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Revista Psicologia para America Latina, n. 33, p. 43-51, julio 2020 43
SALUD MENTAL EN CONTEXTOS DE VIOLENCIA:
DE LA LIBERACIÓN HACIA LA TRANSFORMACIÓN
Katterine Vargas Cantillo
Universidad del Norte, Barranquilla
José Eduardo Lozano Jiménez
Universidad de la Costa – CUC, Barranquilla
Angélica Paternina Marín
Universidad del Norte – Barranquilla
Laura J. Gil Vega
Universidad del Norte – Barranquilla
Resumo
A treinta y un años de la muerte de Ignacio Martín-Baró, su mensaje y testimonio siguen vigentes. El presente artículo es una
construcción que parte de sus postulados y se articulan a la realidad de una Colombia, que, aunque distante en tiempo, es muy
cercana en su dinámica social a El Salvador de Martín Baró. Se presenta un recorrido que analiza la relación entre la salud mental
y el conicto, y de modo particular en el contexto social colombiano, marcado durante las últimas décadas por la presencia de las
guerrillas, el narcotráco y el paramilitarismo, en el marco de un Estado deslegitimado por la corrupción, el clientelismo, la lucha
de poderes y de una sociedad dividida, a veces indiferente, a veces profundamente conmovida. Seguidamente, se analiza la rele-
vancia de la salud mental en el marco normativo colombiano, dándose una semblanza general del lugar ganado en la legislación
de cara a la garantía de los derechos de los nacionales. A continuación, se analiza la mencionada realidad desde las voces de sus
más vulnerables protagonistas: los niños. En otro momento, se plantea la resignicación del dolor y el sufrimiento, como una
forma de reivindicar el potencial humano de reinventarse y dotar de sentido las situaciones adversas a partir del reconocimiento
de las personas como sujetos de derechos y agentes transformadores. Por último, se hace un cuestionamiento a la psicología y
a los psicólogos, sobre el papel que juegan en esta realidad y se hace un llamado a ser respuesta ante un momento histórico que
no permite posiciones intermedias y que demanda de profesionales que marquen la diferencia y opten por ser facilitadores de
profundas transformaciones sociales, desde la convicción ética y epistemológica.
Palabras clave: Salud Mental, Conicto, Derechos Humanos, Sufrimiento, Psicología, Transformación Social
Mental health in contexts of violence: From liberation towards transformation
Abstract
Thirty-one years after the death of Ignacio Martín-Baró, his message and testimony are still valid. This article is a construction
that starts from its postulates and is articulated to the reality of a Colombia, which although distant in time, is very close in its
social dynamics to El Salvador de Martín-Baró. A path is presented that analyzes the relationship between mental health and
conict, and particularly in the Colombian social context, marked during the last decades by the presence of guerrillas, drug
trafcking and paramilitarism, within the framework of a State de-legitimized by corruption, clientelism, the struggle of powers
and a divided society, sometimes indifferent, sometimes deeply moved. Next, the relevance of mental health in the Colombian
regulatory framework is analyzed, giving a general semblance of the place gained in the legislation in order to guarantee the
rights of nationals. Next, the aforementioned reality is analyzed from the voices of its most vulnerable protagonists: children.
At another time, the resignication of pain and suffering is considered, as a way of vindicating the human potential to reinvent
and make sense of adverse situations from the recognition of people as subjects of rights and transforming agents. Finally, there
is a questioning of psychology and psychologists, about the role they play in this reality and a call is made to be a response to
a historical moment that does not allow intermediate positions and that demands of professionals who make a difference and
choose for being facilitators of deep social transformations, from the ethical and epistemological conviction.
Keywords: Mental Health, Conict, Human Rights, Suffering, Psychology, Social Transformation
Cantillo, K. V. & cols. Saúde mental em contextos de violência
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Han pasado más de 30 años desde que Ignacio
Martín-Baró se preguntaba en su escrito sobre Guerra
y salud mental (1984), si era acaso muy descabellado
hablar de salud mental ante la barbarie que se estaba
viviendo en El Salvador. Hoy nos vemos reejados
ante ese espejo de la historia y vemos con tristeza y un
poco de frustración que no sólo fue, ni es, descabellado
hablar de salud mental, sino que es doloroso descu-
brir que a pesar de estos grandes aportes y reexiones,
que dieron pie a muchas teorías para la comprensión
de las realidades sociales, en Latinoamérica continue-
mos desestimando la importancia de la salud mental,
que en palabras de Martín-Baró, no se trata de un mero
funcionamiento satisfactorio del individuo; sino de una
dimensión básica de las relaciones humanas que dene
las posibilidades de humanización que se abren para los
miembros de cada sociedad y grupo.
