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CIUDADES, 23 (2020): pp. 207-222
ISSN-E: 2445-3943
Renovación de La Habana: ¿un nuevo espacio para los
habitantes?
Havana’s renovation: a new place for the inhabitants?
JANICE ARGAILLOT
Doctora en estudios hispánicos
Maître de Conférences
Université Grenoble Alpes (Grenoble, Francia)
janice.argaillot@univ-grenoble-alpes.fr
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-9896-7185
Recibido/Received: 18-06-2019; Aceptado/Accepted: 08-04-2020
Cómo citar/How to cite: Argaillot, Janice (2020): “Renovación de La Habana: ¿un nuevo espacio para
los habitantes?”, Ciudades, 23, pp. 207-222. DOI: https://doi.org/10.24197/ciudades.23.2020.207-222
Este artículo está sujeto a una licencia “Creative Commons Atribución-No Comercial 4.0
Internacional” (CC BY-NC 4.0) / This article is under a “Creative Commons License: Attribution-
NonCommercial 4.0. International” (CC BY-NC 4.0)
Resumen: Este trabajo pretende ofrecer un breve panorama de la relación entre la renovación de la
ciudad de La Habana y la inclusión de sus habitantes en un proceso político, que también supone una
inclusión social. Se trata pues de enfocar Cuba y más concretamente su capital como modelo de “co-
reconstrucción” de un espacio cotidiano, que también refleja la participación de los habitantes en una
Revolución que el Período Especial había debilitado.
Palabras clave: La Habana, renovación, Revolución, patrimonio, identidad.
Abstract: This paper aims to provide a brief overview of the relationship between the renovation of the
city of Havana and the inclusion of its inhabitants in a political process, which also implies social
inclusion. It is therefore about focusing Cuba and more precisely its capital as a model of “co-
reconstruction” of a daily space, which also reflects the participation of the inhabitants in a Revolution
that the Special Period had weakened.
Keywords: Havana, renovation, Revolution, heritage, identity.
El objetivo del presente trabajo es abordar, desde el punto de vista
urbanístico y social, el nuevo siglo que se ha abierto para Cuba después del
Periodo Especial, que golpeó de manera significativa a los habaneros (quizás
aún más que a los rurales). En efecto, las penurias de toda índole de los años
noventa, inducidas por la caída del aliado soviético, supusieron una pérdida
temporal de dinamismo en el proceso de recuperación de la ciudad de La
Habana, y en la renovación de varios barrios. La capital cubana simboliza la
manera en que la isla atraviesa las crisis desde los inicios de la Revolución, y
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muy pronto se pudo observar un segundo aliento en su renovación. Por lo tanto,
intentaremos presentar la relación “especial” entre los habitantes y su ciudad en
un país tan peculiar por su historia y sistema político, poniendo de relieve el
compromiso ciudadano en las obras de restauración de los edificios de la capital
cubana. De esta manera, veremos cómo la renovación de La Habana se
transformó en una metáfora de la Revolución que se debía igualmente preservar,
y cómo las obras de restauración permitieron conectar de nuevo a los habitantes
con su ciudad, y tal vez con su gobierno.
Así, nos parece imprescindible presentar primero un repaso de las
principales etapas recientes de recuperación de la ciudad, para concentrarnos
después en la participación de los habitantes y en los lazos entre patrimonio y
Revolución.
En efecto, la participación ciudadana en las obras de restauración
habaneras ha sido destacada una y otra vez por especialistas mundiales,
transformando la mayor ciudad de la isla en un ejemplo, y la recuperación de La
Habana en un puente con el mundo exterior. Y es que no se puede prescindir del
contexto político en el que se realiza la integración urbana en La Habana;
contexto político que, sin duda más que en otros espacios, marca el contexto
cotidiano de la población. Por eso, queremos dar una visión global de lo que la
renovación de la capital acarrea para sus habitantes, que pueden ser una
herramienta de las políticas gubernamentales o actores del proceso de
restauración. A partir de la implicación de la población, se dibuja la relación
entre ella y “su” ciudad. Pero el objetivo es, precisamente, saber si la
reconstrucción de barrios permite la reconstrucción de una identidad cubana, el
refuerzo de las relaciones sociales, y, sobre todo, una verdadera apropiación del
nuevo espacio urbano por parte de los vecinos.
1. EL PERIODO ESPECIAL, MOMENTO BISAGRA PARA LA SALVAGUARDA
DE LA HABANA
Queremos insistir en que nuestro estudio no pretende presentar una historia
completa de la renovación de La Habana. Al contrario, hemos elegido
enfocarnos en la contemporaneidad, y pensar en el inicio del siglo XXI como en
una ruptura con los años de crisis aguda del Periodo Especial (1993-1994)
1
. En
efecto, para evocar la capital de los años noventa, el intelectual Eduardo del
Llano evocaba “una Habana que parec[ía] un suburbio de sí misma” (Dilla,
2014: 198), y el escritor Lichi Diego “lamentaba una ciudad rota, cuyo signo
distintivo era el derrumbe” (Dilla, 2014: 198). Frente a los problemas acaecidos
en el Período Especial, el Gobierno decidió implicar a la población fuera de los
1
Con este nombre se conoce el período en el que la isla entró a principios de los años
noventa –cuyo fin todavía no ha sido anunciado oficialmente en el día de hoy– y que significó una
serie de medidas de austeridad destinadas a preservar la economía de la isla, con el fin de
mantener una cohesión social y de salvar, o al menos salvaguardar, el sistema revolucionario.
