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La Psicología Social ante el COVID-19: Monográfico del International Journal of Social Psychology (Revista de Psicología Social)

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Abstract

En este monográfico se presentan 10 propuestas teóricas sobre la forma en que la Psicología Social puede —potencialmente— ayudar a afrontar la pandemia del COVID-19. En concreto, en estas propuestas se discute: a) cómo se podrían utilizar distintos modelos teóricos para entender mejor la pandemia, sus consecuencias y cómo afrontarlas; b) la importancia de considerar variables —como la clase social o el género— al examinar las causas y consecuencias de la pandemia; c) los retos y las preguntas de investigación que se podrían abordar desde algunos ámbitos de aplicación psicosociales, como la Psicología Ambiental, la Psicología Organizacional y la Psicología Social Comunitaria.
La Psicología Social ante el COVID-19: Monogfico del International Journal of
Social Psychology (Revista de Psicología Social)
ÍNDICE
MIGUEL MOYA Y GUILLERMO B. WILLIS
LA PSICOLOGÍA SOCIAL ANTE EL COVID-19: MONOGRÁFICO DEL INTERNATIONAL JOURNAL OF SOCIAL
PSYCHOLOGY (REVISTA DE PSICOLOGÍA SOCIAL) ................................................................................. 2
DARIO PAÉZ Y JUAN A. PÉREZ
REPRESENTACIONES SOCIALES DEL COVID-19 ..................................................................................... 12
ÁNGEL GÓMEZ
WHAT DOES NOT KILL US, MAKES US STRONGER: THE COVID-19 PANDEMIC TRANSFORMS
ANONYMOUS CITIZENS INTO DEVOTED ACTORS ................................................................................. 22
JOSÉ MANUEL SABUCEDO, MÓNICA ALZATE Y DOMÉNICO HUR
COVID-19 Y LA METÁFORA DE LA GUERRA .......................................................................................... 30
ARMANDO RODRÍGUEZ
EL RESPETO A LA COMUNIDAD COMO NORMA MORAL ...................................................................... 37
NATALIO EXTREMERA
AFRONTANDO EL ESTRÉS CAUSADO POR LA PANDEMIA COVID-19: FUTURA AGENDA DE
INVESTIGACIÓN DESDE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL ....................................................................... 45
VICTORIA A. FERRER
AFRONTANDO LA PANDEMIA COVID-19 Y SUS CONSECUENCIAS DESDE LA PSICOLOGÍA SOCIAL
FEMINISTA ......................................................................................................................................... 53
ROSA RODRÍGUEZ-BAILÓN
LA DESIGUALDAD ANTE EL ESPEJO DEL COVID-19 ............................................................................... 61
JUAN IGNACIO ARAGONÉS Y VERÓNICA SEVILLANO
UN ENFOQUE PSICOAMBIENTAL DEL CONFINAMIENTO A CAUSA DEL COVID-19 ................................. 73
MAITE MARTÍN-ARAGÓN GELABERT Y MARIA DEL CARMEN TEROL CANTERO
INTERVENCIÓN PSICOSOCIAL POSTCOVID-19 EN PERSONAL SANITARIO ............................................. 81
MARISA SALANOVA
¿CÓMO SOBREVIVIR AL COVID-19? APUNTES DESDE LA RESILIENCIA ORGANIZACIONAL .................... 88
2
La Psicología Social ante el COVID-19: Monogfico del International Journal of Social
Psychology (Revista de Psicología Social)
Miguel Moya y Guillermo B. Willis
Universidad de Granada
Nota del autor
Miguel Moya, Departamento de Psicología Social, Universidad de Granada; Guillermo
B. Willis, Departamento de Psicología Social, Universidad de Granada.
La correspondencia en relación con este artículo debe dirigirse a Miguel Moya
Departamento de Psicología Social, Facultad de Psicología, Universidad de Granada, Campus
Universitario de Cartuja, s/n, 18071. E-mail: mmoya@ugr.es
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Abstract
En este monográfico se presentan 10 propuestas teóricas sobre la forma en que la Psicología
Social puede potencialmenteayudar a afrontar la pandemia del COVID-19. En concreto, en
estas propuestas se discute: a) cómo se podrían utilizar distintos modelos teóricos para entender
mejor la pandemia, sus consecuencias y cómo afrontarlas; b) la importancia de considerar
variables como la clase social o el género al examinar las causas y consecuencias de la
pandemia; c) los retos y las preguntas de investigación que se podrían abordar desde algunos
ámbitos de aplicación psicosociales, como la Psicología Ambiental, la Psicología
Organizacional y la Psicología Social Comunitaria.
Palabras Clave: COVID-19, Psicología Social, desigualdad, salud.
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La Psicología Social ante la pandemia del COVID-19
Cuando escribimos estas líneas (Jueves, 16 de marzo, 12 de la mañana), el virus
causante de la enfermedad COVID-19 había infectado a 2.054.159 personas de la población
mundial y causado 136.997 muertos. En España, uno de los países más afectados, el número de
casos diagnosticados era de 182.816 y el de muertos 19.130. En nuestro país llevamos algo más
de un mes en situación de confinamiento, sin poder salir de nuestros domicilios salvo para
algunas actividades esenciales. Se calcula que en el momento actual hay más de 3.000 millones
de personas confinadas en el mundo -aunque el grado de confinamiento varía.
Aparte de las consecuencias sobre la vida y la salud, las consecuencias económicas son
devastadoras. El FMI pronostica las peores consecuencias económicas desde la Gran Depresión
de los años 30 del siglo pasado. A día de hoy, en España, la crisis del coronavirus ha provocado
la pérdida de 900.000 empleos desde el inicio del estado de alarma; esto es, en dos semanas se
han perdido los mismos empleos que en los primeros cinco meses de la crisis del 2008 (de
octubre del 2008 a febrero del 2009).
Y lo peor de todo es que estamos dominados por la incertidumbre y la volatilidad, pues
las cifras cambian de un día para otro, los augurios no son nada halagüeños, y nadie sabe qué
pasará ni cuándo.
La psicología social estudia la interacción entre los fenómenos sociales y los procesos
psicológicos. Esto es, cómo nuestros pensamientos, sentimientos y conductas, se ven afectados
por hechos sociales, que están más allá de la psicología individual y que tienen su dinámica
propia. A su vez, nuestra disciplina estudia cómo los procesos psicológicos pueden influir sobre
los fenómenos sociales. No hay duda de que quizás pocos hechos sociales hayan tenido tanto
impacto sobre la psicología humana como la pandemia del COVID-19, sobre todo por la
cantidad de personas a las que afecta, así como por las esferas de nuestra vida en las que influye.
Aparte de los problemas de salud que ocasiona, y de los miedos que esto suscita, las relaciones
interpersonales han cambiado drásticamente; estar junto a las personas queridas, especialmente
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en situaciones dolorosas, se ha vuelto más difícil, incluso imposible en algunos casos; una gran
incertidumbre se cierne sobre nuestras expectativas acerca del futuro laboral, relacional, o
familiar que nos espera; nuestras percepciones y comportamientos sobre los demás, sobre otros
grupos y sobre el mundo en general, posiblemente cambien; la salud psicológica de muchas
personas se está viendo seriamente afectada y los efectos es muy probable que sean duraderos;
lo que sentimos sobre las personas que nos rodean y a las que queremos, pero también sobre
extraños, no hay duda de que se verá afectado por esta pandemia. De momento, la pandemia ha
cambiado nuestra forma de trabajar, de estudiar, de divertirnos, de hacer deporte, etc. Y no
sabemos si todos estos cambios, tan drásticos, perdurarán o se disiparán con el tiempo.
Por otra parte, todas estas consecuencias psicológicas es posible que influyan en la
sociedad futura. Se habla de que, a raíz de las consecuencias tan dramáticas de la pandemia,
nuestros valores cambiarán y, como consecuencia, la economía también. Quizás las sociedades
se vuelvan más igualitarias, la importancia otorgada a la salud y a la educación aumente, la
solidaridad y la empatía reemplacen al egoísmo y la avaricia. Pero también es posible que el
sufrimiento nos haga más insolidarios, más temerosos de los demás, de los diferentes,
cerrándonos en nosotros mismos y en nuestros entornos conocidos, y aparentemente seguros.
Todos los días podemos leer en los periódicos y oír en las radios y televisiones opiniones y
pronósticos para todos los gustos: desde que nada será igual después de la crisis a que,
transcurrido un cierto periodo, todo volverá a ser cómo antes.
La psicología social tiene como objeto de estudio abordar precisamente este tipo de
situaciones, en las que los hechos sociales y la psicología están estrechamente unidos. Por eso,
hemos solicitado a diez especialistas de nuestro ámbito que realizaran una pequeña reflexión
sobre lo que, desde su campo de investigación, nuestra disciplina podría aportar. Agradecemos
enormemente su colaboración (y la de las revisoras), que se ha realizado en un tiempo récord y
en condiciones nada normales. También agradecemos al International Journal of Social
Psychology (Revista de Psicología Social) el esfuerzo que ha realizado para que dichas
contribuciones estuvieran a disposición del público lo antes posible.
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Así, en los primeros artículos veremos cómo se pueden aplicar distintos modelos
teóricos para entender la situación que estamos viendo. En esta parte se describirán modelos
clásicos, como la Teoría de la Identidad Social (Tajfel y Turner, 1979), la Teoría de las
Representaciones Sociales (Moscovici, 1976), o la Teoría de las Metáforas Conceptuales
(Lakoff y Johnson, 1980). Pero también se utilizarán desarrollos más recientes, como la Teoría
de los Fundamentos Morales (Haidt, 2012) o la Teoría sobre Inteligencia Emocional (Mayer et
al., 2016). En segundo lugar, se incluyen dos artículos en los que se enfatiza que no todas las
personas se enfrentarán al COVID-19 de la misma manera; concretamente se considera la
importancia de incluir variables como el género o la clase social en los análisis psicosociales
sobre la pandemia. Finalmente, se plantean los posibles retos y las preguntas de investigación
que se podrían abordar desde algunos ámbitos de aplicación psicosocial, como la Psicología
Ambiental, la Psicología Organizacional o la Psicología Social Comunitaria.
En el primer artículo, Páez y Pérez (2020), siguiendo la propuesta realizada por
Moscovici (1976), mantienen que existen tres grandes modalidades de comunicación: difusión,
propagación y propaganda. En el artículo se utilizan dichas modalidades para entender las
representaciones sociales del COVID-19. También se analizan los procesos sociocognitivos que
pueden articular el contenido de las representaciones, describiendo, por ejemplo, la forma en
que las representaciones prototípicas de las epidemias podrían estar ancladas en los grupos
marginados.
Por su parte, Gómez (2020), utilizando el paradigma de la identidad social como punto
de partida (Hornsey, 2008), mantiene que la pandemia puede transformar a las personas en
actores devotos: puede aumentar las probabilidades de que los individuos experimenten la
fusión de la identidad (i.e., un sentimiento de unión visceral con el grupo), lo que las llevaría a
realizar sacrificios extremos pensando en el grupo. En el artículo se plantean las causas
potenciales que podrían aumentar la fusión grupal en el contexto actual.
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Por otro lado, durante los últimos meses es frecuente ver a representantes políticos
utilizar las metáforas sobre la guerra al dirigirse a la población. Sabucedo et al. (2020) plantean
que, dado que las metáforas son marcos conceptuales que nos permiten interpretar la realidad
(Lakoff y Johnson, 1980), es importante analizar las posibles consecuencias del uso ubicuo de la
metáfora bélica. En el artículo se predice que su uso podría terminar primando conceptos como
la ansiedad, la censura y el autoritarismo.
Rodríguez (2020), siguiendo la Teoría de los Fundamentos Morales (Haidt, 2012),
analiza en su contribución la diferencia entre normas morales y convencionales. Las primeras
tendrían un carácter universal, inmutable y prescriptivo (e.g., no agredir violentamente a los
demás), mientras que las normas convencionales serían mucho más variables, dependientes de
la situación y menos obligatorias de cumplir (e.g., saltarse el confinamiento). El prof. Rodríguez
argumenta que en la crisis del COVID-19, tal y como otros autores han puesto de manifiesto en
otros contextos, la distinción entre estos dos tipos de normas pierde mucho sentido. En su lugar,
puede estar ocurriendo un desplazamiento entre dos tipos de normas morales: aquellas que
implican comportamientos éticos relacionados con los derechos individuales de las personas; y
aquellas relacionadas con conductas vinculadas con la lealtad a la comunidad y al bien común.
En su opinión, es posible que en la actual situación se esté produciendo un desplazamiento
desde las centradas en el individuo a las centradas en la comunidad, de ahí que, por ejemplo,
parezca una conducta muy reprobable saltarse el confinamiento, por lo que resulta merecedora
de la sanción social (lo que se ha conocido como “los policías de los balcones”).
Para terminar este bloque sobre cómo se podrían utilizar distintos modelos teóricos para
entender mejor la pandemia, Extremera (2020) propone a la inteligencia emocional como una
herramienta importante para abordar el estrés generado por la pandemia. El papel de la
inteligencia emocional se analiza tanto a nivel intrapersonal (e.g., como ayuda en el manejo de
las amenazas y de desarrollo de conductas de protección de la salud), como interpersonal
(ayudando a manejar los vínculos afectivos entre las personas, parejas, familias, etc.), e
intergrupal (e.g., manejo de las emociones negativas producidas por otros grupos). De especial
8
relevancia es el apartado en el que Extremera reflexiona sobre la importancia de la inteligencia
emocional para salir de la crisis y el periodo posterior: los esfuerzos de colaboración, apoyo y
solidaridad requieren de habilidades interpersonales entre las que se encuentra la inteligencia
emocional.
En cuanto a características concretas de las personas que influyen en cómo se vivirá la
pandemia, Ferrer (2020) plantea que es crucial considerar la dimensión de género como una
categoría significativa al abordar los efectos psicosociales de la pandemia del COVID-19. En
este artículo, por ejemplo, se enfatiza que las mujeres suelen ser mayoría en las profesiones que
enfrentan directamente la crisis (i.e., personal sanitario, farmacias, limpiadoras, etc.). También
suelen realizar más tareas de cuidados; unas tareas que han aumentado significativamente en el
último mes.
Por su parte, Rodríguez-Bailón (2020) analiza cómo el incremento de la desigualdad,
una de las muy probables consecuencias de la pandemia del COVID-19, influirá sobre la
psicología de las personas y sus relaciones. La desigualdad incrementará nuestra preocupación
por el propio estatus socioeconómico, así como el miedo a empeorar; posiblemente incremente
las diferencias entre clases, la justificación de las desigualdades y las visiones negativas de
quienes no pertenecen a nuestro grupo -y las positivas de quienes sí pertenecen; influirá incluso
en nuestro auto-concepto, haciéndolo más independiente y competitivo. A pesar de las
reiteradas apelaciones a una identidad común, colectiva, que nos ayude a salir de la crisis, el
incremento de la desigualdad que la pandemia conlleva, posiblemente nos lleve a distanciarnos
psicológicamente de los demás, disminuyendo la cohesión social y la confianza en los demás, y
favoreciendo actitudes autoritarias.
El último bloque de artículos aborda algunos retos y preguntas de investigación que se
podrían abordar desde algunos ámbitos de aplicación psicosociales. Así, Aragonés y Sevillano
(2020) plantean una agenda de investigación para la Psicología Ambiental, dado que desde el
inicio de la pandemia no solo ha cambiado la forma como nos relacionados con las demás
9
personas, sino también con el entorno. En su artículo se mencionan las variables
psicoambientales que podrían tener un mayor valor predictivo en tres tiempos temporales: antes,
durante y después del confinamiento. A modo de ejemplo, durante el confinamiento el diseño de
una vivienda puede aumentar las posibilidades de sufrir hacinamiento.
El personal sanitario es quizás el colectivo profesional que más está sufriendo las
consecuencias del COVID-19, pues en España el número oficial de sanitarios infectados está en
torno al 15% del total. Martín-Aragón y Terol-Cantero (2020) analizan algunas de las
consecuencias que esta epidemia puede tener en el personal sanitario español y presentan
algunas sugerencias para el diseño de líneas estratégicas de intervención psicosocial cuando la
emergencia termine. Adoptando la perspectiva de la psicología social comunitaria, analizan las
debilidades del sistema sanitario (e.g., estrés, duelo), las amenazas (e.g., que tras la crisis los
recursos se detraigan del ámbito sanitario), las fortalezas (e.g., refuerzo de la sanidad pública y
reconocimiento tangible de la labor de los sanitarios), y oportunidades (e.g., formación plural y
continuada del personal sanitario).
