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Soledad, envejecimiento y final de la vida: innovaciones y retos de la atención paliativa del siglo xxi

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Soledad,
envejecimiento
y final de la vida
Soledad, envejecimiento y final de la vida
55
Cuadernos
de la Fundació
Víctor Grífols i Lucas
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Cuadernos
de la Fundació
Víctor Grífols i Lucas
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09/09/20
Soledad,
envejecimiento
y final de la vida
Cuadernos
de la Fundació
Víctor Grífols i Lucas
55
Cuadernos de la Fundació Víctor Grífols i Lucas
Soledad, envejecimiento y final de la vida Nº 55 (2020)
Edita: Fundació Víctor Grífols i Lucas. c/ Jesús i Maria, 6 - 08022 Barcelona
fundacio.grifols@grifols.com www.fundaciogrifols.org
ISBN 978-84-09-22362-6 Depósito Legal: B 17708-2020
Publicación correspondiente al proyecto «Ciudades que cuidan» de:
5
SUMARIO Pág.
Presentación
Núria Terribas y Joan Berenguer................................ 7
Una mirada demográfica
Revolución demográfica de la vejez
Julio Pérez................................................... 12
¿Cómo seremos cuando seamos mayores?
Albert Esteve................................................. 20
Una mirada poliédrica
Presentación de la mesa
Núria Terribas .............................................. 36
Contra el edadismo: envejecimiento y final de la vida en la ciudad
Begoña Román............................................... 37
Las innovaciones y retos de la atención paliativa del siglo :
nuestra experiencia
Xavier Gómez-Batiste, Cristina Lasmarías, Jordi Amblàs,
Rosa M.ª Montoliu, Elba Beas, Sarah Mir, Sara Ela, Jun Lluch
y Pamela Turrillas............................................ 48
Envejecimiento y soledad
Amaya Cilveti, Javier Yanguas, Sonia Hernández y Cristina Segura.. 64
Envejecimiento, soledad y fin de la vida
María Ángeles Durán ......................................... 73
Experiencias en las ciudades
Presentación de la mesa
Cristina Lasmarías ........................................... 92
La soledad no deseada durante la vejez: un fenómeno complejo
objeto de las políticas públicas
Elisa Sala.................................................... 94
Soledad, envejecimiento y final de la vida
7
PRESENTACIÓN
La Fundación Mémora y la Fundació Víctor Grífols i Lucas iniciaron en
2019 una colaboración a partir del proyecto previo «Ciudades que cuidan»
de la Fundación Mémora, comprometiéndose a organizar un ciclo de semi-
narios orientados a crear un espacio de reflexión sobre una temática que
requiere una visión poliédrica y que tiene múltiples actores implicados a los
que dar voz.
El referente son las ciudades amigables y compasivas, dotadas de una visión
amplia y transversal que les permite estructurar respuestas a las necesidades
que surgen a causa del envejecimiento de la población, con especial énfasis
en el final de la vida, centrándose en evitar la muerte en situación de vulne-
rabilidad y soledad no deseada.
En este marco conceptual se estructura el contenido de este primer semi-
nario, bajo el título de «Soledad, envejecimiento y final de la vida».
Los cambios demográficos derivados del aumento de la esperanza de vida y
del bajo índice de natalidad se están traduciendo en un rápido y progresivo
envejecimiento de la población, que además sufre patologías crónicas y un
alto nivel de dependencia. La población se agrupa en grandes ciudades y va
cambiando también el modelo tradicional de familia, lo que conlleva una
pérdida gradual de la red de apoyo. La gran ciudad comporta anonimato y
soledad para las personas mayores, que en demasiados casos viven su etapa
final de la vida con gran aislamiento y muerte en soledad. Es un deber ético
de nuestra sociedad y nuestros responsables políticos identificar esa realidad
y trabajar en pro de ciudades y entornos que faciliten un envejecimiento y un
proceso de final de la vida de las personas solas más acompañado, con cuida-
dos adecuados y respetando sus valores y preferencias.
Para abordarlo, contamos en primer lugar con una mirada demográfica: Julio
Pérez y Albert Esteve, dos profesionales expertos, nos muestran los cambios
que se están produciendo en la demografía, proporcionándonos una visión
prospectiva de hacia dónde vamos, del peso del envejecimiento en nuestras
sociedades y del porqué de todos estos cambios.
«Madrid Ciudad de los Cuidados»: un abordaje comunitario frente
a la soledad no deseada en la legislatura 2015-2019
Javier Barbero ............................................... 104
La experiencia del proyecto «Vic Ciutat Cuidadora»
Magda Molas ................................................ 110
Proyecto «Radars» – Ayuntamiento de Barcelona
Clara Costas ................................................. 118
Relación de autores .......................................... 124
Títulos publicados ........................................... 126
6
Soledad, envejecimiento y final de la vida
98
Un segundo bloque, nos aporta una mirada más poliédrica, dado que son
muchos los puntos de vista que cabe analizar en el tema que nos ocupa.
Destacamos los vínculos entre envejecimiento y soledad y su repercusión al
final de la vida: ¿cuántas personas mayores viven solas o confinadas, tam-
bién solas? ¿Cuál es el final de vida que pueden tener estas personas mayores
en situación de vulnerabilidad y soledad no deseada? ¿Cómo podemos
mejorar su atención y cuidado? Contamos para ello con la voz de distintos
expertos (Begoña Román, Xavier Gómez-Batiste et al., Amaya Cilveti et al.
y María Ángeles Durán) que aportan una mirada desde la ética, la atención
paliativa y el cuidado en el envejecimiento y la soledad, incluyendo una
visión económica.
Por último, un tercer bloque recoge los ejemplos de tres ciudades (Madrid,
Barcelona y Vic) que cuentan con experiencias prácticas de compassive com-
munities desplegadas a iniciativa de distintas instituciones y municipios pro-
porcionando resultados evaluables.
Por nuestra parte, seguiremos trabajando en esta línea temática de cara a
organizar futuros seminarios en los que abordar otros contenidos que no ha
sido posible tratar en este primer encuentro.
Núria Terribas
Directora de la Fundació Víctor Grífols i Lucas
Joan Berenguer
Director de la Fundación Mémora
Presentación
Una mirada demográfica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
1312
de la mitad de las personas que nacían no llegaban a alcanzar la edad para
reproducirse. Esta es la dinámica que se dio en España hasta los inicios del
siglo xx. En 1900, la mitad de los neonatos no tenían esperanza de llegar vivos
a los 15 años, y solo durante el primer año fallecía una quinta parte. Mejorar
un poco la mortalidad infantil añade población en los siguientes años; si un
nacido sobrevive las dos primeras semanas y vive hasta los 5 años, entonces
incrementas la población durante cinco años. El efecto de esta dinámica, sin
embargo, es escaso. Cuando empieza a notarse un impacto fuerte es cuando
nosolo vive dos, cinco o diez años más, sino cuando los nacidos viven lo
suficiente para alcanzar las edades en las que a su vez pueden tener hijos.
Repentinamente, la cantidad de población aumenta una enormidad.
Así, en poco más de un siglo, la población mundial ha pasado de algo más de
mil millones en 1900 a más de seis mil millones. No es un cambio progresivo,
sino un salto de escala en nuestra eficiencia a la hora de reproducirnos. La
clave de este radical incremento en la producción de población es muy sen-
cilla: cuidar mejor a quienes traemos al mundo. Y esto, como decía ante-
riormente, no es ninguna catástrofe. Sin duda, estamos en el mejor momen-
to de la historia de la humanidad en lo que a esperanza de vida se refiere: si
en 1900 era de unos 34-35 años, al acabar el siglo  está en más de 80.
Ahora bien, en el transcurso de este proceso hemos cambiado años de vida
por número de niños nacidos, y esto a veces creemos que es gratuito, que
tener más o menos descendencia es una cuestión cultural o de preferencias.
Hoy en día es muy corriente que nos preguntemos por qué se tienen tan
pocos hijos. Si invertimos esa pregunta y nos preguntamos por qué se tenían
tantos hijos hasta no hace mucho, la respuesta será muy evidente: porque
antes no se vivía lo suficiente como para lograr una reproducción próspera y
con posibilidades de buena calidad de vida; también porque hemos sufrido
retrocesos notables como la peste, que en Europa se cobró más de un tercio
de la población del continente. A pesar de contar con cinco, seis o siete hijos por
mujer, la reproducción era muy precaria. Reducir el número de hijos ayudó,
porque si queremos cambiar toda esta dinámica para que los descendientes
vivan con calidad esto requiere más esfuerzo y dedicación a cada retoño, y
si en vez de tener seis tenemos dos lo tendremos más fácil. A menudo se
habla de este cambio y de lo preocupante que es, centrándolo en España o en
Revolución demográfica de la vejez
Julio Pérez
Demógrafo científico titular del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC)a
Me formé en el Centro de Estudios Demográficos de la Universidad
Autónoma de Barcelona, el único lugar de España donde se puede estudiar
demografía de forma reglada, aunque en forma de doctorado, porque ningún
centro universitario imparte propiamente un grado en demografía en este
país. No hay acceso a la demografía y esto se ve reflejado en que el envejeci-
miento demográfico se nos presenta de un modo equivocado.
Quisiera empezar remarcando que el envejecimiento demográfico no es el
desastre que se nos viene diciendo: ¡se habla incluso de «suicidio colectivo»!
Así pues, me gustaría explicar en qué consiste esta transformación demográfi-
ca en la que estamos inmersos. Hay dos vectores de grandes cambios en lo que
atañe a la demografía: uno es el cambio reproductivo y el otro es el cambio
relativo a cómo nos movemos en el territorio y cómo lo usamos. Ambos son
realmente históricos (y sin precedentes). El primero es una auténtica revolu-
ción, de manera que algunos compañeros de profesión la hemos denominado
«la revolución reproductiva», estableciendo una analogía con las revoluciones
productivas de otros tipos. Una revolución productiva se origina cuando por
unidad de input, a la hora de producir algo, de repente hay un salto (y no un
cambio gradual) en la cantidad de output. Un buen ejemplo de esto es la pro-
ducción textil en Reino Unido durante los inicios de la Revolución Industrial:
la introducción de las máquinas de vapor en las fábricas multiplicó súbitamen-
te la cantidad de tela producida en relación con las horas de trabajo invertidas.
Con la reproducción ha ocurrido algo parecido. La revolución reproductiva
consiste en quebrar una dinámica reproductora ancestral (en esto no hay prác-
ticamente transformaciones desde que se conoce al ser humano), en la que más
a Transcripción de la ponencia presentada en el seminario «Soledad, envejecimiento y final de
la vida».
Una mirada demográfica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
1514
muy distintas a como lo hicieron en los años 1960 o 1970, que fueron déca-
das pésimas para la vejez. Los primeros estudios sociológicos sobre la vejez
(hechos por Cáritas y Cruz Roja) dibujaban un panorama tétrico: pensemos
que esas generaciones, nacidas durante la segunda década del siglo , pasa-
ron la Guerra Civil siendo jóvenes y que esa tragedia les rompió la vida
familiar; según estuviesen en uno u otro bando del conflicto, buena parte de
ellos acabaron en campos de concentración unos cuantos años. Y que poco
después, tras el derrumbe de la economía agraria del país, muchos tuvieron
que emigrar hacia las ciudades, ya en edades muy maduras, sin haber cotiza-
do, trabajando donde podían (la construcción y otros trabajos de escasa
cualificación) y llegando a la jubilación muy desgastados físicamente, tanto
hombres como mujeres.
En nuestros días, las personas llegan a la vejez en otras condiciones. Al res-
pecto, con la última crisis económica se ha revelado algo bastante revolucio-
nario. Tradicionalmente, en términos económicos o socioeconómicos, la
gente mayor era la franja más vulnerable en cuanto a recursos económicos.
En los últimos años, este papel se ha invertido completamente: los que ahora
tienen mayor riesgo de pobreza son los jóvenes adultos y los que menos, los
mayores, pues casi el 90% de estos son propietarios de su vivienda sin cargas
hipotecarias, tienen ahorros, segundas residencias y son los que ayudan a los
jóvenes en tiempos de vacas flacas. Es decir, los roles se han invertido de
forma radical. De resultas, lo que tenemos son generaciones muy revolucio-
narias en la nueva vejez actual, coexistiendo con gente muy mayor que ha
tenido una vida muy distinta a la suya. Y esto no ha hecho más que empezar.
Otro cambio observable hoy en la vejez, resultante de la modernización
demográfica, se está produciendo en las estructuras familiares y en las proba-
bilidades de que las personas que en su momento formaron pareja la man-
tengan más allá de los 65 años. Inicialmente, lo que aumentó entre las perso-
nas mayores fue la mujer viuda viviendo sola, y esto ya fue un avance. Hasta
entonces no se podían mantener porque carecían de recursos para hacerlo.
Sin embargo, fue un progreso pírrico puesto que su principal motivo era que
los hombres morían antes. Décadas continuadas de disminución de la distan-
cia entre la esperanza de vida de hombres y mujeres —a la vez que seguía
aumentando para ambos— han dado como resultado, muy recientemente,
Europa y lo mucho que está envejeciendo nuestra población, un hecho que
no se circunscribe solo al ámbito de la Unión Europea. Nuestro continente es
el primer territorio en donde se ha producido esta revolución reproductiva,
yendo a la vanguardia a lo largo de este proceso, pero lo cierto es que esta
tendencia es planetaria. Irán, una república poco sospechosa de favorecer
ideologías de género o modernidades, ha caído en quince años de siete hijos
por mujer a menos de dos. Esta propensión a Europa le costó más de un siglo.
Incluso China, que en los años sesenta, recordemos, puso en marcha la polí-
tica del hijo único con objeto de contener la explosión demográfica, ahora
anda preocupada por el envejecimiento de su población. Y no es para menos:
el ciclo de explosión demográfica ha concluido. La población mundial
comenzará a disminuir en pocas décadas. En la actualidad, el ritmo de cre-
cimiento va atenuándose hasta ser próximo a cero y la discusión es si esto
acontecerá antes de que acabe el siglo o a inicios del siguiente.
Pero ¿en qué se ha visto afectada la vejez a lo largo de este proceso? En reali-
dad, lo que ha variado es el ciclo de vida completo. La revolución reproduc-
tiva genera cambios generacionales, es decir, cambios en el perfil de cómo
vive cada generación su infancia, juventud, adultez y —también— su vejez.
Dicho esto, en el cómo se vive la vejez la principal mudanza es que hasta no
hace mucho había generaciones que no llegaban y, actualmente, casi todos
llegamos a ella. Esto es una novedad «galáctica», porque, aunque siempre
hubo una parte de cada generación que alcanzaba edades avanzadas, era una
porción muy reducida. La comparativa es clara, tal como comentaba ante-
riormente, de los nacidos en 1900, la mitad no llegaron vivos a los 15 años,
mientras que de los que nacimos en 1960 la mitad llegaremos a los 90. A este
cambio me estoy refiriendo. Si en una sociedad nacemos muchos y encima
morimos pocos antes de llegar a la vejez, lo que ocurrirá es que se arrastrará
una gran diferencia de volumen generacional respecto a otras generaciones
que aún se acentuará más cuando lleguemos a nonagenarios.
Por lo tanto, cambian las edades, sobre todo la vejez, por un motivo del que
no solemos hablar. No me refiero a lo que el Estado ha hecho por nosotros,
a cómo son las pensiones o a si ha mejorado la asistencia sanitaria, cuestiones
todas ellas muy relevantes, sino a que están llegando a la vejez las primeras
generaciones que han vivido «normalmente»,1 y que lo hacen en condiciones
Una mirada demográfica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
1716
pecto al Alzheimer, las enfermedades degenerativas o cardiovasculares, entre
muchas otras, se han visto favorecidos (el gran descenso de las muertes por
disfunciones cardiovasculares así lo demuestra) porque el sistema sanitario
está volcado en conocer y resolver los problemas de salud de las personas
mayores. Por tanto, el cambio reproductivo y el cambio demográfico son
sumamente positivos: somos más eficientes a la hora de reproducirnos, y los
principales beneficiarios son los nuevos seres humanos que traemos al
mundo. Sin embargo, obviamente, ambos fenómenos trastocan todo aquello
que sabíamos acerca de las relaciones de género, de pareja y familiares, y
sobre la convivencia y la salud.
Insisto en el hecho de que no nos hemos «suicidado» demográficamente,
sino todo lo contrario. Y una pincelada adicional: el gran beneficiario de todo
esto, aparte de la infancia y, por extensión, la vida completa, ha sido, en con-
creto, la mujer, porque, desde tiempo inmemorial, la «mano de obra» princi-
palmente ocupada en este sector de la «producción de seres humanos» ha
sido la mujer. Y estamos hablando de la mitad de la humanidad, determinada
siempre por ese rol. Por tanto, este cambio en la reproducción también ha
liberado mano de obra. Al respecto, se habla mucho de la falta de activos
futuros en el mercado laboral por culpa del envejecimiento de la población,
pero casi siempre se omite que los potenciales trabajadores se han duplicado
tras la incorporación de la mujer al mercado de trabajo.
El otro vector del envejecimiento sobre el que también interesa reflexionar
tiene que ver con el contexto donde vivimos, cómo ocuparemos el territorio,
qué haremos en él. A partir de los años ochenta, también aquí se han produ-
cido considerables cambios: recuerden cuando las fábricas comenzaron a
abandonar las ciudades y se establecieron en polígonos industriales en la
periferia. Este incremento de la movilidad o del uso del espacio público en
nuestra vida cotidiana afecta a la vejez de muy distintas maneras. Siempre se
pensó que los mayores tenían escasa movilidad y que, por eso, estaban con-
finados en sus antiguos lugares de residencia. Ahora es todo lo contrario.
Hay un movimiento de ondas que se expanden, favorecido en las grandes
capitales por la gran densidad de población: la gente mayor ha dejado de
ser «inmóvil». La avanzadilla eran los pensionistas europeos que, tras jubi-
larse, se venían a vivir a la costa mediterránea. Ahora son los propios espa-
que ya sea mayoritario entre los mayores el hogar formado por parejas sin
otros convivientes, una tendencia que se acentuará en el futuro, visto lo suce-
dido en países en los que bajó la mortalidad, como los nórdicos, en donde
este fenómeno ya es una realidad. Este cambio —directamente relacionado
con el cambio demográfico— incidirá en el diseño de la práctica asistencial;
en concreto, conllevará una diversificación de la atención a las personas
mayores según vivan solas o en pareja, pues las necesidades de ambas condi-
ciones son diversas.
La creciente supervivencia una vez se alcanza la vejez tiene muchísimas con-
secuencias no previsibles, siendo en sí misma un cambio no previsto al que
asistimos desde los años ochenta. La situación generada entonces, con el
telón de fondo de la crisis energética del petróleo y las nuevas políticas neo-
liberales de control del gasto público, coincidió con la creencia de que la
esperanza de vida no podía aumentar mucho más. Así, en la década de 1980,
la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) empezó a incluir en su
agenda temas como la discapacidad y la dependencia (necesitar ayuda para
las actividades básicas de la vida), hasta entonces asociadas básicamente a los
accidentes laborales y no a la vejez. De resultas, a partir de la ley de 2006 y la
normativa posterior se han efectuado modificaciones en nuestra legislación
para incluir la dependencia en nuestro propio estado del bienestar, de forma
que las generaciones que han llegado a la vejez después de los años ochenta
están mejor atendidas que las anteriores, una mejora en la que los avances
médicos también han jugado un papel muy importante.
Todo ello plantea retos. Una cosa es que se prolongue la esperanza de vida y
otra bien distinta que los años que ganemos sean un tiempo añadido de
buena salud. Hemos aumentado la cronicidad. Hoy en día podemos vivir con
problemas de salud que antes nos mataban; no nos llevan al otro barrio, pero
los arrastramos durante mucho tiempo y pueden proporcionarnos una mala
calidad de vida. Aún no somos conscientes del grandísimo cambio demográ-
fico que va a haber en la vejez, consistente en que los mayores de edad muy
avanzada (más de 100 años) van a ser cada vez más frecuentes, lo cual supon-
drá barreras y desafíos absolutamente nuevos, desconocidos. Me gusta decir
que la vejez es revolucionaria porque, en cierto modo, es la que está abriendo
paso a las generaciones que vienen detrás. Los tremendos avances con res-
Una mirada demográfica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
1918
cincuenta: mientras tengamos a nuestros mayores vivos seguiremos siendo
jóvenes, y será gracias a ellos.
Nota
1. Cuando digo «normalmente» aludo a aquellas generaciones que han
vivido sin padecer una gran epidemia, una gran guerra o una gran ham-
bruna; que han tenido una vida urbana mayoritariamente, en vez de
nacer y vivir en el campo o tener que abandonarlo en migraciones masi-
vas porque no daba para vivir; generaciones plenamente escolarizadas
que empezaron a trabajar muy jóvenes y han cubierto una vida comple-
ta de trabajo y formación de familia. Este perfil no tiene precedentes en
la historia de España.
ñoles los que pasan varios meses en su residencia habitual y varios meses en
su segunda residencia, o en sus lugares de origen, o incluso viajando. El hecho
de que lleguen a la jubilación con ciertos recursos y una razonable buena
salud está transformando en gran medida la movilidad sobre el territorio.
Esto conlleva efectos no muy deseables en términos de compañía o soledad.
Las posibilidades de encontrar acompañantes, amigos o conocidos con los
que pasar el tiempo ha mejorado notablemente, pero, cuando hay problemas
de recursos y de salud, al verte muy circunscrito al ámbito de la vida coti-
diana, suele ocurrir que, con este aumento de la movilidad residencial, tus
hijos o familiares estén lejos.
La humanidad, a medida que envejece, se vuelve más urbana: es decir, la gran
mayoría de los mayores vive ya en ciudades (empieza a ser gente que nació
en ellas, no que inmigró). Pero es que, además, en las zonas rurales ya no
existirá el envejecimiento que había hasta ahora porque ya no vivimos en los
lugares de origen hasta el final de nuestros días. Ocurrirá una especie de
proceso de extinción de la vejez rural, de modo que esos hábitats quedarán
desertizados, o bien serán repoblados por jóvenes de distintos orígenes que
se instalarán en ellos para formar sus familias. Estamos en ciernes de ser
testigos de un cambio también enorme en las zonas más rurales. Lo que
puedo afirmar es que esa llamada tradicional a cuidar de la vejez que vive sola
en las zonas rurales no se ajusta con los datos que tenemos; estos casos son
muy minoritarios, ya que, cuando llegan a edades muy avanzadas y a un alto
grado de vulnerabilidad, normalmente se trasladan a las urbes (donde viven
sus hijos o donde hay centros que los atienden). Así que esto también va a
cambiar.
Resumiendo: a causa del cambio reproductivo y el de movilidad estamos a las
puertas de ver transformaciones que nos van a sorprender notablemente.
Tenemos ante nosotros retos muy nuevos (el de los cuidados es muy eviden-
te), pero el del fin de la vida habrá que empezar a abordarlo seriamente de
manera urgente. La nota positiva que podemos extraer de todos estos datos
demográficos es que hemos ganado años de juventud, no de vejez. Estamos
obsesionados con que, con el alargamiento de la vida, lo que hacemos es vivir
muchos años más de ancianidad, cuando es todo lo contrario. Hoy en día, la
infancia se prolonga a edades nunca vistas, la juventud hasta casi llegados los
Una mirada demográfica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
2120
¿Por qué envejece la población?
Las poblaciones envejecen principalmente porque dejan de tener hijos y, en
consecuencia, dejan de rejuvenecer la estructura por edad de la población y
el peso relativo de la gente mayor aumenta. En 1910 nacieron en España unas
700.000 personas. Durante los años 1960-1970 también nacieron el mismo
número, los llamados baby-boomers. En ambos períodos, los nacimientos
eran suficientemente numerosos como para seguir ensanchando la pirámide
de población por la base. La única y no menor diferencia fue que la supervi-
vencia de ambas generaciones fue muy distinta. Entre los nacidos a princi-
pios del siglo  hubo muchas menos personas que llegaron a la edad adulta
que entre las generaciones del baby-boom, que se beneficiaron de una mor-
talidad infantil más baja.
Tras el baby-boom, empezó a descender el número de nacimientos, que solo
repuntó en los años 2000, cuando los baby-boomers empezaron a tener hijos.
En la actualidad, la cifra de nacimientos está en caída libre. Hay pocos y esto
implica que la media de edad de la población siga creciendo.
Otro motivo por el que está aumentando la edad media de la población es por
el aumento de la esperanza de vida. No solo nacen pocos niños, sino que las
personas mayores cada vez viven más años. Por esta razón, cuando hacemos
este cálculo, salen edades medias muy elevadas. Entre 1975 y 2015 la esperan-
za de vida ha crecido unos 14-15 años más. Cada diez años de nuestra vida,
ganamos 2,5 años de esperanza de vida. Traducido en días de la semana,
significa que cada semana que vivimos ganamos un fin de semana «gratis»
para cuando seamos mayores. Esta dinámica se ha ido repitiendo en los últi-
mos cuarenta años y no da señales de que vaya a cambiar.
Una tercera razón por la que envejecerá la población es debido al efecto de
los baby-boomers. Cuando lleguen a mayores, habrá mucha gente con edades
avanzadas en cifras absolutas y relativas si no aumentan los nacimientos.
Como puede observarse en la pirámide de población de 1975 en España
(figura 1), la base muestra a la gente más joven y la cúspide a los mayores. La
de 1975 era una pirámide «joven», porque la gran mayoría de la población
estaba en la base. Como tras el baby-boom no hubo más nacimientos, en el
año 2016 tenemos una pirámide muy distinta que, de hecho (figura 2), ya no
¿Cómo seremos cuando seamos
mayores?a
Albert Esteve
Demógrafo y director del Centre d’Estudis Demogràfics, UAB
Envejecimiento
Comenzaremos esta reflexión abordando el concepto de «envejecimiento».
No hay duda alguna de que en los próximos veinte años todos aquellos de
nosotros que sobrevivamos seremos veinte años más viejos. Empezamos a
envejecer a partir del mismo día en que nacemos. Las poblaciones, sin embar-
go, no tienen por qué envejecer si consiguen rejuvenecerse con nuevos naci-
mientos o la llegada de gente joven. Ahora bien, en la mayoría de países
occidentales esto no ocurre, y en España tampoco. La proporción de perso-
nas mayores de 60, 70, 80 o más años no ha dejado de crecer en las últimas
tres décadas y continuará haciéndolo en el futuro.
Una forma muy sencilla de medir el envejecimiento es a partir de la media de
edad de la población. En 1910, la edad media de la población española estaba
por debajo de los 30 años. Ciento diez años más tarde, se sitúa entre los 42 y
43, siempre superior en las mujeres. En las próximas décadas, la media de
edad seguirá creciendo y observaremos una eclosión de gente mayor, no
solo en números relativos sino también en absolutos. Las proyecciones demo-
gráficas sobre la evolución de la esperanza de vida auguran que la mitad de
los niños y niñas que están naciendo en la actualidad llegarán a cumplir los
100 años de edad. Hasta hace bien poco, cumplir la centuria estaba al alcance
de muy poca gente. En 2060, habrá en España más de 200.000 personas con
100 o más años y más de un millón tendrán entre 90 y 94.
a Transcripción de la ponencia realizada en las Conferencias Josep Egozcue «Soledad, enveje-
cimiento y final de la vida».
