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Simbiótica, vol.6, n.1, jan.-jun. Vitória, Brasil, 2019
Antonia L. Edwards│ Subjetividades en dislocación… │pp. 232-255
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Subjetividades en dislocación: cuerpo y acento
en los desplazamientos migratorios*
Sujeitos em deslocamento: corpo e sotaque nos
deslocamentos migratórios
Subjectivities in displacement: body and accent
in migratory movements
Recebido em 11-05-2017
Modificado em 01-05-2018
Aceito para publicação em 19-06-2018
Antonia Lara Edwards
Doctora en Ciencias Sociales y Magíster en psicoanálisis. Investigadora del Centro de Estudios en Ciencias Sociales
y Juventud, Universidad Católica Silva Henríquez. Investigación financiada por Comisión Nacional de Investigación
Científica y Tecnológica (Conicyt) de Chile. E-mail: antonialew@gmail.com
Resumen
A partir de las nociones de dislocación y provisoriedad en las cuales Sayad (1998) ubica las
coordenadas del movimiento migratorio, interesa problematizar los modos en que el
desplazamiento toca a la subjetividad de quienes son sus protagonistas. En particular, se situará el
cuerpo y el registro de la voz en el acento, como una vía de indagación de la subjetividad en la
migración. Para lo anterior, se postuluará que el acento se puede entender como una producción
subjetiva en el cruce entre la voz, como objeto de la pulsión invocante (Lacan, 2007), y la nación,
como referencia política y social; considerando que, a partir de este cruce se producen pliegues
de subjetivación (Deleuze, 2015) que dejan marcas en el paso del sujeto por la migración.
Palabras clave: Subjetividad; Dislocación; Acento; Migración.
* Una versión anterior de este artículo fue presentado por la autora en el 1er Congreso Latinoamericano de Teoría
Social, en la ciudad de Buenos Aires, año 2015.
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Introducción
El presente artículo se enmarca en un proyecto de investigación doctoral en desarrollo,
abocado a indagar los modos en que el desplazamiento migratorio toca a la subjetividad de
quienes son sus protagonistas, específicamente en el caso de la inmigración dominicana a
Santiago de Chile. Dicha investigación se enmarca en un enfoque interdisciplinario que busca
aportar al campo de estudios de la subjetividad migratoria desde una perspectiva que no
considera la experiencia migratoria como traumática o causa de patología psíquica en sí misma.
De tal modo, ubica a los migrantes en una posición no de víctimas ni de delincuentes, sino que
busca mostrar los modos en que el paso a la migración abre al sujeto a otras maneras de pensarse
a sí mismo y, en tal medida, se puede estudiar como un trayecto de subjetivación.
En una primera parte, a partir de la práctica clínica con inmigrantes dominicanos en la
ciudad de Nueva York, se describe el modo en que el sujeto queda entrampado en el proyecto
migratorio laboral como un sacrificio acotado en el tiempo; aquello produce síntoma en el cuerpo
en la medida en que, con el transcurso del recorrido migratorio, lo temporal se va extendiendo
indefinidamente y el cuerpo enferma como consecuencia.
En la segunda parte, se problematiza el registro de la voz y, más particularmente, del
habla con acento nacional. Se indaga cómo situar y considerar el acento nacional, en tanto ámbito
de la subjetividad que se ve tocado por el desplazamiento en el trayecto migratorio.
Para lo anterior se analiza el “spanglish”, en el caso de la migración sur-norte, como un
habla híbrida que da cuenta de la posición del sujeto migrante. Y, en el caso de la atención de
pacientes de migración sur-sur, entre países de habla hispana, se problematiza el supuesto de
hablar un mismo idioma, en los diversos acentos y usos de las palabras de la lengua española; lo
que, por momentos, produce una experiencia de extrañamiento subjetivo que hace cuestionarse
las certezas identitaras.
De modo que se argumentará conceptualmente, una vía para situar el acento nacional
entre el cuerpo, a partir de la noción de voz como objeto de la pulsión invocante (LACAN, 2007),
y la nación, como referencia política y social (RENAN, 1987). Desde allí, se analizarán algunos
pasajes de la experiencia de migración en relación al uso de los modismos y expresiones
lingüísticas locales, como de los acentos del habla, de inmigrantes de habla hispana en Chile. Se
discutirá tanto la idea de los cambios en el acento del habla como una “marca” del paso del sujeto
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por la migración, como de los pliegues de subjetivación (DELEUZE, 2015), en tanto
movimientos que hace el sujeto al pensarse a sí mismo en su trayecto migratorio. De manera que
voz y acento, así como las maneras de usar las palabras, abren una vía de indagación por la
subjetividad que se configura en el paso por la migración.
Cuerpo migrante, cuerpo para el trabajo: migración dominicana a Estados Unidos
Con respecto a la emigración dominicana a Estados Unidos en la literatura (SORENSEN,
2005; REYNOSO, 2003; GUARNIZO, 1998; GRASMUCK & PESSAR, 1991) se señala que la
dictadura de Rafael Trujillo y la posterior crisis económica fueron dos motores de la salida de
hombres y mujeres dominicanas a dicho país. Así, “[e]ntre los años 1961 y 1985, más de 400.000
dominicanos emigraban a Estados Unidos, que entregaba visas sin mayores restricciones”
(SORENSEN, 2005, p. 168). Según Sorensen (2005), se trataba no sólo de una parte considerable
de la clase media dominicana sino también de su población en general, ya que “[…] se hablaba,
en los años noventa, de que hasta un 10% de la población isleña estaba involucrada en procesos
migratorios, principalmente hacia Nueva York” (p. 169). Y para el año 2016 se estimaba que era
el 13% de la población dominicana, la que se encontraba residiendo en el extranjero, de la cual, el
58.5% serían mujeres (TEJEDA, 2016). Lo anterior continúa siendo, en nuestros días, la
tendencia dominante de emigración dominicana.
Con respecto a la conformación socioeconómica de los dominicanos en Nueva York,
Reynoso (2003) plantea que hay un debate y que en definitiva los inmigrantes dominicanos en
Estados Unidos no se pueden considerar un grupo homogéneo, “(…) ya que la presencia de
dominicanos con niveles de educación alto ha ido en aumento (GUARNIZO, 1997), y al mismo
tiempo, los dominicanos en Nueva York son considerados uno de los grupos de inmigrantes más
pobres.” (p. 61). De tal modo, la migración dominicana se caracteriza por constituir un
movimiento masivo de personas, con una historia de emigración de más de 50 años, que a partir
de los años 90 es predominantemente femenina y heterogénea, en su perfil socieconómico.
