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Ángela Ramos González
LA CIUDAD Y LAS MUJERES
Iniciativas por la seguridad urbana en España desde el urbanismo feminista
… a veces ciudades diferentes se suceden sobre el mismo suelo
y bajo el mismo nombre, nacen y mueren sin haberse conocido,
incomunicables entre sí.
Italo Calvino, Las ciudades invisibles
INTRODUCCIÓN.
La primavera pasada coordiné con una compañera el proyecto <<Las calles y las noches
también son nuestras>>, dentro de la iniciativa Madrid Escucha de Medialab-Prado
Madrid. El proyecto surgió de una preocupación compartida a la que queríamos
enfrentarnos colectivamente, ésta es, el miedo que sentimos las mujeres, especialmente
de noche, al transitar determinados espacios de la ciudad.
Así, el mismo parque que durante el día puede parecerte un entorno agradable, por la
noche se convierte en un foco de miedo. Y es probable que, evitando cruzar ese parque
sin iluminación, sientas pavor al dirigirte a tu casa por una avenida pegada a la carretera,
donde la sensación de vulnerabilidad (pensar en lo fácil que sería que te metieran en un
coche, por ejemplo) es aún mayor.
A las compañeras del proyecto se nos ocurrió que una forma de enfrentar el problema era
a través de la colaboración entre ciudadanas y Gobierno y Administración municipal, para
lo que prototipamos una app en la que las mujeres señalábamos en nuestros trayectos
habituales (cuidados, ocio, etc.) cuáles eran los puntos que más miedo nos daban y por
qué, y cómo creíamos que se podía intervenir en ellos desde las instituciones. Una vez
registrada esa información por las usuarias de la app, se compartiría con el Ayuntamiento
(nos reunimos con varias funcionarias del Área de Igualdad) de cara a buscar una solución
compartida.
En base a una prueba piloto en el Distrito de la Latina, encontramos que las inmediaciones
de Casa de Campo, los túneles o el transporte público, eran los espacios en los que más
miedo sentíamos, sobre todo en los desplazamientos nocturnos. Es decir, que a veces a
través de actos tan sencillos como mejorar la iluminación, se podía contribuir a solventar
la sensación de inseguridad que enfrentamos las mujeres a diario. Para otras acciones,
como, por ejemplo, la ampliación en la frecuencia de buses nocturnos, el Consistorio
tendría que coordinarse con otras Administraciones Públicas, en este caso la Consejería
de Transportes, Movilidad e Infraestructuras de la Comunidad de Madrid.
El diálogo con la ciudadanía acerca de sus necesidades es algo que, a pesar de su
obviedad, no es siempre atendido. La seguridad urbana es uno de esos campos en los que
esa interacción supondría un avance fundamental a la hora de dar una respuesta más eficaz
e inclusiva desde las instituciones a las demandas ciudadanas, gracias al conocimiento
del entorno de vecinas y vecinos. Ese diálogo, a mi entender, debe darse necesariamente
desde una perspectiva feminista.
El problema urbano a analizar es, por tanto, la seguridad urbana desde el enfoque
feminista. Para el análisis se presenta, en primer lugar, el concepto de derecho a la ciudad,
cuestionándose la neutralidad del sujeto de este derecho. En segundo lugar, se presentará
el concepto de urbanismo feminista, planteando el impacto diferencial de la organización
de la ciudad en hombres y mujeres, y se analizará el problema de la seguridad urbana
desde una visión de género. A continuación, se señalan algunas metodologías del
urbanismo feminista e iniciativas municipales que buscan democratizar el espacio público
y hacerlo más vivible y seguro para las mujeres. Por último, las conclusiones.
I. DERECHO A LA CIUDAD
La primera referencia a este derecho, como recopila Pérez Sanz (2013) la encontramos
en Lefevbre en 1968, quien sostiene que la ciudad debe repensarse para sus habitantes,
pasando de ser un espacio dedicado únicamente al intercambio económico, a ser un
espacio donde las protagonistas sean las necesidades de quienes en ella conviven. Desde
su visón, la ciudad no debe reducirse a ser el escenario de las relaciones mercantiles, sino
que debe ser un espacio en que se fomenten las relaciones sociales y los lazos vecinales,
así como el intercambio cultural entre la ciudadanía. Es decir, no limitarse a ser el lugar
en que se satisfagan las necesidades elementales, sino también aquellas otras que
contribuyen al pleno desarrollo humano.
