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Desafíos y oportunidades
de un mundo en transición
Una interpretación desde
la geografía
Joaquín Farinós Dasí (coord.)
Jaime Escribano, María Pilar Peñarrubia,
Javier Serrano y Sabina Asins (eds.)
UNIVERSITAT DE VALÈNCIA
2020
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Diseño de la cubierta: Publicacions de la Universitat de València
ISBN: 978-84-xxxx-xxx-x
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18. Crisis económica, modelo
productivo y geografía económica
José Luis Sánchez Hernández
Departamento de Geografía. Universidad de Salamanca
1. ¿UNA NARRATIVA DE CRISIS RECURRENTE?
Desde David Harvey (2001, 2012) a Michael Storper y Richard Walker (1989), Doreen
Massey (1984) o Jamie Peck (2016), son muchos los especialistas en Geografía Econó-
mica que han reexionado sobre la naturaleza inconstante o inestable de un capitalismo
que, incapaz de estabilizarse por sí mismo, exige la intervención permanente del Estado
para asegurar unas condiciones (sociales, políticas y técnicas) capaces de sustentar el
proceso de acumulación de capital en el medio y largo plazo.
El espacio geográco es una parte consustancial de esta complementariedad entre
economía y política. Históricamente, la acción del Estado, a distintas escalas, ha con-
sistido en facilitar el acceso del capital y la aplicación de una lógica de la competencia
a territorios, a recursos productivos, a actividades económicas y a ámbitos de la vida
social anteriormente sujetos a racionalidades no lucrativas. Como recalcan los teóricos
de la Geografía Económica evolucionista (Boschma y Frenken, 2018), el paisaje eco-
nómico nunca alcanza el equilibrio teorizado por el pensamiento neoclásico, sino que
se encuentra en transformación permanente, y arman, en consecuencia, que la misión
principal de la Geografía Económica es estudiar los procesos de cambio y adaptación de
los territorios a las continuas mutaciones de la economía capitalista.
Las crisis del capitalismo son, seguramente, el paradigma de esos periodos de cambio
y transformación económica que imponen a Estados, regiones y ciudades la necesidad
de remodelar sus estructuras productivas, lo que siempre acarrea repercusiones severas
sobre el mercado de trabajo y sobre las políticas públicas de redistribución social y terri-
torial de las rentas. Durante los últimos cincuenta años, desde 1970, las sociedades capi-
talistas avanzadas han padecido dos graves crisis económicas, entre 1973-1982 y 2008-
2015, aproximadamente, más una recesión profunda, pero breve, entre 1992 y 1994 (ver
gura 1.1 para el caso español).
Esta sucesión de episodios más o menos prolongados de crisis económica, que en
países como España han aparejado serias secuelas sociales y geográcas a causa del ele-
vado desempleo crónico y de la emigración sostenida hacia las regiones metropolitanas
con más oportunidades laborales, ha terminado por propiciar cierta percepción colectiva
de crisis permanente, sostenida o recurrente. Parecería, pues, que el estado natural de
la economía en España fuera de crisis sensu stricto, o bien de superación de la crisis
precedente, de adaptación a sus efectos más duraderos, de fortalecimiento ante el riesgo
de una crisis futura o de desaceleración ante una crisis ya inminente. Esta narrativa o
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relato de crisis continuada apenas quedaría matizada por coyunturas expansivas de corto
recorrido, como la que siguió al ingreso del país en el entonces Mercado Común Europeo
(entre 1986 y 1991), o por crecimientos fulgurantes, pero endebles, como el generado
por la burbuja inmobiliario-nanciera entre 1998 y 2008.
Figura 18.1. El ciclo económico en España, 1979-2013
Fuente: El País. Disponible en: <https://elpais.com/economia/2013/07/23/
actualidad/1374608580_941402.html>.
Desde luego, entre la comunidad geográca española, la llamada década prodigiosa
(Burriel, 2008) que siguió a la aprobación de la Ley 6/1998, sobre Régimen del Suelo y
Valoraciones, y terminó con la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008 no
fue vivida como la etapa de progreso colectivo que pregonaba el discurso ocial (reduc-
ción del desempleo a mínimos históricos del 8,2 %, crecimiento del
pib
por habitante y
convergencia con los estándares europeos de poder adquisitivo), sino como una auténtica
crisis territorial.
Durante esos años alcistas, todas las ramas de la Geografía coincidían en cuestionar
agudamente el modelo territorial alumbrado por la expansión irrefrenable del complejo
inmobiliario-nanciero en España. La extensión de las supercies articiales, el con-
sumo insostenible de recursos naturales, la destrucción del paisaje natural y cultural, la
suburbanización galopante, el consiguiente incremento de la movilidad forzada, la nan-
ciarización de la economía, el endeudamiento de hogares y empresas, el peso excesivo
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de la construcción en la estructura laboral y productiva, o la incapacidad del planeamien-
to para introducir alguna racionalidad en el uso del territorio, son otros tantos procesos
analizados desde la geografía (Romero, 2010; Burriel, 2011; Delgado, 2012; Vinuesa
y Martín, 2013; Méndez y otros, 2014; Zornoza, 2014; Fernández Cela, 2015; Feria y
Andújar, 2015) como manifestaciones concretas de un creciente desorden territorial,
denunciado en el Maniesto por una Nueva Cultura del Territorio que promovieron la
Asociación Española de Geografía y el Colegio Ocial de Geógrafos en 2006, a punto ya
de concluir el ciclo expansivo. Aparecerían incluso términos tan sugerentes como tsuna-
mi inmobiliario, urbanismo vacío o territorios inconclusos para designar la magnitud del
fenómeno (Fernández y Cruz, 2011; Burriel, 2014; Brandis, del Río y Morales, coords.,
2016) y calicar los paisajes que legó el estallido de la llamada burbuja del ladrillo y
que todavía hoy constituyen un serio problema de gestión territorial (Cadáveres Inmo-
biliarios, en línea).
