuevo orden político atendiendo a los intereses
norteamericanos, era peligroso sancionar al emperador y prescindir de la
dinastía. Además, para que cualquier capitulación fuera eficaz y todas las
tropas depusieran rápidamente las armas, dispersas como estaban por
territorios distantes y con numerosos jefes partidarios de la resistencia a
ultranza, era útil que aquella autoridad se mantuviera.
Truman pareció aceptar en algún momento la idea de renunciar a la rendición
incondicional, pero en definitiva dio largas a la iniciativa. Las propuestas en
aquel sentido se repitieron hasta la conferencia de Potsdam, que se celebró a
partir del 17 de julio. En paralelo a la conferencia, Estados Unidos y el Reino
Unido negociaron un ultimátum a Japón, con la firma adicional de China, que
se hizo público en una declaración del 26 de julio y exigía de nuevo la
rendición incondicional; hasta el final algunos participantes en la negociación,
tanto por parte norteamericana como por parte británica, mantuvieron viva la
idea de incluir un apartado que reflejara la posibilidad de la opción
monárquica, pero la decisión final, tomada por el secretario de Estado James
Byrnes, fue prescindir de aquella garantía, que hubiera podido facilitar y
adelantar la capitulación y que, una vez usadas las bombas atómicas, acabó
aceptándose [32]. Estados Unidos y el Reino Unido excluyeron a la Unión
Soviética de la negociación del ultimátum, a pesar de que Stalin había pedido
expresamente participar y de que estaba claro que sin su firma era aún más
improbable que Japón lo aceptara [33].
Usar la nueva arma
Tras la capitulación de Alemania en mayo, ante los problemas políticos
abiertos en Europa (principalmente el apoyo de la URSS a un gobierno polaco
favorable a sus intereses, contra el gobierno en el exilio de Londres, y
situaciones parecidas en Checoslovaquia, Rumanía, Bulgaria y Hungría) y para
tratar de las perspectivas de la guerra en Asia, se hacía necesaria una
9
conferencia de los aliados, según el modelo de las de Teherán y Yalta. Truman
retrasó la convocatoria, con la esperanza de que la prueba de la bomba, que
se esperaba que pudiese tener lugar en el mes de julio, llegara a tiempo para
reforzar su posición. La conferencia se había convocado finalmente, como se
acaba de señalar, para el día 17 y, tras varios retrasos y bajo enorme presión
para cumplir el plazo, el 16 tuvo lugar efectivamente en Nuevo México la
explosión de Alamogordo, en el valle de la Jornada del Muerto, la cual superó
todas las expectativas sobre la potencia de la nueva arma. Era una bomba de
plutonio, como la que se usó contra Nagasaki.
En el desarrollo de la conferencia de Potsdam la disponibilidad del arma
atómica no parece que indujera a Stalin a ceder gran cosa. Se ha contado
repetidamente la escena en la que Truman le habla de ella sin que Stalin
parezca prestarle atención, con Churchill observándolos. El dirigente soviético
estaba al corriente del proyecto norteamericano a través de sus servicios de
espionaje, pero el contraespionaje norteamericano descifraba a su vez desde
1942 comunicaciones de aquellos servicios entre Nueva York y Moscú, y sabía
por esa vía de las filtraciones sobre el proyecto Manhattan, así que en la
comunicación de Truman había menos sustancia y sobre todo menos
ingenuidad que las que a veces se le suponen [34].
La orden de bombardeo atómico, con cuatro objetivos seleccionados
(Hiroshima, Kokura, Niigata y Nagasaki), está fechada el 25 de julio, un día
antes del ultimátum de Potsdam. La emitió el jefe en funciones del Estado
Mayor del ejército Thomas T. Handy (la fuerza aérea, que debía arrojar la
bomba, dependía entonces del ejército), siguiendo instrucciones del titular
George C. Marshall y del ministro de la Guerra Henry L. Stimson, que estaban
en Potsdam para seguir de cerca la conferencia. El 31 de julio el presidente
Truman aprobó allí el comunicado de prensa que había de distribuirse nada
más lanzada la bomba, previsiblemente durante su viaje de regreso a Estados
Unidos en un crucero militar; el general Groves introduciría los últimos
detalles y retoques en el texto [35].
En la gestación de aquella orden habían quedado descartadas otras opciones,
que habrían permitido emplear la bomba sin víctimas civiles o con muchas
menos. Contra lo que a veces se supone, algunas de esas opciones fueron
formuladas por militares, con mucha experiencia y muy bien informados de la
situación estratégica. Por ejemplo, el propio general Marshall había planteado
el 29 de mayo una propuesta concreta para evitar "el oprobio que podría
resultar de un empleo indebido de tal fuerza": primero debía seleccionarse un
objetivo puramente militar, por ejemplo una base naval, y luego, si eso no
daba resultado, debía anunciarse la destrucción de una serie de grandes
centros industriales que el enemigo pudiera evacuar previamente [36].
10
Por su parte el 27 de junio Ralph Bard, viceministro de Marina y miembro del
"comité interino", después de que éste decidiera recomendar que se usara la
bomba contra una ciudad y sin previo aviso, reconsideró su postura y formuló
por separado en un memorándum dirigido al ministro de la Guerra un breve
plan que trataba de reflejar "la posición de Estados Unidos como gran nación
humanitaria"; dicho plan incluía avisar del bombardeo con unos días de
anticipación, señalar la posición de Rusia y dar garantías respecto al futuro del
emperador, ofreciendo así "la oportunidad que los japoneses están buscando"
[37].
Entre los físicos nucleares que trabajaban en la concepción de la nueva arma
algunos se habían inquietado desde muy pronto por el uso que pudiera
hacerse de ella, así como por el riesgo de que la investigación del proyecto
Manhattan, mantenida en secreto, fomentara la desconfianza del aliado
soviético y de que todo ello diera pie a una peligrosa carrera armamentística.
Aunque nadie lo mencionara, hay que suponer que los interesados debían de
sospechar que los servicios de espionaje soviéticos tenían información sobre
aquellas actividades [38].
Niels Bohr, premio Nobel de especial reputación científica y personal, quien en
1943 huyó de su país a Suecia y luego al Reino Unido y colaboró en el
proyecto, se entrevistó con Churchill en mayo de 1944 para exponerle ese
tipo de preocupaciones. Al parecer la reunión fue desastrosa: al primer
ministro no le interesaban en absoluto las opiniones del físico sobre temas
políticos. Bohr tuvo también un encuentro con Roosevelt en agosto del mismo
año, y aunque el presidente norteamericano se mostró más receptivo, no
hubo ningún resultado práctico [39].
En aquel mismo sentido, la iniciativa principal de los científicos más
directamente implicados en el proyecto Manhattan fue el conocido como
"informe Franck", por la responsabilidad que asumió en su elaboración el
premio Nobel de Física James Franck, otro exiliado alemán. Trataba de los
"Problemas sociales y políticos" que la nueva arma planteaba, y fue
transmitido al "comité interino" y al ministro de la Guerra el 12 de junio, con
las firmas de más de sesenta científicos del equipo de investigadores
nucleares de Chicago que disimulaba su actividad bajo el nombre de
"Laboratorio metalúrgico" [40].
En la línea de Bohr, el informe argumentaba a favor de la cooperación
internacional en el ámbito de la energía nuclear y planteaba los
procedimientos posibles para controlar la investigación sobre materiales
radiactivos. Como ellos mismos decían, "el modo en que se revelen al mundo
por primera vez las armas nucleares, que ahora se desarrollan en secreto en
este país, tendrá una importancia enorme, quizá fatídica" [41]. Más
11
concretamente, respecto al uso de la bomba, el informe proponía una
demostración en un lugar desértico ante observadores aliados, combinada con
un ultimátum al enemigo basado en la amenaza de lanzarla contra él.
Para neutralizar aquellas opiniones, el general Groves llevó la cuestión ante el
comité científico ("Scientific Panel") que asesoraba al "comité interino" del
proyecto, del que formaban parte Robert Oppenheimer, Ernest Lawrence,
Enrico Fermi y Arthur Compton, quienes el 16 de junio concluyeron en un
informe bastante contradictorio que "no vemos ninguna alternativa aceptable
al uso militar directo” [42]. Cuesta imaginar que quienes así opinaban
tuvieran buena información sobre la situación militar general, la debilidad del
enemigo, la inminente intervención de la Unión Soviética en Asia y las
iniciativas japonesas para negociar una rendición. En cualquier caso, con
aquel respaldo, el 21 de junio el “comité interino” decidió fácilmente dejar a
un lado las propuestas del informe Franck y mantener su recomendación al
presidente para que ordenara el bombardeo atómico.