Bienestar y Conflicto
Aunque ya a desde 1948 la Organización Mundial
de la Salud –OMS- denió la salud como “un estado
de completo bienestar físico, mental y social, y no sola-
mente la ausencia de afecciones o enfermedades” (OMS,
1948, p.1), Martín-Baró llevó esta concepción a un
escenario concreto desde una lectura holística de la rea-
lidad, que engrana las distintas facetas del ser humano,
particularmente la de interacción con el otro, y supera el
enfoque individualista de un hombre que pareciera que
enferma solo, como si estuviera suspendido en el vacío.
Pasó de lo conceptual ideal, a lo real-real. Martín-Baró
(2003) arma que “la salud mental no se trata de un
funcionamiento satisfactorio del individuo; se trata de
un carácter básico de las relaciones humanas que dene
las posibilidades de humanización que se abren para los
miembros de cada sociedad y grupo. En términos más
directos, la salud mental constituye una dimensión de
las relaciones entre las personas y grupos más que un
estado individual” (p.336)
La salud mental, pues, se basa en el entramado
de esas relaciones interpersonales, que se gestan en los
microsistemas, en la cotidianidad de las relaciones más
comunes, en las maneras como interactuamos con un
otro, y que son permeadas por los exosistemas y, que
a su vez afectan sustancialmente las acciones humanas.
Por ende, una sociedad sana será una en la que se puede
vivir libre de miedos, donde la vida no dependa de una
opinión dada y donde las personas puedan conar en
el otro y en sí mismas. En otras palabras, estamos ante
una mirada de la salud mental que se reconoce de una
forma holística, en relación dialéctica del ser humano y
su contexto socio-histórico.
En esta dirección y complementando lo previo,
Martín-Baró resalta la necesidad de que los trastornos
mentales no sean vistos como entidades patológicas,
pues reconoce que la salud mental va más allá de lo
puramente orgánico, trasciende lo individual y halla
Saúde mental em contextos de violência: Da libertação à transformação
Resumo
Trinta e um anos após a morte de Ignacio Martín-Baró, sua mensagem e testemunho ainda são válidos. Este artigo é uma
construção que parte de seus postulados e articula-se à realidade de uma Colômbia, que embora distante no tempo, está muito
próxima em sua dinâmica social a El Salvador de Martín-Baró. É apresentado um tour que analisa a relação entre saúde mental e
conito, particularmente no contexto social colombiano, marcado nas últimas décadas pela presença de guerrilheiros, tráco de
drogas e paramilitarismo, no âmbito de um Estado deslegitimado pela corrupção, clientelismo, luta por poderes e uma sociedade
dividida, ora indiferente, ora profundamente comovida. Em seguida, é analisada a relevância da saúde mental no marco regu-
latório colombiano, dando uma aparência geral do lugar conquistado na legislação, a m de garantir os direitos dos nacionais.
A seguir, a realidade mencionada é analisada a partir das vozes de seus protagonistas mais vulneráveis: as crianças. Em outro
momento, considera-se a ressignicação da dor e do sofrimento, como forma de reivindicar o potencial humano de reinventar
e dar sentido a situações adversas a partir do reconhecimento das pessoas como sujeitos de direitos e agentes transformadores.
Por m, questiona-se a psicologia e os psicólogos sobre o papel que eles desempenham nessa realidade e faz-se uma chamada
para responder a um momento histórico que não permite posições intermediárias e que demanda prossionais que fazem a
diferença e escolhem por serem facilitadores de profundas transformações sociais, a partir da convicção ética e epistemológica.
Palavras-chave: Saúde Mental, Conito, Direitos Humanos, Sofrimento, Psicologia, Transformação Social
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en el mundo de relaciones un elemento clave para su
estructuración, al punto de ser “parte y consecuencia de
las relaciones sociales” (Martin-Baró, 1984). Las situa-
ciones de violencia sistemática extrema experimentadas
en diferentes países latinoamericanos, exigían ser con-
ceptualizadas más allá de lo psicológico, y conforme
lo plantea críticamente Martín-Baró (1998), debían
trascender del reduccionismo de las problemáticas indi-
viduales a problemas estructurales, ya que, desde un
modelo individual orientado a lo biomédico, las cau-
sales relacionadas a la guerra, y, por ende, al contexto
político hostil, no se podían determinar. En este sentido
nos es dado comprender el trauma, como efecto directo
de las violencias, en su amplia extensión, permitiendo
reconocer su alcance en nuevas formas de intervención
que trasciendan al individuo y lleven a abordarlo desde
una base comunitaria concebida como un todo que
también lo padece (Piper, 2008).
