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Neuropsicología de las conductas agresivas: aportaciones a la criminología

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Abstract

Objetivo. Este articulo tiene como objetivo presentar información actualizada de aque- llos estudios que se centran en la alteración de los circuitos neuronales que median la respuesta de agresión y que conllevan la aparición de conductas violentas desadaptativas. Método. se realizó una revisión bibliográfica de la literatura científica mediante la utilización de tres bases de datos: PubMed, PsycInfo y Cochrane, en las que se implementó la combinación de palabras clave (Aggresiviness OR “Aggressive be- haviour” OR Violence OR Crime*) AND (Brain* OR Neuro*). No se establecieron límites temporales en la búsqueda. Resultados. Los estudios muestran que las principales disfunciones neuropsico- lógicas vinculadas con las conductas agresivas se relacionan con alteraciones es- tructurales en la amígdala y en el córtex prefrontal. También destacan alteraciones funcionales en la conectividad de estas dos regiones que median el sistema de res- puesta de agresión reactiva, así como de redes frontoparietales. Estas alteraciones se registran en personas con mayor tendencia a respuestas agresivas, en trastornos mentales como el trastorno de personalidad antisocial, o el trastorno explosivo in- termitente, así como en casos de daño cerebral sobrevenido y enfermedades neuro- degenerativas como la demencia fronto-temporal. Conclusión. En esta revisión se constata la importancia de factores neuropsicológi- cos subyacentes en el comportamiento agresivo. Estos pueden aportar información muy relevante acerca de la regulación de los actos en determinadas condiciones tanto normales como patológicas. Por ello, se propone la creación de modelos de prevención integradores que tengan en cuenta tanto factores ambientales, como factores neu- ropsicológicos. El desarrollo de estos modelos por parte de la criminología contribuirá a la mejora de políticas criminales, así como a la estructuración de programas de pre- vención de reincidencia y reinserción social más completos y eficaces.
Neuropsicología de las conductas agresivas:
aportaciones a la criminología
Paula Tangarife-Calero1 y Joaquín A. Ibáñez-Alfonso2
1 Universidad Loyola Andalucía, Departamento de Criminología
2 Universidad Loyola Andalucía, Laboratorio de Neurociencia Humana, Departamento de Psicología
Autor de correspondencia:
Joaquín A. Ibáñez-Alfonso
Avda. de las Universidades s/n,
41704, Dos Hermanas,
Sevilla (España)
Tel.: +34 955 641 600 (Ext. 2483)
jaibanez@uloyola.es
Resumen
Objetivo. Este articulo tiene como objetivo presentar información actualizada de aque-
llos estudios que se centran en la alteración de los circuitos neuronales que median la
respuesta de agresión y que conllevan la aparición de conductas violentas desadaptativas.
Método. Se realizó una revisión bibliográfica de la literatura científica mediante
la utilización de tres bases de datos: PubMed, PsycInfo y Cochrane, en las que se
implementó la combinación de palabras clave (Aggresiviness OR “Aggressive be-
haviour” OR Violence OR Crime*) AND (Brain* OR Neuro*). No se establecieron
límites temporales en la búsqueda.
Resultados. Los estudios muestran que las principales disfunciones neuropsico-
lógicas vinculadas con las conductas agresivas se relacionan con alteraciones es-
tructurales en la amígdala y en el córtex prefrontal. También destacan alteraciones
funcionales en la conectividad de estas dos regiones que median el sistema de res-
puesta de agresión reactiva, así como de redes frontoparietales. Estas alteraciones
se registran en personas con mayor tendencia a respuestas agresivas, en trastornos
mentales como el trastorno de personalidad antisocial, o el trastorno explosivo in-
termitente, así como en casos de daño cerebral sobrevenido y enfermedades neuro-
degenerativas como la demencia fronto-temporal.
Conclusión. En esta revisión se constata la importancia de factores neuropsicológi-
cos subyacentes en el comportamiento agresivo. Estos pueden aportar información
muy relevante acerca de la regulación de los actos en determinadas condiciones tanto
normales como patológicas. Por ello, se propone la creación de modelos de prevención
integradores que tengan en cuenta tanto factores ambientales, como factores neu-
ropsicológicos. El desarrollo de estos modelos por parte de la criminología contribuirá
a la mejora de políticas criminales, así como a la estructuración de programas de pre-
vención de reincidencia y reinserción social más completos y eficaces.
Palabras clave:
Agresión, amígdala, corteza prefrontal,
neuropsicología, criminología.
Revista Iberoamericana de Neuropsicología, Vol. 3, No. 2: 171-183, julio-diciembre, 2020.
172 Revista Iberoamericana de Neuropsicología Vol. 3, No. 2, julio-diciembre 2020.
INTRODUCCIÓN
¿Qué es el comportamiento agresivo?
El término agresión se ha entendido tradicional-
mente como la manifestación de comportamiento
que tiene por objeto causar un daño físico a otro
individuo con el fin de promover la supervivencia
del sujeto1. Con el paso del tiempo y la evolución
del comportamiento agresivo en personas con
comportamiento antisocial, hoy día se recoge la
siguiente definición de la palabra “agresión” en
la Real Academia Española de la Lengua: “acto de
acometer a alguien para matarlo, herirlo o hacer-
le daño”. Como se puede observar, ahora habla-
mos de una expresión de agresividad contra otros
sujetos de forma indiscriminada y sin ningún tipo
de objeto evolutivo como especie, incluyéndose
acepciones de la agresividad ya no únicamente fí-
sica, sino también psicológica. Esta perpetración
de la violencia ha acarreado numerosos inconve-
nientes para los individuos en particular y para la
sociedad en general, que se tiene que enfrentar a
un problema clínico por resolver.
Como punto importante para la comprensión
de esta investigación, es necesario diferenciar
entre los dos tipos de comportamiento agresivo
que existen y que tienen procedencias neuronales
completamente distintas. Por un lado, la agresión
reactiva se desencadena por un estímulo frustran-
te o amenazante por lo que se relaciona con ata-
ques no planificados fruto de la ira contra el objeto
que se consideraría la amenaza. Por otro lado, la
agresión instrumental es un comportamiento to-
talmente intencionado, dirigido hacia un objetivo
con el fin de obtener algo a cambio2.
Del estudio con animales se ha podido detectar
que el sistema neuronal básico que media la res-
puesta de agresión reactiva es el siguiente: cuando
un estímulo peligroso está cerca, tanto que es im-
posible la respuesta de huida, se activan las áreas
amigdalinas mediales que, pasando por la estría
terminal, llevan la señal al hipotálamo y acaba en
la sustancia gris periacueductal. Se cree que este
mismo sistema es el que media la agresión reacti-
va en humanos, estando regulado el sistema por el
córtex prefrontal medial, orbital y frontal inferior2.
La agresión reactiva no es una respuesta desadap-
tativa del ser humano, aunque podría llegar a serlo
bajo ciertas circunstancias que hacen que la res-
puesta al estímulo sea desproporcionada, como
veremos más adelante.
En cuanto a la respuesta de agresión instru-
mental, se lleva a cabo como cualquier otra res-
puesta motora por el lóbulo frontal del cerebro,
más concretamente por la corteza prefrontal, la
corteza motora, y el núcleo caudado. La selección
de la respuesta motora se da en función de la eva-
luación de las opciones disponibles de actuación,
y de los beneficios y consecuencias de estas. Para
una mayoría de los individuos, los beneficios de
las respuestas conductuales antisociales no son
lo suficientemente buenas como para compensar
los costos de estas. Sin embargo, como veremos
más adelante, existen personas que, debido a una
evaluación alterada de las opciones, consideran
las respuestas conductuales antisociales las más
deseables2A pesar de que, como hemos descrito
hasta ahora, el factor biológico es fundamental
en el comportamiento agresivo, y de que el pre-
sente trabajo se centrará en este elemento, cabe
mencionar que, como en casi cualquier compor-
tamiento humano, existe también un factor am-
biental que interacciona con el factor biológico
contribuyendo así al comportamiento antisocial
de las personas.