Leo Szilard, el ya mencionado físico húngaro, que había participado en la
elaboración del informe Franck en el laboratorio de Chicago, no se dio por
vencido. A principios de julio envió a Los Álamos y a Oak Ridge, otro de los
centros de trabajo del proyecto, en Tennessee, el texto de una petición que
había de dirigirse directamente al presidente. El 17 de julio redactó una nueva
versión y finalmente se dejó convencer para enviar el texto por el conducto
reglamentario, recogiendo así las firmas de otros 157 científicos [43]. La
petición planteaba respecto al uso de la bomba condiciones muy parecidas a
las formuladas por el viceministro Barth [44]. El 24 de julio el jefe del
laboratorio de Chicago, Arthur Compton, envió el documento y las firmas al
adjunto del general Groves, pero la entrega a través del ministro de la Guerra
se retrasó lo suficiente para que la iniciativa quedara sin efecto.
La primera bomba, basada en la fisión del uranio, explotó en Hiroshima en la
mañana del 6 de agosto. El 8 de agosto la URSS comunicó a Japón su
declaración de guerra, en la que incluyó su adhesión a las exigencias de la
declaración de Potsdam, y a primeras horas del día 9 inició el ataque. Aquel
mismo día, a media mañana, otro avión norteamericano lanzó la segunda
bomba, de plutonio, sobre Nagasaki, porque el mal tiempo había impedido
atacar Kokura. Al día siguiente el gobierno japonés dirigía al de Estados
Unidos un mensaje según el cual aceptaba las condiciones de la declaración
de Potsdam, siempre y cuando se respetaran las prerrogativas del emperador.
Tras una breve negociación sobre los límites de aquellas prerrogativas y la
aceptación japonesa de que la autoridad imperial para gobernar se sometería
al Comandante supremo de las potencias aliadas, el 14 de agosto Truman
anunció el cese de hostilidades; aquel mismo día se convocó a los japoneses
para que al día siguiente escucharan por radio un mensaje importante y la
12
inmensa mayoría de ellos oyeron entonces por primera vez la voz del
emperador, que les comunicó la rendición. El 2 de setiembre los
representantes de Japón y de los nueve estados aliados firmaron el
documento que la formalizaba, en un buque norteamericano fondeado en la
bahía de Tokio.
El relato y las polémicas, hasta hoy
¿Qué influencia habían tenido las bombas atómicas en la decisión japonesa de
capitular? ¿En qué medida había sido decisiva la intervención de la Unión
Soviética? Aparte de la finalidad declarada de terminar la guerra, ¿hubo otros
motivos para emplear las nuevas armas? ¿En qué medida estaban justificados
el sacrificio inmediato de casi doscientas mil vidas humanas y la muerte
aplazada y los sufrimientos de decenas de miles de supervivientes? [45] ¿Qué
legitimidad tenía la decisión norteamericana? El debate sobre las respuestas a
esos interrogantes sigue abierto. Lo que haré aquí es indicar algunos de los
hitos y de las características de ese debate.
En un primer momento, en los países aliados contra la Alemania nazi y el
Japón imperial se impuso la imagen que asociaba el uso de la bomba con la
victoria y el fin de la guerra, sin que las víctimas aparecieran para nada en la
imagen. Los discursos y comunicados de Truman del 6, el 9 y el 14 de agosto
preparaban esa interpretación y en la alegría pública de los norteamericanos
por el resultado final apenas cabía otra cosa.
La revista Life, por ejemplo, esperó a la rendición para publicar un amplio
reportaje sobre las bombas (con varias fotografías de los hongos nucleares y
ninguna a ras de tierra) que las asociaba directamente a la victoria; el titular
era menos unilateral: "Final de la guerra. La bomba atómica y la entrada
soviética traen la oferta de rendición japonesa", pero aparecía en caracteres
poco destacados, y ninguna de las numerosas imágenes ilustraba la
intervención de la URSS ni por supuesto la muerte y el sufrimiento de las
víctimas de los ataques [46].
El 12 de agosto se había hecho público un extenso informe que explicaba la
historia oficial del proyecto Manhattan hasta la explosión experimental del 16
de julio [47]. El informe mismo se presentaba como parte de la obligación que
asumían los responsables del proyecto de rendir cuentas ante el pueblo
norteamericano. Las nuevas bombas se presentaban como gran realización de
la ciencia moderna y de la industria norteamericana pero la decisión de
utilizarlas no se abordaba.
Fuera de Estados Unidos, desde el principio hubo algunas voces escépticas o
abiertamente condenatorias, no sólo desde medios fascistas o que habían
13
contemporizado con el fascismo y el imperialismo militarista japonés, como
alguna fuente vaticana [48], sino también entre quienes los habían
combatido. El 8 de agosto, apenas recibidas las primeras noticias de
Hiroshima, Albert Camus, entonces redactor jefe y editorialista del diario
Combat, se enfrentaba en su columna de portada al júbilo general: "puede
pensarse que hay una cierta indecencia en celebrar así un descubrimiento que
empieza por ponerse al servicio de la más formidable furia destructiva
demostrada por el hombre desde hace siglos". Se alegraba de la perspectiva
de que Japón pudiera capitular, pero destacaba el peligro de que a partir de
iniciativas como aquella, frente a la posibilidad de construir una "verdadera
sociedad internacional", las "grandes potencias" pudieran arrogarse "derechos
superiores" a los de las naciones pequeñas y medianas, y concluía que "la paz
es el único combate que merece la pena" [49].
También en Estados Unidos se hicieron públicas pronto algunas opiniones
disidentes. El 20 de agosto el New York Times publicó fragmentos de una
carta abierta a Truman firmada por 34 pastores y teólogos de varias iglesias
protestantes que calificaban los bombardeos de "atrocidad de nueva
magnitud" y expresaban su "condena sin paliativos", y la revista católica
independiente The Commonweal, de Nueva York, publicó el día 24 un
elocuente editorial titulado "Horror y vergüenza" [50]. "La guerra estaba casi
ganada", se lee allí, introduciendo una descripción de la situación. "Entonces,
sin avisar, un avión americano arrojó la bomba atómica en Hiroshima. Rusia
entró en la guerra. No había duda ni antes ni después de que Rusia entrara en
la guerra de que la guerra contra Japón estaba ganada. Un avión
norteamericano arrojó la segunda bomba atómica en Nagasaki." El artículo de
Commonweal concluía: "Para nuestra guerra, para nuestros fines, para salvar
vidas americanas hemos llegado al punto en que decimos que todo vale. Es lo
que los alemanes dijeron al principio de la guerra. Una vez que hemos ganado
nuestra guerra decimos que tiene que haber un derecho internacional. Sin
duda. Cuando exista, alemanes, japoneses y americanos recordarán con
horror los días de su vergüenza."
Cuando se acercaba el primer aniversario del bombardeo, en junio y julio de
1946, aparecieron varios informes oficiales norteamericanos que plantearon la
complejidad del proceso por el que había concluido la guerra, aunque
evidentemente sin cuestionar la legitimidad de las acciones propias:
No tiene mucho sentido intentar precisar más para atribuir la rendición
incondicional de Japón a alguna de las numerosas causas a las que se
debió conjunta y acumulativamente el desastre de aquel país. [...]
Sobre la base de una investigación detallada de todos los hechos y del
testimonio de los dirigentes japoneses vivos que intervinieron, la
opinión de la Inspección es que, con certeza antes del 31 de diciembre
14
de 1945, y con toda probabilidad antes del 1 de noviembre de 1945,
Japón se habría rendido incluso si no se hubieran arrojado las bombas,
si Rusia no hubiera entrado en guerra y si no se hubiera planificado ni
contemplado la invasión [51].
El mismo organismo de inspección o estudio, en el que trabajaban
personalidades tan distintas como John K. Galbraith y Paul Nitze, defendía en
otro informe que lo que la bomba había logrado, junto con la declaración de
guerra de la URSS, había sido sólo acelerar las maniobras políticas favorables
a la rendición, que al menos desde finales de junio el propio emperador
orientaba por persona interpuesta [52]. Anteriormente, ante un comité del
Senado norteamericano, el propio Paul Nitze había sido aun más concreto
respecto a la fecha: "Según nuestra opinión Japón se habría rendido antes del
1 de noviembre en cualquier caso; la bomba atómica únicamente aceleró la
fecha en la que Japón se rindió" [53].
Aquel mismo verano de 1946, poco después del primer aniversario de los
bombardeos, Albert Einstein intervino en el debate sobre ellos expresando en
una entrevista ideas muy claras: "Sospecho que el asunto se precipitó por el
deseo de terminar la guerra en el Pacífico por cualquier medio antes de la
intervención de Rusia. Si hubiera estado todavía el presidente Roosevelt no
habría sido posible nada de eso. Él habría prohibido una acción como aquélla";
al día siguiente, el 19 de agosto, el New York Times recogía en primera plana
un despacho de United Press que incluía aquellas expresiones bajo un claro
titular: "Einstein deplora el uso de la bomba atómica" [54].