La Geografía Económica española, como disciplina académica, no ha permanecido
ajena a esta narrativa crisis-centrista. Al n y al cabo, la Geografía Económica progresa
de manera palpable durante las crisis porque estas producen transformaciones intensas y
rápidas en la organización espacial de las actividades económicas que deben ser identi-
cadas, primero, y teorizadas, después. En el siguiente apartado se discute la inuencia de
las dos grandes crisis que ha padecido el capitalismo durante los últimos cincuenta años
sobre las líneas de trabajo de la Geografía Económica en España y sobre la noción de
modelo productivo que da nombre a la línea temática a la que se adscribe esta ponencia.
2. CRISIS ECONÓMICAS, GEOGRAFÍAS ECONÓMICAS:
1970-2020
Este apartado consta de dos partes. La primera, más breve, repasa la respuesta de la Geo-
grafía Económica española a la crisis industrial de los años setenta y al largo periodo
posterior de cambio estructural. La segunda, algo más extensa, pone de relieve que la
Geografía Económica ha reaccionado de manera distinta al estallido e impactos de la
Gran Recesión, ampliando su campo de atención hacia espacios no convencionales de
acción económica.
2.1 Cambio estructural, terciarización y modelo productivo:
la Geografía Económica tras la crisis del petróleo
La tabla 18.1 muestra la variación del peso porcentual de las distintas ramas de la eco-
nomía española sobre el
vab
y el empleo en 1973, cuando comienza la crisis industrial
en el mundo desarrollado, y 1985, víspera del ingreso de España en el Mercado Común
europeo.
Las actividades directamente productivas (primario, industria, construcción, etc.) su-
fren un acusado retroceso relativo en este periodo. Ganan peso, de manera destacada,
los servicios públicos y, en menor cuantía, actividades de bajo valor añadido (comercio,
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hostelería…), en parte relacionadas con el turismo, así como el sector nanciero. El con-
junto de los servicios pasa, entre ambas fechas, del 39,1 al 51 % del empleo y del 47,2
al 56,2 % del valor añadido.
Tabla 18.1. Variación de la participación porcentual de las ramas de actividad
en el empleo y el
vab
nacional entre 1973 y 1985
Rama de actividad Variación % empleo 1973-1985 Variación %
vab
1973-1985
Agricultura y pesca -9,5 -4,3
Productos energéticos y agua 0,1 0,4
Industria manufacturera -0,8 -2,7
Construcción -2,2 -2,7
Recuperación y reparaciones 0,4 0,3
Servicios comerciales 2,5 1,2
Hostelería y restaurantes 1,0 1,8
Transportes y comunicaciones 0,3 0,9
Crédito y seguros 0,8 2,7
Alquiler e inmuebles -0,1 0,2
Enseñanza y sanidad privadas 0,7 -0,4
Otros servicios para la venta 1,4 -1,6
Servicio doméstico 0,0 0,3
Servicios públicos 5,4 3,8
Fuente: elaboración propia con datos del Banco de Bilbao:
rnedp
(Serie homogénea 1955-
1995).
En estos años, por tanto, la economía española se terciariza denitivamente, algo más
tarde que otros países industriales (Albertos y Sánchez, 2017). Y aunque son varios los
factores que subyacen en este proceso, algunos relacionados con la reconguración or-
ganizativa de las empresas industriales y la externalización de funciones de servicios
hacia proveedores especializados, se puede armar que de esta manera España se suma
al proceso de transición del fordismo al posfordismo.
Simplicando por razones de espacio, el fordismo se caracterizó, entre 1945 y 1975,
por la fabricación a gran escala de productos apenas diferenciados en grandes instalacio-
nes manufactureras, propiedad de grandes compañías, ubicadas en regiones y ciudades
de marcada especialización industrial. Ahora bien, la denición de fordismo no se limita
solamente a su dimensión estrictamente económica (el llamado régimen de acumulación,
Aglietta, 1979; Benko y Dunford, eds., 1991), sino que incluye también los mecanismos
políticos de estabilización anticíclica de la demanda y de distribución de la renta entre
capital y trabajo (el modo de regulación, en la terminología del pensamiento regulacio-
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Crisis económica, modelo productivo y geografía económica
nista francés) que permitieron durante los Treinta Gloriosos un crecimiento sostenido de
las clases medias en los países occidentales.