Implicación de estructuras cerebrales
El comportamiento agresivo está regulado por un
complejo circuito neuronal que involucra varias áreas
corticales y varias estructuras subcorticales. Estas
estructuras están extensamente interconectadas
por lo que la actividad de cada de una de ellas tiene
repercusión en las demás. En este apartado conoce-
remos mejor la función específica de las áreas más
significativas.
El sistema límbico desempeña un papel impor-
tante en las conductas autorreguladoras en las que
se incluirían las memorias personales, las emo-
ciones, y las conductas espaciales y sociales3. La
amígdala, estructura subcortical que forma par-
te del sistema límbico, situada en la zona interna
Neuropsicología de las conductas agresivas: aportaciones a la criminología 173
de los lóbulos temporales mediales, está implicada
en el comportamiento emocional y motivacional,
teniendo gran importante en las respuestas agre-
sivas del sujeto. Así mismo, desempeña un papel
crucial en la capacidad de los sujetos de regular
las emociones negativas. Estudios de neuroima-
gen afirman que la amígdala se activa como res-
puesta a estímulos que connotan amenaza, como
pudieran ser las expresiones faciales de miedo4.
La amígdala también está involucrada en la per-
cepción y consolidación de vivencias con carga
emocional, como mediadora neural entre el siste-
ma límbico y las estructuras cerebrales involucra-
das en el procesamiento de la memoria4. Esto va a
tener repercusión en la respuesta agresiva instru-
mental, pues la amígdala va a ser una estructura
crítica para el aprendizaje y reforzamiento de estí-
mulos2. En cuanto a la respuesta agresiva reactiva,
la amígdala forma parte del sistema mediador de
respuesta de agresión reactiva (RAR), Amígala-Hi-
potálamo-Sustancia Gris Periacueductal. Una acti-
vidad incrementada de la amígdala ante estímulos
emocionales crea un riesgo mayor de respuesta
reactiva al aumentar la capacidad básica del sis-
tema de amenazas2.Por otra parte, la corteza or-
bitofrontal, junto con la corteza prefrontal medial
y la corteza prefrontal dorsolateral, conforman las
tres regiones funcionales principales del córtex
prefrontal, íntimamente ligado con la autorregula-
ción del comportamiento y la toma de decisiones.
Estas regiones prefrontales son receptoras de dis-
tintas aferencias dopaminérgicas mesolímbicas.
Esta entrada desempeña una función modulado-
ra de la manera en que las neuronas prefrontales
responden a los estímulos que contribuyen a los
estados emocionales3. La corteza prefrontal está
directamente relacionada con la modulación de
los comportamientos agresivos, así como la auto-
percepción de la agresividad. Particularmente, la
actividad reducida de la corteza prefrontal se rela-
ciona con el comportamiento violento, la agresión
y el crimen 5.
Objetivo
La finalidad de este trabajo es realizar una revisión
actualizada de la literatura de los estudios acer-
ca de la alteración de los circuitos neuronales que
median la respuesta de agresión y que conllevan
así a la aparición de conductas violentas.Para ello,
se llevó a cabo una revisión bibliográfica de la lite-
ratura científica indexada en tres bases de datos:
PubMed, PsycInfo y Cochrane. Las palabras clave
de las búsquedas fueron (Aggresiviness OR “Ag-
gressive behaviour” OR Violence OR Crime*) AND
(Brain* OR Neuro*) [“agresividad”, “conducta
agresiva”, “violencia”, “crimen/criminología”, “ce-
rebro/daño cerebral”, “neurológico/neuropsicoló-
gico”, y derivados de las mismas]. Algunos de los
artículos finalmente seleccionados también fue-
ron elegidos por el método “bola de nieve” tras
revisar la bibliografía de los artículos obtenidos en
las bases de datos. No se fijó ninguna limitación
temporal como criterio de búsqueda puesto que
también se quisieron incluir ciertas publicaciones
que versan sobre el desarrollo histórico de la neu-
ropsicología de las conductas agresivas.
Lahipótesisde la que partimos consistió en que
los correlatos neurológicos que median la respues-
ta violenta se podrían ver afectados en personas
quetienden a los comportamientos agresivos(en
comparación con la tendencia de la población nor-
mal)o aquellas personas que, como consecuen-
cia de alguna lesión o enfermedad, se muestran
tendentes a estas reacciones. Contar con infor-
mación actualizada en este ámbito ayudará al de-
sarrollo de modelos de prevención de conductas
violentas más completos y eficaces en el campo
de la Criminología.
RESULTADOS
Los mecanismos que hemos visto anteriormente,
encargados de producir y regular las conductas
violentas, pueden verse alterados de forma natu-
ral, por el temperamento violento de la persona,
o verse alterados por algún tipo de enfermedad
mental o lesión cerebral. A continuación, se es-
tudiarán las características neurológicas de per-
sonas con tendencias agresivas, y aquellos cuya
patología o lesión cerebral les impulsa a cometer
acciones violentas. El motivo de centrarnos en es-
tos casos particulares se debe a que, a pesar de
los numerosos estudios centrados en este tema,
consideramos que en el ámbito de la Criminología
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no se le da la importancia práctica que, en cuanto
a prevención, pudiera tener. Igualmente, es impor-
tante recalcar que el hecho de padecer alguna de
las enfermedades que se describirán a continua-
ción, o de haber sufrido una lesión cerebral, no se
relaciona directamente con la posibilidad de ac-
tuar de manera agresiva en todas las situaciones.
Disfunciones neuropsicológicas en personas
violentas
Se estudian casos de personas cuya tendencia com-
portamental es la respuesta violenta, la cual no se
corresponde con ningún trastorno o lesión cerebral.
Existe la posibilidad de que el sistema media-
dor de RAR deje de ser un sistema adaptativo de la
persona al medio que le rodea y que sus respues-
tas comiencen a ser desadaptativas, por lo que la
persona mostrará reacciones violentas impropias
de la situación en la que se encuentre. Esto se pro-
duce por una priorización del sistema mediador
de RAR, que podría deberse a una exposición pre-
via a la amenaza de una condición endógena, o a
una alterada regulación prefrontal 2.
Estas personas parecen mostrar una defectuo-
sa interpretación y manejo de los sentimientos, en
particular los negativos. Esto se acompaña con res-
puestas intensificadas de la amígdala, principal com-
ponente del sistema mediador de RAR. La persona
tiende a malinterpretar los acontecimientos que pu-
dieran ser amenazantes, como las expresiones facia-
les de otras personas, y reaccionará violentamente
como acto de prevención2, 6. Es importante destacar
que esto no puede considerarse como un defecto
neuronal o trastorno, ya que la evidencia demuestra
que la capacidad de manejar las emociones negati-
vas varía en todos los individuos. Por ejemplo, uti-
lizando técnicas de neuroimagen para estudiar la
neurobiología de los estados de enfado inducido, se
ha encontrado que el enfado inducido estaría aso-
ciado con la activación aumentada de la corteza or-
bitofrontal, prefrontal medial y cingulada anterior, así
como del córtex prefrontal dorsolateral, y la ínsula7–9.
Así mismo, la desactivación de las áreas orbitofron-
tales aumenta cuando se pedía a los participantes
que expresaran agresión sin restricciones hacia un
agresor, frente a cuando intentaban inhibir la imagen
de agresión imaginaria sin ninguna instrucción10. Por
último, estudios de imagen por resonancia magnéti-
ca funcional han mostrado evidencia de que la cor-
teza orbitofrontal forma parte de un circuito neural
que influye en la capacidad de los individuos para re-
gular las emociones negativas11. De este modo, aque-
llos participantes que tenían mayor activación en la
corteza prefrontal izquierda parecían tener mayor
capacidad para suprimir las emociones negativas
que aquellos que presentaban niveles más bajos de
activación en esta área6.