El 31 de agosto de 1946 The New Yorker dedicaba la totalidad de su entrega
semanal a un artículo de John Hersey: "Hiroshima" [55]; Hersey relataba
cómo habían vivido el bombardeo y la desolación de los días posteriores una
serie de supervivientes: un médico del principal hospital de la ciudad, otro
médico propietario de una pequeña clínica, una viuda de guerra madre de tres
hijos pequeños, que hasta el bombardeo los había sacado adelante con
pequeños trabajos de costura, una administrativa que había quedado con una
pierna rota en su lugar de trabajo y había tenido que esperar varios días a que
alguien la socorriera, un jesuita alemán, un pastor metodista, y muchas otras
imágenes de habitantes de la ciudad de todas las edades vistos a través de la
mirada de esos personajes. En su escueta expresividad y veracidad aquel
relato ponía en entredicho la imagen de la inhumanidad de los japoneses
ampliamente difundida durante la guerra, clave para justificar las matanzas
nucleares, una imagen que respondía fielmente, como se ha recordado al
principio, a la crueldad de muchas acciones de los ejércitos de aquel país. La
revista se agotó inmediatamente y el texto se publicó en seguida en un
pequeño libro del que llegaron a distribuirse más de tres millones de
15
ejemplares [56].
La opinión favorable al empleo de la nueva arma, que según las encuestas
obtenía al principio el consenso del 85% de la población norteamericana,
corría peligro de perder terreno, así que sus partidarios idearon una
intervención contundente. En febrero de 1947 Harper’s Magazine publicaba
"The Decision to Use the Atomic Bomb" [57]. El artículo invocaba la autoridad
de quien lo firmaba, Henry L. Stimson, como secretario (ministro) de la Guerra
con Roosevelt y Truman, que en calidad de tal había pilotado el proyecto
Manhattan desde sus inicios y había transmitido la orden presidencial de
arrojar las bombas. Es un texto de excelente retórica política, en el que se
presentan incluso algunos los argumentos de los adversarios, para rebatirlos
con una mezcla de hechos, medias verdades y afirmaciones falaces que para
muchos resultó convincente. Su principal argumento era que la única
alternativa al uso de la bomba hubiera sido la invasión de las grandes islas
japonesas, que hubiera costado según el artículo más de un millón de víctimas
norteamericanas. Atendiendo a los informes militares sobre las bajas
previsibles en las operaciones de invasión, en la isla de Kyushu en noviembre
de 1945 y en la de Honshu a mediados de 1946, esa cifra de víctimas
hipotéticas era puramente propagandística, y quizá por su rotundidad fue
particularmente exitosa [58].
El impulsor de aquella intervención mediática había sido James B. Conant,
químico que había formado parte del "comité interino" del proyecto
Manhattan, presidente de la Universidad de Harvard de 1933 a 1953 y
fundador y primer presidente en 1950 del grupo de presión militarista
"Committee on the Present Danger". La publicación del artículo fue
acompañada por una amplia y eficaz campaña de promoción, que incluyó
entre otras cosas la autorización para reproducirlo libre de derechos, cosa que
numerosos periódicos hicieron de inmediato. El artículo sentaba la
interpretación ortodoxa de la decisión de usar la bomba y parece claro que
durante años, en el ambiente de la Guerra Fría, logró su objetivo de contener
las críticas.
Para el público que no leía revistas como Harper's Magazine, Hollywood
contribuyó a su manera desde muy pronto al naciente mito. En febrero de
1947 se estrenó The Beginning or the End, dirigida por Norman Taurog para la
Metro-Goldwyn-Mayer, en la que se mostraba como a unos héroes a los
científicos que habían producido la bomba y más aún a los militares que la
habían lanzado. Un papel central en la economía sentimental de la cinta
corresponde a un joven físico que se casa poco antes de ir a trabajar a Los
Álamos y vuela al final a las islas Marianas (desde donde partieron los
bombarderos hacia Hiroshima y Nagasaki) con la espoleta de la bomba en una
cartera y sintiendo de vez en cuando escrúpulos de conciencia por lo que va a
16
ocurrir; por un error de manipulación la noche antes de la acción, queda
gravemente irradiado y muere en la base militar, de forma que todo el posible
dolor del espectador se concentra al final en la pobre esposa embarazada, a la
que el militar que acompañaba al moribundo da al volver la triste noticia y
entrega su carta de despedida, al pie del monumento a Lincoln. De las
víctimas de Hiroshima, por supuesto, absolutamente nada. A las escasas
realidades del bombardeo se añadían en la película, entre otras muchas
cosas, un fuego antiaéreo que no existió, destinado a ocultar la indefensión de
la ciudad, una ficticia escena en el despacho de Truman en Potsdam en la que
el presidente explica a su secretario de prensa, "Charlie", entre otras cosas,
que se va a avisar previamente a la población del bombardeo atómico, y la
falaz repetición de esa idea clave por uno de los oficiales que colocan la
espoleta en la bomba al avistar la ciudad: "Hemos estado lanzándoles folletos
de advertencia durante diez días" [59].
Japón quedó a salvo de obscenidades como aquella pero a cambio tuvo que
soportar una rigurosa censura impuesta por los ocupantes. Desde libros de
poemas hasta estudios médicos sobre los afectados por las bombas, pasando
por las imágenes en las que éstos aparecían, hasta que en 1952 entró en
vigor el Tratado de San Francisco que puso fin a la ocupación norteamericana,
sobre lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki lo que pudo verse en el resto del
país fue muy poco.
En la política de información sobre Hiroshima y Nagasaki en aquellos años,
tanto en Japón como en Estados Unidos y el resto del mundo, parece claro que
un elemento clave fue ocultar en lo posible a las víctimas, y más
especialmente ocultar al máximo las muertes y las enfermedades causadas
por la radiactividad. Desde la Primera Guerra Mundial los "gases venenosos"
tenían una pésima imagen y su uso estaba prohibido por un Protocolo
internacional, firmado en Ginebra en 1925; el riesgo de que la radiactividad se
asociara con aquel tipo de agentes letales era evidente.
Los procedimientos para minimizar la importancia de la radiactividad fueron
varios: se decía que las informaciones que se filtraban desde Japón (entre las
que había también alguna exageración) [60] eran propaganda antiamericana,
que quienes estaban lo bastante cerca del lugar de estallido de la bomba para
recibir radiaciones peligrosas morían antes por la onda de choque o las
quemaduras, que los afectados por radiaciones eran muy pocos (luego se
precisó que eran el 8%, para revisar posteriormente al alza aquella cifra) [61].
El general Groves compareció ante el Comité de Energía Atómica del
Congreso norteamericano para explicar diferentes aspectos del uso de la
nueva arma y declaró por ejemplo que entre las víctimas que morían
instantáneamente y las que recibían dosis pequeñas de radiación, que
sobrevivían y con el tiempo, decía él, se curaban solas, estaban unas pocas
17
que morían poco después y, afirmaba, "sin excesivo sufrimiento. De hecho,
dicen que es un modo muy agradable de morir" [62]. Las leucemias llegaron
más tarde, pero desde muy pronto las autoridades de ocupación supieron de
las múltiples lesiones causadas por la radiación y tomaron o requisaron
imágenes de quemaduras terribles complicadas por los efectos de ésta; por
otra parte el propio Groves publicó años más tarde documentos de 1944
referentes a los riesgos que podían correr las tropas norteamericanas en
Europa, redactados bajo su responsabilidad, que muestran que era
perfectamente consciente de los daños que podía causar la radiactividad [63]
.
Un reportaje de Life publicado en setiembre de 1952, con quince fotos
tomadas por periodistas japoneses, aludía al vacío creado por la censura en
los años anteriores: "Cuando impactó la bomba—Sin censurar"; el anuncio en
portada señalaba la insólita perspectiva: "Primeras fotos. La explosión atómica
vista por las víctimas" [64]. En aquella selección de imágenes no figuraba, por
otra parte, ninguna de las más impactantes.
Aun después de levantada la censura, el activo papel de Japón en la Guerra
Fría, en estrecha alianza con Estados Unidos, relegó por largo tiempo la
memoria de aquellos hechos a un lugar marginal. Es sintomático lo que
ocurrió con el tema de las bombas nucleares en una célebre exposición
fotográfica organizada por el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York en
1955, que en una de sus versiones itinerantes se mostró también en Japón,
donde a finales de 1956 la habían visto casi un millón de personas. El
fotógrafo Edward Steichen se había encargado de seleccionar las fotografías
expuestas inicialmente y fue consultado sobre los cambios que se introdujeron
en las distintas versiones itinerantes. En alguna de ellas se incluyó una foto de
un hongo nuclear, pero en Japón, en cambio, se optó por unas pocas de las
tomadas por Yosuke Yamahata en Nagasaki el 10 de agosto, que mostraban
elocuentemente a las víctimas. Sin embargo, cuando se anunció la visita del
emperador a la exposición, los organizadores decidieron tapar con cortinillas
aquellas fotos, y a continuación fueron retiradas definitivamente [65].
Las víctimas directas tuvieron que esperar a 1957 para que una ley
reconociera su derecho a una asistencia médica específica. En cambio, desde
el principio, aquellas mismas víctimas habían sido objeto de un estrecho
seguimiento para estudiar los efectos de las bombas y en especial de la
radiación nuclear, por parte de equipos mixtos norteamericano-japoneses,
pero los resultados de aquellos exámenes, que no iban acompañados por
ningún tratamiento, quedaban en poder de los ocupantes y permanecieron
bajo secreto militar hasta 1975.