Por tanto, el fordismo como concepto pone de relieve que, según señalaba al comien-
zo de este trabajo, el capitalismo requiere del concurso del Estado para cobrar estabilidad
en el tiempo. En este sentido, la combinación de las aportaciones de la escuela de la eco-
nomía política (David Harvey, sobre todo, pero también Doreen Massey, Andrew Sayer,
Eric Swyngedouw, Richard Peet o Roger Lee) y de la escuela regulacionista francesa
(Georges Benko, Alain Lipietz, Robert Boyer) da como resultado una noción híbrida
de modelo productivo: este no se limita a la estructura económica entendida como la
distribución del empleo y la producción entre las diferentes ramas de actividad, sino
que incorpora también las políticas públicas de control del ciclo económico y de redis-
tribución social y territorial de las rentas. La cuestión territorial es signicativa, lógica-
mente, en la perspectiva geográca, porque el fordismo tuvo su propia política regional
distintiva, inspirada en el concepto de polos de crecimiento (François Perroux, Jacques
Boudeville), que en España se aplicó en forma de polos de desarrollo y otras medidas
complementarias durante el franquismo (Fløysand et al., 2015).
El tránsito al posfordismo signicará la quiebra del modelo fordista, relativamente
homogéneo en los países avanzados, y la paulatina diversicación de las combinaciones
nacionales y regionales de economía y política –de los modelos productivos, en deni-
tiva– que se mostraron capaces de tomar el relevo como motores de crecimiento econó-
mico en sustitución de las regiones industriales tradicionales afectadas por el declive de
la siderurgia, la minería, la construcción naval o el textil y el paralelo desplazamiento
de estas industrias a los que empezaban a denominarse tigres asiáticos (Hong-Kong,
Singapur, Taiwan, Corea del Sur), y a los que posteriormente se sumaría China tras las
reformas emprendidas en 1978.
Globalización económica, por un lado, y reconguración de las redes de producción
gracias al concurso de las emergentes tecnologías informáticas (maquinaria de control
numérico, por ejemplo), por otro, más la redenición del papel socioeconómico del Es-
tado, propugnada por la revolución conservadora encabezada por el Reino Unido de
Margaret Thatcher y los Estados Unidos de Ronald Reagan, serán entonces tres factores
decisivos para impulsar la consolidación de diversos modelos productivos posfordistas
que se convirtieron en centros de atención preferente para la Geografía Económica in-
ternacional.
Es el caso de los distritos industriales de la Tercera Italia, que sirvieron a Piore y Sabel
(1990) para acuñar el concepto de especialización exible o capacidad de las redes de pe-
queñas y medianas empresas para aprovechar las economías de gama y cubrir nichos de
mercado pequeños, pero exigentes, con producciones cortas y diferenciadas por su cali-
dad o diseño. Como demostraron Michael Storper y Robert Salais en 1997, el éxito de es-
tos distritos no se puede entender sin una activa participación de los Gobiernos regionales
en la formación de los trabajadores y en la actualización tecnológica de las compañías. O
de la economía asociativa (Cooke y Morgan, 1998) y los medios de innovación (Aydalot,
1986; Maillat, Quévit y Senn, eds., 1993) que, en el sudoeste de Alemania, el Jura suizo,
el entorno de Cambridge o incluso en regiones de larga tradición manufacturera (Gales,
País Vasco), forjaron la formación o revitalización de espacios industriales competitivos
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gracias, de nuevo, a la concertación público-privada en campos complementarios como
el desarrollo tecnológico, la reorientación productiva, la formación del capital humano o
la apertura de nuevos mercados. El concepto de clúster (Porter, 1991) pasará de designar
una mera agrupación geográca de empresas interrelacionadas a constituirse en instru-
mento político para incentivar la competitividad regional en muchos lugares de Europa.
La versión más dirigista de estos modelos productivos coordinados estaría representa-
da por los tecnopolos, las ciudades de la ciencia o los parques tecnológicos y cientícos,
promovidos de forma intencionada y explícita por los poderes públicos (para Francia,
Japón, Corea, Taiwan, España…, ver Castells y Hall, 1994) para estimular el desarrollo
regional mediante nuevos sectores productivos intensivos en conocimiento (electrónica,
informática, aeronáutica, farmacéutica, biotecnología, etc.). Todas estas iniciativas se
inspiran en el modelo del Silicon Valley californiano (Castells, 1995, 2000), auténtico
paradigma de la región innovadora y emprendedora posfordista, donde la intervención
del Estado tiene una orientación diferente a la de los distritos industriales y medios de
innovación, más indirecta y facilitadora de recursos transversales (a través de contratos
públicos o del apoyo a la investigación básica) que de implicación directa en la articula-
ción de las redes de producción (ver, de nuevo, Storper y Salais, 1997).
La identicación de modelos productivos regionales, como los que se acaban de men-
cionar, estuvo acompañada de reexiones de menor escala. Por una parte, la literatura
sobre las variedades del capitalismo, inspirada por el giro cultural de nales de la década
de 1990, incide en la diversidad de soluciones institucionales que los factores históricos
de largo plazo introducen en el funcionamiento cotidiano del capitalismo (Hall y Soski-
ce, eds., 2001; Peck y Theodore, 2007). En una primera etapa se diferencian el capitalis-
mo angloamericano, el renano y el asiático, pero esta línea de análisis se ha prolongado
hasta nuestros días y Peck (2016) identica hasta diez variantes en todo el mundo. Quizá
el mayor valor de esta línea de trabajo haya sido la indagación sobre el signicado del
Estado en la conguración de estos modelos geoculturales de capitalismo.