Una mirada demográfica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
2322
La buena noticia es que los baby-boomers también morirán; por tanto, curio-
samente, la pirámide del 2066 será una pirámide más joven que la de 2050.
El grueso de las generaciones más mayores habrá casi desaparecido. Si segui-
mos durante muchos años esta tendencia, las pirámides del futuro tendrán
una forma más cilíndrica y redondeada por arriba, según las proyecciones de
poblaciones de Naciones Unidas del 2100 o 2120.
tiene forma de pirámide clásica: la generación de los baby-boomers ocupa las
edades centrales y por debajo de estas hay muy poca población. Es fácil adi-
vinar qué forma tendrá la pirámide en 2050 (figura 3): todos los baby-boo-
mers arriba, lo cual supondrá una explosión de mortalidad. Este hecho, sin
embargo, no debe ser visto como algo negativo: al igual que cuando nos tocó
ir a la escuela o a la universidad llenamos todas las aulas, cuando llegue el
momento de morir también seremos muchos.
Figura 1. Estructura de la población española por edad y sexo en 1975
(35 millones de habitantes)
Fuente: Instituto Nacional de Estadística.
Hombres Mujeres
Figura 2. Estructura de la población española por edad y sexo en 2016
(47 millones de habitantes)
Fuente: Instituto Nacional de Estadística.
Hombres Mujeres
Una mirada demográfica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
2524
La esperanza de vida de una persona de 65 años en 1960 era de doce a trece años.
En cambio, si nos fijamos en el año 2015, esta cifra se eleva hasta los veinte. Por
tanto, una persona de 65 años de hoy tiene un horizonte de vida mucho más
largo que una persona de la misma edad en 1960. Esto ocurre igual con los
hombres que con las mujeres, así como con las personas de edad más avanzada.
Hay un debate muy interesante en torno a las razones del aumento de la
esperanza de vida. Por un lado, algunos expertos señalan que hay un límite
de vida y consideran que no se puede vivir más allá de una cierta edad, pon-
gamos más de 100 años, y que simplemente estamos consiguiendo que casi
todo el mundo llegue a esa edad; mientras que otros afirman que esa barrera
del centenar se puede traspasar. La evidencia da la razón a los segundos. Los
límites se están desplazando, y este aumento de la esperanza de vida parece
imparable. Al respecto, los demógrafos han identificado algo muy curioso: a
partir de los 115 años la probabilidad de morirnos permanece constante.
¿Qué significa esto? Si hoy observamos a cien personas de 90 años y a cien de
80, el año que viene quedarán más personas de 80 vivas que de 90. Esto es
lógico porque, cuando tienes 90 años, el riesgo de morir es mayor. Lo que han
descubierto los demógrafos es que a partir de los 115 años esta lógica ya no
funciona. Es decir, la probabilidad de que muera una persona de 125 años es
la misma que la de una de 115. La mala noticia es que la probabilidad de morir
a partir de los 115 es de un 50%: cara o cruz cada año.
Vivimos en un país donde los expertos dicen que hacia el año 2040 ocupare-
mos el primer lugar en esperanza de vida en el mundo; ahora estamos en el
segundo o tercer puesto, con Japón y Suiza por delante. En 2040 España será
país líder, destacando la remontada que hemos hecho en este último siglo. En
1900 había un país en el mundo, probablemente Suecia, que tenía una espe-
ranza de vida de 50 años, mientras que en España era de 40. Sin embargo, en
el lustro 2005-2010 ya no hay prácticamente diferencias entre la nación que
tiene la esperanza de vida más alta y España. Hemos atrapado al país que va
en cabeza y las proyecciones dicen que podemos alcanzar el primer puesto
hacia mediados de este siglo.
También somos de los países, y esto lo dicen los expertos en mortalidad,
donde hay menos desigualdades entre las personas a la hora de morir, sin
El aumento de la esperanza de vida: buenas
noticias para mitigar el envejecimiento
En resumen, tal y como van las cosas, el principal antídoto para el envejeci-
miento, aunque pueda parecer una paradoja, es que siga aumentando la
esperanza de vida. Que haya más nacimientos también lo sería, pero esto es
más difícil de recuperar. Por tanto, esperemos que siga incrementándose la
esperanza de vida tal como ha pasado a lo largo de los últimos cuarenta años.
Figura 3. Estructura de la población española por edad y sexo en 2050
(47 millones de habitantes)
Fuente: Proyecciones Instituto Nacional de Estadística.
Hombres Mujeres
Una mirada demográfica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
2726
¿Y la salud?
Ciertamente, todos estos años de esperanza de vida que estamos ganando no
suelen ser años de buena salud. Dado que las personas, en definitiva, lo que
queremos es vivir mucho, pero sin discapacidades y con calidad de vida, es
imprescindible reflexionar en torno a qué está pasando con la discapacidad y
la salud.
Al principio de mi exposición he comentado que cada semana que pasa gana-
mos un fin de semana gratuito para cuando seamos mayores. Añadamos
ahora que de este fin de semana un día lo pasaremos en la cama y el otro lo
pasaremos en la playa o de ocio. Por lo tanto, no hay evidencia de que todos
los años que ganemos en esperanza de vida los ganemos «libres» de discapa-
cidad, para disfrutarlos en plena salud. En 2013, una mujer de 65 años tenía
unos veinte años de esperanza de vida por delante. De estos, unos catorce
contaba con buena salud y unos seis con mala. Todos sabemos que las muje-
res viven más años, pero también que viven más tiempo con una salud pre-
caria. Lógicamente, a medida que nos hacemos mayores los años de esperan-
za de vida que nos quedan baja y aumenta el peso de los años de vida que nos
restan con mala salud. Aunque esta pauta se mantiene, también es verdad
que si comparamos una persona de 80 años hoy con una de igual edad hace
veinte años, la salud de la primera es mejor que la de la segunda. Y en cuanto
al porcentaje de personas de entre 65-69 años que tienen alguna discapaci-
dad, en 1999 la cifra era de casi un 20%, mientras que en 2008 —según datos
de la última encuesta que tenemos— esta cifra bajó a un 15%. En todas las
edades, la prevalencia de la discapacidad y la mala salud está bajando, y gra-
cias a ello también aumenta la esperanza de vida.
En síntesis, sabemos que nos estamos haciendo mayores, que estamos ganan-
do esperanza de vida y que nuestro horizonte vital se mantiene más o menos
constante; así como que, a medida que vamos envejeciendo, si bien comen-
zamos a padecer problemas de salud, la prevalencia de estos problemas van
disminuyendo, de manera que, a la misma edad, tenemos mejor salud que un
descendiente de años atrás.
diferencias muy notables, si bien sí las hay por grupos sociales. Morimos a
una edad parecida. Hay países con una esperanza de vida muy elevada, en los
que, por el contrario, la gente muere en edades muy desiguales. Por lo tanto,
hay que pensar que el aumento continuado de la esperanza de vida seguirá
en los próximos años. No obstante, siempre hay pesimistas que aseguran que
no se conseguirá pasar de los 100. James Vaupel1 —uno de los demógrafos
más optimistas a nivel mundial, director fundador del centro de investiga-
ción demográfica más prestigioso del mundo, el Instituto Max Planck, en
Alemania— ha publicado un artículo donde estudia a reputados analistas que
habían vaticinado un límite de esperanza de vida en el pasado argumentando
que era imposible rebasar los 60, 70 u 80 años. Vaupel demuestra que, cuan-
do un experto sostiene que no pasaremos de una cierta edad, ya hay países
que han superado esa barrera. Cada vez que hemos puesto límites a la espe-
ranza de vida llega un país y los rompe. Si esta tendencia se mantiene, es
bueno para el envejecimiento.
¿El envejecimiento es relativo?
Las poblaciones envejecen en función de cómo medimos lo que significa ser
mayor y ser joven. En 1991, la media de edad en España era de 36 años y en
2017 de 42, es decir que ahora somos siete años más viejos de lo que éramos.
En cambio, a una persona de 36 años en 1991 le quedaban cuarenta años de
esperanza de vida media y en el año 2017 a una de 41 le restaban también casi
la misma cantidad. Somos entre seis y siete años más viejos, pero mantene-
mos el mismo horizonte de vida hoy que en 1991.
En resumen, si a la hora de medir qué es una persona joven y qué es una
persona mayor, en vez de utilizar los años que hace que nacimos, medimos
los años que faltan para que nos muramos, estamos igual. No somos más
viejos: estamos con la misma esperanza de años por delante que la que tenía-
mos en 1991 e incluso en 1900. Y eso son buenas noticias. Si utilizamos las
edades de manera rígida, estamos envejeciendo. Si lo miramos en esperanza
de vida a la media de edad de la población, estamos igual que en 1991.
Una mirada demográfica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
2928
efectuadas por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) cuando, apar-
te de preguntar a quién votaremos, preguntaron cuándo considerábamos que
una persona era mayor. Se les preguntó a personas mayores de 18 años. El
55% de los encuestados dijeron que el factor más determinante es la salud,
mientras que menos de un 10% indicaron que era estar jubilado. De manera
que los criterios que utilizan las Administraciones públicas fueron los menos
mencionados. Cuando se hizo la misma pregunta a personas de 65 años y
más, también coincidieron en la respuesta: que la salud condiciona mucho
los años que te quedan por delante. De hecho, lo que podemos constatar hoy
en día a simple vista es que una persona de 65 años coetánea es muy diferen-
te a una de la misma edad de hace veinte años. Es una lástima que no tenga-
mos más información y estudios al respecto.
Como prueba, a continuación cito datos entrecruzados de dos encuestas que
resultan muy interesantes. En 1993, al poco tiempo de haberse jubilado, se
preguntó a personas mayores de 65 años si habían emprendido alguna acti-
vidad nueva que no hicieran antes, cuando estaban trabajando. Y esta misma
pregunta se hizo en 2010. En 1993 solo un 10% de los recién jubilados habían
iniciado una actividad nueva, pero en 2010 más de la mitad lo habían hecho.
Sería sustancioso ver el mismo gráfico para el 2020, 2040 o el 2050. Intuyo
que estos porcentajes variarán mucho. La población venidera probablemente
tendrá un estilo de vida muy diferente al de las personas que hoy tienen 80 o
90 años. Otra tendencia: la población mayor con estudios universitarios
aumentará muchísimo en las próximas décadas. Menos de un 10% de las
mujeres de entre 65-74 años en 2011 tenían estudios universitarios. El año
2045 se estima que esta cifra llegará a un 36-37%. Es decir, que la forma de
ser de la gente mayor del futuro en cuanto a nivel educativo, estilo de vida,
etc., será muy distinta de la de la gente mayor de ahora. Por lo tanto, cuando
hacemos proyecciones a corto y medio plazo hay que tener en cuenta que esta
población será muy diferente, en todos los sentidos.
Los retos del envejecimiento
No voy a eludir los retos considerables a los que deberemos hacer frente. Hay
varios, pero voy a destacar tres que me parecen fundamentales. Uno es el
¿Envejecimiento flexible?
Ante tales evidencias, hay demógrafos que han planteado redefinir los límites
que hoy caracterizan a una persona mayor y adoptar una concepción más
flexible del envejecimiento, adecuada a nuestros tiempos. Porque, ¿somos vie-
jos a los 65 años? Warren Sanderson y Sergei Scherbov, por ejemplo, han
propuesto medir la edad de otro modo. Veámoslo para el caso de Italia, pare-
cido al nuestro. Hoy en día, en Italia, por cada persona de más de 65 años
(jubilados), hay tres personas en edad activa. Con el ritmo de envejecimiento
al que vamos, si seguimos esta pauta de considerar a las personas de más de
65años como ancianos, en 2068 habrá por cada jubilado 1,5 personas trabajan-
do. De modo que esa proporción se habrá reducido a la mitad, la famosa tasa
de dependencia estará muy ajustada y en consecuencia será muy difícil soste-
ner el equilibrio entre población activa y no activa. Por ello, Sanderson y
Scherbov proponen dejar de estimar los 65 años como el umbral de la tercera
edad, y considerar, por ejemplo, que una persona es mayor cuando le quedan
quince años de vida por delante. Si tomamos este criterio, hoy en día habría una
persona mayor por cada cinco que están en edad de trabajar. Y en los años 2040-
2050, con el envejecimiento que se prevé, una por cada tres o cuatro activas.
Ambos demógrafos fueron un paso más allá, proponiendo designar a una
persona como anciana solo en función de si tiene o no una dependencia. ¿Qué
relación hay entre los que están sanos y no tienen ningún tipo de dependen-
cia, y quienes sí padecen alguna? Actualmente, es de un dependiente por cada
diez que no, pero lo más interesante es que en 2050 la relación será casi la
misma. Es decir, si introducimos estos criterios de esperanza de vida, de
cómo evolucionará la discapacidad y la salud, la relación entre dependien-
tes y no dependientes se mantendrá estable, gracias, sobre todo, a los avances
médicos. Estos datos demuestran que hay potencial demográfico y que dicha
relación no se está yendo por las nubes. Por el contrario, en mi opinión, si
seguimos tomando como límite de la vejez los 65 años, entonces sí que ten-
dremos que prepararnos para afrontar una «catástrofe».
El caso es que, cuando se pregunta a la gente «¿qué considera usted que es
una persona mayor?», nadie dice que esté jubilada o tenga 65 años. La res-
puesta es siempre que tenga buena salud. Y esto lo muestran las encuestas2
Una mirada demográfica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
3130
personas con más de 65 años viven solas en estos lugares. Atenderlas y cui-
darlas es todo un desafío.
El último reto —insoslayable— es cómo se pagará la factura del estado del
bienestar: es decir, cómo cuadrar las cuentas. En España, tenemos un sistema
en que a partir de cierta edad empezamos a recibir más de lo que aportamos
a la caja. Por tanto, en función de cada persona que tengamos en esta situa-
ción los números cuadrarán o no. Si queremos transitar hacia un sistema de
cuidado más formal, esto tiene un coste. Aunque los baby-boomers tengamos
muy buena salud y muramos tarde, llegará un momento en que seremos
tantos que los hospitales se llenarán, lo cual requerirá un gasto muy elevado.
Lógicamente, una persona de cero años solo consume y sus progenitores lo
costean todo. En total, su manutención cuesta unos 6.000 €, pero no aporta
nada a la caja. Una persona de 90 años, en promedio, recibe unos 18.000 € de
la caja en concepto de pensión y gastos sanitarios y/o de dependencia; pero,
en cambio, pone mucho menos de lo que recibe, porque probablemente ya
no está activo laboralmente hablando. ¿De dónde sale el dinero? De las eda-
des centrales. Yo, que tengo 43 años, estoy en el centro, pago bastante y
recibo relativamente poco. No voy mucho al médico, ya no asisto a la univer-
sidad, requiero escasos servicios del sistema, aunque siempre están los ser-
vicios básicos que todos gastamos, claro. Si recordamos la estructura de la
población española, cuando todos los baby-boomers entremos en edades
avanzadas y los más jóvenes sean menos, la caja se vaciará rápidamente. La
tesorería aguantará mientras los baby-boomers estemos en el centro de esa
pirámide poblacional.
Lo más interesante aquí es preguntarse si podremos hacer sostenible el siste-
ma a largo plazo. Con pocos movimientos, se podría conseguir. Antes de los
65 ya empezamos a ser deficitarios. Por lo tanto, solo que pudiéramos tras-
pasar este cruce unos dos años más tendría un impacto muy grande sobre la
caja. ¿De dónde vienen los ingresos totales? Proceden de los impuestos y de
las cotizaciones a la Seguridad Social. En España, cuando somos mayores ya
no cotizamos, pero seguimos tributando al erario: por lo tanto, en la caja
entra dinero. Ahora bien, empezamos a cotizar tarde y más de un 40% de la
gente se jubila antes de los 65 años, con lo que salimos de la cotización rela-
tivamente pronto. A partir de estas edades, las aportaciones caen. Hay mar-
tema de los cuidados. A pesar de que viviremos mucho más y los niveles de
salud mejorarán, lo cierto es que con la edad padecemos más problemas
desalud, aumenta nuestra dependencia y necesitamos un mayor apoyo. De
resultas, al envejecer todos de golpe, habrá una sobredemanda de cuidados.
Pensemos en cómo se estructura el cuidado en España y en Catalunya. El
gran peso del cuidado, mayoritariamente, recae aún sobre las familias. En
España, solo un 15% de las personas de 65 años o más que necesitan algún
tipo de apoyo requieren de un cuidado formal, lo cual quiere decir que el
85% restante está a cargo de familias o fórmulas híbridas. Si lo comparamos,
por ejemplo, con los Países Bajos, en donde más de un 40% del total de
personas mayores necesitan cuidados formales, la carga para el sistema es
muy distinta. Vemos también que, respecto a los niveles de institucionaliza-
ción, el porcentaje de personas mayores que viven en residencias en España
es muy bajo, menos de un 10%, mientras que en los Países Bajos es más de
un 20%. Cabe preguntarse quiénes son estos cuidadores informales en
nuestro país, así como la distribución de quienes atienden a las personas
mayores que viven solas y que tienen alguna discapacidad. Más del 40% son
las hijas. No sale tan a cuenta tener un hijo varón, porque menos de un 5%
se acaban haciendo cargo de esta atención. El cuidado sigue siendo un tema
de género, a cargo de las mujeres.
La cuestión que nos preocupa aquí es si este modelo es sostenible. Desde el
punto de vista demográfico, según hemos visto con aquellas proyecciones de
Sanderson y Scherbov, deberíamos decir que sí, porque por cada persona
dependiente habrá diez que no lo serán. Ahora bien, ¿cuál será nuestra pre-
disposición a invertir tiempo para cuidar a las personas mayores con disca-
pacidad? No solo hace falta tener candidatos para hacer este trabajo, sino
también que puedan y quieran hacerlo. Por todo ello, este es un reto impor-
tante al que deberá hacerse frente, teniendo en cuenta que la transición hacia
un modelo de cuidados más formales tiene un coste más elevado.
El segundo reto es que este panorama demográfico que he dibujado sobre el
conjunto del país será muy diverso y no en todas partes tendremos las mis-
mas estructuras poblacionales. En la «España vacía» y despoblada, más de un
45% de la población es mayor de 65 años. No solo tenemos municipios y
zonas del territorio con mucho envejecimiento, sino que muchas de estas
Una mirada demográfica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
3332
A modo de conclusión
Por último, quisiera recordar que, aunque la población está envejeciendo,
seguimos manteniendo la muerte a distancia. Si lo miramos en función de los
años que nos quedan por delante, estamos igual que en 1991. El aumento de
la esperanza de vida quizá sea la mejor solución al avejentamiento poblacio-
nal. Conseguir que este incremento del horizonte vital continúe su avance no
es algo que se pueda dar por seguro si no tomamos las medidas oportunas.
Que aumente día a día y tengamos mejor salud es una buena oportunidad
para replantearnos los límites de la edad y olvidarnos de los 65 años como
una frontera rígida que estructura y condiciona todo lo público y el estado
del bienestar. Porque, en definitiva, el gran reto no es demográfico, sino
logístico. Lo que hace la demografía es poner a prueba un sistema de protec-
ción social que estaba pensado para una población joven donde había mucha
gente en las edades centrales. El cambio demográfico está forzando los
límites de nuestro estado del bienestar, de ahí que los desafíos a que nos
enfrentaremos de aquí a poco sean de carácter organizativo, sociales, más que
demográficos. En otras palabras, deberemos hacer frente a un reto econó-
mico —cómo vamos a pagar una factura que irá en aumento— y a un reto
político. Con respecto a este último, nuestros representantes públicos ten-
drán que diseñar reformas tendentes a adecuar el estado del bienestar a unas
vidas más longevas.
Notas
1. Oeppen J, Vaupel JW. Broken limits to life expectancy. Science. 2002; 296:
1029-1031.
2. Estudio nº 3109 del CIS.
gen pues para cuadrar las cuentas, aunque, para ello, será imprescindible una
cierta voluntad política.
La soledad de los mayores
Con este panorama, ¿cómo abordar el tema de la soledad de los mayores? La
gente mayor tiene una propensión muy alta a vivir sola; de hecho, es el grupo
de edad en donde más personas viven solas. ¿Cómo interpretar este fenó-
meno? Cuando entramos en la vejez, a partir de los 65 años, se precipitan
muchos cambios en nuestras vidas: los hijos se han marchado de casa, puede
que la pareja haya fallecido, que nos divorciemos o separemos, que nos pon-
gamos enfermos… Es una época de alteraciones muy aceleradas en nuestras
pautas de corresidencia. Mayoritariamente, las mujeres de 65 años viven
solas con su pareja. A medida que se quedan viudas la mayoría no pasan a
convivir con otros familiares, sino que aumentan las que viven solas. A partir
de cierto momento, cuando ya no tienen autonomía personal, disminuyen las
que viven solas y crecen las que viven institucionalizadas. Este sería el pano-
rama. Sin embargo, interpretarlo como una mala noticia quizá sea precipi-
tado. Cuando escribimos un artículo sobre este tema para alguna revista
especializada, solemos adoptar un tono más bien triste, enfatizando los pro-
blemas relativos a quién cuidará de estos mayores que viven solos. Los revi-
sores del artículo, sin embargo, suelen también plantearnos recortar estos
pasajes porque consideran que son muy pesimistas y que si la gente vive sola
es porque está bien y puede hacerlo. De hecho, las encuestas muestran que
cuando preguntamos sobre este tema la gente afirma que prefiere vivir sola
en su barrio y tener una red familiar o de amigos a su alrededor que no vivir
acompañada. Interpretar este aumento de la soledad como algo negativo
yno tanto como una posibilidad afectiva de vivir solo, es muy complicado, y
por eso cuesta tanto hacer un diagnóstico. Yo creo que, más que como una
simple decisión personal de vivir solo, la soledad debería verse como una falta
de relaciones sociales o de una red de apoyo, que es lo que podemos analizar
los demógrafos. Veremos cómo evolucionan las cifras en un futuro.
Una mirada demográfica
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
3736
Contra el edadismo: envejecimiento
y final de la vida en la ciudad
Begoña Román
Facultad de Filosofía de la Universitat de Barcelona
El edadismo y el malestar en la cultura
tecnocientífica
El edadismo es una discriminación por razón de edad, en concreto por ser
mayor, que se manifiesta en la homogeneización y en los estereotipos que
sufren las personas mayores de 65 años. En las otras etapas de la vida las
décadas marcan ritmos, pero a partir de esa edad todos entramos en «el
mismo y último saco», en el cual permaneceremos más de treinta años, a
tenor de la longevidad que hemos logrado gracias al estado del bienestar y los
avances biomédicos, entre otras causas. Dicha homogeneización y tales este-
reotipos hacen daño, porque los mayores sienten una falta de reconocimien-
to a su idiosincrasia, a su especificidad, a su circunstancia, y una exclusión de
la vida cotidiana y sus cadencias.
Tras esos clichés subyace una visión del envejecer como algo totalmente nega-
tivo que hay que impedir a toda costa, sea como sea. De ahí que algunos
pensadores, muy eufóricos ellos con respecto a la sociedad tecnocientífica en
la que vivimos, crean posible vencer el proceso de envejecer y vaticinen inclu-
so la muerte de la muerte (Cordeiro y Wood, 2018). Todos queremos vivir
más… sin envejecer. Este punto de vista reduce el envejecimiento a un mero
proceso fisiológico, menospreciando que también es un proceso de acumu-
lación de vivencias. En este sentido, vale la pena recordar que, en Holanda,
muchas de las peticiones de eutanasia no obedecen al sufrimiento de una
enfermedad terminal, ni siquiera a causa de una disfuncionalidad física, sino
a un cansancio de vivir: esas personas consideran que su mundo es el de ayer
y su biografía está concluida.
Presentación de la mesa
Núria Terribas
En el tratamiento de la temática que nos ocupa, resulta imprescindible la
aportación de la visión poliédrica que se presenta a continuación. Por un
lado, la reflexión ética y filosófica, que nos permite alzar la mirada y revisar
los conceptos de vejez, edad, calidad de vida, concepto de ciudad y solidari-
dad. Por otro, la voz de la experiencia en cuidados paliativos, con más de
treinta años de trayectoria, en un interesante análisis sobre su evolución
hacia la atención paliativa y la necesidad de contar con una mirada holística
de la persona, en todas sus facetas y no únicamente en la clínica o sanitaria,
explorando sus valores vitales y sus necesidades psicosociales y espirituales,
que tan a menudo descuidamos al final del ciclo vital. Por último, quisiéra-
mos agradecer la valiosa acción de la Obra Social ”la Caixa” con su proyecto
«Siempre acompañados», que nos ofrece conclusiones muy interesantes con
respecto a la percepción del envejecimiento en España y la soledad en aumen-
to al final de la vida.
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
3938
pológicas de ser en el tiempo y ser para la muerte sean negadas y arrincona-
das. Ello genera un malestar en la cultura de las sociedades del bienestar: todo
el mundo quiere llegar a ser mayor, a pesar de que nadie quiere serlo cuando
llega. La reconciliación con la condición humana —esto es, con nuestro ser
en el tiempo y con/entre otros— forma parte de un aprendizaje vital. Si este
se ve entorpecido por la humillación de que a uno —por ser mayor— le con-
sideren ya pasado según el tamiz de una catalogación despersonalizadora y
una mirada conmiserativa que te viene a decir que lo que te espera es pura
pérdida, la violencia estructural está garantizada.
La vida humana requiere de agencia y de agenda, pero escritas por cada per-
sona, desde su trayectoria y circunstancias particulares. Es simplista preten-
der combatir el miedo a la muerte con una espiritualidad desatenta a las
vivencias íntimas y personales que conlleva el proceso de morir. Como tam-
bién lo es combatir la soledad añadiendo gente alrededor o un sinfín de acti-
vidades a fin de estar activos. El humano es un proyecto que se vive (inter)
subjetivamente (Sartre, 2007). La calidad de vida comporta innegables con-
dicionantes objetivos: no se vive bien con penurias económicas o con fiebre,
por ejemplo; pero también componentes subjetivos e intersubjetivos que
dependen de las expectativas propias, de la autenticidad de las relaciones y
vínculos que tejemos y del contexto social y económico en el que nos halle-
mos. La vejez y el final de la vida también se viven (inter)subjetivamente. Con
la gran diferencia de que la rendición de cuentas pasa factura: la vida es lo que
uno ha hecho. Para que haya cierta calidad de existencia debe darse por lo
tanto una reconciliación con nuestro pasado, así como el reconocimiento de
que uno sigue siendo algo del que fue, que así se le recuerda y que por ello es
valorado. Todo lo cual pasa por poder seguir ocupando el espacio público, la
casa y la ciudad que usualmente habitamos.