Salud mental y el contexto Social colombiano
Ahora bien, ese escenario de interacciones, en
El Salvador de Ignacio Martín-Baró, como en nues-
tra Colombia cotidiana, lejos de estar marcado por un
encuentro fraterno caracterizado por el respeto por la
diferencia y la riqueza de la diversidad, está signado aún
por una dolorosa lucha fratricida. En Colombia la his-
toria de la guerra se repite, con algunas variaciones del
contexto, y seguimos debatiéndonos al interior de una
sociedad que cada vez se encuentra más fragmentada
por las vejaciones sociales que se viven diariamente. Las
polarizaciones sociales incrementan día a día, dicul-
tando el diálogo entre los actores.
Este contexto de guerra es complejo, multicausal
y requiere de un análisis macro para comprender sus
efectos y alcances. En ese sentido Martín-Baró (1984)
planteó que la noción de guerra se puede desagregar
en 3 términos para su mayor comprensión: violencia,
polarización y mentira. Estos aspectos son palpables
en nuestra cotidianidad colombiana. El uso de la fuerza
por encima de la razón, con intención de dañar, como
un hábito cada vez más arraigado que ha escalado en
todas las instituciones del orden social, desvalorizando
la vida, el respeto por el otro, y hasta el más básicos de
los derechos humanos, afectando a las instituciones de
orden estatal, la familia, la escuela el barrio y las relacio-
nes más íntimas.
Este dolor causado por la violencia obedece a
la polarización, así como la polarización obedece a la
violencia, los desacuerdos, el ellos y el nosotros, las
barreras distantes, los muros invisibles que parecen
casi que impenetrables, desapareciendo las bases para
la interacción cotidiana, donde se desdibujan los mar-
cos de referencias comunes y se evidencia la pérdida
de valores colectivos y el sentido común se vuelve
el menos común de los sentidos, y en este espiral de
guerra nos encontramos ante una gran manipulación
mediática que obedece a intereses personales de unos
pocos grupos sociales, alimentando a través de la men-
tira, la polarización y la violencia.
Estos aspectos se han vuelto cíclicos en nuestra
sociedad colombiana, naturalizando la agresión y des-
humanizando lo humano. La fuerza por encima de la
razón, con la voluntariedad del daño y el hábito de su
uso, hábito que en Colombia ha escalado en todas las
instituciones del orden social, desvalorizando la vida,
el respeto por el otro, y hasta los más básicos de los
derechos humanos, afectando a las instituciones de
orden estatal, la familia, la escuela el barrio y hasta en
las relaciones más íntimas. Este dolor causado por la
violencia obedece a la polarización, así como la polari-
zación obedece a la violencia, los desacuerdos el ellos y
el nosotros, las barreras distantes, los muros invisibles
que parecen casi que impenetrables, desapareciendo las
bases para interacción cotidiana, se desdibujan los mar-
cos de referencias comunes y se evidencia la pérdida
de valores colectivos y el sentido común se vuelve el
menos común de los sentidos.
Y en este espiral de guerra nos encontramos
ante una gran manipulación mediática que obedece a
intereses personales de unos pocos grupos sociales,
alimentando a través de la mentira, la polarización y
la violencia. Estos aspectos se han vuelto cíclicos en
nuestra sociedad colombiana, naturalizando la agre-
sión y deshumanizando lo humano. Somos un país en
ruta de paz; pero aún sumido en escenarios de guerra.
Seguimos al interior de una sociedad que cada vez se
encuentra más fragmentada; teniendo como conse-
cuencia la proliferación de la delincuencia común que
impregna nuestra vida de miedo, y desconanza por el
otro; sumidos en un estado que oscila entre la paranoia
colectiva y, como dice Durkheim (1998), en un estado
de anomia, ocasionado por la desintegración social y
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la frágil estructura institucional que logra disociar las
relaciones humanas.