La ciudad atrae a la población, fundamentalmente, porque las perspectivas de vida en el
medio urbano son mejores que en el medio rural, en cuanto a futuro laboral, servicios o
infraestructuras. Sin embargo, como sabemos, la rapidez de la urbanización ha generado
en la ciudad desigualdades incuestionables. Las diferencias entre barrios son evidentes,
por ejemplo, en lo que a renta se refiere, impidiendo el desarrollo igualitario de sus
habitantes. El derecho a la ciudad, así, se presenta como un derecho humano que pretende
blindar el bienestar de los pobladores del medio urbano. Podría definirse como “el
derecho a encontrar las condiciones para su realización política, social y ecológica [la
realización de todos los habitantes a quienes pertenece el espacio público], asumiendo
deberes de solidaridad” (Muxí Martínez, Casanovas, Ciocoletto, Fonseca y Gutiérrez
Valdivia, 2011: 107).
Son los movimientos sociales, de manera fundamental, quienes luchan por que se asegure
ese derecho. Así, “un número creciente de actores sociales, definidos como agentes
alternativos a las fuerzas políticas convencionales, tratan de dar respuestas a los desafíos
actuales que plantea la ciudad. La lucha va encaminada a asegurar los derechos de quienes
han quedado a los márgenes de los intereses de unas élites políticas y económicas que
detentan el poder de planificar y gestionar el espacio urbano” (Pérez Sanz, 2013: 95).
Entre estos movimientos destaca el feminismo, que ha visibilizado cómo en la ciudad,
además de la lógica capitalista, domina la lógica patriarcal. Es decir, que la ciudad es otro
escenario en el que, además de reproducirse las desigualdades por el nivel
socioeconómico, se reproduce la desigualdad de género.
¿Están las ciudades pensadas para ser habitadas por las mujeres? ¿O acaso el espacio
urbano no ha sido diseñado por y para los hombres? Desde lo más simbólico, como que
casi la totalidad del callejero esté copado por nombres masculinos; a lo puramente físico,
como la cantidad de obstáculos que presenta la fisonomía urbana y que suponen que las
mujeres alteremos nuestras rutas a la hora de desplazarnos, parece claro que en la
planificación urbana no se ha tenido en cuenta al sujeto mujer.
Por tanto, ese supuesto sujeto universal de derechos, aparentemente neutro, es, en
realidad, un sujeto masculino. Se hace necesario, en consecuencia, una ampliación del
contenido del derecho a la ciudad. Como recoge Pérez Sanz, “partiendo de la no
neutralidad del espacio, ni en su experiencia, ni en su uso, ni en su construcción, la teoría
feminista nos propone el reconocimiento de la diversidad y el cuestionamiento de la
noción unitaria de ciudadanía y ciudad que se plantea tradicionalmente” (Pérez Sanz,
2013: 99).
Hay que puntualizar, además, que se cae con frecuencia en hablar de las mujeres como si
fuéramos un colectivo pequeño, y no la mitad de la población. Por supuesto, a la hora de
diseñar la ciudad tampoco se han tenido en cuenta, por norma, otras identidades. Por todo
ello, es necesario incluir una perspectiva de género e interseccional en el urbanismo, y
repensar el espacio público teniendo en cuenta, en la medida de lo posible, las distintas
necesidades de sus habitantes para que el derecho a la ciudad sea verdaderamente
universal.
II. URBANISMO FEMINISTA
En un sentido amplio, el objetivo del urbanismo feminista consiste en “pensar un barrio
y una ciudad con todos sus detalles y a través de todas sus escalas desde la complejidad
y la diversidad, sin dar prioridades exclusivas a consideraciones económicas alejadas de
las personas. Se trata de construir, o reconstruir, barrios que no perpetúen las diferencias
y las desigualdades de género, clase, raza o edad” (Muxí Martínez et al., 2011: 107).