En Estados Unidos y el Reino Unido hubo pronto algunas voces críticas que
18
analizaron detenidamente las intenciones de los bombardeos atómicos. En
1948 se publicó por ejemplo Military and Political Consequences of Atomic
Energy, de Patrick Blackett, premio Nobel de Física de aquel año,
deslumbrante personalidad que durante la guerra había contribuido entre
otras cosas a orientar eficazmente la guerra antisubmarina británica y que
había formado parte del comité Maud. Su lacónica conclusión, muy
argumentada, era que "arrojar las bombas atómicas no fue tanto el último
acto militar de la segunda guerra mundial como el primer acto de la Guerra
Fría diplomática con Rusia que está ahora en marcha" [66].
A los hechos y argumentos que exponía allí Blackett pueden añadirse hoy
otros indicios que abonan su tesis de que los motivos políticos o diplomáticos
indicados por él influyeron o hasta fueron determinantes en la decisión de
usar la bomba. Se sabe que, antes incluso de que concluyera la redacción del
informe Franck, Leo Szilard había ido a Washington para intentar entrevistarse
con el presidente; iba acompañado por otros dos colegas del proyecto y su
objetivo era exponer sus reservas respecto al uso de la bomba, pero no
lograron ver a Truman. Su secretaría les remitió a su asesor James Byrnes,
que sí recibió a Szilard, acompañado por Walter Barkty y Harold Urey, el 28 de
mayo, en Spartanburg (Carolina del Sur). En el relato de aquella entrevista
que publicó pocos años más tarde, en 1949, Szilard recordaba que "el señor
Byrnes no adujo que fuera necesario usar la bomba contra las ciudades
japonesas para ganar la guerra. Por aquel entonces sabía, como lo sabía el
resto del gobierno, que Japón estaba esencialmente derrotado y que en seis
meses podíamos ganar la guerra. Por aquel entonces el señor Byrnes estaba
muy preocupado por la extensión de la influencia rusa en Europa. Rumanía,
Bulgaria, Yugoslavia, Checoslovaquia y Hungría vivían todas bajo la sombra
que proyectaba Rusia. Yo compartía plenamente la preocupación del señor
Byrnes respecto a Rusia, pero su opinión de que el poseer nosotros la bomba
y mostrar su uso haría más manejable a Rusia en Europa no podía
compartirla. La verdad es que difícilmente podía imaginar una premisa más
equivocada y desastrosa en la que basar nuestra política, y quedé
consternado al enterarme pocas semanas más tarde de que nuestro
secretario de Estado iba a ser él" [67].
Szilard no fue el único implicado en el proyecto Manhattan que creyó percibir
antes del bombardeo que la nueva arma iba dirigida también o principalmente
contra la URSS. Un colega suyo que coincidió en aquella impresión fue Joseph
Rotblat, judío polaco huido al Reino Unido, discípulo del premio Nobel James
Chadwick, que como él había terminado trabajando en Los Álamos. En cuanto
se vio que la Alemania nazi perdía la guerra y no tenía armas atómicas, a
finales de 1944, Rotblat se propuso y logró abandonar el proyecto, tras
superar alguna dificultad con los servicios de seguridad. En 1985 publicó un
artículo en el que explicó sus motivos de entonces, entre los cuales el
19
principal había sido que el peligro de que los nazis utilizaran la nueva arma
había dejado de existir, pero señalaba además la estupefacción que le había
causado el oír explicar al general Groves, en una cena en Los Álamos en casa
de los Chadwick, que "por supuesto, la verdadera finalidad de fabricar la
bomba era someter a los soviéticos" [68].
No es tampoco el único testimonio sobre la postura de Groves. En los
interrogatorios que tuvieron lugar en 1954 a propósito de la habilitación de
seguridad de Robert Oppenheimer, antiguo director de Los Álamos, el propio
general recordó su punto de vista de entonces: "pasadas dos semanas desde
el momento en que me hice cargo de ese Proyecto no hubo por mi parte
ninguna idea errónea respecto a que Rusia era nuestro enemigo y a que el
proyecto se basaba en aquella orientación. Yo no asumía la actitud del
conjunto del país según la cual Rusia era un noble aliado. Siempre tuve
recelos y la dirección del proyecto se llevó sobre esa base. Por supuesto, al
presidente se le informó en el mismo sentido" [69].
Más en general, sobre la necesidad o no de usar las bombas para acabar la
guerra, es interesante lo que escribió Eisenhower, presidente de Estados
Unidos desde 1953 hasta 1961 y antiguo comandante de las fuerzas
expedicionarias aliadas en Europa, nada opuesto por principio a las armas
nucleares. En 1963 recordaba su postura cuando el ministro Stimson le había
comunicado en Potsdam en julio de 1945 que se iban a usar: "Le expresé mis
graves reservas, en primer lugar porque creía que Japón estaba ya derrotado
y el uso de la bomba era completamente innecesario y en segundo lugar
porque pensaba que nuestro país debía evitar impactar a la opinión pública
mundial utilizando una arma que yo no consideraba ya necesario utilizar para
salvar vidas americanas. Yo creía que Japón estaba buscando en aquel mismo
momento alguna vía para rendirse ‘perdiendo la cara’ lo menos posible" [70].
En 1995 el historiador y economista Gar Alperovitz publicó un libro básico con
el mismo título que el artículo de Stimson de 1947, La decisión de usar la
bomba atómica, en el que recorría extensamente la documentación
norteamericana disponible hasta entonces para rebatir algunas de las
afirmaciones clave de la doctrina oficial [71]. Alperovitz señalaba que algunos
documentos que hubieran sido importantes para entender la decisión de usar
las bombas habían sido eliminados deliberadamente y que algunas
discusiones que probablemente habían influido no habían dejado rastro
documental, por lo cual había márgenes de incertidumbre. No obstante,
mostraba que podían sacarse algunas conclusiones, en la línea de las
afirmaciones de Einstein, Blackett y Eisenhower que se han citado más arriba.
Trabajos como los de Alperovitz no pasaban de tener una difusión limitada.
Para el gran público seguía vigente sin discusión la ortodoxia nuclear. Un
20
episodio significativo en ese sentido fue la imposibilidad de organizar en el
mismo año 1995 en Washington, en uno de los museos de la Smithsonian
Institution, una exposición sobre Hiroshima con ocasión del cincuentenario del
bombardeo. Intervinieron contra el proyecto dos asociaciones de veteranos de
la guerra (la American Legion y la Air Force Association) y los republicanos del
Senado y el Congreso, que obligaron al director primero a modificar los
contenidos de la exposición y finalmente a renunciar a ella y dimitir, sin que la
presidencia de Clinton hiciera nada para apoyar la iniciativa. En el contexto de
aquella polémica, uno de los defensores de los bombardeos llegó a decir que
habían evitado seis millones de muertos [72]. Quedó claro en cualquier caso
lo difícil que era plantear puntos de vista críticos, así como el poder del
militarismo para bloquear los intentos de hacerlos llegar a un público amplio.
Así las cosas, no es extraño que la interpretación ortodoxa de los hechos
mantenga su predominio. La defienden obras prestigiosas como la de Antony
Beevor sobre la Segunda Guerra Mundial, aunque con algún matiz [73].
Innumerables son los documentales cinematográficos y televisivos que la
difunden, especialmente en torno a los aniversarios de los bombardeos [74].
También algunos especialistas de los llamados "estudios nucleares" cultivan
esas ideas; en una recopilación reciente que aspira claramente a orientar el
debate, uno de ellos sostiene por ejemplo que entre Roosevelt y Truman hubo
sobre todo continuidad, aunque admite la escasa base documental de su
argumentación y ni siquiera menciona la ya citada opinión contraria de
Einstein [75].
Por otra parte, la visión crítica de la historia de los bombardeos atómicos y de
los inicios de la Guerra Fría tiene también buenos defensores y divulgadores.
El historiador Tsuyoshi Hasegawa, por ejemplo, basándose en fuentes muy
amplias, japonesas, soviéticas y norteamericanas, ha argumentado la idea de
que muy probablemente la intervención soviética habría sido suficiente para
precipitar la capitulación de Japón, sin usar las bombas, y fue de hecho el
factor decisivo [76]. Por lo que se refiere a la divulgación histórica puede
señalarse a Oliver Stone, con su serie de documentales The Untold History of
the United States, en la que el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki es el tema
central de un capítulo y se trata en otros varios, así como el libro publicado
después por los guionistas de la misma serie, que ha tenido amplia difusión en
varias versiones y se ha traducido entre otras muchas lenguas al castellano
[77].
Exactamente como habían previsto Niels Bohr y los autores del "informe
Franck", los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki provocaron en la URSS una
reacción inmediata. El 20 de agosto el Comité de Defensa del Estado presidido
por Stalin constituía un Comité Especial dirigido por Lavrenti Beria para
acelerar las actividades destinadas a desarrollar su bomba [78]. Se iniciaba
21
así una carrera armamentística que no se ha detenido [79].