En segundo lugar, y por debajo del macronivel continental, la Geografía Económica,
en esta ocasión de inspiración francesa, se detuvo en el examen del balance territorial de
la crisis y la posterior recuperación, a dos escalas. Una, la identicación de los ejes trans-
nacionales de desarrollo y de declive en la Europa post-crisis: términos como Dorsal
Europea, Arco Mediterráneo, Arco Atlántico, Diagonal Continental, Nortes del Sur (Ca-
taluña, Lombardía, Ródano) o Sures del Norte (Baviera) fueron muy populares durante
la década de 1980 y primeros años de la década de los noventa (Castillo, 1990; Sánchez,
1996). Dos, el reconocimiento de que, pese a la crisis de la industria que sustentó su cre-
cimiento, las regiones que ganan son regiones urbanas, como armaron Benko y Lipietz
(1994) en una de las obras de cabecera de la época. La investigación sobre la ciudad
como nodo principal de la nueva economía terciaria (nanzas, servicios avanzados, ac-
tividades creativas, comunicaciones, transportes, logística, funciones de comando) será
otro de los elementos centrales de la etapa poscrisis, siempre con el propósito de fondo
de comprender el papel de la ciudad en el proceso de cambio estructural y el impacto de
este sobre las economías y las sociedades urbanas. Metáforas como economía de archi-
piélago de Pierre Veltz (1999) o el concepto de ciudad global de Saskia Sassen (1991)
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intentarán resaltar la naturaleza polarizada del capitalismo global y la primacía de las
megaciudades del Norte Global en su funcionamiento.
La Geografía Económica española, con pocos investigadores activos, fue capaz de
participar, sin embargo, en la mayor parte de estas líneas de trabajo. El cambio estructu-
ral, es decir, el paso de una economía con un importante peso de la función de produc-
ción (agricultura, industria, construcción) a una economía mayoritariamente compuesta
por las funciones de circulación, distribución y regulación (actividades de servicios pri-
vados y públicos), con sus profundos efectos territoriales, enmarca el grueso del esfuerzo
investigador. Se pueden distinguir cinco centros principales de interés.
Primero, el estudio de la reestructuración de la industria y del espacio industrial, con
trabajos sobre las regiones industriales en declive (Benito, 1990; Pascual, 1993), sobre
la recomposición de la industria en las principales áreas metropolitanas (Méndez y Cara-
vaca, 1993) o sobre el fenómeno de los distritos industriales en España (Climent, 1997).
Segundo, el estudio de los servicios y su papel en la reconstrucción de las economías
urbanas, en especial los servicios de mayor valor añadido, con Valencia, Barcelona y
Madrid como puntos de referencia (Pitarch, 1993; Paunero, 1995; Ondátegui, 1997).
Tercero, el estudio geográco de la innovación. Caben aquí los trabajos sobre los es-
pacios planicados (parques tecnológicos y cientícos, sobre todo; ver Ondátegui, 2008,
para una síntesis de sus muchas y valiosas aportaciones) y también los que evalúan
las capacidades innovadoras de los espacios industriales no metropolitanos, caso de los
distritos industriales y sistemas productivos locales (Alonso y Méndez coords., 2000).
Cuarto, el estudio de la geografía del trabajo y del desempleo, una de las consecuen-
cias más graves y duraderas de la crisis en España, aunque con marcados contrastes
regionales y también de género (Rodríguez, 1991; Méndez, 1995).
Y quinto, el intento de síntesis de todos estos procesos a través de la identicación y
caracterización de los espacios ganadores y emergentes (Caravaca, 1998) en la España
que, tras superar la crisis del fordismo en 1985, ingresa en la Europa comunitaria y co-
mienza a participar de las dinámicas económicas y espaciales comunes al conjunto de los
Estados miembros, a través de políticas como la
pac
, de la recepción de cuantiosos fon-
dos estructurales y de la entrada de capital europeo en todos los sectores de la economía.
En resumen, la Geografía Económica de los años 1980 y 1990 entiende el modelo
productivo como un concepto económico-político, contingente a las condiciones especí-
cas de ámbito principalmente regional, en contraste con el predominio analítico de la
escala nacional en el periodo fordista anterior. La crisis y remodelación de la industria,
la transición hacia una sociedad y una economía de servicios, la reinvención de la ciudad
como espacio dinámico, los fundamentos territoriales de la innovación y los cambios
en la jerarquía económica regional componen un panorama investigador de perl muy
económico en el sentido más convencional del término, el que identica la economía con
el mercado y la mide a través de la contabilidad nacional, y que entiende el empleo remu-
nerado como vínculo principal, si no único, entre economía y sociedad. En el siguiente
punto se explica que la Gran Recesión ha ensanchado estos horizontes y alumbrado una
Geografía Económica más diversa y compleja.
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2.2 De la Gran Recesión a los seis espacios de acción económica:
nuevos horizontes en Geografía Económica
La tabla 18.2 repite el planteamiento de la tabla 18.1 para los años 2007, cuando se
alcanza el máximo de empleo en España, y 2018, última fecha disponible en la Conta-
bilidad Nacional.