Si las ciudades grandes continúan expulsándolos porque su ritmo más pausado
no se aviene con el ritmo frenético de la producción y la reproducción; si los
semáforos priorizan el coche y a la gente en plena forma física, nuestros mayo-
res se quedarán en casa o se marcharán de la urbe, no porque quieran, sino
porque se les excluye cual carga. Una vez han terminado su vida laboral, pare-
ciera que solo les quede esperar el irremediable final. Se les sugiere que se apar-
ten, cedan el sitio y no taponen con su lento ritmo ni los oficios ni las calzadas.
Ciertamente, con respecto a la edad, el siglo  nos ha traído muchas nove-
dades. Por ejemplo, nunca habíamos gozado la longevidad que hoy vemos en
nuestros mayores (algunos son muy mayores). No disponemos de preceden-
tes ni referentes, lo cual nos descoloca y nos desubica a todos: a las personas
mayores, porque no saben cómo autopercibirse, pues a su edad sus padres ya
habían muerto; a sus hijos, porque no saben cómo tratarles, dado que las
concepciones que tienen relativas a sus abuelos, no les sirven ahora para sus
padres, y porque, por supuesto, en las actuales dinámicas sociales los cambios
suceden a gran velocidad.
Asimismo, también eran muy diferentes las circunstancias. Los abuelos, si
vivían en casa, eran muy útiles en las labores del hogar, donde solía haber,
como mínimo, una mujer que cuidaba. La gente mayor moría en casa (segu-
ramente con dolor), pero «la gran dependencia» duraba poco por la falta de
medios terapéuticos. La incorporación de la mujer al mundo laboral y el
retraso de la maternidad convierte a las mujeres españolas que hoy tienen
entre 40 y 60 años en las primeras generaciones a las que se les junta la alta y
larga dependencia de sus padres con la crianza o manutención de sus hijos
(bien porque los tuvieron más tarde, bien porque estos no se pueden inde-
pendizar, dado el paro estructural que asola a la juventud o la imposibilidad
de mantener una vivienda con los magros salarios que perciben si acaso tra-
bajan). Todo ello aderezado con un gran cambio de valores y prioridades.
De ahí que muchos mayores no vivan con júbilo —permítaseme la licencia— su
jubilación. Primero, porque las pensiones se reducen mientras los gastos de la
vida cotidiana no, o no lo hacen en semejante proporción. Pero es que, además,
la agenda cotidiana, en nuestra sociedad, está en exceso marcada por el homo
laborans y la dinámica económica y empresarial. De ahí que muchos jubilados
se encuentren entre el «ya no» y el «todavía no estamos muertos». Se trata de
que el (prolongado) rato que quede no se haga largo y haya ocasión para que
cada uno lo vaya llenando de sentido —parafraseando a Sinatra— a su manera.
Las expectativas con respecto a la vida, su calidad y la incidencia de la ciencia
en la mejora de aquellas, así como la centralidad de la vida productiva —en
torno a la que pivota todo lo que parece ser importante— y la obsolescencia
entre los ritmos del trabajo y las jubilaciones, hacen que las instancias antro-
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
4140
Envejecimiento y final de vida dignos:
algunos criterios
La novedad no radica ni en el envejecer ni en el final de la vida, sino en las
vivencias y circunstancias en las que se dan en nuestra sociedad, es decir, en
cómo y dónde se envejece, y en cómo —más que de qué— y dónde se muere.
Se envejece de vivir; se envejece bien de vivir bien. Tenemos que aceptar con
humildad la condición de dependencia: somos animales racionales depen-
dientes (MacIntyre, 1999) y no debemos ver como vergonzosa ni como carga
trágica esa condición. Esta concepción y autoconcepción se hayan facilitadas
o no por la cultura y la comunidad, que los acoge o margina.
Hay un maltrato —o un mal trato— estructural en la falta de atención a las
políticas y economías del cuidado. Las hijas e hijos se encuentran obligados
a cuidar dependencias muy altas y largas, y no pueden; los padres se sienten
solos y no quieren ni molestar ni sentirse así. Ese malestar entorpece las rela-
ciones, las desgasta. Hace falta un enfoque poliédrico y complejo, personali-
zado y a su ritmo. Todo ello asumiendo que el humano es un ser condiciona-
do, que el ritmo de la vida es variado y que esta no siempre se somete a nuestras
voluntades.
La robótica social puede aligerar muchas tareas, pero el cuidar es una rela-
ción interpersonal. No podemos saber si llegaremos a ser mayores o cómo
será nuestra vejez. Pero nadie quiere ni el dolor físico, ni la soledad, ni ser
maltratado. No hablamos solamente de planes de pensiones, sino de aceptar
la vida con las limitaciones que son inherentes a un cuerpo y una mente que
envejecen, se cansan y van apagándose. Saber reconciliarse con todo eso
conlleva un proceso personal, pero este depende mucho de la mirada que
recibe, de las facilidades con las que se encuentra, de las complicidades
quegenera. Uno también tiene que pensar, responsablemente, en el tipo de
relaciones significativas que es capaz de forjar, y no dar por supuesto que le
cuidarán.
En este sentido, la interdependencia y el trato a la vulnerabilidad y precarie-
dad constitutivas de la vida requieren pensar mejor la justicia intergeneracio-
nal y la reciprocidad diacrónica.
En definitiva, no tenemos resueltas las tareas de los cuidados, que precisan
deuna economía y una política feministas. Y esto, que nos afecta a todos
tarde o temprano, muy directamente, repercute aún más en los más vulnera-
bles. Conviene recordar que envejecer no es una enfermedad. Que envejecer
saludablemente comienza por aceptar que envejecemos, y no tanto en empe-
ñarnos en negarlo. Envejecer y vivir el final de la vida siendo conscientes de
ello es la mejor de las alternativas. El horizonte existencial se amplía cuando,
quedando vida, queda aún capacidad de desear, porque entonces el envejecer
se convierte en un continuar creciendo. Al respecto, si disponemos de ejem-
plos cotidianos de personas mayores que tienen una vida buena, las ganas de
querer llegar también mejorarán. Todo ello sin negar que hay condiciones a
las que la vejez puede conducirnos —como son la exclusión, la pobreza, el
dolor— que hacen indeseable la vida a cualquier edad.
El edadismo no es solo un prejuicio de los otros. Está tan expandido que es
incluso uno mismo quien no se haya, quien no se autopercibe. No es fácil
reconciliarse con las limitaciones que la edad impone, máxime cuando mira-
mos al futuro y constatamos que nuestro tiempo de vida se acorta, aunque
sepamos la manera de lograr que dure un poco más lo que todavía nos gusta
hacer. Esto conlleva una mirada propia, a sí mismos, mas también una refor-
mulación de la visión reductora de los otros y de los espacios —cada vez
menos— que se les reserva y a los que se les destina «por su bien». El edadis-
mo lo reduce todo a números y a consideraciones simplistas del proceso de
envejecimiento y el final de la vida. La mejor manera de combatirlo es escu-
char a cada persona, compartir cómo se siente y qué proyectos tiene, asegu-
rándoles un lugar y una agenda.
La nuestra es una sociedad del bienestar que, sin embargo, genera mucho
malestar, entre otros motivos por negar la condición humana, que es la de ser
en el tiempo y hacia la muerte. Lo nuestro es pasar, que decía Machado, pero,
hasta que la última hora no nos llegue, lo suyo es tratar de vivir las diferentes
etapas de la existencia lo mejor posible. Para ello, en el mientras tanto, hay
que aceptar a la persona con y más allá de su edad: porque todavía no somos
el olvido que seremos (Borges, 1987); o como decía el Calígula de Camus,
porque todavía estamos vivos (Camus, 2005).
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
4342
el cuidado, considerando que deberían ser profesionales quienes atiendan la
gran fragilidad cuando esta llega, pues esto ya supone plantear de nuevo el
problema desde el todo o nada. El modelo centrado en la persona reivindica
el ritmo de esta y, por tanto, la gestión de la complejidad y los riesgos desde
la flexibilidad.
Otro criterio importante para un envejecer y morir dignos es la reciprocidad
diacrónica: llega un tiempo en el que se invierten los papeles respecto a aque-
llos que nos dieron la vida o la educación (y aquí no nos referimos solo a los
padres). De nuestros mayores ya no esperamos nada a cambio: simplemente,
nos necesitan. Seguramente igual que nosotros necesitaremos que otros nos
cuiden más adelante. No tiene que ver con un contrato de haberes y deberes;
no todo es cuestión de obligación y contrato: entra más bien dentro de otras
categorías más propias de la ética, la economía del don y la gratitud.
En esa relación con los mayores, desde esa reciprocidad diacrónica afectiva y
normativa, no solo estamos reconociendo y agradeciendo la herencia, lo
dado, sino también sentando un precedente para aquellos que en el futuro
cuidarán de nosotros: cómo hacerse cargo (responder) de la población más
mayor. Estamos creando referentes, dando lecciones prácticas a nuestros
hijos, y a los jóvenes en general, sobre cómo atender a este colectivo.
Esa justicia, fraternidad y reciprocidad diacrónica no se deberían practicar
desde un universalismo genérico (volveríamos así a pecar de edadismo), sino
sobre la base de un «universalismo interactivo», como ha defendido Seyla
Benhabib (2006). Se trata, en efecto, de considerar a la persona mayor en su
circunstancia, no de ponerse en su lugar, porque entonces la sustituimos y
llenamos el hueco con nuestros prejuicios y estereotipos o, cuando menos,
nos ponemos a nosotros con las vivencias propias y del momento. Se puede
ser compasivo y empático y, sin embargo, caer sin querer en el edadismo, la
despersonalización o la inoportunidad si damos por supuesto que sabemos
cómo envejece y muere cada uno. Considerar al otro concreto pasa por reco-
nocerle como agente moral a quien le van cambiando los gustos, los ánimos,
el humor y, también, las ganas de vivir.
Las políticas públicas tendrán que pensar no solo en asegurar las jubilaciones
y pensiones, sino también en cómo organizar la vida cotidiana para que las
Combatir el edadismo comienza por ser conscientes de la discriminación por
razón de edad. Se precisa para ello una justicia epistémica, es decir un análi-
sis crítico del lenguaje con el que aludimos a las personas mayores y de la
(pre)concepción que de ellas tenemos. Sabemos que hay muchas disputas
terminológicas y muchos eufemismos. Puesto que encontramos desagrada-
ble que nos llamen anciano o viejo, hemos inventado términos sustitutorios
como tercera o cuarta edad, básicamente porque no sabemos dónde encasi-
llar tal variedad de vivencias y estadios. Pensemos en el uso del usted, por
ejemplo, que parece que envejece y por ello disgusta a muchos y muchas.
Se necesita también una justicia intergeneracional: al respecto, es fundamen-
tal saber con quién tratamos y, en consecuencia, encontrar la manera de
hacerlo adecuadamente. Es de justicia conceder a las personas mayores un
tiempo y un lugar, y no condenarlos a un aparte con vistas al jardín donde
estén confortables pero solos, o únicamente acompañados por los de su edad,
u organizarles excursiones donde vayan solo ellos, los de la «tercera edad». A
la universidad vienen personas mayores que lo que quieren precisamente es
el enriquecimiento que la diversidad genera cuando se mezclan las diferen-
cias propias de cada generación.
Ni son buenos los tapones generacionales causados porque uno no se quiere
ir y ceder el sitio (en todos los ámbitos de la vida), ni tampoco lo es apartarlos
del camino porque entorpecen el ritmo y la innovación propios de la juven-
tud. Justamente porque la edad es una condición, pero no tan determinante,
batallar contra el edadismo pasa por rebajar el determinismo social que la
edad comporta a las personas mayores. Un combate similar se libra en torno
a la figura del menor maduro.
Es inherente a esa justicia el deber de atender la fragilidad, lo cual implica
reconocer el derecho político de fraternidad (Puyol, 2017), a fin de que la
condición humana, mortal y finita, que envejece y muere, no sea tratada
como algo indeseable que le ocurre a los otros, ni tampoco se niegue la viven-
cia subjetiva con la que cada cual vive su tiempo. Es injusta la falta de políti-
cas del cuidar que deja a las personas solas, o que sencillamente carga a las
familias con el cuidado y deber de compañía de sus mayores cuando la vida
cotidiana no está organizada para ellos. No se trata sin más de profesionalizar
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
4544
de esa persona, a quien fue y a quien continúa siendo… aunque de otro
modo.
Un conocido dicho africano afirma que para educar a un niño hace falta una
tribu: cabría añadir que también sería necesaria para sostenerlo cuando
sobrevenga su vejez y acompañarlo hasta el final. Aunque parezca que los
pueblos son más gratos para la vida, los mayores acabaremos viviendo en
ciudades por muchas razones, básicamente de infraestructuras. Por tanto,
haríamos bien en pensar y planificar entornos urbanos más acogedores, ciu-
dades más cuidadas y cuidadoras.
Vida buena hasta el final en la ciudad inclusiva
Dado que la vulnerabilidad y la dependencia son características inherentes a
la condición humana, la habitabilidad de las ciudades es un requisito irre-
nunciable para el desarrollo humano. La condición de habitabilidad de una
ciudad requiere, según la distinción terminológica recuperada por Sennett
(2018), de una cierta consonancia entre la ville y la cité: esto es, entre la dis-
posición del espacio urbano y la forma de vida de la gente que lo habita. En
una ciudad transitada y construida se aglutinan existencias humanas; en otra,
vivida y habitable, se acogen y amparan personas. Esto significa que la cons-
trucción del entorno físico debe proyectarse atendiendo a su impacto social,
a fin de que este posibilite una vida de calidad a todos sus habitantes.
Nuestra condición humana —situada, vulnerable, necesitada de los otros, de
espacio público donde pensar y vivir juntos en libertad (Arendt, 2005)—
exige un modelo de ciudad que, centrada en el cuidado de la vida cotidiana
de sus ciudadanos y ciudadanas, atienda tanto sus necesidades orgánicas
como las de realización personal, en tanto que zoon politikon y bios theore-
tikos que somos (Aristóteles, 2018), a lo largo de sus diferentes fases y cam-
bios en los grados de dependencia. La ciudad no es solo un lugar de paso o
de consumo, sino el contexto idóneo para que los seres humanos nos poda-
mos desarrollar como tales.
No se trata pues de pensar solo el modelo de residencias para la tercera edad;
se trata de mirar que hasta el final de nuestras vidas podamos habitar nues-
tras ciudades. En gran medida, estas han sido concebidas para ser producti-
personas mayores perciban que son socialmente consideradas, que interesa
que participen, porque se las tiene en gran consideración. Es cuestión, en
definitiva, de que sean ellas quienes decidan qué hacer, cuándo, dónde y con
quién. De eso va la inclusión y la participación, inherentes a la justicia y la
autonomía. De ahí que sean tan importantes las políticas del IMSERSO res-
pecto al envejecimiento activo, siempre que las agendas y las actividades, más
que consentidas, tengan sentido para quienes las llevan a cabo, no para quie-
nes las dinamizan y disfrutan con ello. Si lo que vamos buscando es la inclu-
sión, se trata de garantizarles no únicamente que dispongan de centros o
actividades para ellos, sino que para cualquier espacio público o actividad en
la ciudad se cuente con ellos ya desde su diseño y planificación.
Insistimos: estos procesos, como la vida misma, se viven subjetivamente. Lo
que nos toca como sociedad es atender respetuosamente esas diferencias y
peculiaridades. En último término, seguimos fundamentándolo en el princi-
pio de respeto a la persona, a su autonomía, en el grado que se dé, y a su pro-
tección, cuando esta falla completamente.
Por supuesto, también hay condicionantes económicos: es cuestión de dis-
tribución, pero también de reconocimiento (Honneth, 1997). Las políticas
de reconocimiento, aplicadas a las personas mayores, nos recuerdan que son
sujetos de necesidad, que con el transcurrir del tiempo serán mayores los
niveles de dependencia; y que, a pesar de los pesares, deberían poder contar
con el amor incondicional de una familia. Para ello es esencial que esta no
se sienta abrumada por la vejez de uno de los suyos que, por no tener resuel-
tos los cuidados, a todos se les viene encima. Estas políticas no exigen solo
un replanteamiento de las unidades familiares. Es cruel constatar que el
principal maltrato a las personas mayores se da en la familia cuando esta,
por ejemplo, se halla desbordada por las circunstancias que el deterioro
cognitivo de uno de sus miembros conlleva. De ahí que una segunda esfera
del reconocimiento, de la justicia, garantice que esas personas continúen
siendo ciudadanas y, por tanto, que tengan derechos. Los deberes para con
ellos son familiares, pero también de política local y estatal, si bien es cierto
que la proximidad que requiere el cuidado se gestiona mejor a partir de las
Administraciones locales y autonómicas. La tercera esfera es la de la solida-
ridad, que dota de autoestima y otorga reconocimiento a la valía específica
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
4746
cando a ser muy mayores y queremos hacerlo habitemos mejor en nuestras
sociedades.
Bibliografía
Amorós C. Hacia una crítica de la razón patriarcal. Barcelona: Anthropos;
1991.
Arendt H. La condición humana. Barcelona: Paidós; 2005.
Aristóteles. Ética a Nicómaco. Madrid: Centro de estudios políticos y consti-
tucionales; 2018.
Benhabib S. El ser y el otro en la ética contemporánea. Barcelona: Gedisa;
2006.
Borges JL. Poema de Borges citado por Héctor Abad Faciolince, El olvido que
seremos, Seix Barral, Booket, 2010, p. 272-273.
Camus A. Calígula. Madrid: Alianza; 2005.
Cordeiro JL, Wood D. La muerte de la muerte. Bilbao: Deusto; 2018.
Honneth A. La lucha por el reconocimiento. Por una gramática moral de los
conflictos sociales. Barcelona: Crítica; 1997.
MacIntyre A. Animales racionales y dependientes. Barcelona: Paidós; 1999.
Puyol A. El derecho a la fraternidad. Madrid: Catarata; 2017.
Sartre JP. El existencialismo es un humanismo. Barcelona: Edhasa; 2007.
Sennett R. Building and Dwelling. Ethics for the City. Londres: Allen Lane
the Penguin Press; 2018.
Tidey A. Spain to have longest life expectancy in 2040: Study. Euronews;
2018. Disponible en: https://www.euronews.com/2018/10/17/spain-to-
have-longest-life-expectancy-in-2040-study.
vas, o para descansar y luego reemprender el trabajo, o para «retirarse».
Poner en el centro de las urbes la vida a lo largo de todas sus facetas, y dise-
ñarlas para que el ciclo vital de quienes las habitan sea longevo, obliga a
pensarlas desde su planificación y remodelación a fin de que la puedan vivir
las diversas edades con sus diferentes posibilidades.
Una ciudad afectiva, próxima, justa y solidaria no debe pues considerar úni-
camente el carril bici, sino también las sillas de ruedas o los diferentes medios
de transporte individual que vendrán, a fin de que la falta de autonomía
física no sea tan limitante a la hora de los desplazamientos. No es cuestión
solo de inversión en infraestructuras, sino de coordinación de unos servicios
ágiles, flexibles y adaptados. La ciudad fractal o a escala hace accesibles tales
servicios y piensa en viviendas reconvertibles a medida que van siendo perti-
nentes las remodelaciones para las nuevas necesidades que la dependencia
genera.
La vida es cíclica: al final, la contemplamos más que la hacemos, narrándola
para que no todo sea olvido. Para ello hace falta espacio y tiempo de atención.
La soledad es la principal queja de las personas mayores en las ciudades. No
es solo cuestión de proveer de más gente, robots o coberturas de todo tipo,
que también, sino de estar al lado escuchando su llamada que —en su vulne-
rabilidad— nos interpela.
Hemos de construir y habilitar ciudades habitables que acojan historias de
vida también en sus etapas postreras. Las personas mayores han de poder
tener un lugar en ellas como interlocutores válidos cuando lo sean, anticipan-
do y planificando cómo quieren ser protegidas cuando no se valgan por sí
mismas. El trato que una ciudad dispensa a sus mayores es una muestra de
su justicia y calidez. Como el envejecimiento y el final de la vida nos atañe a
todos, bien nos valdría pasar de la ciudadanía a la cuidadanía (Amorós,
1991).
Irse en paz requiere vivir en paz, y para ello necesitamos sentir que estamos
en nuestro sitio, con lo nuestro y los nuestros. Si se cumple el vaticinio de
que en 2040, es decir, de aquí a veinte años (que según el tango no es nada),
España será el país más longevo del mundo (Tidey, 2018), nos toca construir
mucho en este país (en todos los sentidos) para que quienes nos vamos acer-
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
4948
II. Los retos de la atención paliativa del
siglo XXI3
En los inicios del siglo , realizamos una evaluación sistemática de la situa-
ción de los cuidados paliativos en ámbitos en los que se habían desarrollado
con éxito. Identificamos diversas áreas de mejora, que han generado pro-
gramas de implementación. Entre las diferentes áreas identificadas, destaca-
ron la intervención tardía y centrada exclusivamente en pacientes con cáncer
de los equipos de CP, la variabilidad de la calidad de atención en servicios
convencionales, la escasa implementación de la atención psicosocial y espiri-
tual, la nula presencia académica (incluyendo la investigación y la docencia
de pregrado) y la escasa relación con la sociedad.
III. Las transiciones conceptuales de la
atención paliativa4
Están resumidas en la tabla 1 (ver página siguiente), donde se muestran los
aspectos más relevantes de extensión a pacientes sin cáncer en todos los ámbi-
tos, la intervención precoz y la visión poblacional. Se trata de aplicar la aten-
ción paliativa a todos los tipos de pacientes crónicos avanzados, desde etapas
previas y en todos los settings. Sin duda, un reto sistémico de todo el sistema
de salud.
IV. Atención paliativa y cronicidad: el
Programa NECPAL
Para responder al reto de la extensión a la cronicidad, pusimos en marcha el
Programa NECPAL, que ha incluido la creación de un instrumento para
identificar precozmente a las personas afectadas por todo tipo de enfermeda-
des crónicas avanzadas con necesidades paliativas,5 la determinación de la
prevalencia6 poblacional y por tipos de recursos, y la descripción de las carac-
terísticas de las personas con necesidades de atención paliativa en nuestro
ámbito. Los resultados más relevantes se exponen en la figura 1, y muestran
la enorme cifra de necesidades que atender.
Innovaciones y retos de la atención
paliativa del siglo XXI: nuestra
experiencia
Xavier Gómez-Batiste, Cristina Lasmarías,
Jordi Amblàs, Rosa M.ª Montoliu, Elba Beas,
Sarah Mir, Sara Ela, Jun Lluch y Pamela Turrillas
Cátedra de Cuidados Paliativos de la Facultad de Medicina
UVIC/UCC
Observatorio Qualy. Centro Colaborador de la OMS para
Programas Públicos de Cuidados Paliativos
I. La historia de los cuidados paliativos (CP)
modernos1
Los CP modernos se iniciaron en la década de 1960 en los hospices británicos,
generando un nuevo modelo de atención integral (basado en una evaluación
de necesidades multidimensional, incluyendo a la familia) y de organiza-
ción directa (basado en un equipo interdisciplinario), implementándose
inicialmente con objeto de atender exclusivamente a los pacientes terminales
de cáncer. Los hospices se extendieron rápidamente en el mundo anglosa-
jón, respondiendo de manera excelente a las necesidades de atención y logran-
do una gran vinculación con la sociedad. A partir de los años ochenta, las
fortalezas más relevantes de ese modelo médico —atención integral y equi-
po interdisciplinario— se extendieron a todos los ámbitos del sistema de
salud (equipos de soporte domiciliarios, hospitalarios, unidades, consultas
externas, etc.), consiguiendo altos porcentajes de efectividad, eficiencia y
satisfacción. En los años noventa, se instauraron diversos programas públicos
de CP, iniciados con los Programas OMS de Catalunya y de Kerala (la India),
que han mostrado buenos resultados en los veinticinco años de su puesta
en marcha.2
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
5150
Esta descripción ha permitido implementar mejoras sustanciales del sistema
a fin de identificar y atender a personas con necesidades de atención paliati-
va en nuestro ámbito,7 así como proponer modelos de atención (figuras 2 y
3)8,9 y organización de políticas de atención paliativa integral e integrada.10
V. La atención psicosocial y espiritual: el
programa social de ”la Caixa”11
En 2008, la Obra Social ”la Caixa” inició un programa para la atención inte-
gral de personas con enfermedades avanzadas, con el objetivo fundamental
de generar experiencia y evidencia sobre los beneficios de una atención psi-
cosocial y espiritual integrada e intensa. Ha sido liderado por la Obra Social
con la dirección científica del Observatorio Qualy/OMS.
Tabla 1. Transiciones conceptuales de los CP en el siglo XXI
Conceptos Del siglo XX Al siglo XXI
Conceptos
básicos
Enfermedad terminal Enfermedad crónica avanzada
evolutiva
Pronóstico de días/semanas/
3 m +/-
Pronóstico de vida limitado
Evolución progresiva Evolución progresiva con crisis
Cáncer Todas las patologías crónicas
evolutivas
Enfermedad específica Condición: fragilidad,
multimorbilidad, dependencia
Mortalidad Prevalencia
Modelos de
intervención
Dicotomía curativa vs. paliativa Atención sincrónica, compartida
ycombinada
Intervención rígida Intervención flexible
Tratamiento específico
vs.paliativo
Tratamiento específico con el
paliativo
Pronóstico como ítem central Complejidad criterio intervención
servicios CP
Respuesta pasiva a crisis Actitud proactiva-preventiva
ygestiónde caso
Rol pasivo del enfermo Proceso de decisiones anticipadas
Modelos y
organización
Cuidados paliativos Atención paliativa
Servicios específicos Mejora todos los servicios del Sistema
de Salud
Atención fragmentada Atención coordinada e integrada
Paciente institucionalizado Paciente en la comunidad
Servicios Población/distrito/salud pública
Figura 1. Prevalencia general y por settings: algunas características
Dos grandes grupos identificables:
60%: predominio de mujeres de 80-85 años con fragilidad severa y demencia,
más en residencias y domicilio.
• 40%: hombres de 70-75 años, con insuficiencias orgánicas y cáncer.
Población general:
• 4,5%: personas con cronicidad compleja.
• 1,5%: personas con cronicidad avanzada.
0,4%: personas PCAS (Plan Concertado de Acción Social) con déficit social
severo asociado.
En hospitales:
• 35-45% pacientes ingresados.
– Mortalidad ingreso: 20-25%.
– Mortalidad año: 60%.
– Dolor: 60-70%.
Distress emocional: 50-60%.
En otros settings:
• Médico de familia: 20%.
• Residencias geriátricas: >60%.
– Mediana supervivencia: 24 meses.
– Dolor: 60-70%.
Distress emocional: 50-60%.
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
5352
Este programa definió un modelo de atención e intervención innovador, y un
sistema de organización basado en los Equipos de Atención Psicosocial (EAPS),
tomando como ejemplo los equipos de soporte de CP.
En diez años ha implementado 42 EAPS en España, 10 en Portugal y 5 en
Hong Kong y México. El mapa de los recursos EAPS se describe en la figu-
ra 4. En esta última década ha atendido a más de 150.000 pacientes y 200.000
familiares, e intervienen en más de 130 hospitales y equipos domiciliarios.