Había una alternativa posible, otro final posible de la guerra, que
probablemente habría causado menos muertes y sufrimiento y que no habría
minado tan gravemente la confianza entre la URSS y Estados Unidos, abriendo
tanto espacio al militarismo en ambos bloques. Por encima de las diferencias
entre los sistemas políticos, se puede pensar que habrían podido adquirir más
protagonismo otras formas de resolución de sus tensiones y conflictos, menos
peligrosas y con menos costes económicos, políticos, sociales y
medioambientales que las que cristalizaron a partir del uso de las bombas en
torno a aquella carrera armamentística, en la desastrosa Guerra Fría [80].
Notas
[1] "Nei secoli futuri, se mai ce ne saranno, il ventesimo secolo sarà ricordato come il secolo
di Auschwitz e Hiroshima.", Anthony Rudolf, "Primo Levi in London", London Magazine, XXVI,
n.º 7 (octubre de 1986), trad. de Diana Osti, Opere complete, ed. de Marco Belpoliti (OC), III,
Turín, Einaudi, 2018, p. 631. "Io credo che il programma di Los Alamos fosse necessario,
mentre non era proprio necessaria l'esplosione di Hiroshima", Franco Valobra, "Primo Levi.
Conversazione senza complessi con uno scrittore che ama la 'ragione' ", Playmen, XVI, n.º 12,
dicembre de 1982, mismo volumen, p. 342; "Come ogni uomo, anche il piú innocente, anche
la stessa vittima, si sente corresponsabile di Hiroshima, di Dallas e del Vietnam, e prova
vergogna...", "La luna e l'uomo", La Stampa, 27/12/1968, OC, II, Turín, Einaudi, 2016, p. 1.085.
Puede verse también el poema "La bambina di Pompei", 20/11/1978, Ad ora incerta, en OC, II,
p. 709.
[2] I sommersi e i salvati, en OC, II, p. 1154.
[3] Japón había sentado además un precedente en la guerra aérea estratégica o de terror con
los bombardeos masivos de Chongking, la capital de repliegue de la China nacionalista, en la
segunda guerra sinojaponesa; entre mayo de 1938 y agosto de 1941 aquellos bombardeos
causaron cerca de doce mil muertos (Tetsuo Maeda, "Strategic bombing of Chongqing by
imperial Japanese army and naval forces", enYuki Tanaka y Marilyn B. Young, eds., Bombing
Civilians. A Twentieth-Century History, Nueva York, The New Press, 2009, p. 141).
[4] Kenzaburô Oé, Notes de Hiroshima, trad. de Dominique Palmé, París, Gallimard (folio),
1996, pp. 65, 154 y 168; sobre Auschwitz pp. 237-238. Sobre Okinawa Notes d’Okinawa, trad.
de Corinne Quentin Arles, Picquier, 2019.
[5] Charles Rousseau, Le droit des conflits armés, París, Éditions A. Pedone, 1983, pp.
359-360, refiere por ejemplo que en 1927 y 1930 un tribunal arbitral condenó a Alemania por
daños causados a los respectivos demandantes en los bombardeos de Salónica y Bucarest en
1916, durante la Primera Guerra Mundial, aplicando los artículos 25 y 26 del Reglamento
anejo a la Convención de La Haya relativa a las leyes y costumbres de la guerra terrestre, de
1907, que prohíben el bombardeo de ciudades indefensas y exigen el aviso previo a sus
autoridades. En la misma obra, pp. 365-367, se hace un sucinto balance de la guerra aérea
durante el conflicto mundial de 1939-1945 y de su consideración judicial posterior, con esta
conclusión: "La regresión no podía ser más completa".
22
[6] En 1923 una comisión internacional de juristas había aprobado en La Haya unas Reglas de
la guerra aérea que definían claramente los objetivos militares y otros objetivos lícitos
(fábricas de armamento, etc.) y excluían los ataques cuando no pudieran realizarse "sin
implicar el bombardeo indiscriminado de la población civil", pero el resultado de su trabajo no
llegó a convertirse en tratado internacional; sobre esas reglas puede verse David Cumin, Le
droit de la guerre, vol. 2, Traité sur l'emploi de la force armée en droit international, París,
L’Harmattan, 2015, pp. 1.120-1.128. Éric David, Principes de droit des conflits armés, 3ª. ed.,
Bruselas, Bruylant, 2002, pp. 341-343, argumenta la ilicitud fundamental del uso de las armas
nucleares y aduce entre otras muchas cosas la sentencia de un tribunal de Tokio de 7 de
diciembre de 1963; se trataba de una demanda de Ryuichi Shimoda y otros, víctimas directas
o indirectas de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, contra el Estado japonés
(http://www.internationalcrimesdatabase.org/Case/53/Shimoda-et-al/).
[7] Las unidades de medida para la fórmula son respectivamente ergios, gramos y
centímetros por segundo; c = 3·1010 cm/s aproximadamente, y 1 ergio equivale a 1 g·cm2/s2y
a 624,15 gigaelectronvoltios (múltiplo de la unidad mencionada en el artículo de la nota
siguiente).
[8] "Letters to the Editor. Disintegration of Uranium by Neutrons: a New Type of Nuclear
Reaction", Nature, 143 (11 de febrero de 1939), pp. 239-240. Texto en
https://www.atomicarchive.com/resources/documents/beginnings/nature_meitner.html.
Incluso antes de que se publicara, el 25 de enero Leo Szilard comentaba el contenido en carta
a Lewis Strauss: Leo Szilard: His Version of the Facts. Selected recollections and
correspondence, ed. de Spencer R. Weart y Gertrud Weiss Szilard, Cambridge, Mass., The MIT
Press, 1978, p. 62; Szilard, quien ya en 1934 había estudiado las reacciones en cadena por la
emisión de neutrones, las relacionó de inmediato con el nuevo descubrimiento.
[9] Mark Walker, German National Socialism and the quest for nuclear power 1939-1949,
Cambridge University Press, 1989, p. 19.
[10] Publicado en Margaret Gowing, Britain and Atomic Energy 1939-1945, Londres,
Macmillan, 1965 (1a. edición de 1964), pp. 389-393. En internet, por ejemplo,
https://www.atomicarchive.com/resources/documents/beginnings/frisch-peierls-2.html.
[11] El informe Maud tenía dos partes, una sobre la bomba y otro sobre el uso del átomo para
producir energía; texto completo en Gowing, Britain and Atomic Energy [...], pp. 394-436.
[12] Albert Einstein, Escritos sobre la paz, edición de Otto Nathan y Heinz Norden, trad. de
Jordi Solé Tura, Barcelona, Península, 1967, p. 99.
[13] Hubo épocas en que se veían casi diariamente. Juntos desarrollaron y patentaron un
procedimiento innovador para hacer circular el refrigerante de las neveras: William Lanouette
y Bela Silard, Genius in the Shadows: A Biography of Leo Szilard, the Man Behind the Bomb,
University of Chicago Press, 1992, pp. 81-87.
[14] Digitalización de la carta en
http://www.fdrlibrary.marist.edu/_resources/images/sign/fdr_24.pdf. Relato sobre su gestación
y traducción castellana del texto, las versiones previas y la respuesta de Roosevelt en Albert
Einstein, Escritos sobre la paz [...], pp. 99-106. Se trataba también, como se explica allí, p.
100, de que Estados Unidos se hiciese con el uranio que se obtenía en aquel momento en las
23
minas del Congo belga, evitando que pudiera ser adquirido por los alemanes. Relato de
Szilard, con transcripción de los originales alemanes de su correspondencia con Einstein en
torno a aquella gestión y traducciones inglesas, en Leo Szilard: His Version [...], pp. 81-100.
Indicación errónea sobre la autoría de la carta en Leslie R. Groves, Now It Can Be Told. The
story of the Manhattan project, Londres, Andre Deutsch, 1963, p. 7.
[15] Numerosos documentos clave digitalizados en William Burr, ed.
https://nsarchive.gwu.edu/briefing-book/nuclear-vault/2020-08-04/atomic-bomb-end-world-wa
r-ii.
[16] Vince Houghton, The Nuclear Spies. America's Atomic Intelligence Operation against
Hitler and Stalin, Ithaca, Cornell University Press, 2019, p. 101.
[17] Leslie R. Groves, Now It Can Be Told [...], p. 249.
[18] Groves, Now It Can Be Told [...], p. 234. En p. 240 se lee: "our principal concern at this
point was to keep information and atomic scientists from falling into the hands of the
Russians". En su conjunto, el relato de Groves muestra que, más allá de la literalidad de esa
frase, las instalaciones y el mineral de uranio fueron igual de importantes que la información.
Groves expresa también abiertamente su desconfianza respecto a los proyectos franceses y
al más distinguido físico nuclear del país, Frédéric Joliot-Curie.
[19] Explica la operación Groves, Now It Can Be Told [...], pp. 236-239.