Tabla 18.2. Variación de la participación porcentual de las ramas de actividad en el
empleo y el
vab
nacional entre 2007 y 2018
Rama de actividad Variación % empleo 2007-2018 Variación %
vab
2007-2018
Primario 0,0 0,3
Minería, energía, agua, residuos 0,2 0,2
Industria manufacturera -2,5 -1,9
Construcción -7,0 -5,4
Comercio, transporte, alojamiento
y hostelería 1,0 1,9
Información y comunicación 0,5 -0,4
Finanzas y seguros -0,2 -0,9
Inmobiliarias y promotoras 0,2 2,2
Servicios técnicos, profesionales y
administrativos 2,7 1,6
Administración y servicios públicos 4,1 1,7
Otras actividades 1,0 0,8
Fuente: Elaboración propia con datos de la Contabilidad Nacional de España (
ine
).
Según esta tabla, en este periodo se registra un volumen total de desplazamiento inter-
sectorial menor que en el periodo anterior, medido por la suma de los valores absolutos
de las columnas referidas al empleo y al
vab
. Ello signica que, durante la Gran Rece-
sión y la somera recuperación ulterior, la estructura económica española no se modica
en la misma medida que durante la crisis de 1975-1984. El dato más signicativo es el
agudo correctivo que padece el hipertroado sector de la construcción, con un efecto di-
recto sobre las manufacturas. La extensión de la serie hasta 2018 captura la reconversión
del sector nanciero y se pone de maniesto también el papel de soporte que, pese a las
políticas de austeridad, retienen los servicios públicos en el mercado laboral español.
Los servicios a las empresas también ganan peso relativo de forma apreciable. Aunque
existe un componente estadístico en este último dato, derivado de la externalización de
funciones desde las empresas de mayor tamaño, es obligado señalar que se trata de un
hecho positivo porque las actividades incluidas en esta rúbrica son esenciales en la cana-
lización y difusión de conocimiento sobre el conjunto del sistema productivo.
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Crisis económica, modelo productivo y geografía económica
La Gran Recesión no constituye, entonces, una etapa de cambio estructural, sino más
bien de profundización de la tendencia terciarizadora precedente: los servicios pasan de
representar el 68,1 al 77,4 % del empleo y del 68 al 74,8 % del
vab
entre 2007 y 2018.
Este es uno de los factores que explicaría la orientación de la Geografía Económica
en la última década, tanto a escala global como en España. Las nuevas líneas de inves-
tigación no derivarán tanto de los cambios en la estructura económica como de otros
fenómenos y procesos que guardan distintos grados de relación con la crisis desatada en
2008.
Primero, el aumento de la desigualdad social, tanto real como percibida, entre las
élites que acumulan proporciones abultadas de la riqueza mundial o nacional y las clases
bajas y medias castigadas por la precariedad laboral, la pérdida del poder adquisitivo y
la consiguiente extensión de la pobreza y la vulnerabilidad social y, por ende, territorial
(Méndez y otros, 2015). Este hecho ha recuperado la cuestión social (Romero, 2013)
como tema de debate y reexión en Geografía Económica.
Segundo, las manifestaciones políticas del descontento generado por la desigualdad,
pero también por otros hechos concretos como el n del superciclo de las materias pri-
mas, el encarecimiento de los alimentos inducido por la extensión de los cultivos para
producción de biocombustibles o la contestación a los intentos por avanzar en la transi-
ción energética. El auge de los populismos de todo color político en el mundo desarro-
llado comienza a ser abordado desde la Geografía Económica (Rodríguez-Pose, 2018),
por cuanto que su explicación última radica en la conformación de territorios ignorados
y olvidados cuyos habitantes vuelcan en las urnas su frustración socioeconómica.
Tercero, la denitiva extensión de las tecnologías digitales a todos los ámbitos de la
actividad económica y de la vida social, cultural y política. El ciberespacio se convierte
en un espacio económico en sí mismo con la explosión del capitalismo de las platafor-
mas (Srnicek, 2018), el comercio en línea (B2B, B2C, C2C) y el almacenamiento y pro-
cesamiento de datos en la nube, pero además interactúa con las operaciones y decisiones
de todos los agentes económicos y políticos en el mundo físico, cuestiones que también
han suscitado el interés de la Geografía Económica (Malecki y Moriset, 2008).
Y cuarto, el reconocimiento denitivo del nexo entre economía y naturaleza, de los
impactos de la primera sobre la segunda, y del consiguiente imperativo de construir un
modelo socioeconómico más sostenible por la vía de una transición (energética, alimen-
taria) que gana terreno entre las nuevas preocupaciones de la disciplina (Murphy, 2015;
Nicolosi y Feola, 2016).
Como consecuencia de la interacción entre estos factores, el abanico de temas de tra-
bajo en Geografía Económica se ha extendido enormemente en los años más recientes.
Por ejemplo, el tratado más actual, el New Oxford Handbook of Economic Geography
(Clark et al., eds., 2018), consta de 46 capítulos, doce más que su primera edición del año
2000 (Clark et al., eds., 2000), y ha aumentado de 39 a 65 el número de autores partici-
pantes. Su introducción arma rotundamente que la economía
…debe ser denida con amplitud como la totalidad de los procesos mediante los cuales
individuos, hogares y sociedades se ganan la vida y el sustento. Como tal, implica los pro-
cesos de producción, consumo, distribución e intercambio, pero no solamente los compren-
didos en la economía formal. La economía informal, tanto «gris», caso de la producción
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doméstica, como «negra», caso del tráco de drogas, interesan a los geógrafos económicos
como elementos constitutivos de la renta nacional […] Esta denición amplia de la econo-
mía por parte de la Geografía Económica reconoce también que la economía está enraizada
en la sociedad y la naturaleza, y descansa sobre recursos y procesos naturales y sociales
(Clark et al., 2018: 1).