En este proceso, una de las instituciones más ínti-
mas y encargada del proceso de socialización inicial del
ser humano, la familia, ha sido la primera en sufrir sus
consecuencias. La guerra ha llegado afectar la estructura
de una nación desde su base, llegando hasta los cora-
zones de los colombianos, al punto de ser un elemento
más de su día a día. Es una desafortunada situación
vivida ya por muchos países de Latinoamérica, a la
que se llega transitando, como menciona Martín-Baró
(1996), un corto camino que conduce de la normalidad
a la violencia extrema y del que ya muchos pasos hemos
dado en Colombia. Se trata de una violencia normali-
zada, que al parecer ya no hace eco en los colombianos,
y que ha logrado deshumanizar a toda una sociedad que
mira indiferente e indolente una absurda “normalidad”.
Diariamente las noticias nos informan de las últimas
muertes e incluso masacres, como la de Bojayá en el
2002 en la que hubo entre 79 personas muertas, alrede-
dor de 100 heridos y 1744 familias desplazadas (Centro
de Memoria Histórica 2 de mayo, 2019), sin generar
suciente movilización por parte de los colombianos,
ante el espejo de estas cifras, que no fueron más que otra
estadística de las miles de muertes que se han sumado
en nuestro territorio, tristemente vemos el reejo de
una actitud resignada, de sumisión ante la decadencia
social que vivimos, sin permitimos conmocionarnos,
aceptando pasivamente el sufrimiento causado, como
ya lo había advertido Martín-Baró (1987).
Esta violencia está dejando una profunda huella
sobre los individuos, las relaciones sociales y la salud
mental, máxime cuando de ella se derivan problemá-
ticas y crisis aún mayores que las que la detonaron en
principio, tales como el narcotráco, el despojo de tie-
rras, la extorsión y otros grupos al margen de la ley
como las llamadas Bacrim. Estos escenarios, cotidianos
y en los que se naturaliza la violencia, dolorosamente
permiten a los individuos y grupos humanos hallar
elementos justicantes para continuar con prácticas
violentas, en el mismo sentido en el que lo reere
Martín-Baró (1996) desarrollar razones justicativas
de la violencia, más que razones para ofrecer discul-
pas o pedir perdón a los violentados o agredidos. La
violencia y agresión poseen siempre una valoración
social, que puede ser positiva o negativa de acuerdo
a los diferentes casos, lo que fortalece la justicación
social o la valoración de los hechos de violencia, brin-
dando a su vez la posibilidad, en el contexto social de
referencia, de la realización de determinados compor-
tamientos violentos y proveyendo de elementos a las
intenciones de quienes los realizan.
En este escenario nacional de desazón, de con-
icto deshumanizante e irracional, lleno de huellas de
la violencia por doquier, el pasado 21 de noviembre
de 2019 miles de manifestantes salieron a las calles de
Colombia con la esperanza de ser escuchados, de recu-
perar un poco esa dignidad perdida; aunque fue más
bien un acto de catarsis colectiva, porque hay tanto
por lo que alzar la voz que en ocasiones se difuminan
las razones reales de esta protesta. Sin embargo, no es
de nuestro interés profundizar en estos aspectos de
crisis de gobernanza institucional del Estado colom-
biano, lo es, como profesionales de la salud mental,
hacer lectura de las personas que conforman esta
sociedad tan lastimada.
“Nos quitaron tanto que nos quitaron hasta el
miedo” (Guetnamoa, 2019), fue una de las tantas con-
signas que gritaban en las calles miles de colombianos y
que dan muestra de lo agotadas que están las personas
por tantos años de dolor en nuestro país. Para muchos
la muerte dejó de ser un espanto y se convirtió en una
dama de compañía, debilitando la empatía por la vida
misma. Y no es esa muerte de la que todos sabemos que
algún día nos llegará. Es esa Muerte, con mayúscula,
que no se nos es dada por naturaleza, sino impuesta
amenazantemente por un contexto sociopolítico, eco-
nómico y ambiental que hace que las personas teman su
prematura, dolorosa y poco reconfortante llegada. Es
una Muerte que acecha agazapada, que no sale a nues-
tro encuentro, sino que nos persigue.
Salud mental y marco normativo colombiano
Aunque sobre esta base de relaciones en Colom-
bia, la salud mental no augura buenos tiempos, es
preciso mencionar que buena parte de la legislación a
ella tocante subraya los llamados “determinantes socia-
les de la salud” (Congreso de la República de Colombia,
2015), comprendidos como las circunstancias o carac-
terísticas sociales especícas del contexto social que
inuyen en la salud; y en atención a ello proponen
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diversas directrices. Desde un marco externo, la OPS
en su Plan Hemisférico de la Salud Mental (2015-2020)
propone la necesidad de que se orienten programas
de promoción que fortalezcan las habilidades psico-
sociales individuales y colectivas, la cohesión social, y
la urgencia de que se gestionen entornos saludables,
resilientes y protectores; así como programas de pre-
vención articulados a dispositivos de base comunitaria
y la promoción de la rehabilitación basada en la comu-
nidad y la inclusión social.