En base a estas averiguaciones, una conclusión
lógica a la que llegaron Davidson, Putnam, y Lar-
son12, fue que la actividad de la corteza orbitofron-
tal y el córtex cingulado anterior, en respuesta a
una provocación, puede disminuir en ciertos indivi-
duos, predisponiéndolos a la agresión y la violencia.
Lo que estos autores explicaron es que la agresión
impulsiva podría ser producto de un fallo en la re-
gulación de la emoción. De manera que los indivi-
duos normales pueden regular voluntariamente el
efecto negativo que traen consigo ciertas señales
amenazantes del entorno, como pueden ser gestos
o palabras de ira o miedo por parte de otra per-
sona, e incluso beneficiarse de ellas pues también
cumplen una función reguladora. Mientras, los in-
dividuos predominantemente violentos presenta-
rían una anomalía en el circuito responsable de este
comportamiento adaptativo. Las anomalías en una
o varias de estas estructuras, o las interconexio-
nes entre ellas, podrían aumentar la propensión a la
agresión en los sujetos que lo padezcan.
Trastorno antisocial de la personalidad
El trastorno de personalidad antisocial se define
en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Di-
sorders (DSM-5) como aquel que se manifiesta en
la violación crónica de los derechos de otras per-
sonas por parte del individuo que lo padece; es
incapaz de adaptarse a las normas de la sociedad
o deciden no hacerlo13.
Este trastorno surge entre la infancia y la ado-
lescencia (normalmente en forma de trastorno de
la conducta), presentándose como requisitos para
Neuropsicología de las conductas agresivas: aportaciones a la criminología 175
su diagnóstico que el paciente tenga un mínimo
de dieciocho años y que hayan existido evidencias
del trastorno antes de los quince. Se pueden mos-
trar diferentes patrones de manifestación: algunos
sujetos son emprendedores y controlan a la per-
fección distintas técnicas de estafa mientras que
otros individuos pueden caer en el consumo (y,
con frecuencia, distribución) de drogas ilícitas. El
diagnóstico de este trastorno no se da si el com-
portamiento antisocial se presenta únicamente
tras el consumo de sustancias estupefacientes y
no se produce únicamente en el curso de la es-
quizofrenia o trastorno bipolar. Suelen ser perso-
nas agresivas tendentes a la irritabilidad, pudiendo
incurrir en riñas y conductas criminales. Aunque
pueden referir sentimientos de culpa, no parecen
ostentar sentimiento de remordimiento por sus
actuaciones. Aunque es un trastorno difícil de tra-
tar, la evidencia apunta a que este va disminuyen-
do su manifestación conforme avanza la edad del
individuo (conservándose conductas como el con-
sumo de drogas).
Para poder reconocer los sustratos neurológi-
cos que están detrás del tipo de comportamien-
tos que se presentan en este trastorno, Schneider
etal.14 estudiaron mediante pruebas de PET el fun-
cionamiento de las estructuras cerebrales en el
aprendizaje emocional a través de una tarea de
condicionamiento clásico. Los resultados mostra-
ron un efecto de condicionamiento diferencial en
la amígdala y la corteza prefrontal dorsolateral en
pacientes con trastorno de personalidad antisocial
en comparación con el grupo control, concluyen-
do que estas estructuras parecen especialmente
relevantes en los procesos de emoción y condicio-
namiento. En concreto, registraron una aparente
insensibilidad de la amígdala, una especie de des-
activación, ante la presencia de estímulos olfativos
aversivos que se presenta durante la etapa de ha-
bituación. Lo que estaría en sintonía con la aparen-
te sensibilidad electrodérmica reducida también
observada en estos pacientes durante la estimula-
ción aversiva intensa14. Estos hallazgos nos llevan a
pensar que los pacientes con trastorno de perso-
nalidad antisocial muestran reacciones cerebrales
reducidas de las estructuras que, en condiciones
normales, se ven activas ante estímulos aversivos,
lo que podría explicar, por ejemplo, su escasa res-
puesta ante el castigo, de la misma forma que
podría explicar las deficiencias en el aprendizaje
de la evitación pasiva de un estímulo aversivo14 .
Sorprendentemente, se descubrió una mayor ac-
tividad cerebral en regiones subcorticales y corti-
cales (amígdala y corteza prefrontal dorsolateral,
respectivamente) durante el proceso de adquisi-
ción de conducta. Los investigadores explicarían
este fenómeno como resultado de un esfuerzo
adicional realizado por los pacientes para realizar
la tarea, debido a que el proceso podría involucrar
más recursos en individuos que son emocional-
mente deficientes 14.
Por otra parte, Jiang et al.15 se centraron en la
posible alteración de las redes interregionales del
cerebro de las personas con trastorno de perso-
nalidad antisocial. En su estudio se emplearon
imágenes de resonancia magnética funcional en
estado de reposo para examinar el conectoma de
32 pacientes con trastorno de personalidad anti-
social y de 35 controles sanos, tanto a nivel global
de conexión, como modular. Por un lado, se pudo
comprobar que los pacientes con este trastorno
tenían conexiones de recorrido más largo y de me-
nor eficiencia de la red, por lo que mostraban una
capacidad reducida de integración a nivel global
de las funciones del cerebro. En cuanto a la modu-
laridad, encontraron reducida la conectividad intra
e intermodal relacionadas con las regiones fronta-
les, lo que se relacionó con un peor rendimiento
en esta estructura. Estos hallazgos se resumen en
una integración y segregación reducidas en la or-
ganización de las redes cerebrales funcionales de
los pacientes con trastorno de personalidad anti-
social (en particular en la red de control fronto-
parietal), pudiendo contribuir a disfunciones en el
comportamiento y en la cognición15.
Trastorno explosivo intermitente
Tal como se describe en el DSM-5 13, las personas
con este trastorno cursan periodos de agresividad
que tienen un inicio súbito ante cualquier tipo de
provocación de carácter leve o incluso sin provo-
cación alguna; podríamos estar hablando de una
mala cara, un comentario jocoso por parte de un
176 Revista Iberoamericana de Neuropsicología Vol. 3, No. 2, julio-diciembre 2020.
amigo o un golpe casual con un transeúnte en la
calle, ante lo que reaccionarán de manera despro-
porcionada. Aunque cabe la posibilidad de que la
respuesta del individuo sea simplemente de tipo
verbal, existe la posibilidad de que tome una ma-
nifestación en forma de violencia física. Estas si-
tuaciones son tan graves que el individuo puede
llegar a perder el control sobre sí mismo. Por tan-
to, diríamos que estas explosiones violentas no
son planeadas, carecen de un objetivo concreto y
su carácter es excesivo en relación con el estímu-
lo que las desencadenó. A diferencia de las per-
sonas que padecen trastorno de la personalidad
antisocial, los pacientes con trastorno explosivo
intermitente suelen mostrar arrepentimiento tras
la realización de las acciones violentas durante los
episodios de crisis. Este trastorno puede diagnos-
ticarse desde los seis años (o grado de desarrollo
equivalente), siempre que no presenten compor-
tamientos agresivos propios de un trastorno de
adaptación. A partir de los 18 años se debe descar-
tar que la sintomatología puede ser explicada por
otros trastornos mentales (como el de persona-
lidad antisocial), por alteraciones neurológicas, o
por consumo de sustancias 13.
Atendiendo a la descripción de los síntomas
de este trastorno, podríamos deducir que las per-
sonas que lo padecen presentan una afección
en los sistemas que controlan las respuestas de
agresión reactiva, pues como hemos menciona-
do, este tipo de comportamientos violentos no
son deliberados. En este sentido, Blair2 revisó di-
versas investigaciones sobre individuos con una
tendencia a la agresión reactiva (no instrumental),
entre los que se encontraban grupos conforma-
dos por personas con trastorno explosivo inter-
mitente, planteando en estos casos una posible
respuesta incrementada del sistema mediador de
RAR por un incremento de la actividad de la amíg-
dala, y, o reducción de la actividad reguladora pre-
frontal ante situaciones de carácter emocional2.