Como se ha indicado, uno de los ámbitos en los que la pandemia del coronavirus tendrá
efectos más potentes es en el laboral u organizacional. Salanova (2020) analiza las aportaciones
de la Psicología Positiva al afrontamiento de la crisis y en la ayuda en la recuperación,
aportaciones en las que ocupa un lugar central el concepto de resiliencia. Los recursos de
resiliencia organizacional que aborda en su artículo son los recursos psicológicos positivos (e.g.,
emociones positivas, creencias de eficacia, optimismo, búsqueda de significado, innovación y
flexibilidad), las relaciones interpersonales positivas, tanto a nivel individual como de equipos,
y los recursos laborales y prácticas organizacionales saludables (e.g., prácticas de conciliación,
prevención del acoso, comunicación positiva, programas de salud, trabajo en equipo, tipo de
liderazgo). Según Salanova, el éxito de la organización estará vinculado a la existencia de una
resiliencia proactiva, que se adelante a los acontecimientos, más que en una resiliencia reactiva
como simple respuesta a un entorno adverso.
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En conclusión, creemos que los 10 artículos incluidos en este monográfico representan
un buen ejemplo de la forma en que, desde la Psicología Social, se puede entender la crisis
generada por el COVID-19. Sin embargo, debemos admitir que estamos en un contexto nuevo,
un contexto que no habíamos conocido antes. Por eso es importante asumir que existen muchas
cosas que no sabemos. Quizás algunos modelos teóricos no permitan su generalización al
contexto actual; quizás algunos resultados clásicos no puedan replicarse. Pero la Psicología
Social es una ciencia emrica. Serán las investigaciones, realizadas en el futuro y con el
máximo rigor y transparencia posibles, las que determinarán las causas y consecuencias
psicosociales del COVID-19. Esperamos que los artículos presentados en este monográfico
representen un buen punto de partida.
Referencias
Aragonés-Tapia, J. I., y Sevillano, V. (2020). El ambiente antes, durante y después del
confinamiento causado por el COVID-19. International Journal of Social Psychology.
Extremera, N. (2020). Afrontando el estrés causado por la pandemia del COVID-19: Futura
agenda de investigación desde la inteligencia emocional. International Journal of Social
Psychology.
Ferrer-Pérez, V. (2020). Afrontando la pandemia COVID-19 y sus consecuencias desde la
Psicología Social Feminista. International Journal of Social Psychology.
Gómez, A. (2020). What does not kill us, makes us stronger: The COVID-19 pandemic
transforms anonymous citizens into devoted actors. International Journal of Social
Psychology.
Haidt, J. (2012/2019) The righteous mind: Why good people are divided by politics and
religion. Penguin.
Hornsey, M. (2008). Social Identity and Self-Categorization Theory: A historical review. Social
and Personality Psychology Compass, 2, 204-222.
11
Lakoff, G. y Johnson, M. (1980). Metaphors we live by. Chicago University Press.
Martín-Aragón, M. y Terol-Cantero, M. C. (2020). Intervención Psicosocial PostCOVID-19 en
Personal Sanitario. International Journal of Social Psychology.
Moscovici, S. (1976). La psychanalyse: son image et publique. Presses Universitaires de
France.
Páez, D., y Pérez, J. (2020). Representaciones sociales del COVID-19. International Journal of
Social Psychology.
Rodríguez, A. (2020). El respeto a la comunidad como normal moral en tiempos del COVID-
19. International Journal of Social Psychology.
Rodríguez-Bailón, R. (2020). La desigualdad ante el espejo del COVID-19. International
Journal of Social Psychology.
Sabucedo, J. M., Alzate, M., y Hur, D. (2020). El COVID-19 y la métafora de guerra.
International Journal of Social Psychology.
Salanova-M. (2020). ¿Cómo sobrevivir al COVID-19? Apuntes desde la resiliencia
organizacional. International Journal of Social Psychology.
Tajfel, H., y Turner, J. (1979). An integrative theory of intergroup conflict. En W. Austin y S.
Worchel (Eds.), The Psychology of Intergroup Relations (pp. 33-47). Brooks/Cole.
12
Representaciones sociales del COVID-19
Darío Páez
Universidad del País Vasco
Juan A. Pérez
Universitat de Valencia
Nota del autor
Darío Páez, Departamento de Psicología Social y Metodología de las Ciencias del
Comportamiento, Universidad del País Vasco; Juan A. Pérez, Departamento de Psicología
Social, Universitat de Valencia.
La correspondencia en relación con este artículo debe dirigirse a Darío Páez,
Departamento de Psicología Social y Metodología de las Ciencias del Comportamiento,
Universidad del País Vasco, Avda. de Tolosa, 20018 San Sebastián. Tfno: +34 943 01 5678. E-
mail: dario.paez@ehu.es
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Resumen
Se reflexiona sobre las modalidades de comunicación de difusión, propagación y propaganda tal
y como éstas se manifiestan en la pandemia del COVID-19. Se describe en el caso del COVID-
19 el anclaje de las representaciones en enfermedades del pasado, en grupos de otras
nacionalidades, prácticas antihigiénicas y en grupos desviantes del ethos de autocontrol
individualista. Se examina la objetivación de la representación del COVID-19 en héroes
(sanitarios), villanos de élite (empresarios farmacticos, gobiernos ineficaces), villanos
populares (persona descuidada, masas descerebradas) y víctimas (ancianos, pobres). Se plantean
explicaciones e hipótesis sobre los correlatos sociopolíticos, la dinámica de las creencias de
sentido común y su relación con la conducta social.
Palabras clave: representaciones sociales, propaganda, difusión, objetivación, anclaje,
COVID-19
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Representaciones sociales del COVID-19
En esta nota definiremos qué son las representaciones sociales y cómo las modalidades
de comunicación explican su forma y contenido, para posteriormente examinar los procesos de
anclaje en el conocimiento previo y de objetivación en nuevas creencias que se están
produciendo en la pandemia del COVID-19.
Las representaciones sociales (RRSS) son concebidas como formas de afrontamiento
simbólico colectivo. Se conceptualizan como un sistema de información, creencias, opiniones y
actitudes sobre un objeto determinado. Están orientadas a la comunicación, la comprensión y el
dominio del entorno social, material e ideal. Además, presentan características específicas de
nivel de contenido, operaciones mentales y lógicas (Jodelet, 2011). Las representaciones
sociales como producto son los modelos mentales compartidos en los grupos, mientras que
como proceso son la forma en que se generan y modifican a través de la comunicación
interpersonal y grupal (Pérez, 2004). Como marco teórico describe los procesos de creación de
sentido por los cuales los grupos sociales interpretan eventos novedosos, como pueden ser
catástrofes o nuevas enfermedades, que cuestionan sus visiones del mundo (Vala y Castro,
2017). El actual confinamiento en la vivienda de una gran parte de la humanidad por la
pandemia del coronavirus es una experiencia insólita para la gran mayoría de la población.
Para entender el juego de representaciones que intervienen en la pandemia del
coronavirus y conceptualizar los procesos por los que se crean opiniones, actitudes, estereotipos
y conductas, es necesario analizar las modalidades de comunicación social a las que está dando
lugar. En la perspectiva de las RRSS no hay una separación entre emisor, mensaje, canal y
receptor, como suele ser habitual en los clásicos enfoques cognitivos de la persuasión. Según la
teoría de las RRSS, ya el mismo proceso en sí de la elaboración del mensaje por parte del
emisor está influenciado por el receptor o público al que va dirigido. Además, el mensaje será
elaborado teniendo en cuenta la relación social que mantiene o se pretende mantener con el
receptor al que se dirige y de si lo que se pretende es influir en la formación de una opinión, una
actitud, un estereotipo o una acción concreta. Moscovici (1976) diferencia así tres grandes
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modalidades de comunicación la difusión, la propagación y la propaganda que son de
utilidad para analizar las RRSS del coronavirus.
La modalidad de difusión se caracteriza por pretender que una información llegue al
mayor público posible. Para ello el emisor tiene que depurar su mensaje de tal modo que
atraviese barreras que segmentan al público. El objetivo es que el público se forme una opinión
sobre el tema. Así, la información sanitaria sobre el coronavirus se adecuaba a este tipo de
comunicación (e.g., el COVID-19 es una pandemia severa; hay que confinarse y guardar la
distancia física de unos dos metros entre las personas; lavarse las manos mata al virus). Un
problema con esta estrategia suele ser que, como los mensajes van tan depurados de identidad
social, corren el riesgo de resultar insignificantes para el receptor. No obstante, no sería un
problema en el caso de la pandemia, ya que la información en sí genera suficiente interés
personal en la audiencia dada su incertidumbre y miedo a la enfermedad. La modalidad de
difusión favorece la imitación inconsciente de lo que hagan u opinen los demás. Amplifica la
presión al conformismo, creándose un ethos colectivo de rechazo social de todo aquel que se
comporte u opine de modo diferente. De esta forma se crea una opinión mayoritaria que reduce
la incertidumbre, da solución a un problema, refuerza la cohesión social y la solidaridad
colectiva. En los primeros momentos de la pandemia predominó este tipo de comunicación:
unanimidad entre los partidos políticos, agentes sociales, ausencia generalizada de crítica,
etcétera. Cuando se pretende llegar a toda la población ese nivel de inclusividad entre emisor y
público es indispensable.
La propagación es la comunicación que trata de incrementar la implicación del
individuo en las creencias propias de un grupo ya constituido del que forma parte y que ajusta
los nuevos acontecimientos a la ideología de éste. El contenido del mensaje no está aquí
adaptado al receptor como en la difusión, sino a la ideología del grupo. La información no
interesa por misma, sino en tanto que resulte pertinente para reforzar la militancia de sus
miembros. La información es reescrita en forma y contenido según el estilo y lenguaje del
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grupo. El análisis de la información no se hace con un imperativo de objetividad, sino para que
pueda ser asimilada por el grupo.
Como los dos grandes vectores de la pandemia y confinamiento que estamos viviendo
son el miedo a la enfermedad y a las consecuencias socioeconómicas, se empieza ya a observar
que esta estrategia de comunicación se aplica sobre todo a estas últimas. Cada grupo dispone así
de sus “expertos doctrinales” que hacen de transformadores entre las contingencias exteriores y
la ortodoxia del grupo. El grupo es como un holograma que sin perder nada de su identidad se
reconstruye una y otra vez en realidades nuevas y refleja en él los nuevos eventos. De este modo
también inscribe en el objeto una parte de su representación, y por lo tanto contribuye a elaborar
la representación colectiva del objeto la prensa conservadora como El Mundo o el ABC
describe disturbios y dudas sobre la actuación gubernamental o alarma sobre las tendencias
nacionalizadoras; mientras que la prensa de izquierdas como Eldiario.es, Público.es,
Infolibre.es insisten en cómo se afrontan problemas sociales por el gobierno, la necesidad de
una renta mínima y de fortalecer la salud pública.
El sistema de comunicación cuyo objetivo es crear o mantener las diferencias sociales
es la esencia de la propaganda. Su principal característica es acentuar las diferencias sociales
conflictivas entre dos grupos, partidos, comunidades, países, religiones, etcétera. Para ello
aplica una representación maniquea de los grupos: el bueno (el mío) y el malo (el otro). Crea así
una representación estereotipada del propio grupo y del otro grupo. La puesta en escena siempre
es la misma: trasmitir una representación de fuerza y superioridad del propio grupo recurriendo
a simplificaciones, generalizaciones, afirmaciones muy extremas. Se utiliza una imagen
estereotipada del "enemigo", se controla y se contamina la información para mantener la
desinformación, aspecto clave para que la propaganda sea eficaz y lleve a la acción como los
discursos “hay que dejar que mueran los abuelos para preservar nuestra economía y estilo de
vida” o “la OMS es una organización pro-China y sus opiniones son anti-EEUU”.
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Es así como desde la teoría de las RRSS se plantean distintas modalidades de influencia
social sobre las opiniones, actitudes, creencias, imágenes y orientaciones de conductas
compartidas sobre esta enfermedad que irán elaborando las personas y los grupos. El contenido
de una representación se elabora a través de dos procesos socio cognitivos: el anclaje y la
objetivación
El proceso de anclaje consiste en asimilar lo nuevo a lo que ya existe. El objeto extraño
es reconstruido mediante un marco de interpretación familiar. Al hacer que lo desconocido sea
más familiar, eventualmente lo hace menos amenazador (Moscovici, 1976). En las primeras
etapas de la pandemia del COVID-19 se planteó su parecido con el ciclo anual de gripe,
desdramatizándolo; el confinamiento ha sido anclado en “estado de guerra” (véase Sabucedo et
al., 2020, para una revisión de posibles consecuencias de este anclaje).
El anclaje también sirve para defender la autoestima colectiva. En este sentido, una
representación prototípica de las epidemias es la de anclar la enfermedad en exogrupos, como
extranjeros o grupos marginados la gripe de 1918 se calificó de española, la sífilis de viruela
francesa, la rubeola de sarampión alemán (Smith et al., 2015). Los estudios han demostrado que
a estos exogrupos se les consideraba responsables de prácticas anti-higiénicas e inmorales o
culpables de conspirar diseminando la enfermedad (Eicher y Bargerter, 2015). Además, el
grupo en el que se originó el foco epidémico queda estigmatizado como peligroso como en el
caso de los habitantes de Wuhan rechazados cuando se desplazan. Habrá que ver si el estigma
sobre el asiático fuera de China se mantiene. En los casos de epidemias previas ese repudio al
asiático no se dio.
El tema de las practicas anti higiénicas se ha llegado a aplicar al caso del COVID-19,
por ejemplo, al tildarlo de “virus chino” (Trump dixit). Es una zoonosis o una enfermedad que
pasa del animal al ser humano. El contenido de esta representación es el siguiente: los chinos
comen cosas “asquerosas” como animales salvajes (murciélagos), a partir de los cuales los virus
se transmiten y adaptan al ser humano. Además, tienen por costumbre rituales extraños, como
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los mercados “húmedos” y escupir (Eicher y Bargerter, 2015; Smith et al., 2015). Estas
conductas son una desviación del ethos occidental de autocontrol, y esto es coherente con los
estereotipos de los grupos no occidentales o estigmatizados como deficitarios en
instrumentalidad, que justifican su estatus inferior. Se postula que esta representación
“extranjerizante” disminuye la ansiedad e incrementa la sensación de control (Smith et al.,
2015). También dimana del miedo, la ira y la xenofobia, particularmente de personas con
tendencia autoritaria de derechas. Por otro lado, personas con un alto grado de narcisismo
colectivo, con un perfil de dominancia social, que creen en la superioridad de su cultura y de su
grupo nacional, suelen estar más de acuerdo con esa representación y muestran mayor ilusión de
invulnerabilidad. Estudios previos de Eicher y Bangenter, (2015) y Taylor (2019) sugieren que
se establece esta asociación entre estas actitudes y creencias socio-políticas y la representación
de la enfermedad infecciosa anclada en grupos desviados e inferiores.
También en el caso del COVID-19 se ha planteado que es un arma biológica generada
por EEUU (o por China) para debilitar a China y a la UE (o para debilitar a EEUU). Estas
representaciones conspiranoicas son la versión voluntaria de culpar al extranjero o a grupos
poderosos. La percepción de que el mundo es un lugar peligroso, suele asociarse con ideas
conspiranoicas y éstas subyacen al convencimiento de que las intervenciones sociales y
sanitarias son de escasa eficacia (Eicher y Bangerter, 2015; Taylor, 2019).