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“canales estatales institucionalizados” en los que había sido mantenida, y
promovió nuevas formas de participación de las comunidades en la gestión de
su vida cotidiana, comunidades “al amparo de las cuales surgen algunas
prácticas participativas que expresan una reelaboración de las nociones de
solidaridad y de lo colectivo” (Rojas, Bobes & Chaguaceda, 2018: 102). Se
percata de qué manera la crisis significó para los cubanos, en cierta medida, la
aparición de un espacio nuevo o renovado de expresión: en la práctica ya no
solo colectiva, sino también participativa de la reelaboración de la ciudad y de
sus funciones; cada uno pudo encontrar su sitio (como lo prueba el desarrollo de
la agricultura urbana).
Entre las ciudades en las que se afirmaron estas nuevas praxis, La Habana
se destacó como ejemplar. Sin embargo, cabe apuntar que la reflexión alrededor
de la conservación de La Habana se remonta a mucho más lejos. En efecto, no
tenemos que olvidar que la Revolución fue sinónimo de mutaciones profundas
para los entonces habitantes de La Habana, primero con la ola de
expropiaciones y confiscación de bienes inmobiliarios que pasaron a manos del
Estado, y más tarde con la aparición de las preocupaciones por la recuperación
del casco histórico.
Así, en 1980 nació un grupo nacional de trabajo, responsable de delimitar
el perímetro de la zona que se tenía que restaurar, de planificar las obras y de
poner en marcha planes para la conservación de lo existente. Ya desde ese
momento, la población cubana venía relacionada con el proceso de restauración
del espacio urbano a través de las microbrigadas. Estas se presentaron como
“colectivos de obreros corresponsales con el Estado de la construcción de sus
viviendas” (Rojas, Bobes & Chaguaceda, 2018: 103), que participaron de
manera decisiva (para bien o para mal, sería la pregunta) a dar una nueva figura
a la capital. En realidad, las microbrigadas tenían principalmente que aplicar
políticas diseñadas desde arriba, por lo que se podría decir que su uso por el
gobierno cubano era solo una facilidad, una manera de esconder la falta de
recursos para emplear a profesionales.
Los años ochenta correspondieron realmente a una efervescencia alrededor
de La Habana, ya que en 1981 se estableció desde el Gobierno un Plan de
Restauración de cinco años, apoyado por la Oficina del Historiador de La
Habana (fundada por su parte en 1938). En 1982, la UNESCO inscribió La
Habana Vieja y sus fortificaciones en la lista del Patrimonio Mundial.
Evidentemente, esto dio mayor importancia a la Oficina del Historiador, así
como a su director, Eusebio Leal, y el paisaje de la ciudad vieja empezó a
modificarse notablemente. No obstante, el Plan Maestro para la Revitalización
Integral de La Habana Vieja, que según su sitio web se impulsó “con el objeto
de estudiar la problemática del Centro Histórico y dictar las estrategias y
acciones para su recuperación”, se creó en 1994, o sea, en medio del Período
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Especial
2
. Esto muestra otra vez la voluntad renovada del Gobierno cubano de
salvaguardar la capital de la isla en un momento en que se debía luchar también
para salvaguardar la Revolución.
Con el impulso de las autoridades, los mayores problemas a nivel de la
vivienda se identificaron en el centro de La Habana. En efecto, por haber sido
los primeros edificios en ser construidos, los de La Habana Vieja y Centro
Habana empezaron a dar señales alarmantes de deterioro
3
. Es muy conocido el
mal estado de los inmuebles de Centro Habana, pero también el de su
infraestructura y el de los pocos espacios de vida social (como parques) de los
que se beneficia (Rey, 2012).
Naturalmente, se ha criticado la inversión casi exclusiva del Gobierno
cubano en La Habana Vieja mediante la actuación de la Oficina del Historiador,
y como en numerosos otros países, la cuestión de la dicotomía centro/periferia
se ha planteado con fuerza en Cuba. Pero cabe recordar que la falta de servicios
básicos era más importante y que todos los índices de precariedad (recursos
financieros de los habitantes, enfermedades…) alcanzaban sus cifras más altas
en el barrio de Centro Habana durante los años noventa.
Además, en la actualidad, los apagones siguen siendo más numerosos y
duran más tiempo en Centro Habana o La Habana Vieja que en otros
municipios, se podría calificar como sorprendente en un país revolucionario y
socialista, cuyo credo es la igualdad. Del mismo modo, el hacinamiento fue
particularmente significativo en el centro de la capital, donde aparecieron
“solares” (fragmentación en varias viviendas de antiguos inmuebles lujosos) o
“barbacoas” (plataforma construida en el interior de una vivienda ya existente).