En Colombia el Congreso de la República pro-
mulgó la Ley 1616 de 2013, Ley de salud mental, con
la que también se reconoce la inclusión social, la elimi-
nación del estigma y la discriminación, el buen trato,
la prevención de las violencias y el fomento de las
competencias ciudadanas, como acciones esenciales
de promoción de la salud mental. En ese mismo sen-
tido, la Resolución 4886 de 2018, que recoge la Política
Nacional de Salud Mental, plantea dentro de sus enfo-
ques uno de desarrollo basado en derechos humanos,
uno de género, uno diferencial poblacional/territorial
y uno psicosocial. En esta misma sintonía, dos de sus
ejes reejan la relevancia del componente de las inte-
racciones sociales: eje de promoción de la convivencia
y la salud mental en los entornos y eje de rehabilitación
integral y salud mental.
En este contexto legal se hace un reconocimiento
de las violencias, en el sentido en que la OMS (2012) las
relaciona: contra sí mismo, contra el otro y la colectiva.
De hecho, las lesiones causadas por la violencia interper-
sonal son un problema de salud pública. En particular,
la violencia doméstica, en los países de América Latina
y el Caribe tiene un costo equivalente al 2% del PIB de
la región. Colombia, en particular, es uno de los países
con mayores índices de violencia física y contra la mujer
(Congreso de la República de Colombia, 2013).
Las realidades contextuales desde las voces de
sus actores
Y es que la inestabilidad social, las violencias y la
guerra interna que se vivencia en un país afectan a todos
los sectores que la conforman. Sin embargo, uno de los
grandes actores y a los que no debemos dejar pasar
desapercibido son los niños que nacen al interior de la
crisis y en contextos de alta vulnerabilidad. Martín-Baró
(1984) señala que “la experiencia de vulnerabilidad y de
peligro de indefensión y de terror, pueden marcar en
profundidad el psiquismo de las personas, en particular
de los niños” (p.7).
Como psicólogos sociales no podemos quedarnos
en las simples formas retóricas, tal y como lo plantea
Martín-Baró en muchos de sus escritos. Tenemos que
conocer las realidades que se evidencian en los contex-
tos, escuchar sus voces. Es por esto que hoy traemos las
voces de menores entre 11 y 13 años que viven en con-
textos de alta vulnerabilidad con los cuales se realizaron
unos grupos focales para conocerlos a profundidad y
hallamos que el contexto social en el que viven algunos
niños, produce profundos sentimientos de vulnerabi-
lidad, indefensión y peligro (Vargas, Amaris, De Salas,
marzo 2020):
¿En qué situaciones se sienten más vulnerables/
propensas a ser lastimadas?
Por lo menos, cuando yo salgo del colegio… hay
una parte que pasa solo, y a mí me gustaría pasar
más con un grupo de personas, porque me siento
muy vulnerable, hay muchos coletos y personas
que puedan lastimarme. Yo trato de buscar gente
y así estar acompañada” (María de 11 años, grupo
focal 15 de abril 2019)
Como recoge el mencionado decreto 4886, para el
2017 se en Medicina Legal se reportaron 27.538 casos
de violencia a nivel nacional, de los cuales el 37.71%
corresponden a niños, niñas y adolescentes. Así mismo
señala, que el 11,7% de la población infantil, entre los
7 y 11 años, y el 29,3% de los adolescentes han estado
expuestos a eventos de violencia con afectaciones
importantes en su salud mental. Las sociedades se cons-
truyen desde sus bases familiares, en las que los niños,
la siempre llamada ´nueva generación´ es simiente de
nuevos futuros. Sin embargo, en ese proceso de repro-
ducción social, el modelo a perpetuar, la herencia que se
entrega a los niños de hoy es, precisamente, un entorno
de relaciones sociales tóxicas y un ´andamiaje social´
precario y desestructurado. De esta forma, la emergen-
cia de una identidad propia, en parte derivada de una
identidad social, será el reejo de este mundo de inte-
racciones deterioradas.