El proceso de objetivación se refiere a la esquematización y materialización de las
creencias, transformando una idea en algo tangible. En general se seleccionan y se integran
algunos atributos en un núcleo figurativo. Las metáforas juegan un papel importante, como la de
la guerra antes mencionada en el anclaje, la que “naturaliza” la intervención de la policía y el
ejército para imponer el orden. Dentro de la objetivación se sitúa la personalización. Es decir,
una persona o grupo social personifican una idea o problema (Pérez, 2004). Las epidemias se
personifican en héroes, villanos y víctimas. Los primeros son los expertos científicos
(investigadores, microbiólogos, epidemiólogos) y el personal sanitario, a quienes se percibe
principalmente como creíbles, dignos de confianza y que cargan con el peso de curar a los
19
enfermos (Eicher y Bargerter, 2015). Este fenómeno se está dando en el caso de la epidemia del
coronavirus. Los villanos personificados de la crisis sanitaria son, por un lado, los periodistas y
medios de comunicación, acusados de utilizar el miedo para sus propios intereses y de ser títeres
de las clases dominantes y de las empresas. Por otro lado, el papel de los villanos también se
atribuye a los empresarios y a la industria farmacéutica, que se lucran con la venta a precio de
oro de productos sanitarios. También las personas de a pie, en cuanto conforman multitudes
“descerebradas”, terminan siendo una ontologización de los villanos. En fases críticas de las
pandemias se emiten descripciones de pánico, se plantea que se está ante una crisis "fuera de
control". Se critica el comportamiento egoísta e irracional de muchas personas e.g., casos de
compras excesiva y disturbios (Eicher y Bargerter, 2015). Predomina en algunos medios la
representación estilo Le Bon de la masa primitiva, de bajo nivel intelectual y peligrosa
inclusive entre algunos científicos sociales. Por ejemplo, en un reciente manifiesto de
psicólogos sociales anglosajones se enfatiza que la persona media es un razonador rápido y
perezoso, guiado por heurísticos y presa de decisiones disfuncionales (van Bavel et al., 2020).
Reicher et al. (2020) hacen un retrato de esta representación que tiene buena parte de la
psicología mainstream del pensamiento lego. La describen así: “que parte de una visión de las
personas como “razonadores frágiles”. Presupone que nuestra comprensión del mundo está
distorsionada por múltiples prejuicios; que nos resulta difícil manejar información compleja,
lidiar con el riesgo y la incertidumbre. Carecemos de la voluntad para lidiar con la presión y
tenemos propensión a doblegarnos ante la amenaza. Y todas estas tendencias se exacerban
cuando nos reunimos en grupos. Nuestra razón se atrofia, nuestras emociones se intensifican y
se propagan como una infección. Perdemos el control. Actuamos de forma irracional. Entramos
en pánico. En el mejor de los casos, las personas no pueden cuidarse a mismas. En el peor,
exacerban el problema original con sus respuestas disfuncionales: agotan las existencias en las
tiendas, exigen recursos médicos escasos que no necesitan, se niegan a acatar las medidas que
son buenas para ellos, se pelean y se amotinan. La implicación… es un profundo paternalismo.
Dado que la gente es tan infantil en una crisis, necesitan que el gobierno los cuide” (Reicher et
al., 2020, p. 1).
20
Por otro lado, también se puede personalizar la enfermedad en grupos de ricos
cosmopolitas que viajan, se contagian y contagian en Chile se hicieron barricadas para
impedir que gente pudiente se desplazara hacia sus residencias vacacionales y en Méjico se
afirmó que el COVID-19 era una “enfermedad de ricos”. La generalización de la enfermedad y
sus efectos diferenciales según las clases sociales (en detrimento de las clases populares con
menos recursos para el confinamiento y la higiene) probablemente cuestionarán esta
representación del villano rico. Por otro lado, cuando el sistema de salud informa
insistentemente en lo que cada persona debe hacer para evitar enfermarse, reforzando la
creencia de la responsabilidad individual, aquella persona descuidada y de bajo autocontrol es
otro villano. Finalmente, la enfermedad se personificará en sus víctimas el coronavirus está
reforzando estereotipos “edadistas” (mueren los viejos) y negativos de otros países (“¡qué
horrible que será en…!”). Por último, en fases avanzadas se cuestiona al gobierno, tanto en las
redes sociales, como en los medios de comunicación. El comentario tiene como contenido una
enojada revisión de la anterior garantía del gobierno de que la situación era segura para las
personas y los gobernantes son personificados como villanos (Eicher y Bargerter, 2015; Idoiaga
y Valencia, 2018). Cuando la epidemia se masifique es probable que esta representación del
coronavirus devenga importante, asociándose a la ira, indignación moral y a movilización
sociopolítica.
Concluyendo, a partir de la aproximación de las representaciones sociales hemos
intentado dar pistas sobre cómo se forman, evolucionan y se articulan con las conductas
colectivas las creencias de sentido común. No se trata de examinarlas como meras creencias
irracionales, sino al contrario, de entender como estas asimilan creativamente los discursos
“expertos” y le dan sentido a lo ocurrido.
Referencias
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https://psyarxiv.com/y38m9
22
What does not kill us, makes us stronger: The COVID-19 pandemic transforms
anonymous citizens into devoted actors
Ángel Gómez
Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)
Author note
Correspondence concerning this article should be addressed to Ángel Gómez,
Departamento de Psicología Social y de las Organizaciones, Facultad de Psicología, UNED,
Dcho 1.58. C/ Juan del Rosal 10. 28040, Madrid. Tf: 913987747. E-mail: agomez@psi.uned.es
23
Abstract
The COVID-19 is transforming our lives. We could frame this illness by surrendering to
disaster or striving to get over it. We suggest that the pandemic is converting “some” citizens
into devoted actors, individuals viscerally connectedfusedto a group who share a sacred
value. Since devoted actors are willing to make costly self-sacrifices for their peers and
convictions, the virus, instead of “killing us”, could well make us stronger.
Keywords: COVID-19, identity fusion, devoted actor, sacred values.
24
What does not kill us, makes us stronger
1
The COVID-19 pandemic transforms anonymous citizens into devoted actors
Nowadays, the world is facing the most important global challenges since World War
II, the Coronavirus disease (COVID-19). When we confront threats of this calibre, we have two
alternatives: succumb to the menace, get depressed, and just wait for everything to happen, or
meet the challenge by reinforcing our ties to those closest to us, extending these ties to other
individuals, and also strengthening our convictions about some particular values that become
sacred. The way we are framing the pandemic, by giving continual expressions to collective
actions and ritualslike clapping every day from our balconiesare clear examples that most
people have opted for the second course of action. Here it is suggested that, instead of giving in
to the challenge, the pandemic has transformed at least some anonymous citizens into devoted
actors: individuals viscerally connected and wholly “fused” to a group, and who share a value
that it is sacred (e.g. Gómez et al., 2017). Since devoted actors are willing to make extreme self-
sacrifices for their peers and convictions (e.g. Gómez et al., 2016), the pandemic will transform
healthcare workers into heroes and those who get through the illness will be honoured as
“survivors”. Instead of “killing us”, this response to the virus could well make us stronger.
Within social psychology, the social identity approach is one of the most useful for
giving important insights about how individuals think concerning group-mediated phenomena
(e.g., Hornsey, 2008). The current pandemic affects our personal identity, the way we think
about ourselves and think about the present and the future. It informs our social identity, how
we relate with others, and what is important for us, that is, our values and convictions. These
three componentspersonal identity, social identity, and valuesare factors that make up a
1
Nietzsche, F. (1989). Götzeng-Dämmerung, oder, Wie man mit dem Hammer philosophiert.
Leipzig, Germany: C. G. Nauman.
25
recent psychosocial theory developed to explain why people are willing to self-sacrifice for their
groups and convictions, based on the concept of the devoted actor (Gómez et al., 2016).
Identity fusion was originally conceived as a visceral feeling of oneness with the group
that predicts extreme, extraordinary self-sacrifices on behalf of the group or each of its members
(see Gómez et al., 2020). If, as it is proposed here, the pandemic is creating or increasing
identity fusion with different groups (e.g., healthcare professionals, state securities forces and
bodies, the government, compatriots), citizens would be willing to make costly sacrifices such
group, as they would for their families or for themselves.
Why would the pandemic increase fusion with the group? Research suggests two main
factors as potential causes of fusion: 1) shared biology (Swann et al., 2014), and 2) shared
experiences (Whitehouse et al., 2017). Studies provide evidence for both. First, family is the
group with which most people are fused, and for which most individuals are willing to die.
Second, sharing intense experiences with ingroup members fosters fusion with the group,
particularly if these experiences are negative, traumatic, or dysphoric, but also when they are
positive (e.g., Kavanagh et al., 2018). Similarly, participating in collective gatherings, like
traditional gatherings and religious celebrations, could increase fusion and engaging in ritual
practices or recalling episodic memories of a pilgrims’ route contribute to maintaining identity
fusion. However, also non-shared experiences, as collective trauma, lead to extraordinary
kindness and compassion to others (Thomsen & Fiske, 2018). Taking into account these
antecedents, it is reasonable to conclude that citizens sharing both experiences, negative (the
pandemic) and positive (e.g., clapping every day from our balconies at 20.00), but even those
that do not share personally such experiences with others, but perceive and/or are witness of the
collective trauma, may increase fusion with groups as neighbours, compatriots, the healthcare
professionals who are fighting for us in the hospitals, law enforcement and the military who
ensure adherence to government measures, and even Humanity.
26
If the current challenge increased fusion with different groups, citizens would be willing
to do almost anything for those groups and its members. This conclusion is supported by a large
body of evidence demonstrating that identity fusion predicts, (among other things): refusal to
abandon the group; denial of the group’s wrongdoings; a lower quality of life when the group is
defeated; willingness to participate in extreme forms of protest on behalf of the group;
maximizing the ingroup’s advantage over the outgroup even at one’s personal expense;
protecting the group’s reputation; sacrificing close relationships for the sake of belonging to the
group; relative intergroup formidability; readiness to donate to charity; writing supportive notes
to victims of terrorist attacks; aggressive behaviour towards outgroup members in videogames
for players under threat; and the desire to retaliate against outgroup members (for a review, see
Gómez et al., 2020). Nowadays, we all are called to make a costly sacrifice in staying at home
and doing nothing, at the expense of losing our jobs or source of income. We also suffer the
emotional burden of being unable to physically comfort or care for those close to us who
become ill, or even to bury them.
In addition to this strong, visceral commitment that is developing or increasing between
individuals and groups, people are also reinforcing their commitment to certain values, such as
cooperation, solidarity, humanity and, most relevant now, healthcare. In helping to render those
values sacred to us, the pandemic has turned at least some of us into devoted actors, unwilling
to trade-off these values for any material or non-material gain or reward. Devoted actors are
particularly likely to make costly and extreme sacrifices in defense of sacred values when their
personal identities are fused with the collective identity of a primary reference group (Gómez et
al., 2017; Sheikh et al., 2016; Vázquez, et al., 2020).
Why would the pandemic increase the number of devoted actors or make them rise to
the challenge of the pandemic? Research has consistently demonstrated that devoted actors
emerge and display deep commitment to their groups and values when these are under threat
(Sheikh et al., 2016; Vázquez et al., 2020). For example, Moroccans living in neighborhoods
associated with militant jihad were particularly willing to implement Sharia. And Spaniards
27
fused with friends or country, and who considered democracy to be sacred, were willing to
endorse extreme sacrifices for democracy; they also maximized the perceived physical
formidability of their group, and increased aggressive inclinations against threatening
outgroups, such as terrorists or pro-secessionists.
Recent research suggests that devoted actors are especially effective when they: trust
the group, its members and leaders; exhibit strong levels of collective resilience; coordinate and
draw upon collective sources of support and practical resources to deal adaptively with
adversity; and demonstrate spiritual formidability (that is, bravery to defend what is most
cherished, strength of belief in what one is fighting for; Atran et al., 2018).
Skeptics might argue, depending on how some citizens confront the emergency, that
people’s political orientation, economic loss, level of social and family support, and other
factors, related to the pandemic might impede development of strong commitment with groups
and values. However, in times of crisis, and from the devoted actor model approach, we prefer
an optimism.
Identity fusion, sacred values, and the devoted actor framework were developed to
explain why some individuals are willing to fight, die, and even kill for their comrades and
convictions. These extreme actions can be performed for evil, but also for good. At this critical
time, the world needs heroes of the latter kind. So: Be a hero, be a devoted actor, and stay at
home.
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29
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https://doi.org/10.1177%2F0146167220907466
Whitehouse, H., Jong, J., Buhrmester, M. D., Gómez, A., Bastian, B., Kavanagh, C. M.,
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evolution of extreme cooperation via shared dysphoric experiences. Scientific Reports,
7:44292. https://doi.org/10.1038/srep44292
30
COVID-19 y la metáfora de la guerra
José Manuel Sabucedo
Mónica Alzate
Universidad de Santiago de Compostela
Dómenico Hur
Universidade Federal de Goias
Nota del autor
La correspondencia en relación con este artículo debe dirigirse a José Manuel Sabucedo,
Departamento de Psicología Social, Básica y Metodología, Facultad de Psicología, Universidad
de Santiago de Compostela, Rúa Xosé María Suárez Núñez, s/n., Campus sur, 15782, Santiago
de Compostela, España. Tlf. 881 811 000 ext. 13789. E-mail: josemanuel.sabucedo@usc.es
31
Resumen
Las metáforas ofrecen una explicación comprensible a fenómenos inesperados y amenazantes, a
la vez que orientan el comportamiento. En la actual pandemia algunos grupos han activado la
metáfora de la guerra. Esta metáfora resulta desaconsejable. Deja de lado aspectos
fundamentales como el cuidado mutuo o la empatía y provoca disfunciones en el
comportamiento social y en el funcionamiento del sistema democrático.
Palabras clave: COVID-19, metáfora de la guerra, percepción de amenaza, superioridad
moral, autoritarismo
Abstract
Metaphors provide easy-to-understand explanations for threatening and unexpected events, as
well as guide behavior. For the current pandemic some groups have activated the metaphor of
war. This metaphor is inadvisable. It leaves out fundamental aspects such as mutual care or
empathy and causes breakdowns in both social behavior and the democratic system.
Keywords: COVID-19, metaphor of war, threat perception, moral superiority,
authoritarianism
32
COVID-19 y la metáfora de la guerra
El 9 de enero de 2020 se produjo en Wuhan el primer fallecimiento por un nuevo
coronavirus. Tres meses después la COVID-19, convertida ya en pandemia, está paralizando la
vida social y económica y causando miles de muertes alrededor del mundo.
Junto a las actuaciones estrictamente sanitarias, contener el avance del virus exige
cambios significativos en el comportamiento de la ciudadanía: mantener una distancia física
mínima entre personas y el confinamiento en casa. La aceptación de esas medidas exige tres
condiciones. En primer lugar, que los responsables que proponen esos cambios tengan
credibilidad. En segundo lugar, que la situación sea percibida como amenazante, lo que
activaría una demanda epistémica por parte de la población (Sabucedo et al., 2020). En tercer
lugar, que la explicación que se brinda, la oferta epistémica, sea comprensible y familiar.
Desde la Psicología Política se analiza cuál es la mejor manera de presentar los
mensajes, especialmente los referidos a acontecimientos nuevos o extraordinarios. La metáfora
es una buena figura retórica para satisfacer esa necesidad de transformar lo desconocido en algo
próximo, ya que asocia lo nuevo con una imagen de una situación conocida. De hecho, la
metáfora representa un marco conceptual para interpretar la realidad (Lakoff y Johnson, 1980).
Y dado que esa percepción de la realidad influye sobre las respuestas a la pandemia, la primacía
de un marco u otro resulta una cuestión clave.
En esta crisis la metáfora bélica está muy presente. Su utilización resulta problemática
porque si bien evoca imágenes, como resistencia o heroísmo, de connotaciones positivas,
también remite a otras, como enfrentamiento, obediencia o enemigo, que denotan conflicto. Por
otra parte, tampoco está claro por qué ante una situación de emergencia sanitaria no se recurre a
otros marcos más relacionados con el cuidado, la empatía o la solidaridad.
La opción por la metáfora bélica puede tener algunas consecuencias indeseables tanto
para la propia gestión de la crisis como para la dinámica socio-política más general. A
continuación haremos una breve referencia a esos aspectos.
33
Efectos sobre el comportamiento social
Ansiedad e insolidaridad. La respuesta eficaz a la pandemia exige asumir que vivimos
en comunidad, en interacción constante, y que la acción de un individuo tiene impacto en todos
los demás. De hecho, saber que nuestras acciones benefician a otros semejantes motiva el
comportamiento prosocial (Kappes et al., 2018).