En efecto, a pesar del esfuerzo del gobierno para construir en la periferia de la
ciudad durante los primeros años de la Revolución, el control total impuesto por
este último no permitió a la población instalarse realmente en las afueras de La
Habana. Este control evitó en paralelo la aparición de chabolas, que caracterizan
a muchas otras ciudades latinoamericanas, lo que significó para ciertos
investigadores que “la ciudad no tuvo más opción que tragarse su pobreza,
escondiéndola en una infinidad de ciudadelas superpobladas” (Dilla, 2014:
199).
No obstante, no se puede negar la preocupación del Gobierno por espacios
más allá del casco histórico de la ciudad. Por supuesto, por su potencial de
atracción de los turistas, La Habana Vieja ha sido objeto de muchas
consideraciones. Pero el esfuerzo sobrepasó los límites de la ciudad histórica:
2
Consultar en: http://www.planmaestro.ohc.cu/index.php/quienes-somos/historia (fecha de
referencia: 01-04-2020).
3
Véanse los mapas editados por la UNESCO en:
https://whc.unesco.org/fr/list/204/multiple=1&unique_number=225 (fecha de referencia: 01-04-
2020).
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“El deterioro de los barrios periféricos, la inexistencia de servicios, la progresiva
y desordenada sustitución de lo rural por lo urbano, son procesos invertidos a partir de
una recuperación estético-funcional, a través de la integración territorial alcanzada por
medio de las áreas verdes y las estructuras del tiempo libre –el Bosque de La Habana,
el Parque Metropolitano y el parque ‘Lenin’ en la represa de Paso Seco– en una
síntesis dialéctica entre espacio rural y espacio urbano, entre centros de trabajo y
centros de recreación.” (Segre, 1996: 291)
Por otro lado, se reconoció que el “Malecón tradicional” era una zona
particularmente azotada por daños debidos al clima y por la falta de
mantenimiento, además de concentrar a unos 7.021 habitantes en un kilómetro y
medio de longitud (Puga & González, 2018). De la misma manera, el Programa
de Rehabilitación Integral del Barrio de San Isidro “ha permitido la
construcción o reparación de más de un centenar de viviendas de carácter social
y el mejoramiento de las condiciones de vida de unas 800 personas” (Palet,
Sardinas & García, 2008: 78).
Así, vemos que diferentes espacios de la ciudad fueron investigados para
intentar lograr un proceso de conservación que no olvidase a nadie, y que
hiciera de la integración su lema. A pesar de todo, es de notar el incumplimiento
de los derechos a “la movilidad y residencia libres dentro del territorio”, ya que,
para mudarse, los Cubanos “deben pedir permisos estatales que sólo se dan por
razones de empleo gubernamental en los nuevos lugares de residencia” (Rojas,
Bobes & Chaguaceda, 2018: 102), o realizar una “permuta”, un intercambio de
domicilio. Esto se debe, en parte, a la Ley General de la Vivienda de 1984, que
hizo del 85% de la población el propietario de su vivienda, cuando antes de la
Revolución la inmensa mayoría pagaba alquileres que constituían una
importante parte de sus gastos.
Esta situación también configura la fisonomía de la ciudad, puesto que
relaciona de manera muy fuerte a los habitantes con su espacio de residencia,
pero al mismo tiempo puede convertir la vivienda en un lugar casi de reclusión.
Al convertir el hábitat en una cárcel que ya no acoge de manera adecuada a la
familia y sus evoluciones, y que en consecuencia ya no es un “hogar”, las
autoridades no han contribuido a motivar a la población para mejorar su entorno
mediante la renovación.
Asimismo, rehabilitar la ciudad y crear nuevos espacios conlleva nuevas
problemáticas, como la interconexión entre dichos espacios. En La Habana, el
tema de los desplazamientos urbanos aparecía acuciante en el cambio de siglo.
En efecto, después de la situación crítica de los años noventa, durante la cual
muchos habaneros tuvieron que ir al trabajo andando, en bicicleta o utilizando
atelajes de bueyes o asnos, el desarrollo de los transportes en la capital cubana
era fundamental. No obstante, implicaba otros problemas, ya que significaba
dejar una huella ecológica más importante, y el gobierno cubano ha mencionado
más de una vez su interés por la preservación del planeta.
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Así, el desafío parece ser el de la reconstrucción de una ciudad herencia del
pasado, inscribiéndola en el futuro. Aparece pues la idea de una ciudad
sustentable, o sea, de un espacio de vida agradable para sus habitantes, pero que
sea también benéfico para la humanidad. Sin embargo, hay que pensar en los
costes de la implantación de políticas de desarrollo social y ambiental, a la vez
inclusivas y sostenibles. Por supuesto, se podría decir que la población puede
ser una herramienta potente a la vez que “barata”. Pero lo importante aquí es
que, lejos de interesar únicamente al medio ambiente, la sustentabilidad se
relacione también con el bienestar, la participación ciudadana y, en cierta
medida, con la equidad preconizada por la Revolución.