[20] Groves, Now It Can Be Told [...], pp. 230-231. Documentación digitalizada de los
antecedentes del ataque en
https://www.marshallfoundation.org/library/wp-content/uploads/sites/16/2015/06/xerox1482-7
0.pdf. Referencia a otros datos de la fábrica procedentes de París y Bruselas en Zbynek
Zeman y Rainer Karlsch, Uranium Matters: Central European Uranium in International Politics,
1900-1960, Budapest, Cenral European University Press, 2008, p. 19. Mencionan los hechos
Walker 1989, p. 156, y Holloway 1994, p. 111.
[21] De ese grupo de víctimas, las veintinueve mujeres francesas son las únicas identificadas,
con ayuda de los libros de defunciones del campo que se han conservado; los datos son
incompletos, debido a la destrucción deliberada de documentación por parte de la SS (archivo
del memorial del campo de concentración de Sachsenhausen, comunicación por correo
electrónico, 27/8/2020).
[22] Monika Knop, "Jüdische Häftlinge in den Außenlagern 1944 bis 1945", en Günter Morsch
y Susanne zur Nieden, eds., Jüdische Häftlinge im Konzentrationslager Sachsenhausen 1936
bis 1945, Berlín, Stiftung Brandenburgische Gedenkstätten-Edition Hentrich, 2004, pp.
249-250, y de la misma autora "Oranienburg (Auer)", en Wolfgang Benz y Barbara Distel, eds.,
Der Ort des Terrors. 3. Sachsenhausen. Buchenwald, Munich, C. H. Beck, 2005, pp. 241-244.
Otros datos en Oranienburg Stadtgeschichte, exposición al cuidado de Herbert Schirmer,
2016, "1944-1945. Bomben auf Oranienburg",
https://www.oranienburg-erleben.de/fileadmin/or/pdf/OR_800_Ausstellung/OR_800_Open-Air-A
usstellung_Tafel_24_web.pdf, y Sachsenhausen Projekte, Bildungsprojekte in der Gedenkstätte
und Museum Sachsenhausen, "Auer-Werke", 1/6/2018,
http://www.sachsenhausen-projekte.de/auer-werke/ .
24
[23] Informe de la misión de bombardeo en USAAF Chronology: Combat Cronology of the US
Army Air Forces. March 1945,http://paul.rutgers.edu/~mcgrew/wwii/usaf/html/Mar.45.html,
"Mission 889"; cayeron 8 B-17 y un P-51 de escolta y 66 tripulantes faltaron al final de la
misión. Nombres de los 32 muertos norteamericanos y de uno de los pilotos que saltaron en
paracaídas y se salvaron en "Gedenken: 75 Jahre nach der Bombardierung Oranienburgs am
15. März 1945", https://www.youtube.com/watch?v=y3H9Fjio90s&t=1236s . Estudian también
el bombardeo Werner Schüttmann y Helmut Schnatz, "Ein erster Schritt zum Kalten Krieg? Der
amerikanische Luftangriff auf Oranienburg am 15.3.45", en Der Anschnitt, 50/2-3 (1998), pp.
70-75, con documentación de la Air Force Historical Research Agency y de los National
Archives in College Park, Maryland.
[24] Werner Heisenberg, "Über die Arbeiten zur technischen Ausnutzung der
Atomkernenergie in Deutschland", Die Naturwissenschaften, 33 (1946), pp. 325-329. Sobre el
"sabotaje", entrevista con Edward Teller, 19 de abril de 1995, en Michael Schaaf, Heisenberg,
Hitler und die Bombe. Gespräche mit Zeitzeugen, Diepholz, GNT-Verlag, 2018, p. 182.
[25] Walker, German National Socialism [...], pp. 102 y 132-134. Muy crítico también con los
intentos de Heisenberg y Carl-Friedrich von Weizsäcker en la posguerra de presentar su
actividad durante el nazismo como inspirada por una postura hostil hacia aquel régimen, Paul
Lawrence Rose, Heisenberg and the Nazi Atomic Bomb Project, 1939-1945: A Study in German
Culture, Berkeley, University of California Press, 1998.
[26] Jeremy Bernstein, ed., Hitler's Uranium Club. The Secret Recordings at Farm Hall, 2a. ed.,
introducción de David Cassidy y notas de Jeremy Bernstein, Nueva York, Springer Science &
Business Media, 2001, pp. 114 y siguientes.
[27] "Memorandum discussed with the President. April 25, 1945", sin firma, facsímil digital,
https://nsarchive2.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB162/3b.pdf
[28] "Dictate our own terms at the end of the war", cita de Harry S. Truman, Memoirs of Harry
S. Truman, I, Year of decisions, Garden City, NY, Doubleday, 1955, p. 87, tomada de Gar
Alperovitz, The Decision to Use the Atomic Bomb, Londres, HarperCollins, 1995, p. 134.
[29] Tetsuo Maeda, "Strategic bombing of Chongqing [...]", ya citado, p. 136.
[30] Charles S. Nichols, Jr., y Henry I. Shaw, Jr., Okinawa. Victory in the Pacific, Washington,
D.C., U.S. Government Printing Office, 1955, pp. 252 y 258-260. Sobre la percepción de que
desde abril se veía llegar el final, Michihiko Hachiya, Journal d'Hiroshima, trad. de Simon
Duran, París, Tallandier, 2011, p. 113: "L'armée avait commencé à perdre la guerre en avril.
De nombreux soldats n'avaient plus d'armes et étaient démoralisés". El doctor Hachiya era
todo menos un derrotista.
[31] Robert P. Newman, "Hiroshima and the Trashing of Henry Stimson", Robert James
Maddox, ed., Hiroshima in History,The Myths of Revisionism, Columbia, Miss., University of
Missouri Press, 2007, p. 164.
[32] Sobre la decisión de Byrnes y sus motivos Barton J. Bernstein, "Roosevelt, Truman, and
the Atomic Bomb, 1941-1945", Political Science en Yuki Tanaka y Marilyn B. Young, eds.,
Bombing Civilians Quarterly, 90/1 (1975), p. 56.
25
[33] Sobre aquella exclusión puede verse Tsuyoshi Hasegawa, "Were the Atomic Bombings of
Hiroshima and Nagasaki Justified?", [...], ya citado, p. 109.
[34] Truman afirmaría en sus memorias, publicadas en 1955, que a su información sobre la
bomba Stalin había constestado "that he was glad to hear it and hoped we would make 'good
use of it against the Japanese' "; en las notas de las entrevistas que sirvieron a sus ayudantes
para redactar el texto no figura esa respuesta, y el texto final, aunque validado por Truman,
no parece coherente con ellas (Alperovitz, The Decision [...], pp. 386-387, donde cita además
otras versiones de la conversación, y 540-542 sobre la elaboración de las memorias de
Truman). Interesante también la versión de Anthony Eden, ministro de exteriores británico, no
mencionada por Alperovitz: "On the question of when Stalin was to be told, it was agreed that
President Truman should do this after the conclusion of one of our meetings. He did so on July
24th, so briefly that Mr. Churchill and I, who were covertly watching, had some doubts
whether Stalin had taken it in. His response was a nod of the head and a brief 'thank you.' No
comment" (The Reckoning: The Memoirs of Anthony Eden, Earl of Avon, Boston, Houghton
Mifflin, 1965, p. 635).
Sobre el hecho de que el presidente norteamericano sabía por sus servicios de
contraespionaje que la Unión Soviética recibía información sobre el proyecto Manhattan,
Campbell Craig, "The Atom Bomb as Policy Maker. FDR and the Road Not Taken", en Michael
D. Gordin y G. John Ikenberry, eds., The Age of Hiroshima, Princeton University Press, 2020, p.
29, y Bernstein, "Roosevelt [...]", p. 30. Alusiones generales, sin fechas concretas, en Robert
Louis Benson, The Venona Story, Center for Cryptologic History, National Security Agency,
[2001], publicación electrónica,
https://www.nsa.gov/Portals/70/documents/about/cryptologic-heritage/historical-figures-public
ations/publications/coldwar/venona_story.pdf (30/7/2020).
[35] "Begin Directive: 'To General Carl Spaatz, CG, USASTAF [...] Signed Handy' End
Directive", facsímil digital en https://nsarchive2.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB162/41c.pdf
digitalización del documento de la orden. Sobre el comunicado revisado por Truman Robert
Jay Lifton y Greg Mitchell, Hiroshima in America. Fifty Years of Denial, Nueva York, G. P.
Putnam's Sons, 1995, pp. 3-4.