Pero también sabemos que las relaciones sociales pueden resentirse si la ansiedad activa
mecanismos cognitivos y emocionales relacionados con el instinto de supervivencia. No es
necesario recordar que la pandemia por sí misma genera angustia y miedo. Por tanto, las
imágenes que puede evocar la metáfora bélica (sufrimiento, escasez, etc.) incrementarán todavía
más esa emoción negativa. De ahí que el comportamiento prosocial pueda dejar paso al
pensamiento insolidario e irracional del “sálvese el que pueda”. Esto se traduciría, por ejemplo,
en conductas de acopio de alimentos o de material sanitario sin considerar la mayor necesidad
que pudieran tener las personas de especial riesgo ante el virus. Por tanto, esa conducta además
de insolidaria es irracional, porque en estas crisis la única opción ganadora es la colaborativa, y
nunca la de suma cero (Folch et al., 2003).
Identificación del enemigo. La metáfora bélica también se asocia con obediencia,
identificación de un enemigo y defensa del endogrupo. El uso de esa metáfora posibilita que
todos esos elementos estén cognitivamente accesibles cuando se valora o se actúa ante una
situación determinada. Esto puede explicar en parte el fenómeno llamado la policía de los
balcones, ciudadanos confinados en sus casas que se arrogan la potestad de insultar a los que
transitan por la calle. No saben si esas personas están autorizadas o no para estar fuera de casa,
pero insultan igual. Se erigen en defensores del conjunto del grupo y de sus normas, y desde esa
superioridad moral (Dono et al., 2018) se sienten legitimados para actuar de esa manera.
Esa hostilidad también se puede expresar hacia aquellas personas a las que previamente
se ha estigmatizado por proceder de lugares o ser parte de grupos en los que la incidencia de la
pandemia es mayor.
34
Efectos sobre el clima político y los valores democráticos
Liderazgo y autoritarismo. Una buena gestión de la crisis requiere de un líder con
capacidad de entender y hacer suyas las inquietudes del conjunto de la ciudadanía a la que se le
va a exigir muchos sacrificios (Haslam et al., 2011). Esto exige crear consensos, especialmente
en aquellos contextos políticos más polarizados.
La metáfora de la guerra es un obstáculo para ese objetivo en cuanto evoca liderazgos
caudillistas, del ordeno y mando. Liderazgos que impiden hacer partícipes a los otros en la toma
de decisiones. Esto afecta al nivel de apoyo social que estas puedan tener y genera reactancia.
Justo el clima político menos recomendable en situaciones de incertidumbre y tensión. El caso
de los poderes extraordinarios que se atribuyó Orbán, el primer ministro húngaro, es el más
llamativo, pero no el único.
Libertad de opinión y censura. La metáfora bélica también puede afectar a valores
centrales del sistema político. En una sociedad democrática el poder político debe ser objeto de
escrutinio por parte de la sociedad. Eso supone el derecho a ser informada y a criticar su
gestión. Y esto no debe dejar de ser así durante esta pandemia. Al contrario, la transparencia del
gobierno y el control sobre él debe ser aún mayor, ya que está en juego la salud y la economía
de toda la comunidad.
Pero la metáfora de la guerra confronta esos valores democráticos. La crítica a la
gestión de los mandos puede suponer alta traición. Sin embargo, no estamos en una guerra,
estamos ante el desafío sanitario, económico y social provocado por un nuevo virus. Para
encontrar la mejor respuesta hay que contar con toda la inteligencia de la sociedad, lo que
supone evitar tanto censuras como el groupthinking.
Pero, lamentablemente, la metáfora de la guerra está tan extendida que algunos
creadores de opinión escriben lo siguiente: “No nos queda otra que confiar ciegamente, por más
errores que cometan, por más palos de ciego que den, en quienes ocupan el puesto de mando”
(Salgado, 2020). Los trabajos de la “Personalidad autoritaria” de Adorno et al. (1950) y los de
liderazgo de Lewin et al. (1939) mostraron el peligro de tales creencias.
35
Conclusiones
La COVID-19 está golpeando duramente a nuestra sociedad. El sufrimiento por la
muerte de miles de personas y las pérdidas económicas marcará a varias generaciones. Eso ya es
irrecuperable. Pero todavía estamos a tiempo de construir un relato, un marco, sobre los motivos
que guiaron la actuación generosa de tantas personas durante la crisis. Y en él tienen que estar
presentes, entre otros, la solidaridad, la empatía y la obligación moral. Por tanto, la metáfora de
la guerra debe ser sustituida por otra que tenga como elemento cognitivo y emocional central el
cuidado por el otro y la cooperación.
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zumbido-politico/0003_202003G31P22993.html
37
El respeto a la comunidad como norma moral
Armando Rodríguez Pérez
Universidad de La Laguna
Nota del autor
La correspondencia en relación con este artículo debe enviarse a Armando
Rodríguez Pérez, Departamento de Psicología Cognitiva, Social y Organizacional,
Universidad de la Laguna, Campus de Guajara, 38205, La Laguna, Tenerife (España).
Tlfno. 922 317 521. Email: arguez@unll.edu.es
38
Resumen
Tradicionalmente, la psicología ha diferenciado entre normas morales asociadas a los derechos
individuales y convenciones sociales asociadas a las buenas maneras y el respeto a los demás.
Sin embargo, la crisis provocada por el COVID-19, está generando un desplazamiento en el
estatus moral de esos dos tipos de normas incrementando la relevancia de las normas relativas
a la comunidad. La nueva Teoría de los Fundamentos Morales ayuda a explicar estos cambios.
Palabras clave: Normas, fundamentos morales, comunidad, civismo, COVID-19
Abstract
Traditionally, psychology has differentiated between moral norms associated with individual
rights and social conventions associated with good manners and respect for others. However,
the crisis caused by COVID-19 is generating a displacement in the moral status of these two
types of norms, increasing the relevance of the norms related to the community. The new
Theory of Moral Foundations helps explain these changes.
Keywords: Norms, moral foundations, community, civility, COVID-19
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El respeto a la comunidad como norma moral
El propósito de estas notas que presento más abajo es destacar la aportación
de la psicología social al análisis de la situación planteada por el confinamiento y
las medidas de alarma nacional decretadas en España y otros muchos países del
mundo.
Concretamente, mi intención es mostrar cómo uno de los efectos de esta
crisis, al menos a corto y medio plazo, es el desplazamiento de los estándares
morales prototípicos que rigen nuestra sociedad, desde un espacio centrado en el
respeto a los derechos individuales a un espacio en el que impera la lealtad y el
respeto a la comunidad. Cuatro hechos justifican mi razonamiento:
Primero, el obligado confinamiento y la interrupción obligada de las rutinas y
los contactos cotidianos han alterado los referentes de identidad de las personas y ha
hecho más difusas las fronteras de los endogrupos habituales (laborales, de ocio, de
amistad) en favor de una identidad supraordenada.
Segundo, la invisible amenaza del coronavirus y la activación consciente de la
idea de muerte ha propiciado estrategias de gestión del terror mediante el
estrechamiento de vínculos con familiares, amigos y conocidos con los que había lazos
emocionales.
Tercero, la sobreabundancia de intercambios virtuales a través de redes
telemáticas y el uso de videos con contenido cómico o musical han servido como un
cemento social incrementando la cohesión, emociones colectivas y sentimientos de
unidad.
Finalmente, las llamadas de ánimo colectivo y las manifestaciones de gratitud
40
hacia los sanitarios, las fuerzas armadas, el personal de supermercados, etc., han
contribuido a generar la imagen de una comunidad bien vertebrada.
Con estos antecedentes, el punto de partida que propicia esta reflexión me
lo sugiere la fuerte respuesta de increpación e incluso violencia verbal explícita de
muchos ciudadanos contra quienes parecen abusar de las excepciones planteadas a la
norma de confinamiento. Obviamente, podemos explicar estas conductas de reproche
mediante el efecto de oveja negra y en la amenaza que supone a la distintividad y al
favoritismo endogrupal las acciones desviadas de algún miembro. Sin embargo,
voy a focalizar mi reflexión en el sistema normativo y en las revelaciones que se
derivan de las nuevas teorías de los fundamentos morales (Haidt, 2012).
Es bien sabido que las normas son un poderoso determinante del
comportamiento social, una especie de carta de navegación que nos guía en el día a
día, nos ayuda a responder ante situaciones ambiguas y contribuye a que los demás
anticipen nuestro comportamiento. Es, por tanto, una de las herramientas básicas
que emplea nuestro cerebro para generar los modelos de mundo social que hacen
que las interacciones sean fáciles e incluso satisfactorias. Muchas de estas normas
nos indican qué está bien y qué está mal, y qué comportamientos se consideran
aceptables y cuales inaceptables. Por ello, el complemento de las normas lo
constituyen las conductas de control social (Brauer y Chaurand, 2010).
Tradicionalmente, la Psicología Social ha distinguido entre normas morales
y normas convencionales. Las normas morales abarcarían un conjunto de reglas
universales e inmutables que vendrían precocinadas y emergerían en el desarrollo a
partir del diseño cognitivo básico de los seres humanos (Kohlbert, 1976; Piaget, 1965).
En contraste, las normas convencionales, entre las que se hallan las normas cívicas,
41
carecerían de la base prescriptiva de las reglas morales (Turiel, 1983) pese a que su
violación constituye uno de los factores de estrés urbanos más importantes (Phillips y
Smith, 2003). De acuerdo con esta perspectiva ¿qué sería más reprobable, agredir
violentamente a una persona para sustraerle la cartera o abusar de las excepciones
legales a las leyes de confinamiento saliendo todos los días varias veces con la excusa
de ir al supermercado, pasear al perro e ir a la farmacia? ¿Qué tipo de transgresión
provocaría reacciones de control social más fuertes? Diversas investigaciones han
hallado que la transgresión de normas morales trae consigo un mayor reproche
social que la transgresión de normas cívicas (e.g., Goodwin y Darley, 2012). Es
decir, que “agredir violentamente a otra persona” con mucha probabilidad sería más
reprobable que “saltarse el confinamiento de forma innecesaria pero legal”.
Sin embargo, la crisis del coronavirus está generando un paisaje normativo
inédito que muestra la ineficiente e impertinente distinción entre normas morales y
normas convencionales. Distinción que ya han puesto en duda investigaciones
realizadas en países con una tradición cultural diferente a la nuestra (e.g., culturas de
tradición confuciana como las de extremo oriente) que consideran que la fuente del
comportamiento moral es el cultivo del buen carácter y la capacidad de actuar con
decoro y respeto hacia la comunidad (An et al., 2016; Butchel et al., 2015; Moon et
al., 2018). En efecto, los resultados de esas investigaciones están en la línea de la
moderna Teoría de los Fundamentos Morales (Haidt, 2012) que entiende que las
personas y las culturas construyen su moralidad no solo a partir de los fundamentos de
daño/cuidado y justicia/engaño, que son fundamentos éticos centrados en los
derechos individuales de la persona. También lo hacen a partir de fundamentos
morales de lealtad/traición, autoridad/subversión y santidad/degradación que
contribuyen a la cohesión, la lealtad a la comunidad y el respeto a los aspectos
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sagrados de la condición humana. Y es en ese valor moral potencial asociado al
respeto y lealtad a la comunidad donde habría que situar también las normas cívicas.
Por consiguiente, el dilema a resolver no es determinar qué merece más
reprobación, si la transgresión a una norma moral o la transgresión a una norma
convencional sino qué merece más reprobación, una trasgresión moral que afecta al
fundamento de cuidado o una transgresión moral que afecta al respeto a la
comunidad. Es decir, ¿cuál de las dos transgresiones morales merece una mayor
respuesta de control social? Se me antoja que, en estos momentos, la respuesta más
probable anticiparía un desplazamiento desde un estándar moral prototípico basado
en el cuidado y respeto a la vida individual a un estándar basado en el respeto y
lealtad a la comunidad. Y, por consiguiente, las personas se sentirán más
comprometidas a ejercer acciones de control sobre quienes falten al principio de
respeto y lealtad a la comunidad que a conductas que afectan a derechos
individuales relativos a cuidado/daño.
Además, esta reacción de control será más explícita y estará más asociada a
emociones morales negativas (e.g., repugnancia, desprecio, disgusto,
resentimiento y hostilidad) y a una mayor exclusión potencial del transgresor del
perímetro que diferencia lo humano de lo no humano, es decir, a un mayor
distanciamiento del universo moral humano del transgresor.
Pero todo esto solo son conjeturas que asumen una determinada geografía
de las emociones. En estos tiempos turbulentos en los que tendemos a pensar que
estamos hecho de cristal y en el que los minutos se han vuelto perezosos, quizás
hayamos aprendido que muchas veces el camino más corto para llegar al destino
no es la línea recta ni el atajo encubierto sino los viejos caminos llenos de curvas y
43
de sorpresas inesperadas en los que la solidaridad y el respeto a la comunidad
sean la mejor fuente de bienestar.
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44
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University Press.
45
Afrontando el estrés causado por la pandemia COVID-19: Futura agenda de investigación
desde la inteligencia emocional
Natalio Extremera
Universidad de Málaga
Nota del autor
La correspondencia en relación con este artículo debe dirigirse a Natalio
Extremera, Departamento de Psicología Social, Trabajo Social, Antropología Social y
Estudios de Asia Oriental, Facultad de Psicología, Universidad de Málaga. Campus de
Teatinos s/n., 29071, Málaga, España. Phone: (34) 952 13 23 90. Email:
nextremera@uma.es
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Resumen
La inteligencia emocional proporciona un marco teórico unificado para estudiar el papel de las
habilidades emocionales en los procesos de estrés y bienestar, siendo de gran aplicabilidad en
esta crisis por el COVID-19. Así, abordaremos, sin ser exhaustivos, posibles consecuencias de
esta pandemia, proporcionando algunas líneas de investigación futura para examinar procesos
psicosociales intra e interpersonal desde la inteligencia emocional.
Palabras clave: COVID-19, inteligencia emocional, consecuencias psicosociales,
confinamiento
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Afrontando el estrés causado por la pandemia COVID-19: Futura agenda de investigación
desde la inteligencia emocional
La pandemia COVID-19 nos inunda de noticias alarmantes y todo ello provoca en el ser
humano emociones tan comunes y naturales como la ansiedad, el estrés, la frustración y el
malestar debido a la incertidumbre de la situación, los riesgos de contagio reales para la salud, y
la sobreinformación a la que estamos expuestos (Duan y Zhu, 2020). En este sentido, la
inteligencia emocional (IE) definida como un conjunto interrelacionado de habilidades para
identificar, usar, comprender y manejar nuestras emociones y las de los demás (Mayer et al.,
2016), resulta de crucial importancia. Las emociones contienen información sobre la relación
de las personas con su entorno y suelen activarse cuando la relación entre el individuo y su
contexto cambia en situación de crisis (Lazarus, 1991). El abordaje de la IE proporciona un
marco teórico unificado para estudiar el papel de las habilidades emocionales en el proceso de
afrontamiento y el funcionamiento interpersonal en estos momentos (Brackett et al., 2011;
Mayer et al., 2008). Así mismo, planteamos algunas líneas de investigación futura para
examinar procesos psicosociales desde la inteligencia emocional.
Procesos psicosociales intrapersonales desde la IE
Entre los procesos intrapersonales relacionados con la IE que tendrían consecuencias en
el abordaje de la pandemia, nos centraremos en tres: el manejo de la amenaza, las pautas de
protección para la salud y los hábitos de vida saludable.
A nivel intrapersonal, la emoción de miedo es una respuesta humana básica que surge
ante una situación de amenaza para la integridad física y/o psicológica. Sin embargo, los
procesos de evaluación de la amenaza son diferentes entre personas, habiéndose encontrado
menor intensidad emocional y una reevaluación más adaptativa entre aquellos con más IE en
estudios de laboratorio (Matthews et al., 2006). Sería necesario examinar si la personas con IE
en estados de confinamiento están llevando a cabo reacciones y respuestas al estrés de menor
intensidad, a través de procesos de reevaluación cognitiva más adaptativos (i.e., toma de
48
perspectiva, centrarse en lo positivo, planificación de acción, aceptación…). Igualmente, las
personas emocionalmente inteligentes podrían poner en práctica estrategias de afrontamiento
más eficaces ante eventos estresantes y/o amenazantes, bien a través del manejo directo del
estresor (i.e., respetar el confinamiento, evitar contacto con personas infectadas, usar guantes y
mascarillas), o bien a través de la posibilidad de encontrar oportunidades para el desarrollo
personal y el aprendizaje en dichas circunstancias adversas (i.e., aprovechar el tiempo en
pareja/familia, realización de actividades solidarias) (Matthews et al., 2017). Es de relevancia
conocer el repertorio de estrategias regulativas para manejar el estrés llevadas a cabo por las
personas con alta vs. baja IE y su impacto directo sobre la salud y el bienestar a corto/largo
plazo.