2. LOS HABITANTES: ¿ACTORES DE LAS OBRAS DE RESTAURACIÓN?
Los primeros años de la Revolución significaron para la isla la pérdida de
una parte de su sociedad civil, y especialmente para La Habana, con la
emigración de parte del alma de la ciudad; pero también la pérdida de talentos
que hubieran podido ayudar a la preservación de la ciudad. La frase de Fidel
Castro, pronunciada durante un discurso de 1961, “dentro de la Revolución
todo; contra la Revolución, nada”, ilustra efectivamente la política oficial en
cuanto a arte y cultura. Se puede afirmar que “el nuevo sistema no permitía
competencias fuera del Estado en la asignación de recursos y valores y la
producción ideológica” (Dilla, 2014: 193).
Más tarde, al iniciarse el Periodo Especial, y debido a la situación
económica del país, los habitantes de las ciudades cubanas “cayeron en la
misma situación de tener que enfrentar por cuenta propia el mantenimiento y
reparación de sus viviendas sin los recursos necesarios para hacerlo, y sin que
las empresas estatales designadas para eso pudieran asimilar la enorme demanda
acumulada” (Coyula, 2007: 371). De este modo, la renovación del espacio
urbano fue una reinterpretación constante de la creatividad desarrollada por los
cubanos durante el Período Especial, ilustrada por el verbo “resolver”
conjugado en todos los tiempos. Además, la crisis de los años noventa
desembocó en un empoderamiento de la población que, si bien fue forzado,
permitió una nueva conexión entre los habaneros y su ciudad, hasta desembocar
en una verdadera participación ciudadana en la renovación de la capital.
Evocar la “participación ciudadana” puede sorprender hablando de Cuba,
ya que su sistema político parece haber dejado poco espacio de expresión a los
ciudadanos. Pero se debe señalar que, después de una fase fundacional que los
especialistas sitúan en la década de los noventa, la sociedad civil cubana ha
conocido “una etapa de consolidación, que arrancó con el nuevo siglo” (Rojas,
Bobes & Chaguaceda, 2018: 105). Bien se ve, pues, que el siglo XXI significó
un giro (aunque modesto) para la población cubana, y que la aparición de este
nuevo actor que constituye la sociedad civil permitió una nueva actuación de los
habitantes para con su entorno. En efecto, ya no se trataba solamente de
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obedecer órdenes o de aplicar políticas centrales, sino más bien de pensar
colectivamente, pero con la fuerza de la unión de las individualidades, en la
renovación del lugar de vida compartido.
Cabe subrayar la importancia de la participación ciudadana en las obras de
renovación de la ciudad, puesto que “participación” ya significa que el
ciudadano ha tomado conciencia de que no es un mero espectador de la vida
política, y que los políticos, por su parte, tomen en cuenta y consideren las ideas
de actores no estatales. Es, precisamente, su participación en la definición de las
políticas públicas lo que convierte una población en pueblo, ya que en la
participación se relacionan ciudadanía e identidad. En el caso particular de la
preservación del patrimonio, la participación ciudadana alcanza una importancia
singular, en la medida en que salvaguardar un patrimonio significa defender una
cultura y una identidad, a la vez plural y compartida. El hecho de que este
patrimonio sea tangible e inmueble también es importante, y la transmisión de
una cultura y de un patrimonio “visible”, directamente “perceptible”, es
relevante para la supervivencia de la identidad cultural (local y nacional).
Así, en Cuba se plantea la renovación de las ciudades, y particularmente de
los centros históricos, como una coparticipación entre Estado y población. Se
presenta oficialmente este proceso como una lucha común y, finalmente, como
un vínculo entre el Gobierno y los habitantes, después de una crisis que había
alejado a los cubanos del proceso revolucionario. Más aún, se presenta el
proceso de renovación como una emanación de los deseos del pueblo, que tiene
que sentirse en total conexión con las obras para que el proceso sea exitoso: “En
el centro histórico se establece como principio que la población residente
conviva junto a sus valores, sea parte de ellos, sienta suya la restauración y
participe en ella” (Palet, Sardinas & García, 2008: 66). Esto hizo que la
UNESCO publicara en el 2019 en su sitio web un artículo que menciona: “Hace
ya unos 30 años que La Habana Vieja está experimentando un renacimiento
excepcional gracias a los denodados esfuerzos de sus habitantes, la férrea
determinación del historiador de la ciudad y la firme voluntad de los poderes
públicos” (Šopova, 2019).
Además, se ha puesto de relieve la voluntad de las autoridades cubanas de
no expulsar a los habitantes “originales” de los barrios intervenidos, lo que debe
evitar el “aburguesamiento” de los espacios renovados. De esta manera, en la
zona del Malecón, los domicilios intervenidos volvieron a acoger a sus
habitantes originales una vez acabado el proceso de restauración (Puga &
González, 2018). Los habitantes desplazados lo son cuando no queda más
remedio, la decisión de mudarse se basa en el voluntariado “y se lleva a cabo de
común acuerdo con los vecinos, con los cuales se negocian las posibles
soluciones” (Palet, Sardinas & García, 2008: 66).