Asimismo, busca (como hace el feminismo en general), romper con la dicotomía
público/privado, por el que el lugar de las mujeres habría de ser el espacio privado, siendo
los hombres los dueños del espacio público. Y es que, como señalan las mismas autoras,
“el espacio doméstico-femenino no está incluido en la categoría de ciudadanía” (Muxí
Martínez et al., 2011: 108).
Dedicándonos las mujeres, clásicamente y debido a la división sexual del trabajo, a las
tareas de cuidado, se plantea la exigencia de que ambas esferas tengan el mismo peso a
la hora de planificar la ciudad. Es decir, que la ciudad atienda del mismo modo las
necesidades del trabajo productivo que las derivadas de lo que se ha llamado trabajo
reproductivo (tareas de atención y cuidado a las personas). En una entrevista para el
eldiario.es asegura Adriana Ciocoletto que “las ciudades se organizan en zonas alejadas
entre sí (residencial, trabajo, centros comerciales, centros sanitarios …) y entendiendo
que los desplazamientos que se dan entre ellas se hacen mayoritariamente en vehículo
privado” (Borraz, 2017). A saber, la ciudad se diseña de forma lineal (movilidad de casa
al trabajo) y se piensa, por lo general, para los desplazamientos en coche particular.
Así lo considera también Paula Pérez, para quien “la propuesta feminista sería la de
reconocer y superar un modelo de urbanismo androcéntrico que no concede importancia
a las tareas de reproductivas no remuneradas […] Defiende la necesidad de urbes
policéntricas y multifuncionales” (Pérez Sanz, 2013: 102). Se trataría de dotar a todos los
barrios de la ciudad de infraestructuras y equipamientos, tal y como aconsejan Muxí
Martínez et al., “los equipamientos se tienen que entretejer con los recorridos de cada día,
es decir, no se tienen que colocar en los límites de las áreas urbanizadas puesto que
generan calles sin vida y con falta de seguridad” (Muxí Martínez et al., 2011: 109). De
esta forma, además, se consigue ahorrar tiempo, pudiendo satisfacer en el mismo
recorrido distintas necesidades cotidianas.
En cualquier caso, como se señalaba con anterioridad, el urbanismo feminista no tiene el
foco puesto de forma exclusiva en las mujeres, se centra del mismo modo en atender las
necesidades de quienes han quedado tradicionalmente al margen de esa esfera
“productiva”, como los niños o las personas mayores.
III. SEGURIDAD URBANA DESDE EL URBANISMO FEMINISTA
Uno de los aspectos en los que más evidente se hace la necesidad de un enfoque feminista
es el de la seguridad urbana. Como señala Ortiz Escalante, “el miedo y la percepción de
la seguridad limitan el derecho de las mujeres a la ciudad, lo que se ejemplifica en cómo
las mujeres reducen su movilidad por la noche” (Ortiz Escalante, 2018: 2). Es relevante
detenerse en que el miedo y la percepción de seguridad “están condicionadas por la
diferencia que existe entre el tipo de violencia que pueden experimentar las personas
dependiendo del sexo, el género, la edad, el origen, etcétera, y esto tiene un impacto
directo en las percepciones” (Ortiz Escalante, 2018: 3). Es decir, tenemos que entender
que, lo que para alguien puede ser un espacio seguro, otra persona puede percibirlo como
peligroso. En las mujeres, el miedo a la violencia sexual es más elevado que en los
hombres.
Antes de que se introdujera la perspectiva de género en la seguridad urbana ésta era
entendida como la ausencia del crimen. De este modo, los municipios se han centrado por
lo general en prevenir los delitos, a través, por ejemplo, de mayor presencia policial en
algunas zonas. Sin embargo, éste ha supuesto muchas veces un fracaso, generando un
modelo de ciudad segregada en el que se han conformado guetos, estigmatizándose a
ciertas poblaciones; en lugar de fomentar una ciudad vivible y en la que los espacios se
comparten por todos sus habitantes. Por otro lado, el limitado concepto de violencia de
los Códigos Penal o Civil excluye otros tipos de violencia no tipificados (ni prohibidos,
ni penados) que las mujeres padecemos por el mero hecho de ser mujeres, como la
violencia machista que se ejerce a través del acoso sexual en la calle, y que condicionan
y limitan nuestra vida en la ciudad.