Otra línea a examinar entre la población es la realización de las pautas de protección
para la salud ante el riesgo de contagio. En línea con estudios previos (Arnau-Sabatés et al.,
2012), sería importante analizar si las personas menos emocionalmente inteligentes son más
propensas a una falsa sensación de invulnerabilidad del riesgo de contagio, ya que no procesan
correctamente la importancia y significado de las emociones negativas (i.e., miedo o
preocupación), lo cual los podría llevar a pensar que ellas son menos probables de contagiarse
del COVID-19 que el resto. Consecuentemente, es posible que en personas con baja IE, las
medidas de protección a seguir (i.e., distancia social, lavarse las manos…) tuviesen menor
calado en ellas, o bien no las siguiesen de forma tan estricta, causando un mayor riesgo de
contagio sobre ellas y su entorno social cercano. Sería de gran interés para las políticas de salud
pública futuras examinar la implicación de los déficits emocionales en estas conductas de
riesgo.
De igual manera, las habilidades emocionales podrían tener cierto papel en los hábitos
de vida saludable que desarrollan las personas durante el confinamiento. La investigación señala
que las personas con IE utilizan estrategias y hábitos de vida más saludables (Zeidner et al.,
2012). En estos momentos de confinamiento, se podría analizar si las personas con IE ponen en
práctica, en mayor medida, conductas de autocuidado más eficaces (i.e., dieta equilibrada,
49
ejercicio moderado y hábitos de sueño saludables) como recurso para regular las experiencias y
emociones negativas que surgen (i.e., incertidumbre, miedo, amenaza, soledad, conflictos
familiares). Claramente, nuestras rutinas diarias se han visto afectadas, y debemos intentar
mantener intacto los aspectos que sabemos que alteran sobremanera nuestro equilibrio
emocional. Queda por conocer los hábitos de salud que se están desarrollando entre la población
durante el confinamiento y si los déficits emocionales podrían ser mecanismos que llevan a
perfiles de mayor riesgo para nuestra salud y bienestar.
Procesos psicosociales interpersonales y grupales desde la IE
Entre los procesos interpersonales y grupales relacionados con la IE que tendrían
consecuencias en el abordaje de la pandemia, nos centraremos en tres: las relaciones
interpersonales, los prejuicios grupales y los comportamientos altruistas y solidarios.
A nivel interpersonal, la idea de que la IE es crucial para la adaptación en varias esferas
de la vida social lleva generando un interés creciente entre los investigadores, partiendo de la
base de que la forma en que las personas regulan y manejan sus emociones afecta a sus
relaciones sociales más cercanas (Lopes et al., 2011). El estado de confinamiento va a poner a
prueba esos vínculos y lazos afectivos entre los miembros de la familia. Desde la psicología
social de la familia, los futuros trabajos de campo tendrán que analizar si entre las familias con
miembros con más IE los efectos y consecuencias han tenido un impacto menor sobre el
bienestar familiar y/o de la pareja durante el confinamiento (i.e., mayor sensación de apoyo de
la pareja, mayor intimidad y cercanía en las relaciones, menor número conflicto e intensidad
menos negativa de los mismos, etc…) (Malouff et al., 2014).
Otro proceso psicosocial interpersonal de interés, como consecuencia de la pandemia,
son los pensamientos y las reacciones que tenemos hacia los otros grupos. Desde el área de la
psicología social interesada en las relaciones intergrupales, se sabe que a medida que surgen en
un grupo ciertas emociones negativas (i.e., miedo, amenaza, vulnerabilidad, estrés) es posible
que aumente el nivel de intolerancia, menor empatía y distanciamiento social hacia otros grupos
50
y la posible aparición de prejuicios y discriminación racial, por ejemplo, hacia colectivos o
países donde empezó antes la pandemia (e.g., en los inicios algunos gobiernos denominaron al
COVID-19 como “el virus chino”). Sería de interés abordar los prejuicios étnicos y raciales
hacia otros colectivos y los mecanismos psicosociales implicados en tales actitudes durante esta
crisis mundial, y la posible relación de los déficits socio-emocionales en el desarrollo de estos
prejuicios (Van Hiel et al., 2019).
Por otro lado, la pandemia ha puesto de manifiesto nuestro potencial como raza
humana. En momento de crisis, las personas pueden llegar a priorizar los comportamientos
altruistas y prosociales ante aquellos que están afrontando la misma crisis vital, sin considerar
raza, etnia, edad y/o sexo. Los esfuerzos de colaboración, apoyo y solidaridad entre personas
que estamos viendo diariamente requieren de habilidades interpersonales como la compasión, la
empatía y la sensibilidad interpersonal hacia el prójimo. Se abre, por tanto, un escenario único
para que los investigadores examinen si dichas habilidades emocionales están en la base de
estas acciones solidarias y altruistas que observamos a nuestro alrededor. Las evidencias de que
las personas emocionalmente inteligentes conectan mejor con los demás y son más proclives a
conductas prosociales en experimentos con dilemas sociales (Côté et al., 2011), podrían dirigir a
los investigadores a examinar los factores contextuales y los mecanismos afectivos que
favorecen o dificultan dichos comportamientos solidarios y prosociales en estos momentos de
crisis. En definitiva, la idea de que las habilidades emocionales son útiles para nuestro bienestar
social y el desarrollo de sociedades más solidarias en tiempos de crisis parece más que
sugerente y requiere de mayor atención y esfuerzos en el área aplicada de la intervención socio-
comunitaria. De hecho, para finalizar, otra línea de investigación de implicación práctica sería
investigar si el desarrollo y formación de la IE de los ciudadanos podría mejorar nuestra
sensibilidad interpersonal y el compromiso social hacia los demás. Dicho aprendizaje socio-
emocional podría fomentar aspectos como la confianza social, la conectividad interpersonal y la
creación de relaciones más positivas y solidarias hacia el prójimo, favoreciendo una IE de
51
carácter colectivo de gran valor social en momentos tan desafiantes para la humanidad como el
actual.
Referencias
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53
Afrontando la pandemia COVID-19 y sus consecuencias desde la Psicología Social
Feminista
Victoria A. Ferrer Pérez
Universidad de las Islas Baleares
Nota de la autora
La correspondencia en relación con este artículo debe enviarse a Victoria A. Ferrer
Pérez, Departamento de Psicología, Facultad de Psicología, Universidad de las Islas Baleares,
Ctra. Valldemossa km 7.5, 07112 Palma (Islas Baleares), España. Tlfno. 971 173 480. Email:
victoria.ferrer@uib.es
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Resumen
Incorporar la perspectiva de género o feminista transversalmente al conocimiento científico es
una necesidad señalada desde diferentes instancias. A pesar de ello, esta recomendación sigue
sin estar generalizada, y la respuesta a la crisis causada por el coronavirus COVID-19 no es una
excepción. Se apuntan sugerencias para comprender y dar respuestas desde la Psicología Social
con perspectiva de género.
Palabras clave: Psicología Social, perspectiva de género, COVID-19
Abstract
Incorporating the gender or feminist perspective transversally into scientific knowledge is a
need pointed out from different quarters. Despite this, this recommendation is still not
widespread, and the response to the crisis caused by the coronavirus COVID-19 is no exception.
Suggestions for understanding and providing responses from social psychology with a gender
perspective are proposed.
Key words: Social Psychology, gender perspective, COVID-19
55
Afrontando la pandemia COVID-19 y sus consecuencias desde la Psicología Social
Feminista
Incorporar la perspectiva de género o feminista transversalmente a la construcción del
conocimiento científico (y, consecuentemente, evitar la ceguera de género o gender blindness)
es una necesidad repetidamente señalada desde diferentes instancias (i.e., Buitendijk y Maes,
2015; Comisión Europea, 2009; Gartzia y Lopez-Zafra, 2016).
A pesar de esta recomendación, considerar la dimensión de género como categoría
significativa al abordar los problemas de investigación sigue sin ser una norma de actuación
generalizada, y la respuesta a la crisis causada por el coronavirus COVID-19 no es una
excepción (Wenham et al., 2020).
Centrándonos específicamente en los aspectos psicosociales del problema, y tomando
como referencia la propuesta de ONU-Mujeres (2020) para dar una respuesta efectiva y con
perspectiva de género a esta pandemia, cabe apuntar algunas sugerencias para comprender el
alcance y repercusiones de esta crisis sanitaria y social.
En primer lugar, disponer de datos desagregados por sexo de incidencia, prevalencia,
mortalidad y supervivencia frente a la enfermedad constituirá un primer paso necesario para
determinar, en su caso, la existencia de patrones diferenciales por género, y analizar, entre otras,
la posible influencia de conductas de riesgo para la salud generizadas (como el hábito de fumar)
en estos procesos (García et al., 2019; Wenham et al., 2020), aspectos todos ellos susceptibles
de análisis desde la Psicología Social de la Salud.
En segundo lugar, será también relevante disponer de datos desagregados por sexo
sobre la incidencia y consecuencias del COVID-19 en profesionales sanitarios/as (Wenhan et
al., 2020). Cabe recordar que, según datos EPA, en España, del total de personas ocupadas en
actividades sanitarias en 2018, el 73.6% eran mujeres (EPA, 2020a), pero con una distribución
muy desigual por categorías profesionales, pues la estadística de profesionales sanitarios/as
colegiados/as para ese año (INE, 2020) muestra que las mujeres representaban el 51.1% de
56
médicas/os, pero el 85.1% de enfermeras/os, siendo el nivel de riesgo de exposición a la
enfermedad (y, consecuentemente, a los riesgos psicosociales) sustancialmente diferente, y,
potencialmente, superior entre las mujeres por el tipo de tareas desempeñadas. Estos aspectos, y
otros relacionados, son también objeto de estudio para la Psicología Social de la Salud y, en su
caso, para la Psicología del Trabajo y las Organizaciones.
Por otra parte, entre las medidas adoptadas para hacer frente al COVID-19, el
confinamiento de la población constituye una de las más drásticas, y serán necesarios
importantes esfuerzos para analizar sus efectos sobre la salud física, mental y social de la
población, sobre la economía y el mercado de trabajo, sobre las relaciones sociales y de
convivencia, y, en su caso, sobre la elaboración del duelo. Todos ellos son susceptibles de ser
analizados desde un punto de vista psicosocial, incorporando la categoría género como clave
relevante para el análisis. Destacaremos sólo algunos, a modo de ejemplo.
Como parte del confinamiento, se ha restringido (casi totalmente) la actividad
económica, manteniendo únicamente actividades consideradas esenciales. Se da la circunstancia
de que, más allá del personal sanitario anteriormente mencionado, las mujeres están, en general,
en primera línea en tareas fundamentales para el sostenimiento de la vida. Así, en España, son
mujeres más del 70% de quienes trabajan en farmacias, del 90% de quienes limpian en
empresas, hoteles y hogares, o más del 85% de quienes atienden las cajas en los supermercados
(Càtedra d’Economia Feminista, 2020). También ellas han estado expuestas en primera línea a
la enfermedad, y al estrés psicosocial generado por la sobrecarga y las difíciles condiciones para
el desempeño de sus tareas, que, en muchas ocasiones, se ha sumado a condiciones de
precariedad previas (altas tasas de precariedad e inestabilidad laboral, bajos salarios, etc.),
exacerbándolas (Ferrer et al., 2018).
Otra medida restrictiva ha sido el cierre de centros escolares y servicios de atención a
personas dependientes, que ha colocado en primer plano la división sexual del trabajo y,
especialmente, la (desigual) distribución de las tareas de cuidado y domésticas (Ferrer et al.,
57
2018), a las que, en este caso, se han sumado las relacionadas con el seguimiento a distancia de
las tareas escolares en muchos hogares. Surgen así otros temas relevantes para el análisis
psicosocial, como los efectos del cuidado sobre el riesgo de exposición a la enfermedad, o los
cambios (o el mantenimiento del estatus quo) en el reparto de tareas domésticas y de cuidado en
estas nuevas circunstancias. Adicionalmente, la cuestión de la educación online abre nuevas
preguntas desde la Psicología Social de la Educación (incluyendo aspectos diferenciales en
motivación, hábitos, etc.), y desde el análisis de la desigualdad, poniendo sobre la mesa el
(supuestamente cerrado) debate sobre la primera brecha digital por género, o acceso desigual a
las TIC entre mujeres y hombres.
Tanto el análisis de esta primera brecha, como el de la denominada segunda brecha
digital por género, relacionada con las habilidades necesarias para obtener todos los beneficios
del acceso a las TIC (Castaño, 2009), aportarán claves de interés para el análisis psicosocial de
posibles diferencias en el uso del tiempo libre y el disfrute del ocio, o de las pautas de
comunicación relacional, y sus efectos sobre la salud y el bienestar de mujeres y hombres.
Otro efecto del confinamiento ha sido la sustitución de la presencialidad por el
teletrabajo en muchos ámbitos. Más allá de las dificultades tecnológicas o competenciales
inherentes a esa transformación (téngase en cuenta que, según datos EPA (2020b), más del 90%
de personas ocupadas en España no trabajaron en 2019 ni un solo día en su domicilio
particular), es necesario aplicar también aquí la perspectiva de género. De hecho, como señaló
Wacjman (2006), el teletrabajo puede contribuir a reforzar los roles de género tradicionales,
perpetuando la relación de las mujeres con el ámbito doméstico y el cuidado, y reproduciendo
desigualdades estructurales. Este escenario abre pues nuevas posibilidades para el análisis
psicosocial, incluyendo estudiar los efectos diferenciales que este proceso acelerado hacia el
teletrabajo (y su compatibilización con las tareas de domésticas y de cuidado habituales, más las
impuestas por la nueva situación) puede tener a medio y largo plazo sobre la salud, la
productividad y la carrera profesional de hombres y mujeres.
58
Finalmente, una cuestión no menor es que el confinamiento supone una convivencia
forzosa y continúa con otras personas, que puede estar modulada por muchas variables
(condiciones materiales y de servicios de la vivienda, relaciones previas entre los/as
convivientes, habilidades para la negociación y la solución de problemas, etc.), que un análisis
psicosocial contribuirá a desvelar. Pero destaca, por su dificultad intrínseca y peligrosidad, la
situación de quienes se han visto obligados/as a vivir el confinamiento en entornos violentos,
con particular atención a las mujeres, y sus hijos e hijas, víctimas de violencia en la pareja, que
han vivido el confinamiento con sus maltratadores. Los efectos de esta convivencia forzada y de
difícil escapatoria sobre el ejercicio de la violencia por parte de los maltratadores durante y
después del período de confinamiento, y sobre la salud física, mental y social de quienes la han
padecido, constituyen otra de las consecuencias de esta situación que será necesario afrontar.
Igualmente, será importante analizar la efectividad real de las estrategias de respuesta que se
han propuesto durante el proceso (campañas informativas, mecanismos telemáticos para
solicitar ayuda, incentivar conductas de ayuda del entorno, etc.).
Así pues, se propone incorporar la perspectiva de género al estudio de: a) la incidencia,
prevalencia, y mortalidad diferencial frente al coronavirus; b) la demografía de las profesiones;
c) el estrés psicosocial en el entorno laboral y doméstico; d) la distribución de las tareas de
cuidados y sus efectos; e) el teletrabajo; f) la brecha digital; g) el uso del tiempo libre; h) la
violencia contra las mujeres durante el confinamiento; y i) la efectividad de las respuestas
institucionales a esa violencia.
En definitiva, la categoría género puede (y debe) estar presente en todas las fases de la
investigación (Schiebinger, 2014), y nos ofrece claves relevantes que arrojan luz adicional a la
comprensión de la realidad desde un punto de vista psicosocial en cualquier circunstancia
(Ferrer, 2019); y, ante la crisis vivida y sus previsibles consecuencias, implicar también a las
mujeres y considerar sus necesidades (especialmente, las voces y necesidades de aquellas que
están padeciendo con más fuerza el impacto de esta crisis) en todas las fases de respuesta y en la
59
toma de decisiones a todos los niveles es sico para afrontar adecuadamente la recuperación
(ONU-Mujeres, 2020).