Los resultados cualitativos muestran un alto grado de efectividad en la mejo-
ra de todos los parámetros de bienestar/calidad de vida y de adaptación a la
situación de enfermedad, así como una elevada tasa de satisfacción de pacien-
tes, familiares, equipos receptores y otros stakeholders.12
Se trata de un programa único en el mundo que ha generado una amplia varie-
dad de conocimiento con instrumentos y material formativo. Más reciente-
mente, ha implementado programas de voluntariado y de atención a personas
con soledad no deseada o a colectivos específicos (pediátricos, ELA, etc.),
impulsando además la creación de una escuela de cuidadores. Ha sido reco-
nocido formalmente por la OMS, el Ministerio de Sanidad y el Consejo de
Europa como un modelo de referencia para la atención psicosocial y espiritual.
VI. La toma de decisiones: el programa
PDAPAL
El cuidado de personas identificadas que precisan atención paliativa incluye
una evaluación de necesidades multidimensional, una revisión de la situa-
ción de enfermedad y la adecuación del tratamiento, la exploración de valo-
res y preferencias del paciente, la identificación y atención del cuidador
principal, y la puesta en marcha de un proceso de gestión de caso para pro-
mover y garantizar una atención integrada a través de todos los servicios del
sistema.
Una vez explorados los valores del paciente, es imprescindible iniciar un
proceso de planificación de decisiones anticipadas (PDA), que es un proce-
dimiento complejo y sistemático, gradual y participativo que, tras crear un
contexto de confianza y experiencia de toma de decisiones compartidas,
Figura 2. Aspectos más relevantes del modelo de atención
Inicio gradual de:
• Enfoque paliativo.
• Enfoque pronóstico.
Evaluación multidimensional
+
Modelo de atención integral impecable
+
Planificación de decisiones anticipadas
+
Atención integrada y gestión de caso
Figura 3. Modelo ICO de competencias para una atención integral:
valores, actitudes y comportamientos
Fuente: Maté J, Gómez-Batiste X et al., 2012.
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
5554
revisa y comparte objetivos terapéuticos, identifica escenarios evolutivos pro-
bables y propone la prevención y las respuestas a estos escenarios. Aplicar la
PDA requiere competencias clínicas, éticas, en comunicación y en gestión de
casos. Mejora la calidad de la atención y la eficiencia en el uso de recursos.
Desde la Cátedra/CCOMS hemos desarrollado una extensa oferta de activi-
dades docentes y de implementación de la PDA (véase la figura 5), y existen
experiencias de políticas de implementación sistemática.13
VII. Involucrando a la sociedad con los
programas de ciudades cuidadoras/
compasivas: la experiencia de Vic14
La visión poblacional y comunitaria de la atención paliativa se desarrolló a par-
tir de la experiencia del programa de Kerala, que tradicionalmente había invo-
lucrado a la sociedad, no solo como aportación al voluntariado o la financiación,
sino también en el diseño de las políticas públicas de atención paliativa.
Esta perspectiva se extendió al mundo anglosajón con el desarrollo de las
denominadas compassive communities.15
Basándonos en estas iniciativas, iniciamos hace tres años el programa «Viure
amb sentit, dignitat i suport al final de la vida» («Vivir el final de la vida con
sentido, dignidad y apoyo»), liderado conjuntamente por la cátedra de CP de
la UVIC/UCC y el Ayuntamiento de Vic, y con los objetivos de generar un
cambio de actitudes hacia el final de la vida (para considerarla una etapa
natural), y también identificar a personas con enfermedades avanzadas y
pronóstico de vida limitado en las que hubiera necesidades de tipo social
(especialmente soledad, pobreza o dificultades de acceso). El programa se
inició con la participación de 48 organizaciones sociales de todo tipo (ONG,
asociaciones de vecinos, asociaciones de pacientes y familiares), con las que
elaboramos un programa de actividades de carácter cultural (cine, teatro,
música), informativo (conferencias), reflexivo (debates) o formativo (cursos
y talleres). Durante tres años, cerca de 2.000 personas han atendido las acti-
vidades, y unas 350 han recibido formación en atención de personas con enfer-
medades avanzadas o de atención al duelo.
Figura 4. Situación actual del programa en España
Soledad, envejecimiento y final de la vida
5756
Figura 5. Esquema de la Planificación de Decisiones Anticipadas
Fuente: model català de Planificació de Decisions Anticipades.
PLANIFICACIÓN DE DECISIONES ANTICIPADAS (PDA)
PREPARACIÓN
• Identificar a la persona que se puede beneficiar y valorar la competencia.
• Planificar cuál es el momento más adecuado.
• Reflexionar sobre los aspectos más relevantes que se tendrían que abordar.
• Definir un *cronograma y un plan, un guión básico.
• Identificar a las otras personas y profesionales que se habrían de implicar.
PROPUESTA
• Explicar qué es la PDA y aclarar dudas.
• Respetar una no aceptación y registrar la propuesta en la historia clínica.
• Entregar un documento informativo y dar tiempo definido para reflexionar.
• Acordar una fecha para el primer encuentro.
• Consensuar los detalles del encuentro: acompañantes, revisión de *DVA previo…
DIÁLOGO
• Escoger bien el espacio.
• Implicar a las personas necesarias: otros profesionales, representante, tutor legal…
• Entrevista semiestructurada.
Explorar a través de los hallazgos las áreas: 1. Conocimiento y percepción de la situación de
enfermedad. 2. Valores y vivencia de la persona y 3. Decisiones concretas.
VALIDACIÓN
Contrastar con la persona, después de cada encuentro, que se han entendido bien los aspectos
importantes.
• Revisar conjuntamente el registro que se hace en la historia clínica.
REGISTRO
Registrar cada encuentro en la historia clínica: desarrollo, información relevante, acuerdos a los que
se ha llegado…
• Garantizar el registro del resumen final.
• Entregar una copia al paciente, a la residencia, etc. si así lo autoriza la persona.
REEVALUACIÓN
• Si la persona lo pide.
Si hay un cambio clínico evolutivo que lo aconseje (nuevas enfermedades, nuevas complicaciones,
nuevos tratamientos…).
• Si los profesionales lo consideran oportuno.
• Si hay cambios significativos en la situación de la persona (cambios de representante, etc.).
• Si hay cambio de profesional responsable.
¿Qué es la PDA?
Es un proceso deliberativo y estructurado
mediante el cual una persona expresa sus valores
y preferencias, a partir de los cuales se planifica
como querría que fuera la atención a recibir
anteuna situación de complejidad clínica o
enfermedad grave que se prevé probable
enunplazo de tiempo determinado.
¿A quién se dirige?
Persona mayor de edad o menor maduro.
Tutor legal de un menor
+
Persona competente o con el apoyo
de su representante o referente
Prioritario: PCC-MACA.
Riesgo de perder funciones superiores.
¿Qué tareas se deben llevar a cabo?
Sugerir: plantear la PDA a la persona o a otro
profesional.
Velar: asegurarse del correcto desarrollo del
proceso.
Conducir: acompañar el proceso y realizar las
intervenciones, establecer un diálogo.
Profesional conductor
• Voluntad de participar en el proceso.
• Validación y aceptación por parte de la persona.
• Accesibilidad en espacio y tiempo.
• Vínculo de confianza y proximidad.
Habilidades de comunicación y gestión
emocional.
Conocimiento técnico suficiente sobre las
cuestiones de salud y enfermedad que se
tratarán, o la posibilidad de acceder.
¿Cuándo se puede iniciar?
Reactiva: si la persona expresa necesidad.
Proactiva: si el profesional identifica una
persona que se puede beneficiar y que se
encuentra en un momento vital adecuado.
Hay que tener precaución con el momento
vital en que se encuentra la persona.
Áreas de exploración
1. Conocimiento y percepción
• Descripción de los problemas de salud.
Creencias relativas a la causa de la enfermedad.
• Creencias relativas al pronóstico.
• Creencias sobre las consecuencias.
• Creencias sobre el margen de actuación.
2. Valores y vivencia
• Aspectos esenciales de la enfermedad.
• Aspectos esenciales de la atención.
• Preocupaciones.
• Valores vs. la salud y la enfermedad.
• Antecedentes de duelos.
• Antecedentes de afrontamiento.
• Expectativas.
3. Decisiones concretas
• Situaciones concretas previsibles.
Condiciones de adecuación del esfuerzo
terapéutico.
• Lugar de atención.
• Solicitudes especiales.
• Designación de representante.
• Aspectos relacionados con la despedida.
Preparación
Propuesta
Diálogo
Validación
Registro
Reevaluación
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
5958
de 2.º curso («El oficio de médico excelente»), cuyos contenidos están des-
critos en la tabla 2, que se complementará con una asignatura de 4.º curso
(«Principios de cuidados paliativos») y la inserción de la atención paliativa
en todas las áreas de Especialidades, con prácticas y colaboración de pacien-
tes y sociedad.
En la última edición, hemos activado el programa asistencial, consistente en
identificar a personas con enfermedad avanzada y necesidades de carácter
social y, tras una evaluación de necesidades y la participación de los equipos
de atención primaria, proponer una intervención de acompañamiento de
voluntariado.
En España se están desarrollando programas similares en Vitoria, Madrid,
Santurce y Sevilla, y hay iniciativas preliminares en otros municipios.
VIII. La integración en la Academia:
la Cátedra de Cuidados Paliativos y la
asignatura de la Facultad de Medicina de la
UVIC/UCC16
Uno de los retos fundamentales para la consolidación y extensión de la aten-
ción es tratar de conseguir el reconocimiento como subespecialidad y tener
presencia académica en pre y posgrado, así como desarrollar la investigación
para demostrar evidencias.
Lamentablemente, en España los CP no han sido todavía reconocidos como
especialidad o subespecialidad. Una omisión solo explicable por la negligen-
cia y la desidia ministeriales, que en más de veinte años han sido incapaces
de desarrollar una fórmula como la ACE (Área de Capacitación Específica).
La presencia en el ámbito universitario ha sido liderada por la experiencia
de la Cátedra de Cuidados Paliativos de la UVIC/UCC, la primera iniciati-
va en España que ha llevado a cabo una ingente labor docente (máster y
posgrados oficiales, talleres, cursos, etc.), de investigación, de publicacio-
nes (más de cincuenta en cinco años) y de tesis doctorales (más de quince)
de los temas relacionados. Una iniciativa similar posterior fue la Cátedra
Wecare de la UIC, liderada por el doctor Josep Porta. Ambas están vincu-
ladas al ICO.
Actualmente, la Facultad de Medicina de la UVIC/UCC ha puesto en mar-
cha una plaza de catedrático de Cuidados Paliativos, única en España y
América Latina. Esta iniciativa ya ha impartido una asignatura obligatoria
Tabla 2. Contenidos de la asignatura «El oficio de médico excelente»
del 2.º curso de la Facultad de Medicina de la UVIC/UCC
Contenidos
1. Valores/actitudes/comportamientos del humanismo médico.
2. Comportamientos de la atención a necesidades esenciales: compasión, empatía,
presencia, compromiso, honestidad, congruencia, hospitalidad…
3. Comunicación/información.
4. Necesidades esenciales en personas con enfermedad avanzada: espiritualidad,
relaciones-clave, dignidad, autonomía, esperanza.
5. Toma de decisiones compartidas.
6. Planificación de decisiones anticipadas.
7. Aspectos éticos.
8. Atención de la familia.
9. Trabajo en equipo.
10. Gestión de caso.
11. Trabajo entre equipos.
12. Trabajo en red.
13. Condicionantes sociales de la salud.
14. Programas de salud comunitaria.
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
6160
Notas
1. Gómez-Batiste X, Amblàs J, Costa X, et al. Development of Palliative
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2. Gómez-Batiste X, Blay C, Martínez-Muñoz M, Lasmarías C, Vila L,
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3. Gómez-Batiste X, Blay C, Roca J, Fontanals MD. Innovaciones concep-
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6. Gómez-Batiste X, Martínez-Muñoz M, Blay C, Amblàs J, Vila L, Costa X,
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7. Gómez-Batiste X, Murray SA, Keri T, Blay C, Boyd K, Moine S, Gignon
M, Van den Eynden B, Leysen B, Wens J, Engels Y, Dees M, Costantini
M. Comprehensive and integrated palliative care for people with advan-
ced chronic conditions: an update from several European initiatives
and recommendations for policy. J Pain Symptom Manage. 2017; 53(3):
Conclusiones y recomendaciones
Asistimos a un incremento exponencial de necesidades de personas con
enfermedades crónicas avanzadas y pronóstico de vida limitado, que alcanza
al 1,5% de la población, y que se compone fundamentalmente de personas
mayores con multimorbilidad, fragilidad, dependencia y alta frecuencia de
demencia, así como de personas con insuficiencias orgánicas o cáncer. Están
presentes en todos los elementos del sistema sanitario y social, y tienen nece-
sidades de todo tipo.
Tenemos evidencia de la factibilidad, efectividad y eficiencia de su identifica-
ción precoz, que permite la introducción gradual de un enfoque paliativo y
un pronóstico, así como la puesta en marcha de un modelo de atención inte-
gral, la planificación de decisiones anticipadas (PDA) y la gestión del caso,
tras una evaluación multidimensional de necesidades. La PDA es uno de los
retos más relevantes del modelo de intervención.
La atención psicosocial y espiritual puede organizarse con un modelo inno-
vador de atención y organización, que se ha demostrado efectivo y eficiente
con el programa de ”la Caixa”.
La vinculación con la sociedad permite cambiar las actitudes sociales y cultu-
rales frente al final de la vida, y también implementar programas de volunta-
riado que respondan a necesidades como la soledad y la pobreza.
La inserción de la Academia es un paso fundamental para que la atención
paliativa de calidad forme parte de las competencias de todos los profesiona-
les de la salud.
Por último, los programas públicos de CP deben actualizarse para influir en
la atención paliativa de personas con enfermedades avanzadas de todo tipo,
en todos los recursos, considerando la atención paliativa de calidad como un
derecho humano fundamental.
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
6362
16. Gómez-Batiste X, Lasmarías C, Amblàs J, et al. Chair ICO/UVIC-UCC of
palliative care at the University of Vic-Central University of Catalonia: an
innovative multidisciplinary model of education, research and knowled-
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8. Gómez-Batiste X, Blay C, Roca J, Fontanals MD. Manual de atención
integral de personas con enfermedades crónicas avanzadas. Aspectos
generales. Barcelona: Elsevier; 2015.
9. Gómez-Batiste X, Amblàs J, Lasmarías C, Calsina A. Manual de atención
integral de personas con enfermedades crónicas avanzadas. Aspectos
clínicos. Barcelona: Elsevier; 2018.
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overview. En: Sallnow L, Kumar S, Kellehear A, editores. International
perspectives on public health and palliative care. Nueva York: Routledge.
2012: 1-12.
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
6564
1. Muestra
La selección de la muestra se efectuó a partir de los tamaños poblacionales de
los municipios donde está implantado el programa «Siempre acompañados»:
Jerez Logroño Palma Terrassa Girona Tor t osa Tàrrega Santa
Coloma
Población
total
212.830 150.876 402.949 215.121 98.255 33.743 16.481 117.153
% Pobla-
ción total
17,06 12,10 32,30 17,25 7,87 2,71 1,32 9,39
Total 100% 1.247.408
Para la selección de una muestra representativa, se decidió trabajar con los
datos agregados de estos ocho municipios. A partir del conocimiento de la
población total, y trabajando con un NC (número de clases) del 95%
(z = 1,96) y un margen de error del 2,5% (bajo el supuesto de máxima inde-
terminación p = q = 0,5), se calculó el tamaño muestral (n = 1.688).
Seguidamente, debido al objetivo de la investigación y según el tipo de suje-
tos objeto de la intervención, se determinó realizar un muestreo estratificado,
donde la muestra se dividió en función de algunas de las variables de segmen-
tación como el municipio, la edad (mismo número de sujetos en los distintos
grupos de edad) y el género (igual número de hombres que de mujeres).
2. Cuestionario
Es un cuestionario amplio, elaborado para cumplimentar telefónicamente,
que, entre otras, consta de algunas variables sociodemográficas (edad, géne-
ro, nivel educativo, estado civil y modos de convivencia), además de distintos
ítems para evaluar la soledad y la red social.
Asimismo, el cuestionario utilizado está compuesto por:
a) Cuatro ítems de la escala de soledad de De Jong Gierveld: en concre-
to, dos de soledad social y dos de soledad emocional que fueron selec-
cionados a través de un análisis de componentes principales prove-
Envejecimiento y soledad
Amaya Cilveti,a Javier Yanguas,a Cristina Seguraa y
Sonia Hernándezb
a. Programa de Personas Mayores de la Fundación Bancaria
”la Caixa”
b. Creu Roja de Catalunya
En las últimas décadas, la soledad y el aislamiento social se han convertido
endos de los desafíos ineludibles de las sociedades occidentales. Ante este
reto, el Programa de Personas Mayores de la Fundación Bancaria ”la Caixa”
impulsa el programa «Siempre acompañados» con la misión de abordar las
situaciones de soledad en ese colectivo, pero también de generar conoci-
miento sobre el fenómeno de la soledad a partir del cual sustentar la acción
del programa.
I. Soledad y riesgo de aislamiento en
personas mayores
Durante los meses de abril y mayo de 2018, en el marco del programa
«Siempre acompañados», se realizó una encuesta telefónica con los siguien-
tes objetivos:
1. Analizar la visión que la sociedad tiene respecto a la soledad en gene-
ral y a la soledad en personas mayores en particular.
2. Examinar la red social (familiar y de amigos) y el riesgo de aisla-
miento de las poblaciones donde se desarrolla el programa «Siempre
acompañados» y obtener datos que sirvan de línea base para evaluar
la intervención, estudiando los aspectos fundamentales (tamaño, cer-
canía y confianza) de la red social familiar y de amistad entre la pobla-
ción objeto de estudio.
3. Ahondar en la comprensión de la soledad, en concreto de la soledad
social y la soledad emocional.
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
6766
desviación típica = 2,316). La trascendencia de la soledad aumenta cuando
seles pregunta «si la soledad para los mayores es un problema relevante»
(0 = nada relevante; 10 = muy relevante), pues la media alcanza 8,93 pun-
tos/10 (desviación típica = 1,619). En cambio, cuando se les pregunta sobre
si «conocen personas en situación de soledad» (0 = no conozco a nadie;
10 = conozco a muchas personas), la media aritmética disminuye hasta un
3,43/10 (desviación típica = 3,49).
Contrasta vivamente la conciencia acerca de la relevancia de un problema
con el desconocimiento de personas que lo sufren, lo que invita a pensar que
la soledad se vive en el ámbito privado, cuando no estrictamente personal,
ocultándose a la mirada externa.
Riesgo de aislamiento social
Análisis de la red social por edad
Las puntuaciones alcanzadas por la muestra en la Escala de Lubben (puntua-
ciones menores o iguales a 12 puntos se considera «riesgo de aislamiento
social») muestran un 13,8% de sujetos —independientemente de la edad—
en tal riesgo. Esta contingencia tiene dos caras muy diferentes, también con
independencia de la edad: a) una red familiar que es la que sigue «aguantan-
do y dando apoyo», incluso en los muy mayores; y b) una red de amigos y
allegados que incluso a edades tempranas (entre 20-39 años un 19,9% está en
riesgo de aislamiento) sufre ya un compromiso importante, que es especial-
mente relevante en los mayores de 80 años, donde un 45,5% de las personas
están en riesgo de aislamiento.
Dentro de estas coordenadas, y como se puede constatar seguidamente, el
riesgo de aislamiento social crece con la edad, y es a partir de los 65 años
cuando se dispara: por un lado, al dispersarse ligeramente la influencia de la
red familiar; pero, sobre todo, al evaporarse —casi borrarse— la red de ami-
gos (casi la mitad de las personas mayores tiene riesgo de aislamiento social
de la red de amigos).
niente de un estudio anterior. El cuestionario de Jong Gieverld
(Gierveld et al., 1985) consta de once ítems que miden tanto la
soledad social como la emocional, siendo el instrumento más usado
en Europa para medir la soledad y validado en la población mayor
española (Buz y Pérez-Arechaederra, 2014; Buz, Uchaga y Polo,
2014). La soledad social hace referencia al sentimiento de pertenencia
al grupo social; mientras que la subescala de soledad emocional
explora los sentimientos de desolación y falta de relaciones de apego.
Asimismo, a partir de las dimensiones social y emocional se calcula la
puntuación total de esta escala. La consistencia interna observada en
este estudio para los cuatro ítems utilizados del cuestionario es de 0,78
(α de Cronbach).
b) Para el análisis de la red social se utilizó la Escala de Red Social de
Lubben, que está compuesta por seis ítems (Lubben et al., 2006).
Ampliamente utilizado, este instrumento mide diversos aspectos de la
red social (tamaño, cercanía y confianza), tanto de la red familiar
como de amigos. La puntuación total de la escala oscila entre 0 y 30
puntos que se obtienen a partir de la suma de cada uno de los seis
ítems, que oscilan entre 0 y 5 puntos. Si la puntuación total obtenida
es igual o menor a 12 puntos, se considera que la persona está «social-
mente aislada». Las subescalas tienen criterios parecidos, siendo 6 el
punto de corte para conocer si la persona está aislada de su red fami-
liar o de su red de amistad. La consistencia interna (α de Cronbach)
obtenida fue de 0,845 para la prueba total, siendo de 0,854 para la
subescala de red familiar y 0,828 para la subescala que mide la red
social de amigos.
3. Principales resultados
Ocultamiento de la soledad
Cuando a los individuos de la muestra se les ha preguntado sobre «si la sole-
dad (en general) les parece un problema relevante» (0 = nada relevante;
10 = muy relevante), los sujetos —independientemente de su género y
edad— opinan que la soledad es un problema relevante (media = 7,76/10;
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
6968
Muestra total
Hombres Mujeres
Tamaño 7,5296 7,6694
Confianza 6,0107 6,1339
Cercanía 5,6564 6,0107
Soledad
Respecto a la soledad, se han evaluado la soledad social y la soledad emocio-
nal, encontrándose elevados porcentajes de soledad independientemente de
su tipo y de la edad, siendo dichas diferencias estadísticamente significativas
(p = .000) para todos los grupos de edad analizados y las dos clases de soledad
para la muestra general. En esta, como sucedía cuando se analizaba el aisla-
miento social, la soledad: a) empeora a medida que avanza la edad; b) es
mayor el componente emocional que social; y c) es más elevada la soledad en
hombres que en mujeres en los dos tipos de soledad estudiados.
Porcentaje de soledad por edades Soledad emocional Soledad social
20-39 años 34,36 26,78
40-64 años 37,92 29,62
65-79 años 39,81 29,14
80 y más años 48,1 34,83
Porcentaje de soledad por género Soledad social Soledad emocional
Mujer 29,97 37,67
Hombre 30,21 42,53
Porcentaje de personas en riesgo
de aislamiento social 20-39 años 40-64 años 65-79 años 80 y más
Red social total 8,3 8,8 13,7 24,4
Red familiar 4,5 10 9,7 13,3
Red de amigos 19,9 21,3 27,7 45,5
Análisis de la red social por género
En lo referente al género, la situación es relativamente mejor para mujeres
que para hombres, siendo estadísticamente significativas las diferencias entre
género en red total (sig. = .035) y en red de amigos (sig. = .000), no existien-
do diferencias estadísticamente significativas en la red familiar, que sufre un
menor desgaste:
Porcentaje de personas en riesgo de exclusión Mujeres Hombres
Red total 12,7 14,9
Red familiar 8,3 10,4
Red de amigos 26,9 30,3
Análisis del riesgo de aislamiento social en función de las
características de la red social
El análisis de la red social se puede efectuar en función del tamaño (número
de contactos), la cercanía (comodidad para hablar de cuestiones personales)
y la confianza (posibilidad de recibir apoyo), que son los elementos constitu-
tivos tanto de la red social familiar como de la red social de amigos. Tanto
entérminos de frecuencia como de cercanía y confianza, las mujeres obtie-
nen mejores puntuaciones que los hombres, cuyas diferencias son estadísti-
camente significativas exclusivamente en el caso de la confianza (p = 0,001).
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
7170
afrontamiento; si se presenta combinada con otras situaciones que se
dan en la vejez (fragilidad, pérdidas, vulnerabilidad…), se explora la
posibilidad de una intervención combinada.
n Dar respuesta a la complejidad de este fenómeno reclama una inter-
vención en múltiples niveles y esto implica:
a) Trabajar con las personas en situación de soledad. El funciona-
miento social y la soledad dependen (aunque no exclusivamente)
de lo que «hace» la persona y, como sucede en otras esferas de la
vida (salud física, por ejemplo), existe una responsabilidad indivi-
dual en cuidar las relaciones sociales y gestionar cada uno (en su
caso) su propia soledad. El programa pretende ofrecer oportuni-
dades para que las personas se empoderen, para que sean capaces
de administrar sus relaciones y su soledad personal, desde la con-
fianza en sí mismas y en sus capacidades, trabajando conjunta-
mente con ellas.
b) Trabajar con las comunidades: es decir, generar arquitecturas
comunitarias y redes de apoyo, bienestar y cuidado entre los ciuda-
danos, impulsando procesos de engagement social y capacitando a
las personas y entidades para afrontar retos que les son comunes.
c) Sensibilizar a la ciudadanía, generando interdependencia y cuida-
do mutuo, tanto en cuestiones relativas a la soledad en particular
como al envejecimiento y las situaciones de vulnerabilidad en
general.
d) Buscar soluciones desde los territorios, desde su idiosincrasia pro-
pia, desde las historias personales. Las intervenciones buscan
intermediar, «negociar», implementar medidas innovadoras en
cada caso, consensuadas con los participantes (persona, comuni-
dad, ciudadanía y profesionales).
n La soledad reclama un abordaje común entre Administraciones públi-
cas, entidades, asociaciones y personas que —desde el territorio y
respetando sus particularidades— interaccionan y trabajan en común
(con metodologías elaboradas al efecto) en la búsqueda consensuada
de un objetivo.
4. Conclusiones
n La población objeto de estudio considera que la soledad en personas
mayores es una cuestión relevante, pero conocen pocas personas en
esta situación, que es vivida en la esfera de lo personal, sin mostrarse
hacia fuera.
n La red familiar «aguanta y protege» a los individuos con variaciones
escasas independientemente de la edad; y una red de amigos que
incluso a edades muy tempranas sufre un compromiso importante,
especialmente en los muy mayores.
n En la totalidad de variables analizadas, los parámetros de red social
que más se ven afectados son la cercanía y la confianza, ambos de
índole subjetiva, y no tanto la frecuencia de contactos. Son los aspec-
tos emocionales, lo perceptivo, la inseguridad-seguridad de los apoyos
lo que se quiebra fundamentalmente.
n Mayor afectación diferencial entre hombres que entre mujeres, tanto
en red social como en soledad.