No obstante, a pesar de la voluntad manifiesta, se perciben desde unos años
“procesos de gentrificación o elitización [en] Miramar o incluso en la Habana
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Vieja, zonas de donde han comenzado a ser expulsadas poblaciones que
prefieren ceder espacio habitable, ventajosa localización y estatus social a
cambio de convertir estas ventajas en recursos financieros” (Dilla, 2014: 6). De
esta manera, la implicación de la población en la renovación de su ciudad no
significa que no pueda ser despojada del patrimonio que contribuye a
salvaguardar. De este modo, se puede decir que no todos los habaneros se
benefician de las obras de recuperación de la ciudad, y, sobre todo, no todos de
la misma manera.
Igualmente, la creación de nuevos servicios y la aparición de nuevas
funciones se han pensado, oficialmente, para mejorar la vida cotidiana de los
habitantes. Se trata, pues, de un proceso que se presenta como global, justo,
equitativo y fluido, ya que parece hacerse sin daños y de manera casi natural.
Pero no todos los cubanos tienen los mismos recursos, sobre todo desde la
aparición del sistema de doble moneda (CUC, peso convertible cubano
indexado en el valor del dólar estadounidense, y CUP, moneda nacional de poco
valor y que no permite comprar en los almacenes destinados a los turistas). De
hecho, no todos podrán disfrutar de igual manera de los nuevos espacios
creados en la ciudad, y esto puede intensificar el sentimiento de injusticia que
reina en ciertos sectores de la sociedad cubana. En este sentido, estos nuevos
servicios, pensados para incluir y favorecer el intercambio, aumentan
finalmente la distancia entre las dos “sociedades” cubanas.
La asignación de nuevas funciones a espacios conocidos por todos, que
hayan sido usados o en desuso, tiene, pues, que ser pensada en concertación con
los principales interesados: los usuarios de estos espacios. En efecto, la ciudad
es el lugar de vida de una comunidad, que evoluciona en este espacio como un
todo, pero también individualmente. De ahí que la ciudad pueda ser expresión
de una cohesión social o, al contrario, un espacio de exclusión, fragmentación o
incluso segregación, y que la nueva utilización o reutilización de espacios
públicos tenga que inscribirse en una dinámica inclusiva para los habitantes.
A modo de ejemplo, un proceso de rehabilitación se emprendió en la zona
del Malecón tradicional con “la construcción de espacios de servicios
complementarios: tiendas para la venta de ropa y calzado, cafeterías,
restaurantes, hoteles, entre otros y que apuntaban a potenciar el turismo” (Puga
& González, 2018). Desde luego, el Malecón es un espacio de encuentro para
los Habaneros, y su renovación puede permitir un nuevo dinamismo en el
intercambio entre habitantes, una facilidad para el diálogo, un lugar conocido y
amparado para las relaciones sociales. Pero lugares tales como restaurantes o
tiendas no estatales no se destinan a cubanos, y se oponen aquí, en un mismo
espacio, dos sociedades, dos caras de la capital cubana, en “un espacio abierto
de encuentro social, donde confluyen principalmente jóvenes y turistas
nacionales e internacionales” (Puga & González, 2018).
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Sea como sea, la ciudad se ve afectada por el comportamiento de los
habitantes, por sus costumbres y por el uso que hacen del espacio en el que
viven. Más allá del apego que pueden sentir los vecinos por su barrio, o de las
políticas estatales, la ciudad también se modela conforme evolucionan las
relaciones entre sus actores. Las novedades legales, y sobre todo el nuevo
impulso al “cuentapropismo” (negocios por cuenta propia) que marcó la
presidencia de Raúl Castro (2008-2018), volvieron esta aserción aún más
verdadera para La Habana. El “cuentapropismo” supone efectivamente una
reorganización del espacio urbano, con la aparición de comercios en lugares
antiguamente residenciales, y también una reorganización del espacio privado
de la casa, con la apertura de tiendas en habitaciones, y no en locales
comerciales separados de la vivienda. La ciudad se adapta, pues, a las
evoluciones sociales y políticas, y el habitante aprovecha esta flexibilidad para
construir un nuevo futuro. En efecto, la adaptación del espacio urbano a las
necesidades de sus habitantes es una ventana abierta hacia nuevas posibilidades
económicas. Además, refuerza la incipiente autonomía de la sociedad civil, y
abre al mismo tiempo un nuevo campo de posibilidades a nivel político-social.
En paralelo, Cuba tiene que adaptarse a las evoluciones mundiales, y la
inclusión de su población en las nuevas maneras de comunicar sin duda tendrá
un impacto en la conformación de la ciudad. Ya es posible ver espacios públicos
de conexión inalámbrica a la red en ciertos barrios de la capital. Sobre este
punto, es interesante señalar que la conexión a la red mediante estos puntos es
posible en los quince municipios de La Habana, pero que solo se encuentran
diez puntos de conexión en Centro Habana, y tres en La Habana Vieja, cuando
se contabilizan quince en La Habana del Este, o diecisiete en Playa (que cubren
más espacio geográfico, pero no se sitúan en el centro de la capital).
Por otra parte, un ejemplo relevante de la participación de los ciudadanos
en la renovación urbana se sitúa en Cayo Hueso. Efectivamente, en el año 1995,
en este barrio de La Habana, los habitantes decidieron actuar para resolver la
insalubridad de sus viviendas:
“Numerosos habitantes participaron como voluntarios en el proyecto
Intervención Cayo Hueso. Unos 600 habitantes del barrio, sin empleo, fueron
contratados para formar parte de los equipos de construcción. Unos funcionarios
pusieron manos a la obra, ciertos ministerios habiendo tomado la decisión de
emprender obras de mejoramiento de manzanas enteras del barrio. Organizaciones
internacionales como Oxfam y UNICEF también participaron en el proyecto.”