Tal y como lo expresa otra niña en el siguiente tes-
timonio (Vargas, Amaris, De Salas, 2020):
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“...a mí me pasaba cuando un primo, que en paz
descanse, cuando me iba para donde mi papá y él
vivía ahí también, a mí me daba miedo quedarme
sola, porque él era vicioso, mataba y eso. Mi fami-
lia peleó mucho con él y también hizo daño en mi
familia. Yo le cogí mucho mucho miedo a él y me
daba miedo salir de mi casa o ir donde mi papá
y me sentía desprotegida…” (Sofía de 12 años,
Grupo focal 3 de marzo de 2019 en Vargas, 2020)
En sus escritos Martín-Baró (1984) pone de mani-
esto la importancia y el compromiso que tenemos para
con los niños, ya que, desde su desarrollo ontogénico,
se encuentran construyendo su identidad y acogiendo
el modelo para sus interacciones sociales; sin embargo,
ante estos contextos de violencia muchas veces el
modelo acogido hace parte de las sobras aún vivientes
de la violencia, naturalizando de esta manera sus múl-
tiples manifestaciones. Observemos como otros niños
nos ponen de maniesto lo mencionado (Vargas, Ama-
ris, De las Salas, 2020):
- Samuel: Agredir a otra persona, vale,
- Entrevistador: ¿y agredirla cómo?
- Samuel: Agredir físicamente.
- Mario: Verbalmente.
- Juan: Como agredí a Yoleidy y ella me agredió,
la cogí por los pelos.
- Samuel: Además que todo es por juego.
- Mario: Lo hacemos por juego, Todo lo de noso-
tros es por juego, todo lo de este colegio” (Samuel
11 años, Mario 11años, Juan 12 años, Grupo
Focal 03 de marzo de 2019).
Las escuelas son nada más un reejo de hasta
donde han permeado estas manifestaciones de violencia
y hasta donde son justicadas. En las comunidades el
sentimiento de desprotección y conanza por las insti-
tuciones es tal, que los niños maniestan a viva voz esta
indefensión y reconocen escenarios de agresión como
naturales (Vargas, Amaris, & De Salas, 2020). Veamos:
- Entrevistador: ¿Cuándo justican ustedes que
haya violencia en su barrio?
- Lucas: Yo con los rateros. ósea ayer, se metió el
ratero en la casa de un amigo mío y se llevaron un
montón de cosas y el man se fue, lo corretearon
lo cogieron en la puerta de su casa y le dieron
puñaladas, de todo. Yo justico que hagan eso
porque él no debió hacer eso y él sabe que ese es
uno de los riesgos en esta comunidad que es tan
violenta. Yo como ladrón pensara bien lo que voy
a hacer... la Policía no cuida sino los coletos (pan-
dilleros), ellos cuidan más que la Policía. (Lucas
12 años, Grupo focal 21 de febrero de 2019
Esta situación de violencia congura un escena-
rio personal de dolor. Dolor que suele ser evitado a
toda costa, lo que es comprensible; pero que puede
permitir resignicar su experiencia. Si se trata de un
dolor con sentido, se convierte en un sacricio-pa-
ra-algo, no en una mera condición negativa que debe
ser negada o evitada.
Salud mental, violencia y el sentido del
sufrimiento
Hoy la gente sale a marchar y a pegarle a una cace-
rola, con la profunda fe de cambiar algo, porque la gente
quiere volver a vivir y dejar de sobrevivir sin sentido.
Quiere recuperar la capacidad de creer, quiere sentir
que realmente vale la pena seguir. Somos testigos, y
ojalá protagonistas, de un momento de transformación
profunda de nuestra gente. Aún el más distraído sabe
desde su más profundo ser que las cosas no están bien.
Hoy nos podemos dar cuenta que debemos empezar de
nuevo, aunque aún no veamos la dirección. Queremos
pensar que ese latino indolente del que nos habló Mar-
tín-Baró (1987) ha despertado del sopor. Ya no estamos
dispuestos a conformarnos, a ser sumisos y pasivos;
queremos ser sujetos activos de la transformación de
nuestro país; deseamos recuperar la memoria histórica
-esa que nos permitirá comprendernos- y plantear un
futuro mejor, un futuro posible, que haga valer la pena
todo lo vivido, lo padecido y lo aprendido.
En ese proceso de ´hacer valer la pena´, el sufri-
miento con sentido emerge y se transforma en un ideal
axiológico, en cuanto es una decisión y un acto de trans-
formación, de superación, de autocreación, crecimiento
y maduración, como lo planteara Martín-Baró (1964).
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No se trata de buscar el dolor y el sufrimiento, ni mucho
menos de evitarlo. Se trata de dotarlo de sentido.