La irrupción de la visión de género en la seguridad urbana ha supuesto, entre otras cosas,
poner al mismo nivel la violencia en sí misma que la percepción de la violencia. Así, no
es necesario que se produzca un daño cierto para sentir miedo. Tal y como explica Ortiz
Escalante, “el miedo y la percepción de seguridad afectan a la vida cotidiana de las
mujeres y su movilidad, el uso de la ciudad y la participación en sus entornos cotidianos,
y estas limitaciones aumentan cuando oscurece. […] La movilidad de las mujeres se
puede llegar a paralizar por la noche a causa del miedo a la violencia. Por la noche, estas
evitan ciertas zonas de la ciudad, no utilizan ciertos medios de transporte o deciden no
salir de casa” (Ortiz Escalante, 2018: 4). Resulta evidente que el sujeto mujer no disfruta
de la ciudad del mismo modo en que puede hacerlo un hombre. La situación se ve
agravada incluso cuando se suman otras realidades (personas trans, inmigrantes, etc.).
Cuando los desplazamientos no se pueden evitar porque responden, por ejemplo, a
motivos laborales (si es que no se ha tenido que rechazar previamente un puesto por la
incapacidad de desplazarse al lugar de trabajo por falta de vehículo privado), el miedo es
más que manifiesto. Pensemos en las trabajadoras de noche que van a pie o utilizan el
transporte público para esos recorridos, sobre todo en quienes tienen que desplazarse al
extrarradio. Además de los elevados tiempos de espera – las frecuencias del transporte
público nocturno son mínimas – solemos hablar de zonas mal iluminadas, de poco
tránsito, en las que la percepción de peligro y la sensación de miedo son altísimas
1
.
1
Pensaba en una compañera de trabajo que, al perder el viernes pasado el bus de las once de la
noche (que es una hora bastante prudente) tuvo que esperar al Metro Ligero. Además de añadir
una hora y pico extra a su trayecto de vuelta a casa por la irrisoria frecuencia del ML de noche,
me contó que pagó un taxi para ir desde la estación más próxima a su domicilio a la puerta de
casa. Ya la habían atracado una vez en ese trayecto y tenía miedo de que volviera a pasarle.
Para enfrentarse al problema de la inseguridad en la ciudad, pasando de la visión limitada
que presentábamos al comienzo centrada en la prevención del crimen tipificado; se han
aportado desde el feminismo algunas metodologías que “han impulsado una
reformulación de las agendas urbanísticas para que la violencia de género se considere un
tema central en el urbanismo” (Ortiz Escalante, 2018: 5). En el siguiente punto se hará un
repaso de algunos de estos métodos, así como de ejemplos concretos en diferentes
ciudades.
IV. INICIATIVAS POR LA SEGURIDAD URBANA EN ESPAÑA DESDE EL
URBANISMO FEMINISTA
Como introducción, podemos señalar una serie de principios básicos para un entorno
seguro para las mujeres, tal y como los recoge Ortiz Escalante (2018), que se desarrollarán
brevemente en base a las atribuciones de la literatura. El punto es que estos principios
guíen las políticas públicas impulsadas por los municipios en cuanto a seguridad urbana
con perspectiva de género.
En primer lugar, saber dónde estás y a dónde vas, para lo que se precisa una correcta
señalización de la ciudad. En este sentido, se apunta a “la señalización que facilite la
orientación, la identificación y la apropiación” (Muxí Martínez et al., 2011: 114). Es fácil
observar en nuestros trayectos diarios que las señales en la calle son insuficientes,
generando una gran dependencia de un móvil con acceso a Internet para poder consultar
un mapa, o del encuentro con terceras personas que puedan guiarnos.