Una prueba realizada como comprobación a esta
hipótesis es la tarea de discriminación emocional
de rostros humanos. Debido a que las expresiones
faciales actúan como señales no verbales entre
seres humanos, ostentan un carácter emocional
entre las interacciones humanas más simples. Se
ha observado que los individuos que padecen tras-
torno explosivo intermitente tienen un deficiente
desempeño de este control de reconocimiento,
percibiendo gestos neutrales en los rostros como
amenazantes. Estas deficiencias se explicarían por
una disfunción en el circuito entre la amígdala y
el área prefrontal que media la interpretación de
las señales emocionales en este tipo de tareas2.
En este sentido, un estudio realizado por Coccaro,
McCloskey, Fitzgerald y Phan16 concluyó que existe
un vínculo entre la disfunción del sistema integra-
do por la amígdala y la corteza orbitofrontal, y la
agresión impulsiva de las personas con trastorno
explosivo intermitente, que se muestra en tres ni-
veles de evidencia:
La actividad de la amígdala se ve enorme-
mente incrementada y se da una dismi-
nución de la reactividad de la corteza
orbitofrontal ante rostros que transmiten
una amenaza directa.
Existe una falta de conectividad funcional
entre la amígdala y la corteza orbitofrontal
durante la tarea de procesamiento facial en
estos sujetos.
Presentan una correlación directa y positiva
entre la reactividad de la amígdala a las ca-
ras que representan ira y el grado de com-
portamiento agresivo como antecedente
del sujeto.
Los resultados del estudio mostraron que, aun
teniendo en cuenta las diferencias grupales en la
percepción de las emociones, como puede ser la
precisión en el reconocimiento de una expresión,
fue claramente reconocible la diferencia en áreas
del cerebro concretas en respuesta a ciertas emo-
ciones entre los pacientes con trastorno explosivo
intermitente y el grupo control. La hiperactividad
encontrada en la amígdala ante expresiones faciales
que representaban ira es un síntoma que diferencia
el trastorno explosivo intermitente del trastorno de
personalidad antisocial e incluso de la psicopatía,
que tendrían un componente más instrumental en
la utilización de la respuesta agresiva16.
En conclusión, podríamos decir que los hallaz-
gos en cuanto al atípico incremento de la actividad
de la amígdala ante estímulos emocionales, tiene
Neuropsicología de las conductas agresivas: aportaciones a la criminología 177
consistencia con la hipótesis de que el riesgo de
agresión reactiva aumenta si aumenta la capacidad
del sistema mediador de RAR. Por ello, sería más
probable que un individuo que padece trastorno
explosivo intermitente muestre una respuesta de
agresión reactiva en lugar de una respuesta de hui-
da o congelación ante un estímulo amenazador17.
Enfermedades neurodegenerativas
Las personas que padecen algún tipo de trastorno
neurodegenerativo también pueden incurrir, debi-
do a su enfermedad, en conductas antisociales y
violentas. En concreto, es frecuente que pacientes
con demencia frontotemporal, demencia semánti-
ca, o enfermedad de Huntington presenten estas
conductas18.
En el inicio de la enfermedad, los pacientes con
demencia frontotemporal pueden presentar com-
portamientos socialmente inapropiados, que incluso
pueden ser calificados por personas de su entorno
como extraños. Estos conducen a trasgresiones le-
gales y morales sin que necesariamente tenga que
coexistir con un deterioro en la memoria, el razo-
namiento o el conocimiento de las normas sociales
establecidas. Las personas afectadas por esta enfer-
medad que llegan a cometer delitos pueden describir
perfectamente sus acciones y las consecuencias ne-
gativas que de ellas derivan y, a pesar de ello, no sue-
len mostrar signos de remordimiento18. En el estudio
de Ryan Darb18 se calcula que entre el 37 y el 57% de
los pacientes que sufren demencia frontotemporal
han cometido un delito que iría desde robos en tien-
das, delitos sexuales, hasta delitos financieros, pu-
diendo llegar a utilizar en algunos casos la violencia.
Algo semejante ocurriría con los pacientes con de-
mencia semántica, cuyas tasas de actividad criminal
irían desde el 21 al 55%. Sin embargo, no en todos los
tipos de trastornos neurodegenerativos se dan este
tipo de comportamientos con tan altos índices. Por
ejemplo, en la enfermedad de Alzheimer se encon-
tró entre un 5 y un 12% de comportamiento delictivo
en el que, además, no suele prevalecer la violencia,
pues son incidentes que se producen por problemas
cognitivos o de memoria causados por la propia en-
fermedad. Igualmente, estos datos aumentan si la en-
fermedad tiene comorbilidad con otros trastornos,
especialmente sexuales o parafilias18. No obstante, la
tasa de delitos penales en la población general va-
ría mucho en función de cada país. Por ejemplo, la
tasa española se sitúa en torno al 4,7 %, mientras que
en México sube hasta el 28,3% (19,20). Además, en es-
tos datos generales no suele aparecer el porcentaje
atribuible a población clínica, por lo que las estima-
ciones relacionadas con el comportamiento delictivo
de personas con alteraciones neurológicas deben to-
marse con cautela.
Un estudio realizado por Miller, Darby, Benson
y Miller21, propuso respaldar la explicación de los
comportamientos antisociales de las personas
que padecen demencia frontotemporal por una
alteración regional común a todos los pacientes.
Pensaron que, principalmente, el problema debía
situarse en el lóbulo temporal anterior y frontal,
al ser esta zona la que se ve alterada en la demen-
cia frontotemporal, cuyos índices de agresión y
comportamiento antisocial son mucho mayores
que, por ejemplo, en la enfermedad de Alzheimer,
donde las áreas mencionadas suelen estar relati-
vamente conservadas. Sin embargo, no se ha po-
dido explicar por qué algunos pacientes muestran
este tipo de comportamientos y otros no, más
allá de la variedad anatómica. En algunos sujetos
los lóbulos temporales estaban más gravemente
afectados mientras que, en otros, la lesión era pre-
dominantemente frontal. De igual forma, existían
asimetrías en los hemisferios entre los sujetos in-
dividuales que podrían variar las afecciones21.
A lo largo del tiempo se han ido desarrollando
nuevas teorías como la propuesta por Hirono et
al. 22, que defiende la asociación entre el compor-
tamiento agresivo en pacientes con demencia y la
hipoperfusión en la corteza temporal anterior iz-
quierda. Aunque la evidencia del estudio fue clara,
no quedó del todo aceptada la hipótesis ya que la
muestra era reducida y porque no se pudo demos-
trar la implicación esperada de la corteza orbito-
frontal en los pacientes.
Sujetos con lesiones cerebrales adquiridas
La investigación en individuos que han sufrido le-
siones traumáticas ha sido de vital importancia en
178 Revista Iberoamericana de Neuropsicología Vol. 3, No. 2, julio-diciembre 2020.
el estudio para la comprensión del funcionamien-
to cerebral. Esto se debe a que, dependiendo de
la zona dañada por el accidente, la persona pue-
de presentar cambios a nivel cognitivo, emocio-
nal o motor relacionados con diferentes rasgos
de la personalidad que, a su vez, puedan llevarle
a aumentar sus conductas violentas18. Es lo que
habitualmente se ha denominado “psicopatía ad-
quirida” o “pseudopsicopatía”. El estudio de estos
cambios comportamentales ha permitido probar
las relaciones existentes entre regiones especí-
ficas del cerebro y su correlato en el comporta-
miento del individuo18.
Para poder establecer una clara diferencia en-
tre el comportamiento psicopático primario y el
comportamiento psicopático por daño sobreve-
nido, Pujol, Harrison y Contreras-Rodríguez23 revi-
saron la evidencia disponible a partir de técnicas
de neuroimagen. Encontraron que, a diferencia del
comportamiento psicopático de personas con le-
siones cerebrales, las personas que sufren psico-
patía o rasgos psicopáticos no muestran ninguna
anomalía anatómica tras la inspección visual del
cerebro. Así mismo, encontraron que el volumen
cerebral total era similar al de la población general.