La migración dominicana ha sido un caso profusamente investigado en el campo de los
estudios migratorios. Algunos autores la han considerado, en función de su dispersión en diversos
puntos del globo y, al mismo tiempo, de alta concentración en algunas ciudades, con un carácter
transnacional (ARIZA, 2012; ALCALDE, 2011; SORENSEN, 2005, 2006; GUARNIZO, 1997,
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2007; GREGORIO, 1995, 1998; PESSAR, 1986; GRASMUCK y PESSAR, 1991). Así, buena
parte de la perspectiva transnacional para el estudio de las migraciones, se construyó en las líneas
de investigación del caso dominicano, cuya relevancia permitió una discusión crítica que rebatía
las teorías clásicas de la asimilación (GORDON, 1964). Al respecto, Guarnizo (2007), uno de los
principales investigadores de la migración dominicana desde la perspectiva transnacional,
propone que:
En términos generales, éste enfoque presupone que los inmigrantes, en lugar de romper
los lazos con sus comunidades de origen, continúan participando en la vida social,
económica y política de éstas (Rinken y Herrón, 2007); viviendo transnacionalmente y
desarrollando una amplia gama de relaciones y prácticas transfronterizas, en un campo
de interacción social que involucra y afecta a los actores, localizados en diferentes países
(GUARNIZO, 2007, p. 157).
Guarnizo (2007), en su trabajo sobre las comunidades dominicanas en Estados Unidos,
muestra que los migrantes, sin romper los lazos con sus comunidades de origen, logran construir
lo que denomina un “vivir transnacional”. Esto último, consiste en sostener actividades sociales,
comerciales y familiares que están múltiplemente localizadas y que implican el cruce de
fronteras; tales como viajes habituales a sus países, envío de productos, servicios y capitales
(remesas). Así, se describe un proceso de aculturación que no se realiza de manera
unidireccional, sino que circula entre los dos espacios culturales y sociales, produciendo cambios
en ambos (GUARNIZO, 2007).
Rodríguez (2007) por su parte, enfatiza de la perspectiva transnacional la idea de la
relocalización de las prácticas que viajan con los migrantes, conformando así, un “espacio
transnacional”, es decir, “[c]uando grupos considerables de migrantes se han establecido en uno o
varios lugares donde se tejen redes transnacionales, a través de las cuales fluye información,
capital financiero y humano. Se crea un espacio social transnacional.” (p.12). Sin embargo, se
han planteado algunas críticas (MOCTEZUMA, 2008) a la noción de lo transnacional como
superación de la referencia nacional; es decir, como disolución de dicha referencia en las
comunidades en el exterior. Al respecto, Moctezuma (2008) señala que es necesario reconocer
que “[…] en la emergencia de un campo social trasnacional, éste toma forma sobre la base de lo
nacional. Entonces, lo transnacional no elimina lo nacional” (p. 60). Así, para el autor, el campo
social transnacional se produce a partir de los referentes nacionales, y si los supera, no los diluye.
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Otras críticas apuntan al campo empírico con que se levantaron algunos de los postulados
de la perspectiva transnacional para el estudio de las migraciones. Moctezuma (2008) indica que
esa perspectiva se ha focalizado en los grupos de pequeños comerciantes, con capacidad
económica para instalar negocios y comercio entre dos países. Lo anterior, habría invisibilizado
las prácticas de los migrantes que vivían en condiciones precarias y donde también podían
identificarse prácticas transnacionales, ampliando así su alcance. De tal manera, la noción de
transnacionalismo se ancla en los estudios sobre migración y desarrollo, que parte de la
dimensión económica de las migraciones.
Sayad (1998), quien estudió la migración argelina a Francia en los años 60, criticó la
perspectiva economicista con que se estudiaba la migración. Para el autor, la categoría
“inmigrante” se funda en el “pensamiento de Estado”. Lo anterior, se materializa en que cuando
el sujeto cruza la frontera del Estado-nación, se transforma en inmigrante. Como señala Sayad
(1998): “De hecho el inmigrante sólo existe en la sociedad que así lo denomina a partir del
momento en que atraviesa sus fronteras y pisa su territorio” (p. 16). Poniendo de relieve así, el
carácter eminentemente político de la migración.
Desde esta perspectiva, Sayad (1998) sitúa la lógica del movimiento migratorio en las
coordenadas de la dislocación (espacio) y la provisoriedad (tiempo) de la condición de
inmigrante. Respecto a lo primero, señala que se trata de:
[…] un dislocamiento de personas en el espacio […], no sólo en el espacio físico, sino
también en un espacio cualificado en muchos sentidos: social, económico, político,
cultural (sobre todo a través de las realizaciones culturales que son la lengua y la
religión)” (SAYAD, 1998, p. 15).
De manera que en el desplazamiento migratorio hay un cruce de fronteras, de espacios
sociales y culturales que tienen efecto de dislocación para el sujeto. Lo anterior, lo entendemos
como un desplazamiento de sus referentes (sociales, culturales, políticos y económicos) de
identificación.
Respecto a la segunda coordenada, la provisoriedad de la condición de inmigrante, la
emigración es concebida como un proyecto temporal, donde la presencia del inmigrante en el país
de llegada se piensa como provisorio. Lo anterior, se vincula al propósito de la emigración de
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lograr un adelanto económico, el cual es significado por los migrantes como un “sacrificio” (por
la distancia de los seres queridos) que se proyecta como acotado en el tiempo.
Sin embargo, señala Sayad (2010), esta condición provisoria muchas veces se va
extendiendo por tiempo indefinido, pero manteniendo su carácter temporal, que es mantenida
colectivamente como una ilusión, entre el estado del país de salida, del que recibe y por los
propios migrantes; lo cual genera la situación paradojal “[…] de lo provisional que dura” (p.116).
En este estado provisorio que va perdurando, el retorno queda como un horizonte que, de manera
asintótica, se aplaza indefinidamente. Sayad (2010) subraya que en esta situación paradojal, el
inmigrante queda atrapado: “Entre la presencia duradera que no osa confesarse y el “retorno”, sin
ser nunca decididamente descartado” (p.302), por tanto a pesar de los años de residencia como
migrante, el retorno queda desplazado asintóticamente, es decir, sin desaparecer del todo.