Con este telón de fondo, voy a esbozar una propuesta de clasicación u ordenación de las
inquietudes de la Geografía Económica post-Gran Recesión que extiende la propuesta
de Karl Polanyi (1944) sobre los mecanismos de coordinación económica que histórica-
mente han utilizado las sociedades para asignar los recursos y resolver el problema de
la escasez. Entiendo, entonces, que los actores de la economía operan –operamos– en
seis tipos de espacios de acción económica, cada uno sujeto a un principio propio de
coordinación (gura 18.2).
Figura 18.2. Los seis espacios de acción económica y sus mecanismos
de coordinación
Fuente: elaboración propia.
La naturaleza es el macroespacio donde se desenvuelven todos los demás espacios eco-
nómicos, a los que proporciona energía, alimentos y otros recursos materiales imprescin-
dibles: la relación entre la naturaleza y la economía industrial ha estado, históricamente,
sujeta a la explotación de la primera por la segunda, si bien desde la década de 1970 se
abre paso lentamente el intento de desarrollar un modelo de relación más sostenible.
En el centro aparecen el espacio del hogar más los tres espacios denidos original-
mente por Polanyi en La Gran Transformación. El hogar es el espacio fundamental de
la reproducción social y está regulado por un pacto tácito de altruismo entre personas
–normalmente, con vínculos de parentesco– que se cuidan entre sí. Proporciona, cada
día, fuerza de trabajo que actúa en los demás espacios económicos, a la vez que constitu-
ye un poderoso lugar de consumo con un impacto ambiental notable. La comunidad es el
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Crisis económica, modelo productivo y geografía económica
espacio de la reciprocidad entre personas iguales que cooperan, según sus posibilidades,
para lograr objetivos compartidos que garanticen el sostenimiento del grupo a lo largo
del tiempo. En el mercado, empresas y trabajadores compiten por obtener un benecio
particular que se supone proporcional a sus recursos y capacidades individuales, lógica
que conduce a la concentración de la riqueza y la propiedad en manos de los sujetos más
aptos para la competencia y la rivalidad. En el espacio público, corresponde al Estado
un papel redistribuidor de la riqueza, además de la función clásica de regular la acción
en y sobre los demás espacios económicos. En las sociedades contemporáneas, estos
cuatro espacios de acción económica no son independientes, sino interdependientes y,
por tanto, simultáneos, puesto que una persona puede actuar a diario en todos y cada uno
de ellos. Como se ha dicho, todos se relacionan también de continuo con la naturaleza.
Por último, el recuadro que abarca a todos los espacios anteriores, salvo la naturaleza,
representa al más joven de los espacios, el ciberespacio (radio, teléfono, televisión, In-
ternet, realidad aumentada…), que solo existe como espacio económico por la coproduc-
ción de valor que genera la simple participación de los usuarios/espectadores/oyentes en
este entorno digital (Echeverría, 1999). En la actualidad, los cuatro espacios económicos
convencionales no pueden funcionar sin la interconexión permanente que les facilita el
ciberespacio y que constituye, precisamente, una fuente de creciente valor para las r-
mas que lo dominan: datos personales, pago por conexión, paquetes de servicios...
Esos seis espacios económicos son geográcos porque son, a la vez, físicos y relacio-
nales, o sea, pueden observarse empíricamente y solo existen por la acción colectiva y
coordinada de personas y organizaciones de muy diversa índole que persiguen objetivos
que pueden ser coincidentes, pero también contradictorios e incluso contrapuestos. Una
de las preocupaciones de fondo que han emergido en los últimos años, animada por los
trabajos de Gibson-Graham (1996, 2008), es precisamente el conicto territorial, social,
económico y político que se suscita cuando la lógica de la competencia y del benecio,
normalmente amparada por la desregulación o por la ausencia de regulación, intenta pe-
netrar en espacios económicos tradicionalmente sujetos a racionalidades no lucrativas ni
competitivas. A la inversa, se indaga también sobre la capacidad de estas racionalidades
alternativas para construir una economía menos codiciosa, más equitativa y más sosteni-
ble (Sheppard et al., 2012), y sobre el papel del Estado en ese proceso.
En la gura 18.3 se listan algunos temas de investigación muy actuales referidos, por
motivos de espacio otra vez, a los espacios económicos menos convencionales; para el
amplísimo espacio del mercado, recomiendo consultar el citado New Oxford Handbook
of Economic Geography.
El espacio del hogar es la primera víctima de la nanciarización y del endeudamiento
(desahucios) y también el lugar donde la pobreza y la exclusión social se maniestan
de manera más abrupta, dicultando la prestación de los cuidados imprescindibles que
requieren niños y mayores (Obeso, 2014; Pitarch, 2014; Vives et al., 2017). Pero las
tecnologías digitales, con débiles barreras de entrada, lo están convirtiendo también en
un espacio con un gran potencial de autoabastecimiento gracias a la impresión 3D o fa-
bricación aditiva, como sugieren distintos estudios (ver Vicente, 2018, para una síntesis
conceptual), aunque esta dimensión aún no se ha trabajado en la Geografía Económica
española, según la información disponible.