II. Una propuesta de intervención: el
programa «Siempre acompañados»
El programa «Siempre acompañados» nació en noviembre de 2013 dentro
del Programa de Mayores de la Fundación Bancaria ”la Caixa”, en colabora-
ción con la Creu Roja de Catalunya, para dar respuesta a las situaciones de
soledad no deseada desde las siguientes premisas fundamentales:
n Comprender e intervenir en la soledad desde su complejidad:
Siendo la soledad un sentimiento, se busca una intervención que
aborde la comprensión de dichas emociones: si la soledad —además
de personal— tiene relación con la falta de vínculos (es «comunita-
ria»), se incide en la generación de comunidades comprometidas con
ella, a la vez que se sigue trabajando en la intervención individual; si
es provocada por múltiples motivos y la persona la afronta a través
deinnumerables formas diferentes, se intenta mejorar los modos de
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
7372
Envejecimiento, soledad y fin de la
vida
María Ángeles Durán
Consejo Superior de Investigaciones Científicas
No es frecuente, o al menos no tanto como otros temas relacionados con el
envejecimiento, que se celebren seminarios y conferencias sobre la soledad y
el final de la vida. Al contrario, abundan extraordinariamente los encuentros
que se centran en los aspectos más amables de la longevidad y nos instan a
adoptar conductas que incentiven la actividad, el bienestar físico y mental.
Evidentemente, mejorar las condiciones de vida es una aspiración que todos
compartimos, sea cual sea el momento del ciclo vital. Pero creo que hay una
resistencia generalizada a ocuparse de los aspectos menos gratos, pero no por
eso evitables, del envejecimiento. Como si por nombrarlos fueran a hacerse
realidad o expandirse. Los seres humanos somos finitos, pero inventamos
argucias para negarlo u olvidarlo. Entre otras, las de carácter lingüístico: crea-
mos palabras edulcoradas, neutrales, desprovistas de cualquier connotación
negativa. Hace falta valor para acometer la necesaria tarea de, sin descuidar
la aspiración a mejorar la vida, reconocer que en su etapa final se agudizan
los problemas, el malestar y el sufrimiento.
Como investigadora y socióloga me planteo constantemente la disyuntiva
entre utilizar o no los conocimientos que he obtenido a través de la experien-
cia personal. Pareciera que el estatuto científico de la información obtenida
por encuestas u otros procedimientos similares de observación extensiva
tiene un valor muy superior al que puedan proporcionarnos las vivencias
propias o la introspección, hasta el punto de poner en duda o arriesgar la
credibilidad de quien recurre a ellos. Los sociólogos y los economistas mane-
jamos estadísticas, nos amparamos en los grandes números y adoptamos
como criterio de calidad la representatividad. Pero ni los enfermos graves ni
los solitarios o abandonados son accesibles fácilmente a la observación exter-
na. La capacidad de hacer preguntas, que lidera la filosofía, o la de estudiar
n Para poder acometer una intervención de este tipo se han creado,
desarrollado y validado diversos elementos metodológicos:
a) Para el conocimiento y evaluación de personas y comunidades.
b) Para la realización de planes de intervención conjuntos entre per-
sonas, profesionales y voluntarios.
c) Para crear espacios de trabajo comunitario (Grupos de Acción
Social) en los que se articulan acciones de respuesta a partir de los
recursos de la propia comunidad a las necesidades de las personas
en situación de soledad, así como a la organización de la propia
comunidad.
Bibliografía
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invariance of the Spanish version of the 11-item De Jong Gierveld loneli-
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te el modelo de Rasch. Universitas Psychologica. 2013; 12: 971-981.
Lubben J. et al. Performance of an abbreviated version of the Lubben Social
Network Scale among three European community-dwelling older adult
populations. The Gerontologist. 2006; 46: 11.
Yanguas J, Galdona N, Segura C, García A. Loneliness in elderly people: a
proposal for a new conceptualization and intervention. Health, Aging
&End Of Life. 2018; 3: 35-48.
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
7574
La nuestra, la de los países europeos, es una economía predominantemente
capitalista en la que la institución central es el mercado. A pesar de no ser un
sistema monolítico, pues la forma de producción caracterizada por el merca-
do convive con la economía de los hogares, del Estado y de las entidades sin
fines de lucro, el mercado no solo es la institución dominante que condiciona
las demás, sino la que merece más atención desde una perspectiva teórica y
política. Apenas hay investigadores o teóricos de la economía del hogar o del
voluntariado en comparación con la pléyade de estudiosos centrados en
elmercado y, en un segundo nivel, en el Estado y las entidades públicas.
Según la óptica del mercado, la población es un agente económico con dos
funciones clave: producir y consumir. En consonancia, el ciclo económico de
las personas solo consta de tres grandes etapas, porque niñez y juventud se
fusionan en una. Tomando prestada una expresión propia de arquitectos y
artistas, existe una regla áurea del ciclo económico humano que define la
proporción más armoniosa, justa y posible entre el tiempo de vida dedicado
a la preparación para el mercado, la incorporación y la expulsión. Todo ello se
refiere a la función productiva, que es la que condiciona la función consu-
midora, porque en las modernas economías desarrolladas la mayoría de la
población no tiene otra capacidad de producir bienes que su propio trabajo.
Fuera de la etapa productiva para el mercado, el consumo ha de ser cubierto
por otras personas activas o por los recursos que se transformaron en ahorro,
fuese de modo compulsivo o voluntario, durante la época de incorporación
al mercado. Cuando la esperanza de vida aumenta como consecuencia de
diversas mejoras sociales y tecnológicas, la proporción entre la etapa de pro-
ducción y la de exclusión se modifica, e inevitablemente da lugar a la búsque-
da de una nueva regla áurea.
2. El relato económico y sus protagonistas
Quizá resulte sorprendente, pero los informes económicos que de manera
periódica se publican a partir de los datos ofrecidos por la Contabilidad
Nacional tienen mucho en común con la estructura de una novela o un
drama teatral, pues atribuyen papeles a distintos actores sociales, eligen pro-
tagonistas, escenarios, ritmo de acción, desenlaces… En la construcción del
en profundidad situaciones no repetidas, como frecuentemente hacen los
antropólogos y los psicólogos, supone el cruce de una, a menudo, insalvable
barrera disciplinar. Formular preguntas es el principio del conocimiento, la
más rigurosa de todas las actividades intelectuales; y esta capacidad de cues-
tionar, de plantear interrogantes, se multiplica en los momentos de tensión o
malestar. El objetivo de participar en la jornada que reproduce esta publica-
ción, al menos por mi parte, fue contribuir a un cambio en el modo en que
se viven los últimos años de vida; una transformación social que, para
lograrse, precisa tanto del concurso de las emociones como de las cifras que
las documentan. Bienvenidas pues, en mi discurso, las oportunidades de
referirme abiertamente a la introspección y la experiencia personal: al miedo,
el dolor, el compromiso, el tedio, el agradecimiento, el afecto, la irritación y
la esperanza.
1. Economía del envejecimiento
El ciclo vital de los humanos, el ciclo natural, comprende cuatro grandes
etapas: niñez, juventud, madurez y vejez. No es por casualidad que diga natu-
ral, porque, con la tecnología a la que ya tenemos acceso, y más aún con la
que estará a nuestra disposición en un futuro inmediato, estas fases vitales
pueden ensancharse mucho con las etapas de previda y posmuerte. Este es un
tema demasiado complejo en el que no voy a entrar ahora. O por lo menos
no respecto a las etapas de la previda.
Las encuestas nos muestran los múltiples modos de entender el envejeci-
miento, así como la variabilidad de sus límites: transcurso del tiempo, apa-
riencia externa, deterioro de la salud, pérdida de capacidad física y mental
Todo un esfuerzo colectivo para resaltar que el mero cumplimiento de años
no debe identificarse con el envejecimiento y para consolidar la idea de que
la vejez llega cada vez más tarde, siendo los septuagenarios de hoy más pare-
cidos a los cuarentones de antes que a sus equivalentes en edad cronológica.
Con todo esto estamos de acuerdo; pero este no es el objetivo de nuestro
encuentro, que es precisamente el de la zona oscura, a menudo ocultada, del
final de la vida y la muerte.
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
7776
para los que no disponen de suficientes rentas, especialmente el sector de
población con peor salud y más próximo al final de la vida. Lo que he trata-
do de hacer con mis investigaciones de las últimas décadas ha sido precisa-
mente incorporar a la comprensión de la vida económica, a su relato, la
perspectiva de quienes, encontrándose fuera del mercado, son parte esen-
cial de la economía, tanto en el vector de la producción como del consumo.
Por ejemplo, los enfermos, los ancianos y quienes se hacen cargo de las
demandas de cuidado que el mercado no tiene interés ni posibilidad de
satisfacer.
Para hacerse una idea de los cambios que introduce en la visión económica
la incorporación del recurso de trabajo no remunerado del cuidado, basta
con acudir a las encuestas de empleo del tiempo recomendadas por Naciones
Unidas. Desde el Consejo Superior de Investigaciones Científicas se han rea-
lizado varios estudios monográficos utilizando este tipo de técnica, y el
Instituto Nacional de Estadística ha efectuado dos grandes encuestas, en 2003
y 2010. Los resultados son espectaculares pues sacuden los límites de lo que
se entiende por igualdad, por riqueza y pobreza, por desarrollo económico y
social. El tiempo dedicado al trabajo no remunerado en los hogares, del que
el cuidado en su definición más amplia forma parte esencial, es un tercio más
alto que el tiempo de trabajo dedicado por el conjunto de la población al
empleo, o sea, al trabajo destinado al mercado laboral. Esta cifra es la que se
obtiene con las encuestas del INE, pero otras que emplean distintas metodo-
logías ofrecen resultados aún más impresionantes. Si se aplica a la Encuesta
de Empleo del Tiempo del INE un tipo de análisis que frecuentemente se
aplica a la Encuesta de Población Activa para obtener lo que se denomina
empleos a tiempo completo equivalentes, que tienen en cuenta el número
medio de horas trabajadas por cada sector, resultaría que el trabajo no remu-
nerado dedicado al hogar equivale a 28 millones de puestos de trabajo equi-
valentes a jornada completa en el sector servicios (véase el Anexo metodoló-
gico, al final de este artículo). Parte de esos invisibles millones de puestos de
trabajo a jornada completa equivalentes son los que actualmente se dedican
al cuidado de las personas de edad avanzada o enfermas, aunque también
incluye el tiempo dedicado a la prevención de la enfermedad y a la cesión de
trabajo por parte de las personas mayores con buena o mediana salud a otros
relato económico sobre la vejez, unos grupos sociales han tenido más posi-
bilidad que otros de imponer su particular visión. Las personas mayores, y
especialmente las mujeres mayores, poco han podido contribuir a la narra-
ción oficial que se enseña en las facultades de Ciencias Económicas. Este
relato dominante no está construido desde dentro sino desde fuera de quie-
nes transitan personalmente la vejez. Sobre este trasfondo, el dinero es el
vehículo de comunicación que conecta a todos los actores. En la economía
moderna, entendiendo por economía una disciplina intelectual, lo que no se
convierte en dinero tiene escasa cabida. De ahí que la comprensión del signi-
ficado económico de la vejez se entienda mal con estas pautas. Dos pensado-
res de tan enorme influencia como Quesnay y Adam Smith marcaron la
pauta del relato económico desde el siglo  y eso ha permitido grandes
avances en algunos aspectos de esta disciplina, pero enormes carencias en
otros. Una perspectiva más compleja de la economía tiene que reconocer que
los bienes y servicios que se transforman en dinero solo son una parte del
total de los bienes y servicios que se producen, consumen y acumulan. Si,
como propuso Naciones Unidas en 1995 en la Plataforma de acción que se
redactó en la Conferencia de la Mujer de Pekín, se incorporase al análisis
económico el tiempo de trabajo no remunerado, conceptos tan básicos como
producción, consumo, inversión, ahorro o beneficio se tambalearían. No
tanto tales conceptos, sino los indicadores y las cifras que se utilizan para
expresarlos.
Me he extendido en este punto porque la posición económica de las perso-
nas que envejecen no puede comprenderse bien desde la perspectiva de la
economía del mercado. A los mayores no les sobra el tiempo: solo expresan
esa sensación el 15%, frente a un 30% que consideran que les falta (Encuesta
a Mayores del IMSERSO, 2010). Las personas mayores han sido expulsadas,
o si se quiere «liberadas», del mercado en su función de productoras, pero
no en otras funciones económicas tales como consumidoras o pagadoras de
impuestos. Los mayores viven en buena parte fuera del mercado, pero no
están fuera de la economía. Son grandes productores de bienes y servicios,
aunque no los transformen en dinero. Consumen gran parte del trabajo que
producen, pero aún les queda un excedente del que se benefician otros gru-
pos sociales. También son unos considerables consumidores de servicios
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
7978
que la mayoría no pueden afrontar el gasto que supondría contratar un asa-
lariado para cuidar a un anciano ni tampoco el del internamiento en una resi-
dencia geriátrica no subvencionada. Si el salario mínimo aumenta en una
proporción mayor que las pensiones, como ha sucedido durante 2019, la
posibilidad de adquirir cuidado remunerado se reduce todavía más.
Si le dedicasen la totalidad de los ingresos familiares, el 80% de los hogares
(todos los quintiles excepto el más bajo) podrían permitirse el trabajo a jor-
nada completa de un trabajador remunerado con el salario mínimo. Pero,
evidentemente, ningún hogar puede prescindir de todos los gastos necesarios
para dedicar su renta en exclusiva al consumo de cuidado remunerado. El
20% de los hogares, que se corresponde con los de menor renta, no podría
adquirir los servicios de cuidado de un trabajador a tiempo completo, aun-
que los necesitase y dedicase a ello toda la renta del hogar. Si lo hiciera, no
solo no le quedaría nada de dinero para pagar el resto de gastos imprescindi-
bles del hogar, sino que se endeudaría cada año por un valor equivalente
entre el 8% y el 18% de su renta (según se tome el indicador de renta media-
na o el de renta media). En síntesis, el 60% de los hogares no puede comprar
los servicios de cuidado remunerado de un trabajador a tiempo completo, ni
siquiera pagando solamente el salario mínimo interprofesional, porque reba-
saría el umbral del 33% de los ingresos del hogar, que se considera el límite
que un hogar puede destinar a la adquisición de un bien básico.
La contratación de un cuidador remunerado tampoco resuelve en su totali-
dad la demanda de cuidado en los casos más intensivos. La jornada completa
de trabajo remunerado solo cubre parte de las necesidades de un enfermo, un
anciano dependiente o un niño. La jornada de los trabajadores asalariados no
se corresponde con la jornada de necesidades de los enfermos o grandes
dependientes, ni con la necesidad de cuidado y vigilancia de los niños. La
deltrabajador remunerado es de ocho horas, cinco días a la semana, y la del
enfermo dependiente o el niño es continua durante día y noche y no se inte-
rrumpe en festivos ni vacaciones, ni por la enfermedad o cualquier otra causa
de ausencia justificada del cuidador.
Si se produjera una situación de dependencia, la mayoría de los hogares no
podrían hacer frente al internamiento de uno de sus miembros en una resi-
miembros de su familia, en especial niños o familiares sobrecargados por el
trabajo destinado al mercado laboral.
Si el lector o lectora quiere entrar con mayor profundidad en estos temas, a
los que aquí apenas podré hacer otra cosa que referirme brevemente, le remi-
to a cuatro publicaciones de mi autoría. Son Los costes invisibles de la enfer-
medad, El trabajo no remunerado en la economía global, Las personas mayo-
res en la economía del País Vasco y La riqueza invisible del cuidado. Este
último libro incluye estudios monográficos que pueden leerse independien-
temente sobre los modos de envejecer, la relación entre cuidadores y cuida-
dos, el mercado del cuidado, la actuación de las instituciones en el final de la
vida y los retos demográficos para el futuro del cuidado. Los tres primeros
son accesibles gratuitamente a través de la página web Digital.CSIC y sus
enlaces a otras webs.
3. La capacidad económica de las personas
de edad avanzada
Como muestran numerosas encuestas, los ancianos son clientes fiables.
Pagan puntualmente sus deudas y no compran lo que no pueden pagar. La
mayoría son propietarios de sus viviendas, lo que les coloca en una buena
situación patrimonial que, sin embargo, no se traduce en una buena situa-
ción respecto a sus ingresos. Hasta ahora, la propiedad de la vivienda ha sido
un elemento de seguridad económica, pero las generaciones más jóvenes no
participan de esta tendencia. El patrimonio inmobiliario no proporciona
liquidez para hacer frente a demandas urgentes: según la Encuesta sobre
Condiciones de Vida, un tercio de los mayores de 65 años no podría afrontar
gastos imprevistos. A pesar de ello, en épocas de crisis económica las pensio-
nes son más estables y garantizadas que los salarios de los activos y, frecuen-
temente, los mayores comparten sus recursos económicos con otros miem-
bros de la familia.
Pocos estudios se detienen a observar la situación económica de los ancianos
que, por enfermedad, requieren gran cantidad de cuidados. El análisis de la
Encuesta Financiera a las Familias (Banco de España, 2014) permite concluir
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
8180
quienes viven solos y necesitan ayuda se encuentran en una situación más
grave que la de quienes viven en compañía de otras personas. Ya se ha alcan-
zado una proporción del 26% de mayores de 65 años que viven solos, en
hogares unipersonales. Es un índice mucho mayor que para el conjunto de la
población entrevistada en la encuesta del CIS sobre dependientes de 2014
(9%). Entre los mayores de 65 años, el 27% necesita algún tipo de ayuda para
las actividades básicas de la vida. De ellos, el 21% lo precisa de modo permanen-
te, mientras que el resto se reparte por igual (39,5%) entre esporádica y fre-
cuentemente. Los dependientes tienden a trasladarse a los hogares de sus
familiares, no llegan nunca a independizarse en un domicilio propio o bien
algún familiar regresa a la vivienda cuando otro de los miembros de la fami-
lia deviene dependiente.
Tanto el envejecimiento como la residencia en hogares unipersonales son
tendencias al alza que requerirán grandes cambios en la organización fami-
liar y sanitaria.
Soledad en convivencia
El alto índice de corresidencialidad es lo que permite un elevado número de
horas diarias de dedicación a la población que las necesita. En todas las
comunidades autónomas el grado de corresidencialidad es alto, pero con
grandes diferencias entre ellas. En este sentido, hay que destacar el efecto
negativo para la prestación de servicios de cuidado de la tendencia hacia los
hogares unipersonales o unigeneracionales, así como el de los patrones urba-
nísticos de segregación espacial.
La convivencia es generalmente un buen antídoto contra la soledad, pero no
garantiza vencerla. Ni para la persona mayor ni para quien la cuida. La enfer-
medad y la soledad pueden proyectarse, inducir la enfermedad y el aislamien-
to o la soledad en el otro. El 64% de los cuidadores han tenido que reducir o
eliminar su tiempo de ocio, el 51% se sienten cansados y el 48% no pueden
tomarse unas vacaciones. Para muchas personas, o bien no es posible mante-
ner un empleo bajo esas condiciones, o bien se ven forzados a reducir el
tiempo que dedicaban a sus anteriores ocupaciones, con lo que pierden la
base de su independencia y bienestar económico.
dencia no subvencionada con los activos financieros que poseen entre todos
sus miembros. El 60% de los hogares no podrían pagar ni siquiera cuatro
meses de residencia con sus activos financieros. Solo el decil más alto puede
costear más de un año de residencia con el patrimonio financiero de todo el
hogar.
4. A qué llamamos soledad: del concepto a
los indicadores
El sentimiento de soledad
Vivir solo y sentir soledad no es lo mismo, aunque frecuentemente se presen-
ten de modo simultáneo. La mayoría de los mayores no se sienten solos ni
infelices, pero como conjunto se distancian y empeoran respecto al resto de
la población. Si pudiera resumirse todo ello en un indicador, el nivel de feli-
cidad declarado por los mayores de 65 años es 6,94 puntos sobre 10,00 mien-
tras que el general de la población mayor de 18 años es 7,36 (CIS, Barómetro
de septiembre de 2018).
No insistiré en ello, aunque sí quiero hacer algunos comentarios relativos a
la complejidad de la elaboración de indicadores y las dificultades de compa-
ración entre fuentes. Pequeñas variaciones metodológicas, por ejemplo en el
modo de atribuir un valor a los extremos de una escala, pueden hacer que las
cifras de un presupuesto tomado sobre esos datos se dupliquen o tripliquen,
haciendo inviable una propuesta legal (una ilustración: en la Encuesta a dis-
capacitados EDAD2008, el número medio de horas de cuidado recibido por
cada discapacitado variaba entre 5,7 y 9,6 horas diarias según la alternativa
metodológica utilizada respecto al valor asignado a los extremos de la escala).
Contribuye al sesgo metodológico que, cuando la dependencia se agrava, los
dependientes, sobre todo los que vivían sin compañía, son trasladados a ins-
tituciones y resultan invisibles para las encuestas a hogares, que son las más
comunes.
Es bastante común la asociación de ideas entre personas que viven solas y
personas que necesitan ayuda, pero esta correlación es engañosa. Efectivame nte,
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
8382
rales. Estas actitudes —que en cierto modo el Código Civil ampara al reco-
nocer en el artículo 152 que el obligado no puede serlo hasta el punto de
«desatender sus propias necesidades y las de su familia», y excusar el ejercicio
de la tutela en el artículo 251 cuando resulte «excesivamente gravoso»— no
tienen respuesta ni ofrecen alternativa real cuando se trata de prestar cuidado
a los enfermos dependientes de larga duración, que son quienes sufren mayor
riesgo de negligencia, maltrato psicológico y económico, o aislamiento. A
partir de la no obligación, tales contingencias solo son escaladas de nivel en
una proporción que comparte las mismas raíces.
En muchas ocasiones son causas estructurales las que colocan a los cuidado-
res familiares en situaciones precarias que no se considerarían tolerables para
los restantes trabajadores. El maltrato no es justificable, pero la perspectiva
individualista que solo ve en el maltrato dos protagonistas, el maltratador y
el maltratado, es demasiado simplista, teniendo que centrarse la mirada en
la estructura social y económica que genera el marco en que su acción se
desenvuelve.
5. Envejecimiento, soledad y necesidad de
ayuda
Todas las encuestas muestran que a medida que avanza la edad disminuye el
nivel de salud autopercibido y aumenta la demanda sanitaria. Los días en
cama, las hospitalizaciones, la interrupción de actividades por dolor o las
demandas súbitas de atención que rompen la cotidianidad para transformar-
la en excepcionalidad, también aumentan a partir de los 75 años como con-
secuencia del agravamiento de enfermedades previas o de accidentes. Aunque
esta sea la tendencia, hay que destacar que existe una elevada proporción de
personas de edad muy avanzada que se sienten en buena forma física, en
parte porque ajustan sus expectativas a sus posibilidades. En el gráfico adjun-
to, la zona clara ocupada por quienes tienen buena salud es casi tan amplia
como la oscura.
La falta de confianza en que se recibirá ayuda en caso de necesitarla es una
delas manifestaciones de la soledad de las personas mayores. Sin embargo,
Tanto el reparto social como la adscripción de los costes del cuidado tienen
un fuerte componente político y de género. Lo confirman todas las fuentes
disponibles; entre ellas las grandes encuestas de salud, las de discapacidad,
lasde mayores, las de población activa, las de empleo del tiempo, las de cali-
dad de vida. Mientras los costes de tratamiento y cuidado de los enfermos en
instituciones públicas se socializan —en el sentido de que se reparten entre
toda la población, que sufraga el cuidado mediante impuestos—, en el caso
de los enfermos cuidados en casa hay una fuerte concentración de los costes
del cuidado. La mayoría de los varones solo asumen el cuidado si se trata del
círculo muy inmediato y no hay otra persona disponible. Las mujeres cuidan
a aquellos con quienes conviven, y llevan a convivir con ellas en mayor pro-
porción que sus cónyuges a sus consanguíneos dependientes. Asumen, ade-
más, el cuidado de los convivientes de la anterior generación, la misma o la
siguiente. Las cuidadoras convivientes son 2,7 veces más numerosas que los
cuidadores convivientes, y las cuidadoras no convivientes 9 veces más que
loshombres en igual situación. El arco de edad que aporta más cuidadores
esel de 45 a 64 años, seguido del de 65 a 70 (EDAD2008).
La aceptación de traer al propio hogar a los padres en caso de invalidez es
más elevada entre las mujeres, que en general asumen en mayor medida las
obligaciones familiares que los varones. Las personas mayores de 50 años
expresan una actitud más favorable que las menores de esa edad. No solo
porque interfiere menos con su vida laboral y cargas afectivas, sino por dis-
tintas posiciones ideológicas. Hay que suponer que a corto plazo se debilitará
este tipo de respuesta. El pago de cuidadores o residencias geriátricas no está
actualmente al alcance de las familias de rentas bajas y tampoco lo ha sido
históricamente. No las consideran como alternativa real al cuidado de sus
mayores y optan por la solución de «traerlo a mi casa» en proporción triple
que en las rentas altas (CSIC, Encuesta sobre el tiempo de cuidado, 2010).
Son los ancianos quienes nutren principalmente el colectivo de los depen-
dientes. La convivencia facilita el cuidado, pero entre los convivientes se
producen a veces situaciones de exclusión, maltrato y violencia. La población
«normal» no se siente obligada a cuidar a todos los miembros de su familia y
menos aún a los familiares lejanos o a los desconocidos si eso les exige un
importante sacrificio como, por ejemplo, incumplir sus compromisos labo-
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
8584
6. La ayuda tecnológica y sus
contrapartidas: la ciborgización del final de
la vida
El sistema sanitario sufre dos presiones de signo contrario. Una de ellas es
reducir costes; la otra, mejorar su dotación tecnológica. Los hospitales —y
todo el conjunto de la organización sanitaria— han de afrontar el problema
del coste de las máquinas y del número de utilizaciones que son necesarias
para amortizarlas y justificar su adquisición y mantenimiento. Cada noche
de estancia en una UVI cuesta más de mil euros, a veces dos mil. Más que
un salario mínimo o una pensión mensual media. Hay que establecer las
líneas de pago y sus derivaciones: su impacto sobre el presupuesto general
del hospital; la competencia entre servicios sanitarios y respecto a otros
tipos de servicios no sanitarios; el traslado de costes a las aseguradoras pri-
vadas, a la seguridad social, a los contribuyentes. La búsqueda del beneficio,
o simplemente la justificación de las inversiones, puede introducir elemen-
tos distorsionadores para los que no es fácil establecer mecanismos eficaces
de control.
La tecnificación y organización social han llegado hasta el proceso de la
muerte, que ya no puede definirse con criterios naturales. El desarrollo tec-
nológico (máquinas, fármacos, trasplantes, informatización) ha traído gran-
des avances, como la superación de enfermedades que antes eran insalvables
o la mitigación de los dolores de los enfermos. Sin embargo, también ha
conllevado servidumbres, en especial la imposición de una actitud agónica en
el entorno sanitario. La cuestión de si la alta tecnología mejora la calidad de
vida en los últimos momentos del ciclo vital no tiene una respuesta conclu-
yente. En algunos casos, sí. Cuando la técnica devuelve la salud o mejora
considerablemente la calidad de vida no plantea dudas, salvo que su coste sea
inasequible. Pero en otros casos, la tecnología puntera solo alarga los padeci-
mientos del enfermo y agota los recursos de su entorno.