Sin embargo, a nivel más específico, se ha detecta-
do una reducción en el volumen del lóbulo tempo-
ral y una afección mínima en el lóbulo prefrontal23.
Uno de los casos más conocidos históricamen-
te fue el descrito hace más de un siglo por Har-
low24, en el que explicaba cómo un trabajador de
la construcción de ferrocarriles, Phineas Gage su-
frió daños focales en la corteza frontal después
de que, en un accidente laboral, un trozo de hie-
rro le atravesara el cráneo. A pesar de este suce-
so, los médicos quedaron sorprendidos al ver que
este paciente había sobrevivido y que muchas de
sus facultades se encontraban intactas, aparente-
mente, por lo que quisieron estudiar su caso para
cerciorarse de si surgían complicaciones poste-
riores a la recuperación. Así, pudieron comprobar
que Gage se había convertido en un hombre con
una personalidad completamente opuesta a como
era antes, tornándose irrespetuoso, irresponsable,
carente de respeto por las normas sociales, im-
paciente y caprichoso24. Estudios posteriores han
demostrado que los pacientes con lesiones pre-
frontales ventromediales experimentan una in-
sensibilidad a las consecuencias futuras que les
provoca una incapacidad para modificar los com-
portamientos de riesgo4, 6.
En el estudio realizado por Darby18, solo el 9%
de las personas estudiadas con traumatismo no
penetrante estuvieron relacionadas tras el ac-
cidente con conductas violentas o la realización
de actos criminales. Por otro lado, según este es-
tudio, las personas con traumatismo penetrante
presentan una clara relación entre el daño en re-
giones específicas y el comportamiento violen-
to. Para ser exactos, el 14% de los pacientes con
traumatismo craneal penetrante con afección en
los lóbulos frontales presentan comportamientos
violentos, mientras que las personas con afección
en otras regiones corticales no presentaron una
correlación entre el daño y el comportamiento
violento incrementado18.
En la línea de lo comentado en relación con las
tasas de criminalidad en enfermedades neurode-
generativas, cabe destacar que el vínculo causal
entre el traumatismo y el comportamiento crimi-
nal sigue estando en duda18. No obstante, las le-
siones en dos regiones cerebrales suelen estar
asociadas a la aparición de conductas agresivas
subsecuentes:
Lesiones en el córtex prefrontal: la corteza or-
bitofrontal y la corteza cingulada anterior tie-
nen un papel importante en la supresión de
emociones negativas y en el surgir de la vio-
lencia como respuesta. De acuerdo con esto,
los pacientes que presentan una lesión en la
corteza orbitofrontal presentan, como nor-
mal general, un control de impulsos deficien-
te, arrebatos agresivos, insensatez y falta de
sensibilidad interpersonal. Esto puede llevar
a un aumento de la probabilidad de comisión
de un delito esporádico. En cambio, la eviden-
cia científica sugiere que el córtex cingulado
anterior, que presenta un papel relevante en
el procesamiento de los estímulos afectivos
dolorosos (como la sensación de desagrado
que acompaña a un daño tisular), no varía del
todo su función en pacientes con una lesión
Neuropsicología de las conductas agresivas: aportaciones a la criminología 179
en esta zona del cerebro en comparación con
pacientes sanos. Según sus respuestas, sien-
ten aun malestar y sufren las consecuencias
de los estímulos afectivos, aunque los repor-
tan como menos angustiosos o molestos6.
Lesiones en la amígdala: involucrada en una
variedad de comportamientos emocionales
entre los que encontramos la agresión, pue-
de influir en la probabilidad de que ciertos
eventos de importancia a nivel afectivo se
activen a atencionalmente y alcancen el nivel
de consciencia. Un mal funcionamiento de la
amígdala puede provocar un aumento de los
sentimientos de miedo o agresión en el su-
jeto, incluso sin explicación alguna4. Un caso
histórico sobre este tipo de lesiones fue el
de Charles Whitman, estudiante ejemplar de
25 años, Eagle Scout y miembro de la Mari-
na, que comenzó a sufrir fuertes dolores de
cabeza, pensamientos perturbadores y com-
pulsión por la escritura4. Su cambio de com-
portamiento drástico llegó hasta el punto en
que perdió su beca de estudios, comenzó
a golpear a su pareja y confesó al psicólo-
go de su universidad que estaba preocupado
porque cada vez tenía mayores deseos de,
según refería, “coger un rifle y comenzar a
disparar a gente”. Dos semanas después de
esta confesión, Whitman asesinó a su mujer
y a su madre (dejando notas que expresa-
ban su desconocimiento del motivo por el
que hacía esto) y disparó desde una azotea
del campus de su universidad acabando con
la vida de 14 personas. En su autopsia se re-
veló algo sorprendente: un glioblastoma en
la región hipotalámica de su cerebro esta-
ba comprimiendo la amígdala, lo cual causa-
ba una sobreestimulación de la misma4. Por
casos como este, sabemos que, así como la
sobreestimulación de la amígdala puede dar
lugar a conductas violentas e incontrolables,
las lesiones en esta misma región afectan,
además, en el significado que se le aportan
a los recuerdos y a las acciones, es decir, la
reacción ante eventos emocionales conoci-
dos. Esto se debe a que la amígdala trabaja
en la percepción y consolidación de memo-
rias con carga emocional y, por tanto, en la
evaluación del valor emocional de una situa-
ción a la que se enfrenta el sujeto, que ser-
virá de guía en la toma de decisiones a nivel
comportamental4.
No obstante, aunque la investigación sobre in-
dividuos que han sufrido lesiones traumáticas es
de vital importancia para nuestra comprensión
de los sustratos neuronales del comportamiento
agresivo y, o violento, existen diversas limitaciones
en los estudios de lesiones cerebrales tales como
el que no se haya podido controlar por variables
como la historia previa de comportamiento agre-
sivo o violento, el estado socioeconómico, la esta-
bilidad del empleo o el abuso de sustancias6.
DISCUSIÓN
En esta revisión hemos podido constatar cómo di-
versos estudios afirman la importancia de factores
neuropsicológicos subyacentes en el comporta-
miento agresivo. Los individuos con alteraciones
estructurales o funcionales en el sistema regulador
emocional podrían manifestar comportamientos
descontrolados y dominados por la ira, debiéndose
esto a un estilo de respuesta controlado por la es-
timulación externa y una interpretación incorrecta
de la información recibida como amenazante1. A pe-
sar de esto, sus capacidades de inteligencia general,
razonamiento lógico y comportamiento declarativo
de normas morales y sociales suelen encontrarse
intactas1. Personas característicamente impulsivas,
han mostrado respuestas elevadas del sistema me-
diador de RAR y, o reducida actividad reguladora de
la corteza prefrontal. El aumento de la capacidad
de respuesta del sistema genera un riesgo mayor de
agresión reactiva en el sujeto2.
En cuanto a las lesiones cerebrales, podemos
decir que existen numerosos casos en los que una
lesión cerebral ha cambiado la forma de actuar de
las personas, en algunas ocasiones, incrementan-
do su agresividad. Aunque también hay que tener
en cuenta que las lesiones cerebrales no implican
siempre esta consecuencia y que, en todo caso,
ésta se va a relacionar con la zona afectada del ce-
rebro. En este sentido, córtex prefrontal y amíg-
dala son las dos estructuras más habitualmente
180 Revista Iberoamericana de Neuropsicología Vol. 3, No. 2, julio-diciembre 2020.
relacionadas con la aparición de conductas agre-
sivas tras su lesión4. Sin embargo, se debe se-
guir profundizando en su implicación concreta,
pues no todas las regiones prefrontales se aso-
cian por igual al comportamiento agresivo y, por
ejemplo, la amígdala se divide en diferentes sec-
ciones funcionales, por lo que diferentes lesiones
en la amígdala pueden relacionarse con diferentes
consecuencias4.