[36] John McCloy, "Memorandum of Conversation with General Marshall. May 29, 1945-11:45
a.m.", facsímil digital, https://nsarchive2.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB162/11.pdf
[37] Ralph A. Bard, "Memorandum on the Use of S-1 Bomb", facsímil digital,
https://nsarchive2.gwu.edu//NSAEBB/NSAEBB162/23.pdf
[38] El espía más conocido y el que al parecer transmitió la información más valiosa fue Klaus
Fuchs, comunista alemán hijo de un teólogo protestante. Se exilió en el Reino Unido, trabajó
en Oak Ridge y Los Álamos enviado por aquel país y, de vuelta allí, en 1950, sus actividaddes
de espionaje se descubrieron y fue procesado y condenado; indultado al cabo de nueve años,
se trasladó a la RDA. Transmitió asimismo información importante Theodore A. Hall, antiguo
estudiante de Harvard contratado también para Los Álamos, que no fue procesado y pudo
seguir trabajando hasta su jubilación en el campo de la biofísica, primero en Estados Unidos y
luego en el Reino Unido. Se acusó y condenó igualmente a prisión a David Greenglass,
hermano de Ethel Rosenberg, quien con su confesión facilitó la condena a muerte de ésta,
junto con su marido Julius Rosenberg. Recientemente se ha afirmado que había además un
cuarto espía, Oscar Seborer, quien al parecer acabó emigrando a la Unión Soviética (Harvey
Klehr y John Earl Haynes, "On the Trail of a Fourth Soviet Spy at Los Alamos", Studies in
26
Intelligence, 63/3 (September 2019),
https://www.cia.gov/library/center-for-the-study-of-intelligence/csi-publications/csi-studies/stu
dies/vol-63-no-3/pdfs/Fourth-Soviet-Spy-LosAlamos.pdf, y Alan Brady Carr, "Oscar Seborer:
Father of the Soviet Atomic Bomb?",
https://permalink.lanl.gov/object/tr?what=info:lanl-repo/lareport/LA-UR-20-22823).
[39] Martin J. Sherwin, A World Destroyed. Hiroshima and the Origins of the Arms Race, reed.,
Nueva York, Random House, 1987, pp. 106-107 y 109.
[40] "Memorandum on 'Political and Social Problems' from Members of the 'Metallurgical
Laboratory' of the University of Chicago", facsímil digital,
https://nsarchive2.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB162/16.pdf. El informe fue redactado por Eugene
Rabinowitch, pero según explicó este posteriormente sus "orientaciones fundamentales" se
debieron principalmente a Franck y Szilard (Lanouette, Genius in the Shadows [...], p. 275).
[41] Memorándum citado en la nota anterior, p. 10: "the way in which the nuclear weapons,
now secretly developed in this country, will first be revealed to the world appears of great,
perhaps fateful importance".
[42] Compton, Arthur. H., Ernst O. Lawrence, J. Robert Oppenheimer y Enrico Fermi,
"Recommendations on the immediate use of nuclear weapons. June 16, 1945", transcripción
en
https://www.atomicarchive.com/resources/documents/manhattan-project/interim-committee.h
tml
[43] En un curioso texto de ficción, "My Trial as a War Criminal", University of Chicago Law
Review, vol. 17, n.º 1 (1949), pp. 79-86
(https://chicagounbound.uchicago.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=2592&context=uclrev),
Szilard reconocía su culpa por haber aceptado aquel procedimiento para presentar su
petición, condenándola a la ineficacia.
[44] William Lanouette, "Three Attempts to Stop the Bomb", en Lanouette y Silard, Genius in
the Shadows [...], pp. 266-287, recogido en Kai Bird y Lawrence Lifschultz, eds., Hiroshima's
Shadow, 1998, pp. 99-118; texto de la petición también ahí en pp. 109-110 y, con las listas de
firmantes, en pp. 552-556.
[45] Sobre el número de víctimas Shampa Biswas, "Nuclear Harms and Global Disarmament",
The Age of Hiroshima, ya citado, p. 267, y sobre todo Soichi Iijima, Seiji Imahori y Kanesaburo
Gushima, eds., Hiroshima and Nagasaki. The Physical, Medical, and Social Effects of the
Atomic Bombings, trad. de Eisei Ishikawa y David L. Swain, Nueva York, Basic Books, 1981,
pp. 113-114, 364 y 457. En Hiroshima se calcula que más del 90% de los muertos fueron
civiles (Alex Wellerstein, "The Kyoto Misconception. What Truman knew, and didn't know,
about Hiroshima", The Age of Hiroshima, p. 34) y en Nagasaki había aún menos militares.
[46] War's Ending. Atomic Bomb and Soviet Entry Bring Jap Surrender Offer", Life, 20/8/1945,
p. 25.
https://books.google.be/books?id=hkgEAAAAMBAJ&printsec=frontcover&dq=life+magazine+a
ugust+20+1945
27
[47] Henry DeWolf Smyth, Atomic Energy for Military Purposes. The Official Report on the
Development of the Atomic Bomb under the Auspices of the United States Government,
1940-1945, Princeton University Press, 1945. Groves afirma (Now It Can Be Told [...], ya
citado, p. 351), que antes incluso del 6 de agosto se habían impreso en los talleres del
Pentágono mil ejemplares del informe. Luego hubo numerosas ediciones y reimpresiones.
Digitalización en
https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=mdp.39015035988255&view=1up&seq=6
[48] "Vatican Deplores Atom Bomb; Paper Also Opposes Its Use", New York Times, 8/8/1945,
pp. 1 y 6, noticia basada en un despacho de Associated Press recogido por muchos periódicos,
entre ellos Combat, 8 de agosto de 1945, p. 1; desmentido papal posterior: "No Vatican Stand
Is Taken on Bomb", New York Times, 9/8/1945, p. 9.
[49] Albert Camus, "Le monde est ce qu'il est, c'est à dire peu de chose", Combat, 8 de
agosto de 1945, p. 1 (https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k47488670.item), recogido en
Oeuvres complètes, II, 1944-1948, París, Gallimard (Pléiade), 2006, pp. 409-410; en esa
misma edición, p. 1.268, se da noticia de otros artículos críticos, por ejemplo de François
Mauriac.
[50] New York Times, 20/8/1945, p. 21. "Horror and Shame", The Commonweal, XLII, n.º 19
(24/8/1945), pp. 443-444.
https://www.commonwealmagazine.org/sites/default/files/wordpress/blog/wp-content/uploads/
2010/08/082445-editorial.pdf.
[51] "There is little point in attempting more precisely to impute Japan's unconditional
surrender to any one of the numerous causes which jointly and cumulatively were responsible
for Japan's disaster. [...] Based on a detailed investigation of all the facts and supported by the
testimony of the surviving Japanese leaders involved, it is the Survey's opinion that certainly
prior to 31 December 1945, and in all probability prior to 1 November 1945, Japan would have
surrendered even if the atomic bombs had not been dropped, even if Russia had not entered
the war, and even if no invasion had been planned or contemplated", The United States
Strategic Bombing Survey, Chairman's Office, Japan's Struggle to End the War, 1 July 1946, p.
13, https://digicom.bpl.lib.me.us/cgi/viewcontent.cgi?article=1023&context=books_pubs.
[52] The United States Strategic Bombing Survey, Chairman's Office, The Effects of the
Atomic Bombs on Hiroshima and Nagasaki, 30 June 1946, Washington, Government Printing
Office, 1946, p. 23,
(https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=mdp.39015046439926&view=1up&seq=33).
[53] "It is our opinion that Japan would have surrendered prior to 1 November in any case; the
atomic bomb merely accelerated the date at which Japan surrendered", citado en Patrick M. S.
Blackett, Military and Political Consequences of Atomic Energy, Londres, Turnstile Press,
1948, p. 122, n. 2; sobre la fecha de la sesión del comité senatorial Nuclear Regulatory
Legislation Through the Ninety-Sixth Congress, Second Session, August 1981, pp. 330-331.
[54] "Einstein Deplores Use of Atom Bomb", New York Times, 19/8/1946, p. 1: "I suspect that
the affair was precipitated by a desire to end the war in the Pacific by any means before
Russia's participation. If President Roosevelt had still been there, none of that would have
been possible. He would have forbidden such an act". Respecto a la intervención rusa, en
28
Potsdam Truman no planteó ningún obstáculo, pero los debates anteriores entre los jefes
militares y el secretario de Estado Byrnes muestran que la idea de Einstein no estaba
desencaminada (Bernstein, "Roosevelt [...]", pp. 42-46).
[55] https://www.newyorker.com/magazine/1946/08/31/hiroshima
[56] John Hersey, Hiroshima, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1946. Sobre el efecto de la obra
Michael J. Yavenditti, "John Hersey and the American Conscience", en Pacific Historical Review,
43/1 (1974), reeditado en Bird y Lifschutz, eds., Hiroshima's Shadow, ya citado, pp. 288-302, y
sobre los límites de la crítica de Hersey, Mary McCarthy, "The 'Hiroshima' New Yorker",
publicado en Politics en noviembre de 1946 y recogido en el mismo volumen de Bird y
Lifschutz, pp. 303-304.
[57] Transcripción en
https://www.asianstudies.org/publications/eaa/archives/the-harpers-magazine-article-from-194
7-the-decision-to-use-the-atomic-bomb-by-henry-stimson-to-accompany-peter-frosts-article-te
aching-mr-stimson/. Sobre la elaboración y la autoría del artículo Alperovitz, The decision...,
pp. 445-457.