Respecto a la migración laboral, reducida únicamente a su dimensión económica y que se
experimenta con el carácter del sacrificio, tiene consecuencias en el cuerpo. Muchas veces, para
cumplir con ese propósito económico: “trabajar lo más posible para enviar dinero a las familias
en los países de origen”, el cuerpo se concibe utilitariamente como “cuerpo para el trabajo”
(SAYAD, 2010):
El trabajador inmigrado tiene la doble experiencia de no ser más que una existencia
reducida al cuerpo […] de una existencia […] situada totalmente bajo la entera
dependencia del trabajo […] que al no ser ciudadano, es decir, miembro de un cuerpo
social y político (la nación) en el que vive, no tiene por función más que el trabajo, el
inmigrado no habría tenido que ser, “idealmente”, más que un puro cuerpo, una máquina
puramente corporal. (SAYAD, 2010, p. 288).
Esta noción de “máquina corporal”, puede entenderse bajo la noción foucaultiana de
anatomopolítica (FOUCAULT, 1998), es decir, como máquinas biológicas dentro del cuerpo
social. Lo anterior, se puede considerar como un mandato que deja la vida del migrante reducida
a la dimensión económica, en la cual se trata de trabajar la mayor cantidad de horas que el cuerpo
resista, restando horas de descanso y de relajo. En la medida en que los años de utilidad y
docilidad del inmigrante, como máquina corporal, se va extendiendo en el tiempo, el cuerpo
enferma: aparece el dolor y malestar, lo cual paradójicamente, le va impidiendo trabajar.
En la clínica con pacientes dominicanos en la ciudad de Nueva York, eran frecuentes los
relatos en los cuales, después de muchos años de estar usando el cuerpo para el trabajo, con
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largas jornadas laborales y cumpliendo horas extras, aparecieran diagnósticos de dolencias
crónicas: problemas de presión arterial, cardíacas, dolores, diabetes, entre otros. Se trata de
enfermedades sin cura médica y sólo administración del síntoma.
Esta condición crónica deja al sujeto migrante, muchas veces, dependiendo de un
tratamiento o fármaco que en sus países no pueden costear, lo cual aparece como un impedimento
desde el cuerpo, para concretar el retorno. De esa manera, después de años de trabajo se
encuentran atrapados entre múltiples atenciones y tratamientos médicos que les impide el retorno
definitivo. En esa medida, la enfermedad corporal, la necesidad venida desde el cuerpo, refuerza
la atadura del sujeto a su condición de inmigrante y el momento de terminar finalmente con el
sacrificio y disfrutar de lo ganado, parece no llegar. Lo anterior, puede pensarse con la noción de
“estrategias biopolíticas” (FOUCAULT, 2001), es decir, de control de la vida y la muerte, en
tanto, tratamientos de enfermedades y racionalización de la asistencia pública, a través de seguro
social del Estado. En otro artículo (LARA, 2007) hemos analizado el efecto de reforzamiento del
síntoma que tiene, para los pacientes inmigrantes o no, el programa de asistencia “Disability”, del
Estado de Nueva York. Así, a quienes se les ha dado la categoría de “discapacitados” para
trabajar, quedan subjetivamente atrapados en una situación de dependencia y cronificación del
síntoma. Se trata de un decir quejoso por su situación, en la cual se sienten aislados, inútiles y
deprimidos, sin poder salir de aquella posición de dependencia.
Otra situación en la cual los inmigrantes se quejan de sentirse atrapados, es respecto de no
poder disfrutar, en sus países, de los logros materiales que se han concretado con el trabajo
durante la migración. Muchas veces, se han destinado parte de los dineros enviados para la
construcción de una casa “propia”, con el fin de residir en el país de origen una vez decidido el
retorno. Sin embargo, lo que fue el esfuerzo de años pierde todo sentido al no poder retornar a
vivir en ellas, las casas quedan muchas veces abandonadas u ocupadas por otros, mientras que el
momento de disfrutar lo obtenido parece no llegar. En esta deriva, el cuerpo enfermo obliga y el
sujeto se somete a una necesidad, quedando en suspensión o a la espera del momento para
disfrutar de aquello prometido con el “sacrificio” que significó la migración. Esta situación, deja
muchas veces al migrante como objeto de la asistencia social y médica, en una encrucijada que
pone en cuestión lo que era “su” proyecto. Pareciera operar así, una sustitución del descanso y el
disfrute prometido que no llega, por el síntoma y malestar en el cuerpo. Este queda reducido a un
ámbito de necesidades que lo deja anclado a un lugar y tensionado por el aplazamiento del
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retorno, como un momento siempre por venir. Como señala Fassin (2001): “El cuerpo se ha
convertido en el sitio de inscripción de la política de inmigración, definiendo lo que podemos
llamar, usando la terminología foucaultiana, una biopolítica de la otredad” (p. 4). En nuestro
caso, se trata de la política de atracción de inmigrantes como fuerza de trabajo, como cuerpo para
el trabajo, en condiciones que después de años producen síntomas y enfermedades. Así,
queriendo retornar, la enfermedad constituye la única justificación de su presencia en el país y
"[…] es en este sentido que podemos hablar de encarnación de la condición social del
inmigrante” (FASSIN, 2001, p. 5) en el cuerpo.
En esta situación paradojal de estar haciendo permanente el estado provisorio, se instala
una “doble consciencia” (SAYAD, 2010) en los migrantes. Como señala el autor, el inmigrado
recurre a una “ubicuidad” imposible para no ser pura ausencia y así, seguir estando “presente a
pesar de la ausencia” (SAYAD, 2010). Lo anterior, se puede concebir, en el caso de las
migraciones circulares, es decir, de ida y vuelta por viajes de visita o negocios, como formas
incompletas de presencia y ausencia que va ubicando un lugar “entre” aquí y allá. Es decir,
configurando un “espacio social transnacional” (CANALES Y ZLOLNISKI, 2000). Como lo
describen los autores:
[…] en un movimiento continuo de ‘ida y vuelta’ entre países de recepción y de origen,
en virtud de que los migrantes sostienen una presencia en ambas sociedades y ambas
culturas, al tiempo que explotan las oportunidades económicas y políticas creadas por
tales vidas duales (CANALES Y ZLOLNISKI, 2000, p. 134).
De tal modo, se trata de intentos de hacerse presente económicamente en el lugar de
salida, en circulaciones de ida y vuelta entre un lugar y otro. Con estos viajes, los migrantes
vehiculizan intercambios de productos, información y capitales, aprovechando las ocasiones para
sacar ciertas ventajas económicas.