El cíborg es una mezcla de robot y ser humano. En los hospitales de las socie-
dades desarrolladas, la ciborgización —la simbiosis hombre-máquina— ya no
es una metáfora ni un episodio de película de ciencia ficción. En las UVI o
entre la necesidad de ayuda personal, la atribución de responsabilidades y su
ejecución por una persona o entidad concreta hay muchas conexiones inter-
medias. Por así decirlo, la conciencia de la necesidad es sumamente elástica
y responde rápidamente a factores exógenos. Por todos estos matices, la com-
paración de los resultados es complicada; cada indicador, incluso los aparen-
temente iguales, responden a preguntas o criterios distintos.
Diversas encuestas coinciden en que existe confianza en la población españo-
la en que podrán obtener ayuda si lo necesitan (lo cree el 79% de los mayores
de 16 años según la Encuesta Europea de Salud), sin que haya diferencias
apreciables según género ni nivel de ingresos. La confianza se debe principal-
mente a la existencia de redes interpersonales que proveerán la ayuda sin
necesidad de remunerarla. En cualquier caso, merece un análisis más detalla-
do el sector moderadamente numeroso (21%) que cree que no dispondrá de
esa ayuda cuando lo necesite.
Gráfico. El declive de la salud al final de la vida
Valoración del estado de salud percibido en los últimos 12 meses (total)
100,00
90,00
80,00
70,00
60,00
50,00
40,00
30,00
20,00
10,00
0,00
De 15 a 24
años
Muy bueno Bueno Regular Malo Muy malo
De 25 a 34
años
De 35 a 44
años
De 45 a 54
años
De 55 a 64
años
De 65 a 74
años
De 75 a 84
años
De 85 y más
años
Fuente: elaboración de MA Durán sobre datos del INE, Encuesta Europea de Salud en España,
2014.
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
8786
están en las UVI recuperándose de una intervención quirúrgica. Pero muchos
no se repondrán nunca. Y son estos últimos los que concitan a reflexionar,
porque las decisiones médicas rara vez pueden tomarse con certeza. La
mayoría de estos pacientes sufren más de una patología y el pronóstico no
puede ser absolutamente preciso. Las decisiones se adoptan por rango de
probabilidades, fijando umbrales mínimos y máximos sobre la conveniencia
de cada intervención. ¿Cuánto es el tiempo adecuado de conexión a las
máquinas? ¿Cuáles son los límites a la ciborgización?
El tipo de final de vida que exige reflexionar, debatir, innovar, es el de los
finales previsibles, con escasas probabilidades de recuperación y altas proba-
bilidades de empeoramiento de la calidad de vida del enfermo. No es buena
estrategia insistir en la Limitación del Esfuerzo Terapéutico (acrónimo LET);
en realidad, el objetivo a cubrir es la Reorientación del Esfuerzo Terapéutico
(acrónimo RET). Para determinar el punto en que se debe cambiar la orienta-
ción del esfuerzo terapéutico, dedicándolo a mejorar el final del enfermo y no
a su curación, hace falta construir y debatir argumentos de tipo médico, social
y económico. Para que esa decisión pueda tomarse de modo armonioso, antes
hay que consensuar quién tiene el derecho y el deber de decir «no más».
secciones de cuidados intensivos los enfermos yacen alineados en sus camas
articuladas. Están conectados a múltiples aparatos que sustituyen las funcio-
nes que sus cuerpos no pueden ejecutar por sí mismos. Por la nariz o la boca,
les entran tubos conectados a las máquinas dispensadoras de oxígeno.
Algunos de esos tubos, colocados tras una traqueotomía, atraviesan su gar-
ganta. Llevan sondas para la alimentación, para el drenaje de los riñones.
Multitud de medicamentos cuelgan de envases suspendidos por ganchos de
perchas metálicas de varios brazos, que se deslizan en el techo por rieles. Los
medicamentos fluyen por pequeños canalillos hasta las venas de sus manos.
Parches diversos en el pecho reciben el aporte de otras máquinas o de otros
fármacos. Una red de pantallas parpadea a su alrededor, enviando mensajes
al personal sanitario en una permanente sucesión de gráficas, señales lumi-
nosas y acústicas. La mayoría de los enfermos están sedados, inconscientes o
semiinconscientes. Sobreviven porque están conectados; si se desconectasen
morirían en pocos minutos. Las horas de visita para sus allegados se res-
tringen a un breve intervalo a media mañana y otro breve intervalo a media
tarde. Los turnos de profesionales sanitarios se suceden a lo largo del día,
latarde, la noche y los festivos. Cada paciente es visto o tratado por una
decena de distintos profesionales en el mismo día. Los enfermos terminales
poco pueden intervenir personalmente en el tránsito entre su vida y su muer-
te, porque tras el consentimiento informado las decisiones están transferidas
básicamente a los expertos. Una vez que son conectados a los sistemas tecno-
lógicos que asumen sus funciones vitales (latir, respirar, filtrar, evacuar) su
muerte ya no dependerá tanto de sus fuerzas naturales como de la retirada de
los aportes químicos externos o la desconexión de la maquinaria, lo que
desemboca en situaciones no previstas ni resueltas en el plano legal. No exis-
ten umbrales previamente convenidos que la tecnología no pueda traspasar.
La muerte social antecede, a veces por largo tiempo, a la muerte definitiva del
cuerpo.
Si no cambia la tendencia (ya hay indicios de resistencia y cambio), la tecni-
ficación extrema se impondrá en el final de la vida. Es lo que nos espera a
cualquiera de nosotros. ¿Cuántos de estos enfermos entubados, sometidos a
estimulación mecánica y química, inconscientes y aislados, recuperarán la
salud en los próximos días? Lo lograrán parte de ellos, sobre todo los que
Una mirada poliédrica
Soledad, envejecimiento y final de la vida
8988
C4. Minutos diarios dedicados al cuidado (definición extensa) de la población
mayor de 10 años (B x C3) = 8.243 millones; en horas: 137,4 millones.
C5. Horas anuales dedicadas al cuidado (definición extensa) de la población
mayor de 10 años (C4 x 365) = 50.151 millones de horas.
D. Fuente: elaboración de MA Durán sobre datos del INE, Encuesta de Empleo de
Tiempo 2010 y Contabilidad Nacional 2016
D1. Conversión del tiempo de cuidado (C5) en puestos de trabajo equivalentes a
tiempo completo en total sectores: 27.707.734.
D2. Conversión del tiempo de cuidado (C5) en puestos de trabajo equivalentes a
tiempo completo en sector servicios: 28.143.097.
D3. Porcentaje puestos de trabajo equivalentes a tiempo completo en cuidado
sobre puestos de trabajo asalariados equivalentes a tiempo completo en total
sectores (D1/A1) = 159%.
D4. Porcentaje puestos de trabajo equivalentes a tiempo completo en cuidado
sobre puestos de trabajo asalariados equivalentes a tiempo completo en sector
servicios (D2/A4) = 243%.
E. Fuente: elaboración de MA Durán sobre datos del INE, Encuesta de Empleo de
Tiempo 2010
E1. Porcentaje población que participa en trabajo remunerado = 33,4%; tiempo
diario = 457 min. Horas y centésimas de hora = 2,53. Tiempo social = 152 min.
E2. Minutos diarios dedicados al trabajo remunerado por la población mayor de
10 años (E1 x B) = 6.369.560 miles; horas = 106,2 millones.
E3. Horas anuales dedicadas al trabajo remunerado por la población mayor de
10años (E2 x 365) = 38.748 millones.
E4. Conversión del tiempo de trabajo remunerado en empleos asalariados
equivalentes a tiempo completo, total empleo, total sectores = 22.246.426 (E3: A5).
E5. Porcentaje del tiempo social dedicado al cuidado (definición extensa) sobre
tiempo social diario dedicado al trabajo remunerado (C3/E1) = 129%.
Fuente: elaboración de MA Durán sobre datos de (A) Contabilidad Nacional en España 2016,
(B) INE, Población por edad y (C) Encuesta de Empleo de Tiempo. // * La definición extensa del
cuidado incluye todo el tiempo dedicado a Hogar y Familia + Ayuda informal a otros hogares.
Los puestos de trabajo equivalentes a tiempo completo (ETC) se obtienen como el total de horas
trabajadas dividido por la media anual de las horas trabajadas en puestos de trabajo a tiempo
completo en el territorio económico.
Anexo metodológico
Conversión del tiempo de cuidado (definición
extensa*) en puestos de trabajo equivalentes a
tiempo completo
A. Fuente: elaboración de MA Durán sobre datos de Contabilidad Nacional en
España 2016 (avance)
A1. N.º empleos equivalentes a tiempo completo, total sectores en miles
= 17.417,7.
A2. N.º empleos equivalentes a tiempo completo, sector servicios en miles
= 13.450,6.
A3. N.º empleos asalariados equivalentes a tiempo completo, total sectores en
miles = 15.033,4.
A4. N.º empleos asalariados equivalentes a tiempo completo, sector servicios en
miles = 11.603,3.
A5. N.º horas/año por asalariado equivalente a tiempo completo en total
asalariados en 2016 = 1.810.
A6. N.º horas/año por asalariado equivalente a tiempo completo en total
asalariados sector servicios = 1.782.
B. Fuente: elaboración de MA Durán sobre datos del INE, Población por edad 2016
(consulta 14 de septiembre de 2017)
B1. N.º personas de 10 o más años en 2016 = 41.905.044.
C. Fuente: elaboración de MA Durán sobre datos del INE, Encuesta de Empleo de
Tiempo 2010
C1. Minutos dedicados diariamente por población de 10 años y más a Hogar y
Familia = 223. % de participación = 83,8%. Tiempo social = 186,87 min.
C2. Minutos dedicados diariamente a Ayuda informal a otros hogares = 133 min.
% de participación = 7,4%. Tiempo social = 9,84 min.
C3. Minutos dedicados a Hogar y Familia + Ayuda informal a otros hogares.
Tiempo social = 196,71 min.; en horas y centésimas de hora: 3,27.
Una mirada poliédrica
Experiencias en las
ciudades
Soledad, envejecimiento y final de la vida
9392
aislamiento y de exclusión social de las personas mayores, creando una red
dentro de la comunidad e involucrando a todos los agentes que puedan
intervenir en el cuidado e identificación de situaciones vulnerables. Este pro-
yecto arranca en 2008 y ya está presente en quince barrios de la ciudad.
Gracias a la aportación de quienes participaron en la mesa (Elisa Sala, Javier
Barbero, Clara Costas y Magda Molas) se mostraron proyectos que piensan
en y con las personas, y cuya voluntad es identificar y acoger la soledad no
deseada y sus consecuencias. Los valores que definen estos proyectos se sus-
tentan en una mirada comunitaria, la solidaridad, el acompañamiento, la
corresponsabilidad y el autocuidado. Nos interpelan a reflexionar sobre qué
modelo de ciudad y de comunidad deseamos, y cómo debemos introducir el
desarrollo del cuidado más allá del entorno privado, desde una mirada ética
y social, integrando conceptos como la sostenibilidad, entre muchos otros.
Presentación de la mesa
Cristina Lasmarías
La mesa «Experiencias en las ciudades», celebrada el 28 de junio de 2019 en el
marco de las conferencias sobre «Soledad, envejecimiento y final de la vida»,
pretendió dar a conocer y reflexionar en torno a experiencias urbanas enfoca-
das a la promoción de valores de solidaridad, cuidado y acompañamiento.
En esta mesa compartimos cuatro proyectos diversos y muy interesantes. Por
un lado, se mostraron dos ejemplos de un movimiento reciente en nuestro
entorno: el de las compassive communities o «ciudades compasivas, cuidado-
ras», un concepto cimentado en valores como la compasión, el compromiso,
la solidaridad, el apoyo y el bienestar mutuo. El objetivo es crear redes comu-
nitarias dirigidas a la identificación de grupos vulnerables, el conocimiento
de sus necesidades y la activación de los recursos comunitarios o en red para
dar respuesta a las mismas. Cabe destacar que en los últimos años han surgi-
do iniciativas de este tipo en ciudades españolas como Madrid, Barcelona,
Vic, Sevilla o Bilbao, entre otras.
Los proyectos de Vic y Madrid surgen de la mano, pero en realidades sociales
y demográficas muy distintas. Vic cuenta con una trayectoria de cuatro años
en las que ha llevado a cabo actividades formativas, de sensibilización, de
conexión social… Madrid ha sido impulsada por los mismos valores, pero
desde un marco político que, tras un cambio de gobierno, ha paralizado el
proyecto.
Las otras dos iniciativas nos acercan especialmente al concepto de soledad no
deseada y envejecimiento. Al respecto, tuvimos la oportunidad de conocer el
proyecto «Observatorio de la Soledad», centrado en la comprensión del fenó-
meno de la soledad y la identificación de situaciones de especial vulnerabili-
dad que la acompañan, y cuyo objetivo es disminuir el impacto de la soledad
y del aislamiento asociado.
Y también conocimos el proyecto «Radars», fruto de una iniciativa del
Ayuntamiento de Barcelona. «Radars» tiene como fin reducir el riesgo de
Experiencias en las ciudades
Soledad, envejecimiento y final de la vida
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repaso muy somero por la historia, y retrocedemos a los primeros apuntes sobre
la soledad (siglos  y ), es el existencialismo, desde la filosofía, el que por
primera vez observa la soledad y la entiende como un enigma casi inherente al
ser humano, al que todo hombre debe enfrentarse en algún momento de su
vida, en la mayoría de los casos como una necesaria «conquista» para el verda-
dero «desarrollo y creación» en una lucha contra la dispersión.2
En el ámbito de la psicología no se empieza a abordar hasta bien entrada la
década de 1950, y, de hecho, las investigaciones de carácter empírico, siem-
pre desde una lógica individual, no comienzan a tomar cuerpo hasta los
ochenta. Todo ello como consecuencia de la aparición de nuevos fenómenos
que, en aquella época, generaron algunos cambios sociales importantes.
Entre otros, podemos destacar el aumento exponencial de las tasas de divor-
cio, de hogares unipersonales y de la viudedad durante la vejez.
A principios de la década de 1980, Robert Weiss, uno de los autores más
reconocidos en este campo hasta el momento, diferencia conceptualmente,
por primera vez, la soledad social y la soledad emocional, entendiendo la
primera como la falta o insuficiencia de relaciones o sentimiento de comuni-
dad, y la segunda como la ausencia de relaciones personales íntimas o de
apego, y abriendo de esta forma el debate, hoy en día todavía vivo, sobre la
unidimensionalidad o multidimensionalidad del concepto.
Más o menos en la misma época, Peplau y Perlman, realizan una de las mayo-
res contribuciones en este ámbito, publicando en el año 1982 Loneliness: a
sourcebook of theory and therapy, compilación en la que se recogen todas las
aproximaciones teóricas existentes hasta el momento. Más tarde se publica-
ría un segundo manual, Loneliness: theory, research and applications, que,
dando un paso más, aporta una mirada empírica y asume la importancia de
medir la soledad.3 Es justamente entonces cuando se construyen los princi-
pales instrumentos de medición de la soledad: escalas como la de De Jong
Gierveld (1985) o UCLA (1978) se diseñaron a finales de los años 70 y prin-
cipios de los 80, evidenciando de esta forma la necesidad de medir el senti-
miento de soledad en las personas a fin de intervenir y paliar su impacto.
Ya en el siglo , todavía lejos de un consenso respecto al fenómeno, lo que
sí es indudable es que la soledad sigue siendo un enigma constante para el ser
La soledad no deseada durante la
vejez: un fenómeno complejo objeto de
las políticas públicas
Elisa Sala
Coordinadora del Observatori de la Soledat
Envejecer, hoy en día, nada o poco tiene que ver con lo que significaba hace
unas décadas. Los procesos de individualización y urbanización acelerada, las
transformaciones culturales y tecnológicas, o los cambios en estructuras
familiares, entre otros, son factores que inciden directamente en cómo vivi-
mos la última etapa de nuestra vida. Por otra parte, el aumento de la longe-
vidad o alargamiento de la mal denominada «tercera edad» esboza un esce-
nario desconocido hasta el momento. Nos encontramos en el umbral de una
nueva época en la que se empieza a vislumbrar un cambio de paradigma,
pero que indudablemente nos enfrenta a nuevos retos, tanto económicos y
políticos como sociales.
La soledad no deseada y el aislamiento social de las personas mayores son dos
de las cuestiones que —no teniendo del todo claro si son únicamente conse-
cuencia de la evolución demográfica, de la organización social o de una com-
binación de ambas—1 últimamente comienzan a adquirir cierta relevancia,
reconociéndose como líneas clave de las políticas sociales y sanitarias.
Amigos de los Mayores es una organización sin ánimo de lucro, pionera en
la lucha contra la soledad en España. Durante treinta y dos años ha actuado
movilizando a la sociedad mediante campañas de sensibilización y acompa-
ñando a las personas mayores gracias a la solidaridad de mucha gente. En su
seno nace, en 2017, el Observatorio de la Soledad, ante la necesidad de
explorar la soledad desde una perspectiva multifocal, y generar y sistematizar
el conocimiento que facilite a los agentes (públicos y privados) que operan en
este ámbito desarrollar programas y adaptar recursos para prevenirla.
La soledad es un fenómeno complejo que, fruto de múltiples aproximaciones
teóricas, ha suscitado diferentes debates a lo largo del tiempo. Si hacemos un
Experiencias en las ciudades
Soledad, envejecimiento y final de la vida
9796
3. La soledad causa un impacto directo en la calidad de vida, estado de
salud y bienestar de las personas: en lo que se refiere a la salud física,
acentúa la obesidad, aumenta la presión sistólica, amplifica el declive
motor, eleva las alteraciones del sistema inmune, etc.; y, en cuanto a
la salud psicológica, predice síntomas depresivos, agudiza los proble-
mas de sueño, empeora el deterioro cognitivo, incrementa el riesgo de
padecer Alzheimer, etc.5 Incluso, tal y como defiende el neurólogo y
catedrático de la Universidad de Harvard Álvaro Pascual-Leone en su
último libro El cerebro que cura (2019), la soledad puede considerarse
una enfermedad mortal.
4. Es necesario diferenciar la exclusión social, el aislamiento social y
elsentimiento de soledad. La exclusión social es una situación objeti-
va, fruto de un proceso dinámico de combinación de factores de vul-
nerabilidad, en el que la dimensión relacional puede ser vertebradora
del propio proceso, un agravante o no tener un papel,6 mientras que
el aislamiento social y la soledad son dos fenómenos que guardan una
estrecha relación entre sí (las personas en situación de aislamiento
social tienen más riesgo de sentir soledad). No obstante, mientras que
el aislamiento social se caracteriza por una falta o existencia limitada
de relaciones personales duraderas, y se puede medir por la densidad de
la red social, la soledad no deseada es un sentimiento subjetivo de la
persona, consecuencia de una discrepancia entre las relaciones desea-
das y las reales.
A menudo, investigaciones que abordan la soledad como tal nos ofre-
cen una imagen difusa, con conceptos mezclados y en ocasiones con-
tradictorios. Todo ello dificulta el diseño de políticas y programas, así
como su implementación e impacto efectivo.
5. La soledad no deseada, en las sociedades desarrolladas del siglo ,
ya no es un fenómeno individual. De ser «cosa de uno» ha pasado a
ser «cosa de todos». Hoy ya es un fenómeno social.
6. Cuando abordamos la soledad no deseada es importante adoptar una
mirada de género. Es necesario desarrollar conocimientos en este
campo, ya que la evidencia empírica es contradictoria. Existen inves-
tigaciones que no encuentran diferencias, mientras que otras hallan
mayores índices de soledad en los hombres. Asimismo, comprender
humano, jugando un papel más que importante no solo en la construcción y
el desarrollo de las personas como individuos, sino también en el de las socie-
dades. Las alarmantes noticias relativas a los altos porcentajes de sentimiento
de soledad en todas las cohortes de edad en Europa, o el hecho de que en
España el 9% de la población la padezca con frecuencia,4 apunta dudas con
respecto a la evolución de sociedades como la nuestra, en la que los valores
comunitarios y colectivistas han venido siendo, en anteriores etapas de nues-
tra historia, un sello de identidad.
En tiempos de la modernidad líquida que nos describe Zigmunt Bauman
(2000), caracterizada por la inestabilidad, falta de cohesión y precariedad en
los vínculos, la soledad ha dejado de ser una cuestión pura y exclusivamente
individual para concebirse como una cuestión social. Su prevalencia y
demostrado impacto en la salud y calidad de vida de las personas han gene-
rado alarmas e interrogantes, y nos preguntamos cómo construir respuestas
desde la acción social y las políticas públicas, ya que no es solo una proble-
mática del presente, sino que también lo será en el futuro.
A nuestro modo de ver, el primer paso es entender el constructo en su com-
plejidad individual y social, y por ello planteamos algunos elementos clave
que es necesario tener en cuenta a la hora de planificar cualquier interven-
ción.
7 aspectos clave para entender el reto de la
soledad en el siglo XXI
1. La soledad es un fenómeno complejo, diverso y plural. Existen tantas
soledades como individuos que la viven. Es necesario aprehenderla en
su contexto individual y comunitario para poder detectarla y abordarla.
2. La soledad tiene un efecto en todas las etapas vitales, pero se agudiza
durante la vejez: una sucesión de pérdidas asociadas al propio ciclo de
la vida (marcha de los hijos, pérdida de la pareja o amigos cercanos,
etc.), junto con un proceso paulatino de reducción de capacidades fun-
cionales y un cambio en los roles sociales (jubilación, reducción de
grupos sociales, etc.), provocan que su prevalencia sea mayor en la
última etapa de la vida.
Experiencias en las ciudades
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9998
siguientes: las propias expectativas personales, la voluntad y habilidades de
lapersona o las estrategias de afrontamiento, esto es, la forma en la que las
personas hacemos frente no solo al sentimiento de soledad no deseada, sino
a los procesos que pueden impactar en este sentimiento.
Pero como hemos visto anteriormente, la soledad no deseada puede enten-
derse también de forma multidimensional; por este motivo, además de todos
los factores intrapersonales es preciso explorar las relaciones sociales de la
persona desde dos perspectivas complementarias: por un lado, desde el punto
de vista cuantitativo y el grado de participación social (número de relaciones,
la vivencia del sentimiento en ambos sexos para desarrollar modelos
de intervención eficaces es todavía hoy en día una asignatura pen-
diente.
7. El sentimiento de soledad es difícil de reconocer y, por ende, compli-
cado de detectar y abordar. En ocasiones implica sentimientos de
vergüenza o culpa ya que sentirse solo o sola no necesariamente está
asociado al hecho de «estar solo o sola», y puede darse en contextos
familiares o de compañía. Por este motivo, es necesario dotar de herra-
mientas y recursos a los agentes que están en contacto directo con la
población mayor, a fin de detectar situaciones de soledad y aislamien-
to, y que estas sean derivadas a los recursos, programas o proyectos
destinados a paliar su efecto.
Aun así, la relación entre soledad y envejecimiento, lejos de ser una combi-
nación sencilla, se nos presenta más bien como un fenómeno complejo que
comprende interacciones individuales, familiares y comunitarias, que englo-
ba aspectos objetivos y percepciones subjetivas, y que se ve influenciado por
comportamientos individuales y expectativas culturales, a la vez que es media-
tizado por factores externos, sociales y estructurales que tienen un fuerte
impacto en la salud.
Los factores con más incidencia en el
sentimiento de soledad de las personas
mayores
Con objeto de ordenar las interacciones y factores que inciden en el senti-
miento de soledad, en el gráfico contiguo realizamos una propuesta en la que
se identifican aquellos con más incidencia.
Tal y como se puede apreciar, existen factores que tienen que ver única y
exclusivamente con la persona/individuo (factores internos) y otros que, por
el contrario, tienen un carácter más externo. Entre los factores internos están
todos aquellos intrapersonales, es decir, aquellos que vertebrarán el senti-
miento de soledad, ya que tienen que ver con la personalidad, el carácter y las
circunstancias concretas de la persona. A modo de ejemplo podemos citar los
Elementos
intrapersonales
expectativas,
personalidad,
estrategias de
afrontamiento
Existencia de
relaciones
significativas
SOLEDAD NO
DESEADA DE
PERSONAS
MAYORES
Cantidad de
relaciones o
grado de
participación
social
Elementos
estructurales
(orografía,
accesibilidad,
vivienda…)
Recursos
y servicios
sociales, de salud
u otros
Eventos vitales
(pérdidas):
jubilación;muerte
dela pareja, de
amigos o
familiares
Fuente: elaboración propia.
Experiencias en las ciudades
Soledad, envejecimiento y final de la vida
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¿Cómo podemos intervenir para abordar
la soledad no deseada de las personas
mayores?
Cada vez más, declaraciones políticas y normativas relacionadas con el
bienestar y calidad de vida de las personas mayores apuntan la necesidad de
poner el acento en el desarrollo de políticas sociales, dejando el enfoque pura-
mente sanitario de lado.7
En lo que se refiere a la soledad, lo cierto es que últimamente proliferan ini-
ciativas para dar respuesta al reto que nos plantea; algunas responden a
modelos que funcionaron en la lógica del siglo , pero que han quedado
obsoletas en la era de la información y las redes sociales. Muchas abordan la
cuestión de forma más individual, grupal, o con un carácter más comunita-
rio, y están las que se basan en la innovación tecnológica y buscan combatir
la soledad a partir del uso de aplicaciones o nuevas tecnologías.
Lo novedoso en este caso es que —más allá de una cobertura básica de nece-
sidades sociales— estos programas buscan cubrir las necesidades emociona-
les como fundamento para un bienestar y calidad de vida óptimos. Aun así,
a pesar del salto cualitativo que supone esta toma de conciencia, también es
cierto que aún nos queda mucho por definir —en un nivel más sustantivo—
y construir y producir —en un nivel más operativo— para poder dar respues-
ta desde las políticas públicas de forma global.
En el nivel más sustantivo, la relevancia de la dimensión social en la com-
prensión del proceso de envejecimiento nos ofrece unas coordenadas en las
que «la comunidad» como tal ocupa un lugar central.8 El reto reside en ver-
tebrar políticas partiendo de fortalezas y valores existentes en nuestra cultu-
ra, tales como la ayuda mutua, la solidaridad vecinal o la construcción colec-
tiva, y adaptarlas a las circunstancias y las posibilidades que nos brinda la
sociedad de la información en el siglo . Asimismo, también resulta indis-
pensable la definición y diseño de marcos de corresponsabilidad entre la
Administración pública y las entidades del tercer sector que nos faciliten
coproducir programas partiendo de unos valores conjuntos.
frecuencia de contacto y actividades que realiza) y, por el otro, desde la segu-
ridad emocional o sensación de confianza que estas relaciones u otras signi-
ficativas puedan proporcionar a la persona. Es importante comprender que
nos podemos sentir solos o solas estando acompañados, y que, por lo tanto,
la soledad no únicamente tiene que ver con la cantidad de relaciones que uno
tiene, sino con cómo percibimos estas relaciones: es decir, con la calidad de
las mismas.