La criminología como ciencia busca la compren-
sión del delito, el delincuente y las motivaciones
que llevan a este a cometer los hechos delictivos
en concreto, la víctima y los controles sociales, de
manera que, comprendiendo el porqué del delito se
pueda mediar en su comisión y en sus repercusio-
nes25. Los hallazgos reportados en esta revisión son
de gran importancia para la criminología tanto a ni-
vel teórico como práctico pues, históricamente, los
paradigmas que han guiado la práctica de la crimi-
nología han girado en torno a los modelos socioló-
gicos y jurídicos particularmente. De esta manera
se han podido pasar por alto esta serie de interco-
nexiones que producen y reproducen la criminali-
dad, cerrando la puerta al conocimiento del delito
en su totalidad dentro de su naturaleza multidimen-
sional. Dentro de los intentos de expansión de la
imagen del crimen mediante la integración teórica
se hace un énfasis general centrado en los paradig-
mas dominantes antes mencionados, en lugar de
una estrategia más amplia en la que se incluya, por
ejemplo, la neuropsicología de la violencia6.
Como se recoge en la obra de Redondo-Illescas
y Garrido-Genovés25, las investigaciones de las úl-
timas décadas en criminología, principalmente es-
tudios longitudinales que observaban la infancia
y la adolescencia de jóvenes que acabarían mos-
trando comportamientos inadecuados, han de-
terminado que existen ciertos factores que, sin
predecir la comisión de hechos delictivos, mues-
tran una probabilidad mayor en el sujeto para co-
meterlos. A estos se los conoce como factores de
riesgo. En general, se ha podido comprobar la in-
fluencia de ciertas características familiares e in-
dividuales. Sin embargo, los estudios dedicados
al influjo criminológico de los factores biológicos
son aún escasos25.
Igualmente, es necesario tener en cuenta que la
neuropsicología de la violencia aporta únicamente
un ángulo complementario desde el que poder es-
tudiar la criminalidad. Este debe integrarse dentro
de una red lógica cuya complejidad brindará la in-
formación completa de los fenómenos a estudiar.
Con esto queremos remarcar que no se debe redu-
cir el comportamiento agresivo al funcionamiento
del cerebro, como ya hemos mencionado a lo lar-
go del trabajo, pero que este puede aportar infor-
mación muy relevante acerca de la regulación de
los actos en determinadas condiciones. Pretender
comprender el comportamiento humano única-
mente a través de la actividad del sistema nervioso
puede ser tan limitado como hacerlo únicamente a
través de las influencias ambientales. En la integra-
ción de ambos modelos creemos que está la clave.
Las condiciones individuales de tipo social
como son el haber sufrido abuso durante la infan-
cia, violencia, inestabilidad familiar, pobreza, ca-
rencia afectiva, abuso de sustancias paternal, etc.
son predictores de la violencia en los sujetos pues
influyen en del desarrollo del sistema nervioso, au-
mentando la probabilidad de presentar respuestas
de este tipo25. Según Bufkin y Luttrell6, la evidencia
que aporta la neuropsicología sobre las conductas
violentas legitima aún más el tipo de prevención
que promueven los defensores del paradigma so-
ciológico6. Gracias a los avances de la neurocien-
cia actual, hoy día tenemos suficiente evidencia de
que todas las experiencias a las que se expone una
persona a lo largo de su vida, especialmente du-
rante la infancia y la adolescencia, tienen una re-
percusión en su comportamiento, no solo a través
del aprendizaje de determinadas maneras de ac-
tuar, sino también en su biología y en la configura-
ción de su sistema nervioso.
Además de ayudar en la creación de modelos de
prevención por parte de la criminología, el estudio
de las estructuras neurológicas que median la vio-
lencia contribuirá a la mejora de políticas criminales
y al sistema de justicia centrado en la reeducación y
la resocialización de los individuos. La información
teórica aportada será de ayuda en la estructuración
de programas adaptados a cada individuo, de pre-
vención de reincidencia y reinserción social.
Neuropsicología de las conductas agresivas: aportaciones a la criminología 181
Tipos de medidas de prevención
Conociendo los datos que se han aportado du-
rante el trabajo, pueden surgir diferentes tipos de
medidas de prevención según se atienda al factor
biológico de la violencia o al factor ambiental. Esto
se debe a que los actos de agresividad no tienen
un único motivo de inicio. A pesar de que el fac-
tor biológico del sujeto cumple, como hemos visto
hasta ahora, un papel crucial, no solo en este tipo
de comportamientos, sino en todos aquellos que
lleva a cabo una persona, el factor ambiental es
fundamental para que los mecanismos neurológi-
cos lleven a cabo finalmente la actividad para la
que están preparados.
Los métodos de prevención que se llevan a cabo
en casos de violencia suelen priorizar uno de los dos
factores sin tener en cuenta la relación que ambos
guardan y la afección que se procesan mutuamen-
te. Así, por ejemplo, en 2016 se iniciaba un proyecto
de prevención específica en instituciones peniten-
ciarias españolas que consistía en la estimulación
eléctrica cerebral a 41 hombres internos, siendo 15
de ellos homicidas, es decir, tratando únicamente el
factor biológico de la agresividad. El experimento
se llevó a cabo por la psicóloga Raquel Martín para
su tesis doctoral y supervisado por Guadalupe Na-
thzidy Rivera, de la Universidad Autónoma de Baja
California, en México, y por el psicólogo Andrés Mo-
lero, de la Universidad de Huelva. Este último expli-
caba ante los medios que “la estimulación eléctrica
tiene un potencial de uso muy alto” mostrando re-
ducciones en la agresividad de hasta un 37% y que,
por supuesto, los presos que se estaban sometien-
do a las sesiones se habían ofrecido voluntariamen-
te26. Como explica Martín en su publicación sobre
el estudio para la revista Neuroscience, el experimen-
to consistía en, primeramente, la utilización de una
versión española del Buss-Perry Agression Question-
naire (BAQ) en las que se encuentran 40 ítems que
consisten en afirmaciones de tipo “si se me provo-
ca lo suficiente, puedo golpear a otra persona” a lo
que los presos debían responder con un número de
una escala del 1 al 5 en la que 1 significa “extremada-
mente poco característico para mí” y 5 “extrema-
damente característico para mí”. La BAQ se divide
en tres escalas, midiendo la agresión física, la ira, la
agresión verbal y la hostilidad. Tras esto, y median-
te la colocación de unos electrodos en el cráneo, se
procede a la estimulación transcraneal hasta alcan-
zar la corteza prefrontal para lograr la estimulación
de esta. Estas sesiones, de una duración de media
hora, se repetían durante tres días en tres ocasio-
nes5. Los resultados mostraron un descenso de la
agresividad subjetiva de los participantes, resaltan-
do tres aspectos fundamentales:
Con tres sesiones de estimulación transcra-
neal en la corteza prefrontal bilateral, se re-
dujo la agresividad medida reportada en el
autorregistro.
El efecto se puede observar en todas las di-
mensiones de la BAQ en la muestra com-
puesta por homicidas.
En la muestra compuesta por delincuentes
agresivos no homicidas, el efecto se observó
en 3 de las 4 escalas que componen el BAQ.
A pesar de los buenos resultados en la prime-
ra fase ya realizada del experimento, y estando
aprobada la segunda por las autoridades peniten-
ciarias, a inicios de 2019 se decidió la paralización
cautelar del proyecto. Igualmente, no se han eva-
luado de forma total las características relevantes
de la aplicación, así como sus efectos en situacio-
nes agresivas reales o en síndromes clínicos, por lo
que su utilidad todavía ha de considerarse relativa.