(Campbell, 2011)
Este proyecto muestra cómo, a partir de la voluntad del pueblo, este puede
ser integrado en un proceso de renovación urbana en el que colaboren
instituciones internacionales, con el fin de renovar también el espacio social.
Efectivamente, en Cayo Hueso, la organización social fue puesta de relieve, y la
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inclusión de la tercera edad en varias actividades fue parte del plan de
reorganización del barrio. Este plan, cuyo coste alcanzó los 13 millones de
pesos en pleno Periodo Especial, es una prueba de lo que se puede lograr
cuando las autoridades y los habitantes elaboran planes que permitan una
verdadera colaboración de ambas partes (Campbell, 2011). Para decirlo de otro
modo, Cayo Hueso es emblemático de la actuación de los habitantes que emana
de ellos mismos, o sea que representa el protagonismo adquirido por voluntad
propia de los habitantes, y no el papel que se les ha sido asignado por entidades
políticas o estatales.
Además, se demostraron en este caso “mejoras notables en el estado de
salud de adolescentes, de hombres adultos y de personas mayores en Cayo
Hueso (sobre todo mujeres)” (Campbell, 2011). En La Habana, “la mortalidad
infantil, sensible indicador de calidad de vida, experimentó una baja de 14,6 por
cada 1.000 nacidos vivos en los últimos años” (Palet, Sardinas & García, 2008:
80). Es entonces relevante preguntarse sobre la relación entre integración del
habitante en los procesos de rehabilitación de su entorno y su condición física y
moral. Los dos casos mencionados sugieren que la participación en la
(re)creación de un espacio de vida colectivo y de un espacio de diálogo y
encuentro desemboca en una mayor inclusión social, que no para con el fin de
las obras, y que esto impacta en la calidad de vida de los habitantes, al igual que
el mejoramiento del estado de sus viviendas.
Es de notar que la fase principal del proyecto de Cayo Hueso se cerró en
2001 con la publicación de “guías” para otros barrios que quisieran desarrollar
este tipo de proyecto. Comenzó, pues, un nuevo siglo para Cuba, quizás
esperanzador, con un proceso que se podía experimentar en otros lugares a nivel
nacional, pero también en otros países. Esta experiencia positiva, de la que los
habitantes se pueden enorgullecer, se podría presentar al mundo y constituiría
para Cuba una manera de reinstalarse en el escenario político mundial. Pero el
riesgo sería, para el Gobierno cubano, al igual que con sus misiones
internacionales “Barrio Adentro” o “Yo sí puedo”, el de verse acusado de no
querer sino propagar a otros países sus logros en educación, salud o vivienda.
En efecto, en la isla, todo lo que se hace o no se hace se relaciona con un
proceso político que, a pesar de verse criticado desde hace años por numerosos
gobiernos, sigue siendo una incógnita para muchos.
3. PATRIMONIO Y REVOLUCIÓN
Por supuesto, la renovación del espacio urbano conlleva un interrogante
que no es nuevo:
“¿Se trata sólo de adquirir sofisticados equipos y plantas en el extranjero o de
integrar los avances de la técnica universal a las condiciones y posibilidades propias y a
las adecuaciones específicas de las tecnologías locales? ¿Qué componentes
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tradicionales conviene conservar, desde el punto de vista económico y cultural, y
cuáles deben ser transformados por las nuevas tecnologías?” (Segre, 2005: 47).
La salvaguarda del espacio urbano es un proceso que desemboca en una
reflexión profunda sobre el patrimonio, sobre lo que se quiere conservar (y,
como consecuencia, lo que no se estima como parte suficientemente importante
del patrimonio para ser rescatado), y de qué manera. En resumidas cuentas, la
pregunta es: ¿qué es el patrimonio? Por supuesto, el objeto de este trabajo no es
brindar una respuesta a tal pregunta. Pero podemos decir que, para que el
patrimonio exista, es necesario que la “cultura histórica se expres(e) en la
conciencia histórica de la humanidad, ya que si una sociedad es capaz de
percatarse de cuál es su historia […] está en condiciones de mantener y
preservar determinados valores patrimoniales” (Palet, Sardinas & García, 2008:
55). Lo que nos interesa aquí es la relación entre el patrimonio tangible e
inmueble de la ciudad, y la inclusión de la población cubana en la Revolución
(o al contrario su exclusión o autoexclusión de la sociedad). En efecto, la
relación entre los habaneros y su espacio de vida es, a veces, de “amor-odio”:
“La actitud de sus habitantes se mueve entre dos extremos. Por una parte, el odio,
desprecio o simple indiferencia hacia la ciudad, que emana de un poder central y de
unos pobladores, muchos de ellos inmigrantes de otras regiones del país que no
consiguen identificarse con la ciudad y, ya sea por necesidad o desidia, la desfiguran y
destruyen […]. Por otra parte, la mitificación de la ciudad y el culto a un pasado
urbano idealizado que se pretende recuperar a toda costa o, si es preciso, reinventar”
(Varios Autores, 2009: 106).