Por otra parte, entre los factores más externos destacamos sobre todo los
eventos vitales que tienen que ver con el proceso de pérdidas, directamente
relacionado con el ciclo de la vida (marcha de los hijos, muerte de amigos
cercanos, etc.), pero también con un cambio de roles sociales vinculados
fundamentalmente con el sentimiento de pertenencia (jubilación), así como
con una merma paulatina de capacidades funcionales, que muchos autores
denominan «crisis de autonomía». Finalmente, subrayamos todos aquellos
factores estructurales relacionados con la orografía, la accesibilidad o la red
de transporte —que pueden agravar el aislamiento de una persona y aumen-
tar así el riesgo de sentir soledad— y la existencia de servicios, programas y
recursos para combatir la soledad.
Todos estos factores están interrelacionados entre sí, pudiéndose analizar
desde un prisma diferente, ya que provienen de diferentes esferas: individual,
familiar, social/comunitaria y estructural. Asimismo, pueden acumularse
factores en varias de ellas o únicamente en una. Cabe señalar que el grado de
soledad que puede sentir una persona no será consecuencia de un mayor
número de factores que puedan incidir en él. Esto es, no necesariamente el
hecho de acumular más factores provocará un sentimiento más grande de
soledad. A pesar de ello, y aunque resulte contradictorio, desde el punto
devista de la intervención sí existe la necesidad de indagar en los factores que
provocan el sentimiento de soledad. Uno de los retos actuales sería precisa-
mente este: detectar y abordar la soledad del individuo en su complejidad y
acompañarla durante todo su proceso, interviniendo en cada una de las esfe-
ras a partir de la activación de las competencias de cada uno de los agentes
responsables.
Experiencias en las ciudades
Soledad, envejecimiento y final de la vida
103102
Pascual-Leone Á, Fernández Ibáñez A, Bartrés-Faz D. El cerebro que cura.
Barcelona: Plataforma Editorial; 2019.
Sala Mozos E. Acción comunitaria y soledad no elegida. Ejemplos de políti-
cas al respecto. En: Ezquerra S, Pérez Salanova M, Pla M, Subirats J, edi-
tores. Edades en transición: envejecer en el siglo . Barcelona: Ariel;
2016. pp. 196-200. Subirats J., et al. Perfils d’exclusió social a Catalunya.
Barcelona: UAB; 2005.
Yanguas J, et al. El reto de la soledad en la vejez. ZERBITZUAN. 2018; 66:
63-71.
Notas
1. Costas A. Les Sol·lituds. XIV Jornada de reexió sobre la societat civil.
Fundació Grup Set. 2019; 14: 108-120.
2. Parra Álvarez C. Análisis existencial de la soledad humana. Horizontes
educacionales (sine data).
3. Yanguas J, et al. El reto de la soledad en la vejez. ZERBITZUAN. 2018; 66:
63.
4. D’Hombres B. Loneliness: an unequally shared burden in Europe. Science
for Policy Brief. European Union; 2018.
5. Yanguas J, et al. op cit; 66: 67.
6. Subirats J, et al. Perls d’exclusió social a Catalunya. Barcelona: UAB; 2005.
7. De Jong Gierveld J, Tesch-Roemer C. Loneliness in old age in Eastern and
Western European societies: theoretical perspectives. Eur. J. Ageing. 2012;
9: 285-295.
8. Sala Mozos E. Acción comunitaria y soledad no elegida. Ejemplos de po-
líticas al respecto. En: Ezquerra S, Pérez Salanova M, Pla M, Subirats J,
editores. Edades en transición: envejecer en el siglo . Barcelona: Ariel;
2016. pp. 196-200.
En un nivel más operativo, es preciso implementar herramientas y recursos
que nos permitan salir del reduccionismo que nos ofrece la visión individual.
Esto es, el desarrollo de las intervenciones individuales o grupales debe
enmarcarse en un contexto social y combinarse con intervenciones de tipo
comunitario. A su vez, las nuevas tecnologías deben entenderse como un
activo o útil, y no plantearse como un fin en sí mismo.
En definitiva, las sociedades contemporáneas, desde las políticas públicas,
debemos hacer un esfuerzo por rescatar valores y activos de la cultura colec-
tivista, y ser lo suficientemente hábiles para desarrollar metodologías inno-
vadoras que integren las lógicas de intervención más individuales y grupales
con aquellas más comunitarias. Algo aparentemente sencillo, siempre y cuan-
do partamos de una ciudadanía activa, con afán de transformación social, y
contemos también con la voluntad política y la asignación de los recursos
necesarios.
Bibliografía
Bauman Z. Liquid Modernity. Cambridge: Polity; 2000.
Costas A. Les Sol·lituds. XIV Jornada de reflexió sobre la societat civil.
Fundació Grup Set. 2019; 14: 108-120.
De Jong Gierveld J, Tesch-Roemer C. Loneliness in old age in Eastern and
Western European societies: theoretical perspectives. Eur. J. Ageing.
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D’Hombres, B. Loneliness: an unequally shared burden in Europe. Science
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Ezquerra S, Pérez Salanova M, Pla M, Subirats J, editores. Edades en transi-
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Fundació Grup Set. Les Sol·lituds, n.º 14, XIV Jornada de reflexió sobre la
societat civil. Barcelona. Palau Macaya. 15 de noviembre de 2018; 2019.
Parra Álvarez C. Análisis existencial de la soledad humana. Horizontes edu-
cacionales. (sine data).
Experiencias en las ciudades
Soledad, envejecimiento y final de la vida
105104
afectos… o quizá en ambos. En realidad, son significativas cuando
generan algún tipo de comunidad, sea esta familiar, sectorial, territo-
rial o mixta. No hay que olvidar tampoco que el antónimo de la comu-
nidad es la indiferencia. En el fondo, es una consideración de que el
otro no existe. Tan grave como real. Porque querer humanizar la vida
radica más en comprometerse a generar vínculos activos y verdaderos
que en proponer o multiplicar actividades.
4. Por tanto, ¿qué se precisa entonces para hacer frente a la soledad no
querida: compañía o acompañamiento? Probablemente ambas cosas.
La compañía —versión relacional del apoyo social— es el aspecto
cuantitativo del vínculo y su condición es la aportación, el intercam-
bio. Por ejemplo: el aporte del voluntario es su tiempo, el kronos, en
su sentido literal. Por su parte, el acompañamiento —versión relacio-
nal del apoyo transpersonal o espiritual— es el aspecto cualitativo del
vínculo y su condición de realidad es la autopercepción de la acepta-
ción plena por parte del otro. Por ejemplo: el tiempo del encuentro como
kairos, el tiempo como oportunidad.
Pero todo esto ¿a qué nos lleva? A profundizar en lo que podríamos
llamar el «sentido de comunidad».
5. El sentido de comunidad fue definido por Sarason en 1974 (en The
psychological sense of community: prospects for a community psychology)
como la «experiencia subjetiva de pertenencia a una colectividad mayor
formando parte de una red de relaciones de apoyo mutuo (parte cuan-
titativa; aportación-kronos) en la que se puede confiar (parte cualitativa;
autopercepción de la aceptación plena por parte del otro-kairos).
Para algunos autores, las dimensiones del sentido de comunidad son
cuatro:
a) Conexión emocional compartida con el resto de los miembros de
la comunidad. Clave de afecto, de sentirse seguro y protegido.
Responde a la pregunta: ¿cerca o lejos?
b) Integración de deseos y necesidades dentro de la propia comuni-
dad. Es decir, se incorpora al común. Responde a la pregunta: ¿mío
o nuestro?
c) Capacidad de influencia sobre el entorno común. Clave de poder,
de sentirme importante. Responde a la pregunta: ¿arriba o abajo?
«Madrid Ciudad de los Cuidados»:
un abordaje comunitario frente a la
soledad no deseada en la legislatura
2015-2019
Javier Barbero
Concejal de Más Madrid
Agradezco a la Fundació Grífols la posibilidad de compartir algunas reflexio-
nes en torno a la soledad y la perspectiva de trabajo municipal que iniciamos
en el Ayuntamiento de Madrid en la pasada legislatura (2015-2019).
1. La soledad es una experiencia personal, pero también tiene una dimen-
sión colectiva. Precisamente por una antropología de base muy senci-
lla: el ser humano es un sujeto relacional, vincular, un zoon politikon.
Y la responsabilidad de tejer vínculos, es decir, de humanizar la vida,
acaba siendo de todos.
2. La soledad no querida, una patología relacional de nuestras grandes
ciudades, se podrá resolver si partimos de otra base antropológica: el
ser humano como sujeto vulnerable y, por tanto, interdependiente.
No hago una valoración negativa o peyorativa de esta vulnerabilidad,
pero, si no me asumo como tal, seré incapaz de pedir ayuda ante mi
soledad. Y, si no lo considero así, tampoco la ofreceré, porque enten-
deré que la otra persona ha de ser necesariamente autosuficiente. En
el modelo neoliberal en que vivimos aparece el «fantasma del empren-
dedor solitario», de la única realización personal posible, la del indi-
viduo emancipado, lo que ignora la necesaria interdependencia y la
vulnerabilidad como una oportunidad de encuentro. No nos olvide-
mos de que el antónimo de la vulnerabilidad es la soberbia.
3. La soledad tiene una dimensión cuantitativa, pero también cualitati-
va. De hecho, entiendo que una definición tentativa de la soledad
podría ser: «ausencia de relaciones interpersonales suficientes o que
sean significativas». ¿Y cuándo se construyen relaciones significati-
vas? Cuando los vínculos están incardinados en los valores o en los
Experiencias en las ciudades
Soledad, envejecimiento y final de la vida
107106
8. En definitiva, ese plan nos ayudó a vertebrar políticas públicas muni-
cipales que plantaran cara a la experiencia de sufrimiento evitable que
acompaña a la soledad no deseada, que posibilitaran comunidades de
cuidados (es decir, auténticas redes que nos sostengan en nuestras
vidas cotidianas), y que nos permitieran seguir haciéndonos al menos
dos preguntas: ¿cuánto me concierne el otro? y ¿cómo quiero pensar
y construir lo común?
9. Este plan tuvo su mayor concreción en un proyecto piloto implemen-
tado a lo largo de dos años de trabajo comunitario en los barrios de
Almenara (distrito de Tetuán) y Trafalgar (Chamberí). Previamente,
un estudio realizado por Madrid Salud, organismo municipal dedica-
do a los temas de salud, que no sanitarios, mostraba que más del 9%
de los ciudadanos y ciudadanas mayores de 18 años se habían sentido
solos en el último año en nuestra ciudad, es decir, cerca de 240.000
personas habrían experimentado una situación de soledad no
deseada, en muchos casos con importantes efectos sobre la salud y el
bienestar. Se trata de un problema creciente debido al aumento de las
personas que viven solas, el envejecimiento de la población, la medi-
calización de los malestares, la extensión del individualismo, el declive
de las redes de apoyo social y familiar o el aumento de la precariedad
y las desigualdades. Múltiples causas para una experiencia de tantísi-
mo sufrimiento.
El objetivo del proyecto (que, por cierto, acaba de ser clausurado por
la nueva corporación) no era asistencial, sino comunitario, porque,
aunque —en tanto sentimiento— la soledad es una experiencia subje-
tiva y personal (por eso tantas veces vivida —desafortunadamente—
como vergonzante), su solución apela, como hemos mencionado,
tanto a la responsabilidad individual como colectiva.
Se trataba, por tanto, de implicar a las asociaciones, de tejer redes, de
sensibilizar a las vecinas y vecinos sobre una realidad que puede estar
en el piso de abajo, de experimentar maneras diferentes de vincularse en
el ocio o en el apoyo mutuo… en definitiva, de potenciar el sentido de
arraigo y de comunidad. Cuando esto se consigue, se llega a muchísi-
mas más personas, aunque sea más complicado contabilizar el resul-
d) El sentido de pertenencia a la comunidad, en tanto que espacio o
territorio, o en tanto que colectivo. Mi/nuestra gente. Sentirme
incluido. Responde a la pregunta: ¿dentro o fuera?
Ferdinand Tönnies, en Comunidad y asociación (1887) [2009], apun-
ta que la diferencia entre ambas estructuras está en que en la primera
predominan los sentimientos y deseos y en la segunda la deliberación
y el cálculo estratégico, pero, sobre todo, que en la comunidad unos y
otros se tratan como fines y no solo como meros medios que legítima-
mente quieren conseguir unos objetivos.
6. Tenemos por tanto, en la reflexión en torno a la soledad, una antropo-
logía centrada en el ser humano como animal relacional, vulnerable e
interdependiente; un análisis de la dimensión cuantitativa (las relacio-
nes sociales) y cualitativa (las relaciones significativas) que le acompa-
ñan; y, por último, una consideración de la comunidad como el espa-
cio y la matriz idóneos para combatir la parte no deseada de la soledad.
Pero ¿en qué marco situamos toda esta reflexión que queremos que
nos lleve a una determinada praxis? Pues en el marco de los cuidados.
En este sentido, Joaquín García Roca nos propone que cuidar es «empo-
derar a la población en la gestión de los propios riesgos».
Nos llevaría mucho más espacio del que disponemos profundizar en
esta afirmación, pero al menos sí podemos señalar su carácter poten-
ciador (no solo heridas, también capacidades); su apuesta por la
dimensión comunitaria/colectiva, y el rechazo del paternalismo asis-
tencialista. Ciertamente, todo un reto.
7. En Madrid, durante la pasada legislatura pusimos en marcha el plan
«Madrid Ciudad de los Cuidados» (MCC), en el que se enmarca el
abordaje en el marco municipal de la soledad no deseada. Basado en
esa perspectiva del cuidar, en sus criterios de actuación este plan —cui-
dadosamente diseñado— nos habla de una perspectiva comunitaria,
de personalización (o visión humanizadora), de barrio y de cotidia-
neidad, de corresponsabilidad y transversalidad (pues afecta a todos
los ámbitos municipales), de hibridación (en la relación entre lo públi-
co y lo social) y de universalismo proporcional (para todos, pero
preferentemente para los más vulnerables).
Experiencias en las ciudades
Soledad, envejecimiento y final de la vida
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damentalmente sobre la base de un mercado que hace prestación secto-
rial. Desde «Madrid Ciudad de los Cuidados» preferimos potenciar las
herramientas comunitarias, desde lo cotidiano de nuestras vecinas y
vecinos y desde la perspectiva territorial, porque la soledad es un fenó-
meno relacional que ha de ser resuelto en el contexto en el que se pro-
duce. Inicialmente necesitará de un apoyo técnico, incluso externo,
como lo tenía en los proyectos piloto, a fin de configurar y consolidar
tales herramientas, pero posteriormente, con el tiempo suficiente, sería
la propia organización municipal, a partir de sus estructuras, la que
ayude, en todo caso en una simple dinámica de mantenimiento, a sos-
tener esas prácticas comunitarias que plantan cara a la soledad.
El modelo municipal neoliberal seguirá la lógica habitual. Contratación de
empresas de servicios (algunas disfrazadas de ONG) con objeto de dar una
cobertura asistencial en la que los profesionales definirán los objetivos y las
actividades, pero sin ninguna pretensión de fortalecer el quehacer de la
comunidad para que se vaya haciendo cargo de sostener la realidad de sole-
dad no deseada en sus barrios.
Más allá del autocuidado, en el ejercicio del cuidado aparecen niveles progre-
sivos. Donde no llega la familia, tendría que llegar la comunidad; donde no
alcanza esta, le tocaría a las instituciones públicas y, en su carencia o en su
ausencia, al mercado. Pero el orden no debería ser el inverso. El ejemplo de
la soledad es muy evidente. Sin comunidad familiar o territorial la soledad se
cronifica y no te la resuelven ni las instituciones asistenciales ni las empresas
de servicios, por muy encantadores que sean sus profesionales.
El plan «Madrid Ciudad de los Cuidados», en el que se enmarcaba el abor-
daje de la soledad no deseada en nuestro ayuntamiento, se asentaba en esa
perspectiva del cuidar, en el desarrollo de una política pública municipal
construida sobre una concepción de la comunidad como un derecho.
Frente a la soberbia, reivindicamos el reconocimiento de la vulnerabilidad;
frente a la indiferencia, la responsabilidad del vínculo; frente a la soledad no
deseada, el despertar de la comunidad.
En definitiva, ante la soledad no deseada… ¿comunidad o mercado?
tado final. Es la mejor manera de detectar los factores de riesgo o las
situaciones ya emergentes de soledad no deseada y, por tanto, de
prevenir su aparición o su cronificación.
Quien conoce el trabajo comunitario sabe que estos procesos son
lentos y que necesitan ir consolidándose poco a poco. En los barrios
mencionados se ha hecho un trabajo intenso con actividades muy
variadas y dinamizadoras (con más de 2.300 participantes) y con talle-
res que formaron a más de 850 asistentes. Y ahora es cuando tocaba ir
afianzando la experiencia.
10. El modelo del plan MCC y el de la actual corporación madrileña del
PP-Ciudadanos son bien distintos en el abordaje de la soledad, tanto a
la hora de entender qué es una persona como con respecto a los enfo-
ques de intervención. Tendrán elementos comunes esos modelos, en
ocasiones serán complementarios, pero con acentos bien diferenciales.
En primer lugar, un modelo distinto de persona, como ya hemos
apuntado. El neoliberalismo clásico alimenta la omnipotencia de ese
yo particular —pretendidamente autosuficiente— cuyo modelo es el
emprendedor y la responsabilidad, fundamentalmente individual.
Desde MCC partimos del reconocimiento de la vulnerabilidad y la
interdependencia de todo ser humano, algo no necesariamente nega-
tivo, y consideramos que la responsabilidad de su abordaje es tanto
personal como colectiva.
De hecho, llama la atención que el proyecto contra la soledad no
deseada del actual equipo municipal se quiera centrar en la soledad
de las personas mayores, colectivo al que se le asocia la vulnerabili-
dad por la condición de fragilidad añadida a la que apunta la edad
avanzada, sin reconocerse, de facto, por el hecho de la simple per-
tenencia a la condición humana. Y, además, el abordaje, presumi-
blemente, será básicamente llevado a cabo por organizaciones de
voluntariado especializado en personas mayores y dirigido a la
atención-asistencia del caso, bien en formato individual, bien en
formato grupal.
En segundo lugar, un modelo distinto de tratamiento de las situaciones
de necesidad. El neoliberalismo prioriza los aportes individuales, fun-
Experiencias en las ciudades
Soledad, envejecimiento y final de la vida
111110
n En la India, concretamente en la ciudad de Kerala, a raíz de la elevada
demanda de cuidados paliativos se formó a un grupo de voluntarios,
guiados por profesionales de la salud del ámbito de la medicina paliativa.
Actualmente cuenta con una red de voluntarios capacitados y compro-
metidos con la comunidad que visitan diariamente a los vecinos que pre-
cisan cuidados, observan cómo están y qué necesidades tienen. Es una
forma de aproximarse a quien lo necesita y comprender el dolor del otro,
lo cual nos hace partícipes de este. El modelo implementado en esta comu-
nidad compasiva india es excelente.
n En Inglaterra, destacan dos experiencias:
En el Hospicio de St. Christophe se llevó a cabo un programa de
cuidados paliativos con el objetivo de implicar a la comunidad y
relacionarse con el entorno, en este caso con la escuela local, cuyo
alumnado podría beneficiarse de la visita al hospicio. De resultas,
normalizaron el tema de la muerte, mantuvieron relaciones saluda-
bles con personas en fase terminal, comprendieron mejor las cuestio-
nes relacionadas con el fin de la vida y la pérdida y redujeron miedos,
estigmas y prejuicios. Por su parte, los pacientes se convirtieron en
educadores.
Severn Hospice desarrolló un programa de voluntariado dirigido a
dar asistencia a personas frágiles, con el fin de concienciar sobre la
necesidad de que los miembros de la comunidad se implicaran en su
atención. Los voluntarios recibieron una formación básica para asistir
a este colectivo vulnerable. De procedencias muy diversas —desde
jubilados a gente trabajadora—, estos voluntarios se comprometían a
dedicar una parte de su tiempo a visitarlos una vez por semana. Esta
iniciativa, que buscaba que la atención a estas personas más desprote-
gidas fuera responsabilidad de todos, ha ido creciendo hasta estable-
cer una amplia red que ha logrado una reducción significativa de los
servicios asistenciales por parte de quienes reciben el voluntariado.
2. «Vic Ciutat Cuidadora»
«Vic Ciutat Cuidadora» es un proyecto comunitario liderado por el
Ayuntamiento de Vic y la Càtedra de Cures Pal·liatives (CAPC), cátedra que
es el resultado de un acuerdo entre el CESS-Centre d’Estudis Sanitaris i
La experiencia del proyecto «Vic
Ciutat Cuidadora»
Magda Molas
Enfermera del equipo de Servicios Sociales del Ayuntamiento
de Vic
1. Fundamentación: comunidades
compasivas
El proyecto «Vic Ciutat Cuidadora» es una iniciativa que se enmarca en el movi-
miento Compassionate Communities, del cual Allan Kellehear es uno de sus
impulsores. Kellehear —profesor de cuidados paliativos de la Universidad de
Bradford, médico y sociólogo en salud pública— define las ciudades compasivas
como «comunidades que se dan apoyo y que se cuidan mutuamente, sobre todo
en situaciones de demencia, envejecimiento, discapacidad, dolor», señalando «el
importante papel que tiene la comunidad en cuanto al cuidado de las personas
que encaran el final de la vida y de sus familias y cuidadores, una atención que
viene a complementar a los servicios profesionales formales», así como que «la
salud es responsabilidad de todos, no solo de los servicios profesionales».
Las compassionate communities son modelos de participación comunitarios
formados por personas comprometidas en la mejora de la calidad de vida de
su comunidad. De estas actuaciones se benefician sus miembros. Asimismo,
estos modelos están dirigidos por grupos de profesionales que orientan y acom-
pañan en el desarrollo del proyecto.
La palabra «compasión», en este contexto, adquiere una dimensión plena-
mente humana puesto que el hecho de ofrecer este soporte y aproximarnos a
la persona que padece una enfermedad o encara el final de su vida nos hace
partícipes de su sufrimiento: la escucha y el prestar atención a sus necesida-
des, humaniza los cuidados. Igualmente, visibiliza una comunidad que se
preocupa por las personas que padecen, enriqueciendo así su contenido.
Existen numerosas experiencias de comunidades compasivas en el mundo:
Alemania, Argentina, Australia, Canadá, Colombia, la India, Inglaterra, Irlanda,
Japón… Veamos algunos ejemplos:
Experiencias en las ciudades
Soledad, envejecimiento y final de la vida
113112
Se trata de cuidar a las personas vulnerables, a las que se encuentran en fase
terminal. Ponderan el respeto de sus deseos, la escucha, el estar atentos a sus
necesidades, a sus silencios… básicamente acompañarlas en cada situación.
Para poder llevar a cabo esta labor se ponen en marcha una serie de activida-
des de sensibilización y unos cursos básicos abiertos a la ciudadanía sobre el
acompañamiento al final de la vida y la atención al duelo.
4. Contexto
El proyecto va dirigido a la ciudadanía —a entidades, asociaciones, volunta-
riado, escuelas, institutos…— a fin de sensibilizar, impulsar y facilitar la
reflexión acerca del proceso de morir, centrándose la actuación en aquellas
personas que sufren una situación de final de vida y presentan indicadores de
vulnerabilidad social.
5. Objetivos y valores
n Sus fines son mejorar las actitudes sociales y culturales referentes a la
enfermedad avanzada y el final de la existencia y promover el soporte
social y la calidad de vida de las personas que necesiten tal atención.
n Valores como el humanismo, la solidaridad, la compasión y la parti-
cipación social están presentes en el proyecto.
6. Fases del proyecto
1.ª fase
El proyecto empieza con el liderazgo de la Càtedra de Cures Pal·liatives
del doctor Xavier Gómez-Batiste, quien expone a los Servicios Sociales del
Ayuntamiento de Vic la necesidad de crear una red de cuidados con la ciuda-
danía, a fin de sensibilizar, promover y facilitar la reflexión acerca del proceso
de morir y ofrecer acompañamiento a las personas que sufren una situación de
final de vida y que presentan indicadores de vulnerabilidad social. Los
Servicios Sociales, por su parte, ven en esta iniciativa una gran oportunidad
para iniciar un trabajo preventivo en red para el bien de la comunidad.
Socials de la Universitat de Vic-Universitat Central de Catalunya, el Institut
Català d’Oncologia (ICO) y la rama académica del Observatorio Qualy.
En dicha cátedra hay que destacar la labor del doctor Xavier Gómez-Batiste,
el cual es clave tanto como director e impulsor del proyecto como por su alto
grado de implicación en el diseño y aplicación de las acciones implementadas.
Inspirado en las compassive communities, este proyecto pretende mejorar las
actitudes sociales y culturales hacia las enfermedades avanzadas y el final de
la vida, así como procurar soporte social y calidad de vida a las personas
quelas padecen.
Para llevarlo a término se han impulsado diferentes acciones (formativas,
culturales, informativas…) que han tenido y están teniendo unas consecuen-
cias positivas.
Estas acciones se han llevado a cabo gracias a un trabajo colaborativo entre
personas de muy variada procedencia profesional de la ciudad de Vic, desde
profesores del ámbito de la educación hasta profesionales de la salud, pasan-
do por responsables de entidades y agrupaciones de gente mayor o presiden-
tes de asociaciones de vecinos. Todos estos agentes, desde el primer momen-
to, se han mostrado participativos y con deseos de implicarse plenamente.
3. Marco conceptual: el cuidar del otro como
eje principal del proyecto
El proyecto se sustenta, desde su inicio, sobre la base del empoderamiento de
la comunidad con la presencia de personas de diferentes ámbitos profesiona-
les y sociales. El interés de los propulsores es educar, capacitar e involucrar a
este voluntariado en los cuidados y acompañamiento de quienes se encuen-
tran en fase de enfermedad avanzada y con vulnerabilidad y, a la vez, suscitar
un cambio en la mirada de la sociedad hacia estas personas.
En la iniciativa «Vic Ciutat Cuidadora» el «cuidar» adquiere una dimensión
humana. Su objetivo es corresponsabilizar a la comunidad de los cuidados,
visibilizarla y comprometerla, complementar la atención que ofrece el cuida-
dor principal y hacer partícipe a la persona en la toma de decisiones cuando
llega el final de su vida.
Experiencias en las ciudades
Soledad, envejecimiento y final de la vida
115114
5.ª fase
Se llevan a cabo las acciones anteriormente planificadas:
n En cuanto al primer grupo de acciones de sensibilización y formación,
cabe decir que actualmente se está desarrollando la cuarta edición del
programa de actividades, las cuales tienen y han tenido diferentes for-
matos: conferencias, talleres gratuitos abiertos a la ciudadanía, charlas
dirigidas a alumnos y alumnas de 14 a 16 años, cuentos para niños,
tertulias en formato Death Café, cine-coloquios, teatro… Los temas
tratan sobre el duelo, las voluntades anticipadas, la vida y la muerte, las
decisiones éticas al final de la vida, la música en la muerte…
Estas conferencias se están realizando en distintos espacios: la
Universitat de Vic, las sedes de diversas entidades sociales de la ciu-
dad, en centros educativos y centros de mayores, en bibliotecas, igle-
sias, cines…
Asimismo, se están dando cursos de formación básica de atención al
duelo y cursos de acompañamiento para el final de la vida dirigidos a
formar voluntarios y a profesionales. Dichos cursos están impartidos
por la Creu Roja y tienen lugar en aulas de la UVIC.