[58] Barton J. Bernstein, "A Post-War Myth: 500,000 U.S. Lives Saved", Bulletin of the Atomic
Scientists, 42, n.º 6 (junio-julio de 1986), pp. 38-40; versión revisada en Kai Bird y Kawrence
Lifschultz, eds., Hiroshima's Shadow, ya citado, pp. 130-134.
[59] "We've been dropping warning leaflets on them for ten days now. That's ten days more
warning than they gave us at Pearl Harbor". La escena de Potsdam fue añadida después del
visionado de una versión provisional de la película en Washington, para atender a objeciones
del propio "Charlie", Charles Ross, y algún otro de los espectadores invitados, que criticaban
la imagen que transmitía la versión inicial sobre el modo como se había tomado la decisión
del bombardeo; lo explica detalladamente Greg Mitchell, The Beginning or the End. How
Hollywood – and America – Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, Nueva York, The
New Press, 2020, pp. 186-192 y 200-201.
[60] Michihiko Hachiya, Journal d'Hiroshima [...], menciona por ejemplo repetidamente el
rumor de que la radiactividad haría inhabitable el territorio de la ciudad durante setenta y
cinco años.
[61] Lifton y Mitchell, Hiroshima in America [...], pp. 42-46, 53-55.
[62] United States Senate. Seventy-Ninth Congress, [...] Hearings before the Special
Committee on Atomic Energy. Part 1. November 27,28,29 and 30, 1945. December 3, 1945,
Washington, United States Government Printing Office, 1945, p. 37: "without undue suffering.
In fact, they say it is a very pleasant way to die".
https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=mdp.39015030607827.
[63] "A serious military problem", en Now It Can Be Told [...], ya citado, pp. 199-206.
[64] "First Pictures – Atom Blasts through Eyes of Victims", portada, "When Atom Bomb
Struck—Uncensored", Life, 29/9/1952, p. 19.
29
https://books.google.be/books?id=VVYEAAAAMBAJ&printsec=frontcover&dq=life+29.+Sept.+
1952.
[65] John O'Brian, "The Nuclear Family of Man", The Asia-Pacific Journal | Japan Focus, vol. 6/7
(2/7/2008), pp. 1-15, https://apjjf.org/-John-O-Brian/2816/article.pdf.
[66] Patrick M. S. Blackett, Military and Political Consequences [...], cit, p. 127: "the dropping
of the atomic bombs was not so much the last military act of the second world war, as the first
act of the cold diplomatic war with Russia now in progress".
[67] Leo Szillard, "A Personal History of the Atomic Bomb", University of Chicago Roundtable ,
601 (25/9/1949, pp. 14-15, reproducido en
https://books.google.be/books?id=p4v1U1ZxgqAC&pg=SL1-PA6182&lpg=SL1-PA6182. Relato
más extenso de la entrevista y cómo la obtuvo en Leo Szilard: His Version [...], pp. 181-185.
[68] Joseph Rotblat, "Leaving the Bomb Project", Bulletin of the Atomic Scientists, vol. 41, n.º
7, August 1985, pp. 16-19 (la cita es de p. 12: "Of course, the real purpose in making the
bomb was to subdue the Soviets. (Whatever his exact words, his real meaning was clear.)
Although I had no illusions about the Stalin regime — after all, it was his pact with Hitler that
had enabled the latter to invade Poland — I felt deeply the sense of betrayal of an ally". Texto
recogido también en Maxwell Bruce y Tom Milne, eds., Ending the War. The Force of Reason.
Essays in Honour of Joseph Rotblat, Londres, MacMillan Press, 1999, pp. 9-16.
[69] In the Matter of J. Robert Oppenheimer. Transcript of Hearing before Personnel Security
Board. Washington, D. C. April 12, 1954, through May 6, 1954, Washington, United States
Government Printing Office, 1954, p. 173: "There was never from about two weeks from the
time I took charge of this Project any illusion on my part but that Russia was our enemy and
that the Project was conducted on that basis. I didn't go along with the attitude of the country
as a whole that Russia was a gallant ally. I always had suspicions and the project was
conducted on that basis. Of course, that was so reported to the President."
https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=mdp.39015001322778&view=1up&seq=11
[70] Dwight D. Eisenhower, Mandate for Change, 1953-1956, Garden City, NY, Doubleday,
1963, pp. 312-313 ("I voiced to him my grave misgivings, first on the basis of my belief that
Japan was already defeated and that dropping the bomb was completely unnecessary, and
secondly because I thought that our country should avoid shocking world opinion by the use
of a weapon whose employment was, I thought, no longer mandatory as a measure to save
American lives. It was my belief that Japan was, at that very moment, seeking some way to
surrender with a minim loss of 'face'"), cit. en Alperovitz, The Decision [...], p. 355. Coincidían
de un modo u otro con la opinión de Eisenhower muchos otros militares con mando en las
operaciones bélicas o con cargos político-militares, empezando por el general Douglas
MacArthur, comandante de las fuerzas aliadas en el Pacífico, que no fue consultado sobre la
decisión de los bombardeos atómicos y fue informado cuando eran ya inminentes. Entre los
que expresaron convicciones críticas puede mencionarse a William D. Leahy, que presidió el
Estado Mayor conjunto, James Forrestal, Chester Nimitz y el ya mencionado Ralph Bard, de la
armada, y Henry Arnold y Curtis Lemay, de la fuerza aérea.
[71] Ya citado: Gar Alperovitz, The Decision to Use the Atomic Bomb, Londres, HarperCollins,
1995.
30
[72] Sobre los seis millones Tony Snow, "Sanitizing the Flight of the Enola Gay", USA Today,
1/8/1994, mencionado en Lifton y Mitchell, Hiroshima in America [...], cit., p. 286. Sobre la
exposición, esa misma obra, pp. 264-297, y especialmente Susan Neiman, “Forgetting
Hiroshima, Remembering Auschwitz: Tales of Two Exhibits”, Thesis Eleven, 129 (2015), pp.
7-26.
[73] Antony Beevor, The Second World War, Londres, Phoenix Paperbacks ebook, 2014,
señala que, aparte de la finalidad de terminar la guerra, "Other considerations, most notably
the temptation of demonstrating US power to a Soviet Union then ruthlessly imposing its will
in central Europe, played an influential, although not decisive, part." El mismo pasaje en la
edición francesa del libro, La seconde Guerre Mondiale, trad. de Raymond Clarinard, París,
France Loisirs, 2012, p. 937. Hay traducción española, La Segunda Guerra Mundial, trad. de
Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda, Barcelona, Pasado y Presente, 2014.
[74] Valga como ejemplo el episodio Hiroshima, de la BBC History of World War II, guión y
dirección de Paul Wilmshurst, 2005, redifundido el 2 de agosto de 2020 en versión alemana
por la cadena de televisión pública ZDF.
[75] Campbell Craig, "The Atom Bomb as Policy Maker [...]", 2020, pp. 19-33.
[76] Racing the Enemy. Stalin, Truman, and the Surrender of Japan, Cambridge, Mass.,
Harvard University Press, 2005, especialment pp. 5 y 295-296. Igualmente "The Atomic
Bombs and the Soviet Invasion: What Drove Japan's Decision to Surrender?", The Asia-Pacific
Journal, 5, n.º 8 (1/8/2007), pp. 1-31. https://apjjf.org/-tsuyoshi-hasegawa/2501/article.html, y
"Were the Atomic Bombings of Hiroshima and Nagasaki Justified?", 2009, ya citado.
[77] The Bomb (The Untold History of the United States. 3) 1997, documental dirigido por
Oliver Stone, 58'
(https://watchdocumentaries.com/the-untold-history-of-the-united-states/?video_index=2).
Oliver Stone y Peter Kuznick, La historia silenciada de Estados Unidos, trad. de Amadeo
Diéguez Rodríguez, La Esfera de los Libros, 2015. Otro documental moderadamente crítico, de
1995, se debe a un célebre presentador televisivo norteamericano-canadiense, Peter
Jennings: Hiroshima. Why the Bomb was Dropped, 69'
(https://www.youtube.com/watch?v=9-WnLNLe3sk).
[78] David Holloway, Stalin and the Bomb: The Soviet Union and Atomic Energy, 1939-1956,
New Haven, Yale University Press, 1994, p. 129.
[79] No deben desdeñarse los esfuerzos que a lo largo de los años han permitido entre otras
cosas reducir los ensayos nucleares, después de prohibirlos parcialmente en la atmósfera y en
el mar (por un tratado de 1963), reducir también los arsenales atómicos (de las más de
60.000 cabezas nucleares que llegaron a acumular principalmente los Estados Unidos y la
URSS hacia 1986 hasta las poco más de 13.000 actuales) y mejorar la comunicación para
limitar los riesgos en situaciones de crisis, pero la competición y el gasto bélicos, con todo lo
que significan para las relaciones internacionales, las economías, los recursos naturales y el
medio ambiente en general, siguen su camino por diversas vías.
[80] Por lo que se refiere a los costes económicos, Lorah Steichen y Lindsay Koshgarian, No
Warming, No War. How Militarism Fuels the Climate Crisis—and Vice Versa, National Priorities
Project-Institute for Policy Studies, abril de 2020,
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