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Figura 18.3. Líneas de investigación reciente sobre los espacios de acción
económica (excepto el mercado)
Fuente: elaboración propia.
El espacio de la comunidad está cobrando un protagonismo socioeconómico y político
indiscutible como ámbito de construcción de experiencias económicas basadas en la
conanza y la reciprocidad: monedas sociales, bancos de tiempo, huertos comunitarios,
mercados de trueque o redes alimentarias de proximidad (Sánchez coord., 2019). Algu-
nos autores entienden que estas iniciativas forman parte de procesos más extensos de
innovación social (Salom et al., 2017; Baron y Romero, eds., 2018) que han proliferado
como expresión localizada de la reacción ciudadana a los efectos de la crisis y de las
políticas de austeridad.
Precisamente, las consecuencias de estas políticas de austeridad y, en general, de la
desregulación económica y la gestión neoliberal de la ciudad han vuelto a colocar al
Estado, la Administración o los poderes públicos en el punto de mira de la Geografía
Económica. Tanto el examen detenido de los impactos de la ola de privatización y auste-
ridad, primero (Romero et al., 2014), como los intentos posteriores de algunos gobiernos
municipales por habilitar unas políticas urbanas más inclusivas y sostenibles (Piñeira et
al., 2018, Sánchez y Pitarch, 2019; Sánchez y Glückler, 2019), después, han sido objeto
de tratamiento especíco.
El estudio geográco del ciberespacio constituye ya una realidad consolidada, con
dos grandes temas de trabajo: el impacto del capitalismo de plataforma sobre el espacio
urbano, sobre todo comercial y turístico (Gutiérrez et al., 2018), y el estudio de la diná-
mica espacio-temporal de las áreas metropolitanas (desplazamientos cotidianos, usos del
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Crisis económica, modelo productivo y geografía económica
espacio…) a través del examen de la huella digital de los usuarios de las redes sociales
y las plataformas de servicios en línea (Gutiérrez Puebla, 2018; García-Palomares et al.,
2018).
Por último, la toma de conciencia sobre la insostenibilidad ecológica del capitalismo
ha abierto nuevas perspectivas de investigación en torno a conceptos recientes, tanto res-
paldados por las autoridades comunitarias (economía circular, bioeconomía, ver Sémata,
2018) como de carácter más crítico (metabolismo urbano, por ejemplo, ver Murray y
otros, 2005, o Murray, 2017).
La propuesta de los seis espacios de acción económica como marco interpretativo de
la evolución reciente de la Geografía Económica encuentra, por lo tanto, respaldo en las
líneas de trabajo que ocupan a muchos especialistas en la materia. Esta constatación per-
mite dar un paso más y argumentar que, al menos de forma implícita, la Geografía Eco-
nómica de 2020 está ampliando la noción de modelo productivo formulada tras la crisis
del petróleo. Esa noción económico-política (espacios del mercado y del Estado, o de la
competencia y la redistribución) incorpora ahora otros espacios y otras racionalidades
también económicas, pero no supeditadas, al menos de forma exclusiva, a la acumula-
ción de capital y a la estabilización de las condiciones sociopolíticas que intentan garan-
tizarla. No se equipara ya el modelo productivo con la estructura económica representada
en las tablas 18.1 y 18.2, como insiste en hacer la economía mainstream (Pareja y Turmo,
2013). De manera quizá aún difusa, se abre paso en Geografía Económica la idea de que
la fracción formal u ocial de la economía política (por muy cuantiosa que sea) no es via-
ble sin los actores, recursos y procesos económicos ubicados en el hogar, la comunidad
y la naturaleza, todo ello mediado de manera ya ineludible por la transformación digital.
3. LAS CONTRIBUCIONES A LA LÍNEA TEMÁTICA 4
«DEL MODELO PRODUCTIVO» DESDE LA PERSPECTIVA
DE LOS SEIS ESPACIOS DE ACCIÓN ECONÓMICA
En este apartado reviso brevemente la distribución de las 53 aportaciones presentadas a
esta línea temática según la tipología de los seis espacios de acción económica. Hay que
decir que esta distribución está condicionada de partida por los temas propuestos desde
la organización del Congreso: patrimonio territorial, nuevas formas de producción y
consumo territorial y reconguraciones de los sistemas productivos locales.
Esta selección temática coloca a los espacios de la naturaleza y del Estado en una po-
sición destacada, con 18 y 11 contribuciones, respectivamente. Muchos de estos trabajos
analizan procesos de puesta en valor de recursos patrimoniales naturales o culturales
donde los poderes públicos juegan un papel protagonista en la construcción de modelos
sostenibles de gestión territorial, a menudo ligada a la promoción turística. Esta vincu-
lación entre patrimonio territorial y políticas públicas resulta muy representativa de la
apuesta de la Geografía española por situar al Estado en el centro de la construcción de
un modelo productivo sostenible en lo ambiental y más equilibrado en lo territorial, ca-
paz de movilizar distintos tipos de recursos y evitar el declive de los espacios rurales o
de diversicar las fuentes de riqueza en las áreas urbanas o industriales.