Por otro lado, la criminología guarda diferentes
tipos de prevención dedicados al factor ambien-
tal25. Por ejemplo, la prevención medioambiental
asume, siguiendo las teorías de la elección racional
y de la oportunidad, que los delincuentes piensan
y actúan igual que cualquier otro ciudadano. Por
ello, su modo de plantear la prevención es elimi-
nando aquellos objetos que hacen de alguna ma-
nera “fácil” al delincuente el hecho de delinquir, o
haciendo más notables las consecuencias de ello.
Según Clarke existirían tres estrategias para pre-
venir la delincuencia: incrementar el esfuerzo que
requiere el hecho de delinquir (endureciendo los
objetivos, estableciendo control de acceso, des-
viación de transgresores, control de facilitadores),
incrementar el riesgo (vigilancia formal o natural)
y reducir la ganancia (desplazamiento de objeti-
vos, reducción de tentaciones) 25.
182 Revista Iberoamericana de Neuropsicología Vol. 3, No. 2, julio-diciembre 2020.
Teniendo en cuenta lo mencionado anterior-
mente acerca de los factores de riesgo, otro tipo
de prevención interesante para tratar los proble-
mas de agresividad y delincuencia son los progra-
mas de intervención temprana. Estos programas
consisten en el trabajo con niños para la mejora
de sus competencias emocionales y sociales, así
como la mejora de su ambiente de aprendizaje. El
ámbito de implantación suele ser dentro del en-
torno familiar o en la escuela, y la duración es al
menos de dos años, integrando en la intervención
tanto a padres como profesores, sea cual sea el
ámbito en el que se aplique. Su base teórica se
fundamenta en la psicología del aprendizaje social
utilizando estrategias de enriquecimiento cogniti-
vo y autocontrol. De esta manera se quieren redu-
cir los factores de riesgo que estén presentes en
el joven y crear un ambiente propicio de desarrollo
en el que se incrementen los factores de protec-
ción posiblemente existentes25.
En conclusión, consideramos que indagar aún
más en los tipos de prevención tanto a nivel bioló-
gico como ambiental, y combinarlos en un modelo
integrado de prevención que conozca y trate la inte-
racción que se da entre organismo y ambiente a lo
largo de todo el ciclo vital, sin duda guiará las orien-
taciones futuras en este campo de la criminología.
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com/elpais/2019/03/07/ciencia/1551986342_958204.html
... Los hallazgos que se obtuvieron en esta investigación guardan coherencia con estudios previos que resaltan la prevalencia de la conducta agresiva en la adolescencia (Andreu et al., 2013;Cruz et al., 2014;Redondo et al., 2016;Roncero et al., 2016;Crespo, Romero, Martínez y Musitu, 2017;Pronina & Gerasimova, 2018;Rosser et al., 2018). Estos resultados llevan a relacionar a la agresividad como una característica típica o probable durante esta etapa de la vida, propiciada por una inmadurez en componentes neuropsicológicos (Puiu et al., 2018;Tangarife-Calero & Ibáñez-Alfonso, 2020) que involucra elementos fisiológicos, experienciales y de desarrollo. En este sentido, la inestabilidad emocional, la impulsividad como mecanismo para resolver la tensión a los problemas de forma rápida, el déficit en la atención a detalles o alternativas que pueden permitir resolver funcionalmente los conflictos, la aplicación de estrategias de afrontamiento improductivas, la búsqueda de autonomía y desafío de la autoridad, la necesidad de aprobación social para lo cual muchas veces emplean el uso del poder sobre los otros, el menor nivel de control cognitivo de la impulsividad, y la falta de empatía, son factores que han identificado otros investigadores en la población adolescente que desde una perspectiva analítica pueden relacionarse a la conducta agresiva (Mestre et al., 2012;Arias, 2013;Talavera, 2016;Castañeda et al., 2017). ...
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Introducción: La agresividad es una variable que se ha venido asociando a problemas sociales y clínicos; a su vez, se ha estimado un incremento de la misma denotando un riesgo mayor en población infanto-juvenil. Objetivo: Describir las características de la conducta agresiva y variables psicosociales asociadas (tipo de relaciones familiares y antecedentes personales), en una muestra de 351 adolescentes ente 12 y 17 años de edad de la ciudad de Bucaramanga y su área metropolitana. Método: Es una investigación cuantitativa de alcance descriptivo transversal. Se empleó un Cuestionario “Ad hoc” y el Cuestionario de Agresividad Premeditada e Impulsiva en Adolescentes (Andreu, 2010), los cuales se aplicaron de forma autoadministrada desde un muestreo no probabilístico. Los resultados se obtuvieron a través del programa estadístico SPSS, realizando un análisis estadístico de medidas de tendencia central y Chi cuadrado. Resultados: Se identificó que la agresividad es frecuente en los adolescentes, especialmente de tipo impulsiva (33 %), y predominando en las mujeres (premeditada= 25,4 %; impulsiva= 37,3 %). Los adolescentes con agresividad impulsiva alta se caracterizaban por menor edad (12 años= 7,7 %) y menor nivel académico (séptimo grado o menos= 14,8 %). De forma genérica, quienes tenían agresividad alta, tenían relación distante desde lo afectivo y físico con el padre, y antecedentes de haber tenido problemas con otros por ejercer la agresión. Conclusión: Los hallazgos comprueban la frecuencia de la agresividad en la adolescencia, y llevan a reflexionar sobre posibles cambios en los roles sociales sobre la expresión de las emociones. Es fundamental estudiar la relación de la agresividad con la impulsividad, la edad, la dinámica relacional con los padres, con el fin de brindar mayores aportes en el desarrollo de estrategias de prevención de la conducta disfuncional asociada a la agresividad.
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La dependencia emocional es un recurso desadaptativo en la creación de vínculos emocionales los cuales se espera por el individuo sean estables y sólidos; la agresividad es una respuesta conductual nociva donde se toma en consideración la intencionalidad, intervención de juicios y/o las prácticas sociales. En el diseño metodológico se establece la estrategia, de una investigación transversal, no experimental correlacional. En una población constituida por 202 estudiantes de bachillerato entre los 14 a 18 años de edad, misma que pertenece a 103 mujeres correspondiente al (51.0%) y 99 hombres representando al (49.0%), de tal forma se realizó la aplicación de reactivos psicológicos como el Cuestionario de Dependencia Emocional (CDE) propuesta por (Lemos y Londoño, 2006) y la Escala de Agresividad (AQ) de (Bussy y Perry, 1992), los resultados demostraron que no existe una correlación entre la dependencia emocional y la agresividad con un valor de (p<0.05, p=,560), siendo el objetivo determinar la correlación entre la dependencia emocional y la agresividad. Sin embargo, en la muestra de estudio se obtuvo puntuaciones elevadas relacionadas con la agresividad en la cual el (61.4 %) puntúa un nivel muy alto; por otro lado, los niveles de dependencia emocional se encuentran dentro del rango medio-bajo.
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Psychopathy is a personality type characterized by both callous emotional dysfunction and deviant behavior that affects society in the form of actions that harm others. Historically, researchers have been concerned with seeking data and arguments to support a neurobiological foundation of psychopathy. In the past few years, increasing research has begun to reveal brain alterations putatively underlying the enigmatic psychopathic personality. In this review, we describe the brain anatomical and functional features that characterize psychopathy from a synthesis of available neuroimaging research and discuss how such brain anomalies may account for psychopathic behavior. The results are consistent in showing anatomical alterations involving primarily a ventral system connecting the anterior temporal lobe to anterior and ventral frontal areas, and a dorsal system connecting the medial frontal lobe to the posterior cingulate cortex/precuneus complex and, in turn, to medial structures of the temporal lobe. Functional imaging data indicate that relevant emotional flow breakdown may occur in both these brain systems and suggest specific mechanisms via which emotion is anomalously integrated into cognition in psychopathic individuals during moral challenge. Directions for future research are delineated emphasizing, for instance, the relevance of further establishing the contribution of early life stress to a learned blockage of emotional self-exposure, and the potential role of androgenic hormones in the development of cortical anomalies.