Un modo en que se materializan aquellos intercambios entre aquí y allá, y también sus
malestares, es en el habla; en particular, nos referimos al uso de “modismos culturales” (Nuñez,
2009), lo cual alude a maneras en son usadas las palabras en un determinado contexto
sociocultural. Como señala Nuñez (2009), estos modismos “[…] permiten comprender el papel
de la cultura al enmarcar experiencias subjetivas y la inscripción de esa experiencia en un campo
de discursos” (p. 343). De tal manera, en cada cultura y subcultura existe una variedad de
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modismos para expresar experiencias subjetivas, incluido el malestar. En la situación de
migración, estas maneras de decir pueden condensar dimensiones de la situación como
inmigrantes en la sociedad de llegada. Es decir, de sus luchas cotidianas en condiciones precarias
y de exclusión.
Según Nuñez (2009) los “modismos del malestar” (“Idioms of distress”), se pueden
entender como vehículos que expresan experiencias desde su condición de inmigrantes en la
sociedad de acogida, lo cual se articula a las procedencias culturales de los inmigrantes. Así,
entrecruzan condición como emigrantes y condiciones de inserción en la sociedad de llegada
como inmigrantes.
En su estudio sobre los modismos del malestar que usan inmigrantes en Chile, la autora
plantea que los términos “depresión” y “estrés” han sido adoptados por inmigrantes peruanos en
el contexto de la exclusión económica y social en la que viven en la sociedad de recepción. Sin
embargo, los usan adosándole significados del modismo “enfermedad de los nervios”, modo en
que expresaban una situación similar en Perú. Así, la autora concluye que
En este caso particular, estos modismos hablan sobre el sufrimiento emocional
incrustado en las luchas de los migrantes. Como un vehículo que expresa la experiencia,
estos modismos se articulan sobre la base de los antecedentes culturales de los
migrantes; sin embargo, también cambian en respuesta a la influencia de la sociedad de
acogida (NUÑEZ, 2009, p. 343).
De manera que estos modismos, para dar cuenta del malestar de la condición como
trabajadores migrantes de baja calificación, es compartida por otros, tanto locales como
extranjeros, con quienes la incorporación de los modismos opera como un puente de vinculación
y así, hablar de aquella posición de exclusión y segregación social compartida.
Acento: nación y voz, en el desplazamiento migratorio
En la práctica clínica con población hispanohablante en la ciudad de Nueva York, es
notorio como muchos de ellos no han necesitado aprender a hablar inglés fluidamente, ya que se
insertan en ámbitos de trabajo donde se encuentran entre inmigrantes de habla hispana. Por tanto,
es habitual que no necesiten más que un inglés básico para trabajar y que se mantengan por años
sin hablarlo de manera fluida. Muchas veces, cuando deben hacer trámites o acudir a servicios
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donde no se hable español, son los hijos e hijas quienes hacen de traductores de sus padres y
madres, lo cual muchas veces resultaba problemático para los primeros.
En ese contexto, a pesar de que la atención clínica que se les ofrecía a los inmigrantes de
habla hispana era “bilingüe”, la mayor parte de las veces eso significaba que se hablara en
español. Otras veces, ese bilingüismo se trataba más bien de aquello que popularmente se
denomina como spanglish y que ha sido estudiado y explicado como un “code-switching” o
“code-mixing” (DUMITRESCU, 2014). Lo anterior refiere, no sólo a que se intercalen palabras
del inglés y del español sucesivamente en una misma frase, sino que además se usan expresiones
idiomáticas del inglés traducido literalmente al español. Es así, como se usa la palabra “furnitura”
para decir “mueble”, traducido del inglés “furniture”; o “vengo para atrás”, para decir “vuelvo”,
traducido de “I am coming back”, en inglés. En este universo lingüístico, el clínico se va
familiarizando con una suerte de otro idioma en el que están presentes tanto el inglés como el
español, pero usados de modo particular, como plantea la noción de “idioms of distress” (Nuñez,
2009).
El “spanglish” es un fenómeno de habla propio de la migración que ha sido tomado por la
literatura, el cine y ámbitos académicos. En éste último, se plantea un debate en torno a
considerarlo como un lenguaje deficiente, propio de quienes nunca aprendieron a hablar inglés
correctamente, hasta aquellas perspectivas que lo consideran una lengua de contacto (STEVANS,
2003). Dumitrescu (2014) se refiere a una polémica en torno a la introducción del término
spanglish donde subraya:
Los hablantes no mezclan las lenguas al azar, y no lo hacen por no dominarlas en
suficiente medida, sino que, al contrario, siguen unas reglas sistemáticas al hacerlo […],
y sus motivaciones están lejos de originarse en la ignorancia o pereza mental (como es
común pensar) (DUMITRESCU, 2014, p. 358).
Así planteado, el spanglish podría situarse como un bilingüismo “a medio camino”, que
no llega a completarse del todo y que, excediendo al error, al déficit o lo que está “mal dicho”, se
ha ido estableciendo como una forma de habla que constituye un referente de aquel lugar cultural
que ha sido denominado por Bhabha (2011) como “in-between” o como “espacio entre”
(GUARNIZO, 1998; AVILA & HONDAGNEU-SOTELO, 1997; SALAZAR PARREÑAS,
2001), en la experiencia migratoria. Al respecto, Stevans (2003) señala que el hecho de vivir y
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hablar en otro idioma no significa que se deba sacrificar el lenguaje de origen o abandonar su “in-
betweeness”. De tal modo, el “spanglish” puede pensarse como un modo de registrar en el habla,
la posición del sujeto en la migración, es decir, en un espacio que no es ni totalmente de allá ni de
acá. Así, toma relevancia escuchar los usos y formas de ese bilingüismo “a medio camino”, no
por lo que tiene de imperfecto sino en tanto maneras de hacer y de decir que, de acuerdo con De
Certeau (1996): “[…] crea un espacio de juego para las maneras de utilizar el orden imperante en
el lugar o respecto a la lengua […] instaura algo de la pluralidad y la creatividad. Gracias a un
arte de intervalo” (p. 36), que les permite a los inmigrantes moverse en el espacio del Otro. Se
puede concebir como maneras de vérselas con la alteridad radical de enfrentarse a otra lengua
que, en ocasiones, impone con violencia un orden imperante, con el cual el inmigrante tiene que
lidiar en su vida cotidiana.
Ahora bien, en el contexto de la migración sur-sur entre países de habla hispana, de la
inmigración latinoamericana y caribeña a Chile, los inmigrantes se incorporan mayoritariamente
en sectores de baja calificación y en empleos informales (como trabajo doméstico, comercio
informal y construcción) (OIM, 2011). Sin embargo, es interesante que se identifique “[…] en
todas las nacionalidades, presencia —aunque reducida— de grupos profesionales que se
incorporan en trabajos coincidentes con su nivel de educación y trayectoria laboral” (OIM, 2011,
p. 34). De tal modo, los extranjeros que llegan a Chile no conforman una categoría homogénea.