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El mercado, espacio de la competencia, la rivalidad y la búsqueda del benecio par-
ticular, tiene también un peso relevante, con 15 contribuciones, hecho normal dado que
comprende el grueso de la actividad económica en las sociedades capitalistas. Aunque
muy diversas en sus temas especícos, tales contribuciones coinciden en reejar los
intentos de adaptación de espacios locales y regionales a los retos de la globalización,
de la crisis apenas superada, de la presión turística y de la creciente polarización entre
campo y ciudad que se registra en España. El turismo, de nuevo, aparece como vehículo
de interacción entre espacios rurales (destinos) y espacios urbanos (orígenes) y motor de
transformación en aquellos, lo mismo que sucede con la agricultura y la agroindustria,
muy presionadas por las demandas de los consumidores urbanos españoles y del resto
de Europa.
El espacio de la comunidad y la reciprocidad basada en la conanza entre los actores
económicos se analiza en seis contribuciones que, enlazando con esa relación entre di-
námicas rurales y demandas urbanas, indagan en la búsqueda de modelos cooperativos
de abastecimiento de alimentos o energía donde productores y consumidores establecen
fórmulas de intercambio inspiradas en principios de sostenibilidad, proximidad y justi-
cia social. El capital social inherente a este tipo de propuestas y su difusión en algunas
ciudades españolas también han sido considerados en estos trabajos.
El espacio digital cuenta con tres aportaciones que valoran la capacidad de la comu-
nicación en línea para difundir mensajes atractivos en el mercado turístico y el impacto
urbano de los nuevos modelos de alojamiento gestionados por plataformas digitales.
No se presentaron comunicaciones sobre el espacio del hogar en esta línea temática,
pero sí en otras, con tres trabajos que destacan la relación entre la vulnerabilidad social y
las condiciones de vida en los hogares de algunas ciudades españolas.
Por tanto, las aportaciones que pueden encuadrarse en el extenso campo de la Geo-
grafía Económica muestran, al menos para el caso de este congreso, que los espacios
más convencionales de acción económica (el de la competencia y el de la redistribución)
ocupan una posición central, reforzando el núcleo económico-político del concepto de
modelo productivo denido tras la crisis industrial. Pero se aprecia también de forma
nítida que gana terreno la investigación sobre otros espacios económicos apenas consi-
derados con anterioridad (naturaleza, comunidad, ciberespacio), como se había apuntado
en el apartado precedente.
Por lo tanto, evocando el lema del Congreso («Crisis y Espacios de Oportunidad.
Retos para la Geografía»), puede armarse que la Gran Recesión ha abierto los ojos de
la Geografía Económica española a espacios diferentes de acción económica. Se esboza
así una nueva concepción del modelo productivo, más territorial en el sentido de que
integra la totalidad de los espacios físicos y relacionales donde se desenvuelve la vida
económica denida, en su sentido más extenso, por la interacción y complementariedad
entre distintos mecanismos o principios de coordinación de las decisiones de los actores
económicos sobre el uso y distribución de los recursos.
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Crisis económica, modelo productivo y geografía económica
4. CONCLUSIÓN
La crisis del fordismo y el cambio estructural asociado al tránsito hacia una sociedad
postindustrial, desde mediados de la década de 1970, engendraron una Geografía Eco-
nómica muy atenta a la interpretación espacial de la reestructuración de la industria, el
avance de la terciarización y la relación entre innovación económica y trayectorias de
desarrollo nacional, regional y local. Una de las ramas más inuyentes de esta Geogra-
fía Económica, muy económica en el sentido de su interés preferente por los procesos
situados en el ámbito de un mercado en expansión ante la retirada del Estado, alcanzaría
un reconocimiento inusitado con la concesión del Premio Nobel de Economía de 2008
a Paul Krugman, uno de los fundadores de la llamada Nueva Geografía Económica,
heredera de la tradición teorético-cuantitativa de la Ciencia Regional y el análisis loca-
cional de las décadas de 1950 y 1960. Ese momento de esplendor se prolongó todavía en
2009, cuando el informe anual del Banco Mundial llevó por título Una Nueva Geografía
Económica (Banco Mundial, 2009). Su contenido encarna muy bien esa concepción del
modelo productivo restringida a una combinación de acción del mercado y de políticas
públicas facilitadoras del desenvolvimiento de los mecanismos de competencia.
Desde esas dos fechas, cuando se cierra el ciclo de crecimiento alimentado por el
complejo inmobiliario-nanciero, hasta la actualidad, la Geografía Económica se ha
vuelto más ecológica, más social, más política (en el mejor sentido del término) y, desde
luego, más crítica con el actual estado de cosas en el planeta Tierra. Dirige una mirada
nueva, más comprensiva, hacia la espacialidad del proceso económico más allá del mer-
cado. La exploración sobre las alternativas a la globalización neoliberal, de muy diversa
condición y de muy distinta escala, es hoy una preocupación transversal y explica que
la notoriedad pública y mediática de la disciplina no corresponda ya a Krugman, sino a
una de las guras que impulsaron el cambio de paradigma en la década de 1970 por su
aportación imprescindible al entendimiento de la relación indisoluble entre capitalismo
y territorio: David Harvey.
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