De esta forma, los actores de estos escenarios de
violencia y de guerra, tendrán la oportunidad de des-
plegar su capacidad de afrontamiento, centrado en el
ser, al decidir vivir, a veces lo inevitable, con un sentido.
Lo que lo lleva a recrearse y a ser. Es la oportunidad de
madurar y transformarse y allí es muy importante anali-
zar las intenciones personales y las valoraciones sociales
que se hacen de los comportamientos de violencia, pues
su formalidad considera una denición social y Mar-
tín-Baró (1984) plantea que desde la psicología social
se debe ir más allá de los aparentes comportamientos
que se evidencian en los individuos y los grupos huma-
nos y revisar en profundidad sus raíces históricas en las
valoraciones de la estructura social y las intenciones o
intereses de los grupos sociales implicados, para adelan-
tar procesos transformadores.
La psicología cuestionada y su posible
respuesta
Ante esta realidad hoy nos planteamos la misma
pregunta que se planteó Martín-Baró en su escrito Gue-
rra y Salud mental (1984) ¿qué debemos hacer nosotros,
profesionales de la salud mental, frente a la situación
actual que confronta nuestro pueblo? Si la base de la
salud mental radica en la estructuración de unas rela-
ciones humanizadoras que arman el ser individual y
social, una sociedad que promueva, garantice y restituya
los derechos de sus miembros, será aquella que no sólo
solvente las problemáticas contingentes a nivel ambien-
tal, social, económico y político, sino aquella, que, de
manera aún más trascendente, posibilite el ser. En esta
dirección, parte de los retos de la psicología y de los
psicólogos en concreto, será no sólo apostar por un
“orden social” a nivel macro y superestructural, sino
por un quehacer cotidiano que promueva la sanación
y construcción del vínculo y el fortalecimiento de los
escenarios de encuentro humano que estructuren tejido
social y capital social, y que estructuren el ser de adentro
hacia afuera y viceversa. Esta dirección apunta a la salud
mental y por tanto, como propone Ignacio Martín-Baró
(1984) “hay una tarea urgentísima de educación para la
salud mental” (p.512). Educación que mira a los indivi-
duos y los convoca a responsabilizarse por sí mismos,
su bienestar y su mundo de relaciones.
Sin embargo, esta educación, para el otro, empieza
“por casa”; es decir, si el psicólogo tiene el reto de edu-
car para la salud mental, debe empezar por él mismo,
formarse permanentemente, en un acto de responsa-
bilidad personal y profesional para sus usuarios. Ahora
bien, educarse implica transformarse, y en ese sentido
implica vivir éticamente, en cuanto la ética es “funda-
mentalmente una actividad transformadora”, que se
vive en una ´tensión dialéctica´ entre lo que se es y lo
que se debe ser, tanto a nivel individual como a nivel
social (Martín-Baró, 2015).
Así las cosas, la ética psicológica es un compromiso
del profesional de la psicología por la humanización, el
crecimiento humano y cultural. Y en su esfuerzo por
facilitar la transformación humana, se afecta ineludi-
blemente la sociedad, la historia y su deber ser, de tal
forma que el quehacer del psicólogo tiene un eco en
el tiempo, que parte del individuo actual y trasciende al
mundo de las interacciones sociales presentes y venide-
ras, derivadas de ese individuo que interactúa.
Y en este sentido, otro de los retos a los que invita
Martín-Baró (2006) es el replanteamiento de las prácti-
cas. Es evidente, que todas las construcciones mentales
humanas tienen como condicionante las realidades pro-
pias de los individuos y el contexto socio-histórico que
lo acompaña, construyéndose otros conocimientos de
la realidad cuando se actúa sobre ella, cuando se trans-
forma es que se pueden conseguir resultados a partir
de ella. Si bien, los comportamientos, las acciones y
las situaciones que vemos están condicionados por la
perspectiva y por el momento histórico que lo precede,
estos siguen sujeto a la realidad y en este sentido Mar-
tín-Baró (2006) expone que para desarrollar un nuevo
conocimiento psicológico, no es suciente solo ubicar-
nos en las perspectivas de los pueblos, es necesaria una
nueva práctica desde la psicología social, una práctica
transformadora de la realidad que nos permita cono-
cerla en lo que es y no es y con ello conducirla hacia
lo que debe ser y con ello la emergencia de alternativas
claves para el desarrollo y la contribución a la tradición
del pensamiento psicológico latinoamericano.