A este respecto, la falta de conectividad y de servicios básicos mencionada
arriba no puede sino alejar a los habitantes del proceso revolucionario. En
efecto, la Revolución había prometido luchar contra la infravivienda, y aparecía
en sus primeros días como la esperanza para los humildes de adquirir otras
condiciones de vida. Pero cabe admitir que, en Centro Habana, la precariedad
relacionada con el hábitat “incide negativamente en lo social. Es notable la
pérdida de funciones culturales y comerciales motivada por la situación de
deterioro” (Rey, 2012: 46). La precariedad desemboca muchas veces en la
marginalización, “el aumento de la pobreza y la desigualdad [no] contribuye a
potenciar la participación, y los grupos menos favorecidos se retraen a los
ámbitos privados para concentrarse en la solución de los problemas que les
representa su precariedad existencial” (Rojas, Bobes & Chaguaceda, 2018:
102). Se observa, pues, un retorno al núcleo familiar de los cubanos “olvidados”
por los proyectos de renovación en las grandes urbes, familia que parece tener
más posibilidades que el Estado de solucionar los problemas cotidianos.
Respecto a este tema, para ciertos cubanos, el Estado falta a numerosos de sus
deberes desde hace un tiempo, y esto explica la aparición concreta, tangible,
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evidente de “una marginalidad urbana preexistente, antes reprimida y limitada a
enclaves bien definidos, que se expresa en la forma de hablar y vestir, los
modales” (Coyula, 2007: 380). En resumidas cuentas, la marginación conlleva
un deterioro de las normas del “vivir juntos”, transforma los códigos que
normalizan las relaciones entre los miembros de una sociedad, y las normas de
convivencia pasan a percibirse como cosas del pasado que ya no tienen razón de
ser. La infravivienda se relaciona, pues, con la degradación de las relaciones
sociales, cierta informalidad, cierta violencia e incluso la delincuencia.
Otra vez, la discriminación en el sector de la vivienda en una sociedad
socialista o comunista puede llamarle la atención al observador. Debemos
insistir aquí en que recuperar la ciudad puede significar recuperar, conservar el
apoyo de la población a la Revolución. Integrar al habitante en la vida y
reconstrucción de su ciudad viene, pues, a significar integrarle en la Revolución
de otra manera. Y si parece fácil u obvio, se tiene que precisar que, en 1995, una
encuesta realizada por la Oficina del Historiador de la ciudad mostraba que el
47% de la población sondeada no se sentía beneficiada con los cambios en el
Centro Histórico, mientras el 85% los consideraba mayormente positivos.
Así, invertir en La Habana Vieja, pero también en Centro Habana, se ha
considerado del lado de las autoridades como una clave para el desarrollo de la
totalidad de la ciudad. Atraer a los turistas con las obras de renovación e invertir
de nuevo el dinero que traen puede permitir el surgimiento de proyectos en toda
la capital. En palabras de Eusebio Leal, con el Plan de Rehabilitación integral
de La Habana Vieja, “el territorio adquiere la dimensión de activo económico
capaz de autosustentar su propia recuperación” (Palet, Sardinas & García, 2008:
54). Pero no debe chocar con la Revolución, puesto que, como ya hemos
subrayado, el desfase entre el nivel de vida de los habaneros y el de los turistas
puede apartar a los habitantes de la Revolución.
Otro reto es establecer un límite al rol de los agentes privados, distinguir
los peligros del desarrollo, y delimitar la frontera entre preservación del
patrimonio y la “disneylandización” del país. En efecto, y a pesar de que el tema
del desarrollo sea fundamental en Cuba, el patrimonio cultural no debe
convertirse en un mero producto de consumo, y no se deben confundir el
turismo de ocio y el turismo cultural. Adaptar el patrimonio a una demanda
exterior significaría una pérdida irremediable de la autenticidad de la ciudad, y
un fracaso total para todos los actores implicados en la preservación de “lo
cubano” en las ciudades. Por otro lado, no se puede negar la importancia de la
entrada de divisas supuesta por las visitas de turistas a La Habana, y el hecho de
que sea una ciudad concurrida precisamente por su patrimonio arquitectónico.
Cabalmente, la planificación que ha sido puesta en marcha lo fue para
contrarrestar los efectos percibidos como negativos de la entrada de divisas
extranjeras (Rey, 2012).
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Figura 1: Imagen de La Habana Vieja, entre restauración y turismo.
Fuente: Fotografía de la autora.
La conservación de La Habana permite a las entidades estatales y a los
ciudadanos unir sus esfuerzos con la meta de preservarse de toda injerencia –lo
que no significa el rechazo a todos aportes exteriores, sino más bien una
reapropiación del patrimonio–, si se toma en cuenta el interés común de percibir
“la existencia de una significativa ‘amenaza externa’: la posibilidad de que
entidades no locales pudieran controlar el activo patrimonial del Centro
Histórico con fines turísticos y apropiarse de las rentas que pudieran obtenerse”
(Monreal González, 2007: 34). En este sentido, la salvaguarda del patrimonio
empodera al pueblo, atribuyéndole de nuevo las herramientas necesarias para la
comprensión de su entorno, y la defensa coherente y consciente de su herencia
cultural.