Se ha identificado diversidad en cuanto a la calificación laboral de quienes proceden de un mismo
país, a la vez que una variedad de países de los cuales provienen los inmigrantes. Sin embargo,
como señala Tijoux (2014), la categoría social de “inmigrante” en Chile está señalando pobreza y
precariedad laboral y social, de modo que suele asociarse con algunos países latinoamericanos
presentes, como colombianos, ecuatorianos, peruanos, bolivianos y dominicanos, y no otros.
Es así como el Censo del año 2002 arrojó el aumento significativo de personas
provenientes de Perú, seguido de personas provenientes de Argentina y de Ecuador. Más tarde, a
partir del año 2010, comienza a visibilizarse el aumento en la cantidad de personas provenientes
de Colombia, República Dominicana y Haití. En el caso de la inmigración dominicana a Chile,
desde el año 2010 al 2013, según las fuentes del Departamento de Extranjería y Migración
(DEM), la cantidad de inmigrantes provenientes de dicho país tuvo un crecimiento de 366%, y
con un porcentaje de mujeres que superaba el 70% (DEM, 2016).
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En el trabajo clínico con inmigrantes dominicanos en Santiago en principio se trataría, a
diferencia de lo expuesto en el caso dominicano en Estados Unidos, de la escucha clínica en una
misma lengua: el español. Sin embargo, en la experiencia subjetiva aquello tiene sus variantes.
En la migración entre países de habla hispana, los distintos acentos funcionan como una marca
que identifica con el país de procedencia, lo cual favorece o dificulta la inclusión/exclusión social
de los inmigrantes.
Desde la escucha clínica se puede decir que en la experiencia migratoria, el acento común
sitúa un ámbito en el cual los modismos, entonaciones, cadencias y ritmos en el habla permiten
entenderse sin mayores explicaciones. El acento constituye así, ese sonido común de las palabras
donde se desliza el doble sentido, el sobreentendido, así como el humor. Es habitual escuchar el
modo en que con el tiempo esta “tonalidad afectiva”, como lo nombra Arfuch (2010), comienza a
variar y se adoptan las entonaciones propias del habla en Chile, particularmente en su capital,
Santiago. Se puede entender que la incorporación de modismos y tonalidades locales está
motivado, en un primer momento, por la necesidad práctica de darse a entender; ya que de otro
modo, al usar las palabras que difieren de los significados locales, hace que se generen malos
entendidos. Así ocurre, por ejemplo, con el significado de la palabra “pena”, la cual en Colombia
se usa como “vergüenza”, mientras que en Chile refiere a “tristeza”. De tal modo, a pesar de estar
hablando un mismo idioma, el español, muchas veces el uso local de las palabras y sus
respectivos acentos hace que, por momentos, se tenga la sensación de no estar hablando la misma
lengua.
En el encuentro clínico inicial, aquello también se pone en juego con quienes hablan el
español con un acento que suena extranjero, con una voz extranjera. Esta resulta una sonoridad
extraña y muchas veces, quien escucha, tiene la experiencia de no entender. Lo anterior, sin
embargo, no sólo se juega en el ámbito del sentido o la significación de la palabra dicha, es decir,
de la pregunta clínica ¿qué significa lo que dice o qué quiso decir con eso que dijo?; sino más
bien: ¿qué dijo? Aquí la dificultad radica en poder sostener ese momento, en el cual se tiene la
impresión de estar escuchando sólo fragmentos aislados de palabras y, más que adelantarse a
comprender lo más rápido posible, se trata de mantener una escucha flotante, mientras se entra en
el universo sonoro de la voz del otro. Es allí donde se encontrarán las claves de articulación entre
tonalidad y sentido, y nunca por fuera de él.
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Lo anterior, podemos vincularlo a la condición de dislocación del migrante, es decir, de
revelamiento a través del habla de su condición alterna y, a la vez, de la alteridad en que se ubica
respecto a la sociedad de llegada. Esto tiene resonanacias en las dimensiones subjetivas, es decir,
de la relación del sujeto a su propia voz.
Respecto al acento, como un registro de lo anterior, se podría decir que, por una parte,
éste se juega en el campo del lenguaje, en tanto, es el aspecto material del signo lingüístico, el
fonema. Y a su vez, en tanto su materialidad es la voz, el fonema se produce en y desde el
cuerpo. Así, cabe la pregunta ¿cómo situar la dimensión sonora del habla, la voz, en la economía
psíquica del sujeto?
El psicoanálisis ha planteado que la voz es uno de los objetos de la pulsión, la cual se
encontraría entre lo psíquico y lo somático; tal pulsión fue denominada por Lacan (2007) como
“pulsión invocante”, ya que consiste en “hacerse oír, va hacia el otro” (p.202)
Ahora bien, respecto a la pulsión invocante, Yankelevich señala:
[…] es a través de la lengua materna –a distinguir del idioma natal-, que el bebé
hace juegos vocales ensayando con la voz como objeto, respondiendo a los juegos
vocales del Otro. La presencia de esta lengua materna es primordial en tanto hace
cuerpo […] es lo que lo arranca de la dimensión de organismo y lo instala en la
dimensión de cuerpo erógeno, cuerpo libidinal. Pero esta lengua materna deberá
perderse, -señala- para unificarse en una lengua común, permaneciendo sin embargo
como trazo imborrable, que le dará a cada uno una voz singular (YANKELEVICH,
1994 apud LEYAK, 2009; p. 1)
Así, la voz, se ubica entre lo psíquico (objeto de la pulsión) y lo social. Este último, se
funda en que la voz, al mismo tiempo que viene del cuerpo y es objeto de la pulsión invocante,
“va hacia el otro”, invoca y, en ese sentido, hace lazo social. Una de las formas que adquiere la
voz que hace lazo, es la del acento nacional.
Respecto al acento nacional, proponemos situarlo en el cruce entre la voz, entendida como
lo que viene del cuerpo, voz singular, y la nación, como lo que unifica la voz haciéndola
socialmente inteligible. Así la voz se torna acento y, de tal manera, es puesta en forma por la
referencia a la nación que modula sus tonos, en una melodía que suena conocida y familiar, que
se identifica como la “propia” de una nación, un “producto nacional”. Esta es una dimensión que
en el paso por la migración toca al sujeto ya que, como señala Sayad, es […] al cruzar las forteras
nacionales que se nace como extranjero” (1998, p. 16), es decir, se rompe con el pacto social y
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político de residir en los confines de la nación en la que se ha nacido. Así, con la migración,
desde la experiencia de la nación, se trata de un paso que opera una transgresión.