De esta forma, educar para la salud mental, parte
del ejercicio de la ética y de la facilitación de la transfor-
mación de otros desde una ética que parta del ser actual
y los conduzca a su deber y querer ser. uno de los retos
que plantea Martín-Baró (2006) es que en el ejercicio de
Cantillo, K. V. & cols. Saúde mental em contextos de violência
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nuestras labores como profesionales de la psicología y
en las acciones como psicólogos y psicólogas sociales,
comprendamos las realidades de nuestros pueblos para
construir conocimiento y elaborar transformaciones
propias desde sus contextos, desde individuos y desde
sus grupos humanos. Reconociendo en las personas
ese poder perdido por los avatares socio-políticos y
poniendo de relieve el protagonismo en sus realidades
y en los cambios que permitan tener “sociedades lati-
noamericanas más justas y humanas”, como también
lo manifestaba Fals Borda al hablar de la investigación
acción participativa en su sociología crítica o Freile con
la educación social liberadora.
Como psicólogos, el reto, el compromiso, es pro-
mover la liberación, la renuncia a la enajenación y por
tanto, la humanización, la búsqueda del sentido en el
desarrollo y despliegue del ser. Transformarnos para
transformar, desde la comprensión de las diversas rea-
lidades Tal como lo expresó Martín-Baró (1987) “Para
que la psicología pueda contribuir a la liberación de los
pueblos latinoamericanos, ella misma debe liberarse de
su propia dependencia intelectual, así como de su sumi-
sión social” (citado por Piper, 2008 p. 43).
El reto último del profesional de la psicología
Consolidar esta vocación llevará al profesional a
ser un “buen psicólogo”, capaz de dar respuesta a nue-
vas experiencias, a nuevos retos y exigencias, propias
del proceso de construir una nueva sociedad. A ser un
psicólogo ético promotor y facilitador de la transfor-
mación para la liberación y la consolidación del ser. En
este sentido consideramos que nosotros los psicólogos
debemos ser parte activa de la reconstrucción, transfor-
mación de la salud mental de los colombianos. Tenemos
que tener una praxis comprometida con las necesidades
y problemáticas de nuestro pueblo, teniendo siempre
presente el contexto socio-histórico en que nos enmar-
camos, y actuar tanto en lo macro, meso y microsocial
y así sustituir la mirada disgregada de lo humano y lo
social, por relaciones sociales humanizadoras.
Debemos trabajar de la mano de nuestra gente para
resignicar el valor que le damos a la vida, recuperar la
conanza en las instituciones, en las otras personas y en
nosotros mismos, ejercitar nuestros derechos y debe-
res como ciudadanos. Como plantea Amalio Blanco en
su texto Intervención Psicosocial, (2007), inspirado en
Martín-Baró, estamos frente a “los hechos” y estamos
interpelados y retados por “los hacer”. Debemos asu-
mir postura y ser consecuentes con nuestra identidad
profesional. O estamos dentro o estamos fuera. Cada
quien decidirá.
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Recebido em: 18/12/2019
Reformulado em: 21/01/2020
Aceito em: 27/02/2020
Sobre os autores:
Katterine Vargas Cantillo
Psicóloga, Especialista en Diseño y Evaluación de Proyectos, doctorando en Psicología.
E-mail: kcantillo@uninorte.edu.co.
Orcid.org/0000-0003-4781-4266
José Eduardo Lozano Jiménez
Psicólogo, Especialista y Magister en Desarrollo Social, Magister en Ciencias Humanas y Sociales, doctorando en
Deporte y Salud. Decano de la facultad de Ciencias Humanas y Sociales Universidad de la Costa CUC, Magistrado
tribunales deontológicos y bioéticos Colegio Colombiano de Psicólogos - COLPSIC Zona Norte, Representante de
campo Social, Ambiental y comunitario COLPSIC.
E-mail: jlozano5@cuc.edu.co
Orcid.org/0000-0002-7596-3640
Angélica Paternina Marín
Psicóloga, Magister en Intervención Psicosocial y Comunitaria.
E-mail: paternina@uninorte.edu.co
Orcid.org/0000-0002-3933-0117
Laura J. Gil Vega
Psicóloga con profunda vocación y compromiso social y experiencia en el campo comunitario en calidad de facili-
tadora en la ejecución de procesos de desarrollo social en el marco de programas liderados por entidades privadas.
Maestrante en Desarrollo Social Universidad del Norte, Colombia.
E-mail: lgilj@uninorte.edu.co
Orcid.org/0000-0001-9284-7302
Contato com os autores:
De loop 18, Eindhoven, Holanda
Código postal: 5501ER
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