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61
La desigualdad ante el espejo del COVID-19
Rosa Rodríguez-Bailón
Universidad de Granada
Nota de la autora
La correspondencia en relación con este artículo debe enviarse a Rosa Rodríguez-
Bailón, Departamento de Psicología Social, Facultad de Psicología, Universidad de Granada,
Campus de Cartuja, s/n, 18071 Granada, España. Tlfno: 958 240 690. Email: rrbailon@ugr.es
62
Resumen
La crisis sanitaria provocada por la propagación del COVID-19 ahondará en la desigualdad
económica, ya presente en la mayoría de los países. Entre otros aspectos, incrementará la brecha
sanitaria, educativa y laboral entre los ciudadanos. La consideración de los efectos psicosociales
de la desigualdad económica puede ayudar en la propuesta de acciones encaminadas a reducir
sus efectos negativos.
Palabras clave: COVID-19, desigualdad económica, redistribución
Abstract
The health crisis caused by the spread of COVID-19 will deepen in the economic inequality,
already present in most countries. Among other aspects, it will increase the health, educational
and labor gap between citizens. Taking into account the psychosocial effects of economic
inequality can be useful in proposing actions aimed at reducing its negative effects.
Keywords: COVID-19, economic inequality, redistribution
63
La desigualdad ante el espejo del COVID-19
Definida por la OMS como una pandemia mundial se podría pensar que el
COVID-19 y sus efectos no distinguen entre los habitantes del planeta. En palabras del
viceministro de Salud de Irán, Iraj Harirchi: “el virus es democrático y no distingue
entre pobres y ricos o entre un estadista y un ciudadano común”. Sin embargo, algunas
personalidades del mundo de la política, la economía o la educación ya han mostrado
su desacuerdo con esta afirmación, manifestando que el COVID-19 no afecta ni
afectará a todos/a por igual. Tal como los/as expertos/as sanitarios han puesto de
manifiesto, existen grandes brechas tanto en los riesgos de salud que nos plantea como
en la forma en que cada uno podemos responder al riesgo de infectarnos. Estas brechas
están determinadas fundamentalmente por las diferencias socio-económicas entre los
individuos en las distintas zonas del planeta y las consecuencias psicosociales de las
mismas pueden ser importantes.
En la actual alerta sanitaria sin precedentes, se pueden entrever acuciantes
consecuencias de la disparidad en cuatro ámbitos esenciales para enfrentarnos a ella.
La primera tiene que ver con las condiciones de salud y el acceso a servicios de salud.
Es claro que la salud y el acceso a los recursos sanitarios de las personas con menos
recursos es peor que la de los privilegiados económicamente (e.g., Reeves y Rothwell,
2020). En segundo lugar, las personas con menos ingresos tienen menos posibilidades
de trabajar confinados desde el hogar por varias razones, entre ellas, porque sus
empleos requieren de más presencialidad y no pueden permitirse dejar su trabajo
puesto que dependen completamente de sus salarios mensuales y sus ahorros muy
escasos (Belser, 2020). La tercera y cuarta fuente de disparidad están estrechamente
relacionadas entre sí, y tienen que ver con la brecha educativa y digital. Las familias
menos privilegiadas tienen más recursos materiales y digitales, pero también humanos,
64
para suplir el cierre de los centros escolares y universitarios (e.g., El País, 2020).
Por tanto, parece que el COVID-19 no hará sino aumentar la disparidad entre
quienes más y menos tienen. Pero, ¿qué consecuencias psicosociales tienen estas
disparidades económicas que seguramente se incrementarán debido a la crisis sanitaria
en la que estamos inmersos? Son muchas las investigaciones que desde nuestra
disciplina se han dedicado a analizar estas consecuencias, y algunas de ellas han
mostrado que los entornos desiguales pueden dar lugar a algunos procesos que
perpetúen las diferencias, que en última instancia afectan negativamente al bienestar y
la calidad de vida de todas las personas, especialmente a la de las más vulnerables.
Entre estos procesos psicosociales relacionados con la disparidad de la riqueza
analizados desde la Psicología Social me gustaría destacar algunos de los que me
parecen más importantes (véase Figura 1).
En primer lugar, la desigualdad económica hace que la posición social, el
estatus, la clase social o la riqueza se convierta en una de las categorías sociales más
importantes a través de la cual se estima la valía de las personas (Wilkinson y Pickett,
2017). Esta importancia por el estatus que uno tiene y no quiere perder, o por el que le
gustaría alcanzar, se puede mostrar a través de diferentes aspectos de nuestro
comportamiento y se acrecienta en sociedades más desiguales. Por ejemplo, la
necesidad constante de mostrar la clase social a la que pertenecemos o el estatus del
que disfrutamos a través de señales sutiles, como la apariencia, el lenguaje, las
preferencias literarias o musicales (Kraus et al., 2017), o el consumo en relación con
los productos que confieren estatus y prestigio, se hace más evidente a medida que
aumenta la desigualdad (Walasek et al., 2018). Estos símbolos de estatus nos permiten
comunicar nuestra cercanía a los más aventajados y la distancia con los que menos
tienen.
65
Además, este proceso viene acompañado por una mayor legitimación de las
diferencias entre los más y menos privilegiados en sociedades más dispares
económicamente. Esta legitimación toma forma por ejemplo, a través de los
estereotipos de clase por los que se asocian características de competencia
(sobrevaloradas socialmente) a los/as favorecidos/as, y relacionadas con la calidez a
los/as desfavorecidos/as, lo que justifica su posición en la jerarquía (Durante et al.,
2013). Más aún, estos procesos intergrupales por los que se generan estereotipos
negativos, o cuanto menos ambivalentes, se asocian a creencias meritocráticas (i.e. los
pobres son buena gente pero no trabajan ni se esfuerzan lo suficiente), y a una falsa
creencia de que la movilidad social es mucho mayor de lo que objetivamente es, lo que
puede llevar al extremo de la deshumanización de las personas con un nivel
socioeconómico más bajo, y a la postre a actitudes contrarias a políticas sociales que
les favorecen (Sáinz-Martínez et al., 2019). En la crisis sanitaria causada por el
COVID-19 estos mecanismos podrían aparecer a través de la percepción de las
personas con menos recursos como fuentes de contagio del virus por las condiciones
de habitabilidad que sufren o por sus hábitos higiénicos, lo que podría favorecer
actitudes negativas hacia ellas o hacia las políticas sanitarias y sociales que les podrían
beneficiar como la implantación del polémico Ingreso Mínimo Vital.
Estas diferencias entre los “ganadores” y los “perdedores” especialmente
acuciantes en sociedades con altos niveles de desigualdad puede llegar a generar una
preocupación crónica por la posición social que uno ocupa, que se ha denominado
ansiedad por el estatus (de Botton, 2004; Melita et al., en prensa). Se trata de una
inquietud constante por no alcanzar los estándares de éxito de la sociedad, y se ha
asociado con problemas de salud física y mental (Layte et al., 2019).
Por otra parte, la desigualdad económica puede afectar a lo más propio del ser
66
humano, su concepción de sí mismo. Así, la investigación ha mostrado que la
disparidad de recursos se relaciona con una concepción del yo más independiente en
comparación con una interdependiente o colectiva, más común cuando hay menos
desigualdad (Sánchez- Rodríguez et al., 2019). En esta misma línea, en contextos en
los que existen objetivamente y/o se percibe que existen diferencias económicas, se
infiere que el comportamiento de las personas sigue normas de independencia (vs.
interdependencia), esto es, se rige por intereses individuales más que colectivos y que
las relaciones entre las personas son más competitivas (vs. cooperativas) (Sánchez-
Rodríguez, Willis, Jetten, y Rodríguez-Bailón, 2019). El peligro de este tipo de
comportamientos y normas percibidas que velan prioritariamente por intereses
individuales (e.g., la adquisición de mascarillas y geles desinfectantes por particulares)
en aras de los intereses de la colectividad (la adquisición de esos productos por parte
de instituciones que garanticen su disponibilidad a las personas más vulnerables) es
indiscutible.
Además, la percepción de desigualdad en el entorno que vivimos puede
distanciarnos psicológicamente de los demás, por ejemplo haciendo más difícil nuestra
identificación con una categoría común (Petkanopoulou et al., 2018), lo que
indirectamente, podría contribuir a una disminución de la cohesión social (Van de
Werfhorst y Salverda, 2012). En estos momentos en los que la crisis sanitaria se ha
convertido en un problema mundial, la falta de una identidad supranacional, por
ejemplo europea, dificultaría mucho la solidaridad entre países y no haría más que
empeorar los efectos globales de la pandemia.
Igualmente, el incremento de la desigualdad económica también puede
disminuir la confianza entre los individuos dentro de un mismo contexto (Delhey y
Dragolov, 2014), por ejemplo, los inmigrantes (Jetten et al., 2017), o la importancia
67
otorgada a los derechos de estos colectivos. No han sido pocos, desgraciadamente, los
que durante la crisis sanitaria han levantado su voz en contra de los inmigrantes y otros
grupos minoritarios, poniendo en entredicho sus derechos fundamentales, como la
atención sanitaria.
Por último, el incremento de la desigualdad también tiene un impacto en otros
indicadores de cohesión importantes como las actitudes democráticas, el apoyo a
partidos de extrema derecha, la confianza en las instituciones o la participación política
(Andersen, 2012). Así mismo, la disparidad de recursos aviva la polarización social
(Côté et al., 2017) y política (Jay et al., 2019), disgrega a las sociedades y exacerba el
conflicto, especialmente ante amenazas de la envergadura de la pandemia por el
COVID-19.
A pesar de este panorama tan desolador, algunas investigaciones recientes
informan de resultados esperanzadores al mostrar que hacer saliente la desigualdad y
sus efectos en el entorno más cercano y cotidiano, en el que se incluyen amigos y
conocidos, podría aumentar la motivación por reducirla (García-Castro et al., 2019).
A pesar de todo, a veces las calamidades nos presentan oportunidades únicas
para reflexionar y dar a conocer nuestros análisis y actuar en consecuencia. La
amenaza absolutamente excepcional ocasionada por la crisis del COVID-19
aumentará, si no ponemos freno, la brecha social y económica entre los ciudadanos del
mundo y sus consecuencias psicosociales.
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72
Figura 1. Modelo recursivo sobre los efectos de la desigualdad económica sobre la
segregación social
73
Un Enfoque Psicoambiental del Confinamiento a causa del COVID-19
Juan Ignacio Aragonés
Universidad Complutense de Madrid
Verónica Sevillano
Universidad Autónoma de Madrid
Nota del autor
Juan Ignacio Aragonés, Departamento de Psicología Social, del Trabajo y Diferencial,
Facultad de Psicología, Universidad Complutense de Madrid; Verónica Sevillano,
Departamento de Psicología Social y Metodología, Facultad de Psicología, Universidad
Autónoma de Madrid.
La correspondencia en relación con este artículo debe dirigirse a Juan Ignacio Aragonés,
Facultad de Psicología, Universidad Complutense de Madrid. Campus de Somosaguas, Madrid.
Email: jiaragones@psi.ucm.es
74
Resumen
En este texto se presentan algunas reflexiones, desde una perspectiva psicoambiental, sobre
cómo el confinamiento prolongado a causa de la pandemia de COVID-19 afecta a la población
general y cuáles pudieran ser las consecuencias derivadas en la investigación futura en este
campo.
Palabras clave: COVID-19, percepción del riesgo, privacidad, psicología ambiental,
confinamiento
Abstract
This text presents some reflections from a psycho-environmental perspective on how prolonged
confinement due to the COVID-19 pandemic affects general population and what the
consequences might be for future research in the field.
Keywords: COVID-19, risk perception, privacy, environmental psychology,
confinement
75
Un Enfoque Psicoambiental del Confinamiento a causa del COVID-19
Existe una considerable evidencia empírica desde la perspectiva psicoambiental para
entender algunas de las consecuencias que ocasiona la pandemia por COVID-19. En este
artículo se presta atención a los estudios sobre percepción del riesgo ante este tipo de
acontecimientos; a continuación, se atiende a aquellos factores relevantes que tienen lugar
durante el confinamiento tales como: la privacidad, el hacinamiento, la distancia social y el
teletrabajo. Finalmente, se resaltan las consecuencias que la pandemia podría tener sobre el
vecindario después del confinamiento.
El ambiente antes del confinamiento: percepción social del riesgo
Los estudios de percepción social del riesgo han tratado de entender y predecir cómo la
sociedad responde a los riesgos y ha encontrado que entre las características del riesgo que
predicen su magnitud se encuentran el grado de desconocimiento que existe sobre él y el temor
a sus consecuencias (Slovic, 2002). Junto a estas características, distintos estudios han dado
cuenta de otras que también predicen su magnitud como es el caso del estudio llevado a cabo
por Aragonés et al. (2010) sobre la epidemia de la gripe A (N1H1). En este trabajo, junto al
temor emergió, como variable predictora, el poder catastrófico asociado a la gripe A; sin
embargo, no fue relevante el grado de desconocimiento. En el caso del COVID-19, con alto
poder catastrófico y prácticamente desconocido en la actualidad, hace probable que esta
característica sea una buena predictora de la magnitud del riesgo percibido. Además, este riesgo
ha conllevado a la sociedad a confinarse en sus casas lo que sin duda provoca estados
emocionales desajustados (ansiedad, miedo) que influyen en el riesgo percibido (Johnson y
Tversky, 1983) con respecto a la que se produciría en situaciones de libre circulación.
Las informaciones que se reciben sobre los riesgos juegan también un papel importante
sobre la magnitud percibida de los mismos. Por ejemplo, Shi et al. (2003) durante la epidemia
del SARS observaron que la información negativa propicia una mayor percepción del riesgo,
mientras que la positiva recuperación y medidas adoptadas por el gobiernohace disminuir
76
la percepción del riesgo. Por consiguiente, según se oriente la información del COVID-19 se
condicionará la percepción del riesgo. En esta línea, los medios de comunicación juegan una
función fundamental amplificando o reduciendo el riesgo, ya que estos elaboran la información
desde fuentes primarias (científicas, agencias oficiales, etc.) y luego, siguiendo sus propios
intereses, generan en el receptor disensión, ambigüedad y/o incertidumbre de las consecuencias
(Renn, 1992).
El ambiente durante el confinamiento: la vivienda y el entorno cercano
La vivienda que es nuestro refugio, el lugar privado por excelencia, y en el que se
expresa la identidad de los residentes (Amérigo y Pérez, 2010), es precisamente donde tiene
lugar el confinamiento ocasionado por el COVID-19. Esta situación hace que resulten de interés
ciertos conceptos psicoambientales relacionados con la regulación espacial en situaciones de
interacción social.
Privacidad. La teoría de la privacidad de Altman (1975) muestra cómo se utilizan
mecanismos comportamentales para alcanzar un equilibrio entre la privacidad que se desea y la
obtenida. La territorialidad (e.g., las conductas de control y posesión de un espacio) es uno de
estos mecanismos, mientras que el hacinamiento y el aislamiento son consecuencias indeseadas
cuando se obtiene una privacidad menor o mayor de la deseada. En el caso del confinamiento en
casa, las personas deben ajustar las necesidades de privacidad, con respecto a los propios
miembros con los que conviven. Uno de los problemas del confinamiento en casa es el aumento
de las interacciones sociales en un espacio reducido. Delimitar territorios es una forma de
reducir las interacciones y para conseguirlo es necesario repensar los espacios o estancias de la
casa que son infrautilizadas, como los dormitorios principales. En viviendas en las que viva una
familia, una estrategia adecuada es permanecer en habitaciones distintas durante espacios
temporales largos. Se trataría de crear nuevos territorios, es decir, asignar espacios primarios a
sus residentes (e.g., convertir un hall en una zona de juego). En el caso de que viva una sola
persona es adecuado asociar actividades a diferentes estancias para así reducir la sensación de
aislamiento (e.g., no realizar las tareas de ocio y trabajo en un único espacio a ser posible).
77
Hacinamiento. En las casas, las personas sufren mayor hacinamiento cuando el diseño
de las mismas no permite segmentar el espacio. Por ejemplo, en diseños en los que hay un
pasillo largo que conecta con todas las zonas de la casa (cocina, habitación salón, baño), la
sensación de hacinamiento es mayor. Cuando el número de puertas que se deben atravesar es
mayor, el hacinamiento es menor (Evans et al., 1996).