Lo anterior, tiene su contracara en la sociedad de acogida, donde el habla se escucha
como extranjera, de manera que al no ser entendida, por momentos, le devela al migrante la
determinación histórica y cultural, nacionalizada de su habla. Aquello, es descrito por Sayad
(2010), como un descubrimiento que se acompaña de un sentimiento de extrañeza, vinculado a:
[…] la ‘relativización’ que el emigrado…ha experimentado…equivale al descubrimiento
no sólo de lo “arbitrario” cultural,…, sino también de la historia…se ha venido a
descubrir la historicidad de esta condición, es decir, a asignarle un origen y una génesis
social y, por consiguiente, una significación histórica (SAYAD, 2010, p. 139).
En otras palabras, por efecto de dislocación subjetiva el acento nacional queda
desprovisto del carácter “natural” con que se le había experimentado y, en tal medida, se le
devela al sujeto su condición cultural-nacional arbitraria.
Después de estar años viviendo en Chile, muchas veces, las mujeres inmigrantes
dominicanas han ido incorporando modismos y entonaciones locales; así, en los viajes de visita a
sus países se les devuelve el modo en que han ido modificando sus maneras de decir en el
trayecto migratorio. Al respecto, una mujer de dominicana estando de visita en su país constataba
con sorpresa que hay modismos o palabras que sólo se entendían en Chile y que ella estaba
usando, tales como los “chilenismos” “altiro” o “luca”. El primero, se podría traducir como
“inmediatamente”, pero también se usa sugieriendo lo contrario, es decir, retrasando la respuesta.
En el segundo, “luca”, se refiere a la unidad mínima de valor de los billetes en Chile, es decir, mil
pesos. Es un modismo que los inmigrantes incorporan rápidamente, ya que también se usa para
referirse al dinero en general. Así, incorporan y usan las maneras de decir locales, como
modismos culturales, para darse a entender y compartir las experiencias con otros, a lo largo de
su recorrido migratorio. En su trayecto migratorio, las migrantes van teniendo la impresión
subjetiva de no estar hablando “completamente” ni el español de allá ni el español de acá. Lo
anterior, se les refleja en sus países al ser cuestionadas por sus maneras de hablar, respecto a su
identidad nacional. Ellas señalan que al volver de visita a su país, son reprochadas por sus madres
o parientes por “hablar como chilena”, diciendo: “¿por qué hablas así si tú no eres de allá? Habla
bien muchacha, habla como dominicana”. De tal manera, hablar como no dominicana se percibe
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como una transgresión a la norma y se busca rectificarlas, hacerlas calzar nuevamente, con el
canon nacional. Lo anterior, muchas veces abre una interrogante respecto a la pertenencia, en la
pregunta: “¿de dónde eres tú?”. Esta, no resulta una pregunta banal para quien la recibe, ya que
pone en cuestion la identidad nacional, una de las certidumbres identitarias que no es interrogada
hasta que se han cruzado las fronteras nacionales.
Ahora bien, respecto a la nación, si convenimos que uno de sus propósitos es unificar a
todos quienes residen en un mismo territorio, establecer sus límites, la identificación a símbolos
patrios, a un mismo idioma (oficial) y a una historia (también oficial), entonces su propósito es
homogeneizar la heterogeneidad que la compone. Para Bhabha (2010), las narrativas de la nación
continuamente evocan, a través de maniobras ideológicas, la unidad política de la nación que
implica una violencia simbólica. Aquello, es tratado por Sayad (2010) a propósito de la
nacionalización o “naturalización” del inmigrante. Al respecto, la refiere como una “suave
violencia”: “En tanto que violencia simbólica y, por esta razón, violencia enmascarada y negada
como tal” (p.321).
Aquella homogenización llevada a la manera de hablar, al acento nacional, produce una
inteligibilidad que está refierida a una nacionalidad, y no más que a una. De manera que “bajo el
imperio del lo Uno”, como lo denominan Laplantine y Nouss (2007), toda fonación híbrida y
acento mezclado que no se ciña a la forma esperada, al canon nacional, resulta al menos
inquietante, perturbadora y, a veces, molesta.
A decir de Bhabha (2010), siguiendo a Renan (1987), por una parte, el sujeto nacional
“[…] es producido en ese lugar donde el plebiscito cotidiano, […], circula en el gran relato de la
voluntad” (p. 409). Y, por otra, para que la “unidad” del pueblo se produzca, es necesario que
opere la “obligación de olvidar”: “[…] o de olvidar recordar […] para constituir el pueblo como
uno” (p. 409). Ahora bien, dicho olvido cae sobre “[…] la violencia implicada en el
establecimiento de la escritura de la nación. Este olvido –un minus en el origen- constituye el
comienzo de la narrativa de la nación” (p. 409). De tal manera, el autor propone que el olvido es
lo que permite la producción de la narrativa mítica del origen de la nación como Uno.
Renan (1987) concluye que la nación no se definiría ni por el territorio, ni las razas, ni las
lenguas en primera instancia, sino que se trata, más bien, de una “conciencia moral”, en tanto
“[…] fortaleza que queda probada por los sacrificios que los individuos están dispuestos a hacer
por el provecho de la comunidad” (p. 89). Lo anterior, se juega en un “plebiscito cotidiano”
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(Renan, 1987), el cual puesta en clave sonora, se puede traducir a lo que coloquialmente se
conoce como “la voz de la consciencia”, aquello que comanda al yo en su alienación a la voz del
Otro, aquí la nación.
Ahora bien, Freud se pregunta en 1921, qué mantiene unido a un colectivo, para lo cual
utiliza el mecanismo de la identificación, entendida ya no como un mecanismo patológico, sino
como aquello que permite el lazo social, toda vez que por medio de ella se incorporan los
mandatos culturales. Lo interesante es que esta se hacen cuerpo ya que, como señala Lacan
(1961), “[…] si se habla de incorporación, es porque debe producirse algo a nivel del cuerpo” (p.
194). Propongo que uno de los productos de dicha incorporación es el acento nacional, como
operación de una conciencia moral in-corporada.