En segundo lugar, ver y ser vista, para lo que se necesita, básicamente, iluminación
suficiente, sobre todo en zonas percibidas como peligrosas (parques, túneles). Otra
herramienta es la colocación de espejos, de forma que puedas ver qué ocurre en otras
zonas de la calle desde tu posición. El tercer principio consistiría en escuchar y ser
escuchada, por lo que la ordenación del territorio tendría que evitar zonas aisladas. Esto
va en línea con la necesidad de crear espacios para la reunión y socialización vecinal,
evitando los puntos que son meramente de trayecto, pero en los que no es posible la
estancia (como facilitarían, por ejemplo, las plazas).
En cuarto lugar, poder escapar y obtener auxilio. Nuevamente, las zonas poco transitadas,
como los polígonos industriales o los parques y túneles de noche, se convierten en focos
de inseguridad, donde las mujeres tenemos especial miedo ante posibles ataques de
violencia sexual, dado que huir o que alguien nos escuche es más difícil. En conexión con
el principio anterior, de nuevo se plantea la necesariedad de las ciudades policéntricas. A
la hora de obtener ayuda, existe una iniciativa bastante popular extendida por todo el
territorio nacional que consiste en que locales de ocio colocan la pegatina de <<espacio
libre de violencia machista>>, por lo que, en caso de sufrir una agresión, la persona
afectada puede recurrir a los empleados del local, que están preparados para dar
asistencia, llamar a la Policía, etc. Estas pegatinas podemos encontrarlas en Madrid,
Palencia, Bilbao, Las Palmas … En definitiva, es un ejemplo de colaboración público-
privada entre Ayuntamiento, personal con formación en cuestiones de género y
empleados de los locales, que puede ser de gran ayuda en caso de que una mujer se
enfrente a un ataque machista.
El quinto principio para un entorno seguro para las mujeres es vivir en un ambiente limpio
y acogedor. Este principio es un claro ejemplo de cómo el feminismo busca romper con
esa dicotomía público/privado. Al respecto, podemos decir que “las viviendas han de
reconocer las tareas de cuidado del hogar y las personas dándoles un espacio […] Es
necesario aprovechar los espacios de viviendas para generar espacios de relación entre
vecinos, haciendo uso compartido de servicios y construyendo espacios de tránsito entre
lo público y lo privado” (Muxí Martínez et al., 2011: 118).
Por último, el sexto principio consiste en actuar colectivamente. Las vivencias
individuales de las mujeres en cuanto a la seguridad urbana son, en realidad, una
preocupación colectiva. A través de la participación ciudadana, del intercambio de
experiencias, nos damos cuenta de que enfrentamos los mismos miedos. Hay que utilizar
esas experiencias como conocimiento, de cara a una planificación urbana más eficiente.
Una de las formas de actuar colectivamente en este campo son las marchas exploratorias,
que son “una metodología muy concreta desarrollada por la teoría y la práctica feminista,
que se centra en identificar aspectos urbanos relacionados con la percepción de seguridad
en el espacio público desde una perspectiva de género” (Ortiz Escalante, 2018: 6).
Consiste en que un grupo de mujeres recorran un barrio o un entorno concreto, para hacer
un diagnóstico sobre cuáles son los elementos del mismo que les provocan miedo. Para
el proyecto de Medialab utilizamos esta metodología y compartimos aquellos obstáculos
que detectábamos y que determinaban nuestra forma de actuar (por ejemplo, que nos
desviáramos o que evitáramos ciertos trayectos de noche). Sirve, además, como
herramienta de empoderamiento, “ya que permite visibilizar el conocimiento que tienen
las vecinas del entorno donde viven y por donde se mueven, y valorar su participación
activa en el diseño y la transformación de sus entornos urbanos” (Ortiz Escalante, 2018:
6).
En España encontramos dos iniciativas a nivel municipal en las que se ha incorporado el
urbanismo feminista a la seguridad urbana y la ordenación del espacio público. La
primera de ellas, en el País Vasco, con el <<Mapa de la Ciudad Prohibida en los Distritos
de Bilbao>> del Consejo de las Mujeres de Bilbao por la Igualdad
2
. Es una iniciativa
participativa pionera, que consta ya de una década, pues se desarrolló a lo largo de 2010-
2011. Denunciando que, como hemos visto, el planeamiento urbanístico no es neutro,
sino androcéntrico, este colectivo de mujeres bilbaínas se propuso señalar aquellos puntos
de la ciudad que sentían como vetados, debido a la inseguridad que sufrían al transitarlos
por ser mujeres.