Distancias de interacción. Habitualmente las personas utilizan una distancia social de
interacción en sus contactos diarios entre 45cm y 1,25m (Hall, 1966). Las medidas del estado de
alarma por el COVID-19 exigen aumentar la distancia de interacción a 2m, lo cual obliga a
mantener una distancia de interacción propia de los encuentros formales. La pandemia insta a
ser menos “cercanos”, una cuestión que resultará menos coercitiva para las culturas de bajo
contacto que para las de contacto. Quizá en el caso español, cultura perteneciente al segundo
caso, podría resultar interesante incidir en campañas de comunicación (e.g., a través de
hashtags) sobre la temporalidad de la medida para amortiguar la reactancia que puede surgir al
demandar un aumento de la distancia social.
Teletrabajo y enseñanza online. Quizá un área novedosa para la psicología ambiental
es el teletrabajo y la enseñanza online, dadas las proporciones que han alcanzado durante el
confinamiento y las fuertes implicaciones políticas y económicas que tiene, ya que cambian las
formas tradicionales de producción e instrucción y convierten al hogar en un centro de trabajo
para el que no está diseñado. Esta nueva actividad dentro de la vivienda implica atender a la
delimitación de un espacio para estas tareas de carácter semipúblico en un entorno privado
como es la vivienda.
El ambiente después del confinamiento: el vecindario
Un tema que puede resultar de interés tras el confinamiento podría ser una mayor
necesidad de conocer y contactar con los vecinos. La población española valora la confianza
hacia los vecinos de forma moderada (6.5 sobre 10) frente a sus familiares cercanos (8.8) y
amistades (8.2) (CIS, 2017). Análogamente, manifiesta una menor seguridad en poder recibir
78
ayuda de un vecino en caso de necesitarlo (6.4) que de sus familiares (8.9) y amigos (8.1). La
situación de confinamiento actual puede ser un revulsivo para estas estadísticas. Salir al balcón
o asomarse a la ventana ofrece la oportunidad de relacionarse con los vecinos de una forma
inusual. Una de las consecuencias de esta crisis podría ser el fortalecimiento de las redes
sociales del vecindario.
Sirva como apunte final resaltar, entre otros temas que pudieran ser desarrollados, aquel
que resultó ser el más estudiado en los comienzos de la psicología ambiental. Se trata de
relacionar el diseño hospitalario con los efectos en las conductas de los pacientes y del personal
sanitario. Por ejemplo, hasta el momento actual se había comprobado que los diseños radiales
(puesto de enfermería en el centro y las habitaciones a su alrededor) permitían llegar antes a los
enfermos, recorrer menores distancias y aumentar la satisfacción del personal; sin embargo,
diseños como los del hospital de “Ifema” (Madrid) y Wuhan resultan muy diferentes al diseño
radial, por lo que bien pudieran ser objeto de futuros estudios.
Conclusión
Probablemente se priorizará el estudio de las consecuencias del confinamiento no penal,
es decir, la pérdida de libertad causada por la persecución de un fin común positivo, así como la
percepción social del riesgo. Los estudios sobre la vivienda volverán a ser relevantes. Temas
como el diseño y la experiencia psicológica de la misma, relacionados especialmente con el
bienestar psicológico, serán objeto de atención.
Pero sin duda todo ello pasará por el interés que provoque en EE UU estos u otros
temas, indistintamente de lo que se sufra a propósito de esta pandemia en otras latitudes, ya que
como ilustran Milfont y Page (2014), la mayor parte de la psicología ambiental se dirige desde
la agenda norteamericana. En cualquier caso, el futuro está por escribir y la ciencia a veces
encuentra lados oscuros que trata de iluminar.
79
Referencias
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81
Intervención Psicosocial PostCOVID-19 en Personal Sanitario
Maite Martín-Aragón Gelabert
Mª Carmen Terol Cantero
Universidad Miguel Hernández de Elche
Nota de la autora
Maite Martín-Aragón Gelabert, Departamento de Ciencias del Comportamiento y
Salud, Universidad Miguel Hernández, Mª Carmen Terol Cantero, Departamento de Ciencias
del Comportamiento y Salud, Universidad Miguel Hernández
La correspondencia en relación con este artículo debe enviarse a Maite Martín-Aragón
Gelabert, Departamento de Ciencias del Comportamiento y Salud, Universidad Miguel
Hernández, Avenida de la Universidad s/n, Edificio Altamira, 03202, Elche (Alicante), España.
Tlfno. 966 658 318 Email: martin-aragon@umh.es
82
Resumen
Esta breve aportación recoge un análisis desde la Psicología Social de las consecuencias que la
epidemia del COVID-19 puede tener en el personal sanitario, así como algunas sugerencias para
el diseño de líneas estratégicas de intervención psicosocial para la fase posterior a esta
emergencia.
Palabras clave: COVID-19, intervención psicosocial, personal sanitario
83
Intervención psicosocial postCOVID-19 en personal sanitario
Las catástrofes se definen como “cualquier hecho agrupado en el tiempo y en el espacio,
en el que una sociedad o una parte relativamente autosuficiente de la misma, vive en peligro
severo, pérdidas humanas y materiales, y en el que la estructura social se rompe y la realidad de
todas o algunas de las funciones esenciales de la comunidad se ve inhabilitada” (Fitz, 1961,
citado en Fernández, 2012).
Actualmente, las consecuencias de las infecciones por COVID-19 están situando a la
sanidad pública en una posición de afrontamiento similar a la que supone una situación de
catástrofe sanitaria. Como reacción ante ella, las y los profesionales se enfrentan a situaciones
de estrés similares a las experimentadas en misiones de ayuda humanitaria (Antares Foundation,
2012). A estos estresores, además, hay que sumarles los propios personales al encontrarse, a
diferencia de una misión exterior, en su mismo espacio de residencia, que hasta hace unas
semanas era un espacio seguro.
Estos estresores personales afectan a quienes compartimos esta vivencia excepcional, y
provocan un cambio o cuestionamiento en las percepciones sobre nosotros mismos y sobre
nuestra salud, perturbando nuestra “ilusión de control y de invulnerabilidad”. Nos sitúan a su
vez, en un mundo “inseguro e impredecible” donde es posible perderlo todo (SánchezVallejo
et al., 1998).
Por un lado, en situaciones de catástrofe y calamidad como la que estamos viviendo, la
funcionalidad de las diferentes estructuras sociales, formales e informales, sufre también
disrupciones en sus formas de organización y articulación. En cuanto al apoyo social, por
ejemplo, las restricciones impuestas por la amenaza del contagio imposibilitan, dificultan o
transforman el contacto habitual y, como consecuencia, afectando a la capacidad del apoyo
social para amortiguar el impacto de la situación (House y Kahn, 1985). Por otro lado,
diferentes procesos psicosociales, interpersonales e intrapersonales, nos permiten comprender y
manejar esta situación facilitando una dinámica de reajuste o adaptación compensatoria hacia el
84
proceso de recuperación. Así, por ejemplo, las explicaciones causales y la auto-responsabilidad
en los comportamientos esperados para cada grupo social (salvar vidas en el caso del personal
sanitario, quedarse en casa para la mayoría de la población), incrementarían el control percibido
sobre las expectativas de la acción e influencia (Weiner, 1986). También los procesos de
comparación social con otros (supervivientes, profesionales e intervinientes) buscando
información o recursos disponibles, podrían facilitar procesos cognitivos de afrontamiento
adaptativo y la reevaluación menos negativa de lo acontecido (Buunk y Gibbons, 2006;
Festinger, 1954; Lazarus y Folkman, 1986). Igualmente, los movimientos colectivos de empatía,
altruismo y solidaridad visibilizarían el reconocimiento hacia las y los profesionales implicados,
fomentando la sensación de identidad y pertenencia a una unidad, reestableciendo la percepción
de apoyo comunitario frente al aislamiento, e incrementando la percepción de eficacia para
cambiar la situación como forma de afrontamiento colectivo (Javaloy et al., 2007).
Más allá de los diferentes procesos psicosociales mencionados, un enfoque integral del
abordaje de la catástrofe, debe seguir atendiendo a las fases posteriores de adaptación y
reconstrucción. Para estas fases, es fundamental orientar líneas estratégicas de actuación
psicosocial y comunitaria con las y los profesionales sanitarios de primera línea durante la crisis
(Antares Foundation, 2012). Para ese abordaje, presentamos el siguiente esbozo de análisis
DAFO que puede servir de punto de partida u orientación para una investigación-acción
participativa que sería recomendable realizar junto con las y los profesionales que han estado en
primera la línea de los cuidados de salud:
En cuanto al análisis de debilidades, deberemos abordar el agotamiento provocado por
el estrés mantenido durante el largo periodo de tiempo de la fase de reacción a la catástrofe en la
que estamos inmersos en este momento; una experiencia jamás vivida por la mayoría del
personal. A esto habrá que sumar los efectos retardados que dejarán los duelos pendientes y la
valoración a posteriori de los comportamientos profesionales realizados bajo tanta presión. Se
calcula que, aunque la mayoría de las y los profesionales que han vivido una situación laboral
impactante se recupera, un pequeño porcentaje es susceptible de desarrollar o mantener
85
síntomas de estrés postraumático a largo plazo. Para atajar esas debilidades será fundamental
implementar protocolos de intervención con personal sanitario como, por ejemplo, los utilizados
en los equipos de ayuda humanitaria (Antares Foundation, 2012).
Respecto al análisis de amenazas, una vez termine esta situación de emergencia, podría
ser que el foco de apoyo y respaldo social que ahora está puesto en las y los profesionales y en
el sistema sanitario como eje salvador de esta situación, se desvíe hacia la recuperación
económica, o hacia la búsqueda de responsabilidades políticas por la gestión, por ejemplo, y el
valor de la sanidad pública pase a un segundo o tercer plano. En este sentido habrá que diseñar
estrategias de relevo, donde el personal de primera línea transfiera a otros equipos de trabajo y
representantes laborales, la continuidad de la puesta en valor de los cuidados a la población y la
importancia de contar con un sistema sanitario público fuerte, adecuadamente dotado de
recursos materiales y humanos, para afrontar este tipo de emergencias sanitarias.
En cuanto al análisis de fortalezas, será fundamental promover a largo plazo las que se
están desarrollando en estos momentos a partir de este acontecimiento, como son el valor del
apoyo social y el sentido de comunidad, el reconocimiento a la valía de la sanidad pública y sus
profesionales, y la renovación de la percepción social que, con su labor actual de entrega y
cooperación, están recuperando las y los diferentes profesionales que desarrollan su trabajo en
torno a los cuidados de la salud, promoviendo un efecto muy positivo en el imaginario
colectivo.
Tanto para prevenir y paliar las amenazas, como para promover e implementar
fortalezas son fundamentales acciones comunitarias de sensibilización y concienciación social
de la valía de estos recursos (humanos y materiales) y de su necesidad para cuidar y atender la
Salud Pública. Tanto los colectivos profesionales (colegios profesionales, sociedades científicas,
etc.) como las instituciones y órganos de gobierno son actores fundamentales en esta tarea.
Y finalmente, en cuanto al análisis de las oportunidades, esta situación vivida, para las
y los profesionales sanitarios en activo, y también para quienes diseñan los planes de formación
86
académica, supondrá un desafío de reflexión y revisión de contenidos académicos y de
formación continuada, que debería redundar en la puesta en valor de la preparación previa a
acontecimientos catastróficos o emergencias sanitarias (no sólo técnica, sino también
psicosocial), de la anticipación de amenazas de cara al futuro, y de la importancia del apoyo y
respaldo imprescindibles de las políticas públicas en este sentido.
Referencias
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88
¿Cómo sobrevivir al COVID-19? Apuntes desde la Resiliencia Organizacional
Marisa Salanova
Equipo Investigación WANT, Universitat Jaume I
Nota de la autora
La correspondencia en relación con este artículo debe enviarse a Marisa Salanova,
Departament de Psicología Evolutiva, Educativa, Social i Metodología, Facultat de Ciències
Humanes i Socials, Universitat Jaume I, Av. Sos Baynat, s/n, 12071 Castelló de la Plana,
España. Tlfno: 964 729 583. Email: salanovca@uji.es
89
Resumen
El objetivo de este trabajo es articular desde la investigación en Psicología Organizacional
Positiva cuáles son los mecanismos psicosociales de la resiliencia organizacional, y cómo a
través del entrenamiento en los “recursos de resiliencia” (ej., recursos psicológicos, sociales y
organizacionales), las organizaciones pueden afrontar los efectos de la crisis COVID-19.
Palabras clave: COVID-19, resiliencia, Psicología Organizacional Positiva
Abstract
The aim of this paper is to articulate, from the research in positive organizational psychology,
what are the psychosocial mechanisms of organizational resilience, as well as to know how
through "resilience resources" training (i.e., psychological, social and organizational resources),
organizations would cope the COVID-19 crisis effects.
Palabras clave: COVID-19, resilience, Positive Organizacional Psychology
90
¿Cómo sobrevivir al COVID-19? Apuntes desde la Resiliencia Organizacional
El término resiliencia tiene su origen en el latín resilio que significa volver atrás,
volver de un salto, resaltar, rebotar. Se empezó a utilizar en la Física, y expresa la cualidad de
los materiales a resistir la presión, doblarse con flexibilidad, recobrar su forma original. Sin
embargo, la resiliencia humana y social, no se limita a resistir, permite la reconstrucción y la
superación a pesar de las dificultades. La resiliencia surge de la adversidad y es la capacidad de
seguir funcionando bien en esas situaciones adversas, es algo positivo que es consecuencia de
algo negativo, y puede desarrollarse en las organizaciones.
La situación de adversidad generada por el COVID-19 no solo contagiamalestar y
muchas emociones negativas, sino que también permitirá el desarrollo de recursos y fortalezas
tanto individuales como colectivas que quizá se desconocían hasta el momento en que hay que
ponerlas en práctica. Frente a las crisis podemos esperar diferentes patrones de adaptación
organizacional que hemos ya comprobado que se dan en otros contextos adversos de crisis, y
que hemos estudiado desde el Modelo HERO (Healthy & Resilient Organizations; Salanova,
2008, 2009; Salanova et al., 2012, 2019), con el que entendimos que las organizaciones
saludables son "resilientes" porque pueden seguir funcionando bien en situaciones adversas,
afrontar cambios de manera proactiva, y crecer con las crisis.
En la situación actual del COVID-19, podríamos predecir que las organizaciones que
no se adaptan podrían dejar de existir, desaparecerían con las crisis, siguiendo patrones de
“retroceso organizacional”. Empezamos a observar las fatídicas pérdidas humanas con la
cantidad de muertos que van creciendo, empresas que han quebrado, familias necesitadas, y
países y sociedades que entran en situaciones catastróficas. No obstante, habrá organizaciones
que sobrevivirán a esa etapa difícil, otras se adaptarán y otras pueden llegar incluso a crecer
después del trauma. Una de las piezas clave para que las organizaciones no solo se adapten, sino
que tengan procesos internos de desarrollo y crecimiento post-traumático es la resiliencia
organizacional. Esas organizaciones se prevé que tengan un funcionamiento en donde se han
91
visto fortalecidas, han sabido aprender del trauma, crecer como organización a nivel de
personas, equipos, desempeño, y crecimiento económico y social.
En España, donde el efecto de la pandemia está siendo muy duro (no sé cuando se lean
estas líneas dónde habremos llegado) pese a la real disminución de recursos de todo tipo, no
todas las organizaciones han reaccionado igual. Algunas organizaciones ya estaban
implementando cambios que otros no querían “ver” como el trabajo a distancia con multitud de
aplicaciones online para trabajar de forma individual y en equipo, la educación y formación a
distancia en donde universidades, institutos, colegios y centros de formación ya tenían
implementadas ventajas tecnológicas y formación online; la re-estructuración de equipos con la
generación de equipos ad-hoc y recolocaciones; el cambio de producción dentro del mismo
sector (ej., textil) pero fabricando otros productos de primera necesidad (ej., mascarillas); la
tele-venta online y uso de redes sociales corporativas, y un sinfín de acciones más. Si no
existían previamente esos “recursos laborales y psicosociales” las organizaciones han tenido que
implementar todos estos cambios de manera forzosa, con más o menos éxito, con multitud de
contratiempos debidos a esa falta de previsión en el pasado.