Y es que la ciudad se relaciona con la cultura, que “es reconocida hoy en
día como una actividad generadora de desarrollo, tanto a nivel del territorio
como de la ciudad” (Rey, 2012: 48). Así, se entremezclan cultura, patrimonio,
identidad cubana y Revolución. Otra vez, el desafío es unir pasado, presente y
futuro en un todo armonioso que no olvide a los habitantes. La Habana y los
habaneros se encuentran ante el reto de reinterpretar su pasado, un pasado que
ha ido conformando y modelando el tejido urbano. Recuperar la ciudad e
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integrar a la población en las obras de renovación permite, pues, una
reactivación de los lazos sociales, a la vez que una reactivación de la economía.
Los dinamismos social y económico deben unirse para ofrecer una nueva vida a
la ciudad, para presentar una cara agradable al extranjero, pero también para ser
un lugar de vida que signifique más que el lugar en el que uno nació y al que se
encuentra “atado”.
Pero el interés y la participación activa de la población también pueden
acarrear otro problema, el del “descontrol sobre las obras, tanto estatales como
de la población. [En Cuba] las reglamentaciones vigentes no se aplican […]
Esas deformaciones echan a perder los importantes esfuerzos y logros
alcanzados en la recuperación del patrimonio construido” (Coyula, 2007: 379).
En pocas palabras, el entusiasmo y la capacidad de respuesta del pueblo a
problemas de su vida diaria puede transformar la ciudad en un espacio
inarmónico, discordante, disonante. No obstante, en la capital cubana, la
población es formada a las técnicas de rehabilitación y restauración, lo que
significa una continuidad en el proceso; en efecto, una vez acabado el trabajo de
la Oficina del Historiador, la población mantiene de manera adecuada los
edificios renovados:
“Una característica sobresaliente de ese plan es que ha conseguido la
participación directa de los vecinos de La Habana Vieja en la rehabilitación de su
barrio. Con el correr del tiempo, la Oficina del Historiador ha llegado a crear 14.000
empleos de distintas cualificaciones en beneficio de los habitantes del centro histórico
y de sus zonas adyacentes. Para las necesidades del plan se creó un sistema educativo
en el que colaboran la Universidad de La Habana, fundada en 1728, y tres escuelas
especializadas” (Šopova, 2019).
El reto también estriba en la “popularización” de las técnicas y tecnologías
empleadas en la conservación del patrimonio. En este sentido, es valiosa la
utilización de varios medios de comunicación, como el programa “Andar La
Habana” o la emisora de la Oficina del Historiador, “Habana Radio”, por parte
de la dirección del Plan Integral. El objetivo sería que la inclusión de los
cubanos a las obras emprendidas pueda evitar que la ciudad se convirtiera en un
lugar inquietante y desconectado de sus habitantes.
CONCLUSIONES
En definitiva, y a pesar de su definición fluctuante, en Cuba la renovación
urbana alcanza varias esferas, ya que implica una integración social y política,
con la participación de los habitantes y su consecutiva inclusión en la
Revolución. Dicho de otro modo, la renovación de la ciudad desvela varios
niveles de inclusión a la sociedad, y La Habana oscila entre integración
arquitectónica e integración social.
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La preocupación de las autoridades cubanas por la conservación de un
patrimonio urbano –que no tiene una definición inflexible– se remonta a los
primeros años de la Revolución. En este sentido, no se puede culpar al Gobierno
por su falta de capacidad de reacción o interés. No obstante, son conocidas las
dificultades económicas de la isla, y se entiende, en consecuencia, que la
totalidad de la ciudad no pueda ser renovada de un día para el otro. No obstante,
hemos visto cómo el proceso en la capital es impulsado para ser global, y
alcanzar pues a la totalidad de los habaneros.
Precisamente, los habitantes se encuentran en el corazón de la renovación
de La Habana. Los planes pensados desde el Estado han sido apoyados por la
población, que además se convirtió en protagonista de las mutaciones de su
espacio de vida. En efecto, otras propuestas de renovación emergieron desde el
pueblo, y este se involucró totalmente en las obras en curso.
Evidentemente, la renovación del pasado acarrea numerosas preguntas
acerca del patrimonio y de la identidad. En Cuba, esta identidad empareja con la
Revolución, que pretendió alzarse precisamente en defensa de lo genuinamente
cubano y de los humildes. En esta búsqueda de cubanidad en el laberinto de la
ciudad, surge de hecho la oposición entre turismo y conservación de “lo típico”,
como una metáfora de la difícil apertura de Cuba al mundo.
Sea como sea, tanto por el mejoramiento de la calidad de vida de muchos
habitantes como por la inclusión de poblaciones antes marginadas, y a pesar de
todos los peligros o fallos, el proceso de renovación de La Habana es un motivo
de orgullo, que se puede presentar al mundo, y que hace entrar la ciudad en un
siglo definitivamente nuevo.
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