Señalan, fundamentalmente, tres logros. En primer lugar, la participación e implicación
de las mujeres en el proyecto, fundamental como hemos visto para transformar la
experiencia en conocimiento. En esta línea, el protagonismo de las mujeres. Por último,
el trabajo estrecho con el Ayuntamiento de Bilbao. Así, “se trabajó en crear estándares de
seguridad en los espacios públicos con la participación de un grupo de trabajo conformado
por el Consejo de las Mujeres de Bilbao por la Igualdad y personal técnico municipal”
(Mapa de la Ciudad Prohibida en los Distritos de Bilbao, 2010-2011: 52).
En Cataluña encontramos el Proyecto <<Nocturnas. La vida cotidiana de las mujeres que
trabajan de noche en el Área Metropolitana de Barcelona>>, llevado a cabo por el
Col.lectiu Punt 6 (junto con CCOO y algunas fundaciones feministas) entre los años 2015
y 2017. Si bien este proyecto no ha tenido una traducción institucional, es decir, no se ha
incorporado todavía a las agendas de los gobiernos municipales de Barcelona y su Área
Metropolitana, ha servido como herramienta de empoderamiento, dando voz a las mujeres
que se mueven de noche por esta zona y se enfrentan a un terreno que al que no
pertenecen, pues está dedicado, fundamentalmente, al ocio nocturno y el consumo de
alcohol (con predominancia masculina).
Como resume una de las promotoras, a través del proyecto han querido “ampliar la
investigación en el ámbito de la planificación urbana nocturna y visibilizar y valorar la
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Es un órgano de participación ciudadana en los asuntos de la ciudad de Bilbao.
parte productiva-reproductiva de la noche desde una perspectiva feminista” (Ortiz
Escalante, 2018: 11). Es también una denuncia de la falta de infraestructuras, sobre todo
transporte público, que ponen en peligro a las mujeres en estos trayectos diarios.
CONCLUSIONES
Las mujeres padecemos en la actualidad una falta de libertades a la hora de
desenvolvernos en el medio urbano, por lo que no disfrutamos plenamente del derecho a
la ciudad. Este sentimiento de “no pertenencia al espacio público” se observa también en
la inferioridad en el número de mujeres en los gobiernos municipales, una falta de voz y
referentes que tiene consecuencias en la planificación urbana (Chiarotti, 2009).
Este androcentrismo tiene especiales consecuencias en lo que a seguridad urbana se
refiere. Las calles, y, en especial, las noches, no están pensadas para las mujeres. La
reflexión feminista ha tratado de hacerse presente, a través de la participación y la
denuncia colectiva, para conseguir un urbanismo feminista e interseccional. Algunas
medidas destinadas a proporcionar mayor seguridad, sobre todo en los trayectos
nocturnos, son, por ejemplo, la asignación de vagones exclusivos en el metro para las
mujeres. Dado que el transporte público es uno de los focos de inseguridad, en México se
planteó que los dos últimos vagones de este medio serían ocupados exclusivamente por
mujeres (Dunckel-Graglia, 2013). En Vigo, las mujeres pueden solicitar que el autobús
nocturno se detenga fuera de las paradas establecidas, para acortar los trayectos de la
estación al domicilio y dar más seguridad a las usuarias (Nogueira Calvar, 2018).
No obstante, estas medidas, aunque necesarias por lo pronto, no hacen sino poner en
evidencia cómo las mujeres tenemos que modificar nuestras conductas y se nos impide
vivir la ciudad en igualdad de condiciones a los hombres. Por ello se necesita un
urbanismo feminista, que considere las percepciones de miedo e inseguridad de las
mujeres en la planificación de la ciudad. Se precisa la participación ciudadana, de
asociaciones, profesionales y, por supuesto, el compromiso de los gobiernos municipales,
para dejar de poner parches y afrontar colectivamente este problema urbano.
BIBLIOGRAFÍA
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