En esta incorporación, la voz es uniformada por el canon nacional, para lo cual el sujeto
ha resignado una parte de la satisfacción pulsional primordial como lengua materna, lo cual,
siguiendo a Freud (1979b), diremos, le permite entrar en la cultua. Ahora bien, el perder un
monto de satisfacción para entrar al contrato social y en el mundo de la cultura, entendiendo por
este último: “[…] un cosmos […], un mundo que es al mismo tiempo un modo de relaciones, un
modo de existencia, un sistema de intercambios, una economía, una manera de ser” (p. 138); trae
aparejado el malestar.
Respecto al malestar, diremos que cuando el otro, el extranjero, no es bienvenido ni
valorado como inmigrante por su nacionalidad, el acento lo delata. Como describe Sayad (2010):
[…] el malestar que conoce quien se siente traicionado por su cuerpo (y también por su
nacionalidad) así como todo lo que en él está sometido a representación, […] el nombre,
el lenguaje, el acento y, más ampliamente, todo lo que se llama “cultura”, esa marca a la
vez escondida y manifiesta que se inscribe directamente en el cuerpo (SAYAD, 2010, p.
364).
De manera que se trata de un cuerpo que traiciona y en ese sentido “habla” por sus
marcas. En palabras de Le Breton (2007), “Si el otro no es apreciado, su lengua es un ruido, […]
una quebrada línea de sonidos encastrados, carentes de sentido y razón […] sus ritmos están
destinados a ser ruidosos” (p. 112). Lo anterior, puede levantar expresiones de violencia
xenófoba, tal como lo expresa el siguiente fragmento de “El pozo”, de Juan Carlos Onetti (2007):
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Pobre hombre, […] Tiene una manera odiosa de tumbarse en la cama y hablar de los
malditos catorce pesos que le debo, sin descanso, con una voz monótona, esas eses
espesas, las erres de la garganta, con su tono presuntuoso de hijo de una raza antigua
[…] tiene algo de mono, doblado en el banco, los puños en la cabeza rapada,
muequeando con la cara llena de arrugas y pelos, haciendo bizquear los ojos entre las
cejas escasas y las grandes bolsas de las ojeras […].
Sabe llenarse la boca con una palabra y la hace sonar como si escupiera.
-¡Fraa…casado!
La dice con la misma entonación burlona con que se insultan los chicos en la calle, y
atrás de la palabra, en la garganta que resuena, está algo que me indigna más que todo el
mundo. Hay un acento extranjero –Checoslovaquia, Lituania, cualquier cosa por el
estilo-, un acento extranjero que me hace comprender cabalmente lo que puede ser el
odio racial. No sé bien si se trata de odiar una raza entera, u odiar a alguno con todas las
fuerzas de una raza (ONETTI, 2007, p. 36-37).
Como hemos dicho, la referencia a la nación en el cuerpo a través del sonido y la melodía
con que suenan las palabras, abre o cierra un ámbito de inteligibilidad que, al mismo tiempo,
incluye en las fronteras de una nación y excluye de otra. Así, el acento nacional funciona como
marca identitaria, fijo, la cual no es neutro sino que está sujeto a las valoraciones y
jerarquizaciones sociales y culturales; operando como un campo de proyección tanto de
idealizaciones como de devaluaciones.
Ahora bien, al mismo tiempo que planteamos el acento como una marca en la voz de la
incorporación de la identificación nacional, la voz tiene un carácter efímero. De tal manera, el
acento está sujeto a alteraciones en su entonación, pronunciación, extensión, fonación, ritmicidad,
introduciendo fracturas en la imagen de una identidad estable y coherente.
Así, cuando en el recorrido migratorio el acento muchas veces muta y adopta la
nacionalidad del país de llegada o, en otras ocasiones, queda fijado férreamente al acento del país
de salida. ¿Qué se puede decir de dichas fijaciones y mutaciones? Bhabha (2010), tomando a
Freud, propone que “el relato nacional (el cual tiene un signo menos en el origen, el olvido) es el
sitio de una identificación ambivalente” (p. 203). Aquí, se abre una posibilidad de considerar el
acento como un registro de las marcas de dicha ambivalencia en el paso del sujeto por la
migración. En tal medida, el acento del habla está expuesto a alteraciones, a “devenir otro”
(VIVEIRO DE CASTRO, 2002) en el encuentro con la alteridad cultural en el trayecto
migratorio. De esta manera, siguiendo a De Certeau (1996), entendemos el desplazamiento
migratorio con la lógica del trayecto, es decir, como “[…] movimiento temporal en el espacio, es
decir, la unidad de una sucesión diacrónica de puntos recorridos” (p. 41), de encuentro con la
alteridad.
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Ahora bien, las marcas en el encuentro con el otro, en el afuera cultural, tienen un efecto
reflexivo por medio del cual el sujeto se piensa a si mismo en su dislocación. Lo anterior, puede
concebirse como “pliegues de subjetivación” (DELEUZE, 2015), es decir, se trata de una vuelta a
sí mismo donde el sujeto se toma como objeto, a partir del encuentro con las normas y
prohibiciones del otro. Estas se entienden, siguiendo a Foucault (2003), como: “[…] formas de la
subjetivación moral y de las prácticas de sí que están destinadas a asegurarlas” (p. 20). De tal
manera, los procesos de subjetivación en el desplazamiento migratorio, los entendemos como
movimientos de pliegue a partir de un ideal social y cultural dislocado, en el cual se encuentra el
sujeto migrante implicado: “la relación con uno mismo consiste en gobernarse a uno mismo, es
decir en afectarse uno mismo” (DELEUZE, 2015, p. 116). La subjetividad toma la forma de la
reflexión, que siempre se inicia o viene del otro (BLEICHMAR, 2010), en la medida en que el
sujeto se constituye en una alteridad fundante de los discursos que lo anteceden, del lugar del
Otro del lenguaje y del tesoro de los significantes en la cultura (LACAN, 1979).
La noción de pliegue resulta pertinente para dar cuenta de los movimientos que operan en
el desplazamiento migratorio como trayecto de subjetivación. El pliegue permite pensar el
espacio interior que no se cierra al modo de una esfera, como ha sido figurada la identidad. Como
señala Rose (1996): “Los pliegues incorporan sin totalizar, internalizan sin unificar, reúnen
discontinuamente en la forma de dobleces que constituyen superficies, espacios, flujos y
relaciones” (p. 238). Así, en el pliegue no se trata de una esencia interior del sujeto, sino un
espacio que se forma al hacer un movimiento que dobla una faz, de afuera, sobre sí misma.