También se han organizado jornadas y coloquios en institutos de
secundaria en otras comarcas y se ha participado en congresos expo-
niendo el trabajo desarrollado.
La respuesta a todas estas actividades ha sido y está siendo excelente.
n Por último, se ha puesto en marcha el circuito de acompañamiento.
7. Conclusión
Visto el recorrido que ha tenido hasta ahora podemos decir que el proyecto
«Vic Ciutat Cuidadora» es un ejemplo de «ciudad compasiva». Desde su ori-
gen ha invitado a la ciudadanía a participar, ha implementado acciones de
sensibilización y formativas y ha diseñado y activado el acompañamiento a las
personas que se encuentran en el final de la vida, a sus familiares y cuidadores.
Al mismo tiempo, el proyecto complementa la atención sanitaria y social que
están recibiendo tales personas mediante una red de apoyo de voluntarios.
2.ª fase
A partir de esta necesidad, se lleva a cabo la construcción del proyecto «Vic
Ciutat Cuidadora»: básicamente, sobre la base de un proceso participativo
con agentes sociales procedentes de diferentes ámbitos: educación, sanidad,
atención social, entidades de voluntariado, dirigentes y representantes de
asociaciones de gente mayor y vecinales y de la Administración pública, ciu-
dadanía en general, usuarios y usuarias de los diferentes servicios… Este
proceso de participación está guiado por profesionales técnicos de la Càtedra
de Cures Pal·liatives de la UVIC y del ámbito municipal.
3.ª fase
Una vez implementado este proceso participativo se crea un grupo promotor
formado por representantes de la Càtedra de Cures Pal·liatives de la UVIC y
de los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Vic y por personas de diversos
ámbitos de la ciudad, a las cuales se les pide desde el primer momento com-
promiso, ya que su implicación en el desarrollo del proyecto es esencial: de
ellos dependerán actuaciones y decisiones relativas a la coordinación y dis-
ponibilidad de espacios en la ciudad. Además, se cuenta con el apoyo político
del gobierno local.
Sobre esta base se consensúan objetivos y funcionamiento y se establecen las
diferentes formas de comunicación entre los participantes.
4.ª fase
Se lleva a término la planificación de las acciones, centradas, básicamente, en:
n La programación de acciones de sensibilización y formación, acor-
dándose y concretándose para tal fin cuatro grandes bloques de acti-
vidades: culturales, formativas, de soporte y de conocimiento mutuo
entre las organizaciones.
n El diseño de un circuito de acompañamiento a personas con enferme-
dad avanzada y crónica en el que intervienen profesionales del ámbito
de la salud y de los servicios sociales, así como entidades de volunta-
riado de la ciudad que disponen de voluntarios formados y prepara-
dos para efectuar esta labor.
Experiencias en las ciudades
Soledad, envejecimiento y final de la vida
117116
Proyecto «Radars» – Ayuntamiento de
Barcelona
Clara Costas
Coordinadora del proyecto «Radars»
El proyecto «Radars» es una iniciativa comunitaria que surgió en 2008 en el
barrio de Camp d’en Grassot (distrito de Gracia) de Barcelona. En un con-
texto marcado por el aumento de situaciones de vulnerabilidad, derivadas en
parte por transformaciones demográficas (como los cambios en los modelos
residenciales, en los que se pasa de hogares extensos a nucleares o uniperso-
nales; el incremento de los divorcios, de la esperanza de vida y de las migra-
ciones en edad laboral, entre otros), Servicios Sociales llegó a la conclusión
de que era necesario implicar a la comunidad a fin de mejorar la detección de
situaciones de riesgo y luchar contra la soledad que las personas mayores
pudieran sentir. Con estos dos objetivos nació «Radars», en un marco en el
cual las políticas públicas no disponían de herramientas contrastadas y de
largo recorrido en materia de soledad, por lo cual fue necesario construirlas
desde cero.
Para lograr sus fines, el proyecto «Radars» dirige sus esfuerzos a sensibilizar
y concienciar a la población sobre la situación de las personas mayores y a
crear una red de barrio que permita que la ciudad sea un espacio más seguro
y amigable para este colectivo. Así, «Radars» es un proyecto comunitario cons-
truido colectivamente junto a los vecinos y vecinas del barrio, sus equipa-
mientos y servicios, los comercios y farmacias, las entidades de la vecindad,
los servicios sociales y sanitarios y el resto de recursos que se encuentren en
su territorio. Esta «coproducción» implica la existencia de una corresponsa-
bilidad, hecho que permite redefinir los roles y valores tanto de los profesio-
nales como de los agentes del entorno, que conjuntamente diseñan nuevos
mecanismos de comunicación y experimentan con novedosas metodologías
de intervención.
En el proyecto es clave un liderazgo y un grupo de profesionales que lo guíen,
que crean en él desde el primer momento. Esto es fundamental para que
funcione.
En el presente, se han logrado los resultados esperados. Ha propiciado espa-
cios de discusión y debate, ha promovido reflexiones individuales, mejorado
las actitudes ante el proceso de morir… con una masiva asistencia a las acti-
vidades y con valoraciones muy positivas.
Otras zonas de Catalunya se han interesado en conocer el proyecto.
Bibliografía
Getxo Zurekin. Resumen: Getxo Zurekin, comunidad compasiva. Disponible
en: http://www.ararteko.net/RecursosWeb/DOCUMENTOS/1/0_4762_3.
pdf.
Kellehear A. Compassionate communities: end-of-life care as everyone’s
responsibility. QJM: An International Journal of Medicine. 2013;
106(12): 1071-1075. Disponible en: https://academic.oup.com/qjmed/
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Lavy V, Bond C, Wooldridge R. Juego de herramientas para el Cuidado
Paliativo: mejorando el cuidado desde la raíz en sectores limitados en
recursos. The WorldWide Palliative Care Alliance. Help the Hospices.
2008. Disponible en: https://cuidadospaliativos.org/uploads/2011/08/
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Palliative Care Australia. Compassionate communities: An implementation
guide for community approaches to end of life care. 2018.
Rodríguez Prada A, Calderon Gómez J, Krikorian Daveloza A, Zuleta
Benjumea A. Comunidades compasivas en cuidados paliativos: revisión
de experiencias internacionales y descripción de una iniciativa en
Medellín, Colombia. 2017. Disponible en: https://revistas.ucm.es/index.
php/PSIC/article/view/57089.
Vic Ciutat Cuidadora. https://www.vicciutatcuidadora.cat/.
Experiencias en las ciudades
Soledad, envejecimiento y final de la vida
119118
no se dispone de un círculo relacional o de actividades en la agenda. Es decir,
cuando no tenemos nada más que pueda ocupar la mente.
Funcionamiento del proyecto «Radars»
Para romper con esta espiral, «Radars» involucra a toda la ciudadanía para
llevar a cabo una iniciativa que se articula a partir de seis ámbitos:
La soledad no deseada
En un primer momento, «Radars» se dirigía a las personas mayores que viven
solas. No obstante, pronto se puso de manifiesto que el sentimiento de sole-
dad era más generalizado, y que se extendía también entre aquellas personas
mayores en situación de cohabitación. Bermejoa define este sentimiento de
soledad no deseada como una «experiencia subjetiva que se produce cuando
no estamos satisfechos o cuando nuestras relaciones no son suficientes o no
son como esperaríamos que fueran». El actor Robin Williams resumió en
una sola frase la dureza de esta percepción: «Solía pensar que lo peor de la
vida era terminar solo. No lo es. Lo peor de la vida es terminar con personas
que te hacen sentir solo».
La soledad no deseada es una realidad que puede afectar a personas de cual-
quier condición y edad, tal y como ha mostrado la reciente creación del
Ministerio de la Soledad en el Reino Unido. Sin embargo, el proceso de pér-
didas asociado al envejecimiento (pérdidas relacionales como las del círculo
laboral tras la jubilación, la pareja o los amigos con quien se comparte el ocio,
o incluso los vecinos con los que se ha convivido años; pérdidas de movili-
dad, visión y otras capacidades; pérdida de los espacios «propios» del barrio
a causa de los cambios urbanísticos, etc.) acentúa el sentimiento de soledad
no deseada en las personas mayores.
La afectación de este sentimiento en la calidad de vida de estas personas es
múltiple. Siempre se ha intuido la correlación existente entre el sentimiento
de soledad y la depresión, y de esta con diversas patologías y problemas de
salud, pero a lo largo de la última década cada vez son más los estudios que
prueban la existencia de una relación causal. Así, en el bastante extendido
estereotipo de persona mayor que hiperfrecuenta los servicios de salud de
atención primaria «para pasar el rato» o «para hablar con alguien» se esconde
una realidad que no siempre es tenida en cuenta. Es necesario dar más luz a
la relación existente entre la depresión y/o la soledad y el dolor, que además
de poder ser causa o consecuencia de la depresión, se ve intensificado cuando
a Bermejo Higuera, JC. La soledad de los Mayores. (IMSERSO, Madrid: Humanizar).
Experiencias en las ciudades
VALORACIÓN/
INTERVENCIÓN
SS.SS/Salud
PLATAFORMA
DE SEGUIMIENTO
TELEFÓNICO
DETECCIÓN
SENSIBILIZACIÓN
Y DIFUSIÓN
MESA DE
ENTIDADES
VINCULACIÓN
AL TERRITORIO
RED DE BARRIO:
RADARES VECINALES, RADARES COMERCIALES,
RADARES DE FARMACIAS, EQUIPAMIENTOS, SERVICIOS…
La espina dorsal del proyecto es la mesa de entidades de cada territorio, en la
que se reúnen trimestralmente todos los agentes anteriormente citados (ser-
vicios sociales y sanitarios, entidades, comercios, farmacias, equipamientos,
servicios y voluntarios) para diseñar, planificar y evaluar las estrategias que se
llevan a cabo con objeto de aumentar la detección de situaciones de riesgo y
de soledad, y para conseguir la vinculación de las personas mayores a los equi-
pamientos del barrio.
Soledad, envejecimiento y final de la vida
121120
las farmacias radar notifican cuando una persona no tiene capacidad para
seguir las pautas de su medicación y ello supone un riesgo para su salud, y los
comercios radar comunican otros casos que pueden indicar un inicio de
deterioro cognitivo. El hecho de poder abordar todas estas situaciones en
una fase inicial mejora con creces las perspectivas de tratamiento y de calidad
de vida de quienes las sufren.
Si la persona mayor detectada no padece un deterioro cognitivo (o este es
leve) se la invita a participar de «Radars». La valoración de su caso (condición
psicológica, de salud y de entorno) se hace conjuntamente entre los profesio-
nales de servicios sociales y de salud, a fin de determinar si necesita algún
servicio de apoyo complementario. En caso de que no se aprecie deterioro
cognitivo que impida que pueda beneficiarse de las llamadas de compañía
(hecho que sucedería si la persona mayor no tiene capacidad de entender
quién y para qué le llaman, generando en ella desazón y desconcierto), se la
deriva a la Plataforma de Seguimiento Telefónico.
Aunque los radares pueden ponerse en contacto con «Radars» para comuni-
car, junto con la persona afectada, situaciones de soledad, en la práctica estas
notificaciones son muy reducidas. Esto es debido a que la soledad es, gene-
ralmente, un sentimiento vergonzante que cuesta de reconocer, tanto por
parte de uno mismo como por el entorno (son comunes frases como «yo no
estoy sola, me vienen a ver una vez al mes/me llaman cada dos semanas») ya
que, en ocasiones, se relaciona con una percepción de culpabilidad («qué
habré hecho yo para acabar sola, cuando mi vecina recibe visitas cada sema-
na»). Por ello, las derivaciones de personas que sufren de soledad no deseada
provienen mayoritariamente de los servicios sociales o sanitarios (aunque
cualquier agente o ciudadano puede hacer la detección).
Las personas detectadas que deciden voluntariamente adherirse a «Radars»
pasan a la Plataforma de Seguimiento Telefónico, que es un espacio de vincu-
lación en el cual voluntarios del barrio (habitualmente personas mayores)
llaman a las personas usuarias de «Radars» para establecer lazos de amistad.
Las llamadas se realizan desde el acompañamiento y la proximidad, generan-
do un vínculo afectivo que permitirá conseguir el objetivo final del proyecto:
lograr que las personas mayores vuelvan a salir de casa y se vinculen a los
Una de las líneas de trabajo es la sensibilización de la ciudadanía en torno a
las problemáticas de las personas mayores y la difusión del proyecto. Los
esfuerzos de estas estrategias se centran en visualizar las dificultades que
pueden sufrir en el día a día las personas mayores, que en muchas ocasiones
no son visibles para sus vecinos (en especial para los jóvenes), y en mostrar
cómo se puede colaborar para reducir estas barreras. El objetivo de «Radars»
es crear comunidades más sensibles y respetuosas hacia las personas mayo-
res, ayudando a romper con la «hostilidad» que cotidianamente se pueden
encontrar —principalmente— por desconocimiento. Las prisas de las diná-
micas urbanas y de los ritmos de trabajo fomentan que las personas no pue-
dan apreciar el impacto que pequeñas acciones, que apenas requieren esfuer-
zo, tienen en las personas mayores de su entorno: detalles como dar los
buenos días, preguntar cómo está, tomarse unos minutos para conversar, o
poner una silla en los comercios que dispongan de espacio para que las per-
sonas mayores del barrio puedan sentarse a descansar y charlar un ratito,
construyendo vínculos de comunidad.
Gracias a esta sensibilización se puede ir tejiendo la red de barrio: los vecinos
y vecinas, comerciantes y profesionales de farmacia que deciden adherirse al
proyecto y convertirse en «radares», personas que incorporan una mirada
sensible y respetuosa hacia las personas mayores, que están al tanto de los
avances de «Radars» en su barrio y que colaboran con el proyecto en la medi-
da de su interés (ya que el papel de «radar» es muy latente).
Cuando el territorio está sensibilizado, puede empezarse con la fase de detec-
ción. Todos los agentes del barrio pueden hacer detecciones, tanto de soledad
como de situaciones de riesgo. En este segundo punto, la red de barrio de
radares vecinales, radares comerciales y radares de farmacia tiene un papel
fundamental en la prevención de situaciones de riesgo, ya que se ponen en
contacto con «Radars» si detectan alguna de las siguientes situaciones: sole-
dad, ausencia de la persona, cambios de aspecto físico o de comportamiento,
y ausencia o deterioro del cuidador.
Estas comunicaciones permiten detectar los deterioros cognitivos en un esta-
dio muy inicial: los bares radar, por ejemplo, avisan cuando una persona se
ha presentado a comer dos veces el mismo día, sin recordar la primera visita;
Experiencias en las ciudades
Soledad, envejecimiento y final de la vida
123122
vos intergeneracionales, hecho que revierte en la creación de comunidades
más humanas y más solidarias hacia las personas mayores.
Cifras del proyecto «Radars»
A lo largo de los últimos 12 años, «Radars» se ha implantado en 53 barrios de
la ciudad de Barcelona, que se han organizado en 26 mesas de trabajo (estas
se generan en torno a territorios que comparten dinámicas sociales y cultura-
les comunes, como es el caso de dos o más barrios en los que las fronteras no
existen en el imaginario social). En mayo de 2020, el proyecto contaba con
1.592 personas usuarias, 1.824 radares vecinales, 1.475 radares comerciales,
557 profesionales de farmacia adheridos, 340 personas voluntarias y 348 enti-
dades y servicios participantes.
Además, en tanto que la metodología está basada en las premisas de Creative
Commons, cualquier ciudad que quiera llevar a cabo el proyecto y se compro-
meta a hacer realidad sus objetivos, puede firmar un convenio gratuito y
convertirse en ciudad «Radars», que a día de hoy son diez: Granollers, Mataró,
Arenys de Munt, Arenys de Mar, Premià de Mar, Igualada, Xàbia, Badalona,
Tarragona y Sant Feliu de Guíxols.
equipamientos y servicios del barrio de forma autónoma, tejiendo nuevas
redes de amistades.
El logro de esta vinculación al territorio se consigue gracias al desarrollo de
estrategias conjuntas para trabajar la soledad, que se materializan en la
creación de espacios de encuentro entre las personas voluntarias, los veci-
nos y vecinas del barrio y las personas usuarias de «Radars». La idea no es
generar actividades nuevas, sino acercar aquellas que ya existen a las perso-
nas que no las conocen. Es decir, articular encuentros en los casales del
barrio, en los centros cívicos y bibliotecas, organizar actividades en par-
ques, etc., a los queestas personas mayores puedan acceder de forma autó-
noma y regular. En esta línea, uno de los retos que se está llevando a cabo
actualmente es el acercamiento de personas que viven próximas, a fin de
que tengan pequeños encuentros en los equipamientos o bares radar (por
ser el establecimiento un radar comercial) que estén dinamizados por veci-
nos del barrio, y que permitan a las personas mayores crear nuevas amista-
des en el vecindario.
Resultados para las personas adheridas a
«Radars»
La participación en el proyecto comporta una reducción del impacto emo-
cional de la soledad no deseada, tal y como demuestra una reciente encuesta
de satisfacción, en la que el 81% de las personas entrevistadas manifiestan
haber mejorado su estado de ánimo. A partir de estas llamadas de compañía
las personas mayores aumentan también su vinculación con la comunidad,
ya que conocen mejor los equipamientos, servicios y actividades del barrio, a
la vez que se fomentan las relaciones y conocimiento mutuo entre los vecinos
mayores y el resto de la vecindad.
Asimismo, la implicación de toda la comunidad permite incrementar la pre-
vención del riesgo y de las situaciones de emergencia de la población más
frágil, facilitando el aumento de la autoestima de las personas mayores gra-
cias al voluntariado y la revalorización del sentimiento de pertenencia. Otro
de los éxitos de «Radars» es la generación de espacios de trabajo participati-
Experiencias en las ciudades
Soledad, envejecimiento y final de la vida
125124
Relación de participantes
n Javier Barbero, psicólogo clínico. Concejal de Más Madrid (2015-2019).
n Joan Berenguer, director de la Fundació Mémora.
n Amaya Cilveti, coordinadora del programa Siempre Acompañados de
laFundación Bancaria ”la Caixa”.
n Clara Costas, socióloga y urbanista, coordinadora del proyecto «Radars»
de Barcelona.
n María Ángeles Durán, socióloga y doctora en Ciencias Políticas. Consejo
Superior de Investigaciones Científicas.
n Albert Esteve, demógrafo y director del Centre d’Estudis Demogràfics
(UAB).
n Xavier Gómez-Batiste, director del Observatori Qualy y de la Cátedra de
Curas Paliativas UVIC-UCC.
n Cristina Lasmarías, enfermera, programa de Planificación de Decisiones
Anticipadas, Institut Català d'Oncologia.
n Magda Molas, enfermera del equipo de Servicios Sociales del Ayunta-
miento de Vic.
n Julio Pérez, demógrafo, científico titular del CSIC.
n Begoña Román, profesora de Ética de la Facultad de Filosofía de la
Universitat de Barcelona. Presidenta del Comitè d’Ètica dels Serveis
Socials de Catalunya.
n Elisa Sala, coordinadora del Observatori de la Soledat.
n Núria Terribas, directora de la Fundació Víctor Grífols i Lucas.
n Javier Yanguas, director científico del Programa Mayores de la Fundación
Bancaria ”la Caixa”.
Relación de participantes
Soledad, envejecimiento y final de la vida
127126
33. Alcance y límites de la solidaridad en tiempos de crisis
32. Ética y salud pública en tiempos de crisis
31. Transparencia en el sistema sanitario público
30. La ética del cuidado
29. Casos prácticos de ética y salud pública
28. La ética en las instituciones sanitarias: entre la lógica asistencial y la lógica
gerencial
27. Ética y salud pública
26. Las tres edades de la medicina y la relación médico-paciente
25. La ética, esencia de la comunicación científica y médica
24. Maleficencia en los programas de prevención
23. Ética e investigación clínica
22. Consentimiento por representación
21. La ética en los servicios de atención a las personas con discapacidad
intelectual severa
20. Retos éticos de la e-salud
19. La persona como sujeto de la medicina
18. Listas de espera: ¿lo podemos hacer mejor?
17. El bien individual y el bien común en bioética
16. Autonomía y dependencia en la vejez
15. Consentimiento informado y diversidad cultural
14. Aproximación al problema de la competencia del enfermo
13. La información sanitaria y la participación activa de los usuarios
12. La gestión del cuidado en enfermería
11. Los fines de la medicina
10. Corresponsabilidad empresarial en el desarrollo sostenible
9. Ética y sedación al final de la vida
8. Uso racional de los medicamentos. Aspectos éticos
Títulos publicados
Cuadernos de Bioética
54. Sexualidad y diversidad funcional
53. Nuevos escenarios en salud e investigación clínica
52. Ética y promoción de la salud. Libertad-paternalismo
51. Una mirada ética en la gestión de conflictos
50. Pensar la maternidad
49. Publicidad y salud
48. Prioridades y políticas sanitarias
47. Ética y donación de plasma: una mirada global
46. Comités de Ética y consultores clínicos: ¿complemento o alternativa en
laética asistencial?
45. CRISPR... ¿debemos poner límites a la edición genética?
44. Crisis y salud mental en niños y jóvenes: ¿causa o consecuencia?
43. ¿Debemos revisar el concepto de muerte?
42. Iatrogenia y medicina defensiva
41. Eutanasia y suicidio asistido
40. Ethical aspects of research with children
39. Discapacidad, nuevos enfoques y retos éticos a la luz de la
ConvencióndelaONU
38. Ética, salud y dispendio del conocimiento
37. Determinantes personales y colectivos de los problemas de la salud
36. Ética y altruismo
35. Treinta años de técnicas de reproducción asistida
34. Ética de la comunicación corporativa e institucional en el sector de la salud
Soledad, envejecimiento y final de la vida
129128
7. La gestión de los errores médicos
6. Ética de la comunicación médica
5. Problemas prácticos del consentimiento informado
4. Medicina predictiva y discriminación
3. Industria farmacéutica y progreso médico
2. Estándares éticos y científicos en la investigación
1. Libertad y salud
Informes de la Fundació
6. La interacción público-privado en sanidad
5. Ética y biología sintética: cuatro corrientes, tres informes
4. Las prestaciones privadas en las organizaciones sanitarias públicas
3. Clonación terapéutica: perspectivas científicas, legales y éticas
2. Un marco de referencia ético entre empresa y centro de investigación
1. Percepción social de la biotecnología
Interrogantes éticos
5. Pedagogía de la Bioética
4. Repensar el cuerpo
3. La subrogación uterina: análisis de la situación actual
2. Afectividad y sexualidad. ¿Son educables?
1. ¿Qué hacer con los agresores sexuales reincidentes?
Para más información: www.fundaciongrifols.org
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Article
Full-text available
Objective: To describe worldwide experiences of compassionate communities that serve as a complement to palliative care services and show the advances of the proyect “Compassionate Medellin, everybody with you” conducted in Colombia. Methodology: A narrative review of the literature was conducted through a search in Medline, Ovid, Sciencedirect, Embase, Mediclatina, Health source y Google and manual exploration of articles. The keywords “compassionate communities” or “communities” or “support networks” and “palliative care” or “end-of-life care” were used. Results: The idea of the compassionate communities originated from the concept of healthy cities proposed by the WHO. It has since permeated public health and, particularly, palliative care. Compassionate communities seek to complement health care services through the empowerment of communities towards the care of their members facing advanced illness and the end-of-life and the development of caregiving networks. The article describes the development of this movement and a series of international experiences, as well as the initiative conducted in Medellin, Colombia. Conclusions: The main aim of compassionate communities in the world is to improve the quality of life of people with advanced illness and facing end-of-life, through the empowerment of their social group in the tasks and needs of care they may have. These communities have emerged throughout the world and achieve their goals using different strategies. Their efforts might be useful not only to empower communities in caregiving actions, but to also successfully complement palliative care assistance, particularly in contexts where these are still under development. © 2017, Spanish Association of Anglo-American Studies. All rights reserved.
Article
Data from European countries participating in the Generations and Gender Surveys showed that mean loneliness scores of older adults are higher in Eastern than in Western European countries. Although co-residence is considered as one of the fundamental types of social integration, and although co-residence is more common in Eastern Europe, the mean loneliness scores of older co-resident adults in Eastern Europe are still very high. This article investigates mechanisms behind the puzzling between-country differences in social integration and loneliness. Firstly, the theoretical framework of loneliness is discussed starting from the individual’s perspective using the deficit and the cognitive discrepancy approach and taking into account older adults’ deprived living conditions. Secondly, mechanisms at the societal level are investigated: cultural norms, the demographical composition and differences in societal wealth and welfare. It is argued that an integrated theoretical model, as developed in this article, combining individual and societal level elements, is most relevant for understanding the puzzling reality around social integration and loneliness in country-comparative research. An illustration of the interplay of individual and societal factors in the emergence of loneliness is presented.
Article
In early 2013 an online survey of over 200 UK palliative care services published in the British Medical Journal found that most of these services were prioritizing 'community engagement' initiatives, most commonly adopting a 'compassionate community' model. Later this same year, a report released by the National Council for Palliative Care and the charity Murray Hall Community Trust, described the increasing uptake of compassionate communities by palliative care services in England. This review examines this new policy and practice development in British end of life care explaining its conceptual origins and describing its policy importance to current practice. Why services are increasingly turning to community partnerships and the reasons they believe that this approach might enhance the effectiveness and reach of their clinical work are described.
El cerebro que cura . Barcelona: Plataforma Editorial
  • Á Pascual-Leone
  • Fernández Ibáñez
  • A Bartrés-Faz
Pascual-Leone Á, Fernández Ibáñez A, Bartrés-Faz D. El cerebro que cura. Barcelona: Plataforma Editorial; 2019.
Acción comunitaria y soledad no elegida
  • E Sala Mozos
Sala Mozos E. Acción comunitaria y soledad no elegida. Ejemplos de políticas al respecto. En: Ezquerra S, Pérez Salanova M, Pla M, Subirats J, editores. Edades en transición: envejecer en el siglo xxi. Barcelona: Ariel;
Perfils d'exclusió social a Catalunya
  • J Subirats
2016. pp. 196-200. Subirats J., et al. Perfils d'exclusió social a Catalunya. Barcelona: UAB; 2005.
Análisis existencial de la soledad humana
  • C Parra Álvarez
Parra Álvarez C. Análisis existencial de la soledad humana. Horizontes educacionales. (sine data).
Loneliness: an unequally shared burden in Europe . Science for Policy Brief
  • B D'hombres
D'Hombres, B. Loneliness: an unequally shared burden in Europe. Science for Policy Brief. European Union. 2018.
Perfils d' exclusió social a Catalunya . Barcelona: UAB
  • J Subirats
Subirats J, et al. Perfils d' exclusió social a Catalunya. Barcelona: UAB; 2005.