Algunas organizaciones aprenderán de esta crisis y desarrollarán resiliencia reactiva,
saliendo fortalecidas de este período. Sin embargo, la resiliencia también puede favorecer una
preparación de tipo más proactivo de cara a las dificultades, más potencial que responsiva, que
tiene como principal objetivo anticipar, estructurar y minimizar el impacto de los
acontecimientos estresantes que aparecen día a día; esto es la resiliencia proactiva. Este es a mi
entender un punto muy importante, la idea de que la resiliencia se puede aprender, se puede
entrenar mediante intervenciones psicológicas positivas que ya han mostrado su eficacia y
evidencia empírica (Coo y Salanova, 2018; Coo et al., 2020; Peláez et al., 2019; Peláez et al.,
2020). Ese aprendizaje de “recursos de resiliencia” antes, durante o después de la pandemia
podría afectar a las organizaciones a su desaparición, supervivencia, adaptación o crecimiento
post-traumático. Estos recursos de resiliencia son:
92
1. Recursos psicológicos positivos: capacidades y fortalezas de las personas que son
significativos por si mismos y ayudan a superar el estrés y alcanzar el bienestar.
Fortalecer en los trabajadores estos recursos de resiliencia a través de intervenciones
psicológicas positivas, contribuirá de forma significativa a reducir el estrés y cultivar el
bienestar y mejorar el desempeño. Entre los recursos con mayor incidencia en la
resiliencia encontramos las emociones positivas (Fredrickson y Joiner, 2018; Meneghel
et al., 2016), las creencias de eficacia (Salanova et al., 2020), el optimismo (Gallager, et
al., 2019), la búsqueda de sentido y significado (Steger et al., in press), y la innovación y
flexibilidad (West et al., 2009).
2. Relaciones sociales positivas. Cultivar relaciones interpersonales positivas contribuyen
al desarrollo, acumulación y acceso a otros recursos significativos que reducen el estrés
reduciendo la incertidumbre (Carmeli et al., 2013). Las organizaciones deberían
fomentar relaciones positivas entre sus empleados como una fortaleza para afrontar
situaciones adversas, pero también como medio para fortalecer su desarrollo personal
y profesional.
3. Prácticas Organizacionales Saludables. Entre los principales recursos laborales tanto
grupales como organizacionales de la resiliencia de los equipos (Vera et al., 2017)
encontramos por orden de importancia las prácticas organizacionales saludables (como
las prácticas de conciliación, protocolos para la prevención del acoso psicológico,
comunicación positiva, programas de salud, entre otros), el trabajo en equipo, la
eficacia colectiva percibida y el liderazgo transformacional y positivo; líderes que
inspiran a sus colaboradores, y les infunden coraje y valentía durante períodos de crisis.
Después de esta crisis, las organizaciones y los países deberían plantearse más en serio
la necesidad de promoción de la salud entre sus empleados, cultivando recursos de resiliencia a
ser posible “antes” de que ocurran las crisis, y no reaccionar cuando las tenemos delante. Eso
podrá ofrecer más ventajas para su desarrollo a largo plazo y para el éxito organizacional
93
positivo. En este sentido, la investigación debería continuar con la evaluación de la eficacia de
intervenciones psicológicas positivas sobre recursos de resiliencia en las organizaciones
utilizando diseños controlados y aleatorizados.
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... On the other hand, our results may appear to contradict those of other studies that have highlighted the development of interpersonal intelligence to explain the widespread altruistic, compassionate and socially cohesive behaviours shown by most sectors of society in the last year (Extremera, 2020;Moya et al., 2020;Sabucedo et al., 2020). However, this is far from the case: a person may manifest a highly developed intrapersonal intelligence to empathise with another's suffering, yet not express this intelligence to the same intensity in social relationships with their peers in a virtual learning context. ...
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As the Covid-19 pandemic brought most in-person activities to a halt, radical and visible changes were imposed in all social interactions, including teaching and academic activity in general. This challenging setting tested the education system's capacity to successfully address the Sustainable Development Goals. The success of education for sustainable development (ESD) requires training in the specific skills needed to face the highly emotionally demanding post-pandemic context. In this line, this study focuses on university students' capability to understand and manage emotions, an issue considered to be a key factor in ESD. The aim of this study is to show how students' emotional intelligence influenced their resilience, with repercussions on their engagement and subsequent academic performance. The research model was tested through a questionnaire addressed to 340 students from three different universities during the full lockdown of March–May 2020 as a result of the pandemic. Results show that emotional intelligence was positively related to resilience, which in turn was related to engagement, and consequently, resulted in better academic performance. This finding should spark interest in developing emotional intelligence in education, not only because it produces healthy citizens in the long term, but also because of its short-term positive impacts in the classroom, particularly in such adverse situations as those described here. This study provides a model that links classic variables on educational and positive psychology research with ESD in times of COVID-19.
... Due to the rapid spread and severity of the coronavirus disease 2019 the World Health Organization (WHO) concluded that COVID-19 qualifies as a pandemic on 11 March 2020 (WHO, 2020). Many countries around the world imposed lockdown restrictions and other measures to deal with this health crisis by restricting the behavior and movements of the population, an experience without precedent for most people (Páez & Pérez, 2020). Spain was one of the most affected countries in Europe, especially during the first wave of COVID-19 (Legido-Quigley et al., 2020) and the situation has remained difficult due to recurrent waves of new variants and breakouts (García-Fernández et al., 2021). ...
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Objective: This study examined the protective role of self-esteem and perceived emotional intelligence on mental health problems in Spanish adolescents during COVID-19 pandemic. Design: Participants (N = 139; Mage = 13.83 years, SD = 0.96; 63.8% female) completed measures before the outbreak of COVID-19 (T1) and during the first wave of the pandemic in Spain (T2). Main outcome measures: Participants self-reported emotional intelligence, self-esteem, mental health problems and suicidal behavior. Results: Adolescent mental health problems were equally affected by COVID-19 pandemic according to gender, age and lockdown conditions. Adolescents with low levels of emotional intelligence and self-esteem at T1 showed a significant decrease in self-reported anxiety, depression, stress and suicidal behavior at T2. However, adolescents with average or high levels of emotional intelligence and self-esteem at T1 showed no significant changes in mental health problems at T2. Self-esteem at T1 meditated the relationships between emotional intelligence at T1 (clarity and repair) and emotional symptoms at T2 (depression, anxiety and stress). Furthermore, the relationship between self-esteem and anxiety symptoms was moderated by the number of people living together during COVID-19 lockdown. Conclusion: Our findings highlight the protective role of pre-pandemic development of self-esteem and emotional intelligence in mitigating the impact of COVID-19 outbreak on adolescent mental health during the pandemic.
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Given the seriousness of the existing situation regarding the mental health of children and adolescents relating to the confinement period imposed due to COVID-19, we conducted this study to describe the effects of the confinement on state anxiety and executive functioning dimensions in a period of online educational modality. A sample of 953 children and adolescents was assessed. A sociodemographic questionnaire, the State Anxiety Inventory for Children (STAIC), and the Behavioral Evaluation of Executive Function (BRIEF-2) scale were applied. The analysis of the results indicates that 68.8% of children and adolescents presented medium–high levels of anxiety. Regarding sex, females showed higher levels of anxiety and worse levels of executive functioning. Although the group aged 11 to 18 years showed methodologically higher state anxiety (p = 0.041) than the group aged 6 to 10 years, the difference was not clinically relevant (δ = −0.113). The state anxiety variable was also correlated positively and significantly to the three executive functioning dimensions explored. In conclusion, it seems evident that COVID-19 lockdowns could have psychological and emotional effects on children and adolescents.
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Actualmente, la coyuntura política vivida en El Salvador ha dado luces de un gobierno con matices autoritarios. Esto se justifica con “el bienestar del pueblo” en situaciones de desacuerdos entre los poderes del Estado, y sobre las diversas crisis sociales que enfrenta la población. A partir de esto, surge una necesidad de analizar los mecanismos psicosociales que posibilitan estas prácticas, utilizadas de forma regular al gobernar; y evidenciar cómo no han logrado presentar soluciones a las problemáticas sociales, y por ende, ha puesto en peligro la democracia. Por lo tanto, en este ensayo, a través de la teoría social del fatalismo en la sociedad salvadoreña, se analiza la figura mesiánica del actual presidente, Nayib Bukele, como posibilitadora del uso de prácticas autoritarias para mantener el control en los poderes del Estado, siendo aceptadas ciegamente por parte de los simpatizantes.
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The role of interior design elements in mitigating the negative relationship between residential crowding and psychological health was investigated. Residents of crowded homes with greater architectural depth—the number of spaces one must pass through to get from one room in the house to another—are less likely to socially withdraw or to be psychologically distressed than residents in crowded homes with relatively low depth. Additional analyses suggest that greater depth buffers the association between residential crowding and psychological distress because it reduces social withdrawal among residents of crowded homes.
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En este artículo se tratará, en primer lugar, de posicionar la salud, y en concreto la salud en el ámbito del trabajo, y las organizaciones como elemento clave de gestión y desarrollo de los recursos humanos, como un valor estratégico de negocio. Y este posicionamiento se respalda en la investigación científica en un campo novedoso y actual como es la psicología positiva. En segundo lugar, se profundizará en el concepto, significado y alcance de la organización saludable atendiendo a las distintas aproximaciones a su estudio, el concepto mismo de organización saludable, su comprensión como un «buen lugar para trabajar» y el desarrollo de un modelo integrador de organización saludable. En tercer lugar, se atenderá a la cuestión «corazón» de este tipo de organizaciones que es la salud de los empleados entendida como capital psicológico «positivo». Para ello, se parte de la idea de que los empleados son una inversión y una ventaja competitiva, y que se pueden considerar como capital humano, social y psicológico, ateniendo a cada uno de estos conceptos. Finalmente, y desde un planteamiento práctico-aplicado, se intentará responder a la pregunta ¿qué pueden hacer las organizaciones para ser «saludables»? Para ello, se describirán los principales resultados de la investigación científica sobre el desarrollo de recursos saludables en las organizaciones, atendiendo posteriormente a las buenas prácticas desde el desarrollo de recursos relacionados con la tarea, organizacionales y sociales.
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This study presents the adaptation and evidence of validity of the Spanish version of the Status Anxiety Scale. This measure evaluates people’s tendency to be concerned with their socioeconomic status. In two correlational studies, one exploratory (N = 270) and one confirmatory (N = 258), the instrument showed good reliability, in addition to a one-factor structure and a positive correlation with relative deprivation, tendency towards social comparison and perception of inequality. Furthermore, a third experimental study (N = 140) found that the participants in the condition of low socioeconomic status experienced greater status anxiety. In short, these studies suggest that the Spanish version of the Status Anxiety Scale can be used in the Spanish population.
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Using Social Cognitive Theory as our theoretical framework, we analyse how beliefs about group efficacy among team members, together with transformational leadership are two group-level constructs (aggregated members’ shared beliefs), which predicts individual members self-efficacy over time. We conducted a three-wave longitudinal study with 456 participants that were randomly distributed in 112 groups working in three simulated creative collective tasks. We computed random coefficient models in a lagged-effects design. Findings were as expected and group efficacy beliefs and grouplevel transformational leadership were relevant cross-level predictors of individual selfefficacy over time (even after controlling for baseline levels of individual self-efficacy). Results suggested that these group-level factors are relevant cross-level constructs that explain how individual self-efficacy among group members is developed over time.
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In spite of the potential benefits that coaching-based leadership interventions can bring to organizations, basic questions remain about their impact on developing coaching skills and increasing psychological capital (PsyCap), work engagement and in- and extra-role performance. In a controlled trial study, 41 executives and middle managers (25 in the experimental group and 16 in the waiting-list control group) from an automotive sector company in Spain received pre-assessment feedback, a coaching-based leadership group workshop, and three individual executive coaching sessions over a period of 3 months. The intervention program used a strengths-based approach and the RE-GROW model, and it was conducted by executive coaching psychologists external to the organization. Participants (N = 41) and their supervisors (N = 41) and employees (N = 180) took part in a pre-post-follow up 360-degree assessment during the research period. Quantitative data were analyzed using Analyses of Variance (ANOVA) with a 2 × 2 design, paired-samples t-tests, and univariate analyses between groups. Results indicated that the intervention program was successful in increasing the participants’ coaching-based leadership skills, PsyCap, work engagement, and in- and extra-role performance. Qualitative measures were also applied, and results from individual responses provided additional support for the study hypotheses. Regarding practical implications, the results suggest that the Coaching-based Leadership Intervention Program can be valuable as an applied positive intervention to help leaders develop coaching skills and enhance well-being and optimal functioning in organizations.
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In spite of the potential benefits that strengths-based coaching can bring to organizations, basic questions remain regarding its impact on work engagement and job performance specially among non-executive employees. In a controlled trial study, 60 employees from an automotive industry company participated in a strengths-based micro coaching program over a period of five weeks. The intervention followed a strengths-based coaching approach, grounded in the identification, development, and balanced use of personal strengths to foster positive outcomes. Mixed methods, using quantitative and qualitative measures, were taken. Both the participants and their supervisors completed pre, post, and follow-up questionnaires, and the results indicated that the intervention program was successful in increasing all the study variables after finishing the program. The results also showed the durability of the effects on the outcome variables over time (follow up). Qualitative data supported the study hypotheses. Through open questions inquiring about the outcomes of the program, the participants stated that it helped them to increase performance and well-being. Practical implications suggest that this program can be a valuable short-term applied positive psychology intervention to help employees increase their work engagement and performance and promote optimal functioning in organizations.
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The concentration of wealth in the hands of a few at the expense of general impoverishment is a major problem in some modern societies. However, there is a general opposition to redistribution policies or to the application of a progressive taxation system. The goal of this research was to explore one factor that might drive the attitudes toward income redistribution: The (de)humanization of high socioeconomic status groups. Previous studies have shown that high socioeconomic status groups tend to be considered as unemotional machines without any concern for others. However, the consequences of mechanizing (vs. humanizing) high socioeconomic status on the interpretation of socioeconomic differences has not been explored yet. We considered that humanizing high socioeconomic status groups might have an unexpected negative effect on attitudes about income inequality and wealth concentration. Specifically, this research aims to determine how humanizing high socioeconomic status groups influences people’s perceptions of the group’s wealth and preferences for income redistribution. We conducted two studies in which we manipulated the humanity (mechanized vs. humanized in terms of their Human Nature traits) of a high socioeconomic status group. Results of these two studies showed that humanizing (vs. mechanizing) high socioeconomic status groups led to lower support for income redistribution/taxation of wealthy groups, through considering that the group’s wealth comes from internal sources (e.g., ambition) rather than external ones (e.g., corruption). These results were independent of the group’s likeability and perceived competence/warmth. The present research provides valuable insight about the possible dark side of humanizing high socioeconomic status groups as a process that could contribute to the maintenance of the status quo and the legitimation of income inequality in our societies.
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In addition to the negative effects of economic inequality on a range of health and social outcomes, we propose that inequality should also affect how people perceive the broader normative climate in society. We predicted that people living in a more unequal (versus equal) society are more likely to appraise the social context as one where individualism determines people's behaviour. We tested this idea in three experiments by manipulating the degree of economic inequality in a fictional society. We show that, compared to the low inequality condition, participants in the high inequality condition were more likely to project individualistic norms onto society. Furthermore, Experiments 2 and 3 showed that in the high (vs. low) economic inequality condition, participants inferred more competition and less cooperation between people. Our results are discussed in light of the importance of the perception of a broader normative climate to explain the consequences of economic inequality. This article is protected by copyright. All rights reserved.
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Optimism and mastery are two cognitive traits that involve positive expectations for the future and that have been demonstrated to be important predictors of reduced anxiety as well as superior coping and physical health in many populations, including cancer survivors. There is limited research, however, examining the unique effects of these traits when examined simultaneously. The present cross-sectional study used structural equation modeling to examine the unique effects of optimism and mastery on emotion, coping, and health in 603 adult cancer survivors, and whether results were consistent in men and women. Results indicated that both optimism and mastery were associated with improved emotion, coping, and health and together accounted for a small to moderate amount of variance. Although the effects of optimism were generally greater, mastery also uniquely predicted most dependent variables and there was some evidence that gender influenced these effects, with optimism predicting health control more so in women and mastery predicting health control more so in men. These results demonstrate that it is important to examine both generalized positive expectancies such as optimism and positive expectancies regarding mastery when investigating resilience and emotional well-being in cancer survivors.