El acento y la voz, constituyen un ámbito en el que se registran pliegues de subjetivación,
en torno a puntos nodales de identificación nacional dislocados. Respecto de aquellos, el sujeto se
reconoce, se resiste, se conflictúa en la incorporación de modismos y entonaciones locales en su
habla. Postulamos que estos pliegues son movimientos, dobleces que pueden permanecer fijos
por un tiempo y también desdoblarse para usarlos situacionalmente (PISCITELLI, 2008), en
ciertas ocasiones, procurando obtener ventajas. Sin embargo, puede tratarse tanto de marcas
indelebles en el habla a partir del paso del sujeto por la migración, como estabilizaciones
transitorias y/o parciales, dado por el carácter efímero de la voz.
Para las mujeres dominicanas en Chile, muchas veces es en los viajes de visita a su país
cuando se les revela que han ido incorporando las maneras de decir locales, las de su vida
cotidiana en Santiago. Lo anterior, en ocasiones, las extraña de sí mismas, en tanto no calza con
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el modo en que se venían identificando como mujeres dominicanas en Chile. En tal medida, da
cuenta de un desplazamiento respecto de una idea de sí misma (identitaria), lo cual toma una vía
de incorporación, un pliegue de subjetivación, en el doblez de la pertenencia. Como lo enunciaba
una mujer dominicana: “mi país (Chile), es el lugar donde vivo y, también, es el lugar donde nací
(República Dominicana)”. Lo anterior se despliega y repliega, según dónde esté localizada al
enunciarlo. Así, si está fuera de Chile y de República Dominicana, en un tercer país, Chile se
enuncia como “mi país”, mientras que, estando en Chile, República Dominicana se identifica
como tal. En otro caso, el de una mujer dominicana con una trayectoria de inmigración en Chile
por más de 18 años, hablando de los viajes a su país concluía: “Uno nunca deja de ser el
extranjero”. Lo anterior, condensaba que tanto en su país como en Chile, en parte, se ubicaba
como extranjera. De esa manera, había subjetivado su desplazamiento migratorio como un
trayecto de extranjerización que la conflictuaba tanto allá como acá, en la medida en que ya no
podía afirmar con certeza que era totalmente dominicana, sin tener la sensación de traicionarse al
decirlo. Es en tal sentido que postulamos que el recorrido, espacial y temporal, del
desplazamiento migratorio, toma el carácter de un trayecto de subjetivación.
Conclusión
En el presente artículo se ha querido mostrar el modo en que el cuerpo en su dimensión
subjetiva, resulta tocado en el paso por la migración. Para lo anterior se ha analizado, usando
como referencia la noción de dislocación y provisoriedad de Sayad (1998, 2010), el modo en que
el cuerpo se reduce a su dimensión de máquina para el trabajo, como concecuencia del carácter
sacrificial con que, la más de las veces, se concibe la migración laboral. El migrante se piensa a sí
mismo con un carácter provisorio, sin embargo en los hechos, el sacrificio de la migración se va
prolongando de manera indefinida, sin asumirse como tal hasta que el cuerpo enferma. El cuerpo
enfermo y su tratamiento sintomático, sin cura definitiva, deja al migrante atrapado en una
situación paradojal: de hacer permanente lo transitorio, en la utilización del cuerpo como
máquina.
Otro registro que se abordó, es el de las maneras de decir. A partir de los estudios sobre el
“spanglish”, visto como un bilinguismo a medio camino, que da cuenta de la posición subjetiva
de los migrantes de habla hispana en la ciudad de Nueva York, reflexionamos sobre el caso de
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migración sur-sur, de personas provenientes de países de habla hispana a Chile. En este contexto,
se toma como material empírico el uso de las palabras y las entonaciones del acento, las cuales
pueden tomar un carácter fijo así como alterarse en función de las situaciones. En este caso, se ha
profundizado en la consideración del registro de la voz para entender el modo en que las
dislocaciones en las maneras de decir en el desplazamiento migratorio, tocan la dimensión del
sujeto.
De tal manera, tomándonos del psicoanálisis y el concepto de “pulsión invocante”, como
lo que viene del cuerpo y hace lazo social, situamos el acento del habla nacionalizada como
estando entre lo psíquico y lo social. Así, el acento sería la voz homogeneizada a través del canon
nacional, el cual se le ha incorporado, hecho cuerpo, en la voz nacionalizada como acento del
habla.
Desde la arista política de la migración consideramos, siguiendo a Sayad (2010), que en el
paso del sujeto a la emigración no se trata de una salida que lleve a un cuadro psicopatológico.
Más bien, se postula como una experiencia de dislocación que le devela al sujeto su condición
histórica, del arbitrario cultural y alterna, en torno a lo cual se producen pliegues de subjetivación
(Deleuze, 2015). Se trata de desplazamientos en las concepciones identitarias, respecto de las
cuales se piensan a sí mismos en dislocación. Lo anterior no está exento de angustias y duelos, y
sin embargo, no se reduce a aquello. Por tanto, concluímos que el trayecto migratorio se puede
postular como un trayecto de subjetivación, el cual puede indagarse a través del registro de la voz
y sus modulaciones en el acento del habla nacionalizada.
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Resumo
A partir das noções de deslocamento e provisoriedade em que Sayad (1998) localiza as
coordenadas do movimento migratório, é interessante problematizar as formas pelas quais o
deslocamento toca a subjetividade daqueles que são seus protagonistas. Em particular, o corpo e
o registro da voz e do sotaque, serão localizados como uma forma de indagar sobre subjetividade
na migração. Para isso, postulamos que o sotaque pode ser entendido como uma produção
subjetiva no cruzamento entre a voz, como o objeto da pulsão invocante (Lacan, 2007), e a nação
como uma referência política e social. A partir disso, fazem-se dobras de subjetivação (Deleuse,
2015) que deixam marcas na passagem do sujeito através da migração.
Palavras-chave: Subjetividade; Deslocamento; Sotaque; Migração.
Abstract
From the notions of dislocation and provisionality in which Sayad (1998) locates the coordinates
of the migratory movement, this paper focuses on problematize the ways in which displacement
touches the subjectivity of those who are its protagonists. In particular, the body and the register
of the voice and the accent, will be placed as a way of inquire about subjectivity in migration. In
this purpose, it is argued that the accent can be understood as a subjective production in the
crossing between the voice, as object of the invoking drive (Lacan, 2007), and the nation, as a
political and social reference. From that, folds of subjectification (Deleuze,2015) are made that
leave marks in the transit of the subject through migration.
Keywords: Subjectivity; Dislocation; Accent; Migration.