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Purpose of review: Criminal behavior occurs in previously law-abiding neurological patients, including patients with traumatic brain injury, focal brain lesions, and dementia. Neuroimaging abnormalities in these patients allow one to explore the potential neuroanatomical correlates of criminal behavior. However, this process has been challenging because (1) It is difficult to determine the temporal relationship between criminal behavior and neurological disease onset; (2) Abnormalities in several different brain regions have been associated with criminal behavior; and (3) It is difficult to quantify neuroimaging abnormalities in individual subjects. Recent findings: Recent studies have begun to address these concerns, showing that neuroimaging abnormalities in patients with criminal behavior localize to a common brain network, rather than a single specific brain region. New methods have been developed to identify atrophy patterns in individual patients, but have not yet been used in neurological patients with criminal behavior. Future advances will be important for making sure that neuroimaging data is used in a responsible manner in legal cases involving criminal behavior.
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Background In-vivo observations of neural processes during human aggressive behavior are difficult to obtain, limiting the number of studies in this area. To address this gap, the present study implemented a social reactive aggression paradigm in 29 healthy men, employing non-violent provocation in a two-player game to elicit aggressive behavior in fMRI settings. Results Participants responded more aggressively after high provocation reflected in taking more money from their opponents. Comparing aggression trials after high provocation to those after low provocation revealed activations in neural circuits involved in aggression: the medial prefrontal cortex (mPFC), the orbitofrontal cortex (OFC), the dorsolateral prefrontal cortex (dlPFC), the anterior cingulate cortex (ACC), and the insula. In general, our findings indicate that aggressive behavior activates a complex, widespread brain network, reflecting a cortico-limbic interaction and overlapping with circuits underlying negative emotions and conflicting decision-making. Brain activation during provocation in the OFC was associated with the degree of aggressive behavior in this task. Conclusion Therefore, data suggest there is greater susceptibility for provocation, rather than less inhibition of aggressive tendencies, in individuals with higher aggressive responses. This further supports the hypothesis that reactive aggression can be seen as a consequence of provocation of aggressive emotional responses and parallel evaluative regulatory processes mediated mainly by the insula and prefrontal areas (OFC, mPFC, dlPFC, and ACC) respectively. Electronic supplementary material The online version of this article (doi:10.1186/s12868-017-0390-z) contains supplementary material, which is available to authorized users.
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Studies on antisocial personality disorder (ASPD) subjects focus on brain functional alterations in relation to antisocial behaviors. Neuroimaging research has identified a number of focal brain regions with abnormal structures or functions in ASPD. However, little is known about the connections among brain regions in terms of inter-regional whole-brain networks in ASPD patients, as well as possible alterations of brain functional topological organization. In this study, we employ resting-state functional magnetic resonance imaging (R-fMRI) to examine functional connectome of 32 ASPD patients and 35 normal controls by using a variety of network properties, including small-worldness, modularity, and connectivity. The small-world analysis reveals that ASPD patients have increased path length and decreased network efficiency, which implies a reduced ability of global integration of whole-brain functions. Modularity analysis suggests ASPD patients have decreased overall modularity, merged network modules, and reduced intra- and inter-module connectivities related to frontal regions. Also, network-based statistics show that an internal sub-network, composed of 16 nodes and 16 edges, is significantly affected in ASPD patients, where brain regions are mostly located in the fronto-parietal control network. These results suggest that ASPD is associated with both reduced brain integration and segregation in topological organization of functional brain networks, particularly in the fronto-parietal control network. These disruptions may contribute to disturbances in behavior and cognition in patients with ASPD. Our findings may provide insights into a deeper understanding of functional brain networks of ASPD.
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Recent neuroimaging work has suggested that aggressive behaviour (AB) is associated with structural and functional brain abnormalities in processes subserving emotion processing and regulation. However, most neuroimaging studies on AB to date only contain relatively small sample sizes. To objectively investigate the consistency of previous structural and functional research in adolescent AB, we performed a systematic literature review and two coordinate-based activation likelihood estimation meta-analyses on eight VBM and nine functional neuroimaging studies in a total of 783 participants (408 [224AB/184 controls] and 375 [215 AB/160 controls] for structural and functional analysis respectively). We found 19 structural and eight functional foci of significant alterations in adolescents with AB, mainly located within the emotion processing and regulation network (including orbitofrontal, dorsomedial prefrontal and limbic cortex). A subsequent conjunction analysis revealed that functional and structural alterations co-localize in right dorsomedial prefrontal cortex and left insula. Our results are in line with meta-analytic work as well as structural, functional and connectivity findings to date, all of which make a strong point for the involvement of a network of brain areas responsible for emotion processing and regulation, which is disrupted in AB. Increased knowledge about the behavioural and neuronal underpinnings of AB is crucial for the development of novel and implementation of existing treatment strategies. Longitudinal research studies will have to show whether the observed alterations are a result or primary cause of the phenotypic characteristics in AB.
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The goal of this article is to provide a selective and targeted review of the neuroimaging literature on psychopathic tendencies and antisocial behavior and to explore the extent to which this literature supports recent cognitive neuroscientific models of psychopathy and antisocial behavior. The literature reveals that individuals who present with an increased risk for reactive, but not instrumental, aggression show increased amygdala responses to emotionally evocative stimuli. This is consistent with suggestions that such individuals are primed to respond strongly to an inappropriate extent to threatening or frustrating events. In contrast, individuals with psychopathic tendencies show decreased amygdala and orbitofrontal cortex responses to emotionally provocative stimuli or during emotional learning paradigms. This is consistent with suggestions that such individuals face difficulties with basic forms of emotional learning and decision making.
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Reduced activity of the frontal lobes, and particularly of the prefrontal cortex, has been related with violent behavior, aggression and crime. The causal importance of prefrontal cortex activity for aggressive behaviors and the self-perception of aggressiveness needs however to be clarified. The aim of this study was to explore the effect of an anodal transcranial direct current stimulation protocol (tDCS, 1.5 mA, 15 min), which, according to previous studies, enhances cortical excitability, applied bilaterally over the prefrontal cortex on self-reported aggressiveness. Two imprisoned violent offender cohorts, discerned by the degree of aggressiveness (murderers vs. non-murderers), were included in this single-blind sham-controlled study. Self-reported aggressiveness was recorded before and after 3 tDCS sessions (one session per day). Four dimensions of aggression were evaluated by means of the standardized Buss-Perry Aggression Questionnaire (BAQ). In both inmate groups the results revealed an aggression-reducing effect of tDCS on the Physical aggression, Anger, and Verbal aggression dimensions of the BAQ. In the Hostility dimension, tDCS significantly reduced aggression only in the group of murderers. These results suggest that modulation of prefrontal cortex excitability by 3 consecutive sessions of tDCS reduces self-reported aggressiveness similarly in murderer and non-murderer samples.
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For over 200 years, Western courts have considered pleas of "not guilty by reason of insanity" (NGRI) for defendants in possession of a mental defect rendering them unable to understand the wrongfulness of their act. Until recently, determining the mental state of a defendant has fallen largely upon the shoulders of court psychologists and experts in psychiatry for qualitative assessments related to NGRI pleas and mitigation at sentencing. However, advances in neuroscience--particularly neurological scanning techniques such as magnetic resonance imaging (MRI), functional magnetic resonance imaging (fMRI), computed tomography scanning (CT), and positron emission tomography scanning (PET)--may provide additional, pertinent biological evidence as to whether an organically based mental defect exists. With increasing frequency, criminal defense attorneys are integrating neuroimaging data into hearings related to determinations of guilt and sentencing mitigation. This is of concern, since not all brain lesions and abnormalities indicate a compromised mental state that is relevant to knowing whether the act was wrong at the time of commission, and juries may be swayed by neuroscientific evidence that is not relevant to the determination of the legal question before them. This review discusses historical and modern cases involving the intersection of brain lesions and criminality, neuroscientific perspectives of how particular types of lesions may contribute to a legally relevant mental defect, and how such evidence might best be integrated into a criminal trial.